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El cacique era un oligarca local cuyo poder procedía de sus propiedades rurales y de los servicios
prestados a su partido. El abogado o terrateniente se convertía, como político nacional, en el
representante de su región, y defendía los intereses de su partido. Creaban clientelas a la que
protegían de la justicia, los impuestos o las obligaciones militares. Y a cambio, estas clientelas
controlaban los resultados electorales y conseguían el poder local.
El caciquismo, que Joaquín Costa llamó “la verdadera constitución de España” era un residuo del
feudalismo y el medio de extensión del poder central en las provincias ante el subdesarrollo de
mecanismos de control local más democráticos y modernos.
Los caciques compraban lealtades malversando fondos públicos para fines privados en una red
impenetrable de corrupción e influencias. El resultado fue un sistema electoral ajeno a la
voluntad de la mayoría de los españoles, una administración ineficaz y una justicia al servicio de
los poderosos.