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Preparación para la misión Educadora.

Este problema de la educación en el seno del hogar, exige una pronta e impostergable solución. Es
ésta una ver dad que comprobáis todas vosotras. El fracaso de las familias; los divorcios, que
llenan la sociedad de hijos desafortunados que no saben del amor de sus padres ni de las más
elementales virtudes, el desenfreno de las costumbres; la inmoralidad que, salida del escondrijo
donde siempre se vio recluida, se pasea desvergonzada y audazmente por nuestras calles, penetra
en el seno de los hogares, tiene tarjeta de entrada en todos los salones y reina soberana en la
sociedad; la corrupción en las masas populares y, mayor aún, en la “sociedad distinguida”; y sobré
todo, la desorientación y el vicio que se tragan a nuestra juventud masculina y femenina, deben
hacernos temblar... y debe haceros temblar de un modo particular a vosotras, madres, para que el
corrompido torbellino no arrastre a los seres que amáis. Por eso os decía que no basta vuestro
amor, sino que debéis saber y debéis obrar. Esta es la razón por la que esta empresa de la
educación es la más importante, la más laboriosa, la más temible; pero también la más gloriosa. Es
ella el coronamiento de la maternidad, el término supremo del esfuerzo creador, el ultimo sueño
realizado, sólo después de cumplirla sin desfallecimientos y en la plenitud de sus obligaciones,
merece verdaderamente la mujer el hermoso y dulce nombre de madre. El trabajo es inmenso. No
sólo exige el esfuerzo de un día, sino la obra paciente de los años. Pero si la madre tiene
conciencia de su dignidad, si posee el sentimiento profundo de sus obligaciones y también la
fuerza fecunda que procede de Dios, puede desafiar todo temor y poseer la certeza definitiva de
que su obra no es estéril.

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