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vi Palés Macos Tave-1959 Puerto Rico Hacia una poesia antillana El Mundo, 1932. J. 1. de Diogo Padré publica un hermoso trabajo rebatien- do las ideas que sobre una posible y necesaria poesfa anti lana expuse ha poco desde las columias de El Mundo en en- trevista que me hiciera doa Angela Negrén Munoz. El distinguido intelectual sostiene que mi propésito,amén de irrealizable, careceria de toda significacién trascendente porque los elementos afro-hispanicos por mf invocados para constituir el mévil dindmico de tal poesfa tienen un valor har- to relativo como expresi6n auténtica de culeura. Afirma, ade- mis, que en las Antillas, desde el punto de vista. psicolgico no ha ocurrido nada que justifique el desarrollo de esa nueva lirica, pues, el eolono blanco destruyé al indio aborigen y di- solvi6, culturalmente, al negro esclavizado, conservando él ineactas las lineas generales de su cardcter déndole 4 nucs tra vida antillana una entonacién absolutamente occidental. Alrededor de estos dos puntos basicos hace girar, en lum noso tropel, razones y argumentos que a primera lectura dan una sensacién concluyente de verdad. Observados mis a fon: do, sin embargo, revelan fallas, descuidos, errores de perspec- tiva, que a mi juicio les quitan toda su consistencia. Intentaré poner de relieve esos errores pero antes deseo fijar de modo claro y preciso mis ideas sobre el tema En primer lugar, yo no he hablado de una poesfa negra ni blanca ni mulata; yo s6lo he hablado de una poesfa antillana uc exprese nuestra realidad de pueblo en el sentido culeural Yenc vocablo. Sostengo que las Antillas ~Cuba, Santo Do- mingo y Puerto Rico— han desarrollado un tipo espiicual ho- mogéneo y estin por lo tanto psicolégicamente afinadas en una misma direccion. Y sostengo, ademds, que esta homoge neidad de tipo espiritual estd perfectamence diferenciada de la masa comiin de los pueblos hispanicos y que en ella el fac- tor negroide entreverado en la psiquis antillana, ha hecho las, veces de aislador, 0 en términos quimicos, de agente preci- pitance Fisicamente, las Antillas constituyen también una unidad paisaje, clima y productos son los mismos; fauna y flora idén- ticas; nicleos de poblacién semejantes. Econémicamente, gi- rando como giran en la érbita del induscrialismo americano, corren iguales contingencias y hacia andlogo destino colonial. En la Revista Bimestre Cubana el escritor Roig de Leuch- sering publica un ensayo sobre la evolucién de las costumbres en aquel pais. No puedo sustraerme a la tentacién de copiar su pincura sobre el cardcter cubano. Hela aqu(: “As{ nos encontramos con que el cubano es fisicamente sea blanco, negra 0 mestizo— mas pequefio de estatura, del- gado y débil de cuerpo que el espaftol o el africano y menos resistente que éstos; més nervioso, irascible y despiercos de ‘mis acentuada viveza; pero variable, superficial, inconsisten- te,adaprable al medio lg cicunstancias por la ley del me nor esfuerzo; intensamente sensual; descreido en el fondo, ppezo supersticioso y fetichista; vehemente y apasionado; des- interesado, hospitalario y dadivoso hasta la prodigalidad y rumboso hasta el despilfarro; sin grandes y concretos ideales y aspiraciones; sobrio, principalmente el campesino, viviendo Fhis al dia que preocupindole el mafana, amigo como es de in vida regaaday comeda, del goce, aunque see poco, sem pre que se aleance con el minimum de esfuerzo; pero no por ello menos inconforme siempre de todo y rebelde eterno, co- mo esclavo que ha sido —blanco o negro de sus gobernances amos; poscedor del arma formidable de la burla, de la iro infa, modalizada en el tfpico choteo, virtud y vieio; apatico e individualista, dificilmente sacrificable por la colectividad; dispuesto siempre a destruir, pero no a construir, a criticar, pero noa resolver, confiandoen que otro u otros solucionen los problemas de cardcter general. De aqui que antaflo como ho- gaio sean el baile y el juego los dos vicios predominantes en el cubano, por los que siente, en codas sus clases sociales, de- senfeenado entusiasmo, por los que abandona presto las més serias ocupaciones y en las que invierte gustoso sus ganancias por indispensables que sean aun para su sostenimiento. Los clubs sociales sélo existen por y para el baile y el juego. La Repiblica ha abierto nuevos medios de holganza o vida cémo- da con los puestos politicos y administrativos, las botellas, las Inquiero yo ahora, squé diferencia existe entre la psicolo- gia agu esborada y la del puertrriquefio? Y esta psicologi, fuera de lo inherente a todo lo humano, zpuede referitse, sin sustanciales mutilaciones de color, actitud y sentido, al colo nizador hispénico, todo accién y dinamismo o al negro origi- nario, todo adaptacién y acatamiento? Podrfamos, apurando cl anilisis con criterio hacto exigente, sefialar vagos matices, leves rasgos, tenues Iineas de contrastes entre el cubano, el dominicano y el puertorriquefio. Pero esto no alterarfa el con- torno general de ese caricter. Diferencias de tal guisa se pue- den encontrar entre individuos de la misma regién y aun has- ta de la misma aldea. Ademés, esto nos llevaria a negar las ra- zas y los pueblos como conjuntos orgénicos y vitales y a afir- mar el individuo como expresién totalmente escindida de su raza y su paisaje. Con lo cual, igualmente podriamos destruir el concepto de antillanismo, como los de hispanismo y occi- dentalismo. ¥ holgaria todo debate sobre el tema. Demostrada la existencia de un cardcter integral y t{pico en las Antillas geree Padré que tal cardcter, frente a la reali- dad objetiva, reacciona occidentalmente? Pero qué es en sf Jo occidencal? Un inglés y un espafol, occidentales auténti- cos, ante un fenémeno dado se comportan de la misma ma- neta? Coloquemos también frente a éste a un negro antillano, de quien Padro asegura que asimilé la cultura europea a las mil maravillas. {Sostiene mi buen amigo que las reacciones de nuestro tercer personaje serdn andlogas a las de sus compafie- tos? Tendriamos, por lemenanaes figuras occidentales, que al actuar con dispareja actitud, expondrian a grave riesgo el ‘orondo concepto de occidentalismo reduciéndolo a una mera encelequia geogratica de dudoso cantenida exencial En términos generales, es cierto como afirma Padré, que cuando dos culturas emigran de sus zonas de origen y se en- cuentran en un ambiente extrafio, la que posea elementos su- periores anula y destruye a su contraria. Pero debe tenerse gran cautela en la excesiva generalizacién de este concepto y no convertitlo en una ley rigida e inmutable, El nuevo medio puede resultar hostil a la cultura dominante y favorable, por el contrario, a la dominada. O pueden los hombres que repre- sentan esta ultima, por sutiles ticticas de su subconsciente co- lectivo o simplemente para subsistir, adoptar el tren de formas ¥y representaciones de la primera e infiltrar paulatinamente en dichas formas su propio espiritu modificéndolas con tan corro- siva eficacia que den pibulo al nacimiento de una actitud cul- tural nueva. Ese es, @ mi juicio, el caso de las Antillas. Espafiol y negro las pueblan y colonizan barriendo de su escenario el elemento aborigen. El blanco impone su ley y su cultura, el negro tole- ray se adapta. El ambiente topical en que se mueven proyec- ta Jobre arnbos misteriososinflujos, y alos pocos afios de con- vivencia el espafial continiia siendo un extrafo en las jévenes tietras y el negro se expande y desenvuelve como en su propia casa. Para curarse el tedio de las islas —ese insondable tedio que produce la inadaptacién— los colonos pudientes hacen viajes a la madre patria. Otros, menos felices, se consuelan softando ‘con Galicia o Andalucia. Asf, en el proceso original de nues- tra formacién psicolégica, nos encontramos con dos fuerzas cardinales en lucha: una, la actitud hispénica, huidiza, incon- forme, inadaptable; otra, la acticud negroide, firme y resuel- tamente afincada en el ambiente nuevo. De ese vacilante estado espiritual del espafiol, toman ven- taj ls potencias oscuras del elma negra para implanear en las Antillas modos, rasgos y ritmos peculiares, cuya realidad en el carécter del antillano es imposible rebatir y que desvinculan _ nuestro pueblo de lo hispinico, forjindole una personalidad Prehror otro ledo, es muy diffcil disolver, so alegato de supe- rioridad, las raices madres de una cultura supuestamente in- ferior, siempre que la conciencia vigilante de su raza progeni- tora no haya perdido su vitalidad. Haiti ofrece un claro ejem- plo. Los negros haitianos hablan el francés, profesan oficial- mente la religién catélica y constituyeron, asimiléndose el es- piritu de las instituciones democraticas occidentales, una Re Piblics, Las haitianos cultos se educan en Francia. len a Victor Hugo, ostencan ules de la Sorbona. La clase burgue- sa conoce los mis frfvolos eaprichos de la moda parisina y diz {que por las calles de Puerto Principe, en los dias festivos, se mueve con el atuendo y la solemnidad de maneras que cum- plen a las personas de alto bordo. Empero, interiormente, el haitiano continda inmurable. Y nada hay tan diametralmente opuesto al espiritu franeés —claridad, ligereza, racionalismo—, < como el espiritu haitiano ~sensualidad, supersticion, hechi- ceria. El idioma postizo lo deformé en patois. Al simbolismo ca- tlico le tradujo equivalentes en el culto voduista. Culto bé- sico, originario, traido por los abuelos y conservado a furto dela prohibicién oficial, en el fondo de mil alrares gue encien- den sus fuegos votivos en la selva. De este modo, el alma hai- tiana, utilizando los recursos expresionales de una cultura exé- tica, a través de muy sutiles pero seguros cauces, logra sus ob- ctivos esenciales y se realiza con una plenitud de inconfundi- le contorno. Sospecho que parejo fenémeno hubiera ocurrido en Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, si al choque puramente exter- no de las dos culturas —Ia del colono espaftol y la del negro esclavo— en un escenario absolutamente exteafio para ambas, no hubiera sucedido, amén de la mutacién psicoldgica a que me referf antes, la mezcla de la sangre fundiendo sus valores de raza y creando el nuevo tipo del mulato hacia el cual se ha desplazado el acento vital de las tres islas. Y este acento, tra- ducido a términos de cultura, no es ni puede ser ya hispani- co ni afticano. Porque sila cultura, en diltima instancia, ha de tener un valor substancial y no meramente externo y forma- tivo, habra de ser un constante fluir, un perenne producirse del ser o de la raza, en armonia con el paisaje que los rodea. Padré niega posibilidades de trascendencia a la obra de arte que no se produce en ese inefable limbo utépico, de ex- tensién ideal ilimitada, que denominamos cultura universal. Para él una poesia, una pintura, una miisica antillana, por el solo hecho de haberse realizado en la Antilla con los factores de colorido y sentimiento inherentes al cardeter tfpico de la region, queda limicada en sf misma por tales factores, y su contenido estético careceré de valor positivo de universalidad, Grave error. Aparte de que ese limbo, asi considerado, tiene una muy dudosa y discusible existencia sobre la que atin no ———_—e lo cierto es que el tema artistico es y ha sido siempre local. Y el artista que acuciado por un falas objetivo do wniverselizmo, desdefia su genuino elemento y se dispara en vuelo hacia esas zonas de miraje, se pierde irremediablemente en un caos de palabras, de conceptos y de imagenes, horros de toda signifi- cacién humana. En cualquier rincén del planeta en donde haya hombres, es decir, ritmo de vida, juego de pasiones, baraja de intereses en movimiento, puede surgir una obra maestra. Lo importan- te es que el genio creador del artista arranque al ambiente que le circunda aquellos acentos cardinales que llegan a la esencia misma de la humanidad. Conviene aqui recordar —filosoffa de Pero Grullo~ que el mundo del arte tiende su rafz mas s6- Tida en la fuente de los sentimientos humanos, desde las pa- siones vulgares —odio, lujuria— hasta las manifestaciones més alquimiadas del goce estético. Fuera de ese campo, todo arte se seca y degenera en una técnica vaci Con los ensuefios y terrores de unas miserables tribus de Israel, esquilmadas por el hombre y la peste, los poetas he- breos creiron la Biblia, ese monumento literario de eteena y deslumbradora belleza, Cervantes mueve dos figuras locales en un ambito puramente regional: estepa castellana, mesones, Re arrieros y baturros, costumbres pueblerinas, habla popular, y surge el Quijote que hasta ahora no ha encontrado paralelo en la literatura de Occidente. La Divina Comedia a despe- cho de su grandiosa concepcién ultraterrena no logré sustraer- se a la inexorable sugestion del medio florentino. Dante fue acusido de ensalamiento malicioso por sus eriticos contem- pordneos por apurar la nota realista en la pintura de ciertos personajes de la vida florentina y por haber enviado al Tifier- no, cosa perfectamente razonable, a sus enemigos y detrac- tores. Los ejemplos son pues abundantisimos. Aftadiré, no obstante, una sola y dltima eita por su concluyente significa- cidn, El escritor negro Renato Maran, esctibe en Africa una novela de negros, pintando las pastones y costumbres de los negros del Congo y conquista el premio de la Academia Gon- court, establecida en Parts, centro de la civilizacién occiden- tal, en competencia con las obras més refinadas de la cultura francesa. ¥ esos negros son algo sencillo y primitivo, de con- * ciencia rudimentaria, de ideas extraculturales, cuyo simple es- pecticulo a base de color, gestos y timbalismo, no podia ofre- cer tan amplio venero de poesta. Renato Maran, sin embargo, supo encontrarlo y produjo una obra bella y emocionada. Y si del libro derivamos hacia el pentagrama o el cuadro, encontraremos idéntico fenémeno. Wagner expresa el alma alemana, como Serawinsky Ia rusa y Grieg la noruega, Zuloa- ga traduce lo espafiol, como Rembrandt lo holandés y Da Vin- . ci lo italiano. Hasta cuando la pintura, que es el arte menos {ntimo y por tanto més susceptible de adaptarse a normas de excuela, crea simbolos y figuras desarraigadas del suelo nati- ‘vo, no puede sustraerse a su misteriosa influencia. Es el caso de as Venus de Rubens, que por su excesvaexuberancia car nal, mejor que el mito griego, recuerdan las gordas y sonrosa- LL _ El sentido de esta diferenciacién es tan profundo, que ® seyin Spengler, la masica rusa tan infinitamente triste para nosotros, no produce en el temperamento eslavo val impre- sién. En cambio —continga Spengler toda la miisica occi- dental, sin distinciones le produce al chino la sensacion de ‘una marcha. GA qué viene, entonces, ese concepto anchuroso de un ar- te universalista y ese injustificado desdén hacia la realizacion de una poesia antllana que nos exprese a nosotros mismos? Recuerde Padra, como detalle curioso y significative, que de todos los poetas de la presente generacién el nico’ que ha 2 trascendido de nuestras fronteras regionales es Luis Lloréns 12. ‘Torres, precisamente aquel que para cantar, no necesit6 salir- se, temiticamente, de su mindsculo barrio de Collores. Forjemos, pues, la poesia antillana. Y que nuestra vani- dad liceraria de universalistas no nos lleve a la posicién de Tar- tarin, el pintoresco personaje de Daudet, que ambicioso de anchuras, quiso crearse una selva y lend de baobabs los ties- tos de su jardin. Los arboles crecieron enana y ridfeulamente, pero eran baobabs, y nuestro hombre se paseaba entre ellos Srondo y mayestético, con la rotunda conviceién de encon- trarse en plena selva africana. Octavio Paz Tis México La dialéctica de la soledad Ellaberinto de la soledad, 1959. Ls Soledad, el sentise y el saberse solo, desprendido del mundo y_ajeno a sf mismo, separado de si, no es caracte- ristiea exclusiva del mexicano. Todos los hombres, en algén momento de su vida, se sienten solos; y més: codo’ los hom- ties estin solos, Vivir, es separarnos del que fuimos para in ternamos en el que vamos a ser, futuro extraflo siempre. La soledad es el fondo tltimo de la condicién humana. El hom- bre es el nico ser que se siente solo y el nico que es basque- dy de otro. Su naturaleza ~sise puede hablar de natcraleza ST referisse al hombre, el ser que, precisamente, se ha inventa- dona sf mismo al decile “no” a la naturaleza~ consist en un Sopirar a realizarse en otro. El hombre es nostalgia y biésque- de de comunign, Por eso cada vez que se siente a s{ mismo se siente como carencia de otro, como soledad. ‘Uno con el mundo que lo rodea, el feto es vida pura y en bruto. Hur ignorante desi, Al nacer, rompemos los lizos que nos unen a la'vida ciega que vivimos en el vienere materno, en donde no hay pausa entre deseo y satisfaccion. Nuestra sensi ‘Gin de vivir se expresa como separacién y ruptura, desampa- fo, caida en un Ambito hostil o extrano. A medida que crece- mos esa primitiva sensacién se transforma en sentimiento de soledad. Y mis tarde, en conciencia: estamos condenades a vivir solos, pero también lo estamos a traspasar nuestra sole~ dad y a rehacer los lazos que en un pasado paradis{aco nos tunfan a la vida, Todos nuestros esfuerzos tienden a aboli: la soledad. Asi, sentirse solos posee un doble significado: por tuna parte consiste en tener conciencia de sf; por la otra, en ton deseo de salir de sf. La soledad, que es la condicion misma de nuestra vida, se nos aparece como una prueba y una purga- cién, a cuyo término angustia ¢ inestabilidad desaparecerdn {a plenitud, la reunién, que es reposo y dicha, concordancia con el mundo, nos esperan al fin del laberinto de la soledad. Bl lenguaje popular refleja esta dualidad al idencificar ala soledad con la pena. Las penas de amor son penas de soledad. Comunidn y soledad, deseo de amor, se oponen y complemen- tan, ¥ el poder redentor de la soledad transparenta una oscu- ra, pero viva, nocion de culpa: el hombre solo “esti dejado de I; mano de Dios”. La soledad es una pena, esto es, una conde- na y una expizcion, Es un castigo, pero también una promesa del fin de nuestro exilio, Toda vida estd habitada por esta dis- levica ‘acer y morir son experiencias de soledad. Nacemos solos morimos solos. Nada tan grave como esa primera inmersion aaila soledad que es el nacer, si no es esa otra caida en lo des conocido que es el morir. La vivencia de la muerte se trans forma pronto en conciencia del morir. Los nifios y los hom- bres primitivos no creen en la muerte; mejor dicho, no stben que lh muerte existe, aungue ella trabaje secretamente en st Fterion, Su descubrimiento nunca es tard{o para el hombre Civilizado, pues todo nos avisa y previene que hemos de mo- rir, Nuesteas vidas son un diario aprendizaje de la muerte. Mas que a vivir se nos ensefla a morir. Y se nos ensefia mal. Entre nacer y morir transcurre nuestra vida. Expulsados el claustro materno, iniciamos un angustioso salto de veras mortal, que no termina sino hasta que caemos en la muerte. [Morir sera volver alld, a la vida de antes de la vida? ¢Serd vi ‘iz de nuevo esa vida prenatal en que reposo y movimiento, dia y noche, tiempo y eternidad, dejan de oponerse? ¢Morit seta dejar de ser y, definitivamente, estat? Quiz la muerte sea la vida verdadera? ;Quiz nacer sea morir y morir, nacer? Nada sabemos. Mas aunque nada sabemos, todo nuestro set

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