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Buitres, unas aves carroñeras indispensables

Su desaparición, creen los científicos, probablemente desencadenaría una catástrofe ecológica y


económica. ¿Por qué? Lo analizamos
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BIODIVERSIDAD AVES BUITRE
En pleno banquete
En pleno banquete
La sangre gotea del pico de un buitre moteado. El cuello y la cabeza de esta especie apenas tienen
plumas, así se le adhieren menos restos de sangre, tripas y heces mientras se alimenta del
cadáver.

Foto: Charlie Hamilton James


Elizabeth Royte
02 de marzo de 2022, 18:42

Al anochecer el ñu está sentenciado a muerte: enfermo o herido, se ha distanciado varios


kilómetros de su manada en la llanura del Serengeti, en Tanzania. Cuando amanece, aparece
muerto en medio de una turbamulta de buitres, una cuarentena de aves tratando de acceder a sus
entrañas. Algunos de esos carroñeros aguardan pacientemente, con los ojos clavados en la presa,
pero la mayoría se mide en un combate de gladiadores. Las garras prestas, se engallan y cargan,
atacan y sortean al enemigo. Uno se abalanza sobre otro, monta a su rival, que se sacude y se
empina. El grupo se separa y se apiña en un mar de ondulantes pescuezos pardinegros, picos que
apuñalan, alas que restallan. Del cielo desciende un flujo incesante de nuevos comensales,
cabizbajos, agitados, atropellados en su ansia por sumarse al tumulto.

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¿Por qué tanta competencia por unos despojos de tamaño considerable? ¿Cómo se explica tan
inopinada avidez? Fácil: el ñu tiene la piel gruesa y no ha sucumbido en las fauces de un carnívoro,
razón por la cual su cuerpo no presenta una abertura de tamaño suficiente para ofrecer un
banquete multitudinario. De modo que los buitres más aguerridos compiten en feroz combate por
acceder a él. En medio de los graznidos y cacareos, un buitre dorsiblanco africano hunde la cabeza
en la cuenca ocular del ñu y, valiéndose de su lengua acanalada, sorbe con gula todo cuanto puede
antes de que le disputen su puesto en la mesa. Otro dorsiblanco se introduce en una fosa nasal
mientras un buitre moteado ataca por el extremo contrario: llega a adentrarse 20 centímetros por
el ano del ñu antes de que un congénere lo desaloje violentamente del puesto para embutir su
propia cabeza en el intestino del mamífero. Y así sucesivamente: 40 aves voraces para cinco
orificios del tamaño de una pelota de golf.

Festín de cebra
Festín de cebra

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