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Hipocresía sentimental

Hace unas semanas una amiga compartió con algunos la noticia de que estaba
embarazada. Todos saltamos de alegría, nos emocionamos, empezamos a hacer bromas
sobre el futuro y todo lo que todo el mundo hace cuando recibe una noticia así. Pocos
días después llegaba la primera ecografía y podíamos ver, vía WhatsApp, la primera
fotografía del nuevo miembro de la pandilla. De nuevo todos ilusionados, preguntando
por el sexo, si todo estaba bien, etc. “Todo perfecto, gracias a Dios, y ya lo tiene todo:
huesos, corazón, cerebro”. La alegría desbordaba el grupo y los corazones no dejaban de
aparecer en el chat. Por privado le pregunté a mi amiga cuántas semanas tenía su, con
70% probabilidades, hija. 12 semanas y 1 día. ¡Es increíble la precisión que puede
alcanzar la ginecología!
De todos los miembros del grupo (somos 12) diría que en favor de la llamada cultura de
la vida o, lo que es lo mismo, en contra de una ideología abortista, estamos mi amiga y
yo. Nadie más. El hijo de mi amiga es querido y generará una enorme alegría en su
familia cuando nazca. Pero ya ha hecho a sus padres “súper felices” con el mero hecho
de existir, porque no ha hecho más que eso: vivir. A los demás del grupo también nos ha
traído alegría. Y nosotros le hemos recibido con expresiones como “sale muy bien en la
foto”, “cómo se llama”, “¿está sano?”. Ante esta realidad uno no puede menos que
preguntarse: ¿Existe el hijo de mi amiga? ¿Ya está en nuestro mundo o sigue siendo
algo irreal que vendrá después? Me parece casi imposible que de esta criatura se piense
que todavía no existe. Que no sea alguien ya ahí dentro.
12 semanas y 1 día. Con este tiempo cualquier mujer podría interrumpir su embarazo, es
decir, eliminar la vida que lleva dentro: los corazones, cerebros y huesos esos. La ley le
ampara porque es su derecho. Si mi amiga lee estas líneas le darán arcadas. ¿Quién va a
hacer eso? ¿Con alguien como su bebé? No a él, claro. Él es querido, esperado y será
bien recibido. Pero a uno igual. A uno exactamente igual que él. ¡Una salvajada! ¿Por
qué? ¿Por qué te quita la ilusión? No. Una salvajada porque estás eliminando una vida
que ya existe. Estás matando a un ser humano, aunque sea con el consentimiento de sus
padres.
Es ya una obviedad, pero no hay que cansarse de decirlo: hoy en día la realidad la
construyen nuestros sentimientos. Siempre el ser humano se ha amoldado a la realidad,
ha aprendido y se ha dejado corregir por ella. Creíamos que nuestro planeta era plano,
pero Eratóstenes se dejó enseñar por lo real y midió el radio de la Tierra. Pensábamos
que el Sol giraba alrededor del mundo, pero Copérnico cedió ante los datos y la
observación. Sin embargo, hoy somos más testarudos y no cedemos ante nada. No ante
nada en lo que veamos que estamos equivocados. Es más sibilino el engaño. No
cedemos ante nada que nos haga sentir mal o que no impide hacer en conciencia aquello
que deseamos. El hombre verdadera medida de todas las cosas. ¡No el hombre! Sus
débiles sentimientos. Sus volubles y ciegos sentimientos.

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