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Prélego La literatura se engrandece cuando es capaz de rebasar los espacios a veces limitantes de lo temporal para penetrar de lleno en el Animo de épocas posteriores porque al sobre- vivir, a veces, con una vitalidad deslumbrante, nos ofrece uno de los ejemplos mas hermosos que todo arte debe, y segtin algunos afirman, tiene la obligacién de ofrecer, que es el valor de la universalidad, lo que posibilita que la percep- cién, propia de una época reflejada en el estilo de un autor sea en una novela, cuento, ensayo, poesia, no sdlo perviva sino que gane espacios amplios por cuanto su totalidad per se se nos presenta como un manantial a veces inagotable de tesoros estilisticos y de contenidos que confirman que el arte Jade la itera ive siendo en efecto, una de las mejores joyas engarzadas en la vida econémica, social y cultural de un pueblo determinado, tal y como lo apreciamos en la obra de Dante Alighieri, William Shakespeare, Lope de Vega, Cervantes de Saavedra, Molliere, Goethe, Victor Hugo, Bal- zac y por supuesto aqui en México, lo apreciamos en nues- tros gigantes decimonénicos como Fernandez de Lizardi, Luis G. Inclan, Vicente Rivapalacio o Manuel Payno, quienes supieron dotar al ejercicio literario de un esplendor y mag- nificencia que lejos de opacarse o agotarse pareciera rebro- tar con una fuerza inusitada debido a las obras de valoracién critica y estilistica que ofrecen nuevos motivos para seguir amando a estas plumas cuya habilidad y oficio estan mas que demostrados. En el caso de la literatura mexicana escrita en el siglo XIX, parece darse en cierta medida el famoso fenémeno del revivificamiento 0 recuperaci6n de los valores estéticos y de fondo que esta amplia gama de escritores mexicanos ofrecié y propuso para su época, a veces con un espiritu que como ya se mencioné ha rebasado con sobrada capacidad sus limitaciones tempo-histéricas y han dejado de ser meras curiosidades intelectuales para irse convirtiendo paulatinamente en territorios mas abiertos, mds explorados por cuanto encontramos en ellos los atisbos, las huellas de una expresi6n literaria que es nuestra a fuerza, a pesar de haber sido ninguneada, al menos durante los tiltimos setenta aiios de nuestra reciente historia literaria. éQué tan lejos estaran las novelas de Federico Gamboa, Mariano Azuela, Martin Luis Guzman, Agustin Yanez e inclu- so el Pedro Péramo de Rulfo, de la estilistica y los contenidos de Fernandez de Lizardi, Luis G. Inclan, Manuel Payno, Vicente Rivapalacio, Juan A. Mateos, Diaz Covarrubias, Flo- rencio del Castillo o Ignacio M. Altamirano? Tal vez no exista mucha distancia aunque pudiese pasar por temerario este juicio a priori de parte nuestra, porque toda esta pléyade de , escritores tienen algo en el fondo que los une ademas de la literatura: su amor por México, expresado con una riqueza expresiva y multicolor tales, que sus obras significan o representan uno de los més acabados y consumados tributos a este pais tan nuestro, tan contradictorio y a veces tan doloroso. La novela mexicana a partir de la segunda mitad del siglo XIX segiin la pluma de Carlos Gonzalez Peria: “alcanza T Historia de la Literatura Mexicana, Editorial Porrtia, México, 1998. Colec- cién “Sepan Cuantos” no. 44 stol del Diak 7 la novela, en esplendor y auge que nunca antes conociera... inspirase en la observacién y estudio del ambiente nacional bien que no dejan de influir constantemente en ellas las corrientes literarias extranjeras. Llega a asumir por primera vez una forma artistica y ofrece... los mas variados aspectos: el hist6rico, el costumbrista, el psicolégico, el de tesis politica © social”. Efectivamente, la novela surgida especialmente después de finalizar la Intervencién Francesa en 1867 reflejé con gran hondura la diversidad y la riqueza social, cultural e histérica de un México en cambio, en transicion, ella es fundamentalmente una toma del pulso de la época cuyos poderosos latidos producto del espiritu y de la vivencia social y popular constituian veneros inagotables, los cuales, enri- quecidos ademas por una sensibilidad abierta, por fuerza debian rendir éptimos frutos cuyo sabor, atin a ciento setenta afios de distancia, seguimos degustando con el refinamiento que solo el tiempo es capaz de otorgar a las obras de arte. Ya en 1869, Ignacio Altamirano hizo el esfuerzo —magnifico por cierto- de reunir en su revista “El Renacimiento” a los talentos mas relevantes como Ramirez, Prieto, Montes de Oca, Roa Barcena, Payno, Justo Sierra, Manuel Acufia, en un esfuerzo tal vez tnico en nuestra historia literaria para devolver la magia de la creacién a un pais Convulsionado que debja restaurar las terribles heridas que la guerra habia dejado en el animo de la nacién y que necesariamente sirvid para reencontrar los cauces perdidos y las raices extraviadas de una tradicién que se habia interrumpido abruptamente hacia el afio de 1856 debido a los sucesos que desembocaron en la Guerra de Tres Afios y después con la Intervencién Francesa. Es en este rico contexto histérico que la obra literaria de Manuel Payno se consolidé como una fuente de riqueza literaria que ademas sirvid de marco esplendoroso para e| resurgimiento de la rica tradicién de la literatura mexicana, Don Manuel Payno nacié en la ciudad de México el 21 de junio de 1810, donde curs6 sus primeros estudios. Primo de Anastasio Bustamante, era de familia acomodada. Entré desde muy joven como trabajador meritorio en la Aduana de México, ascendiendo gracias a su talento hasta llegar a establecer la Aduana de Matamoros hacia 1840. Fue secre- tario del General Mariano Arista. Alcanz6 el grado de Tenien- te Coronel, el cual conservé al pasar como Jefe de Seccién al Ministerio de Guerra. Fue también Administrador de la Renta del Estanco de Tabaco. Hacia 1844 fue enviado por el gobierno de Santa Ana a los Estados Unidos para estudiar su sistema penitenciario, ahi presencid el envio de las tropas norteamericanas a México en 1847, lo que le hizo volver rapidamente para informar de ello al entonces Presidente, el General Mariano Paredes y Arrillaga. Se unio a las fuerzas guerrilleras en Puebla para luchar contra el ejército invasor y establecié un sistema de comunicaciones secretas entre Veracruz y la ciudad de México. En 1854 tomé parte en la Revolucién de Ayutla. En 1858, por diferencias con Ignacio Comonfort participé en el golpe de estado que lo derrocéd. Durante la Guerra de Reforma se dedicé a labores literarias fue acusado de Conspiracién y puesto en prisisn en San Juan de Uléa durante la Intervencion Francesa. Una vez restaurada la Republica fue sucesivamente diputado y sena- dor y hacia 1886 fue nombrado Cénsul de México en Espafia donde escribié Los Bandidos de Rio Frio. Manuel Payno murié en México a los 84 afios de edad el 4 de noviembre de 1894. En esta ocasién presentamos a nuestros lectores su primer gran novela El Fistol del Diablo, publicada por primera vez en la ciudad de México hacia el afio de 1845 en su primera version, la cual aparecié en forma de folletin en la Revista Cientifica y Literaria; posteriormente vio la luz una segunda 9 version en 1859, corregida, una tercera en 1871 también corregida y aumentada y finalmente, una tltima versién revisada por su autor publicada en Barcelona en 1887 en dos voltimenes y con seis laminas. Fiel a su vision estética, Manuel Payno contrapone en esta novela, de manera directa y hasta dramiética, los dos polos del espectro social: los ricos y los pobres, aderezada ademas con numerosos personajes que entran y salen de esta gran galeria costumbrista, cuyas incidencias le ofrecian a sus lectores sorpresas agradables, propias del género en el que fue publicada por primera vez. La temdtica permite a su autor jugar con gran habilidad en medio de este entramado las multiples circunstancias que se viven y se generan; ricos y pobres se acercan, se alejan, se intercomunican pero siempre conservan sus moldes y esque- mas, guardan esas distancias sociales, prudentes para la época, tal vez innecesarias para la nuestra, donde la imagi- ninativa de Payno se desenvuelve gracias a su memoria fotografica, la cual, con la habilidad de un cirujano con la cual va tejiendo frase a frase el rico contexto de esta novela que de entrada sorprende por cuanto su personaje principal Rugiero, parece ser la encarnacién de un ente que navega en medio de la sensibilidad de la época y a la manera de un gondolero veneciano, se pasea por entre el caracter, el temperamento, los deseos, los apetitos, las insatisfacciones de una sociedad que en el trasfondo expresa de manera, tal vez contundente, los arquetipos de la nuestra en la manera en que atin, a pesar de nuestros esfuerzos globalizantes en lo econémico, en lo social todavia mostramos esa filiacién, a veces filistea, de ser siempre dos Méxicos, el de los pocos que tienen mucho y el de los muchos que tienen tan poco. E]/ Fistol del Diablo puede considerarse incluso una novela de las llamadas de anticipacién porque su trama abreva en las turbias y dificiles aguas de los fenémenos sobrenaturales que > BS AVIII dieron lugar al género gético, al plantear la de una fuerza maligna encarnada en el personaje como representacién del infortunio del mal al 0 de una ambicién pobre y limitada, la que a su vez 2) trasfondo de las grandes ambiciones sociales, politicas y econdémicas de un México aparentemente desaparecido pero que sobrevive como un arquetipo siniestro que de Rafael David Juarez Ojiate. — Primera parte — Capitulo primero Visita misteriosa A rexorenta 22 aiios; era amable y conservaba la frescura de la juventud y el aspecto candoroso que distingue a las personas cuyo coraz6n no ha sufrido las tormentas y marti- tios de las pasiones. Habia sido enviado por sus padres a educarse en un colegio de Inglaterra. Conocia el amor por instinto, lo deseaba como una nece- sidad que le reclamaba su coraz6n pero nunca lo habia experimentado en toda su fuerza. Concluidos sus estudios, regresé a México al lado de su familia, que posefa bastantes comodidades para ocupar una buena posicién en la sociedad. Al principio, Arturo extrafié las costumbres inglesas y hasta el idioma; mas poco a poco fue habitudndose de nuevo al modo de vivir de su pais, y noté ademés que los ojuelos negros de las 1 mexicanas, su pulido pie y su incomparable gracia, merecian una poca de atencién. __-EI cardcter de Arturo se hizo mas melancélico, y siempre que volvia de una concurrencia ptiblica, refia a los criados, le disgustaba la comida, maldecia al pais y a su poca : Civili- zacién, y concluia por encerrarse en su u cuarto. Una de tantas noches en que.acontecié esto y en que se disponia a marcharse al teatro, se quedé un momento delan- te de su espejo, pensando que si su figura no era un Adonis, podria al menos hacer alguna impresi6n en el dnimo de las jovenes. —Estoy decidido a empezar mis campaiias de amor. He pasado una vida demasiado fastidiosa en el colegio. E: cielo azul, estas flores, este clima de México me han reani- mado el corazon, y me dan fuerzas y valor para arrojarme a una vida de emociones y de placeres. ie Si tuviera cierto secreto para hacerme amar de las mucha- chas, era capaz de hacer un pacto con el mismo diablo. Un ligero ruido hizo volver la cabeza a Arturo, y se encon- tré frente a frente con un hombre alto y bien distribuido en todos sus miembros. Sus ojos grandes yi sgados. En su fisonomia habfa alguna cosa ¢ je, a la vez que agradable, pues parecia pai icipar de la belleza de un angel vy de la malicia a de un demonio. Vestia un traje r negro; y un grueso fistol, prendido en su camisa blanquisima y de rica holanda, despedia rayos de luz de todos los colores del iris. | o —Quiero recordar vuestra fisonomfa —repuso Arturo, acercando una silla—. Pero sentaos y hacedme la gracia de darme algunas ideas... —Recuerdo, en efecto —contest6 Arturo—, que habia un individuo ) muy parecido a vos, que reia a carcajadas cuan- do estaba a pique de reventarse el barco de vapor, y cuando todos los pasajeros tenfan buena dosis de susto... —£éY recordais que ese individuo os prometié salvaros en caso de un naufragio? + —Perfectamente, pero... sois vos sin duda, pues os reco- nozco, mas por el hermoso fistol que por vuestra fisonomia. Estais un poco acabado. El tipo es el mismo, mas noto cierta palidez.... —Bien, Arturo, puesto que hacéis memoria de mi, poco importa que sea por el diamante o por la fisonomia. Soy el hombre que encontrasteis en el paso de Calais, y creo no os sera desagradable verme en vuestra casa —Decidme, Arturo, éno es verdad que pensabais actual- mente en el amor? —En efecto —repuso Arturo algo desconcertado—, pen- saba en el amor;pero ya veis que es el pensamiento que domina a los Veintidés atios. —En efecto —contest6 Arturo un poco més_alarmado— pero también esto es muy natural... cuando el coraz6n esté vacfo e indiferente a todo lo que pasa en la vida. —Decidme, Arturo éno es cierto que tenéis en el corazén una ambicién desmedida de amor? —Decidme, Arturo, éno es cierto que antes de que yo entrara os mirabais al espejo, y pensabais en que vuestra fisonomia juvenil y fresca podria hacer impresién en el corazén de las mujeres? —éDecidme quién sois? —éQuién soy?... Nadie. El"hombre’ del "paso: de: Calais. Pasadla bien —continud, levantandose de la poltrona y dirigiéndose a la puerta—. Nos veremos maijiana. —No, aguardad; aguardad —grité“Arturo—, quiero saber quién sois, y si debo consideraros amigo o enemigo... a ol cerrando Arturostomé la luz y salié a buscarlo, pero en vano. Subi6 a su cuarto, se desnudé y se metié en la cama. En toda la noche no se pudo borrar de su imaginacién el extrafio personaje que habia adivinado sus més intimos secretos. Los tre ojoade dpalo del hombre de Calais y su fistol de diamantes, brillavon toda la noche en la imaginacién de Arturo Al dia siguiente, xe hallaba embebecido en lo mas impor- tante de su lectura, cuando sintié que le tocaban suavemente las rodillas; yolvid la cabeza y se encontré con el hombre de los ojos de dpalor tee Me aleqro mucho de veros, caballero —dijo Arturo incorporandose en el lecho. Ya veis que cumplo exactamente mi palabra. Lo veo; pero éc6mo habéis entrado? La puerta esta cerrada y el picaporte no ha hecho ningtn ruido. —Yo entro por las ventanas, por los techos, por las hen- diduras, Por donde quiera que puede pasar el aire, por ahi paso yo. dispensado, joven —dijo el desconocido, sentan- dose en la orilla del lecho—. Decidme la noche brillar en la oscuridad de vuestro cuarto mis ojos y el fistol que llevo en el pecho? —Caballero, me volvéis loco. Habgis tenido tal atingencia en adivinar mis pensamientos, que si no me decis quién sois os veré con desconfianza. —Joven, agradeced mi prudencia. Anoche podia yo ha- beros revelado mi nombre, mi procedencia, mis viajes, mis aventuras, mia desianias: pero consideré que la falta de la luz del dia y la soledad en que estabamos podia haber influido de unaumaneresdadalsenauugalrovespiciiy., a —éDe dénde sois?y no habéis visto toda ero hace muchos —iPobréamigo mio!” —tHace muchos afios que Viajais? 9s que estoy desterrado. a —Mi oficio es vagar por el mundo, y he recorrido desde los montes Urales hasta los Andes; desde el centro del Africa hasta el interior de los bosque de Norte América. —iVaya! —interrumpié Arturo sonriendo—, sois entonces el Judio Errante. —, —iOjala! —contesté el hombre del paso de Calais—. Pero os haré una advertencia. Eldudio.Errante vaga continua- mente, sin poderse detener jamés; en cuanto a mi, mas desgraciado que él bajo otros puntos de vista, tengo una poca de més libertad, pues me detengo donde me parece y me trasladodewunspunto. a otro, segtin lo exigen mis Ocupa- ciones. —Os diré mi oficio: donde hay guerra civil, alli me dirijo a envenenar las pasiones, a aumentar los odios y los rencores politicos. Cuando hay batallas, me paseo en medio de los aspir ‘ando la venganza y la rabia en Sise trata de diplomacia, me mezclo en las cuestiones de los gabinetes, y no inspiro mds que ideas de-maldad, de engaiio y de falsia. En cuanto al amor, hago de las mias, y mi mayor plac mezclarme en intrigas amorosas. Donde v 9S, que se . y cambio su quieren com idolatria en profundo odio. Las viejas son el instrumento de que me sirvo; ellas siembran chismes_ y se meten en ‘endere- zat entuertos, lo cual es bastante para que todo pase confor- me a mis ideas. Ya veis, Arturo; asi_me divierto a pesar de mis infortunios, asi olvido la memoria de una patria donde vivia dichoso como un angel, y ‘de donde salf para no no volver a entrar més en ella. A medida que Arturo escuchaba al desconocido, su sem- blante se ponia palido y desencajado, sus brazos cafan como oo descoyuntados sobre su pecho, y sus miradas, fijas y como petrificadas, no podian apartarse un momento de los ojos de palo y del fistol de brillantes del extranjero. —Me da miedo tanta_maldad; y si considerara que son ciertas vuestras palabras, tendria que deciros que os marcha- seis en el acto demi casa. Decidme quién sois, os lo Tuego. ¢Sois un_personaje del otro mundo? Tanto mejor; asi haréis que Deen lances hrarortenga un éxito sobrenatural. El que causa todos los males del mundo; el que inspira la discordia donde quiera: que hay 5 paz;_el que lleva a los hombres por un camino’ de florés donde hay ocultos escor- piones y punzantes abrojos, équién puede ser? —En efecto, un sérasi—contesté Arturo— 0 es un hombre muy perverso o el mismo diablo. SSS Arturo, al'decir esto, noté que los ojos de épalo y el fistol relucian de una manera’siniest¥as=y —Pero.acabemos:dewunaveznécudbes,vuestro nombre? —Mi mortal 5 a se ha establecido entre nosotros, vale mas no hablar sobre el particulars —Llamadme... llamadme como gustéis: por ejemplo. Es el marido de Laura en un drama de Martinez de la Rosa. Manana hay un famoso baile y os presentaré a mas de una hermosa. Conque mafiana a las nueve de la noche vendré a buscaros. —A las nueve os aguardo. Capitulo Il Gran baile en el Teatro de Vergara KR. Sugiero fue exacto ala cita y Arturo, porsu parte, estaba ala Fara convenida con su elegantfsimo vestido, lleno de on los guantes puestos. Ambos amigos se diri- gieron al baile. —iOh!, en cuanto al orgullo —respondié Rugiero irdnica- mente—, ust exicanos tienen el bastante para no pensar scthlrttecugaisncn ae penitenciaria_} eatro rc imosneros y de gentes TO NO os incomodéis, ue el tcalroePCh lar tomamgniicoyndions de llamar la atencion; y por otra parte, mas negocios hago yo en una noche en esta clase de edificios que en todos los hospitales del mundo. —Venidy Arturo} éxaminemos lovque nos rodea. irad, mirad —ccrtinud, sefialando aS Estas jévenes iban dejando una at- mésfera impregnada con,el;perfume:del'amor y del deleite. Arturo volvié la vista hacia donde le indicaba su compa- Reto, y casi se roz6 con los vestidos de un grupo de jévenes. i ; la misma fascinacién n Susrostros, la misma seduccién en sus miradas, la misma aD gentileza en cuerp trajes de seda y de te: —iOh! —exclamé Axturo—. sc son angeles. angeles. —Ent del brazo. Rugiero y Arturo:penetraron al salon. La orquesta preluciaba una contradanza. Una linea de jévenes hermosas,vestidas con un arte encantador, sonrejan a sus companeres_de baile, que con sus contorsiones, cara- vanas, movimientos y miradas, se esforzaban en competir en coqueteria con sus bellisimas parejas. ijo Arturo, asiéndolo —Rugiero, n venas, mi frente arde. Amo aie —— , para mandar en todos esos corazones que laten altivos y orgullosos devajo de los enca- jes y el terciopelo. a aeniniasicmsmmiatasisomiadalass en el de Arturoy —Venjoventdirtuiamoria las hermosas, declarate y con- squliinlchossneNnecrer a que tanto llamé su atencion, cuando pasé por el vestibulo cerca de él. _—Sefiori ener la le bailar una contra- danza con us . . —— —Sirvase usted poner su nombre en mi librito de memo- tia. —Vaya —dijo Arturo—, la primera a quien me he dirigido, es mia, ya. Sigamos. ys Arturo dio un paseo por la sala, examina: cuidadosa- mente a todas las sefioritas, hasta que llamé su atencién una joven. Vestia un traje de terciopelo carmesi oscuro, que hacia Sn resaltar los contornos y su cuello. Su rostro e1 palido y, podia decirse, enfermizo; andes y melancélicos eran sus perso ojos, y su cabello de ébano engastaba su doli nia, Podia_decirse_que_aquella mujer mas pertenecia a | mundo; mas a la tumba que al festin y fa; mas a los seres aéreos y fabulosos que describen los poetas que a los entes-materiales que analizan los sabios. Arturo se « qued6 un momento inmévil y casi_sin-respira- —cién. La hernapapiestiaalegprimeratiovent lo habia enajenado; pero la fis signada de la segunda lo habia interesad a = ee Serotec! timida y respetuosa—, éme daria usted el placer de bailar alguna cosa conmigo?~ —_ Cat TE EMEP yee he negado a bailar toda la noche, excepto la primera cuadrilla con un individuo de mi familia; pero bailaré la segunda con usted. —iGracias, sefiorita! iGracias por tanta deferencia! —con- testo Arfuro cente i ———. —Parece que hacéis muchos progresos. Dos jdvenes, las ode 7 mas Unglasesusebavesneesle sala, se han coniprometido a bailar con vos. Cuidado con el corazén. Artutonuololéeserpreneige-latvistazpara indagar_de qué modo su amigo habia sabido tal cosa; mas oyendo preludiar la quinta contradanza, de un salto se puso en medio de la sala y comenzé a buscar a su compaiiera. — —Encontré a usted por fin, sefiorita —dijo Arturo miran dola | iéndole | 10. _- —¢Ha traido usted su esposa al baile? eee ee —No soy casado, efor —En verdad, soy una tonta —contesté la joven— en hacer tal pregunta. ae aa —iAtencién! iAtencién! iA una! —grité_un viejo elegante, —sParece, capitan —le dijo Arturo—, que mi presencia le in¢éomod. sted, y como a mi me sucede otro tanto, seria r=bueno que uno | los dos despejara... (aaa —En ese caso, haré que ‘que despeje usted, no sédlo de galeria, sino el edificio, pues toda la noche me ha estado usted incomodanda y no deseo sufrir mas. ~ —Desearia ver —le replicé Arturo_sonriendo a su vez irénicamente— cémo despeja . usted la galeria y el edificio. ~—_—De esta manera = iSilencio! —Ie dijo seflandole el cafién de una pistola—, si se atreve usted a tocarme, le vuelo la tapa de los sesos. — El capitin se detuvo. Fleaphdap —He venido prevenido éno es verdad? Ya sabia yo que hay en México mucho canalla_que deshonra las divisas militares que:porta... — ©Olera la flor que Aurorasle-habia.dado, y que tenia prendida en su casaca—. Si esta mujer, —continud echando a andar maquinalmente por la calle— me amara, seria el hombre mas feliz dea tiara; pero es ligera, frivola... y hermosa como un ‘ngel, por midesgracia. Arturo samente las hojillas de la rosa que hacia un instante habia omo arrepentido, comenz6 a componer cuidado. maltratado. —Y al fin de una maldecida diversion de éstas, équé otra cosa queda sino hiel en el coraz6n y cansancio en el cuerpo? éQué hace un joven apasionado de una mujer que rie y que baila y que se vuelve una loca, sin hacer caso de otra cosa? Pero éy la flor y sus sonrisas... y el desafio? ~~ Iba distraido Arturo con los pensamientos tumultuosos y encontrados que agitaban su mente, que no advirtié que se habia desviado del rumbo de su casa; y tal vez hubiera vagado por toda la ciudad si, al voltear una esquina, no lo hubiera sacado de su enajenamiento una voz timida y tem- blorosa qu ~s Veremos.” — Mientras hacia estas y otras reflexiones, Arturo llegé asu “casa. —iPobre muchacha! —dijo al tenderse en la cama y zam- —~bullirse-enla-topa—, ella duerme en el Suelo htimedo y en el invierno temblara de frio. Auroya es viva y linda como un

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