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Si usted que está leyendo ahora es mujer, debe de conocer que la Declaración
Universal de los Derechos Humanos le reconoce una serie de cualidades, de
derechos, de posesiones inalienables inherentes a su naturaleza humana de ser.
Algunos de esos derechos se pueden suspender más o menos transitoriamente,
bajo el paraguas imparcial de las garantías legales de las democracias, si usted
infringe la ley, que así mismo se entiende redactada para ampararla y
protegerla también a usted. Aún así, las democracias también difieren en su
valoración de qué derechos pueden revocarse temporalmente en nombre de la
ley y qué otros son totalmente intocables, incluso bajo el dictado de un juez. De
ese modo, por ejemplo, a usted podría privársele legalmente de la vida en
Texas, si hubiera cometido un delito sancionable con esa pena, pero en extraña
paradoja no podrían torturarla. Por otro lado, hasta hace muy poco podía ser
torturada legalmente en Israel, aunque proporcionadamente decía el Supremo
de allá, si fuera una supuesta terrorista y escondiera información vital cuya
posesión por la seguridad hebrea fuera estimada vital para prevenir o evitar
muertes. En España, en cambio, nadie puede o debería poder matarla o
torturarla impunemente según el Estado de Derecho.
Cada año decenas de mujeres en España son asesinadas por hombres que son o
han sido sus parejas, de noviazgo, de hecho o matrimoniales o se han
Naturaleza de la violencia masculina hacia la mujer
Si usted es hombre o mujer reconocerá que son 30 artículos los que contiene la
Declaración Universal de los Derechos Humanos. Bien, pues sepa que la mitad
de ellos son violados directa y sistemáticamente por un agresor que tortura,
física y/o psicológicamente, a una mujer. La mitad, que se dice pronto. Se las
priva de la libertad, de la seguridad y, a veces, de la vida; se las somete a
servidumbre y tratos degradantes; se las desoye, se las priva de intimidad y de
intereses; se las persigue, se las coacciona y se las obliga sexualmente; se las
despoja de pensar y decidir. Los seres humanos siempre han sido esquilmados
por otros seres humanos, esto no es nuevo en la historia. Sin embargo, en
nuestras butacas democráticas siempre hemos atribuido la barbarie a escenarios
de ausencia de derechos y libertades o a épocas donde caudillos iluminados
masacraban en masa a gentes por su ideología o su religión o su etnia. Del
terrorismo de ETA no tenemos duda que ha hecho y hará por asesinar, y así lo
perseguimos. De Hitler el mundo no albergó esperanza de redención, y así
aunó sus voluntades para extirpar su cáncer del corazón de Europa. En cambio,
parece que nos es difícil de asumir que en los propios dominios democráticos se
está representando diaria e indecentemente la tortura contra una parte abultada
de la población.
Haciendo una estimación, alrededor del 12 por ciento de las mujeres españolas
están siendo vejadas ahora. Traducido, quiere decir que el 6 por ciento de la
población española está siendo privada de alrededor de la mitad de sus
derechos humanos elementales. Y soy consciente que en nuestras confortables
sociedades democráticas se vulneran muchos derechos, de inmigrantes, de
minorías, incluso garantías constitucionales como el derecho a un hogar o un
trabajo son más una parábola que una realidad. Ahora, discúlpenme, estamos
hablando de mujeres asesinadas y torturadas por hombres.
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violencias de otras, además de las tácticas que cada agresor emplea para
traducir operativamente su violencia. Un terrorista disparará un tiro en la nuca
o pondrá una bomba o se inmolará, mientras un agresor de mujeres recurrirá a
las palizas físicas o a violencia psicológica intensiva o a una combinación de
ambas. Tras estas técnicas de empleo de la violencia, reside el contenido mental
que las sustancia, la idea o el propósito que las genera y que las mantiene.
Dilucidar ese propósito es esencial, por ejemplo, a efectos preventivos.
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Disponemos de cálculos que nos informan de que las mujeres maltratadas están
expuestas a una media de entre cinco y siete años de violencia por parte de un
hombre. Durante todo ese tiempo el objetivo estratégico del agresor es dominar
y someter a la mujer, anularla en la ecuación interpersonal. La violencia es la
traumática herramienta instrumental que busca romper a la mujer para alcanzar
ese propósito estratégico e integral. Romper a la mujer estructuralmente,
fracturar su identidad y su personalidad. El repertorio de tácticas de los
agresores es tan variado como execrable. Violencia psicológica, siempre.
Aislamiento progresivo, erosión paulatina de la red de apoyos social de la
mujer, limitación de conductas, de movimientos. Devaluación y
desvalorización, agresiones verbales, negación de las emociones. Después y
durante, agresiones sexuales, agresiones físicas de todo tipo. Coacciones,
manipulación de los hijos. Un 12% de las mujeres agredidas en España en
espacios de familia lo son por un hijo adolescente además de por un hombre
adulto. Es uno de los efectos colaterales de la violencia, la transmisión
intergeneracional del maltrato.
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Existen dos tipos de femicidas. Los hay que asesinan a las mujeres en vida,
descuartizan su identidad, descomponen golpe a golpe su fisonomía y dejan
marca indeleble en su memoria. Después las dejan vivir, pero ya han matado
algo de ellas. El otro tipo es el femicida que las asesina hasta la muerte. Como
aquellos primeros, los femicidas masculinos que asesinan hasta la muerte
mantienen a la mujer matándola lentamente bajo tortura. La han aislado, la han
humillado, la han sometido, la han asfixiado tratando de privarlas de
humanidad. Después las asesinan hasta la muerte. Habitualmente aguardan a
que ellas se hayan alejado. El ochenta y cinco por ciento de los asesinatos de
mujeres por esposos, parejas o exparejas heterosexuales tiene lugar en procesos
de separación o divorcio. Otras veces, las asesinan en un espacio de
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Un asunto muy pendiente todavía, que debería haber abordar claramente pero
no ha hecho la ley integral 1/2004, es el relativo a la reinserción de los agresores
sistemáticos de mujeres. Digo reinserción y no rehabilitación o curación. No son
enfermos, sino transgresores de la convivencia y del ordenamiento jurídico,
delincuentes condenados los menos y presuntos los más. La observación
científica rigurosa lo confirma suficientemente. El noventa y cinco por ciento de
los agresores de mujeres no sufren padecimiento o psicopatología que
condicione su responsabilidad criminal por su violencia. De ahí que ciertos y
pretendidos programas de reeducación, alguna vez propuestos y basados en
conferencias temáticas, sean una broma macabra. Una pincelada más de amarga
sorna a añadir a la violencia. Puedo garantizarles que algunos de los agresores
que acuden a esos programas escolares realmente aprenden, pero a continuar
maltratando con mas índices de eficiencia.
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En paralelo, fuera de las agresiones que constituyen una infracción penal (delito
o falta), un porcentaje no especificado de hombres ejercen algún tipo de
violencia contra mujeres con las que mantienen relaciones personales. Esta
violencia, que suele distinguirse mayormente por un repertorio variable de
amenazas y agresiones psicológicas, verbales y emocionales, y ocasionalmente
por conatos de ataques físicos, no llega a caracterizarse jurídicamente como
punible. Sin embargo, ocasiona un deterioro importante en el bienestar de la
mujer. Así mismo, estas violencias son las menos detectadas, porque
habitualmente la víctima no traba contacto con los servicios asistenciales,
públicos o privados. Sobre la conducta de estos agresores también pueden
aplicarse soluciones terapéuticas a fin de modificarla y dirigirla hacia
comportamientos menos disfuncionales y desajustados. El dilema, no obstante,
reside en que, debido a que estos agresores no estarían institucionalizados, su
demanda terapéutica debe partir del previo reconocimiento de un problema a
corregir y de la voluntariedad de contrato terapéutico. La realidad de los casos
de agresores observados contradice este horizonte de alianza terapéutica,
puesto que la máxima porción de hombres violentos no reconoce que maltratar
a una mujer sea un problema sino, incluso, una solución justa que “ellos han
encontrado” para “re-educar” a una mujer que “se les va de las manos”.
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