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€QUE SIGNIFICA UNA SOCIEDAD «POSTSECULAR»? UNA DISCUSION SOBRE EL ISLAM EN EUROPA (1) Una sociedad «postsecular» tiene que haberse encontrado alguna vez en un estado «secular». Esta expresién controvertida sdlo puede aplicarse por tanto a las sociedades de bienestar europeas 0 a paises como Canada, Australia y Nueva Zelanda, donde los vinculos reli- giosos de los ciudadanos se han ido aflojando de forma continuada, e incluso drdstica, desde finales de la segunda guerra mundial. En es- tas regiones se ha extendido, de un modo mas o menos general, la conciencia de estar viviendo en una sociedad secularizada. Si se mide segtin los indicadores sociolégico-religiosos habituales, el comporta- miento y las convicciones de orden religioso de la poblacién de esos paises no se han alterado tanto como para que pueda justificarse la descripcién de esas sociedades como «postseculares». Tampoco la ten- dencia, entre nosotros, a la deseclesiastizacién y a nuevas formas de espiritualidad puede compensar las pérdidas palpables de las grandes comunidades religiosas'. Sin embargo, una serie de cambios globales y de conflictos am- pliamente visibles, que estallan hoy dia a causa de cuestiones religio- sas, despiertan dudas sobre la presunta pérdida de relevancia de la religion. La tesis, durante mucho tiempo indiscutida, de la existencia de una estrecha conexi6n entre la modernizaci6n de la sociedad y la secularizacién de la poblacién encuentra entre los socidlogos cada vez menos adeptos’, Dicha tesis se apoyaba en tres clases de reflexio- nes, en principio esclarecedoras. 1. D. Pollack, Sakularisierung - ein moderner Mythos?, Mohr Siebeck, Tabi gen, 2003. 2. H, Joas, «Gesellschaft, Staat und Religion», en fd. (ed.), Salkularisienang die Weltreligionen, Fischer, Frankfurt a. M., 2007, pp. 9-43. 64 El progreso técnico-cientifico promueve, en primer lugar, una com- prension antropocéntrica de las conexiones del mundo «desencantadas», al ser explicables en términos causales; y una conciencia cientificamen- te ilustrada no es conciliable, sin mas, con visiones del mundo teocén- tricas o metafisicas. En segundo lugar, las iglesias y las comunidades de creyentes pierden, en el curso del proceso de diferenciacién funcional de los subsistemas sociales, el influjo que antes tenian en los ambitos del derecho, la politica y la beneficencia publica, la cultura, la educacién y la ciencia; se ven limitadas a su genuina funcidn de gestién de los bienes salvfficos, haciendo del ejercicio de la religién una cosa mas 0 menos privada y perdiendo, en general, relevancia ptblica. Finalmente, la evolucién de las sociedades agrarias hasta convertirse en industria- les y posindustriales conlleva generalmente un nivel de bienestar mas elevado y un aumento de la seguridad social; al verse exonerado de los tiesgos vitales y con el creciente aseguramiento de su existencia des- aparece para el individuo la necesidad de aquella praxis que promete superar las contingencias que escapan a nuestro dominio mediante la comunicacién con un poder «trascendente» o de orden césmico. Aunque parece ser confirmada por el desarrollo experimentado en las sociedades de bienestar europeas, la tesis de la secularizaci6n viene siendo discutida en las publicaciones sociolégicas especializa- das desde hace mas de dos décadas’. En la estela de la critica, no totalmente infundada, de la que es objeto un estrecho dngulo visual eurocéntrico, se ha Ilegado a hablar, entre tanto, incluso del «final de la teorfa de la secularizacién»*. Estados Unidos, que, como se sabe, constituye, con sus inalteradas y vivas comunidades de fe y sus inva- tiables porcentajes de ciudadanos religiosamente vinculados y activos, la punta de lanza de la modernizacién, ha sido presentado durante mucho tiempo como la gran excepcién en esa tendencia a la secula- tizacién. Fruto de la ensefianza proporcionada por una mirada glo- balmente ampliada sobre otras culturas y grandes religiones, se nos aparece hoy dfa ms bien como un caso normal. Desde esta perspectiva revisionista, el desarrollo europeo, que con su racionalismo de corte occidental deberia ser el modelo para el testo del mundo, se presenta como una via que es, propiamente, una via especial’. Hay, sobre todo, tres fenémenos que se solapan entre 3. J. Hadden, Towards desacralizing secularization theory»: Social Force LXV (1987), pp. 587-611. 4. H. Joas, op. cit., pp. 9-43. 5. BLL. Berger (ed.), The Desecularization of the World: A Global Overview, Grand Rapids, Michigan, 2005, pp. 1-18. sfy que se condensan en la impresi6n de una resurgence of religion a nivel planetario: la difusién misionera de las grandes religiones (a), su agudizacién fundamentalista (b) y la instrumentalizacién politica de su potencial de violencia (¢). (a) Un signo de vitalidad es, primero, la circunstancia de que en el marco de las comunidades religiosas e iglesias existentes vayan ga- nando terreno por doquier grupos ortodoxos 0, en todo caso, con- servadores. Esto valdria tanto para el hinduismo y el budismo como para las tres religiones monoteistas. Llama la atencién, sobre todo, la difusién regional de estas religiones establecidas en Africa y en los paises del Este y Sudeste asidtico. El éxito misionero depende también, evidentemente, de la movilidad de las formas organizativas correspondientes. La gran iglesia multicultural del catolicismo roma- no se adapta mejor a las tendencias de globalizacién que las iglesias protestantes, de concepcién nacional-estatal, que son las grandes per- dedoras. Las que se desarrollan con mayor dinamismo son las redes descentralizadas del islam (sobre todo en el Africa subsahariana) y de los evangelicales (especialmente en Latinoamérica). Todas ellas se ca- racterizan por una religiosidad exttica, atizada por algunas figuras carismaticas. (6) Los movimientos religiosos con un crecimiento mas rapido, como los pentecostales y los islamistas radicales, pueden ser descri- tos como «fundamentalistas». Luchan contra el mundo moderno o se retiran de él. En su culto, el espiritualismo y las esperanzas apoce- I{pticas a corto plazo se atinan con unas rigidas ideas morales y una fe en la literalidad de la Biblia. En cambio, los «nuevos movimientos religiosos» surgidos esporadicamente desde los aiios setenta se carac- terizan, més bien, por un sincretismo «californiano». Comparten, cet tamente, con los evangelicales la forma desinstitucionalizada de la praxis religiosa. En Jap6n han surgido aproximadamente cuatrocien- tas sectas de este tipo, mezclando elementos tomados del budismo y de la religién popular con doctrinas pseudocientificas y esotérica. En la Republica Popular China, las represalias del Estado contra kt secta Falun-Gong han hecho que reparemos en el gran nimero & «nuevas religiones» allf existentes, cuyos fieles ascenderian, segiin les cAlculos, a unos ochenta millones®. (c) El régimen de los mulas en Iran y el terrorismo islamista 0° los ejemplos mas espectaculares de lo que es el alumbramiento p> litico de un potencial de violencia religioso. Con frecuencia silo codificacién religiosa logra atizar el rescoldo de conflictos que ter 6. J. Gentz, «Die religidse Lage in Ostasien», en H. Joas, op cit, pp. 3965 66 otro origen, un origen profano. Esto valdria tanto para la «desecu- larizacién» del conflicto del Oriente Préximo como también para la politica del nacionalismo hindi y el constante conflicto entre India y Pakistan’ o la movilizacién de la derecha religiosa en Estados Unidos antes y durante la invasi6n de Irak. (2) No puedo abordar con detalle la disputa de los socidlogos so- bre la presunta via especial de las sociedades secularizadas de Europa en medio de una comunidad internacional religiosamente moviliza- da, Mi impresién es que los defensores de la tesis de la seculariza- cin siguen teniendo atin las espaldas bien cubiertas por los datos comparativos globales*. La debilidad de la tesis de la secularizaci6n radica, mAs bien, en las conclusiones indiferenciadas, que revelan un uso poco preciso de conceptos como secularizacion y modernizacion. Contintia siendo cierta la afirmacién de que las iglesias y las comu- nidades religiosas se han ido limitando de una forma creciente, en el curso de la diferenciacién de los sistemas funcionales sociales, a la funcién nuclear de la praxis de la cura de almas, teniendo que aban- donar sus amplias competencias en otros Ambitos de la sociedad. Al mismo tiempo, el ejercicio de la religién se ha retirado a formas mas individuales. La individualizacion de la praxis religiosa se correspon- de con una especificacién funcional del sistema religioso. Pero José Casanova ha hecho valer, con toda razén, que la pér- dida de funcién y de individualizacién de la religién no han tenido como consecuencia una pérdida de relevancia de la religin, ni en el espacio piiblico politico o cultural de una sociedad ni en la con- duccién de la vida personal’. Independientemente de su peso cuan- titativo, las colectividades religiosas pueden mantener su «puesto» incluso en la vida de sociedades ampliamente secularizadas. Referida alaconciencia publica existente en Europa, la descripcién de una so- ciedad «postsecular» resulta, hoy dia, justa en tanto ésta se acomoda al hecho de «la supervivencia de colectivos religiosos en un entorno que se sigue secularizando continuamente»". El cambio de interpre- tacién en la tesis de la secularizacién concierne menos a su sustancia que a las predicciones sobre el papel futuro de «la» religién. La nueva descripcién de las sociedades modernas como «postseculares» hace 7. Cf. los trabajos de H. G. Kippenberg y H. von Stietencron, en H. Joas, Op. cit., pp. 465-507 y 194-223. 8 PNortis y R. Ingelhart, Sacred and Secular. Religion and Politics Worldwide, Cambridge UP, Cambridge, 2004. 9. J. Casanova, Religiones piiblicas en el mundo moderno, PPC, Madrid, 2000. oc J. Habermas, Glauben und Wissen, ed. especial, Suhrkamp, Frankfurt a. M., M1, p. 13, 67 referencia a un cambio de conciencia que yo atribuyo, sobre todo, a tres fenémenos: (@ En primer lugar, la percepcién transmitida por los medios de comunicacién de aquellos conflictos planetarios que con frecuencia son presentados como antagonismos religiosos opera una transfor- macién en la conciencia piiblica. Ni siquiera se precisa del cardcter imperioso de los movimientos fundamentalistas y del miedo ante un terrorismo encubierto con ornamentos religiosos para hacer ver a la mayoria de los ciudadanos europeos la relatividad de su propia con- iencia secular a escala mundial. Esto hace tambalearse la conviccién secularista de la previsible desaparicion de la religion, ahuyentando todo triunfalismo de la comprensién secular del mundo. La concien- cia de vivir en una sociedad secular ya no viene vinculada con la cer- teza de que la creciente modernizacién cultural y social se realizaré a expensas de la importancia, publica y personal, de la religion (b) En segundo lugar, la religién gana en importancia incluso den- tro del espacio publico nacional. Al decir esto no estoy pensando, primordialmente, en la autopresentacién eficaz. que las iglesias hacen en los medios, sino en la circunstancia de que en la vida politica las comunidades religiosas asumen cada vez mas el papel de intérpre- tes!", Pueden ejercer su influjo en la configuracién de la voluntad y la opinién pablica con relevantes contribuciones, sean éstas convincen- tes o meramente escandalosas, sobre una serie de temas pertinentes. Nuestras sociedades, con una visin pluralista del mundo, constitu. yen una sensible caja de resonancia para tales intervenciones, porque ellas mismas estén divididas —y cada vez con mayor frecuencia— en conflictos de valores necesitados de una regulacién politica. En la he cha entablada en torno a la legalizacién del aborto o Ia eutanasia, en cuestiones bioéticas de la medicina de la reproduccién, en cuestiones sobre proteccién de los animales o el cambio climatico, en estos te- mas y en otros similares el estado de la argumentaci6n es tan embro Ilado que en absoluto esta decidido de antemano qué partido puede apoyarse en las intuiciones morales correctas. Las confesiones religiosas de nuestros paises ganan, por cierto, ellas mismas en resonancia con la aparicién y la vitalidad de com nidades religiosas ajenas. Los musulmanes que tenemos aqui al ado —si se me permite referirme al ejemplo més relevante tanto para los Paises Bajos como para Alemania— instan a los ciudadanos cristians 11. As{ lo afirma Francis Schissler Fiorenza, «The Church as a Commun Interpretation», en D. Browning y F. Schissler Fiorenza (eds.), Habermas, Modes? and Public Theology, Crossroad, New York, 1992, pp. 66-91. 68 j ; 7 ; ates = ee SIGNIFICA UNA SOCIEDAD «POSTSECULAR®! 4 asumir el encuentro con la praxis de una fe que compite con la suya propia, De este modo también vuelven més conscientes a los ciudada- (os acontesionales del fenémeno de una religién que aparece en su mismo espacio piiblico, (©) La inmigracién de trabajadores y de refugiados, procedentes sobre todo de pafses con culturas tradicionales bien marcadas, cons- tituirfa el tercer estimulo para un cambio de conciencia de la pobla- cidn, Desde el siglo xvi Europa tuvo que aprender a arreglirselas con las divisiones confesionales surgidas en su propia sociedad y en su propia cultura. Como consecuencia de la inmigracién, las disonan- cias mas estridentes entre distintas religiones aparecen unidas a los retos de un pluralismo de formas de vida que es tipico en las socieda- des de acogida. Un desafio que va més alld de los desaffos de un plu- ralismo de creencias. En las sociedades europeas, que se encuentran ellas mismas inmersas en el doloroso proceso de transformacién en sociedades de inmigracién poscoloniales, la cuestién de la conviven- cia tolerante entre distintos colectivos religiosos se ve agudizada por el dificil problema de la integracién social de las diferentes culturas de los inmigrantes. Dadas las condiciones de los mercados de trabajo globalizados, tal integracién tiene que lograrse atin en las humillantes circunstancias de una creciente desigualdad social. Pero esto es hari- na de otro costal. Hasta aqui he intentado, con el punto de vista de un observador sociolégico, responder a la pregunta de por qué podemos denominar

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