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LA NATURALEZA COMO DESTINO TURÍSTICO.

¿A VOS TAMBIÉN TE LA VENDIERON ASÍ?

Salí de Santa Rosa de Calamuchita hacia Rosario y en pocos kilómetros las sierras se transformaron
en un sembradío eterno. Dos ciudades unidas por incontables campos, salpicados a su vez por
otros pueblos y ciudades. Lo sentí triste. No por la presencia de los pueblos y la siembra, sino por
la ausencia absoluta de todo lo demás.

De niña recuerdo salir de Rosario y entrar de lleno en el campo. Con mayor diversidad en las
siembras. Con un número más alto de animales, léase vacunos. Pero esencialmente, campo, un
área destinada a la producción agrícola ganadera. Y es seguro el campo tiene un rol esencial para
la subsistencia humana, en la medida en que no lo abarque todo, lo que es innecesario, ni afecte
negativamente los elementos básicos de la vida.

Me pregunté a mi misma el porqué de niña nunca me llamó la atención no ver nada más que
campo. No ver bosques, humedales, pajonales. Cuando salía de Rosario no esperaba ver un
venado, un ñandú o una mulita. Esperaba ver vacas. Y es lo único que veía. Y sigo viendo.

Institucionalmente, los niños son atravesados por la dicotomía campo/ciudad. En un mundo


aparentemente bifacético, difícil darnos cuenta de lo que perdemos si ni siquiera sabemos que
existe. En un mundo bifacético, lo que alguna vez lo fue todo, queda reducido a un área en
particular. A una reserva. A un santuario. La naturaleza transformada en destino turístico.

Concebir el mundo dentro de esta dicotomía es cuando menos suicida. Ignorar al resto de las
especies y pregonar un mundo ocupado íntegramente por seres humanos es absurdo, ya que la
vida humana es insostenible aislada del resto de los seres y elementos que le dan cabida y
sustento. Y sentido. Porque la vida primero tiene sentido y luego es.

Los convoco a derrocar el concepto campo/ciudad y abrazar la única realidad posible: un mundo
sano y biodiverso donde la fuerza de nuestra especie esté en el vínculo con el otro y no en esta
absurda e impuesta autosegregación.

Enseñemos a nuestros niños que la tierra que habitan es tierra de bosques, pajonales, humedales.
Es tierra de venados, de ñandués, de búhos, de pumas, de mulitas y de zorros. Así los niños saldrán
de sus pueblos y ciudades anhelando ver aquello que les es propio. Que se indignen ante su
ausencia. Que enfurecidos denuncien el robo. Quizás así, de tanto desear ver, verán. Quizás así,
algún día el mundo tendrá más de dos opciones. Y entre los campos y las ciudades, florezcan los
bosques, los humedales y las selvas.

Terminemos con la censura. Con los conceptos impuestos. Con las muertes silenciadas y
naturalizadas. Terminemos con las absurdas dicotomías. La vida está en la diversidad y no puede
ser confinada ni fragmentada.

Que alguien nos explique dónde está todo lo que nos falta.

Julieta María Bernabé

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