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China no es una democracia, pero hay política a su interior, es decir, lucha por el poder
Ricardo Israel
Por
Ricardo Israel
28 de Octubre de 2022
Abogado, excandidato presidencial en Chile (2013)
Hu, con el rostro demudado, fue escoltado fuera de la sala de plenos del Gran Palacio del
Pueblo segundos después de que la prensa accediera al hemiciclo, presenció EFE. crédito:
CNA
Lo que tuvo lugar en Beijing es la comunicación pública, urbe et orbi, que la República
Popular China inicia una nueva etapa, donde se propone no ser un país más, sino la
superpotencia número 1 del mundo, y ha decidido trabajar para ello, sin complejos y sin
pausa.
Creo que este objetivo hasta tiene fecha: el 1 de octubre de 2049, día en que se cumple el
centenario de la República Popular China, la versión moderna del milenario imperio chino,
después de que los comunistas derrotaran a los nacionalistas en la guerra civil que culminó
en 1949.
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China no es una democracia, pero hay política a su interior: es decir, lucha por el poder,
selección entre alternativas, conflicto, imposición de autoridad. En este siglo, los Congresos
habían seguido un libreto parecido cada quinquenio, con un discurso de inauguración que
anticipaba el rumbo que tomaría China en los próximos años, discusiones internas
posteriores sin publicidad y una clausura que entregaba los nombres de quienes
compartirían la Comisión Permanente y las decisiones estratégicas con el presidente.
También el resultado de la competencia interna de las fracciones y, según los nombres
anunciados, quienes avanzaban y quienes retrocedían.
Pero este 2022 todo iría a cambiar, ya que en la retina de muchos va a quedar la forma en
que Xi Jinping anunció su nuevo estatus de poder, a través de un acto violento, al purgar a
Hu Jintao y expulsarlo del recinto.
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del Partido Comunista chino
Era no solo un cambio en la forma que se ejerce el poder sino también, probablemente,
marca una nueva etapa, un antes y un después. Hu no solo lo había precedido, ya que fue
por una década secretario general del Partido y presidente de China, sino también había
representado para Deng Xiaoping una transición hacia dirigentes entonces de menor edad
en la conducción del país.
No era uno del montón, sino alguien que fue seleccionado para que se les marcara a todos
la nueva etapa, una donde Xi Jinping declaró que dos reglas establecidas por Deng
pasaban a ser obsoletas, ambas vinculadas a la institucionalización del poder, necesaria
según Deng para que no se repitiera algo tan destructivo como la Revolución Cultural del
siglo pasado.
Xi Jinping inició un inédito tercer periodo en la cima de poder y es el único que supera el
límite de edad. Con sus 68 años puede quizás pensar en otros 15 años en el poder, ya que
Mao Zedong gobernó hasta su muerte a los 83 años, y sin un cargo formal, el propio Deng
estuvo en la cúspide hasta su retiro voluntario a los 85.
El triunfo político de Xi fue total, ya que en la Comisión Permanente los cuatro nuevos
miembros fueron puestos por él, lo que le asegura no tener oposición. Además, nadie del
grupo conocido como “meritocracia tecnocrática”, aquellos que ocupaban cargos más por
sus logros que por lealtad ideológica, pudo retener presencia. Tampoco, nadie que dudara
que la confrontación fuera buena para China pudo salvarse, por lo que sin duda habrá un
mayor verticalismo en los cuadros partidarios, amén de mucha verdad oficial. La humillación
de su antecesor fue una forma de comunicar el significado de esta nueva etapa, en la que
sólo Xi resplandece en la jerarquía.
Mao habría representado la primera fase, y a pesar de sus muchos abusos, es venerado
como el fundador de la China moderna, una especie de padre de la patria. La segunda fue
la de Deng y la portentosa transformación experimentada por China después de la muerte
de Mao y la implementación del acuerdo con Nixon-Kissinger, que mucho contribuyó a su
actual poder económico, además de que ya culminaron sus cuatro modernizaciones (las de
agricultura, industria, ciencia- tecnología y defensa-militar).
Ahora China le está comunicando al mundo que en esta nueva etapa busca ser la principal
superpotencia del siglo XXI, desplazando a Estados Unidos de ese sitial, tal como lo hiciera
Estados Unidos con Gran Bretaña en el siglo XX.
También es quizás la jubilación política definitiva y no solo por edad, de quienes fueron
objeto de escarnio y persecución al interior del propio PCCh por las fuerzas lanzadas contra
ellos en la Revolución Cultural, y sin la cual, incluyendo sufrimientos, no se puede entender
la historia reciente de China como tampoco la personal de Xi u otros jerarcas de cierta edad.
Por último, clave para entender lo que ha ocurrido es comprender que el futuro está también
en un pasado más bien remoto, y que una fuente importante es no solo la revalorización de
la tradición confuciana, sino también el orgullo que representan grandes emperadores, toda
vez que así se recoge el hecho de que China fue más rica y poderosa que occidente
durante buena parte de la historia, aunque fuera dominada en siglos recientes.
Esa historia es reivindicada para esta nueva etapa, ejemplificado por el hecho de que parte
del “pensamiento” de Xi que lo hizo merecedor del honor de ser incorporado a la
constitución, era su valoración del partido como los nuevos mandarines, es decir, la clase
burocrática que había hecho funcionar al imperio, sobre la base de su lealtad y
conocimientos.
Por cierto, una versión muy arreglada y maquillada, casi de película, pero una versión del
pasado para acomodar el futuro que se espera. No es original, pero es la narrativa que
emana desde el poder.
En cierto modo, algo que tiene semejanza con la Rusia de Putin, donde el futuro se
entiende mejor como una repetición del pasado remoto, y no la del comunismo reciente. En
el caso de Rusia en el zarismo y los zares, y en la China que anuncia al mundo Xi, la del
imperio, donde aspira a ser visto y reconocido como un nuevo emperador.
A mi juicio, sin duda alguna, bajo el prisma del nacionalismo, por lo que el marxismo o el
capitalismo no son lo más relevante de esta nueva narrativa. Al mismo tiempo, debe verse
dentro de un mundo bipolar, aunque en caso alguno es una nueva guerra fría, ya que el
poder económico de China la pone en categoría distinta.
La llamada “Trampa de Tucídides”, expresión usada por Graham Allison (2015), ayuda a
entender lo que se avecina. Describe lo que pasa cuándo se confrontan el poder en
ascenso y el poder dominante, tal como ocurrió con Atenas y Esparta en la antigüedad.
Para entender ahora a Estados Unidos y China, el recorrido de Allison por 16 casos en
cinco siglos, muestra el predominio del conflicto, y en los pocos casos donde se hizo en
paz, hubo necesidad de muchos y dolorosos ajustes.
¿Existirá en Estados Unidos la voluntad para uno u otro escenario? No lo sabemos. Por
ahora, China parece tener voluntad y claridad, y Xi Jinping parece querer rescatar una idea
de Mao, quien decía de país y partido, que, a los cuatro puntos cardinales (norte, sur, este y
oeste) China le pedía al Partido Comunista que se transformara en un quinto punto cardinal
para unirlos, su centro.