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Spurgeon:

una nueva biografía


Spurgeon:
una nueva biografía
Arnold Dallimore
Spurgeon: una nueva biografía

Publicado conjuntamente por Editorial Peregrino, S.L.


La Almazara, 19
13350 Moral de Calatrava (Ciudad Real) España
editorialperegrino@mac.com
www.editorialperegrino.com

y Publicaciones Aquila
5510 Tonnelle Ave.
North Bergen, NJ 07047–3029, EE.UU.

Publicado originalmente en inglés bajo el título Spurgeon, A New Biography


por The Banner of Truth Trust, Edinburgh EH12 6EL, Reino Unido
Copyright © 1985 por A.A. Dallimore
Esta edición se publica con permiso por especial arreglo con The Banner of
Truth Trust

Primera edición en español: 2006


Copyright © 2006 por Editorial Peregrino, S.L. para la versión española

Traducción: Juan Sánchez Araujo


Revisión: David Cánovas Williams
Versificación: Demetrio Cánovas Moreno
Diseño de la portada: José Antonio Juliá Moreno

Las citas bíblicas están tomadas de la Versión Reina–Valera 1960


© Sociedades Bíblicas Unidas, excepto cuando se cite otra
LBLA = La Biblia de las Américas © 1986, 1995, 1997 The Lockman
Foundation. Usada con permiso

ISBN 10: 84-96562-09-3


ISBN 13: 978-84-96562-09-7

Impreso en EE.UU.
Printed in USA
A la memoria de mi madre,
Mabel Buckingham Dallimore,
a quien, siendo aún una niñita,
su padre —William Buckingham— llevaba
al Tabernáculo Metropolitano
para escuchar la predicación de
Charles Haddon Spurgeon.
Índice

Prefacio 9

Agradecimientos 12

La situación en Inglaterra durante los tiempos de Spurgeon 13

La preparación del hombre: 1834-1854

1. El niño y los libros 20

2. De la terrible convicción de pecado a la conversión gloriosa 36

3. Primeros esfuerzos gozosos en el servicio del Señor 46

4. El niño predicador de Waterbeach 56

Los primeros años en Londres: 1855-1864

5. La “puerta grande y eficaz” 74

6. Un matrimonio realmente concebido en el Cielo 92

7. El conflicto 104

8. Avivamiento en Londres 120


Largo período de madurez en el ministerio: 1861-1886

9. El Tabernáculo Metropolitano 138

10. La preparación de jóvenes predicadores 152

11. Las empresas spurgeonianas crecen 166

12. Las Casas de Beneficencia y el orfanato 184

13. Luces y sombras 194

14. La Sra. Spurgeon y su trabajo 210

15. La vida cotidiana en la gran iglesia 220

16. Diez años de impactante ministerio 234

17. Características personales 254

18. Spurgeon el escritor 272

Los últimos años: 1887-1892

19. La contienda ardiente por la fe 290

20. Últimos trabajos 310

21. “Con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” 328

Apéndice: Historia posterior del Tabernáculo Metropolitano 341

Notas bibliográficas 346

Fotografías 351
Prefacio

“¿
Por qué quieres escribir otra biografía de
Spurgeon? ¿Acaso no se ha dicho ya mil veces
todo cuanto había que decir con respecto a él?”.
Estas y otras preguntas por el estilo se me hicieron mien-
tras escribía acerca de la vida de Spurgeon.
Aunque hoy día se oye hablar a menudo de Spurgeon
entre los evangélicos, pocos comprenden plenamente
su persona y su trayectoria, y muchos han reconocido la
necesidad que hay de una biografía suya adecuada. El
Dr. Wilbur Smith escribió en 1955: “He intentado leer
otra vez la mayor parte de los volúmenes autobiográficos
y biográficos de Charles H. Spurgeon, y al hacerlo he lle-
gado a la firme conclusión de que la Iglesia cristiana no
cuenta aún con ninguna biografía apropiada y definiti-
va de este gran predicador de la gracia de Dios”1.
Las razones de ello son evidentes: durante dos años o
más después de la muerte de Spurgeon —en 1892—, se
fueron publicando biografías suyas al ritmo de una cada
mes. En aquel entonces había, naturalmente, una gran
pena por su fallecimiento y se le recordaba con la mayor
admiración. Y aquellos relatos tempranos hicieron poco
más que eso: destacar dicha admiración. Algunas áreas
que hubieran debido presentarse —como, por ejemplo,
su capacidad como teólogo y los métodos que utilizaba
para llevar almas a Cristo— se pasaron prácticamente
por alto; y tampoco se describió lo suficiente la inque-
brantable y férrea fuerza de su carácter: en cierto modo,
se transmitió la idea de un Spurgeon más débil de per-
sonalidad de lo que realmente era.
La situación se remedió, hasta cierto punto, con la
aparición, en 1894, de la biografía en seis volúmenes de
G. Holden Pike con el título de: Life and Work of Charles
Haddon Spurgeon (Vida y obra de Charles Haddon
Spurgeon); y con el comienzo de la publicación de la

Spurgeon: una nueva biografía 9


Prefacio

obra en cuatro tomos de la esposa y el secretario de


Spurgeon: C.H. Spurgeon’s Autobiography (Autobiografía
de C.H. Spurgeon). Pero estos dos trabajos eran dema-
siado voluminosos como para recibir amplia divulga-
ción; y aunque daban una información abundante, no
presentaban un relato vivaz que acercara la persona de
Spurgeon a los lectores. Además, como sucedía con las
biografías más breves, aquellas largas narraciones no
atisbaban más que superficialmente en el corazón y el
alma del hombre: el Spurgeon esencial.
Por esta razón, muchas personas lo consideran hoy
día meramente como un orador de grandes dotes, que
hacía reír y llorar a sus oyentes y para quien la hora que
pasaba en el púlpito suponía una actividad muy placen-
tera. Dado que se conocen tan poco su intenso fervor y
sus firmes convicciones teológicas, damos por sentado
que se trataba de una persona muy parecida al evangéli-
co medio actual: alguien ha dicho que se considera a
Spurgeon como una especie de abuelo del evangelismo
del siglo XX.
Confío en que este libro proporcionará —al menos
en parte— un relato más satisfactorio del gran
Spurgeon. He abordado algunas cuestiones acerca de
las cuales se ha tenido durante mucho tiempo un con-
cepto incorrecto, y el lector podrá encontrar aquí un
tratamiento más concluyente de su teología y sus méto-
dos de predicación. Me he esforzado por comprender y
presentar algo de la realidad interior del hombre: su
vida de oración, sus sufrimientos y sus depresiones, sus
debilidades y sus puntos fuertes, sus triunfos, su humor,
sus alegrías y sus increíbles logros.
Spurgeon fue sin duda un tremendo siervo de Dios
—uno de los más grandes predicadores de toda la histo-
ria cristiana—, y confieso que me ha resultado muy difí-

10 Spurgeon: una nueva biografía


Prefacio

cil retratar tan imponente personalidad. No obstante,


consideraré un éxito que muchos lleguen a conocerle
mejor y reciban la instrucción e inspiración de su impac-
tante ejemplo.

NOTAS
1En su Treasury of Charles Haddon Spurgeon (1955).

Spurgeon: una nueva biografía 11


Agradecimientos

Q uiero expresar mi más sincera gratitud a los


amigos que cito a continuación por la ayuda
que me prestaron.
El Rvdo. Leroy Cole, de Ottisville, Michigan, por
poner a mi disposición su amplia biblioteca acerca de
Spurgeon. De él tomé prestados alrededor de cuarenta
libros —la mayoría biografías de este—, sin cuya ayuda
no hubiera podido llevar a cabo esta tarea.
Bob Ross, de Pilgrim Press, Pasadena, Texas, quien
me ha regalado varios libros acerca de Spurgeon publi-
cados por esa editorial. Particularmente útiles me han
sido las obras de Eric W. Hayden.
El Dr. Peter Masters, pastor del Tabernáculo
Metropolitano, quien me permitió el acceso a los archi-
vos del mismo correspondientes al tiempo del ministe-
rio de Spurgeon y me proporcionó asimismo, en nues-
tras conversaciones, diversos datos de la vida de este.
El Rvdo. Gerald G. Primm, de Greensboro, Carolina
del Norte, por varias sugerencias y por fotocopiar algu-
nas partes de las obras de Spurgeon.
Phillip Borrè y Keith Lozon, ambos de Windsor,
Ontario, cada uno de los cuales me prestó diversos volú-
menes de los Sermones de Spurgeon y The Sword and the
Trowel (La espada y la paleta).

12 Spurgeon: una nueva biografía


La situación en Inglaterra en tiempos de Spurgeon

S
purgeon nació en 1834 y murió en 1892. Durante
aquel período la situación era diferente en varios
sentidos a como es hoy día, y un breve vistazo a la
misma nos ayudará a comprender la vida que Spurgeon
llevó.
A lo largo de aquellos años el trono lo ocupaba la
reina Victoria, quien ejercía una fuerte influencia moral
tanto en el gobierno británico como en la vida diaria.
Durante su reinado, Gran Bretaña extendió enorme-
mente su imperio y la economía de la nación prosperó
notablemente.
En Londres los caballos, los carruajes y las carretas
eran tantos que a menudo el tráfico, no sujeto a ningu-
na norma de circulación, se colapsaba. Los ferrocarriles
se ampliaban constantemente: sin embargo, aunque en
esta cuestión Inglaterra estaba a la cabeza del mundo,
los trenes eran lentos y el transporte de viajeros incómo-
do y en ocasiones sucio.
Poco a poco se iban instalando cuartos de baño con
agua corriente en las casas de los ricos y en unas pocas
de la clase media, mientras que entre los pobres tales
aseos eran completamente desconocidos. La calefacción
funcionaba, en buena medida, mediante carbón, y el
alumbrado se suplía por medio de lámparas de aceite y
gas; aunque la clase baja aún utilizaba velas.
Durante los años de la vida de Spurgeon se hicieron
grandes avances en la ciencia médica: se descubrió la
existencia de las bacterias, se alcanzó el conocimiento
de la antisepsia, y los científicos comprendieron que el
suministro de agua potable podía resultar contaminado
si se encontraba demasiado cerca de las alcantarillas
(extendiendo el cólera y otras enfermedades). Las ope-
raciones quirúrgicas se dejaron de llevar a cabo sin anes-
tesia en 1847, cuando se descubrió el cloroformo; y en

Spurgeon: una nueva biografía 13


La situación en Inglaterra en tiempos de Spurgeon

1860, gracias a la influencia de Florence Nightingale, se


establecieron las primeras normas de enfermería.
El sistema de clases prevalecía por lo general. La clase
alta no solo tenía riquezas, sino que también ostentaba
privilegios negados al resto de las personas: pero la clase
media iba en aumento y las oportunidades para el hom-
bre de adquirir posesiones considerables eran cada vez
mayores. A pesar de ello había muchos pobres y, entre
estos, mucha ignorancia, enfermedad y privaciones.
Quienes se encontraban en la indigencia podían solici-
tar refugio en algún asilo, pero las condiciones en aque-
llos sitios estaban ideadas para ser tan malas que los resi-
dentes se esforzaran al máximo por obtener alguna
clase de empleo y escapar así de tan terrible existencia.
Gran número de niños sin hogar vagaban por las calles,
y su única forma de sobrevivir era cometiendo pequeños
delitos. Cuando hablemos de las Casas de Beneficencia
y el orfanato fundados por Spurgeon, y de la forma
como este proporcionó educación gratuita para mucha-
chos y hombres jóvenes, deberemos tener en cuenta
tales circunstancias.
La Iglesia de Inglaterra era la Iglesia estatal: estaba
apoyada por el Gobierno y tenía privilegios que se les
negaban a todos aquellos que no fueran miembros de
ella. Las denominaciones independientes —metodistas,
congregacionalistas, baptistas y presbiterianos— habían
crecido mucho como consecuencia del avivamiento ocu-
rrido bajo el ministerio de los hermanos Wesley duran-
te el siglo anterior; pero en la época de Spurgeon gran
parte del fervor se había desvanecido, y un formalismo
bastante deprimente caracterizaba a buena parte de la
vida eclesiástica. Los personajes más destacados entre
los congregacionalistas eran Thomas Binney y Joseph
Parker; y entre los baptistas: John Clifford y Alexander

14 Spurgeon: una nueva biografía


La situación en Inglaterra en tiempos de Spurgeon

MacLaren. En los años 30 comenzó el movimiento de


los Hermanos, con John Darby; mientras que William
Booth fundó el Ejército de Salvación durante los años
70.
Uno de los fenómenos religiosos más importantes del
siglo fue el Movimiento de Oxford: bajo la dirección de
John Henry Newman —más tarde nombrado carde-
nal—, un buen número de personas abandonó la Iglesia
de Inglaterra para unirse a la Iglesia católica romana; y
aquella influencia continuó como un factor de peso en
la vida diaria de los ingleses.
A lo largo de este libro, los costos de los edificios y
demás bienes se refieren en la moneda inglesa de esos
tiempos; para traducirlos a aquellos de cualquier otra
nación o época, el lector deberá utilizar como norma el
salario que se le paga a un obrero: por aquel entonces,
un buen sueldo de trabajador cualificado era de unas
100 libras esterlinas al año.
En muchos sentidos, Spurgeon fue un inglés victoria-
no típico. En la sociedad que lo rodeaba había muchas
cosas buenas, pero también mucha maldad, y Spurgeon
se dedicó a una abrumadora tarea: la de declarar el
mensaje transformador del Evangelio de Jesucristo;
cuyo poder se manifestó en la conversión de millares de
personas.

Spurgeon: una nueva biografía 15


LA PREPARACIÓN DEL
HOMBRE: 1834-1854
La precocidad del pequeño Charles atrajo la
atención de cuantos lo rodeaban. Asombraba
a los severos diáconos y las matronas que se
reunían en casa de su abuelo los domingos por
la tarde, proponiéndoles temas de conversa-
ción y brindando pertinentes observaciones al
respecto. En aquel período temprano de su
vida había ya indicaciones claras del carácter
decidido y de la valentía de discurso por los
que llegaría a ser tan reputado.

ROBERT SHINDLER
Tomado de
From the Usher’s Desk to the Tabernacle
Pulpit,
1892
Capítulo 1

El niño y los libros


Preferiría descender de alguien que ha sufrido por
la fe que llevar en mis venas la sangre de todos los
emperadores”. Spurgeon se estaba refiriendo al
hecho de que, aunque su sangre era del linaje de los
valientes escandinavos, el factor principal de su herencia
lo constituía que algunos de los primeros Spurgeon se
contaran entre aquellos protestantes del siglo XVII que
habían huido de las persecuciones católicas en el conti-
nente europeo para refugiarse en Inglaterra.
Uno de sus antepasados —un tal Job Spurgeon—
“tuvo que sufrir tanto en su hacienda como en su perso-
na por el testimonio de una buena conciencia”1. Job fue
encarcelado, juntamente con otros tres hombres, por
asistir a una reunión de independientes: personas que
se negaban a conformarse a las doctrinas y las prácticas
de la Iglesia de Inglaterra. Los tres sufrieron en prisión,
durante todo un invierno —que fue “notable por el frío
extremo”—, echados en la paja. Job Spurgeon estaba
tan débil que no podía acostarse, sino que tenía que per-
manecer erguido todo el tiempo.
Charles afirmaba también: “Puedo echar la vista atrás,
a lo largo de cuatro generaciones, y ver cómo Dios se
complació en escuchar las oraciones del padre de mi
abuelo: quien solía suplicarle para que sus hijos vivieran
delante de Él hasta la última generación. Y a Dios […]
le ha complacido traerlos, uno tras otro, al amor y el
temor de su Nombre”2.
En el trasfondo de Charles Spurgeon sobresalía,
pues, una defensa de los principios a cualquier precio.
Spurgeon nació el 19 de junio de 1834 en Kelvedon,
condado de Essex; pero a los 14 meses de edad lo lleva-

20 Spurgeon: una nueva biografía


El niño y los libros

ron al hogar de sus abuelos paternos, en el apartado


pueblo de Stambourne, donde pasaría los cinco años
siguientes. Cuando nació, su madre tenía solo 19 años, y
fue probablemente la llegada de otro pequeño al año
siguiente lo que dio lugar al traslado.
Su abuelo —el Revdo. James Spurgeon— era el pas-
tor de la iglesia congregacionalista (independiente) de
Stambourne: una posición que había ocupado durante
los veinticinco años anteriores. Se había graduado en
Hoxton College, Londres, y poseía un profundo conoci-
miento de las Escrituras y de los escritos de los purita-
nos. Tenía una voz potente, pero excepcionalmente
agradable y muy expresiva. Su predicación era fervorosa
e impactante a un tiempo; y tanto en el púlpito como en
la conversación privada, solía introducir una nota de
humor. Tenía una congregación numerosa para una
iglesia rural; y aquellas palabras de cierto oyente
(“podría levantar alas como las águilas después de reci-
bir tan celestial alimento”) expresaban sin duda el senti-
miento de muchos al final del sermón. James Spurgeon
era muy querido por sus feligreses y también por los de
la congregación anglicana de Stambourne; de modo
que no tenía el menor deseo de mudarse a algún lugar
más grande.
Sarah, la abuela, era una digna compañera de su
esposo; y el hogar de ellos era un hogar feliz y libre de
conflictos. Lo que se decía de Sarah, y que ha llegado
hasta nosotros, es que “era una persona entrañable,
amable y bondadosa”.
La hija menor de James y Sarah —Ann, de 18 años—
vivía aún con sus padres, y se sintió encantada de tener
en casa al pequeño Charles, a quien hizo objeto especial
de su amor y su cuidado. Lo atendía en sus necesidades
de niño; le fue ayudando a medida que aprendía a cami-

Spurgeon: una nueva biografía 21


Capítulo 1

nar y hablar, y —al ser muy alegre y divertida— fue com-


pañera de juegos de su joven pupilo mientras este cre-
cía. Pero también era una cristiana fervorosa, e intentó
fomentar el bienestar espiritual del niño con su vida
devota y su ejemplo cotidiano.
La casa donde vivían los Spurgeon era una rectoría
que, en sus orígenes, había sido la mansión de un noble.
Tenía casi 200 años de antigüedad; y aunque sus muros
inclinados y sus suelos desiguales traicionaban su edad,
aún se trataba de un hogar confortable.
La puerta principal daba a un amplio vestíbulo, en
uno de cuyos muros había una enorme chimenea que
exhibía un gran cuadro de David y Goliat. También
había allí un caballito mecedor de juguete: “El único
caballo —diría Charles ya de adulto— que me haya gus-
tado montar”. Desde allí, por una escalera de caracol, se
subía a los dormitorios. El niño tenía una habitación
agradable, con una cama de columnas tapizada de cre-
tona, en donde podía tumbarse a escuchar a los pájaros
posados en los aleros vecinos.
A uno de los lados, y en la parte trasera de la casa,
había un jardín bien cuidado con abundantes flores y
frutos, bordeado de un caminito umbroso de hierba,
adonde el abuelo de Charles iba a menudo a meditar y
prepararse para el trabajo del domingo. En épocas pos-
teriores, Charles se mostraría muy aficionado a los jardi-
nes y emplearía abundantes ejemplos del reino vegetal.
Inmediatamente al lado de la rectoría estaba la capi-
lla: sin adornos, al estricto estilo puritano, pero con un
púlpito elevado sobre el cual pendía un enorme torna-
voz, y que al pequeño Charles, sentado en la iglesia, le
recordaba a su caja de sorpresas de juguete. Se lo imagi-
naba soltándose y cayéndole a su abuelo en la cabeza.
La capilla tenía asimismo un rasgo característico: en

22 Spurgeon: una nueva biografía


El niño y los libros

una pared lateral cerca del púlpito había dos grandes


puertas exteriores. Si llegaba un carruaje con alguien
enfermo, dichas puertas podían abrirse y el carruaje ser
empujado adentro una vez retirado el tiro del mismo; de
modo que el inválido tuviera un lugar cómodo desde
donde escuchar. Hoy día se celebran cultos para perso-
nas en automóviles o en sillas de ruedas, pero hace siglo
y medio ya existía una combinación de ambos.
El pequeño Charles tuvo el privilegio de pasar mucho
tiempo con su abuelo. James Spurgeon era una persona
totalmente sencilla y, aunque frisaba los 60 años, aún
conservaba un talante juvenil. Tal vez por esta razón
estaba tan apegado al niño; o quizá fuese porque ya
reconocía las extraordinarias cualidades de este y desea-
ba conducirlas. Aun cuando los feligreses llamaban a su
pastor para que los aconsejase u orase con ellos en sus
dificultades, a menudo este guardaba al muchacho a su
lado; y cuando se reunía con un grupo de ministros para
hablar de cuestiones teológicas, el niño se quedaba,
escuchando atentamente y haciendo lo posible por
entender. La introducción de Charles al análisis de cues-
tiones teológicas fue, por tanto, muy temprana.
La vida en casa de los Spurgeon estaba ordenada en
torno a las Escrituras. La Biblia no solo se leía, sino que
también se creía en ella con la firme certeza de su
inerrancia. Del mismo modo, se oraba con la plena con-
ciencia de que Dios oía y respondería según su voluntad
soberana. Las normas de la Biblia se aceptaban con
gozo, y toda clase de falsedad o de malicia resultaba
completamente desconocida. La vida era cosa seria,
pero también estaba marcada por el humor y la felici-
dad; y esa “gran ganancia [que] es la piedad acompaña-
da de contentamiento” caracterizaba tanto al trabajo
como al placer de los Spurgeon: jóvenes y ancianos.

Spurgeon: una nueva biografía 23


Capítulo 1

Charles era aún un niño cuando empezó a interesar-


se por los libros. Uno de los dormitorios de la rectoría
daba a un cuarto pequeño y oscuro —oscuro porque se
había tapado con yeso la ventana para evitar el “impues-
to de las ventanas”, de infausta memoria—, pero que
albergaba una biblioteca puritana. Probablemente
Charles no tenía más de 3 años de edad cuando comen-
zó a sacar libros a la luz y mirar sus ilustraciones. Se nos
cuenta que “siendo solo un niño, y antes de que sus
labios hubieran articulado palabra alguna, ya se sentaba
pacientemente durante horas divirtiéndose con un libro
ilustrado”3. Y fue durante aquellos primeros días cuando
descubrió las ilustraciones de El progreso del peregrino, de
Bunyan. “Cuando vi por primera vez el grabado de
Cristiano con su carga a la espalda, me sentí tan intere-
sado por el pobre hombre que tuve ganas de saltar de
gozo cuando, tras llevarla durante tanto tiempo, al fin se
libró de ella”4. También se familiarizó con otros perso-
najes de Bunyan —como Flexible, Fiel y Locuacidad,
por ejemplo— y aprendió a reconocer sus principales
rasgos.
Sacó gran provecho del Libro de los mártires, de Foxe,
mirando sentado las ilustraciones que hacían referencia
a diversos protestantes que fueron a la hoguera durante
el reinado de María la Sanguinaria; y el sufrimiento que
padecieron aquellos hombres dejó en él una huella
duradera.
Pero Charles no se limitaba a mirar dibujos: era aún
pequeño cuando aprendió a leer. La tía Ann le enseña-
ba en casa y, también —como él dice—, asistía a “una
escuela para la más tierna infancia” dirigida por “la
anciana Sra. Burleigh”. A su vez, a los 5 o 6 años, le
vemos leyendo en privado y también en público: duran-
te el culto familiar. Alguien que se presenta como “con-

24 Spurgeon: una nueva biografía


El niño y los libros

temporáneo suyo” escribe: “Aun a los 6 años de edad,


cuando algunos niños no han pasado de deletrear pala-
bras monosilábicas, él podía leer con una entonación
verdaderamente maravillosa para alguien tan peque-
ño”5.
Durante esos primeros años, Charles aprendió tam-
bién mucho acerca de la vida en general y, más tarde, se
inventaría un personaje —a quien llamaba “John
Ploughman”— del que contaba numerosos cuentos:
cada uno de ellos con una aguda moraleja. John
Ploughman reunía los rasgos de su abuelo y de Will
Richardson, un granjero al que había conocido durante
aquellos días en Stambourne.
Siendo aún niño, Charles manifestó una gran valentía
moral. Sabiendo, por ejemplo, que su abuelo estaba ape-
nado por la conducta de uno de los miembros de su igle-
sia que había comenzado a frecuentar la taberna, se diri-
gió osadamente al lugar y plantó cara al hombre. Este,
llamado Thomas Roads, contaba luego así el suceso:

¡Pensar que un viejo como yo fuera llamado al orden […]


por un crío como aquel! Bueno, pues me señala con el dedo
de esta manera y me dice: “¿Qué haces aquí, Elías, sentado
con los impíos? Tú, un miembro de la iglesia, rompiéndole
el corazón a tu pastor. ¡Me avergüenzo de ti! Yo, desde luego,
no le rompería el corazón a mi pastor”; y luego se marcha
[…].
Yo sabía que todo aquello era verdad, y que yo era culpa-
ble; de modo que dejé la pipa y no me tomé la cerveza, sino
que corrí hasta un lugar solitario y me arrodillé ante el
Señor, confesando mi pecado y suplicando perdón6.

La restauración de Thomas Roads resultó cierta y


duradera, y este se convirtió en un celoso ayudante en la

Spurgeon: una nueva biografía 25


Capítulo 1

obra del Señor. A una edad tan temprana, Charles mani-


festaba ya ese sentimiento de rectitud y firmeza contra lo
que él consideraba malo que habría de caracterizarle a
lo largo de toda su vida posterior.
Después de cinco años en Stambourne, devolvieron a
Charles con sus padres: había disfrutado de una niñez
excelente con sus abuelos y volvería a visitarlos durante
varios veranos venideros.
John y Eliza Spurgeon, los padres de Charles, se
habían mudado a Colchester, en donde John trabajaba
como empleado en la oficina de un vendedor de car-
bón. Era también pastor de una iglesia congregaciona-
lista en Tollesbury —un pueblo a unos 15 km de allí—,
y hacía aquel viaje todos los domingos en carruaje. Sus
dos responsabilidades le mantenían muy ocupado y le
privaban del tiempo que hubiera querido pasar con su
esposa y sus hijos. Aunque era un buen predicador, y
estaba dotado de una voz excepcionalmente potente, no
tenía el poder de su padre en el púlpito.
Por aquel entonces había otros tres niños en la fami-
lia: un varón —James Archer Spurgeon (casi tres años
menor que Charles)— y dos hermanas —aún más
pequeñas—, llamadas Eliza y Emily.
Charles se convirtió inmediatamente en el jefe de
todos: no solo porque fuera el mayor, sino también
porque poseía marcadas dotes de liderazgo. En una
ocasión, por ejemplo, su padre lo encontró haciendo
que los otros niños jugaran a la iglesia: se había pues-
to en pie sobre un pesebre, escenificando una predi-
cación, mientras mantenía a los demás sentados en
balas de heno, escuchando su sermón. Y otra vez, los
dos hermanos estaban jugando en un arroyo con bar-
cos de juguete y Charles había bautizado al suyo The
Thunderer (El atronador): un título que había escogido

26 Spurgeon: una nueva biografía


El niño y los libros

—según dijo— porque le sonaba a valiente y victorio-


so.
Por aquel entonces no había sistema educativo gratui-
to y muchísimos niños permanecían analfabetos. Las
escuelas funcionaban como negocios privados: de modo
que los padres tenían que pagar para que sus hijos asis-
tieran a las mismas.
John Spurgeon deseaba para sus hijos varones la
mejor educación que pudiera darles, y pusieron a estu-
diar a Charles nada más regresar a Colchester. Asistía a
una pequeña escuela regentada por una tal Sra. Cook,
en donde demostró ser un excelente estudiante; ade-
más, a medida que los meses iban pasando, quedó claro
que Charles tenía mucho más deseo de aprender que de
jugar. Su padre lo relata de esta manera:

Charles era un niño saludable, de buena constitución y dis-


posición afectuosa, además de ser muy buen estudiante.
Siempre estaba leyendo libros, en vez de cavar en el jardín o
criar pichones como hacían los otros muchachos. Libros y
más libros…
Si su madre quería llevarlo de paseo en carroza, sabía que
podía encontrarlo en mi estudio echado sobre algún libro.
Naturalmente era listo, y listo en la mayoría de las áreas de
estudio. También había aprendido a dibujar muy bien7.

No obstante, a pesar del interés de los padres en el


progreso académico de sus hijos, estaban más interesa-
dos aún por el bienestar espiritual de estos; y ya que el
padre se hallaba tan ocupado, la tarea de criar a la fami-
lia recayó sobre todo en la madre, que era una mujer
excepcionalmente devota y bondadosa. Su hijo James
dijo de ella: “Fue el origen de cualquier grandeza y bon-
dad que, por la gracia de Dios, hayamos podido tener”8.

Spurgeon: una nueva biografía 27


Capítulo 1

Charles la recordaba con profundo afecto y gratitud, y


nos relata cómo leía las Escrituras a sus hijos y les roga-
ba que se preocuparan por sus almas. “No puedo expre-
sar cuánto debo a las solemnes palabras de mi buena
madre […] —escribía Spurgeon—. Recuerdo cómo, en
una ocasión, oraba de esta manera: ‘Señor, si mis hijos
continúan en sus pecados, no perecerán a causa de la
ignorancia, y mi alma tendrá que dar presto testimonio
contra ellos en el Día del Juicio si no se aferran a Cristo’.
Pensar en mi madre dando presto testimonio contra mí
me traspasó la conciencia […]. ¿Cómo podría olvidar
cuando, de rodillas, y con los brazos alrededor de mi
cuello, había orado pidiendo: ‘¡Oh Padre, haz que mi
hijo viva delante de Ti!’”9.
También refiere una ocasión en que su padre, yendo
de camino a un culto, comenzó a acusarse a sí mismo de
ser negligente con su familia y regresó a casa. Al no
encontrar a nadie en la planta baja, subió al piso de arri-
ba y oyó el sonido de la oración, “para a continuación
descubrir —dice Charles— que se trataba de mi madre,
que oraba de la manera más ferviente por la salvación
de todos sus hijos: especialmente por Charles, su testa-
rudo primogénito. Mi padre sintió entonces que podía
dedicarse tranquilamente a los negocios de su Señor,
mientras su querida esposa se preocupaba tan bien de
los intereses espirituales de los niños y las niñas en el
hogar”10.
El interés que Charles había empezado a tener por
Foxe, Bunyan y otros autores semejantes mientras esta-
ba en casa de su abuelo, se amplió durante las horas que
ahora pasaba en el despacho de su padre. Así llegó a
conocer a varios de los grandes autores puritanos y a
familiarizarse con las convicciones doctrinales de estos.
Además, en Colchester también podía escuchar enjun-

28 Spurgeon: una nueva biografía


El niño y los libros

diosas conversaciones teológicas; ya que se le permitía


estar presente cuando su padre y otros ministros confe-
renciaban acerca de diversas cuestiones bíblicas. Más
tarde declararía: “Doy fe de que los niños pueden enten-
der las Escrituras; ya que tengo la certeza de que, siendo
aún pequeño, podría haber hablado de muchos aspec-
tos espinosos de una controversia teológica, al haber
escuchado ambos lados del asunto expuestos con todo
lujo de detalles en el círculo de amigos de mi padre”11.
Además, aunque su padre poseía varios tratados teo-
lógicos, Charles tenía a su disposición muchos más
cuando, verano tras verano, regresaba a casa de sus
abuelos en Stambourne. Hablando de aquel cuarto de
arriba, dijo: “En aquella habitación oscura buscaba a
esos antiguos autores […] y jamás me sentí más feliz que
en su compañía”. No cabe la menor duda de que para
cuando contaba 9 o 10 años de edad, ya estaba leyendo
y comprendiendo cosas de hombres tan profundos
como John Owen, Richard Sibbes, John Flavel y
Matthew Henry. Empezaba a captar el significado de
buena parte de los argumentos teológicos de estos y eva-
luaba las ventajas y los inconvenientes por sí mismo.
Charles era aún un niño cuando, durante uno de sus
veranos en Stambourne, fue objeto de una asombrosa
profecía. Su abuelo invitó a la iglesia a un antiguo misio-
nero llamado Richard Knill, para celebrar unas reunio-
nes especiales. Knill había pasado bastantes años en la
India y en Rusia, y servía por aquel entonces en
Inglaterra. Se interesó mucho por el joven Charles,
reconociendo de inmediato la extraordinaria capacidad
intelectual de este y su rara claridad en la expresión.
Charles leía cada día las Escrituras en el culto familiar y,
refiriendo más tarde la experiencia de escucharle, Knill
afirmaba: “He oído a ministros viejos y jóvenes leer bien,

Spurgeon: una nueva biografía 29


Capítulo 1

pero nunca he escuchado a un niño hacerlo tan correc-


tamente”12.
Día tras día el misionero habló con Charles acerca de
su alma, y oró con él del modo más ferviente. Creía que
el niño, sin ningún género de dudas, llegaría a ser minis-
tro de la Palabra; y ya a punto de partir, y con la familia
a su alrededor, se puso de rodillas e hizo esta declara-
ción: “Un día este niño predicará el Evangelio, y lo pre-
dicará a grandes multitudes; estoy convencido de que lo
hará en la capilla de Rowland Hill”13.
La capilla de Rowland Hill era una de las más grandes
de Inglaterra por aquel entonces, y en años posteriores
Charles sí que predicó allí; sin embargo, en el momento
mismo de escuchar la profecía sintió el efecto de ella y
dijo al respecto: “Aguardé el día en que habría de predi-
car la Palabra; y sentí la enorme convicción de que nin-
guna persona inconversa podía atreverse a entrar en el
ministerio, lo cual me hizo […] tanto más determinado
a buscar la salvación”14.
Cuando Charles tenía 10 años, lo transfirieron a otra
escuela de Colchester: la Stockwell House School, cuyo
nivel académico era más alto que el de la mayoría de las
instituciones semejantes. Un compañero de estudios,
escribiendo años más tarde, contaba: “El Sr. Leeding era
el tutor de estudios clásicos y matemáticas; daba una
enseñanza muy completa y tenía en Charles Spurgeon a
un pupilo de mente muy receptiva: especialmente con
el latín y Euclides […]; en ambas asignaturas iba muy
adelantado”15.
Charles permaneció cuatro años en aquella escuela:
años de mucha disciplina intelectual y de excelente pro-
greso en términos de conocimientos. Estaba siempre a
la cabeza de la clase: excepto una semana o dos, duran-
te cierto invierno, cuando descubrió que si trabajaba

30 Spurgeon: una nueva biografía


El niño y los libros

menos podía sentarse más cerca de la chimenea. Al com-


prender su estratagema, el profesor invirtió el orden de
los asientos: haciendo que el muchacho más aventajado
se sentase más próximo al calor. Inmediatamente
Charles mejoró en su trabajo y retuvo su sitio de privile-
gio.
A los 14 años de edad, sus padres lo trasladaron a St.
Augustine’s Agricultural College, en la ciudad de
Maidstone, a varios kilómetros al sureste de Londres. La
prueba de hallarse lejos de casa se vio suavizada por el
hecho de que no estaba solo, ya que su hermano James
entró en la escuela juntamente con él, y además porque
uno de sus tíos era el director del centro y los mucha-
chos se hospedaban en su casa.
Durante el año que pasó allí, Charles manifestó un
par de veces su audacia innata. La primera de ellas fue
en una conversación que sostuvo con un clérigo de la
Iglesia de Inglaterra, el cual iba regularmente a la escue-
la para enseñar religión. El hombre lo llevó a un debate
acerca del bautismo, y Charles respondió con gran con-
fianza expresando una opinión completamente diferen-
te de la del clérigo. Y la segunda ocasión fue cuando
intervino para corregir un error matemático cometido
por su tío: acción por la cual se le castigó con sacar sus
libros al patio —hacía buen tiempo— y estudiar bajo un
roble que había junto al río. No obstante, su tío, recono-
ciendo la capacidad que tenía para las matemáticas, le
permitió hacer una serie de cálculos, que resultaron ser
tan provechosos que una compañía de seguros de
Londres los utilizó durante más de cincuenta años.
Fue así como Charles cumplió los 15 años: era un
jovencito de gran sensibilidad, pero en modo alguno
reservado o temeroso de nadie. Como suele decirse, era
un buen muchacho: completamente recto y honrado,

Spurgeon: una nueva biografía 31


Capítulo 1

con una viva imaginación y una memoria fuera de lo


común. La riqueza de sus lecturas asombraba verdadera-
mente en alguien tan joven; y estaba especialmente ver-
sado en las obras de sus autores favoritos: los teólogos
puritanos.
Su hermano James, que lo conocía tal vez mejor que
nadie, dice:

Charles jamás hacía ninguna otra cosa que estudiar. Yo cria-


ba conejos, gallinas, cerdos y un caballo; él se limitaba a los
libros. Mientras yo andaba ocupado aquí y allá, metido en
todo lo que llama la atención a los niños, su ocupación eran
los libros y no podía dejar de estudiar…
Pero, aunque no tenía nada que ver con otras cosas,
podía decirlo todo acerca de ellas; ya que solía leer de todo,
y tenía una memoria tan tenaz como un vicio y tan copiosa
como un granero16.

NOTAS
1C.H. Spurgeon’s Autobiography, recop. Spurgeon, Susannah y

Harrald, J.W., 4 vols., 1:8 (Londres, Passmore and Alabaster, 1897).


2Ibíd.
3Traits of Character, 2:80 (Londres, s.p., 1860)
4Murray, Iain, ed.: The Early Years, p. 85 (Londres, Banner of

Truth, 1962).
5Traits of Character, p. 80.
6The Early Years, p. 12.
7Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon,

6 vols., 1:17 (Londres, Cassel, 1898).


8Pike, G. Holden: James Archer Spurgeon, p. 20 (s.p., s.f.).
9The Early Years, p. 44.
10Ibíd., p. 45.
11Ibíd., p. 46.

32 Spurgeon: una nueva biografía


El niño y los libros

12Shindler, Robert: From the Usher’s Desk to the Tabernacle Pulpit, p.


31 (Londres, Passmore and Alabaster, 1892).
13The Early Years, p. 27.
14Ibíd., p. 28.
15Pike: Life and Work, 1:31.
16Pike: James Archer Spurgeon, p. 23.

Spurgeon: una nueva biografía 33


Las experiencias espirituales bien aderezadas
con un sentimiento de pecado hondo y amar-
go, resultan muy valiosas para quienes las tie-
nen. Son un mal trago, pero constituyen un
brebaje de lo más saludable para las entrañas,
así como para toda la vida después de la
muerte.
Posiblemente, gran parte de la piedad ende-
ble de la actualidad se deba a la facilidad con
que los hombres logran la paz y el gozo en estos
tiempos de evangelización. No nos atrevemos a
juzgar a los conversos actuales; pero cierta-
mente preferimos aquella forma de ejercicio
espiritual que lleva al alma por el camino de
la cruz del llanto y le hace ver su propia
negrura antes de asegurarle que “está todo
limpio”.
Muchos se toman a la ligera el pecado y, en
consecuencia, hacen lo mismo con el Salvador;
pero aquel que ha estado delante de su Dios,
culpable y condenado, con la soga al cuello,
llora de alegría cuando recibe el indulto, abo-
rrece la maldad que le ha sido perdonada y
vive para honrar al Redentor cuya sangre lo
ha limpiado.

SPURGEON, c.1890, Autobiography


Capítulo 2

De la terrible
convicción de pecado
a la conversión
gloriosa

E
n el verano de 1849, Charles entró en una escue-
la más: esta vez en la ciudad de Newmarket.
Aunque acababa de cumplir 15 años, no llegó a la
misma como un mero estudiante, sino como profesor a
tiempo parcial: un puesto conocido como “ujier”.
En un futuro no muy lejano le esperaba la gran expe-
riencia transformadora de su conversión: un aconteci-
miento conocido desde hace mucho entre los cristianos
evangélicos, a menudo predicado desde los púlpitos y
narrado en libros y revistas.
Pero aquel suceso fue precedido de una larga y amar-
ga convicción de pecado y de un anhelo de salvación
que pocas veces se menciona. Sin embargo, Spurgeon
consideraba tan importante aquella experiencia que no
solo hablaba de ella a menudo en sus predicaciones,
sino que le dedicó un capítulo entero en su
Autobiografía.
Además, al relatarla, este maestro de la descripción
casi parece tener dificultades para conseguir palabras lo
suficientemente fuertes para retratar la angustia que
atravesó. “Preferiría pasar siete años con la enfermedad
más debilitadora —explica— a experimentar de nuevo
ese terrible descubrimiento de la maldad del pecado”1.
Esta amarga experiencia comenzó cuando Spurgeon
era aún muy pequeño. Como hemos visto, tenía solo 3
años cuando se divertía con las ilustraciones de El progre-

36 Spurgeon: una nueva biografía


De la terrible convicción de pecado…

so del peregrino de Bunyan, con aquel fardo sobre sus


espaldas, y no mucho después conocería el significado
del mismo: que se trata de una carga de pecado.
Mientras aprendía a leer, su material de lectura era prin-
cipalmente la Biblia y las obras de algunos de los gran-
des autores puritanos. También escuchaba atentamente
las conversaciones teológicas y, para cuando tenía alre-
dedor de 10 años, ya había adquirido un conocimiento
notable de la doctrina cristiana. Aunque era un niño
recto y sincero, había comprendido hasta cierto punto
lo que es el pecado a los ojos de Dios y sabía —como el
Peregrino— que llevaba ese terrible fardo del cual no
podía librarse por sí mismo.
Durante una de sus visitas de verano a la casa de su
abuelo, la lectura bíblica de cierto día hablaba de “un
abismo sin fondo”, y Charles la había interrumpido para
preguntar cómo era posible que existiera un lugar que
no tuviera fondo. El abuelo respondió de alguna mane-
ra, pero la respuesta no satisfizo al niño; y desde enton-
ces quedó fijada en su mente la certidumbre de que era
posible que alguien sin justificar se alejara eterna y cre-
cientemente de Dios y de todo lo que era justo y bueno.
Además, aunque sabía tan bien como cualquier otro
que “Cristo murió por nuestros pecados”, no veía que
esa verdad se aplicara a su propio caso. Intentaba orar,
pero “la única frase que lograba articular —dice— era:
‘Dios, sé propicio a mí, pecador’. El sublime esplendor
de su majestad, la grandeza de su poder, la severidad de
su justicia, el carácter inmaculado de su santidad y su
terrible grandiosidad abrumaban mi alma, y caía a tierra
con mi espíritu completamente abatido”2.
A pesar de sus muchos esfuerzos, su convicción de
pecado aumentaba; y Charles cuenta cómo, a lo largo de
varios años durante su niñez, fue permanentemente

Spurgeon: una nueva biografía 37


Capítulo 2

consciente de las exigencias universales de la Ley de


Dios. “Adondequiera que iba —dice— imponía sus
demandas sobre mis pensamientos, mis palabras, mi
levantarme y mi descansar”. Y en medio de sus luchas
por superar aquella terrible noción, se topaba con esa
verdad gemela de la naturaleza espiritual de la Ley.
Aunque él mismo jamás había cometido los pecados de
la carne, se sentía culpable de ellos en el espíritu, y excla-
ma: “¡Qué esperanza tenía yo de eludir una ley semejan-
te, que por todas partes me rodeaba de una atmósfera
de la cual no podía escapar!”3.
Con frecuencia, al despertarse después de pasar una
mala noche, escogía algún libro como Admonition to
Unconverted Sinners (Amonestación a los pecadores
inconversos), de Alleine, y Call to the Unconverted
(Llamamiento a los inconversos), de Baxter; pero esas
obras que tanto habían ayudado a otros no hacían sino
reforzar lo que ya sabía: que estaba perdido y necesitaba
ser salvo. Lo dejaban con un anhelo amargo de saber
cómo había de recibirse esa gran salvación; y así seguía
buscando y sufriendo.
En medio de aquellas circunstancias, aunque muy
pocas veces había oído una blasfemia y mucho menos la
había dicho, en su mente empezaron a entrar toda suer-
te de maldiciones dirigidas a Dios y al hombre —segui-
das de fuertes tentaciones de negar la existencia misma
de Dios—, las cuales a su vez le llevaban a decirse que se
había convertido en un librepensador y, prácticamente,
en un ateo. Se empeñaba hasta en dudar de su propia
existencia, pero tales intentos resultaban inútiles.
Finalmente se dijo a sí mismo: “Tengo que sentir
algo; tengo que hacer algo”. Y deseó poder ofrecer su
espalda a los azotes o llevar a cabo alguna difícil peregri-
nación, si es que con tales esfuerzos lograba ser salvo.

38 Spurgeon: una nueva biografía


De la terrible convicción de pecado…

“No era capaz —admitía sin embargo— de lograr lo más


sencillo de todo: creer en Cristo crucificado, aceptar su
salvación acabada, ser nada y que Él lo fuera todo, no
hacer cosa alguna sino confiar en lo que Él había
hecho”4.
Esta dolorosa búsqueda continuó a lo largo de los
años en que asistió a la escuela, tanto en Colchester
como en Maidstone, y se hizo aún más intensa durante
sus días en Newmarket. Como ya hemos dicho, su traba-
jo académico fue siempre excelente, pero en su interior
estaba angustiado. Años después, al evocar aquella terri-
ble época, expresaría: “Pensaba que habría preferido ser
una rana o un sapo que haber sido creado hombre, y me
parecía que la criatura más inmunda […] era mejor que
yo: porque yo había pecado contra el Dios todopodero-
so”5.
Después de ir a Newmarket, asistió a los cultos en una
iglesia primeramente y luego en otra, esperando oír
alguna cosa que lo ayudara a liberarse de su carga. “Un
hombre predicó acerca de la soberanía de Dios —expli-
ca—, ¿pero de qué le servía aquella verdad sublime a un
pobre pecador que necesitaba saber qué tenía que hacer
para ser salvo? Y hubo otro hombre admirable que pre-
dicaba siempre acerca de la Ley; ¿pero qué sentido tenía
estar arando la tierra que necesitaba ser sembrada? Y
otro, aún, era un predicador práctico […] pero parecía
un oficial al mando enseñando maniobras de guerra a
un grupo de hombres a quienes les faltaban los pies
[…]. Lo que yo quería saber era cómo podía recibir el
perdón de mis pecados, y ellos nunca me lo dijeron”6.
Durante el mes de diciembre de 1849, hubo una epi-
demia de fiebre en la escuela de Newmarket, y esta se
cerró momentáneamente. Charles fue a su casa, en
Colchester, a pasar la época navideña.

Spurgeon: una nueva biografía 39


Capítulo 2

Dios utilizó este cambio de circunstancias para salvar


al muchacho buscador. Y aunque la historia de la con-
versión de Spurgeon es muy conocida, vale la pena repe-
tirla; lo cual no puede hacerse mejor que con las pala-
bras que él mismo utilizó para contarla:

A veces pienso que muy bien podría haber seguido hasta hoy
día en las tinieblas y la desesperación, de no haber sido por
la bondad de Dios al enviar una tormenta de nieve cierto
domingo por la mañana, cuando me dirigía a cierto lugar de
culto. Me metí por una calle lateral y fui a parar a una peque-
ña iglesia metodista primitiva, en cuya capilla podía haber
entre doce y quince personas. Había oído hablar de los meto-
distas primitivos: que cantaban tan fuerte que producían
dolor de cabeza; pero eso no me importaba. Yo quería saber
cómo ser salvo […].
Aquella mañana no estaba el pastor —imagino que se
había quedado bloqueado por la nieve—. Por fin, un hom-
bre de aspecto muy delgado —un zapatero, sastre o algo por
el estilo— subió al púlpito para predicar. Ahora lo corriente
es que los predicadores sean personas instruidas, pero aquel
hombre era realmente estúpido: tenía que limitarse a su
texto, por la sencilla razón de que poco más podía decir. Y el
texto en cuestión era: “MIRAD A MÍ Y SED SALVOS,
TODOS LOS TÉRMINOS DE LA TIERRA”. Ni siquiera pro-
nunciaba las palabras correctamente; pero eso no importa-
ba: pensé que en ese pasaje había un rayo de esperanza para
mí.
El predicador comenzó de esta manera: “Este versículo es
de lo más sencillo; dice: ‘Mirad’. La verdad es que mirar no
cuesta mucho trabajo. No es como levantar el pie o el dedo;
es simplemente ‘mirar’. Bueno, no hace falta ir a la universi-
dad para aprender a mirar: uno puede ser tonto de remate y,
sin embargo, mirar. No hace falta tener una renta de 1000

40 Spurgeon: una nueva biografía


De la terrible convicción de pecado…

libras al año para mirar. Todo el mundo puede mirar; hasta


un niño puede mirar.
Pero luego, el versículo dice: ‘Mirad a mí’. ¡Ay! —exclamó
con el acento cerrado de Essex—. Muchos de ustedes se esta-
rán mirando a sí mismos; pero de nada vale mirar ahí. Jamás
hallarán consuelo en ustedes mismos. Algunos dicen: ‘Mirad
a Dios Padre’. ¡No, a Él mírenlo más adelante! Jesucristo
dice: ‘Miradme a mí’. Algunos de ustedes dirán: ‘Debemos
esperar a que el Espíritu obre’. Ahora mismo no se trata de
eso: miren a Cristo. El texto dice: ‘Mirad a mí’”.
Luego aquel buen hombre siguió con su versículo dicien-
do lo siguiente: “Miradme a mí: estoy sudando grandes gotas
de sangre. Miradme a mí: estoy colgado de la Cruz. Miradme
a mí: estoy muerto y sepultado. Miradme a mí: resucito.
Miradme a mí: asciendo al Cielo. Miradme a mí: estoy senta-
do a la diestra del Padre. ¡Pobre pecador, mírame a mí, míra-
me a mí!”.
Tras haber […] logrado extenderse durante diez minu-
tos, poco más o menos, estaba en las últimas; pero luego
miró hacia mí, sentado debajo de la galería, y supongo que,
con tan pocas personas presentes, supo que era un extraño.
Entonces, fijando en mí sus ojos —como si conociera por
entero mi corazón—, dijo: “Joven, parece muy desdichado”.
En verdad lo era; pero no estaba acostumbrado a que se
hicieran comentarios acerca de mi aspecto personal desde el
púlpito. Sin embargo, aquel fue un golpe certero que me
alcanzó de lleno. Luego siguió diciendo: “Y siempre será des-
dichado —desdichado en la vida y desdichado en la muer-
te— si no obedece al versículo que he escogido; pero si lo
hace, ahora, en este mismo momento, será salvo”. Y levantan-
do las manos gritó como solo es capaz de hacerlo un meto-
dista primitivo: “¡Joven, mire a Cristo! ¡Mire! ¡Mire! ¡Mire!
¡No tiene más que mirar y vivir!”.
De inmediato reconocí el camino de la salvación. No sé

Spurgeon: una nueva biografía 41


Capítulo 2

qué más dijo: no presté mucha atención, poseído como esta-


ba por aquel solo pensamiento […]. Había estado esperando
hacer cincuenta cosas; pero cuando escuché la palabra
“Mire”, ¡qué encantadora me pareció! ¡Y miré hasta casi gas-
tarme los ojos!
En ese mismo momento la nube desapareció, las tinieblas
se desvanecieron y pude ver el Sol. En ese instante podría
haberme levantado y cantado con los más entusiastas de
ellos, acerca de la sangre preciosa de Cristo y de la fe sencilla
que solo le mira a Él. ¡Ojalá que alguien me lo hubiera dicho
antes: “Confía en Cristo y serás salvo”! Sin embargo, todo
había sido sabiamente dispuesto, no hay duda, y ahora
puedo decir que…

Desde que el arroyo vi en fe


de tus heridas fluir,
tu redención yo cantaré
por siempre hasta morir.

Aquel día feliz, cuando encontré al Salvador y aprendí a asir-


me de sus queridos pies, es un día que jamás olvidaré […].
Escuché la Palabra de Dios y aquel precioso versículo me
llevó a la Cruz de Cristo. Puedo testificar que el gozo de
aquel día fue completamente indescriptible. Hubiera sido
capaz de saltar y bailar: no había expresión, por fanática que
fuera, que hubiese desentonado con la alegría de aquella
hora. He tenido, desde entonces, muchos días de experien-
cia cristiana; pero ninguno de ellos ha contado con la com-
pleta euforia, el deleite fulgurante de aquel primer día.
Creí poder haberme levantado de mi asiento con un salto
y clamado con el más exaltado de aquellos hermanos meto-
distas […]: “¡Estoy perdonado! ¡Estoy perdonado! ¡Soy un
monumento de la gracia! ¡Un pecador salvado por la san-
gre!”. Mi espíritu vio romperse en pedazos sus cadenas y me

42 Spurgeon: una nueva biografía


De la terrible convicción de pecado…

sentí como un alma emancipada, un heredero del Cielo,


alguien perdonado y acepto en Jesucristo, sacado del lodo
cenagoso y del pozo de la desesperación, con los pies puestos
sobre una roca y mi camino enderezado […].
Entre las 10:30 de la mañana, cuando entré en aquella
capilla, y las 12:30, en que estaba de vuelta en casa, ¡qué cam-
bio extraordinario se había operado en mí! Simplemente
con mirar a Jesús había sido liberado de la desesperación y
llevado a una disposición tan gozosa que, cuando me vio mi
familia me dijeron: “Algo maravilloso te ha sucedido”. Y yo
estaba deseando contárselo todo. ¡Qué alegría hubo aquel
día en casa al escuchar que el hijo mayor había encontrado
al Salvador y se sabía perdonado!7.

La conversión de Spurgeon fue el momento crucial


de su vida. Era verdaderamente una nueva criatura, y
aquella terrible convicción de pecado que había durado
tanto tiempo había desaparecido: todo lo que tenía por
delante era nuevo.
El sufrimiento por el que había pasado tuvo, sin
embargo, un efecto duradero en él: el reconocimiento
de la maldad abominable del pecado quedó profunda-
mente grabado en su mente y le hizo aborrecer la iniqui-
dad y amar todo cuanto era santo. La incapacidad de los
predicadores a quienes había oído de presentar el
Evangelio, y hacer esto de un modo claro y directo, le
llevó, durante todo su ministerio, a decir a los pecadores
en cada sermón que predicaba y de la manera más fran-
ca y comprensible, cómo podían ser salvos.
Además, aquellas lecciones no eran meramente para
el futuro: su amor a Cristo era tal que, aun cuando en
aquel momento contaba solamente 15 años de edad, no
podía esperar para hacer algo por Él: tenía que encon-
trar formas de servirle y hacerlo de inmediato.

Spurgeon: una nueva biografía 43


Capítulo 2

NOTAS
1Murray, Iain, ed.: The Early Years, p. 59 (Londres, Banner of

Truth, 1962).
2Ibíd., p. 55.
3Ibíd., p. 62.
4Ibíd., p. 70.
5Ibíd., p. 59.
6Ibíd., p. 87.
7Ibíd., pp. 87-90.

44 Spurgeon: una nueva biografía


Cuando se me cayó la carga de los hombros, el
perdón fue muy real […]; y aquel día que dije:
“Jesucristo es mío”, tomé verdaderamente pose-
sión de Cristo. De la misma forma, cada vez
que subía a adorar en ese temprano amanecer
de mi piedad juvenil, cada cántico era verda-
deramente un salmo; ¡y cómo seguía cada
palabra cuando se hacía una oración!
¡Aquello era verdaderamente orar!
Lo mismo sucedía en la silenciosa quietud
cuando me acercaba a Dios: no era ninguna
farsa, ni rutina, ni una mera obligación, sino
conversar realmente con mi Padre celestial.
¡Y cómo amaba a Cristo mi Salvador por
aquel entonces! ¡Hubiera dado por Él todo lo
que poseía! ¡Qué compasión sentía también
por los pecadores! Aunque era solo un mucha-
cho, quería predicar, y decir…

Hallé un buen amigo, mi amado Salvador;


contaré lo que Él ha hecho para mí.

SPURGEON, Autobiography
Capítulo 3

Primeros esfuerzos gozo-


sos en el servicio del
Señor

P
ocos días después de su conversión, Spurgeon vol-
vió a Newmarket y reanudó su trabajo en la escue-
la. Pero ahora todo era diferente: su espíritu esta-
ba vivo y alegre, la Biblia resplandecía de gloria y la ora-
ción abría a su alma las mismísimas puertas del Cielo.
Deseaba, por encima de todo, entregarse totalmente a
Dios; por lo cual escribió y firmó un pacto entre él y su
Señor, declarando esta solemne determinación:

Grande e inescrutable Dios, que conoces mi corazón y prue-


bas todos mis caminos: con humilde dependencia del apoyo
de tu Santo Espíritu, me entrego a Ti. Te devuelvo lo que es
tuyo como sacrificio racional para Ti. Seré tuyo siempre, sin
reservas, perpetuamente. Te serviré mientras esté sobre la
Tierra; y concédeme que goce de Ti y de tu alabanza para
siempre. Amén.
CHARLES HADDON SPURGEON1

Tras haber declarado de este modo su determina-


ción, se dedicó inmediatamente a ponerla en práctica.
Una mujer que había estado repartiendo folletos cada
semana en treinta y tres casas dejaba el trabajo, y Charles
lo aceptó gozosamente. También escribía pasajes de los
Evangelios en trozos de papel, bien para repartirlos a las
personas que se encontraba, bien para dejarlos aquí y
allá con la esperanza de que alguien los recogiera y los
leyese: “No estoy feliz —decía— a menos que esté
haciendo alguna cosa para Dios”.

46 Spurgeon: una nueva biografía


Primeros esfuerzos gozosos en el servicio del Señor

Pero aún tenía algunas lecciones importantes que


aprender, y la primera no tardaría en llegar.
En los días inmediatamente posteriores a su conver-
sión, creía que el diablo jamás volvería a molestarlo.
Entonces llegó el ataque de Satanás: las dudas que había
experimentado antes de convertirse se agolparon de
nuevo en su mente; y con ellas muchos de aquellos
malos pensamientos y blasfemias contra Dios. Charles se
sintió dolorosamente turbado y sorprendido.
Pero ahora la lucha era distinta, ya que experimenta-
ba un poder que le fortalecía. No tardaba mucho en
vencer las dudas y los pensamientos perversos, y Cristo
reinaba supremo en su vida otra vez. La experiencia
resultaba amarga, pero era tremendamente provechosa,
ya que Charles aprendió temprano que la vida cristiana
no es “un lecho de rosas”, sino con frecuencia un campo
de batalla. Y al pensar en la tentación y la prueba, afir-
mó: “Esta es una de las maneras como Satanás tortura a
aquellos a quienes Dios ha librado de sus manos”2.
En páginas posteriores veremos a Spurgeon negarse a
tener nada que ver con la filosofía de la “vida victoriosa”
que estaba adquiriendo prominencia en aquella época.
Aunque experimentaba constantemente un grado de
victoria superior al conocido por la mayoría de los hom-
bres, también era consciente del conflicto diario del
cristiano; y a menudo exclamaba, como Pablo:
“¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de
muerte?”. No obstante, también podía afirmar con el
Apóstol: “Gracias doy a Dios [porque diariamente soy
librado] por Jesucristo Señor nuestro”.
En su deseo de servir al Señor, Spurgeon quiso aso-
ciarse públicamente con el pueblo de Dios; de modo
que se propuso integrarse en la iglesia congregacionalis-
ta de Newmarket.

Spurgeon: una nueva biografía 47


Capítulo 3

Desde luego, la mayoría de los ministros se habría


regocijado de ver a un joven así entrar en su congrega-
ción, pero aquel pastor no lo quería, y aunque
Spurgeon se presentó en la rectoría, el ministro se negó
a recibirlo. Lo intentó por segunda vez, pero el resulta-
do fue el mismo. Fue a verle en dos ocasiones más, pero
cada vez había algún obstáculo que impedía la entrevis-
ta. Charles, sin embargo, rehusó ser rechazado de aquel
modo y le escribió una nota al ministro, afirmando que
en la siguiente reunión de mitad de semana se pondría
en pie y se propondría como candidato a miembro de la
iglesia. Con aquello, el ministro cedió y Charles fue reci-
bido en la congregación.
La reticencia del pastor tenía una causa: Charles no
era congregacionalista de corazón. Se había criado en
esa denominación, porque, como hemos visto, su abue-
lo y su padre eran ministros congregacionalistas, pero
aunque se alegraba del Evangelio que predicaban, dis-
crepaba en la cuestión del bautismo. Ellos practicaban
el bautismo de niños, y él había sido bautizado por su
abuelo al poco de nacer, pero para entonces había llega-
do a creer que el bautismo bíblico era algo muy diferen-
te —que era ser “sepultado con Cristo”—: la inmersión
de aquellos que habían creído en Cristo para salvación.
Charles se había sentido inclinado en esta dirección
durante su infancia, pero llegó a una convicción clara
acerca de ello cuando, siendo un muchacho de 14 años,
aquel clérigo de la Iglesia de Inglaterra que visitaba la
escuela de Maidstone lo había llevado a una conversa-
ción acerca del asunto. El clérigo le había dicho que “la
fe y el arrepentimiento” eran requisitos previos para el
bautismo y que, puesto que ningún bebé tiene estas
cosas, han de suplirlas los padrinos en representación
suya hasta que sea mayor. Y afirmaba que, debido a que

48 Spurgeon: una nueva biografía


Primeros esfuerzos gozosos en el servicio del Señor

su abuelo no había contado con padrinos, Charles no


estaba realmente bautizado; y siguió declarando que
“todas las personas de que se hablaba en la Biblia como
bautizadas eran creyentes”. Luego le dio al muchacho
una semana para escudriñar las Escrituras y aprender
esa verdad por sí mismo.
Al cabo de la semana, Charles estaba plenamente de
acuerdo con que “la fe y el arrepentimiento” eran nece-
sarios para el bautismo, pero también sostenía que debí-
an hallarse en el corazón de quien era bautizado, no en
el de algún padrino. De modo que aplicó ese principio
a su propio caso, y dice al respecto: “Desde aquel
momento decidí que si la gracia divina obraba un cam-
bio en mí, sería bautizado”3.
Ahora, habiéndose operado dicho cambio, llevó a la
práctica su decisión. Supo que el ministro baptista más
cercano era el Revdo. W.W. Cantlow, de Isleham —un
pueblo a 13 km de Newmarket—, y le escribió. Podemos
imaginar con cuánto fervor Charles contaría su conver-
sión y el entusiasmo con que declararía su deseo de ser
bautizado. De modo que el Sr. Cantlow, encantado de
tener noticias de un joven así, aceptó gozosamente bau-
tizarlo.
Charles escribió entonces a sus padres, hablándoles
de su convicción acerca del asunto y pidiéndoles permi-
so para someterse al bautismo. Su padre tardó en res-
ponder, pero finalmente le escribió dándole su consen-
timiento con cierta renuencia, y hasta añadiendo una
frase que ofendió más bien al joven: una advertencia de
que se asegurase bien de no estar confiando en el bau-
tismo como ayuda para la salvación, en vez de descansar
solamente en Cristo.
La Sra. Spurgeon también le dio permiso, pero no sin
reparos: “¡Ay Charles —le escribió—, a menudo oraba al

Spurgeon: una nueva biografía 49


Capítulo 3

Señor para que hiciese de ti un cristiano, pero jamás le


pedí que te hicieras baptista!”. A lo que él respondió, no
sin una nota de humor: “¡Ay madre, el Señor ha respon-
dido a su oración con su generosidad habitual y le ha
dado más abundantemente de lo que pedía o enten-
día!”4.
El día señalado por el Sr. Cantlow para el bautismo
llegó, y he aquí el relato que hizo el propio Charles de
aquel acontecimiento gozoso y solemne:

Jamás olvidaré el 3 de mayo de 1850. Era el cumpleaños de


mi madre, y a mí me faltaban solo unas pocas semanas para
cumplir los 16.
Me levanté temprano para pasar un par de horas en ora-
ción sosegada y dedicación a Dios. Luego tuve que caminar
unos 13 km hasta el lugar donde había de ser sumergido
[…]. ¡Qué paseo fue aquel! ¡Qué pensamientos y oraciones
se agolpaban en mi alma durante el viaje de aquella mañana!
No era un día cálido en absoluto […]. La vista de la cara son-
riente del Sr. Cantlow fue sobrada recompensa por aquella
caminata campestre. Aún me parece ver a aquel buen hom-
bre, y las cenizas blancas de la turbera junto a la cual estuvi-
mos hablando acerca del solemne ejercicio que teníamos por
delante.
Luego fuimos juntos hasta el embarcadero, ya que los
amigos de Isleham no habían degenerado hasta el punto de
bautizar en interiores dentro de una bañera obra de los hom-
bres, sino que utilizaban ese baptisterio más amplio que es la
corriente del río. El embarcadero de Isleham, en el río Lark,
es un lugar muy tranquilo a 800 m del pueblo […].
A mí aquella me parecía una gran concurrencia para un
día entre semana (viernes). Vestido —creo recordar— con
un jubón que tenía un cuello vuelto de muchacho, asistí al
culto previo a la ordenanza; pero no recuerdo nada del

50 Spurgeon: una nueva biografía


Primeros esfuerzos gozosos en el servicio del Señor

mismo. Tenía el pensamiento puesto en el agua: en algunos


momentos, gozoso con mi Señor y, en otros, conmigo
mismo; en trémulo asombro por estar haciendo una confe-
sión tan pública.
Primeramente había dos mujeres que recibirían el bautis-
mo […], y se me pidió que las condujera a través de las aguas
hasta el ministro; pero con gran timidez decliné hacerlo.
Para mí aquella era una nueva experiencia, ya que nunca
había visto un bautismo, y temía cometer alguna equivoca-
ción.
El viento soplaba río abajo en una ráfaga helada cuando
me llegó el momento de adentrarme en la corriente; pero,
después de haber dado unos pocos pasos y reparado en la
multitud que había en el ferry, en otras barcas y en ambas
orillas, me sentí como si no me importara que el Cielo, la
Tierra y el Infierno me miraran: porque allí estaba yo, sin
vergüenza alguna de tenerme por un seguidor del Cordero.
Mi timidez desapareció […]; jamás he sentido nada semejan-
te desde entonces. El bautismo también desató mi lengua
[…]. En el río Lark perdí todos los miedos y descubrí que en
guardar los mandamientos de Dios “hay grande galardón”5.

Al terminar el culto bautismal, varias personas se reu-


nieron con el Sr. Cantlow en la sacristía de su iglesia.
Spurgeon se había iniciado ya en la práctica de guiar en
la oración pública, y en una reunión vespertina antes de
su bautismo fue —en sus propias palabras— “capacitado
más de lo habitual para derramar [su] corazón en ora-
ción”. Ahora, en esta reunión en la sacristía, experimen-
tando una medida aún mayor de santo gozo, condujo a
los reunidos en la plegaria. Se nos cuenta que “las per-
sonas se maravillaban y lloraban de gozo al escuchar a
aquel muchacho”6.
Cuando volvió a Newmarket, participó de la Santa

Spurgeon: una nueva biografía 51


Capítulo 3

Cena: un privilegio que había rechazado hasta entonces,


sintiendo que no podía aceptarlo bíblicamente hasta
después de ser bautizado.
Habían pasado casi cuatro meses desde su conversión
y, durante ese tiempo, había incrementado sus tareas
para el Señor: “Tengo setenta personas a quienes visito
regularmente los sábados —escribía—. No les doy un
folleto y me marcho, sino que me siento con ellas y me
esfuerzo por atraer su atención hacia las realidades espi-
rituales”7. Confío en que el Señor esté obrando entre las
personas que reciben mis folletos […]. ¡Ojalá que viera
a un solo pecador constreñido a venir a Jesús!”8.
Después de su bautismo, se le pidió a Charles que
fuera maestro de la escuela dominical; y tan capaz se
mostró de ello que pronto lo invitaron a hablar a toda la
escuela. Este esfuerzo suyo tuvo tanto éxito que se le
amplió la tarea a una periodicidad semanal. Sus pala-
bras dejan su fervor de manifiesto: “Me he propuesto
hablar como un moribundo a otros que van a morir”. Y
no se dirigía únicamente a los niños, sino que también
algunos adultos empezaron a ir a escucharlo: una situa-
ción que exacerbó más aún el desagrado del pastor.
Durante aquel tiempo, Charles empezó a llevar un
diario en el que consignaba sus esfuerzos espirituales y
sus deseos más íntimos, y siguió haciéndolo a lo largo de
tres meses. Más tarde, ya casado, entregó aquel diario a
su mujer: quien lo atesoraría durante toda su vida matri-
monial y, tras la muerte de Spurgeon, lo publicó como
parte de su Autobiografía. Hablando de aquel preciado
librito, ella dice:

¡Que humildad tan notable la suya, aun cuando debió de


sentir en su interior los impulsos y los envites de aquellas
capacidades maravillosas que se desarrollarían más tarde!

52 Spurgeon: una nueva biografía


Primeros esfuerzos gozosos en el servicio del Señor

“Perdóname, Señor —dice en cierto lugar—, si alguna vez he


tenido pensamientos altivos acerca de mí mismo”. ¡Cuán
pronto implantó el Maestro las precoces semillas de aquella
rara gracia de la mansedumbre que adornaría su vida poste-
rior! Después de cada esfuerzo juvenil de exhortación públi-
ca —ya fuera orando o hablando a los niños de la escuela
dominical—, parece sorprendido de su propio éxito y ansio-
so en extremo de no caer en el orgullo y en la vanagloria
[…].
Cuando escribió estos pensamientos era muy joven en
años y, sin embargo, muy maduro en la gracia, y dueño de
una experiencia en cuestiones espirituales más rica y más
amplia que la de la mayoría de los cristianos a una edad avan-
zada […].
Tal vez lo más valioso entre todas las cosas preciosas que
revelan este librito, sea el amor personal e intenso de nues-
tro querido autor hacia el Señor Jesucristo. Vivía en su abra-
zo permanente […]. Los términos cautivadores utilizados en
el Diario y que jamás dejó de emplear, no eran palabras huecas,
sino el desbordamiento del amor de Dios derramado en su
corazón por el Espíritu Santo9.

Durante aquellas semanas, Spurgeon vio abrirse ante


él una vida dedicada al ministerio. En su diario utilizó
muchas expresiones, de las cuales la siguiente constituye
un ejemplo: “Hazme tu siervo fiel, oh Dios mío; que te
honre en mi tiempo y mi generación, y sea consagrado
para siempre a tu servicio”10. Sus cartas revelan también
esa intención, como vemos en los siguientes pasajes que
escribía a sus padres: “¡Cuánto anhelo el tiempo en que
agrade a Dios hacerme, como usted, padre, un predica-
dor eficaz del Evangelio!”11. Y también: “Espero que
algún día tengan motivos para regocijarse, viéndome a
mí, este indigno instrumento de Dios, predicar a otros”12.

Spurgeon: una nueva biografía 53


Capítulo 3

El empeño que ponía hablando a la escuela domini-


cal revelaba que tenía unas cualidades maravillosas de
orador, y sus declaraciones acerca de la predicación
revelan que estaba experimentando un claro llama-
miento al ministerio. Con aquellas extraordinarias
dotes, y un corazón motivado por el amor a Dios y a las
almas de los hombres, era inevitable que empezase a
predicar.

NOTAS
1Murray, Iain, ed.: The Early Years, p. 125 (Londres, Banner of

Truth, 1962).
2Ibíd., p. 102.
3Ibíd., p. 35.
4Ibíd., p. 45.
5Ibíd., pp. 145-150.
6Shindler, Robert: From the Usher’s Desk to the Tabernacle Pulpit, p.

46 (Londres, Passmore and Alabaster, 1892).


7The Early Years, p. 119.
8Ibíd., p. 46.
9Ibíd., p. 124.
10Ibíd., p. 118.
11Ibíd., p. 116.
12Ibíd.

54 Spurgeon: una nueva biografía


El hombre que tiene realmente en su interior la
inspiración del Espíritu Santo que lo llama a
predicar, no puede hacer ninguna otra cosa:
debe predicar. Esa influencia será como un
fuego en sus huesos hasta que salga como una
llamarada. Sus amigos pueden ponerle obstá-
culos, sus enemigos criticarlo, sus menospre-
ciadores burlarse de él; pero ese hombre es
indomable: si tiene el llamamiento celestial
debe predicar […].
Considero que es igual de imposible hacer
que un hombre deje de predicar, si está real-
mente llamado a hacerlo, que detener una
poderosa catarata tratando de recoger en una
taza de niño el tempestuoso torrente. Ese hom-
bre ha sido motivado por el Cielo, ¿quién lo
detendrá? Ha sido tocado por Dios, ¿quién lo
obstaculizará? […].
Y cuando ese hombre habla las palabras
que le proporciona el Espíritu, siente un gozo
santo, semejante al gozo celestial; y al termi-
nar de hablar, experimenta el deseo de volver a
su tarea, anhela estar predicando de nuevo.

SPURGEON, Autobiography
Capítulo 4

El niño predicador
de Waterbeach

E
n el verano de 1850, Spurgeon se mudó a la ciu-
dad de Cambridge, donde por aquel entonces
regentaba una escuela el Sr. Leeding, bajo cuya
supervisión tanto había progresado en Colchester. El
padre de Charles, buscando la mejor educación posible
para su hijo, había hecho los arreglos necesarios para
que este entrara en dicha escuela como alumno-maes-
tro. “Me comprometería gustosamente —decía
Leeding— a darle toda la asistencia a mi alcance para
que prosiguiera sus propios estudios, así como la comi-
da y el lavado de su ropa, a cambio de su ayuda [con la
enseñanza]”1.
Deseoso de reunirse con el pueblo de Dios en
Cambridge, Spurgeon se integró en la iglesia baptista de
St. Andrew's Street.
La primera vez que asistió a un culto en la misma,
nadie habló con él; de modo que cuando la congrega-
ción estaba saliendo del edificio, se dirigió a un caballe-
ro que había ocupado un asiento cercano al suyo:
—Espero que se encuentre usted bien, señor.
—Creo que usted se encuentra mejor que yo —res-
pondió el otro.
—No lo creo —dijo Spurgeon—, porque usted y yo
somos hermanos.
—No entiendo lo que quiere decir —repuso el caba-
llero.
—Bueno, cuando he tomado el pan y el vino hace
poco, simbolizando que somos uno en Cristo, lo he
hecho de veras, ¿usted no?
Para entonces ya habían llegado a la calle, y el hom-

56 Spurgeon: una nueva biografía


El niño predicador de Waterbeach

bre, poniendo ambas manos sobre los hombros del


muchacho, expresó:
—¡Qué grata simplicidad! Tiene mucha razón, queri-
do hermano, mucha razón… Venga, le invito a cenar2.
El hombre pronto descubrió que su huésped era de
lo más extraordinario, y lo invitó a volver el domingo
siguiente. De allí en adelante, quiso que fuera todos los
domingos; y entre ellos surgió una amistad duradera.
A medida que las semanas iban pasando, Spurgeon
hacía rápidos progresos en la vida cristiana: creciendo
en conocimiento y demostrando una madurez espiritual
muy por encima de su edad. Tanto en sus acciones como
en sus palabras, a menudo parecía más un adulto que el
joven que era. En una carta dirigida a su madre, quien
al parecer había experimentado ciertos sentimientos de
depresión, decía por ejemplo:

Los arrebatadores momentos de deleite, las sagradas horas


de comunión, los benditos días de sol en su presencia, son la
promesa de una gloria segura, cierta e indefectible. Señale
sus providencias en este año: ¡con cuánta claridad ha visto su
mano en cosas que otros consideran casualidad! Dios, que ha
movido el mundo, ha ejercitado también su gran corazón y
su pensamiento a favor de usted […]. El que cuenta los cabe-
llos de nuestras cabezas, y nos guarda como a la niña de sus
ojos, no la ha olvidado, sino que aún la ama con un amor
eterno. Los montes no han desaparecido aún, ni los collados
han sido quitados; hasta entonces podemos tener la confian-
za de que nosotros, su pueblo, estamos seguros3.

Independientemente de cuáles fueran los sentimien-


tos de la Sra. Spurgeon, no pudo haber dejado de rego-
cijarse al recibir una carta así de su hijo y debió de mara-
villarse de la madurez de este a tan temprana edad.

Spurgeon: una nueva biografía 57


Capítulo 4

Una de las actividades de St. Andrew's era una asocia-


ción de predicadores laicos: la iglesia organizaba salidas
de hombres a diferentes pueblos del área circundante
para ministrar la Palabra. El director de este trabajo era
James Vinter, a quien llamaban “el Obispo” por la sabi-
duría con que ejercía su liderato.
Al integrarse en la iglesia de Cambridge, se le pidió a
Spurgeon que hablara a la escuela dominical, y Vinter
reconoció de inmediato sus dotes extraordinarias de
orador y decidió lanzarle a la predicación laica. Sin
embargo, pensando que una petición directa tal vez
fuese rechazada, adoptó un hábil recurso: rogó a
Spurgeon que fuera el domingo siguiente a Teversham,
explicándole que “allí había de predicar un joven el cual
no estaba muy acostumbrado a los cultos y muy posible-
mente apreciaría algo de compañía”.
Spurgeon aceptó ir, y partió el domingo por la tarde
hacia Teversham con el joven que suponía había de dar
el sermón. Mientras caminaban, le comentó a su compa-
ñero que tenía la esperanza de que su predicación sería
bendecida por Dios; a lo que el otro, sorprendido, excla-
mó: “¡Yo no he hecho nunca algo semejante en mi vida!
¡Eres tú quien tiene que predicar! Yo estoy aquí para
acompañarte”. Spurgeon se mostró igualmente sorpren-
dido y expresó que ni tenía experiencia ni estaba prepa-
rado para una tarea así. Pero el otro replicó que ya que
estaba acostumbrado a hablar a la escuela dominical,
podía fácilmente repetir alguna de las charlas que había
dado en ella.
Atónito por lo que había sucedido, pero al mismo
tiempo muy atraído por la oportunidad que se le brin-
daba, Spurgeon escribió: “Seguí andando en silencio,
elevando mi alma a Dios, y me pareció que bien podía
hablar a unos pocos aldeanos de la dulzura y el amor de

58 Spurgeon: una nueva biografía


El niño predicador de Waterbeach

Jesús, puesto que los sentía en mi propia alma”4.


El lugar de reunión era una casa rural con techo de
paja y el auditorio, en sus propias palabras, “unos pocos
granjeros sencillos con sus esposas”. Spurgeon escogió
como texto el versículo: “Para vosotros, pues, los que
creéis, él es precioso”. Y habló de la gloria y la gracia de
Cristo: aquella que él mismo había recibido y que Jesús
ofrecía a cuantos vinieran a Él.
En el momento que acabó la predicación, una ancia-
na exclamó: “¡Bendito muchacho! ¿Qué edad tienes?”, a
lo que Spurgeon respondió que no debía haber inte-
rrupciones en el culto. Pero una vez cantado el último
himno, la mujer volvió con su pregunta; y esta vez,
Spurgeon replicó:
—Tengo menos de 60.
—Sí, y también menos de 16 —exclamó ella.
El entusiasmo de aquella mujer era compartido por
el resto de la congregación, quienes prácticamente le
exigieron que volviera a predicarles otra vez lo antes
posible.
Esa fue la primera experiencia de predicación de
Spurgeon, y para él representó una ocasión muy gozosa;
pero también le hizo sentir que había comenzado una
actividad que, con el poder de Dios, constituiría su gran
empresa mientras viviera.
Durante las semanas siguientes Spurgeon estuvo ocu-
pado cada día con el trabajo de la escuela: hacía de tutor
para varios niños y también proseguía con sus propios
estudios bajo la supervisión del Sr. Leeding. Su herma-
no James dice al respecto: “Progresó tanto en sus estu-
dios que estoy seguro de que había pocos jóvenes que lo
igualaran”5.
Charles pronto volvió a predicar. La asociación de
predicadores laicos ministraba regularmente en trece

Spurgeon: una nueva biografía 59


Capítulo 4

pueblos, y él ocupó su turno junto a los demás hombres


en este trabajo. Pero después de su primera visita a un
lugar, se le instaba invariablemente a que regresara tan
a menudo como pudiera. Esto agradó al Sr. Vinter y tam-
bién a los demás hombres; por lo que noche tras noche
estuvo ocupado predicando la Palabra de Dios.
Sentía un gozo profundo y permanente, y mientras
caminaba hacia aquellos puntos de predicación iba por
lo general cantando. Recalcaba que en aquellas ocasio-
nes solía utilizar ese magnífico himno de “Su eterno y
grande amor”.

Debo de haber parecido un joven de aspecto singular las


noches de lluvia, ya que andaba 5, 8 y hasta 13 km de ida y
otros tantos de vuelta en mi tarea de predicación; y cuando
llovía, me ponía un abrigo y unos pantalones impermeables,
así como un sombrero forrado a prueba de agua, y llevaba un
farol para ver el camino a través de los campos […].
¡Cuántas veces disfruté predicando el Evangelio en la
cocina de un granjero o en una casa rural! Tal vez muchas
personas venían a escucharme porque solo era un mucha-
cho. Me temo que en mis días de juventud decía muchas
cosas raras y cometía muchas equivocaciones; pero entonces
no tenía auditorios exageradamente críticos, ni periodistas
pisándome los talones. De modo que mi escuela preparato-
ria, en la que por la práctica constante adquirí el grado de
facilidad de palabra que ahora tengo, fue bastante agrada-
ble6.

Muchos tal vez se pregunten cómo podía estar tan


comprometido con su trabajo en la escuela durante
todo el día y aun así estar dispuesto a predicar cada
noche. Pero para entonces las lecturas teológicas consti-
tuían el estudio principal de cada día: “Mi meditación

60 Spurgeon: una nueva biografía


El niño predicador de Waterbeach

sosegada en el camino me ayudaba a digerir lo que


había leído […]. Repasaba mis lecturas mentalmente
mientras andaba, y de este modo las asimilaba en mi
propia alma, y puedo testificar que jamás he aprendido
tanto o de un modo tan completo como cuando solía
expresar, simple y fervientemente, lo que había recibido
primero en mi propia mente y mi propio corazón”7.
Spurgeon pasó un domingo de octubre de 1851 en la
iglesia baptista del pueblo de Waterbeach; y allí, no solo le
pidieron que volviera, sino que después del segundo
domingo le propusieron que fuera el pastor fijo. Seguro
de que Dios lo había llamado al ministerio y consciente de
la gran necesidad del Evangelio que tenía el pueblo, acep-
tó el cargo a pesar de que solo contaba 17 años de edad.
Pocas semanas después dimitió del trabajo en la
escuela y, aunque continuó viviendo en Cambridge y
aún pasaba muchas noches ministrando en los pueblos,
se dedicó al pastorado en Waterbeach. Lo llamaban “el
niño predicador” a causa de su juventud, pero en modo
alguno utilizó él esos términos al hablar de sí mismo ni
los empleó como una especie de truco publicitario para
atraer multitudes.
Sin embargo, pronto estuvo predicando a una multi-
tud y esto cada domingo. Cuando llegó a Waterbeach, la
congregación era de unas cuarenta personas, pero cre-
ció muy rápidamente. Las personas venían, no solo del
pueblo mismo, sino también de los campos vecinos,
hasta que la asistencia aumentó regularmente hasta los
400 y más: naturalmente, todos no cabían en el peque-
ño edificio, pero se dejaban abiertas las puertas y venta-
nas y las personas escuchaban en pie desde fuera a un
predicador como jamás habían oído.
Durante sus tiempos de Waterbeach, Spurgeon mani-
festó un don por el que destacaría a lo largo de su minis-

Spurgeon: una nueva biografía 61


Capítulo 4

terio posterior: el de saber comprender a las personas e


influir en ellas. Hablaba con hombres y mujeres en la
calle, y los visitaba en sus casas; los conocía a ellos, a sus
hijos adolescentes y a sus niños, por su nombre.
Reconocía el pecado y lo veía por todas partes; contem-
plaba el modo de vida de las personas; oraba por los
enfermos, consolaba a los afligidos y velaba junto a los
moribundos.
Ya fuera en público o en privado, siempre presentaba el
Evangelio, y se alegró grandemente cuando oyó de su pri-
mer convertido. Se trataba de una mujer, la cual vino a
decirle que su predicación le había producido una gran
convicción de pecado; pero que había recibido al Salvador
y ahora se regocijaba. Muchos más la siguieron, hasta que
Waterbeach quedó prácticamente transformado.

¿Han caminado alguna vez por un pueblo notorio por sus


borracheras y su lenguaje obsceno? ¿Han visto en alguna oca-
sión a pobres diablos, que en otro tiempo fueron hombres,
en pie o más bien apoyados en los postes de una taberna o
tambaleándose por la calle? ¿Han mirado dentro de las casas
de los habitantes y considerado que son antros de iniquidad
ante los cuales su alma se horroriza? ¿Han visto en alguna
ocasión la pobreza, la degradación y la miseria de quienes allí
habitan y han suspirado por estas cosas? “Sí —responden
ustedes—, lo hemos hecho”.
¿Pero acaso han tenido el privilegio de caminar otra vez
por ese pueblo, en años posteriores, una vez que el Evangelio
se ha predicado allí? Yo sí. En cierta ocasión conocí un pue-
blo como el que he descrito —tal vez, en ciertos aspectos,
uno de los peores de Inglaterra—: donde muchos destilado-
res ilegales aún producían su pernicioso alcohol […] y
donde, a causa de ese mal, reinaban toda clase de desenfre-
no y de iniquidad.

62 Spurgeon: una nueva biografía


El niño predicador de Waterbeach

A aquel pueblo fue un muchacho sin mucha preparación,


pero ferviente en cuanto a buscar las almas de los hombres,
y empezó a predicar; y plugo a Dios trastornar todo el lugar.
En poco tiempo, la pequeña capilla con techo de paja estaba
atestada de personas, los peores vagabundos del pueblo
derramaban ríos de lágrimas y aquellos que habían sido la
maldición de la parroquia se convertían en su bendición. Allí
donde había habido asaltos y vilezas de todo tipo por todo el
vecindario, nada de ello quedaba: porque los hombres que
antes causaban el daño estaban ellos mismos en la casa de
Dios, regocijándose con el mensaje de Jesús crucificado.
No estoy contando alguna historia exagerada o alguna
cosa de la que no sepa, ya que tuve el gozo de trabajar para
el Señor en ese pueblo. Fue agradable recorrer a pie aquel
lugar cuando las borracheras habían casi cesado y el liberti-
naje, en el caso de muchos, había remitido; cuando los hom-
bres y las mujeres iban a sus labores con corazones alegres,
cantando las alabanzas del Dios eterno; y cuando, al ponerse
el Sol, el humilde aldeano reunía a sus hijos, les leía algún
pasaje del Libro de la Verdad y luego, todos juntos, se arrodi-
llaban para orar a Dios. Puedo decir, con gozo y satisfacción,
que casi de extremo a extremo de aquel pueblo, al caer la
noche, se podría haber oído la voz del canto procedente de
la cumbrera de cada tejado […].
Doy testimonio, para la alabanza de la gracia divina, que
plugo al Señor obrar milagros entre nosotros: manifestó el
poder del nombre de Jesús y me hizo testigo de ese Evangelio
que puede ganar almas, atraer a corazones reacios y moldear
de nuevo la vida y la conducta de hombres y mujeres pecado-
res8.

El pastorado en Waterbeach continuó hasta que


Spurgeon hubo cumplido 19 años. Durante aquel tiem-
po, aunque demostró una inusual madurez, también

Spurgeon: una nueva biografía 63


Capítulo 4

quedó claro que tenía mucho que aprender acerca del


ejercicio diario del ministerio.
Esa experiencia era evidente, por ejemplo, en la pre-
paración de sus sermones. Charles buscaba ser guiado
por Dios a determinado pasaje de la Escritura, esforzán-
dose en oración y estudio por comprenderlo a fondo; y
después de haber llenado su alma del mensaje, organi-
zaba las verdades del mismo preparándolas para su
exposición. Buscaba los puntos principales que tenía el
pasaje elegido y luego los secundarios, los escribía en
dos o tres páginas de notas y llevaba estas consigo al púl-
pito.
Aún se conservan alrededor de 200 bosquejos de ser-
mones de la época de Waterbeach, los cuales revelan
cómo eran sus primeras predicaciones. No tocaba mera-
mente la superficie de las verdades evangélicas, como
hacen la mayoría de los hombres durante los primeros
años de ministerio, sino que, por el contrario, ese gran
cuerpo de doctrina que había estado sopesando desde la
niñez, y que había constituido el grueso de su estudio,
subyacía prácticamente en cuanto decía y constituía la
fuerza de su ministerio.
Durante aquel tiempo Spurgeon también alcanzó
una mayor experiencia en cuanto a la forma de tratar a
las personas. Cuando cierto día el azote de ciudad des-
cargó sobre él su lengua, respondió como si apenas la
hubiera oído o hubiese entendido mal sus palabras.
Después de dos o tres arrebatos, huyó despavorida,
diciendo: “¡Este hombre está tan sordo como un poste!”.
Cierto ministro que le invitó a predicar en su iglesia,
viendo el aspecto tan infantil que tenía, le trató con
menosprecio. Pero, en su sermón, Spurgeon respondió
citando un versículo de Proverbios que reprendía el
comportamiento descortés del hombre, y luego pasó a

64 Spurgeon: una nueva biografía


El niño predicador de Waterbeach

predicar tan poderosamente que, una vez que el culto


hubo terminado, el ministro le dio unas palmadas en la
espalda y le dijo: “Es usted el perro más atrevido que
jamás haya ladrado desde un púlpito”. Y aquella ocasión
marcó el comienzo de una estrecha amistad entre ellos.
También hubo una mujer que, a pesar de ser una
santa genuina, siempre se sentía insegura en la fe; y que
le dijo a Spurgeon que su hipocresía era tan grande que
no debería asistir a la iglesia ni tenía ninguna esperanza
cristiana. Conociendo su verdadero fervor y estando
deseoso de ayudarla, Charles se ofreció a comprarle su
esperanza por 5 libras esterlinas; a lo que la mujer res-
pondió: “¡No vendería mi esperanza en Cristo ni por
todo el oro del mundo!”.
Durante aquellos años de adolescencia en
Waterbeach, Spurgeon manifestó mucho del carácter
que más tarde habría de brillar en él de un modo tan
prominente. Hay que reconocer que era intrépido y
audaz, y alguien que viera únicamente ese rasgo podía
suponerle insolente. Pero era también muy auténtico
(no tenía la más mínima presunción), y tanto en su
ministerio público como en sus relaciones pastorales su
riguroso fervor quedaba de manifiesto a todos. Sus
inusuales dotes de predicador también resultaban evi-
dentes: tenía una voz extraordinariamente potente,
acompañada de los tonos más dulces y conmovedores, y
constantemente bajo control.
Spurgeon ejercía una implacable autodisciplina: para
él la vida cristiana debía estar plenamente controlada, y
ponía en práctica su ideal de manera inflexible. Se
levantaba temprano y colmaba el día de trabajo, estu-
diando y visitando, orando y predicando. No prestaba
atención alguna a los deportes, ni tenía amistades perso-
nales con miembros del sexo opuesto, sino que todo su

Spurgeon: una nueva biografía 65


Capítulo 4

tiempo y su atención estaban consagrados al Señor.


En muchos sentidos, a pesar de ser tan joven aún, iba
muy por delante de muchos ministros de más edad en
cuanto al conocimiento y el desempeño del oficio.
Como expresó su hermano James: “Era un maravilloso
ejemplo de ministro madurado de golpe para el púlpi-
to”9.
El increíble progreso de Charles en la obra del minis-
terio no fue, sin embargo, comprendido por su padre.
John Spurgeon, que quería lo mejor para su hijo, hizo
planes para matricularle en Stepney College, el semina-
rio baptista (ya hacía tiempo que las universidades
habían cerrado sus puertas a todos aquellos que no fue-
ran miembros de la Iglesia de Inglaterra). Aunque a
Charles no le gustaba la idea de su padre, estaba dis-
puesto a acatarla, si era necesario; así que aceptó reunir-
se con el Dr. Joseph Angus, director del seminario. La
entrevista había de tener lugar en una casa de
Cambridge: el hogar de Daniel McMillan, el famoso edi-
tor. Charles llegó a la hora convenida y fue conducido
por una sirvienta al salón, donde esperó a que llegara el
Dr. Angus. Pero al cabo de dos horas, llamó a la sirvien-
ta y descubrió que esta había llevado a aquel a una sala
situada en la otra parte de la casa. Él también había esta-
do esperando durante todo aquel tiempo, pero debido
a que tenía que tomar el tren había partido unos
momentos antes.
Más tarde ese mismo día, Spurgeon estaba andando
por los campos de camino a un culto de pueblo; y al
pensar en el extraño acontecimiento de aquella tarde,
tuvo una abrumadora impresión, casi como si oyese real-
mente una voz que le decía con gran claridad: “¿Buscas
para ti grandezas? No las busques”. E inmediatamente se
regocijó en aquel consejo, y determinó allí mismo no

66 Spurgeon: una nueva biografía


El niño predicador de Waterbeach

matricularse en el seminario. Sabía que Dios ya lo había


hecho ministro, y se propuso continuar con el modo de
vida que había llevado los dos últimos años. Aquella
decisión no dejaba lugar para la ambición mundana, y
marcaba otro paso adelante en la mortificación del yo y
en el crecimiento de la devoción de su alma al Señor.
En años posteriores, Spurgeon se referiría a aquel
suceso de no haberse encontrado con el Dr. Angus
como “la mano del Señor tras el error de la sirvienta”. El
seminario proporcionaba a sus estudiantes un valioso
conocimiento de la Biblia y de cuestiones teológicas
generales, daba enseñanza teórica acerca de cómo pre-
parar sermones y el modo de predicarlos, y se esforzaba
por guiar a los jóvenes a una manera de vivir ordenada
y disciplinada. Pero Spurgeon no necesitaba nada de
eso: ya estaba mucho más avanzado que los estudiantes
del seminario —e indudablemente más que la mayoría
de sus profesores— en cuanto a conocimiento teológico
y habilidad para predicar; además de contar con una
amplia experiencia pastoral. Por otro lado, aunque
estrictamente sujeto a todo lo que era justo y verdadero,
Charles era en cierto sentido un espíritu libre, sin miedo
del hombre y ajeno por entero a los convencionalismos
humanos. Había recibido al nacer una genialidad espiri-
tual única, que sin duda habría sufrido de haber entra-
do en un ambiente donde se le intentara conformar por
la fuerza al molde de los individuos comunes. Había
sido preparado para un ministerio divinamente ordena-
do, y no necesitaba el modelado habitual a manos del
hombre.
Cuando Spurgeon llevaba dos años en Waterbeach
sucedió un acontecimiento que, según los propósitos de
Dios, puso fin a su ministerio allí. En noviembre de 1853
habló en una reunión de la Unión de Escuelas

Spurgeon: una nueva biografía 67


Capítulo 4

Dominicales de Cambridge, seguido de otros dos minis-


tros cada uno de los cuales aludió despectivamente a su
juventud. Uno de estos fue en realidad de lo más des-
agradable y declaró: “Es una pena que los muchachos
no adopten la práctica bíblica de quedarse en Jericó
hasta que les crezca la barba, antes de intentar instruir a
sus mayores”.
Cuando el orador había terminado, Spurgeon pidió
permiso al presidente e hizo una réplica: “Recordé al
auditorio —explica— que aquellos a quienes se les orde-
nó que se quedaran en Jericó no eran muchachos, sino
hombres hechos y derechos a los cuales sus enemigos les
habían afeitado las barbas —la mayor injuria que podí-
an padecer— y tenían, por tanto, vergüenza de volver a
casa hasta que la barba les hubiera crecido de nuevo. Y
añadí que el verdadero paralelismo con su caso podría
ser el del ministro que, cayendo en pecado público, ha
deshonrado su llamamiento y necesita recluirse […]
hasta que su carácter haya sido, hasta cierto punto, res-
taurado”10.
Spurgeon no sabía nada acerca del ministro que le
había atacado; pero sin quererlo había descrito la condi-
ción de aquel: el pobre hombre había caído en pecado
y, puesto que su comportamiento era conocido de
todos, podemos imaginarnos su bochorno.
Aquella reunión, sin embargo, aunque no fue espe-
cialmente importante en sí misma, resultó de una
importancia capital en la vida de Spurgeon, ya que llevó
de forma indirecta a que se le presentara la suprema
oportunidad de su carrera: la apertura de “una puerta
grande y eficaz”. Se trataba de una invitación al pastora-
do de la iglesia baptista de New Park Street, en Londres.

68 Spurgeon: una nueva biografía


El niño predicador de Waterbeach

NOTAS
1Murray, Iain, ed.: The Early Years, p. 176 (Londres, Banner of

Truth, 1962).
2Ibíd., p. 177.
3Ibíd., p. 181.
4Ibíd., p. 183.
5Ibíd., p. 210 n.
6Ibíd, p. 186.
7Ibíd.
8Ibíd, pp. 193-194.
9Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon, 6

vols., 1:59 (Londres, Cassel, 1898)


10Ibíd., 1:245.

Spurgeon: una nueva biografía 69


LOS PRIMEROS AÑOS EN
LONDRES: 1855-1865
¿A qué se debió, entonces, el rápido y decisivo
ascenso de Spurgeon? Deducimos que al hecho
de que no había nada en él que precisara su
aplazamiento. Se le podía colocar en el asiento
de honor, puesto que tenía la base espiritual
necesaria para ello; era capaz de cumplir con
el propósito asociado al mismo, porque ya se
habían sentado los cimientos en su propio
corazón.
La luz estaba allí: lo único que necesitaba
era un soporte adecuado para su capacidad
iluminadora. Y en especial, a modo de ejem-
plo, habría que mencionar que Spurgeon tenía
el verdadero complemento cristiano de la
honra: a saber, la humildad. Como ya hemos
visto, había renunciado a la búsqueda de
grandes cosas para sí mismo; ¿y qué es esto en
la economía de la gracia sino lo que precede al
enaltecimiento? No había ninguna gran
ambición que lo acechara […]: el papel de
pastor de pueblo era todo cuanto su corazón
deseaba […]. Londres podía hacerlo más
grande, pero no más dichoso.

JAMES DOUGLAS
The Prince of Preachers, 1894
Capítulo 5

La “puerta grande
y eficaz”

E
n aquella reunión de Cambridge estaba presente
un hombre llamado George Gould, el cual quedó
profundamente impresionado con el ministerio
de Spurgeon y dio un espléndido informe del joven pre-
dicador de Waterbeach a un amigo suyo de Londres:
William Olney. Olney era diácono de la iglesia baptista
de New Park Street y, puesto que la misma estaba sin pas-
tor en aquel momento, George Gould le instó a que
considerase seriamente a aquel extraordinario joven.
La iglesia de New Park Street invitó, pues, a Spurgeon a
ocupar su púlpito durante un domingo; y aquel se asom-
bró de la petición y respondió a la carta de ellos dicien-
do que debían de haberse equivocado de Spurgeon, ya
que él no era más que un joven de 19 años. Cuando
replicaron que se trataba de él, Charles aceptó pasar el
domingo 18 de diciembre de 1853 con ellos.
Tras llegar a Londres el sábado, fue, como habían
acordado, a una casa de huéspedes situada en el barrio
de Bloomsbury, donde vivían varios jóvenes caballeros.
Estos, se divirtieron mucho observando el aspecto del
visitante: sus ropas, todo menos a la moda, su cabello
despeinado y su aspecto general de pueblerino. Y mien-
tras cenaban, le hablaron de las dotes extraordinarias
de muchos de los predicadores londinenses: hombres
—dijeron— de acabada erudición y destacadas habili-
dades oratorias. Con ello querían decir que Spurgeon
estaba totalmente fuera de lugar en una de las iglesias
independientes más destacadas de la ciudad.
Spurgeon supo que se requeriría mucho de él en
aquel púlpito, especialmente a causa de la grandeza per-

74 Spurgeon: una nueva biografía


La “puerta grande y eficaz”

sonal y los prolongados ministerios de tres de los hom-


bres que lo habían ocupado.
El primero de ellos había sido Benjamin Keach, un
extraordinario predicador y escritor al que pusieron en
la picota por su fe durante el siglo XVII. El segundo,
John Gill, un hombre de asombrosos conocimientos y
autor de voluminosos tratados teológicos y comentarios
bíblicos, quien había ejercido su ministerio allí durante
cincuenta y un años. Y el tercero, John Rippon, había
demostrado ser un hábil predicador y editado un him-
nario de amplia difusión: su ministerio en aquel púlpito
había tenido la asombrosa duración de 63 años.
Esos hombres eran aún muy respetados por toda
Inglaterra —especialmente entre los baptistas—, y su
grandeza contribuía a desanimar a Spurgeon más aún,
ahora que él venía a pasar el domingo en el púlpito que
ellos habían ocupado.
Después de cenar con aquellos jóvenes caballeros,
Spurgeon se fue a su habitación. En realidad ni siquiera
era un dormitorio, sino simplemente una especie de ala-
cena situada sobre las escaleras. El cuarto era tan peque-
ño que apenas podía arrodillarse al lado de la cama; y
durante la noche oyó el ruido casi constante de los
carruajes que pasaban por la calle, por lo que le resultó
difícil dormir.
Al despertarse por la mañana se sintió solo y desam-
parado: la gran ciudad le parecía imponente y echaba
de menos a su rebaño de Waterbeach, el cual se congre-
garía sin él aquel día.
Tampoco mejoraron las cosas cuando iba de camino
a la iglesia: el edificio había sido en otro tiempo un
lugar bastante grandioso, construido de piedra y ladri-
llo, aunque ahora estaba muy ennegrecido por la mugre
de la ciudad. Aun así, seguía siendo una de las capillas

Spurgeon: una nueva biografía 75


Capítulo 5

baptistas más grandes de Gran Bretaña; y al verla por


primera vez —cuenta Spurgeon—, “por un momento
me sentí sorprendido a causa de mi propia temeridad,
ya que ante mis ojos parecía una gran estructura, orna-
mentada e imponente, que anunciaba un auditorio
pudiente y crítico, muy distinto de aquellas personas
humildes para quienes mi ministerio había sido dulce e
iluminador”1.
Pero aunque el edificio resultaba imponente, su ubi-
cación era deplorable: estaba situado al sur del Támesis
y el único acceso inmediato al mismo, desde el otro lado
del río, era un puente de peaje. Se trataba de una zona
baja que se inundaba fácilmente, y había humo y hollín
por todas partes. Alrededor de la capilla se levantaban
una destilería de cerveza y varios almacenes y fábricas.
Las únicas viviendas cercanas eran unas pobres casu-
chas.
Sin embargo, entre los miembros de la iglesia había
varios cristianos fervorosos: algunos eran profesionales
destacados y otros regentaban sus propios negocios; y en
general la congregación estaba compuesta por personas
muy respetables de la clase media.
Durante aquellos meses sin pastor, la iglesia había
escuchado a varios predicadores supuestamente capa-
ces, pero “nunca habían llamado por segunda vez a uno
de ellos, porque daban sermones tan filosóficos o de tan
seca erudición que con una vez bastaba”2. A consecuen-
cia de ello la asistencia había descendido, la obra estaba
en un momento bajo y la congregación se encontraba
desalentada.
Cuando Spurgeon subió al púlpito aquella mañana,
aunque la capilla tenía asientos para 1200 personas, se
encontró con una congregación calculada por algunos
en 200 y por otros en 80.

76 Spurgeon: una nueva biografía


La “puerta grande y eficaz”

Todo sentimiento de depresión se desvaneció al con-


siderar la responsabilidad que tenía: predicar la Palabra.
Los presentes vieron ante sí a un hombre lleno de con-
fianza en Dios, y escucharon una voz como jamás habían
oído. Escogiendo como texto de su predicación: “Toda
buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto,
del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni
sombra de variación”, Spurgeon les habló de Dios como
lo define ese término de “Padre de las luces” y se expla-
yó en los atributos divinos —especialmente en la inmu-
tabilidad de Dios—, para terminar señalando los dones
que Dios otorga: hasta llegar al de su propio Hijo, el
Señor Jesús.
El sermón no era en absoluto un intento de producir
algún sentimiento profundo para ganarse el favor de
aquel auditorio londinense, sino simplemente la clase
de mensaje que Spurgeon hubiera dado a su rústica con-
gregación de Waterbeach. Pero el resultado fue extraor-
dinario: algunos oyentes no sabían qué pensar de
Charles, viéndolo tan joven y, sin embargo, aparente-
mente tan maduro —era totalmente distinto de cual-
quier otro predicador que hubieran oído nunca—; pero
la mayoría estaban entusiasmados y apenas podían
encontrar palabras para expresar su alegría.
Durante aquella tarde, algunos de ellos visitaron a los
miembros que habían estado ausentes por la mañana y
a varios vecinos y amigos, para hablarles del maravilloso
joven campesino e instarlos a que fueran a escucharlo
por la noche.
Debido a esto, la congregación vespertina fue mucho
más numerosa que la de la mañana. Para entonces,
Spurgeon estaba también más familiarizado con su
entorno y, cuando predicó acerca del texto “son sin
mancha delante del trono de Dios”, sus oyentes alcanza-

Spurgeon: una nueva biografía 77


Capítulo 5

ron nuevas cotas de comprensión y nuevos niveles de


éxtasis. Al terminar el culto la mayoría no quería aban-
donar la iglesia, sino que se quedaron formando gru-
pos, tremendamente emocionados por la gloria de lo
que habían oído e instando a los diáconos a asegurarse
de que aquel asombroso joven volviese a visitarlos.
Los diáconos estaban tan entusiasmados como ellos,
y pidieron a Spurgeon que fijara algunas fechas para vol-
ver a ministrarlos; le aseguraron que si les predicaba
durante tres domingos seguidos el edificio se llenaría.
Estaban “tan hambrientos [espiritualmente] que un
bocado del Evangelio era un lujo para ellos”3.
Profundamente tocado por la necesidad de aquella igle-
sia, y seguro de que Dios le estaba abriendo esa puerta,
aceptó volver por tres domingos el mes siguiente: enero
de 1854.
Durante la conversación informó a los diáconos de
que no tenía preparación universitaria; pero estos
habían escuchado a tantos licenciados, y se habían abu-
rrido tanto con sus sermones, que respondieron: “Esa es
una recomendación especial para nosotros, ya que no
tendría usted demasiado aroma ni unción si viniera de
la universidad”4.
Spurgeon volvió a la casa de huéspedes transforma-
do: “No deseaba la compasión de nadie —dice—, ni me
importaban lo más mínimo aquellos jóvenes caballeros
inquilinos y sus milagrosos ministros; como tampoco el
chirriar de los carruajes o ninguna otra cosa bajo el
Sol”5. ¡Dios había ungido su ministerio, la congregación
se había sentido encantada y él tenía que volver!
Dos semanas más tarde pasó otro domingo en New
Park Street y volvió inmediatamente a Waterbeach; pero
la iglesia londinense no podía esperar a que llevara a
cabo lo que había acordado con ellos, y los diáconos le

78 Spurgeon: una nueva biografía


La “puerta grande y eficaz”

escribieron inmediatamente expresándole la satisfac-


ción sin límites de la congregación con su ministerio e
invitándole a convertirse enseguida en su pastor. El
superintendente de la escuela dominical, le escribió per-
sonalmente diciéndole: “Jamás he visto tal deseo […]
por algún ministro como el que tienen por usted actual-
mente […]. Encontrará aquí muchos amigos fieles y, en
caso de que el Espíritu Santo lo guiara a decidirse por
New Park Street […], ruego y deseo que resulte usted de
bendición para millares de personas”6.
Al parecer, Spurgeon había manifestado su preocupa-
ción por la imponente responsabilidad espiritual que
suponía aquella tarea; pero la carta de los diáconos le
sugería que aceptase el pastorado de manera provisio-
nal, añadiendo que podía reconsiderar el asunto al cabo
de seis meses si para entonces le parecía necesario. Él les
respondió que estaría durante un período de prueba de
tres meses, y terminó con una petición urgente de que
todos orasen por él. “Hay una cosa necesaria —afirmó—
[…]: a saber, que tanto en privado como en público
todos luchen en oración […] para que yo sea sostenido
en esa gran tarea”7.
La separación de su congregación de Waterbeach fue
triste tanto para él como para ellos. Algunos habían
comprendido que no podían retener por mucho tiempo
a un hombre así en aquel lugar tan pequeño; pero
ahora que el traslado era inminente, aunque se regoci-
jaban por las perspectivas que se le presentaban a
Charles, derramaron muchas lágrimas ante la idea de su
partida. Los había amado, y ellos lo habían amado a él,
y aquellos lazos de afecto no se podían romper fácilmen-
te. A lo largo del resto de su vida, algunos de los mejo-
res amigos con quienes contó fueron de la capilla bap-
tista de Waterbeach.

Spurgeon: una nueva biografía 79


Capítulo 5

En febrero de 1854, cuando tenía 19 años, Spurgeon


inició su ministerio en Londres. Llegó para una prueba
de tres meses; pero su trabajo allí habría de durar hasta
el día de su muerte: casi cuarenta años más tarde.
Como esperaba la congregación, la asistencia a New
Park Street aumentó de inmediato, y un mes más tarde la
capilla estaba abarrotada: con todos los asientos llenos,
los pasillos atestados y la audiencia sentada en las venta-
nas o escuchando de pie, hombro con hombro, en la
zona destinada a la escuela dominical. Por todo Londres
se extendieron infinidad de rumores con respecto a
aquel ministerio.
Y en medio de esa venturosa situación, los diáconos
plantearon el asunto de la ordenación de Spurgeon.
Este había ejercido, sin estar ordenado, durante sus días
en Waterbeach; pero tenía la certeza de que Dios lo
había ordenado pastor y, en lo que a él concernía, eso
era lo que importaba. Pero los baptistas, en todas partes,
practicaban la ordenación por el hombre, y entre los
miembros de New Park Street había varios que pensaban
que la iglesia debía convocar ahora un culto de ordena-
ción.
Spurgeon les dijo que no creía que aquella fuera una
práctica bíblica, y que no la necesitaba para validar su
ministerio. El sello divino sobre el cargo que ocupaba
era la bendición de Dios, y el hombre no podía añadir
nada a aquella; sin embargo, estaba dispuesto a pasar
por la ceremonia si la iglesia la creía necesaria, ya que ni
le haría bien ni mal. Y allí quedó la cosa.
Spurgeon también rechazó el título de “reverendo”;
ya que, según dijo, se trataba de un vestigio católico que
los reformadores hubieran debido abandonar. No obs-
tante, sus editores lo insertaban delante del nombre de
Spurgeon en las cabeceras de sus sermones impresos; y

80 Spurgeon: una nueva biografía


La “puerta grande y eficaz”

el hecho de que durante varios años no lo impidiera fue


probablemente una concesión a aquellos que lo consi-
deraban una forma de honrarle. Por fin, en 1865, acabó
con aquella práctica, e instó a sus estudiantes a que
emplearan en su lugar el término escriturario de “pas-
tor”.
La ausencia de aquel título, sin embargo, no impidió
que el hombre común y corriente aceptara a Spurgeon;
probablemente sucedió todo lo contrario. Las multitu-
des se congregaban cada vez que iba a predicar, y esto
hacía que se refirieran continuamente a él como a “un
segundo Whitefield”.
Pero, al igual que este último, Spurgeon no antepuso
las audiencias multitudinarias; sino que, en vista de la
batalla espiritual en que se encuentra el cristiano, le pre-
ocupaba ante todo que su congregación aprendiera a
orar genuinamente.
Desde luego, la congregación de New Park Street había
orado durante los meses anteriores; pero sus oraciones
no eran sino frases hermosas, peticiones carentes de
unción y pronunciadas en un tono bastante formal.
Para Spurgeon la oración estaba muy por encima de
una mera actividad superficial: él hablaba con Dios reve-
rentemente pero con libertad y confianza; y en sus ora-
ciones no empleaba ninguna de aquellas expresiones
manidas que utilizan muchos ministros, sino que habla-
ba como un niño con su amoroso padre. Un compañe-
ro de ministerio declaró en cierta ocasión: “La oración
era el instinto de su alma y la atmósfera de su vida: su
‘aliento vital’ y su ‘aire natural’. Entraba velozmente,
como sobre alas de águila, en el Cielo de Dios [cuando
oraba]”8.
La forma de orar de Spurgeon era tan auténtica que
todo formalismo quedaba flagrantemente al descubier-

Spurgeon: una nueva biografía 81


Capítulo 5

to. “Me percato enseguida de cuándo el hermano está


orando y cuándo está solamente representando una ora-
ción o jugando a orar […]. ¡Cuánto necesitamos exha-
lar un gemido vivo! Un suspiro del alma tiene más poder
que media hora de recitación de palabras bonitas y pia-
dosas. ¡Cuánta necesitamos proferir un sollozo desde el
alma, o verter una lágrima procedente del corazón!”9.
También era contrario a aquellos “aleluyas” y “gloria a
Dios” que suponían una mera formalidad y no salían del
hombre interior.
Spurgeon esperaba realmente que Dios respondiera a
las oraciones: tanto en la vida personal como en la ecle-
siástica. Reconocía que la oración sin respuesta escapaba
a la comprensión humana; pero también experimentaba
muchos casos en que Dios actuaba como respuesta a su
clamor. Sabía que el poder de Dios se manifestaba en los
cultos de manera proporcional a la oración verdadera de
su pueblo, y que en esa misma proporción las almas eran
convencidas de pecado y atraídas a Cristo.
La forma de orar del propio Spurgeon resultó ser una
gran influencia para su congregación: muchos de ellos,
profundamente conmovidos por la autenticidad de la
intercesión de su pastor, llegaron a avergonzarse de sus
propias “bonitas palabras piadosas”. Algunos, induda-
blemente, libraron una lucha difícil para vencer las
prácticas formales del pasado; pero persistieron y, poco
a poco, empezaron a contender con Dios en oración
verdadera.

Jamás olvidaré con cuánto fervor oraban: a veces parecían


suplicar como si vieran realmente al Ángel del Pacto entre
ellos […].
En más de una ocasión, estábamos todos tan pasmados
por la solemnidad de la reunión, que nos quedábamos senta-

82 Spurgeon: una nueva biografía


La “puerta grande y eficaz”

dos en silencio durante algunos momentos, mientras el


poder de Dios parecía dominarnos […]. Tuvimos algunas
reuniones de oración en New Park Street que nos conmovie-
ron en lo más íntimo: cada hombre parecía un cruzado ase-
diando la Nueva Jerusalén, alguien decidido a asaltar la
Ciudad Celestial con el poder de la intercesión; y pronto la
bendición descendía sobre nosotros en tal abundancia que
éramos incapaces de darle cabida10.

Mientras consideramos el resto de la vida de


Spurgeon, hemos de tener en cuenta la manera como
oraba su congregación. Muchos hombres y mujeres se
convirtieron; se crearon diversas instituciones; se cons-
truyeron varios edificios; y su obra tuvo efectos hasta los
confines de la Tierra; pero durante todo ese tiempo
estuvo ascendiendo a Dios una oración verdadera.
Cuando alguien le preguntó a Spurgeon por el secreto
de su éxito, él respondió: “Mi congregación ora por mí”;
y no se refería a la típica oración formal y sin esperanza,
sino a esa lucha de la fe viva con Dios para que respon-
diera.
El acuerdo bajo el cual Spurgeon había llegado a
Londres se vio pronto invalidado por los miembros de
la iglesia: mucho antes de que acabara el plazo, hubo
una reunión administrativa y la congregación le instó a
que aceptara el pastorado de forma permanente. “Solo
hay una respuesta para tan cariñosa y cordial invitación
—replicó—: ACEPTO”. Pero luego añadió: “Les ruego
que me recuerden en oración, para que sea capaz de
desempeñar la solemne responsabilidad de mi cometi-
do. Recuerden mi juventud e inexperiencia, y pidan que
estas cosas no obstaculicen mi utilidad. Confío asimismo
en que el recordarlas les ayude a perdonar los errores
que cometa o las palabras imprudentes que pueda pro-

Spurgeon: una nueva biografía 83


Capítulo 5

nunciar […]. ¡Ojalá que no les cause daño alguno, sino


un beneficio duradero!”11.
En abril de 1854, con 19 años, Spurgeon asumió ple-
namente el ministerio pastoral en Londres.
Las multitudes pronto llegaron a ser un problema:
cada centímetro de la capilla se llenaba domingo tras
domingo, mañana y tarde, y con ello el calor se hacía
insoportable dentro del recinto y el aire estaba enrareci-
do. Sin embargo, no había posibilidad de que entrara
aire fresco, ya que las ventanas no se habían construido
para abrirse; y aunque Spurgeon pidió repetidamente a
los diáconos que se quitaran los pequeños cristales supe-
riores, ellos no hacían nada al respecto.
Una mañana descubrieron que alguien había roto los
cristales en cuestión, y Spurgeon se mostró encantado
de ello y propuso “que se ofreciera una recompensa de
5 libras esterlinas a quien descubriera al culpable, al
cual, una vez atrapado, debería entregársele dicha can-
tidad como regalo”. Naturalmente, era él mismo quien
había quitado los cristales. Y más tarde confesaría: “He
estado caminando ayudado del bastón que permitió la
entrada de oxígeno en aquella sofocante estructura”. De
este modo, convirtió en un pequeño juego aquel traba-
jo que los diáconos hubieran debido encargar a algún
obrero.
El aire adicional supuso una ayuda, pero estaba claro
que se necesitaba un número mucho mayor de asientos.
Después de que la iglesia soportara durante algunos
meses la dificultad del exceso de público, se pusieron en
marcha las obras de ampliación del edificio. Y mientras
se ejecutaba el trabajo, los cultos se celebraron en el
Exeter Hall, un gran auditorio en el centro de la ciudad.
Sin embargo, a pesar de sus 4000 asientos y su espacio
para otras 1000 personas en pie, resultó ser demasiado

84 Spurgeon: una nueva biografía


La “puerta grande y eficaz”

pequeño, y centenares tuvieron que quedarse sin entrar.


Una vez acabada la ampliación de New Park Street, los
cultos volvieron a celebrarse allí. Ahora había 1500
asientos y, llenando el salón de la escuela dominical y
otras habitaciones, podían caber hasta 2000 personas.
Pero muchos que habían oído a Spurgeon en el Exeter
Hall ahora empezaron a asistir a la capilla, con lo cual la
aglomeración se hizo peor que nunca. La única solución
consistía en trasladar de nuevo el culto de la tarde al
Exeter Hall, mientras que intentaban arreglárselas con la
capilla por la mañana.
A partir de entonces, noche tras noche, el Exeter Hall
registraba un lleno absoluto, y miles que llegaban con la
esperanza de entrar no lo conseguían y se quedaban
fuera, formando una muchedumbre ruidosa y blo-
queando el tráfico de la calle.
Las noticias acerca de esta actividad recorrieron todo
Londres y hasta gran parte del Reino Unido. El Exeter
Hall se utilizaba normalmente para conciertos y confe-
rencias educativas, pero era casi inaudito que un lugar
así se empleara para cultos religiosos. Muchas personas
vieron todo el asunto con gran desaprobación y, sabien-
do que Spurgeon no era un graduado universitario ni
estaba ordenado, supusieron sin más que se trataba de
un charlatán: alguien que sabía atraer a las personas,
dominarlas y sacarles el dinero.
Pero se produjeron circunstancias en las cuales
Spurgeon dio muestras de su amor al género humano y
de su disposición a dedicarse a consolar a los necesita-
dos. Una epidemia de cólera asiático comenzó por aquel
entonces a azotar Londres, particularmente la zona
situada al sur del Támesis: entonces Spurgeon canceló
todos sus compromisos fuera de la ciudad y consagró su
tiempo a visitar a los enfermos.

Spurgeon: una nueva biografía 85


Capítulo 5

La enfermedad invadió numerosos hogares: casi por


todas partes había enfermos y, a menudo, muertos.
“Una familia tras otra —cuenta Spurgeon— me llamaba
junto al lecho de los afectados, y casi a diario se me
pedía que me presentara en sus tumbas”. Llevó a cabo
esta tarea mostrando bondad hacia los enfermos y since-
ra compasión por quienes habían perdido a sus seres
queridos; a cualquier hora de la noche podían desper-
tarlo con la petición urgente de que fuera a orar con
alguien que parecía a punto de pasar a la eternidad.
Bajo el peso de este trabajo incesante, Spurgeon
pronto quedó totalmente exhausto: no solo estaba can-
sado, sino que él mismo estaba cayendo enfermo.
Hallándose en esa situación, cierto día que regresaba de
un funeral, vio un pedazo de papel pegado en la venta-
na de un taller de zapatero y descubrió encantado que
tenía escrito un versículo de la Biblia: “Porque has pues-
to a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habi-
tación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu mora-
da”.
Mientras leía ese versículo, la actitud de Spurgeon se
hizo más positiva. “La fe hizo suyo el pasaje —dice—. Me
sentí seguro, renovado, ceñido de inmortalidad; y seguí
con mis visitas a los moribundos con un espíritu tranqui-
lo y confiado, sin sufrir daño alguno”12.
Así pasó el primer año de Spurgeon en Londres y, a
medida que iban transcurriendo los meses, su fama
aumentaba. Aunque gran parte de la prensa lo atacaba
con crueldad, su propia congregación lo amaba genui-
namente y tenía innumerables admiradores entre la
población en general.
Cuando a Sheridan Knowles, un antiguo actor que se
había convertido en la iglesia baptista de Bloomsbury y
cuya vida había cambiado, le pidieron que hablara en el

86 Spurgeon: una nueva biografía


La “puerta grande y eficaz”

Stepney College, un estudiante refirió de esta manera


sus palabras:

Nada más entrar, el Sr. Knowles exclamó: “Muchachos, ¿han


oído hablar al joven de Cambridgeshire? […].
“Vayan a escucharle enseguida si quieren saber cómo se
predica. Se llama Charles Spurgeon. No es más que un niño;
pero se trata del predicador más maravilloso que exista.
Tiene una oratoria absolutamente perfecta y, además de ello,
es un maestro en el arte de la interpretación: no tiene nada
que aprender de mí ni de ningún otro […].
“En otro tiempo fui arrendatario del teatro de Drury
Lane, y de haber seguido en ese puesto le hubiera ofrecido
una fortuna por actuar durante una temporada en el escena-
rio de esa casa. ¡Muchachos, Spurgeon puede hacer lo que
quiera con su auditorio! Los hace reír, llorar y reír de nuevo,
todo en 5 minutos. Su capacidad es inigualable.
“Recuerden mis palabras, muchachos: ese joven llegará a
ser el predicador más grande de esta época o de cualquier
otra”13.

Declaraciones igualmente elogiosas de otras muchas


personas hacen que nos preguntemos qué efecto ten-
dría en él tanta admiración. Una mera porción de la
adulación que recibía Spurgeon ha destruido a muchos
hombres, y él era consciente de la tentación al envaneci-
miento que aquella producía. En una ocasión visitó
Escocia y, aunque obtuvo el favor de numerosos minis-
tros allí, algunos de los teólogos escoceses pensaron que
su firme confianza revelaba, en cierto modo, un espíritu
orgulloso. En Inglaterra, más de una vez lo tildaron de
“insolente”, y hubo veces en que se condujo con un atre-
vimiento y una autoridad tales que parecían corroborar
esa idea. Sin embargo, debemos recordar que solo tenía

Spurgeon: una nueva biografía 87


Capítulo 5

entre 20 y 21 años, y que en esa etapa de inmadurez


cabía esperar cierto grado de exceso de confianza.
Pero la razón misma de aquellos elogios era, en cier-
to modo, su humildad: conocía la mortificación del yo
mejor que la mayoría de los hombres y, por encima de
cualquier otra cosa, le preocupaba que Dios fuera glori-
ficado. Su verdadera forma de ser puede verse en una
declaración que haría más tarde:

Cuando llegué al pastorado en Londres, mi éxito me dejó


estupefacto, y el pensamiento del futuro que parecía abrirse
ante mí, lejos de alborozarme, me lanzó a las más bajas pro-
fundidades.
¿Quién era yo para seguir guiando a tan gran multitud?
Me volvería al anonimato de mi pueblo; emigraría a América
y buscaría un nido solitario en las regiones remotas donde
poder estar a la altura de lo que se demandara de mí. En ese
momento se estaba alzando el telón sobre la obra de mi vida,
y me asustaba lo que pudiera quedar revelado14.

Spurgeon necesitaba de alguien a quien confiarse:


alguien que lo consolara y lo alentara, y que compartie-
se sus deseos y sus sentimientos más íntimos. Y ese
alguien, según los designios de Dios, estaba a punto de
entrar en su vida y de convertirse en su magnífica ayuda
“hasta que la muerte los separase”.

NOTAS
1Murray, Iain, ed.: The Early Years, p. 248 (Londres, Banner of

Truth, 1962).
2Ibíd.
3Ibíd., p. 249.
4Ibíd.

88 Spurgeon: una nueva biografía


La “puerta grande y eficaz”

5Ibíd.
6Ibíd.,p. 253.
7Ibíd.,p. 256.
8Young, Dinsdale T.: C.H. Spurgeon’s Prayers, p. vi (Nueva York,

Revell, 1906).
9Murray, Iain: Spurgeon: Un príncipe olvidado, pp. 32-33. n.

(Londres, Banner of Truth, 1964)


10The Early Years, p. 263.
11Ibíd., pp. 259-260.
12Ïbid., p. 272.
13Ibíd., pp. 260-261.
14Ibíd., p. 263.

Spurgeon: una nueva biografía 89


Lo cierto es que la ayuda y la comprensión de
la Sra. Spurgeon fueron de un valor inestima-
ble en la conformación del carácter y la vida
de su marido, y que sin ella este jamás hubie-
ra podido ser lo que fue. Spurgeon tenía una
mente finamente equilibrada, y ella también;
el sentido común de él era de gran calibre, y lo
mismo pasaba con el de su esposa; él tenía un
corazón que latía de amor hacia Dios y el géne-
ro humano, y el de ella ardía con una llama
tan cálida como la de su marido. Él estaba
capacitado para el perfeccionamiento y la eje-
cución de toda forma de benevolencia, y en
esto su esposa compartió verdaderamente el
yugo con él a cada paso. Aunque Spurgeon
fue objeto de muchos ataques duros a cada
paso de su vida pública, su mujer —después
de Dios— constituyó su ayuda y su escudo.
Nunca hubo dos almas sobre la Tierra,
desde el comienzo de los tiempos, más perfecta-
mente ajustadas la una a la otra que Charles
y Susannah Spurgeon.

H.L. WAYLAND
Charles Spurgeon, His Faith and Work
1892
Capítulo 6

Un matrimonio
realmente concebido
en el Cielo

A
unque en los últimos años de su adolescencia la
mayoría de los muchachos buscan la compañía
de las jóvenes, Spurgeon no había prestado nin-
guna atención hasta entonces al sexo opuesto: hasta los
19 años de edad se había dedicado exclusivamente al
estudio y la predicación.
Pero luego todo cambió. En el culto vespertino de su
primer domingo en New Park Street, estaba presente una
joven llamada Susannah Thompson, quien en aquella
ocasión consideró a Charles como un bicho raro…

No me fascinó en absoluto la elocuencia del joven orador,


mientras que su forma de hablar campesina despertaba en
mí más pena que reverencia […]. Yo no era lo suficiente-
mente espiritual como para comprender su fervorosa pre-
sentación del Evangelio, ni su eficaz manera de intentar con-
vencer a los pecadores; las cosas que atraían mayormente mi
atención —y me temo que también despertaban en mí senti-
mientos de jocosidad— eran su gran corbata negra de satín,
su pelo mal cortado y aquel pañuelo de bolsillo azul con
lunares blancos […]1.

Sin embargo, esas primeras impresiones no duraron


mucho. Susie era amiga íntima de la familia Olney, y
Spurgeon iba a menudo a casa de estos. En aquel fre-
cuente cruce de sus caminos, ella comenzó a percibir las
cualidades del muchacho y este a sentirse atraído por
ella; para cuando solo llevaba dos meses y medio en

92 Spurgeon: una nueva biografía


Un matrimonio realmente concebido en el Cielo

Londres, ya le había enviado un regalo: un ejemplar de


El progreso del peregrino, de Bunyan, en el que había escri-
to:

Para la Srta. Thompson,


con mis deseos de que progrese
en la bendita peregrinación.
C.H. Spurgeon
20 de abril de 1854.

Desde aquel momento Spurgeon se convirtió en su


guía espiritual. Aunque Susannah ya había sido salvada
por la fe en Cristo, no había crecido durante el período
en que la iglesia estuvo sin pastor; pero ahora, a medi-
da que pasaban los días, “él me fue guiando poco a
poco —dice ella en sus propias palabras—, por medio
de su predicación y su conversación […], a la Cruz de
Cristo, en donde encontré la paz y el perdón que mi
cansada alma estaba deseando”2. Su amistad pronto
llegó a ser más personal.
El 10 de junio de ese año, se celebró en Londres un
acontecimiento de gala: la inauguración del Crystal
Palace, un gran salón de exposiciones con artículos de
los países más lejanos, provisto de sus propios paseos y
áreas ajardinadas. Charles y Susannah asistieron al
mismo con un grupo de amigos, y él se las arregló para
sentarse al lado de la joven. Durante una pausa en el
programa, Spurgeon le señaló a esta algunas líneas de
un libro que había traído consigo, las cuales aconseja-
ban a los jóvenes en busca de esposa que orasen por el
bienestar de ella. Mientras Susannah leía, él le pregun-
tó: “¿Ora por aquel que ha de ser su marido?”. Con
aquella mera referencia al matrimonio, la joven se sintió
extrañamente emocionada, aunque no respondió.

Spurgeon: una nueva biografía 93


Capítulo 6

Una vez finalizadas las ceremonias, “aquella misma


voz le susurró de nuevo: ‘¿Quiere venir conmigo a dar
un paseo por el Palacio?’”. Tras lo cual, abandonando al
resto del grupo, se fueron andando solos. Más tarde ella
escribiría: “Paseamos sin rumbo, juntos, durante largo
rato, no solo dentro de aquel maravilloso edificio, sino
también por los jardines y aun hasta llegar al lago […].
Durante el paseo de ese día memorable de junio, creo
que Dios mismo unió nuestros corazones con lazos indi-
solubles de verdadero afecto […]. Desde aquel momen-
to nuestra amistad creció rápidamente, madurando
pronto para convertirse en un amor profundo”3.
Pocas semanas después —el 2 de agosto— visitaron la
casa del abuelo de ella y pasearon juntos por el jardín; y
allí, con gozo solemne, Spurgeon le declaró su amor y le
pidió que se casara con él.

Pienso en aquel viejo jardín como en un lugar sagrado, un


paraíso de felicidad, porque allí mi amado me pidió que
fuera suya y me dijo cuánto me quería. Aunque creía que ya
lo sabía, fue totalmente distinto oírselo decir, y temblé y me
quedé callada de puro gozo y alegría. Aquella dulce ceremo-
nia de compromiso no necesita descripción […], para mí fue
un momento tan solemne como placentero, y con gran reve-
rencia en el corazón dejé a mi amado y me dirigí a la casa, a
un aposento alto donde me arrodillé ante Dios y oré a Él con
lágrimas de gozo, por su gran misericordia al concederme el
amor de un hombre tan bueno4.

Durante los meses siguientes, Susannah se fue forta-


leciendo espiritualmente; y al principio del nuevo año
(1855) pidió ser bautizada. Spurgeon había intentado
mantener su relación en privado, pero al parecer
alguien había filtrado la noticia, y cuando se leyó en la

94 Spurgeon: una nueva biografía


Un matrimonio realmente concebido en el Cielo

iglesia la lista de candidatos al bautismo, el nombre que


precedía inmediatamente al de la joven era el de un
anciano llamado Johnny Dear. Entonces se oyó decir
por lo bajo a dos solteronas en la parte de atrás de sala:
—¿Qué nombre ha dicho?
—Johnny Dear
—¡Ah, supongo que, entonces, el siguiente será
“Susie dear”5!
Durante todo ese período Spurgeon estaba sufriendo
duros ataques tanto de la prensa secular como religiosa
—comentarios distorsionados, falsos y crueles—; y aun-
que los encajaba bien, a menudo se sentía profunda-
mente herido y necesitaba la ayuda y el aliento que, con
maravillosa comprensión y cariño, le brindaba
Susannah.
El tiempo que podían pasar juntos era muy limitado:
por regla general Charles iba a casa de ella todos los
lunes por la mañana; pero no tenía más opción que lle-
var consigo la transcripción que el secretario había
hecho de uno de los sermones del domingo, el cual
corregía mientras tanto. Una vez impreso, ese sermón
debía ocupar ocho páginas; por lo que podía tener que
quitar o añadir alguna porción, así como hacer la divi-
sión en párrafos y algún otro cambio. Se apresuraba a
tenerlo listo para cierta hora de la tarde, cuando llegaba
el niño mensajero en bicicleta que lo llevaba rápidamen-
te al impresor, el cual se encargaba de imprimirlo de
inmediato para que estuviese en manos de los lectores el
martes por la mañana. Este trabajo marcaba —o estro-
peaba— sus visitas de los lunes a Susie.
También intentaban verse durante una o dos horas
los viernes por la tarde, y su lugar de encuentro era
generalmente el Crystal Palace, que siempre tenía exhibi-
ciones de carácter interesante e instructivo con sus pase-

Spurgeon: una nueva biografía 95


Capítulo 6

os y sus plantas. Estas ocasiones proporcionaban a


Spurgeon un descanso momentáneo de su extraordina-
ria agenda de actividades; así como un poco de relaja-
ción en una atmósfera tranquila y en la compañía que
más amaba.
Pero no todo era ideal en su relación: hubo veces
cuando Charles hirió a Susie no acordándose de ella;
como sucedió aquella tarde en que la llevó consigo a un
gran auditorio londinense donde tenía que predicar.
Ella lo cuenta de esta manera:

Fuimos juntos […] en un cabriolé, y recuerdo muy bien


cómo trataba de mantenerme a su lado mientras nos mezclá-
bamos con la multitud que subía en tropel por la escalera.
Sin embargo, para cuando hubimos llegado al descansillo,
no se acordaba ya de mí: el mensaje que tenía que proclamar
a aquella multitud de almas inmortales se había apoderado
de su mente; y entró por la pequeña puerta lateral donde lo
esperaban los oficiales sin darse cuenta, ni por un momento,
de que me quedaba sola luchando como mejor podía con
aquella muchedumbre ruda y ansiosa que tenía a mi alrede-
dor.
Al principio me sentí completamente desconcertada y,
luego […] enojada; por lo que me volví a casa de inmediato y
le conté mis penas a mi cariñosa madre. Esta razonó conmi-
go sabiamente, diciéndome que el marido que había escogi-
do no era un hombre ordinario, y que su vida entera estaba
completamente dedicada a Dios y a su servicio. Nunca,
nunca, debía yo estorbarle intentando ser lo primero en su
corazón.
Tras mucho consejo tierno y bueno, mi corazón se ablan-
dó y entendí que había sido muy necia y obstinada. Entonces
un cabriolé llegó a la puerta de la casa y el querido Sr.
Spurgeon entró corriendo muy excitado, exclamando:

96 Spurgeon: una nueva biografía


Un matrimonio realmente concebido en el Cielo

“¡Dónde está Susie! ¡La he estado buscando por todas partes


y no la encuentro! ¿Ha vuelto sola?”. Mi querida madre fue
hacia él […] y le contó toda la verdad. Creo que, al darse
cuenta de la situación, hubo de calmarlo también a él: por-
que se sentía completamente inocente de haberme ofendido
del modo que fuese, y debió de pensar que le hacía una gran
injusticia dudando de él de aquella manera.
Guardando silencio, me dejó decirle lo indignada que me
había sentido y, luego, me repitió la misma leccioncita que
me había dado madre: asegurándome el profundo cariño
que me tenía; pero señalando que, ante todo, él era un sier-
vo de Dios y yo debía estar dispuesta a renunciar a mis dere-
chos ante los de Él.
Jamás olvidé la enseñanza de ese día: había aprendido de
memoria la dura lección; porque no recuerdo haber intenta-
do nunca más afirmar mi derecho sobre su tiempo o su aten-
ción cuando algún servicio a Dios los demandaba6.

Hubo ocasiones cuando Susie entró en la sacristía de


la iglesia, poco antes de que él saliera a predicar, y tan
absorto estaba con la tarea que tenía por delante que se
levantaba y le daba la mano como si de una desconoci-
da se tratara. Aunque, nada más reconocer su error,
Spurgeon le pedía disculpas, ese error manifiesta la con-
centración de su mente ante la tremenda responsabili-
dad que sentía por la predicación.
Charles y Susannah llevaban 18 meses prometidos
cuando ella escribió: “El año 1855 estaba a punto de ter-
minar, y esperábamos con impaciencia, y con un gozo
indescriptible, tener nuestro propio hogar y quedar uni-
dos por los santos lazos de un matrimonio ‘concebido
en el Cielo’”7. Y el 8 de enero de 1856 sus vidas queda-
ron unidas.
La ceremonia se celebró en New Park Street y ofició un

Spurgeon: una nueva biografía 97


Capítulo 6

pastor vecino: el Dr. Alexander Fletcher. Durante varias


horas antes del acontecimiento, hubo personas esperan-
do en la iglesia, la cual —aunque para entonces ya había
sido ampliada— se llenó hasta rebosar; y fuera de la
misma se dispuso todo un destacamento de policía para
controlar el número tan elevado de personas que per-
manecían allí.
A la boda siguió un viaje de diez días a París; y
Susannah, que había estado anteriormente en Francia,
pudo enseñarle a Charles algunos destacados lugares
turísticos. Visitaron galerías de arte, palacios y museos, y
hasta fueron a ver cómo funcionaba la bolsa. Al volver a
Londres se establecieron como matrimonio en una casa
muy modesta en New Kent Road.
Naturalmente, Charles estaba muy ocupado: ade-
más de las múltiples tareas relacionadas con New Park
Street, preparaba la publicación de su primer libro:
The Saint and His Saviour (El santo y su Salvador).
Tenía también numerosas invitaciones para predicar
en otras iglesias (algunas en Londres y otras en ciuda-
des distantes): la mayoría de las noches estaba fuera,
ministrando en algún sitio, y en ciertas ocasiones se
hallaba de viaje durante uno o más días. Con frecuen-
cia volvía a casa completamente exhausto; pero siem-
pre encontraba unos brazos amantes esperándolo en
medio de tanta comodidad y amabilidad como eran
posibles.
Susannah y Charles tenían caracteres muy compati-
bles: aunque Spurgeon era militante e intrépido en su
defensa de la verdad divina, también era un hombre
muy tierno y sensible que necesitaba de la bondad y
comprensión de una esposa. Estas cosas las encontra-
ba en Susannah. Russell H. Conwell, fundador de
Temple University en Filadelfia, que más tarde visitaría

98 Spurgeon: una nueva biografía


Un matrimonio realmente concebido en el Cielo

a los Spurgeon y se haría amigo íntimo suyo, comen-


taba acerca de la encantadora vida de casados de
estos:

Si se hubiera casado con una mujer necia que lo considerase


el santo perfecto, o con una devota de la moda que lo des-
alentara con sus correcciones, jamás habría conseguido la
eminencia que alcanzó. De haberse ligado a una esposa que
fuera menos piadosa y sincera, o que mantuviera el control
sobre el cariño o la estima que sentía hacia su iglesia, esta
solo habría servido para dañar su reputación […].
Pero ella trabajó con él, oró con él, creyó en él y lo amó
tiernamente a lo largo de todos sus años de ministerio. El
hecho de pensar en ella, aun cuando se encontrara fuera de
casa, suponía para Charles un sutil descanso espiritual: podía
viajar durante muchos días y predicar varias veces en cada
uno de ellos y, sin embargo, encontrar sosiego en el pensa-
miento de que, allá en casa, ella intercedía por él hora tras
hora y lo esperaba con una bienvenida que disfrutaba de
antemano con un sentimiento de paz divina8.

El afecto de Spurgeon hacia Susannah, y el de esta


hacia él, jamás se desvaneció. A medida que sus días se
iban gastando, ambos tuvieron que soportar muchas
enfermedades, pero se demostraron mutuamente una
hermosa paciencia: su afecto inalterable queda patente
en unos versos que él escribió, estando lejos de casa,
cuando ya llevaban varios años casados, y que citamos en
parte:

Sobre el espacio que nos separa,


esposa mía, tenderé un puente de canción:
y nuestros corazones se encontrarán
sobre su arco invisible pero fuerte.

Spurgeon: una nueva biografía 99


Capítulo 6

Si el enamorado lleva el nombre


de su amada grabado en una gema,
en mi corazón, tuyo desde hace tanto,
está tallada tu imagen.

El aguacero de la lluvia borra


los colores que tiñen las superficies;
no temas tú de los ríos caudalosos,
pues el tinte de mi amor es indeleble.

El amor, como gotas de rocío,


se evapora cuando el día se levanta;
y los cariños, con alas de paloma,
se escapan volando cual vieja historia.

Pero mi amor hacia ti se ha levantado,


desde su tálamo, con el poder del Sol:
ni la vida, ni la muerte impedir puede,
su carrera poderosa de gigante.

Aunque en nuestro corazón deba reinar


solo quien desde la eternidad nos escogió,
tú y yo creemos que podremos adorarle
juntos delante del majestuoso trono9.

Es imposible imaginarse a una esposa más apropiada


para Charles Spurgeon que la extraordinaria Susannah
Thompson: estaban moldeados el uno para el otro por
la mano divina; y su unión solo puede considerarse
como el cumplimiento de esa previsión de Susana, de
que habría de ser, en verdad, “un matrimonio concebi-
do en el Cielo”.

100 Spurgeon: una nueva biografía


Un matrimonio realmente concebido en el Cielo

NOTAS
1Murray, Iain: The Early Days, p. 280 (Londres, Banner of Truth,

1962).
2Ibíd., p. 282.
3Ibíd., p. 283.
4Ibíd., p. 284.
5Ibíd., p. 285. “Dear” significa “querido/querida (N.T.).
6Ibíd., p. 289.
7Ibíd., p. 299.
8Ibíd., pp. 233-234.
9C.H. Spurgeon’s Autobiography, recop. Spurgeon, Susannah y

Harrald, J.W., 4 vols., 2:298-299 (Londres, Passmore and Alabaster,


1897).

Spurgeon: una nueva biografía 101


La lengua de los perversos ha atacado al Sr.
Spurgeon con las injurias y las calumnias
más virulentas: se han tergiversado sus senti-
mientos y pervertido sus palabras; sus doctri-
nas han sido tildadas de “blasfemas”, “profa-
nas” y “diabólicas”; y sin embargo, la buena
mano del Señor ha estado sobre él, y el Sr.
Spurgeon no ha prestado atención a la false-
dad de los impíos.

PASSMORE AND ALABASTER,


editores de Spurgeon
agosto de 1956
Capítulo 7

El conflicto

C
uando Spurgeon saltó a la escena en Londres,
perturbó la autosuficiencia de la vida religiosa de
su época. La mayoría de las iglesias baptistas y
congregacionalistas estaban calladas y amansadas, y
hasta los metodistas habían perdido en buena parte su
fuego inicial. Aquellas denominaciones aún sostenían la
fe evangélica, pero a su predicación le faltaba fervor; las
iglesias tenían poca vitalidad y la mayor parte de ellas se
contentaban con mantener un ritmo regular en su exis-
tencia. Sin embargo, aquella situación se vio desafiada
por la vitalidad y el poder que irradiaban el ministerio y
la personalidad de Charles H. Spurgeon.
Spurgeon tenía facultades intelectuales de un orden
muy especial: la lectura constante que comenzara sien-
do un niño, continuaba; y para cuando llegó a Londres,
el conocimiento que había amasado podía calificarse
prácticamente de “enciclopédico”. Cuando se levantaba
a predicar, tenía toda aquella vasta erudición a su servi-
cio: podía citar a voluntad de cualquier libro de la
Biblia, utilizando la selección más adecuada de textos y
repitiéndola exactamente. Había memorizado un
inmenso número de himnos y, de estos, podía también
repetir uno o varios versos al instante. Era capaz de citar,
a modo de ejemplos, incidentes de la Historia antigua,
los reformadores y los puritanos, y echaba mano de
anécdotas de las vidas de Whitefield, Wesley y otros de
sus tiempos.
Siempre estaba leyendo libros acerca de la Biblia: un
amplio estudio que lo capacitaría para escribir, menos
de treinta años después, su obra Commenting and
Commentaries (El comentar y los comentarios). Para la

104 Spurgeon: una nueva biografía


El conflicto

preparación de este libro hizo “una revisión —según sus


propias palabras— de alrededor de entre 3000 y 4000
volúmenes”. Su único pasatiempo —si es que puede lla-
marse así— era hacer incursiones en las librerías y com-
prar libros de segunda mano; de modo que su bibliote-
ca personal se fue incrementando hasta contar más de
10 000 volúmenes.
Hemos de reconocer que Spurgeon era, por encima
de todo, un teólogo: había meditado en las grandes doc-
trinas de la Biblia desde el momento que comenzó a
leer, y a partir de entonces había estado acumulando
ininterrumpidamente, en su mente y en su corazón,
conocimientos del amplio sistema teológico revelado en
las Escrituras. Los londinenses se sentían sobrecogidos
tanto por lo que decía como por cómo lo decía; y la cali-
dad que impregnaba todo su ministerio era aquel siste-
ma de doctrinas.
No obstante, su voz no solo poseía capacidad de
transmisión, sino ese carácter indefinible que hacía que
muchos oyentes sintieran que el predicador los había
seleccionado, y les estaba hablando directamente a
ellos. La voz de Spurgeon estaba bajo perfecto control y,
aunque pudiera tronar con una fuerza sobrecogedora,
también era capaz de hablar en los tonos más delicados
y conmovedores. La expresión que muchas veces se le
aplicaba era: “como un carillón de campanas de plata”.
En su oratoria Spurgeon era, ante todo, completa-
mente natural: no había nada artificial en él; y aunque a
veces se colara una nota de humor en lo que estaba
diciendo, toda su predicación se desarrollaba a la som-
bra de un extraordinario fervor.
No obstante, aunque había una gran cantidad de lon-
dinenses que llegaron a ser oyentes y admiradores de
Spurgeon, hubo otros muchos de diferente opinión.

Spurgeon: una nueva biografía 105


Capítulo 7

Bastantes, sabiendo solo que era muy joven, que carecía


de educación universitaria y que no estaba ordenado,
sacaron la conclusión precipitada de que no podía ser
un ministro cualificado y que, por tanto, se trataba de
un charlatán.
Esto sucedió con varios editores de periódicos. Se
hablaba tanto de Spurgeon que no podían evitar men-
cionarlo; y como lo tenían por embaucador, lanzaron
contra él una feroz campaña de denuncia. Algunas de
las declaraciones que hicieron eran demasiado groseras
y blasfemas para repetirlas, pero también había otras; un
corresponsal del Ipswich Express escribió un artículo titu-
lado “Un clérigo miedoso”:

Mientras se repara su propia capilla, él predica en el Exeter


Hall […]; y el sitio se llena hasta no poderse respirar. Todos
sus discursos están impregnados de mal gusto, son vulgares y
teatrales y, sin embargo, él está tan solicitado que, a menos
que se vaya una hora antes al auditorio, no es posible ni
siquiera entrar […]. Un destacado ministro de la denomina-
ción independiente, después de escuchar a ese joven precoz,
dijo que el espectáculo era “un insulto para Dios y para el
hombre”.
[…] Antes de empezar su sermón, el dotado predicador
tuvo la insolencia de decir —ante el gran número de muje-
res jóvenes presentes— que estaba prometido: que su cora-
zón pertenecía a otra (quería que lo entendieran bien) y no
aceptaría que las señoritas que allí había le hicieran regalos,
le dispensaran atenciones o le hicieran zapatillas de estam-
bre. Supongo que a nuestro querido predicador le había
molestado el cariño de su público femenino1.

Aquellos comentarios despertaron las protestas de


numerosos lectores; y como respuesta, en un tono bas-

106 Spurgeon: una nueva biografía


El conflicto

tante petulante, el Express admitió que ahora tenía moti-


vos para pensar que el artículo acerca de las zapatillas
era falso. Pero, entretanto, la declaración había sido
reproducida por varios otros periódicos, los cuales la
publicaron tal cual. De hecho, el Lambeth Gazette decía:
“Las hermanitas se vuelven locas por él: ha recibido tan-
tas zapatillas de estambre de esas simples damiselas
como para abrir una zapatería”2.
Otro periódico que se ocupaba mucho de Spurgeon
era el Essex Standard. He aquí un pasaje típico del
mismo:

Su estilo es del tipo coloquial y vulgar, dado a despotricar


[…]. Trata los más solemnes misterios de nuestra santa reli-
gión de forma grosera, basta e impía. Se vulgariza el misterio,
se profana la santidad, y se ofende el sentido común y la
decencia […]. Sus peroratas están salpicadas de burdas anéc-
dotas que hieren hasta los oídos del público del gallinero.
¡Eso es popularidad! ¡Ese es el “furor religioso” de Londres!3.

El Patriot, por su parte, señalaba varios elementos de


la habilidad de Spurgeon, pero luego pasaba a criticar-
lo…

Todos, uno por uno, caen bajo el látigo del precoz princi-
piante: solo él es un calvinista coherente; todos los demás
son, bien simplemente arminianos, bien antinomianos licen-
ciosos o bien profesantes infieles de las doctrinas de la gracia
[…]. La doctrina de la elección es “en nuestros días, objeto
de mofa y aborrecimiento […]. La religión oportunista de
nuestra época no hace sino exhibirse hoy día en los salones
evangélicos”. Él nunca oye a sus colegas en el ministerio
declarar la satisfacción y la sustitución positivas de nuestro
Señor Jesucristo.

Spurgeon: una nueva biografía 107


Capítulo 7

Más duro aún si cabe es el tratamiento que dispensa el Sr.


Spurgeon a los teólogos que no son de su propia escuela:
“Las perversiones arminianas, en especial, deben volver a
hundirse en su lugar de nacimiento: el abismo”. Y la idea de
que pueda haber una caída final de la gracia “es la falsedad
más perversa que hay sobre la Tierra”4.

Otra publicación relacionaba entre sí los nombres de


“Pulgarcito, el Esqueleto Viviente y C.H. Spurgeon”, con
lo que se daba a entender que el sitio que le correspon-
día a este último era el circo. Y otra llegaba a decir que
su ministerio era la restauración de la antigua “Fiesta del
Asno”; mientras que una tercera afirmaba:

Pensábamos que la época de los dramatismos dogmáticos y


teológicos había pasado, y que jamás volveríamos a ver a una
enorme congregación escuchando ultrajantes manifestacio-
nes de demencia u oyendo sermones fanáticos de vana efer-
vescencia; o que nunca volvería a tocarnos retirar la espuma
a fin de que las personas pudieran ver el verdadero color de
la cosa.
[…] No es muy cristiano decir que “Dios tiene que lavar
los cerebros con el hipercalvinismo que predica un tal
Spurgeon para que el hombre pueda entrar en el Cielo”
[…]. Cuando el mozalbete del Exeter Hall hable de Dios,
recuerde bien que este se halla por encima de la irreveren-
cia, y que la blasfemia procedente de un pastor es un crimen
tan grande como cuando el ser humano más degradado pro-
fiere la brutal maldición ante la cual los virtuosos se horrori-
zan5.

Varios caricaturistas de la prensa utilizaron a


Spurgeon como modelo. La mayoría se burlaban de él,
pero dos o tres no podían por menos de reconocer que

108 Spurgeon: una nueva biografía


El conflicto

proclamaba un mensaje claro y positivo, y lo representa-


ban como superior a varios otros líderes religiosos nacio-
nales.
Spurgeon no respondió a ninguno de los ataques; sin
embargo, a veces en sus sermones —a modo de ejem-
plo— hacía referencia a algo que los periódicos había
dicho acerca de él. En las cartas que escribía a sus
padres, les aseguró en más de una ocasión que varias
afirmaciones —como, por ejemplo, la referente a las
zapatillas— eran falsas, y les instaba a no alarmarse por
la oposición que estaba recibiendo. No obstante, se sen-
tía herido al verse acusado de este modo y expuesto al
ridículo. La Sra. Spurgeon, por su parte, reunió todas
aquellas declaraciones difamatorias y las pegó en un
álbum de recortes, hasta que este, finalmente, se convir-
tió en un enorme volumen. También enmarcó un versí-
culo, el cual colgó de la pared, que decía: “Bienaven-
turados sois cuando por mi causa os vituperen y os per-
sigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, min-
tiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es
grande en los cielos; porque así persiguieron a los pro-
fetas que fueron antes de vosotros”.
Pero Spurgeon no solo se granjeó la oposición de la
prensa secular, sino también de ciertos periódicos reli-
giosos, a causa de su calvinismo. Escribió una “Defensa
del calvinismo” —la cual constituye un capítulo entero
de su Autobiografía6—, donde dice: “Utilizamos el tér-
mino ‘calvinismo’ solo como abreviatura: la doctrina
que denominamos ‘calvinismo’ no procede de Calvino,
sino del gran fundador de toda verdad”7. Spurgeon lla-
maba a este sistema teológico “las doctrinas de la gra-
cia”, y utilizaba ambos términos de manera intercambia-
ble. Hacía tiempo que estaba familiarizado con esas opi-
niones, porque eran el objeto de las conversaciones que

Spurgeon: una nueva biografía 109


Capítulo 7

había escuchado en los hogares de su abuelo y su padre.


Se trataba de las doctrinas presentadas por Bunyan y
otros autores puritanos, y en las cuales él había sido vigo-
rosamente instruido por Mary King, la gobernanta de la
escuela a que había asistido en Newmarket:

Amaba una cosa muy dulce en verdad: la buena y consisten-


te doctrina calvinista; pero además de alimentarse de una
dieta rica, también tenía una vida vigorosa. Muchas veces
habíamos repasado juntos el pacto de gracia y hablado acer-
ca de la elección personal de los santos, su unión con Cristo,
su perseverancia final y lo que significaba la santidad de vida;
y creo que aprendí más de ella de lo que hubiera podido
hacer de seis doctores en Teología del tipo que hoy día tene-
mos8.

Al llegar a Londres, Spurgeon consideró su ministe-


rio como el de un reformador: se esforzaba por traer de
nuevo a los hombres a aquellas verdades que habían
abandonado. La práctica totalidad de los ministros pro-
testantes eran básicamente evangélicos, pero su predica-
ción contenía bastante poca doctrina, y él se sentía más
bien solo en el sistema teológico que sostenía y declara-
ba. Durante su primer año en Londres, afirmó sermón
tras sermón las doctrinas de la depravación humana y la
elección divina, y lo hizo con gran insistencia y mucha
enseñanza: “Me encargo de recuperar cotidianamente
—afirmaba—las viejas doctrinas que predicaron Gill,
Owen, Calvino, Agustín y Cristo,” 9.
Spurgeon denunció la manera irreflexiva como algu-
nos calvinistas hablan acerca de la “expiación limitada”;
él prefería el término de “redención particular”: la cre-
encia de que Cristo no solo posibilitó la salvación y dejó
al hombre que hiciese el resto, sino que llevó a cabo la

110 Spurgeon: una nueva biografía


El conflicto

redención de cada uno de sus escogidos y de este modo


garantizó su salvación.
Pero, aunque afirmaba que “la salvación es del
Señor”, Spurgeon predicaba igualmente: “Todo el que
quiere, venga”. A New Park Street Chapel y al Exeter Hall
acudieron centenares de hombres y de mujeres que no
conocían al Señor, y prácticamente en cada sermón tra-
taba de convencerlos para que reconocieran su condi-
ción de perdidos, supieran que Cristo podía salvarlos y
creyeran en Él allí mismo. Su predicación hacía un ofre-
cimiento gratuito y abundante del Evangelio para todo
el género humano, y redundaba en la conversión de
muchos.
Spurgeon reconocía que los dos principios parecían
contradictorios, pero declaraba que la Escritura enseña-
ba ambos: que Dios salvaría a sus escogidos; pero tam-
bién que el hombre era responsable en relación con su
alma. Instaba, pues, constantemente: “Cree en el Señor
Jesucristo, y serás salvo”. Aquel ofrecimiento gratuito del
Evangelio a todos los que creyeran le costó a Spurgeon
el ataque de los hipercalvinistas, que creían todo lo que
afirmaban los demás calvinistas pero añadían que no se
debía ofrecer el Evangelio a un auditorio compuesto
por personas salvas y no salvas. Ellos defendían que solo
había que presentárselo a los “pecadores conscientes”:
aquellos que percibían su necesidad de Cristo.
Con frecuencia Spurgeon hablaba contra esa forma
de calvinismo, ya que no hacía nada por despertar a los
pecadores en cuanto a su necesidad de Jesús. Los
“híper” no tenían inquietudes evangelísticas, ni salían a
buscar a los perdidos y, prácticamente, rechazaban el
mandamiento de Cristo de: “Id por todo el mundo y
predicad el evangelio a toda criatura”.
Pero aun cuando aquellos no estaban dispuestos a ir

Spurgeon: una nueva biografía 111


Capítulo 7

tras los perdidos, no eran en absoluto laxos en cuanto a


ir tras el hombre que sí lo hacía. James Well, que era su
principal portavoz y ministro de una congregación bas-
tante grande, atacó enérgicamente a Spurgeon en el
periódico hipercalvinista The Earthen Vessel (El vaso de
barro): para él y los suyos, la forma que este tenía de
ganar almas era anatema; Dios salvaría a sus escogidos
sin la intervención de aquel joven advenedizo. Well
adoptó la postura de un hombre muy recto, de alguien
que contendía por la fe y, en una larga evaluación de
Spurgeon y de su ministerio, afirmó que no podía
encontrar la menor evidencia de gracia salvadora en él;
llegando a la conclusión de que jamás se había converti-
do.
En su predicación, Spurgeon a menudo arremetía
contra los hipercalvinistas10, pero la respuesta más eficaz
que les daba era la gloria del Evangelio que predicaba y
el verlo utilizado por Dios en la transformación de mul-
titud de vidas.
Otros periódicos religiosos también criticaron a
Spurgeon durante sus primeros años en Londres: The
Baptist Reporter, The United Presbyterian Magazine, The Critic
y The Christian News son algunos ejemplos de los que lo
atacaron.
La oposición del mundo habría de ocasionar una
terrible tragedia.
A Spurgeon se le denegó seguir utilizando el Exeter
Hall y, por tanto, pensó en conseguir el Surrey Gardens
Music Hall: un auditorio muy grande que, además de su
planta principal, contaba con tres galerías y un aforo
estimado de unos 10 000 asientos. La utilización por su
parte de aquel lugar parecía un plan imposible, porque
aunque Whitefield había predicado a 20 000 y más aún,
eso lo había hecho al aire libre y probablemente nunca

112 Spurgeon: una nueva biografía


El conflicto

nadie había congregado una multitud semejante en un


local cerrado.
Sin embargo, Spurgeon acometió aquella tarea gigan-
tesca, con la conciencia de que mientras estuviera limi-
tado a su capilla cientos de personas que querían escu-
char el Evangelio se quedarían sin hacerlo cada domin-
go. Consideró, pues, que no tenía más remedio que
intentar utilizar aquel auditorio.
La noticia de que Spurgeon iba a predicar en el Surrey
Gardens Music Hall se extendió rápidamente por casi
todo Londres, emocionando a su propia congregación
con una gozosa expectación y despertando en muchos
de fuera el deseo de asistir; pero también impulsó a
algunos cuyos motivos eran perversos a planear la forma
de perturbar aquel importante acontecimiento.
El culto inaugural en el auditorio estaba proyectado
para la noche del domingo 19 de octubre de 1856, y los
días previos a esa fecha fueron de mucha actividad en
casa de los Spurgeon, ya que el 10 de septiembre se
habían mudado a una nueva vivienda —Helensburgh
House— y solo diez días más tarde Susannah daba a luz
a dos niños gemelos: Charles y Thomas.
La multitud que se reunió excedía todas las expecta-
tivas. El auditorio estaba situado en una especie de par-
que rodeado por una gran verja ornamental de hierro;
y algunos empezaron a reunirse dentro de la misma no
mucho después del mediodía. Los números aumenta-
ban continuamente y, cuando a la caída de la tarde se
abrió el edificio, entraron en el mismo como un torren-
te. La multitud ocupó todos los asientos, atestó los pasi-
llos y abarrotó las escaleras; mientras miles de personas
más permanecían fuera, negándose a marcharse y espe-
rando poder escuchar algo del sermón a través de las
ventanas.

Spurgeon: una nueva biografía 113


Capítulo 7

Cuando llegó Spurgeon y vio aquella gran concurren-


cia, casi se sintió abrumado: solo contaba 22 años de
edad, y presentarse delante de aquel auditorio, dirigir
un culto y predicar, haciéndose oír y comprender por tal
multitud le parecía una tarea casi imposible. Pero con-
vencido de que tendría la ayuda divina pasó al frente y
comenzó la reunión.
Durante los primeros momentos todo transcurrió
con el decoro de cualquier culto dominical, y el canto
parecía especialmente reverente y gozoso; pero nada
más empezar a orar Spurgeon, el lugar quedó sumido
en un estado de consternación. Alguien, en alguna gale-
ría gritó: “¡Fuego!”; lo que fue seguido de un grito en la
planta baja: “¡Se caen las galerías!”. Y una tercera voz
dijo entonces: “¡Todo el edificio se viene abajo!”.
Inmediatamente cundió el pánico y la multitud empezó
a bajar a toda prisa por las escaleras intentando alcanzar
las puertas.
Bajo tan extrema presión, una barandilla de la escale-
ra cedió y varias personas cayeron juntamente con ella
sobre la planta atestada de más abajo; otros saltaron
desde la galería, y otros aún perdieron pie en las escale-
ras cayendo al suelo, donde fueron pisoteados por los
muchos que intentaban pasarlos por encima. Un torren-
te de personas se abrieron paso a través de las puertas,
pero al hacerlo otros se lanzaron adentro decididos a
conseguir los asientos que aquellos habían dejado libres.
Desde su sitio en la tarima Spurgeon no podía ver todo
lo que sucedía en el extremo más lejano del auditorio,
donde estaban situadas las escaleras y las puertas. Trató
de calmar al público y de predicar; pero pronto resultó
evidente que el culto no podía seguir, y pidió a la con-
gregación que saliera de manera ordenada.
Luego pasó a una sala lateral, tan abrumado que cayó

114 Spurgeon: una nueva biografía


El conflicto

al suelo casi sin sentido; y antes de salir supo que siete


personas habían muerto y veintiocho más habían sido
trasladadas al hospital, muchas de ellas heridas de grave-
dad.
Lo llevaron a su casa, donde pudo recibir el aliento y
el consuelo de su esposa; pero el problema había llega-
do en un momento cuando ella no podía ser de igual
ayuda que en otras circunstancias, ya que había pasado
menos de un mes desde que diera a luz, y aún se encon-
traba débil e indispuesta.
Los diáconos comprendieron que su hogar no sería
el mejor sitio para él en la situación presente: lo visitarí-
an muchas personas —amigos queriendo ayudar y ene-
migos ansiosos por acusarlo— y, sin lugar a dudas, perio-
distas. Conociendo, pues, la extrema sensibilidad de su
carácter y la magnitud de su compasión por los afligidos,
lo llevaron inmediatamente a una casa situada en las
afueras donde pudiera escapar de los visitantes.
Esperaban que la tranquilidad le ayudaría a recuperar-
se.
Escondido providencialmente en su pacífico retiro,
Spurgeon no vio la cobertura informativa de los periódi-
cos. Algunos eran comprensivos, pero otros crueles. Lo
siguiente es un ejemplo de lo que escribieron sus detrac-
tores:

Nuestros sentimientos no son ni mojigatos ni sabatarios*,


pero mantendríamos separados —bien separados— el teatro
y la iglesia; y sobre todo, pondríamos en la mano de todo
hombre sensato un flagelo para echar a latigazos de la socie-
dad a los autores de tan viles blasfemias como resonaron el
domingo por la noche, por encima de los gritos de los muer-
tos y los moribundos —y más alto que los gemidos de desdi-
cha procedentes de los mutilados y los afligidos—, de boca

Spurgeon: una nueva biografía 115


Capítulo 7

de Spurgeon […]. Y, finalmente, una vez que se hubieron


retirado los cuerpos destrozados de aquel escenario profano
y vergonzoso —cuando los maridos buscaban a sus esposas y
los niños a sus madres con suma angustia y desesperación—,
el sonido del dinero cayendo en las cajas de la ofrenda rechi-
naba áspera y miserablemente en los oídos de aquellos que,
esperamos sinceramente, hayan desarrollado el más profun-
do desprecio hacia el Sr. Spurgeon y sus peroratas11.

Por suerte, este artículo y otros parecidos no se die-


ron a conocer a Spurgeon: naturalmente la afirmación
acerca de la utilización de las cajas de la ofrenda era
pura invención; y presentarlo a él como un hombre sin
corazón en medio de la tragedia resultaba tan cruel
como falso. Es de suponer, sin embargo, que Susannah
vio aquellos periódicos.
Spurgeon continuó en su situación de quebranto
durante siete u ocho días y, luego, mientras caminaba
por el jardín de su amigo, le vino de repente a la mente,
revestido de nuevo significado, un versículo de la
Escritura que hablaba de Cristo: “Por lo cual Dios tam-
bién le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es
sobre todo nombre”. Y al alimentar su alma con la ver-
dad del texto, comenzó a mejorar. Su carga fue desapa-
reciendo poco a poco y pudo volver a su casa. Al domin-
go siguiente estaba otra vez ministrando en New Park
Street: solo había faltado un domingo en su púlpito.
De inmediato se puso a ayudar a los afectados: se creó
un fondo para contribuir a paliar las necesidades de
estos; y Spurgeon, los diáconos y otras personas visitaron
los hospitales y los hogares, y a los familiares de aquellos
que habían muerto. Sin embargo, aunque reanudó su
trabajo regular, aquel terrible suceso había afectado
seriamente su sistema nervioso, y durante el resto de su

116 Spurgeon: una nueva biografía


El conflicto

vida la vista de un edificio atestado de personas le pro-


ducía una súbita tensión. Aun años más tarde, cuando se
le recordaba el suceso de Surrey Gardens, se debilitaba
fácilmente y a veces parecía que iba a desmayarse.
Independientemente de cuál fuera la causa de la tra-
gedia, ayudó juntamente con la oposición de la prensa a
promover el ministerio de Spurgeon. Las noticias de lo
que había sucedido se extendieron por toda Gran
Bretaña y, a pesar de los informes maliciosos, muchas
personas no pudieron por menos de sentir simpatía
hacia él. Además, la congregación de New Park Street ya
había nombrado un comité para proyectar la edifica-
ción de una nueva iglesia muy espaciosa; y aquella trage-
dia los impulsó a trabajar y orar para que se terminaran
los planos y la construcción comenzase.
Spurgeon mismo se benefició interiormente de aque-
llo; ya que la oposición recibida le enseñó a sacrificar
por Cristo hasta su reputación: “Si debo perder también
esto —escribió—, sea. Es mi más preciada posesión;
pero renunciaré a ella si, como a mi Maestro, me dicen
que tengo demonio y estoy loco”12. La experiencia, por
desconsoladora que fuera en su momento, le proporcio-
nó una mayor madurez; y fue un Spurgeon más sabio el
que llevó adelante desde entonces a su iglesia.
Indudablemente, a algunos les gustaría concebir a
Spurgeon como alguien que jamás discrepó de nadie y
que siempre fue muy admirado y respetado por todos;
pero en sus hincapiés doctrinales iba a contracorriente
de muchos y, por esta razón —además de por su celo
fuera de lo común— llegó a ser objeto del ridículo y el
reproche. Habrían de transcurrir algunos años antes de
que la nación empezara a reconocer sus verdaderas cua-
lidades y a entender su extraordinaria valía.

Spurgeon: una nueva biografía 117


Capítulo 7

NOTAS
1Murray, Iain, ed.: The Early Years, p. 311 (Londres, Banner of

Truth, 1962).
2Ray, Charles: The Life of Charles Haddon Spurgeon, p. 174

(Londres, Passmore and Alabaster, 1903).


3The Early Years, p. 316.
4Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon, 6

vols., 2:196 (Londres, Cassel, 1898).


5The Early Years, p. 320.
6Ibíd., p. 162.
7Ibíd., p. 163.
8Ibíd., pp. 38-39.
9Murray, Iain: Spurgeon: Un príncipe olvidado, p. 62 (Londres,

Banner of Truth, 1964)


10A veces Spurgeon se refiere a los hipercalvinistas como “esos

calvinistas”. Aunque el contexto indica claramente su significado,


algunos han supuesto, incorrectamente, que estaba denunciando el
calvinismo en sí.
*Un sabatario es alguien que insiste excesivamente en la obser-

vancia del día de reposo.


11Pike: 2:247.
12The Early Years, p. 304.

118 Spurgeon: una nueva biografía


Delante de mí tenía una muestra de aquel que
ara alcanzando al que siega: de alguien que
iba sembrando la semilla, mientras les pisaba
los talones a quienes estaban recogiendo la
cosecha.
Y en nuestra propia vida hemos visto una
actividad así en la Iglesia de Cristo. ¿Habían
oído alguna vez de tanto quehacer como en
nuestros días en el mundo cristiano? Tengo a
mi alrededor hombres con canas que han cono-
cido la Iglesia de Cristo desde hace sesenta
años, y que pueden dar testimonio de que
nunca habían experimentado una vida seme-
jante: con tanto vigor y actividad como existe
en el momento presente.

SPURGEON, enero de 1860


Capítulo 8

Avivamiento
en Londres

D
urante tres años Spurgeon utilizó el Surrey
Gardens Music Hall como recinto para su culto
matutino, y la congregación de la tarde siguió
reuniéndose —aunque terriblemente masificada— en
New Park Street Chapel. Aquellos años fueron de intenso
trabajo al tiempo que de gran bendición.
La congregación atraída al gran auditorio era de
naturaleza bastante inusual: había entre ellos muchas
personas instruidas y de buena posición, así como buen
número de ciudadanos de clase media con suficientes
posesiones como para permitirles un estilo de vida con-
fortable. Pero en aquellos días había en Londres nume-
rosos pobres para quienes la pobreza era su suerte dia-
ria, entre los cuales la enfermedad resultaba frecuente y
la embriaguez, la inmoralidad y el latrocinio abunda-
ban. La vida era difícil, y los suicidios bastante corrien-
tes. La mayoría de aquellas personas se habían visto obli-
gadas a decir hacía mucho: “Nadie se preocupa por
nuestras almas”. Muchos de esos pobres acudían ahora a
escuchar a Spurgeon.
La primera experiencia de bastantes de aquellas per-
sonas con Spurgeon fue durante la epidemia de cólera:
él no había tratado de evitar el contagio, sino que visitó
generosamente las casas de los enfermos. Spurgeon
había mostrado bondad, orado por los afectados, conso-
lado a quienes habían perdido a seres queridos y ente-
rrado a los muertos. Las noticias de su comportamiento
se habían extendido por toda la zona, y las personas le
reconocían como un predicador a quien verdaderamen-
te le importaban.

120 Spurgeon: una nueva biografía


Avivamiento en Londres

El interés por Spurgeon aumentó a causa de la cam-


paña de oposición a él: su nombre estaba en muchas
bocas, y se hablaba tan a menudo de él con desprecio (y
con tan amargas acusaciones) que muchas personas sin-
tieron curiosidad por ir a escucharlo. Además, asistir al
auditorio no era lo mismo que ir a un lugar tan impo-
nente como una iglesia.
Al escucharle, por otra parte, descubrieron que no
utilizaba un lenguaje difícil, sino el de ellos: la lengua
del hombre corriente. Utilizaba palabras que conocían
bien y ejemplos que podían comprender; y parecía
como si se dirigiera a cada uno de ellos personalmente.
Por encima de todo, su mensaje acerca de la nueva vida
que podía obtenerse en Cristo alcanzaba a muchos cora-
zones.
Spurgeon se caracterizaba por un fervor casi indes-
criptible cuando trataba de alcanzar a aquellas personas:
de hecho, en todos los aspectos de su ministerio.
Algunos autores han supuesto que era poco más que
un animador, y lo describen como un hombre que subía
al púlpito con actitud jovial, hacía que los oyentes se rie-
sen y se sintieran bien, y que consideraba la predicación
como una especie de pasatiempo relajado. Nada hay
más lejos de la realidad.
Desde luego que Spurgeon tenía un don humorístico
y que a veces este salía a relucir mientras predicaba.
Cierto ministro escocés, después de escucharle dijo que
animaba su forma de hablar, aquí y allá, con golpes de
ingenio que eran “como el brillo del Sol sobre las ondas
de un río”. Pero de ahí a suponer que Spurgeon conta-
ba chistes en el púlpito o trataba la predicación con lige-
reza es manifestar una completa ignorancia del hombre
en sí y de su concepto del ministerio. Hablando a sus
estudiantes acerca de cómo puede destruirse el benefi-

Spurgeon: una nueva biografía 121


Capítulo 8

cioso poder del púlpito, dijo: “Puede hacerse poniendo


en el mismo a hombres necios, que no tienen nada que
decir pero lo dicen; o a hombres frívolos y livianos que
introducen una broma en la predicación por el hecho
de introducirla”1.
Las payasadas desde el púlpito se ganaban sus críticas
más vigorosas. En su trabajo regular de los domingos,
antes del comienzo de los cultos, Spurgeon pasaba
algún tiempo a solas con Dios, sintiendo la imponente
responsabilidad que conllevaba el predicar el Evangelio
a la raza humana perdida y derramando su alma en ora-
ción. En algunas ocasiones parecía incapaz de salir y
presentarse ante la congregación, y los diáconos tenían
que levantarlo de sus rodillas cuando se acercaba el
momento de comenzar el culto.
Sin embargo, pasaba al frente siempre a su hora y, al
ponerse ante la congregación, experimentaba un gran
sentimiento de “poder de lo alto”. Entonces predicaba
con soltura, dando una enseñanza clara y una exhorta-
ción sincera. Pero tan pronto como el culto había termi-
nado, se apresuraba a ir a la sacristía para gemir delante
de Dios por su sentimiento de fracaso. Sin embargo, no
podía estar a solas mucho rato, ya que llegaban personas
y hacían cola delante de la puerta de la sacristía: algu-
nos, visitantes venidos de lejos que querían saludarlo;
pero otros acudían para contarle que sufrían una aguda
necesidad espiritual y querían que les mostrara la forma
de encontrar al Salvador.
Spurgeon criticaba a la clase de ministro que antes de
predicar puede mostrarse festivo, recibiendo con cor-
dialidad a las personas y, después del culto, es capaz de
reunirse con ellas en actitud jovial a la puerta de la igle-
sia, dando buenas palabras a todos. Su lugar en ese
momento —expresaba— está con Dios: llorando por el

122 Spurgeon: una nueva biografía


Avivamiento en Londres

fracaso de su predicación y rogando que la semilla sem-


brada en los corazones eche raíces y produzca fruto para
vida eterna.
Este fervor caracterizaba todo el culto: el cántico, las
lecturas bíblicas y la predicación; pero era especialmen-
te obvio cuando Spurgeon guiaba en oración a la con-
gregación. A lo largo de todo su ministerio, muchos
comentaron que la forma que tenía de orar les afectaba
más aún que sus sermones. D.L. Moody, después de visi-
tar Inglaterra por primera vez, cuando le preguntaron a
su regreso a América si había oído predicar a Spurgeon,
respondió: “Sí, pero lo que es aún mejor: le he oído
orar”.
Spurgeon pedía que nadie recogiera sus oraciones en
taquigrafía, con el argumento de que la oración es una
actividad demasiado solemne como para ser objeto de
información periodística. Pero hubo ocasiones en que
no se respetó esta petición: su oración en la vigilia de
Fin de Año de 1856 se tomó por escrito, y al leerla pode-
mos experimentar algo del fervor con que se hizo:

¡Oh Dios, salva a tu pueblo! ¡Salva a tu pueblo! Tú has entre-


gado a tu siervo un cometido solemne. ¡Ay, Señor, es dema-
siado solemne para semejante niño! ¡Ayúdalo, ayúdalo con
tu gracia para que lo ejecute como debe! Oh Señor, permite
que tu siervo confiese que sus oraciones no son tan fervien-
tes como lo exigen las almas de su congregación, que no pre-
dica tan a menudo como debería con ese fuego, esa energía,
ese amor verdadero hacia las almas de los hombres. ¡Pero, oh
Señor, no condenes a los que escuchan por el pecado del
predicador, ni destruyas el rebaño por la iniquidad del pas-
tor! Ten misericordia de ellos, bondadoso Señor, ten miseri-
cordia de ellos. ¡Oh Señor, ten misericordia de ellos!
Padre, hay algunos entre ellos que no quieren tener mise-

Spurgeon: una nueva biografía 123


Capítulo 8

ricordia de sí mismos. ¡Cuánto les hemos predicado y hemos


trabajado por ellos! Señor, Tú sabes que no miento: ¡cuánto
he luchado para que fuesen salvos! Pero el corazón es dema-
siado duro para que pueda derretirlo un hombre, y el alma
—como el hierro— demasiado dura para que sangre y carne
sean capaces de enternecerla…
Oh Dios, Dios de Israel, Tú puedes salvar. Ahí reside la
esperanza del pastor, la confianza del ministro: él no puede,
Señor, pero Tú sí. Ellos no quieren venir, pero Tú puedes
hacer que quieran en el día de tu poder; no desean venir a
Ti para que tengan vida, pero Tú puedes atraerlos y ellos
correrán en pos de Ti. No son capaces de venir, pero Tú pue-
des darles el poder de hacerlo; porque, aunque “ninguno
puede venir, si el Padre no lo trajere”, sin embargo, si lo trae,
sí que puede.
Oh Señor, tu siervo ha predicado durante un año más:
Tú sabes cómo. No le corresponde a él defender su causa
delante de Ti […]. Pero ahora, oh Señor, te rogamos: ¡ben-
dice a tu pueblo! Permite que esta iglesia nuestra —tu igle-
sia— siga unida, y que esta noche pueda comenzar una
nueva era de oración. Son un pueblo que ora —¡bendito sea
tu nombre!—, y que ora por su ministro con todo el cora-
zón. ¡Oh Dios, ayúdalos a orar con más fervor! Haz que
luchemos más que nunca en oración, y que asediemos tu
trono hasta que pongas a Jerusalén por alabanza: no solo
aquí, sino en todas partes.
Pero Padre, no es por la iglesia por lo que oramos; no es
por la iglesia por lo que gemimos; es por el mundo. Oh Tú,
fiel Prometedor, ¿acaso no le prometiste a tu Hijo que no
moriría en vano? Dale almas, te lo suplicamos, para que
pueda quedar ampliamente satisfecho. ¿Y no has prometido
que tu Iglesia crecería? ¡Oh, hazla crecer, hazla crecer…! ¿Y
no has prometido a tus ministros que su trabajo no sería en
vano? Pues has dicho que “como desciende de los cielos la

124 Spurgeon: una nueva biografía


Avivamiento en Londres

lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, así


será tu palabra: no volverá a Ti vacía”.
No permitas que la palabra vuelva vacía esta noche: haz
ahora que tu siervo predique una vez más —del modo más
apasionado, con el más ferviente corazón, ardiendo de amor
hacia su Salvador y hacia las almas— el glorioso Evangelio
del Dios bendito. Ven, Espíritu Santo, no podemos hacer
nada sin Ti. ¡Te invocamos solemnemente, grandioso
Espíritu divino! Tú que reposaste en Abraham, en Isaac y en
Jacob; Tú que hablaste con los hombres en visiones noctur-
nas. Espíritu de los Profetas, Espíritu de los Apóstoles,
Espíritu de la Iglesia, sé también nuestro Espíritu en esta
noche: que la tierra tiemble, que las almas se vean capacita-
das para oír tu palabra, y que toda carne se regocije junta-
mente y alabe tu nombre. A Ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
el Temible, sea la alabanza eternamente. Amén2.

En esta oración se manifiesta la esencia de la teología


de Spurgeon: él reconocía que el corazón humano es
rebelde contra Dios y que la naturaleza del pecado es
tan terrible que el hombre no regenerado “no quiere” y
“no puede” venir a Dios por sí mismo. El hombre está
perdido en pecado, y su condición es tal que no tiene la
más mínima posibilidad de ayudarse a sí mismo. Sin
embargo, Spurgeon encontraba seguridad en el hecho
de que en la Cruz, Cristo obtuvo la plena salvación de
todos aquellos a quienes Dios llamase, y que Dios hace
que los hombres que no quieren, quieran “en el día de
su poder”. Él se consideraba responsable de predicarles
el Evangelio —“a toda criatura”— y de hacerlo con tanto
celo como si el resultado dependiera enteramente de él.
Sabía que “la salvación es de Jehová” y que, cuando se
entregaba a aquella imponente tarea, podía confiar en
que la Palabra “no volvería vacía”, sino que Dios la utili-

Spurgeon: una nueva biografía 125


Capítulo 8

zaría para obrar la salvación de las almas. Su teología no


estaba limitada por la respuesta del hombre, sino que
dependía de Dios; y para Spurgeon aquella era una teo-
logía de victoria.
Aquel fervor que Spurgeon manifestaba en la ora-
ción, caracterizaba también a su predicación, cuyo pri-
mer objetivo era traer gloria a Cristo; y hablando de la
tensión que a menudo experimentaba al comenzar a
predicar en Exeter Hall, la Sra. Spurgeon escribía:

Recuerdo […] ese domingo por la noche que predicó acer-


ca del texto: “Será su nombre para siempre”. Era un tema en
el que se deleitaba: constituía su mayor placer el exaltar a su
glorioso Salvador, y en aquel discurso parecía estar derra-
mando su propia vida y alma en homenaje y adoración delan-
te de su misericordioso Rey. Pero realmente pensé que
hubiera podido morir allí, delante de toda aquella gente.
Al final del sermón hizo un gran esfuerzo por recobrar
la voz; pero casi la había perdido y solo pudo oírse esta con-
movedora peroración en sílabas entrecortadas: “¡Perezca mi
nombre, pero que el nombre de Cristo permanezca para
siempre! ¡Jesús! ¡Jesús! ¡JESÚS! ¡Coronadlo Señor de todo!
No se me escuchará decir otra cosa. Estas son mis últimas
palabras en Exeter Hall por esta vez: “¡Jesús! ¡Jesús! ¡JESÚS!
¡Coronadlo Señor de todo!”. Y luego se dejó caer, casi desma-
yado, en la silla que tenía detrás3.

Juntamente con el amor por el Señor, la predicación


de Spurgeon manifestaba un gran amor hacia las almas
de los seres humanos. Su ministerio alimentaba a los
cristianos y reconfortaba a los santos en apuros; pero
sobre todo, suplicaba a los pecadores que vinieran a
Cristo. Uno de sus primeros sermones acababa como
sigue:

126 Spurgeon: una nueva biografía


Avivamiento en Londres

“El que creyere y fuere bautizado será salvo; mas el que no


creyere, será condenado”. Cansado pecador, infernal peca-
dor, tú que eres un paria del diablo, réprobo, libertino, pros-
tituta, atracador, ladrón, adúltero, fornicario, borracho, mal-
diciente, quebrantador del día de reposo… ¡Escucha! Te
hablo a ti y a todos los demás; no exceptúo a ningún hombre,
porque Dios ha dicho que no hay excepción en esto:
“Quienquiera que crea en el nombre de Jesucristo será
salvo”. El pecado no es un obstáculo, ni tu culpa tampoco.
Aunque alguien fuera tan negro como Satanás, tan culpable
como un demonio, si esta noche cree, recibirá el perdón de
todos sus pecados, todos sus crímenes serán borrados, todas
sus iniquidades tachadas, será salvo en el Señor Jesucristo y
se presentará confiado y seguro en el Cielo.
He ahí el glorioso Evangelio: que Dios lo aplique a sus
corazones y les conceda la fe en Jesús4.

Casi todos los sermones contenían, especialmente


hacia el final, un ruego de esta naturaleza: advirtiendo,
pidiendo, suplicando, instando al pecador a venir a
Cristo. Y Spurgeon daba pasos adicionales para dirigir a
las almas que habían venido a Cristo y estaban listas,
pues, para el bautismo y para hacerse miembros de la
iglesia.
No pedía a las personas que pasasen al frente del
auditorio, levantaran la mano, firmaran una tarjeta o
ejecutaran ninguna otra acción exterior; sino que, a lo
largo de todo el sermón —y principalmente hacia el
final del mismo— suplicaba a los oyentes que no eran
salvos que creyesen en Cristo, y esperaba que estos lo
hicieran allí mismo. Otras veces les decía que fueran en
silencio a sus hogares, entraran solos en una habitación,
y buscaran allí al Señor hasta que Él plantara la fe y el
arrepentimiento en sus corazones.

Spurgeon: una nueva biografía 127


Capítulo 8

Durante su primer año en Londres se puso a disposi-


ción de la congregación cada martes por la tarde, para
que quienes se sintieran afligidos con respecto a sus
almas pudiesen recibir consejo, o aquellos que acababan
de conocer a Cristo pudieran contarle su experiencia.
Esas eran gloriosas ocasiones para él: cuando se regoci-
jaba dirigiendo a un buscador a Jesús o escuchando el
testimonio de una vida transformada. A su vez, el martes
por la noche, cuando la iglesia se reunía para el culto de
oración, él presentaba los nombres de aquellos que
tenía razón para creer que habían verdaderamente naci-
do de nuevo, y muchas veces la persona en cuestión esta-
ba allí para contar su experiencia delante de aquel
grupo numeroso. La congregación votaba, entonces, si
debía aceptar a aquellas personas al bautismo y como
miembros; y esa grata tarea era casi la única ocupación
de la iglesia.
No pasó mucho tiempo antes de que el número de
personas que venían a Spurgeon se hiciera tan grande
que este hubo de cambiar su procedimiento. A partir de
entonces, se presentaban los nombres de aquellos que
se sabía eran buscadores o que declaraban haber venido
a Cristo hacía poco, en la reunión del martes por la
noche, y en cada caso se nombraba a un hombre, a
quien la iglesia llamaba “mensajero”, para visitar a la
persona a fin de averiguar, en la medida de lo posible,
su condición espiritual. El mensajero escribía un infor-
me de su encuentro con aquella y lo escribía en el
“Registro de buscadores” que mantenía la iglesia.
El trabajo ejecutado por los mensajeros revela que
estos habían alcanzado una madurez espiritual maravi-
llosa. Indudablemente, cuando Spurgeon llegó a New
Park Street, los hombres de la iglesia estaban poco acos-
tumbrados a tratar con almas que buscaban; pero bajo

128 Spurgeon: una nueva biografía


Avivamiento en Londres

su enseñanza aprendieron a ejecutar aquella delicada


tarea y, si leemos sus informes, no podemos por menos
de asombrarnos de la sabiduría que tenían.
Al entrevistarse con una persona que decía haber lle-
gado a conocer al Señor, el mensajero buscaba tres seña-
les de la verdadera conversión. En primer lugar, ¿había el
individuo, sabiéndose pecador e incapaz de hacer nada
para salvarse, acudido a Dios implorando misericordia?
¿Había encomendado su alma a Cristo por entero cre-
yendo en el mérito salvífico de su muerte en la Cruz? La
experiencia individual de aquella alma con Dios era una
necesidad básica e inalterable, sin la cual no se recono-
cía a la persona como realmente convertida. En segundo
lugar, ¿había llegado la persona en cuestión a una vida
nueva, experimentando un cambio de sentimientos, vic-
toria sobre el pecado, amor hacia la Palabra de Dios y un
deseo de ganar a otros para Cristo? Y en tercer lugar,
¿poseía él o ella una comprensión elemental de las doc-
trinas de la gracia, reconociendo que su salvación no
comenzaba en sí mismo o en su propia voluntad, sino
con la elección y la acción divinas; y que Dios, que lo sal-
vaba, lo guardaría a través del tiempo y de la eternidad?
En los casos que el mensajero quedaba convencido
en estos tres aspectos, expresaba su regocijo en el infor-
me y escribía al final de la página: “Le he dado una tar-
jeta para entrevistarse con el pastor”. Pero si no lo esta-
ba, el informe podía decir —si se trataba de una
mujer—: “Recomiendo que asista a las clases de la Sra.
Bartlett. La visitaré de nuevo dentro de tres meses”. Y en
el caso de un hombre, se dirigiría a este a una de las cla-
ses para varones; y en ocasiones se anotaban dos o tres
fechas adicionales en que se habían llevado a cabo otras
visitas.
Pero había diversos casos cuando el mensajero no

Spurgeon: una nueva biografía 129


Capítulo 8

quedaba convencido de que la persona fuera realmente


salva, y cada año se pegaba en la portada del libro una
“Lista de denegaciones” con entre sesenta y setenta
nombres.
Spurgeon seguía estando disponible cada martes por
la tarde para recibir a los buscadores, pero el trabajo de
los mensajeros ya había contribuido mucho a ahorrarle
tiempo. En varias ocasiones comentó acerca del gozo
que le proporcionaba oír los testimonios de aquellos
nuevos cristianos y, a menudo, se echaba a llorar mien-
tras los escuchaba contar la obra del Espíritu Santo en
sus corazones, sus luchas con el pecado y sus victorias
sobre este, así como su nueva vida en Cristo. Muchos
mencionaban el sermón concreto durante el cual
habían comprendido en su corazón la necesidad que
tenían, y algunos hasta hacían referencia a un versículo
que él había citado o a una simple frase que había dicho
y que fue utilizada por el Señor para despertarlos y traer-
los a sí.
Spurgeon ofrecía aliento y consejo, y en aquellas
entrevistas llegaba a conocer individualmente a las per-
sonas: conocimiento que le capacitaba, aun cuando el
número de miembros alcanzó los 6000, para recordar a
casi todos por su nombre. En diversas ocasiones quedó
tan dominado por el gozo al escuchar los relatos de con-
versión que se olvidaba de la cena, y se sentía apenado
al llegar la hora de la reunión de oración y tener que
dejar a varios individuos para la semana siguiente.
Aquellos nombres se presentaban a la iglesia en la
misma noche, y la congregación se unía al regocijo de
Spurgeon al oír acerca de los nuevos conversos. A varios
de estos se los recibía cada semana al bautismo y pasa-
ban a ser miembros. En ocasiones el número podía ser
tan bajo como doce y muchas veces superaba los veinte.

130 Spurgeon: una nueva biografía


Avivamiento en Londres

Con su extraordinario fervor, Spurgeon no podía por


menos de ejercer gran solicitud en su trato con las
almas: creía verdaderamente en el Infierno, y reconocía
la tremenda responsabilidad que conllevaba dar pie a
una persona para que creyera que era salva si no había
muestras de que así fuese. Además, nunca se permitió
que la pertenencia a la iglesia constituyera una mera for-
malidad. A los miembros se les daban billetes, y en cada
culto de comunión debían presentar uno de ellos; y los
nombres de aquellos que estuvieran ausentes durante
cuatro meses —sin una causa justificada— quedaban eli-
minados. Asimismo quienes dejaban de vivir en Londres
—en aquellos tiempos muchos ingleses emigraban a
Australia, Canadá y otros países— eran borrados, y el
principio de que la feligresía debía ser activa, excepto
en caso de confinamiento por enfermedad, se seguía de
manera inflexible.
Los nuevos miembros eran, en su inmensa mayoría,
personas que no procedían de otras congregaciones,
sino hombres y mujeres que hasta entonces no habían
tenido costumbre de asistir a la iglesia; los cuales iban
(especialmente al auditorio musical), escuchaban el
Evangelio y se convertían. Muchos de estos presentaban
transformaciones maravillosas en sus personas: borra-
chos, prostitutas y ladrones con vidas cambiadas y hoga-
res renovados; hombres y mujeres que en otro tiempo
no conocían a Dios, pero que ahora vivían para el Señor
y le servían gozosos.
La bendición recibida gracias al ministerio de
Spurgeon pronto afectó a otras iglesias. Aunque en un
principio había habido fuertes protestas contra él, a
medida que el tiempo fue pasando y que las personas
leyeron sus sermones y consideraron su obra, empeza-
ron a cambiar de opinión. Para cuando llevaba 3 años

Spurgeon: una nueva biografía 131


Capítulo 8

en Londres, ciertos periódicos escribían acerca de él en


un tono muy favorable, y algunas de las grandes figuras
literarias y políticas del país se dejaban caer a menudo
por sus cultos.
Poco a poco, el fervor de Spurgeon empezó a influir
en la situación religiosa general, y varios ministros que
habían tenido una gran carencia de celo empezaron a
trabajar con diligencia, llevando a cabo esfuerzos espe-
ciales de evangelización en muchas partes, y algunos de
ellos hasta siguieron el ejemplo de Spurgeon y celebra-
ron reuniones en Exeter Hall. Él hablaba de su iglesia
como “la vanguardia de la época”.

No puedo por menos de observar que durante los cuatro o


cinco últimos años se ha producido un cambio maravilloso
en la mentalidad cristiana. La Iglesia de Inglaterra ha expe-
rimentado un avivamiento […]. Se han celebrado cultos
magníficos; y recuerdo cómo Dios nos honró permitiéndo-
nos estar al frente de este gran movimiento. Partiendo de
nuestro ejemplo, este bendito fuego se ha extendido por la
tierra y ha producido un gran incendio. Cuando escuché por
primera vez que había ministros que iban a predicar en
Exeter Hall, mi corazón saltó dentro de mí […]; y al oír que la
abadía de Westminster había abierto sus puertas a la predica-
ción del Evangelio, y luego la catedral de S. Pablo, me sentí
inundado de gratitud y oré pidiendo que solo la verdad que
está en Jesús se predicase en esos lugares5.

Un año después, afirmaba: “Los tiempos de refrigerio


procedentes de la presencia del Señor han llegado por
fin a nuestra tierra: por todas partes hay señales de un
despertar de la actividad y un fervor cada vez mayor. El
espíritu de oración está visitando nuestras iglesias […].
El primer soplo de ese poderoso viento puede verse ya,

132 Spurgeon: una nueva biografía


Avivamiento en Londres

mientras que las lenguas de fuego han descendido evi-


dentemente sobre los futuros evangelistas”6.
Spurgeon hablaba de la bendición que Dios había
otorgado a su ministerio como “una siega, no de veinte,
ni de treinta, sino hasta de hasta setenta por uno”. Sin
embargo, él y su congregación esperaban con impacien-
cia una cosecha aún mayor, porque los días de reunirse
en auditorios alquilados estaban a punto de finalizar. Al
comenzar el año 1861, se aprestaban a entrar en el
nuevo edificio de su iglesia: el gran Tabernáculo
Metropolitano.

NOTAS
1Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon, 6

vols., 3:185 (Londres, Cassel, 1898).


2The New Park Street Pulpit, 1856, p. 43.
3Murray, Iain, ed.: The Early Years, p. 294 (Londres, Banner of

Truth, 1962).
4The New Park Street Pulpit, 1855, 1:40.
5Pike, 2:300.
6The New Park Street Pulpit, 1859, p. v.

Spurgeon: una nueva biografía 133


LARGO PERÍODO DE
MADUREZ EN EL MINIS-
TERIO: 1861-1886
Quiera Dios mandar aquí el fuego de su
Espíritu, y que el ministro se pierda más y más
en su Señor: el orador no será ya tan impor-
tante para mis oyentes y la verdad predicada
lo será más […].
Supongamos que el fuego llegara aquí y
que se viera más al Señor que al ministro:
¿qué sucedería entonces? Pues que esta iglesia
llegaría a los 2000, 3000 o 4000 miembros
[…]. Tendríamos la sala de conferencias que
hay debajo de esta plataforma abarrotada en
cada reunión de oración, y veríamos en este
lugar a hombres jóvenes consagrándose a
Dios; también asistiríamos al levantamiento,
la preparación y el envío de ministros que lle-
varían el fuego sagrado a otras partes del
mundo […]. Si Dios nos bendijera, haría de
nosotros una bendición para multitudes de
personas.
Si Dios manda ese fuego de lo alto, los más
grandes pecadores del vecindario experimenta-
rán la conversión; aquellos que viven en los
antros de vicio serán transformados; el borra-
cho olvidará sus copas; el maldiciente se arre-
pentirá de sus blasfemias; el libertino renun-
ciará a su lujuria…
¡Que los huesos secos resuciten y se vistan
de nuevo!
¡Que los corazones de piedra se transfor-
men en carne!

SPURGEON, de su primer sermón en el


Tabernáculo Metropolitano,
31 de marzo de 1861
Capítulo 9

El Tabernáculo
Metropolitano

S
purgeon llevaba solo dos años en Londres cuando
comenzó a planearse la construcción de una nueva
iglesia de gran tamaño; pero, a pesar del entusias-
mo por su ministerio que manifestaban los diáconos y la
congregación, algunos ponían en duda la prudencia de
tal iniciativa. Solo treinta años antes, el orador presbite-
riano Edward Irving había cautivado a los londinenses y
se le había construido una espléndida iglesia: pero no
tardó en perder el interés del público y había quienes
decían que lo mismo sucedería con Spurgeon, y que su
congregación quedaría, igualmente, con un edificio casi
vacío y una enorme deuda.
Sin embargo, la mayoría estaba decididamente a
favor de sacar adelante el proyecto; por lo que se adqui-
rió una excelente propiedad en Newington Butts —una
zona al sur del Támesis, situada en la concurrida encru-
cijada de tres caminos principales— por 5000 libras
esterlinas. Y se aceptó un diseño con aforo para 3600
plazas y espacio suficiente para albergar a 2000 personas
más en pie y sentadas en asientos provisionales.
La nueva iglesia se llamaría el Tabernáculo
Metropolitano, y Spurgeon dio mucha importancia al
hecho de que la arquitectura fuera griega: una relación
—decía— muy querida para el corazón evangélico, ya
que el Nuevo Testamento se había escrito en griego.
Aquellos arreglos preliminares consumieron mucho
tiempo; pero entre tanto Spurgeon estaba más ocupado,
si cabe, que nunca. Además de otras actividades, ahora
se iba a dirigir a la concurrencia más grande de toda su
carrera. Se había producido un motín en la India contra

138 Spurgeon: una nueva biografía


El Tabernáculo Metropolitano

el dominio británico del país, y se planeó un culto de


humillación nacional, el cual se celebraría en el Crystal
Palace, y el orador sería el único hombre con una voz
suficientemente potente como para llegar a la gigantes-
ca muchedumbre que se preveía: C.H. Spurgeon.
El día anterior a aquel culto, Spurgeon fue al Crystal
Palace para evaluar la tarea que le esperaba. La construc-
ción no estaba concebida para celebrar reuniones y, a
fin de comprobar su acústica, repitió varias veces el ver-
sículo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el peca-
do del mundo”. Un hombre que se hallaba trabajando
en otra parte del edifico escuchó sus palabras, y días más
tarde se acercó a Spurgeon para decirle que el versículo
le había llegado al corazón y venía para conocer al
Señor Jesucristo.
Los asistentes al culto —contados al pasar por los tor-
niquetes de entrada— fueron 23 654: indudablemente
la mayor congregación alcanzada hasta el momento por
voz humana en un lugar cerrado.
Mientras predicaba, Spurgeon criticó las acciones
de Inglaterra en la India, y llamó al arrepentimiento y
la humillación nacional: “En el sermón no hubo pala-
bras de encomio para el Gobierno; Spurgeon denun-
ció su forma de tratar a la India y les recordó que solo
la justicia podía exaltar a una nación”1. Se hizo una
ofrenda destinada a ayudar a las personas heridas en el
motín, la cual ascendió a 675 libras esterlinas. Después
del culto —celebrado un miércoles por la noche—
Spurgeon estaba tan agotado que durmió durante dos
noches y un día. No se despertó hasta el viernes por la
mañana.
El principal proyecto de Spurgeon, por aquel enton-
ces, era recaudar fondos para el nuevo Tabernáculo. El
costo estimado del mismo era de 13 000 libras esterlinas,

Spurgeon: una nueva biografía 139


Capítulo 9

y Spurgeon tenía el principio de que la obra del Señor


nunca debe dejar deudas: aquel sitio tenía que estar
completamente pagado antes de su inauguración, y él
estaba dispuesto cargar con la responsabilidad de pagar
una porción considerable del costo.
Para comenzar, dio una serie de conferencias vesper-
tinas entre semana en el Exeter Hall acerca de cuestiones
de interés educativo general, y en cada reunión se reco-
gió una ofrenda. También decidió aceptar tantas invita-
ciones como le fuera posible de las muchas que recibía
para predicar. Cuando el viaje era corto, lo hacía en
carruaje; pero para los trayectos más largos tomaba el
tren, lo cual podía ser una experiencia sucia y agotado-
ra. Cuando se le alojaba en casa de alguien para pasar la
noche, pedía contar con un “lugar tranquilo” y decía:
“Lo que me cansa es recibir el trato de una celebridad”;
e intentaba huir de la presión de la multitud. Se cuenta
que estando alojado cierta noche en un pequeño hotel,
pidió que lo despertasen a las 5:00 de la mañana para
tomar el tren, y a las 3:00 de la madrugada, un joven
llamó a su puerta y, cuando por fin Spurgeon respondió,
aquel le dijo: “Simplemente quería decirle que solo le
quedan dos horas más para dormir, caballero”.
Al aceptar aquellas invitaciones, Spurgeon proponía
a cada pastor que la mitad del dinero recibido en la
ofrenda se dedicara al trabajo de la iglesia local y la otra
mitad a la construcción de su nuevo Tabernáculo. Aquel
arreglo siempre resultaba satisfactorio; pero en ciertas
ocasiones, advirtiendo alguna necesidad especial
(como, por ejemplo, un granjero que llevaba soportan-
do varios años de falta de cosecha o un ministro que
intentaba criar a su familia con un sueldo de 60 libras
esterlinas al año), dedicaba el total de la ofrenda a suplir
esa necesidad.

140 Spurgeon: una nueva biografía


El Tabernáculo Metropolitano

Este trabajo llevó a Spurgeon a Irlanda para varios


días de reuniones. Al principio muchas de las personas
de allí lo consideraban inferior a su propio gran evange-
lista: Grattan Guinness; pero no pasó mucho tiempo
antes de que olvidaran las comparaciones humanas y se
sintieran muy atraídos por el Evangelio que Spurgeon
predicaba.
La apretada agenda de viajes y predicaciones que se
había fijado pronto resultó ser una carga demasiado
pesada de llevar; y después de su vuelta de Irlanda estu-
vo tan enfermo que, no pudiendo continuar el trabajo,
hubo de quedarse apartado durante casi un mes entero.
Aquella fue la primera indicación del quebrantamiento
de su salud y una señal de que, durante el resto de su
vida, muchas veces tendría que ejecutar su labor en con-
diciones físicas muy difíciles.
Sin embargo, en cuanto pudo, retomó plenamente
su actividad normal; y en la tarde del 15 de agosto de
1859 se ponía la primera piedra del Tabernáculo
Metropolitano. Aunque se trataba de un día laborable
—un martes—, asistieron alrededor de 3000 personas
para la ocasión; y presidió un miembro muy querido de
la nobleza que era cristiano: Sir Morton Peto. Tanto
Spurgeon como su padre hicieron un discurso, y deba-
jo de la piedra se colocó una gran vasija de cerámica
que contenía una biblia, un ejemplar de la confesión de
fe baptista, el himnario del Dr. Rippon y el programa
del acto. Por la noche se celebró otra reunión; y la
ofrenda de aquel día superó con creces las 4000 libras
esterlinas.
Spurgeon también dedicaba al Tabernáculo los ingre-
sos procedentes de la venta de sus sermones. Cada sema-
na se publicaba uno de dichos sermones, el cual se
enviaba luego a suscriptores diseminados por todas las

Spurgeon: una nueva biografía 141


Capítulo 9

Islas Británicas, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.


También se traducían los mismos al alemán, al holan-
dés, al francés, al italiano y al sueco, y su circulación en
América era muy grande. Además, al final de cada año
se publicaba un volumen que contenía cincuenta y dos
sermones, del cual había también una demanda inter-
nacional parecida.
Los americanos no se contentaban simplemente con
leer a Spurgeon, sino que también querían escucharle;
y se le hicieron varias invitaciones para visitar los Estados
Unidos. La primera le ofrecía “10 000 libras esterlinas
por predicar cuatro sermones en el magnífico y espacio-
so auditorio musical de Nueva York”. No sabemos si
decidió aceptar o no, pero un periódico londinense dijo
que lo había hecho, y anunciaba: “Partirá de Inglaterra
en abril y predicará en Rochester, Boston o Filadelfia,
además de en Nueva York”. Otra publicación afirmaba
que no aceptaría las 10 000 libras, sino que correría él
mismo con los gastos. Sin embargo, ambas partes no tar-
darían en descartar la idea.
Cierto joven negro, que había sido esclavo en
Carolina del Sur y escapado de su dueño, estaba enton-
ces en Inglaterra, dando charlas acerca de sus experien-
cias. Como era un cristiano verdadero, Spurgeon le
pidió que asistiera a un culto vespertino para hablar de
sus sufrimientos y de cómo había logrado escapar.
El asunto de la esclavitud estaba, por aquel entonces,
dividiendo profundamente a la sociedad americana y
conduciéndola hacia la guerra civil; y la decisión de
Spurgeon le valió muchas críticas. Muchas personas,
tanto del Norte como del Sur, exigían que declarase
abiertamente su postura al respecto; en respuesta a lo
cual escribió un artículo para cierto periódico america-
no, en el que decía:

142 Spurgeon: una nueva biografía


El Tabernáculo Metropolitano

Detesto la esclavitud con toda mi alma […] y, aunque comul-


go en la Santa Cena con hombres de todas las confesiones,
no tengo comunión alguna, de ningún tipo, con los dueños
de esclavos. Cuando alguno de ellos ha venido a verme, he
considerado mi deber expresarle que detestaba su perversi-
dad y estaría tan dispuesto a recibir a un asesino en mi con-
gregación […] como a un ladrón de hombres2.

Como era de esperar, aquellas declaraciones desper-


taron un vendaval de protesta, especialmente en los
estados del Sur. Se quemaron efigies de Spurgeon en
varios lugares, sus editores americanos suspendieron la
impresión de los sermones y varios periódicos instaron a
los lectores de los mismos a destruir los que poseyeran y,
en lo sucesivo, a renunciar completamente a la compra
de las publicaciones de Spurgeon. Así los ingresos pro-
cedentes de América se vieron sustancialmente mengua-
dos.
Spurgeon sabía que sus declaraciones iban a causar
una gran oposición, de modo que la reacción no le sor-
prendió; pero se sentía tan indignado por la esclavitud
que no podía hacer otra cosa, y aceptó voluntariamente
su pérdida económica. Sin embargo, el dinero siguió lle-
gando regularmente de otros países.
En su labor de predicación del Evangelio y en su
busca de apoyo económico, Spurgeon pasó varios días
en Gales, estuvo en Bristol y Birmingham, e hizo un viaje
a Escocia, ministrando de camino en varios lugares de
Inglaterra. Visitó Europa; fue recibido cariñosamente
en París, donde predicó por medio de un intérprete; y,
como una de las grandes experiencias de su vida, ocupó
el púlpito de Calvino en Ginebra, Suiza. De todos aque-
llos viajes volvió a casa con fondos adicionales para el
nuevo edificio.

Spurgeon: una nueva biografía 143


Capítulo 9

Uno de los diáconos de la iglesia —William Higgs—


era, providencialmente, un próspero constructor, y sien-
do hombre de pronunciado carácter cristiano y también
excelente en su profesión, se le adjudicó el contrato
para edificar el Tabernáculo Metropolitano. Entre
Higgs y Spurgeon se dio la mejor de las relaciones mien-
tras la nueva estructura iba tomando forma piedra por
piedra. La construcción duró cerca de dos años, y el
costo —que se había calculado en 13 000 libras esterli-
nas— ascendió a 31 000.
Inmediatamente antes de que el edificio estuviese listo
para la inauguración, y puesto que no se había consegui-
do la totalidad del dinero, se organizó un gran bazar para
recaudar la cantidad que faltaba. Aquello creó ciertas
dudas en muchos evangélicos de entonces, como sucede-
ría también en la actualidad; pero Spurgeon creía en
aquella práctica y lo recibido del bazar le capacitaría para
inaugurar el edificio libre de deudas.
El primer culto dominical en el Tabernáculo
Metropolitano se celebró el 31 de marzo de 1861.
Naturalmente, aquel fue un día muy especial para
Spurgeon: solo tenía 26 años y, sin embargo, la congre-
gación había crecido, bajo su liderato, de los ochenta
feligreses que había aproximadamente cuando predicó
por primera vez en Londres, hasta llegar a sobrepasar
los 6000; y de New Park Street Chapel habían pasado a este
gran edificio: la mayor iglesia independiente del
mundo. Sin embargo, su gozo no dependía precisamen-
te de aquellos logros, sino del hecho de que ahora ten-
drían un hogar eclesiástico: un edificio donde se con-
centraran las actividades de su congregación, donde
esta fuera edificada en las cosas de Dios, y a donde los
extraños acudiesen en gran número para escuchar el
Evangelio y empezar la vida cristiana.

144 Spurgeon: una nueva biografía


El Tabernáculo Metropolitano

El Tabernáculo estaba admirablemente planeado


para satisfacer las necesidades del ministerio de
Spurgeon: además del nivel de calle o “patio”, había dos
galerías, y el aforo completo era de 3600 plazas. Al final
de los bancos había asientos abatibles, los cuales, cuan-
do se ponían en posición horizontal —sostenidos por
varillas de hierro— tenían capacidad para otras 1000
personas. Y asimismo se contaba con una sala sin asien-
tos, donde cabían, como poco, otras 1000 personas más.
Puede que ciertos informes que hablan de 6000 indivi-
duos apiñados dentro del edificio, sean ciertos.
Detrás del auditorio, a la altura de la primera galería,
había tres sacristías: una en el centro para el pastor y las
otras para los diáconos y los ancianos. Por encima de ese
nivel —paralelamente a la segunda galería— estaba un
salón para las señoras y cuartos destinados al almacena-
miento de biblias y libros para su distribución.
El auditorio no tenía un púlpito propiamente dicho,
sino que desde el frente —a la altura de la primera gale-
ría— sobresalía una plataforma curva, de barandilla
abierta, que contenía una mesa y un sofá para el pastor
y, detrás de esto, una fila de sillas para los diáconos.
Debajo de aquella plataforma de predicación había
otra, de igual tamaño, en la que estaba instalado un bap-
tisterio de mármol plenamente visible para todos (como
quería Spurgeon), sobre el cual se colocaba un suelo
provisional para la celebración de la Santa Cena. En
tales ocasiones, esta área contenía la mesa de comunión
y sillas.
No había ni órgano ni coro, sino que un chantre daba
el tono de cada himno con diapasón y guiaba el canto
con su propia voz. Las personas que querían asistir con
regularidad pagaban trimestralmente su asiento, y eran
admitidos con entradas; otros permanecían fuera hasta

Spurgeon: una nueva biografía 145


Capítulo 9

5 minutos antes del comienzo del culto, momento cuan-


do se levantaban las restricciones y la muchedumbre
entraba en tropel para ocupar el resto del edificio.
Había más de 3000 personas con derecho a asiento, y
el dinero así recaudado constituía el ingreso principal
del Tabernáculo: no había platos para la colecta, ni se
pasaba ofrenda durante los cultos. Spurgeon, por su
parte, no aceptaba salario desde que sus libros y sus ser-
mones empezaron a venderse con tanto éxito. Pero,
cerca de la entrada del edificio, había un cepillo en
donde se podían echar los donativos para el apoyo de la
Escuela Pastoral; es posible que también hubiera otros
destinados a las contribuciones generales.
Puesto que siempre recordaba la tragedia del Surrey
Garden Music Hall, Spurgeon se aseguró de que el
Tabernáculo tuviera una construcción sólida. Además, si
alguna vez se daba el caso de que la congregación tuvie-
ra que ser desalojada del edificio apresuradamente, ello
podía hacerse con rapidez y seguridad, ya que cada gale-
ría contaba con su propio juego de escaleras. Estas eran
del tamaño adecuado y descendían directamente a sus
puertas de salida correspondientes.
Debajo del auditorio había todo un sótano, que
incorporaba un amplio salón de conferencias, extensas
instalaciones de escuela dominical y una cocina bien
provista.
Las reuniones para celebrar la inauguración del
Tabernáculo duraron dos semanas; y las primeras palabras
que Spurgeon pronunció en el nuevo edificio dejaron
bien claros su postura doctrinal y su propósito general:

Quiero proponer que el tema del ministerio en esta casa,


mientras esta plataforma aguante y haya adoradores que acu-
dan, sea la persona de Jesucristo.

146 Spurgeon: una nueva biografía


El Tabernáculo Metropolitano

Nunca me avergüenza confesar que soy calvinista, ni


dudo en llamarme baptista; pero si se me pregunta cuál es mi
credo, digo: “Mi credo es Jesucristo” […]. Jesús, que es la
suma y la esencia del Evangelio, que constituye en sí mismo
toda la teología: la encarnación de toda verdad preciosa; la
personificación gloriosa del camino, la Verdad y la vida3.

Varios otros ministros se unieron a Spurgeon y a su


congregación durante aquellas dos magníficas semanas;
y uno de los días se dedicó a exponer “Los cinco puntos
del calvinismo”, con la presencia de cinco pastores visi-
tantes a los que Spurgeon llamó para que compartieran
con él la predicación en ese día de instrucción y decla-
ración. Él mismo respondió a las objeciones que a
menudo se le hacen a la postura calvinista, afirmando
que la mayoría de los grandes hombres de Dios de siglos
anteriores habían sostenido esta forma de doctrina y
que ese era el conjunto de verdades que Dios había uti-
lizado históricamente para enviar el avivamiento4.
Al iniciar la iglesia su larga historia de trabajo para el
Señor en aquel nuevo Tabernáculo, una de las primeras
actividades fue el bautismo de grandes números de per-
sonas y su aceptación como miembros. En un extremo
del baptisterio había dos casetas empotradas —una a
cada lado—, en las cuales se encontraban dos diáconos
listos para asistir a los candidatos mientras entraban en
la piscina. Otros diáconos guiaban a los hombres hasta
el baptisterio y desde él, y la Sra. Spurgeon hacía lo
mismo con las mujeres. Spurgeon dirigía el sacramento
con magnífica propiedad y todo él resultaba un hermo-
so cuadro de lo que significa ser “sepultados juntamen-
te con él para muerte por el bautismo” y resucitados con
Él para que “también nosotros andemos en vida nueva”.
Un mes después de inaugurado el Tabernáculo,

Spurgeon: una nueva biografía 147


Capítulo 9

setenta y siete personas habían sido recibidas al bautis-


mo y como miembros de la iglesia; y al mes siguiente, se
recibió a otras setenta y dos; y cuando hubo transcurri-
do un mes más, se añadieron otros 121 individuos. Si
tenemos en cuenta las pruebas de verdadera conversión
que exigía Spurgeon —en comparación con los méto-
dos que se utilizan hoy día— estas cifras son aún más
notables. El número de miembros que, a la llegada de
Spurgeon a Londres había sido de 313 —con menos de
un centenar activos—, alcanzaba ahora los 2000 y, una
vez que la iglesia tuvo su propio hogar, la perspectiva de
un crecimiento aún más rápido estaba al alcance de la
mano.
La terminación del Tabernáculo, no solo proporcio-
nó a Spurgeon un sitio adecuado para ministrar, sino
que también dio testimonio de la solidez de su obra. New
Park Street Chapel había resultado siempre tristemente
insuficiente, y tanto el Exeter Hall como el Surrey Hall
eran propiedad de otros. La falta de un lugar de reunio-
nes permanente que perteneciera a la iglesia había dado
fuerza a las afirmaciones de que el ministerio de
Spurgeon no era permanente y pronto declinaría. Pero
ahora, las personas no podían por menos de reconocer
que estaba allí para quedarse. A su vez, la oposición que
había ido menguando gradualmente durante meses, se
hizo aún menor, y la tendencia a aceptarlo y hasta a
admirarlo creció notablemente.
Spurgeon se estableció gozoso en su ministerio del
Tabernáculo: aquel edificio habría de ser el escenario
de su predicación, el centro de su vida y el lugar donde
sucederían múltiples milagros de la gracia divina, hasta
que, treinta y un años más tarde, el viejo guerrero y sier-
vo fiel escuchase la voz que lo llamaba a casa.

148 Spurgeon: una nueva biografía


El Tabernáculo Metropolitano

NOTAS
1Handford, Thomas: Spurgeon: Episodes and Anecdotes of his Busy

Life, p. 34 (Chicago, Morril, Higgins, 1892).


2Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon, 6

vols., 2:331 (Londres, Cassel, 1898).


3Murray, Iain, ed.: The Full Harvest, p. 34 (Londres, Banner of

Truth, 1973).
4Los sermones predicados durante la celebración inaugural del

Tabernáculo se encuentran en The Sword and The Trowel, 1861, pp.


169-200 y 297-344.

Spurgeon: una nueva biografía 149


Lo que se necesitaba era una institución
donde aquellos hombres toscos pero eficientes
pudieran ser instruidos en los rudimentos
básicos de la educación, preparándolos así
para el trabajo de la predicación y el desempe-
ño de las simples responsabilidades pastorales.
Desde el principio, nuestra meta principal
fue ayudar a hombres que, por falta de fondos,
no podían costearse una educación. A estos se
les ha provisto, no solo de clases y libros de
modo gratuito, sino también de comida y alo-
jamiento, y en ciertos casos hasta de ropa y
dinero para sus gastos […].
Jamás se buscó la erudición por la erudi-
ción […], sino que ayudar a hombres para
que fueran predicadores eficientes ha sido, y
siempre será, el único objetivo de quienes se
ocupan de dirigirla. No rechazaré, para
aumentar nuestro prestigio, a hombres pobres;
ni tampoco a jóvenes cristianos fervorosos
cuya educación temprana se haya descuidado.
El orgullo aconsejaría que escogiéramos a una
“mejor clase de hombres”; pero la experiencia
demuestra que […] hay hombres eminente-
mente fructíferos procedentes de todos los nive-
les sociales: los diamantes pueden encontrarse
en bruto.
SPURGEON
Capítulo 10

La preparación
de jóvenes
predicadores

D
urante su primer año en Londres, Spurgeon
conoció a un joven llamado Thomas Medhurst,
el cual se había criado en la iglesia de James
Wells pero no había nacido de nuevo. Recientemente
había hecho algo de interpretación y esperaba ganarse
la vida en el escenario. Sin embargo, al escuchar a
Spurgeon se convirtió y no tardó en experimentar un
gran celo por divulgar el Evangelio; lo cual comenzó a
hacer predicando al aire libre en algunos de los peores
barrios de Londres. Poco tiempo después, Medhurst
trajo a Spurgeon dos conversos, y le pidió que los bauti-
zara; le manifestó con gran fervor la certeza de que Dios
lo había llamado a su obra y expresó su determinación
de dedicar su vida a predicar y ganar almas.
Como otros muchos hombres jóvenes en aquellos
tiempos, Medhurst tenía poca educación y era tosco en
sus formas; sin embargo, Spurgeon creyó que Dios lo lla-
maba y, reconociendo que poseía tanto un verdadero
celo como un don natural para expresarse, sintió la res-
ponsabilidad de ayudarlo. Hizo, pues, los arreglos preci-
sos para que fuera a un internado en Bexley regentado
por cierto ministro, y se comprometió a sufragarle todos
los gastos. Una tarde a la semana, Medhurst iría a visitar
a Spurgeon para recibir instrucción teológica y con res-
pecto al ministerio en general.
En poco tiempo, otros jóvenes, impulsados por el fer-
vor espiritual de la predicación de Spurgeon, expresa-
ron el deseo de recibir esa misma preparación: ellos

152 Spurgeon: una nueva biografía


La preparación de jóvenes predicadores

también eran celosos de Dios y predicaban con asidui-


dad en locales misioneros o escuelas para pobres —o
hasta en las esquinas de las calles—, pero sus carencias
formativas eran igualmente clamorosas. Frente a esta
demanda, Spurgeon comprendió que Dios estaba
poniendo sobre sus hombros una gran responsabilidad:
aunque él no lo había buscado, resultaba evidente que
debía fundar y mantener una escuela de preparación
para el ministerio; con toda la carga y todo el gozo que
una empresa semejante pudiera suponer.
Con esa perspectiva en mente, empezó a buscar a un
hombre capaz de dirigir esa clase de institución. La per-
sona elegida debería ser sana en la fe y poseer tanto
conocimiento teológico como fervor evangélico; y
Spurgeon oró a Dios para que levantara a un hombre
así. Mientras hacía tal cosa, un hombre que poseía aque-
llas cualidades —George Rogers— estaba también oran-
do por una manera de comenzar la tarea a la que sabía
que Dios lo había llamado: preparar a hombres para la
obra del ministerio.
Rogers era congregacionalista, y no aceptaba la pos-
tura de Spurgeon en cuanto al bautismo de creyentes;
pero los dos hombres tenían en común el resto de las
doctrinas, y lograron llegar a un acuerdo. Así, Spurgeon
creó una institución a la que llamó “the Pastors’
College” (La Escuela Pastoral) y nombró como director
de la misma a George Roberts.
Durantes los primeros años, las clases se daban en
casa de Roberts, y los ocho estudiantes se alojaban tam-
bién allí. El propio Spurgeon cargó con toda la respon-
sabilidad económica. La financiación procedía princi-
palmente de los ingresos recibidos de la venta de sus ser-
mones y sus libros; pero poco después de que comenza-
se a funcionar la escuela, estos ingresos se vieron drásti-

Spurgeon: una nueva biografía 153


Capítulo 10

camente reducidos debido a la caída en las ventas en


América. Y aunque él y la Sra. Spurgeon economizaban
al máximo, a menudo pasaron por dificultades. En cier-
ta ocasión, Spurgeon habló de vender su calesín; pero
puesto que no podría arreglárselas sin medio de trans-
porte, Roger le quitó la idea de la cabeza. Entonces, pre-
cisamente en ese momento, la nota de un banquero le
informó de que un donante anónimo había depositado
200 libras esterlinas en la cuenta de la Escuela; y no
mucho después, en el mismo banco, se ingresaron otras
100 libras de la misma manera. Aquellos casos de provi-
sión milagrosa hacían crecer cada vez más la fe de
Spurgeon, y lo capacitaban para creer que Dios supliría.
Con el aumento de alumnos, las clases empezaron a
impartirse en New Park Street Chapel, y los estudiantes se
hospedaban en casa de los miembros de la iglesia. Pero
al inaugurarse el Tabernáculo, la Escuela Pastoral se
trasladó al salón de conferencias de este y a sus salas
adyacentes de la planta inferior, con lo que las instala-
ciones mejoraron ostensiblemente. Además, los diáco-
nos y la congregación del Tabernáculo comprendieron
que la carga se había hecho demasiado pesada para que
su pastor la llevara solo —había por aquel entonces die-
ciséis estudiantes y varios más habían solicitado la admi-
sión—, y acordaron instalar en la iglesia un cepillo para
recoger las ofrendas destinadas a la Escuela.
Spurgeon tenía metas claras para la Escuela Pastoral:
había otras tres instituciones baptistas semejantes en
Inglaterra, pero esta supliría ciertas necesidades que las
otras no satisfacían.
Aunque algunos hombres que asistían a la Escuela
habían crecido en buenos hogares y recibido bastante
educación, la mayoría de los solicitantes eran de condi-
ción más humilde; y por estos se interesaba especial-

154 Spurgeon: una nueva biografía


La preparación de jóvenes predicadores

mente Spurgeon. Quería hombres que: (1) hubieran


nacido verdaderamente de nuevo; (2) hubieran experi-
mentado el llamamiento de Dios al ministerio; y (3) bajo
el efecto de las dos experiencias anteriores, hubiesen
empezado a predicar y llevaran activos cierto tiempo
(preferiblemente dos años) en dicha tarea. Insistía
mucho en que no estaba tratando de “hacer predicado-
res”, sino de ayudar a quienes ya estaban comprometi-
dos con ese trabajo a “llegar a ser mejores predicado-
res”.
El propósito de Spurgeon no era formar eruditos y
poco o nada más que eso —como sucedía con otras
muchas escuelas—. En su Escuela Pastoral, el conoci-
miento constituía el medio para alcanzar un fin: capaci-
tar a hombres para que fueran predicadores eficaces y
fervientes ganadores de almas. Toda la vida de la institu-
ción estaba orientada a la consecución de ese propósito.
La Escuela Pastoral tenía asimismo un claro enfoque
doctrinal: “Se enseña la teología calvinista dogmática-
mente —decía Spurgeon— […]; no dogmáticamente
en el sentido ofensivo, sino como la enseñanza induda-
ble de la Palabra de Dios”1. El Regent’s Park College tam-
bién pretendía ser calvinista en su teología; pero
Spurgeon tenía dudas acerca de si esos conceptos doc-
trinales se enseñaban allí de tal modo que despertaran
el celo evangelístico de los hombres y dieran una pode-
rosa fuerza de convicción al mensaje que estos predica-
ban.
La preparación en la Escuela duraba solo dos años; y
salvo en el caso de unos pocos que podían pagar, las cla-
ses y la comida eran gratuitas, y se proveía a los alumnos
de ropa, libros y hasta de dinero para sus gastos. Allí no
había exámenes, ni ejercicios de graduación, ni se expe-
dían títulos; y la ausencia de tales formalismos habitua-

Spurgeon: una nueva biografía 155


Capítulo 10

les en la vida del estudiante, juntamente con la brevedad


de los estudios, suscitó muchas críticas por parte de
algunas personas ajenas a la institución.
Pero aquella escuela tenía una ventaja sobre las otras:
que era parte de la vida del Tabernáculo, y su asociación
con esa activa y magnífica iglesia le proporcionaba una
abundancia de enseñanza y una inspiración que no se
encontraba en ningún otro sitio. Además, Spurgeon
mantenía una relación personal con todos sus estudian-
tes. Él entrevistaba a los hombres que solicitaban la
admisión y, aunque rechazaba a muchos, aquellos a
quienes aceptaba recibían su caluroso estímulo e inme-
diatamente podían contar con él como amigo: una rela-
ción que continuaría durante todo su tiempo en la
escuela. Los estudiantes iban a él con libertad en busca
de consejo y, si era necesario, de reprimenda; pero
Spurgeon siempre era considerado con las necesidades
de aquellos hombres. En cierta ocasión, por ejemplo,
viendo que un estudiante tenía la ropa tremendamente
gastada, lo paró y le pidió que fuese a hacerle un reca-
do. Dio al hombre una nota y le pidió que la entregara
en determinada dirección, y que esperase la respuesta.
La dirección resultó ser de una sastrería, y la respuesta
un nuevo traje y un abrigo que le proporcionó el sastre.
El comportamiento algo travieso de Spurgeon en este
caso era típico de otros muchos actos suyos llevados a
cabo a favor de sus estudiantes.
Poco después de trasladarse la Escuela Pastoral al
Tabernáculo, Spurgeon empezó sus clases de los viernes
por la tarde —Discursos a mis estudiantes—: algunas de los
cuales se publicaron posteriormente y hace mucho que
gozan de amplia difusión. Él solía decir que la forma de
enseñar en la escuela no era “formal ni dictatorial, sino
familiar y fraternal”; algo especialmente cierto de las

156 Spurgeon: una nueva biografía


La preparación de jóvenes predicadores

reuniones de los viernes por la tarde. Los alumnos


habían llegado al final de una cansada semana de estu-
dio, y la mayoría se estaba preparando también para pre-
dicar el domingo; por lo que Spurgeon introducía deli-
beradamente cierta carga de su humor natural en la pre-
sentación seria que hacía de la obra del ministerio. Uno
de sus estudiantes refería:

En aquellos días el Presidente estaba en su mejor momento:


tenía el paso firme, la mirada clara, el pelo negro y abundan-
te, la voz llena de suave música y de júbilo santo. Delante de
él se reunía un centenar de hombres procedentes de todos
los rincones del Reino Unido, y no pocos de allende los
mares. Los había congregado su mágico nombre y el atracti-
vo de su influencia personal […]. Muchos de los que se sen-
taban ante él eran sus propios hijos en la fe; y entre sus estu-
diantes se encontraba a gusto: como un padre en medio de
su propia familia. Los hermanos le querían y él quería a los
hermanos.
De pronto los ríos de su sabiduría acumulada se desbor-
daban, los fogonazos de su inimitable ingenio alumbraban
cada rostro y su patetismo hacía saltar las lágrimas de todos.
En la vida del alumno escuchar las “charlas a mis estudiantes”
de Spurgeon constituía un hito.
¡Qué sustancioso y sabio discurso el suyo acerca del tema
de la predicación! ¡Con cuánta amabilidad corregía nuestras
faltas y nos animaba a tener una modestia genuina! ¡Qué sar-
casmo empleaba con todos los petimetres y farsantes!
Luego venían sus estupendas imitaciones de los gestos de
cada querido hermano: aquel que intentaba hablar con una
patata caliente en la boca; ese otro que movía continuamen-
te la mano de arriba abajo, de la nariz a la rodilla; un terce-
ro con las manos debajo de los faldones del frac, adoptando
el aspecto de una avecilla de las nieves… Seguidamente,

Spurgeon: una nueva biografía 157


Capítulo 10

aquel otro con los pulgares en las sobaqueras del chaleco,


demostrando el estilo de oratoria del pingüino. De aquella
manera nos ponía el espejo delante para que pudiésemos ver
nuestras faltas; sin embargo, durante todo el tiempo, casi no
podíamos contener la risa. Nos administraba la medicina en
dosis efervescentes.
Después de aquello venía el consejo sabio: tan bondado-
so, grave, benigno, paternal… Y seguidamente la oración,
que nos elevaba hasta el trono de la gracia, donde atisbába-
mos la gloria y hablábamos cara a cara con el Señor mismo.
A continuación tenía lugar el reparto de destinos para el
domingo siguiente; se despedía la clase para ir a cenar y
luego aquellos que querían consejo se acercaban. Algunos
tenían problemas, otros estaban gozosos; y el Presidente
escuchaba con paciencia todas sus historias: tan pronto reía,
como lloraba. Y por fin termina, ya “cansado por el trabajo,
pero no del trabajo”. El sonido de su alegre voz se apaga
poco a poco mientras sube por las escaleras hacia su despa-
cho…2.

Muchos de mis lectores habrán leído Discursos a mis


estudiantes, y recordarán con gozo temas tales como “La
vigilancia propia del ministro”, “El llamamiento al
ministerio”, “Sermones: su temática” y “La facultad de
hablar improvisadamente”. Estas conferencias son
muestra de los criterios de la Escuela; cuando las dio,
Spurgeon contaba solo 34 años de edad.
La Escuela Pastoral tenía ahora tres instructores ade-
más del Sr. Rogers: Alexander Ferguson, David Gracey y
W.R. Selway. Se especializaba en el estudio de la
Teología; pero el curso completo era semejante al de
muchos seminarios, y Rogers ponía en la lista otras asig-
naturas tales como “Matemáticas, Lógica, Hebreo, el
Nuevo Testamento Griego, Homilética, Teología

158 Spurgeon: una nueva biografía


La preparación de jóvenes predicadores

Pastoral y Redacción en Inglés”3. Spurgeon menciona la


Astronomía como parte de los estudios de Física; y algu-
nos de los hombres llegaron a interesarse, como él
mismo, en las estrellas y las leyes que gobiernan los cuer-
pos celestes.
Al trabajo de la Escuela a lo largo del día, Spurgeon
añadía el de las clases nocturnas: los estudios pastorales
regulares para aquellos que no podían estar presentes
en horario diurno. Pero había también clases de carác-
ter más elemental: como Inglaterra no contaba por
aquel entonces con un sistema nacional de educación,
los hijos de las familias más pobres crecían, por lo gene-
ral, con escasa o ninguna formación académica. Muchos
hombres jóvenes estaban desempleados y varios que
tenían empleo no veían posibilidad de salir de la pobre-
za, con largas jornadas laborales y sueldos exiguos. A
causa de su falta de estudios, no tenían prácticamente
perspectiva alguna de mejorar su suerte en la vida.
Spurgeon puso al alcance de tales hombres —particular-
mente de aquellos que eran miembros del
Tabernáculo— una educación básica. Las clases noctur-
nas, como sucedía con aquellas en horario diurno, eran
gratuitas, contaban con cerca de 200 asistentes cada
noche, y muchos hombres jóvenes que se entregaban
con seriedad a los estudios no solo veían su capacidad
mental disciplinada y su conocimiento ampliado, sino
también una mejora en toda su actitud ante la vida.
Muchos, indudablemente, alcanzaron una existencia
mejor gracias a aquellas clases nocturnas; y podemos
estar seguros de que el impacto social de esta obra se
dejó sentir en toda la zona del sur de Londres.
Aunque la Escuela no tenía exámenes, a la mayoría
de los estudiantes les impulsaba el deseo de ganarse la
aprobación de Spurgeon, y cuando salían a la obra eso

Spurgeon: una nueva biografía 159


Capítulo 10

los motivaba más aún. Los graduados de otros semina-


rios entraban por lo general en el ministerio con poca o
ninguna experiencia real de predicación; pero para los
hombres de Spurgeon las cosas eran diferentes, puesto
que habían predicado antes de empezar la Escuela y
durante sus días como estudiantes la mayoría había ejer-
cido casi cada domingo. Cuando comenzaban, pues, a
tiempo completo en el ministerio, lo hacían con una
experiencia considerable en la predicación. Además
tenían fervor espiritual y estaban determinados a ejer-
cer un ministerio vigoroso y sacrificado con el objetivo
de ganar almas.
Había diversas iglesias que querían alumnos de
Spurgeon: algunas bastante grandes, otras más peque-
ñas y otras que estaban pasando por dificultades.
Consciente de las diferentes situaciones, Spurgeon
mismo escogía a los hombres que creía más idóneos
para ellas. Muchos hombres fueron a lugares en donde
no había iglesias y las fundaron; algunos se establecie-
ron en áreas residenciales de clase alta y otros en los
barrios pobres. Los había que iban a los barrios bajos y
allí daban testimonio del Señor, predicaban en las esqui-
nas de las calles, visitaban casa por casa y repartían folle-
tos; luego conseguían algún tipo de lugar de reunión y
congregaban a las personas, los ganaban para Cristo, los
bautizaban y los organizaban como iglesia.
Para 1866, solo en Londres, los discípulos de
Spurgeon habían fundado dieciocho iglesias nuevas;
para ocho de ellas se habían edificado capillas y las otras
diez esperaban poder iniciar la construcción pronto. Se
estaba predicando en otros siete lugares más, con el
plan de organizar pronto en ellos otras tantas iglesias.
Siete iglesias antiguas y en declive se habían avivado; y
entre los otros ochenta antiguos alumnos de la Escuela

160 Spurgeon: una nueva biografía


La preparación de jóvenes predicadores

Pastoral que estaban ministrando en diversas partes de


Gran Bretaña, se daban constantes bendiciones4.
Cierto hombre fue a una iglesia que había quedado
reducida a dieciocho personas; pero en pocos años
había bautizado a 800 individuos (entre los antiguos
alumnos de la Escuela solo se administraba el bautismo
después de que hubiera pruebas claras del nuevo naci-
miento). La mayoría de los discípulos de Spurgeon
seguían los métodos de este para guiar almas a Cristo y
aceptarlas como creyentes.
La Escuela Pastoral añadía un gran peso a la ya one-
rosa carga de responsabilidad que llevaba Spurgeon. Sus
gastos de funcionamiento ascendían a 100 libras esterli-
nas semanales; y el dinero de las ventas en Australia,
Canadá y otros varios países —así como en diferentes
partes de Gran Bretaña— complementaban los donati-
vos de los miembros del Tabernáculo. Sin embargo,
hubo varias ocasiones cuando los fondos parecieron
estar casi agotados y, aunque sufriendo bajo la carga de
la responsabilidad, Spurgeon vio la mano de Dios actuar
en la provisión milagrosa de las necesidades: en ocasio-
nes sin que él supiese siquiera de dónde venía el dinero.
Durante sus primeros meses en Londres, Spurgeon
enseñó a su congregación a contender con Dios en ora-
ción; y aquella forma de orar verdadera siguió caracteri-
zando sus vidas. Esto quedaba patente, de un modo
especial, durante la Semana de Oración con la cual
Spurgeon iniciaba generalmente el año nuevo. A la pri-
mera semana de 1856 asistió un ministro visitante, quien
habló por primera vez de un tiempo dedicado a confe-
sar los fracasos de los pastores:

Se reconocieron pecados de acción y de omisión, negligen-


cias y defectos. Se apeló de manera solemne, sencilla y fervo-

Spurgeon: una nueva biografía 161


Capítulo 10

rosa al examen divino de los corazones; para que los siervos


de Dios no desearan esconder nada de su mirada […]. Y
cuando se pronunciaron las palabras: “¿Soy yo, Señor? ¿Soy
yo, Señor?”, muchos prorrumpieron: “¡Soy yo! ¡Soy yo!”. El
querido pastor de la iglesia del Tabernáculo lloraba como un
niño, y sollozaba en alta voz, mientras que los hermanos en
torno suyo no podían refrenar sus lágrimas y gemidos delan-
te de Dios5.

Luego se oró por las personas en general y “muchos


sintieron que jamás habían visto la expresión de una
pena tan real, terrible y generalizada como la que reco-
rrió los espíritus de aquella vasta asamblea. Dios el
Espíritu Santo estaba allí, y su pueblo tuvo una visión de
sí mismo y de sus caminos a la propia luz de su santidad
[…]. Grandes, en verdad, fueron el alivio y la calma, la
paz que sobrevino tras las dulces palabras pronunciadas
por el Sr. Spurgeon: ‘Hay una fuente sin igual de san-
gre’”6.
Luego se oró por los inconversos: “El ferviente traba-
jo de súplica acabó con el ruego de los pastores Scott y
C.H. Spurgeon a Dios por las almas inquietas y negligen-
tes que se encontraban allí […]; un grupo de cristianos
se retiró a una sala de abajo acompañando a muchas
personas en estado de ansiedad, varias de los cuales reci-
bieron la paz con Dios mediante la fe en nuestro precio-
so Salvador. Desde entonces, el Sr. Spurgeon ha visto a
muchas de ellas y nos cuenta que ha conversado perso-
nalmente con no menos de setenta y cinco buscadores
en un solo día después de aquella reunión”7.
Este informe, aunque en una versión muy abreviada
del magnífico relato original, nos transmite algo del
intenso fervor y de la autenticidad de la fe de la congre-
gación de Spurgeon, y revela asimismo algunos aspectos

162 Spurgeon: una nueva biografía


La preparación de jóvenes predicadores

más de los métodos que este utilizaba para llevar a las


almas a Cristo. Además, aquella forma de orar abriría la
puerta a otras empresas aparte de la Escuela Pastoral:
una revista mensual, un hogar para ancianas y un orfa-
nato para niños necesitados.

NOTAS
1The Sword and The Trowel, 1866, p. 36.
2Murray, Iain, ed.: The Full Harvest, pp. 108-109 (Londres,

Banner of Truth, 1973).


3The Sword and The Trowel, 1875, p. 6.
4Estas cifras provienen de Pike, G. Holden: The Life and Work of

Charles Haddon Spurgeon, 6 vols., 3:15 (Londres, Cassel, 1898).


5The Sword and The Trowel, 1865, p. 68
6Ibíd.
7Ibíd.

Spurgeon: una nueva biografía 163


Es muy probable que todas las grandes empre-
sas que el Tabernáculo ha acometido, y todas
las obras benéficas con que se ha comprometi-
do el Sr. Spurgeon, hayan tenido su origen en
algún artículo aparecido en The Sword and
The Trowel (La espada y la paleta) o bien
hayan dependido principalmente de esa publi-
cación para su sostenimiento prolongado
[…]. El orfanato surgió de un artículo que la
Sra. Hillyard leyó en dicha revista; y el primer
donativo para la construcción de la Escuela
Pastoral y la primera ofrenda para el orfana-
to de niñas, se hicieron como respuesta directa
a un editorial de The Sword and The
Trowel.

RUSSELL H. CONWELL
The Life of Charles H. Spurgeon, 1892
Capítulo 11

Las empresas
spurgeonianas
crecen

E
n 1865, Spurgeon dio otro paso histórico en su
trabajo al comenzar la publicación de una revista
mensual: The Sword and The Trowel (La espada y la
paleta). El título constaba de una segunda línea, que
decía: “Crónica del combate contra el pecado y del tra-
bajo para el Señor”.
En su primer número, la revista hacía una declara-
ción de intenciones:

Nuestra revista se propone informar de los esfuerzos llevados


a cabo por aquellas iglesias y asociaciones que tienen lazos
más o menos estrechos con la obra de Dios en el
Tabernáculo Metropolitano, y defender los puntos de vista
doctrinales y de orden eclesiástico que se reconocen con
toda certeza entre nosotros […].
Sentimos la necesidad de contar con un órgano de comu-
nicación para presentar a los creyentes nuestros muchos pla-
nes para la gloria de Dios y recomendar su apoyo a los mis-
mos. Tenemos tantos amigos, que pueden sostener una revis-
ta; y son tan fervorosos como para necesitarla […].
No pretendemos ser imparciales: si por ello se entiende
carecer de toda seña de identidad o querer agradar a todos
sin distinción de opiniones. Creemos, por lo cual también
hablamos. Hablamos con amor, pero no con palabras suaves
o frases floridas. No buscaremos la controversia; pero tampo-
co la evitaremos si la causa de Dios así lo exige […].
Publicaremos artículos interesantes sobre cuestiones
generales; pero nuestro propósito principal es estimular a los

166 Spurgeon: una nueva biografía


Las empresas spurgeonianas crecen

creyentes a la acción, y proponerles planes con los que pro-


pagar el Reino de Dios […]. Tocaremos la trompeta y guiare-
mos a nuestros camaradas al combate; manejaremos la pale-
ta con mano incansable para la edificación de los muros
derruidos de Jerusalén; y esgrimiremos la espada con fuerza
y valentía contra los enemigos de la Verdad1.

La revista manifestaba en cierto grado la amplitud e


intensidad de la mente de Spurgeon. Cada mes, este
publicaba un artículo de rigurosa importancia bíblica y
espiritual, y con frecuencia comentaba la situación en el
mundo religioso, proporcionando datos y cifras que
demostraban los avances o los retrocesos de las diversas
denominaciones. Había también noticias de la obra del
Señor en el país y en tierras lejanas, con informes acer-
ca de los misioneros que iban o volvían; y cada número
incluía reseñas de libros, casi todas escritas por el propio
Spurgeon. Asimismo, de vez en cuando, aparecía alguna
composición poética suya o un relato de la vida de algún
cristiano destacado de siglos anteriores: uno de los
Padres primitivos, un reformador, o tal vez algún perso-
naje prominente de entre los puritanos.
The Sword and The Trowel añadía mucho trabajo a las
responsabilidades de Spurgeon, que ya publicaba un
sermón cada semana. En 1865 escribió su devocional
Lecturas matutinas y, algo después, Our Own Hymn Book
(Nuestro propio himnario). Fue también por aquel
entonces cuando comenzó a trabajar en la mayor pro-
ducción literaria de su carrera: El tesoro de David, cuyos
siete volúmenes irían apareciendo uno a uno a lo largo
de los veinte años siguientes. Para entonces, el
Tabernáculo se había convertido en una organización
polifacética con diversas actividades que demandaban
su dirección y cuidado.

Spurgeon: una nueva biografía 167


Capítulo 11

En 1865 la Escuela Pastoral contaba con 93 estudian-


tes; además de los 230 de las clases nocturnas. La escue-
la dominical tenía una asistencia aproximada de 900
alumnos, atendidos por 75 profesores; y el informe de
Spurgeon afirmaba: “El Tabernáculo tiene a su cargo
otras escuelas dominicales y para niños pobres que se
sostienen y dirigen en otros barrios”. Después de men-
cionar “una Asociación de Evangelistas que tiene nume-
rosos puntos de predicación en barrios desatendidos
[…], sostenidos por los alumnos de la clases nocturnas”,
el informe proseguía:

El Tabernáculo organiza numerosas clases bíblicas: una se


celebra todos los lunes por la noche, después de la reunión
de oración […]. Algunas de dichas clases están a cargo de los
Sres. Stiff, Hanks y John Olney; todas ellas son fructíferas y
cuentan con numerosa asistencia. La clase para mujeres, a
cargo de la Sra. Bartlett, es tanto la más concurrida como la
más notable en lo referente a sus resultados inmediatos:
tiene cerca de 700 personas y 63 de ellas se han incorporado
a la iglesia durante el año pasado.
En el Tabernáculo tenemos un depósito de la Sociedad
Bíblica donde se pueden adquirir biblias a precio de costo.
También hay una Sociedad de Folletos plenamente operati-
va; una Sociedad para los Judíos, que se reúne una vez al mes;
una Sociedad Benéfica de Mujeres; una Asociación de
Madres; una Sociedad de Obra Misionera y una Sociedad de
Obra de Escuela Dominical, todas ellas en pleno funciona-
miento. Recientemente se ha fundado una Asociación
Fraternal de Ministros […]. Dos misioneros en Londres
están siendo sostenidos actualmente por la iglesia y por los
miembros; así como otros dos en el continente europeo:
ambos en Alemania. También se aporta una ayuda conside-
rable a las misiones en el extranjero2.

168 Spurgeon: una nueva biografía


Las empresas spurgeonianas crecen

Spurgeon demostró una maestría incomparable a la


hora de escoger a personas para las diferentes tareas.
Las actividades se ejecutaban sin fricción alguna y se
mantenía la tranquilidad: no por las órdenes que él
diera, sino por el deseo de las personas de llevar adelan-
te la obra del Señor. No obstante, aquel creciente grupo
de organizaciones era, en última instancia, responsabili-
dad de Spurgeon y, de vez en cuando, este pensaba que
la carga se estaba haciendo demasiado pesada para él.
El nombre The Sword and The Trowel daba una descrip-
ción adecuada del ministerio de Spurgeon, que siempre
estaba en “lucha con el pecado” y en el “trabajo para
Dios”; peleando contra las creencias y acciones erróneas
y esforzándose celosamente por edificar la obra del
Señor.
En 1864 se embarcó en uno de los conflictos supre-
mos de su vida: la “controversia del bautismo regenera-
tivo”. A principios de los años 30 del siglo XIX, había
surgido el Movimiento de Oxford —liderado por John
Henry Newman (más tarde nombrado cardenal)—, en
la ciudad del mismo nombre. Dicho movimiento decía
que, ya que el clero de la Iglesia de Inglaterra admitía
que la autoridad de su ordenación les venía por ser des-
cendientes de la Iglesia católica romana, eran en reali-
dad parte de esta última y deberían volver a ella.
Apoyándose en esto, Newman y otros varios clérigos
guiaron a muchas personas al seno de la Iglesia de
Roma. A su vez, dentro de la Iglesia de Inglaterra,
comenzó a crecer un sentimiento que favorecía el uso
de prácticas y creencias católicas romanas y aceptaba la
idea de que era altamente probable una inclinación
anglicana absoluta hacia el romanismo.
Sin embargo, dentro también de la Iglesia anglicana
había ciertos clérigos evangélicos que se oponían fron-

Spurgeon: una nueva biografía 169


Capítulo 11

talmente a aquellas tendencias romanistas, y Spurgeon


tenía en gran estima a aquellos hombres: en especial a
su líder, el obispo J.C. Ryle. Pero creía que estos obsta-
culizaban la causa evangélica aceptando el “bautismo de
infantes”: un rito —decía— que para los anglicanos sig-
nificaba “regeneración”. Spurgeon consideraba que
dicha práctica enseñaba la “salvación por obras”; lo cual
era una contradicción directa de la “justificación por la
fe” y de la declaración del Salvador que dice: “Te es
necesario nacer de nuevo”.
Hacia el año 1864 Spurgeon pensó que debía expre-
sar su opinión acerca de este asunto, e informó a sus edi-
tores de que el paso que estaba por dar reduciría gran-
demente la venta de sus sermones y sus libros; pero que
no estaba por ello dispuesto a abstenerse de predicar
contra una enseñanza que, según creía, estaba haciendo
errar a millones de personas. Y predicó un sermón titu-
lado: “La regeneración bautismal”.
En dicho sermón, Spurgeon habló con fuerza y con-
vicción declarando que el Libro de Oración Común
anglicano enseñaba que la aspersión de un bebé regene-
raba a este, y denunció tal enseñanza como falsa. Sus
palabras iban dirigidas especialmente contra los clérigos
evangélicos, a quienes acusaba de inconsecuencia por
afirmar que el pequeño estaba regenerado y decir luego
a la persona —cuando crecía— que no lo había sido y
que tenía que convertirse. Una muestra del fervor que
puso en ello puede verse en esta afirmación que hizo:
“Queremos que vuelva John Knox. No me hablen de
hombres afables y moderados, de maneras delicadas y
palabras escrupulosas. Queremos al fogoso Knox y, aun-
que su vehemencia ‘sacudiera nuestros púlpitos’, sería
bienvenido solo por estimular a nuestros corazones a la
acción”3.

170 Spurgeon: una nueva biografía


Las empresas spurgeonianas crecen

De este mensaje pronto se oyó hablar por toda Gran


Bretaña; pero en vez de reducir la venta de sus sermo-
nes, lo que hizo fue aumentarla. Dicho sermón en parti-
cular pronto alcanzó una circulación de 180 000 ejem-
plares y, en poco tiempo, la cifra ascendió hasta los 350
000. Desató una oleada de respuestas: la mayoría contra-
rias; pero también algunas favorables. Spurgeon respon-
dió a varios de sus detractores y llevó la lucha más allá
con tres sermones adicionales: llamando a todos los ver-
daderos creyentes a salir “a Él [a Cristo], fuera del cam-
pamento, llevando su vituperio”.
Aquella acción de Spurgeon le costó muchos amigos.
Lord Shaftesbury, que había apoyado hasta entonces sus
empresas benéficas, le dijo: “¡Es usted verdaderamente
un insolente!”. Y varios clérigos anglicanos, que habían
recaudado dinero para la construcción del
Tabernáculo, se sintieron ahora traicionados; muchos
de ellos eran miembros de la Alianza Evangélica, de la
que Spurgeon también era una figura destacada. Al ser
consciente de que no podía seguir relacionado con ellos
de esta manera, renunció a su pertenencia a la organiza-
ción. Hubo mucho resentimiento contra él por esto; sin
embargo, casi todos los que lo albergaban reconocían
que sus palabras habían brotado de una profunda con-
vicción y que estaban totalmente desprovistas de mali-
cia. Como más tarde revelarían las acciones de muchos,
aún lo admiraban.
Pero aunque Spurgeon blandía de aquella forma la
espada, se ocupaba mucho más de manejar la paleta:
todas sus empresas estaban creciendo y otras nuevas
nacían. Una organización reciente de especial utilidad
era la Asociación de Colportores.
La palabra colporteur era un antiguo término francés
que significa vendedor ambulante. En la época de la

Spurgeon: una nueva biografía 171


Capítulo 11

Reforma se había utilizado para hacer referencia a cier-


tos hombres que iban de un lugar a otro distribuyendo
folletos y vendiendo biblias; y más recientemente se
había aplicado a aquellos que estaban haciendo un tra-
bajo similar en Escocia. Spurgeon había visto ese traba-
jo y sus frutos durante las visitas que hizo a aquella tie-
rra y, a pesar de las muchas actividades de las que ya era
responsable, decidió lanzarse también a esta empresa en
Inglaterra.
Tan pronto como Spurgeon mencionó la idea, cierto
hombre ofreció una suma sustancial de dinero para
comenzar el proyecto: suficiente para comprar un surti-
do de biblias, libros y folletos. Luego, Spurgeon redactó
una declaración de intenciones de la empresa y nombró
a un comité para supervisarla.
Enseguida surgieron hombres dispuestos a ser col-
portores, y Spurgeon acordó recaudar 40 libras esterli-
nas anuales para cada uno de ellos; pero estos tenían
que ganar a su vez por lo menos otras 40 libras, con las
biblias y libros que vendían. La Asociación comenzó con
solo dos colportores; pero el número creció rápidamen-
te, y en el plazo de tres años ya tenía a quince hombres
empleados. Algunos de ellos trabajaban en los barrios
pobres —aun en los barrios marginales— de Londres y
de otras ciudades; pero la mayoría estaban destinados
en pueblos y zonas rurales. El plan consistía en llevar el
mensaje de la Biblia a las partes de Inglaterra inalcanza-
bles por otros medios. El colportor, sin embargo, hacía
mucho más que vender biblias y libros:

Conversa con los residentes acerca de sus almas, ora con los
enfermos y deja un folleto en cada casa rural. Con frecuen-
cia puede celebrar reuniones de oración, cultos al aire libre
y lecturas de la Biblia. Consigue una habitación [un lugar de

172 Spurgeon: una nueva biografía


Las empresas spurgeonianas crecen

reunión] —si es posible— y allí predica; funda Cuerdas de


Esperanza* y colabora en la causa de la religión y de la absti-
nencia de bebidas alcohólicas. Es, de hecho (y ante todo), un
misionero; seguidamente, un predicador; y con el tiempo,
un pastor en el verdadero sentido de la palabra. Contamos
con algunos hombres nobles dedicados a esta tarea4.

A pesar de tener la ayuda de un excelente comité, no


era fácil dirigir este trabajo: con el tiempo, el número de
colportores aumentó hasta cerca de un centenar y, a
menudo, se dieron situaciones cuando la tesorería no
contaba con los fondos necesarios para pagar las 40
libras iniciales para cada hombre. En tales momentos, y
en otros cuando había que tomar decisiones acerca de
cuál colportor se destinaba a una determinada zona o
decirle a un hombre que no era apto para el trabajo, la
responsabilidad recaía sobre Spurgeon; quien también
daba mucho dinero de su propio bolsillo para la empre-
sa y oraba fervientemente por ella.
En cierta ocasión, en un momento cuando se encon-
traba deprimido, Spurgeon exclamó: “¡La Asociación es
un hijo que tengo de sobra! ¡Cómo me gustaría que
alguien me lo quitara de las manos!”. Pero, cuando algu-
no se ofrecía a hacerlo, él lo rechazaba y seguía llevando
la carga él mismo.
Sin embargo, como sucedía con el resto de sus orga-
nizaciones, esta también le producía muchas alegrías.
Spurgeon instituyó la Reunión Anual de la Asociación
de Colportores, para la cual todos los hombres volvían a
Londres y, después de una cordial cena en el
Tabernáculo, informaban acerca de su trabajo. Por regla
general, los colportores hablaban en el dialecto de sus
barrios, lo que añadía colorido al encuentro; y
Spurgeon se sentía “especialmente animado cuando

Spurgeon: una nueva biografía 173


Capítulo 11

referían casos de conversión por medio de la lectura de


sus sermones y de otras obras publicadas”.
A continuación presentamos un ejemplo de los rela-
tos que hacían aquellos hombres.
Describiendo a una mujer perdida, a quien se había
hecho consciente de su pecado a los ojos de Dios y que,
a raíz de ello, se encontraba en una “situación desespe-
rada”, el colportor dijo:

Llamé su atención sobre las muchas promesas e invitaciones


del Evangelio; le vendí “La dulzura de Jesús”, escrito por el
Sr. Spurgeon; y le pedí al Señor que bendijese la lectura de
dicho sermón en su alma.
Si pudiera encontrar un lenguaje lo suficientemente
expresivo, describiría la visita que le hice al día siguiente.
Sosteniendo el sermón en la mano, con voz temblorosa por
la emoción y la cara radiante de felicidad, leyó las siguientes
palabras: “Los corazones son ganados para Cristo por esa
silenciosa convicción que subyuga irresistiblemente la con-
ciencia a un sentimiento de culpa, y por el amor manifesta-
do en el hecho de que el Redentor se haya convertido en el
gran sacrificio sustitutivo por nosotros: para que nuestros
pecados sean borrados […]”.
Luego, reteniendo aún en la mano aquel sermón, me
dijo: “Bendito sea el Señor por siempre: lo he hallado; o
mejor dicho, ¡Él me ha hallado a mí! ¡Soy salva! ¡He sido
indultada, perdonada, aceptada y bendecida, gracias a
Cristo! Ahora entiendo lo que dice el poeta:

Ningún precio traigo a Ti,


mas tu Cruz es para mí.

¡Sí, sí… Jesús murió por mí, y por Él vivo yo!”5.

174 Spurgeon: una nueva biografía


Las empresas spurgeonianas crecen

En cierta ocasión, en la Reunión Anual, Spurgeon


pidió a un colportor que subiera a la plataforma con
su paquete de libros a la espalda e hiciera una demos-
tración del método que empleaba para venderlos. Al
llegar arriba, el hombre puso inmediatamente el
paquete sobre la mesa, escogió un libro y comenzó a
hablar con Spurgeon, diciendo: “Tengo aquí una obra
que le aconsejo encarecidamente que compre. Puedo
hablar bien de ella porque la he leído y me ha hecho
muchísimo bien. El autor es amigo personal mío, y
siempre se alegra de oír que los colportores venden
sus libros, ya que sabe que están llenos del Evangelio.
El título es Trumpet Calls to Christian Energy (Toques de
trompeta a la energía cristiana). El autor es C.H.
Spurgeon, y su precio 3 chelines y 6 peniques. ¿Quiere
comprarlo?”6.
Al auditorio le invadió la risa; Spurgeon se unió a los
demás igual de divertido, se metió la mano en el bolsillo
y le compró el libro.
Es imposible hacer una estimación del ministerio de
los colportores. Aquellos eran días en los cuales la litera-
tura inmoral y atea estaba alcanzando una gran circula-
ción, y se abrían librerías que no vendían otra cosa. Ese
material se filtraba aun en los distritos rurales más atra-
sados: áreas en las cuales, a menudo, la voz del
Evangelio era muy débil. El colportor contrarrestaba
aquella influencia, colocando de casa en casa la Palabra
de Dios y libros que repetían su mensaje; y en muchos
casos ganaba al lector para Cristo.
En 1878, uno de los pocos años de que se conservan
estadísticas, hubo 94 colportores los cuales hicieron la
extraordinaria cantidad de 926 290 visitas. Y este núme-
ro creció más aún en años sucesivos.
En enero de 1866, Spurgeon publicó en The Sword

Spurgeon: una nueva biografía 175


Capítulo 11

and the Trowel, una carta dirigida a todos los miembros


de su iglesia, anunciando una semana especial de ora-
ción.

Día del Señor. El pastor predicará acerca de un tema que suele,


por la gracia de Dios, despertar a quienes dormitan: ya sean
santos o pecadores […].
Lunes. Los responsables de la iglesia se reunirán a las 5:00
de la tarde para buscar la bendición de sus propias almas, a
fin de que puedan estar preparados para la lluvia de miseri-
cordias que confían caerá.
A las 7:00 de la tarde tendremos la reunión de oración.
Sería un comienzo esperanzador si la casa pudiera llenarse
con nosotros mismos para dicha reunión […]. Como nues-
tros amigos estarán más dispuestos a venir si saben que van a
tener sitio, expediremos entradas […].
Martes. Los diáconos y los ancianos invitan a los inconver-
sos a reunirse con ellos a las 7:00 de la tarde. Ya sea que esté
usted preocupado por su alma o no lo esté, le rogamos que
venga y nos permita hablarle de aquellas cosas que redunda-
rán en su paz.
Miércoles. El pastor y los responsables invitan a cenar a los
jóvenes de la congregación a las 5:00 de la tarde, para que
luego puedan escuchar una afectuosa invitación a mirar al
Señor Jesús y ser salvos. Esta reunión no es para los miem-
bros jóvenes sino para los inconversos.
Día del Señor. Los delegados de los responsables de la igle-
sia desean visitar, por la tarde, la clase dirigida por la Sra.
Bartlett, y aquellas del Sr. Dransfield y el Sr. Croker. El Señor
ha hecho prosperar estas obras de amor […].
Lunes. La iglesia se reunirá para dar gracias a Dios, partir
el pan y orar, en el patio [planta principal] del Tabernáculo
a las 7:00 de la tarde; y la congregación objeto de nuestra
ansiosa solicitud queda invitada a llenar las galerías.

176 Spurgeon: una nueva biografía


Las empresas spurgeonianas crecen

Queremos como iglesia que nuestro clamor unido e impor-


tuno ascienda al Cielo […].
Martes. Los diáconos y los ancianos invitan por segunda
vez a los inconversos para levantar nuevamente delante de
ellos a nuestro Señor Jesucristo. La reunión empezará a las
7:00 de la tarde.
Miércoles. El pastor y los responsables invitan a cenar a los
maestros de la escuela dominical, y a todos aquellos miembros
de la iglesia que estén comprometidos con el trabajo de la
misma o de las escuelas para niños pobres. A continuación se
reunirán para tener comunión en la oración y la exhorta-
ción.
Viernes. El pastor y los responsables se reunirán con los
tutores y los estudiantes de la Escuela Pastoral para la cena.
Se solicita mucha oración para que esta importante clase de
obreros cristianos reciba el beneficio de nuestra visita.
Lunes. Reunión de oración, a las 7:00 de la tarde, para los
inconversos; con breves exhortaciones del pastor, los diáco-
nos y los ancianos.
Martes. Cena a las 5:30 de la tarde para los distribuidores
de folletos, evangelistas, misioneros, mujeres de los estudios
bíblicos y demás obreros […].
Miércoles. Reunión de oración en las diversas casas de los
miembros, que se abrirán a las 7:00 de la tarde para la oca-
sión […]. Ansiamos una gran bendición para estas asambleas
caseras.
La serie de reuniones terminará el lunes [siguiente], con
un encuentro para alabar a Dios por las mercedes que la fe
ya prevé de antemano, pero que para entonces se habrán
recibido. “Te ruego, oh Jehová, que nos hagas prosperar
ahora” (Sal. 118:25)7.

Los informes de la semana de oración son una indi-


cación más de la manera como se llevaba a cabo en el

Spurgeon: una nueva biografía 177


Capítulo 11

Tabernáculo la búsqueda de la salvación de los perdi-


dos. Estos métodos producían mucho fruto, no solo en
momentos de especial fervor: la obra del Espíritu que-
daba constantemente manifiesta en una profunda con-
vicción de pecado y en conversiones que transformaban
las vidas. Cada semana varias personas pasaban delante
de la congregación para contar su experiencia de la gra-
cia divina y para ser recibidas al bautismo y como miem-
bros de la iglesia.
Y mientras el Tabernáculo crecía bajo el ministerio de
Spurgeon, también lo hacían otras varias iglesias.
Ya hemos mencionado el trabajo de los estudiantes
de la Escuela Pastoral en cuanto a la fundación de nue-
vas iglesias. Spurgeon se tomó un interés vital en todos
aquellos esfuerzos, ofrendando él mismo para ellos,
recaudando fondos en el Tabernáculo y reclutando ayu-
dantes para los estudiantes de entre las personas de su
congregación. En 1867 informaba de la construcción de
una nueva capilla en cada uno de los siguientes lugares:
Ealing, Lyonshall, Red Hill, Southampton, Winslow y
Bermondsey, y en todos aquellos sitios y en otros más se
le había pedido que pusiese la primera piedra.
Lo llamaban con tanta frecuencia para ejecutar esta
obligación que alguien le regaló una paleta bañada en
plata, y otra persona un mazo de madera noble.
Spurgeon llegó a ser tan experto con estas herramientas
que se “empezó a comentar la pericia de albañil con que
las utilizaba”.
Así que, además de utilizar constantemente la paleta
en sentido figurado —edificando la obra del Señor
mediante la lengua y la pluma—, también lo hacía lite-
ralmente guiando en la construcción de nuevas iglesias.
La estructura del Tabernáculo no tardó mucho en nece-
sitar atenciones: el interior estaba alumbrado con lám-

178 Spurgeon: una nueva biografía


Las empresas spurgeonianas crecen

paras de gas y su combustible no ardía limpiamente,


sino que al hacerlo manchaba las paredes y el techo. El
edificio se utilizaba también de forma intensiva: ya que
estaba abierto todos los días de la semana desde las 7:00
de la mañana hasta las 11:00 de la noche. Para cuando
llevaba seis años de actividad, comenzó a mostrar un
aspecto apagado y deslucido; y como Spurgeon quería
que todo en la obra del Señor estuviera en excelentes
condiciones, en 1867 se acometió una obra completa de
restauración.
El Tabernáculo estuvo en obras durante casi un mes
entero; entre tanto los cultos se celebraban en una nave
gigantesca —el Salón de la Agricultura—, que no estaba
destinado a las reuniones, sino a la exposición de pro-
ductos agrícolas y hortofrutícolas, y que por tanto care-
cía de las condiciones acústicas necesarias para la trans-
misión de la voz. Bastantes personas habían tratado de
utilizar aquel sitio para encuentros, descubriendo que
no podían hacerse oír a más de unos pocos metros de la
plataforma. Sin embargo, Spurgeon decidió utilizarlo y
poner sillas para acomodar a 15 000 asistentes; además
de ello había un lugar de paso donde cabían 2000 o
3000 personas más.
El recinto estaba situado en el norte de Londres, a
varios kilómetros del Tabernáculo: de modo que
muchos de los oyentes habituales de Spurgeon no podí-
an asistir. Esta vez algunos pensaron que estaba inten-
tando algo que le superaba.
Pero la previsión resultó ser falsa, ya que alrededor de
20 000 personas asistían a cada culto, y no hubo nadie
que se quejara de problemas para oír. Muchos que jamás
hubieran ido hasta el Tabernáculo, asistieron allí y escu-
charon el Evangelio. En años posteriores, se aconsejó a
D.L. Moody que utilizara ese mismo edificio para una

Spurgeon: una nueva biografía 179


Capítulo 11

campaña de evangelización, ya que había sido apropia-


do para Spurgeon.
Además de las obligaciones de su ministerio en el
Tabernáculo —con más de 3500 miembros y diversas
organizaciones—, Spurgeon aceptaba constantemente
invitaciones para predicar en otras iglesias. Casi todos
los días, salvo el domingo, salía deprisa hacia alguna
otra iglesia de Londres. A menudo viajaba, ya fuera en
carruaje o en tren, hasta sitios más lejanos.
Asimismo hizo viajes al continente europeo: en 1865
visitó Italia y estableció lazos de amistad duraderos con
los baptistas de allí. En 1866 estuvo de nuevo en Escocia
y dirigió la palabra a la asamblea general de la Iglesia
Nacional Escocesa. En 1867, viajó a Alemania, en donde
predicó, por medio de intérprete, y recaudó dinero para
pagar la deuda de una iglesia recién construida en
Hamburgo. Hubo un pastor, un tal Oncken, que cayó
muy bien a Spurgeon; según este, era un hombre que
sabía orar con extraordinario fervor.
A medida que los años fueron pasando, Spurgeon
contempló el éxito constante de todas las obras de sus
manos: el Tabernáculo estaba siempre abarrotado y las
conversiones y los bautismos en el mismo eran numero-
sos; la asistencia a la Escuela Pastoral alcanzaba su capa-
cidad máxima; los lectores de sus sermones publicados
se extendían a varios países; las suscripciones a The Sword
and The Trowel aumentaban continuamente; y cada año
se incorporaban más colportores a la asociación. Nada
fracasó nunca ni experimentó siquiera una decadencia
transitoria.
Pero las cosas no eran tan prometedoras para el pro-
pio Spurgeon. Hasta entonces había gozado de una
salud y un vigor juveniles, y había podido disfrutar de
una actividad casi ilimitada. Pero su salud física comen-

180 Spurgeon: una nueva biografía


Las empresas spurgeonianas crecen

zaba a decaer y, en octubre de 1867, cuando contaba 34


años de edad, hubo de guardar cama durante cierto
tiempo, por un agotamiento nervioso causado por el
exceso de trabajo. Una vez recuperado, volvió a entre-
garse al trabajo por entero, pero descubrió que estaba
empezando a experimentar dolores en las piernas y los
pies. Su abuelo era víctima de gota reumática desde
hacía mucho, y ahora Charles supo que padecía esa
misma enfermedad: una aflicción que experimentaría, a
veces con intenso dolor, durante el resto de sus días
sobre la Tierra.

NOTAS
1The Sword and The Trowel, 1865, pp. 1-2.
2Ibíd., pp. 174-175.
3The Metropolitan Tabernacle Pulpit, 10:323 (1864).
*Sociedades dedicadas al fomento de la abstinencia alcohólica

(N.T.).
4Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon, 6

vols., 3:164 (Londres, Cassel, 1898).


5C.H. Spurgeon Autobiography, recop. Spurgeon, Susannah y

Harrald, J.W., 4 vols., 3:164-165 (Londres, Passmore and Alabaster).


6Ibíd.
7The Sword and The Trowel, 1866, pp.91-92.

Spurgeon: una nueva biografía 181


Solamente en Londres, 100 000 niños vaga-
bundean miserables, preparándose para ocu-
par su sitio en nuestras cárceles o en alguna
tumba prematura. Son niños de los bajos fon-
dos, que comen poco, viven en lugares inmun-
dos y visten harapos.
El Sr. James Greenwood descubrió a una
familia de seis miembros que vivía en una
pequeña habitación: entre ellos había tres
pequeños, con edades comprendidas entre los 3
y los 8 años, completamente desnudos.
Estaban tan espantosamente sucios que cada
costilla de sus cuerpecitos quedaba claramente
expuesta, y tenían el color de la caoba. En
cuanto asomó la cabeza por la puerta, los
niños huyeron despavoridos hacia la “cama”:
una disposición de borra de olor nauseabun-
do y viejos sacos de patatas.
En el mercado de Covent Garden se reú-
nen los niños sin hogar en torno a un montón
de estiércol, y engullen ciruelas, naranjas y
manzanas desechadas —una supurante
masa en descomposición— con la avidez de
los patos o los cerdos.

Extracto de la reseña que hizo


Spurgeon de
The Seven Curses of London
(Las siete maldiciones de Londres),
escrito por James Greenwood
Capítulo 12

Las Casas de
Beneficencia y
el orfanato

E
l Dr. John Rippon, antiguo pastor de New Park
Street Chapel, había comenzado una obra de asis-
tencia a varias viudas necesitadas y construido un
edificio conocido como las “casas de beneficencia”, en
donde aquellas mujeres vivían de modo completamente
gratuito. También proporcionaba a cada una de ellas
una suma de dinero semanal.
Esta obra funcionaba ya cuando Spurgeon llegó a
Londres, y él estuvo encantado de continuarla. Pero una
vez inaugurado el Tabernáculo, se hizo necesario trasla-
dar a aquellas ancianas a un lugar más próximo y
moderno; por lo que Spurgeon promovió la construc-
ción de un nuevo edificio para ellas.
La nueva estructura constaba de diecisiete casitas, las
cuales, como se hacía entonces, estaban dispuestas en
hilera. A las mujeres que las ocupaban —todas ellas
ancianas—, no solo se les proporcionaba el alojamiento,
sino también la comida, la ropa y otras cosas necesarias.
A esta estructura se añadió luego otra. Spurgeon, siem-
pre preocupado por hacer accesible la educación a los
innumerables niños que crecían sin posibilidad de obte-
nerla, mandó construir una escuela al lado de las Casas
de Beneficencia. Se trataba de una institución que aco-
modaba a cerca de 400 alumnos; y al otro extremo de las
casas, se alzaba también una vivienda para el director de
la escuela.
Las Casas de Beneficencia resultaron ser un gasto
considerable. Spurgeon tenía la esperanza de encontrar

184 Spurgeon: una nueva biografía


Las Casas de Beneficencia y el orfanato

alguna forma de dotarlas de fondos; pero ese dinero no


parecía llegar nunca y, durante años, fue él quien pagó
la calefacción, la luz y otros gastos de su propio bolsillo.
En años posteriores, cuando la congregación del
Tabernáculo le regaló una fuerte suma de dinero en
conmemoración de sus veinticinco años de ministerio
entre ellos —instándole a que la empleara para sí
mismo—, la entregó íntegramente a sus obras de cari-
dad, y las Casas de Beneficencia recibieron la mitad de
la suma total.
Al mismo tiempo que construía las Casas de
Beneficencia, Spurgeon estaba edificando otra institu-
ción mucho más grande que estas: un orfanato.
En 1866, hablando en un culto de oración, Spurgeon
dijo: “Queridos amigos, somos una iglesia enorme y
deberíamos estar haciendo más por el Señor en esta
gran ciudad. Quiero que esta noche le pidamos que nos
conceda alguna obra nueva; y que si necesitamos dinero
para llevarla a cabo, oremos para recibir también los medios
precisos”1.
Pocos días más tarde, Spurgeon recibió una carta de
una tal Sra. Hillyard expresando que tenía alrededor de
20 000 libras esterlinas las cuales quería dedicar a la edu-
cación y la preparación académica de niños huérfanos.
Desde un punto de vista humano aquel era un ofreci-
miento bastante inverosímil. La Sra. Hillyard, viuda de
un clérigo de la Iglesia de Inglaterra, había pedido a un
amigo —un hombre que no era especialmente admira-
dor de Spurgeon— que le recomendara a algún perso-
naje conocido, de total confianza, en cuyas manos
pudiera poner su dinero destinado a los niños huérfa-
nos. E inmediatamente, el otro respondió: “Spurgeon”.
Ella no había conocido al famoso predicador; pero al
escuchar esta recomendación, le escribió de inmediato.

Spurgeon: una nueva biografía 185


Capítulo 12

Y después de algunas cartas más, Spurgeon fue a visitar-


la —como la Sra. Hillyard había solicitado— llevando
consigo a su diácono: William Higgs. A medida que se
acercaban a la dirección que les habían dado, pensaron
que el humilde aspecto de las casas de aquella zona difí-
cilmente sugería que uno de sus ocupantes poseyera
semejante suma de dinero; de manera que, cuando se
encontraron con la Sra. Hillyard, Spurgeon expresó:
—Hemos venido, señora, para hablar de las 200 libras
esterlinas que usted mencionaba en su carta.
—¿Doscientas? —respondió ella—. Yo quería escribir
20 000 libras.
—Desde luego que escribió 20 000 —dijo entonces
Spurgeon—, pero no estaba muy seguro de que no se
hubieran introducido por error uno o dos ceros en la
suma, y preferí no arriesgarme.
Spurgeon intentó no aceptar aquel dinero: primero,
indicando que indudablemente habría algunos miem-
bros de la familia que deberían participar de la caridad
de la Sra. Hillyard; pero ella le aseguró que no estaba
dejando de lado a nadie. Spurgeon sugirió entonces que
tal vez tenía que dar el dinero a George Müller —y le
habló de la gran obra que este hacía en Bristol con los
huérfanos—; pero la Sra. Hillyard se mantuvo firme en
su decisión de dárselo a él para que lo utilizase en bene-
ficio de los niños sin padre; y expresó, además, la certi-
dumbre de que muchos otros cristianos, sin duda, que-
rrían ayudar también.
Spurgeon y William Higgs partieron de casa de la Sra.
Hillyard en su carruaje reflexionando acerca de aquella
reunión de oración cuando habían pedido a Dios que
concediera al Tabernáculo alguna obra nueva y los medios
precisos para llevarla a cabo. El Señor había respondido a
su oración y les había concedido ambas cosas.

186 Spurgeon: una nueva biografía


Las Casas de Beneficencia y el orfanato

Un mes más tarde, Spurgeon compró en Stockwell


(un barrio no muy alejado del Tabernáculo) un solar de
una hectárea para el proyecto; e inmediatamente empe-
zó a afluir más dinero. Hablando a su congregación
algún tiempo después, les recordaba:

Nos reunimos un lunes por la noche […] para orar en relación


con el orfanato; y resultó bastante extraordinario que, el sába-
do de esa misma semana, el Señor impulsara a cierto amigo,
que no sabía nada de nuestras oraciones, a dar 500 libras ester-
linas para ese fin. A algunos les asombró que, el lunes siguien-
te, Dios inspirase a otro para aportar 600 libras; y cuando dije
esto en la reunión de oración posterior, tal vez no se pensara
que el Señor tuviera algo más preparado, y que el martes
siguiente, otro amigo se presentaría con 500 libras más2.

Spurgeon siguió contrastando el método de confiar


en el Señor y verlo suplir de esta manera, con la estrate-
gia generalmente adoptada en círculos cristianos. Si él y
su congregación hubieran de seguir la costumbre cristia-
na, entonces —dijo— tendrían que “estar a la caza de
algunos ingresos regulares, conseguir suscriptores,
enviar recaudadores y pagar nuestros porcentajes; es
decir, no depositar la confianza en Dios sino en nuestros
suscriptores”.
Y cuenta de una vez cuando él y el Dr. Brock, pastor
de la iglesia baptista de Bloomsbury, estaban visitando a
un amigo y Spurgeon expresó su confianza de que Dios
supliría las necesidades del orfanato. El Dr. Brock asin-
tió cordialmente y, mientras hablaban, llegó un telegra-
ma, anunciando que un donante anónimo acababa de
mandar al Sr. Spurgeon 1000 libras esterlinas para este
proyecto. Asombrado, pero lleno de regocijo, el Dr.
Brock comenzó a orar, y Spurgeon comentaría poste-

Spurgeon: una nueva biografía 187


Capítulo 12

riormente: “Jamás olvidaré la oración y la alabanza que


derramó entonces: parecía un salmista dirigiéndose con
todo el corazón y de manera grandiosa […] a Aquel que
es eternamente fiel”.
El orfanato se planeó según algunas ideas que
Spurgeon había concebido: no sería como la institución
para niños necesitados habitual —con los pequeños alo-
jados en un edificio semejante a un barracón, todos con
uniforme y haciendo que se sintieran como objetos de
caridad—. Habría varias casas individuales, unidas entre
sí, formando una hilera continua, en cada una de las
cuales se alojarían catorce niños al cuidado de una
matrona que haría de madre para los jovencitos. Habría
disciplina, educación e instrucción cristiana con bon-
dad, individualidad y buen humor.
Todas aquellas casas estaban patrocinadas por donan-
tes: una se llamaba “The Silver-Wedding House” (La
casa de las bodas de plata), donada por una mujer cuyo
marido acababa de darle 500 libras esterlinas por su
vigésimo quinto aniversario de matrimonio. A otra,
donada por un hombre de negocios, se le puso por
nombre “The Merchant’s House” (La casa del comer-
ciante). William Higgs y sus obreros donaron una terce-
ra: “The Workmen’s House” (La casa de los obreros).
Otra se llamaba “Unity House” (La casa de la unidad),
regalada por William Olney y sus hijos, en memoria de
Unity Olney que acababa de fallecer. “The Testimonial
Houses” (Las casas testimoniales) fueron construidas
con fondos donados por iglesias baptistas esparcidas por
toda Gran Bretaña; y la escuela dominical del
Tabernáculo proporcionó “The Sunday School House”
(La casa de la escuela dominical). Por último, los hom-
bres de la Escuela Pastoral donaron “The College
House” (La casa de la Escuela).

188 Spurgeon: una nueva biografía


Las Casas de Beneficencia y el orfanato

También se edificaron una casa para el director y un


comedor, así como un amplio salón de juegos o gimna-
sio. No pasó mucho tiempo antes de que se añadiera un
hospital privado al que llamaron “La enfermería”. Todos
los edificios estaban sólidamente construidos según el
típico estilo spurgeoniano, y uno no puede por menos
de asombrarse de que Spurgeon se preocupara de que
hubiese una piscina de natación. Le encantaba poder
decir: “Todos los niños han aprendido a nadar”.
En la sala de juntas del orfanato, Spurgeon construyó
una ventana conmemorativa que representaba la reu-
nión que él y William Higgs habían tenido con la Sra.
Hillyard. Aquel fue un digno tributo a la mujer cuyo
deseo de ayudar a los pequeños necesitados había lleva-
do a la fundación de aquella excelente organización.
Dios suplió también un director para el orfanato en
respuesta a las oraciones. Durante varios meses parecía
no encontrarse a ningún hombre idóneo para el cargo,
pero finalmente Vernon J. Charlesworth —el pastor ayu-
dante de una iglesia congregacionalista— atrajo la aten-
ción de Spurgeon. Aunque, como en el caso de Rogers
—de la Escuela Pastoral—, Charlesworth no era baptis-
ta, Spurgeon lo contrató para ese trabajo, y resultó ser la
persona ideal para aquella empresa. Bajo su guía, el
orfanato funcionó con benevolencia, eficiencia y tam-
bién disciplina. Después de varios años, Charlesworth
tuvo la fuerte convicción de que debía ser bautizado, y
Spurgeon se sintió encantado de verlo obedecer así al
Señor. Las cualidades de su carácter influyeron en las
vidas de los niños y las niñas bajo su cuidado, y también
estimuló las oraciones y los donativos de los numerosos
amigos de la institución.
Diez años después de construirse el ala para mucha-
chos del orfanato, se levantó un edificio semejante para

Spurgeon: una nueva biografía 189


Capítulo 12

las niñas. Las dos estructuras, juntamente con la enfer-


mería, formaban un gran cuadrilátero, y la zona en
medio de ellas era un campo de juego, cubierto de hier-
ba y con los bordes adornados de flores y arbustos. ¡Qué
diferencia debieron de sentir muchos de aquellos niños
abandonando sus paupérrimas chabolas sin padre para
ir a aquel lugar, en donde había alimento, cariño y ter-
nura! ¡A un hogar cristiano rodeado de jardines!
Siempre que Spurgeon visitaba el orfanato, los niños
se arremolinaban en torno suyo: los conocía práctica-
mente a todos por su nombre, y siempre tenía un peni-
que —moneda de cierto valor en aquellos tiempos—
para cada uno de ellos. Ponía especial empeño en visitar
a cualquier niño que pudiera hallarse en la enfermería,
orar por él y demostrarle toda la bondad especial que
pudiera.
Los niños procedían de todas las denominaciones:
había negros y blancos, judíos y gentiles, anglicanos,
presbiterianos, congregacionalistas, católicos, cuáque-
ros y baptistas. De cuando en cuando algunos de los
jovencitos se convertían y pedían ser bautizados, y hubo
niños que, al hacerse mayores, experimentaron el llama-
miento de Dios, asistieron a la Escuela Pastoral y poste-
riormente dedicaron su vida al ministerio.
El orfanato fue una prueba duradera de que la fe de
Spurgeon no era mera teoría, sino que producía buenas
obras: aquel era el tipo de proyecto que gozaba de muy
buena consideración entre muchos y hacia el cual
muchas personas se sentían atraídas, tanto para orar por
él como para respaldarlo con sus donativos.
Naturalmente, las Casas de Beneficencia y el orfana-
to eran fruto del cristianismo, y contrastaban claramen-
te con la ausencia de tales instituciones entre los no cre-
yentes. Inglaterra contaba por aquel entonces con sus

190 Spurgeon: una nueva biografía


Las Casas de Beneficencia y el orfanato

asociaciones de librepensadores y de agnósticos, pero


esas organizaciones no hacían nada por ayudar a los
pobres y los afligidos: su esfuerzo iba dirigido a denun-
ciar al cristianismo; pero no entendían lo que era la
abnegación por el bien de los necesitados. Como el levi-
ta de la parábola, “pasaban de largo”.
Pero los cristianos evangélicos hacía mucho que esta-
ban implicados en la construcción de casas para ancia-
nos y niños huérfanos. El Prof. Francke había construi-
do y mantenido un gran orfanato en Alemania, y
George Whitefield había conformado su vida en torno a
un proyecto semejante en la colonia americana de
Georgia. George Müller estaba, asimismo, regentando
un orfanato que acogía a más de 2000 pequeños en
Inglaterra, y el Dr. Barnardo renunció al ejercicio de la
medicina para dedicarse a ayudar a los niños sin hogar.
Otros cristianos menos prominentes estaban ahora
empezando a acometer empresas semejantes.
A un agnóstico que cierto día lo abordó y cuestionó
sus creencias cristianas, Spurgeon le señaló el fracaso de
las organizaciones no cristianas en emprender ningún
programa definido y continuado de ayuda a los miles de
necesitados que tenían a su alrededor. En contraposi-
ción, indicó las obras que brotaban del cristianismo
evangélico, y acabó la conversación parafraseando el
grito triunfal de Elías y afirmando vigorosamente, como
hubiera podido hacerlo él: “El Dios que respondiere por
medio de orfanatos, ¡ESE SEA DIOS!”.

NOTAS
1Murray, Iain, ed.: The Full Harvest, p. 162 (Londres, Banner of

Truth, 1973).
2Ibíd., p. 165.

Spurgeon: una nueva biografía 191


Hace años me solían decir: “Va a quebrantar
su salud predicando diez veces por semana”, y
otras cosas por el estilo. Bueno, pues lo he
hecho, y estoy contento de ello: si tuviera cin-
cuenta saludes, me encantaría quebrantarlas
todas en el servicio de nuestro Señor Jesucristo.
Ustedes, hombres jóvenes y fuertes, venzan al
maligno y luchen por el Señor mientras pue-
dan: jamás lamentarán haber hecho todo
cuanto estaba en su mano por nuestro bendito
Señor y Dueño.

SPURGEON,
“For the Sick and Afflicted”, 1876
Capítulo 13

Luces y sombras

A
partir de finales de la década de los años 60 del
siglo XIX, la vida —tanto para Spurgeon como
para su mujer— se convirtió en una mezcla del
gozo del Señor y sufrimiento por la enfermedad.
La mala salud de Spurgeon se debió en muy buena
medida a la tremenda cantidad de trabajo que intenta-
ba hacer y al fardo de responsabilidad que acarreaba
continuamente.

Nadie que esté vivo sabe los trabajos y las preocupaciones


que he de soportar […]. Debo velar por el orfanato; tengo a
mi cargo una iglesia de 4000 miembros; algunas veces he de
celebrar bodas y entierros; luego está el sermón semanal que
debo repasar, y la preparación de The Sword and The Trowel
para su publicación; y además de todo ello, una media de 500
cartas por semana que responder.
Estas cosas son solo, sin embargo, la mitad de mis obliga-
ciones: ya que hay innumerables iglesias fundadas por ami-
gos con cuyas actividades estoy estrechamente vinculado; por
no hablar de los casos de dificultad que se me refieren cons-
tantemente1.

Spurgeon podría haber enumerado otros muchos


deberes que formaban parte de su carga: las Casas de
Beneficencia, la Escuela para Niños Pobres y la Escuela
Pastoral; además de sus labores literarias y de su predica-
ción diez veces por semana en el Tabernáculo y en otras
partes.
Finalmente, los diáconos se dieron cuenta de que
Spurgeon no podía seguir llevando aquella tremenda
carga en solitario; por lo que indagaron de él acerca de

194 Spurgeon: una nueva biografía


Luces y sombras

un posible ayudante. Spurgeon mencionó a su hermano


James; y ellos, tras obtener de inmediato el acuerdo de
la congregación, pidieron a este que aceptara el cargo.
James Spurgeon estaba muy capacitado para la tarea:
después de licenciarse en Regent’s College, había ejercido el
pastorado durante ocho años. Tenía las mismas conviccio-
nes teológicas y prácticas de evangelización que Charles,
y poseía la suficiente habilidad como predicador para
hacerse cargo del púlpito de un modo plenamente acep-
table en caso de que su hermano tuviera que ausentarse.
Sobre todo, James era un hombre de ferviente espiritua-
lidad y activo en el trabajo de ganar almas.
En vista de las dificultades que tan a menudo surgen
entre un pastor ayudante y el pastor titular, Charles
pidió muy sabiamente a los diáconos que especificaran
los términos de la asociación de su hermano con el
Tabernáculo: había de ser su copastor, pero responder
ante Charles; y le señalaron que en caso de que este últi-
mo muriera, no asumiría necesariamente el pastorado
de la iglesia.
James estuvo completamente de acuerdo con estos
términos y, a comienzos de 1868, se hizo cargo de sus
nuevas obligaciones. Era un excelente hombre de nego-
cios y llegó a tener prácticamente el control de todas las
empresas de Spurgeon. Se le traspasaron los numerosos
detalles y decisiones del funcionamiento del
Tabernáculo y de sus diferentes organizaciones; y
Charles se sintió encantado de quedar liberado de estas
cuestiones.
Spurgeon empezaba a tener más hombres que le asis-
tían en otras áreas: hacía algún tiempo que J.L. Keys era
su secretario, y ahora Charles contrató a un segundo
ayudante —J.W. Harrald—, para que asistiera con ese
trabajo. Poco tiempo después descubrió que no podía

Spurgeon: una nueva biografía 195


Capítulo 13

seguir llevando él solo toda la carga de The Sword and


The Trowel, de modo que obtuvo los servicios de G.
Holden Pike como asistente de redacción.
Spurgeon recibía también mucha ayuda de los diáco-
nos y los ancianos. Los primeros habían sido, original-
mente, los únicos responsables máximos de la iglesia;
pero, a medida que la congregación iba creciendo, se
añadió el cargo de anciano. A finales de la década de
1860, había diez diáconos y veinte ancianos.
Los diáconos se ocupaban de las cuestiones materia-
les (las finanzas y los aspectos físicos del Tabernáculo);
mientras que las responsabilidades de los ancianos eran
especialmente de carácter espiritual, y cada uno de ellos
tenía asignado cierto número de miembros a quienes
debía visitar y en los cuales había de tomar un interés
pastoral continuo. Spurgeon solía visitar con diligencia
a la congregación cuando los miembros eran pocos;
pero al llegar a los 2000 y los 3000 feligreses, la tarea le
sobrepasó y los ancianos se hicieron cargo de práctica-
mente toda la visitación pastoral.
Aun durante los períodos de enfermedad que ahora
empezaban a ser mucho más frecuentes en la vida de
Spurgeon, el trabajo del Tabernáculo se desarrollaba sin
problemas. El copastor, los diáconos y los ancianos tra-
bajaban en feliz armonía; y Spurgeon podía estar siem-
pre tranquilo, sabiendo el amor personal que le profesa-
ban y conociendo su indefectible celo por el Señor.
En la década de los 60 del siglo XIX buena parte de
los Estados Unidos recuperó una actitud afectuosa hacia
Spurgeon, y la oposición que antes había habido a su
postura contra la esclavitud remitió en gran medida.
Numerosas personas de varios estados habían acudido a
escucharlo mientras se encontraban de visita en Gran
Bretaña, y uno de sus mejores amigos americanos era

196 Spurgeon: una nueva biografía


Luces y sombras

H.J. Heinz, el fabricante de conservas. El Sr. Heinz era


un fervoroso cristiano, y siempre que estaba en
Inglaterra visitaba el Tabernáculo: disfrutaba de la amis-
tad personal con Spurgeon y hablaba de él como “el
hombre más humilde que jamás haya conocido”.
Los norteamericanos seguían sin conformarse con
conocer a Spurgeon solo de lejos, y muchos querían
oírle hablar en persona. Así, a finales de la década de los
60, le invitaron nuevamente a visitar los Estados Unidos.
La invitación fue cursada por el Lyceum Bureau, una
organización de Boston que organizaba giras de confe-
rencias, y que le pidió que fuese a dar charlas tan a
menudo como quisiera por unos honorarios de 1000
dólares por conferencia; con la única estipulación de
que diera al menos veinticinco charlas2. En aquellos
tiempos, 1000 dólares equivalían a 200 libras esterlinas.
La oferta americana era sumamente generosa y demos-
traba el deseo que había de escuchar a Spurgeon.
Indudablemente a Spurgeon le hubiese gustado ir a
América, pero la forma de la invitación no le satisfacía:
en primer lugar, el elemento financiero era demasiado
fuerte —implicaba que lo que le motivaba principal-
mente era el deseo de ganar dinero— y señalaba una
desviación de su práctica habitual, ya que no se le pedía
que predicase sino más bien que diera conferencias; y
luego estaba la cuestión de su mala salud. Pero el ofreci-
miento le intrigaba, y llegó a comentar a su congrega-
ción: “Podría haber vuelto a casa con […] 40 000 libras
en el bolsillo”. Aunque algunas personas le instaban a
que aceptara, él respondió cortésmente declinando el
ofrecimiento.
Fue oportuno que no partiera para los Estados
Unidos en esta ocasión, ya que por aquel entonces la
Sra. Spurgeon cayó gravemente enferma.

Spurgeon: una nueva biografía 197


Capítulo 13

Aquellos fueron días aciagos tanto para el marido como para


la mujer: ya que una grave enfermedad había invadido mi
cuerpo y no se podía hacer mucho por aliviar aquel dolor
intenso y agotador que me causaba. Mi querido esposo, siem-
pre tan enteramente entregado a los negocios de su Señor,
lograba sin embargo pasar muchos momentos preciosos a mi
lado, en los que me contaba cómo estaba prosperando la
obra de Dios en sus manos. Ambos compartíamos muestras
de solidaridad con el otro: él me consolaba en mi sufrimien-
to, y yo le alentaba en su trabajo3.

La casa donde vivían los Spurgeon —Helensburgh


House— no beneficiaba a la salud de ninguno de ellos:
se estaba quedando anticuada y le faltaban las comodi-
dades apropiadas. Esto impulsó a algunos de sus amigos
a suplir el dinero para una nueva vivienda. El diácono
Higgs sería quien la construyera, y su hijo —que era
arquitecto— fue el encargado de diseñar una hermosa
casa. Así, pues, se empezaron las obras para derribar la
vieja Helensburgh House y construir, en el lugar que esta
había ocupado, la nueva vivienda.
Mientras se llevaba a cabo la construcción, la Sra.
Spurgeon vivió en Brighton, y su marido iba y venía en
tren tan a menudo como le era posible. Pero durante las
semanas que ella pasó allí, su dolencia empeoró cada
vez más.
Hacía algún tiempo, Sir James Simpson, un cristiano
fervoroso y renombrado médico descubridor del cloro-
formo, les había ofrecido sus servicios profesionales de
manera gratuita, y ahora Spurgeon aceptó su ofreci-
miento. Sir James llevó a cabo las intervenciones qui-
rúrgicas necesarias y la operación se consideró un per-
fecto éxito; pero, debido a la falta de conocimientos
médicos en aquellos días, la recuperación de la Sra.

198 Spurgeon: una nueva biografía


Luces y sombras

Spurgeon fue muy lenta y ella quedó medio inválida.


Después de varias semanas regresó a Helensburgh
House; y para su deleite y sorpresa, no solo se encontró
con una casa totalmente nueva, sino también con que su
marido había ideado muchos detalles especiales para su
comodidad. Spurgeon menciona ciertos muebles que
compró entonces para ella, y Susannah comenta que,
junto al despacho de su esposo, había una salita acondi-
cionada para su propia utilización. Le encantó, particu-
larmente, su ingeniosa rinconera; cuyas puertas, al
abrirse, descubrían un elegante dispositivo para lavarse,
con instalación de agua fría y caliente: un equipo nada
corriente en aquellos días, y que le resultó gratamente
conveniente a la enferma.
El nuevo hogar supuso también una gran ayuda para
Spurgeon; ya que le proporcionó un despacho adecua-
do para su polifacética actividad y, asimismo, lo suficien-
temente grande para dar cabida a los centenares de
libros que tenía. Parece ser que el exterior de la propie-
dad fue totalmente replantado, y George Lovejoy —el
“hombre” de Spurgeon— estaba allí para cuidar del
mismo. Se había acondicionado una zona llana para
jugar a los bolos sobre hierba, un deporte que le gusta-
ba mucho a Spurgeon, principalmente porque había
sido el pasatiempo favorito de los puritanos.
A pesar de la enfermedad de su mujer, Spurgeon
trató de mantener su formidable programa de activida-
des; pero le resultó imposible y pronto tuvo que guardar
cama muy enfermo. Después de un tiempo ausente de
su púlpito y viéndose forzado a dejar sin hacer sus tare-
as literarias, afirmó respecto a su dolencia en The Sword
and The Trowel de octubre de 1869:

La dolorosa indisposición del director obliga a este a renun-

Spurgeon: una nueva biografía 199


Capítulo 13

ciar a sus notas habituales de cada mes, y también a la expo-


sición de los Salmos. La presión excesiva del trabajo ha pro-
ducido un trastorno cuya raíz es menos física que mental. El
dolor extenuante, unido a una relativa aflicción y una res-
ponsabilidad cada vez mayor, constituye un fardo bajo cuyo
peso la fuerza del mortal, por sí solo, no puede más que
doblegarse. Nuestro gozo y nuestra alegría están en un Dios
plenamente suficiente como el nuestro4.

Después de varios días de sufrimiento, Spurgeon se


recuperó lo suficiente como para poder reanudar su tra-
bajo; pero dos o tres meses más tarde enfermó de virue-
la, y mientras se restablecía de esta enfermedad sufrió
un ataque de gota muy fuerte.
De este ataque no dice nada, pero luego le seguirían
otros. Acerca del que padeció en 1871, hizo una descrip-
ción en cierta carta dirigida a su congregación que nos
transmite una idea de la clase de sufrimiento que había
experimentado.

Queridos amigos:
El horno aún está al rojo vivo a mi alrededor: desde la
última vez que les prediqué, he decaído mucho, mi carne se
ha visto torturada de dolor y mi mente postrada por la depre-
sión. Sin embargo, en todo ello, veo la mano de mi Padre y
me someto a ella […]. Escribo estas líneas, con cierta dificul-
tad, desde mi cama, mezclándolas con los gemidos de dolor
y los cánticos de esperanza.
Aun en el caso de darse las circunstancias más favorables,
pasará bastante tiempo antes de que me vean de nuevo, ya
que los médicos más reputados están de acuerdo en que lo
único que puede restaurarme es un largo descanso —me
gustaría poder decir otra cosa—. Tengo el corazón en mi tra-
bajo y con ustedes […]. Cuando pueda moverme deberé par-

200 Spurgeon: una nueva biografía


Luces y sombras

tir: intento descargar todas mis preocupaciones en Dios,


pero a veces temo que sean esparcidos. ¡Oh, hermanos que-
ridos, no se aparten, porque eso me partiría el corazón! […].
Los fondos del orfanato están en el nivel más bajo de estos
dos últimos años: Dios suplirá, pero ustedes saben que son
sus mayordomos.
Ya sé que oran por mí […]. Estoy como una vasija de alfa-
rero cuando se halla completamente rota, inútil y desechada.
He pasado noches en vela y días de llanto; pero espero que
esa nube esté pasando. Desgraciadamente solo puedo decir
esto de mi leve aflicción personal; pero hay alguien cercano
a mi corazón cuyas penas no se alivian con una esperanza
así5.

Observamos la forma en que habla de que su mente


está “postrada por la depresión”. En algunas personas la
gota produce irritabilidad; pero en el caso de Spurgeon
esta iba acompañada de una depresión muy severa.
Spurgeon permaneció fuera de su púlpito durante
siete semanas; y cuando volvió hizo referencia a lo que
había pasado. En cierto artículo de su revista, explicaba:

Es un alivio poder cambiar de lado cuando se está en la cama


[…]. ¿Han pasado alguna vez toda una semana del mismo
lado? ¿Han tratado de volverse y sentido que estaban comple-
tamente desvalidos? ¿Les han levantado otros y, con su bon-
dad, no han hecho más que demostrar el desgraciado hecho
de que tienen que volver a ponerles otra vez en la posición
anterior porque, por muy mala que fuera, era preferible a
cualquier otra? […]. Algunos sabemos lo que es anhelar dor-
mitar noche tras noche sin conseguirlo […]. ¡Qué alivio ha
sido para mí el tener únicamente una rodilla torturada cada
vez! ¡Qué bendición poder volver a poner el pie en el suelo
aunque solo fuera por un minuto!6.

Spurgeon: una nueva biografía 201


Capítulo 13

Spurgeon describió desde su púlpito cómo le había


suplicado a Dios cuando se encontraba en su peor
angustia.

Cuando […], sufriendo dolores atroces, no podía soportar-


lo más sin gritar, les pedía a todos que salieran de la habita-
ción y me dejasen solo. Entonces lo único que le decía a
Dios era: “Tú eres mi Padre, y yo soy tu hijo; y Tú, cual
Padre, eres tierno y estás lleno de misericordia. Yo no podría
soportar ver a mi hijo sufrir como Tú me haces sufrir a mí;
y si lo viera tan atormentado como yo lo estoy ahora, haría
cuanto pudiese por ayudarle […]. ¿Padre, esconderás tu ros-
tro de mí? ¿No apartarás tu pesada mano de sobre mí y me
mostrarás una sonrisa en tu semblante?” […]. Apelaba a su
paternidad con verdadero fervor: “Como el Padre se compa-
dece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen”.
Si es un Padre —suplicaba yo—, que se muestre como tal; y,
cuando volvían los que me cuidaban, me aventuraba a decir:
“Jamás volveré a pasar por esta angustia […], porque Dios
ha oído mi oración”. Bendigo a Dios porque el alivio llegó y
aquel dolor terrible no volvió más. La fe lo dominó echan-
do mano de Dios tal y cómo se ha revelado en su carácter: el
carácter en que mejor podemos apreciarlo en nuestra hora
más sombría […]. Aún nos es posible decir: “Padre nues-
tro”; y cuando está muy oscuro y nos sentimos tremenda-
mente débiles, lanzar al Cielo nuestra súplica infantil:
“¡Padre, ayúdame! ¡Padre, rescátame!”7.

Spurgeon estaba aún muy débil y necesitaba un con-


siderable período de descanso; pero eso no era posible
mientras permaneciera en Inglaterra. De modo que,
antes de la llegada del invierno —en noviembre de
1871—, partió para Italia. Debido a la barrera de la len-
gua, en aquel país no podía predicar a menudo, y cam-

202 Spurgeon: una nueva biografía


Luces y sombras

bió la humedad y el frío de Inglaterra por el sol y el cáli-


do clima meridional. Tras seis semanas de vacaciones
pudo volver a casa, listo para reanudar su trabajo con
mejor salud y unas energías renovadas.
La Sra. Spurgeon se sentía demasiado enferma para
acompañar a su esposo. “Estas separaciones —escribía
ella— eran muy dolorosas para dos seres tan tiernamente
unidos como nosotros; pero cada uno sobrellevábamos
nuestra parte de pena de la manera más heroica que
podíamos, y la suavizábamos, en la mayor medida posible,
por medio de una correspondencia epistolar constante”8.
Él le escribía todos los días y, puesto que poseía un don
considerable para dibujar, incluía en muchas de sus car-
tas un boceto de los lugares que visitaba: “De los lugare-
ños, la vestimenta, los paisajes, los árboles, los pozos o
cualquier cosa que le llamara la atención”.
Spurgeon fue a Italia acompañado de su editor
(Joseph Passmore) y otros dos amigos. Visitaron Roma,
Nápoles, Pompeya y la isla de Capri; disfrutando tanto
del panorama como del buen tiempo. En su viaje de
vuelta pasaron unos días en cierto lugar llamado
Menton, en la costa meridional de Francia, y a Spurgeon
le gustó tanto aquel sitio que declaró: “Está ideado para
hacer que un hombre enfermo desborde salud”. Quedó
tan encantado con aquel soleado lugar que, de allí en
adelante, volvería casi todos los inviernos. Sería allí, en
1892, donde pasaría sus últimos días sobre la Tierra.
En el viaje de regreso a Inglaterra sufrió de nuevo un
fuerte ataque de gota, y quedó postrado en cama en
Cannes durante la mayor parte de una semana.
Spurgeon cuenta esta anécdota de cuando hubo mejo-
rado lo suficiente como para proseguir: “Una señora me
prestó su silla de ruedas [una silla cubierta] para ir a la
estación, y los mozos de cuerda me subieron al tren. Allí

Spurgeon: una nueva biografía 203


Capítulo 13

conté con un hermoso sofá-cama y todas las comodida-


des”9. Dormir aún le resultaba difícil; pero a medida que
iban llegando al final de su viaje a través de Francia, y se
aprestaban a cruzar el canal de la Mancha, Spurgeon le
contó a Susannah lo siguiente en una carta: “Ahora
puedo andar un poco, y espero encontrarme bien para
el domingo […]. Estoy verdaderamente agradecido al
Señor por su bondad; aun así, ‘no hay nada como estar
en casa’; lo cual me llena de un amor profundo y apasio-
nado. ¡Que Dios te bendiga siempre!”10.
En vista de la larga enfermedad de Spurgeon —y de
aquella de su mujer—, resulta difícil creer que poseyera,
como muchos pensaban, algún “don de sanidad”. La
mejor información disponible sobre este asunto se
encuentra en Life of Spurgeon (La vida de Spurgeon), de
Russell Conwell; particularmente en el capítulo titulado:
“Wonderful Healing” (Sanidad maravillosa).
Aquella idea surgió durante la epidemia de cólera.
Como vimos, Spurgeon visitaba entonces muchos hoga-
res en donde la enfermedad hacía estragos, y allí oraba
pidiendo que los afectados se curaran. En muchos casos
el mal se detenía cuando alguien estaba cercano a la
muerte y, no mucho después, la persona recuperaba su
salud. Las personas estaban seguras de que aquello suce-
día como resultado de la oración.
Durante los años que siguieron, Spurgeon oró por
personas con diversos tipos de enfermedades y, aunque
en muchos casos no hubo mejoría, en otros se constató
una recuperación aparentemente milagrosa. El Dr.
Conwell examinó varias de estas experiencias y, en 1892,
el año cuando murió Spurgeon, declaraba:

En el Tabernáculo Metropolitano viven y dan culto hoy día


cientos de personas que atribuyen la prolongación de sus

204 Spurgeon: una nueva biografía


Luces y sombras

vidas al efecto de las oraciones personales del Sr. Spurgeon.


Cuando estaban enfermos y próximos a la muerte, él apare-
ció, se arrodilló junto a sus camas y oró por su recuperación.
Inmediatamente la salud empezó a volver, el pulso febril se
calmó, la temperatura se redujo y todas las actividades corpo-
rales reanudaron su funcionamiento normal en un plazo
corto e inesperado. Si se convocara una reunión de todos
aquellos que atribuyen su restablecimiento a la oración del
Sr. Spurgeon, dicha reunión se convertiría en uno de los tri-
butos más merecidos que pudiera rendirse a su memoria11.

Y Conwell pasa a relatar siete casos específicos en que


la sanidad se consideró como una respuesta a las oracio-
nes de Spurgeon. “La creencia en el poder sanador del
Sr. Spurgeon se convirtió, entre algunas clases de perso-
nas, en una clara superstición, y este tuvo que deshacer
aquellas falsas y extravagantes impresiones […] mencio-
nando el asunto desde el púlpito, y reprendiendo las
teorías de los extremadamente entusiastas. Pensaba que
la cuestión estaba empezando a parecerse a lo que ocu-
rría con los santuarios de la Iglesia católica europea”12.
Spurgeon declaraba que el asunto de la sanidad divina
era un misterio bastante grande para él, y decía que
oraba por lo relacionado con la enfermedad del mismo
modo que lo hacía por todo lo demás; y que en algunos
casos Dios respondía con sanidad, mientras que en otros
—por razones incomprensibles para nosotros—, permi-
tía que la enfermedad continuase.
Aunque los Spurgeon pasaron por muchas pruebas
durante los años 70 del siglo XIX, también experimen-
taron abundante regocijo; y uno de los acontecimientos
más felices para ellos fue el bautismo de sus dos hijos:
Thomas y Charles. La fecha de la conversión de estos se
desconoce, pero en uno de sus sermones su padre

Spurgeon: una nueva biografía 205


Capítulo 13

comentó: “Cómo se desbordaron nuestros corazones de


padres al descubrir que nuestros hijos habían buscado al
Señor. Aquel momento […], cuando se nos convocó
para escuchar su relato entre lágrimas y darles una pala-
bra de consuelo, fue memorable. No fuimos ni la mitad
de dichosos el día de su nacimiento que cuando nacie-
ron de nuevo”13.
El domingo 21 de septiembre de 1874, Thomas y
Charles fueron bautizados; y aunque su padre no había
llevado a cabo ningún bautismo durante varios meses a
causa de su mala salud —delegando esa tarea en su her-
mano—, en aquel acontecimiento especial él mismo
entró en el baptisterio para sumergir a sus dos hijos.
Por aquel entonces estos tenían 18 años de edad y
uno o dos meses más tarde ambos comenzaron a predi-
car los domingos en la Wandsworth Baptist Chapel: uno
haciéndose cargo del culto de la mañana y el otro del
vespertino. Dos años después, Thomas —que tenía
dotes artísticas— se convirtió en aprendiz de grabador.
A Charles lo llamaron para pastorear una iglesia en
Greenwich, y su padre predicó en un culto de inaugura-
ción de su ministerio allí. El joven cuenta al respecto:
“Apoyado en la barandilla del púlpito, y mirándome
desde arriba, mientras yo estaba situado en la platafor-
ma inferior, me dijo en un tono tierno y, sin embargo,
apasionado: ‘¡Defiende la causa de Cristo, hijo mío!
¡Defiende SU causa!’”14.
Ambos muchachos predicaban a veces en el
Tabernáculo: uno y otro eran predicadores hábiles y los
dos tenían algo de la voz de su padre; pero carecían de
los dones excepcionales de este. Además, jamás fueron
físicamente robustos y, aunque su padre los había dota-
do de material gimnástico cuando eran niños, parece
que no sacaron mucho partido del mismo.

206 Spurgeon: una nueva biografía


Luces y sombras

Otro acontecimiento que produjo un gozo especial a


los Spurgeon, a mediados de los años 70, fue la inaugu-
ración de un nuevo edificio para la Escuela Pastoral.
Estaba situado en la calle inmediatamente detrás del
Tabernáculo y era lo suficientemente amplio para suplir
las necesidades de por lo menos 150 estudiantes.
Constaba de varias aulas y, el día de su inauguración, el
Presidente dirigió una reunión de oración en cada una
de ellas, dedicándolas solemnemente al Señor.
Sin embargo, el recinto carecía de dormitorios, sino
que los estudiantes aún se hospedaban entre las familias
del Tabernáculo. Spurgeon pensaba que si vivían todos
juntos se darían demasiado a las bromas y la frivolidad,
como sucedía en otros seminarios: “La conducta ligera
en mis hermanos —afirmaba— me produce pesar en el
corazón […]. ¿Cómo es posible que los ministros hablen
de fruslerías y trivialidades mientras los pecadores pere-
cen? No debe ser así entre nosotros”.
El edificio de la escuela tuvo un coste de 15 000 libras
esterlinas, y se financió en gran parte gracias a las apor-
taciones directas de Spurgeon o al dinero recaudado
por medio de la predicación de este en otras iglesias. El
edificio se convirtió en la sede de la Asociación de
Colportores, y también acogía las conferencias anuales
de la mayor parte de las organizaciones de Spurgeon.
Aunque la construcción de la Escuela Pastoral era el
cumplimiento de una de las grandes ambiciones de la
vida de Spurgeon, también aumentó sus responsabilida-
des. Si hubiera gozado de una excelente salud tal vez
habría podido llevar la carga de un modo más eficien-
te; pero sujeto como estaba a los ataques periódicos de
gota, con todo el dolor y la depresión que estos le pro-
ducían, sentía que el peso de las instituciones se estaba
haciendo demasiado grande para llevarlo. “Me siento

Spurgeon: una nueva biografía 207


Capítulo 13

—escribía en uno de sus días de desánimo— como si


hubiera creado una gran máquina que está siempre
moliendo y moliendo, y pudiese llegar a convertirme
en su víctima”. Pero la mayor parte de su tiempo vivía
en el gozo del Señor y era un hermoso ejemplo de feli-
cidad cristiana.

NOTAS
1Murray, Iain, ed.: The Full Harvest, p. 192 (Londres, Banner of

Truth, 1973).
2Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon, 6

vols., 5:66 (Londres, Cassel, 1898).


3Murray: The Full Harvest, p. 177.
4Ibíd., p. 194.
5Ibíd., p. 195.
6Ibíd., p. 196.
7Ibíd., p. 197.
8Ibíd., p. 198.
9Ibíd., p. 216.
10Ibíd., p. 217.
11Conwell, Russell H.: Life of Charles Haddon Spurgeon, p. 178

(S.E.: Edgewood, 1982).


12Ibíd., p. 184.
13C.H. Spurgeon’s Autobiography, comp. Spurgeon, Susannah y

Harrald, J.W., 4 vols., 3:291 (Londres, Passmore and Alabaster).


14Ibíd., p. 294.

208 Spurgeon: una nueva biografía


Uno de los deleites de mi vida es que mi queri-
da esposa haya hecho de las bibliotecas de los
ministros su gran preocupación. La muy ben-
dita se entrega plenamente a ello.
Deberían ver ustedes sus almacenes, su
librería, a sus atareados ayudantes los días de
empaquetar, y el carromato de libros que sale
cada dos semanas. El Fondo de Libros es el
pensamiento dominante en nuestra casa en
determinados momentos; y cada día ocupa la
mente y el corazón de su encargada.
Poca idea tienen los lectores de la contabili-
dad que conlleva la donación de libros; pero
una cosa puede decirse: que la afectuosa
encargada cuenta con más de 6000 nombres
en sus listas, y aun así sabe todos los volúme-
nes que ha recibido cada uno de los predicado-
res desde el primer día hasta el presente. En el
trabajo no hay desorden alguno, sino que se
lleva a cabo con una precisión escrupulosa; y
aun así se hace con un sincero deseo de agra-
dar a todos sus receptores y de no importunar
con preguntas innecesarias a los solicitantes.

SPURGEON, 1882
Capítulo 14

La Sra. Spurgeon
y su trabajo

A
lo largo de buena parte de su vida de casada la
Sra. Spurgeon estuvo medio inválida: durante
largos períodos hubo de estar confinada en su
casa y no se encontraba lo bastante bien ni siquiera para
asistir al Tabernáculo. Pero soportaba con dignidad
aquella situación, alentando a su marido en sus frecuen-
tes aflicciones y no quejándose de las suyas propias.
Sin embargo, Susannah anhelaba trabajar para el
Señor: cada frase de su pluma que ha llegado hasta
nosotros, y cada mención de ella que han dejado otras
personas, revelan a una mujer muy bondadosa y espiri-
tual.
En 1875 se abrió ante ella una puerta que le permiti-
ría ser de gran utilidad: acababa de publicarse el libro
de su marido Discursos a mis estudiantes y, después de leer-
lo, le dijo a Spurgeon:
—¡Me gustaría poder mandarle un ejemplar a cada
pastor de Inglaterra!
—¿Y por qué no lo haces? —le respondió él—.
¿Cuánto estarías dispuesta a dar?
Después de hacer algunos cálculos mentales determi-
nó lo que podría ahorrar de sus gastos de la casa; y luego
recordó que llevaba tiempo guardando cada moneda de
5 chelines que le daban. De modo que descubrió que
tenía bastante dinero como para comprar 100 ejempla-
res del libro.
Pronto había mandado un ejemplar de Discursos a mis
estudiantes a 100 ministros necesitados, y pensó que ahí
terminaba todo. Pero aunque no permitió que su mari-
do mencionase lo que había hecho, las noticias acerca

210 Spurgeon: una nueva biografía


La Sra. Spurgeon y su trabajo

de su gestión se difundieron y algunos amigos empeza-


ron a mandarle dinero para que enviase más libros. Por
otra parte, varios de los pastores que habían recibido los
ejemplares en cuestión escribieron agradeciéndolos y
dejando bien claro que había una gran necesidad de
libros.
Conmovida por la certeza de aquella necesidad y con
la creencia de que Dios quería que continuase con la
labor, encargó unos cuantos juegos de El tesoro de David
—para entonces Spurgeon había escrito cuatro volúme-
nes de aquella obra— los cuales fueron enviados asimis-
mo a algunos pastores necesitados. Nuevamente recibió
cartas de agradecimiento y más pruebas de la urgencia
que había: ya que muchos predicadores trataban de sos-
tener sus hogares y criar a sus familias con ingresos muy
pequeños.
A pesar de que aún no se había hecho pública la
labor de la Sra. Spurgeon, el dinero continuaba llegan-
do y, con el mismo, las peticiones que la apremiaban a
continuar con la buena obra. Cierto hombre, por ejem-
plo, le mandó 50 libras esterlinas para que enviara una
copia de Discursos a mis estudiantes a cerca de 500 pasto-
res de las iglesias metodistas calvinistas del norte de
Gales; y luego llegaron otras 50 libras más para sufragar
los gastos de tal empresa. A aquellas cantidades siguie-
ron otras 100 libras esterlinas, para enviar el libro a los
ministros de la misma denominación pero asentados,
esta vez, en el sur de Gales.
Las noticias acerca de aquellos regalos se difundieron
más aún, y ministros de varias denominaciones escribie-
ron asegurando que un ejemplar de Discursos a mis estu-
diantes, El tesoro de David u otros escritos de Spurgeon les
serían de gran ayuda, pero que eran demasiado pobres
para comprarlos. Y al tiempo que la Sra. Spurgeon reci-

Spurgeon: una nueva biografía 211


Capítulo 14

bía esas cartas, seguía llegando más dinero; por lo que


comprendió que tenía una labor duradera que ejecutar:
una tarea asignada por Dios.
Para cuando llevaba cinco meses haciendo este traba-
jo, escribió:

El número de libros entregados hasta ahora ha sido de 3058,


y los han recibido pastores de todas las denominaciones.
Pero, queridos amigos, cuando miro la lista de nombres, veo
una única sombra que cae sobre mi Fondo de Libros: la tris-
teza de saber que existe una terrible necesidad de este servi-
cio de amor, y que sin esta ayuda […] los pastores pobres a
quienes ha sido enviada habrían pasado hambre de alimento
intelectual, porque sus ingresos son tan desoladoramente
exiguos que apenas pueden “suplir honradamente” para sí
mismos y para sus familias; en tanto que el dinero para com-
prar libros les resulta absolutamente imposible de conseguir.
Es conmovedor escuchar a algunos hablar elocuentemen-
te del efecto que ha tenido en ellos este regalo: uno “no se
avergüenza de decir” que ha recibido el paquete con “lágri-
mas de gozo”, mientras su esposa y sus hijos le rodeaban y se
regocijaban con él. Otro, tan pronto como cayó el envoltorio
de los preciosos volúmenes, alabó a Dios en alta voz y cantó
la doxología con todas sus fuerzas. Mientras que un tercero,
al posarse sus ojos sobre el largamente anhelado Tesoro de
David, “sale corriendo de la habitación” para poder estar solo
y “derramar su corazón por entero delante de su Dios”1.

Para subrayar lo agradecidos que estaban por los


libros, muchos pastores o esposas de pastores referían las
dificultades económicas que constantemente atravesa-
ban. Algunos vivían con un salario de 80 libras esterlinas,
otros de 60 libras y otros aun con uno tan pequeño como
40 libras esterlinas. Varios tenían familias numerosas; y

212 Spurgeon: una nueva biografía


La Sra. Spurgeon y su trabajo

había entre ellos quienes hablaban de esposas enfermas


y elevadas facturas médicas. Casi todos habían de hacer
frente a la educación de sus hijos; y muchas familias
necesitaban prendas de vestir de mejor calidad y más
calientes, o más ropa de cama o efectos personales.
La Sra. Spurgeon decidió hacer cuanto estuviera en
su mano para suplir aquellas necesidades; y añadió al
Fondo de Libros otra tarea: el Fondo de Ayuda a los
Pastores. The Sword and The Trowel informó de las necesi-
dades que tenían muchos ministros, y ella solicitó dona-
tivos en forma de dinero, ropa y mantas. Aquel llama-
miento produjo una enorme respuesta y Susannah dis-
puso que los donativos se enviaran al Tabernáculo,
desde donde un grupo de voluntarios los mandaba a
quienes tenían necesidad. Los libros se empaquetaban
en el hogar de los Spurgeon, y cada dos semanas un
carromato lleno de preciosos volúmenes salía para la
estación de ferrocarril.
La Sra. Spurgeon llevaba una cuenta muy precisa del
dinero que se ingresaba y de cómo se gastaba el mismo.
Hacía referencia a su persona como “secretaria de
correspondencia, tesorera, gerente general, etc.”. de
ambos fondos. Hubo ocasiones cuando desempeñó sus
responsabilidades débil y aquejada de dolor; mientras
que otras veces estaba tan enferma que sus trabajos se
vieron del todo impedidos.
Sin embargo, por encima del valor de los libros y de
los artículos enviados a los diversos destinatarios, la
empresa era especialmente valiosa para la Sra. Spurgeon
misma, ya que le daba razón para pensar que, a pesar de
su dolencia, aún podía servir. Spurgeon hablaba de
aquel empeño como de un mandato divino, y refería el
cambio que el mismo había producido en Susannah con
estas palabras:

Spurgeon: una nueva biografía 213


Capítulo 14

Adoro agradecido la bondad de nuestro Padre celestial al


haber dirigido a mi querida esposa a un trabajo que le ha
producido el beneficio de una indecible felicidad. Es muy
cierto que el mismo le ha causado más dolor del que sería
apropiado revelar; pero también es verdad que le ha traído
un gozo sin límites. Nuestro bondadoso Dios ha ministrado a
su hija afligida del modo más eficaz, guiándola misericordio-
samente a ocuparse de las necesidades de su servicio.
De esta manera la ha sacado de su pena personal, ha pro-
porcionado armonía y propósito a su vida, la ha llevado a un
trato continuo con Él y la ha elevado y acercado más al cen-
tro de esa región en donde reinan supremas otras cosas dis-
tintas de los gozos y las aflicciones terrenales. Que todo cre-
yente acepte esto como una conclusión fruto de la experien-
cia: que para la mayor parte de las enfermedades humanas,
el mejor alivio y antídoto se encuentra en el trabajo abnega-
do para nuestro Señor Jesucristo2.

Y la Sra. Spurgeon testificaba:

Estoy en deuda con esos queridos amigos que me han sumi-


nistrado los medios para hacer felices a otros. Yo he tenido
una doble bendición, al ser al mismo tiempo receptora y
donante […]. Los deliciosos deberes relacionados con este
trabajo y sus pequeños arreglos han hecho mis días indes-
criptiblemente luminosos y felices […], de tal manera que
parezco estar viviendo en una atmósfera de bendición y
amor, y puedo sinceramente decir como el salmista: “Mi copa
está rebosando”3.

A medida que los meses iban pasando, la Sra.


Spurgeon aumentaba el número de libros enviados.
Con frecuencia enviaba ejemplares de los sermones de
su marido —en ocasiones hasta seis volúmenes de una

214 Spurgeon: una nueva biografía


La Sra. Spurgeon y su trabajo

vez— y adjuntaba varios de sus otros escritos, además de


añadir con frecuencia obras de algunos predicadores
diferentes: “Se envían —decía— tratados teológicos sóli-
dos, tradicionales, bíblicos, a la usanza puritana”.
Su área de ministerio pronto se extendió mucho más
allá de las costas de Gran Bretaña, y la Sra. Spurgeon
hablaba de haber enviado libros a algunos misioneros
en Patna, Bengala, Ceilán, Transvaal, Samoa, China,
Oregón, Jamaica, Kir Moab, India, Trinidad, África
Ecuatorial, Rusia, Natal, Canadá, el Congo, Buenos
Aires, Islas Caimán, Damasco, Madrid, Lagos y
Tombuctú. De todos esos lugares, y de muchos más, se
recibieron cartas. Ella, personalmente, las contestaba
todas.

El Fondo de Libros se ha nutrido y alimentado del tesoro del


Rey y debo “gloriarme en el Señor” de que todos los suminis-
tros necesarios para la ejecución de la obra han llevado cla-
ramente la impronta del cuño celestial. Digo esto porque
nunca he pedido ayuda a nadie sino solo a Él; jamás he soli-
citado un donativo de criatura alguna y, sin embargo, el dine-
ro ha aparecido siempre y los suministros han sido en todo
momento proporcionales a la necesidad4.

En 1885 la Sra. Spurgeon publicó la historia de su


ministerio —Ten Years of My Life in the Service of the Book
Fund (diez años de mi vida al servicio del Fondo de
Libros)—, informando acerca de los ingresos, año tras
año, con el número de volúmenes enviados y las deno-
minaciones de los pastores a quienes se concedieron.
Intercaladas iban expresiones de alabanza.
Aquel libro le proporcionó una buena suma en dere-
chos de autor, lo cual la alegró más aún: ya que pudo
añadirlos al Fondo para comprar más libros para otros.

Spurgeon: una nueva biografía 215


Capítulo 14

Citaba extensamente las cartas de algunos pastores y sus


esposas —naturalmente sin revelar la identidad de
ellos— que contaban acerca de sus luchas. Sentía gran
compasión por aquellos necesitados y su corazón se veía
impulsado a hacer todo lo posible por ayudarlos.
En 1895, la Sra. Spurgeon escribió otro libro —Ten
Years After (diez años después)—, en el cual seguía con
el relato del Fondo de Libros y del Fondo de Ayuda a los
Pastores. Aunque podemos notar aquí y allá, entre líne-
as, que era una mujer enferma y que a menudo llevaba
a cabo su trabajo en medio del dolor, el alcance del pro-
yecto iba creciendo. En su resumen de 1889, por ejem-
plo, escribía: “Libros distribuidos: 6916 volúmenes.
Asimismo 13 565 sermones individuales. Los destinata-
rios incluyen: 148 baptistas, 81 independientes, 118
metodistas, 152 anglicanos, 48 misioneros, 6 presbiteria-
nos, 2 valdenses, 3 hermanos de Plymouth, 1 moravo y 1
morrisoniano; en total 560 ministros”.
Cuatro años antes de publicarse este último libro,
Charles Spurgeon había dejado esta vida, y la tristeza y
la soledad de la Sra. Spurgeon se notan a menudo en sus
palabras; pero también escribe con ese sentimiento de
triunfo que solo un cristiano conoce:

He recorrido una gran distancia hasta ahora en el viaje de la


vida; y habiendo subido a uno de los pocos montes que que-
dan entre la Tierra y el Cielo, me detengo por un momento
en este mirador y recorro con la vista el país por donde el
Señor me ha traído […].
Veo a dos peregrinos recorriendo juntos el camino de la
vida, tomados de la mano y con los corazones unidos. Cierto
que han tenido que vadear ríos, cruzar montañas, luchar con
feroces enemigos y atravesar muchos peligros; pero su Guía
siempre estuvo alerta, su Libertador fue infatigable, y acerca

216 Spurgeon: una nueva biografía


La Sra. Spurgeon y su trabajo

de ellos puede decirse, con justicia, que “en toda angustia de


ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó, en su
amor y su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó
todos los días de la antigüedad”.
La mayor parte del tiempo anduvieron su camino cantan-
do y, al menos para uno de ellos, no hubo mayor gozo que
hablar a otros de la gracia y la gloria del bendito Rey hacia
cuya tierra se apresuraba; y mientras así hablaba, el poder del
Señor se manifestaba y los ángeles se llenaban de gozo al ver
a los pecadores arrepentidos.
Pero, por último, llegaron a una bifurcación del camino,
en donde, en medio de los terrores de una tormenta cual no
habían encontrado jamás, se separaron: el uno, fue arrebata-
do a la invisible gloria; y la otra, quedó golpeada y magulla-
da por la terrible tempestad, avanzando penosamente en el
camino a partir de entonces, sola…
Pero “el bien y la misericordia”, que durante tantos años
habían seguido a los dos viajeros, no abandonaron a la que
quedó solitaria; sino que la ternura del Señor la “pastoreó
suavemente”, escogiendo verdes pastos para los pies cansa-
dos y aguas tranquilas para el solaz y el refrigerio de su tem-
blorosa hija.
Además le encomendó una tarea solemne: ayudar a otros
peregrinos a lo largo del camino; y así llenó su vida de un
interés bendito y curó su propia pena profunda por medio
del poder para aliviar y consolar a otros5.

NOTAS
1Conwell, Russell H.: Life of Charles Haddon Spurgeon, pp. 251-252

(S.E., Edgewood, 1892).


2Ibíd., pp. 241-241.
3Ibíd., p. 249.
4The Sword and The Trowel, 1878, p. 77.

Spurgeon: una nueva biografía 217


Capítulo 14

5Spurgeon, Susannah: Ten Years After, pp. vi-vii (Londres,


Passmore and Alabaster, 1895).

218 Spurgeon: una nueva biografía


Qué gozo y bendición
oír aquel clamor:
“¡Busquemos hoy a nuestro Dios!”.
Sí, con mucho fervor
subimos a Sion
con votos y adoración.

Es Sion feliz lugar,


la gracia la adornó:
y muros fuertes la abrazarán.
Las tribus van a ti
para alabar y oír
del Evangelio el son vivaz.

Se entronizó allí
al Hijo de David:
gracia y justicia su cetro son.
Los santos gozarán,
los malos sufrirán,
los mansos rinden su loor.

Mi lengua insistirá:
“¡Sea a esta casa paz!”,
pues mis amigos viven allí;
siendo el glorioso Dios
quien mora en la mansión,
mi alma allí será feliz.

ISAAC WATTS, 1674-1748


Capítulo 15

La vida diaria en
la gran iglesia

E
l Tabernáculo Metropolitano no era —como algu-
nos han supuesto— un mero centro de predica-
ción altamente popular; no se trataba de una igle-
sia cuya congregación venía principalmente de varios
kilómetros a la redonda y, después de escuchar un mag-
nífico ejercicio de oratoria cristiana, volvía a sus casas,
acordándose pocas veces de aquel lugar hasta la maña-
na del domingo siguiente.
El Tabernáculo era una iglesia grande y activa. La
inmensa mayoría de sus miembros vivía en la populosa
zona londinense situada al sur del Támesis, y muchos
estaban tan cerca que podían ir andando a los cultos.
Bajo el ministerio de Spurgeon se habían convertido
numerosos hombres jóvenes —tanto aprendices como
hombres de negocios— que ahora asistían regularmen-
te con sus esposas e hijos. Aparte de los enfermos e invá-
lidos, había muy pocos que solo acudieran los domin-
gos. A menudo, a lo largo de la semana se llevaban a
cabo actividades y trabajos que atraían a gran número
de personas.
Además del Tabernáculo mismo, había otras varias
organizaciones que, humanamente hablando, habían
surgido bajo el ministerio de Spurgeon; las más impor-
tantes de las cuales eran, naturalmente, la Escuela
Pastoral, las Casas de Beneficencia, el orfanato y la
Asociación de Colportores. Pero había también algunas
otras instituciones menos prominentes, tales como la
Asociación de Evangelistas, la Misión Rural, la Sociedad
de Trabajo Nacional y Extranjera, la Sociedad de
Préstamo de Folletos, la Sociedad de Préstamo de

220 Spurgeon: una nueva biografía


La vida diaria en la gran iglesia

Sermones, la Sociedad Maternal, la Misión a la Policía,


la Misión de la Cafetería, el Fondo de Préstamo para
Edificios, la Sociedad Benéfica de los Hermanos
Cristianos, la Misión de las Flores, la Sociedad
Evangélica Antialcohólica, la Sociedad Nacional de
Siervas, la Sociedad de Ciegos, la Sociedad Benéfica de
Señoras, la Sociedad Evangelística del Tabernáculo y la
Sociedad de Folletos de los Sermones de Spurgeon.
Ahí tenemos una asombrosa lista: pero aún no está
completa. En realidad, con ocasión del vigésimo quinto
aniversario del ministerio de Spurgeon en Londres, su
secretario —J.W. Harrald— leyó los nombres de todas
sus instituciones, las cuales ascendían al increíble núme-
ro de sesenta y seis.
Además de dichas instituciones, Spurgeon había
intervenido en la formación de unas cuarenta misiones
en varias partes de Londres, y su congregación estaba
dirigiendo varias escuelas dominicales y de niños
pobres. También se utilizaba abundantemente la página
impresa: el sermón semanal, la revista mensual The
Sword and The Trowel y los libros de Spurgeon (para 1875
se habían publicado cuarenta y cuatro títulos), que cir-
culaban a millares por buena parte del mundo.
El Tabernáculo también participaba en las misiones
en el extranjero: varios de los hombres de la Escuela
Pastoral habían marchado a tierras lejanas, y leemos
especialmente acerca del trabajo de estos en la India,
China, Ceilán y diversos países africanos. El
Tabernáculo era, en una medida muy amplia, la fuente
de apoyo para aquellos misioneros.
Y toda esta gran empresa dependía del liderato de
Spurgeon. Como ya hemos señalado, él había dejado la
administración general en manos de su hermano, pero
la responsabilidad de la continuidad vigorosa y del sos-

Spurgeon: una nueva biografía 221


Capítulo 15

tenimiento económico de la misma seguía siendo bási-


camente suya. Los estudiantes lo llamaban “el
Gobernador”, y algunos de los miembros empleaban
este término en su forma veterotestamentaria: “el
Tirsata”. Ese apodo indicaba muy bien su posición. Con
la única excepción de las Casas de Beneficencia, todas
las instituciones habían surgido bajo su influencia, y
Spurgeon había planeado la organización y supervisado
el desarrollo de todas ellas: tenía la última palabra en
todos sus asuntos.
Sin embargo, la cuestión de la autoridad era algo que
ni siquiera se consideraba en todo el movimiento: se
reconocía espontáneamente a Spurgeon, y la relación
de este con la congregación y de esta última con él era
una relación de amor. Inspirados por su ejemplo, los
miembros llevaban a cabo su trabajo con cariño y fervor.
Él jamás imponía su autoridad —nunca necesitó hacer-
lo—, sino que toda la organización avanzaba armoniosa-
mente a un ritmo constante bajo su enérgico generala-
to.
El Tabernáculo era un lugar de actividad casi ininte-
rrumpida: todos los días de la semana las puertas se abrí-
an a las 7:00 de la mañana y no se cerraban hasta las
11:00 de la noche. Durante todo ese tiempo había per-
sonas que iban y venían.
A lo largo de doce años, la Escuela Pastoral había
dado sus clases en el salón de conferencias de la iglesia
y en las salas adyacentes del sótano; y aun después de
construirse el nuevo edificio, los estudiantes seguían
entrando y saliendo del Tabernáculo muy a menudo.
También la Escuela tenía clases vespertinas dos veces
por semana con una asistencia de 200 personas; y des-
pués de añadirse al currículo la taquigrafía, la cifra
ascendió a 300.

222 Spurgeon: una nueva biografía


La vida diaria en la gran iglesia

El Tabernáculo era el centro de las reuniones anuales


de las diferentes instituciones; y había tantas que se cele-
braba una casi cada semana. La Sociedad Benéfica de
Señoras se reunía en un círculo de costura para confec-
cionar prendas de vestir para los niños del orfanato, las
personas pobres de la congregación y otros necesitados
de la zona. Las mujeres de la Sociedad Maternal se jun-
taban para preparar regalos para las embarazadas; y una
vez que estas habían dado a luz, iban desde el
Tabernáculo para ayudarlas. La Sociedad de las Flores
acumulaba flores en el edificio y, después de convertir-
las en hermosos ramos y cestas, las llevaban a los hoga-
res de los enfermos y a los hospitales. La Sra. Spurgeon
pagaba de su propio bolsillo a una “enfermera bíblica”,
y otras de esas enfermeras ejercían desde el
Tabernáculo.
También había organizaciones externas que utiliza-
ban las instalaciones de vez en cuando: se permitía a la
Sociedad Bíblica, la Unión Baptista, varias sociedades
misioneras y otros grupos semejantes que utilizaran el
gran edificio para algunas ocasiones especiales.
En el Tabernáculo se servía un gran número de comi-
das. Hasta que inauguró su propio edificio, la Escuela
Pastoral daba de comer allí a sus estudiantes, y también
se suministraban comidas durante las conferencias de
pastores y los encuentros anuales de las diversas organi-
zaciones: en ocasiones hasta tres veces por día. De mane-
ra que, con frecuencia, llegaban carros cargados de
comida, y se hacía un trabajo bastante considerable pre-
parando y sirviendo la misma; así como poniendo mesas
y atendiéndolas o fregando platos. Una vez al año los
1600 miembros de la Asociación de Carniceros
Cristianos celebraban su reunión anual en el
Tabernáculo; y cuando leemos que su menú consistía en

Spurgeon: una nueva biografía 223


Capítulo 15

un asado de ternera, nos preguntamos si traerían esa


inmensa cantidad de carne consigo, ya cocinada, o la
asarían dentro del recinto. Comoquiera que sea, los car-
niceros celebraban una reunión entusiasta de testimo-
nios y predicación después de haber comido.
Cuando en 1898 el edificio quedó destruido por el
fuego, el incendió empezó en una chimenea de la coci-
na que se había sobrecalentado mientras se preparaba la
comida para una conferencia.
Aunque los archivos del Tabernáculo no lo mencio-
nan, la tarea de mantener el edificio limpio y recogido
debe de haber requerido bastante esfuerzo: Spurgeon
exigía que todo en la obra del Señor se hiciera bien, y
no permitía que nada se dejara en un estado de descui-
do. Puesto que siempre que podía buscaba trabajo a
media jornada para los estudiantes, es muy posible que
se encomendara a un grupo de aquellos esta gran tarea
de limpieza.
Pero el trabajo principal en relación con el
Tabernáculo era espiritual: buen número de miembros,
después de asistir al culto matutino, dedicaban el resto
del día a la obra del Señor.
La escuela dominical se reunía por la tarde: se trata-
ba de una institución ferviente que sobrepasaba con
mucho los 1000 niños y niñas en asistencia y contaba
con aproximadamente 100 maestros. Muchos de los que
enseñaban debieron de estar verdaderamente consagra-
dos a su trabajo, pero destacamos especialmente la labor
de dos de ellos.
Allá por los primeros tiempos de Spurgeon en
Londres, la Sra. Lavinia Bartlett se hizo cargo de una
clase de tres niñas en New Park Street y, bajo su dirección,
el grupo experimentó un continuo crecimiento; hasta
que en el plazo de diez años contaba regularmente con

224 Spurgeon: una nueva biografía


La vida diaria en la gran iglesia

500 jovencitas. A veces, la asistencia aumentaba hasta


sobrepasar las 700.
Cuando los diáconos o los ancianos —los “mensaje-
ros”— visitaban a una mujer que no tenía clara la forma
de salvarse, le aconsejaban “asistir a la clase de la Sra.
Bartlett”. Para cuando esta última partió con el Señor
(en 1875), entre 900 y 1000 miembros de su clase
habían llegado a conocer a Jesús. Spurgeon contaba de
ella:

Su meta, cada vez que se reunía con la clase, era ganar almas
[…] y, en lo referente a este objetivo, se mostraba muy fran-
ca y trataba las cosas de un modo muy práctico: resolvía de
manera muy acertada las locuras, las debilidades y las tenta-
ciones de su propio sexo y sentía profundamente los pesares,
las pruebas y los pecados de su clase […]. Sus charlas jamás
degeneraban en una narración de cuentos o en citas poéti-
cas […], sino que confrontaba directamente a su auditorio
en el nombre del Señor y exigía que las jóvenes se sometie-
ran a Él1.

Otras clases de la escuela dominical no llegaron a ser


tan numerosas como la de la Sra. Bartlett, pero todas
ellas se caracterizaban mayormente por tener el mismo
propósito.
Los domingos por la tarde y por la noche, gran parte
de la congregación del Tabernáculo estaba ocupada en
la obra del Señor en otros lugares. Varios ayudaban a los
estudiantes de la Escuela Pastoral: algunos de los cuales
trabajaban en zonas ricas, mientras que otros lo hacían
en barrios de menor categoría. Otros aun predicaban
en los barrios bajos; y en esos sitios las condiciones eran
generalmente deplorables. El estudiante, por ejemplo
—acompañado de sus asistentes del Tabernáculo—, visi-

Spurgeon: una nueva biografía 225


Capítulo 15

taba con regularidad a los habitantes de determinadas


casas de huéspedes: lugares de terrible pobreza, iniqui-
dad y quebranto; o celebraba reuniones en cuartos
donde el aire estaba viciado y abundaban los parásitos.
De tales escenarios salían con las ropas impregnadas de
un olor malsano; pero con los corazones llenos de rego-
cijo por haber tenido el privilegio de testificar de Cristo
a esas almas tan necesitadas.
Spurgeon alentaba a su congregación a salir a predi-
car el Evangelio los domingos; y durante su vida de
ministerio, con frecuencia hizo arreglos para que un
grupo de miembros dejara el Tabernáculo con el fin de
comenzar una nueva iglesia. A menudo, en ese caso,
uno de los predicadores destacados del Tabernáculo
Metropolitano iba con ellos, para proporcionarles el
liderazgo necesario.
Alguien que lideró la fundación de una de esas obras
misioneras fue J.T. Dunn, quien durante algún tiempo
había servido como asistente de Spurgeon haciendo visi-
tas pastorales y tareas de secretario. En 1869, con la ben-
dición de Spurgeon, el Sr. Dunn se embarcó en una
obra de este tipo en cierto barrio pobre de la ciudad.

El edificio era un antiguo cobertizo, y allí empezó con cuatro


muchachos de la calle a los cuales invitó a entrar; sentándo-
los en dos bancos de madera fregados. Como fuente de ilu-
minación contaban con una vela metida en una tetera […].
En el vecindario vivía un buen número de conserveros de
pescado, cuyos niños ayudaban en el negocio familiar. El edi-
ficio tenía un techo tan bajo que Spurgeon a menudo se refe-
ría al cuarto utilizado como “el agujero negro de Calcuta2”.
Muchos de los niños distaban bastante de estar limpios; y con
frecuencia la atmósfera obligaba a sacar a las maestras a la
calle para reanimarlas después de un desmayo3.

226 Spurgeon: una nueva biografía


La vida diaria en la gran iglesia

Pero el Sr. Dunn continuó con su esfuerzo, trasladan-


do la misión a otro edificio donde, sin embargo, “la llu-
via entraba por el tejado y las ratas corrían por el piso”.
A pesar de ello vio “convertirse y ser bautizados en el
Tabernáculo Metropolitano a algunos de los alumnos, y
más adelante ellos mismos llegarían a ser maestros de
escuela dominical. Otros aprenderían a predicar al aire
libre y, algunos más, se prepararían en la Escuela de
Spurgeon para el ministerio pastoral […]. En 1874
había 500 niños y jóvenes que acudían regularmente los
domingos para recibir la enseñanza de 50 maestros”4.
J.T. Dunn siguió siendo anciano del Tabernáculo
durante todos los años que dirigió esta obra misionera.
No cabe duda alguna de que estaba presente en la igle-
sia para las reuniones de los martes y los jueves por la
noche, así como los domingos por la mañana. Pero al
menos una o dos noches durante la semana, y el domin-
go por la tarde y por la noche, se dedicaba a las activida-
des de la misión. Aquellas obligaciones, además de la
necesidad de trabajar para ganarse la vida, debieron de
hacerle sin duda una persona muy ocupada.
Esa era la norma general para los diáconos y ancianos
del Tabernáculo; y varios de ellos estaban comprometi-
dos en actividades de este tipo. William Olney —a quien
Spurgeon apodó “el padre Olney”— había sido el ayu-
dante principal de este hasta su muerte en 1870; pero
sus cuatro hijos continuaron con las tareas que él hacía.
William hijo comenzó una reunión en un club de hom-
bres situado en Bermondsey —una zona mucho mejor
que la del Sr. Dunn—, y utilizó a algunos varones de su
clase bíblica en el Tabernáculo Metropolitano como
ayudantes. Predicaba cada domingo por la noche, hacía
trabajo al aire libre, distribuía folletos y dirigía una reu-
nión de oración semanal. Diez años más tarde la obra

Spurgeon: una nueva biografía 227


Capítulo 15

había crecido tanto que se construyó para ella un nuevo


y hermoso edificio, al que pusieron por nombre Haddon
Hall (Auditorio Haddon), en referencia al segundo
nombre de Spurgeon. Al igual que Dunn, mientras
hacía aquel excelente trabajo, Olney seguía siendo diá-
cono del Tabernáculo y desempeñando responsable-
mente su cargo en el mismo.
Al parecer casi todos los responsables del
Tabernáculo tenían una doble tarea. Cada instructor de
la Escuela Pastoral era también pastor de una iglesia y
encontraba tiempo para ejecutar ambas funciones.
James Spurgeon acarreaba constantemente la carga de
ser copastor del Tabernáculo y, sin embargo, también
inició una obra en el suburbio londinense de Croydon;
la cual, bajo su ministerio, se convirtió en una florecien-
te congregación de cientos de personas.
Y mucho más podría añadirse en cuanto a las obliga-
ciones y las dobles obligaciones de los miembros del
Tabernáculo. Como habría de comentar Spurgeon, el
Tabernáculo era “como una colmena”; y para la inmen-
sa mayoría de su congregación, ser miembros del mismo
significaba llevar una vida muy atareada.
En todo aquel empeño, Spurgeon era la figura moti-
vadora: sus propios días estaban tan llenos de actividad
que resulta difícil calcular la cantidad de trabajo que
hacía. Parte del orden y de la intensa labor que caracte-
rizaba a su organización queda patente en el siguiente
artículo de un periodista americano. Hablando de su
visita a la Escuela Pastoral, escribía:

Apareciendo por allí de modo totalmente inesperado, nos


encontramos a todo el mundo en sus puestos y toda la com-
pleja maquinaria funcionando sin problemas. En una sala (al
abrir la puerta) vimos a un grupo de treinta o cuarenta hom-

228 Spurgeon: una nueva biografía


La vida diaria en la gran iglesia

bres jóvenes que celebraban la Santa Cena; en otra, a una


anciana acompañada de veinte muchachas adultas dando
una clase bíblica.
En las espaciosas salas de abajo, se estaba preparando la
mesa de la cena para cerca de 1600 personas, ya que esa
noche se celebraba la Reunión Anual de Iglesia. Un secreta-
rio y dos administrativos a su cargo constituyen el personal
necesario para encargarse de la correspondencia.
En otra sala había un hombre tras una pila de libros, cuyo
trabajo consistía en coordinar la tarea del “colportaje”; mien-
tras que en otra aún había una especie de almacén, donde se
empaquetan las cajas de libros para enviar a los antiguos
alumnos que ahora son pastores de capillas distantes […].
A través de ese laberinto me guio, del modo más alegre,
el Atlas que lleva solo sobre sus hombros todo este peso: ¡un
hombre a quien solemos considerar meramente como el pre-
dicador de los domingos! No pude por menos de expresar:
—¡Señor Spurgeon, es usted todo un papa!
—¡Sí —respondió él—; pero sin pretensiones de infalibi-
lidad! En realidad esto es una democracia con una gran dosis
de monarquía constitucional”5.

El diácono Olney, en unas palabras pronunciadas en


1884 con motivo del quincuagésimo aniversario de
Spurgeon, afirmó que los domingos por la noche el
número de miembros del Tabernáculo que estaban
ausentes dirigiendo reuniones ascendía por lo menos a
1000 personas. Ese es un dato asombroso; pero más sor-
prendente aún resulta que, a partir de 1870, Spurgeon
comenzara a pedir a todos los miembros cada tres meses
que no fueran al culto vespertino del domingo siguien-
te, ya que llenando el Tabernáculo impedían que los
inconversos pudieran entrar y escucharan el Evangelio.
Su congregación cooperó; y durante los domingos que

Spurgeon: una nueva biografía 229


Capítulo 15

ellos faltaron del edificio este se llenó más que nunca:


porque miles que no conocían al Señor, sintiendo que
esta vez lograrían entrar, asistieron con gran entusias-
mo. Nada agradaba más a Spurgeon que tener a una
muchedumbre de necesitados espirituales a quienes
predicar; y en aquellas ocasiones —poco corrientes, en
verdad, en la historia cristiana— muchos creyeron en
Cristo y fueron seguidamente bautizados.
Buena parte de la congregación del Tabernáculo casi
nunca salía del sector londinense situado al sur del
Támesis: los hogares de la inmensa mayoría de ellos esta-
ban en esa amplia zona de la ciudad, como también sus
lugares de esparcimiento. Varios de los miembros, por
ejemplo, trabajaban para Sir Henry Doulton, cuya fábrica
—que elaboraba las famosas vajillas y figuritas de porcela-
na Royal Doulton— se encontraba en dicha zona de
Londres. Sir Henry era un cristiano fervoroso que asistía
regularmente a las predicaciones de Spurgeon y daba
empleo a gran número de personas del Tabernáculo.
Los sentimientos de los miembros se entretejían en
torno al Tabernáculo y sus actividades: en algunas igle-
sias los cultos pueden resultar aburridos; pero no suce-
día lo mismo en aquella gran iglesia. La congregación
acudía con gran deleite, desde lo que constituía a menu-
do la tediosa vida diaria, a la casa del Señor: los domin-
gos por la mañana y por la tarde; y al menos dos noches
más durante la semana. Allí sus corazones se estimula-
ban, sus mentes eran informadas y resultaban inspiradas
sus almas. Muchas de las mujeres volvían a la iglesia a
distintas horas del día para preparar comidas o coser
ropa para los huérfanos; y un buen número de los hom-
bres jóvenes iban al Tabernáculo por las noches, para
educarse o aprender algunas cosas más acerca de cómo
se hacía la obra del Señor.

230 Spurgeon: una nueva biografía


La vida diaria en la gran iglesia

Para cientos de personas, el Tabernáculo era el cen-


tro de su existencia: por el mensaje que allí habían oído
sus vidas se habían transformado, sus hogares se habían
reconstruido, habían sido salvos del pecado y experi-
mentado nuevos sentimientos y nuevos gozos. Amaban
aquel lugar; y amaban especialmente al hombre a quien
Dios había utilizado para que todo aquello ocurriese.

NOTAS
1Murray, Iain, ed.: The Full Harvest, p. 81 (Londres, Banner of

Truth, 1962).
2Pequeña estancia donde, según la tradición, se confinó en con-

diciones infrahumanas a un gran número de combatientes europe-


os en la Calcuta del siglo XVIII (N.T.).
3Hayden, Eric W.: A History of Spurgeon’s Tabernacle, p. 29

(Pasadena, Texas: Pilgrim Press, s.f.).


4Ibíd.
5Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon, 6

vols., 4:342 (Londres, Cassel, 1898).

Spurgeon: una nueva biografía 231


En los tiempos de Spurgeon las farolas de
Londres se alimentaban de gas, pero aún
había que encenderlas una por una. Es a esta
práctica a lo que Spurgeon hace referencia
en la siguiente nota.

Volviendo cierto jueves, a finales de otoño, de un


compromiso de predicación más allá de Dulwich,
mi camino pasaba por la cresta de Herne Hill, y
llegué hasta el cerro que había de coronar por la
cota desde donde arranca la empinada cuesta.
Mientras el carruaje me llevaba por el pie de
aquella, vi una luz delante de mí; y al acercarme
al cerro, reparé en que dicha luz ascendía gradual-
mente por el mismo dejando tras de sí un reguero
estelar. Aquella línea de estrellas recién nacidas
permanecía luego en forma de lámparas —una
tras otra—, hasta que llegó desde el pie de dicho
cerro hasta su cima.
No pude ver al farolero: no sé su nombre, ni su
edad, ni dónde vive. Pero sí que vi las luces que él
había encendido, las cuales permanecían una vez
que él mismo se hubo marchado.
Allí en mi carruaje, pensé: “¡Cuán ferviente-
mente deseo dedicar mi vida a encender un alma
tras otra con la sagrada llama de la vida eterna!
Me gustaría pasar lo más desapercibido posible
mientras trabajo, y desaparecer luego en el resplan-
dor eterno de lo alto una vez concluida mi tarea”.

SPURGEON en The Early Years


(Los primeros años)
Capítulo 16

Diez años de
impactante
ministerio

E
ntre 1875 y 1885 el ministerio de Spurgeon alcan-
zó cotas que jamás había logrado. Aunque la semi-
lla sembrada en Londres había producido ya una
gran cosecha, durante estos años el fruto resultó ser más
abundante aún y llegó con una riqueza y una continui-
dad nuevas hasta para un trabajo tan bendecido por
Dios como había sido el suyo.
Por aquel entonces la forma de predicar de Spurgeon
había cambiado en cierto modo: durante sus primeros
años en Londres, Charles estaba lleno de vitalidad
(tanto física como espiritual), lo cual se reflejaba en su
forma de hablar. Se movía por la plataforma con un
vigor ilimitado, y a menudo dramatizaba lo que estaba
diciendo y adornaba con ciertas florituras retóricas
muchos elementos de su discurso. Lo hacía de un modo
muy natural y lo que caracterizaba a toda su oratoria era
su enorme fervor.
Con el paso de los años, sin embargo, su estilo había
cambiado: al madurar personalmente, le había invadido
una determinación aún mayor de poder decir como
Pablo: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a
Jesucristo como Señor”. Le preocupaba aún más que
algún gesto retórico o una determinada afirmación lla-
mativa pudiera atraer la atención de los oyentes sobre sí
mismo e impedir que estos vieran a Cristo. Para 1875, en
un intento de contrarrestar la tendencia que tenían las
personas a fijarse en él mientras predicaba, había adop-
tado un estilo de comunicación más conversacional: se

234 Spurgeon: una nueva biografía


Diez años de impactante ministerio

movía poco durante el sermón y trataba de evitar todo


aquello que pudiera parecer mera oratoria humana.
Pedía en oración poder quedar oculto detrás de la Cruz
mientras hablaba, y anhelaba que los pecadores no se
preocuparan tanto por él, sino que miraran al Salvador.
Sin embargo, su mensaje era aún el mismo, y su fer-
vor era tal vez mayor que nunca. Escogiera el pasaje que
escogiera, siempre exponía los principios fundamenta-
les de la fe y trataba de convencer, con celo ardiente, a
hombres y mujeres para que se reconciliaran con Dios.
A su vez, los corazones de estos quedaban cautivos de
un sentimiento aún más fuerte de la realidad divina, y
un número aún mayor venían a verle los martes para
inquirir acerca del camino que llevaba a Cristo o decir-
le que le habían encontrado recientemente. Muchas de
esas personas contaban también su experiencia delante
de la iglesia los martes o los jueves por la noche, y eran
bautizados el domingo. Estas constantes adiciones pro-
porcionaron al Tabernáculo una congregación de más
de 5000 miembros y lo convirtieron, con mucho, en la
iglesia baptista más grande del mundo.
Sin embargo, a lo largo de este período, tanto
Spurgeon como su esposa se sintieron mal físicamente la
mayor parte del tiempo. Aunque la Sra. Spurgeon había
recobrado el ánimo y su salud mejoró hasta cierto punto
al hacerse cargo del Fondo de Libros, había veces cuando
durante varios días o semanas estaba demasiado enferma
para llevar a cabo su tarea, quedando nuevamente redu-
cida a la condición de una persona medio inválida.
También Spurgeon estaba a menudo postrado por la
enfermedad; y durante los años de que nos vamos a ocu-
par ahora sufriría frecuentemente ataques de gota, con
su terrible dolor y su depresión concomitante. En 1879
experimentó un colapso físico, a consecuencia de su

Spurgeon: una nueva biografía 235


Capítulo 16

excesivo trabajo y responsabilidad, y estuvo ausente del


Tabernáculo durante cinco meses.
Spurgeon cuidaba más su salud que antes, y todos los
veranos trataba de pasar dos semanas en Escocia como
huésped de James Duncan, de Benmore Castle: un cris-
tiano adinerado y muy fervoroso. Casi cada invierno
podía también residir durante un mes o seis semanas en
Menton, en el sur Francia. Estos períodos de descanso
del frío y de la humedad de Inglaterra contribuían
mucho a dotarle de la salud necesaria para seguir ade-
lante, con cierto vigor, durante el resto del año.
Por consiguiente, cuando pensamos en Spurgeon
durante este período —y, de hecho, a lo largo de los res-
tantes años de su vida—, hemos de entender que solo
tenía una salud normal de forma esporádica, que su tra-
bajo se veía a menudo impedido por la enfermedad y
que pasaba muchas horas con dolor. A lo largo de esos
diez años, sin embargo, Spurgeon fue testigo de varios
acontecimientos especiales.
El primero de ellos fue la visita a Londres del evange-
lista americano D.L. Moody. En los primeros años de su
actividad cristiana, Moody se había sentido muy inspira-
do por el éxito de Spurgeon y había ido a Inglaterra
para escucharle hablar; y en una época posterior, en
1873, había regresado a Gran Bretaña, acompañado de
su director de himnos —Ira D. Sankey— y acometido
una serie de campañas de evangelización en Escocia e
Inglaterra. Mientras Moody estaba en Glasgow,
Spurgeon le escribió, pidiéndole que cuando pasara por
Londres predicara para él; y la carta de respuesta de
Moody concluía con esta declaración:

Respecto a ir a su Tabernáculo, considero un gran honor la


invitación que me hace y, en realidad, sería un gran honor

236 Spurgeon: una nueva biografía


Diez años de impactante ministerio

para mí embetunarle a usted las botas. Pero el predicar a su


congregación está totalmente descartado, ya que si no se
convierten a Dios mediante su predicación, “tampoco se per-
suadirán aunque alguno se levantare de los muertos”.
Afectuosamente,
D.L. Moody1

En 1875 Moody celebró una campaña prolongada en


Londres, y él y Sankey recibieron duras críticas, entre las
que destacaba la acusación de fanatismo. Spurgeon salió
en su defensa y, hablando en una reunión de la
Sociedad Bíblica donde estaba presente el arzobispo de
Cantórbery, negó vigorosamente que hubiese nada de
fanático en el ministerio de los dos evangelistas. Luego,
dirigiéndose a otra reunión afirmaría:

Estamos encantados de tener a nuestros amigos aquí [en


Londres], porque de una forma u otra consiguen la atención
popular. Nuestros hermanos han cautivado a las masas, y pre-
dican el Evangelio. No hay muchas voces que lo anuncien
con claridad; pero yo sé lo que pretende el Sr. Moody cuan-
do habla, y lo que pretende el Sr. Sankey cuando canta.
Jamás he visto a hombres cuyas intenciones se vean más cla-
ramente reflejadas en sus labios2.

La obra en Londres suponía un gran esfuerzo para


Moody; pero después de oír predicar a Spurgeon en una
de sus reuniones, escribió:

Mi querido Spurgeon:
Mil gracias por la ayuda que nos prestó ayer por la noche.
Nos estimuló usted grandemente. Me gustaría que pudiera
dedicarnos todas las noches posibles durante los próximos
sesenta días. Son pocos los hombres con quienes se puede

Spurgeon: una nueva biografía 237


Capítulo 16

contar durante la semana, y yo quisiera mantener las reunio-


nes en el East End y en el oeste de Londres al mismo tiempo.
Me resulta muy difícil hablar dos veces en una misma noche
[…]. Haga cuanto pueda por la obra y veremos benditos
resultados.
Apresuradamente suyo,
D.L. Moody3

En 1881 Moody volvió a Inglaterra, y Spurgeon, que


estaba en Menton en ese momento, le escribió pidién-
dole que dedicara un domingo al Tabernáculo; a lo que
Moody respondió:

Querido Sr. Spurgeon:


He recibido su carta del 9 del corriente; y permítame
decirle que le estoy muy agradecido por la nota tan amable
que me envía, la cual me ha conmovido de veras. Durante
muchos años le he tenido en mayor estima que a cualquier
otro hombre sobre la Tierra que predique el Evangelio; y, si
le digo la verdad, me arredro al pensar en sustituirle. No sé
de ninguna iglesia en todo este país que me imponga tanto
respeto como la suya: no porque su congregación no simpa-
tice con el Evangelio que predico; sino porque usted lo hace
muchísimo mejor que yo.
Le agradezco su invitación y, D. m., estaré con su buena
congregación el 20 de noviembre próximo. ¿Quiere usted
que me acompañe el Sr. Sankey, o preferiría que su propio
director de canto estuviera al cargo? Cualquiera de las dos
posibilidades me parece bien. Dele recuerdos a su amable
esposa y acepte mi agradecimiento por su carta de estímu-
lo.
Atentamente,
D.L. Moody4

238 Spurgeon: una nueva biografía


Diez años de impactante ministerio

Había ciertos puntos doctrinales en los cuales Moody y


Spurgeon no estaban plenamente de acuerdo: pero se
hallaban unidos en los grandes principios de la fe cris-
tiana, se admiraban el uno al otro, y se alentaban y asis-
tían mutuamente de todas las maneras posibles.
En 1878 Spurgeon recibió una invitación para visitar
Canadá; pero como sucedía con sus invitaciones a
Estados Unidos —había recibido por lo menos cinco—,
no tenía el tiempo ni la salud necesarios para acudir. De
manera que respondió cortésmente rechazándola.
Hubiera sido deseable que fuera a Norteamérica, y nos
lo imaginamos pasando algunos días con Moody en
Chicago, ministrando a la congregación de este y proba-
blemente repitiendo algunas de sus Discursos a mis estu-
diantes en el Instituto Bíblico.
Pero aunque Spurgeon no visitó América, durante el
año siguiente —1879— su hermano James pasó cerca de
dos meses en los Estados Unidos y el Canadá. Él y su
esposa visitaron Nueva York y Búfalo, y quedaron “pro-
fundamente impresionados por la gran actividad indus-
trial de la población”. Cruzando luego a Canadá, se
detuvieron para admirar las cataratas del Niágara y
luego continuaron hacia Toronto, Montreal y varias ciu-
dades más pequeñas. James predicó a menudo en cada
uno de esos países y su ministerio fue altamente estima-
do.
El segundo acontecimiento especial de esos años tuvo
lugar en 1879: el vigésimo quinto aniversario del minis-
terio de Spurgeon en Londres. Él hubiera dejado pasar
la ocasión inadvertida, pero su congregación vio en ella
una oportunidad para reconocer los logros de su pastor
y expresarle su gratitud. Dos noches, organizadas por los
diáconos, se dedicaron a conmemorar la obra de
Spurgeon y a alabar a Dios por el ministerio de este. La

Spurgeon: una nueva biografía 239


Capítulo 16

congregación manifestó su regocijo regalándole una


fuerte suma de dinero —6476 libras esterlinas— y
haciendo hincapié en que querían que la gastara en sí
mismo; pero él, inmediatamente, las dedicó al apoyo de
sus instituciones. Al dar las gracias a la congregación
expresó:

Algunas iglesias tienen una corona y otras, otra. Nuestra


corona en Dios ha sido esta: se ha predicado el Evangelio a
los pobres, se han salvado almas y Cristo es glorificado. Oh,
querida iglesia, retén lo que tienes […]. En cuanto a mí, con
la ayuda de Dios, lo primero y lo último que anhelo es traer
hombres a Cristo. No me importa el lenguaje refinado, ni las
bonitas conjeturas acerca de la profecía, ni un centenar de
cosas delicadas: quiero quebrantarles el corazón y vendárse-
lo; echar mano a las ovejas de Cristo y traerlas de nuevo al
redil. Eso es lo único por lo que deseo vivir.
Pues bien, hemos tenido la corona de esta bendición: que
según creo estimar, desde que llegué entre ustedes, más de
9000 personas se han añadido a esta iglesia. Si todas estuvie-
ran vivas hoy día, o presentes con nosotros, ¡qué multitud
formarían! […].
Lo que he hecho, lo seguiré haciendo: a saber, amarles
con todo mi corazón y amar a mi Señor según su gracia me
capacite. Me propongo seguir predicando a Jesús y su
Evangelio, y estén seguros de que no predicaré nada más que
eso: porque para mí es o Cristo o nada. He hecho liquidación
en mi vida; y si Jesucristo desaparece quedo en quiebra. Él es
la suma de mi ministerio: mi todo en todo5.

Lo que dijo acerca de no tener nada si se quedaba sin


Cristo fue causado, sin duda, por la incredulidad que se
infiltraba por aquel entonces en numerosos púlpitos.
Antes de que pasasen muchos años, Spurgeon sentiría la

240 Spurgeon: una nueva biografía


Diez años de impactante ministerio

necesidad de afirmarse en la defensa de las grandes ver-


dades de la Escritura; y su actitud en esa contienda sería
que aquellos que no creían en la divinidad de Jesucristo
habían abandonado el cristianismo y no les quedaba
nada de este.
El año siguiente —1880— trajo un cambio importan-
te para la vida cotidiana de los Spurgeon: se trasladaron
a otra casa. Hacía tiempo que se le decía a Spurgeon
que, debido a su dolencia reumática y a la mala salud de
su esposa, debería vivir fuera de la ciudad y a mayor alti-
tud, con objeto de evitar la humedad y las nieblas de
Londres. Además, el área de Nightingale Lane, donde
llevaban veintitrés años viviendo, se había convertido en
una zona bastante comercial; lo cual, aunque disminuía
el placer de vivir en ella, a la vez aumentaba el valor de
la propiedad.
Mientras consideraba la idoneidad de mudarse a otro
sitio, Spurgeon se sintió atraído por un cartel de “Se
vende” en cierta propiedad suburbana del sur de
Londres, situada en un terreno elevado llamado Beulah
Hill (la colina de Beula); y creyendo que el Señor había
abierto el camino, la compró.
La nueva propiedad, que tenía 3,5 hectáreas de
extensión, se llamaba Westwood. Contaba con varios
árboles crecidos y flores y arbustos en abundancia; jun-
tamente con un jardín, establos y pastos. La casa era un
típico hogar de caballero victoriano; y Spurgeon utilizó
inmediatamente el salón como biblioteca y la sala de
billar, con su amplia ventana, como despacho. El área
circundante era tranquila y silenciosa, con una hermosa
vista hacia el Sur, por encima de los campos de
Thornton Heath; y el lugar proporcionaba a aquel hom-
bre cansado, durante las horas que pudiera pasar allí, un
sentimiento de agradable relajación.

Spurgeon: una nueva biografía 241


Capítulo 16

Naturalmente, hubo quienes protestaron ruidosa-


mente. Se hicieron circular descripciones exageradas de
la vivienda y de las tierras, y llegó a decirse que
Spurgeon vivía en una casa de príncipe. En la propiedad
había un pequeño estanque pintoresco; pero se hablaba
de él como de un hermoso lago; y cierto ministro ame-
ricano, después de visitar Londres, comparó la finca con
la del palacio de Buckingham.
Sin embargo, siendo Spurgeon su dueño, Westwood
no sería únicamente un hogar, sino que también se con-
virtió en un sitio de mucha actividad: cada mañana lle-
gaban dos secretarios, y uno de ellos —J.L. Keys— empe-
zaba a abrir las cartas, un gran montón de las cuales le
esperaba cada día. Algunas de ellas las contestaba el pro-
pio Keys; pero muchas otras las apartaba para la consi-
deración personal de Spurgeon. El otro secretario (J.W.
Harrald) ejecutaba numerosas funciones relacionadas
con los proyectos literarios de Spurgeon; preparaba los
viajes de este; y decidía a qué personas de las que llama-
ban queriendo ver a Spurgeon debía permitírseles ocu-
par su tiempo.
Igualmente, los lunes se llevaba a cabo allí la prepara-
ción del sermón que luego se mandaría al impresor: un
trabajo muy exigente siempre. Asimismo en Westwood
se preparaba todos los meses la edición de The Sword and
The Trowel, una obligación que implicaba para el redac-
tor adjunto, G. Holden Pike, pasar muchos días en el
despacho de Spurgeon. También el Fondo de Libros
tenía su sede en Westwood, y la Sra. Spurgeon contaba
con una habitación atestada de volúmenes. Ella estaba
siempre muy activa respondiendo cartas, mientras sus
ayudantes hacían paquetes y enviaban fardos por correo
a los pastores necesitados.
Sobre todo, aquel era el escenario de las múltiples

242 Spurgeon: una nueva biografía


Diez años de impactante ministerio

tareas de Spurgeon. Su biblioteca contenía 12 000 volú-


menes y cada mes reseñaba diez o doce nuevos para su
periódico. Además de los numerosos libros que escribía,
redactaba alrededor de 500 cartas cada semana; y cuan-
do recordamos que entonces eso se hacía a mano, y con
una pluma que había que estar mojando constantemen-
te en un tintero, podemos comprender un poco el tra-
bajo que representaba. Indudablemente, si hubiera
habido teléfono en aquel tiempo Spurgeon habría
hecho buen uso del mismo. Ello le habría evitado la
tarea de escribir tantas notitas como redactaba para
organizar sus visitas a otras iglesias, para el trabajo de sus
instituciones y para la impresión de sus escritos. Pero
hubiera necesitado una operadora de centralita con
plena dedicación y encargada de habérselas con las
innumerables llamadas y decidir cuáles de ellas debía
pasarle.
Westwood era verdaderamente un hermoso lugar,
pero también se aprovechaba óptimamente. Fue el
hogar de Spurgeon durante el resto de su peregrinación
terrenal, y le hizo las cargas un poco más fáciles de lle-
var, permitiéndole hacer muchas tareas que de otro
modo no hubieran sido posibles.
El cuarto acontecimiento especial que marcó las vidas
de Spurgeon y de su esposa durante esos años fue la
celebración de sus bodas de plata. En realidad el aniver-
sario caía en el 8 de enero de 1881, pero Spurgeon esta-
ba demasiado enfermo en aquella fecha para ir al
Tabernáculo —como los diáconos esperaban—; por
tanto, los preparativos para el acontecimiento, que se
iba a celebrar un lunes por la noche, se suspendieron.
Sin embargo, los diáconos y algunos amigos cercanos
pasaron aquella tarde en dichosa comunión con los
Spurgeon en Westwood.

Spurgeon: una nueva biografía 243


Capítulo 16

El otro acontecimiento que debemos mencionar


sucedió tres años después: el quincuagésimo cumplea-
ños de Spurgeon; el cual se celebraba el 19 de junio y al
que la congregación se referiría como su “jubileo”. En el
comienzo de aquel año, Spurgeon estaba en Menton,
demasiado enfermo para volver a Inglaterra en la fecha
que había pensado hacerlo. El 10 de enero escribía esto
a su congregación:

Queridos amigos:
Estoy completamente varado: sin poder dejar la cama, ni
encontrar mucho descanso en la misma. Los dolores del reu-
matismo, el lumbago y la ciática, todos mezclados, son suma-
mente agudos. Si me vuelvo un poco hacia la derecha o hacia
la izquierda, enseguida me doy cuenta de que habito un
cuerpo capaz del sufrimiento más pronunciado6.

Dos semanas más tarde volvió a casa, se hizo cargo de


los cultos un domingo en el Tabernáculo y cayó postra-
do en cama una vez más. Esta vez escribía: “Mi dificultad
consiste, literalmente, en volver a ponerme en pie. Soy
una pobre criatura y, obviamente, me encuentro en una
debilidad física extrema. Sin embargo, el Señor puede
hacer que su poder espiritual se manifieste en mí, y creo
que lo hará. El gran amor que me tienen me soportará
y me presentaré de nuevo ante ustedes, dando testimo-
nio de la fidelidad del Señor”7.
Poco a poco se fue recuperando y pudo reanudar su
ministerio. Llegado el mes de junio estaba listo para par-
ticipar en la celebración del jubileo.
Durante toda la tarde del 19 de junio permaneció
sentado en su sacristía, saludando a las numerosas per-
sonas que iban a visitarlo; y por la noche, el Tabernáculo
se llenó para una reunión en que los diáconos, en nom-

244 Spurgeon: una nueva biografía


Diez años de impactante ministerio

bre de la iglesia, expresaron su agradecimiento a Dios


por Spurgeon y su ministerio. Varios ministros dieron
un breve saludo: entre ellos el padre de Spurgeon, su
hermano James y su hijo Charles. Causó un especial
regocijo el hecho de que la Sra. Spurgeon estuviera pre-
sente: tras algunos años de ausencia, su salud había
mejorado ahora lo suficiente para poder asistir al histó-
rico encuentro, deleitando así a su marido y a la congre-
gación.
También el Sr. Moody habló aquella noche, y deja-
mos constancia de una parte de su discurso:

Esta noche, el Sr. Spurgeon ha dicho que sentía ganas de llo-


rar; yo he intentado contener las lágrimas pero no lo he
logrado del todo […].
Hace veinticinco años, después de convertirme, empecé a
oír acerca de un joven en Londres que predicaba con
extraordinario poder y me invadió el deseo de escucharle,
sin esperar que, algún día, yo mismo sería predicador. Leía
todas las publicaciones que contuvieran sus palabras y estu-
vieran a mi alcance […].
En 1867 crucé el océano, y no creo que haya habido nin-
gún hombre más mareado que yo por las olas durante 14
días. El primer lugar al que acudí fue este edificio: se me dijo
que no podía pasar sin entrada; pero tomé la determinación
de hacerlo como fuese, y lo conseguí. Recuerdo haberme
sentado en esta galería y el asiento en que lo hice: me gusta-
ría poder llevármelo a América conmigo. Mientras su queri-
do pastor se dirigía a la plataforma, no podía quitarle los ojos
de encima […].
Fue el año cuando predicó en el Salón de la Agricultura:
yo le seguí hasta allá, y él me devolvió a América transforma-
do en un hombre mejor […]. Mientras estaba aquí, iba a
todas partes tras el Sr. Spurgeon; y cuando volví a casa, y me

Spurgeon: una nueva biografía 245


Capítulo 16

preguntaban si había estado en esta o aquella catedral, les


decía que no —tenía que confesar que no las conocía—,
pero sí que podía contarles algunas cosas acerca de las reu-
niones en que hablaba el Sr. Spurgeon.
En 1872 pensé que debía volver otra vez para aprender un
poquito más; y me situé nuevamente en esta galería. Desde
entonces he estado aquí muchas veces, y jamás entro en este
edificio sin que mi alma reciba alguna bendición.
Creo que esta noche he recibido una tan grande como en
cualquier otra ocasión […]. Cuando miro a esos niños huér-
fanos sentados abajo, pienso en los 600 siervos de Dios que
han salido de la Escuela Pastoral, en los 1500 o 2000 sermo-
nes predicados desde este púlpito que se han publicado y en
la multitud de libros que ha producido la pluma del pastor
[…]. Con gusto me explayaría hablando de estas buenas
obras […].
Pero permítanme decirles solo una cosa: si Dios es capaz
de utilizar al Sr. Spurgeon, ¿por qué no iba a hacer lo mismo
con el resto de nosotros? ¿Y por qué no postrarnos todos a los
pies del Señor y decirle: “Envíame, utilízame a mí”?
[…] ¡Sr. Spurgeon, que Dios lo bendiga! Yo sé que usted
me ama; pero le aseguro que yo le amo a usted mil veces más
de lo que usted pueda nunca amarme: eso se debe a la gran
bendición que ha sido usted para mi vida […]. Tal vez no vol-
vamos a vernos en la carne, pero gracias a la bendición de
Dios, lo encontraré en el más allá8.

El trabajo habitual de Spurgeon siguió a un ritmo


constante y por todas partes le recibía un éxito aún
mayor. “Todo crece —declaró en relación con el
Tabernáculo y sus instituciones— y exige más y más
atención”9. Y uno de sus biógrafos nos cuenta: “La obra
espiritual de la iglesia jamás ha sido más próspera […]:
durante el último mes de 1880 se ha recibido a la comu-

246 Spurgeon: una nueva biografía


Diez años de impactante ministerio

nión de la iglesia a unas 100 personas”10. Y hablando de


cierta ocasión, durante dicho período, Spurgeon relata-
ba: “He estado sentado desde las 2:00 hasta las 7:00 de la
tarde, entrevistando a buscadores deseosos de hacerse
miembros de la iglesia, y hablado con treinta y tres de
ellos sin descansar. Jamás he pasado un rato más gozo-
so”11. Por sugerencia suya, 250 miembros abandonaron
por aquel entonces el Tabernáculo, para comenzar una
nueva iglesia en Peckham; y se produjeron varios otros
casos de lanzamiento de nuevas empresas por parte de
la congregación del Tabernáculo Metropolitano.
Alguien afirmó: “Al pastor siempre le gustaba que un
batallón así dejara el grueso del ejército para llevar a
cabo operaciones en otro lugar”12.
A pesar de su dolencia reumática, Spurgeon predica-
ba mucho fuera del Tabernáculo. En cierta ocasión se
informó de que en Leeds, bastante al norte de
Inglaterra, “cientos de personas no [habían] consegui-
do entrar. El anuncio de que el Sr. Spurgeon tenía inten-
ción de predicar […] mostró la continua popularidad
de que goza al atraer a los oyentes por centenares desde
muchos kilómetros a la redonda”. Y leemos lo siguiente
acerca de una reunión en la que fue el orador en Bristol:
“Naturalmente, la admisión era con entrada; pero en
cierto momento la muchedumbre se apresuró a superar
a la policía situada en la puerta y entró. Las personas
que desconocían la singular popularidad del predicador
eran incapaces de comprender aquel deseo de conse-
guir entradas […]. Llegó a decirse que se habían ofreci-
do hasta 10 libras esterlinas por un asiento”13.
Esos no son más que dos de los muchos informes
acerca de ministerio itinerante de Spurgeon que se die-
ron durante aquellos años. Según los parámetros actua-
les, el viaje —ya fuera en tren o en carruaje— resultaba

Spurgeon: una nueva biografía 247


Capítulo 16

lento e incómodo; y cuando leemos los relatos de G.


Holden Pike respecto de las muy frecuentes visitas de
Spurgeon a otras ciudades, es imposible no maravillarse
de que un hombre afectado de reuma pudiera desarro-
llar tan amplio ministerio. Hasta cuando iba a Escocia
de vacaciones, no podía refrenarse de predicar, y era
bastante corriente para él hacerlo ante 10 000 o 15 000
personas, al aire libre, en las laderas de los cerros esco-
ceses.
Como ya hemos visto, Spurgeon había recibido cinco
invitaciones para visitar los Estados Unidos y una para el
Canadá: otra le llegaría desde Australia, la cual —como
en los casos anteriores— tuvo que rechazar: “¡Cómo me
gustaría poder ir volando y volver en el plazo de un
mes!”14, escribía. Y sus palabras parecían anhelar la
libertad que han conseguido los hombres actualmente
con el privilegio de los viajes en avión.
Cada año, hacia el mes de noviembre, Spurgeon esta-
ba agotado y no tenía más remedio que irse a Menton.
Un año, antes de partir, se sintió tan débil en medio de
la predicación que hubo de hacer una pausa y pedir a la
congregación que cantase un himno mientras se repo-
nía. Luego continuó su sermón —pero lo hizo con difi-
cultad—, y a la mañana siguiente corrió el rumor por
todo Londres de que se estaba muriendo. No era cierto,
pero estaba terriblemente indispuesto; y al cabo de otro
día partió de viaje hacia el Sur.
También el trabajo de los hombres de la Escuela
Pastoral experimentó una bendición desacostumbrada
durante aquellos años. En su mayor parte, estos pastores
seguían el método de Spurgeon de asegurarse, dentro
de lo humanamente posible, de que las personas a quie-
nes bautizaban habían nacido verdaderamente de
nuevo. Sin embargo, en los doce años anteriores a 1880,

248 Spurgeon: una nueva biografía


Diez años de impactante ministerio

el número de bautizados ascendió hasta cerca de 39 000.


De modo que se construían y aumentaban las iglesias
por todo el país.
Dos de los hombres de las Escuela Pastoral —Clarke
y Smith— eran evangelistas, y Spurgeon informó de que
en un año habían celebrado 1100 cultos. Otro año, este
equipo se encargó del trabajo del Tabernáculo mientras
Spurgeon pasaba seis semanas en Menton, y cuando
Charles volvió había cerca de 400 personas que habían
hecho profesión de fe durante su ausencia y esperaban
para ser bautizados.
Lord Shaftesbury presidió la reunión que conmemo-
raba el quincuagésimo cumpleaños de Spurgeon, y des-
pués de escuchar la lista de 66 organizaciones que diri-
gía este, comentó:

El éxito no le ha envanecido; antes bien le ha hecho más


humilde y alentado más, si cabe, a seguir en su noble empre-
sa de bien […] en beneficio del género humano […].
Quiero decirles lo que pensamos los extraños. ¡Qué rela-
ción de sus organizaciones se les acaba de leer ahora mismo!
¡Cómo demuestra esa relación el eficiente cerebro adminis-
trativo que posee nuestro amigo! Esa lista de asociaciones,
instituidas por su ingenio y supervisadas por su solicitud,
sería más que suficiente para mantener ocupadas las mentes
y los corazones de cincuenta hombres ordinarios —a mí me
parece el mundo entero en una cápsula—. Spurgeon lleva
adelante su orfanato y varias instituciones más; pero quiero
grabar bien en sus mentes aquello en lo que creo que desta-
ca con más fuerza: la fundación y el gobierno de la Escuela
Pastoral. Mi admirable amigo ha producido un gran número
de hombres, útiles en su generación, para predicar la Palabra
de Dios con toda su sencillez y su fuerza […]. Ningún hom-
bre ha creado un grupo así, capaz de llevar adelante la ilus-

Spurgeon: una nueva biografía 249


Capítulo 16

tre obra y dispuesto a hacerlo, como nuestro amigo, cuyo


jubileo hemos celebrado hoy15.

Y un periódico londinense, consciente del carácter


siempre en expansión de la obra de Spurgeon, comen-
taba:

Otros hombres han tenido vicisitudes, reveses, desastres…


Pero las únicas vicisitudes del Sr. Spurgeon han surgido de su
influencia cada vez mayor. Ha experimentado ansiedad, no
hay duda —como los demás hombres—, pero siempre ha
sido la ansiedad debida al crecimiento, jamás al declive16.

A pesar de la salud del Tabernáculo y de sus institu-


ciones, la enfermedad de Spurgeon lo estaba mante-
niendo fuera del púlpito muchos domingos al año; y
cuando expresaba su pesar por ello a los diáconos y
hablaba desdeñosamente de sus largas ausencias en
Menton todos los inviernos, aquellos manifestaban su
profunda gratitud por cualquier porción del año que
pudiera dedicarles. “Preferimos tenerlo a usted solo por
seis meses —le respondían— que a cualquier otro minis-
tro durante los doce meses enteros”; lo cual era un buen
testimonio de su capacidad, del aprecio que le tenían y
de la prosperidad de la obra.

NOTAS
1C.H. Spurgeon’s Autobiography, recop. Spurgeon, Susannah y

Harrald, J.W., 4:169 (Londres, Passmore and Alabaster, 1897).


2Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon, 6

vols., 5:155 (Londres, Cassel, 1898).


3Spurgeon: Autobiography, 4:169-170.
4Ibíd.

250 Spurgeon: una nueva biografía


Diez años de impactante ministerio

5Ibíd., 4:19,22.
6Murray, Iain, ed.: The Full Harvest, p. 385 (Londres, Banner of
Truth, 1973).
7Ibíd., p. 386.
8Ibíd., pp. 396-398.
9Pike: 6:216.
10Ibíd.
11Ibíd., 6:257.
12Ibíd., 6:228.
13Ibíd, 6:206.
14Ibíd., 6:215.
15Ibíd., 6:275.
16Ibíd., 6:274.

Spurgeon: una nueva biografía 251


Charles Haddon Spurgeon no fue corriente en
ningún aspecto: era grande como hombre,
grande como teólogo, grande como predicador,
grande en su vida privada con Dios y grande
en público con sus semejantes. Estaba muy
versado en las tres cosas que, según Lutero,
hacen a un ministro: la tentación, la medita-
ción y la oración. Y fue profundamente ins-
truido en la escuela del sufrimiento.

JAMES DOUGLAS, The Prince of Preachers,


1894
Capítulo 17

Características
personales

U
na personalidad tan destacada como la de C.H.
Spurgeon no podía por menos de estar marcada
por varios rasgos de pensamiento y acción que le
distinguían de otros hombres. Debemos considerar
dichos rasgos, ya que conociéndolos tendremos una
mejor comprensión del magnífico objeto de nuestro
estudio.
El elemento principal de toda la carrera de Spurgeon
fue su caminar con Dios. Entre los evangélicos se recuer-
da a cristianos como David Brainerd, Henry Martyn,
John Fletcher o Robert Murray M’Cheyne por la santi-
dad de sus vidas: Spurgeon merece ocupar un sitio entre
esos hombres santos.
Recordemos, por ejemplo, la declaración de su dedi-
cación al Señor, la cual escribió poco después de conver-
tirse: en ella expresaba su entrega gozosa de sí mismo a
Dios; y en el diario que vino luego, Spurgeon dejó cons-
tancia de la forma en que llevaba a cabo ese propósito.
Resulta imposible leer sus palabras sin ver la belleza de
esa joven vida en su pureza y su devoción abnegada.
Los mismos principios lo impulsaron cuando llegó a
Londres: en medio de un éxito tan grande que hubiera
conducido a muchos hombres a un orgullo desenfrena-
do, él permaneció humilde y, a menudo, estuvo comple-
tamente quebrantado delante del Señor. Enseñó a orar
a su congregación, haciendo mucho más con su ejemplo
que con ninguna predicación que hubiera podido dar
acerca del asunto. La congregación le oía orar con tal
veracidad, que se avergonzaba de su propia repetición
mecánica de palabras; y poco a poco, comenzaron a con-

254 Spurgeon: una nueva biografía


Características personales

tender con Dios en ferviente comunión como su pastor.


Spurgeon fue siempre un hombre de oración: no
porque pasara largos períodos dedicado a ella, sino por-
que vivía en un espíritu de comunión con Dios. Un ame-
ricano, el Dr. Wayland Hoyt, nos proporciona un ejem-
plo de cómo lo hacía:

Cierto día, estaba andando con él por un bosque de las afue-


ras cercanas de Londres cuando, paseando bajo la sombra
del follaje estival, nos topamos con un árbol caído en medio
del sendero; y, tan naturalmente como diría alguien que
tiene hambre y a quien se le pone pan delante, dijo: “Venga,
vamos a orar”. Y arrodillándose al lado del leño, levantó su
alma a Dios con la más tierna y, no obstante, más reverente
oración.
Luego, tras ponerse en pie, siguió paseando mientras
hablaba de esto y aquello. La oración no constituyó un
paréntesis, sino que fue algo tan propio del hábito de su
mente como el respirar lo era de su cuerpo1.

Otro americano, el Dr. Theodore Cuyler, nos cuenta


un incidente parecido. Cuando él y Spurgeon camina-
ban cierto día por el bosque, “conversando animada-
mente”, de repente, Spurgeon se detuvo y dijo: “Venga,
Theodore, demos gracias a Dios por la risa”. Así era
como vivía: “Entre la broma y la oración no había para
él más distancia que el ancho de una brizna de hierba”2.
Y William Williams, quien se convirtió en un compe-
tente ministro después de su curso en la Escuela
Pastoral, y que estaba a menudo en compañía de
Spurgeon, dice:

Una de las horas más útiles de mis visitas a Westwood era


aquella de la oración familiar. A las 6:00 de la tarde toda la

Spurgeon: una nueva biografía 255


Capítulo 17

familia se reunía en el despacho para el culto; y generalmen-


te el Sr. Spurgeon mismo dirigía el devocional. La lectura
bíblica iba acompañada invariablemente de exposición; ¡y
cuán asombrosamente útiles resultaban aquellos comenta-
rios hogareños y benévolos! Recuerdo, especialmente, su lec-
tura de Lucas 24: “Jesús mismo se acercó, y caminaba con
ellos”. Con cuánta dulzura habló acerca de tener a Cristo con
nosotros adonde vayamos, y no solo de invitarle a acercarse
en ocasiones especiales: pedirle que venga con nosotros en
cualquier tarea que emprendamos […].
Y luego, cuán llenas estaban sus oraciones de suplicación
tierna, de serena confianza en Dios, de compasión universal;
y con qué bondadosa familiaridad era capaz de hablar con su
divino Señor. No obstante, la reverencia siempre caracteriza-
ba a su conversación con Él. Sus oraciones públicas eran una
inspiración y bendición; pero aquellas que hacía con su fami-
lia me parecían más maravillosas aún. La belleza de las mis-
mas era siempre asombrosa: las figuras, los símbolos, las men-
ciones de motivos escriturarios selectos; todo ello expresado
con una espontaneidad y una naturalidad tales que cautiva-
ban la mente y conmovían el corazón.
Cuando el Sr. Spurgeon se postraba ante Dios en la ora-
ción familiar, parecía un hombre aún más ilustre que cuan-
do mantenía a miles de personas embelesadas con su orato-
ria3.

Tales palabras nos hacen comprender la magnífica


experiencia que debía de ser oír las oraciones de
Spurgeon.
El hombre que vivía en esa constante comunión con
Dios, manifestaba en su vida diaria todos los frutos del
Espíritu: el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benig-
nidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y la templanza
siempre estaban presentes. Y con ellos el aborrecimien-

256 Spurgeon: una nueva biografía


Características personales

to de cuanto les era contrario: una aversión a toda clase


de pecado.
Este retrato de Spurgeon como un hombre de
extraordinaria santidad es enteramente cierto; por ello,
la afirmación que hemos de hacer ahora parecerá
inconsecuente para algunos. Sin embargo, es igualmen-
te verdadera y debemos hacerla: Spurgeon fumaba
puros y consumía bebidas alcohólicas.
No se sabe cuándo empezó a fumar; pero en aquellos
tiempos hacerlo se consideraba beneficioso para la
salud. A Robert Hall, el famoso predicador de la iglesia
baptista de St. Andrew’s Street, en Cambridge, su médi-
co le había aconsejado que se hiciera fumador, y ya que
Spurgeon vivía en Cambridge y asistía a aquella iglesia
cuando era adolescente, sin duda estaba familiarizado
con el suceso. Además, no había ningún tipo de escrú-
pulos al respecto entre muchos ministros de la Iglesia de
Inglaterra o de Escocia, como tampoco entre aquellos
de las diferentes iglesias de Francia u Holanda.
Naturalmente, Spurgeon no hacía el más mínimo
intento de esconder su hábito. Cierto periodista le descri-
bió yendo en su calesín hacia el Tabernáculo cada maña-
na, y su relato terminaba con Spurgeon “disfrutando de
su puro matutino”. Una mañana, cuando estaba de excur-
sión con sus estudiantes y varios de ellos habían encendi-
do pipas o puros, Spurgeon dijo: “¡No les da vergüenza
estar fumando tan temprano!”; y ellos, inmediatamente,
los apagaron. Entonces, él sacó un puro y lo encendió, y
juntos rieron su pequeña broma. Lo que Spurgeon que-
ría decir es que no se avergonzaba en absoluto de su cos-
tumbre: hay que destacar que no veía nada malo en su
hábito de fumar, y que lo hacía abiertamente.
Pero en cierta ocasión recibió un repentino sobresal-
to. En 1874, el Dr. George F. Pentecost —un pastor bap-

Spurgeon: una nueva biografía 257


Capítulo 17

tista americano— visitó el Tabernáculo, y Spurgeon lo


hizo sentar en la plataforma durante el culto vespertino.
Spurgeon predicó “clara y enérgicamente acerca de la
necesidad de renunciar al pecado para poder ser efica-
ces en la oración”; y habló en contra de los pequeños
hábitos, aparentemente sin importancia, que muchos
cristianos tienen y que les impiden una verdadera comu-
nión con Dios.
Después de terminar su sermón, le pidió al Dr.
Pentecost que hablara, indicándole de un modo especial
que aplicara el principio que él mismo había expuesto.
Es muy probable que el Dr. Pentecost no supiera que
Spurgeon fumaba; comoquiera que sea, aplicó el princi-
pio de Spurgeon contando su propia experiencia al
dejar de fumar puros. “Había una cosa que me gustaba
sobremanera —dijo—: el mejor puro del mercado”4. Sin
embargo, George F. Pentecost pensaba que ese hábito
era malo en la vida de un cristiano, y se esforzaba por
vencerlo. Pero el hábito del tabaco resultó ser tan fuer-
te que se vio esclavizado, hasta que, después de muchas
luchas, puso su caja de puros delante del Señor, clamó
desesperadamente pidiendo ayuda, y se le concedió una
victoria completa. El Dr. Pentecost contó, con mucha
alabanza al Señor, cómo Dios lo había capacitado para
vencer el hábito; y durante todo su discurso estuvo pre-
sente la idea de que el fumar no solo eran un vicio escla-
vizante, sino también que el cristiano debería conside-
rarlo un pecado.
Debemos suponer que si alguna vez en su vida
Spurgeon se sintió avergonzado, sería entonces; y levan-
tándose de su asiento, dijo:

Bien, queridos amigos: ya sabrán que algunos hombres pue-


den hacer para la gloria de Dios lo que para otros sería peca-

258 Spurgeon: una nueva biografía


Características personales

do; y, a pesar de lo que acaba decir el hermano Pentecost,


pienso fumarme un puro para la gloria del Señor antes de
irme a la cama esta noche.
Si alguien puede enseñarme en la Biblia el mandamien-
to: “No fumarás”, estoy dispuesto a obedecerlo; pero yo aún
no lo he encontrado. Veo diez mandamientos en la Escritura,
y ya me cuesta bastante guardarlos; no tengo ningún deseo
de convertirlos en once o en doce. Lo cierto es que les esta-
ba hablando acerca del pecado real, no de quisquillas y
escrúpulos […]. “Todo lo que no proviene de fe, es pecado”;
y esa es la verdadera cuestión en lo que mi hermano
Pentecost ha expresado. ¿Qué diremos si para un hombre es
pecado que le embetunen las botas? Pues bien, que deje de
hacerlo y se las haga blanquear si quiere. Desearía decir que
no me avergüenzo de nada de lo que hago, y no creo que por
fumar tenga que avergonzarme; me propongo, pues, fumar
para la gloria de Dios5.

En poco tiempo, la expresión “un puro para la gloria


de Dios” se extendió por Inglaterra. Los periódicos se
hicieron eco de la noticia y recibieron una multitud de
cartas: algunas de ellas aprobando la costumbre de
Spurgeon, pero la mayoría condenándola. No tuvo más
remedio que intentar defenderse, y en una carta dirigi-
da al Daily Telegraph, afirmaba:

Al igual que cientos de miles de mis hermanos cristianos, he


fumado y, juntamente con ellos, se me acusa de vivir en peca-
do habitual —si hemos de creer a ciertos acusadores—.
Puesto que jamás viviría a sabiendas en la más mínima des-
obediencia de la ley divina, y el pecado es la trasgresión de la
Ley, no reconoceré el pecado si no soy consciente del mismo
[…]. Cuando un puro me ha aliviado de un dolor intenso, ha
apaciguado y calmado mi mente o me ha dado un sueño

Spurgeon: una nueva biografía 259


Capítulo 17

reparador, me he sentido agradecido al Señor y he bendeci-


do su nombre: eso es lo que quería decir6.

Entre las varias declaraciones que hubo acerca de la


cuestión, la más importante fue una larga carta abierta
dirigida a Spurgeon y publicada en forma de folleto. Su
tono era sosegado, y su razonamiento sólido: le decía
que fumando no le estaba haciendo ningún bien a su
cuerpo, sino un mal; y le recordaba el ejemplo que con
ello sentaba, y el esfuerzo que hacían los padres cristia-
nos por mantener a sus hijos alejados del hábito, solo
para recibir como respuesta: “¡Pues Spurgeon fuma!”.
William Williams nos cuenta que, en años posterio-
res, Spurgeon desistió parcialmente de fumar: a veces
pasándose meses enteros sin un puro. Es posible que se
tratara de un esfuerzo por demostrarse a sí mismo, y a
los demás, que no estaba esclavizado por el hábito.
Alrededor de dos años antes de su muerte, parece haber
renunciado a fumar completamente: tal vez por haber
comprendido que no constituía la ayuda para su salud
que él había esperado. No obstante, muchos de nosotros
hoy día hubiéramos deseado que jamás hubiese contraí-
do ese hábito.
Spurgeon también consumió bebidas alcohólicas
durante una parte considerable de su vida. En sus tiem-
pos no era fácil conseguir agua pura y potable; por lo
que, para evitar las infecciones, muchas personas bebían
distintas clases de cerveza con las comidas. Esa había
sido una costumbre humana desde tiempos inmemoria-
les, y resulta casi indudable que Spurgeon se iniciaría en
ella desde niño, en casa de su abuelo y de su padre, y
que habría crecido acostumbrado a esa práctica. A su
vez, no llevaba mucho tiempo en Londres cuando lo
vemos consumiendo bebidas tales como la cerveza, el

260 Spurgeon: una nueva biografía


Características personales

vino y el coñac, aunque en cantidades muy moderadas.


Y, tal como sucedió en el caso del tabaco, tampoco hizo
nada por negar o esconder esta costumbre.
En 1863 el orador americano de la Liga contra el
Alcohol, John B. Gough, estaba en Inglaterra y publicó
algunas enérgicas declaraciones contra el consumo de
bebidas alcohólicas por parte de Spurgeon. Parece ser
que exageraba la magnitud de la costumbre de este, y
Spurgeon aseguró en un artículo publicado por cierta
revista estadounidense: “Siempre había tenido al Sr.
Gough por un hombre bueno y excelente […]; había
supuesto, también, que se trataba de un caballero y,
mejor aún, de un cristiano que estimaba la causa de la
religión por encima de aquella otra de la abstinencia de
bebidas alcohólicas”7.
En 1871 Gough se hallaba de nuevo en Inglaterra y,
entonces, oyó cosas mejores acerca de Spurgeon. Supo
que ya no tomaba alcohol; y después de visitarlo en su
casa, Gough escribía: “Me alegra poder decir que hoy
día —y desde hace algún tiempo— [el Sr. Spurgeon] es
totalmente abstemio, y que cuando tomaba estimulantes
lo hacía por prescripción médica. Mientras lo estuvo
haciendo, no lo escondió; sino que hablaba libremente
de ello dondequiera que estaba”8.
Puede que Gough estuviera equivocado acerca de la
fecha en que Spurgeon cambió de hábito; pero varios de
los alumnos de este en la Escuela Pastoral se oponían fir-
memente a todo tipo de consumo de alcohol. Los dos
hijos de Spurgeon también eran abstemios y es probable
que su postura influyera en su padre. Spurgeon dejó de
beber alcohol durante la década de los 70 del siglo XIX,
y en años posteriores invitó al Sr. Gough al Tabernáculo
para dar charlas contra la bebida y a favor de la abstinen-
cia.

Spurgeon: una nueva biografía 261


Capítulo 17

En aquellos dos hábitos vemos que Spurgeon era muy


humano: un hombre de su época. Además no era el
único indulgente con esas cosas. Aunque John Wesley,
por ejemplo, se había opuesto completamente al consu-
mo de té, era una especie de autoridad en la degusta-
ción de cerveza. Charles Wesley también tomaba alco-
hol, y resulta bastante incongruente ver a este gran gue-
rrero metodista durante los últimos años de su vida con-
tabilizando los gastos ocasionados por las bebidas de los
invitados a los conciertos de su hijo. Whitefield también
tenía la misma costumbre; y le vemos escribir: “Dele las
gracias de mi parte a ese amable destilador por el barril
de ron que nos mandó”.
He relatado estas cuestiones acerca de Spurgeon con
gran renuencia, ya que parecen lamentables en la vida
de un hombre tan recto; pero por mor de la sinceridad
cristiana y de la precisión académica no se podían omitir.
Hay, sin embargo, muchas cosas más de un carácter
muy diferente y encomiable en cuanto a Spurgeon, y
seguiremos considerándolas.
Observamos, en primer lugar, su persona física.
Spurgeon no tenía nada de la elegancia esbelta y seño-
rial de Edward Irving, a quien recordaban por aquel
entonces muchos londinenses. Spurgeon era de media-
na altura y no tenía una constitución atractiva. Sus mus-
los eran cortos, pero poseía la poderosa caja torácica del
orador; además tenía la cabeza grande, y se decía de él
que “su cuerpo no presentaba ángulos”. Al comienzo de
la treintena empezó a dejarse la barba, lo cual, básica-
mente, mejoró su apariencia y también lo protegió de la
humedad y del frío de los inviernos ingleses; pero, sobre
todo, le ahorró el tiempo que antes dedicaba al afeitado.
Spurgeon tenía una cara muy expresiva: aunque sus
rasgos en sí eran algo toscos, siempre se hallaban ilumi-

262 Spurgeon: una nueva biografía


Características personales

nados por unos ojos en torno a los cuales, aun en sus


momentos de dolor, parecía brillar una sonrisa perenne.
Cierto artista intentó una vez pintar su retrato, pero lo
dejó después de cuatro sesiones, diciendo: “No puedo
pintarlo: su cara cambia cada día; usted nunca es el
mismo”.
James Douglas, alguien que conocía bien a Spurgeon,
lo describió de esta manera:

¿Ha habido alguna cara que expresara más genialidad,


cordialidad, cariño y desbordante hospitalidad que la suya?
No sabemos de ninguna en la cual estos rasgos brillaran de
tal manera. Su saludo era cálido como el sol […]. No impor-
taba qué sombras hubiera sobre el espíritu de una persona,
ni qué angustias llevara esta en el corazón: todo ello se des-
vanecía ante la voz de su recibimiento. La luz de su semblan-
te disipaba inmediatamente cualquier pesimismo. Jamás he
conocido a nadie cuya presencia tuviera tal encanto, ni cuya
conversación constituyese tan rico y variado festín […].
Su voz tenía un sello de preeminencia: era en sí un órga-
no sorprendente por sus muchos registros y la suavidad de su
modulación. Tenía una forma de hablar musical. Spurgeon
era un orador nato, tanto por la calidad de su tono como por
su facilidad de dicción; y no necesitaba recibir clases de
declamación porque esta le era completamente natural […].
Su discurso tampoco constituyó nunca mera verborrea, ni
era simplemente un sonido melodioso para los oídos. El ora-
dor nato —como sucedía con Edward Irving— a menudo se
expone a tales críticas; pero la dicción del Sr. Spurgeon
jamás fue altisonante o bombástica […]. Spurgeon se eleva-
ba con la grandiosidad de su tema, y en sus manos lo trascen-
dente nunca se devaluó. Si el pensamiento era sublime, él le
daba sublime expresión; si era sencillo, lo adornaba conve-
nientemente.

Spurgeon: una nueva biografía 263


Capítulo 17

Tenía un intelecto digno de su gran corazón: la mente de


este hombre verdaderamente grande era de gigante […].
Lograba con facilidad, y espontáneamente, proezas mentales
que hombres de renombre y de desmesurada vanidad inten-
tan hacer, hasta con esmero, sin conseguirlas […]. Podía cap-
tar las implicaciones de un tema, mantenerlo presente y des-
plegar sus pensamientos como un ejército que ejecuta movi-
mientos tácticos. [Spurgeon] jamás iba “a la deriva” […],
todo lo tenía meticulosamente organizado9.

A Spurgeon siempre le gustaron los animales: aunque


durante sus primeros años en Londres utilizaba un
carruaje de un solo caballo, al trasladarse a Westwood,
teniendo que recorrer más distancia desde el
Tabernáculo, lo cambió por un vehículo de doble tiro.
Los caballos se mantenían en excelente condición y
Spurgeon hablaba de ellos en broma como estando
“bajo la ley”, porque descansaban los sábados. Puede
que algunas de las declaraciones más enérgicas que
jamás hiciera Spurgeon en todos sus escritos se hallen
en un artículo suyo contra la crueldad hacia los anima-
les, en el que citaba con feroz vehemencia los casos que
habían llegado a su conocimiento de malos tratos a que
eran sometidos perros y caballos.
En Westwood, Spurgeon mantenía una colmena y dis-
frutaba cuidando de sus abejas él mismo cuando tenía
tiempo. Le fascinaba el sistema que utilizaban aquellos
insectos para organizarse en su abejar. En cierta ocasión
gran número de ellas se le echaron encima y tuvo que
entrar en la casa corriendo y quitarse las prendas exte-
riores; aunque no sufrió ninguna picadura.
Después de que un ladrón se introdujera en su casa y
le robara un bastón con pomo de oro que le había rega-
lado John B. Gough, Spurgeon se hizo con un perro;

264 Spurgeon: una nueva biografía


Características personales

pero no un perro guardián, sino meramente uno de


esos dogos falderos, el cual gozaba del cariño de la Sra.
Spurgeon y de su marido. También había peces de colo-
res en el estanque de Westwood, y se decía que nadaban
hacia Spurgeon para que este los acariciara cuando se
acercaba al borde del agua. De lo que sí podemos estar
seguros, es que les llevaba alguna comida de su gusto la
cual captaba su especial atención.
Durante los últimos veinte años de su vida, poco más
o menos, Spurgeon intentó reservar el miércoles como
día de asueto, y hubo veces cuando se tomó media sema-
na de vacaciones. En esas ocasiones —ya fueran de un
día o de cuatro— solía hacerse acompañar por uno de
los pastores jóvenes que habían sido estudiantes en su
Escuela Pastoral, o tal vez por un compañero de minis-
terio, que en ocasiones era uno de los pastores america-
nos que estaban de visita en la ciudad. Vestido de una
ropa cómoda, conducía su calesín y tomaba los tranqui-
los caminos rurales del sur de Londres, deteniéndose en
algún albergue pintoresco para comer o pasar la noche.
A veces dejaban el caballo en el establo del albergue y
andaban por los bosques o buscaban algún lugar aparta-
do en donde sentarse a contemplar la maravillosa obra
de Dios en la naturaleza que los rodeaba.
En esas excursiones Spurgeon dejaba de pensar en su
fardo de responsabilidades y era la viva encarnación de
la alegría. Hablaba de la historia de los pueblos o de los
edificios de la zona; conocía el nombre de las plantas y
las flores tanto en inglés como en latín y, ciertamente,
podía conversar sobre toda clase de cuestiones con pre-
cisión y deleite. El arzobispo de Cantórbery poseía una
gran finca en esa parte de Inglaterra, y le había dicho a
Spurgeon que la utilizase como si fuera suya propia.
Cuando la excursión había terminado, por regla gene-

Spurgeon: una nueva biografía 265


Capítulo 17

ral, sus compañeros consideraban el acontecimiento


como una de las grandes ocasiones de sus vidas y habla-
ban de él como el anfitrión más encantador y fascinan-
te que hubiera.
No podemos conocer a Spurgeon como es debido si
no tenemos en cuenta su extrema sensibilidad. Aunque
era un individuo robusto y claramente masculino, tam-
bién se caracterizaba por una gran ternura, y a menudo
se le saltaban las lágrimas. Su ser entero estaba alerta
para las diversas experiencias de la vida, y sentía las cosas
intensamente. Se nos dice, por ejemplo, que hubo dos
ocasiones en que su espíritu fue tan sacudido que oró
durante toda la noche: una de ellas, tan sagrada que no
se volvió a mencionar; mientras que la otra sucedió
cuando su hijo Tom estaba a punto de tomar el barco
para irse a Australia y emprender una nueva vida en
aquel clima más cálido. Spurgeon había tenido la espe-
ranza de contar con la asistencia de sus dos hijos a medi-
da que se iba haciendo mayor; pero ahora Tom estaba a
punto de partir para irse muy lejos, y él pensaba que
jamás volvería a verle. Ese domingo por la noche predi-
có acerca de “Ana, una mujer atribulada en espíritu”; y
durante las horas que siguieron contendió con Dios en
oración. Antes de que amaneciera había aceptado con
tranquilidad la partida de su hijo10.
Otro elemento de su sensibilidad lo encontramos en
su miedo a cruzar una calle cuando había mucho tráfi-
co. En aquel entonces, las calles de Londres estaban lle-
nas de carruajes y carretas, y algunos cocheros apresura-
ban a sus corceles para que avanzaran lo más rápida-
mente posible, sin que hubiera reglas de tráfico que los
controlaran. Una vez, en medio de todo aquel ajetreo y
bullicio, Spurgeon estuvo en una esquina cerca del
Banco de Inglaterra sin poder reunir el valor necesario

266 Spurgeon: una nueva biografía


Características personales

para cruzar la calle; pero entonces un ciego se le acercó


y le pidió que lo ayudara a sortear el tráfico y, en vista de
la necesidad del hombre, Spurgeon reaccionó y ambos
cruzaron seguros.
Spurgeon experimentaba fuertes depresiones, y aun-
que estas eran en cierta medida consecuencia de la gota,
es probable que también fueran atribuibles alguna otra
causa.
A él acudía todo tipo de personas, para descargar en
sus oídos el relato de sus pruebas y para pedirle consejo.
Esto era así con cientos de miembros del Tabernáculo,
pero especialmente con los hombres de la Escuela
Pastoral que habían salido para ejercer el ministerio. En
sus iglesias tenían problemas que resolver y decisiones
que tomar; y venían, primeramente, para descargarse en
Spurgeon y, en segundo lugar, para que orase por ellos
y los ayudara con su sabio consejo.
Uno de los mejores hombres de la Escuela Pastoral,
James Douglas, afirmó que veía tan a menudo a
Spurgeon llevando de este modo las cargas de otros que
decidió no traerle nunca ninguna prueba suya, sino ir a
verle con algún relato de bendición que le levantara los
ánimos.
Pero aunque él escuchaba de esta manera los proble-
mas de otras muchas personas, Spurgeon no tenía a
nadie con quien compartir los suyos propios: en vista de
las frecuentes enfermedades de la Sra. Spurgeon, es
seguro que no le contaba toda la verdad de la carga que
llevaba. Había que mantener funcionando esa gran
maquinaria del Tabernáculo y sus organizaciones adjun-
tas, la cual él había creado, y el costo de hacerlo era muy
alto. Los diáconos y los ancianos cargaban con su parte
de responsabilidad; sin embargo, había tanto que
dependía de Spurgeon que, en muchos sentidos, llevaba

Spurgeon: una nueva biografía 267


Capítulo 17

la pesada carga él solo. Naturalmente, confiaba en el


Señor; aun así, también experimentaba la tensión de sus
cargas y, al no tener a nadie en quien poder descargarse
del todo, acumulaba una sensación opresiva dentro de
su pecho que gradualmente le hacía caer en una gran
depresión.
No podemos saber lo que sufría en aquellos momen-
tos de oscuridad, acompañados por regla general de los
días y las noches de angustia física causados por algún
fuerte ataque de gota; y a menudo, ni siquiera su clamor
desesperado a Dios le producía alivio alguno. “Debajo
del Castillo de la Desesperación —decía Spurgeon—
hay mazmorras”; y él había pasado por ellas con frecuen-
cia.
Sin embargo, aquellas terribles experiencias tenían
cierto efecto positivo en su ministerio. Cada domingo se
sentaban entre su auditorio personas que habían salido
de una semana de prueba y necesitaban amabilidad y
estímulo; y allí estaba el hombre capaz de darles estas
cosas. A menudo sus sentimientos por los atribulados le
quebraban la voz; pero muchas veces, mientras predica-
ba, él mismo experimentaba un dolor atroz: sabía lo que
era el sufrimiento, y tenía palabras llenas de compasión
las cuales levantaban los ánimos de hombres y mujeres
atribulados y hacía que estos fueran a enfrentarse a sus
circunstancias con un vigor renovado.
Sin embargo, a pesar de la depresión, Spurgeon era
esencialmente un hombre muy feliz. William Williams,
que estaba con él a menudo, escribió:

¡Qué chispeante fuente de humor tenía el Sr. Spurgeon!


Creo que me he reído más estando en su compañía —lo creo
de veras— que durante todo el resto de mi vida. Tenía un
don de la risa fascinante […], e igualmente una gran habili-

268 Spurgeon: una nueva biografía


Características personales

dad para hacer que cuantos le oían se rieran con él. Si


alguien le criticaba por decir cosas divertidas en sus sermo-
nes, él contestaba: “No me criticaría si supiera cuántas de
ellas me reservo para mí”11.

El siguiente pasaje de sus “charlas” nos da una idea


del comportamiento de Spurgeon cuando estaba depri-
mido:

Caballeros, hay muchos pasajes de la Escritura que jamás


entenderán plenamente hasta que se los interprete alguna
experiencia angustiosa o singular.
La otra tarde volvía a casa en mi calesín, tras un día car-
gado de trabajo. Me sentía cansado y terriblemente deprimi-
do, cuando fugaz y repentinamente me vino a la mente ese
versículo que dice: “Bástate mi gracia”. Llegué a mi casa y lo
miré en el original; hasta que por fin lo entendí de esta
manera: “Bástate [a ti] mi gracia”. “Debo creer que de veras
me basta, Señor”, le dije; y me eché a reír. Jamás había com-
prendido hasta entonces lo que fue la risa santa de Abraham:
hizo que la incredulidad me pareciera enormemente absur-
da […]. ¡Oh hermanos, sean grandes creyentes! Un poco de
fe llevará sus almas al Cielo; pero una gran fe traerá el Cielo
a sus almas12.

NOTAS
1Fullerton, W.Y.: Charles H. Spurgeon, p. 150 (Chicago, Moody,

1966).
2Ibíd.
3Williams, William: Personal Reminiscences of Charles Haddon

Spurgeon, pp. 83-85 (1895).


4Fulton, J.D.: Spurgeon, Our Ally, p. 344 (Chicago, H.J. Smith,

1892).

Spurgeon: una nueva biografía 269


Capítulo 17

5Ibíd., p. 345.
6Ibíd., pp. 346-347.
7Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon, 6

vols., 3:49 (Londres, Cassel, 1898).


8Ibíd., 5:11.
9Douglas, James: The Prince of Preachers, pp. 85-87 (Londres,

Morgan and Scott, s.f.).


10Fullerton, p. 151.
11Williams, pp. 17,18.
12Ibíd., p. 19.
¡Cuántas almas pueden llegar a la conversión
por lo que algunos hombres tienen el privilegio
de escribir y publicar!
Vean, por ejemplo, Rise and Progress of
Religion in the Soul (El nacimiento y el pro-
greso de la religión en el alma), del Dr.
Doddridge. ¡Cómo me gustaría que todo el
mundo hubiera leído ese libro: son tantas las
conversiones que ha producido! Me parece más
honorable la composición de Psalms and
Hymns (Salmos e himnos), de Watts, que El
paraíso perdido, de Milton; y más glorioso
haber escrito el libro A Choice Drop of
Honey From the Rock, Christ (Una gota
selecta de miel de la Roca que es Cristo), del
viejo Thomas Wilcock, o ese opúsculo que Dios
ha utilizado tanto: The Sinner’s Friend (El
amigo del pecador), que todas las obras de
Homero.
Estimo los libros por el bien que puedan
hacer; y a pesar de lo mucho que respeto el
genio de Pope, Dryden o Burns, prefiero esas
líneas sencillas de Cowper que Dios ha hecho
suyas para traer almas a sí mismo. ¡Qué
maravilloso es pensar que podemos escribir y
publicar libros que alcanzarán los corazones
de pobres pecadores!

SPURGEON, 1855
Capítulo 18

Spurgeon el escritor

D
esde que era niño, Spurgeon había manifestado
un deseo de escribir sus pensamientos para que
otros los leyeran. Cuando tenía solo 12 años de
edad, creó lo que denominó The Juvenile Magazine (La
revista juvenil): unas pocas hojitas de papel escritas a
mano que hizo circular entre sus hermanos. La revista
contenía noticias de una reunión de oración semanal
que él dirigía, y ofrecía espacio para anuncios al precio
de medio penique cada tres líneas. Aunque no se trata-
ba más que de una empresa infantil, dejaba clara la
atracción que Spurgeon sentía por el trabajo de editor1.
A la edad de 15 años Spurgeon escribió un ensayo de
295 páginas, titulado Popery Unmasked (El papismo des-
enmascarado)2, el cual presentó a un concurso; y aun-
que no ganó el premio, en reconocimiento a su gran
calidad, uno de los patrocinadores le concedió 1 libra
esterlina como regalo.
Al llegar a los 17 años de edad, siendo ya pastor, se
publicaron por primera vez sus escritos. Redactó unos
cuantos artículos breves para presentar el camino de sal-
vación, los cuales se editaron bajo el título de Waterbeach
Tracts (Los folletos de Waterbeach). Seguidamente, el
Baptist Reporter aceptó algunos escritos cortos suyos más.
Aquellas empresas tempranas no eran, sin embargo,
más que un adelanto de la gran tarea editora que le
aguardaba. Spurgeon llevaba solo seis meses en Londres
cuando el Penny Pulpit (El púlpito del penique) le publi-
có uno de sus sermones; el cual tuvo tan buen recibi-
miento que el Baptist Messenger (El mensajero baptista)
hizo lo propio con otro, y el Penny Pulpit volvió a publi-
carle tres o cuatro más. La respuesta dejaba bien claro

272 Spurgeon: una nueva biografía


Spurgeon el escritor

que había un nutrido público potencial para los discur-


sos de aquel joven predicador en alza.
Uno de los diáconos de New Park Street Chapel sintió
especial interés por este fenómeno: se trataba de Joseph
Passmore, quien juntamente con su socio James
Alabaster acababa de abrir una imprenta. El Sr.
Passmore era un cristiano ferviente y hombre de nego-
cios emprendedor, y le pidió a Spurgeon que le dejase
publicar uno de sus sermones cada semana. Spurgeon
se encontraba entonces en medio de aquel gran estalli-
do de fama y tenía miedo de verse catapultado a una
prominencia aún mayor; no obstante reconocía que
Dios podía utilizar la publicación del sermón para salvar
almas, de modo que dio su consentimiento. Además,
juntamente con esta producción semanal, en el mes de
enero de cada año se reeditaban, en un solo volumen,
los cincuenta y dos sermones publicados durante los
doce meses transcurridos, bajo el título de The New Park
Street Pulpit (El púlpito de New Park Street).
Para cuando salió el primero de dichos volúmenes
(enero de 1855), Spurgeon ya había publicado sus dos
primeros libros: The Saint and His Saviour (El santo y su
Salvador) y Smooth Stones Taken from Ancient Books
(Guijarros lisos recogidos de viejos arroyos). Su inten-
ción era continuar con las publicaciones semanales y
anuales de los sermones y seguir produciendo más
libros.
Un amigo muy respetable —el Dr. John Campbell—
le aconsejó que no lo hiciera. El Dr. Campbell acababa
de jubilarse del pastorado en el Tabernáculo de
Whitefield, y se había convertido en redactor de un
periódico religioso: el British Banner. Era un afectuoso
evangélico de gran competencia como escritor, que
había utilizado su revista a favor de Spurgeon: enco-

Spurgeon: una nueva biografía 273


Capítulo 18

miando sus acciones y defendiéndolo de sus atacantes.


Pero Campbell estaba convencido de que nadie tendría
éxito predicando y escribiendo al mismo tiempo; y le
aconsejó a Spurgeon que se concentrara en lo primero
y dejase lo segundo.
“Creemos que el Sr. Spurgeon actuaría prudente-
mente —escribió— […] si moderase sus expectativas en
este terreno. El número de quienes, en el presente o en
el pasado, han logrado ser eminentes a la vez con la len-
gua y con la pluma, es pequeño. Los griegos no produ-
jeron ningún ejemplo de ello, los romanos solo uno, y
Gran Bretaña no ha tenido mucho más éxito en hacer-
lo”3.
El Dr. Campbell siguió instando a Spurgeon para que
no intentara hacerse escritor; y ya que este tenía a
Campbell en tan alta estima no pudo por menos de
haber sentido la fuerza de su advertencia. Además, la
tarea de escribir —según dice él mismo— no le resulta-
ba tan fácil como la de predicar:

El escribir es para mí un trabajo de esclavo. Resulta muy pla-


centero […] expresar mis pensamientos con palabras que me
vienen a la mente en el momento preciso; pero es una verda-
dera pesadez estar sentado, sin moverse, suspirando por reci-
bir ideas y palabras, y no […] recibirlas. Resulta apropiado lla-
mar a los libros de un hombre “sus obras”; ya que si la mente
de todo el mundo fuera como la mía, supondría sin duda un
verdadero esfuerzo producir un volumen en cuarto4.

Pero a pesar de la advertencia de Campbell y de la


“pesadez” que experimentaba escribiendo, Spurgeon
tenía importantes razones para utilizar la página impre-
sa: sus sermones habían sido extraordinariamente ben-
decidos por Dios al predicarlos, y lo mismo había suce-

274 Spurgeon: una nueva biografía


Spurgeon el escritor

dido cuando se publicaron. El número semanal y los


volúmenes anuales habían dado lugar a abundantes car-
tas que hablaban de la conversión de pecadores y de
consuelo para los santos; y en vista de estos resultados,
no tenía en mente dejar de presentar su mensaje por
medio de la página impresa.
Spurgeon alcanzó tanto éxito como escritor como lo
tenía predicando.
En 1855 empezó a corregir un sermón cada lunes y a
imprimirlo los jueves: esto lo hizo, semana tras semana,
sin falta, hasta el día de su muerte en 1892. Tal cosa
representaba un extraordinario logro en sí misma.
Es un hecho reconocido que, por regla general,
pocas personas se molestan en leer sermones impresos.
Docenas de grandes hombres de Dios han publicado un
volumen con sus sermones, los cuales, una vez leídos
(generalmente no más de una vez y por otros predicado-
res) han caído en el olvido. Pero los sermones de
Spurgeon los leían, no solo muchos ministros, sino una
multitud de personas de todo tipo; y la demanda era tan
continua que fue creciendo de manera constante a lo
largo de toda su vida.
Ciertamente, había millares de personas de diversos
países que esperaban con impaciencia y emoción la lle-
gada del nuevo sermón de cada semana. Los discursos
de Spurgeon se vendían en las calles de Londres y de
otras ciudades inglesas; salían por correo hacia muchos
puntos de toda Gran Bretaña y otras tierras; y los colpor-
tores los llevaban en sus visitas a los pueblos y a los hoga-
res de los campesinos. En Escocia su circulación era
especialmente grande; y en los Estados Unidos —una
vez que la oposición a Spurgeon por su declaración con-
tra la esclavitud se hubo calmado— se adquirían canti-
dades aún mayores que en Gran Bretaña.

Spurgeon: una nueva biografía 275


Capítulo 18

Aparecieron varias traducciones de los mismos a


otros idiomas: la primera fue al galés; y en esa tierra se
publicaba un nuevo sermón cada mes. Spurgeon era
muy querido en Holanda, y allí sus sermones se traducí-
an regularmente. Uno de sus lectores era la Reina,
quien, cuando Spurgeon visitó su país, le pidió que
fuese a verla.

En Alemania veinte editores o más publicaron sus versiones


[…]. Los sermones en sueco circularon ampliamente entre
las clases altas, y el traductor informó a Spurgeon de que
había habido conversiones entre algunos de noble cuna y
hasta de la realeza […].
Otros idiomas a los que se han traducido los sermones
[de Spurgeon] incluyen: el árabe, el armenio, el bengalí, el
búlgaro, el castellano, el chino, el congolés, el checo, el esto-
nio, el francés, el gaélico, el hindi, el húngaro, el italiano, el
japonés, el kafir, el karen, el letón, el maorí, el noruego, el
polaco, el ruso, el serbio, el siríaco, el tamil, el telugu y el
urdu. Algunos sermones se prepararon asimismo en tipos
moon y braille para los ciegos5.

Había varias personas que prestaban su ayuda en la


distribución de los sermones. Un hombre repartió él
solo no menos de un cuarto de millón de ejemplares:
algunos de ellos recopilados en volúmenes de 42 discur-
sos y lujosamente encuadernados; los cuales envió a
todos los monarcas de Europa. Otro presentó varios ser-
mones traducidos al ruso a la Iglesia ortodoxa, y recibió
permiso para hacerlos circular con el sello de aproba-
ción de dicha iglesia estampado en la cubierta. Así sella-
dos, un millón de sermones se distribuyeron en aquella
tierra.
En muchos países donde la población vivía lejos de

276 Spurgeon: una nueva biografía


Spurgeon el escritor

alguna iglesia, había grupos de personas que se reunían


los domingos para escuchar la lectura de los sermones
de Spurgeon. Este nos cuenta, por ejemplo, que había
recibido una carta de un grupo así, ubicado en alguna
región remota de Inglaterra; en ella se relataba la con-
versión de 200 personas aproximadamente en esos
encuentros, y se expresaba el deseo de que fuese algún
pastor para organizarlos como iglesia. Del mismo modo
había áreas apartadas de Escocia donde los lugareños no
tenían la menor idea de quién era el primer ministro de
Gran Bretaña, pero todos sabían acerca de Spurgeon
por la lectura de sus sermones.
Un cuáquero anunciaba los sermones en varios perió-
dicos, diciendo que podían obtenerse en la sede de su
negocio; y no solo vendía miles de ellos, sino que ade-
más hacía publicidad de los mismos entre el público de
su zona. Y un australiano, por su parte, publicaba regu-
larmente los sermones como anuncios en diferentes
periódicos: Spurgeon cuenta que el hombre gastaba,
“semana tras semana, una cantidad que apenas me atre-
vo a mencionar, por miedo a que no la crean”.
No hay forma posible de calcular el número de ejem-
plares de los sermones de Spurgeon publicados; pero
un escritor inglés, escribiendo en 1903, decía: “¡El
número total de copias de los sermones de Spurgeon
que se han impreso durante el medio siglo transcurrido,
ha debido de rondar entre 200 y 300 millones!”6.
Un gran número de ellos se han publicado desde
entonces. Los volúmenes anuales de sermones que
Spurgeon había preparado para la impresión, pero que
no se habían publicado, se imprimieron después de su
muerte en 1892; y ello continuó haciéndose hasta inte-
rrumpirse en 1917: no por falta de más sermones, sino
por la escasez de papel a causa de la guerra. Se publica-

Spurgeon: una nueva biografía 277


Capítulo 18

ron así un total de sesenta y dos volúmenes, cada uno de


480 páginas. La colección constituye una inmensa
biblioteca teológica y homilética.
Desde entonces varios editores, tanto de Gran
Bretaña como de los Estados Unidos, han publicado
reimpresiones de numerosos sermones de Spurgeon en
forma de volúmenes7. Y en muchas ocasiones han apare-
cido en revistas o periódicos sermones sueltos cuyo
número es imposible de calcular.
En los últimos años, sin embargo, se ha hecho un
esfuerzo aún mayor por reeditar las obras de Spurgeon:
a principios de los años 70 del siglo XX, The Banner of
Truth Trust, de Edimburgo, hizo una reimpresión de
varios de los volúmenes anuales de sermones, los cuales
tuvieron buena recepción; mientras que Pilgrim
Publications, de Pasadena, Texas, acometió esa misma
ingente tarea y fotocopió la totalidad de los sesenta y dos
volúmenes, juntamente con un juego completo de The
Sword and The Trowel. Además de estos escritos, Pilgrim
sacó también cinco o seis obras más pequeñas acerca de
Spurgeon y del Tabernáculo. Todo ello mantiene a
Spurgeon en una posición prominente ante el público
cristiano, y pone a nuestro alcance el conocimiento de
su predicación, su doctrina y sus actividades en general.
Naturalmente, esto hace que se plantee la pregunta
de qué tienen esos sermones para que hayan despertado
tan extraordinario interés.
En primer lugar, está lo real que era la predicación de
Spurgeon: la mayoría de las personas que le oían queda-
ban sorprendidas por su fervor y comprendían que las
cosas de Dios eran una realidad vital para él. Al leer sus
sermones resulta evidente que las grandes cuestiones
que trataba en ellos no eran meras teorías —como suce-
de con muchos predicadores—, sino que él las tenía por

278 Spurgeon: una nueva biografía


Spurgeon el escritor

verdades ciertas y las transmitía con la creencia de haber


sido directamente comisionado por Dios para hacerlo.
También es atractiva la sencillez de dichos sermones.
Spurgeon se ocupó de algunos de los asuntos más gran-
diosos y profundos que ocupan la mente humana: Dios,
el hombre, el pecado, la expiación, el juicio o la eterni-
dad; pero en sus discursos dotaba a esas inmensas verda-
des de una simplicidad que las hacía cautivadoramente
comprensibles para el hombre común. A este respecto,
sus años de ministerio en el Surrey Gardens Music Hall
fueron particularmente notables; ya que entonces su
congregación estaba compuesta, en gran medida, por
personas con pocos estudios. Aunque aún predicaba las
grandes doctrinas de la Biblia, más que nunca hablaba
de manera que no quedase por encima de la compren-
sión de los menos instruidos. Y esa simplificación que
caracterizaba a los sermones predicados, es asimismo
evidente en su forma impresa. Spurgeon poseía una
combinación de dones poco corriente; pero su capaci-
dad para hacerse comprender por las personas comunes
constituye uno de los menos frecuentes y más importan-
tes de todos.
No obstante, los sermones de Spurgeon atraen tam-
bién a las personas instruidas: parlamentarios, jueces,
profesores universitarios, figuras importantes del
mundo literario y magnates industriales ocupaban a
menudo un sitio en su congregación; y muchas otras
personas de ese mismo nivel han disfrutado y sacado
provecho, desde hace mucho tiempo, de la lectura de
sus discursos. Como Sir William Robertson Nicoll expre-
sara en 1903: “Spurgeon era un teólogo magnífico y con
experiencia, magistral en todos los aspectos de su pro-
pio sistema”8. Y además, Charles Ray comenta: “Los ser-
mones predicados hace cincuenta años suponen hoy día

Spurgeon: una nueva biografía 279


Capítulo 18

un vivo mensaje, y nos atrevemos a profetizar que no


habrán quedado anticuados cuando este siglo XX toque
a su fin”9.
Aunque los sermones veían la luz de forma individual
cada semana, y en forma de volumen cada año,
Spurgeon también publicaba su revista —The Sword and
The Trowel— mensualmente. Esta contenía noticias del
mundo religioso en general —con los comentarios que
él mismo hacía respecto a ellas—, pero especialmente
del Tabernáculo y de sus organizaciones asociadas.
También había en dicha revista exposiciones bíblicas y
reconfortantes artículos espirituales y exhortaciones lla-
mando al celo cristiano. Uno de sus rasgos más sobresa-
lientes era la serie de reseñas literarias que traía: prácti-
camente todas ellas escritas por el propio Spurgeon y
que mostraban un poco la amplitud de su campo de lec-
tura y su habilidad para expresar una opinión integral
en pocas palabras.
Además de los sermones y de la revista The Sword and
The Trowel, Spurgeon produjo también gran número de
libros: más de 140 títulos distintos. El principal de ellos
fue una obra en siete volúmenes titulada El tesoro de
David: un comentario acerca de los Salmos, que conte-
nía “una original exposición del libro, una colección de
fragmentos ilustrativos de toda esa gama literaria, una
serie de referencias homiléticas en relación con casi
todos los versículos de los mismos y una lista de autores
que habían escrito acerca de cada salmo”. Uno de los
secretarios —J.L. Keys— ayudó con la investigación para
estos volúmenes; pero los escribió el propio Spurgeon, y
transcurrieron más de veinte años desde la fecha en que
comenzó a hacerlo hasta su terminación. Durante la
vida de Spurgeon se vendieron casi 148 000 volúmenes
y, desde entonces, la serie se ha reeditado varias veces: se

280 Spurgeon: una nueva biografía


Spurgeon el escritor

la considera una de las obras más importantes sobre los


Salmos jamás escritas.
Otra obra que merece una mención especial es
Commenting and Commentaries. “He trabajado duro, leído
mucho y revisado entre 3000 y 4000 volúmenes”, dice
Spurgeon hablando de la composición de esta obra. De
este gran número de libros, escogió 1437 acerca de los
cuales expresó su opinión. Su tratamiento de los mismos
revela en cierta medida la extraordinaria capacidad que
tenía, no solo para sopesar cada uno de ellos —exaltan-
do sus méritos o señalando sus defectos—, sino para
hacerlo de una manera sobresaliente. En otras manos,
esa cuestión podría resultar seca y aburrida; pero en las
suyas se hace viva e interesante, y hasta da grandes mues-
tras de humor.
Pero Spurgeon podía pasar sin problemas de aquellos
escritos que manifestaban un vasto conocimiento al
extremo opuesto, y escribir acerca de las cosas más sen-
cillas de la vida diaria. Sus obras John Ploughman’s Talk
(Las palabras de John Ploughman) y John Ploughman’s
Pictures (Las ilustraciones de John Ploughman) presen-
taban una serie de breves parábolas o proverbios, y sus
aplicaciones a la vida diaria. Para 1900 se habían vendi-
do 410 000 ejemplares de “Las palabras” y más de 150
000 de “Las ilustraciones”: cifras que han aumentado
tremendamente desde entonces.
Hay que mencionar, asimismo, sus lecturas devocio-
nales Lecturas matutinas y Lecturas vespertinas para el
comienzo y el final del día. Estos dos pequeños volúme-
nes se caracterizan por la rara habilidad de Spurgeon
para expresar verdades profundas en lenguaje sencillo,
y hacerlo en un tono enjundioso, cordial y espiritual.
Ambos libros se han reeditado varias veces y, puesto que
sus ventas en el momento de morir Spurgeon se eleva-

Spurgeon: una nueva biografía 281


Capítulo 18

ban a 230 000, debemos suponer que a estas alturas ten-


drán una circulación de por lo menos medio millón de
ejemplares.
Mucho más podría decirse de los otros productos de
la pluma de Spurgeon: de un total de 140, solo 21 apa-
recen en la bibliografía de este libro; pero estos son sufi-
cientes para tener una idea de la amplitud de su pensa-
miento y la versatilidad de su mente. La producción de
sus libros era tan grande que mantenía constantemente
ocupada a la editora Passmore and Alabaster; y para
suplir sus necesidades al respecto, la casa de publicacio-
nes hubo de mudarse a nuevas y más amplias instalacio-
nes. En cierta ocasión, Spurgeon le dijo bromeando al
Sr. Passmore: “¿Trabajo yo para usted o lo hace usted
para mí?”; y entre los dos hombres surgió una cordial y
duradera amistad. Las condiciones comerciales eran
considerablemente provechosas para ambos: redunda-
ban en un fuerte crecimiento de los editores y, del
mismo modo, proporcionaban unos ingresos excelentes
a Spurgeon, permitiéndole vivir sin tener que aceptar
salario alguno de su iglesia, así como hacer cuantiosas
aportaciones a sus diversas empresas.
Spurgeon tenía, igualmente, cierto grado de habili-
dad poética. Ya hemos visto algunos de los versos10 que
le escribió a Susannah; y hubo otras ocasiones cuando se
dirigió a su esposa con metro y rima. Al recopilar los
himnos de Our Own Hymnbook (Nuestro propio himna-
rio), incluyó entre ellos algunas versiones métricas que
él mismo había hecho de ciertos salmos. Algunos de sus
himnos —sobre todo “Sweetly the holy hymn, Breaks
o’er the morning” (Dulcemente surge el santo himno
en la mañana) y “The Holy Ghost is here, Where saints
in prayer agree” (El Espíritu Santo está aquí, donde con-
ciertan los santos en oración)— son muy conocidos y se

282 Spurgeon: una nueva biografía


Spurgeon el escritor

cantan frecuentemente en el mundo anglosajón; pero


su obra más popular es su himno de comunión:

Entre nosotros Él está,


y nos invita a contemplar
de sus heridas la señal
de que su Cruz nos trae la Paz.

¡Qué suculento es el manjar,


cuando a la mesa está el Señor!
¡Qué dulces el vino y el pan
al recibirnos con su amor!

Si en nuestra vista hay turbiedad


y vemos signos, no al Señor,
nuestros ojos quiera Él sanar
para apreciar su gran amor.

El éxtasis al recordar
cuando su gloria nos mostró
nos hace siempre desear
mirar la faz del que murió.

¡Glorioso esposo celestial,


sonríe y llénanos de paz!
Levanta el velo, si lo hay,
para tu gloria contemplar.

Spurgeon daba mucha importancia al culto de


Comunión: hacía de este una ocasión para recordar a
Cristo; especialmente a Cristo en su muerte. Mientras
hablaba del sufrimiento del Señor, se esforzaba por
comprender un poco más su obra expiatoria; y a veces,
estaba tan conmovido que apenas podía hablar: su voz

Spurgeon: una nueva biografía 283


Capítulo 18

se llenaba de emoción y sus ojos derramaban abundan-


tes lágrimas. ¿Podemos imaginarnos a la gran congrega-
ción cantando en aquella hora: “Según tu dicho al expi-
rar”, de Montgomery, o: “Cuán solemne y dulce aquel
lugar”, de Watts —o el mencionado himno de su propia
pluma—, con buena parte del auditorio tan embargados
como él mismo por el amor a nuestro Señor Jesucristo y
un deseo renovado de salir a servirle?
Ya hemos mencionado que Spurgeon escribía alrede-
dor de 500 cartas cada semana; las cuales no dictaba a
un secretario, sino que eran de su puño y letra, y estaban
escritas con una pluma que había de mojar en un tinte-
ro cada pocos segundos. Además, con frecuencia, tenía
la mano tan hinchada a causa de la artritis que apenas
podía sostener la pluma; entonces su escritura, normal-
mente tan elegante y legible, se volvía irregular y tosca.
La mayoría de sus cartas las escribía, ya fuera para con-
solar a algún santo, o para suplicarle a algún pecador
que recibiese a Cristo; y no podía permitirse que el
dolor al mover la mano obstaculizase tan importante
deber.
Spurgeon demostró ser tan buen escritor como pre-
dicador. Constantemente recibía cartas de casi todos los
países del mundo, expresándole las bendiciones recibi-
das por medio de sus escritos. Supo de milagros de la
gracia, de hombres y mujeres que habían sido converti-
dos y trasladados de la esclavitud del pecado a las glorias
de la vida cristiana. Por ejemplo, un asesino preso en
Suramérica a punto de ser ejecutado escribía para con-
tar que meses atrás le habían dado un ejemplar de los
sermones. Lo había leído varias veces, había creído en
Cristo y ahora se enfrentaba en paz a su muerte inmi-
nente. También menciona Spurgeon a una mujer pos-
trada en cama que le escribía, diciendo: “Durante nueve

284 Spurgeon: una nueva biografía


Spurgeon el escritor

años estuve a oscuras, cegada, sin reflexionar; pero mi


marido me trajo uno de sus sermones. Lo leí y Dios lo
bendijo para abrirme los ojos. Él convirtió mi alma a tra-
vés del mismo; y ahora — a Él sea toda la gloria— amo
su Nombre. Cada domingo por la mañana espero el ser-
món de usted; me sostengo por medio de él toda la
semana. ¡Es tuétano y grosura para mi espíritu!”11.
Hacia el final de su vida, Spurgeon declaró: “Pocas
veces, durante tantos años, ha pasado un día —y desde
luego jamás una semana—, sin que me llegaran cartas
de toda clase de lugares, aun de los confines más remo-
tos de la Tierra, contándome acerca de la salvación de
almas por medio de uno u otro de mis sermones”12.
El Prof. James Stalker resumió lo que él llamaba el
poder de Spurgeon para expresarse por escrito de la
siguiente manera:

Tenemos docenas de ministros que ambicionan escribir para


un público culto. Pero un libro que se dirija franca y eficaz-
mente al hombre corriente, en un lenguaje que este pueda
comprender, constituye uno de los productos de imprenta
menos corrientes; precisa, realmente, de una capacidad bas-
tante excepcional. Su escritura exige conocer la naturaleza
humana y la vida misma; así como tener sentido común, inte-
ligencia y humor; y también poseer un buen dominio de la
poderosa y sencilla lengua sajona.
Independientemente de cuáles fuesen los requisitos, el
Sr. Spurgeon los cumplía en un grado sin precedentes13.

NOTAS
1Murray, Iain, ed.: The Early Years, p. 46 (Londres, Banner of

Truth, 1962).
2C.H. Spurgeon’s Autobiography, recop. Spurgeon, Susannah y

Spurgeon: una nueva biografía 285


Capítulo 18

Harrald, J.W., 4 vols., 1:57 (Londres, Passmore and Alabaster).


3Early Years, 1:405.
4Early Years, 1:404-405.
5Ray, Charles: A Marvellous Ministry: The Story of Spurgeon’s

Sermons, pp. 27-28 (Londres, Passmore and Alabaster, 1905).


6Ray, Charles: The Life of Charles Haddon Spurgeon, p. 449

(Londres, Passmore and Alabaster, 1903).


7En ciertos volúmenes reeditados y reproducciones de revistas,

algunos de los distintivos doctrinales de Spurgeon —particular-


mente su calvinismo— se han eliminado sin mencionar el cambio.
8Nicoll, William Robertson: An Introduction to Spurgeon’s Sermons,

p. 8 (Londres, Nelson, s.f.).


9Ray: A Marvellous Ministry, p. 71.
10pp. 60-61.
11Murray: The Early Years, p. 392.
12Ibíd., p. 399.
13Murray, Iain, ed.: The Full Harvest, p. 418 (Londres, Banner of

Truth, 1973).

286 Spurgeon: una nueva biografía


LOS ÚLTIMOS AÑOS:
1887-1892
Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis
alejado del que os llamó por la gracia de
Cristo, para seguir un evangelio diferente.
No es que haya otro, sino que hay algunos que
os perturban y quieren pervertir el evangelio
de Cristo.
Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo,
os anunciare otro evangelio diferente del que
os hemos anunciado, sea anatema.
Como antes hemos dicho, también ahora lo
repito: Si alguno os predica diferente evange-
lio del que habéis recibido, sea anatema.

Gálatas 1:6-9
Capítulo 19

La contienda
ardiente por
la fe

E
l Tabernáculo Metropolitano era miembro de la
Unión Baptista de Inglaterra. Como suele ser nor-
mal entre los baptistas, la Unión no tenía autori-
dad alguna sobre las iglesias, sino que servía simplemen-
te como instrumento de comunión, información y coo-
peración misionera. Pero, tal como no se acostumbra
entre los baptistas, la Unión no poseía ninguna declara-
ción de fe, y solo requería que se afirmase que la inmer-
sión del creyente es el único bautismo cristiano. Se daba
por sentado que todas las iglesias que la formaban eran
meticulosamente evangélicas; y durante muchos años
aquello había sido casi totalmente cierto.
Spurgeon había resultado de gran ayuda para la
Unión Baptista: desde el momento de su llegada a
Londres, el hecho de que él fuera baptista había eleva-
do la denominación a una prominencia mayor de la que
jamás había conocido. Bajo su influencia, además, el
encuentro anual de la Unión contó con grandes asisten-
cias y sus ingresos económicos aumentaron considera-
blemente. Spurgeon fue asimismo el fundador de la
Asociación Baptista de Londres, y contribuyó mucho a
la construcción de nuevas iglesias baptistas: especial-
mente de aquellas que estaban bajo el ministerio de sus
estudiantes.
Durante los primeros años 60 del siglo XIX,
Spurgeon previó una gran prosperidad futura para los
baptistas ingleses; y afirmó que, en vista de su celo y de
la bendición excepcional que estaban experimentando,

290 Spurgeon: una nueva biografía


La contienda ardiente por la fe

sus cifras se duplicarían sin la menor duda en los diez


años siguientes. Hasta llegó a señalar que un día serían
posiblemente la mayor denominación del país.
En aquel momento, los baptistas no eran los únicos
especialmente activos, sino que también había mucho
celo entre otros grupos cristianos. El avivamiento que
ocurrió en 1859 se caracterizó por una evangelización
considerable también en otras denominaciones, y todas
daban muestras de un nuevo fervor y veían muchas pro-
fesiones de fe.
Las perspectivas eran especialmente prometedoras, y
todo hubiera ido bien si las cosas hubiesen seguido así;
pero, entre tanto, otras fuerzas de naturaleza completa-
mente contrarias estaban obrando en oposición al cris-
tianismo y haciéndolo con gran eficacia.
Esta oposición a la verdad evangélica surgió primera-
mente de la publicación, en 1859, de El origen de las espe-
cies, de Darwin: la enseñanza de que la vida no se había
originado por creación divina, sino por ciega casuali-
dad, contradecía directamente las Escrituras y pasaba
por alto la idea misma de la existencia de Dios.
En segundo lugar, los cimientos del cristianismo se
vieron socavados por lo que se dio en llamar la alta críti-
ca. Se trataba de un intento de reconsiderar las fuentes
de los libros de la Biblia, y produjo nuevas ideas en rela-
ción con las identidades de los autores y las fechas de
composición. Esto llevó a intentos de negar los milagros
bíblicos atribuyéndoles causas naturales y a reducir la
Palabra inspirada al nivel de un mero libro humano.
Este nuevo concepto de la Biblia se enseñó en
muchas aulas universitarias; además, durante los años 60
del siglo XIX, fue acogido favorablemente en algunas
escuelas de preparación ministerial y, en los años 70,
podía escucharse desde diferentes púlpitos. Algunos

Spurgeon: una nueva biografía 291


Capítulo 19

hombres consideraron un acto de valentía negar las ver-


dades que sus padres habían creído, y contradecir cier-
tas ideas que tenían únicamente por mitos antiguos.
Llamaban a su enseñanza la nueva teología o el nuevo pen-
samiento, y declaraban que estaban sacando a las perso-
nas de la esclavitud a la libertad.
Hacia 1880 gran parte de Inglaterra se vio sacudida
por el cambio que se estaba efectuando en las creencias
cristianas; tanto la prensa secular, como la religiosa, se
hicieron eco de las nuevas ideas, al tiempo que aparecí-
an algunos libros proponiéndolas. La teoría de la evolu-
ción fue propagada por ciertos hombres muy capaces; y
varios ministros la apoyaron igualmente y también res-
paldaron las afirmaciones de la alta crítica. Este aleja-
miento de los fundamentos del cristianismo se hizo evi-
dente en todas las denominaciones y, en cierta medida,
podía contemplarse en varios predicadores de la Unión
Baptista.
La actitud de Spurgeon hacia esta situación fue, al
momento, de una oposición militante. Desde los
comienzos de su ministerio se había encontrado con
ejemplos de incredulidad y había alzado la voz contra
ella; pero ahora las cosas empeoraban y —aunque con
frecuencia su salud no era buena— decidió adoptar una
postura clara a favor de las Escrituras, y hacer cuanto
estuviese en su mano para rebatir las enseñanzas de la
nueva teología.
Varias personas por toda Gran Bretaña escribieron a
Spurgeon informándole de casos de desviación de la fe
entre los pastores baptistas de sus regiones. Además, el
Dr. S.H. Booth —secretario de la Unión Baptista— se
reunía con él, y mantenía correspondencia con él, dán-
dole los nombres y poniéndolo al corriente de las
declaraciones de algunos pastores de la Unión que ya

292 Spurgeon: una nueva biografía


La contienda ardiente por la fe

no creían en los fundamentos de la fe. Booth le pedía


consejo en cuanto a la mejor forma de abordar la cues-
tión.
En sus respuestas a Booth, y en sus conversaciones
con los dirigentes de la Unión, Spurgeon expresó que
esta debía dar a conocer claramente su posición, y les
instó a adoptar una declaración de fe que enunciara sin
ambages la postura evangélica, e hicieran de su acepta-
ción la base para la continuidad de las personas o las
iglesias como miembros de la denominación.
El empeño de Spurgeon para que la Unión se pro-
nunciara resulta evidente en muchas de sus declaracio-
nes. En cierta ocasión habló, por ejemplo, de “mis pro-
testas privadas a los dirigentes y mis repetidas súplicas a
toda la denominación”; y escribió: “He hablado repeti-
das veces con el Secretario acerca de esta cuestión;
como él estará dispuesto a reconocer”. También dijo
que había planteado la cuestión al ayudante de Booth
(el Sr. Baynes), afirmando: “En cada una de esas ocasio-
nes, uno u otro, han escuchado mis quejas —me temo
que hasta la saciedad […]—. Con el Sr. Williams y el Dr.
[Alexander] MacLaren, he mantenido una correspon-
dencia considerable”1.
Pero la petición de Spurgeon para que la Unión
adoptase una declaración de fe se vio rechazada: cuan-
do se reunió la denominación, la propuesta fue derrota-
da con el argumento de que los baptistas siempre
habían creído en la libertad de todo hombre a expresar
sus creencias de manera personal: siempre que la perso-
na sostuviera la doctrina del bautismo por inmersión, no
hacía falta nada más.
Comprendiendo que la incredulidad se estaba exten-
diendo rápidamente y sabiendo que no podía esperar
que la Unión actuara al respecto, decidió pasar a la

Spurgeon: una nueva biografía 293


Capítulo 19

acción publicando en su revista un artículo titulado


“The Down-Grade” (El declive); el cual comenzaba con
la siguiente declaración:

Nadie que ame el Evangelio puede cerrar los ojos al hecho


de que los días son malos […]; sin embargo, tenemos la
solemne convicción de que en muchas iglesias las cosas
están peor de lo que parecen y se deslizan rápidamente
pendiente abajo. Lea esas disertaciones que representan a
la Amplia Escuela de los Disidentes, y pregúntese: ¿cuánto
más pueden desviarse? ¿Qué doctrina les queda aún por
abandonar? ¿Qué otra verdad será objeto de su menospre-
cio? Ha surgido una religión que no guarda el menor pare-
cido con el cristianismo; y dicha religión, carente de honra-
dez moral, alardea de ser la fe antigua con pequeñas mejo-
ras y, bajo esta pretensión, usurpa púlpitos que fueron eri-
gidos para la predicación del Evangelio. Se desdeña la
Expiación, se hace burla de la inspiración de la Escritura, se
degrada al Espíritu Santo convirtiéndolo en una mera
influencia, el castigo por el pecado se transforma en una
ficción y la Resurrección en un mito. Aun así, estos enemi-
gos de nuestra fe esperan que los llamemos hermanos y
sigamos en alianza con ellos.
A cuestas de su falsedad doctrinal viene la natural deca-
dencia de la vida espiritual, que se manifiesta en un gusto
por las diversiones cuestionables y un hastío de las reuniones
devocionales […]. ¿Están en buena condición las iglesias que
solo tienen un culto de oración por semana, y este se reduce
a la mínima expresión […]? La verdad es que a muchos les
gustaría unir la iglesia con el escenario, la baraja con la ora-
ción, el baile con los sacramentos […]. Una vez que la fe
antigua ha desaparecido, el entusiasmo por el Evangelio se
extingue; y no es extraño que las personas busquen entonces
algo distinto en que deleitarse2.

294 Spurgeon: una nueva biografía


La contienda ardiente por la fe

Spurgeon proseguía, utilizando palabras de esta índo-


le, con la descripción de la naturaleza de la apostasía de
la época y la falta de vida espiritual que la misma estaba
ocasionando en numerosas iglesias; expresaba su pro-
funda tristeza por esta situación; y luego pasaba a ocu-
parse de si un cristiano debía mantenerse unido o no a
aquellos que niegan la Palabra de Dios. Su declaración
tiene tanta importancia para nuestros días como la tuvo
en los suyos:

El saber hasta qué punto aquellos que permanecen en la fe


una vez dada a los santos deberían confraternizar con quie-
nes se han apartado para seguir un evangelio diferente, se
convierte ahora en un asunto de la máxima importancia. El
amor cristiano tiene sus exigencias —y hay que evitar las divi-
siones como males muy graves—, ¿pero cuán justificados
estamos en seguir aliados con quienes se están apartando de
la Verdad? Esta es una pregunta difícil de responder de
forma que mantengamos el equilibrio entre nuestros debe-
res. En el momento presente conviene a los creyentes ser
cautos, no sea que presten su apoyo y den su aprobación a los
que traicionan al Señor.
Una cosa es superar las fronteras denominacionales por
amor a la Verdad —algo que esperamos que todo hombre pia-
doso haga más y más— y otra práctica, muy distinta, instarnos
a que subordinemos el sostenimiento de la Verdad a la prospe-
ridad y la unidad denominacionales. Ciertas personas indul-
gentes toleran el error si este procede de un hombre inteligen-
te o de un hermano afable con muchos aspectos positivos.
Que cada creyente juzgue por sí mismo; pero, en cuanto
a nosotros, hemos asegurado la puerta con algunos cerrojos
más y dado orden de mantener la cadena puesta: ya que con
el pretexto de suplicar la amistad del siervo, por ahí andan
algunos que tratan de robar los bienes DEL DUEÑO3.

Spurgeon: una nueva biografía 295


Capítulo 19

Este artículo causó una gran conmoción entre los


baptistas de Gran Bretaña. Muchas personas estaban
totalmente de acuerdo con Spurgeon, y le hicieron
saber que contaba con su afectuosa lealtad; pero otras
muchas, discrepaban de un modo igual de efusivo, y
tanto en los hogares como en las iglesias, a lo largo y
ancho del país, sus declaraciones se discutieron y deba-
tieron vehementemente. También los periódicos
(tanto seculares como religiosos) se ocuparon del
asunto: algunos manifestando su apoyo a la postura de
Spurgeon y otros su firme oposición a la misma.
El artículo de Spurgeon apareció en el número de
The Sword and The Trowel correspondiente a agosto de
1887, y en los tres números siguientes publicó otros
artículos acerca de lo mismo. Primero apareció su
“Reply to Sundry Critics” (Respuesta a diversos críti-
cos); luego, “The Case Proved” (La tesis demostrada);
y, finalmente, “A Fragment on the Down-Grade
Controversy” (Fragmento acerca de la controversia
sobre el declive). En estos artículos llevaba más lejos su
acusación, presentando pruebas consistentes de que
no estaba meramente divulgando sospechas sin funda-
mento —como decían sus detractores—. No escribía
regodeándose en el hecho de haber demostrado que
sus acusadores estaban equivocados, sino con una pro-
funda tristeza de que se hubiera producido tal aposta-
sía en el país.
Además, durante las semanas en que escribía estos
últimos artículos, Spurgeon estuvo respondiendo en su
propia mente a la pregunta de si estaría ayudando a
aquellos que negaban al Señor al permanecer asociado
con ellos. Habiendo razonado todo el asunto, al llegar
al último párrafo de su tercer artículo, afirmó:

296 Spurgeon: una nueva biografía


La contienda ardiente por la fe

Una cosa tenemos clara: no puede esperarse de nosotros que


tomemos parte en ninguna unión que incluya a aquellos
cuya enseñanza acerca de ciertos aspectos fundamentales sea
exactamente la contraria de aquella que es preciosa para
nosotros […]. Con profundo pesar nos abstenemos de con-
gregarnos con aquellos a quienes amamos de verdad y a los
cuales respetamos de corazón; ya que ello implicaría una
alianza con otros con quienes no podemos tener comunión
alguna en el Señor4.

Al mismo tiempo, Spurgeon escribía al Dr. Booth lo


siguiente:

Querido amigo:
Le ruego que comprenda, como secretario de la Unión
Baptista, que debo retirarme de la asociación. Lo hago con
suma tristeza; pero no me queda más remedio. Las razones
se exponen en el número de The Sword and The Trowel corres-
pondiente a noviembre, y confío que me excusará de repetír-
selas en esta carta. Le suplico que no envíe a nadie para
pedirme que reconsidere la cuestión: me temo que ya la he
considerado durante demasiado tiempo y, ciertamente, cada
hora que pasa me hace ver con mayor claridad que en modo
alguno me estoy precipitando.
Quiero también añadir que no ha influido en mí el más
mínimo resentimiento personal o animadversión alguna
[…]. Tomo esta decisión solo por los motivos más elevados;
y como usted sabe bien, la he estado aplazando durante largo
tiempo, porque esperaba cosas mejores. Siempre cordial-
mente suyo,
C.H. SPURGEON5

Así dio Spurgeon el histórico paso un día de octubre


de 1887, cuando tenía 53 años de edad. No trató de lle-

Spurgeon: una nueva biografía 297


Capítulo 19

varse a otros consigo fuera de la Unión, ni hizo lo que


muchos esperaban que hiciese: formar una nueva aso-
ciación de baptistas. En lugar de eso, lo que quería era
que hombres y mujeres llegaran a una clara decisión por
sí mismos; creía que les había dado suficiente informa-
ción en sus artículos como para capacitarlos para saber
la dirección que debían tomar.
Los miembros del Tabernáculo expresaron inmedia-
tamente su apoyo decidido a lo que el pastor había
hecho y ellos también abandonaron la Unión; de igual
manera se recibieron muchas cartas declarando la
misma postura firme y encomiando con entusiasmo la
actuación de Spurgeon. Pero hubo muchas opiniones
abiertamente contrarias.
Un hombre que había brindado probablemente el
mayor apoyo económico al orfanato, las Casas de
Beneficencia y la Escuela Pastoral, escribió expresando
su oposición más firme y anunciando la suspensión de
sus donativos. Y otros donantes menores hicieron lo
mismo. El editor de The Christian World se regocijaba por
el abandono de las antiguas creencias: “El pensamiento
moderno —decía— es a los ojos de Spurgeon ‘una
cobra mortífera’; a los nuestros constituye la gloria de
este siglo: desecha, no solo por falsas y antibíblicas,
muchas de las doctrinas queridas por el Sr. Spurgeon
[…], sino como inmorales en el sentido más estricto de
la palabra […]. Dicho pensamiento no es tan irracional
como para prender con alfileres su fe a la inspiración
verbal [de la Biblia], ni tan idólatra como para hacer
que su aceptación de una verdadera Trinidad encubra el
politeísmo”.
Spurgeon recibió también críticas de una de las figu-
ras más destacadas de los baptistas de Inglaterra: el Dr.
John Clifford, presidente de la Unión. El Dr. Clifford

298 Spurgeon: una nueva biografía


La contienda ardiente por la fe

era un hombre de gran capacidad intelectual y elevados


principios; pero había renunciado a su creencia en la
inerrancia de las Escrituras y aceptado muchas de las
opiniones de la alta crítica. Era un hombre sumamente
honrado; sin embargo, de algún modo, se había engaña-
do a sí mismo, ya que suponía que la nueva teología era
en realidad el evangelicismo antiguo ataviado con nuevo
ropaje.
Sobre la base de esta suposición, no podía ver razón
alguna que justificara la acción de Spurgeon; y en un
artículo publicado en cierto periódico de gran circula-
ción declaró que este tenía la responsabilidad de pre-
sentar pruebas de sus acusaciones en cuanto a que no
todos los pastores baptistas permanecían fieles a la fe. Y
afirmó que Spurgeon haría mejor empleando su tiempo
y sus talentos en alentar a las personas, en vez de causar
división y pena.

¿Es demasiado tarde para pedirle al Sr. Spurgeon que se


detenga a considerar si esta es la mejor tarea que se puede
encomendar a los baptistas de Gran Bretaña e Irlanda?
¿Acaso no basta la fatídica cosecha de recelos inquietantes,
promesas rotas, iglesias en peligro y obreros heridos pero fie-
les que ya estamos viendo?
¡Oh, qué dolor indecible me produce ver a este eminen-
te “ganador de almas” soliviantando a miles de cristianos
para que discutan y se peleen, en vez de inspirarlos, como
podría, a ese esfuerzo sostenido y heroico de llevar las bue-
nas nuevas del Evangelio de Dios a nuestros compatriotas!6.

A pesar de los esfuerzos de Clifford por cargar a


Spurgeon con la responsabilidad del alboroto en la obra
baptista, los responsables sabían que, cuando la Unión
se reuniera para su asamblea general, tendrían que

Spurgeon: una nueva biografía 299


Capítulo 19

hacer frente a las acusaciones de apostasía que este


había lanzado; por ello determinaron adoptar la
siguiente táctica: cuando se presentara el asunto, ellos
responderían que, como Spurgeon no había menciona-
do los nombres de aquellos que según él habían aban-
donado la fe, sus afirmaciones eran demasiado endebles
como para que la asamblea las considerase; y declara-
rían que, hasta que Spurgeon proporcionara esa eviden-
cia, no había nada que ellos pudieran hacer respecto al
asunto.
Sin embargo, en varias cartas del Dr. Booth —el
secretario de la Unión— a Spurgeon, se le habían pro-
porcionado a este diversos nombres y declaraciones de
pastores baptistas que predicaban la nueva teología; y muy
soliviantado por la acusación de que había hablado de
manera inconsciente y sin fundamento, Spurgeon escri-
bió a Booth diciendo: “Presentaré la información que
he recibido de usted”. Pero Booth, que no era hombre
valiente ni de elevados principios, le respondió: “Las car-
tas que le envié a usted no eran oficiales, sino confiden-
ciales; es por tanto una cuestión de honor que no las uti-
lice”7.
Por consiguiente, Spurgeon guardó silencio con res-
pecto a dicha información que Booth le había propor-
cionado. Pero cuando el asunto de la correspondencia
se mencionó en la asamblea, Booth comenzó a dar rode-
os y dio a entender que jamás había planteado la cues-
tión de la nueva teología y de quienes la sostenían hablan-
do con Spurgeon, y que este nunca se había quejado de
la incredulidad.
Cuando Spurgeon se enteró de las evasivas de Booth,
dijo: “Que el Dr. Booth diga que nunca me he quejado
es algo asombroso: Dios sabe todo al respecto, y Él me
hará justicia”8. Algunos de los predicadores de la nueva

300 Spurgeon: una nueva biografía


La contienda ardiente por la fe

teología estaban muy resentidos con Spurgeon y con el


Evangelio que predicaba, y difundieron la acusación de
que había fomentado sospechas infundadas acerca de
los ministros y estigmatizado a todos los baptistas.
Muchos empezaron entonces a dar crédito a esta idea, y
uno de los biógrafos de Spurgeon, escribiendo en 1933,
afirmaba:

Spurgeon jamás fue vindicado; y la impresión de muchos es


aún que hizo acusaciones indemostrables y que, cuando lo
convocaron debidamente para que presentase sus pruebas,
dimitió y salió huyendo. Nada más lejos de la verdad:
Spurgeon hubiera podido presentar las cartas del Dr. Booth;
yo creo que hubiera debido hacerlo9.

La asamblea se celebró en abril de 1888 y, para aco-


modar a la multitud que se esperaba, se utilizó un gran
edificio: la iglesia congregacionalista del Dr. Joseph
Parker. Se hizo un intento de restaurar la armonía intro-
duciendo una resolución que se pensaba podría agradar
a ambas parte de la controversia. Podía considerarse
como de carácter evangélico y, sin embargo, interpretar-
se como no hostil a la nueva teología. Fue promovida por
Charles Williams, quien al presentar su moción, habló
duramente contra las doctrinas evangélicas, y fue secun-
dada por James Spurgeon, el cual pensaba que la resolu-
ción sería beneficiosa para la causa evangélica.
El resultado fue que la diferencia entre las posiciones
doctrinales de los dos partidos se difuminó aún más: el
Dr. Clifford había hecho bien su trabajo y la resolución
sirvió para convencer a muchos de que la nueva teología
era, en realidad, el evangelicismo antiguo y que nadie
debía preocuparse por el nuevo ropaje que traía.
A su vez, cuando se pasó a la votación, 2000 respon-

Spurgeon: una nueva biografía 301


Capítulo 19

dieron afirmativamente y solo 7 míseros votos fueron


negativos; y de los 2000 mencionados, una proporción
considerable suponían que estaban votando por el evan-
gelicismo y defendiendo la actuación de Spurgeon. Sin
embargo, el resultado se proclamó hacia afuera, a partir
de entonces, como un “voto de censura” contra
Spurgeon y una evidencia de que la inmensa mayoría de
los baptistas de Inglaterra lo habían rechazado.
Durante los meses que siguieron, aunque Spurgeon
había adoptado su firme postura y dado por zanjado el
asunto, otros hombres continuaron ininterrumpida-
mente la controversia. Algunos declaraban su oposición
a la nueva teología; pero otros tenían una actitud resenti-
da para con Spurgeon y divulgaban relatos distorsiona-
dos de sus acciones.
El Dr. Booth escribió a Spurgeon cuando este se
encontraba en Menton, para decirle que, juntamente
con los Dres. MacLaren, Culross y Clifford deseaban
visitarlo allí, y tenían la esperanza de poder influir en
él para que reconsiderase su retirada. Pero Spurgeon
le respondió que no había nada que ganar con su visi-
ta: que existía incredulidad en la Unión y que ellos no
habían hecho nada al respecto; pero añadía que esta-
ba dispuesto a reunirse con ellos a su vuelta a
Inglaterra.
En medio de la controversia, Spurgeon escribía:

El Señor conoce el camino que tomo, y dejo el asunto a su


divino arbitraje […]. He cargado con mi protesta y sufrido la
pérdida de amigos y reputación. He sido víctima de represa-
lias económicas y de amargos reproches. No puedo hacer
nada más. De aquí en adelante mi camino discurre muy ale-
jado del suyo. Pero nadie se imagina el dolor que esto me ha
infligido.

302 Spurgeon: una nueva biografía


La contienda ardiente por la fe

No puedo poner en juego la verdad de Dios […]. No es


una cuestión de personalidades, sino de principios; y cuando
dos grupos de hombres son diametralmente opuestos en sus
opiniones sobre los aspectos vitales, no hay palabras que pue-
dan unificarlos10.

Muchas personas en América, al enterarse del conflic-


to inglés, se mostraron igualmente divididas en sus acti-
tudes: algunas afirmaban que la retirada de Spurgeon
de la Unión había sido completamente innecesaria;
pero otras muchas estaban de acuerdo con lo que él
había hecho. En su respuesta del 18 de junio de 1888 a
una carta de los Estados Unidos que incluía una cierta
suma de dinero para su obra, expresó:

Me alegro mucho de olvidar todo esto cuando le escribo


[…]. Le doy mis más sinceras gracias [por el dinero que se le
había enviado]. Recibo aliento cuando lo necesito. Mire los
temporales en que he estado:
Estos problemas con la Unión.
Luego, mi esposa muy enferma durante estas siete sema-
nas sin que aún se haya recuperado.
Después, la muerte de mi querida madre.
En el día del entierro me atacó ferozmente mi viejo ene-
migo [la gota], y he pasado por un bautismo de dolor. Aún
soy incapaz de andar y apenas puedo ponerme en pie. Aun
así me regocijo en Dios. Aquí hay muchos americanos: son
unos ejemplares selectos. Mi amor sincero11.

La expansión de los conceptos de la nueva teología


subrayaba la necesidad de parte de todos los cristianos
verdaderos de conocerlos y de presentar un frente
unido contra ellos. En vista de la situación, no mucho
después de que Spurgeon hubiera abandonado la

Spurgeon: una nueva biografía 303


Capítulo 19

Unión Baptista, se celebró una gran concentración de la


Alianza Evangélica. Esta última estaba compuesta por
personas de todas las denominaciones y el entusiasmo
con que se recibió a Spurgeon en el encuentro es indi-
cativo de la estima de que gozaba entre una gran masa
del público. Uno de sus más fieles ayudantes, Robert
Shindler, escribió al respecto:

Jamás olvidaremos la primera reunión convocada por la


Alianza, que se celebró en Exeter Hall, para dar testimonio de
las verdades fundamentales del Evangelio. La recepción que
el auditorio hizo al Sr. Spurgeon cuando se levantó a hablar,
fue sobrecogedora por su fervor y su entusiasmo.
Ocupábamos un asiento en la plataforma: lo bastante cerca
como para presenciar las fuertes emociones que lo agitaban
y las lágrimas que le corrían por las mejillas al escuchar a los
oradores que le precedían. Y aunque solo unos pocos de sus
hermanos baptistas estaban presentes, aquella demostración
de simpatía no pudo por menos de alentar y consolar su
corazón12.

La controversia resultó muy dura para el cuerpo de


Spurgeon: estaba enfermo antes de que empezara y
sufrió varios ataques de gota mientras se desarrollaba.
Además, en esta etapa de su vida, estaba comenzando a
padecer una enfermedad renal que en ocasiones lo deja-
ba sumamente débil; y, como hemos visto por sus pala-
bras, la Sra. Spurgeon aún se encontraba bastante mal.
La experiencia fue tanto más difícil para él cuanto
que no le gustaba la contienda: tenía una postura com-
pletamente resuelta en cuanto a lo que consideraba la
verdad de Dios; pero sus sentimientos hacia sus semejan-
tes eran muy generosos, y fue con gran pesar que se
separó de muchos amigos queridos de la Unión

304 Spurgeon: una nueva biografía


La contienda ardiente por la fe

Baptista. Libró su batalla con valor y decisión; pero hizo


todo lo que pudo por evitar cuanto fuera susceptible de
ocasionar contiendas innecesarias. “Me preocupa decir
alguna cosa —escribía— que pueda incomodar a nues-
tros amigos o causar discordia. A algunos irresponsables
les gustaría ver reyertas; pero yo puedo discrepar sin
pelear”13.
Hubo dificultades hasta entre los predicadores de la
Escuela Pastoral: “Más de 100 ministros enseñados en la
Escuela firmaron una protesta ‘moderada’ contra el
procedimiento decidido por Spurgeon de invitar a la
Conferencia solo a quienes hubieran hecho cierta decla-
ración”. La protesta iba dirigida a Spurgeon, y su res-
puesta dice, en parte, lo siguiente: “No podía soportar la
idea de dedicar nuestra conferencia a una larga disputa
[…]. El costo, no solo en dinero, sino de mi propia vida,
sería demasiado grande para un conflicto sin sentido
alguno. La tensión ya casi me ha roto el corazón y he
soportado tanta amargura como podía”14.
Ejerciendo su autoridad de Presidente, disolvió la
Conferencia que había en la Escuela Pastoral y formó
una nueva: esta última basada en una declaración explí-
cita de las doctrinas evangélicas, la cual se incorporó
luego a su declaración de fe. Los que votaron a favor de
la acción efectuada por Spurgeon de disolver la
Conferencia fueron 432 hombres; mientras que otros 64
lo hicieron en contra. Algunos de estos últimos tenían
una actitud resentida: se refirieron a él como “el nuevo
Papa”, y desde entonces no volvieron a tener comunión
con Spurgeon. Así sus tristezas se multiplicaron15.
Parte de las dificultades de la Unión consistían en
que, aun cuando la mayoría de los ministros reconocían
la presencia de incredulidad entre ellos, muchos se decí-
an que probablemente aquella no haría daño alguno.

Spurgeon: una nueva biografía 305


Capítulo 19

Esto era en lo que Spurgeon disentía abiertamente: ya


que podía ver un rumbo futuro que conducía a iglesias
desprovistas de vida y de fruto. A comienzos de 1888,
Spurgeon presentó un informe comparando el trabajo
de los hombres de su Escuela Pastoral con el de todos
los demás pastores de la Unión: los 370 hombres de su
Escuela habían bautizado, durante el año anterior, a
4770 personas, y el aumento en miembros había alcan-
zado los 3856. Mientras tanto, los 1860 pastores restan-
tes y las 2764 iglesias presentaban solo un aumento de
1770 miembros en ese año. Spurgeon consideraba el
éxito de sus pastores como una prueba de la bendición
que acompaña al Evangelio; mientras que la introduc-
ción de la incredulidad despoja a la iglesia de su poder
y la coloca en lo que él llamaba el “declive”.
Muchos pensaban que la idea de Spurgeon acerca de
los efectos perniciosos de la nueva teología era errónea;
pero con el paso de los años ha demostrado ser comple-
tamente cierta. Como él anunciara, con la negación de
las Escrituras, la asistencia a la iglesia empezó a decaer;
las reuniones de oración se convirtieron en encuentros
de unos pocos, hasta que cesaron por completo; y el
milagro de las vidas cambiadas por la gracia de Dios se
dio cada vez con menos frecuencia, si es que se veía algu-
no. Iglesia tras iglesia —en ciudades, pueblos y aldeas—
fueron extinguiéndose gradualmente; y por toda
Inglaterra podían verse antiguas capillas convertidas en
tiendas o garajes, o meramente los solares vacíos en
donde habían estado antes sus edificios, los cuales
habían sido derruidos.
Se alegaron toda clase de razones para esa triste situa-
ción; pero la causa principal de ella fue la ausencia del
Evangelio de sus púlpitos: todo sustituto del mismo deja-
ba de atraer a las personas. Cuando no se acepta la

306 Spurgeon: una nueva biografía


La contienda ardiente por la fe

inerrancia de la Biblia, ni se cree en los grandes funda-


mentos de la fe de Cristo, no hay verdadero cristianis-
mo, la predicación no tiene poder y el resultado es el
que Spurgeon anunció a su generación hace ya más de
un siglo.
En su libro Evangelicalism in England (El evangelicis-
mo en Inglaterra), E.J. Poole-Connor muestra gráfica-
mente el fracaso de la nueva teología o modernismo, llá-
mese como se quiera. Poole-Connor cuenta una conver-
sación sostenida por el editor de una revista agnóstica
con un ministro modernista. El editor le dice al ministro
que, a pesar de sus distintas vocaciones, ambos tienen
mucho en común: “Yo no creo en la Biblia —declara el
agnóstico—; y usted tampoco. Yo no creo en la historia
de la Creación; como tampoco usted. Yo no creo en la
deidad de Cristo, su resurrección o su ascensión —en
ninguna de esas cosas—: e igual le pasa a usted. ¡Yo soy
tan cristiano como usted y usted tan incrédulo como
yo!”.
Esa situación de incredulidad en el ministerio fue la
consecuencia directa de la nueva teología, y prueba clara
de lo correcto de la acción de Spurgeon al abandonar la
alianza con ella.

NOTAS
1Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon, 6

vols., 6:292 (Londres, Cassell, 1898).


2The Sword and The Trowel, agosto 1887.
3Ibíd.
4Ibíd., octubre 1887.
5Pike, 6:287.
6Ibíd., 6:297.
7Carlile, J.C.: C.H. Spurgeon—An Interpretative Biography, p. 247

(Londres, Religious Tract Society, 1933).

Spurgeon: una nueva biografía 307


Capítulo 19

8C.H. Spurgeon’s Autobiography, recop. Spurgeon, Susannah y


Harrald, J.W., 4 vols., 4:120 (Londres, Passmore and Alabaster,
1897).
9Carlile, pp. 248-249.
10Wayland, H.L.: Charles H. Spurgeon, His Faith and Works, p. 223

(Filadelfia, Amer. Baptist Publication Soc., 1892).


11Ibíd.
12Poole-Connor. E.J.: Evangelicalism in England, p. 248 (Londres,

Fellowship of Independent Evangelical Churches, 1951).


13Cook, R.B.: The Wit and Wisdom of Spurgeon, p. 257 (Nueva

York, E.B. Treat, 1892).


14Pike, 6:298.
15Ibíd.

308 Spurgeon: una nueva biografía


Durante los años 80 del siglo XIX, un grupo
de ministros americanos visitaron Inglaterra,
impulsados principalmente por el deseo de
escuchar a algunos de los predicadores célebres
de aquel país.
Un domingo por la mañana asistieron al
City Temple, cuyo pastor era el Dr. Joseph
Parker: alrededor de 2000 personas llenaban
el edificio, y la enérgica personalidad de
Parker dominaba el culto. Tenía una voz
impresionante, su lenguaje era descriptivo, su
imaginación vivaz y sus gestos animados. El
sermón era escriturario, y la congregación
estaba embelesada con sus palabras. Los ame-
ricanos salieron diciendo: “¡Qué maravilloso
predicador es Joseph Parker!”.
Por la noche fueron a escuchar a Spurgeon
en el Tabernáculo Metropolitano: el edificio
era mucho más grande que el City Temple y
la congregación dos veces mayor. La voz de
Spurgeon resultaba mucho más expresiva y
conmovedora, y su oratoria era notablemente
superior. Pero pronto se olvidaron del magní-
fico edificio, la enorme congregación y la estu-
penda voz de Spurgeon —y hasta se olvidaron
de comparar los diversos rasgos de los dos pre-
dicadores, como se habían propuesto—. Al ter-
minar el culto, se encontraron simplemente
diciendo: “¡Qué maravilloso Salvador es
Jesucristo!”.
Capítulo 20

Últimos trabajos

S
purgeon no tomó su decisión en la controversia sin
que le costara una gran dosis de sufrimiento. Una
vez que se hubo retirado de la Unión Baptista y
pasó a disolver la antigua Conferencia de la Escuela
Pastoral y formar una nueva, casi se sintió aplastado por
la carga. En una carta a su hermano, escrita el 31 de
marzo de 1888, decía:

Querido hermano:
El jueves, mientras intentaba predicar, me puse enfermo.
Una horrible depresión y una sensación de asfixia convirtió
mi predicación en un gran sufrimiento. He tomado medica-
ción dos veces, pero estoy medio muerto.
¿Puedes ir al culto el domingo por la noche provisto de
un sermón? Es posible que yo no sea capaz de predicar. Las
muelas me ponían nervioso, el hígado me daba sensación de
mareo y mi corazón estaba apesadumbrado. Espero poder
resistir la Conferencia; pero ayer estaba muy lejos de tener
esa esperanza. La tensión es terrible.
Quiero acabar el informe de la Escuela y el tiempo se ter-
mina […]. Con amor sincero,
Tu agradecido hermano,
Charles1

Spurgeon también recibió críticas de algunos perió-


dicos religiosos: destacamos principalmente dos revistas
americanas, ambas evangélicas, pero que sostenían que
no había razón alguna para la decisión de Spurgeon de
separarse de la Unión Baptista. Una de ellas afirmaba:

En cuanto a las acusaciones que [Spurgeon] hizo, no contra


la Unión, sino contra algunos miembros indeterminados de

310 Spurgeon: una nueva biografía


Últimos trabajos

la misma, lo único que puede decirse es: “No demostrado”


[…]. Atacar a la Unión porque, de sus cientos de miembros,
alrededor de media docena de hombres no están plenamen-
te de acuerdo con lo que sostiene el Sr. Spurgeon —y noso-
tros también creemos—, que es el Evangelio de nuestro
Señor, es ponerse a quemar una casa porque una docena de
ratas se esconden en la bodega2.

Spurgeon, naturalmente, había hablado con mucha


bondad de Alexander MacLaren y otros evangélicos de
la Unión Baptista; pero se había mostrado inexorable
con la incredulidad misma. Sin embargo, un periódico
de Nueva York, confundiendo ambas actitudes, afirma-
ba:

Su lenguaje respecto al Consejo de la Unión […] está


impregnado de un resentimiento extremo; y en cuanto a las
muestras de amabilidad y amor fraternal de aquellos hacia él,
las califica de guante de seda que encubre la garra. Es un len-
guaje poco apropiado para referirse a hombres como
MacLaren, Angus, Underhill o Landels: dirigentes de la
Iglesia de Dios3.

Otros, en cambio, hacían declaraciones de carácter


totalmente contrario y alegaban que Spurgeon se había
comportado con demasiada benevolencia en la contro-
versia, y que sus acciones deberían haber sido más mili-
tantes. Afirmaban que hubiera debido hacer públicos
los nombres de los pastores que se habían desviado de la
fe y también reprobado a aquellos que no se habían
opuesto a la apostasía.
La razón de su actitud la expresó en su respuesta a
una carta que alababa su salida de la Unión, y que
decía:

Spurgeon: una nueva biografía 311


Capítulo 20

5 de octubre de 1888

A los ministros y delegados que forman la Convención


Baptista de las Provincias Marítimas del Canadá.

Queridos hermanos en Cristo:


Les doy las gracias de todo corazón por tantas palabras de
aliento como me han enviado. Tal actitud resuelta, de parte
de tales hermanos, en un momento como este, me ha alegra-
do grandemente […].
Estoy agradecido de que ustedes no hayan malinterpreta-
do mi actuación en lo concerniente a la Unión Baptista
inglesa, de la que me he sentido obligado a separarme. No
he actuado por algún impulso momentáneo, y mucho menos
por un sentimiento de agravio personal; sino que he estado
protestando con discreción durante largo tiempo, hasta que
me he visto constreñido a adoptar una postura pública. Veía
como el testimonio de las iglesias se iba haciendo confuso y
observaba que, en ciertos casos, la predicación se apartaba
mucho de la Palabra de Dios. Me entristecía por las condicio-
nes que seguramente seguirán al abandono del Evangelio, y
esperaba que tantos fieles hermanos abrieran los ojos a lo
peligroso de la situación y se esforzasen seriamente por lim-
piar su Unión de los transgresores más flagrantes. En vez de
ello, muchos me tienen por alguien que ha turbado a Israel
y otros piensan que, por importante que sea la Verdad, la pre-
servación de la Unión Baptista debe constituir el primer
objeto de nuestra consideración […].
No desearía a ningún otro hombre que participara del
dolor que he experimentado en este conflicto; pero estaría
dispuesto a soportar diez veces más del mismo, con entusias-
mo, por ver la fe que ha sido una vez dada a los santos hon-
rada entre las iglesias baptistas de Gran Bretaña.
Desde el principio mismo decidí evitar los personalismos;

312 Spurgeon: una nueva biografía


Últimos trabajos

y aunque me he visto muy tentado a hacer público todo


cuanto sé, he guardado silencio acerca de los individuos,
debilitando así mis propias bazas en el conflicto. Sin embar-
go, también prefiero soportar esto a que las contiendas por
la fe degeneren en una complicación de querellas persona-
les. No soy enemigo de nadie; pero lo soy de toda enseñanza
contraria a la Palabra del Señor, y no tendré comunión con
ella […].
Incapaz de escribir todo lo que siento, me refugio en la
oración y pido a nuestro Dios, en Cristo Jesús, que los bendi-
ga más aún abundantemente de lo que podemos pedir o aun
entender. Con todo agradecimiento y amor,
C.H. SPURGEON

Cansado, extenuado y enfermo, mi lema es: “Cansado, mas


todavía persiguiendo” [cf. Jue. 8:4, N. E.][…]. La cuestión
bajo ataque es la inspiración de las Escrituras, y toda verda-
dera religión depende de ella para su continuidad. Les deseo
que sean guardados de esta marea que inunda nuestro país4.

El valor especial de esta carta reside en el hecho de


que no solo nos ayuda a comprender la postura de
Spurgeon en la controversia, sino que también es indi-
cativa de su situación física y mental. No dice mucho
acerca de estas cosas en su Autobiografía, y pocas veces
las menciona en sus sermones, pero en esta carta tene-
mos su expresión “cansado, extenuado y enfermo”, así
como su referencia al “dolor que he sentido en este con-
flicto”. Otras cartas contienen expresiones semejantes:
estaba herido por el implacable trato que había recibido
de parte de algunos predicadores de la nueva teología;
pero aún lo estaba más por la difusión cada vez mayor
de las ideas de estos.
Spurgeon encontraba alivio de las penas de esa con-

Spurgeon: una nueva biografía 313


Capítulo 20

troversia trabajando duramente: más que nunca, las


congregaciones lo invitaban a ir a ministrarlas en iglesias
de Londres y de otros sitios; y respondía a tantas peticio-
nes como podía. Aunque jamás hizo de la controversia
el tema de su predicación, a menudo prevenía de la
penetración de la incredulidad e instaba a los creyentes
a adoptar una postura firme a favor de la fe.
También estaba ocupado, como siempre, en la
corrección semanal de su sermón, en la preparación de
su revista mensual y en sus otros escritos. El sermón
número 2000 salió de la imprenta por aquel tiempo, y
los miembros del Tabernáculo convirtieron el aconteci-
miento en una celebración, conmemorando ese hito en
su trabajo con mucho gozo. De igual manera, una reu-
nión en el orfanato atrajo a muchas personas, y tanto
niños como mayores se juntaron a su alrededor y le
manifestaron su cariño. Los puestos de aquellos que
habían dejado de contribuir económicamente fueron
ocupados por nuevos donantes; y aunque a veces estaba
preocupado, las 300 libras esterlinas que necesitaba
cada semana para mantener las diferentes empresas
jamás dejaron de llegar. Este esfuerzo y esta actividad
eran un tónico para Spurgeon.
Sin embargo, sus cargas resultaron ser demasiado
para él, y en julio de 1888 quedó inactivo por enferme-
dad; su debilidad era tanta que no podía siquiera soste-
ner la pluma. Después de dos semanas, recuperado
hasta cierto punto, volvió con vigor a su trabajo; pero
en noviembre quedó postrado de nuevo. Vencido por
su enfermedad quiso partir enseguida para Menton,
pero estaba demasiado débil para viajar. “No me repon-
dré hasta hallarme en otro clima —afirmó—, y no
puedo llegar a ese otro clima hasta reponerme”. En
diciembre se encontraba lo suficientemente bien como

314 Spurgeon: una nueva biografía


Últimos trabajos

para intentar el viaje; por lo que partió en busca del sol


meridional.
En esta ocasión, sin embargo, su estancia en Menton
se vio empañada a causa de una grave caída por una
escalera de piedra. En aquel período de su vida era un
hombre bastante pesado: sus piernas y sus pies sufrían
casi siempre una cierta hinchazón, y le era necesario
apoyarse en un bastón para andar. En la tarde del últi-
mo domingo de 1888 salió con tres compañeros para
disfrutar de un rato de meditación sosegada en una villa
vecina; y al bajar por una escalera e ir a poner la punta
de su bastón en un escalón de mármol liso, la contera
resbaló y Spurgeon cayó de bruces. Su secretario, Joseph
Harrald, lo cuenta de esta manera:

Ni él ni sus amigos se dieron cuenta, en un principio, del


daño que había sufrido. En su caída dio una voltereta; un
poco de dinero se le escapó del bolsillo y le entró en un
botín; se rompió dos dientes, los cuales perdió gustosamen-
te; y levantándose, dijo sonriente a sus asustados compañeros
que se trataba de un “trabajo de odontólogo sin dolor y, por
si fuera poco, con un botín con que pagarlo”5.

Pero aunque bromeó de esta manera, después de


haberle ayudado a volver al hotel, le metieron en la
cama con dolores y pronto tuvo que reconocer que el
accidente había sido verdaderamente grave. En una
carta a la congregación del Tabernáculo, expresaba:

Mis heridas son mucho más serias de lo que pensaba; y pasa-


rá algún tiempo antes de que el pie, la boca, la cabeza y los
nervios se recuperen. Gracias a Dios que no me hice añicos
del todo […]: una piedra más y hubiera sido mi fin […].
Dios me permita mantenerme en pie hasta el final, y que los

Spurgeon: una nueva biografía 315


Capítulo 20

“decadentes” sepan lo terrible que resulta caer de las alturas


de la verdad divina. Afectuosamente,
C.H. SPURGEON6

La recuperación de aquella caída fue lenta; y después


de haber pasado en cama casi cuatro semanas, les decía
a los diáconos: “Tan pronto como pueda estar en pie
para un sermón y andar sin dolores, lo tomaré como mi
orden [para volver] a casa. Ojalá que pronto se me con-
ceda esa alegre señal; porque anhelo estar entre ustedes,
después de estos meses de debilidad con intervalos de
dolor”7.
Cuando llegó otra vez al Tabernáculo —el 24 de
febrero de 1889—, después de dos meses ausente, lo
recibió una inmensa congregación. Durante su ausen-
cia, el púlpito había tenido como sustituto a un joven
predicador escocés: John MacNeill; un presbiteriano de
tal elocuencia que a menudo se hacía referencia a él
como a “un segundo Spurgeon”. La obra se había man-
tenido bien; pero la congregación rebosaba de gozo al
tener de nuevo con ellos a su pastor. Los diáconos, sin
embargo, le pidieron encarecidamente que no aceptara
tantas invitaciones para predicar en otros sitios como
recibía y que guardara sus fuerzas para las muchas res-
ponsabilidades del Tabernáculo.
Spurgeon estuvo pronto tan atareado como siempre:
en mayo habló a la Conferencia de la Escuela Pastoral
acerca de “Nuestro poder y las condiciones para obte-
nerlo”; y la colecta para la obra de la Escuela ascendió a
2800 libras esterlinas.
Aceptó una invitación para hablar en una reunión de
la tarde a su antigua congregación de Waterbeach; pero
no quiso quedarse al culto vespertino, diciendo: “Estoy
actualmente demasiado acuciado con muchas tareas, y

316 Spurgeon: una nueva biografía


Últimos trabajos

el quedarme en Waterbeach toda la noche significaría


perder el día siguiente. Si duermo en casa, consigo un
buen descanso en mi propia cama —lo cual es funda-
mental para un hombre débil como yo— y tengo todo el
día por delante. Siento que sea así, porque me gustaría
haber visto a más de mis antiguos amigos”8.
“En junio un grupo de marineros oyeron un sermón
[suyo] en el Tabernáculo; y durante ese mismo mes se
dirigió a una gran asamblea reunida para escuchar algu-
nas antiguas fugas musicales […]. En julio, hizo una
memorable visita a [la isla de] Guernsey, donde se cele-
braron varios cultos especiales en relación con el minis-
terio del Sr. F.T. Snell [un antiguo estudiante de la
Escuela Pastoral]”9.
Durante el mes de octubre se celebró en el
Tabernáculo una conferencia misionera en la cual
Spurgeon, el Dr. MacLaren y el Sr. McNeill fueron los
oradores. La ocasión estuvo marcada, especialmente,
por la despedida de varios hombres —en su mayoría de
la Escuela Pastoral— que partían hacia países extranje-
ros. Hacía tiempo que Spurgeon mantenía una estrecha
amistad con Hudson Taylor, fundador de la Misión al
Interior de la China, y había guiado al Tabernáculo apo-
yar financieramente esa excelente obra. En aquella oca-
sión, “la escena era de gran entusiasmo, con Spurgeon
bajando de la plataforma superior a la inferior para
estrechar la mano de varios hombres y mujeres jóvenes
que partían hacia China”10.
Ese mismo mes, Spurgeon cenó con el primado de la
Iglesia de Inglaterra; y en una carta declinando la invita-
ción a un banquete organizado por el Chambelán, decía:

Estoy tan absorbido por mi trabajo que no debo salir de


casa. En realidad no soy hombre de banquetes, aun cuando

Spurgeon: una nueva biografía 317


Capítulo 20

pudiera asistir. Nuestro Lord Mayor me instó a conocer al


Arzobispo y los obispos en un banquete, pero no conseguí
animarme a ello —al banquete; en cuanto a los obispos no
tenía objeción alguna—. La semana pasada cené con el
Arzobispo y almorcé con el obispo de Rochester; pero el
banquete estaba fuera de mi línea. Soy mejor para el traba-
jo —mi propio trabajo—; aun así, que Dios lo bendiga a
usted; así como al Chambelán y a toda esa buena compa-
ñía11.

A mediados de noviembre de 1889, se le agotaron las


fuerzas: mientras predicaba, “su hombro se le encogió
con agudas contracciones de dolor” y no tuvo más reme-
dio que escapar del invierno de Inglaterra y volver a
Menton. Durante su ausencia, le sustituyó en el púlpito
el Dr. A.T. Pierson —un americano— y se programó que
un equipo de evangelización llevara a cabo una campa-
ña. Spurgeon instó a la congregación a “recoger los fru-
tos del esfuerzo misionero especial, a fin de que poda-
mos tener un aumento considerable para la gloria de
Dios”.
Durante su estancia anterior en Menton, había adop-
tado la costumbre de dedicarse a escribir si se encontra-
ba bastante bien como para sostener la pluma. Esta vez
—desde diciembre de 1889 hasta enero de 1890— se
entregó por entero a trabajar en un comentario de
Mateo: The Gospel of the Kingdom (El Evangelio del
Reino). Su tiempo en aquel clima templado le fue pro-
vechoso y, al cabo de dos meses, pudo volver a casa reno-
vado, tanto física como espiritualmente.
Nuevamente se dio de lleno a trabajar; pero un mes
más tarde, declinando una invitación a predicar otra vez
en Waterbeach, expresaba: “Me gustaría poder estar de
viaje constantemente; pero no acabo de reponer fuerzas

318 Spurgeon: una nueva biografía


Últimos trabajos

y cada año tengo más cosas que hacer […]. Me he pasa-


do tres días en cama con la mano derecha hinchada y
dolorido […]. Aun así, me mantendré activo todo el
tiempo que pueda”12.
Pero aunque no podía ir a Waterbeach y a otros
muchos lugares que le invitaban, sí que ministraba fre-
cuentemente en Londres y sus alrededores; esto además
de su constante trabajo en el Tabernáculo.
Entonces sufrió un nuevo ataque relacionado con la
decisión que había tomado en la controversia; y le vino,
nada menos, que del Dr. Joseph Parker: por medio de
una carta abierta en la que este criticaba enérgicamente
las quejas de Spurgeon acerca de la desviación de la fe.
Se oponía, especialmente, a la acción de Spurgeon de
salirse de la Unión Baptista. Parker había ejercido
durante mucho tiempo un ministerio muy aceptable;
pero, a diferencia de Spurgeon, jamás había sido un pre-
dicador doctrinal, y ahora podía aprobar fácilmente la
conducta de quienes negaban las Escrituras. Spurgeon
no respondió a aquella carta abierta, sin embargo, no
cabe duda de que sintió sus efectos: no solo por la críti-
ca hacia él, sino también por el favor que Parker mostra-
ba para con los predicadores de la nueva teología y su
falta de apoyo a los evangélicos. La acción de Parker
demuestra cuán irreflexivamente algunos buenos pasto-
res se dejaron influir por la forma paulatina en que la
enseñanza modernista se iba introduciendo en
Inglaterra.
A pesar de que su salud empeoraba continuamente,
el celo de Spurgeon por las almas siguió igual de vivo
que siempre: ello queda patente en la siguiente carta
que le escribió a un niño:

Spurgeon: una nueva biografía 319


Capítulo 20

Westwood,
Norwood, 1 de julio de 1890
¡Señor, bendice esta carta!

Querido Arthur Layzell:


Hace poco estuve en una reunión de oración donde
había muchos ministros, y el tema de la oración era “nuestros
niños”. Enseguida se me saltaron las lágrimas oyendo a esos
buenos padres que suplicaban a Dios por sus hijos e hijas.
Mientras continuaban con sus ruegos al Señor para que sal-
vara a sus familias, mi corazón parecía a punto de estallar con
el ferviente deseo de que así fuera. Entonces pensé: voy a
escribir a esos hijos e hijas para recordarles las oraciones de
sus padres.
Querido Arthur, tienes el gran privilegio de contar con
unos padres que oran por ti. Tu nombre se conoce en los
atrios del Cielo y tu causa ha sido presentada ante el trono de
Dios.
¿No oras tú por ti mismo? Si no lo haces, ¿cuál es la razón?
Si para otras personas tu alma es valiosa, ¿acaso está bien que
tú la descuides? Comprende que los ruegos y las luchas de tu
padre no te salvarán si nunca buscas al Señor personalmen-
te. Eso lo sabes.
Tú no quieres entristecer a tu querida madre y tu queri-
do padre, pero lo haces. Mientras no seas salvo, ellos jamás
estarán tranquilos. Por muy obediente, agradable y bondado-
so que seas, ellos jamás se sentirán felices con respecto a ti
hasta que creas en el Señor Jesucristo y encuentres así la sal-
vación eterna.
Piensa en esto; y recuerda cuánto has pecado ya y que
nadie puede lavarte sino solo Jesús. Cuando crezcas, puedes
llegar a ser un gran pecador, y nadie puede cambiar tu natu-
raleza y hacerte santo, sino únicamente el Señor Jesucristo
mediante su Espíritu.

320 Spurgeon: una nueva biografía


Últimos trabajos

Necesitas lo que papá y mamá tratan de conseguir para ti,


y lo necesitas AHORA. ¿Por qué no buscarlo enseguida? He
escuchado a un padre pedir: “Señor, salva a nuestros hijos y
sálvalos cuando aún son pequeños”. Nunca es demasiado
pronto para estar seguros; nunca es demasiado pronto para
ser felices; nunca es demasiado pronto para ser santos. A
Jesús le encanta recibir a los más pequeños.
Tú no puedes salvarte a ti mismo, pero el poderoso Señor
Jesucristo es capaz de hacerlo. Pídele que lo haga: “El que
pide, recibe”. Luego, confía en que Jesús te salvará: puede
hacerlo, ya que Él murió y resucitó para que todo aquel que
en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.
Ve y dile a Jesús que has pecado; busca el perdón; confía
en que Él te lo da; y ten la seguridad de que eres salvo.
Luego imita a Nuestro Señor: sé en casa como Jesús era
en Nazaret. Tu casa será un hogar feliz y tu padre y tu madre
sentirán que se les ha concedido el deseo más preciado de
sus corazones.
Pido que pienses en el Cielo y el Infierno, ya que en uno
de esos sitios vivirás eternamente. Reúnete conmigo en el Cielo.
Reúnete ahora mismo conmigo ante el trono de la gracia:
sube corriendo las escaleras y ora al Padre poderoso, median-
te Jesucristo.
Muy afectuosamente tuyo,
C.H. SPURGEON13

Aunque enfermo, cansado y muy ocupado, Spurgeon


se tomó el tiempo de escribir a un niño al cual nunca
había conocido y del que solo había oído mediante las
oraciones de sus padres.
Su correspondencia anterior se había caracterizado
por su excelente caligrafía: pero en esta carta la escritu-
ra es tosca e irregular. Indudablemente tenía la mano
hinchada y quizá dolorida mientras sostenía la pluma; y

Spurgeon: una nueva biografía 321


Capítulo 20

debemos suponer que escribió a cada uno de los niños


por quienes sus padres habían orado en aquella reu-
nión. Sin embargo, qué dignos fueron los resultados: ya
que el Señor utilizó esta carta para traer a sí al jovencito
Arthur Layzell. Es muy probable que las demás cartas
fueran igualmente eficaces en otras vidas jóvenes.
Después de otros tres meses de lucha, Spurgeon vol-
vió a Menton: esto sucedió en octubre de 1890 y, aunque
durante su estancia allí sufrió frecuentes dolores y debi-
lidad, en febrero de 1891 regresaba a Inglaterra con
buenos ánimos. En su caminar había un ligero grado de
fortaleza, y tanto él como su congregación se sintieron
alentados y creyeron que podía encontrarse en el
umbral de una prolongación de su vida. Pero no sucedió
así.
Pronto se celebró la reunión anual del Tabernáculo;
la cual resultó ser la última ocasión en que Spurgeon
dirigiría los asuntos de la iglesia. Los informes arrojaban
muchas razones para dar gracias a Dios: el número de
miembros era de 5328; la iglesia contaba con 127 minis-
tros laicos sirviendo dentro de Londres y en sus alrede-
dores; la congregación del Tabernáculo dirigía veinti-
trés puntos de misión —los cuales totalizaban 4000
asientos— y administraban veintisiete escuelas domini-
cales, con 600 profesores y 8000 alumnos. Dos años
antes, Spurgeon había construido, con su propio dine-
ro, una nueva y bonita iglesia en Thornton Heath (no
lejos de su casa) y ahora estaba a punto de inaugurarse
un nuevo edificio con aforo para 1000 personas cerca de
Surrey Gardens, en memoria de los años que había predi-
cado en aquel gran auditorio musical.
Del mismo modo, The Sword and The Trowel refería:
“El mes de marzo ha sido un mes memorable […]: el
pastor C.H.S. continuó entrevistándose con personas

322 Spurgeon: una nueva biografía


Últimos trabajos

que se querían afiliar a la iglesia, y de entre ellas propu-


so a ochenta y cuatro para incorporarse a la comunión
[bautismo y recepción como miembros]. Cuánto esfuer-
zo gozoso han representado aquellas personas, lo saben
mejor el pastor y los cosechadores afines que han com-
partido su placentero afán”14.
A continuación llegó la Conferencia de la Escuela
Pastoral; y el alma de Spurgeon se sintió muy agitada
por el hecho de que un puñado de pastores se hubieran
apartado de la fe y retirado de la comunión durante la
pasada controversia. Pero una mayoría muy amplia de
ellos habían permanecido; y los exhortó con mucho
vigor y convicción a perseverar en su fervorosa tarea y en
la defensa de la Verdad. El esfuerzo, sin embargo, resul-
tó ser mayor de lo que Spurgeon podía resistir; y el
domingo siguiente por la noche, al subir al púlpito, se
sintió tan agobiado por el nerviosismo y la debilidad que
no pudo quedarse. Aquella fue la primera vez en cua-
renta años de ministerio en que tuvo que abandonar el
púlpito a causa de lo que él denominó un “nerviosismo
abrumador”. No obstante, se rehizo y durante un mes
trabajó con gran diligencia: predicando en varias igle-
sias y llevando adelante su ministerio en el Tabernáculo.
El 7 de junio de 1891 Spurgeon se presentó delante de
su congregación por última vez. La plataforma había
sido su “púlpito regio desde donde había proclamado el
Evangelio a no menos de 20 millones de oyentes”15,
pero ahora aquella gran congregación no habría de vol-
ver a escuchar más su voz.
Sabiendo, indudablemente, que el final de su trabajo
estaba próximo, partió a la mañana siguiente, contra el
firme consejo de que no lo hiciera, hacia Stambourne.
Quería volver a visitar algunos lugares de su niñez16;
pero resultó estar demasiado débil para ese viaje y des-

Spurgeon: una nueva biografía 323


Capítulo 20

pués de cuatro días regresó totalmente exhausto y aque-


jado de dolores.
Los tres meses siguientes los pasó enteramente en la
cama: recibió todo lo que la ciencia médica y la enfer-
mería solícita podían proporcionarle, pero continuó
gravemente enfermo. Se elevaron oraciones a su favor
“por parte de creyentes del mundo entero; y la iglesia
del Tabernáculo, comenzando con un día entero de
intercesión, siguió reuniéndose durante la mañana, el
mediodía y por la noche, para rogar por su recupera-
ción”17. Lo recordaron en oración el Gran Rabino de los
judíos, algunos clérigos de la abadía de Westminster y de
la catedral de S. Pablo; así como los pastores de iglesias
de todas las denominaciones. La prensa secular y religio-
sa informó repetidamente de su enfermedad, y se reci-
bieron mensajes de simpatía de parte del Príncipe de
Gales, el Sr. Gladstone —antiguo Primer Ministro—,
varios miembros de la aristocracia y el Parlamento; así
como de muchas personas más de todas clases.
A medida que las semanas fueron pasando, Spurgeon
experimentó una serie de avances esperanzadores que
se alternaban con decepcionantes recaídas, y su enfer-
medad no manifestó ninguna mejoría consistente. Al
acercarse el invierno, quedó claro que debía trasladarse
a Menton, si es que podía soportar el esfuerzo del viaje.
Por consiguiente, el 26 de octubre de 1891 y acompaña-
do por su hermano, su secretario y la Sra. Spurgeon,
partió en aquel viaje de 1500 km. Era la primera vez que
la Sra. Spurgeon podía estar con él en Menton, y fue un
gozo para ambos el que ella se sintiera lo bastante bien
como para acompañarle en esta ocasión.
Al llegar al clima más templado, Spurgeon experi-
mentó cierta mejoría: pudo trabajar en la terminación
de su comentario al Evangelio según S. Mateo, y tam-

324 Spurgeon: una nueva biografía


Últimos trabajos

bién pasar en el campo gran parte del tiempo, sentado


o llevado de paseo en silla de ruedas.
La noche de Fin de Año dirigió un breve discurso a
algunos amigos que se habían reunido en su apartamen-
to del hotel, y lo mismo hizo por la mañana: quería
intentar hablar los dos domingos siguientes, pero se le
disuadió de hacerlo. No obstante, el 17 de enero, anun-
ciaba el himno que concluiría tanto aquel pequeño
culto como su participación activa en el ministerio del
Señor. Ese himno no podía ser más adecuado:

El tiempo está acabando,


clarea el alba ya;
el día que he anhelado
es dulce al despertar.
Negra ha sido la noche,
pronto va a amanecer;
gloria, gloria en la tierra
de nuestro Emanuel.

¡Oh Cristo! ¡Tú la fuente!


¡De amor el manantial!
Los ríos de esta Tierra
allí más se ahondarán.
Océanos de gracia
allí pronto veré;
gloria, gloria en la tierra
de nuestro Emanuel.

Durante los días siguientes, Spurgeon estuvo la mayor


parte del tiempo semiconsciente; y era obvio para la Sra.
Spurgeon y para el médico que se estaba apagando con
rapidez. El 28 de enero quedó totalmente inconsciente
y, a pesar de cuanto se hizo por él, aquella siguió siendo

Spurgeon: una nueva biografía 325


Capítulo 20

su situación, hasta que, el 31 de enero de 1892, termina-


ba su peregrinación en la Tierra y partía para “estar con
Cristo, lo cual es muchísimo mejor”, tal como nos asegu-
ran las Escrituras.

NOTAS
1Pike, G. Holden: James Archer Spurgeon, p. 164 (Londres,

Alexander & Shepherd, 1894).


2Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon Spurgeon, 6

vols., 6:299 (Londres, Cassel, 1898).


3Ibíd., 6:300.
4Ibíd., 6:306-307.
5The Sword and The Trowel, 1892, p. 557.
6Pike: Life and Work, 6:309.
7Ibíd.
8Ibíd., p. 311.
9Ibíd.
10Ibíd.
11Ibíd., p. 312.
12Ibíd., p. 313.
13Carta original, posesión de George Layzell, de Cambridge,

Ontario, Canadá, hijo de Arthur Layzell.


14Murray, Iain, ed.: The Full Harvest, p. 497 (Londres, Banner of

Truth, 1973).
15Ibíd., p. 499.
16Solicitó que se sacaran fotos de varios de esos parajes, las cua-

les se reprodujeron en sus Memories of Stambourne (Memorias de


Stambourne), publicadas después de su muerte.
17Murray: The Full Harvest, p. 500.
El domingo 27 de diciembre de 1874 por la
noche, al final de su sermón, Spurgeon dijo:
“Dentro de poco habrá una gran concurrencia
de personas en las calles. Me parece oír a
alguien que pregunta: ‘¿A qué esperan todas
esas personas?’ ‘¿No sabes? Lo van a enterrar
hoy’. ‘¿A quién?’. ‘A Spurgeon’. ‘¿Cómo? ¿Al
hombre que predicaba en el Tabernáculo?’ ‘Sí,
lo van a enterrar hoy’.
“Eso sucederá muy pronto. Y cuando vean
que se llevan mi ataúd a la tumba silenciosa,
me gustaría que cada uno de ustedes —con-
verso o inconverso— sintiera la obligación de
decir: ‘Ciertamente nos exhortaba, con pala-
bras claras y sencillas, a no postergar la con-
sideración de las cosas eternas. Nos rogó que
mirásemos a Cristo. Ahora ya no está, y no
será culpable de nuestra sangre si perecemos’”.

IAIN MURRAY, ed. The Full Harvest


Capítulo 21

“Con Cristo, lo cual es


muchísimo mejor”

E
l secretario Harrald mandó inmediatamente un
mensaje telegrafiado al Tabernáculo de Londres,
que decía: “Nuestro amado pastor entró en el
Cielo a las 11:05 de la noche del domingo”. Otros tele-
gramas anteriores habían informado de la situación
cada vez más grave de Spurgeon, pero este supuso un
golpe repentino y brutal para la congregación del
Tabernáculo.
Las noticias se convirtieron en el tema principal de
los periódicos londinenses del lunes, y la demanda de
ejemplares fue tan grande que pronto fue difícil encon-
trar alguno a la venta en ningún sitio. También los
periódicos de otras tierras, en gran parte del mundo,
daban la noticia, y a la Sra. Spurgeon le llegaron cartas
de pésame en tan gran abundancia, que los cables tele-
gráficos de Menton solo pudieron transmitir una peque-
ña cantidad de ellos.
El cuerpo, colocado en un ataúd de madera de olivo,
se trasladó a la iglesia presbiteriana de Menton1, en la
inauguración de cuyo nuevo edificio había predicado
Spurgeon un año antes y con cuyo ministro —un afec-
tuoso evangélico— había disfrutado de magnífica comu-
nión. Muchas personas de diferentes partes del sur de
Francia se reunieron allí para un culto matutino el jue-
ves 4 de febrero, y luego el féretro se puso en un tren
para hacer su viaje de cuatro días hasta Londres.
Mientras tanto, en el Tabernáculo hubo varios días de
oración con lágrimas y de solemne recuerdo. El lunes se
había programado con anterioridad como un día de
intercesión por la epidemia de gripe desatada en la ciu-

328 Spurgeon: una nueva biografía


“Con Cristo, lo cual es muchísimo mejor”

dad; pero a esas peticiones se añadieron ahora aquellas


a favor de la Sra. Spurgeon y de la iglesia en duelo. Los
diáconos, con la aprobación congregacional, pidieron a
James Spurgeon que continuase como pastor principal y
al Dr. Pierson que aceptara el cargo de ministro ofician-
te. El domingo siguiente estos hombres ministraron a las
multitudes que abarrotaban el edificio y se desbordaban
llenando una amplia zona fuera del mismo de hombres
y mujeres entristecidos.
A la mañana siguiente —el lunes 8 de febrero—, el
féretro llegó a Londres y lo colocaron, primeramente,
en la sala de la Escuela Pastoral: allí durante todo el día,
un río continuo de personas, calculadas en cerca de 50
000, pasaron delante del mismo. El martes lo llevaron al
Tabernáculo, en donde se habían quitado dos o tres
asientos delanteros para disponer una zona abierta en la
cual pudiera colocarse. Estaba rodeado de flores, y sobre
el mismo se cimbreaban varias ramas de palmera, que la
Sra. Spurgeon había escogido en Menton como símbo-
lo de las palmas mencionadas en el libro del Apocalipsis.
Y alrededor de la barandilla de la plataforma superior,
podía leerse: “Recordad las palabras que os hablé cuan-
do aún estaba con vosotros”; y en torno a la inferior: “He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guar-
dado la fe”2.
Se sabía que el Tabernáculo, a pesar de su gran capa-
cidad, no podría contener a todas las personas que que-
rrían asistir al culto del funeral; por lo que se planearon
cinco servicios distintos. El primero se celebró el miér-
coles por la mañana, y era “Para los miembros de la igle-
sia”; el segundo era “Para los ministros y los estudian-
tes”, a las 3:00 de la tarde; el tercero, “Para obreros cris-
tianos”, a las 7:00 de la tarde; y el cuarto, “Para el públi-
co general”, a la tardía hora de las 10:00 de la noche.

Spurgeon: una nueva biografía 329


Capítulo 21

Varios hombres tomaron parte en dichos cultos:


todos los cuales hablaron de la gran devoción y las
extraordinarias dotes de Spurgeon, y cada uno expresó
su profundo pesar por el fallecimiento de este. Todos
sus comentarios serían dignos de repetirse, pero solo
podemos mencionar unos pocos.
J.W. Harrald, refiriendo muchos detalles de los últi-
mos meses de Spurgeon sobre la Tierra, hizo alusión a
la fortaleza cristiana demostrada por la Sra. Spurgeon.
Contó cómo las cinco personas que estaban con
Spurgeon en sus momentos finales, después de com-
prender que la muerte se había producido, se arrodilla-
ron al lado de la cama; y la Sra. Spurgeon prorrumpió
en una oración. Harrald cuenta: “Nos conmovió de
forma indecible […] oír la voz del ser amado, en tan
doloroso duelo, dando gracias a Dios por los muchos
años que había disfrutado del gozo inefable de tener
prestado a tan precioso marido […]. Hace siete meses,
Susannah había entregado al Señor a su esposo [duran-
te su extrema enfermedad en Londres], pero Él se lo
había concedido por un poco más de tiempo”3.
También habló el diácono T.H. Olney y, después de
explayarse sobre las muchas cualidades de Spurgeon,
habló del liderato que ejercía entre los diáconos y ancia-
nos, y a su vez en toda la iglesia:

También tengo que dar testimonio de que inspiraba en todos


nosotros una gran confianza. Lo que él aconsejaba lo aceptá-
bamos de inmediato. Puedo recordar la construcción de este
gran Tabernáculo, la inauguración del orfanato Stockwell y
otras cosas a las que no tenemos tiempo de referirnos.
Muchas de esas grandes empresas puede que al principio
parecieran imprudentes, pero sus planes estaban siempre
bien madurados: habían sido invariablemente meditados a

330 Spurgeon: una nueva biografía


“Con Cristo, lo cual es muchísimo mejor”

fondo y puestos en oración antes de presentárnoslos. Los diá-


conos teníamos poco que hacer aparte de respaldarle4.

El anciano J.T. Dunn, que había sido uno de los ayu-


dantes principales de Spurgeon desde sus primeros días
en Londres, habló especialmente de su habilidad y
deleite en conducir almas a Cristo.

Cuando las personas venían para inquirir acerca de la salva-


ción, o para confesar su fe en el Señor Jesucristo, ¡cómo se le
iluminaban los ojos y cuán gustosamente los recibía! No le
importaba el tipo de ropa que llevaran, ni la edad de los can-
didatos: siempre podía ponerse a su altura e identificarse con
ellos. He visto a muchos entrar en esa sacristía con lágrimas
en los ojos y salir de ella con un semblante gozoso. El Señor
ha soltado los grilletes de muchas almas esclavas del pecado
mientras se hallaban de rodillas en esa habitación sagrada5.

Y otro miembro de la familia Olney —el diácono


William Olney— expresó:

Se me ha pedido que hable en nombre de muchos obreros


misioneros. Nuestro querido pastor, a quien Dios se ha lleva-
do consigo, tenía una capacidad extraordinaria para infun-
dir en los corazones de otros su propio amor por las almas.
Respondiendo a su sermón “Trumpet Calls to Christian
Energy” (Toques de trompeta a la energía cristiana), predi-
cado desde esta plataforma, centenares de hombres salieron
de esta congregación para lanzarse a los barrios bajos del sur
de Londres y traer a esta iglesia, desde algunas de las partes
más deprimidas del vecindario, nuevos miembros. Como
consecuencia de ello existen hoy día veintitrés puntos de
misión y veintiséis sucursales de escuelas; además, en estos
lugares hay cada domingo por la noche cerca de 1000 miem-

Spurgeon: una nueva biografía 331


Capítulo 21

bros de esta iglesia trabajando para el Señor Jesucristo entre


los pobres6.

Algunas de las figuras prominentes de la Unión


Baptista, aunque no estuvieron de acuerdo con la retira-
da de Spurgeon de la denominación, habían seguido
expresando el amor y la admiración que le profesaban.
La principal de dichas figuras era el Dr. Alexander
MacLaren, quien, como uno de los oradores en el culto
funerario, dijo:

Pensando en la vida de C.H. Spurgeon, he aprendido cuál es


el ingrediente básico de un ministerio fructífero […]. Haré conce-
siones a las diferencias de temperamento natural y la diversi-
dad entre los auditorios de cada uno; pero una vez hecho
esto, y de aclarar que ningún hombre es capaz de hacer todas
las cosas, aún señalo a ese ataúd y digo que, para mí, es la
proclamación de que si alguien desea alcanzar, retener y ben-
decir al mayor número posible de sus semejantes, debe man-
tenerse fiel a las grandes verdades de la fe cristiana: la salva-
ción por medio de Jesucristo, el Cordero encarnado de Dios;
la vida mediante el Espíritu divino; y la fe en Jesucristo como
lazo de unión7.

En aquellos cultos tomaron parte representantes de


todas las denominaciones: el moderador del Sínodo
Presbiteriano, el presidente de la Unión
Congregacionalista y algunos miembros del clero de la
Iglesia de Inglaterra. Sin embargo, destacamos un pers-
picaz párrafo del presidente de la Conferencia
Wesleyana, que declaró:

En lo referente a nuestro querido amigo que acaba de partir,


me aventuro a indicarles que […] prestó un gran servicio a

332 Spurgeon: una nueva biografía


“Con Cristo, lo cual es muchísimo mejor”

su tiempo, y también a la generación venidera, al mantener


en alto durante tan largo período la majestad de la predica-
ción. Los hombres dicen que el tiempo de la predicación ha
pasado y que el púlpito resulta superfluo: que es el editor
quien ha de ser el gran ministro de Dios en el futuro, y las
personas recibir el Evangelio de los periódicos […]. Pero
con este féretro delante, ninguno puede dudar de que el púl-
pito sigue siendo el poder principal en el mundo; que a Dios
aún le place salvar a los hombres por la locura de la predica-
ción.
Estoy completamente convencido de que el hecho de que
desde este lugar haya salido por todo el mundo una voz que
el mundo estuvo dispuesto a oír y que quería escuchar —sí,
que quería escuchar, aun en medio de las luchas y del
estruendo de la política, el comercio y el placer—, constitu-
ye un testimonio del poder de la predicación sencilla del
Evangelio, cuyo valor nos es imposible calcular ahora8.

En el momento de la última enfermedad de


Spurgeon, Moody y Sankey estaban llevando a cabo una
campaña de evangelización en Escocia; y al enterarse de
la muerte de aquel, Moody quiso apresurarse a partir
para Londres con objeto, según dijo, de estar “junto a la
tumba de quien tanto ha hecho por mí”; pero le fue
imposible ausentarse de sus reuniones. Por eso le pidió
a Sankey que fuese y los representara a ambos. Estas fue-
ron las palabras de Sankey en el culto para obreros cris-
tianos:

Considero un gran privilegio encontrarme aquí, con los


miles de personas que se reúnen alrededor de este féretro,
para brindar una pequeña nota de homenaje a alguien que
tanto ha hecho por mí. Esa voz ha cesado para siempre sobre
la Tierra, ¿pero quién de nosotros no recuerda su sonido de

Spurgeon: una nueva biografía 333


Capítulo 21

clarín, con que nos conmovía de vez en cuando en este mag-


nífico templo? Siempre que venía de mi propia tierra a este
país, tenía por costumbre visitar este Tabernáculo a fin de
encender de nuevo mi antorcha […].
Cuando las tinieblas parecían extenderse sobre el mundo
religioso, a menudo echábamos una mirada anhelante hacia
Londres y veíamos lo que este gran capitán estaba diciendo y
haciendo. Siempre recibíamos inspiración de su púlpito, e
invariablemente sentíamos que en él teníamos un amigo que
se enfrentaría a todos nuestros enemigos: un amigo a quien
podíamos seguir con confianza. Muchas oraciones se han
hecho por él desde el otro lado del océano, elevadas por
quienes jamás tuvieron el gozo de oír su magnífica voz.
¡Nuestro país ama a Charles Haddon Spurgeon!
Aprendí del pastor de esta iglesia cómo emplear la voz
que Dios me ha dado para predicar a los millares de perso-
nas que se han reunido en nuestras congregaciones […].
Casi podría decir que él me enseñó a cantar las alabanzas del
Señor. Lo he tenido como modelo […]: como un hombre
capaz de inspirar a su congregación para que adorase con
himnos de alabanza, dedicando tiempo a la lectura de un
himno y levantándose luego para cantar con la congregación
[…]. La alabanza a Dios es parte del culto y no debiera
menospreciarse […].
Cantaré un breve himno que me parece apropiado para
la ocasión.

Y el Sr. Sankey cantó, con una entonación exquisita,


el comienzo del himno:

¡Adiós, amado!, duerme ya en paz,


en el Señor Jesús tendrás solaz.
Te amamos, sí, mas Él aun te ama más:
¡Adiós, adiós, adiós!9.

334 Spurgeon: una nueva biografía


“Con Cristo, lo cual es muchísimo mejor”

El último culto funerario y el entierro se celebraron


al día siguiente, el jueves 11 de febrero. Primeramente
participaron dos hombres que habían asistido a la
Escuela Pastoral, y cuyos ministerios ulteriores se habían
hecho acreedores a la calurosa aprobación de
Spurgeon: William Williams y Archibald Brown; el pri-
mero guiando en oración y el segundo leyendo las
Escrituras. El sermón estuvo a cargo del Dr. Pierson,
quien habló de Spurgeon como de “un genio en el
ámbito intelectual […], un genio en el ámbito moral [y]
un genio en el ámbito espiritual”; para terminar con las
palabras:

Los ojos ahora cerrados por la muerte, que titilaban como


dos estrellas en un oscuro firmamento y traían luz y gozo a
muchos corazones enlutados y tristes, han perdido su luz
para siempre. La voz que habló en tono tan convincente y
persuasivo ha sido silenciada por la muerte. La mano cuya
fuerza levantó a muchos caídos y comunicó nuevo vigor y
aliento a tantos abatidos, jamás asirá de nuevo nuestras
manos con su santo apretón. Bendecimos a Dios por ti, que-
rido hermano: nos alegramos de que el Cielo se enriquezca,
aunque nosotros quedemos más pobres; y junto a este fére-
tro prometemos solemnemente que, por la gracia de Dios,
seguiremos tus benditas pisadas, así como tú seguiste a tu
bendito Señor10.

Y el culto terminó con el cántico de uno de los him-


nos favoritos de Spurgeon:

¡“Siempre con el Señor”!


Amén, así será.
Hay vida eterna en esa voz,
es inmortalidad.

Spurgeon: una nueva biografía 335


Capítulo 21

El cuerpo me encerró,
sin Él, todo es vagar;
mas cada noche acerco yo
mi tienda al dulce hogar.

Del Padre la mansión,


¡qué cerca al parecer
a veces puede ver la fe
tus puertas de oro, oh Dios!
Desmayo por mirar
la tierra que amo yo,
la herencia de los santos es:
Jerusalén de Dios.

Mi aliento al expirar,
el velo rasgaré,
la muerte me liberará,
y a vida eterna iré.
Allí conoceré
cual conocido soy;
y ante el trono exclamaré:
¡“Siempre con el Señor”!

Después de la bendición, “miles de pañuelos se levan-


taron para enjugar las lágrimas de los ojos de los asisten-
tes, mientras estos echaban una última mirada cariñosa
al ataúd que contenía los restos mortales de aquel a
quien tanto debían todos”11.
El carruaje fúnebre que llevaba el féretro, acompaña-
do de varios carruajes funerarios, partieron en su viaje
de 8 km hacia el cementerio de Norwood. La multitud
bordeaba la carretera en grandes números durante todo
el camino, las campanas de las iglesias repicaban mien-
tras pasaba la procesión y aun las tabernas que había en

336 Spurgeon: una nueva biografía


“Con Cristo, lo cual es muchísimo mejor”

el recorrido estaban cerradas. “En el orfanato se había


levantado una plataforma cubierta, donde los niños, en
duelo profundo, se sentaban: supuestamente cantando,
pero la mayoría de ellos derramando lágrimas […], por-
que el Sr. Spurgeon los había llevado a todos en el cora-
zón”12.
En el cementerio, “los parientes cercanos del finado
pastor se reunieron los primeros alrededor de la tumba
[…]; luego, más de 1000 personas de la comitiva fúne-
bre se juntaron dentro de las barreras y muchos miles se
aglomeraron más allá de las mismas”.
El culto ante la tumba estuvo principalmente a cargo
de Archibald Brown, quien, mirando desde arriba al
féretro y pensando en la querida figura que contenía,
dijo:

Querido Presidente; fiel Pastor; Príncipe de los predicado-


res; Hermano querido; amado Spurgeon: no te decimos
adiós; sino solo por un poco de tiempo: “Buenas noches”.
Pronto te levantarás en los primeros albores del día de la
resurrección de los redimidos. Sin embargo, no nos corres-
ponde a nosotros darte las buenas noches; sino más bien a ti,
porque somos nosotros quienes quedamos en las tinieblas
mientras que tú estás en la luz santa de Dios. Nuestra noche
pronto pasará, y con ella todo nuestro llanto; luego nuestros
cánticos —junto a los tuyos— saludarán la mañana de ese día
que no conoce nubes ni el ocaso: porque allí no habrá
noche.
¡Incansable trabajador de la mies, tu afán ha terminado!
Recto ha sido el surco que has arado, sin que el mirar atrás
estropeara tu carrera. Las siegas han sucedido a tu paciente
siembra, y el Cielo está ya enriquecido con tus gavillas cose-
chadas, y más aún lo estará en los años que quedan en la eter-
nidad.

Spurgeon: una nueva biografía 337


Capítulo 21

¡Paladín de Dios, tu batalla —larga y noblemente pelea-


da— ha concluido! La espada que blandía tu mano ha caído
al fin, y una rama de palmera ocupa su lugar. El yelmo no
aprieta ya tu frente, tan a menudo extenuada por el aluvión
de pensamientos de lucha; ahora, una corona de victoria,
entregada por el Comandante en Jefe, se ha convertido en tu
plena recompensa.
Durante un breve tiempo, tu precioso polvo aún descan-
sará aquí; luego llegará tu Amado y, a su voz, saltarás de tu
lecho de tierra, con un cuerpo semejante al suyo, para entrar
en la gloria. Entonces, tu espíritu, alma y cuerpo engrande-
cerán la redención de tu Señor. Hasta entonces, amado,
duerme: alabamos a Dios por ti; y por la sangre del pacto
eterno, aguardamos con esperanza poder hacerlo juntamen-
te contigo. Amén13.

Así, mientras el alma de Charles Haddon Spurgeon se


hallaba en la presencia del Señor, colocaban su cuerpo
en la tumba a la espera de los albores de la mañana de
resurrección; como tan hermosamente había expresado
Archibald Brown.
Y la congregación volvió a Londres para reanudar sus
tareas en el Tabernáculo, la Escuela Pastoral, las Casas
de Beneficencia, el orfanato y las numerosas misiones y
escuelas; a fin de trabajar con fervor y paciencia como
habían hecho durante años. Pero sentirían una penosa
diferencia: porque el dirigente, el pastor al que habían
amado, no estaba más con ellos.
¡Qué vida tan abundante había tenido! Había andado
con Dios y vivido en oración; nada en sus acciones era
ficticio, sino todo maravillosamente real. Su único pro-
pósito había sido “[predicar] a Jesucristo, y a éste cruci-
ficado”; y con esa determinación había dedicado todos
sus talentos —su extraordinaria memoria, sus grandes

338 Spurgeon: una nueva biografía


“Con Cristo, lo cual es muchísimo mejor”

dotes de oratoria— y hallado su gozo en traer gloria al


Salvador y en guiar a las almas a conocerlo. Siendo muy
joven había perdido toda consideración por su propia
persona, y su oración de quedar oculto detrás de la Cruz
para que solo se viera a Cristo, había expresado el desig-
nio principal de su corazón.
Spurgeon solía decir que, cuando llegara al Cielo, se
“pondría en la esquina de una de las calles y proclama-
ría a los ángeles la antigua, antigua historia de Cristo y
de su amor”14. No sabemos si se concederá a algún santo
ese privilegio; pero podemos estar seguros de que cuan-
do la multitud de los redimidos cante delante del trono
“Digno es el Cordero que fue inmolado”, sobresaliendo
entre todos ellos con entusiasmo eterno, se oirá una voz
que se deleitaba alabando al Cordero aquí en la Tierra:
la voz de Charles Haddon Spurgeon.

NOTAS
1La ley francesa exigía que no se dejara un cadáver en ningún

hotel más de 24 horas.


2En varias biografías publicadas tras la muerte de Spurgeon se

decía que él mismo había empleado estas palabras para describir su


vida, y que las pronunció poco antes de morir. El Sr. Harrald lo
negaba categóricamente, afirmando que la actitud del Sr. Spurgeon
había sido siempre de absoluta humildad, y que jamás se habría
aplicado a sí mismo esa expresión.
3Pierson, A.T.: From the Pulpit to the Palm Branch, p. 110 (Nueva

York, A.C. Armstrong, 1982).


4Ibíd., p. 119.
5Ibíd., p. 121.
6Ibíd., p. 122.
7Ibíd., p. 126.
8Ibíd., p. 141.

Spurgeon: una nueva biografía 339


Capítulo 21

9Ibíd.,pp. 161-163.
10Ibíd., p. 203.
11Ibíd., p. 204.
12Ibíd., p. 206.
13Ibíd., p. 210.
14Ibíd., p. 44. Esa era la interpretación que hacía Spurgeon de

Efesios 3:10.

340 Spurgeon: una nueva biografía


Apéndice

Historia posterior
del Tabernáculo
Metropolitano

E
n el momento de la muerte de Spurgeon, el
Tabernáculo y sus instituciones funcionaban salu-
dablemente: la iglesia tenía mejor asistencia que
nunca, el apoyo económico llegaba regularmente y la
prosperidad de todo ello parecía asegurada por varios
años.
Pero se necesitaba un pastor que mantuviera la obra
a la manera de Spurgeon. Pocos años antes, el Dr.
Pierson había descrito los cultos del Tabernáculo con
estas palabras: “No hay nada aquí que distraiga la aten-
ción de la sencillez de la adoración y del Evangelio […].
Un chantre guía el cántico congregacional sin la ayuda,
siquiera, de una corneta: la oración y la alabanza, la lec-
tura de la Palabra de Dios con el claro peso de la verdad
evangélica; estos han sido los ‘medios de gracia’ del Sr.
Spurgeon a lo largo de su vida”.
Por el momento, el Sr. Pierson siguió como ministro
oficiante y James Spurgeon como pastor principal; pero
aquel arreglo solo podía ser transitorio, ya que el Dr.
Pierson, siendo presbiteriano, no aceptaba la doctrina
del bautismo de creyentes. También era dispensaciona-
lista: una postura que Spurgeon había rechazado con
vigor. Al cabo de tres meses, el Dr. Pierson tenía que
cumplir con un compromiso en América, y se pidió a
Thomas Spurgeon —quien había regresado hacía poco
de Nueva Zelanda— que le sustituyera en el púlpito.
Después de otros cuatro meses, el Dr. Pierson pudo
regresar; pero la congregación estaba dividida en cuan-

Spurgeon: una nueva biografía 341


Apéndice

to a que volviera a asumir las responsabilidades de minis-


tro oficiante. Para entonces, Thomas Spurgeon había
vuelto otra vez a Nueva Zelanda y 2000 miembros de la
iglesia votaron a favor de hacerle regresar a Inglaterra
para asumir el pastorado del Tabernáculo.
Thomas aceptó el llamamiento: poseía cierto grado
de parecido con su padre en cuanto a la voz y la forma
de predicar; pero era un predicador mucho más pobre.
A lo largo de la última década del siglo XIX, aunque
algunos de los antiguos responsables y miembros del
Tabernáculo fueron falleciendo, la congregación siguió
contándose por miles y se mantuvieron por lo general
las diversas instituciones. Sin embargo, había una caren-
cia notoria de ese fervor que había caracterizado ante-
riormente a la obra.
En 1898, el Tabernáculo quedó destruido por un
incendio y los cultos tuvieron que trasladarse a instala-
ciones provisionales. Gran parte de la congregación
empezó entonces a asistir a otras iglesias. En un plazo de
tres años el edificio se había reconstruido, pero con un
aforo menor. Durante este período, la valiosísima biblio-
teca de Spurgeon, con un fondo de 12 000 volúmenes
(muchos de los cuales eran ejemplares raros del tiempo
de los puritanos) se puso a la venta y fue adquirida por
el William Jewell College, de Liberty, Missouri, en
Estados Unidos.
En 1907, Thomas Spurgeon dimitió como pastor por
razones de salud, y fue sucedido por Archibald Brown:
un competente predicador y hombre de la línea de
Spurgeon en cuanto a su doctrina y sus métodos. Pero
Brown tampoco tenía buena salud, y solo ocupó el cargo
durante tres años.
Siguiendo el consejo del Dr. Pierson, el Tabernáculo
llamó entonces a otro americano: el Dr. A.C. Dixon.

342 Spurgeon: una nueva biografía


Historia posterior del Tabernáculo Metropolitano

Pero los métodos de este eran muy diferentes de los de


Spurgeon: instaló un piano y formó un coro en la igle-
sia. Bajo su ministerio —de tendencia sensacionalista—
hubo numerosas profesiones de fe; pero la iglesia expe-
rimentó un descenso en asistencia y en celo. Además,
estando él en el Tabernáculo, estalló la Primera Guerra
Mundial, llevándose a muchos hombres al Ejército y per-
turbando el trabajo de la iglesia. En 1919, Dixon dejó el
Tabernáculo, convertido entonces en una iglesia muy
distinta de la que había sido bajo C.H. Spurgeon.
A Dixon, a su vez, le sucedió H. Tydeman Chilvers: un
hombre más del tipo de Spurgeon; y aunque con él se
instaló un órgano en la iglesia, Chilvers se esforzó por
devolver a la obra la sencillez y la doctrina calvinista de
sus viejos tiempos. También adoptó una postura firme
contra el liberalismo y la mundanalidad; y bajo su minis-
terio, que duró hasta 1935, la asistencia aumentó y la
iglesia se fortaleció en general.
Luego, en 1938 —después de dos años sin pastor—,
se le ofreció el puesto al Dr. Graham Scroggie: un esco-
cés ampliamente conocido como predicador y escritor.
Su ministerio, sin embargo, se vio entorpecido por la
Segunda Guerra Mundial: ya que, no solo la congrega-
ción se dispersó por el traslado de muchas personas
afuera de Londres, sino que además, en 1941, el
Tabernáculo mismo fue alcanzado por un bombardeo
que lo destruyó nuevamente. Los cultos se celebraron
entonces en el sótano, bajo las ruinas; y aunque el Dr.
Scroggie trabajó fielmente, en 1943 su edad y su mala
salud le obligaron a dimitir.
Por aquel entonces se habían producido también
cambios en las instituciones de Spurgeon. En 1923, la
Escuela Pastoral tuvo la posibilidad de comprar una her-
mosa finca en las afueras de Londres, y el seminario se

Spurgeon: una nueva biografía 343


Apéndice

desvinculó de cualquier administración del


Tabernáculo y se trasladó allí. En años posteriores, a su
gran mansión original de piedra se le añadieron una
nueva biblioteca y otros edificios. También, durante la
Segunda Guerra Mundial, se trasladó a los niños del
orfanato a un pueblo situado al sur de Londres, por
motivos de seguridad; y al terminar la guerra, los miem-
bros del consejo de administración —que no tenían que
ser ya miembros del Tabernáculo— mandaron construir
un nuevo edificio en la localidad de Birchington, en el
condado de Kent.
Después de la renuncia del Dr. Scroggie, dos pastores
siguieron adelante con la obra en las difíciles circunstan-
cias de una congregación muy reducida y del edificio
destruido por las bombas. A ese período siguió otro sin
pastor, y la iglesia volvió a asociarse con la Unión
Baptista.
En 1954, Eric W. Hayden aceptó el pastorado y diri-
gió a la congregación en la tarea de reconstruir el edifi-
cio. Las agencias gubernamentales aportaron una fuer-
te suma de dinero —224 500 libras esterlinas—, y se
levantó un nuevo Tabernáculo que incorporaba la
entrada principal procedente del edificio antiguo y
tenía un aforo de 1800 asientos. Pero para entonces
aquella zona de Londres había cambiado, y los días de
Spurgeon hacía tiempo que habían quedado en el olvi-
do; por lo que un auditorio para 300 o 400 personas,
con instalaciones adecuadas para la escuela dominical,
habría sido suficiente.
El Sr. Hayden permaneció durante cinco años. A con-
tinuación de esto, se produjo un período de depresión
en el cual aquella zona resultó difícil de alcanzar. Se
dejó de publicar The Sword and The Trowel, y el número
de asistentes quedó tan reducido que, en 1965, el nuevo

344 Spurgeon: una nueva biografía


Historia posterior del Tabernáculo Metropolitano

pastor —Dennis Pascoe— afirmaba: “Nuestra congrega-


ción puede acomodarse actualmente en unos pocos
bancos”.
Luego, en 1970, el Dr. Peter Masters —que era “spur-
geoniano” en sus doctrinas y sus métodos— aceptó el
llamamiento a pastorear el Tabernáculo; y, a pesar de las
dificultades, durante su ministerio, la obra comenzó a
crecer. Masters sacó otra vez a la iglesia de la Unión
Baptista, comenzó a publicar nuevamente The Sword and
The Trowel, y se sirvió de autobuses para recoger niños y
llevarlos a la escuela dominical. Estableció asimismo una
Escuela de Teología que dirige los estudios de los candi-
datos al ministerio a lo largo del año y da una serie de
conferencias durante el verano con una asistencia apro-
ximada de 350 personas. En años recientes, el tamaño
del auditorio se ha reducido con la construcción de una
pared que separa, más o menos, un tercio del edificio y
hace este más apropiado para la congregación actual, de
alrededor de 300 oyentes.
Así que la teología que sostenía Spurgeon aún se pre-
dica en el Tabernáculo y, aunque sus instituciones hayan
desaparecido, en una Inglaterra muy dada al agnosticis-
mo, la obra que comenzara Charles Haddon Spurgeon
aún se lleva a cabo según la norma que él estableció
para ella.

Spurgeon: una nueva biografía 345


Notas bibliográficas

E
n A Baptist Bibliography (Bibliografía baptista),
recopilada por Edward G. Starr y publicada por la
American Baptist Historical Society (Sociedad
Histórica Baptista Americana) en Rochester, Nueva
York, la sección dedicada a Spurgeon abarca 64 páginas
y proporciona una lista de 1135 escritos. Se trata de una
investigación bibliográfica exhaustiva.
Spurgeon escribió alrededor de 140 obras, la mayoría
de las cuales están agotadas y son difíciles de conseguir
de segunda mano. Algunas de ellas, sin embargo, se han
reeditado en los últimos años. Estos son los títulos prin-
cipales:
The New Park Street Pulpit, 1855-1860, y The Metropolitan
Tabernacle Pulpit, 1880 -1890, publicados por The Banner
of Truth Trust, Londres y Edimburgo.
The New Park Street Pulpit, 1855-1860, y The Metropolitan
Tabernacle Pulpit, 1861-1917, publicado por Pilgrim
Publications, Pasadena, Texas. Pilgrim Publications ha
reeditado también todo lo que salió de la pluma de
Spurgeon para The Sword and The Trowel desde el
comienzo de la revista —en 1865— hasta la muerte de
C.H. Spurgeon, en 1892.
Una breve selección de otras obras de Spurgeon
(algunas de las cuales solo es posible conseguirlas en su
edición original y otras reeditadas más recientemente)
podría ser la siguiente:
Todo por gracia: unas solemnes palabras dirigidas a
quienes buscan la salvación.
Un ministerio ideal: discursos para ministros y estudian-
tes.
Libro de cheques del banco de la fe: valiosas promesas dis-
puestas para el uso diario.
Commenting and Commentaries: dos conferencias para la
Escuela Pastoral; juntamente con un catálogo de comen-

346 Spurgeon: una nueva biografía


Notas bibliográficas

tarios acompañado por una evaluación de cada uno de


ellos, llevada a cabo por el propio Spurgeon. Reeditado
en 1969 por The Banner of Truth Trust, con un Índice
Textual Completo de todos los sermones de Spurgeon.
Feathers for Arrows: ilustraciones para predicadores y
maestros.
Grace Triumphant: una serie de sermones inéditos
publicados después de la muerte de Spurgeon.
John Ploughman’s Pictures y John Ploughman’s Talk: pala-
bras y consejos sencillos para personas sencillas.
Discursos a mis estudiantes: tres volúmenes de consejos
acerca de la obra del ministerio (numerosas reedicio-
nes). [Existe una versión abreviada en español. Editorial
Peregrino y Publicaciones Aquila están preparando una
edición completa en nuestro idioma. N. E.].
Lecturas matutinas y Lecturas vespertinas: lecturas devo-
cionales para empezar y terminar el día.
Sermon Notes: bosquejos extraídos de algunos de los
sermones de Spurgeon.
Speeches at Home and Abroad: discursos acerca de diver-
sos temas.
The Clue to the Maze: réplica de Spurgeon a la llamada
“duda sincera” de la nueva teología con una “fe sincera”.
The Greatest Fight in the World: discursos en contra del
movimiento de declive.
The Gospel of the Kingdom: última obra de Spurgeon, su
comentario al Evangelio según S. Mateo.
The Saint and His Saviour: primer libro de Spurgeon
The Salt Cellars: dos volúmenes de Proverbios escogi-
dos.
Ganador de hombres: “Cómo llevar a los pecadores al
Salvador”.
El tesoro de David: comentario en siete volúmenes de
los Salmos.

Spurgeon: una nueva biografía 347


Notas bibliográficas

Trumpet Calls to Christian Energy: sermones para esti-


mular a los cristianos a hacer mayores esfuerzos por
Cristo.

Las biografías de Spurgeon son numerosas. Después


de su muerte en 1892, aparecieron biografías durante
dos o tres años a un ritmo de una por mes. Muchas de
ellas estaban escritas apresuradamente para satisfacer la
necesidad del momento; otras se publicaron en años
posteriores. He aquí una lista de las mejores:
Pike, G. Holden: The Life and Work of Charles Haddon
Spurgeon. Obra en seis volúmenes escrita por el redactor
asistente de The Sword and The Trowel. 1897.
C.H. Spurgeon’s Autobiography: recopilada después de
la muerte de Spurgeon por su esposa y su secretario:
J.W. Harrald. Cuatro volúmenes, 1897.
The Early Years y The Full Harvest. Una condensación
de la Autobiografía en dos volúmenes, editada por Iain
Murray y publicada por The Banner of Truth Trust,
1962, 1973.
Bacon, E.W.: Spurgeon—Heir of the Puritans, 1967.
Carlile, J.C.: C.H. Spurgeon — An Interpretative Biography,
1933.
Douglas, James: The Prince of Preachers.
Fullerton, W.Y.: C.H. Spurgeon, 1920.
Fulton, J.W.: Spurgeon, Our Ally
Murray, Iain: Spurgeon: Un príncipe olvidado, 1966.
Ray, Charles: The Life of Charles Haddon Spurgeon, 1903.
Shindler, Robert: From the Usher’s Desk to the Tabernacle
Pulpit, y From the Pulpit to the Palm Branch, 1892.
Williams, William: Personal Reminiscences of Charles
Haddon Spurgeon, 1895.
El Revdo. Eric W. Hayden ha escrito varios libros acer-
ca de Spurgeon publicados por Pilgrim Publications.

348 Spurgeon: una nueva biografía


Notas bibliográficas y fotografías

Entre ellos se cuentan los siguientes: A History of


Spurgeon’s Tabernacle, Searchlight on Spurgeon, A Pictorial
Bibliography of C.H. Spurgeon y A Traveller’s Guide to
Spurgeon Country.

FOTOGRAFÍAS
El joven Spurgeon a los 20 años de edad.
Casa rural en donde Spurgeon predicó su primer sermón.
El Tabernáculo Metropolitano.
Auditorio principal del Tabernáculo Metropolitano.
La Escuela Pastoral.
El orfanato Stockwell.
Retrato reproducción de la última fotografía de Spurgeon, 8 de
enero de 1892.
Procesión funeraria de Spurgeon a su llegada al cementerio.

Spurgeon: una nueva biografía 349


El joven Spurgeon
a los 20 años

La casa de campo donde Spurgeon predicó su primer sermón


El Tabernáculo Metropolitano
Auditorio principal, Tabernáculo Metropolitano
Capítulo 1

La Escuela Pastoral

El Orfanato de Stockwell
Retrato reproducido de la última fotografía
de Spurgeon, 8 de enero de 1892

El desfile fúnebre de Spurgeon entra en el cementerio


Otros títulos de Editorial Peregrino

El Salvador del mundo El progreso del peregrino

B.B. Warfield John Bunyan

208 pp. 220 pp.

En las exposiciones de Warfield se conjugan ¿Por qué una nueva edición de El progreso
la precisión erudita en el significado de los del peregrino en español? La respuesta viene
textos y la calidez de su devoción a dada por la necesidad de una versión que,
Jesucristo. El resultado es un libro de la más por un lado, sea rigurosamente fiel al origi-
alta categoría: instructivo bíblicamente y nal (sin adaptaciones ni recortes) y, por otro,
apasionante espiritualmente. ¡Afortunados tenga un lenguaje y una presentación ade-
los alumnos que oyeron estos sermones en cuados a nuestro tiempo. Tal es el trabajo
su momento y cuya fe resultó fortalecida por que Editorial Peregrino, haciendo honor a su
ellos! ¡Afortunados también los ministros, nombre, ofrece ahora al público de habla
estudiantes y lectores en general que digie- hispana.
ran nuevamente este nutritivo alimento espi- Se publica esta nueva edición con la
ritual! confianza de que la inmortal obra de John
Bunyan no es una pieza de museo sino un
Benjamin B. Warfield (1851-1921), profe- libro de gran utilidad, tanto para niños como
sor de Teología Sistemática en el Princeton para jóvenes y adultos, en una mejor com-
Theological Seminary, en Nueva Jersey, fue prensión y apreciación del mensaje de la
un príncipe entre los teólogos. Pero, a pesar Biblia misma. La utilización de la versión
de la amplitud de campos en que cultivó su Reina-Valera 1960, un tipo de letra muy legi-
erudición, de sus enciclopédicos conocimien- ble y un precio asequible hacen aún más
tos y de su grácil pluma, la principal caracte- atractiva esta obra intemporal.
rística de toda su obra fue su profunda leal-
tad a Cristo. Esto queda ejemplificado a la John Bunyan (1628-1688) fue un escritor y
perfección en los sermones contenidos en El predicador puritano. Tanto El progreso del
Salvador del mundo, predicados original- peregrino como otros de sus libros fueron
mente en la capilla del Princeton Theological escritos durante un encarcelamiento intermi-
Seminary. tente de doce años a causa de su fe. De sus
numerosas obras, tenemos además en espa-
ISBN 84-86589-68-1 ñol La guerra santa y Gracia abundante.
Calderero de profesión y sin una educación
formal, la calidad de sus obras ha atraído la
atención de expertos literarios, y se han
escrito varias biografías sobre su persona y
su obra.

ISBN 84-86589-98-3

357
Otros títulos de Editorial Peregrino

La sangre de su Cruz Enseñanzas para toda la vida 1

F.S. Leahy Jill Masters

96 pp. 240 pp.

La sangre de su Cruz es una serie de estudios ¿Cómo se puede presentar el mensaje bíbli-
devocionales sobre la Pasión de Jesucristo en co de forma fascinante a los corazones y a
los que se saca a la luz lo que Él experimen- las mentes de los niños y de los adolescen-
tó desde la agonía en el huerto de tes? La especialidad de Jill Masters consiste
Getsemaní hasta las tinieblas en que murió en mostrar que las afirmaciones del
en el Calvario. Nos conduce al corazón Evangelio pueden extraerse de toda la
mismo del Evangelio. Palabra de Dios. Sus lecciones son iniguala-
En el prefacio de este libro, Edward bles a la hora de llevar a cabo una presenta-
Donnelly escribe: Somos demasiado propen- ción evangelística inteligente. Al mismo
sos a pasar por la Cruz apresuradamente; a tiempo presentan con toda claridad las gran-
infravalorar, sin darnos cuenta, el supremo des doctrinas de la fe y la naturaleza consa-
misterio de todas las épocas con la superfi- grada de la vida cristiana.
cial presuposición de que lo sabemos todo. Estas lecciones se utilizan en las escue-
No es así; y jamás lo sabremos. Pero necesi- las dominicales de todo el mundo angloha-
tamos tomarnos nuestro tiempo para apren- blante, y han sido traducidas a múltiples
der tanto como podamos. Necesitamos idiomas. Son igualmente adecuadas para los
“mirar”, “examinar” y “fijarnos”. Al releer devocionales familiares y para la enseñanza
estos capítulos, me he visto obligado más de en el hogar.
una vez a detenerme por causa de la emo- Este volumen proporciona lecciones con
ción y ponerme a adorar. un nivel ajustable a las necesidades de la
clase, para ser presentadas en la escuela
Frederick S. Leahy, pastor y también pro- dominical durante un año, con la inclusión
fesor de Teología sistemática y Ética cristiana de instrucciones para los diversos comple-
en la Iglesia Reformada Presbiteriana en mentos visuales. Los otros tres volúmenes
Irlanda, es también autor de libro Satanás amplían el programa hasta los cuatro años
echado fuera, igualmente publicado por de duración.
Editorial Peregrino.
Jill Masters ha dedicado buena parte de su
84-86589-91-6 vida al trabajo con las escuelas dominicales
para niños. Es la coordinadora de la enorme
escuela dominical del Metropolitan
Tabernacle en Londres, la mayor de Gran
Bretaña, y ha dado conferencias para maes-
tros de escuela dominical en todo el mundo.

ISBN 84-86589-99-1

358
Otros títulos de Editorial Peregrino

La regeneración decisoria Quiero entender la Biblia

Jaime Adams E.F. Kevan

64 pp. 80 pp.

¿Te has preguntado alguna vez cómo puede La forma de estudiar la Palabra de Dios no
alguien profesar ser “cristiano” y, sin embar- consiste simplemente en leer libros acerca
go, vivir como le viene en gana? ¿Y por qué de la Biblia, sino en escudriñar diligentemen-
las culturas y los estilos de vida de los países te las Escrituras mismas. Este libro, con sus
“civilizados” y “cristianos” son cada vez breves compendios de las principales doctri-
menos cristianos? Estas preocupantes cues- nas bíblicas, está concebido para ser de
tiones exigen una reflexión serena y un aná- ayuda en este sentido, y muy en especial
lisis meticuloso por nuestra parte. ¿Cómo para los nuevos creyentes. Las treinta pre-
resolver esta asimetría entre la profesión y la guntas de repaso que se incluyen al final de
práctica del cristianismo? cada capítulo tienen por objeto estimular
Oramos para que este libro te sirva de una mejor comprensión y asimilación de las
ayuda en un análisis bíblico de estas cuestio- enseñanzas impartidas, lo cual lo hace espe-
nes. ¡Comprender correctamente la ense- cialmente útil para clases bíblicas, así como
ñanza de Cristo sobre cómo pasamos de para el estudio individual.
muerte a vida es una cuestión de vida o
muerte! ISBN 84-86589-95-9
Aquí tenemos un claro llamamiento a
una nueva reforma en la Iglesia, a un regre-
so a la Biblia como la única regla de fe y
práctica, y un llamamiento a conocer a Cristo
para gozar de vida eterna.

ISBN 84-86589-28-8

359
Otros títulos de Editorial Peregrino

Campanas de júbilo La Cruz

Susannah Spurgeon Martyn Lloyd-Jones

96 pp. (Guaflex estampado en oro) 224 pp.

Comentando el texto “El que no escatimó ni Cuando observas la Cruz de Cristo, ¿qué
a su propio Hijo [...] ¿cómo no nos dará tam- ves? ¿La derrota de un hombre crucificado
bién con él todas las cosas?” (Romanos que sufre injusta y vergonzosamente?
8:32), la autora comienza su libro con este No —dice el Dr. Lloyd-Jones—.
comentario: Considerar la Cruz un fracaso es perder de
Querido Señor, esta mañana los dedos vista el propósito y la gloria de ese aconteci-
de la fe tocan con alegría este carillón de miento decisivo que se produjo en el monte
dulces campanas, haciéndolas sonar con Calvario. Porque en Jesucristo, y especial-
júbilo para alabanza de tu misericordioso mente en su muerte, Dios estaba cumpliendo
nombre. una promesa hecha en el amanecer de la
Historia humana. Estaba posibilitando que
¡Cómo no nos dará! mujeres y hombres imperfectos tuvieran una
¡Cómo no nos dará! relación personal con su Creador perfecto.
¡El que no escatimó! En el presente libro, el Dr. Lloyd-Jones
¡Cómo no nos dará! muestra clara y detalladamente la veracidad
de esta impresionante afirmación y analiza
¡Qué repique de absoluto triunfo es sus enormes implicaciones para todo el
este! Ni una sola nota de duda o de incerti- mundo en la actualidad.
dumbre estropea la música celestial.
¡Despierta, corazón mío, y comprende que ISBN 84-86589-93-2
es tu fe la que produce tan gloriosa melodía!
¿Apenas puedes creerlo de alegría? Sin
embargo, es benditamente cierto, porque el
Señor mismo te ha dado la gracia, y luego
acepta el tributo de gratitud y alabanza que
esa gracia proporciona”.
Susannah Spurgeon (1832-1903)
—de soltera, Susannah Thompson— fue la
esposa del famoso príncipe de los predicado-
res C.H. Spurgeon. Esta obra nos transmite
un mensaje de profunda espiritualidad,
devoción a Cristo y comunión con Dios; todo
ello envuelto en un encantador lenguaje
poético.

ISBN 84-86589-94-0

360
Otros títulos de Editorial Peregrino

El Aposento Alto ¡Crucificado por mí!

J.C. Ryle Paul Tucker

432 pp. 80 pp.

El amanecer del cristianismo del Nuevo Jesús fue crucificado. Aparte de la fe, hay
Testamento en un aposento alto en suficiente evidencia como para que no haya
Jerusalén y su triunfo definitivo cuando duda acerca del hecho. ¿Pero podemos decir:
“vendrán muchos del oriente y del occiden- “Jesús fue crucificado por mí”?
te, y se sentarán con Abraham e Isaac y Las últimas palabras de Jesucristo en la
Jacob en el reino de los cielos” marcan res- Cruz nos proporcionan una percepción de las
pectivamente el principio y el fin del recorri- profundidades de sus sufrimientos, la medi-
do general de este volumen de textos escri- da de su actitud compasiva hacia el género
tos por el obispo J.C. Ryle. humano y su victoria sobre el pecado.
Sermones en algunos casos, conferen- Mediante unas sencillas meditaciones en
cias en otros, demuestran todos ellos la estas palabras de nuestro Salvador, el autor
robusta doctrina evangélica y la aplicación nos confronta con las singulares reivindica-
práctica que son características del estilo de ciones del Hijo de Dios.
Ryle. El autor, Paul Tucker, se formó en el
Con la viveza de cada palabra y frase, el South Wales Bible College y ministró en
celo evangelizador del escritor y su afectuo- Gales, en el este de Londres, en Irlanda del
sa preocupación pastoral cautivan la aten- Norte y en el condado de Surrey (Inglaterra).
ción del lector. Pocos son, sin duda, los que Fue también presidente de la European
no resultarán conmovidos e instruidos por Missionary Fellowship.
estos mensajes dotados de un tono extraor-
dinariamente contemporáneo. ISBN 84-86589-97-5

ISBN 84-86589-88-6

361
Otros títulos de Editorial Peregrino

Ante la Cruz Y Cristo me libertó

Andrew J. Birch Orellano Pérez Buitrago

96 pp. 192 pp

Acompañando a Jesús en su muerte hubo Orellano Pérez Buitrago perteneció por


bastante gente; algunos de ellos por amor, muchos años a la organización de los
pero la mayoría por motivos menos loables: Testigos de Jehová. Un día encontró a
curiosidad, morbosidad y hasta odio. De Jesucristo y Él le libertó de la servidumbre
todos ellos habla este libro: de las personas del error en que se encontraba.
que estuvieron ante la Cruz. Pero no se trata Posteriormente, escribió este libro con el pro-
de un relato meramente histórico, sino del pósito de ayudar a personas involucradas en
mensaje —siempre vigente— de esa histo- este tipo de organizaciones para que puedan
ria: De todas aquellas personas que estuvie- encontrar al verdadero Libertador.
ron aquel día ante la Cruz, ¿a cuál de ellas
nos parecemos más? O dicho de otra mane- ISBN 84-86589-89-4
ra: ¿Hemos estado nosotros ante la Cruz?

Andrew J. Birch nació en Northampton,


Inglaterra, en 1958. Su propia experiencia
“ante la Cruz” tuvo lugar en 1970, a los 11
años, por medio de la lectura de la Biblia.
Durante los años siguientes se sintió llama-
do por Dios a dedicarse a la obra del
Evangelio. Estudió Filología Clásica en la
Universidad de Nottingham (Inglaterra) y
Teología en la Universidad Queen's de
Belfast (Irlanda del Norte). Junto con su
esposa, Vivienne, se trasladó a España en
1983, y desde esa fecha los dos han trabaja-
do en la obra del Señor, principalmente en la
zona de La Mancha y actualmente en Palma
de Mallorca. Andrew (conocido en España
como Andrés) ha colaborado con varios
ministerios en nuestro país, entre los cuales
están Campamentos Cristianos Castilla-La
Mancha, Editorial Peregrino y el Colegio
Bíblico de la Gracia.

ISBN 84-86589-92-4

362
Otros títulos de Publicaciones Aquila

CÓMO VIVIR LA VIDA CRISTIANA LA IMPORTANCIA DE LA IGLESIA


LOCAL
Albert N. Martin
Daniel E. Wray

¿Te has preguntado alguna vez, quizá casi ¿Es importante la iglesia local?
desesperado: “Cómo puedo vivir la vida cris- ¿No podrían los cristianos pasar sin ella?
tiana fructífera y victoriosa-mente?” ¿Realmente importa si participo en ella o
Puesto que pareces fracasar miserable- no?
mente, ¿no deberías escuchar más atenta-
mente la enseñanza que te promete “Vida Daniel E. Wray, ex pastor de la Iglesia
con V mayúscula”? Congregacional de Limington, Maine,
¿Debería seguir los “secretos” de la EE.UU., suscita estas preguntas en este
vida espiritual que prometen transformarte opúsculo y, al responderlas, proporciona una
de “luchador” en “vencedor”? enseñanza bíblica, práctica y saludable.
Albert N. Martin encara estas preguntas Aquí tenemos una guía fiable en cuanto a la
y las responde cabalmente a partir de la cuestión de ser miembro de una iglesia.
Escritura. Establece seis grandes principios
de experiencia espiritual genuina, denuncia
la enseñanza desequilibrada y falsa, y cons-
truye un fundamento seguro para una vida
cristocéntrica.
Escrito con el estilo vívido, directo y
popular que ha hecho su predicación tan
ampliamente apreciada y respetada, Cómo
vivir la vida cristiana, del Dr. Martin, contie-
ne un mensaje vital para todo cristiano en la
actualidad.

Albert N. Martin es pastor de la Trinity


Baptist Church, Montville, Nueva Jersey. Este
opúsculo contiene la esencia de dos memo-
rables discursos pronunciados por él en la
Conferencia de The Banner of Truth en
Inglaterra, en 1984.

363
Otros títulos de Publicaciones Aquila

LA DISCIPLINA BÍBLICA DE LA IGLESIA ¿CON QUIÉN ME CASARÉ?

Daniel E. Wray Andrew Swanson

“Hoy, la Iglesia encara una crisis moral den- “El matrimonio —afirma Andrew
tro de sus propias filas. Su fracaso en cuanto Swanson— es una de las preguntas más
a tomar una posición fuerte contra la mal- importantes en las que jamás pensarás”. En
dad (aun en medio de ella), y su tendencia a ¿Con quién me casaré?, el autor subraya los
estar más preocupada por lo que es conve- principios más importantes que nos da la
niente que por lo que es correcto, ha privado Escritura para guiarnos a una elección sabia
a la Iglesia de poder y honradez bíblica [...] y satisfactoria de un cónyuge para toda la
Sería difícil mostrar otra área de la vida cris- vida.
tiana que esté más generalmente descuida- Estos principios son sencillos y claros.
da por la Iglesia evangélica moderna que la Pero no siempre son fáciles de poner en
disciplina eclesiástica”. práctica. Andrew Swanson escribe con sensi-
Escribiendo con estas convicciones, bilidad acerca de las luchas y dificultades
Daniel Wray responde a las tres principales que los jóvenes de diferentes culturas afron-
cuestiones que implica la disciplina de la tan en esta área de la vida. Convencido de
Iglesia. ¿Por qué practicarla? ¿Cómo debe que la promesa de Dios —”yo honraré a los
administrarse? ¿Quiénes deberían ser disci- que me honran”— es válida para hoy, escri-
plinados? Él es consciente de las dificultades be de una forma realista y alentadora acerca
que algunos cristianos tienen en esta área, y de las maneras como Dios guía y dirige a
considera de maneras muy prácticas las res- aquellos cuyo principal deseo es hacer su
puestas que ofrece la Escritura a las cuestio- voluntad.
nes más comunes que suscita este asunto.
Este conciso opúsculo constituye una Nacido en Aberdeen en 1943 y habiendo
guía ideal para el estudio personal y el colo- recibido su formación en Escocia y el sur de
quio en grupos dentro de una iglesia. Su pro- Gales, Andrew Swanson ingresó en el
pósito es señalar el camino de regreso a la ministerio cristiano en 1970, cuando fue lla-
práctica bíblica de la disciplina de la Iglesia. mado a servir en la Iglesia Bautista en
Geneva Road, Darlington (Inglaterra). Su
influencia estaba siendo crecientemente
valorada en Gran Bretaña cuando, en 1983,
respondió a un llamado para para servir a
Cristo en Oriente Medio, donde actualmente
tiene su hogar. Andrew Swanson y su esposa
Daphne han estado casados durante veinti-
cinco años y tienen cuatro hijos.

364
Otros títulos de Publicaciones Aquila

LA IMPORTANCIA DEL DÍA DEL SEÑOR CRECIMIENTO CRISTIANO SALUDABLE

J.C. Ryle y A.A. Hodge Sinclair B. Ferguson

Posiblemente, nunca se había cuestionado Los nuevos creyentes necesitan crecer, ¿pero
tanto como ahora el carácter, la vigencia y la cómo?
importancia del día del Señor como el día de Algunos cristianos se quedan estanca-
reposo cristiano. Por un lado, están aquellos dos en su crecimiento, ¿por qué?
que insisten en el sábado como el día a guar- Todos los cristianos deberían buscar la
dar no sólo en el Antiguo Testamento sino en madurez espiritual, ¿pero lo hacen?
todos los tiempos. Por otro lado, están los Crecimiento cristiano saludable ofrece
que vacían el día de reposo de su carácter pautas bíblicas para crecer hacia la madurez.
vinculante, reduciéndolo a una mera orde- Explica el patrón de la obra de Dios en la
nanza veterotestamentaria. vida de su pueblo y concluye con un breve
El problema, sin embargo, no es nuevo. chequeo espiritual. Pertinente a todas las
Hace más de un siglo, los autores de este etapas del desarrollo espiritual, proporciona
opúsculo —J.C. Ryle y A.A. Hodge— escri- un manual que será especialmente útil para
bieron para dar una respuesta clara y bíblica los nuevos creyentes.
a las objeciones que ya entonces se levanta-
ban contra lo que había sido la interpreta- Sinclair B. Ferguson fue profesor de
ción histórica y el consenso universal de la Teología Sistemática en el Westminster
Iglesia desde los tiempos de los apóstoles. Theological Seminary, y actualmente es pas-
En la primera parte, J.C. Ryle prueba tor de una iglesia en Escocia (Reino Unido).
contundentemente la autoridad bíblica sobre
la que descansa el día de reposo, y en la
segunda parte, A.A. Hodge demuestra que el
día del Señor que guardamos los cristianos
es esencialmente el mismo que el día de
reposo que se observaba en el Antiguo
Testamento.

J.C. Ryle (186-1900) fue ordenado al minis-


terio del Evangelio en 1841, llegando a ser el
primer obispo de Liverpool en 1880.

A.A. Hodge (1823-1886) fue hijo del famo-


so Charles Hodge a quien sucedió como pro-
fesor de Teología Sistemática en el conocido
Seminario de Princeton.

365
Otros títulos de Publicaciones Aquila

PREPARADOS PARA PREDICAR ALÁBENLA EN LAS PUERTAS

Albert N. Martin Nancy Wilson

Este libro consta de cuatro conferencias pre- “Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en
dicadas por el Pastor Albert N. Martin (de las puertas sus hechos”. Proverbios 31:31
Trinity Baptist Church, Nueva Jersey) en la Para una mujer cristiana, la maternidad
Conferencia de Ministros de The Banner of es el sutil arte de edificar una casa con gra-
Truth de 1979 en Sydney, Nueva Gales del cia: «La mujer sabia edifica su casa; mas la
Sur, Australia. Estas conferencias son exposi- necia con sus manos la derriba» (Pr. 14:1). La
ciones bíblicas impactantes de un tema obra de cada uno es significativa, porque
importantísimo que afecta vitalmente la vida contribuye hacia el plan a largo plazo. Cada
y el futuro de la Iglesia de nuestro Señor clavo ayuda a que una casa se mantenga en
Jesucristo. No es solamente una exposición la tempestad. Pero la maternidad no es una
escrutadora de las Escrituras relacionadas fórmula simple. Edificar una casa —el parto,
con el tema, sino un llamado inequívoco e la educación, la disciplina— exige un santo
ineludible al arrepentimiento y la reforma gozo y amor a la belleza. La madre que teme
radical. Albert N. Martin declara que, contra- a Dios no teme al futuro.
riamente a la práctica de muchas iglesias en
la actualidad, existe una teología bíblica de Nancy Wilson es esposa de un pastor y
la formación ministerial. La Biblia no guarda ama de casa en Moscow, Idaho, Estados
silencio en cuanto a este tema. “[…] la Unidos. Es autora de El fruto de sus manos:
Biblia contiene una teología de la formación El respeto y la mujer cristiana, y escribe una
ministerial, y que es nuestra responsabilidad columna para mujeres en la revista
descubrir esa teología, y habiéndola descu- Credenda/Agenda. Ella y su marido Douglas
bierto, comenzar a implementarla a cual- tienen tres hijos adultos.
quier precio. Debemos hacer esto aun al pre-
cio de tomar la Espada de la Verdad y la
Reforma Radical y clavarla en las tripas del
Señor Conveniencia, el Príncipe
Pragmatismo y la Reina Tradición, y dejarlos
revolcando en su sangre, hermano, si eso es
lo que la obediencia a la Palabra de Dios
requiere”.

366
Otros títulos de Publicaciones Aquila

EL FRUTO DE SUS MANOS EL LIDERAZGO EN EL MATRIMONIO

Nancy Wilson Alan Dunn

Imagínate donde estaría la Iglesia en la Existe un gran debate, tanto en el mundo


actualidad si sus hombres fuesen respetados religioso como en el secular, con respecto a
como debieran por sus esposas. ¿Qué poder la identidad, las relaciones y la función del
no desencadenaría Dios por medio de hom- hombre y la mujer. Alan Dunn está convenci-
bres piadosos que fuesen respetados en sus do de que Dios ha respondido a estas can-
hogares? dentes cuestiones en los primeros capítulos
Esposas, en lugar de centraros en los del libro de Génesis.
problemas y faltas de vuestros maridos, con- El autor nos presente un análisis pene-
siderad lo que se supone que tenéis que trante y convincente de lo que significa ser
hacer vosotras. hombre o mujer en términos de un plan y
En el Cantar de los Cantares leemos: propósito creativo, lo que significa ser mari-
«Como el manzano entre los árboles silves- do o esposa según la voluntad de Dios, y por
tres, así es mi amado entre los jóvenes». qué no aceptamos naturalmente la identidad
¿Así, cuál es tu perspectiva cuando contem- que nos ha dado Dios o las funciones y rela-
plas a tu marido? ¿Es bíblica, o deriva de ciones como hombres y mujeres prescritas
todas las mentiras modernas que nos por Dios. Siguiendo el modelo de nuestro
rodean? Señor Jesucristo y del apóstol Pablo (Mateo
19:3-9; 1 Corintios 11:2-16), el Pastor Dunn
nos invita a regresar a Edén para aprender
los principios de la masculinidad y la femini-
dad.

Alan J. Dunn ha pastoreado la iglesia


Grace Covenant Baptist Church en
Flemington, Nueva Jersey, desde 1985.
Graduado del Cedarville College, tiene una
Maestría en Humanidades por parte de la
Western Kentucky University, y una Maestría
en Teología por parte del Gordon-Conwell
Theological Seminary. Ha ministrado la
Palabra de Dios en conferencias familiares y
pastorales tanto en los Estados Unidos como
en otros países, y ha enseñado a estudiantes
para el ministerio en la anterior Trinity
Ministerial Academy en Montville, Nueva
Jersey. Actualmente reside en Frenchtown,
Nueva Jersey, con su esposa Patricia y sus
cuatro hijos.

367
Otros títulos de Publicaciones Aquila

HOMBRES PODEROSOS PENSAMIENTOS PARA LOS JÓVENES

John Crotts J.C. Ryle

Frecuentemente, los hombres cristianos “Cuando S. Pablo escribió su epístola a Tito


encontramos tan abrumadora la responsabi- con respecto a sus deberes como ministro,
lidad del liderazgo familiar que la abandona- mencionó a los jóvenes como una clase que
mos y nos desentendemos de ella, dando a requería una atención especial. Tras hablar
la esposa y los hijos la impresión de que no de los ancianos y ancianas, añade su lacóni-
nos preocupamos de dirigir, o que no quere- co consejo: “Exhorta asimismo a los jóvenes
mos, cuando la raíz del problema es a menu- a que sean prudentes” (Tito 2:6). Voy a
do que nos da miedo. O no queremos admi- seguir el consejo del Apóstol. Me propongo
tir que carecemos de las herramientas o la ofrecer algunas palabras de exhortación
formación necesaria. amistosa a los jóvenes.
John Crotts ha escrito este librito con la “Yo mismo estoy envejeciendo, pero hay
esperanza de proporcionar herramientas pocas cosas que guarde tan bien en la
básicas para hombres reacios a tomar las memoria como los días de mi juventud.
riendas del liderazgo espiritual en sus hoga- Recuerdo claramente los gozos y las penas,
res, ¡y mostrarles el sendero para imitar a las esperanzas y los temores, las tentaciones
Cristo en el liderazgo amante y servicial de y las dificultades, los juicios equivocados y
aquellos que les están mirando! las inclinaciones inapropiadas, los errores y
las aspiraciones que rodean y acompañan a
la vida de un joven. Me sentiré muy agrade-
cido solo con que consiga decir algo que
mantenga a un joven en el camino correcto
y le proteja de los errores y pecados que pue-
den estropear su provenir tanto en el tiempo
como en la eternidad”.
J.C. RYLE

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