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La búsqueda hacia todas partes

Nota del editor.

Antes que nada, pido perdón por el retraso. “La búsqueda hacia todas partes” debía ser publicado a
mediados del año pasado pero debido a motivos económicos y personales del autor (lease
testarudez, irresponsabilidad y gataflorismo) se retrasó hasta este punto en el tiempo.
En su defensa, sin embargo, debo mencionar que los trágicos sucesos ocurridos en la Quebrada de
San Lorenzo a mediados del 2011 (sucesos ocurridos muy cerca de la choza donde vive Cecilio)
tuvieron mucho que ver en este retraso.
Mi contacto con Cecilio, que ya era escaso antes de ese incidente, paso a ser nulo y si no fuera por
la mediación de Sandrita Tolaba (Poetisa, quesillera y descendiente por línea materna de Atahualpa,
último Inca del Tahuantinsuyo) esta obra todavia no habría sido publicada.

Con respecto al paradero del autor mi ignorancia es absoluta. Sandrita no ha sabido (o querido)
decirme nada al respecto. Escuché rumores de que sigue escondiéndose en lo más profundo de las
yungas, otros que está en un barrio de la periferia de Salta. Incluso hay versiones que afirman que
escapó hacia el viejo continente. Mis conjeturas me dicen que no aparecerá por un buen tiempo.
Una de las razones que me hacen creer esto es que cuando comencé a analizar el material que me
habia mandado a través de la quesillera, grande fue mi sorpresa (Cecilio siempre me sorprende,
generalmente para mal aunque este no es el caso) al ver que no solo me había enviado los relatos de
“La búsqueda...” sino el material completo para un tercer libro de cuentos que tentativamente y si
no cambia de parecer (algo poco probable) se llamará “Infernales” y que debería ser publicado a
mediados del 2013.

Una última mención ( y perdonen el Spam) para la pagina web de Cecilio, que intento actualizar
(sin éxito) cada quince días y que puede ser encontrada en http://bosqueho.blogspot.com.

No los aburro más. Nos vemos en Infernales.

El Editor
Indice

Un polar de Arena..............................................................................................

Cae la Manzana..................................................................................................

Obelisco.............................................................................................................

El regreso de Martin Guerra...............................................................................

La suerte está echada..........................................................................................

Travesía de Lucena.............................................................................................

Relajación...........................................................................................................

Civilización........................................................................................................

In Útero.............................................................................................................

Mínimos.............................................................................................................

Cóndor Subterráneo.........................................................................................
Un polar de arena
I

Tornquist prefería los atardeceres a los amaneceres. Quizás porque sus esculturas (él pensaba, él
soñaba) se apreciaban mejor al atardecer. Quizás porque poseía ese tipo de sensibilidades (tan
común entre los artistas) que se identifican con la figura del anochecer, con esa imagen de la
oscuridad envolviéndonos como tarde o temprano lo hará la muerte y otros tipos de ensoñaciones
románticas. O quizás sólo porque puestos a elegir había elegido el ocaso al alba.
Esta elección no me extrañaba; En aquellas calas de Almería dónde nos conocimos ciertos
anocheceres no parecen sólo la entrada de la noche sino la llegada de un nuevo reino, el fulgor
lejano de una caballería que viene a arrastrarnos al mar. O a devorarnos.
Yo también prefiero los atardeceres. Tal vez eso nos había hecho amigos, compañeros en las horas
interminables de quienes no tienen adonde ir o qué hacer, de quienes vagan sin más: Vagabundos,
desperados o artistas, por lo menos en su caso...

Hacía mucho que Tornquist había cambiado el Báltico por el Mediterráneo. Nunca había soportado
muy bien el frío. Nunca había soportado las nubes, la nieve, el blanco, el gris.
Por eso escapó – me contaba - en busca del calor, de los colores, del “ritmo de la vida” como le
llamaba en su español chapucero. En su juventud había soñado con México, con la Polinesia, con
los cayos de la Florida, con la India, con Marakech.
Y en cada una de estas tierras había posado su pie, pero ninguna habia sido lo que esperaba.
Hasta que llegó al Mediterráneo.
El Mediterráneo era lo que, sin saberlo, había buscado.
Así que lo amó. Y vivió para él.
En sus playas perfeccionó su arte y llegó a convertirse en un verdadero creador. Su nombre fue
sinónimo de escultura. Y también, a su pesar, su nombre fue sinónimo de castillos de arena.
Porque a Tornquist no le gustaba que la gente pensara que hacía sus esculturas (ya fueran castillos,
esculturas, animales, personas, catedrales, etc…) sólo de arena. Repetidas veces lo escuché quejarse
de este “error tan común entre la gente común”.
Sus castillos no eran sólo de arena, eran de arena es verdad, pero también eran de agua. “El agua es
el elemento esencial de mis creaciones” decía una y otra vez “La gente tiene que comprender que
es el agua el alma de mis esculturas. No se ve el agua en un castillo de arena, como no se ve el
alma de una persona a simple vista, pero todos sabemos que está ahí…”
El agua funcionaba como sustento: Unía, hacía la arena moldeable para diseñar los importantísimos
detalles, era el elemento que hacía dinámico lo estático, plástico lo tosco, el agua era la vida
inculcada en la tierra.

Durante sus primeros años en este arte, Tornquist tuvo incontables momentos de gloria; Muchas de
sus creaciones fueron catalogadas de obras maestras.
Entre otras recuerdo una copia exacta de la catedral de Notre Dame de Paris a la cual nombró
jocosamente “Notre Dune” .
Otra genialidad fue “Sicario Vikingo”, una escultura de cerca de dos metros y medio de altura de un
coloso escandinavo con un tulipan en una mano y una grotesca cimitarra en la otra (en la que
muchos críticos erróneamente vieron la influencia del comic).
Y no puedo olvidarme de la sutil “Mirgen Vediterránea”, una muchacha totalmente desnuda
adoptando una pose extremadamente sugerente y la perfección en cada detalle de su anatomía
femenina que (aunque sea difícil de creer) despertó el deseo de más de uno (¡Y era una escultura!
Suena disparatado, sin embargo quién la haya visto podrá confirmar mis palabras)
Pero su verdadera obra maestra, la que trascendió por completo los límites de su arte y quizás los
límites del arte en general fue la “Dona que Plore”, una escultura que más que una obra de arte fue
una experiencia, casi un cachetazo que dejaba (nos dejaba) a quién la observaba en estado de shock,
absolutamente sobrecogido.
Siempre llevo conmigo un pequeño artículo publicado en un periódico valenciano, una pequeña
critica de algo a priori tan insignificante como una escultura de arena, dónde el cronista, con gran
acierto, se refiere a esta escultura como una obra que logra la maravilla de “invertir el síndrome de
Stendhal”
Cientos de personas se acercaban a verla cada día. Su fama se extendió por la provincia, por el país,
por Europa…
La hizo en Peñíscola, un pequeño pueblo turístico de la Comunidad Valenciana, una de sus playas
favoritas, junto a las de Mojácar y a las de la Barceloneta.
Ya lo dijimos, él se movía a lo largo del litoral español sobre el Mediterráneo. Entre Algeciras y
Barcelona estaba su lugar en el mundo.

Lo excepcional de la “Dona que Plore” es que lloraba:


Una escultura de una mujer que llora y cuyas lágrimas no deshacían la escultura como dicta el
sentido común (y la física) es algo interesante.
Una escultura que no sólo llora sino que llora sólo cuando el sol se pone, es algo que fascina.
Una escultura de arena que sufre por el paso del tiempo, que sabe que ella más que nadie tiene sus
días contados, que nada hay más efímero que una escultura de arena (y de agua, perdón, de agua
Tornquist) es algo que conmueve.
Como en pocas obras se confundían en aquella su propia esencia y el espíritu de su creador.
“Una verdadera obra de arte muestra su alma y la de su creador” decía Tornquist .
Muchas veces le pregunté cómo la hacía llorar. Le rogué, le imploré que me diera alguna pista de su
técnica. No la había según él. “Sólo tuve que descubrir el alma de la obra a los demás, las
lágrimas muestran que el agua es la esencia de la escultura, cuando lo entendí lo demás fue
sencillo. Descubrir el alma, ese fue mi secreto”

Nunca más hizo nada como aquello.


Después de aquel verano se marchó a Finlandia, me confesó que hacía más de quince años que no
volvía a su tierra, que no sabía qué había sido de su familia, que necesitaba volver, cerrar el círculo.
Recién volví a verlo dos años más tarde; Seguía siendo el mismo aunque su arte había cambiado.
Me contó que necesitaba probar nuevos caminos. Había estudiado diversas corrientes artísticas,
pictóricas y musicales. Intentó hacer obras expresionistas, surrealistas, abstractas. Experimentó con
obras móviles, esculturas que se acoplaban al ruido de las olas, esculturas que mutaban con el
viento, esculturas románticas y esculturas impresionistas, esculturas sin agua, esculturas con arena e
hielo...
Buscó rupturas.
La simplificación majestuosa: Un grano de arena colosal hecho de arena (y agua)
La simplificación excesiva: Un montón de arena sin forma, solo arena ( y agua , siempre agua)
La participación del espectador: Una torre lisa donde cada espectador interactuaba con la escultura,
escribiendo mensajes, agregando, quitando, sumando, sugiriendo, divagando...
También experimentó con el cubismo con resultados lamentables.

Me dijo que quería ir más allá de la mera copia de la realidad, que ya no era suficiente…
Es una búsqueda entendible para cualquier artista verdadero, la búsqueda de la creación pura, de lo
trascendental, una búsqueda valiosa y valiente, pero que lleva indefectiblemente al fracaso le
aseguré.
Entonces iba a intentar y fracasar contestó.
El había hecho una obra pura, única y trascendental le respondí.
¿Dónde estaba eso? Deshecho, disperso. Quizás el grano de arena que ahora pisamos fue un día
aquella dona que lloraba, ahora es la nada, apenas arena afirmó y ya no supe qué mas decir…

Siguió explorando caminos. Llegó a pensar que el contacto con la sociedad, con el consumismo,
con las personas comunes cerraban su visión, lo limitaban . Por ello se fue a vivir a un asentamiento
hippie de las playas de Almería. A los dos meses estaba de vuelta, aquella vida lo limitaba aún
más…
Cada tanto me mostraba nuevas obras con alguna nueva transgresión pero la verdad era que cada
vez se copiaba más a sí mismo y a cosas que ya existían… La gente hacía tiempo que ya no se
paraba delante de sus obras…
Nadie recordaba ya aquel canto al espíritu humano, al espíritu del tiempo…
Finalmente llegó el día en que supo que no podía dar más de él. Que en verdad había dado su
contribución al arte, pero que su talento creador había desaparecido como aquella escultura fabulosa
y como él también lo haría.
Habría cosas trascendentes aún por hacer, transgresiones excepcionales que descubrir, pero ya no
saldrían de su mano
Así que volvió a lo de antes. A la representación plástica de elementos de la realidad: una mujer, un
guerrero, un castillo, un león rampante, un oso polar…
Su técnica con la arena seguía siendo exquisita, quizás todavía más que antes, con el tiempo su
mano se había asentado, su cabeza despejado e incluso una mujer entró en su vida.
Yo creí que, como dicen de los artistas maduros, se aburguesaría y encontraría la paz.
Pero no, en su interior aún ardía esa llama que pocos tienen y que siempre termina quemando.
Y otra vez se metió en la carrera.
Emprendía empresas cada vez más arriesgadas. Comenzó con copias de obras de arte menores para
poco a poco ir doblando la apuesta hasta terminar en grandes proyectos:
El Taj Mahal, la ciudad incaica de Machu Pichu, La última cena de Leonardo, El nacimiento de
Adán de Miguel Ángel...
De todas estas salió bien parado y esto quizás fue lo que lo animó a acometer lo que sería su gran
fracaso.
La última vez que lo ví, se preparaba para comenzar su última obra. Me dijo que sabía que no
podría lograr superarse en crear lo transcendental pero que sí podría terminar una obra monumental
que otros durante años no habían podido.
“Soy un poco más realista que antes, pero todavía quiero hacer lo que otros no pudieron.
Llamémosle un premio consuelo” me dijo en Peñíscola mientras caminábamos por las playas de
abril.“Nunca deberíamos haber dejado el mar” fueron las últimas palabras que le recuerdo, ambos
mirábamos un horizonte donde el día comenzaba a morir y me sentí como aquella dama que lloraba
en cada ocaso; Algo, no sé bien qué, se perdía para siempre esa tarde, algo partía hacia allí dentro,
hacia el mar inmenso…

La playa de la Barceloneta, en Barcelona, fue el lugar elegido para su nueva gran obra.
Tornquist Flugenhaff volvía a conmover con una genialidad.
Nadie dudaba en que haría algo fabuloso. Nadie después de su copia del Nacimiento de Adán
¿Acaso habría algo que pudiera superar aquella escena?
La perfección. El Dios verdaderamente parecía flotar sobre la arena, el pecho de Adán se agitaba
excitado, todos los que la vimos sentíamos el dinamismo que irradiaba, era cuestión de un instante
que ambas manos se tocaran, de nuevo…

Pero esta vez la apuesta fue más alta. Él jamás adelantaba qué obra crearía. La gente iba día a día a
ver el avance de la obra pero sólo sobre el final podían saber de qué se trataba, esta vez lo dijo con
anticipación. Sería a todo o nada: Si triunfaba podría retirarse con gloria; Si fracasaba…

II

“¿Cómo reconocer el lugar exacto donde estaba?


¿Por qué esa necesidad de volver?
¿Esa necesidad de recuperar espacialmente el recuerdo…?
Aquí…por aquí era…más adelante estaba el chiringuito, el poste de luz de madera…si, aquí
adelante nació mi primer oso polar…veinte años fueron? No. Fueron más, veintitrés, veinticuatro…
mil nueve…ochenta y…mil nueve ochenta y qué importa, aquí fue, aquí nació Dimitri.
Por aquel entonces no había tantos escultores en las playas, éramos pocos, era menos la gente y
era otra gente también…
Recuerdo el día...No! El día no, recuerdo el momento... El momento de aquella... conciencia del
tiempo o como llamarlo no lo sé, fue una marca, un registro, un punto de demarcación, un “aquí
tomo conciencia del tiempo”…aquí me paro a ver dondestoy, dondestuve, dondestaré….y ahora
vengo a cerrar otro círculo, el definitivo… Fue ese momento, el momento después de que aquellos
chiquillos imbéciles intentaran derribar a Dimitri.
Dimitri…Le habían pateado el culo, le habían dado por culo literalmente, mi técnica todavía no
era profesional la arena tardaba más en endurecer, en fin…ahora no hubieran podido deshacer la
escultura…Y el calor, vaya calor de aquel agosto…Pleno verano y yo moldeando a Dimitri bajo el
sol , pero nada , no sentía el calor golpeando, sólo quería reconstruirlo, la ira me daba fuerzas y el
sudor caía a mares…Y en ese momento fue LA GOTA.
Cayó desde mi sien y después a través de (no sé por qué efecto físico) mi nariz, zigzagueando, me
picaba y yo con las manos ocupadas, sin tiempo ni voluntad de sacar las manos del pobre oso que
se derretía junto a mí (pobre, tan lejos del Ártico) y la gota abriéndose camino por mi nariz hasta
la punta y cayendo en Dimitri, haciéndolo parte de mí, haciéndome parte de él. El agua bautismal
a través de la cual le daba vida. Ahora bebe de mí, de mi esencia, porque yo soy tu esencia y tú la
mía. Y ese segundo donde lo comprendí…Y ya no pude más esa tarde trabajar, concentrarme en la
escultura con esa gota tan pequeña y tan insignificante pero que no se iba de mi cabeza. No tenía
en claro qué era (no lo tengo en claro aún) pero había algo importante ahí.
Esa gota era el universo.
Esa gota que seguía viaje después de mí en él, que seguiría viaje después de él. Que se convertiría
en vapor, que subiría a las nubes (jamás a las estrellas), que caería como lluvia ocupando algún
día todos los espacios posibles, algún día lejano, lejanísimo, aquel día a millones de años luz de
distancia, aquel día en que la luz de las estrellas que hoy mueren (pensé en ese entonces y la luz
aún hoy seguirá viajando) nos alcance (y posiblemente nos destruya)
El tiempo - pensé - de la gota es más que el mío, el tiempo de la gota es el del universo, ella que
entró en mí como naranja, que entró en la naranja como agua de la tierra y en la tierra filtrándose
desde el río y en el río desde el hielo de las montañas y en las montañas cayendo del cielo como
nieve , granizo, aguanieve, blanca-triste-pura-nieve y del cielo como nube y al cielo del mar y en el
mar millones de años y al mar como pez y al pez como río y al río como sudor de algún hombre
después de la gran batalla o como sangre derramada por alguna otra de tantas guerras donde se
esfuman las vidas alguna (que) otra vida (tantas vidas), la gota infinita, dios, eso pensé y todo el
día con la gota hace tanto y hoy de nuevo aquí a veinte años que son un suspiro y que han dolido
tanto, que dejaron tanto en mí, la gota dios, va a llover, doña Barcelona, otra dama que me supera,
en años, en belleza, en vida, otras gotas nos bañarán y se fundirán con lágrimas que ya no caerán
de mi porque estoy seco. Ya no hay vida para dar, ya no hay sudor virginal bautismal dentro mío,
no es de fuego la llama del creador, no es de fuego, es de sangre y creo que la mía se terminó.
Nunca debimos abandonar el mar…”

III

Dos meses después de acometer uno de sus más ambiciosos proyectos, Tornquist admitió que se
daba por vencido.
“Nunca se terminará esta obra. Está ideada por un Dios o un Demonio” predijo con
gravedad“Sólo dioses o demonios podrán terminarla”
Su intento de realizar una escultura de arena del templo de la Sagrada Familia de Barcelona
finalizada fracasó estrepitosamente. Nunca pudo alzar más de diez torres, muy lejos de las
dieciocho que contempla la obra finalizada.
El proyecto estuvo signado por contratiempos desde el comienzo: Problemas burocráticos con el
ayuntamiento de la ciudad, una gripe inesperada (sobre todo en esas fechas) que afectó tanto al
artista como a su compañera, unas desfavorables condiciones climáticas muy poco comunes en
aquella época del año…

Estuve en Barcelona poco tiempo después, cuando me enteré de su desaparición, pensé que podría
ayudar en algo siendo uno de sus pocos amigos…
Me equivoqué. No dejó una sola huella, su mujer decía no saber nada y no le creí aunque poco
importaba, supe que jamás diría nada a nadie.
También pasé por la Barceloneta donde todavía se veían algunos restos de su malograda obra de
arte.
“Aquí descubrí el sentido de mi vida, de mi arte” me había dicho alguna vez muchos años atrás y
me pregunté (con envidia pues pocos descubren eso) cómo habría sido ese maravilloso momento de
reconocimiento.
Tornquist era hombre de pocas palabras…
Por lo demás, no había nada trascendente alrededor. Chiringuitos vendiendo latas de cerveza fresca,
mucha gente paseando en traje de baño, mucha gente tomando sol.
Un eco lejano de voces en diversos idiomas.
El ruido del mar, esa caballería lejana, replicándose incesante una y otra vez sobre la arena.
Una suave brisa en mi rostro.
El sol pegando, quemándome un poco más de lo deseado.
Sequedad en la garganta.
Una gota cayendo desde mi sien.
Cae la Manzana
El sorteo se realizaba cada viernes a las diez de la noche. Pero el ritual comenzaba los martes, a más
tardar los miércoles si algo raro pasaba en el trabajo o con Doña Tita y su eterno problema de
ciática (cuando no era la gota o la hipertensión)
El ritual consistía en elegir los números, aunque no sé si “elegir” es la palabra apropiada; Los
números eran (desde siempre) los mismos:

el dos
el quince
el veintitrés
el siete el veinticuatro

el treinta.

A pesar de que no puedo asegurarlo (nadie puede asegurar lo que pasa dentro de las cabezas de las
personas) estoy convencido de que él creía ver señales inequívocas que el destino le enviaba.
Su técnica era sencilla de implementar aunque no tan fácil de explicar: Sólo digamos que durante
los días previos al sorteo se enfocaba en buscar a su alrededor señales que le marcaran los números
sagrados.
Por ejemplo, si el sorteo caía un viernes ocho no le prestaba atención, pero si el sorteo caía un
viernes veintitrés, encontraba que esa correspondencia era demasiada coincidencia: debía jugar al
veintitrés. Si durante la semana le hacían trece pedidos de tubos, nada ocurría; Pero, si los pedidos
eran quince, una alarma saltaba en su cerebro: allí estaba el quince, dispuesto a jugar a su favor.

Hubiera sido interesante conocer el origen de la selección de aquellos dígitos. Si tienen, si tuvieron
algún sentido, si fueron escogidos al azar, si son la clave de un oscuro secreto de su pasado, si algún
dios (o incluso El Dios) se los había dictado al oído mientras dormía.
Si se lo hubieran preguntado, él no hubiera sabido precisar de dónde venían.
Tan sólo hubiera repetido que era el azar quién cada semana se los dictaba.

Aquella semana vió dos palomas volando sobre su cabeza el martes; El miércoles quince de
setiembre su madre, Doña Tita, cumplía años; Setiembre tenía treinta días; el mismo miércoles por
la noche soñó con las pirámides, una de las siete maravillas; el jueves, apenas llegar a su despacho,
recibió una llamada que le confirmaba el pedido de dos docenas de palets de cerámicas de mármol;
Ese mismo jueves, mientras hacía zapping antes de acostarse, se detuvo en un canal que televisaba
una biografía de Michael Jordan.
Era el canal diez.
Eran las once y cinco de la noche.
Y en la tele, Michael Jordan usaba el número veintitrés.

No puedo terminar de entender cómo racionalizaba todo al final de cada sorteo, cuando encontraba
que no había acertado ni un sólo número. O quizás uno, o tal vez dos.
Pero no es tan difícil lidiar con el desengaño, todos lo hacemos tarde o temprano...

Sin embargo aquella semana tendría algo diferente a las semanas anteriores y a las que vendrían.
Nada fuera de lo común ocurrió hasta el viernes a las diez de la noche. Doña Tita llamó diariamente
para recordarle sus obligaciones de hijo, su esposa le preparó el almuerzo y también la cena, su jefe
lo obligó a quedarse después de la hora de salida para completar los formularios de algunos pedidos
de último momento y tuvo que llevarse trabajo a casa para completarlo durante el fin de semana,
como casi cada viernes.
Llegó casi sobre la hora del sorteo, más tarde que de costumbre, así que tuvo que preparar las cosas
a las apuradas.
Su mujer antes le dejaba todo arreglado: la copa, el brandy, la cigarrera con los puros, las cerillas...
Pero hacía mucho que había dejado de hacerlo, ahora era él quien buscaba cada elemento y los
colocaba en la posición que correspondía, sobre la mesa.
¿De qué serviría todo? ¿La búsqueda, el gasto de comprar el extracto, la esperanza, si se fallaba en
ese último momento?
Las cosas debían hacerse como siempre se hacían.
Pero, ya lo mencionamos, algo cambió aquel viernes.
Encendió la radio en la cadena habitual, allí estaba la voz del locutor de siempre, con el discurso de
siempre, diciendo las cosas de rigor, fecha, número de sorteo, disposiciones legales, etecé, etecé.
Luego unas pequeñas palabras de los anunciantes, claro.
Y entonces sí.
El sorteo.

Era sólo por ese segundo, por el silencio que se abría antes de que se cantara la primera cifra que se
mantenía vivo. Sólo en ese instante se sentía vivo.
Y generalmente aquella sensación maravillosa duraba apenas hasta que la primera bola lo
desengañaba. Y su esperanza rápidamente se reacomodaba enfocándose en el viernes siguiente.
Pensando qué señal no se había observado, qué paso no se había realizado a la perfección, qué había
fallado en el rito...
Pero ese día no ocurrió nada de eso. Ese día la primera bola era SU bola.

No sintió nada durante unos segundos, levantó la vista buscando confirmación en la mirada de su
mujer pero ella no estaba cerca. El locutor repitió el número, repitió SU número. Quiso reír pero
sólo se dibujó una sonrisa en su rostro. Eso no significaba nada. Nada de nada. Esperar, esperar.
Algo raro pasaba en su pecho, parecía que algo lo ahogaba. ¿Qué era esa extraña sensación?
Segundos después comprendió: Debía volver a respirar.
Una profunda bocanada de aire se extendió por sus pulmones. Si no seguía vivo de nada serviría
todo aquello ¿no?
El sorteo no daba tregua y aquel puntazo de desesperanza que no llegaba.También tenía la segunda
cifra.
Imágenes aparecieron a la velocidad de la luz delante de sus ojos, la realidad visible se transformó
en una mancha blanca y sólo prestaba atención a su mirada interna. Imágenes del futuro, de futuros
posibles, de él humillando a su jefe y al jefe de su jefe, de él librándose de su esposa, de una casa
blanca y brillante en una pradera verde y desierta.
Mientras, el sorteo seguía pero la casa blanca no se iba; También tenía el tercer número y la casa
blanca ahora se había desplazado a su estómago, pero ya no era una casa blanca y brillante, sino una
mancha blanca y brillante que comenzaba a crecer, a devorarlo desde dentro. Como un gran agujero
negro (sólo que blanco) que transformaba todo en vacío. Ya estaba lanzado, ya estaba convencido
de que ganaría el sorteo, ni siquiera necesitaba la confirmación de los tres números siguientes.
Cantaron el cuarto, que también era el suyo y el terror por la desilusión o la felicidad por la
posibilidad ya no importaban, ahora era otra cosa lo que comenzaba.
Algo incómodo (y muy físico) que venía desde abajo avanzando como un rayo a través de su
espalda. Y ahora veía a su hermano viniendo desde Pasadena a visitarlo, a su madre vestida de fiesta
en un salón iluminado, a decenas de hombres de traje esperando sus decisiones, a su esposa en un
coche descapotable con un hombre veinte años más joven, a sí mismo comiendo comidas exquisitas
en un comedor gigantesco e impecable un viernes por la noche...
Cuando escuchó su quinto número tuvo un instante de lucidez y supo que, en el fondo, no quería
ganar; Que no soportaría ganar. El vacío, la mancha blanca ahora invadían todo. Creyó sentir a su
mujer detrás suyo, expectante, pero no estaba seguro, los latidos de su pecho sonaban como
cañoñazos, el zumbido de la radio como los alaridos de loscondenados al cadalso. La realidad era
muy difícil de percibir ahora. Ella sí que soportaría el premio. Ganar los liberaba a ambos; A ella,
hacia el paraíso; A él, hacia el infierno.
Y entonces fue consciente de su egoísmo y se regocijó en el. No quería el bien para nadie más que
él mismo. Él no quería ganar, el sólo quería jugar.
Y esto, señores, esto es jugar en las grandes ligas pensó mientras escalofrios de extasis lo
inundaban; Sus ojos estaban húmedos y queria llorar, queria reir, queria volar y gritar que la vida
era maravillosa.
Aún faltaba un número y deseó, deseó con todas sus fuerzas que no fuera el veintitres.
Su vida era asquerosa pero así y todo, era mejor de lo que sería si ganara. Si ganaba, todos ganaban,
menos él.
Deseó con su toda alma, deseó con todo su cuerpo y en la radio cantaron el sexto número.
Obelisco
Con pocas expectativas esperaba Verónica a Lin Gam.
Se había convencido de que este viaje también había sido en vano, nada de lo visto hasta ese
momento anunciaba que algo sería diferente esta vez .
“Y es lo mejor que podía sucederme...” pensaba “...esta será la última. No seguiré buscando. Ya
hice demasiado el ridículo ante mí misma....Vamos a ver lo que haya y vamos a volver a casa. Y
Kaputt!”

Afuera, a lo lejos, se veían las montañas blancas. “Si mira noroeste, Samargatha, la frente del
cielo” le había informado en lamentable inglés el Sherpa apenas llegaron a Thyangboche dos días
atrás, allí deberían esperar a que Lin Gam bajara desde su refugio en las altas cumbres para
recibirla.
Supuso que esa ventana daba efectivamente al noroeste y que esa daga luminosa que se clavaba en
el cielo era Samagata, Sarna-de-gata o como fuera que le dijeran allí: La frente del cielo, La madre
del universo, El obelisco más grande del planeta...
Sería inquietante la coincidencia, si ese Lin Gam tenía lo que prometía...
Aún faltaban veinte minutos para verlo...Un suspiro en comparación a los cuatro años que le habían
costado llegar a él. Claro que no había sido el único. Sería, sin duda, el último.
“No más” se repitió mientras se reconfortaba con el recuerdo de los otros. Buenos recuerdos
aunque ninguno lo lograra.
Este sería un buen final aunque, estaba segura, tampoco lo lograría.
Pero ninguno se había hecho desear tanto. Y esa abominable cantidad de erotismo no podía ser
mala...

“Lo hace solo dos veces por año” le dijeron cuando le hablaron de él por primera vez “Su lista de
espera es muy, pero muy exclusiva. Es muy difícil de encontrar” le habían advertido y ella se había
reído.
Ahora le divertía el recuerdo.“No era difícil llegar a él, sólo hay que venirse hasta el puto
Himalaya para encontrarlo”
Y ella lo había hecho: Había pagado lo que había que pagar. Había esperado lo que había que
esperar. Había caminado entre los picos más altos del mundo. Y había llegado a aquel monasterio
remoto en aquel valle impenetrable, el lugar sagrado dónde moraba el prodigioso Lin Gam. “El hijo
de Chomolungma” le llamaban o “La pequeña montaña” y también “La sorpresa”

¿Acaso habría pasado ya un minuto?¿Dos?¿Cinco? Se preguntó mirando nuevamente aquellas


montañas que, si escucharan tal pregunta, se reirían de una preocupación tan mortal.
Ella era impaciente, pero también era inteligente y la segunda cosa neutralizaba un poco (sólo un
poco) la primera...Se tranquilizó, veinte minutos (dieciocho ahora, con suerte diecisiete) eran nada.
Un suspiro.
¿Y cuatro años no habían sido un suspiro también? Cuatro años esperando este momento.
Diez años también lo habían sido.
Y Cuarenta y dos años, su vida...
Y ahora todo parecía desmoronarse. Desde la primera vez que había visto esas montañas, cierta
sensación de incomodidad la había atacado y había crecido durante el escabroso camino hacia allí.
Un hartazgo de todo. De todo aquello que dejaba atrás.
Ciertamente muy complicado, muy difícil de explicar.
Cansada de sí misma. De todo lo que había intentado demostrarse en aquella cruzada grotesca
comenzada diez años atrás. ¿De dónde había salido?¿Cómo se había originado?
No lo recordó de inmediato. Pensó unos instantes y un detalle apareció en su mente: Algo alrededor
de aquella fiesta de Catalina...
Sí, aquella pantagruélica fiesta con la que festejó su divorcio. Dónde todas lucían tan felices y
despreocupadas.
Después del alcohol, de los boys y de las pastillas sólo habían quedado máscaras huecas. Dos meses
después, Catalina se enpastillaba hasta la muerte. ¿Acaso no lo tenía todo? El dinero que le había
sacado al marido, el piso, la casa de la playa. Era todavía una mujer hermosa. ¿Qué podía haberle
faltado?¿Amor? ¿Hijos? Sólo treinta y seis años y ya no estaba. Había desaparecido como...
Como un suspiro en el aire.
¿Otra vez el suspiro? La intranquilizó el tema recurrente. La volatilidad. Lo efímero. Aquello era lo
que asustaba. En aquel entonces se prometió que nada de eso le sucedería. Catalina siempre había
sido débil; Ella, en cambio, era dura como las rocas de estas montañas. Y tampoco le faltaba nada.
Éxito, dinero, lo que comunmente se llama “una buena posición” Y los hombres...Podía (tanto
antes como ahora) tener al hombre que quisiera.
¿Y amor, hijos? Eso no era para ella...
¿Y entonces? ¿De dónde venía todo? Lúcida como era, no tardó mucho en descubrirlo. Todo venía
del miedo a la muerte...

De repente se encontró deseando que Lin Gam todavía no apareciera. Necesitaba finalizar el breve
repaso de sus últimos diez años. “Que cosa más escurridiza es el tiempo” pensó mientras su
memoria retrocedía “Todos esos hombres, todas esas...cosas...Por un suspiro...”
¿Cuál había sido el mejor? Alphonse sin lugar a dudas fue el que más grande. Pero no el mejor.
Demasiado brutal. Eso era demasiado para un ser humano... ¿Franco? Muy desaliñado ¿Gabriel?
Muy afectado ¿David? Posiblemente gay ¿Stephen? Un verdadero cerdo (sólo por eso lo
recordaba)Y tantos otros con nombres olvidados...
Nada del otro mundo, apenas unos tipos que la tenían grande. Se avergonzó y agradeció que nadie
pudiera saber lo que pensaba “He pasado diez años de mi vida en busca de una polla”
Intentó buscar culpables y odió a Catalina por morirse. Pero se odiaba más a ella misma. No había
nada dentro suyo, estaba hueca. Algo comenzó a acomodarse en su mente. “Diez años de mi vida
buscando una polla, para llenar el vacío que llevo dentro”
Tal vez esa era la clave. Todos estamos vacíos por dentro, y cada uno llena su pequeño vacío con lo
que quiere, o lo que puede.
“Yo lleno mi huequito con penes gigantescos, otras se atiborran de comida o de hijos...O de su
propio ego...Y los que no encuentran nada para meterse dentro se preocupan de lo de afuera y
almacenan capa tras capa de maquillaje”

En ningún momento había dejado de observar las montañas. Ahora entendía su poder. Cuando le
dijeron que el miembro más grande de la tierra, habitaba a la sombra del monte Everest, descartó de
inmediato la idea. Por ningún motivo haría semejante viaje a aquel lugar inhóspito.
El tiempo, y el vacío que crecía a su propia sombra, finalmente la trajeron. Y no había sido en vano
después de todo. Sólo que ya no deseaba aquella gigantesca cosa dentro suyo...
Así, ocupada como estaba con sus pensamientos, no había notado la presencia del guía.
Los veinte minutos; Los cuatro, los diez, los cuarenta y dos años habían pasado...
Lin Gam la esperaba.

***

Lo que sucedió a continuación es muy difícil de describir.


El Sherpa condujo a Verónica a través de un laberinto. Estrechos pasillos y pequeños portales se
sucedían uno detrás de otro y a medida que avanzaban, a Verónica le parecía que los portales se
hacían cada vez más bajos. Pero no le importaba mucho ya, sólo se dejaba guiar. No se acostaría
con Lin Gam, ya no era la misma. Pagaría lo que todavía debía y se marcharía: Una mujer nueva,
diferente.
Finalmente llegaron a una puerta de no más de un metro de altura. El guía le indicó que debía
entrar.
Sola.
Ningún hombre debía ver a Lin Gam...
Dentro de la habitación el calor se hizo insoportable, por lo que tuvo que quitarse una buena porción
de los abrigos que cargaba. Era una sala amplia, con paredes cubiertas por pieles de un color marrón
oscuro. El suelo se hundía ligeramente al pisarlo. No había una sola ventana pero, de alguna
manera, una luz tenue iluminaba todo.
A pesar de lo exótico, de lo desconocido, se sintió a gusto allí, era un excelente lugar para hacer el
amor pensó, aunque aquello no sucedería ya. Su libido estaba por los suelos. Pero la ansiedad había
desaparecido y en su lugar una nueva paz, una paz largo tiempo olvidada, la inundaba.

Cuando sus ojos terminaron de habituarse a la nueva estancia lo descubrió, sentado inmóvil en uno
de los ángulos de la habitación. “Verónica” dijo con dificultad. Su voz era como ella se la
imaginaba. Tenue como las luces de la habitación. Suave como sus paredes. Dijo otras cosas
después en su idioma que ella no comprendió y comenzó a acercarse lentamente.
En un principio pensó que se arrastraba hacia ella, pues aún no se había levantado, pero al acercarse
lo vió con detalle y entonces sintió que se completaba el absurdo de toda esa historia. Ahora
entendía por qué le decían “El hijo de Chomolungma” o “La pequeña montaña”. Sobre todo
entendía por qué le decían “La sorpresa”, ya que no había otra forma de describirlo: Lin Gam
medía entre setenta y setenta y cinco centímetros.

“ Un inmenso malentendido” Gritó hacia su interior vacío y el retumbar del eco la hizo estremecer.
Lin Gam se había acercado hasta detenerse frente a ella, aunque sería mejor decir bajo ella. En todo
ese lapso no había dejado de decir cosas que ella no comprendía, pero no solo debido a su total
desconocimiento de aquel dialecto, sino a que su mente se deslizaba a la velocidad de la luz
buscando explicaciones para todo aquello: Gregory no lo hubiera hecho a propósito. Sería toda una
confusión. Los orientales siempre tomaban todo en un sentido tan espiritual...
Tenía que ser eso, este pequeñajo no podía tener lo que ella había estado buscando, a menos que
escondiera una monstruosa verga enroscada completamente alrededor de su pequeño cuerpecito. Y
ni siquiera esa opción tenía sentido ya...
Sin embargo, se repitió, no había sido todo en vano. Gregory también tendría su última paga. Ya
nunca más necesitaría sus servicios de chulo. En todo caso le había conseguido algo mucho mejor.
Paz.

Lin Gam había callado ahora. Ella lo notó porque no escuchar su voz la intranquilizaba. Vió que la
estaba mirando, quizás estudiándola o quizás esperando una respuesta.
“Verónica” dijo “Soy Verónica” repitió “estuve cuatro años esperando esto y todo fue un
malentendido pero no me importa...Seguro que no entiendes nada de lo que digo, hombrecito, pero
gracias”
Al escucharla Lin Gam sonrió. A ella le pareció que estaba esperando que dijera justamente aquellas
palabras. Unos segundos después él continuó hablando.
Y esta vez ella sí que comenzó a entenderlo.
Sin dejar de hablar ni un segundo, su anfitrión encendió unos sahumerios, luego sacó de algún lado
un pequeña cazo con té.
Hablaba de la montaña, de Samargatha, dirigiendo sus brazos hacia dónde, en teoría, debería estar
Samargatha, la frente del cielo o Monte Everest como lo llamamos en Occidente.
Luego habló de sí mismo, Lin Gam. Contó de dónde venía, su historia, sus sufrimientos, el
descubrimiento del poder que ejercía sobre las mujeres gracias a su poderosa virilidad. El la
respetaría, sabía que para una occidental era difícil entender eso que él hacía, pero cada mujer que
yacía a su lado se iba completamente complacida.

Dijimos que era difícil describir estos sucesos. Creo que es aún más difícil entenderlos. Sobre todo
para un occidental, sobre todo si nunca se ha estado en Himalaya.
El lugar era acogedor. La compañía era grata. El té era excelente. Ella nunca se había sentido así y
por primera vez sintió que no tenía que fingir. Que podía hablar con libertad. Entonces le contó a
Lin Gam acerca de sus miedos, de aquella búsqueda tan estúpida de la se había arrepentido hasta
hacía pocos minutos. Le contó de Catalina. De los otros. De que había pagado para llenar su vacio
con sexo, con pedazos de carne y sangre. Y de cómo no había logrado llenarlo sino hacerlo más
grande.
Lin Gam la dejó hablar, contemplándola en silencio y cuando ella terminó de sacar todas las
palabras de su boca, la condujo hacía dónde la había esperado, en uno de los ángulos de la
habitación. Allí había una gran cantidad de pieles amontonadas formando un pequeño lecho. Ella lo
dejo hacer. No se sentía particularmente excitada, pero todo era tan agradable, tan perfecto...

Comprobó que el chino era un amante gentil y generoso. Cada caricia estaba precedida de un
pequeño ritual y, a su vez, cada caricia era un ritual que precedía a un nuevo contacto,
caricia,susurro, roce de un labio, revés de un dedo o palma de una mano.
Con estas artes fue desvistiéndola lentamente. Ella ya no presentaba ninguna voluntad. Sin embargo
en su mente todavía no estaba preparada. Podía sentir a su cuerpo gritando. Su corazón palpitaba, su
estómago se contraía, la piel de sus muslos se tensaba. El lo supo y tuvo que intensificar su trabajo
sabiendo que pronto estaría lista.
Verónica, antes de caer en éxtasis, lo vió quitándose sus túnicas. Desnudo parecía todavía menos
humano. Su figura era larga y fibrosa, cuando inspiraba profundo parecía que todo su cuerpo se
inflamaba.
No lo vería ya de cuerpo entero. Y ni sus ojos ni el resto de sus sentidos podrían ayudarla. Lo que
sentía, se iniciaba tras su cuello, luego se expandía a todos los rincones de su cuerpo. Su mente
intentó una última vez tomar el control, explicarse aquello, pero no había respuestas ya del otro
lado. Estaba completamente enajenada. Víctima y Verdugo. No habían conceptos, palabras, ideas,
visiones ya.
Una de las últimas cosas que acudió a su ya desierta conciencia fue la certeza de que Lin Gam
estaba o había estado susurrándole cochinadas al oído. ¿Cómo podía saber que eso la volvía loca?
Luego creyó percibir que se despegaba de su oreja, que bajaba por su vientre y se posicionaba frente
a sus piernas abiertas. Ahora susurraba pero de otra manera. Parecía estar recitando una pequeña
oración o bendición. Ahora ella sentía que no aguantaba más, que lo necesitaba dentro. Lo último
que pudo ver antes de que todo explotara fue su calva de buda penetrándola.

Luego hubo sucesiones inexplicables. Una foca chapoteando, un púrpura púrpura, tierra mojada en
la boca, la mordida del león en su cuello de gacela, su salto al vacío desde una nube para herir a la
tierra con su furia de rayo, un ojo, un talón, una lengua, un acento en la ú.

Lo que sucedió a continuación es imposible de describir.


El regreso de Martin Guerra
“Cyrano” se llamaba el café allá por el ochentaycinco cuando comenzamos a frecuentarlo con
Martin.
Era un acogedor barcito situado en una esquina de Villa Dolores, con las mesas justas y atendido
por su propio dueño; Francesco, un tano que se había venido desde la Liguria a mediados de los
cincuenta.
Un tipo singular Don Francesco. Corrían muchos rumores sobre él en el barrio: Que había sido
legionario en Túnez, que había sido “Camisa Negra” de Mussolini; Había versiones que lo
catalogaban de libertino, otras que lo colocaban del otro lado del mostrador e incluso algunas mas
crueles que aseguraban que su esposa lo había dejado por un cantante de boleros porteño y para
olvidar se había venido a Montevideo...
Con Martin pensábamos que, de todas las invenciones esparcidas por los viejas chismosas de la
cuadra, quizás la única que podía llegar a ser cierta era la de su homosexualidad. Era indudable que
Francesco tenía ciertos manierismos que a veces nos hacían dudar...
Pero no era algo que nos importara demasiado. Nos gustaba el “Cyrano”, nos gustaba cómo el viejo
tiraba los expressos (reitero, los expressos, que nadie se confunda) y nos gustaba sentarnos
tranquilos a charlar de lo que en esa primera juventud creíamos que eran “las cosas importantes de
la vida”: Política, Mujeres y Fútbol.
Algunas veces se sumaba alguno de los otros chicos de la banda, a veces el propio Francesco
terciaba con algún comentario desde detrás de la barra.
No había lugar como el Cyrano para pasar el tiempo sintiendo que hacíamos algo cuando en
realidad no hacíamos nada.

Ya éramos habitúes cuando el italiano decidió cambiar el nombre del bar.


Le pregunté a qué se debía el cambio y me dijo que “estaba buscando el nombre exacto”
Me explicó que no era la primera vez que cambiaba el nombre del bar. “En Buenos Aires este bar
se llamó de muchas maneras pero ninguna fue la exacta. Ahora sé que Cyrano tampoco es el
nombre para este bar”
A pesar de nuestras encendidas criticas el café pasó a llamarse “Rinascimento”
¡Vaya si hablamos de aquello con Martín!
¿Acaso no llega un punto en que los nombres dejan de ser propiedad de quién los otorga?¿Y qué
mejor ejemplo que los nombres de las personas?
Estaba más que claro; Francesco no tenía derecho a quitarnos el nombre del bar pues ya no tenía
potestad sobre ese nombre.
Fantaseamos con organizar una protesta entre los vecinos del barrio, con juntar firmas para evitar la
pérdida del nombre, con buscar inversores que tuvieran interés en formar una cooperativa que
adquiriera el bar...
Pero con los días nos fuimos olvidando del tema y, como con cada una de las diferentes
disquisiciones en las que nos sumergíamos, lo fuimos dejando de lado para ocuparnos de nuevas
controversias.
Arribamos a la cómoda conclusión de que las cosas cambian y que, si tanto el universo como la
vida en sí misma están sujetas a la “compleja dinámica del cambio”, sería ridículo querer evitar el
cambio de algo tan superfluo como el nombre de un bar de barrio.
Sin embargo nos quedamos con una mínima reivindicación, aquel bar seguiría siendo nuestro
Cyrano. Ese era el nombre exacto para nosotros.
No sería aquella la única vez, a “Rinascimiento” le siguieron “Café dell´arte”, “Cafeteria
Rayuela” ,“Bar Atenas” ,“Warhol” y otros que ya no recuerdo.

Los años trajeron otros cambios.


Cambió la década, cambió el país y también el mundo.
Yo cambié.
Y sobre todo, Martín cambió.
Pero esto no me sorprendía pues los cambios en Martín no eran sino una constante.
Desde gurises, desde que nos hicimos amigos, yo había experimentado muchas versiones de Martín.
A pesar de que en el fondo, para mí, él siempre era el mismo, había aprendido que Martín
necesitaba mutar de piel de vez en cuando.
Lo sabía porque el Martín que yo había conocido en la escuela era un chico ingenuo y obediente.Un
niño que profesaba una completa devoción a Dios y a la religión.
Su primera metamorfosis ocurrió a mitad del secundario. De un momento al otro, sin causas visibles
de por medio, el Martín piadoso dio paso al Martín irreverente y despreocupado que poco a poco se
fue hundiendo en los placeres de la carne, en la tentación diabólica de las mujeres y en el aroma
irresistible de ciertas sustancias
¿Está de más aclarar que hicimos juntos ese viaje iniciático?

Al finalizar el secundario pasó del nihilismo al idealismo y comenzó a interesarse por la política y,
como muchos jóvenes, se sintió atraído por el marxismo y por el anarquismo. Así fue que comencé
a verlo cargando libros de Rosa Luxemburgo, de Proudhon, de Bakunin.
Fue justamente en esta época cuando comenzamos a ir al Cyrano, aquel era el lugar ideal para
nuestras pequeñas discusiones filosófico-existenciales acerca del camino que debería tomar nuestra
recién recuperada democracia. Pero ojo, también tocábamos otros temas de importancia capital,
como las chances de Peñarol en la Libertadores o la posibilidad cierta de que la Julieta de la otra
cuadra aflojara y me dejara por fin tocarle las tetas...
Esto coincidió con nuestro ingreso a la Universidad. Me inscribí en Psicología con poca suerte.
Martin se decidió por Arquitectura y debo decir que le fue bastante bien al atorrante; Se sacó la
carrera en cinco años y llegó a tener un cargo en el centro de estudiantes. Sobre todo tenía talento;
Siempre tenía menciones en esos concursos internos que organizan las facultades entre sus
estudiantes.

Al recibirse, el Martín revolucionario evolucionó hacia el Martin burgués. Fui el único que no se
sorprendió al escucharlo hablar de la “superación del socialismo” y de la ingenuidad o, peor aún,
necedad de quienes “pretendían implementar recetas del siglo XIX en los albores del año dosmil”
Sé que muchos de sus antigüos correligionarios le retiraron el saludo (no pude menos que reír
cuando pensé en lo poco que a Martín le importaría este detalle) y que fue declarado Persona Non
Grata por varias agrupaciones Marxistas-Leninistas de la Facultad de Humanidades de la UM.
No pasó mucho antes de que comenzara a hacer prácticas en uno de los estudios urbanistas más
importantes de Uruguay. Seis meses después le ofrecían un contrato a tiempo completo.
Durante estos años pensé que finalmente se asentaría. Incluso discutimos varias veces la posibilidad
de asociarnos, hacía tiempo que yo había dejado Psicología para suceder a mi padre al frente del
Corralón, negocio que afortunadamente iba muy bien. Hasta llegó a mostrarme un logo bosquejado
de su futuro estudio de arquitectura:

MARTIN GUERRA
Estudio de Arquitectura
ponía en letras negras con iniciales rojas. Parecía que aquel era el Martín definitivo, el cierre del
ciclo.
Creo que por momentos él también se convencía de que se acababan las mutaciones, que finalmente
había llegado a su destino. La verdad es que no hacía sino engañarse a sí mismo.
Hablamos largo y tendido sobre aquello en el bar de 14 de Julio y Gral Primm, en nuestro Cyrano
(que por entonces se hacía llamar “Orlando”) Fue dos noches antes de que viajara a Europa. Una
vez más había decidido cambiar el rumbo, pasar de la seguridad de un trabajo estable en una
empresa importante a la incertidumbre de lo desconocido.
Intenté demostrarle lo errado de esta decisión sabiendo de antemano que nunca lo lograría.
***

A pesar de que Martín era mi único amigo verdadero creo que lo odié un poco cuando se marchó.
Pero las cosas siguieron su cauce. La vida seguía.
Los cambios...Los cambios son inevitables.
Ahora él estaba en Paris y yo tenía una empresa de la que hacerme cargo.

Durante cinco años estuvo viviendo en Francia, cinco años durante los cuáles no perdimos el
contacto, cada cierto tiempo había una llamada;Eventualmente, una carta.
Pero no era lo mismo que sentarse a charlar frente a frente, claro que no.
Por supuesto que no.
Con los meses fui dejando de pensar cada vez más en aquel amigo que vivía en la ciudad de la torre
Eiffel, del Louvre, de Notre Dame, de tantas cosas...Sólo lo traía a la memoria cuando me llamaba o
cuando le escribía contándole las pequeñas grandes cosas que sucedían en el barrio o en
Montevideo. Poco a poco, a medida que nos sumergíamos en nuestras respectivas vidas también
fuimos perdiendo el débil lazo que nos unía..
Fue a partir de este distanciamiento que comencé a tener conciencia de un sueño recurrente:
Navegamos cerca de la costa con Martín en un viejo Galeón Español o Portugués.
El mar está bravo, enfurecido con nosotros. No sé cómo sé que está enfadado precisamente con
nosotros pero lo sé. Quizás fuera por nuestra carga, pues llevamos un tesoro fabuloso de
contrabando: Millones en brillantes monedas de oro.
El barco se hace llamar “El Francia” y yo sé que este nombre no puede ser una casualidad ¿Acaso
no veníamos de Francia? ¿O estamos yendo a Francia? Martín me dice que ahora mismo adónde
vamos es al fondo del mar y yo río pues sé que tiene razón.
El sueño siempre termina con un naufragio.

Cinco años pasaron sin que nadie se diera cuenta hasta cierta tarde en que recibí la llamada de
Marta, la madre de Martín, avisándome que su hijo llegaba en quince días. “Típico de Martín”
pensé “cinco años jugando al ciudadano del mundo hasta que un día, de buenas a primeras, decide
regresar a casa a seguir tentando a la suerte,a seguir buscando eso (sea lo que sea) que busca...”
A pesar de que en los últimos dos años no habíamos tenido prácticamente contacto, no dudé en
acompañarla a Carrasco para esperarlo. En el camino me enteré de nuevas cositas que me había
perdido al perder la comunicación; Que venía de vacaciones y sólo por un par de meses, que estaba
de novio con una francesa, que estaba trabajando en un estudio de Urbanismo situado a las afueras
de París...
Yo estaba muy nervioso aunque no sé bien porqué.
¡Si sólo era Martín!
El Martín de siempre, el que cambiaba para todos menos para mí.
Las cosas con los amigos son así de simples y así de complejas, se podrían hacer mil análisis para
terminar en el punto de partida. Era mi amigo y nada habría cambiado, nada cambiaría jamás entre
nosotros...

Mi respuesta vino con doña Marta emocionada, corriendo hacia un joven alto y rubio que yo no
había visto en mi vida. A su lado venía una mujer, también joven, también alta y rubia con un aire a
top model búlgara o checoslovaca. “Sí que está emocionada doña Marta” pensé “si se conmueve
tanto ante un conocido cómo se pondrá al verlo a Martín”
No tuve tiempo de más conjeturas, pues doña Marta se acercó arrastrando a cada uno en un brazo
“Mirá quién vino a esperarte” oí que le decía al rubio.
No sé que cara habré puesto cuando este gigante rubio me gritó “¡Negrito!” y se abalanzó a
abrazarme. Yo me quedé duro como una piedra sin comprender nada. La observaba, sobre todo, a
Doña Marta que lloraba de alegría mientras intentaba entenderse con la mina. Pude balbucear un
saludo (creo que lo hice) mientras el gringo me lanzaba pregunta tras pregunta y la modelo se
acercaba a saludarme. Entonces fue cuando Doña Marta terminó de hacerme caer en lo que estaba
sucediendo “Ay hijo, ay Martincito no sabés cuanto te extrañamos todos” le dijo al rubio con la voz
entrecortada por la emoción.
Yo seguía sin entender nada, porque aquel tipo no era Martín Guerra.

***

No percibí ni una sola persona que mostrara la más mínima duda de que ese joven alto y rubio fuera
Martín Guerra. En la fiesta de bienvenida nadie pareció notarlo, hermanos, tíos, primos, amigos del
barrio, nadie absolutamente nadie... ¿Es que era yo el chiflado?
Intenté disimular el malestar que el rubio me generaba durante la fiesta pero al parecer no disimulé
muy bien, ya que dos o tres veces se me acercó Martin (le llamaré Martín por comodidad) a
preguntarme qué me ocurría pues me notaba extraño.
Yo respondí con evasivas: cansancio, problemas en el trabajo y otras excusas, no podía decirle que
era él lo extraño: El Martín que había salido de Montevideo tenía el cabello castaño, ojos café y su
piel era dos tonos más oscura que la de este Martín ¡Y eso sin agregar que MI amigo Martín era más
bajo que yo y éste me sacaba casi media cabeza!
Finalmente pude escapar de aquel sinsentido, no sin antes prometer a Doña Marta que me daría una
vuelta en esos días a comer su legendario flan de huevo, y a Martin que lo llamaría para ir al Cyrano
como en los viejos tiempos.
Yo casi había dejado de ir al café desde la partida de Martín. El viejo italiano había muerto hacía un
par de años sin encontrar en vida el nombre exacto que buscaba, desde entonces el café (ahora
manejado por un sobrino del viejo) se llamaba Francesco.

A la segunda semana se me acabaron las excusas. Quedamos en encontrarnos ese mismo martes
entre seis y seis y media, pero yo llegué a las cinco y cincuenta y siete.
El lugar en esencia era el mismo. Alguna que otra modificación pero superficial, lo que más
impactaba era una gran foto del italiano en la pared del fondo.
Me entristeció verlo, saber que ya no estaba, que no había podido despedirme de él. No tardé en
darme cuenta que esa tristeza también valía para Martín, estaba seguro que ya nada sería lo mismo.
Mi Martín, mi amigo ya no existía. Un desconocido ocupaba su lugar.
Pedí un cortado y le dí vueltas a la idea.
Todo aquello me sonaba de algo, pensé en una película vista hace mucho donde alguien volvía de
alguna guerra después de mucho tiempo y todos dudaban de su identidad. No sé porque pensé que
tenía algo que ver con Cyrano, pero con Cyrano de Bergerac y no con el café, después creí recordar
que aquella película era en Francia y por eso me sonaba, un segundo después vino a mi el sueño del
Galeón “Francia” y del naufragio: Decididamente nos habíamos ido al fondo del mar con nuestro
tesoro.
Las ideas giraban sin ordenarse en mi cabeza.
Eran ideas sueltas, nada más. Martín no tardó mucho más.

La tarde no estuvo mal. Comprobé que ese Martín falso tenía los mismos recuerdos que yo, que
poseía las mismas cualidades que le conocí a mi desaparecido amigo y que incluso podía llegar a
caerme bien. Sin embargo no le dí la menor oportunidad, ceder a su engaño hubiera sido traicionar
la memoria de mi amigo Martín.
Pero tampoco podía ignorarlo olímpicamente. Nos vimos varias veces más en el Francesco e
incluso fuimos a cenar una noche con nuestras parejas.
Parecían felices los rubios. Era evidente que se querían y que eran felices.En un momento me
descubrí riendo sin dobleces y sintiéndome bien por ellos, de alguna manera la felicidad de aquel
desconocido me serenaba.
Espero que él haya pensado lo mismo de Agustina y de mí.
La suerte está echada
Y están quienes creen ser amos del universo.
Que los hombres deberían venerar su paso.
Que su presencia opaca la misma luz del sol.
La historia está llena de ellos: De los elegidos, de los poderosos, de los destinados a triunfar.
El del triunfador no es sino un rol, el papel de la comedia que les toca representar. Apenas un molde
que vienen a llenar porque les ha sido otorgado.

***

Cesare Luglio podía reclamar con todo derecho su pertenencia al grupo de los elegidos; Soberbio y
decidido había llegado a ser quien era con mucho esfuerzo y pocos escrúpulos. Hacia casi
diecinueve años que gobernaba el pueblo con artes de zorro y mano de hierro.
Los hombres le guardaban el respeto que nace del temor y del odio. Las mujeres, la admiración (tan
secreta, tan femenina) que se profesa al poderoso.
Tanto unos como otras deseaban, más que nada, verlo muerto.
El pueblo es sabio.

No le había sido fácil a Cesare llegar al poder. Había tenido que agachar la cabeza. Había tenido que
ser paciente. Tolerar humillaciones y derrotas. Lamer culos muchas veces y bajarse los pantalones
muchas veces más.
Él comprendió pronto que la política no es para hombres íntegros y menos aún para idealistas. La
política es una cloaca llena de ratas y quién más se arrastra más progresa. Sólo hay que tener una
cosa en claro: La oportunidad, tarde o temprano, llega. Y cuando pasa frente a tus narices tienes que
pegarte a ella como una sanguijuela y dejarte la vida en ello.
Y Cesare no dejó pasar su chance.
Su primer cargo fue concejal de infraestructura y desarrollo. Acertó en dos o tres proyectos y
fracasó en cuatro o cinco. Pero supo explotar sus triunfos y minimizar sus errores y la gente se
quedó con la imagen de una eficacia que no tenía. De ahí todo fue para arriba. Dos años después era
elegido sindaco de aquel pequeño pueblito siciliano.
Una vez que asumió fue entretejiendo, con la paciencia de la araña, los hilos que le permitieran
mantenerse en el poder. Usó sus influencias para favorecer los negocios de unos y ganarse su
subordinación. Con otros no fue tan magnánimo, simplemente los ahogó para mantenerlos bajo su
yugo.
Al finalizar su primer mandato el pueblo estaba en sus manos. Se jactaba ante su séquito de tener a
cada ciudadano de Pettineo en su puño (“Yo sé los secretos de todos” proclamaba con desfachatez):
Algunos le debían dinero, otros favores, otros simplemente eran chantajeados (dicen las malas
lenguas que usó a su propia esposa como moneda de cambio)
Se jactaba también de que todas y cada una de las mujeres de la zona habían dormido en su lecho.
A su soberbia se le había sumado una arrogancia nacida de su dominio absoluto sobre cada aspecto
de la vida en aquel pueblo.

Los primeros años de su legislatura estuvieron marcados por la corrupción pero también por el
progreso. Se adecentaron decenas de caminos comarcales y rurales, se restauró la fachada de la
Iglesia del venerado San Sebastiano, se modernizó la red de aguas servidas, se construyeron cientos
de kilómetros de canales de riego, se construyó una terminal de autobuses e incluso se llegó a
considerar a Pettineo como posible sede de la feria anual de agricultura de la provincia de Messina.
Y todos sabían que detrás de cada proyecto urbanístico estaba la mano recolectora de Cesare que
cobraba su diezmo.
Pero el pueblo aguantaba. La inmensa prosperidad de Cesare significaba un pequeña prosperidad
propia, la vida nunca había sido tan buena en aquel pequeño rincón de la Sicilia.
Sólo había que agachar la cabeza y recoger las migas del amo.
Asi pasaron largos veranos y aún más largos inviernos sin que nadie pudiera oponerse al reinado de
Cesare Luglio en Pettineo. Nadie tenía el valor de enfrentarlo, pues quién quisiera hacerlo (sin
importar el resultado) debería sacrificarse en el intento.
Cobardes, al fin y al cabo. Quienes más lo frecuentaban, adulaban, alababan eran quienes más lo
aborrecían.
Y Cesare sabía muy bien esto pues si algún don poseía (además de su sagacidad) era el de conocer a
las personas. Por esto era que trataba a todos como basura.
A todos excepto a uno.

Marco Velenoso se llamaba el joven que había caído en gracia al gran Cesare. Se trataba del hijo de
una humilde costurera que había enviudado muy joven. Las lenguas envenenadas del pueblo
afirmaban que el alcalde era en realidad el padre de Marco.
Y Marco era el hijo que Lucia, su esposa, no había podido darle. Cuatro embarazos y cuatro bellas
señoritas, pero ningún hombrecito que perpetuara la dinastía.
Pero de eso no se hablaba: Alguna vez un hombre había muerto por burlarse de aquello.
Gracias al padrinazgo de Cesare, Marco pudo conseguir un préstamo para establecer una pequeña
zapatería.
Los rumores en el pueblo iban y venían: Que el sindaco tarde o temprano aceptaría publicamente su
paternidad, que se hablaba de un puesto en el ayuntamiento para Marco, que tarde o temprano
presentaría su postulación para la comuna..

Lo que nadie, ni siquiera el propio alcalde, sospechaba era que Marco también odiaba a Cesare. Y lo
aborrecia con más fuerza que nadie.
Marco no olvidaba las incontables degradaciones a las que Cesare había sometido a su madre
cuando él era apenas un bambino. Las humillaciones a las que ella misma se había rebajado con tal
de traerle a su pequeño Marco un plato de comida.
“Ninguna mujer me va a venir a decir quién es hijo mío y quién no” le diría años más tarde Cesare
“ pero si viene un hombre como tú a decirme las cosas de frente, yo escucho”
A Marco nunca le importaron los préstamos ni la envidia que los demás le profesaban por ser el
predilecto. El solo quería vengar el honor de su madre y si pasaba tanto tiempo con su padre era
para conocer cuales eran sus puntos débiles.
Porque en efecto, Cesare era el padre de Marco, pero nada de esto ya importaba, nunca había
importado.
***

El asesinato fue un 15 de marzo. Temprano a la mañana de lo que prometía ser uno de esos
preciosos días que anticipan la primavera. Como todos los días, Cesare se dirigía a sus oficinas en la
comuna cuando observó aquel grupo de personas que formaban un semicírculo cortándole el paso.
A lo lejos no pudo identificar rostros pero la silueta del obeso teniente de alcalde era inconfundible
así como el alto talle del cornudo del panadero (“ojala todo en su cuerpo fuera proporcional” le
había susurrado a Cesare la panadera mientras le daba placer)
Cosas como esas no eran extrañas en el pueblo, seguro que tenían quejas por la nueva
racionalización de los regadíos o, más probablemente, porque la concesión del nuevo servicio de
basura había ido a parar a un contratista de la península - “Idiotas” se dijo Cesare “banda di
froci”. Pero no había terminado de pensar esto último cuando un frío se clavó en su estómago.
Parecía que el sonido habia escapado del mundo, no se escuchaban los ruidos propios del pueblo a
esa hora, ni conversaciones alejándose o acercándose, ni gritos de mujeres, ni un perro, ni un solo
perro ladraba...
Los hombres, porque eran algunos de los más importantes hombres del pueblo, tampoco decían
nada, sólo lo miraban acercarse (en ningún momento había dejado de caminar, no era él un hombre
que se detuviera ante nadie) inmóviles. Fueron incontables segundos durante los cuales sólo
sonaron sus pasos hasta que se plantó frente a ellos con la cabeza alta y el desprecio en los ojos.
Fueron cuatro o cinco segundos más los que pasaron frente a frente en ese universo sordo que nadie
tenía el valor de romper.
Fueron las miradas las que marcaron la jugada. Cesare los observaba, uno a uno, desafiante. Los
ojos de los hombres, en cambio, destilaban miedo y culpa.
Hasta que fue Cesare Luglio:
– Qué está pasando aquí? – preguntó, o mejor dicho dijo, o mejor dicho gritó, o mejor dicho
recitó.
Nadie contestó y el creyó que ya tenía su partida ganada, entonces redobló la apuesta pues esa era
su única manera de jugar
– Qué está pasando aquí? Veo mucha gente reunida y ningún hombre!! - repitió mientras
miraba al teniente de alcalde, al dueño del hotel “San Sebastiano”, al panadero, al capo
carabinieri...
Pero ninguno de ellos estaba destinado a contestar. La respuesta vino de atrás y cuando
reconocieron la joven voz de Marco Velenoso, los hombres se sintieron reconfortados.
Y Cesare supo que el dueño de esa voz era el único que podía hacer algo y la mínima sensación en
su oído hizo que sus rodillas temblaran aunque nadie, nadie, nadie se daría cuenta de ello.
– Lo que pasa es que se acabó. Se acabó todo – fueron las palabras que anticiparon lo que
todos ya sabían. Y mientras hablaba se acercaba para ponerse delante de la jauría con el
puñal a la vista.

Y fue la señal que el resto esperaba; Pues como tigres, todos mostraron sus dientes de acero . Y
Cesare confirmó que se había acabado, que se había acabado todo y ni siquiera pensó cuando
reconoció su vínculo frente a todos. Pero ya nada importaba:

– ¿Tu también, hijo mío?

Y los ojos de Marco, muertos. Mientras su voz contestaba sin que su voluntad se lo ordenara:

– Sobre todo yo, padre, sobre todo yo...

El panadero fue el primero que se abalanzó, llevaba años deseando clavarle los cuernos que Cesare
le había hecho crecer. Pero su puñalada llevaba tanto odio que no fue precisa, además Cesare estaba
prevenido y pudo cogerle la mano para evitar que le diera de lleno.
Sin embargo las aguas ya estaban desatadas: El obeso teniente y el hotelero siguieron,
perfectamente alineados uno por cada costado. Cesare intentó hacerse pequeñito y cerró los brazos
que aún intentaban retener al panadero pero ambas cuchilladas encontraron carne;la de la derecha la
sintió chocar en las costillas, la de la izquierda cavó profundo.
El dolor lo hizo retorcerse y su sentido de supervivencia, retroceder varios pasos para buscar
protegerse la espalda contra un muro. Algo caliente se derramaba por sus muslos ahora. .
Marco no se había movido de su lugar, mientras que los demás comenzaban a rodearlo con ojos
pequeñitos como los de los tiburones. El panadero atacó nuevamente y está vez su puñal entró de
pleno en el estómago. De allí en adelante ya no sentiría dolor, ni siquiera escuchó lo que le susurró
el panadero al oido pues sus sentidos seguían con los ojos de Marco que ahora había comenzado a
acercarse.
Era el único hombre entre aquellos espantapájaros, títeres, mierdas...
– Cornudijosdeputa – escupió y vinieron más puñales y ya no pudo precisar si dolían ni por
dónde entraban. El tiempo ahora transcurría lentamente, el sonido desterrado del mundo y el
celeste del cielo apagándose, los hombres, las casas y la tierra perdían su contorno, lo único
que permanecía completo era Marco Velenoso que se acercaba desde siempre y nunca
llegaba mientras él se derrumbaba desde las cimas del dolor ardiente hacia el mar tibio de
sus propios fluidos que lo abrazaban, que lo esperaban “Marco” rezó y se sintió orgulloso
“El tiempo. Que lento es” murmuró para sí reviviendo una noche de su lejano Julio caluroso
mientras unos delgados y suaves brazos en su cuello. Marco seguía caminando hacia él
envuelto por humos ya descoloridos, por ruidos que habían renacido, incesantes y caóticos,
copando el espacio mismo “el tiempo no se mueve, el tiempo es un engaño” pensó y hubiera
querido seguir pero Marco ahora había llegado y se agachaba frente a él con la misma
mirada con la que lo había conocido, una mirada llena de tristeza y odio, y estiraba su mano
para cerrarle los ojos.
Travesía de Lucena
Aquella noche, Chad, el galés, se ofreció a ponerme en contacto con un amigo que quizás tuviera un
trabajo para mí, pero como no tenía móvil, deberíamos buscarlo en un bar al que solía ir con
frecuencia.
Insistió tanto acerca de la posibilidad cierta de que consiguiera el trabajo que finalmente acepté que
fuéramos en su búsqueda.
La noche no estaba para salir. No estaba para nada para salir. En cualquier momento el cielo se
vendría abajo. Pero el galés me dijo “No problem, it´s a minute” y pensé que sería una cosa rápida:
Dos palabras, quizás una cerveza y de vuelta a casita. Ni me imaginaba la que se venía...
El primer bar al que fuimos quedaba en el barrio del Carmen y estaba camuflado detrás de unas
puertas de cristal pintadas de negro. Seguramente le faltaba alguna habilitación o permiso o las dos
cosas. Justo el tipo de lugar donde en cualquier momento podía caer la policía. Elegía bien mis
amistades yo…
Era un antro, angosto y largo. La barra llegaba hasta la mitad del local que con las nueve o diez
personas que había ya parecía saturado de gente. Encima de los estantes de las bebidas habían
varias estampitass y figuritas pegadas con chinches, ví un escudito de Boca y al lado una postal del
Monumental.
El dueño o encargado estaba sentado en un taburete junto a una caja registradora que estaba allí, por
lo menos, desde los tiempos de la República. En sus rodillas estaba sentada la que sería, o bien su
novia, o bien una empleada muy cariñosa. Tendría la mitad de su edad y estaba muy buena para él.
Ambos fumaban lo que parecían ser tabacos liados o porros. Un momento después noté que todos
allí fumaban algo. El ambiente olía a marihuana, a humedad y a encierro.

Por la expresión que puso el galés al entrar supe que su amigo no estaba. Pensé que iríamos a
buscarlo a otro bar, pero me dijo que no tardaría en llegar. Me senté en la barra y me dispuse a pedir
algo, creí que el galés me acompañaría pero se quedó quieto, sin moverse. Cuando le pregunté qué
pasaba me dio a entender que no tenía pasta. Parecía sentirse avergonzado. Balbuceó una o dos
excusas acerca de que le debían dinero de varios artículos que había publicado y también de las
clases de inglés que daba a domicilio. Le dije que no se hiciera drama, que yo invitaba y su cara
cambió, incluso noté un brillito en sus pequeños ojos azules. Me llenó de elogios y prometió que él
invitaría la próxima vez, le dije que no se hiciera problema, pero no me dejó ni siquiera terminar
esta frase.
- Vas a probar una bebida única – me dijo -¿Sabes lo que es la absenta? Es una bebida
prohibida en todos lados, pero es buena, muy buena, aquí venden una de elaboración
propia que es de lo mejor.
Llamamos al encargado que recién parecía enterarse de nuestra presencia, tardó dos o tres minutos
en decidirse a venir. Al parecer Chad iba bastante seguido. “¿Absenta?” preguntó sin que dijéramos
nada y Chad sonrió de felicidad. “Dos” le respondió mientras hacía la V de la victoria y me
palmeaba la espalda demasiado fuerte para mi gusto… “Mi amigo” repetía en inglés una y otra vez.
Nos sirvió dos chupitos bastante generosos, era un líquido espeso, entre amarillo y verdoso. Esperé
que el galés tomara primero y se lo bajó de un saque. El encargado nos miraba fijo y sonriendo,
como esperando que cayéramos de espaldas, nos convirtiéramos en ogros o nuestra cabeza
explotara.
No pude con mi genio y le pregunté qué era eso, qué era la absenta.
- ¿Argentino o uruguayo? – me preguntó él a su vez
- Argentino – respondí. Siempre sentía esa pequeña sensación de orgullo cuando me hacían
esa pregunta, cuando daba esa respuesta. No sé de donde vendría más allá del sentido de
patriotismo inculcado por años de sistema educativo argentino y chauvinismos baratos -
pero del interior – aclaré.
- ¿Bostero o Gallina? – Sabía un poco de Argentina el hombre, había que admitirlo. Acto
seguido me señaló las figuritas pegadas ahí arriba – ¿Conocerás eso no? Tengo de Uruguay
también - dijo mientras señalaba un escudito de Peñarol que no había visto.
- El Monumental – dije – La de boca es la Bombonera…
- La Bombonera – dijo y suspiró como si recordara alguna tarde de fulbo en la bombonera –
nunca fui, pero en Argentina sí que estuve, mucho tiempo, casi dos años, viviendo en
Paraná, cerca del río. Eso es vida, hombre…
- ¿Qué es esto? – le recordé la pregunta, todavía tenía el vaso en frente mío y no quería tomar
cualquier cosa, a mi lado el galés me observaba expectante, seguramente no había entendido
nada de lo que habíamos hablado, el no conocería nada de Bomboneras ni de Gallinas…
- Es absenta, una bebida con una graduación de más de 70 grados, está considerada tóxica,
no se puede vender eso en los bares, sólo aquí – me contestó mientras volvía a sonreír,
ahora su novia-empleada se nos había acercado y le ponía el pucho entre los labios
- Es la bebida que tomaba Van Gogh - agregó Chad – es la bebida que hizo que se cortara la
oreja – repetía excitado, como si ese dato por si mismo fuera vital para convencerme de
beberla.
Al parecer el dato tuvo efecto porque no dudé más y me lo metí de un sorbo. No pasó nada. Pero
tampoco creía que fuera a volverme loco por un solo trago. Seguramente el efecto venía con unos
cuantos…
Un instante después dos copitas más humeaban frente nuestro. ¿De dónde vendría ese humo? Chad
volvió a vaciarla de un trago y se puso a mirarme de nuevo.
- ¿Crees que vendrá tu amigo? – le pregunté ¿Para eso habíamos ido no? Tenía que conservar
la calma, no bandearme. No estaba de ánimos para emborracharme como Van Gogh. Pero
tampoco quería ser muy brusco, quedar como un interesado que sólo pensaba en el trabajo.
Decidí calmarme y esperar junto a Chad a su amigo. Pero mi segundo absenta también
tendría que esperar un poco más.
Al galés no le importó tanto lo que yo pensaba y se pidió el tercero, apenas pude comenzar a
aclararle que no tenía tanta pasta cuando ya lo tenía adentro.
Mientras tanto, el encargado se besaba con la novia detrás de la barra. Afuera comenzó a llover
torrencialmente y no parecía que fuera a parar pronto.
El tercer trago pareció atontar un poco más a Chad, dejó de hablar el poco español que balbuceaba
y comenzó a hablar exclusivamente en inglés. Mi inglés es aceptable, pero no tanto como entablar
una conversación exclusivamente en ese idioma. No me enteraba de la mitad de lo que decía,
insultaba a los ingleses, a los escoceses, a los irlandeses y a los galeses. Siguió con los franceses, los
rusos y los polacos para terminar con los españoles y los portugueses. Nunca escuché tantos “fucks”
seguidos.
Luego comenzó a hablar de los beneficios de los extranjeros y de la inmigración. Los inmigrantes,
como él (y como yo) eran los que hacían girar a la tierra, los inmigrantes y las mujeres como su
madre y su hermana decía. Cuando llegó a este punto decidí irme y hasta pensé en regalarle mi
(todavía lleno) vaso de absenta. Pero afuera seguía lloviendo y eso me convenció de aguantarlo un
poco más.
Para pasar el rato me bebí el bendito trago. Chad me acompañó con otro que pidió fiado. Para mi
sorpresa el encargado le dijo que era el último que le fiaba, ya debía treinta euros de días anteriores.

El segundo absenta comenzó a ablandarme, el lugar ya se sentía un poco más acogedor, como un
colchón de agua o un sofá mullido. Mi mundo se volvía mas colorido. Los rojos eran más rojos, los
azules, deliciosos. El murmullo de las demás personas ya no molestaba, hasta me pareció que el
encargado era más joven y guapo y su novia, mucho más linda de lo que había pensado en un
principio. En el final de la barra, un hombre y una mujer gorda hablaban y se reían. En un costado,
dos jóvenes con pinta de cubanos jugaban a los dardos. El tablero de dardos brillaba increíblemente,
como si tuviera fuegos fatuos detrás de cada lucecita. Más atrás, casi al final de todo, incluso del
universo, un joven conversaba con dos chicas, una rubia que estaba de espaldas y la otra llena de
piercings en la cara y con la cabeza completamente calva a excepción de unas patillas que le
llegaban casi hasta el cuello.
En ese momento una sensación de pertenencia me atacó. Quiénes estábamos allí éramos lo mismo.
Hermanos en la perdición. Renegados, hermosos y patéticos. Me emocioné y no lloré por poco, lo
que hubiera hecho todo aún más ridículo. Ahora entendía a Van Gogh: atormentado, incomprendido,
todos nosotros éramos Van Gogh, yo era un Van Gogh, una mente iluminada y genial alejada años
luz de los hombres comunes, un artista único, un genio, un dios de mi propio universo…
Mierda, como pegaba la bebida verdosa esa…

Todavía intentaba bajar de mi pedestal cuando ví que Chad encendía un porro. En todo ese tiempo
había seguido recitando aquel monólogo que nadie allí podría comprender. Me centré un poco y
entré en sus palabras. Hablaba de los inmigrantes, de que (nosotros , los inmigrantes) éramos el
punto más importante de la historia pero, entre su ebriedad, la mía y el inglés, no entendía la mitad
de lo que me decía,.
Me dijo que eligiera las personas más importantes del siglo XX, sin importar su calidad moral,
aclarándome que Hitler debía entrar inevitablemente en mi lista.
Pensé en los lugares comunes. Comenzando por los Malos: Hitler, Stalin, ¿Quizás Mao?
Luego celebridades Kennedy, Luther King, Alí, Juan Pablo II, Gandhi, Fidel(¿malo o bueno?),
Einstein, Chaplin, Lennon, Picasso y no sé si alguno más
De Argentina no nombré ninguno aunque estuve tentado con varios: el Che, Perón, Evita, Gardel,
Maradona...
- Todos los que nombraste son inmigrantes – me dijo – Juan Pablo II era polaco pero se hizo
importante en Roma, Chaplin era inglés pero triunfó en América hasta que lo echaron,
Picasso en Paris, Hitler nació en Austria, Stalin era de Georgia y sabemos dónde terminó,
Einstein tuvo que emigrar porque si no, no la contaba, Lennon se fue a Estados Unidos a
terminar de hacerse grande, Gandhi pasó varios años estudiando en Inglaterra…
Quedaban algunos, Kennedy, Luther King, Alí, Fidel, Mao
- Kennedy era descendiente de inmigrantes y miembro de una minoría, Luther King y Alí
eran inmigrantes dentro de su propio país, en esos tiempos los negros eran minoría y
tratados peor que los inmigrantes. Fidel y Mao son excepciones, pero Fidel tuvo al Che,
inmigrante y argentino ¿no?
- Es verdad…Pero faltan mujeres ¿no?
- La verdad…Pongamos a la Madre Teresa, que nació en Turquía o por ahí y vivió casi toda
su vida en la India.
- ¿Marylin?
- Marylin es importante..? Como ícono quizás¿no? y no era inmigrante, pongamosla. Otra
excepción…- dijo y me ofreció el porro; Dudé un segundo en aceptar, un porro no me podría
más lúcido…

Era demasiado tarde, ya había entrado en el juego. Aspiré hondo, guardé el humo y esperé el que el
mundo se mareara, que las paredes respiraran…
Con la marihuana las cosas se pusieron más lentas, el humo que llenaba todo el espacio posible
cobró vida, se comportaba como una entidad, podía verlo moviéndose alrededor nuestro. Mis ojos
se movían en direcciones opuestas de las que mi mente le ordenaba, la voz de Chad llegaba desde
muy lejos, seguía hablando, sin mirarme y sin mirar nada creo. Seguía con su estúpida teoría sobre
los inmigrantes que cambiaban el mundo, dominaban el mundo, inmigrantes emigrantes emigrados
inmigrados inminentes inmanentes ingrabables palabras, sólo palabras que me llevaron de nuevo a
recordar nombres de ilustres exiliados e inmigrantes argentinos, Argentina tierra de inmigrantes y
exiliados como pocas. Argentina que engullía y escupía gente desde y hacia el resto del planeta.
El mundo se movía a mis pies. La calva y su amiga rubia pasaron por detrás nuestro y se
despidieron del encargado cada una con un profundo beso de lengua. El tipo reía, su novia (o su
empleada o lo que fuera) se reía, la rubia y la de los mil piercings se reían pero yo no escuchaba sus
risas. Sólo el sonido monocorde de aquellas palabras en inglés que ya no significaban nada, apenas
gemidos guturales y estertores del galés que seguía hablando consigo mismo con la voz cada vez
más pastosa, con las comisuras de los labios llenas de una baba blanca y pegajosa. Soporté su
conversación todo lo que pude, pero luego de un par de minutos me apresuré a ir al servicio para
vomitar.

Volví del baño pensando en marcharme de inmediato cuando ví que Chad hablaba con dos tipos
que, o bien acababan de llegar, o bien no había visto antes.
Me acerqué pensando que quizás alguno de esos era el tipo que supuestamente tenía un trabajo para
mí pero no tardé en darme cuenta de mi error.
Eran dos desconocidos, españoles los dos. No recuerdo el nombre de ninguno, sólo recuerdo que a
uno le decían Caótico y vaya si estaba bien puesto ese apodo. No podía enfocarse en un tema más
de dos oraciones seguidas que ya comenzaba a hablar de una cosa completamente diferente. Tenía
ojos saltones detrás de unas gafas pequeñitas cuyos marcos estaban pegados con cinta aislante y un
enorme estómago que desarmonizaba con el resto de su casi esquelético cuerpo. La barba le crecía
desaliñada y raleada en varios puntos de la cara. Todo en él desagradaba.
El otro era un sujeto promedio, sin nada que destacar o criticar a primera vista, un tipo más del
montón como lo era yo.
No sólo contrastaban en su aspecto sino también en su actitud. Caótico hablaba dos tonos más
arriba del volumen normal, se expresaba con todo su cuerpo, movía las manos, los brazos, el torso,
su cara y sus ojos giraban enloquecidos cuando quería enfatizar sus argumentos.
El otro, al contrario, permanecía casi apartado de la, ya a esta altura, anárquica conversación que
mantenían Chad, Caótico, el encargado y su novia hablando todos a la vez en inglés, español y
valenciano.
Yo también permanecía apartado, odiando al galés con toda mi alma. Aunque afuera seguía
lloviendo podía irme y mojarme un poco, pero lo que no podía era llegar al piso a despertar a
Joaquín a las dos de la madrugada. Estaba casi convencido de que lo del posible trabajo había sido
para sacarme un rato y hacerme pagar un par de rondas. Me daba gracia ser tan estúpido.

En un momento el amigo de Caótico al parecer se aburrió de presenciar la ridícula conversación y


se me acercó para hablar de una que otra cosa, para pasar el tiempo muerto de aquella noche ya
perdida. No sé cómo terminamos hablando de Literatura. El hombre había leído una que otra cosilla
interesante. Había terminado el Ulises (y no cualquiera tolera el Ulises). Había leído mucha
psicología, mucho Freud, mucho Jung. Le gustaba mucho Faulkner y los Beatniks. También había
leído a Kafka, Thomas Mann y Dostoievsky, incluyendo los Karamazov y todo. Me impresionó su
curriculum. Extrañamente no conocía a Proust, ni a Camus y de poesía, cero. Me pidió que le
recomendara buenos autores argentinos y me sorprendió que nunca hubiera leído a Borges o a
Cortázar. Le dije que “debía” leer a Borges. Y que Cortázar no era menos imprescindible. El me
recomendó a un tal Roberto Bolaño, un chileno que escribía como mexicano, además de una
multitud de autores españoles contemporáneos cuyos nombres sabía que no recordaría. Pensé en lo
de los inmigrantes que movían al mundo y le hice notar que tanto Cortázar como Borges se habían
ido de Argentina. A la mente me vinieron varios más, Saer, Puig…Seguro había muchos más que no
recordaba. Él me dijo que el Bolaño éste también había emigrado a México por la dictadura
pinochetista. Mientras hablaba, la lista se seguía engrosando en mi cabeza: Neruda, también
chileno; Cesar Vallejo, claro
La conversación luego tomó otros rumbos y me contó que su abuelo había luchado para el bando
republicano y había tenido que exiliarse al final de la guerra civil, también había sido un inmigrante.
“Tuvo mucha suerte, fue uno de los que embarcó en el último barco que salió desde Alicante, al
final de la guerra. Siempre se sintió culpable por ello. Dejaron a miles de personas esperando más
barcos que supuestamente llegarían pero que jamás aparecieron. Los barcos facistas y la aviación
alemana amenazaban con hundir a cualquiera que se acercara…”

Seguimos asi un rato más. Mi nuevo amigo invitó un par de rondas ante la felicidad incrédula de
Chad, que en cada nueva ronda lo abrazaba como a un hermano recuperado después de mucho
tiempo.
Desde ese punto las cosas se pusieron cada vez más turbias. Yo seguía hablando con el literato y
Caótico intentando entenderse con el galés. No sé de qué más hablamos, de política seguro, de
literatura un poco más, de la guerra civil como no, en un momento creo que le dije que algún día
escribiría lo que había pasado esa noche, o quizás sólo recuerdo haberlo pensado o quizás mi mente
me engaña y sólo creo estar recordándolo, quizás sólo lo escribo porque me gustó la idea, quizás
sólo me hace sentir bien.
Había demasiados quizás dando vueltas esa noche.

A cierta hora nos echaron, afuera seguía lloviendo a las carcajadas, el galés aún no había terminado
por lo que nos llevó de ronda por la noche valenciana a ver si había algún tugurio todavía abierto,
parecíamos zombies bajo su influjo. Entramos en dos, en el primero había sólo whisky o cerveza y
todos nos tomamos un chupito de JB de color rojo, no sé quién pagó, yo ya no tenía más dinero.
Cómo allí también estaban a punto de cerrar fuimos al siguiente, un lugar un poco más grande que
temblaba cada cinco minutos cómo si un tren pasara por encima o un metro por debajo. Estábamos
empapados y creo que a esta altura ya nadie hablaba. Nos sentamos en una mesa alejada y el galés
sacó un pollito de cocaína. Ofreció a todos y todos aceptaron, excepto yo. Había probado varias
veces antes, pero no era algo que me gustara. Hicieron dos vueltas y el galés se guardó un poco para
él. Se lo veía feliz y se ofreció a conseguirnos unos tragos a su cuenta por lo que se acercó a la barra
para hablar con la encargada. El temblor iba y volvía pero nadie parecía notarlo. En eso el Caótico
me pidió el porro y caí en que tenía uno en la mano. Se lo dí y ni siquiera lo fumó, se quedo
mirando la mesa con la boca abierta y los ojos perdidos, se podía ver baba acumulada en su boca
abierta…El otro estaba bastante pasado también , en un momento comenzó a hablarme en inglés,
quizás creyendo que el galés era yo.
Cuando Chad volvió nos dijo que teníamos que marcharnos, el dueño nos había visto esnifando y
fumando porros. No quería droga en su local. Salimos de nuevo a la lluvia que ya no caía tan fuerte.
Chad dijo que fuéramos a nuestro piso, que a esa hora estaría todo cerrado ya. Eso por un lado me
tranquilizó y por otro me pareció una pésima idea.
Lo demás se vuelve aún más confuso. Llegamos y el Caótico comenzó a sacarse toda su ropa
mojada hasta quedar completamente en pelotas, tenía la polla pequeñita y arrugada y la panza
enorme hinchada casi como si estuviera embarazado. Chad se reía y le tiraba no sé qué cosas,
apuntándole a la entrepierna, mi amigo se reía pero era el más tranquilo de los tres, supongo que el
ruido que hacíamos era infernal. Cómo no tenía ropa le pidió algo al galés que le dio unos joggings,
luego cogió sin mi permiso una remera mía que había por ahí dando vuelta. Cuando lo noté era
demasiado tarde, no volvería a ponerme una camiseta tocada por ese espécimen así que lo dejé
pasar, aunque tenía ganas de pegarle uno o dos piñas bien puestas.
Seguimos un rato más, yo ya quería dormirme y me sentía mal por el alcohol y por el porro. Chad
sacó un whisky de una marca desconocida y sirvió unos vasos, el Caótico y el otro tomaron pero yo
no, me acosté en un sillón y me dormí inmediatamente, pero me desperté minutos después sin
entender nada. Chad zamarreaba al Caótico que se reía con una risa de chancho, mientras el otro
apagaba un pequeño incendio que al parecer el Caótico (haciendo honor a su nombre) había
encendido con unos palitos que había sobre la mesa. Joaquín no se despertó. La mesa quedó negra y
el ambiente lleno de olor a quemado No me importaba mucho la verdad, sólo pensaba que a la
mañana siguiente debería irme de ahí. Intenté volver a dormir y escuché que el Caótico y su amigo
se marchaban, no me despedí del primero pero sí del segundo, creo que le repeti que algún día
escribiría sobre esa noche pero no sé si seguía despierto o estaba dormido ya.
Relajación
En un instante dormiría, por fin, otra vez.
Nunca podía definir el momento exacto en el que estaba por dormirse, el instante previo al olvido.
Desde siempre, esa lucha desigual entre hombre y sueño que jamás lo tendría victorioso. Pero es
que quizás no había un momento previo, siempre tan lineal él, siempre tan racional, pensando las
cosas en su extensión, todo con un principio y un final, con límites exactos entre una cosa y otra. No
creía en grises.
Sabía que en cualquier momento se dormiría y cada instante podría ser el último y esta
indeterminación lo desesperaba.
Pero (era inevitable) para dormir sería indispensable la relajación. El juego-método que Cristina le
había enseñado.
Cristina...Ella ya no estaba... Ella se había ido con otro y nunca más. Desde ese día estaba muerta
para él.
Se trataba de rebobinar.
Algo.
Algo le había dejado. Algunas tibiezas más. Más sensibilidad. Más curiosidad. Con ella casi todo
había sido como un sueño (y alguna vez se llegó a preguntar si no había sido así en verdad)
Todo había sido como un sueño, hasta que se marchó y nunca más.
Y nada.
Rebobinar. Pero no tan atrás.
Increíble cómo le resultaba ese método. Cómo lo ayudaba a dormirse.
Repasar el día. Pensando en cada acto, en cada cosa que había hecho.
“Un método de relajación oriental” le había explicado ella. “Tenés que rebobinar tu día, como en
una videocasetera, tenés que empezar desde tu última acción, lavarte los dientes por ejemplo, fue
lo último que hiciste antes de acostarte y así hasta que llegas a la primera acción del día, es
infalible, al momento en que repasas tu primera acción del día, te dormís, pero ojo, hay una regla;
nunca tenés que juzgar ninguna de las cosas que hiciste. Nunca. No tenés que decirte esto estuvo
bien o esto estuvo mal, solo repasarlas, desde afuera , viendo casi por otros ojos”
Sin juzgar.
Algo.
Nada. Nada le había costado intentarlo (la primera vez). Nada con tal de evitar su inevitable pensar-
repensar-nodormir-jamás. El cabalgar incesante sobre pensamiento tras pensamiento de cada noche.
Lo intentó.
Y funcionó.
Desde ese día la amó aún más. Hasta que se fue.

En un instante dormiría. Antes había pensado en que dentro de poco se dormiría. Antes de eso había
pensado en Cristina, en que se había ido, en que todavía le costaba evitar pensar en ella antes de
dormirse, aferrándose estúpidamente a su recuerdo como si todavía estuvieran juntos, incluso
creyendo (íntima, ilusa, instintivamente) que todavía seguían juntos, hasta que su razón acomodaba
cada cosa en su lugar: el dolor , la rabia , la desesperación, la tristeza , la autocompasión.
Antes se había acostado.
Antes de eso, no se había cepillado los dientes, se había parado en la puerta del baño y ni siquiera
esta mínima decisión había podido tomar, había estado parado frente a la puerta del baño por dos,
tres, cuatro minutos esperando algo. Temiendo algo… Y nada, finalmente se había apurado por
desplomarse sobre la cama.
Antes de eso había comido un pedazo de pollo que alguien había dejado en su heladera, quizás él,
quizás alguien más (pero más probablemente él porque nadie más había entrado en esa casa desde
hace tiempo). Sin ganas. Sólo porque algo en su estomago crujía ¿Hacía cuanto que no probaba
bocado? No lo recordaba.
Una pata.
Fría. Grasosa en sus manos. Pegajosa en su boca. Pastosa en su lengua.
Un horror.
Antes de eso había visto algo de televisión. Sin volumen. Con el equipo de música sonando en una
melodía familiar. Una melodía que recordaba amar. Una melodía de esas perfectas, pero a la que se
había vuelto insensible. Con gran dolor lo notó. (con gran notor lo doló). Ya no la sentía. Sólo un
murmullo (apenas un bzbzzzzzzzzz) en sus oídos, a los que no les importaba que terminara o no. Ya
no sentía esa estúpida nostalgia cuando terminaba. Esa nostalgia porque había acabado otra vez,
porque había acabado y sería demasiado volverla a escuchar...
Antes de eso, zapping, zapping y más zapping, un par de películas que ya había visto pero que
podría volver a ver, informativos aquí y allá, videoclips aquí y allá
Luces
Muchas luces y nada más. Un fulgor retumbaba sobre las paredes.
Más claro. Más oscuro. ¿Antes de eso?

Antes de ver tele, había prendido el equipo de música. Había dudado si escuchar ese tema que le
recordaba a ella o no. Era un error, pero decidió hacerlo.

Antes de eso. Había llegado a su casa. Había encendido todas las luces posibles. Había caminado
sin rumbo dentro, como si estuviera buscando algo. La sentía vacía. Más que de costumbre.

Antes había manejado su auto. Luces de nuevo. Rojo. Verde. Rojo. Verde. Algún amarillo y la
noche negra bajo la inevitable lluvia.

Antes de eso había salido de su oficina y se había encontrado con la lluvia. Y supo que había
perdido otra vez.

Había pasado casi todo el el día en la oficina. “Un día de mucho trabajo fue hoy” Antes de salir de
su oficina, había saludado al guardia. Antes de saludarlo había bajado en el ascensor y mientras
bajaba en el ascensor había pensado en el día anterior a esa misma hora.
Once cuarenta y cinco.

Antes había llamado al ascensor.


Antes había dejado en orden su escritorio y su oficina. Cada cosa en su lugar. El desorden complica
y es tan fácil evitarlo...
Antes había estado trabajando... ¿Cuatro?¿Cinco horas? Frente a la PC. Con los papeles de la cuenta
de Anderson y con los de la Cervecería que eran más complicados. Mientras trabajaba había
llamado Doña Antonieta. ¿Para qué llamaría? Aunque lo sabía fingió no saberlo. ¿Si no había
hablado con Cristina últimamente? ¿Y que le interesaba a él nada de Cristina? “No , no sé nada de
su hija Doña Antonieta”. Comentaron dos o tres cosas más (sin importancia) y cortó. Le dolió no
saber que era de su vida. Como andaría todo. La última vez que la había visto las cosas no estaban
como para ese tipo de conversaciones.
Antes había trabajado. Más y más. Charlas con un par de clientes. La reunión con tesorería. Todo
bien con los números por suerte. Los números si que eran fieles. Nunca fallaban. Antes había
llegado del gimnasio.
Antes del trabajo había ido al gimnasio, como todos los días. A pesar de que estaba agotado por
todo el trajín de la noche anterior. Sólo un par de ejercicios livianos. Un poco de bicicleta. Unas
abdominales. Ejercicios con poco peso. A pesar de que no tenía ni las más mínimas fuerzas, hubiera
sido tonto no ir justo ese día.
Antes había llegado al gimnasio y había cruzado dos palabras con la chica del mostrador. Nada
importante. Algo sobre las cuotas.
Antes había llegado al gimnasio. Había aparcado en el estacionamiento cubierto porque parecía que
iba a llover y el auto estaba recién lavado.
Antes había pasado por el lavadero de coches.
Antes había salido de su casa. Había conversado con el portero , que le dijo que seguro que más
tarde llovía. Don Andrés (el portero) tenía un don para estas cosas y siempre acertaba. Si decía que
iba a llover, llovía. Daniel siempre le llevaba la contra, aún sabiendo que llevaba las de perder, ese
día no fue menos y se quedó un par de minutos, como casi todos los días, a discutir las
probabilidades de que lloviera. Incluso apostaron, como siempre hacían, diez pesos. Diez pesos que
Daniel invariablemente perdía.
Antes había vuelto del cuarto de lavado y había dejado secando la ropa recién lavada en su balcón.
Antes había ido a lavar algunas cosas. Pero no se sentía muy bien y esperó a que el cuarto de lavado
se desocupara. No tenía ánimos para entablar esas conversaciones banales con algunos de sus
vecinos mientras esperaba la ropa. Así que fue cerca del medio día, para evitarse las charlas
casuales y otras molestias.
Antes había bajado en el ascensor hasta el cuarto de lavado. Mientras bajaba había pensado en el día
anterior. Sintió una molestia en la espalda , un peso que no se explicaba bien de donde venía.
Antes había salido de su casa y había llamado el ascensor para bajar al cuarto de lavado.
Antes había abierto la puerta de su casa.
Antes había abierto la heladera sólo por costumbre, ni siquiera había mirado adentro. La cerró sin
sacar nada. Tampoco tenía hambre y más bien sentía unas ligeras nauseas y se dijo que mientras
más pronto saliera de esa casa mejor.
Antes se había vestido rápidamente.
Antes se había lavado la boca. Se había mirado al espejo y se había preguntado quien era ese que lo
miraba desde detrás del vidrio. Todo le decía que era él: Daniel Santos. Pero él todavía no podía
creerlo. Esa mueca en la boca no era suya. La mirada macabra tampoco. Pensó que quizás nunca
más se animaría a mirarse en un espejo de nuevo.
Antes había caminado tambaleando hacia el baño, con mal gusto en la boca y una molestia en la
espalda.
Antes había despertado sobresaltado con la campanilla del despertador y con la imagen terrible del
cuerpo de Cristina hundiéndose en el fondo del pantano.
Civilización
Lunes:
Hoy soy más tonto que ayer. Lo sé. Y mañana lo seré más. Y así y así. Y pasado mañana, incluso
olvidaré esta palabra “mañana” y tendré que decir “el día después de hoy”
La nada avanza, inexorable, hacia mi mente.
Sé que llegará el día en que apenas pueda escribir. Sé que llegará el día en que ni siquiera pueda
balbucear mínimas frases inteligibles. Sé que llegará el día en que no tendré conciencia de lo que sé
o no sé.
No hace mucho que descubrí este progresivo deterioro. Podría decir que tres meses , aunque quizás
sean más. Hace tres meses comencé a notar los primeros síntomas, la enfermedad (la llamo así
aunque no sé si es una enfermedad empíricamente hablando) puede llevar años desarrollándose en
forma asintomática.
Desde aquel momento acudí con desesperación a todos los especialistas que se me ocurrieron o me
recomendaron. Pensé en decenas de enfermedades posibles. Temí que fuera Alzheimer. Meningitis.
Algún tipo de tumor cerebral. Incluso alguna patología mental. ¡Dios! ¡Hasta pensé que podría ser
Sífilis!
Los estudios no mostraron nada…Mi salud física está en perfectas condiciones.
Y mi mente se cae a pedazos. Bueno, hay que aclararlo: mi mente, desde el aspecto fisiológico está
bien. Tampoco he perdido la lucidez ni la cordura. No me creo el conquistador de media Europa, no
me siento perseguido, no presento fobias inexplicables.
El deterioro es notable sólo en un campo en particular: el lingüístico.
Cansancio...

Domingo:
Es domingo y me siento de ánimos, hace tantos días que no escribo…
He notado que mi deterioro se ha acelerado en los últimos días. Quería tomarme mi tiempo para
explicar esto lo más claramente posible, pero temo no lograrlo, con cada día noto nuevas señales
inquietantes…
Esta mañana no he podido pensar en mi mano. Veía ese apéndice que salía de mi cuerpo , veía como
se movían , a mi voluntad , las cinco pequeñas extremidades (ahora sé que se llaman dedos) pero no
sabía que mi mano era una mano…
Cada día me es más difícil comprender lo que me pasa, por eso mi prisa , si es difícil comprenderlo
a mí ,que conozco…

(Aquí hubo una laguna. Las palabras en ese momento no me salieron, ha pasado casi una semana y
media desde lo último que escribí, releo, retomo la idea…)
Martes:
…A mí , que tengo el conocimiento intuitivo de esta condición que me aqueja, dado el acceso
“preferencial” que tengo sobre dicha condición ( ¿hay una incongruencia aquí? Lo siento) Si a mí
me es difícil explicármelo, más difícil es explicarlo a terceros usando el medio justamente afectado
por la enfermedad, es decir, las palabras.

Situaciones como esta me desesperan.

Hubo un tiempo en que me desenvolvía con asombrosa facilidad en el mundo de las palabras. Mi
confianza en mi capacidad retórica era infinita (He dudado largos minutos antes de poder dar con
esta palabrita tan simple: infinito , infinito, infinito. El espacio entre significado y significante se
hace cada vez más extenso, ambos se alejan, cada uno hacia un extremo de este nuevo universo que
se va cerrando sobre mi…)

…en estos días inciertos, me he encontrado buscando refugio en el pasado.


En mis tiempos pasados, que fueron mejores, como serán mejores estos que los que vienen. El
carácter transitivo de la existencia, su continuo movimiento nos impide fijar un punto o un estado
para valorar el todo en su conjunto.
He tenido una vida… ¿mínimamente aceptable? No puedo decir que fui feliz en mi vida, porque no
sé qué pasará en el futuro. No puedo decir que fui feliz en algún punto del pasado, porque lo digo
desde un presente que no es ese pasado feliz.
Y esa pérdida lastima. Entristezco...la conciencia de la felicidad pasada duele…
Entristezco.
Generalmente encuentro consuelo intelectual, más no emocional, en estas disquisiciones, pero no
hoy. Son apenas iluminaciones etéreas de último momento, los postreros rayos del sol de un ocaso
que devendrá en noche perpetua… Y me he perdido una vez más en la explicación del fenómeno.En
tropos innecesarios...Cansancio…

Lunes: (he releído lo escrito arriba , otra vez lunes, el ciclo , el eterno retorno, nada me habla del
tiempo circular como esta… ¿Causalidad? ¿Casualidad? Un lunes comienzo y un lunes termino)

Estas serán las últimas anotaciones, espero no divagar, espero ir al grano.


Día a día pierdo capacidad lingüística. Al parecer, es un deterioro de algún tipo en el sector del
cerebro que domina esta capacidad. Sin embargo, no es detectable con ningún medio de aquellos
con los que hoy se disponen en el campo de la medicina neurológica, lo sabemos, el cerebro es el
mayor misterio.
Me he….decenas de análisis y escaneos del cerebro.

El cerebro esta perfecto.

Ahora bien, aquí radica el problema: en el ser humano la capacidad de hablar está estrechamente
ligada a la capacidad de pensar. Todos estarán de acuerdo conmigo en eso. Entonces, si una se ve
afectada la otra también, pensamos en palabras, si perdemos las palabras perdemos la capacidad de
pensar. Es una forma burda, incluso simplista de explicarlo, pero es eso y nada más.
Eso es lo que me está pasando.
Pronto olvidaré todas las palabras y mi mente perderá la capacidad de formar conceptos, luego
perderé la capacidad de distinguir entre una palabra y solo veré letras sueltas, luego ni siquiera
sabré que una línea circular cerrada forma una “O” y que una línea que baja y forma un ángulo
hacia la derecha es una “L”.
Esto influirá en mi percepción sobre el mundo, podré ver las cosas pero no distinguirlas…1
Después perderé la capacidad de distinguir los límites de los objetos entre sí 2, luego de los límites
entre los objetos y el espacio Y finalmente entre el espacio y mi propio yo. Todo se convertirá en
una sola marea gris.

Una conclusión un tanto alocada:


En este punto terminal de mi enfermedad es probable que mi nivel de percepción3 sea cercano al de
1
Esto lo escribo con posterioridad, en un instante de lucidez , pues no creo que haya quedado claro. Olvidaré las
palabras , los nombres de las cosas , al olvidar los nombres de las cosas no podré distinguir entre una cosa y otra , un
televisor (una cosa) y una mesa (otra cosa) serán para mí sólo eso: cosas. Entrarán dentro de la misma categoría de
“cosa”. El próximo paso será perder la capacidad de distinguir los límites entre un objeto y otro…. (¿acaso esto es
redundante?)
2
Aquí el televisor y la mesa serán percibidas como una misma masa. Creo que será progresivo. Primero agrupare
como parte de un mismo cuerpo o ente las cosas cercanas espacialmente. Luego todo se irá haciendo parte de esa
sola masa. Luego solo el vacío o la totalidad…
3
He escrito originalmente “nivel de conocimiento” luego he rectificado.
Dios. El desconocimiento total es lo más similar al conocimiento total. Pienso en el Aleph de
Borges y quizás mi mente llegue a su extremo opuesto. A la otra cara de la moneda.

Para mí, en ese supuesto, el universo va a ser una sola masa caótica, pero será una totalidad. Voy a
“ver” el universo, la diferencia con un probable Dios radica en que no tendré conciencia de que lo
veo. (o quizás sí. Quizás allí esté la respuesta. Quizás esa sea la entrada al conocimiento total ¿No
buscan eso algunos Yogis de la India? Algunos monjes tibetanos?)
Mi yo, este yo que ahora escribe, que ha querido y a odiado, que ve sus manos moverse, sus dedos
ajados saltando de tecla en tecla como…

Mi yo, en esa instancia va a ser sólo un recuerdo, lo que no puedo decir es donde quedará ese
recuerdo.
Quizás sólo en estas páginas
In Utero
Sucedió cuando viajaba por las tierras de las mujeres con los ojos de sol.
Es una región amarilla. Árida y seca. De caminos desiertos. El sol brilla constantemente; Es
probable que quienes viven en aquellas regiones jamás hayan visto una nube, es probable que ni
siquiera tengan una palabra que las designe.
Asumo que allí tampoco existen otras palabras: Frondoso, Escalofríos, Ciudades...
Durante los dos años que me pasé errando a través de aquellas tierras apenas si noté vestigios de
civilización en caserios derruidos que se acurrucuban cerca de las cada vez más escasas napas de
agua.
Dicen que las mujeres de aquel inhóspito país tienen ojos de serpiente. Que, como la medusa del
mito, sus miradas tienen tal poder que dejan congelado a quién las observa fijamente.
Y vaya si hay que tener poder para dejar congelado a alguien en un infierno como ése.

Sin embargo no es fácil encontrar una mujer en aquellos lugares. En el tiempo que pasé allí sólo ví
dos.
Recuerdo el nombre del pueblo y el nombre de la posada dónde las conocí: La Posada de los
Pájaros Voladores. Recuerdo que era martes, que la luz del día brillaba demasiado para ser un
martes y que había entrado en aquella lamentable taberna con la garganta llena de polvo. Recuerdo
que ordené la jarra más grande de cerveza Ocre y que en cambio me trajeron cerveza Plata.
Recuerdo que no protesté, que me bebí la mitad en el primer trago y supo a gloria.
Por supuesto las recuerdo a ellas: sus rostros agrietados por el viento, sus cabellos duros como
pastizales. Recuerdo sus cuerpos antes y después de las túnicas. Recuerdo, más que nada, sus ojos.
Sus ojos centelleantes de aquel color indefinido. Lo que nunca he podido traer del fondo de mi
memoria son sus nombres. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que en verdad jamás los
supe.

Las ví después de un largo rato sentado, una vez que mi sed y mi hambre se habían aplacado.
Además de ellas habían dos viejos jugando naipes(Me pareció que jugaban al Enano Tuerto o
quizás al Andariego) y un borracho durmiendo sobre sí mismo, roncando silábicamente, soñando
felicidades lejanas. Nadie miraba a nadie, excepto ellas que, ahora lo notaba, me observaban en
silencio.
Llevaban túnicas en varios tonos de verde con algún detalle en dorado o en naranja. Estaban tan
cerca una de la otra que parecían ser una misma. Ví que una era mucho mayor, que seguramente
eran madre e hija dejando pasar los días uno detrás de otro, esperando al marido, al padre que
marchó a aquella guerra (quizás a las guerras del cuerno rojo, quizás a las más antigüas guerras
contra los hombres mudos) y que jamás volvería.
Primero me incomodó el hecho de que me miraran sin disimularlo, pero con el paso de los minutos
la incomodidad se transformó en placidez y yo también comencé a mirarlas: observé los exquisitos
detalles de sus túnicas, la armonía de todos sus tonos de verde, la forma en que cada color jugaba
con las luces y con las sombras...
Lo que no podía alcanzar eran sus ojos, yo había escuchado las leyendas sobre las mujeres y sus
ojos mágicos, pero a esa distancia sólo veía puntos indescifrables. Decidí que mi deber era ir a
presentar mis respetos, ofrecerme para cualquier cosa que dos mujeres desvalidas pudieran necesitar
en una tierra tan inhóspita. No importaba para qué; Solo necesitaba acercarme.
Sin embargo no pude moverme, por un instante cruzó a través de alguna de mis capas de conciencia
la certeza de que había sido hechizado por ellas. Pero fue un instante y no me importó: Aquel estado
de placidez borraba todas mis necesidades, mis sufrimientos, mis deberes. Fue maravilloso sentirse
un muñeco de arcilla en sus manos...
No sabría decir cuánto tiempo pasó hasta que la más pequeña se levantó para acercarse. Recién allí
noté el humo que se elevaba desde el tabaco que en algún momento yo debía de haber encendido.
Cuando aquella joven se detuvo delante mío pude por fin perderme en sus ojos amarillos. Creo que
le sonreí pero no estoy seguro. Quizás yo sólo sonriera por dentro. Seguimos así un rato hasta que
ella, sin pronunciar palabra, me toco la punta de la nariz con cada uno de sus dedos. Luego se los
chupo y uno por uno los fue pasando por mis labios como si los pintara. Su saliva olía a curry. Sus
dedos eran ásperos. Su boca, al contrario, se veía suave como la seda.
Siempre en silencio tomó mi mano y repitió el rito:Uno por uno, llevó mis dedos a mi boca, luego a
la suya. Una vez finalizado esto regresó corriendo a dónde su madre la esperaba, ella le acarició la
cabeza y le susurró algo al oído. La joven (debería tener como mucho quince años) la escuchaba
con la cabeza baja y asentía constantemente.
Yo seguía sin entender nada y comenzaba a darme cuenta que lo mejor sería que me fuera de allí lo
más pronto posible. Pero mi curosidad (o su hechizo) era más fuerte. Le dí una onda calada al
tabaco que seguía en mi mano y el picor en la garganta me causó un extraño placer. Creí que los
viejos que jugaban en la otra mesa me observaban, los dos con medias sonrisas, los dos con las
cartas en la mano. Algo como una descarga eléctrica me recorrió al darme cuenta de que ambos
estaban ciegos.
Tres parpadeos después, ella estaba de vuelta, cosa que me alegró pues había comenzado a hechar
de menos el intrincado dibujo que los verdes, los marrones y los ámbares formaban en torno a sus
pupilas.
El ritual se reinició. Tomó el tabaco que yo (aún) sostenía y dejó caer la ceniza sobre la palma de su
mano. Luego la deshizo formando círculos con su dedo corazón para, acto seguido, impregnar su
índice con aquella misma ceniza. Todo daba vueltas, yo sentía que de mi cuerpo partían redes de luz
hacia cada dirección posible comunicándome con cada ríncón, con cada ser (ya fuera hombre,
animal, planta u espíritu) del universo.
En aquel momento su mirada se dirigió hacia su propio cuerpo (hacíendo que mi vista la siguiera,
pues mis ojos iban hacia dónde fueran los de ella), hacia su pie izquierdo que, sutil, asomaba debajo
de su túnica. Sus uñas, pintadas de un azul violento; Pequeñas argollitas en sus dedos.
Ni siquiera tuve tiempo de detenerme a contemplarlo, pues ella descubrió el resto de su pierna.
Grácil y de un color bronce brillante: La perfección de la juventud.
Mi cabeza me advertía a los gritos del peligro. Por un momento pude despegar mis ojos de aquel
espectáculo para observar a mi alrededor. Nadie se movía. Cada uno seguía en lo suyo. El
encargado del local lavaba cacharros. Los viejos jugaban. El borracho dormía...
Volví a mi paraiso para ver como la joven trazaba una línea con la ceniza en su pierna. Una línea
que comenzaba cerca de su rodilla y subía por la suave cara interna de su muslo para finalizar en
aquel otro pequeño paraiso...
Entonces, un susurro en mi oreja:

– Te está cortejando – dijo la voz aterciopelada – te está reclamando como suyo. Y seria una
gran deshonra para ella que tu no aceptaras el llamado.

Adiviné que era la otra mujer quién hablaba a mi espalda, quise confirmarlo pero mi cuerpo no me
obedecía; Yo solo tenía ojos para aquel angel endemoniado que en ese preciso instante apoyaba su
pie en mi rodilla.
El contacto fue brutal. Experimenté como mi corazón se detenía para luego comenzar a bombear
con más fuerza toda la sangre posible hacia aquel rincón de mi cuerpo tanto tiempo olvidado.Tomé
su pie entre mis manos y lo besé con pasión; Lo que en verdad deseaba era devorarlo.

– Ella quiere calmar tu hambre, viajero. Sólo tienes que acompañarnos – escuché de nuevo la
voz de nuestra sabia madre. A esta altura ya estaba convencido de que nada de lo que ellas
hicieran me dañaria.

Nos dirigimos a unas escaleras que parecían ser de piedra. Las escaleras bajaban hacia una
oscuridad completa y calurosa. Había un olor extraño que no pude identificar pero que nunca
olvidaré. La joven me llevaba de la mano. La mayor apoyaba las suyas en mis hombros.
Durante ese breve lapso de oscuridad, liberado del embrujo de sus miradas, volví a desconfiar de
aquellas brujas. Pero entendí que no podía echarme atrás. Deseaba a aquella muchacha y estaba
dispuesto a lo que fuera por poseerla.
No tardamos mucho en llegar a un pequeña caverna iluminada con lámparas que parecían hechas
con la piel de algun tipo de reptil. Creí escuchar el sonido de alguna corriente subterranea y
pregunté algo al respecto pero nadie respondió. La madre, en cambio, me explicó para qué me
habían traído:

– Llevo años esperando que alguien pueda librar a mi hija de este infierno. Necesito que
desvirgues a mi hija, viajero. Para que ella pueda marcharse.

Mil cuestionamientos acudieron a mi mente, pero... ¿Es que tenía algún sentido preguntar algo a esa
altura? No sabía qué hacer, qué decir, qué pensar...Madre e hija me miraban calladas, esperando mi
respuesta. Las palabras no acudían a mi boca, ahora mismo me cuesta encontrarlas...

– Que tengo que hacer – fue lo único que pude responder.

No me contestaron. La joven me llevó hacia una especie de lecho de paja. Hizo que me acostara y
comenzó quitarme las ropas. Yo temblaba al mínimo roce de sus manos. A veces la madre le dirigía
frases en su idioma y ella respondía asintiendo con la cabeza. Una vez que terminó conmigo,
comenzó a desvestirse ella. Como suponía, iba desnuda bajo la túnica verde; No tardó nada en
sentarse encima mio.
Forcejeamos un poco pero no hubo caso: Ella estaba rígida como una piedra y yo, idiotizado por lo
onírico de la situación.
Comenzaba a desesperarme cuando nuestra gentil madre intervino para bien. Con un gesto casi
imperceptible hizo que la joven se hiciera a un lado. Luego fue enseñandole, sobre mi cuerpo, las
formas de satisfacer a un hombre. Cogió mi miembro y con mano firme fue primero acariciándolo,
luego agitándolo y finalmente chupándolo. Una vez que lo consideró suficiente saltó sobre mí y con
un rápido gesto acomodó sus partes sobre mis partes sin siquiera quitarse la túnica. Allí comenzó a
hablarle nuevamente a su hija en aquel extraño idioma. Supuse que le explicaba como moverse, no
siempre hacia arriba y hacia abajo, sino también hacia adelante y hacia atrás, hacia la derecha en
círculos, en semicírculos, horizontal y verticalmente, acelerando y pausando en los momentos
adecuados, a mover lo de afuera y lo de adentro de maneras diferentes, a reconocer cuando el
hombre está a punto de dejar de ser útil, a esperar para que se recupere o a hacer que no se recupere
si es preciso.
En ningún momento mostró la más mínima señal de estar disfrutando. Yo no era sino un
instrumento, una herramienta de aprendizaje...
Una vez que terminó de explicar fue nuevamente el turno de la jovencita. Esta vez sí que pudo, con
la colaboración de su madre, hacerme entrar dentro suyo. Ella si que sentía, gozaba, sufría de aquel
dolor primigenio. Pero no dominaba la técnica y a los pocos segundos me derramaba en un orgasmo
de casi cuatro años.
Pero ellas aún no habían terminado. Pacientemente esperaron a que estuviera listo de nuevo y todo
volvió a empezar. Ahora fue la hija quién perfeccionó la destreza de sus manos y de sus labios en mi
cuerpo.
Y otra vez: Arriba mío, dentro suyo. Ahora la madre le enseñaba cómo retrasar la partida del varón
colocando un dedo en un lugar que, por pudor, no nombraré, un lugar sagrado para todo hombre.
Creo que a esa altura ya habia comenzado a odiarlas.

¿Alguna vez tuvieron la experiencia de ser enterrados vivos? Así fue como me sentí durante los días
en los que me mantuvieron con ellas. No podría afirmar con certeza cuantas lunas pasaron durante
mi cautiverio. Ni siquiera podía pensar en escapar pues mi voluntad me había abandonado.
Ellas se ocupaban de todo, me alimentaban y me aseaban a diario para que por las noches (o lo que
yo asumía eran las noches) la madre pudiera enseñar a la hija las técnicas del amor sobre mi cuerpo.
De todo aquello, lo que más me hacía sufrir era su completo desinterés por mis sensaciones. Nunca
les importó si algo me dolía o me gustaba, si me causaba tedio o placer. No tuve más orgasmos que
el de la primera noche. Nuestra madre (maldita vieja arpía) sabía exactamente qué hacer para evitar
que los tuviera...

Cuando finalmente me dejaron ir, lloré e imploré que no me abandonaran. No me imaginaba cómo
haría para volver a caminar solo por el mundo exterior, cómo podría arreglármelas para tomar, por
mínima que fuera, cualquier decisión, cómo viviría sin la belleza de aquellos ojos de sol.
Mínimos
4

La noche se tiende. Cuatro son los testigos del paisaje violáceo y lunar: La joven rubia, que ingenua
camina iluminando los callejones del cuento; El monstruo, que a duras penas puede controlar su
exaltada respiración mientras la acecha; El narrador, triste deidad acróbata y malabarista; Y tú, ojo
en el cielo, que te preguntas qué tipo de magia te ha traido aquí, a descubrir este racó del tiempo,
esta vida secreta.

JLB

La primera vez que miró dentro de aquel espejo, el niño Jorge Luis supo que aquel no era un espejo
como los demás. Su primer impulso fue escapar pero (aunque siempre se consideraría un cobarde)
fue valiente y entró en él. Seres y sueños monstruosos habitaban allí: Vió una aberración con cara
de toro atrapado en un laberinto, vió una escalera hacia una biblioteca infinita, vió un punto donde
se concentraban las pesadillas de hombres y demonios...
Estando dentro, una voz le advirtió - Jamás hables de lo que viste o serás castigado -
Jorge Luis sonreía cuando cerró aquel libro.

CR9

– ¿Argentino? Yo vi un cóndor cuando estuve en Argentina – dice el inglés cuando se entera


que soy argentino – en Córdoba – completa con satisfacción.
– Que interesante – le miento. No tengo ganas de ponerme a explicarle que probablemente vio
un aguilucho, que si hubiera visto un Condor se hubiera cagao en las patas.
Y eso no lo andaría contando por ahí.

CFK

Con culpa piensa que no quiere verlo sufrir más. Que tanta lucha lo está devorando por dentro. Que,
tal vez, lo mejor sería... Que, de todas maneras, su temperamento los esta hundiendo cada vez más.
Que si tan sólo pudiera hacerse a un lado....
Con culpa imagina futuros sin él. Brillantes futuros.
Y sin culpa desliza el veneno en su vaso.
Le aseguraron “todo parecera natural. Una desgracia”
Cóndor Subterráneo
Hace unos días dieron el fallo del concurso de novela “Cóndor Submarino” y, como esperaba, no
gané nada.
No importa, seguiré intentando. No escribo para concursos, no escribo para tener fama, no escribo
para ganar plata, no escribo para la gente.
Al concurso lo ganó una simpática señora con pinta de maestra de primaria; Su novela “Cartas del
Presidente” logró el voto unánime del jurado, el cual estaba compuesto por dos prestigiosos teóricos
de la lengua; Uno de nacionalidad peruana y otro de la universidad que organizaba el concurso.
También formaba parte del jurado una notable escritora latinoamericana. Parecía la más satisfecha
por cómo había salido todo. Intuyo que fue ella la principal defensora de las virtudes de la novela
ganadora. Intuyo que hubo mucho de identificación en esto.
No me importa.
No escribo para los analistas de textos, teóricos que dedican sus vidas a desmenuzar cosas que
nunca podrán crear. No escribo para otros escritores tampoco. Sobre todo no para los escritores.
Como escritor sé por qué.

La otra novela finalista fue “Evangelio Triste”. Su autor, un antiguo hippie (aunque quizás aún sea
hippie) es argentino, rosarino y canalla como él mismo se encargó de aclarar cuando le dieron el
segundo premio, aunque se veía tan feliz que parecía haber sacado el primero.
Su exposición fue larga. Habló de su obra (desconocida para todos ahí), de sus influencias (también
desconocida para casi todos allí), de su arte, de su familia; Agradeció al jurado, a la editorial que
publicaría la novela (aunque en ningún momento escuché que alguien publicaría su novela), a su
madre que estaba en el cielo, a buda y al karma universal que le había devuelto toda la energía
positiva que él había regalado durante sus cincuenta y siete años de vida.
Cuando la situación se estaba poniendo pesada, por no decir incómoda, el maestro de ceremonia
pudo finalmente sacarlo del micrófono pidiéndole que posara para unas fotos. El argentino puso
cara de: “¡Claro!¡Las fotos!” y se movió a un costado del escenario para posar con su diploma
como si fuera un Oscar.
En verdad, no me hubiera venido mal un segundo premio, pero no estuve ni cerca según me
comentó un conocido que tenía un conocido que era amigo de uno de los jurados. Era una buena
suma de dinero (no tan alta como la del primer premio), pero sobre todo era la (probable)
publicación del libro. En fin, a lo mejor si hubiera confiado en la energía universal y en el karma, si
hubiera obrado siempre con bondad en mi vida, el karma me hubiera regalado un segundo premio
de novela o al menos una de las seis menciones.
Pero no.
No creo ser buen emisor/receptor de ondas kármicas. No me importa. No creo en el karma, en buda
ni en ninguna fuerza de origen divino. Tampoco escribo para ellos.
Tampoco hay un ellos.

Después del finalista habló la ganadora. Apenas se la escuchaba. Parecía superada por la situación.
Intentó explicar un poco de qué iba su novela, intentó explicar cuáles eran las claves ocultas que
había intentado deslizar en el relato, intentó hacer un paralelismo sociológico/histórico entre la
época en la que acontece la novela y la época actual, habló de la intangibilidad del tiempo y de
cómo la historia es cíclica y cosas por el estilo. Ya fuera porque su discurso estaba mal organizado
(o quizás ni siquiera preparado), ya fuera porque quería abarcar toda su novela en unas cuantas
oraciones o simplemente porque hablaba muy bajito, se entendió poco y nada de lo que dijo.
Después agradeció sólo a su familia y al jurado y se bajó.

En la misma gala también se entregaron los premios a las otras categorías: El premio de ensayo
“Cóndor Supersónico” y el premio de Poesía “Cóndor Subterráneo”.
Está claro que el premio que despertaba mayor expectativa era el de Novela. Esto fue evidente
cuando al finalizar la premiación del primero, la mitad del público presente se esfumó
diligentemente.
El Cóndor Subterráneo fue para un autor joven (demasiado joven diría yo)
Al conocer el título del poemario me quedó claro que el amor era el tema sobre el que giraba todo.
Era indudable que le habían roto el corazón. Por momentos pensé que le daban el premio sólo para
consolarlo.
Una locutora se presentó para leer un par de poemas escogidos. A todo esto, el ganador había subido
al escenario y apenas si se movía mientras todo esto pasaba. Parecía un zombie o un idiota. Creería
estar en un sueño. A lo mejor desearía estar en un sueño: Que todo eso fuera mentira, que él nunca
hubiera escrito aquello, que ella nunca se hubiera ido, que despertaría y sería sólo un estudiante y
no un poeta, pero con ella al lado.
La voz de la locutora se apagaba en la sala semivacía:

“Ya nunca más


seremos uno de nuevo.
Atada por mil cadenas
de tiempo y distancia,
ni yo ni nadie podrán liberarte

Todos
somos
dos condenados a muerte”

El título del poemario era “El Tirano y Héroe”. El joven ganador no quiso hablar frente a los
micrófonos, creo que pensó que no podría contener las lágrimas.
No me gustan los poemas, tampoco los poetas. La sola mención de algunos términos me dan
nauseas: Neruda, Parnasianos, Rambaud, Splint y mejor me detengo antes de que sea demasiado
tarde.
Escucho lo que este párvulo escribió y me digo a mi mismo: Si no te importara, si no te importara tu
obra…Podrías tirar dos o tres frases ambiguas sobre una hoja en blanco y ganar alguno de los
cientos de mediocres concursos de poesía que hay por ahí…
Si tan sólo no te importara…
Pero da igual.
No escribo al amor (qué ridículo!)
No perdí mi musa (Lo que al parecer es mejor para la inspiración).
No estoy enamorado ni nunca lo estaré. Soy un escritor y eso es suficiente.

Luego entregaron el premio de Ensayo y la sala se volvió a vaciar, es decir, se fue la mitad de la
mitad que quedaba. Se podría decir que al inicio de la ceremonia, la sala era una pileta llena, pero a
medida que pasaban los premios alguien sacaba el tapón y la pileta se iba vaciando, primero
quedando con el agua a la cintura, luego con una pequeña cantidad apenas suficiente para mojarse
los pies y los tobillos.
Ese alguien debería haber pensado en invertir el orden de los premios también. Pero no se puede
estar todo…

El Premio “Cóndor Supersónico” fue para un periodista chileno, que actualmente reside en España.
Un intelectual con todas las letras.
Publicaba en tres revistas, tenía dos blogs (¡Dos!) y una cátedra itinerante (no sé qué es eso) en la
prestigiosa Universidad Miguel Hernandez de Alicante, Almería o algo por el estilo…
Cuando tomó el micrófono explicó que su ensayo indagaba en el submundo de la publicación
literaria, en la forma en que se movían las editoriales y en cómo prevalecían las cualidades
vendedoras de un libro por sobre sus cualidades artísticas, los editores ahora sabían más de
marketing y estadísticas que de literatura dijo en algún momento. Hablaba muy apasionadamente y
con gran elocuencia. Al finalizar agradeció, efusivamente también, al jurado, a su familia, a sus
futuros(¿?) lectores y a la editorial que sponsoreaba el concurso.
No recuerdo el título del ensayo pero era algo así como “Glup. Reflexiones, reflejos o refutaciones
de la burbuja editorial”

***

Luego del acto se brindó un pequeño piscolabis. Por la manera en que los teóricos atacaban la mesa
de los canapés, fue claro que de los que se quedaron, la mayoria esperaba fervientemente la hora de
los bocadillos.
Yo me acerqué a la mesa donde estaban las reseñas de las dos novelas finalistas y de las seis
menciones.Junto a la reseña de la novela ganadora había una foto de la autora. No había duda, era
calcada a mi Señorita Alba de quinto grado. Junto al segundo premio había una foto del argentino y
de su sonrisa de oreja a oreja. No había fotos de los ganadores de las menciones.
“El agua del mar” se llamaba la primera, escrita por Bruno Jacobi “el autor se sumerge (las
negritas no son mías) en la vida de un estibador de puerto que jamás ha salido de su Marsella
natal. Testigo privilegiado de los movimientos inmigratorios de la costa mediterránea francesa,
bla, bla…Sobre el final cree que ha desperdiciado su vida. Siempre testigo y jamás actor, bla, bla,
bla…”
La segunda y la tercera tenían títulos que no me atraían, parecían malas copias del alquimista y esto
ya es mucho decir...
La cuarta se llamaba “INSPIRACIÓN!!”(con mayúsculas, con dos signos de admiración), la
sinopsis explicaba que se trataba de un osado ejercicio surrealista. Abajo del título figuraba el
nombre de la autora: Mía Silvestre y debajo del nombre ponía “En colaboración con mis sueños”
“Ah!... INGENUIDAD!!” pensé. Las menciones restantes no me decían mucho. “Ilustres
Malechores” una novela definida como coral y ambientada en el mundillo del hampa gitana.
“Esclava de Geronte” se llamaba la última de la mesa, ni siquiera me detuve a leer de qué iba.

Pensé en mi novela, o mejor dicho, en las tres copias que había mandado de mi novela, pudriéndose
en alguna caja junto a las otras ciento treinta y pico obras mandadas al concurso de novela, a las
alrededor de doscientas enviadas al de poesía y a las cerca de cincuenta para el de ensayo. Desde el
principio supe que no tenía mucha oportunidad. Sé que la trama se complicaba demasiado y había
demasiados hilos sueltos, ojo, sueltos a propósito, pero claro, no siempre somos comprendidos...
A lo mejor sólo se deba a mi falta de talento. En fin, hay muchas cosas para corregir. Creo que uso
mucho la palabra “Quizás”, creo que uso mucho la palabra “Pero”.
“Quizás” genera mucha indefinición, mucha zona gris; “Pero” también, además "Pero” es una
palabra plebeya, los teóricos se habrán horrorizado.
Pero quizás no sea esa la razón.
A lo mejor son tantos adverbios, eso probablemente no haya ayudado mucho tampoco.

Mi novela trataba acerca de un hombre escribiendo una novela en su mente. Había dos planos: El
primero mostraba el pensamiento de este hombre, puro Joyce, pero Joyce en un mal sentido de la
palabra, una mala imitación claro, no soy Joyce, si fuera Joyce o al menos un hijo bastardo de
Joyce, o incluso el primo del nieto bastardo de Joyce habría ganado el concurso o al menos una
mención. Puro flujo de conciencia. Caos infinito y mediocre.
El segundo plano abordaba la novela que nuestro amigo (ya es nuestro amigo, es un mal escritor, un
mal poeta y lucha para mejorar, eso nos enternece, nos simpatiza) escribe en su mente, el problema
es que a medida que avanza, la novela cambia porque al no poder asentar lo ya escrito , al no poder
registrar su avance olvida lo anterior y la novela sufre incoherencias, incongruencias , personajes
desaparecen o cambian su manera de pensar, sus actitudes, sus objetivos dentro de la novela, etc…
Ahora bien, ¿Por qué nuestro amigo no puede escribir su novela?
Porque está en la cama de un hospital, una enfermedad lo tiene al borde de la muerte y va a morir.
Ha esperado demasiado tiempo para comenzar su novela y quiere finalizarla antes de que sea
demasiado tarde. Apenas si puede mantenerse consciente. Sabe que su novela nunca saldrá de su
mente. Su novela morirá con él. Pero aún sí, no se dará por vencido, no morirá hasta terminarla.

Creo que puede funcionar pero, es verdad, le faltan uno o dos años diría yo, de trabajo a conciencia.
Sé que está destinada a marcar una época. Sé que es una obra maestra incomprendida. No me
importa fracasar una y otra vez. La persistencia es la clave. No importa lo que hayan pensado los
jurados de cada uno de los concursos donde la presenté. No importa lo que me digan mis amigos,
mis conocidos, mi familia. Que cese en mi empeño, que me dé por vencido. No comprenden.
Es imposible, porque la novela ya está escrita, ya existe, ya ES una obra maestra, el problema es
que la humanidad todavía no la ha alcanzado. Y mis amigos, mi familia, los mediocres jurados
pertenecen a esa humanidad obsoleta que no comprende.
No importa, no escribo para ellos.
A veces ni yo mismo lo entiendo. A veces mi voluntad falla y tiemblo, temiendo lo peor: estar en
un error. Estar convencido de la nada.
Ser, en verdad, un fracasado.
Pero pronto me recupero y comprendo. No importa lo que yo piense.
Soy un escritor, tampoco escribo para mí mismo.

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