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LA SEGUNDA REPUBLICA. DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA. JOSE MANUEL CUENCA TORIBIO (*) (*) Catedratico de Historia Contemporinea. UCO. Pese a algtin indicio esperanzador, la tan necesaria revision de la his- toriograffa contemporanea espafiola sigue sin llegar. Mientras mas se es- pese la costra que la recubre, mas esfuerzo costar horadarla y menos se oxigenara la asfictica atmdésfera que desde ha tiempo envuelve todo su estudio. De la leyenda negra zurcida por plumae servatae de una dictadura que hacia de su descripcién el plinto de su legitimidad ideolégica, se pasé en el tiltimo recodo del franquismo a otra rosada, tejida en las escuelas uni- versitarias mas influyentes dentro y fuera de Espaiia. Plumas prestigiosas y abastadas contribuyeron a su irradiacién, mantenida cuando no acre- centada hasta el dia. Percatados desde diversos angulos de la ineludibili- dad de una reformulacién de aspectos axiales de la foto fija en que ha ve- nido a estereotiparse la descripci6n de este capitulo del pasado reciente, ningtin historiador con estatuto de reconocida profesionalidad la ha aco- metido. A la fecha, el Gnico revisionismo Ilevado a cabo en el siglo XX con cierta planificacién y profundidad -el protagonizado por la llamada «Escuela de Pamplona»— demanda a su vez un hondo replanteamiento en método y conclusiones. Los constatados con posterioridad acerca de la restauracién canovista y del periodo de Alfonso XIII -al filo del primer centenario del 98 y de los comienzos de su reinado- asf como el de la vi- si6n del franquismo sobre la Segunda Repiiblica y la guerra civil, apenas si pasaron de un indisimulado ajuste de cuentas entre los diversos espe- cialistas y sus propias biografias Dada la entidad del empefio, el acometerlo en una de sus porciones sus- tantivas no sera, naturalmente, la tarea de estas modestas lineas, centra- das en la revisita del territorio de la Segunda Reptiblica, polémico si los hay. El insdlito fenémeno de haber asistido en dfas recientes a un resonante LA IL REPUBLICA. DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA 47 éxito editorial con la publicacién de los libros de Pio Moa, no puede, como quiere un aristocratic sector del contemporanefsmo, pasar inad- vertido. Ante todo, revela una exigencia hasta ahora insatisfecha del lado de un amplio circulo de nuestra bien reducida comunidad lectora, con- trariada en su franja mds cultivada por el unilateralismo de la produccién historiografica dominante en torno a las raices inmediatas del presente. Un reduccionismo ribeteado de tendenciosidad y sectarismo como el de los hagidgrafos del franquismo no cabe reemplazarlo por otro apriorismo in- matizado, por impecable que sea su marbete técnico. Si se ha producido una invasién del recinto del profesionalismo, es porque los gansos del Capitolio se durmieron. El desgarro de vestiduras hay, pues, que dejarlo para mejor ocasién. El examen de conciencia que el hecho apuntado debfa suscitar en el seno del contemporanefsmo, primer paso cara al revisio- nismo requerido por multiples motivos, est, sin embargo, como se decia mas arriba, lejos de efectuarse, con sorpresa un tanto Ilamativa de los que quieren las causas pero no los efectos. Al igual que otros capitulos del itinerario contempordneo del pueblo espaiiol, la historia de la Segunda Republica es un ensayo general de con- vivencia tragado por el sumidero de la frustracién. Las energias y nobles ideales puestos a su disposicién no bastaron para que la Reptiblica fuese recordada con el entusiasmo que su nacimiento desperté en los sectores mayoritarios de la nacién (1). Tras la Dictadura, de manera quizds injus- (J) Al lado del juicio de las personalidades y de los pronunciamientos de los histotia- dores, las impresiones de un testigo directo de la calidad literaria de Camilo José Cela son tan chafarrinescas como jugosas: «Segtin mi padre y algunos amigos suyos, la repiiblica no la trajeron los republicanos con su mérito y su esfuerzo sino los monarquicos con st torpe- zay su inepcia [...] de lo que pas6 aquelios dias tiene el curioso lector informacién muy cumplida y de la tendencia que mas te agrade en los muchos libros, casi todos malos y ten- denciosos, que hablan del hist6rico suceso. Yo no me explico cémo los fabricantes pudie ron darse tanta prisa, pero el caso es que las calles de Madrid se llenaron répidamente de ven- dedores de insignias, emblemas y escarapelas. Una mujer delante del Café de la Montafia, en la Puerta del Sol, en el arranque de la calle de Alcald, vendfa a veinte céntimos unos dia- biillos de plomo pintados de rojo y con su rabo y sus cuernos, no les faltaba detalle, que enarbolaban la bandera tricolor; el proceso mental -y también elemental— que los produjo no es dificil de rastrear: la Monarquia se identificaba con la derecha, el orden piblico, la Igle sia y Dios y, por el camino contrario, la Repiiblica se emparentaba con la izquierda, la libertad, el atefsmo (mas que de atefsmo convendrfa hablar de anticlericalismo) y, en gltima instan- cia, el demonio [...] Por la calle de Carretas llevaban a un cura en hombros, parecfa un to- rero en tarde de triunfo, que saludaba con la teja y daba unos estent6reos vivas a la Repti- blica que eran respondidos con vivas al clero republicano y decente.» Memorias, entendimientos 48 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES ta respecto a los logros materiales y sociales obtenidos en el primer te cio del novecientos, los circulos més vivos no vacilaron en decretar el fin de un sistema —el de la monarquia alfonsina-, que no consiguié entrafiarse en el alma popular ni satisfacer las aspiraciones de la burguesia ilustrada, mas hegeménica que nunca en la vida espafiola. Ni en sus deseos -mo- vilizacién y autenticidad politicas— ni en sus utopias —una Espajia mitad britanizada, mitad sovietizada-, el régimen desahuciado el 14 de abril cumplia en su recta final el programa minimo de unos sectores que volvfan a irrogarse el papel mesidnico que sus antecesores de la «Gloriosa» se atribuyeran (2). no que entonces éste se proyecté sobre una comunidad en la que el proletariado no pasaba de ser planta germinal, sin pretensién alguna de li- derazgo sobre el pais. Carente de un didlogo efectivo y de solidas alianzas entre las organizaciones obreras y la burguesia mas dindmica, las realiza- y voluntades. Madtid, 2001, pp. 128-9. Las impresiones malaguefias de quien fuera hija de un ministro de la monarquia, el cordobés José Estrada, no difieren mucho de las celianas: «La Repiiblica supuso una sorpresa para sus organizadores. El pueblo se ech6 a las calle: como en un carnaval. Se cantaba y los tipos gritaban, como en todas las revoluiciones. Pare salidos de un infierno preparado para estas ocasiones.» M. P. ESTRADA, Memorias. Malaga, 1995, p. 179. Distintas, muy distintas se nos aparecen las de J. SEMPRUN: «..Bra un aconte- cimiento considerable, una verdadera revoluci6n politica. Pero ocurrié de la manera més sen- cilla, mas pacifica del mundo [...] Las multitudes salieron a la calle, las carceles se abrieron. Madrid era una fiesta, no se rompié ni un cristal (...] En la calle Alfonso XM, mi madre des- plegé al viento de los barrios residenciales la oriflama tricolor republicana en todos los bal- cones de la casa. En cuanto a nosotros, los mayores de los hermanos, dibamos cuerda sin pa- rar a la manivela del graméfono para que pudiera oirse en la calle una Marsellesa ininterrumpida y vibrante. Aquello no dejé de provocar una reaccién de hostilidad entre nuestros vecinos». Federico Sanchez se despide de Ustedes, Barcelona, 1993, pp. 16-7. Algo equidistantes, por timo, son Jas de una futura personalidad de UCD: «...y juntos nos fuimos a recorrer Ia Se- villa en jolgorio por el cambio de régimen. Lo recuerdo como un dia popular, en que se com- praban y haefan bandera pasaban fos de mozas con trajes de los tres colores de la nueva bandera, y, sin embargo, en las casas habfa sensacién de preocupacién y hasta de mie~ do». A JIMENEZ BLANCO, Los nifias de la guerra ya somos viejos. Madrid, 1994, p. 32. (2) La semblanza trazada por Luis de Zulucta sobte Cossfo al dia siguiente de su fa- lecimiento ~2-1X-1935- refleja con patencia la filiacién del prohombre institucionista, fi- liacién declarada también por el mismo cofundador de la ILE en diversas ocasiones: «Sen- tido moral ante todo, unido a una noble elevacién de ideas, y en la conducta patriotismo sincero, alma hondamente espafiola, pero abierta a las corrientes del mundo; espfritu avan- zado sin violencias; civil y [aico, a la vez que intimo y libremente religioso; fiel al principio de libertad consagrado a a educacién de nuestro pais». Apud E, M. OTERO URTAzA, Manuel Bartolomé Cossfo. Trayectoria vital de un educador. Madrid, 1994, p. 374. LA II REPUBLICA. DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA. 49 ciones republicanas quedaron muy distanciadas de las expectativas de su advenimiento, limiténdose casi a un catilogo desiderativo de la mejor sa- via del progresismo hispano, caracterizado por su alto voltaje idealista. Conforme es harto sabido, su maxima plasmacién se alcanzaria en la etapa en la que la fuerza obrera més enérgica asumié responsabilidades go- bernantes, compartidas con las esferas burguesas mas comprometidas con una Reptiblica de cambios y transformaciones auténticos. La légica ansiedad por materializar con prontitud sus afanes condujo, sin embargo, a reducir drasticamente la base social del flamante régimen. Sin un minimo calcu- lo y un excesivo sentido de la patrimonializacién del nuevo régimen, los dirigentes del bienio azafiista drenaron la mayorfa de sus esfuerzos para «neutralizar» los simbolos del antiguo: la Iglesia y el Ejército, éste tilti- mo expectante y pasivo en las horas inaugurales del sistema (3). En me- nos de un aiio, la resistencia de ambas instituciones desaparecié, una vez terminantemente desautorizado desde Roma el ultramontanismo del pri- mado cardenal Segura, y ridiculizada la oposicién castrense con el car- navalesco putsch madrilefio-hispalense de 1932. No por ello cejé el recelo militante de los sectores radicalizados hacia ambas corporaciones, estimadas incompatible con el rumbo del Estado re- publicano. Sin hostilidad alguna ulterior visible y determinante contra éste, una y otra quedaron ulceradas al permanecer en el punto de mira de los ele- mentos mas avanzados. Si a finales de 1933 Azaiia, su principal mentor, expres6 la necesidad de un cambio ostensible en la conduccién de la temé- tica religiosa, permanecié en silencio frente a cualquier modificacién de postura ante la reforma militar, obra si cabe atin mas exclusivamente suya que la eclesidstica, aunque también mucho menos contestada (4) (3) M. Atvarez TaRDi0, Anticlericalismo y libertad de conciencia. Politica y religion en la Segunda Repiiblica (1931-1936). Madrid, 2002. (4) Rectificando errores muy extendidos acerca del cardcter del partido que lideré el bie- nio 1931-33, precisa su estudioso: «Accién Republicana habja sido fundada en 1925, aun. que hasta 1930, cafdo ya Primo de Rivera, no actué pablicamente, En los meses anteriores y posteriores a la proclamacién de la Repablica experimenté un crecimiento notable como la mayorfa de los partidos republicanos-, aunque de todas formas inferior al del Radical So- cialista (PRRS), que aspiraba a ocupar en principio el mismo espacio politico, la izquierda del republicanismo. Y a pesar de que su crecimiento se mantuvo ininterrumpido hasta 1933, nunca dejé de ser un partido de reducidas dimensiones [...] Azafia, fundador, presidente y li- der indiscutido del partido, fue su principal capital politico y el responsable tanto de sus éxi- tos como de sus fracasos. Sin embargo, no cabe deducir de ello, como es trecuente en la bi- 50 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES El educativo qued6 asf como el terreno mds propicio para que la Repti- blica pudiese dar rienda suelta sin traba alguna a sus propésitos regene- radores, presentandose como niicleo principal de sus ilusiones y trabajos Aunque no dejaran de aparecer sombras y manchas en su cristalizacion, el disefio de la organizacién académica fue innovador y ambicioso. Bien que la ensefianza primaria se presentara como su punto més saliente en cuan- toa dedicacién y resultados, ningtin extremo quedé al margen de su crea- dora atenci6n. La visién laica propugnada por la Institucién Libre de En- sefianza iba ahora a predominar, con una formidable cruzada en pro de ha- cer de la escuela y de los maestros el eje de la modernizacién del pais. No obstante la magnitud de las inversiones ptblicas y el espectacular equi- pamiento consiguiente, el empefio quedé por debajo de lo imaginado por los prohombres del bienio republicano-socialista. Aun con ser, como se decia, muy altos, los presupuestos no bastaron para subvenir por entero a la ensefianza primaria, y pasados los impetus iniciales, el concurso privado volvi6 a descubrirse imprescindible. El estrepitoso fiasco de la prepoten- te Ley de Congregaciones y Confesiones Religiosas -21 junio 1933-re- frendarfa a un tiempo la desmaiia de la politica religiosa de los dirigentes republicanos y su impotencia para acomodar realidad y deseo en el cam- po mas cultivado por su esfuerzo. Que seria, desde luego, muy desacer- tado infravalorarlo en extremos sustantivos. Aparte de! estimulo que su- puso para formacién impartida en los centros religiosos, el saldo positivo que, en conjunto, arrojé la potenciacién estatal de la ensefianza primaria, hizo del sistema educativo espajiol uno de los mas sobresalientes de Eu- ropa. El decoroso nivel medio alcanzado por los estudios secundarios a través del Plan Callejo (1928) permitié un envidiable continuum docen- te y pedagégico, avalador de algunas de las transformaciones sociales de mayor radio de la Espaiia del siglo XX, al erigirse la formacién en el prin- cipal instrumento de ascenso social y circulacién de las elites (5) que Accién Republicana fuera un grupo de intelectuales partidarios de Aza, sin ninguna entidad como partido. Funcion6 como tal, tuvo una organizacién que aleanz6 un arrai- goa veces importante en algunas provincias y un funcionamiento partidista no inferior al de otros partidos republicanos de mayor importancia.» D. Esptv, «Accién Republicana y Ia es- {ablidad gubernamental en el sistema de partidos de la Il Repiiblica», Boletin Informativo det Departamento de Derecho Politico, 3 (1979), p. 86. Sobre la actitud de Azaiia ante el tema religioso al término de su primer experiencia gubernamental, vid. J. M. CUENCA TORIBIO, Relaciones Iglesia y Estado en la Espaiia contempordnea. Madrid, 1989. (5) Sin rebajar un dpice el adinirable esfuerzo desplegado en la ensefiasiza primariu por los gabinetes republicanos, en particular, los de Ja primera etapa, hay que recordar, empero, LA IL REPUBLICA. DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA 31 Pese a que la tenaz siembra de la ILE y de la generacién de 1914 fruc- tificé igualmente en el mundo de la Universidad, éste no experiment6 avances de relieve respecto a fases anteriores. También en él los cambios de mayor envergadura se acotaron en el bienio inaugural, conforme lo patentizan, entre otros varios, los ejemplos de la regulacién profesional de los tribunales de catedra o la creacién de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (6). El naufragio del Proyecto de la Ley General de Universidades presentado a las Cortes en 15 de mayo de 1933 puede, en principio, atribuirse al cambio de mayoria parlamentaria sobrevenido a fi- nales de aquel afio; pero es claro que respondié, en sus causas profundas, al escaso eco que hallara incluso en las minorfas mas concienciadas. Las del bienio posterior no fueron menores- la «Repiiblica de los profesores» seria ahora mas realidad que nunca en las alturas ministeriales: Prieto Bances, Gil Robles, Vifiuales Pardo, Giménez Fernandez, Giral, Sanchez Albornoz....-, ni dejaron de prestar una atencién relevante al desarrollo edu- cativo; pero continuaron sin aliento ni recursos para introducir en el Alma Mater nacional las reformas requeridas por la universalizacién y demo- cratizacion de la ensefianza. La cultural fue otra pagina abrillantada de la Repiiblica. Siempre que se renuncie a los adanismos y a las cesuras, nadie podra negar su positi- vo balance para las letras, las artes y las ciencias y, en general, para el conjunto de la creacién, desde la arquitectura a los medios de masas. Los que uno de sus extremos mas ponderados -la construcci6n de escuelas-, no alcanz6 las ci- fras espectaculares que habitualmente se seftalan. Cf. la notable tesis doctoral de M. SA- MANIEGO BONEU, La politica educativa de la Segunda Repiiblica durante el Bienio Azanis- ta, Madrid, 1977, p. 389. Por lo que hace al Plan Callejo, insertado entre dos de notable nivel -los de Romanones y S4inz Rodriguez~, es bataneado por este tiltimo en uno de tos pasajes mas mesurados de sus mendaces y egélatras memorias: Testimonio y Recuerdos, Barcelona, 1978, pp. 98 y ss (6) Sabido es como una cierta confusién reina en la paternidad exacta de esta creacién. Su verdadero creador fue Pedro Salinas, bien que el ministro de Instruccién Publica Fer nando de los Rios le respaldara y llevase ala préctica la idea del gran poeta. Poco propen- so ala egolatria y la vanidad, desde Madrid y en 22 de febrero de 1933, confesaba a Kathe- rine Whitmore: «Mis dos tareas agobiantes ahora son la U (niversidad) Internacional) de Santander y ios Archivos de Literatura del Centro. Ahora estoy peor por el suplemento de trabajo de {as oposiciones. Pues bien, las dos son ocurrencia mfa, que ahora se vuelven con: tra mf y me abruman. ;Por qué lo dije, por qué se lo propuse al Ministro y a D. Ramén (Menéndez Pidal)? Debi callérmelo y matar en mf esas dos ideas, como tantas otras. No lo hice y me veo hoy preso en mis propias redes, victima de mf mismon. P. SALINAS, Cartas a Katherine Whitmore (1832-1947). Barcelona, 2002, p. 176. 52 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES titulos bibliograficos se agolpan para testificarlo. Pero también, las pa- tentes y los registros de propiedad artistica e intelectual. Cultura elitista y cultura popular fundieron en més de una ocasion sus aguas, repitiendo unos cdnones de los que sélo nuestro pais semeja tener el secreto. Casti- cismo y costumbrismo se aliaron al cosmopolitismo vanguardista y aun al internacionalismo proletario, en rica amalgama de sensibilidades y es- tilos. Puristas de uno y otro costado no renegaron por ello de su credo e inspiraci6n, dando a la luz en ambas laderas productos de refinamiento sin igual -Espadas como labios (1932) 0 La destruccién o el amor (1934), de Vicente Aleixandre- y obras de un populismo alquitarado, a la manera de algunas de las zarzuelas mas famosas del momento: La rosa del azafrén (1932) 0 Luisa Fernanda (1933). Enenlace con lo afirmado, la socializacién de la cultura pocas veces ha llegado a superar en Espaiia los niveles y, sobre todo, los frutos de inicia- tivas tales como las célebres Misiones Pedagégicas ~desde el verano de 1933- y, muy singularmente ~a partir de la primavera de 1932-, las acti- yidades teatrales del mitico grupo La Barraca (7). Hormada la cultura es- paiiola contempordnea en las estructuras de finales del siglo XIX, sigui6 fo- lizada en Barcelona y en un Madrid que por primera vez disputaba con ardor el cetro editorial a la capital catalana. No obstante la permanencia de tal dato definidor, el desperezo regional y el brio de ciertos ambientes au- tonémicos como los de Euzkadi, Pafs Valenciano o Galicia dieron alas a cfr- (7) Ladimensi6n culturalista de los miembros de la generacién del 27 esté apresurada pero perspicazmente abordada por un critico hodierno condenado a la tinieblas exteriores, G. Diaz-PLAsA, en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, en 5 de noviembre de 1967: Culturalismo y creacién poética. Madrid, 1972, pp. 143-83. De los trabajos que he- mos lefdo sobre la gran empresa teatral lorquiana, el que nos ha parecido més completo es el de L. SAENZDELA CALZADA, «La Baraca». Teatro Universitario. Madrid, 1976. Respecto de las Misiones la belicosa y polarizada tesis doctoral E. M. O10 Ustaza es probablemente la mejor obra: Las Misiones Pedagégicas: una experiencia de Educacién popular. La Co- tuifa, 1992. Sin demasiada claridad de ideas, el esfuerzo de las Misiones y «La Barraca> es, alas veces, descalificado desde una éptica «obrerista»: «... ls sectores mas radicales del re- publicanismo se comprometieron con la educacién de la clase proletaria, sin el paternalis- ‘mo con que lo hacfa la burguesfa. Los Atencos obreros y los Ateneos libertarios pueden ser una muestra de la cultura popular, como emancipacién del proletariado, promovida en el periodo republicano. Recuérdense los nombres de Manuel Alonso Zapata, Antonio Balles- teros Usano 0 el propio Rodolfo Llopis Ferrandiz». T. Marin ECED, La renovacién pe- dagégica en Espaita (1907-1936). Los pensionados en Pedagogta por la Junta para Ampliacién de Estudios. Madrid, 1989, p. 356. LA IT REPUBLICA. DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA 33 culos y autores, en perfecta sintonfa con el mismo elan demitirgico y pa- lintocratico que animaba las esferas de la dualidad capitalina que la Repi- blica parecié consagrar definitivamente. Y en algunas modalidades —v. gr el deporte dichos nicleos provincianos se irrogarian, a las veces, con toda justicia, el liderazgo nacional en comportamientos y metas. Se andar‘a, empero, muy descaminado si se hiciera descansar el gran edificio construido por el régimen advenido en 1931 en trabajos especi- ficos y logros concretos y no en el impulso cuasi mesidnico al que ha un instante se aludia, su aportacién mds importante a la cultura hispana. Fue, en efecto, la ardida e inembridable entrega a su fomento en todas sus miil- tiples expresiones el blasn mas refulgente de la trayectoria del régimen en esta parcela de la existencia colectiva. La leyenda y hasta la mitologia que, al correr de los dias, se erigieron en torno a «la cultura republican», re- sultan l6gicas y, si se quiere, aun plausibles, guardando con inflexibilidad la distancia entre la «realidad y el deseo», titulo justamente, conforme es harto sabido, de una de las poéticas mas descollantes de la literatura con- tempordnea europea, aparecida en los umbrales de la guerra civil, como otra de no menor enjundia y calibre: la guilleniana de Cantico (8). Pues, aparte de obras como la acabada de mencionar y de otras de las plumas jévenes de la época —la lorquiana en sitio conspicuo: Bodas de sangre, Yerma, Divan de Tamarit, Llanto por Ignacio Sanchez Mejias-, en verdad el elenco de las alumbradas en el quinquenio con rasgos de in- dubitable excelencia fue menguado. E] intelectual quizé mas reputado y respetado de la época, D. Ram6én Menéndez Pidal, tras su opus magna La Espafia del Cid (1929), no dio a la imprenta ninguna otra de entidad durante el lustro republicano. Autores tan prolificos como los del 98 tam- poco se distinguirian por su comercio con las letras en la etapa referida, con la excepcién de Baroja, el mas ahincado en el tajo en aquellos her- vorosos dias. Titulos como Juan de Mairena, San Manuel Bueno, martir 0 Defensa de la Hispanidad no invalidan el nicleo de la afirmacién pre- (8) Una inquisitiva cata en el orbe guilleniano en F. Lazaro Carrerer, «Una décima de Jorge Guillén (Como pretexto para tratar de su postica)», en Wellesley College Homena- Je a Jorge Guillén, 32 estudios sobre su obra. Massachusett, 1978, pp. 315-26, cuya consulta no exime, como siempre que se trata de la poesfa espafiola de la primera mitad de! novecientos, de la lectura de D. ALONSO, Obras Completas. Madrid, 1975, IV, passim, pero nos atre- verfamos a recomendat las pp. 455, 699 y ss., muy en especial, 712-3. 54 REVISTA DE LAS CORTE: GENERAL! cedente respecto a grafémanos empedernidos y embarcados ya en la se- gunda navegaci6n platoniana, la mas fecunda, al decir de los clasicos, en la vida de los grandes pensadores y artistas. Todavia mas elocuente se de- lata el silencio 0, mas exactamente, el bajo perfil de la actividad de los in- tegrantes de la generacién de 1914. Comprometidos radicalmente con un régimen al que, en buena medida, partearan, negocios politicos y activi- dades piiblicas acapararon sus energias, sin poderlas volcar en su autén- tica vocacién. Hasta un Ortega 0 un Madariaga, acezantes de letra im- presa, no afiadieron a su envidiable catdlogo sino obras de factura muy coyuntural, con salvedades que -otra vez— no empecen la exactitud de lo antedicho. Ni la aparicién del I volumen de sus obras completas ~a la fe- cha (2003), atin no completadas, pese a la movilizacién de medios mis in- gente aprestada nunca en Espafia al servicio de un empefio de semejante indole ...-, ni la puesta a punto definitiva de su magisterio sobre la fi- los6fica «Escuela de Madrid» son actividades comparables a las desple- gadas por Ortega en los afios veinte 0 a las de Menéndez Pidal en la dé- cada anterior, de cara a constituir una escuela filolégica de marchamo nacional y audiencia internacional (9). Tal vez, la excepcién més salien- te serfa la de Maraiién, al incrementar su incipiente lista de ensayos psi- co-hist6ricos con libros de gran impacto en el piiblico por su atrayente tematica y maestria expositora (10). La extrema politizacién de la vida intelectual del periodo fue con suma probabilidad la causa principal del fenémeno seffalado. En la etapa cli- matérica del régimen, desde la todopoderosa tribuna de El Sol Ortega daria el santo y sefia del momento: «La politica es el destino», seguida pe- disecuamente por la mayor parte de los intelectuales de nombradfa y de los aspirantes a tenerla (11). El encarnizamiento de la lucha entre los par- (9) Pese a que su primogénito encarece algunas de las publicaciones aparecidas en el lustro republican como Goethe desde dentro y, sobre todo, Historia como sistema -en inglés-, el propio Ortega se encargo de resaltar el abandono de su tajo de trabajo justa- mente en un momento genesfaco... Vid. J. ORTEGA SPOTTORNO, Los Ortega. Madrid, 2002, pp. 369-73, paginas, como gran parte de las de esta interesante obra, deslucidas por gaza- pos factuales, cometidos, eso sf, por un ilustre ingeniero agrénomo: el teniente coronel Juan Yagtie convertido en general; ascenso de Hitler a la Cancillerfa alemana en el otono de 1933. (10) Cfr. J. M. CUENCA TortBio, Intelectuales y politicos contemporéneos. Sevilla, 2002, 3" ed. (11) Un sectarismo, por desdicha, prolongado en algunos de sus analistas. Uno de ellos, en dias de plétora marxista en Ia interpretacién del pasado espafiol, describirfa la disidencia LA Il REPUBLICA. DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA. 55 tidos y los diferentes idearios que, desde el primer instante, se destacara como rasgo dominante de la vida del sistema instaurado en 1931, desvid el esfuerzo de muchos intelectuales hacia campos ajenos a su identidad y vocacién esenciales. La decepcién que tal deriva —legitima y noble en no pocos casos— provocé en algunos espiritus tremantes, amenguaria la vo- luntad creadora y el pulso literario 0 artistico de personalidades de inso- bornable fidelidad a su primigenia vocaci6n, afiadiendo asi un nuevo ele- mento reductor de la capacidad cultural del periodo estudiado. A la que el sectarismo que desde muy temprano se aduefiaria de los ambientes in- telectuales y politicos, supuso, de igual manera, una fuerte limitante para su vigor y expansi6n. Forzados un tanto por la cuestién acabada de tangentear, nos intro- duciremos en un paisaje mas opaco que el terminado de transitar. El pa- thos politico fue, sin duda alguna, la herencia a la vez mas fecunda y pe- sarosa transmitada por la Segunda Reptiblica a las generaciones posteriores. La recibida por ella tuvo su lunar mds ostensible en un pueblo civica- mente narcotizado por la Dictadura primorriverista, que s6lo acentuaria en este punto la dosis de adormecimiento administrada durante medio si- glo por un liberalismo, que se resistiria numantinamente a dar paso a la democratizaci6n de la vida ptiblica. No obstante el retraimiento de amplias capas conservadoras en las primeras elecciones legislativas, aquélla fue evidente desde el establecimiento de la Reptiblica. La movilizacién de todo el cuerpo social a favor de reivindicaciones de clase y programas doctrinales, canalizados a través de las organizaciones politicas y socia- les, dio a Espaiia el estatuto de pafs moderno, emparentado por entero con las democracias avanzadas. La cruz de este salto cualitativo vendria, sin embargo, representada por la frustraci6n final del prometedor capitulo iniciado en la misma cuna del régimen. La adulta convivencia gozada por las naciones menciona- das no pudo usufructuarse con plenitud en ningtin momento de la sin- gladura republicana. Frecuentemente se aducen factores exégenos como explicacién del hecho. La crisis del 29 y el enrarecimiento del clima in- orteguiana como «un progresivo repliegue de la fraccién burguesa de los intelectuales, que repite con Ortega «no es esto», y que toma el camino del aspaviento, de la inhibicién, 0 de la vuelta atras». C. LeRENa, Escuela, ideologia y clases sociales en Espaiia. Barcelona, 1976, pp. 232-3. Sobre Ia posicién de algunos de los poetas del 27 vid. J. M. CuENCA To. RIBIO, Estudios literarios. Madrid, 2004. 56 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES ternacional con la pleamar de los totalitarismos obstaculizaron en Es- pafia el asentamiento de un verdadero Estado de Derecho y una demo- cracia madura. Aporias menores para eludir, en la mayor parte de los sos, un detenido examen de las responsabilidades de los estratos dirigentes en la mala conduccién de un proceso, que no tuvo otro torcedor esencial que el de la incapacidad gobernante, reflejada, con ostensible patencia, en la orfandad de verdaderos liderazgos y en la incoercible proclividad autodestructiva de los mandatarios supremos (12). Aunque tltimas investigaciones vienen a rectificar erréneas y acaso malévolamente intencionadas versiones acerca del precario desarrollo material de la Espafia del primer tercio de la centuria precedente, es lo cierto que el sector primario dominaba sin rival en el panorama econé- mico de comienzos de los aiios treinta, en los que, si bien las activida- des agropecuarias acababan de aminorar su ancestral hegemonia, lo era por insignificante porcentaje . La incidencia del crack neoyorquino no fue, desde luego, débil en la actividad productiva nacional, como lo atestiguan las aterradoras cifras del paro y el no menos espectacular recorte del co- mercio exterior y de sectores clave como la construccién. Con todo, mas que en la disminucién de la riqueza nacional, sus principales conse- cuencias afectaron a las expectativas de crecimiento y a la potenciacién de sectores punta de la industrializacion —a siderurgia vasca experiment6 un pronunciado descenso a partir de 1933-. En cualquier caso, una poli- tica keynesiana algo avant la lettre hubiera limitado grandemente las consecuencias de una crisis que todavia no ha sido estudiada como me- rece en su dimensi6n hispana (13). Entretanto, quiz4 quepa aventurar (12) Un testimonio impregnado de serenidad y mesura, el de J. CHAPAPRIETA, resulta imponderable a la hora de mensurar el cainismo reinante en las alturas del régimen: «El pri mer Consejo de ministros celebrado con el presidente de la Repiiblica me produjo mala im- presién[...] Era indudable que la observacién del presidente de la Repiiblica denotaba des- confianza hacia el del Consejo [Lerroux] y que en ellos no existia la cordialidad indispensable entre personas que ostentaban tan altas funciones». La paz fue posible. Memorias de un polt- tico. Barcelona, |972, pp. 163-4. Un abrumador dossier acerca de un asunto que obliene cre ciente importancia en parte de la bibliograffa Gltima sobre el periodo, en P. Moa, Los per- sonajes de la Repiiblica vistos por ellos mismos. Madrid, 2000. (13) Tal vez no sea desacertado considerar la tesis doctoral de J. PALAFOX ~Atraso econdmico y democracia. La Segunda Repiiblica y la economéa espaitola, 1892-1936 (Bat- celona, 1991)~ como el trabajo mas completo al tiempo que original acerca del tema, de im- pecable cobertura bibliografica y depurado método comparatista. Algunas de las posiciones del autor no han hecho sino robustecerse con el paso del tiempo. As{ ha sucedido, por ejem- plo, con su critica del empresariado en todas sus dimensiones y facetas y, sobre todo, de una LA II REPUBLICA, DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA 7 que de todas Jas subdesarrolladas, la economia espajiola fue la mas pre- servada de los efectos del primer terremoto del capitalismo contem- pordneo. En sus zonas menos afectadas se conservaria, incluso en los instantes mds graves, la posibilidad de un resurgimiento. En la primave- 1a y el otofio de 1935, las acertadas aunque antikeynesianas medidas adoptadas por Chapaprieta -ministro de Hacienda desde finales de mayo y primer ministro, al tiempo que responsable de la misma cartera, desde ltimos de septiembre a las postrimerfas de diciembre—en punto al adel- gazamiento del Estado evidenciaron las propiedades terapéuticas de las providencias gubernamentales si éstas respondian a madura reflexién, competencia técnica y talante suprapartidista. Consistencia quizd menor descubren los argumentos del cerco al ré- gimen por una coyuntura internacional singularmente tensionada. Por lo menos hasta un bienio después de la instauracién de la Reptiblica, la si- tuacién de Europa y, en particular, de la occidental no ofrecié rasgos de singular gravedad en el terreno diplomitico y, salvo, intermitentemente, Alemania, tampoco en el plano interno (14). Es mas: en algiin momento del segundo semestre de 1931 y a lo largo de varios meses del siguiente afio, el suefio de la Europa wilsoniana, informada y presidida por el espi- ritu pacifista y solidario de la Sociedad de Naciones, semejé estar més cerca que nunea... Pocos problemas externos reclamaron la atencién de los gobernantes espafioles en toda la travesia del régimen. Y pese a reivindi- clase politica mediocre cuando no ineticaz (aunque en conjunto honesta), sin mas ojos que para la economfa agraria ni més afin que el de marcar distancia con la Dictadura, (14) Desde que, con mayor exactitud que en otros pasajes de su, en el momento de la aparicién, impactante obra sobre La Reptiblica. La era de Franco. Madrid, 1973, p. 213, el conspicuo economista R. Tamames denunciara la escasa roturacién de la vertiente interna- cional de fa Repiiblica, han visto la luz. notables trabajos a los que con gusto remitimos. Una breve y enjundiosa introduccién se debe a J. C. Pereyra y J. L. NEILA, «Las relaciones in- temnacionales de la Il Repiblica (193 1-1939)», en J. Bta ViLar (Ed.), Las relaciones inter- nacionales en la Espanta contempordnea. Murcia, 1989, pp. 101-14; y una muy completa te- sis doctoral es la de A. EGIDO LEON, La concepcién de la politica exterior espaitola durante a II Reptiblica (1931-1936). Madrid, 1987. Los citados autores sostienen la existencia de toda una linea y cobertura internacional en los mandatarios de dicha época, acordes en todo con el planteamiento ginebrino; liegando a mantener incluso ~en especial, la destacada pro- fesora de la UNED- una elaborada formulacién de la presencia exterior espafiola del lado de los gobernantes republicanos. No obstante la solidez. de su argumentacién y lo copioso de su aparato critico, ereemos cercano a la exactitud el juicio global que explicamos en el texto, tal vez no demasiado lejano del expuesto por aquéllos. 58 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES caciones historiogréficas recientes, su posicién y alineamiento no pudie- ron ser mas simples. Un canovismo «republicano», esto es, un invencible recogimiento y una perfecta adecuacién al papel y medios de Espafia, pre- sidié de modo invariable su hoja de ruta por los mares crecientemente en- crespados de las relaciones internacionales de los aiios treinta. La paz como polo magnético y la estrecha sintonfa con Francia e Inglaterra como pauta indeficiente guiaron sus pasos en el escenario mundial, sin que tal rumbo experimentase ningtin cambio de tim6n. Ni siquiera el reencuen- tro con Tberoamérica acontecido en la etapa anterior constituy6 una ex- cepci6n en dicha actitud, encauzdndose fundamentalmente los contactos y diélogo con las naciones ultramarinas a través de las lineas culturales, marco muy id6neo y necesario, pero no suficiente para optimizar las re- laciones con unos pueblos entonces tan religados con su antigua metré- poli (15). De igual forma, las trabas internas para el afianzamiento del sistema no revistieron la envergadura irremontable con que a menudo se las des- cribe. Compendiadas en las dificultades para la consecucién de una «Rept- blica sin republicanos», causa de la incontestable fuerza de los sectores ex- tra moenis y del nefasto legado de los regimenes precedentes, no ha de concedérseles, empero, un tamafio desmesurado 0 un significado letal. Segtin se recordara, también se hablé mucho, en tiempos de la Restaura- cién, del empefio prometeico de Cénovas por construir un edificio mondr- quico con materiales de signo opuesto, republicanos y tradicionalistas; y asi también en otras experiencias de nuestra historia contempordnea. Has- ta el final mismo del régimen, el sector prevalente del pais, la denomina- da con posterioridad «mayoria silenciosa», aspiré y dese6 su viabilidad. La «accidentalidad» cedista, tan denostada a izquierda y derecha, y los re- mecimientos del PSOE en su lealtad al sistema no entraijaron un rechazo frontal y undnime, en particular, por los Iideres democristianos. Pese a la presunta querencia monarquica de Gil Robles y de algiin que otro gesto aislado de simpatfa por el rey desterrado del lado del politico salmantino y varios otros de sus conmilitones, ningtin intento menor o mayor de res- tauraci6n monarquica cabe imputarles ni a él nia sus correligionarios. En estrecha fidelidad a las directrices y sentir fntimo de un Pio XI muy re- fractario a la institucién y al alfonsismo, Angel Herrera no desaproveché (15) Desde hace algin tiempo tenemos encetado un estudio sobre un tema extrafiamente poco roturado por la historiogratia iberoamericana, LA I REPUBLICA. DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA 59 oportunidad alguna para el firme asentamiento de un régimen que, claro, deseaba ver marchar por las roderas de un progreso y una evolucién ale- jados de toda pulsién radical (16). Ciertos estudiosos, etiquetados, unos, y declarados, otros, conserva- dores, han insistido en la vocacién revolucionaria @ nativitate del socia- lismo hispano, prosapia no desmentida en su periplo quinquenal de 1931- 36. Su prueba de cargo mas importante es, obviamente, octubre de 1934. Desde luego, la trascendencia de la fecha es, también perogrullescamen- te, maxima. Pero ni aun después de ella se desceparon por entero los bro- tes y tendencias que, dentro del partido, propugnaron el retorno a los tiem- pos de su primera experiencia gobernante o, cuando menos, a un posibilismo muy acentuado. Sin éste, el triunfo del Frente Popular hubiera sido de todo punto imposible. Y hasta mediado mayo de 1936 uno de sus secto- res mas influyentes y respetado por la derecha mantuvo izada la bandera del colaboracionismo con la Republica «burguesa» (17). Mas t6pica e insustancial resulta la referencia al pésimo legado reci- bido por aquélla. Ningiin régimen y acaso ningtin gobierno o gabinete de los tltimos doscientos afios ha dejado en Espafia de proteger su botadu- ra con el escudo galeato de arcas vacfas, alfombras mistéricas y gavetas impolutas. Al comenzar su andadura los afios treinta, nuestro pais habia alcanzado el fastigio de su modernizacién material y cultural, equipara- ble -a la baja, por supuesto- con la de los Estados mas avanzados del Viejo Continente y superior a las de su gran mayorfa. Su diplomacia era universalmente respetada; sus fuerzas armadas, regularmente equipadas en algunas de sus armas —Marina, Aviacién— y con una animada moral a causa de la victoria en el dificil y arriscado Magreb; su Universidad, pres- tigiosa y, en conjunto, a la altura del tiempo; su cultura, atin en la onda de la célebre «Edad de Plata». Muchas lacras, por descontado, ennegrecfan el cuadro, pero no suprimfan su tonalidad general. Siguiendo el consejo de un autor ~Ganivet- especialmente detestado por el escritor de raza que fuera Manuel Azafia, para el buen éxito de cual- quier meditatio Hispaniae, deberd, en efecto, indagarse intramuros del (16) J. M. CUENCA ToRrIBIO, Catolicismo politico y social en la Espaita contempord- nea (1870-2000). Madrid, 2003, (17) Id, La guerra civil de 1936. Madrid, 1986. 60 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES sistema los motivos por los cuales éste no deparé a los espafioles la con- vivencia plural y ordenada, abierta y evolutiva que, de acuerdo con las pre- misas basicas e identitarias de los Estados democraticos, de él se espera- ban. Que un régimen, inspirado y alentado por el cambio en sus diversas manifestaciones, desembocase en la involucién de una contienda fratricida, pone de inmediato en la pista de una investigacin «interna» para escla- recer tan inaudita trayectoria. La cuestién de las «esencialidades» que acaba de mencionarse al des- gaire, es la mas prontamente que sale al paso. Los pilotos de la primera navegacién de la Republica, la mas crucial y acaso también la mas difi- cil, no tardarian, efectivamente, en descubrir una incoercible inclinacién por declararse los legitimos y mds autorizados custodios del sistema re- cién advenido. Un jacobinismo desfasado condujo rigidamente su con- ducta, con estupor y escéndalo no s6lo de sus potenciales 0 expresos ad- versarios, sino igualmente de espiritus libres, comprometidos de longue date con los ideales triunfantes en abril de 1931. El ejemplo de Ortega y de la mayoria de los integrantes de su Agrupacién al Servicio de la Repti- blica es trafdo monétonamente a colacién para corroborar dicha asevera- cidn. Pero figuras de segundo plano por entonces o situadas en la sumi- dad de la aureola social y del ascendiente en la opinién piiblica, al modo de Unamuno, no escatimarian criticas ni lamentos ante tan inesperada de- tiva. La hostilidad al rector salmantino y a Ortega en el Parlamento y fue- ra de él rayaria, en ocasiones, con la difamaci6n, en nombre de unos prin- cipios atesorados y administrados por las autoinvestidas vestales de la Republica. El principal definidor de estas esencias, Azafia, mostré en tal ejercicio una egolatria de la que semejé, generacional y colectiva mas que personalmente, arrepentirse estallada la guerra civil. La autoridad inmensa =politica y moral- de que gozara en los medios gobernantes e intelectua- les del bienio adjetivado con su apellido, determina, sin embargo, en su caso una responsabilidad individual e intransferible (18) (18) Aun perteneciendo casi todos sus integrantes a la elite cultural y miembros de los altos cuerpos del Estado, el liderazgo de Azaiia en su partido fue quizé, tras unos inicios algo dificiles, el mas indiscutido de entre todas tas fuerzas republicanas, incluidas —claro esti- las cedistas. Tal autoridad explica, por ejemplo, que en sus diversos libros memo- rialfsticos Claudio Sanchez. Albomnoz aceme un mucho el espiritu critico del historiador para situar casi invariablemente a su jefe bajo las luces mas refulgentes, aun a sabiendas de lo in- exacto de su postura, La misma pietas se advierte, como decimos, en la mayorfa de los recuerdos de los integrantes de Accién Republicana, transmitida con con gran fortuna y extensi6n aun LA II REPUBLICA, DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA 61 Mas, ya se entiende, no cabe enjuiciar fendmenos del relieve del que nos ocupa, desde protagonismos y acciones de , cuyo objetivo esencial serfa la nivelacién del presupesto del Estado-, tenfa las mismas caracter{sticas deflacionistas que la famosa orde- nacién conseguida por Fernandez Villaverde a comienzo de sigio». C. SECO SERRANO, «Es- tudio preliminary. J. CHAPAPRIETA, La paz fue posible.... p. 52. «En desarrollo de la Ley de 66 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES En su descargo podfan esgrimir muchos eximentes. Serfa arriesgado ponderar si mas o menos que los argumentados para los del denominado por ciertos estudiosos bienio reformista. ;Estorba la revolucién de octu- bre mas o menos que el pronunciamiento del 10 de agosto el cotejo? Re- sultado igual: déficit abrumador en la construccién de una democracia de corte occidental. E| predicamento de que gozan en la actualidad —una actualidad iniciada con la catarsis de la guerra civil- las politicas de centro y el deseo =a las veces, voluntarista— de «occidentalizar» a toda costa nuestra historia con- tempordnea, han conducido a alzaprimar el peso y la virtualidad de las posiciones de dicha indole en el juicio historiogrifico de la etapa repu- blicana. En los contemporaneistas espafioles de educacién universitaria britanica y en los hispanistas angloestadounidenses —con la excepcién del infatigable publicista Stanley Payne-, se acude de s6lito a enjuiciar el fra- caso del régimen como ineluctable consecuencia de la polarizacién poli- tica y social, que hizo imposible una repuiblica de corte occidental. Tesis, como ya se ha indicado, asumible en términos globales, si no fuera por el cardcter reduccionista y parcial con que se expresa. El centro pudo y es- tuyo -sobre todo, emocional y desiderativamente— encarnado en el primer bienio en los partidos de Azafia y Lerroux; pero no menos centro fue el representado por la CEDA y el lerrouxismo residual de la segunda fase del régimen. Si en los discursos y actos del lider salmantino cabe espigar fra- ses y posturas de dudosa ortodoxia demécrata, igual acaece con algunos textos y talantes azafiistas. Si explicable, bien que discutible, fue la opcién socialista de Azafia en octubre de 1931, en lugar de la alianza con su me- nospreciado Lerroux, por cuanto daba al régimen un apoyo proletario del que carecieran las reptiblicas europeas de la época ~apoyo que, no debe olvidarse, podfa ser prestado también desde fuera del poder-, no menos legitima aunque también igualmente errénea- se present6 la marginacion yoluntaria de! poder, en el primer afio del bienio gilroblista, del lado de una CEDA ulcerada por la abierta hostilidad de Alcalé-Zamora. De for- ma, pues, que si, aceptable y acertadamente, la inviabilidad republicana Restricciones den los titimos dfas de septiembre de dieciséis a dieciocho decretos-leyes ~no recuerdo exactamente el ntimero. Atendian a las clases mas humildes de la administraci6n, que se simpliticaba con la supresin de ministerios, subsecretarias, direcciones generales y otros muchos organismos cuya necesidad no estaba justificada (...] a pesar de herir tantos in- tereses, ninguna seria protesta se levant6 contra ellos, ni en las Cortes, ni en la Prensa ni en ninguna otra forman. ibid. p. 167. LA II REPUBLICA, DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA 67 fue, en Ultima y definitiva instancia, producto del fracaso de las posicio- nes demécratas y moderadas, es de todo punto injustificado otorgar tan s6lo dichas patentes a las fuerzas de la burguesfa azafista y lerrouxista con ex- clusion de la cedista. La vieja, pero acaso no por entero inservible teoria de las «Tres Espafias» acufiada por Salvador de Madariaga -revolucién, reacci6n y reforma- tinicamente atesora cierta validez si en la trinchera -civil y democratica— de la ultima se alinea el centrismo cedista Nada refrenda mejor las consideraciones precedentes que los aconteci- mientos registrados en la estela del hundimiento de la politica de Joaquin Chapaprieta. Los meses finales de! segundo bienio constituyeron un ca- rrusel de despropésitos, desmoralizando fuertemente a la porcién de la ciudadania terne en no desahuciar la esperanza de una concordia minima que evitase el cortocircuito del pais. El poder moderador y arbitral de la suprema magistratura del Estado permanecié impertérrito en su deriva personalista; con lo que la situacién se bloque6 por completo, con la ob- nubilada desesperacién de un Gil Robles que esperaba la legitima opor- tunidad de encabezar un gobierno. Otros eran los planes de su visceral antagonista. Con mayor decisién que nunca, Alcala-Zamora eché su cuar- toa espadas en el desbarajuste nacional al nombrar presidente de los dos liltimos gabinetes de la etapa mencionada a un personaje como Portela Valladares, que no ostentaba en la ocasion ni siquiera la credencial par- lamentaria. Si en 1931, el politico cordobés aspiré a liderar el partido de la derecha espajiola, ahora querria dirigir el pais a través de una figura interpuesta. Y también, al igual que un lustro atrds, sus proyectos se tor- cieron... (24). (24) «De cualquier modo, no cabe sostener que se redujera a dar consejos para impe- dir «los propésitos de los extremistas de uno y otro signo de exterminarse mutuamente». Hizo mucho mas que aconsejar: contribuy6 decisivamente a hundir el centro, a radicalizar a la derecha moderada, y abrir paso a una izquierda dispuesta a tomarse la revancha por la derrota de 1934, provocando un brusco bandazo politico en el apogeo de los odios y los miedos. Obr6 asf pensando que habia llegado el momento de «centrar» y moderar definiti- vamente la repiiblica bajo su orientacién personal. Tan craso error precipité wna guerra quiz, aunque dificilmente, evitable.» P. Moa, Los mitos de la guerra civil. Madrid, 2003, p. 47. Mis pormenorizadamente y con indudable exceso de «contrafactualidad» expone el tema S. PAYNE: «(...] hay que cuestionar setiamente la politica exclusionista contra la CEDA. La CEDA no era una pequefia agrupacién revolucionaria violenta tervorista 0 fascista que pu- diera ser suprimida o ignorada sin mas. Representaba de hecho a la mayor unidad de orien- tacién politica especifica existente entre los citidadanos espafoles. Ningdin sistema de- mocritico espafiol podria sobrevivir jams sin legar a un entendimiento con la opinion cat6lica, orientacién preferida por gran parte de la poblacién si no por su mayorfal...] Alcala 68. REVISTA DE LAS CORTES GENERALES La convocatoria y desarrollo de las terceras elecciones generales con- centraron, por induccién y deduccién de los cuadros politicos, un mate- tial explosivo —animico y real- desconocido en la Europa del siglo XX, incluida la Rusia de los estertores del zarismo. Los casandristas tuvieron facil su trabajo. En el bienio inaugural fracasé la opcién moderada que, en un contexto ministerial y callejero encendido, representaba, pese a todo, el dirigente de Accién Republicana. Durante el segundo se hundié la posicién centrista que, con no menos limitaciones, significé el desi- deratum de la CEDA. En el despegue de 1936 los personajes que encar- naran dicha politica, estaban, no obstante las apariencias en contrario, cla- ramente amortizados. La controvertida radiografia de 16 de febrero dibujaba con nitidez la polarizacién del pais en dos bloques. El definitivo descala- bro del conservadurismo moderado y el ambiente internacional dieron por puntos la victoria a una izquierda atin mas revanchista que su enemigo en 1933 (25). El desmantelamiento de lo hecho por éste y la reposicién absoluta Zamora (después de octubre de 1934) se negé a atenerse de leno a la légica de la democracia parlameniaria permitiendo que encabezase el gobierno el partido mas grande, De haberlo he- cho asi, el peor guién imaginable habria conducido en tiltimo término a una coalicién do- minaca por la CEDA que habria efectuado una reforma constitucional muy fuerte en 1936, Si ello se hubiera traducido en una sistema semicorporativo y mas autoritatio, podria haber constituido el tin de la democracia republicana durante una década 0 algo asf, pero habri evitado los horrores de la Guerra Civil y el régimen de Franco. Visto en retrospectiva, in- cluso el peor guidn imaginable con la inclusién de la CEDA dificilmente habria producido un resultado peor». La primera democracia espaitola. La Segunda Reptiblica, 1931-1936 Barcelona, 1995, p. 424. Una tercera cita de un destacado especialista quiz sirva para com- probar la rara unanimidad que en este punto crucial reina entre los estudiosos: «Parecfa lle- gada la hora de Gil Robles que, tras el hnundimiento moral de los lerrouxistas, emergfa como la tinica figura con el suficiente prestigio para mantener viva la coalicién. Sin embargo, en el momento en que parecfa cumplirse la estrategia de conquista del Poder trazada dos aftos antes, el Ifder populista se encontré con la cerrada negativa del presidente de la Repablica, que le consideraba como un adversario més que potencial de! régimen y temfa el ascen- diente que sobre é1 pudiera ejercer «el ndcleo facista de su partido»». J. Gil. PECHARROMAN, Conservadores subversivos. La derecha autoritaria alfonsina (1913-1936). Madrid, 1994, p. 231. Y la referencia a las honradas memorias de Chapaprieta -en especial, p. 303- s quizs ocasionada para comprobar por un tesligo de excepcién las ilusiones que hasta el él- timo instante albergé Gil Robles acerca de la que crefa forzosa entrega del poder por Alcala Zamora, (25) El cuadro es tenebrista y el pincel, militante, pero no por ello deja de ser signifi- cativo de una actitud generacional ante la crisis de la Repablica: «... a comienzos de marzo, pudimos presenciar (en Valencia) e! primer destile de las milicias comunistas y socialistas. {ban uniformadas (...] Llevaban al frente unos enormes retratos de Stalin, Lenin, Marx y Largo Caballero [...] Aquellos desfiles se hicieron periédicos y fueron aumentando su agre- sividad. Un domingo, al terminar la misa en la iglesia de la Sangre, junto al ayuntamiento, LA IL REPUBLICA. DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA io) de Jo actuado en el bienio azafiista compendiaban su programa de gobier- no. Los ideales progresistas movian atin muchas banderas del Frente Po- pular; pero el pathos enervador de sus elementos motrices no tard6 en arrumbarlos (26). Para los hombres de la nueva situacién, el revés de la primera experiencia habiase debido a la tibieza y el minimalismo. Sélo vo- ces aisladas propugnaron desde el poder posturas tibiamente reconcilia- ‘nos tropezamos con uno de ellos. Las mujeres, que muchas formaban en el desfile, resulta- ban las mas provocativas. Insultaron a las sefioras que iban saliendo del templo, entre ellas mi madre, todavia con las mantilias puestas, y sus improperios eran por demas explicitos: amenazas de muerte incluidas [...] Don Julio (duefio de un bar del centro de Valencia) baja- ba alguna tarde festiva y hacia tertulia con é| [su padre] y con el Avi, que le consideraba fiel correligionario [...] Usted, don Luis [el Avi], coincidiré Conmigo en que esta replica no es la que querfamos. No és aixd, no és aixd... [..] Me duele decirlo ~dud6 don Julio-. Me co- nocen de sobra: soy republicano, liberal, demécrata, Pero tal como esté Espaifa, s6lo la in- tervencién de los militares puede arveglar este caos [...] Después he conocido la realidad de aquella primavera trégica del 36, cuando la Segunda Repiibiica perdié por entero su legiti- le en su origen, enteramente abandonada en el ejercicio. Una realidad que todos los historiadores serios aceptan sin discusién, comenzando por don Salvador de Ma- dariaga {...] Por eso me divierte a ratos, en otros me indigna y siempre me merece un total desprecio la postura sectaria y falsa de algunos aficionados a ia tergiversacién hist6rica [...] Este pequefio escritor, tan galardonado por los de su banda, sigue sin enterarse de cémo era la Espaita del primer semestre de 1936. Yo la vivi; por eso tengo un derecho indiscutible a contarla.» F. Vizcaino Casas, Los pasos contados. Memorias 1. Barcelona, 2000, pp. 49-50, 53, 60 y 63 (26) Si la cita precedente es a todas luces unilateral, el siguiente juicio de uno de los historiadores de 1a literatura espafiola con mayor y alquitarado bagaje historiografico (re- producido por la merecida nombradfa de su autor y la muy extensa difusi6n del manual en que se emite.) no deja lugar a dudas sobre la persistencia de! talante maniqueo en el enfo- gue del drama de 1936, de muy amplia responsabilidad y autorfa: «Estas preexistfan [con- vicciones intransigentes y reaccionarias] Formuladas como prejuicios 0 como intereses, en quienes se apuntaron a ia torva revancha iniciada en julio de 1936 y antes ensayada en 1933. En las publicaciones reaccionarias del periodo hay buscar que los estfmulos intelec~ tuales, los sintomas precariamente argumentados de una conciencia que fue endureciendo sus perfiles y trocéndose en ciega agresividad [...] Por eso, el verdadera pensamiento de ia derecha bajo la Repiiblica deberd buscarse en los informes y discursos de las reuniones pa- tronales, en los feroces sermones y cartas pastorales de parrocos y obispos, en las tertulias de casino que difundfan y exageraban las noticias de Castilblanco o de la revolucién de Asturias, en las charlas de las salas de banderas y, en definitiva, en la sensacién de acoso y el deseo de venganza de quienes se sintieron irreconciliables con la Reptiblica [...] La Iglesia Catdlica se identificé en su casi absoluta totalidad con la misién que le asignaron quienes decfan tenerla por madre espiritual: su responsabilidad moral en el derrumbamiento de las instituciones republicanas y en el estallido de la guerra civil (y, por descontado, en la vesania represiva posterior) es muy superior a lade cualquier otra institucién.» Historia de Espaita dirigida por M. TURON DE Laka. IX. La crisis del Estado: dictadura, reptiblica guerra (1923-1939). Barcelona, 1981, pp. 610-1 | 70 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES doras. Sobrepasadas las personificadas por Azajia y Prieto y sin ardor crea- tivo las defendidas en unos medios conservadores crecientemente sedu- cidos por la violencia, desaparecié todo escenario de didilogo, palabra que aparece casi vetada en las hemerotecas de aquellos meses (27). Salvo la voz clamante in deserto de Unamuno, «la tercera Espaiia» quedarfa inau- dible por el estridor ambiental y el desénimo intimo, mientras que la re- sistencia instintiva de aquella gran parte de la nacién a dejarse dominar por el pesimismo se iba resquebrajando, sustituida por un fatalismo ener- vador (28). A pesar de sus innumerables carencias y de su escasa aptitud para el desempefio de funciones gobernantes, las clases dirigentes de la primera (27) La opini6n de un contemporaneo muy bien informado respecto al desaire sufrido por Negrin en su propio partido no es muy conocida: «Aunque a (oro pasado ya no se pue- da modificar la historia, la hipétesis de que un Gobierno Prieto hubiera podido debilitar la conspiraci6n y colocar a la Repiiblica en condiciones mejores para enfrentarla es plausible. Por eso digo que Largo Caballero y la izquierda cometimos un error oponiéndonos. Cierto que las hipdtesis y los interrogantes no se acaban ahf. De los 19 diputados que votaron a fa- vor de Prieto en la minor‘a parlamentaria ni uno s6lo pidié |a palabra e intent6 promover un debate serio sobre la cuestién. Votaron pero se callaron. El mismo Prieto no respondié a Largo Caballero cuando éste se le opuso y se limit6 a decir que iba a declinar el encargo del presidente de la Reptiblica. Y personas como Jiménez. de Asia, Negrin y Fernando de los Rios, que figuraban entre los 19, gacaso carecfan de recursos para intervenir y polemizar defendiendo su opinién? Hay que decir que estos hombres o bien temian que aquello pro- dujese ya la ruptura del partido o se hallaban abrumados por la responsabilidad de asumir la jefatura del Gobierno en tan dramética situacién». S. CARRILLO, Memorias. Barcelona, 1993, pp. 162 y 164 (la p. 163 dedicada a tres fotografias). (28) Como algin otro cualificado estudioso -su antiguo colega de Facultad, e! sobre- saliente contemporaneista J. Ardstegui Sanchez, por ejemplo-, J. TUSELL reitera en varias de sus obras la evitabilidad de la tratricida contienda, Asf escribe en uno de sus libros mas recientes en punto al tema: «... hasta el dltimo momento la Guerra civil pudo evitarse. Los testigos presenciales, en especial los que Lenfan responsabilidad politica de importancia, han solido considerar que no fue asf, pero ello se debe, quizé, al deseo de exculparse por sus responsabilidades y, de cualquier modo, se refiere tan s6lo a la recta final del periodo [...] En realidad, pocos desearon originariamente la guerra aunque hubiera muchos mas a los. que les hubiera gustado que se convirtieran en reales sus consecuencias, es decir, el aplas tamiento del adversario; ése fue el principio que llevé a la violencia generalizada posterior Con el transcurso del tiempo ese puriado de espafioles consiguié la colaboracién de secto- res mas amplios, la pasividad o la impotencia de la mayor‘a y se olvid6 que los entusiasmos politicos que llevaban a una Espatia a desear imponerse sobre la otra implicaban no sélo un brutal derramamiento de sangre sino también una ruptura absolutta con el pasado [...] Todas esas caracterizaciones de la Historia espafiola como un proceso hacia la guerra no son cier- tas». Historia de Espaiia en el siglo XX. Il. La crisis de los aftos treinta: Reptiblica y Gue- 1ra civil. Madrid, 1998, pp. 271-2. LA Il REPUBLICA. DE LA LEYENDA NEGRA A LA ROSA 7 singladura republicana —las mismas en conjunto de la tercera hasta el es- tallido de la guerra~ recibieron un juicio muy favorable de la mayoria de los historiadores profesionales y de la casi totalidad de los intelectuales posteriores. Incrustada entre dos dictaduras, su imagen doliente recobré los colores luminosos que habfa acaparado la «Nifia bonita» para buena par- te de las generaciones del primer tercio del siglo XX. Su inmolacién por las fuerzas reaccionarias nimbé su figura con la tonalidad mds atrayente. Por imperativos propagandisticos y sentimentales, resumidos en la nece- sidad de exaltar la lucha contra el franquismo, una Arcadia feliz circulé por parte de la memoria colectiva y de la versién fraguada en catedras y li- bros. En lugar de la de un régimen privado de voluntad dialogante en la ac- tividad de sus cuadros politicos, la pintura ms risuefia conformé su efigie en la mitificacién mds grandiosa contemplada por la historia mediatica es- pafiola. Ningiin régimen ha usufructuado en nuestro pais durante tan lar- go tiempo un halo tan radiante como la Segunda Republica. En el fastigio de la reciente transici6n, su revival concitaba todavia lealtades y esperan- zas, rebrotadas en la actualidad al socaire de hechos colectivos y manifes- taciones de masas. Es facil comprender asf el fijismo historiografico que ofrece su imagen, a prueba de aventuras e incursiones revisoras (29). Y, sin embargo, el principio inspirador de su leyenda rosa late en su tarea revisionista. El fracaso de la Segunda Reptiblica fue el fracaso de la (28) Como algtin otro cualificado estudioso -su antiguo colega de Facultad, el sobre- saliente contemporanefsta J. Aréstegui Sénchez, por ejemplo-, J. TUSELL reitera en varias de sus obras la evitabilidad de la fratricida contienda. Asf escribe en uno de sus libros mas recientes en punto al tema: «... hasta el Gltimo momento la Guerra civil pudo evitarse. Los. testigos presenciales, en especial los que tenfan responsabilidad politica de importancia, han solido considerar que no fue asf, pero ello se debe, quizé, al deseo de exculparse por sus responsabilidades y, de cualquier modo, se refiere tan s6lo a la recta final del periodo (...) En realidad, pocos desearon originariamente la guerra aunque hubiera muchos ms a los que les hubiera gustado que se convirtieran en reales sus consecuencias, es decir, e! aplas- tamiento del adversario; ése fue el principio que Ilevé a la violencia generalizada posterior Con el transcurso del tiepo ese puitado de espafioles consiguié la colaboracién de sectores mas amplios, Ia pasividad o a impotencia de la mayorfa y se olvidé que los entusiasmos pol ticos que Hevaban a una Espafia a desear imponerse sobre la otra implicaban no s6lo un bru- tal derramamiento de sangre sino también una ruptura absoluta con el pasado (...) Todas esas caracterizaciones de la Historia espafiola como un proceso hacia la guerra no son cier~ tasm. Historia de Espafia en el siglo XX. II. La crisis de los aos treinta: Reptiblica y Gue- ra civil. Madrid, 1998, pp. 271-2. (29) La titima en el tiempo, pero no en la importancia se debe al catedrético murcia- no M. RAMIREZ, La Segunda Repiiblica setenta aiios después. Madrid, 2002. 2 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES politica, de sus principales agentes y ejecutores: partidos y gobernanza. De una politica entendida, conforme no podia de ser menos, como medio de conseguir la convivencia en sociedades atravesadas por el conflicto, pero asentadas sobre plataformas consensuales ¢ identitarias. Tras una demo- cracia ausente de un liberalismo oligarquico y una dictadura castrense, la Reptblica entrafiaba el reino de la politica como lubrificante social y ca- nal de participaci6n plural en un Estado asentado sobre la soberanfa po- pular. El apriorismo maniqueo, la tendencia monopolizadora y el talante excluyente se perfilaron como perverso suceddneo de una politica vehi- culada por partidos auténticamente democraticos y eficaces. Quiza no sea del todo fortuito que la moderna resurrecci6n de la his- toriograffa politica en nuestros meridianos académicos descubra mas de un lazo unificador con Jos andlisis mas recientes, iniciadoras del cerco cientifico a la fortaleza de t6picos y atavismos que, a tavés de setenta afios, vino a ser la historia de la Segunda Replica espafiola.

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