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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACION CIVIL

Magistrado Ponente
PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA

Bogotá Distrito Capital, dieciocho (18) de octubre de


dos mil cinco (2005).

Ref.: Expediente No. 14.491

Resuelve la Corte el recurso de casación interpuesto


por la parte demandante contra la sentencia del 14 de marzo de
2000, proferida por la Sala Civil del Tribunal Superior del Distrito
Judicial de Medellín, dentro del proceso ordinario adelantado por
MARIA ELVA PALACIOS MARIN frente a “INVERSIONES
MEDICAS DE ANTIOQUIA S.A.”

ANTECEDENTES

1. Correspondió al Juzgado Segundo Civil del Circuito


de Medellín, aprehender conocimiento de la demanda que MARÍA
ELVA PALACIO MARIN, quien dijo reclamar para sí y para la
sucesión de LUIS EDUARDO CARDENAS LALINDE, instauró
frente a INVERSIONES MÉDICAS DE ANTIOQUIA S.A., con
miras a que se hiciesen los siguientes pronunciamientos: 1) que
se declarara que la demandada, en cuanto propietaria del
establecimiento de comercio ‘Clínica Las Vegas’, es civilmente
responsable de todos los daños y perjuicios que le irrogó a Luis
Eduardo Cárdenas Lalinde y María Elva Palacio Marín en razón
de la actitud negligente de su personal que le causó, en últimas,
la muerte al primero de ellos; 2) que se le condene a pagar a
María Elva Palacio Marín, quien pide para la sucesión de su
finado esposo, el equivalente en dinero a 1000 gramos oro, como
indemnización por los perjuicios morales que se le causaron a
Luis Eduardo Cárdenas Lalinde.

3) Que se condene a la sociedad demandada a


pagar a María Elva Palacio Marín, una suma equivalente a 1500
gramos oro, por concepto de perjuicios morales que se le
causaron con la muerte de su esposo; 4) que se le ordene a la
demandada pagar a la demandante la suma de $2.831.073,00,
por concepto de daño emergente; 5) que se condene a la
sociedad ‘INVERSIONES MÉDICAS DE ANTIOQUIA S.A.’ a
pagar a la actora, por concepto de lucro cesante, la suma
$45.000.000,00; 6) que las cantidades a las que se refieren las
peticiones 4 y 5 sean indexadas desde el día de la muerte y hasta
el momento de la sentencia.

2. Los trasuntados pedimentos se fincaron en los


siguientes hechos:

LUIS EDUARDO CÁRDENAS LALINDE y MARÍA


ELVA PALACIO MARÍN contrajeron matrimonio civil en Miami
(Estados Unidos de Norteamérica), el 30 de junio de 1982, y
luego de haber vivido en dicho país, los cónyuges fijaron su
domicilio en Medellín, donde residieron juntos hasta el
fallecimiento de aquél. El matrimonio derivaba su sustento
económico de la pensión de jubilación que gozaba el señor
CÁRDENAS LALINDE, la cual ascendía a la suma de US$ 842,
que cada mes era depositada directamente por la “Social Security

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Administratión” de los Estados Unidos de Norteamérica en la
cuenta conjunta que ellos tenían en el Intercontinental Bank.

El doctor ALEJANDRO ECHAVARRÍA, médico de


cabecera de LUIS EDUARDO CÁRDENAS LALINDE, le aconsejó
un chequeo rutinario que comprendía un examen denominado
TAC de nariz (Estudio Tomográfico TAC de senos nasales), para
cuya realización se desplazó aquél, el 22 de junio de 1995, en
pleno uso de sus facultades y conduciendo su propio vehículo, a
la CLÍNICA LAS VEGAS de Medellín, de propiedad de la sociedad
demandada. Dicho examen apareja normalmente consecuencias
especiales, tales como mareos, desmayos; en fin, es molesto y
“puede afectar el normal desempeño de las funciones corporales
y el equilibrio”, pero “de tales molestias no fue enterado
CÁRDENAS LALINDE ni se le advirtió por los funcionarios de la
CLÍNICA LAS VEGAS”.

Según lo expresa su historia clínica, “‘ingresó a


servicio de urgencias para estudio tomográfico T.A.C. senos
frontales … posterior al estudio se incorporó perdiendo el
conocimiento, recibió trauma de luxación del 10% o 70% (no se
entiende) C6 y C7’…”, lo que indica “que durante el examen o la
continuación del mismo, siempre dentro de las instalaciones de la
Clínica, mareado como secuela normal del examen que se le
practicaba, LUIS EDUARDO CÁRDENAS LALINDE perdió el
conocimiento y cayó ocasionándose un daño en las vértebras
cervicales números 6 y 7”. Inmediatamente después de la caída,
el paciente fue conducido a urgencias, donde lo encontró su
cónyuge “en una camilla tirado”, abandonado, en “observación”, “y
con suero (único tratamiento que se le había prestado)”.

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“Tal espectáculo, sumado al dicho de su marido en el
sentido de que ‘lo habían dejado caer por descuido’ y que ‘no
podía mover los pies’ le causó enorme ira”, y debido a la
expresión de su enojo, el médico de turno revisó al paciente y
pudo percatarse del grave estado de salud en que se encontraba
como consecuencia de la caída, pues le diagnosticó que había
quedado “cuadrapléjico irreversible”, razón por la cual lo remitió a
la Unidad de Cuidados Intensivos de la misma Clínica.

“Los veinte (20) días siguientes fueron de continuo


padecimiento, de agravación y tristeza, en medio del enorme
dolor causado por la injusticia y negligencia del personal de la
CLÍNICA LAS VEGAS”; veinte días de esfuerzos encaminados a
que “COLSANITAS”, se encargase de los gastos del tratamiento,
al cabo de los cuales dicha entidad cubrió parcialmente los
mismos, toda vez que el departamento de contabilidad de la
mencionada clínica cobró a la viuda la suma de $2.338.573 por
concepto de “‘transfusiones, pañales desechables y nutrición
parenteral’”.

Todo ese proceso terminó con la muerte de LUIS


EDUARDO CÁRDENAS LALINDE, ocurrida el 12 de julio de
1995, como consecuencia directa de las graves lesiones que
sufrió a causa de la referida caída, la cual se debió a negligencia
del personal al servicio de la CLÍNICA LAS VEGAS. De todos
modos, éste sufrió daños morales porque esos veinte días
siguientes fueron de tormento, de dolores agudos e insoportables,
durante los cuales padeció operaciones, inmovilidad, descontrol
de esfínteres y, sobre todo, sufrió la angustia de ver su cuerpo
reducido a la inutilidad total, daños que estimó la demandante en
suma equivalente a mil gramos oro.

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A su vez, la señora MARIA ELVA PALACIO MARIN
sufrió los siguientes daños: daño moral consistente en la tristeza y
el sufrimiento que le causaron la enfermedad y posterior
fallecimiento de su esposo, perjuicio estimado por la actora en
suma equivalente a mil quinientos gramos oro; lucro cesante
(daño material) debido a que por el deceso de su cónyuge, dejó
de causarse la pensión de jubilación que éste devengaba
mensualmente del Social Security de los Estados Unidos de
Norteamérica, de la cual vivía la demandante y constituía para
ella su único ingreso. Como el monto mensual de la pensión era
de US$ 842, equivalentes a $1050 por dólar, el total de este rubro
de la indemnización corresponde a $45.000.000,00, ya que
Cárdenas Lalinde, al momento de su muerte contaba 69 años de
edad, es decir, que tenía un promedio de vida probable de 9 años
más.

Daño emergente que comprende la deuda de la viuda


para con la Clínica, por valor de $2.338.573, junto con los gastos
funerarios por $492.500, pagados a la FUNERARIA BETANCUR
Y CÍA. LIMITADA.

3. A las referidas pretensiones se opuso la sociedad


demandada en la contestación de la demanda, en la cual aceptó
los hechos en que las mismas se sustentan, salvo los atinentes a
que el examen radiológico practicado a Luis Eduardo Cárdenas
Lalinde aparejase consecuencias especiales como mareos,
desmayos, etc.; también negó que el deceso de aquél hubiese
sobrevenido por causa de las lesiones que sufrió al caerse
durante la realización del mentado examen.

4. La primera instancia culminó con sentencia

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desestimatoria de las pretensiones demandadas, decisión que el
Tribunal confirmó al resolver la apelación interpuesta por la parte
actora.

LA SENTENCIA RECURRIDA EN CASACION

Dijo el Tribunal, en lo que es el núcleo de su


raciocinio, que la doctrina y la jurisprudencia enseñan que dentro
de las obligaciones principales a cargo de los hospitales, cuando
celebran un contrato de hospitalización, se halla la de velar por la
seguridad personal de los pacientes que ingresen a tales
establecimientos, a fin de que no sufran daños mientras se
encuentran allí, y que si se trata de centros que prestan servicios
psiquiátricos, esa obligación de seguridad comprende además la
de brindar custodia y vigilancia a sus pacientes, para evitar que se
puedan causar daño, e incluso pueden quedar comprometidos a
garantizar la seguridad total del enfermo y en determinados casos
a prestar el servicio de enfermera permanente cuando el estado
del paciente lo requiera, aserto que apuntaló en una sentencia de
esta Corporación.

Refiriéndose a la obligación que en este caso contrajo


la demandada a través de la Clínica Las Vegas, acotó que la
misma consistía en velar por la seguridad del paciente, pero sin
que se tratase de una obligación de resultado, sino de medio,
motivo por el cual, para cumplir la obligación a su cargo, debía ser
diligente y prudente con respecto al paciente, actuar con
diligencia y cuidado, poniendo los medios adecuados para ello,
debiendo demostrar, justamente, el cumplimiento de esos
deberes para exonerarse de la indemnización de perjuicios “por
incumplimiento de su obligación”. Es decir, que en la Clínica

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tenían obligación de garantizar un “mínimo de seguridad al
paciente, brindarle la atención y la vigilancia que la prestación del
servicio requería, para lo cual el personal encargado de éste
debía ser cuidadoso y previsivo, tener conocimiento de las
medidas de prevención que debían tomarse y haberlas tomado en
forma correcta y oportuna, pues cualquier negligencia o
incumplimiento o cumplimiento tardío o deficiente podía hacerla
responsable de los perjuicios que por tal comportamiento llegara a
sufrir el paciente”.

No existe controversia en este caso, prosiguió,


respecto a que el señor LUIS EDUARDO CÁRDENAS LALINDE
llegó sólo y por sus propios medios al centro hospitalario para que
se le practicara un estudio tomográfico T.A.C. de senos nasales,
ordenado por el médico ALEJANDRO ECHAVARRÍA, el cual fue
realizado por personal del departamento de radiología de dicha
Clínica, y que una vez practicado, se incorporó en la camilla y
luego, cuando la persona que practicó el examen acababa de
alejarse de su lado, cayo al suelo, habiendo sufrido daño en las
vértebras cervicales 6 y 7, a causa de lo cual permaneció en la
sección de cuidados intensivos durante los veinte días siguientes,
al cabo de los cuales falleció.

El litigio gira, por consiguiente, en torno al


cumplimiento de la obligación de seguridad contraído por la
demandada para con el paciente CÁRDENAS LALINDE, pues la
actora considera que la misma no se cumplió porque debiendo
aquella actuar con diligencia y cuidado, poniendo los medios
adecuados para ello, no probó haber procedido en tal forma; al
paso que la demandada estima lo contrario, esto es, que sí
cumplió a cabalidad esa obligación porque, con relación al simple

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riesgo teórico del mareo, el técnico tomó las medidas normales de
cautela, como fueron acercarse al paciente, ayudarlo a sentarse
en la camilla y preguntarle cómo se sentía, sin que éste hubiera
manifestado alguna molestia o estar mareado, motivo por el cual,
en tales circunstancias, no era previsible que pudiera caerse y por
ello no pudo evitarlo; y que, en consecuencia, el deber razonable
de diligencia y cuidado, en relación con una caída que pudiera
originarse en un mareo, quedó cumplido en esa forma.

Agregó el sentenciador ad quem, que la demandante


MARÍA ELVA PALACIO MARÍN aseveró que el estado de salud
de su cónyuge era muy bueno; atestación corroborada por el
médico ALEJANDRO DE JESÚS ECHAVARRÍA RESTREPO,
quien precisó, además, que dicho paciente había asistido a
consulta por un problema de rinitis alérgica, por lo que le formuló
tratamiento en dos ocasiones, sin mejoría, debido a lo cual le
ordenó la aludida tomografía y que, con excepción de esa rinitis,
gozaba de buena salud. Añadió que, dado el conocimiento clínico
del paciente, el cual no había padecido hasta ese momento
ningún fenómeno de mareo, síncope o enfermedad
cardiovascular, “‘no era pensable, previsible o sospechable’” que
presentara alguno de esos cuadros clínicos después del T.A.C. y
que por esa razón en la orden que le dio para la práctica del
examen no hizo ninguna advertencia sobre precauciones que
debieran tenerse con este paciente, puesto que ese es un
examen sin riesgo para una persona con las condiciones de salud
que presentaba el aquejado. Advirtió, en todo caso, que la edad
del paciente constituye un factor de riesgo en la aparición de
enfermedades cardiovasculares, e igualmente, para que se
presente la hipotensión postural, esto es, la disminución de la
presión arterial sanguínea con los repentinos cambios de

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posición, como ponerse de pie con rapidez, anomalía que se
presenta en algunos pacientes con alteraciones de los
mecanismos de regulación vascular o que están recibiendo algún
medicamento y que cuando se presenta, el paciente puede
manifestar debilidad y mareo e, inclusive, en casos severos,
puede presentar síncope.

En fin, reseñó el Tribunal, subrayando, incluso,


aquellos aspectos que consideró relevantes, los testimonios de
Rafael Guillermo Villavicencio Tirado, Sergio Alberto Vargas
Vélez, Gabriel Jaime Isaza Sánchez, José Rodrigo Restrepo
González, Omar de Jesús Castaño Quintero, Jorge William Uribe
Ceballos, Darío Humberto Patiño Moreno y Luís Carlos de Jesús
Cano Restrepo, al cabo de lo cual afirmó que de tales
testificaciones se infería que la tomografía de senos paranasales
no es un examen molesto; que no afecta el normal desempeño de
las funciones corporales y el equilibrio del paciente; que en sí
mismo no entraña riesgo para éste y, por ende, si al incorporarse,
después de terminado el examen se marea o pierde el equilibrio,
tal suceso no constituye una secuela de la prueba. De ahí que
quien en este caso practicó el examen no estaba obligado a
enterar al paciente de unos efectos que no se derivan del mismo.

Puntualizó, seguidamente, que con excepción de la


rinitis alérgica que padecía, CÁRDENAS LALINDE gozaba de
buena salud, además que no había experimentado ningún
fenómeno de mareo, síncope o enfermedad cardiovascular. Su
caída no obedeció a la pérdida del conocimiento, porque lo que
sufrió, según el tecnólogo que lo atendió, fue un mareo, punto
sobre el cual el convaleciente nada le dijo a su esposa, como
tampoco le comentó, según ella lo declaró, la razón por la cual no

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pudo impedir el accidente. Tampoco se pudo establecer
claramente en el proceso la causa de ese mareo, amén que con
el electrocardiograma que se le practicó después de la caída,
quedó descartado que tuviera origen cardíaco.

De todas formas, añadió, no es normal que un


paciente sano sufra de mareo cuando se incorpora después de
una tomografía, situación que puede ocurrir cuando padece de
trastornos cerebrales, afecciones cardíacas, presión alta o
colesterol muy alto, o esté recibiendo medicamentos o sufra
hipotensión postural, la cual consiste en la disminución de la
presión arterial sanguínea debida a los cambios de posición, y
como consecuencia de ella el paciente puede marearse o perder
el equilibrio, debido a enfermedades tales como la
arteriosclerosis, que disminuye la capacidad de suministro de
sangre al cerebro. Además, la hipotensión postural tiene relación
con el envejecimiento de la persona, por causa del deterioro
progresivo de su capacidad de respuesta refleja y, especialmente,
de la actividad del sistema nervioso automático de tipo simpático,
la cual se requiere para el control adecuado de la presión arterial.
Por lo demás, los síntomas de mareo al cambiar de posición se
presentan en forma inmediata.

Por eso, acotó a continuación el fallador, cuando la


tomografía de senos nasales se practica a una persona en buen
estado de salud, sin antecedentes de haber sufrido alguna de las
referidas enfermedades o de hipotensión postural, pero es de
edad avanzada, como lo era CÁRDENAS LALINDE, para impedir
que ello suceda, quien realiza el examen, una vez terminado el
proceso, debe regresar la camilla a la posición inicial y tener la
precaución de ayudar al paciente a incorporarse y, una vez

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sentado, preguntarle cómo se siente, cómo le pareció el examen.
Si manifiesta sentir algún malestar o tipo de mareo, se le deja
acostado mientras se recupera. Si dice sentirse bien, se le deja
sentado, mientras él se calza y el tecnólogo revisa las tomas en la
pantalla.

Es claro, entonces, que si un paciente de edad, que es


totalmente asintomático, se incorpora después del examen y dice no
sentir nada extraño, no es previsible que pueda repentinamente
marearse o perder el equilibrio, porque no hay nada que alerte al
paciente o al tecnólogo de que posteriormente va a tener uno de esos
cuadros. Por consiguiente, dadas las condiciones generales de buena
salud y la ausencia de antecedentes, sólo era previsible que debido al
proceso de envejecimiento y al “consiguiente deterioro de la actividad
del sistema nervioso automático de tipo simpático que se requiere para
el adecuado control de la presión arterial, pudiera marearse o presentar
síntomas de mareo al incorporarse en la camilla”. Por ello el tecnólogo
estaba obligado a tomar las medidas de precaución antes anotadas
para impedir que al incorporarse sufriera mareo o perdiera el equilibrio.
Y efectivamente así procedió, pues terminado el proceso de las tomas
radiológicas, regresó la camilla a su posición inicial, “… ayudó al señor
CÁRDENAS LALINDE a incorporarse y, una vez estuvo sentado le
preguntó: ‘cómo se siente, cómo le pareció el examen’, y él respondió
que se sentía bien y que le había parecido el examen más largo de lo
que le había dicho que se iba a demorar. En vista de ello, como había
pasado el momento anterior a la incorporación, que es cuando puede
presentarse algún mareo, y no le manifestó que sentía algún malestar o
tipo de mareo, lo dejó sentado en la camilla, mientras se calzaba y él se
dirigió hacia la consola del tomógrafo para revisar las tomas en la
pantalla, caminó por ahí cinco (5) pasos y alcanzó a observar que el
señor CÁRDENAS LALINDE caía de espaldas contra el piso”.

Infirió, entonces, el juzgador, que el accidente ocurrió

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en circunstancias que lo hacían imprevisible, ya que habiéndose
incorporado el paciente y habiendo afirmado que se sentía bien, e
incluso, que el examen había durado más de lo estimado, no era
previsible que le fuera a dar mareo, además que no se demostró
la existencia de algún motivo que exigiera un cuidado diferente al
que le brindó el tecnólogo que practicó el examen. Significa lo
anterior, que éste “sí fue diligente y cuidadoso en tomar correcta y
oportunamente las medidas necesarias para evitar el riesgo de
mareo por hipotensión que era lo previsible en dicho caso, dada la
edad avanzada del paciente y que gozaba de buena salud y no
tenía antecedentes de haber sufrido mareos, síncope o
enfermedad cardiovascular”, motivo por el cual no es procedente
deducir responsabilidad contra la demandada por los perjuicios
sufridos por la actora a causa de la caída del señor CÁRDENAS
LALINDE.

LA DEMANDA DE CASACION

De los dos cargos contenidos en ella, la Corte se


circunscribe a despachar el segundo que habrá de prosperar.

CARGO SEGUNDO

Con sustento en la causal primera de casación,


acúsase la sentencia recurrida de ser indirectamente violatoria,
como consecuencia del error de hecho manifiesto en la
apreciación de las pruebas, del artículo 1604 del Código Civil, por
aplicación indebida y, por falta de aplicación de los artículos 1602,
1603, 1605, 1606 del mismo texto; y de los artículos 822, 982 y
1003 del Código de Comercio, “además de las siguientes que las
complementan para formar la proposición jurídica completa: 1494,

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1495, 1496, 1497, 1498, 1502, 1613, 1614, 1615 y 1616, 2236,
2237, 2240 y 2247 del Código Civil y del Código de Comercio los
artículos 824, 825, 864, 871, 981, 992, 1000, 1003, 1005. 1170 y
1171”.

Para sustentar sus imputaciones, y luego de trasuntar


algunos apartes de la decisión cuestionada, puntualizó el
recurrente que de ella se puede inferir, aun cuando sin la
necesaria claridad, que el fallador consideró probados los
siguientes hechos: a) que es previsible que se presente un mareo
como consecuencia del examen T.A.C.; b) que ese vahído ocurre
inmediatamente después de reincorporarse el paciente de la
camilla y que por ello el técnico que lo practicó fue diligente y
cuidadoso, porque inmediatamente después de la reincorporación
le preguntó al paciente si estaba bien y, cuando recibió la
respuesta de que sí lo estaba, se despreocupó y se alejó de él, y
como en el caso concreto el mareo no se presentó
inmediatamente después del cambio de posición, era imprevisible
para quien realizó la prueba.

La primera de tales deducciones es acertada y


responde a la prueba recogida, ya que todos los testigos técnicos
indicaron que después del cambio de posición ocurrido en el
T.A.C., pueden presentarse, en el 10% de los casos, mareos o
síncopes. En cambio, la segunda es falaz y se finca en un error
fáctico del Tribunal, consistente en suponer como probado un
hecho que no lo está y en haber omitido uno contrario que sí fue
suficientemente demostrado. Concretamente, el fallador se
equivocó al considerar que el mareo causado por la hipotensión
postural tiene que aparecer inmediatamente después del cambio
de posición.

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Para demostrar su acusación, reparó, primeramente,
en el testimonio del Dr. RAFAEL GUILLERMO VILLAVICENCIO
TIRADO, médico especializado en anestesiología y cuidados
intensivos, quien al respecto puntualizó que “ ... ‘el mareo se
presenta por una disminución del flujo sanguíneo en el cerebro,
particularmente en el oído interno y la respuesta individual es
como impredecible, eso quiere decir que hay una variabilidad
individual, entonces los síntomas no se presentan en la misma
forma ni en la misma intensidad y hay individuos que ajustan
mejor su presión arterial que otros.- cuando se presentan los
síntomas al cambiar de posición es de forma inmediata, sucede
en los próximos segundos’...” Y al ser preguntado sobre el tiempo
que es prudente esperar después de adoptarse la posición de
sentado, para descartar el mareo, respondió que “‘se debe
esperar por lo menos unos dos minutos’”

El testigo ALEJANDRO DE JESÚS ECHAVARRÍA


RESTREPO, médico internista y neumólogo, afirmó que “... ‘el
mareo que se presenta cuando hay hipotensión ortostática
GENERALMENTE su aparición es inmediata, es percibida por el
paciente, puede ser transitoria o prolongada, puede pasar
rápidamente sin ninguna complicación o puede progresar hasta
un síncope’”.

Aunque el médico radiólogo GABRIEL JAIME ISAZA


SANCHEZ no aludió específicamente al momento en que puede
aparecer el mareo, el Tribunal lo tergiversó de manera evidente,
ya que aquél, al referirse a la alteración arterial como
consecuencia del cambio de posición de un paciente, contestó
que “‘eso es posible pero no me ha tocado’”. Y al ocuparse de los

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efectos con los que se manifiesta ese cambio de presión arterial,
replicó que “...‘puede ocurrir algo de mareo o a situaciones
extremas como la pérdida del conocimiento’...”, los cuales, precisó
más adelante, “... ‘son inmediatos y pueden ser breves o
prolongados’...”.

Es evidente, señala el censor, que al ser interrogado


sobre los efectos de la hipotensión postural, el testigo respondió
que había dos posibles consecuencias: a) el mareo y, b)
situaciones extremas de pérdida del conocimiento. “Y que la
pregunta siguiente, le cuestionó EXCLUSIVAMENTE sobre el
momento en que debían ocurrir esas ‘situaciones … (extremas de
pérdida del conocimiento)’”. Así pues que el testigo nunca se
refirió al momento en que puede aparecer el mareo, el Tribunal
lo tergiversó en cuanto consideró erradamente que sí lo había
hecho.

El declarante ALBERTO VARGAS VELEZ, luego de


acotar que las posibilidades de mareo en una persona mayor de
50 ó 60 años es del 10%, subrayó que a estos pacientes debe
preguntárseles por su estado y si se sienten bien y deambulan por
sus propios medios se les puede dejar ir; y que cuando ya está
incorporado y ha manifestado sentirse bien, la probabilidad de
presentarse un mareo disminuye ostensiblemente, casi a cero, “...
‘puede existir en un porcentaje del 0.5%’...”

El Tribunal, se duele el impugnante, no se percató de


que las hipótesis de respuesta de este médico siempre exigieron
que se hubiera formulado la pregunta directa sobre si el paciente
se sentía mareado, hecho trascendental en la averiguación y, aún
así, indicó que después de la pregunta y del momento posterior al

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cambio de posición, es previsible la ocurrencia del mareo.

A su vez, el médico cardiólogo JOSE RODRIGO


RESTREPO GONZALEZ precisó que el mareo podía ser “‘súbito
o paulatino’”.

“Los otros testigos no se refirieron directamente al


momento temporal de aparición del mareo luego del cambio
ortóstatico o postural. Así es evidente el yerro del Tribunal, que
consideró probado (aunque se guardó de decir como) que el
mareo tenía que darse inmediatamente después del cambio de
posición. Y que, en consecuencia, el mareo posterior a este
momento exacto, era imprevisible. Por eso le bastó, que el técnico
hubiera preguntado si se sentía bien, y ante la respuesta, se retiró
dejando sólo al paciente.

“Es tan torpe la conclusión del Tribunal que en su


decir, el técnico preguntó que si se sentía bien para evitar el
riesgo previsible del mareo, pero olvidó que el técnico que
practicó el examen, dijo expresamente que no sabía que era la
hipotensión postural y que además ese examen T.A.C. no
producía mareos. Así, el Tribunal es el único que se cree que el
empleado de la clínica, que no sabía que el mareo era una
consecuencia probable del examen, trató de evitarlo…

“Además, el Tribunal omitió considerar el testimonio


del tecnólogo que practicó el examen T.A.C., que indicó
claramente que no preguntó expresamente al paciente si se
sentía mareado, que NO SABÍA que era la hipotensión postural, ni
que podía marearse el paciente como consecuencia del cambio
de posición corporal, que todos los testigos sabían que el mareo

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podía ocurrir con excepción de quien practicó el examen y que
todos coincidieron en que todo el personal médico y paramédico
tiene que estar enterado del mareo como riesgo previsible de la
hipotensión postural que es consecuencia del cambio de posición
del cuerpo”.

En fin, subraya el censor, el juzgador incurrió en el


yerro evidente de haber tenido por demostrado algo que no lo
estaba, es decir, haber concluido que la actividad de la
demandada había sido diligente y cuidadosa, cuando en realidad
tales calificativos nunca se demostraron, sumado al hecho de
haber considerado que el mareo ocurrido momentos después del
cambio de posición, era imprevisible, con lo que rompió uno de
los elementos de la culpa, esto es, la previsibilidad.

CONSIDERACIONES

1. No son pocos los contratos que presuponen la


existencia de una “obligación de seguridad” a cargo de una de
las partes, en virtud de la cual el deudor está obligado a cuidar de
la integridad corporal del acreedor o la de las cosas que éste le ha
confiado, es decir, para definirla con palabras de la Corte, aquella
por la cual “una de las partes en la relación negocial se
compromete a devolver sanos y salvos –ya sea a la persona del
otro contratante o sus bienes- al concluir el cometido que es
materia de la prestación a cargo de dicha parte estipulada,
pudiendo tal obligación ser asumida en forma expresa, venir
impuesta por la ley en circunstancias especiales o, en fin, surgir
virtualmente del contenido propio del pacto a través de
entendimiento integral a la luz del postulado de la buena fe que
consagran con notable amplitud los artículos 1501 y 1603 del

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Código Civil” (sentencia de 1 de febrero de 1993).

Como acaba de decirse, ese deber puede encontrar


válido origen en la expresa estipulación de las partes, las cuales,
con fundamento en los dictados de la autonomía de la voluntad, se
encuentran facultadas para convenir pactos de esa especie, en
cuyo caso tal disposición podrá aludir tanto al contenido de la
obligación, como a sus alcances, es decir, como adelante se
puntualizará, podrán estas acordar que el deudor asuma
simplemente una conducta ajustada a las exigencias genéricas de
prudencia y diligencia o, por el contrario, subiéndole el punto a su
obligación, que éste se comprometa a garantizar que no acaecerá
ningún accidente en el cumplimiento del contrato que lesione la
persona o los bienes del acreedor, a menos que se derive de una
causa extraña, a cuyos efectos exonerativos puede, en todo caso,
renunciar voluntariamente.

Suele suceder, así mismo, que aun cuando el


mencionado deber de seguridad no se encuentre explícita y
abiertamente pactado por las partes, deba inferirse mediante la
cabal interpretación del acuerdo negocial; o puede acontecer,
igualmente, como ya se dijera, que sea la ley la que lo imponga: o,
en fin, a falta de estipulación contractual o legal, que la misma
finque su existencia en la naturaleza del contrato ajustado entre
ellas, en cuyo caso, este debe inferirse del nexo existente entre la
seguridad del contratante o la de sus bienes y la obligaciones a
cargo del otro.

Al profundizar en el examen del contenido y los


alcances del referido deber de seguridad, se advierte que el mismo
puede consistir, como ya quedara establecido, en la “obligación

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determinada” del deudor por medio del cual éste se compromete a
evitar que el acreedor sufra cualquier accidente en el cumplimiento
del contrato que lesione su persona o sus bienes, salvo, claro está,
los originados en fuerza mayor, culpa exclusiva de la víctima o de
un tercero. En esta hipótesis, como es obvio, ocurrido el daño, se
presume la culpa del deudor, a quien incumbirá, por consiguiente,
para librarse de la subsecuente responsabilidad civil, demostrar
alguna de las anteriores causales de exoneración, relativas a la
ausencia de nexo causal. Esclarecedores ejemplos de una
obligación de seguridad de este talante, se encuentran en el
contrato de transporte (artículos 982, 1003 y 1880, entre otras, del
Código de Comercio) y en el de depósito mercantil (artículo 1171
ejusdem), en este último caso en cuanto dicha obligación está
estrechamente ligada con la de restituir.

Empero, como igualmente ya quedara anunciado, el


deber de seguridad puede trocarse, en un “deber general de
prudencia y diligencia” encaminado a evitar la ocurrencia de
cualquier percance. En este caso, incumbe al acreedor demostrar
que el deudor desatendió el deber a su cargo y, por causa de su
negligencia o imprudencia, causó el daño alegado por aquél.

La importancia de la distinción entre una y otra


manifestación de la obligación de seguridad radica en que por
razón de la misma se establecen, entre otros, los aspectos relativos
al contenido del deber del deudor y la carga de la prueba en el
proceso respectivo; empero, es preciso advertirlo, establecer dicha
diferenciación es cuestión verdaderamente ardua cuando las partes
o la ley no la han fijado expresamente. Para tal efecto suelen tomar
en consideración, doctrina y jurisprudencia, diversos criterios,
habida cuenta de la insuficiencia o complejidad de uno solo de

19
P.O.M.C EXP.14491
ellos; afloran entonces pautas tales como la aleatoriedad del fin
último perseguido por el acreedor, conforme a la cual suele
considerarse la obligación de seguridad como un mero deber
general de prudencia en aquellas hipótesis en las que la conducta
del deudor se orienta a la “satisfacción de un interés de obtención
incierta”, vale decir, cuando la consecución del desenlace deseado
por el acreedor no depende ordinariamente, ni de manera exclusiva
de la diligencia del deudor, pues puede acontecer que a pesar de
su esmerado empeño no se obtenga el desenlace querido por
aquél, por causa de la frecuente intervención de factores de distinta
estirpe que se escapan a su control. Contrariamente, si son
mínimas las circunstancias azarosas que pueden frustrar el
propósito anhelado por el acreedor, ese “riego despreciable”
permite atribuirle al deudor una obligación de seguridad
determinada o de resultado.

Del mismo modo, y estrechamente ligada con lo


anteriormente dicho, la participación mas o menos activa del
acreedor en el cumplimiento de la obligación a cargo del deudor ha
sido otro de los criterios tenidos en cuenta para efectos de resaltar
la anotada distinción, de modo que si aquél (el acreedor) juega un
papel eminentemente pasivo en los hechos es posible entender que
el deber de seguridad a cargo del deudor suba de punto, inclusive,
hasta poder ser calificado como obligación determinada o de
resultado, al paso que si interviene activamente, dado que
disminuye el poder de control del deudor, se podría estar ante una
obligación genérica de prudencia o diligencia. Más adelante se verá
cómo este criterio ha sido tenido en cuenta por esta Corporación en
circunstancias similares a las de este asunto. En todo caso, valga la
pena subrayarlo, suele decirse que si la obligación de que se trate
no es susceptible de una graduación “de más o de menos”, no

20
P.O.M.C EXP.14491
puede concebirse como de mera prudencia y diligencia.

En fin, dada la innegable dificultad de elaborar


soluciones dogmáticas generales y abstractas e, inclusive, la de
establecer un criterio único o uniforme, corresponderá al juzgador
analizar las particularidades de cada caso con miras a adoptar
cualquiera de tales pautas que considere idónea para distinguir si la
obligación de seguridad a cargo del deudor contiene únicamente un
deber genérico de diligencia o, por el contrario, el de evitar
cualquier accidente en el cumplimiento del contrato que lesione a la
persona del acreedor o a sus bienes, todo esto, claro está, cuando
las partes o la ley no lo señalen expresamente.

2. Ya ha tenido oportunidad la Corte, en varias


ocasiones, por demás, de señalar que dentro de las diversas
obligaciones a cargo de clínicas, hospitales y entidades de
asistencia médica de similar temperamento, a las cuales el paciente
confía el cuidado de su persona para efectos de que aquellas
cumplan los deberes a los cuales se han comprometido, existe la
denominada de seguridad, cuyas características más
sobresalientes acaban de exponerse.

Ha dicho esta Corporación, que en los contratos


relativos a la prestación de servicios asistenciales por parte de
entes hospitalarios, “... por fuerza del ameritado deber de procurar
la seguridad personal del enfermo, el centro asistencial ha de
tomar las medidas necesarias para que no sufra ningún accidente
en el curso o con ocasión del cumplimiento de las prestaciones
esenciales que por razón del contrato dicho centro asume, criterio
que la Corte ha aceptado en sus lineamientos básicos al declarar
que, de cara al denominado ‘contrato de hospitalización’, ‘el

21
P.O.M.C EXP.14491
establecimiento contrae frente al enfermo una obligación de
seguridad que le impone la de evitar que le ocurran accidentes
con motivo o con ocasión del cumplimiento del contrato,
obligación que comprende también la de custodia y vigilancia si
se trata de establecimientos para enfermos con afecciones
mentales, pues en tal caso se busca la propia seguridad personal
…’ (G.J. T. CLXXX, Pág. 421), identificándose así un imperativo
de conducta que en el común de los casos, cuando el paciente no
ha desempeñado función activa alguna en la producción del daño,
constituye una obligación determinada o de resultado, mientras
que en la hipótesis contraria, o sea cuando ha mediado un papel
activo de la víctima en el proceso de causación del perjuicio, al
establecimiento deudor tan sólo le es exigible un quehacer
diligente y técnicamente apropiado, deber que se estima
satisfecho en tanto demuestre que el accidente acaecido no se
debió a negligencia, imprudencia o impericia de su parte. Todo
depende, pues, de los factores particulares que rodean cada
situación, factores circunstanciales que no son siempre iguales y
que, al fin de cuentas, son los llamados a fijar los deberes y
graduar la diligencia exigible, siguiendo un método que antiguas
legislaciones europeas formulaban diciendo que cuanto mayor
sea el deber de actuar con prudencia y pleno conocimiento de las
cosas, mayor será la obligación que se desprenda de las
consecuencias posibles de los hechos” (casación del 1° de
febrero de 1993).

3. Es palmario, por consiguiente, que hipótesis hay en


las que el paciente confía enteramente su cuerpo al centro clínico u
hospitalario en el cual se interna o al que encomienda la práctica de
diversos exámenes, y para cuya realización queda notoriamente
reducida su libertad de obrar y, por ende, es mínima o nula su

22
P.O.M.C EXP.14491
intervención activa en los actos que al efecto ejecuta el
establecimiento, a la vez que los accidentes que entonces ocurran
no pueden concebirse como acontecimientos cotidianos o
frecuentes que conduzcan a pensar que, no obstante el diligente
empeño del deudor, la seguridad del examinado constituya un alea
que escapa a su control, de frente a situaciones de esta índole, se
decía, es preciso inferir que la entidad asistencial asume de manera
determinada el compromiso de evitar que el paciente sufra
cualquier accidente, obligación de la cual solamente puede
exonerarse demostrando que el mismo obedeció a una causa
extraña.

Por el contrario, ocasiones habrá en las que, dada la


injerencia activa del usuario en los hechos, o la frecuente
intervención de sucesos azarosos, la actividad no esté enteramente
sometida al control de la institución, supuestos estos en los cuales,
subsecuentemente, la obligación de ésta solamente se concreta en
un deber de diligencia y prudencia.

Sin necesidad de entrar a precisar en cuál de estas


hipótesis pueden enmarcarse los hechos que singularizan este
caso, fundamentalmente porque a ello no se aplicó el recurrente en
este cargo, advierte la Corte que sale avante la empresa en la que
éste se empeñó, y que consistió en demostrar que de las pruebas
por cuya indebida apreciación se duele, bien podía colegirse que la
demandada incurrió en culpa, inferencia a la cual no llegó el
Tribunal por causa de los errores de hecho que se le imputan.

3.1. Ciertamente, aseveró el sentenciador que la


tomografía de senos nasales no es un examen riesgoso ni
molesto para una persona en buen estado de salud, sin
antecedentes de haber sufrido trastornos cerebrales, afecciones

23
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cardiacas, presión alta o colesterol elevado o de hipotensión
postural, dolencia esta última a cuyas manifestaciones y causas
aludió expresamente, habiendo reseñado que la misma guarda
relación con la vejez del paciente, motivo por el cual, cuando éste
es de edad avanzada, como lo era CÁRDENAS LALINDE, para
impedir las consecuencias nocivas de sus síntomas, quien realiza
el examen, una vez terminado el proceso, debe regresar la
camilla a la posición inicial y tener la precaución de ayudar al
paciente a incorporarse y, cuando se ha sentado, preguntarle
cómo se siente, cómo le pareció el examen. Si manifiesta sentir
algún malestar o tipo de mareo, se le deja acostado mientras se
recupera. Si dice sentirse bien, se le deja sentado, mientras él se
calza y el tecnólogo revisa las tomas en la pantalla.

“Siendo ello así, resulta claro que si un paciente de


edad, que es totalmente asintomático, después del examen se
incorpora y dice no sentir nada extraño, no es previsible que
pueda repentinamente marearse después o perder el equilibrio,
porque no hay nada que alerte al paciente o al tecnólogo de que
posteriormente va a tener uno de esos cuadros.

“Por consiguiente, como en el caso a estudio se


trataba de un paciente que gozaba de buena salud, que no había
tenido mareo, síncope o enfermedad cardiovascular, que no hizo
advertencia al tecnólogo de sufrir o haber sufrido alguna de estas
dolencias y en la orden médica que presentó para la práctica del
examen ninguna advertencia se hacía al respecto, pero contaba
con 69 años de edad, sólo era previsible que debido al proceso de
envejecimiento y al consiguiente deterioro de la actividad del
sistema nervioso automático de tipo simpático que se requiere
para el adecuado control de la presión arterial, pudiera marearse
o presentar síntomas de mareo al incorporarse en la camilla. Por

24
P.O.M.C EXP.14491
ello el tecnólogo estaba obligado a tomar las medidas de
precaución antes anotadas para impedir que al incorporarse
sufriera mareo o perdiera el equilibrio.

“Y efectivamente así procedió, pues terminado el


proceso de las tomas tomográficas, regresó la camilla a su
posición inicial, ayudó al señor CÁRDENAS LALINDE a
incorporarse y, una vez estuvo sentado le preguntó: “cómo se
siente, como le pareció el examen”, y él respondió que se sentía
bien y que le había parecido el examen más largo de lo que le
había dicho que se iba a demorar. En vista de ello, como había
pasado el momento anterior a la incorporación, que es cuando
puede presentarse algún mareo, y no le manifestó que sentía
algún malestar o tipo de mareo, lo dejó sentado en la camilla,
mientras se calzaba y él se dirigió hacia la consola del tomógrafo
para revisar las tomas en la pantalla, caminó por ahí cinco (5)
pasos y alcanzó a observar que el señor CÁRDENAS LALINDE
caía de espaldas contra el piso”.

Infirió, entonces, el juzgador, que el accidente ocurrió


en circunstancias que lo hacían imprevisible, ya que habiéndose
incorporado el paciente y habiendo afirmado que se sentía bien, e
incluso, que el examen había durado más de lo estimado, no era
previsible que le fuera a dar mareo, además que no se demostró
la existencia de algún motivo que exigiera un cuidado diferente al
que le brindó el tecnólogo que practicó el examen. Significa lo
anterior, que éste “sí fue diligente y cuidadoso en tomar correcta y
oportunamente las medidas necesarias para evitar el riesgo de
mareo por hipotensión que era lo previsible en dicho caso...”.

Y justamente en estas deducciones del fallador


radican los errores de facto trascendentes que la censura le

25
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atribuye, habida cuenta que no es cierto que el señor LUIS
CARLOS DE JESÚS CANO RESTREPO, quien practicó el
examen al fallecido CARDENAS LALINDE, hubiese tomado todas
las precauciones necesarias para impedirlo, pues es patente que
ni siquiera estaba enterado de que, por razón de la edad del
examinado, o cualquier otra predisposición originada en
enfermedades de base, podía sufrir, al incorporarse, el
desvanecimiento que, a la postre, padeció y que le produjo la
caída cuyas secuelas son bien conocidas, motivo por el cual, se
reitera, si desconocía que el paciente, por diversas causas, entre
ellas, la vejez podía sufrir mareos al levantarse, mal podía haber
adoptado las precauciones necesarias para prevenir sus
consecuencias; amén que, contrariando la prueba testimonial que
adelante se reseñará, consideró el sentenciador que preguntarle
durante breves instantes al paciente por su estado era suficiente
precaución contra las secuelas de la “hipotensión postural”.

3.2. En efecto, en la declaración rendida por el


mencionado testigo (folio 11 y siguientes del cuaderno 4), relató
que “... en concreto con don LUIS EDUARDO hice toda la rutina
como lo hago con todo el mundo, lo dejé sentado mientras se
organizaba y él en ningún momento me expresó que tenía algún
malestar o algún tipo de mareo, nunca me dijo a mi nada. Si él
hubiera dicho hubiera tomado las precauciones del caso, lo
hubiera dejado acostado mientras le pasaba el malestar; me fui a
terminar el proceso en el aparato, como ya había finalizado de
reconstruir finalizar (sic.) el examen, caminé por ahí cinco pasos
para ir a la consola del topógrafo (sic.) y mi vista periférica me
mostró que don LUIS EDUARDO se iba de espaldas, yo no pude
hacer nada porque no alcanzaba. – Ya lo vi en el suelo, le
pregunte que qué le pasó y me dijo: ‘me dio un mareo’; llamé a la
gente, al médico, a la enfermera, y ya vinieron todos, lo

26
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levantamos, lo pusimos en una camilla y lo llevamos al servicio de
urgencias”.

Al ser interrogado sobre la conversación que sostuvo


con la víctima “al salir del tubo” donde se le practicaba el examen,
respondió que “...le pregunté cómo se siente, cómo le pareció el
examen, esa es la conversación de rutina cuando se hace este
examen. El me dijo: que se sentía bien, que le había parecido
más largo de lo que yo le había dicho que se iba a demorar”.

Al ser preguntado sobre si había conocido de


accidentes parecidos a este, contestó que “... no, nunca en los
siete años que llevo trabajando en esto, ni a mi ni a ningún otro
compañero”. Y al ser inquirido respecto de si en su capacitación
profesional eran instruidos para evitar accidentes como este,
respondió que “ ... es que eso no necesita capacitación, eso es
una cuestión de criterio profesional, cada cual o nosotros los que
trabajamos en la parte de salud debemos velar por la seguridad
del paciente, la idea es esa”.

Cuando se le preguntó si recordaba haber indagado


al paciente LUIS EDUARDO CARDENAS sobre si sentía mareos,
contestó: “yo nunca le pregunté eso, eso no hace parte de la
rutina de ese examen …Este examen no tiene por qué producir
mareos.- Cuando hacemos exámenes con medios de contraste
pueden haber algunos inconvenientes como el mareo pero el
examen de don LUIS EDUARDO era sin medio de contraste.-
PREGUNTADO: han hablado otros testigos del fenómeno
conocido en medicina como HIPOTENSIÓN POSTURAL sabe
usted en qué consiste ese término? CONTESTA: “no, eso le
corresponde es ya como a los médicos, no se”. Finalmente, se le
preguntó si sabía que como consecuencia de los cambios de

27
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posturas, era posible una baja de presión, respondió:
“probablemente, no estoy seguro”.

Es palmario, entonces, que el técnico encargado de


practicar el examen a CARDENAS LALINDE, desconocía que, por
razón de su edad, o cualquier otra predisposición, el paciente
podía sufrir mareos al incorporarse, motivo por el cual no es
posible que hubiese adoptado las precauciones necesarias para
impedir sus nefastas consecuencias. Y es que no puede
olvidarse, y así lo infirió el juzgador ad quem, que conforme a la
prueba recibida (v. gr., los testimonios de Sergio Alberto Vargas
Vélez, Darío Humberto Patiño Moreno, José Rodrigo Restrepo
González, Rafael Guillermo Villavicencio Tirado y Alejandro
Echevarria Restrepo), que dada la edad de CARDENAS LALINDE
(69 años), era previsible que sufriese mareos o, inclusive,
síncope, al incorporarse una vez concluido el examen, motivo por
el cual quien lo practicó debió adoptar las precauciones para
impedir un accidente como el que, a la postre ocurrió, máxime si
se tiene en cuenta que para la práctica de dicho estudio el
paciente permanece acostado en la mesa del tomógrafo por
espacio de 15 a 20 minutos, tiempo que dura la realización del
mismo, según explicaron los médicos radiólogos que declararon
en el proceso (folios 5 vuelto, 8 y 21 del cuaderno No.4 del
expediente).

3.3. Si CANO RESTREPO, quien fuera el técnico


encargado de realizar el mencionado examen, desconocía las
posibilidades concretas en las que se encontraba su paciente de
sufrir mareos al incorporarse una vez concluido el examen, mal
podría, a su vez, haber aguardado al lado de éste el tiempo
necesario para impedir sus secuelas. Al ser preguntado el Dr.
RAFAEL GUILLERMO VILLAVICENCIO TIRADO (folio 42 del

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cuaderno 3) sobre el tiempo que era prudente esperar luego de
adoptar el paciente la posición de sentado para descartar el
mareo, contestó: “se debe esperar por lo menos unos dos
minutos”. Más adelante precisó que, sufrido el mareo, el paciente
tarda entre cinco a diez minutos para recuperarse.

Puesta en evidencia la culpa del referido técnico y


estando claro que éste presta su servicio a la entidad demandada,
ineludible se impone concluir que esta responde por los actos
negligentes de aquél.

Como tales aspectos fácticos fueron soslayados por


el sentenciador, no obstante la trascendencia de los mismos, se
impone casar la sentencia para, en su lugar, proferir la siguiente

SENTENCIA SUSTITUTIVA

1. Pidió la actora en el libelo incoativo del proceso,


que se declarara a la sociedad demandada “civilmente
responsable de todos los daños y perjuicios que le causó a Luis
Eduardo Cárdenas Lalinde y María Elva Palacio Marín en razón
de la actitud negligente de su personal,” lo que originó, a la
postre, la muerte del primero de ellos; y que, en tal virtud, se le
condenase a pagar a MARÍA ELVA PALACIO MARÍN, “quien pide
para la sucesión de su finado esposo, una suma en moneda
colombiana equivalente a mil (1000) gramos oro, como
indemnización por los perjuicios morales que se le causaron a
Luis Eduardo Cárdenas Lalinde”. Así mismo, obrando ya la actora
en su propio nombre, pidió que la demandada fuese condenada a
pagarle la suma equivalente a 1500 gramos oro, por concepto de
perjuicios morales que se le causaron con la muerte de su

29
P.O.M.C EXP.14491
esposo, junto con otros valores relativos al daño emergente y el
lucro cesante derivados de la muerte de su cónyuge.

Como diáfanamente se advierte, la demandante


reclama, de un lado, para la sucesión de Cárdenas Lalinde (iure
hereditatis), la indemnización del perjuicio moral que su esposo
padeció al verse postrado e impedido por causa del accidente, así
como los sufrimientos y dolores que lo acongojaron hasta su
fallecimiento, y de otro, para sí (iure proprio), el perjuicio que
personalmente sufrió por causa del fallecimiento de aquél. Y no
advierte la Corte, hay que decirlo sin ambages, que esa
acumulación de pretensiones violente las reglas procesales que
regulan la materia y, mucho menos, las sustanciales que
gobiernan la responsabilidad civil.

No estas últimas porque si bien los hechos que


soportan ambas reclamaciones fueron los mismos, los daños no
lo son; la demandante está cobrando dos perjuicios distintos
mediante sendas “acciones” de las cuales es titular; tampoco ha
confundido el objeto de cada pretensión, toda vez que
contractualmente está cobrando el perjuicio sufrido por su
causante y extracontractualmente el personal.

Por lo demás, no se advierte que en asuntos como el


de esta especie exista norma que impida esa modalidad de
acumulación de pretensiones ni ella repulsa las prescripciones del
artículo 82 del Código de Procedimiento Civil que regulan la
materia.
2. La responsabilidad de la entidad demandada
quedó debidamente definida en los términos anotados
precedentemente, esto es, al desatar el recurso de casación.

30
P.O.M.C EXP.14491
Relativamente a los perjuicios que se reclaman para
la sucesión de Luis Eduardo Cárdenas Lalinde, se tiene lo
siguiente:

2.1. Para probar la calidad de heredera aducida por


ella, la actora aportó copia auténtica del registro civil de matrimonio
(folio 1 del cuaderno), documento que acredita que fue la cónyuge
del causante, razón por la cual tiene vocación hereditaria conforme
a la prescripción contenida en el artículo 1047 del Código Civil,
modificado por el artículo 6° de la ley 29 de 1982.

2.2. Está demostrado, así mismo, que la demandada


es persona jurídica (folio 24 ídem), propietaria de la Clínica Las
Vegas (folio 29), a través de la cual presta servicios médicos y
hospitalarios, y a la cual compareció voluntariamente Cárdenas
Lalinde con el fin de practicarse un examen denominado TAC de
senos paranasales, el que, a la postre se practicó, hecho al cual
aluden casi todos los testigos y es admitido por la demandada.

2.3. Colígese, por las mismas razones, amén que no


fue negado por las partes, que la relación surgida entre el paciente
y la demandada fue de estirpe contractual, y que esta última
incumplió la obligación de seguridad que, en las precisas
circunstancias en las que se desarrolló en este caso la prestación
del servicio hospitalario, estaba a su cargo.

2.4. No cabe duda, de otro lado, que la deplorable


situación a la que quedó reducido don Luis Ernesto debió
provocarle un profundo dolor. Por supuesto que semejante
condición causa una innegable aflicción a quien, como él, ingresó

31
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por sus propios medios y en buen estado de salud a la clínica, y
por un deplorable descuido se ve parapléjico, a la vez que, dadas
las múltiples consecuencias de su lesión, percibe cómo se le
escapa rápidamente la vida, estando plenamente consciente de
su estado.

Como el paciente falleció sin haber reclamado tal


indemnización, transmitió ese derecho a sus herederos, en este
caso su cónyuge (folio 1 del cuaderno 1), quien pide para su
sucesión. No advierte esta Sala reparo alguno respecto de la
posibilidad de transmitir tal derecho, pues “el crédito a la reparación
o compensación del daño a la actividad social no patrimonial y el
del daño moral propiamente dicho, aceptando su transmisibilidad
por no estar excluida ni tratarse de derechos ligados
indisolublemente a la persona de su titular originario, no se
trasladan a los herederos sino en cuanto el causante alcanzó a
adquirirlos, es decir, cuando superviviendo alcanzó a padecer esas
afectaciones. Que si la muerte fue instantánea o inmediata, el
crédito no surgirá para el occiso, y no podría pronunciar condena a
favor de la sucesión del mismo, y los herederos podrán entonces
reclamar resarcimiento, pero sólo por derecho propio, en la medida
que demostraran quebranto de su individualidad y con él se hiciera
presente su padecimiento afectivo o sentimental, habida
consideración de los estrechos vínculos que los ataban al muerto
(casación del 20 de octubre de 1942; LIV, bis, 189-194),
justificativos de dicha aflicción y consiguiente derecho” (G.J.
CXXIV).

Así las cosas, habrá de imponerse a la demandada la


condena de pagar la suma de OCHO MILLONES DE PESOS por
concepto del perjuicio moral padecido por el causante y quien, por

32
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no haberlo reclamado en vida, transmitió ese derecho patrimonial a
sus herederos.

3. En punto de los perjuicios personales reclamados


extracontractualmente por la demandante se tiene:

3.1. Reclamó ésta el pago del lucro cesante, daño


que hizo consistir en la pérdida de la ayuda económica que su
fallecido cónyuge le proporcionaba y que éste, a su vez, derivaba
de la pensión que devengaba del Social Security de los Estados
Unidos de Norteamérica, la cual, según lo sostuvo, dejó de
causarse a raíz de su deceso.

La víctima devengaba una pensión del gobierno de


los Estados Unidos y al fallecer terminó dicho beneficio, tal como
emerge de los documentos que reposan a folios 19 y 21 del
cuaderno No.1 del expediente, cuyas traducciones fueron
aportadas; igualmente, se tiene que la declarante María Eugenia
Upegui González manifestó no constarle si la aludida pensión se
la están pagando a María Elva Palacio Marín pero que lo cierto es
que ella “está viviendo de lo que le manda la mamá de Bogotá,
además, agregó, “no le conozco bienes ni rentas, ni acreencias, lo
peor es que ella no trabaja ni hace nada”. Adicionalmente,
advierte la Sala que los hechos relacionados con la referida
pensión no fueron discutidos por la parte demandada.

Puestas así las cosas, procede reconocer la


indemnización pedida por lucro cesante, para cuya cuantificación
se practicó en primera instancia la experticia que obra a folios 57
a 66 del cuaderno No.3, en la que los peritos tomaron como
monto de la pensión devengada por el difunto la suma señalada

33
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en el libelo introductor, esto es US $842; empero, lo cierto es que
conforme a la comunicación proveniente del Departamento de
Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos -
Administración de Seguros Sociales- Oficina de Incapacidad y
Operaciones Internacionales (F.19 C.-1), cuya traducción
aparece a folio 30 del cuaderno No.3 del expediente, la cuantía de
la mesada pensional del señor Cárdenas Lalinde, ascendía
solamente a US $796, razón por la cual la Sala desatenderá, en
ese punto, el mencionado dictamen y en su lugar, procederá a
elaborar la correspondiente liquidación, siguiendo muy de cerca,
para tal efecto, los lineamientos que con el mismo fin se tuvieron
en cuenta en las sentencias proferidas el 30 de junio de 2005
(Exp. No.1998 – 00650 01), el 5 de octubre de 2004 (Exp.
No.6975) y el 7 de octubre de 1999 (Exp.No.5002).

Para alcanzar el aludido cometido es oportuno


precisar que la víctima falleció el 12 de julio de 1995, conforme se
demostró con el certificado de defunción que obra a folio 22 del
cuaderno principal. Igualmente, que el valor del dólar para el 12
de julio de 1995, a la tasa representativa del mercado,
correspondía a $897.51. Es palpable, en ese orden de ideas, que
la pensión mensual devengada por Cárdenas Lalinde, equivalía a
$714.417.96 de esa época, monto este que actualizado, esto es,
multiplicado por 2.803, guarismo determinado para tal fin por el
Banco de la República, arroja como resultado la suma de
$2.002.013.45, cantidad que representa el ingreso mensual
actualizado de la víctima.

3.2. Por otra parte, y como quiera que, según se


infiere del testimonio de María Eugenia Upegui González, la
víctima destinaba su pensión para solventar sus gastos

34
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personales y los de su cónyuge, resulta prudente y equitativo
estimar que aquél dedicaba el 50% de su mesada para atender
las necesidades de la demandante, es decir, la suma de
$1.001.006,72. Y como al finar Luis Eduardo Cárdenas Lalinde
tenía una esperanza de vida de 13. 35 años (Resolución No.0497
del 20 de mayo de 1997, que modificó la Resolución No.0585 del
11 de abril de 1994, que obran a folios 1 al 8 del cuaderno No.3
del expediente), ello significa que María Elva Palacios Marín dejó
de percibir esa entrada hasta el 12 de noviembre de 2008.

3.3. Con miras a determinar el lucro cesante pasado,


se multiplicará el valor del monto indemnizable por el factor
correspondiente a 121 meses en la tabla que ha sido acogida en
ocasiones anteriores por la Corte, lo que se expresa en la fórmula
VA = LCM X Sn, en la que VA es el valor actual del lucro
cesante pasado total, incluidos intereses del 6% anual; LCM es el
lucro cesante mensual actualizado, y Sn el valor acumulado de la
renta periódica de un peso que se paga “n” veces a una tasa de
interés “i” por período.

El factor Sn, por su parte, se obtiene de la siguiente


fórmula matemática:

Sn = (1+ i) a la n exponencial -1
I

Operación que arroja la cantidad de $164.429.568,75 en la cual


estaría representada la condena por dicho concepto.

3.4. Y para establecer el monto de la indemnización


a favor de la viuda, correspondiente al lucro cesante futuro, la

35
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fórmula utilizada en el procedimiento elegido, tiene como bases,
de una parte, el monto indemnizable actualizado y, de otra, la
deducción de los intereses por el anticipo de capital, obtenido a su
vez mediante otra cuyo resultado reflejan las tablas financieras ya
nombradas, expresándolo mediante un índice fijado en exacta
correspondencia con el número de meses de duración del
perjuicio reflejado en esa unidad de tiempo, prescindiendo para
ello de las unidades decimales, mediante la aproximación o
reducción a la unidad entera más cercana. La multiplicación de
los dos indicados factores (monto indemnizable por el índice
referido de deducción de intereses del 6% anual, por el anticipo
de capital) arroja el monto buscado.

En tal orden de ideas se tiene que el tiempo de


duración futura de la indemnización corresponde al número de
meses (39) comprendido entre el 12 de agosto de 2005 y el 12
de noviembre de 2008, fecha probable de la defunción del señor
Cárdenas Lalinde (calculada según la edad que tenía para el día
del trágico suceso). Así, ese lucro cesante futuro obedecería a la
fórmula VA = $1.001.006,72 X 36,2669 = $36.303.410,77.

La sumatoria del lucro cesante consolidado


($164.429.568.75) y el futuro ($36.303.410.77) equivale a la
suma de $200.732.979.52. Empero, como la demandante limitó
en la demanda la condena por estos aspectos a la suma de
$45.000.000,oo monto este que debidamente indexado, como
igualmente lo solicitó, corresponde actualmente a la cantidad de
$126.103.500,oo la Corte, en aplicación del principio de la
consonancia de la sentencia, a este último monto limitará la
condena que habrá de imponerse a la demandada.

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3.5. De otro lado, no obra en el expediente,
relativamente al daño emergente reclamado en la demanda,
elemento de convicción alguno que demuestre fehacientemente
su existencia. Ciertamente, la fotocopia informal de la certificación
expedida por el Gerente de la Funeraria Betancur y Cía Ltda.,
sobre la cancelación por la actora de los servicios fúnebres de la
víctima, allegado con la demanda carece de valor probatorio,
habida cuenta que está desprovista de autenticidad, pues no fue
expedida con sujeción a lo dispuesto en el artículo 254 Ibídem.

Y con relación a los gastos “adeudados” a la clínica,


cuyo reconocimiento igualmente pretende la actora, resulta
patente, de un lado, que en la demanda afirmó que aquella no
había efectuado erogación alguna en tal sentido y, de otro, que de
todas maneras en el transcurso del proceso no se aportó prueba
alguna que conduzca a inferir que María Elva ya canceló tal
obligación.

3.6. Por último, es innegable que el accidente sufrido


por Luís Eduardo Cárdenas Lalinde y las funestas consecuencias
que de él se desencadenaron, causaron gran aflicción a la
demandante María Elva Palacio Marín, quien, por ende, debe ser
resarcida del perjuicio moral subjetivo cuya indemnización
igualmente solicitó. Al respecto no debe olvidarse que, conforme
lo atestiguó María Eugenia Upegui González, a la víctima y a la
actora no sólo las unía el vínculo matrimonial sino una magnifica
relación de pareja que intensificó el afecto entre ellos, por lo que
es apenas natural que el padecimiento de su esposo, el gradual
deterioro de su salud y su posterior óbito produjeron un perjuicio
que debe ser indemnizado y que en el asunto de esta especie
resulta particularmente agravado por las condiciones de soledad y

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desprotección en las que ella quedó; desde luego que la
demandante, también persona de edad, estaba recién llegada al
país, frecuentaba un muy reducido círculo social y dependía
fundamentalmente en lo material y lo afectivo de su cónyuge.

En esas condiciones, se abre camino el resarcimiento


del perjuicio moral subjetivo padecido directamente por la
demandante, por lo que se condenará a la demandada a pagar
por tal concepto la suma de quince millones de pesos
($15.000.000).

3.7 Resta por precisar que, conforme lo muestra el


cuadro clínico, y lo aseveró el testigo Dr.Rafael Guillermo
Villavicencio Tirado la grave situación en la que quedó postrado el
señor Cárdenas Lalinde por causa del accidente lo condujo a su
fallecimiento. En efecto, expresó el referido testigo técnico
“quiero aclarar que la lesión de la columna cervical es una situación muy
grave que deteriora el funcionamiento respiratorio, el funcionamiento
cardíaco, el funcionamiento del TRACTO – GASTROINTESTINAL, DEL
TRACTO: GENITURINARIO, y expone al paciente a todas las
complicaciones que se pueden originar del reposo prolongado en una cama.
Quiero aclarar que secundariamente a su lesión de la columna y de la medula
espinal, el paciente tenía muy limitada su capacidad respiratoria, su
capacidad para toser y para expectorar las secreciones y que todos estos
factores facilitaron que se presentase la infección del parenquimapulmonar
(sic) o sea la neumonía. A partir de esta neumonía, el paciente evidencia
una infección generalizada o sepsis y finalmente se altera el funcionamiento
de todos los órganos vitales”:

En armonía con lo expuesto, se revocará la sentencia


apelada y, en su lugar, se acogerán las pretensiones de la parte
actora en los términos antes referidos.

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DECISIÓN

En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de


Justicia, Sala de Casación Civil, administrando justicia en nombre
de la República de Colombia y por autoridad de la ley, CASA la
sentencia proferida el 14 de marzo de 2000, por el Tribunal
Superior del Distrito Judicial de Medellín, dentro del proceso
ordinario promovido por MARIA ELVA PALACIO MARÍN contra
INVERSIONES MEDICAS DE ANTIOQUIA S.A., y en sede de
instancia

RESUELVE

REVOCAR la sentencia emitida, el 23 de abril de


1999, por el Juzgado 2º Civil del Circuito de Medellín y, en su
lugar, se DISPONE:

Primero.- Declarar que la sociedad INVERSIONES


MEDICAS DE ANTIOQUIA, propietaria del establecimiento de
comercio “Clínica Las Vegas”, es responsable de los daños y
perjuicios causados a Luís Eduardo Cárdenas Lalinde y María
Elva Palacio Marín, por los hechos que han quedado expuestos.

Segundo.- Condenar la sociedad demandada a


pagar a la sucesión de Luís Eduardo Cárdenas Lalinde la suma
de OCHO MILLONES DE PESOS ($8.000.000.) M/cte., por
concepto de los perjuicios morales que éste padeció.

Tercero.- Condenar a la aludida sociedad a cancelar


a la demandante María Elva Palacio Marín la cantidad de
QUINCE MILLONES DE PESOS ($15.000.000) M/cte., como

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indemnización por los perjuicios morales que le fueron causados
directamente en los hechos aquí debatidos.

Cuarto.- Condenar a la sociedad demandada a


pagar a la actora María Elva Palacio Marín la suma de CIENTO
VEINTISEIS MILLONES CIENTO TRES MIL QUINIENTOS
PESOS ($126.103.500,00) M/cte., como indemnización por el
daño material, en la modalidad de lucro cesante, que sufrió a raíz
de los hechos en referencia.

Quinto.- Negar la cuarta pretensión de la demanda,


esto es la condena al pago de los perjuicios materiales, en la
modalidad de daño emergente, por las razones que se expusieron
en la parte motiva de este fallo.

Sexto.- Condenar en costas de ambas instancias a la


parte demandada. Tásense.

Séptimo.- Sin costas en casación por la prosperidad


del recurso.

NOTIFÍQUESE.

MANUEL ISIDRO ARDILA VELÁQUEZ

JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR

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CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO

PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA

SILVIO FERNANDO TREJOS BUENO

CESAR JULIO VALENCIA COPETE

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