El capitalismo es, irremediablemente un monstruo hambriento de dinero. Tal
padecimiento define su surgimiento, y constante desarrollo desmesurado. La esencia de la crisis de nuestro tiempo se refiere a la relación del individuo con la sociedad capitalista. Su dependencia de sociedad se muestra hoy altamente potenciada. Los medios de producción, es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional, puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares. No interesa al capitalista hacia donde se dirijan sus esfuerzos monetarios, si al final de la jornada su inversión genera ganancias. Sobre estos fundamentos, el nuevo sistema social sepultó el romántico y necesario apego del ciudadano por la labor social que le corresponde, como máxima expresión de su vocación profesional. La humanidad, en general, precisa hoy en día hacer oídos sordos a sus aspiraciones intelectuales y acoger la opción que salarialmente amplie sus posibilidades de supervivencia social. El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. El progreso tecnológico, como amplia capacidad del sistema capitalista, produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a la supresión de la conciencia social e intelectual de los individuos.
Un profesional intelectual emplea sabiamente su ingenio en función de
coolaborar mínimamente a su especialidad de formación. Enfoca sus potencialidades en la realización especializada de una actividad. Pretende crear herramientas materiales o intelectuales sobre la base de conocimientos previamente adquiridos. El capitalismo es, de los profesionales intelectuales, un enemigo de considerable fuerza. Está el presente siglo, destinado al reconocimiento de las grandes empresas capitalistas, y al minoritario crédito a los hombres como padres del pensamiento racional. El capitalismo monopoliza el área de producción del conocimiento, y como si de una fábrica de mecánica producción se tratase, esclaviza al ciudadano y minimiza su tarea.