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Peter Sloterdijk En el mundo interior del capital Para una teoria filos6fica de la globalizacién ‘Traduccién del aleman de Isidoro Reguera Biblioteca de Ensayo 57 (Serie Mayor) Ediciones Sirucla Todos los derechos reservados. Ninguea parte de esta publicacion puede ser reproducids,slmaceneda o transmitida en manera alguna ni por singén medio, ya sea eléctrico, quimico, mectaien, 6ptico, de grabscin o de fotacopis, sin permiso previo del editor. “Tioulo original: fm Weleinmenranm des Kapital ir cine philosopbitche Theorie der Globalsierung En sobrecubieets: Fotografia de P. Sl, © Foto: Peter Rigruds y detalle de Ia eapala central dela Galleria Vittorio Emmanuele I da por Ygnacio Gémer de Li ‘en constraccién, Milfn 196 Coleccisn dis Disedo grifico: Gloria Gauger © Subrkamp Verlag, Frankfare am Main, 2005 © De la traduccidn, Inidoro Reguers © Ediciones Sirsela, 5. A., 27 ef Almageo 28, ppal. deka anoie Madrid Tel « 34 91.355 5720 Fax: « 3491 3552201 finaela@sirucla.com wwwssirvelacom Printed and made io Spain Indice En el mundo interior del capital Para una teorfa filos6fica de la globalizacion, Primera parte Sobre el surgimiento del sistema de mundo 1, Sobre grandes relatos 2. La estrella errante 3. Regreso a la Tierra 4. Tiempo de globo. Tiempo de imagen de mundo 5. Abandono del Este, ingreso en el espacio homogéneo 6. Julio Verne y Hegel 7. Mundo de agua Sobre el cambio del elemento rector en la Edad Moderna 8. Fortuna o: la metafisica de la suerte 9, Comerciar con riesgo 10, Delirio y tiempo Sobre capitalismo y telepatia 11, La invencién de la subjetividad. La desinhibicién primaria y sus asesores 12, Energias irreflexivas: la ontologfa del adelanto 19. Extasis néuticos 14. Coxporate identity en alta mar. Divisién de los espiritus 15. El movimiento fundamental: el dinero regresa 16. Entre fundamentaciones y seguros Sobre pensamiento terrestre y maritimo 17. Expedicién y verdad B 19 33 39 8 52 55 60 68 na 1" 8 89 101 105 108 un 19 18, Los signos de los descubridores Sobre cartografia y fascinacién onoméstica imperial 19, El exterior puro 20, Teoria del pirata. El horror blanco 21, La Edad Moderna y el sindrome de tierra virgen. Americanologfa 1 22, Los cinco baldaquinos de la globalizacién. Aspectos de la exportacién europea del espacio 28, Poética del espacio del barco 24, Clérigos a bordo. La red religiosa 25. Libro de los virreyes 26. La biblioteca de la globalizacién 27. Los traductores Segunda parte El gran interior 28. Mundo sincrénico 29, Segunda Eciimene 30, La transformacién inmunolégica: de camino a las «sociedades» de paredes finas 31. Greer y saber: In hoc signo (seit. globi) vinces 32. Posthistoire 33. El palacio de cristal 34, El mundo compacto y la desinhibicién secundaria: el terrorismo como romanticismo del ataque puro 85. Ocaso de los autores y ética de la responsabilidad. Las erinias cibernéticas 36. Mundo interior capitalista. Rainer Maria Rilke casi se encuentra con Adam Smith 37. Mutaciones en el espacio del confort 38. Transvaloracién de todos Ios valores: el principio sobreabundancia 39, La excepcidn: anatomfa de una tentaci6n. Americanologia 2 193 136 139 1a. 148 150 182 156 159 162 165, 169 173 180 187 198 203, 212 p24 231 253 267 278 40. Lo incomprimible o: el redescubrimiento de lo extenso 42, La izquierda celestial y la terrena Notas 296 306 aun 318 1 Sobre grandes relatos El presente ensayo esté dedicado a una empresa que no se sabe bien si lamar intempestiva 0 imposible. En tanto que recapitula la globalizacién terrestre, se propone suministrar, mediante un gran relato inspirado filo- s6ficamente, esbozos para una teoria del presente. A quien esta aspiracién resulte extrafia que considere que si es provocador plantearla, desistir de ella significarfa derrotismo intelectual. Desde antiguo, el pensamiento fi loséfico pretende decir quiénes somos y qué hemos de hacer; con lo que, desde hace al menos doscientos arios, tienen que ver, asimismo, orienta ciones de c6mo fechamos en la «historia», La penetracidn del tiempo en €l pensamiento filoséfico de la vieja Europa sélo ha levado hasta ahora, sin embargo, a una revisi6n parcial de los siocks tradicionales. Pero, una vez que parece terminada la era de la sacralizacién unilateral del tiempo, tam- bién el espacio vivido exige sus derechos. Kant, de todos modos, ya era consciente.de que el modelo de la razén misma es la orientaci6n en el es- pacio'. Quien recorre lo suficiente esa indicacién ha de lleger, consecuen- temente, a una concepcién distinta de la tarea de la actividad filos6fica: la filosofia es su lugar captado en pensamientos. En los momentos en.que sabe lo que hace, adopta los rasgos de un debate sobre la situacién, en el que participan numerosas disciplinas. Para clarificar la situaciGn son ne- cesarios grandes relatos. Un intento asi resulta intempestivo a la vista del consenso dominante centre Jos intelectuales desde hace una generaci6n: que precisamente tales relatos, los llamados grandes, habrian acabado de una vex por todas. Esta opinién no procede en absoluto de la nada. Se apoya en la plausible con- viccién de que, a pesar de que quisieran construir alo grande y general el curso de la «historia», los relatos conocidos de este tipo posefan rasgos in- superablemente provincianos; de que, dominados por prejuicios determi nistas, introdujeron furtivamente en el curso de las cosas proyecciones finalistas de una desvergonzada linealidad; de que, debido a su eurocen- trismo incorregible, estaban conjurados con el pillaje colonialista del mundo; de que, debido a que, de modo claro o encubierto, propugnaban ‘una historia de la gracia o de la salvacién, contribuyeron a ocasionar des- ‘gracias profanas a gran escala; y de que ahora, finalmente, habria que ins- taurar un pensamiento de indole completamente diferente: un discurso sobre asuntos hist6ricos discreto, polivalente, no totalizador, pero ante todo consciente de su propia condicién perspectvista. Bajo este modo de ver las cosas todo es correcto excepto la conclusién final, que casi siempre se orienta en la direccién falsa, resignada. Es verdad que cuando, con sensibilidad contempordnes, dirige su mirada retrospec- tiva a los textos maestros del relato filos6fico y a las exégesis clisicas del mundo en movimiento histérico, el historiador de las ideas ha de sacar 1a impresién de habérselas con un manojo de exageraciones rapsédicas. Lo {que hasta ahora se ha llamado filosofia de la historia fueron, sin excepci6n, sistemas ilusorios de precipitacion. Condujeron siempre a montajes apre- surados del material en Iineas rectas, trazadas con violencia, como si los pensadores estuvieran afectados por un sindrome de hiperactividad. Por suerte, han pasado los tiempos en los que podian resultar atractivas doctri- nas que prometian a sus adeptos, con ayuda de un puviado de conceptos simplistas, abrir de par en par el acceso 2 la sala de méquinas de la historia universal, cuando no, incluso, a la planta de administracidn de la torre de Babel. Incluso al lego le sorprende hoy la vanitas de todos los constructos filos6ficorhist6ricos habidos hasta ahora; hoy, cualquier estudiante que co- mienza, cualquier galerista ha comprendido con respecto a esos construc- tos lo suficiente como para esbozar una cierta sonrisa ante expresiones como «espiritu del mundo», «meta de la historian, «progreso universal». La satisfacci6n con respecto a esas clarificaciones no dura mucho, dado que el discurso acostumbrado sobre el final de los grandes relatos apunta més alld, no se conforma con rechazar sus simplificaciones insoportables. No se ha convertido ya él mismo en un cémodo meta-telato? :No esti ese nuevo mito intelectual inequivocamente en alianza con una sarcéstica in- dolencia que s6lo quiere ver en Jo amplio algo importuno y en lo grande algo sospechoso de veleidad? ;No ha seguido durante los tiltimos decenios a los escépticos posdialécticos y postestructuralistas una pardlisis parcial del pensar, cuya forma més suave serfa la especializaci6n ~enemiga de las ideas, que recorre las ciencias humanas actuales- en historias del detalle, sacadas de archivos recénditos? 20 Silos grandes relatos conocidos hasta ahora el cristiano, et liberal-pro- gresista, el hegeliano, el marxista, el fascista— se han revelado como inten- tos inadecuados por hacerse cargo de la complejidad del mundo, este reconocimiento critico no deslegitima el relato de cosas sucedidas, ni dis pensa al pensar del esfuerzo por conseguir una 6ptica luminosa para los detalles aprehensibles de la totalidad esquiva. , sino que constituye ef drama mismo de la globa- lizaci6n. Su micleo est en la observacién de que las condiciones de in- munidad humana se transforman de raiz en la Tierra descubierta, redift cada, singularizada. Sila presente exposiciOn, a diferencia de otras aproximaciones al tema, acenttia su aspecto filosofico, lo hace apelando al hecho, poco considerado hhasta ahora, de que el objeto histérico en cuestin, el globo terrestre, est eno de mosquitos metafisicos que gustan ocultarse bajo la apariencia de Jo habitual. El representa un bastardo geografico-filoséfico, de cuyas pecu- liaridades légicas yfisicas no es tarea facil formarse un concepto, Es verdad que, en principio, el oprimido globo azul, con manchas amarillentas de sa- bana, ya no parece que sea algo asi como una cosa entre cosas, como un pequefio cuerpo.entre cuerpos que hacen girar hombres de Estado y nitios de escuela con un movimiento de la mano; a la vez ha de reproducir Ia to- talidad singular o la ménada geolégica que sirve de base a toda vida, pen- samiento ¢ invencién, Dicha cuestién terrestre por elemplazamiento es la que, durante el curso de la modemizacién, se desarrolla cada vez.con ma yor compromiso: mientras que en la imagen del cosmos de la Amtigiedad la Tierra se represents paraddjicamente como e] centro marginal de un universo s6lo observable para nosotros desde dentro, los modemnos la per- ciben como una bola excéntrica de cuya redondez podemos convencernos nosotros mismos desde una perspectiva exterior. Esto generar conse- cuencias imprevisibles para la «imagen de mundo» de las generaciones posteriores a Mercator. El «monogeismo», la conviccién de la unicidad de este planeta, se nos muestra como un dato diariamente rejuvenecido, ‘mientras que el monotefsmo ya no puede representar para ningtin futuro mas que una tesis dogmetica caduca, que no puede actualizarse realmente ni siquiera con la ayuda de las bombas santurronas procedentes del Pro ximo Oriente. Las demostraciones de la existencia de Dios han de sopor- tar la méeula de su fracaso, mientras que las demostraciones de la existen- cia del globo terrestre cuentan a su favor.con una afluencia incesante de evidencias. En Io que sigue han de ocuparnos las circunstancias bajo las {que pudo legarse a la acumulacién de tantos comprobantes de Ia unidad de este objeto, tan compacto como sublime, que habitamos. Con estas insinuaciones hemos entrado en el émbito nuclear de la fi losoffa, presuponiendo que admitimos la hipétesis de que filosofar no es 22 s6lo, como se oye muy a menudo en los iltimos tiempos, una actividad sin objeto, ¢s decir, un modus vivendi, sino que posec una objetividad real, por no hablar ya de un objeto propio. La filosofia puede y quiere ser ejercida como una cuasi-ciencia de las totalizaciones y sus metéforas, como teoria narrativa de la génesis de lo universal y, finalmente, como meditacién del serenssituaciones, alias ser-en-el-mundo; llamo a esto «teoria de la inmer- sién» 0 teoria general de la convivencia, y undo ahf el parentesco de Ia f- losofia mas reciente con el arte de la instalaci6n’. Dicho sin rodeos, en las opiniones habituales sobre la globalizacién la comicidad discreta es una caracteristica fundamental. En efecto, se trata de un filosofar libre que, evidentemente, cuando mejor se siente es cuando no intervienen en el debate miembros pertenecientes al métir. Asi sucede que hoy el ‘opas més filoséfico entre los tapoi contempordneos, tanto de la politica como de la teoria de la cultura, recorre el mundo pric- ticamente sin apreciable intervencién del gremio, La totalizacién mas efectiva, la recopilacién de la Tierra por el dinero en todas sus mutacio- nes, como mercancia, como texto, como imagen y como prominencia’, se va realizando por sf misma, sin que los miembros de la facultad de Filoso- fia sepan, en principio, decir més sobre ella que cualquier lector de pe- riddicos en un pais con prensa medio libre. Cuando fildsofos contempo- réneos s¢ han manifestado sobre el tema segtin las reglas de su arte, la mayoria de las veces ha sucedido en publicaciones marginales, sin eco digno de mencién en las corrientes piiblicas de discusi6n; exceptuando quiz el Empire [Imperio] de Negri y Hardt, que si ha gozado de reconock miento mundial ‘Aumenta la ironia de la situaci6n el hecho de que se podria participar de la opinién de que ese allanamiento del votum floséfico en un barullo general de opiniones es testimonio de algo laudable. Se podria argumen- tar con fundamento que a la filosofia, que hasta hace poco tiempo pre- textaba sofiar con su devenir practico, no le podia haber sucedido nada mejor que instalarse en un dmbito de avenencias cotidianas, libres de je- rarquia. Incluso se podria aventurar la afirmacién de que un explicito no- quererser-nada-especial de los discursos filoséficos fuera la prueba de que se trata de un pensar a la altura de los tiempos, y las alturas de hoy han ab- + Prominons el conjunto de la gente prominent importante, notable, la crdme dela cima, 1a erema de la sociedad. (del 7.) 23 {jurado de la mala costumbre del sobresali. Consecuentemente, que leven Ta vor cantante novfilésofos en asuntos de globalizacién habria que inter- pretarlo como un signo de que la «sociedad» -o como quiera amarse, si no, a las multitudes de gentes que conviven y politizan— se ha vuelto in- mune a los entusiasmos inducidos filoséficamente, asf como a las consig nas autoritariamente generalizadas sobre el estado del mundo. Por qué, ‘entonces, lamentar la marginacién de la filosofia? No intento negar los momentos significativos de un punto de vista asi La monopolizacién del discurso de la globalizaci6n por politélogos y cien- tificos sociales, a quienes se debe la prosecuci6n del periodismo por me- dios atrabiliarios, seria perfectamente soportable, vista en su conjunto, si no fuera por el hecho de que los conceptos fundamentales de esos deba- tes son, casi sin excepci6n, términos filos6ficos no reconocidos como tales, ccuyo uso amateur leva a sugestiones y tergiversaciones de sentido. Quien filosofa sin consideraci6n a la naturaleza de ese arte ejerce siempre, en de- finitiva, el negocio de un mito, oculta o mantiene en vilo, y no pocas veces con peligrosas consecuencias. A los efectos colaterales dignos de mencién de la ola actual parafiloséfica pertenece la proliferacin de afirmaciones ‘no comprobadas, que ya no se detienen en las fronteras de los Estados na- ‘ionales. Copias piratas de esa desconsideracién circulan libres por todo el mundo. Ofrecen un ejemplo convincente a favor de la tesis de que todo lo que esté en busca de clientela se vende hoy 0 bien en todos los mercados © bien en ninguno. Resulta curioso que no pocas veces sean los espiritus liberales, esos enemigos declarados de los grandes relatos teolégicos y fi- los6ficos, quienes con los conceptos no deducidos de globalidad y total dad, de espacio, tiempo y situacidn, de unidad, multiplicidad, efecto reci- proco, inclusién y exclusién, y otras palabras, de las que escritas una dewas de otra resulta un articulo de fondo, se lancen a hipétesis politicamente vi rulentas. Conta los efectos secundarios de tales precipitaciones ayuda, en prin- cipio, recordar el origen filos6fico del motivo-globo. Este podria comenzar ‘con la frugal indicacién de que «globo» es un sustantivo que representa tuna idea simple, la tesis del cosmos, y un doble objeto cartografico, el Giclo de los antiguos y a Tierra de los modemos; de este nombre se siguen {as derivaciones adjetivas al uso sobre estados de cosas «globales», que solo liktimamente han sido elevadas a rango nominal a través del verbo anglo- saj6n to globalize De ahi procede la hibrida figura de la eglobalizaciénm. De er todos modos, dicha expresi6n tiene la ventaja de acentuar el matiz activo del acontecer actual del mundo: si sucede la globalizacién es siempre por ‘operaciones con efectos en la lejania. ‘Como paso siguiente habria que hacer valer la constatacién de que la imagen de un globo, que sirve a la vida biolégica y reflexiva como conte- nedor 0 soporte, era esencial para la interpretacién filos6fica del universo centre los griegos. La cosmologia de la Antigaedad occidental, sobre todo Ja plat6nica y la de los sabios helenisticas posteriores, se habia adscrito a Ia idea de representar la totalidad de lo que es mediante la imagen esti- mulante de una esfera omnicomprensiva. Por mucho que se haya chapu- rreado nostilgicamente, ¢! nombre de esa configuraci6n esta todavia pre- sente en la memoria europea, puesto que desde los vicjos tiempos de la ‘Academia la gran redondez de lo existente se ha llamado casmos: un nom- bre que trac al recuerdo el cardcter de ornamento y belleza del universo. Al mismo objeto se le Iam6 a la vez cielo, uranos. EL nombre titanico ex- presaba la idea de que el mundo tiene su limite en una tiltima béveda de éter: una conjetura que hubiera podido lamarse jgualmente una espe- ranza, Gustaba de imaginarse el mundo como tna amplia vasija, que pro~ porciona sostén a las estrellas fijas y calma el miedo humano a caer. EL Cielo era para Arist6teles a dltima envoltura, que todo lo contiene perono es contenida por nada‘. Mensurar ese cielo en pensamientos significé Ue- var a cabo la primera globalizacién. Con ello surgié la buena nueva de la filosofia: que, por mucho que le deprima el desorden en que vive, el ser humano no puede caerse fuera del universo. ‘Asi pues: los comienzos reales de la globalizacién estén en Ja raciona- lizacién de la estructura del mundo de los cosmétogos antiguos, que por primera vez con gravedad conceptual, mejor, morfolégica, reconstruye- ron la totalidad de fo existente en figura esférica y ofrecicron a la consi- deracién del intelecto esa edificante configuracién de orden. La ontolo- ga clasica fue una esferologia, bien como, cosmologia bien como teologia: offecié una tcoria del globo absoluto en ambas formas’. Logré consideracién como geometria sublime, que colocaba en ¢l punto central lo bien formado, lo circular, lo recurrente-a-st: se gaané simpatias como 16- gica, ética y estética de las cosas redondas, Para los pensadores de Ia tra- dicién europea vaifa como algo cierto que el bien y la redondez acaban en Io mismo. Por eso la forma esférica pudo ser efectiva como sistema c6s- mico de inmunidad. S6lo como logros mucho més tardjos entran en 25 _juego teorias de lo no redondo: anuncian las victoriosas ciencias de la ex- periencia, la muerte de Dios, las matematicas del caos y el fin de ta vieja Euro] Recordar eas cireunstancas significa poner de manifesto por qué la slobalizacién» en su totalidad es un proceso légica e histéricamente mu- cho mas poderoso que lo que se entiende por ella en el periodismo actual y entre sus corresponsales econémicos, sociolégicos y policiales. Los dis cursos politicos correspondientes, bien se pronuncien durante la semana, bien los domingos, tratan sélo del episodio mas reciente, que se distingue por un intercambio fuertemente acelerado de mercancias, signos y micro~ bios, para hablar s6lo inds tarde de los mercados monetarios y sus quime- ras. Quien quiera hacerse cargo de la seriedad ontol6gica del suceso que discutimos bajo el nombre de globalizacién -el encuentro de ser y forma en un cuerpo soberano-, ha de resaltar diferencias de época, hasta ahora ‘poco percibidas, en el concepto mismo. Por eso a fa expresién globaliza- Cin se le hace acompatiar aqui del adjetivo toreste. Tiene que indicar que ‘se pone en discusion un capitulo de una historia mas amplia, de cuyas di mensiones intelectualmente estimulantes no se hacen una idea apropiada habitualmente quienes contribuyen al debate actual sobre el tema. La globalizacién terrestre (précticamente consumada con la navega- ‘cin cristiano-capitalista y politicamente implantada por el colonialismo de los Estados nacionales de la vieja Europa) constituye, como hay que mostrar, la parte media, plenamente abarcable a simple vista, de un pro- ceso en tres fases, de cuyos inicios se ha tratado en otra parte pormenori- zadamente’, Este periodo intermedio de quinientos afios de la secuencia ha entrado en los libros de historia bajo el epigrafe de «cra de la expan- sién europea>. A la mayoria de los historiadores les resulta fi el espacio de tiempo entre 1492 y 1945 como un complejo cerrado de acon- tecimientos: se trata de la era en que se perfilé el actual sistema de mundo” La precedié, como se ha apuntado, la globalizaci6n cOsmico-ura- nia, aquel imponente primer estadio del pensamiento de ia esfera, que, en * Widen, una palabra importante y muy uilizada en este libro iene el doble mati. de sistema deo del mundo (modo de organizacién del mundo), y de sistema internacional, unk setsl o universalizado (modo de organizacién mundial): un sistema que abarea hoy a todo ‘el mundo y que ha ido generdndose, en su universlidad, desde finales del siglo xv con el ink ‘ode los descubrirlentos terrestres. (N: del 7) 26 honor ala predileccién de la doctrina clisica del ser por las figuras esfér- «as, se podria llamar Ia globalizacién morfol6gica (mejor: onto-morfol6- gica). Le sigue la globalizaci6n electr6nica con la que se las tienen y ten- ‘drn que ver ls gentes de hoy y sus herederos. Los tres grandes estadios de la globalizacién se distinguen, pues, en primer término, por sus medios simbélicos y téenicos: constituye una diferencia epocal que se mida con It nneas y cortes una esfera idealizada, que se dé la welta con barcos a una es- fera real o que se hagan circular aviones y seiiales de radio en torno ala cenwoltura atmosférica de un planeta. Constituye una diferencia ontolégica que se piense en un cosmos que alberga en si el mundo de esencias en su totalidad, o en una Tierra que sirve como soporte de configuraciones di- versas de mundo. El punto culminante de la metafisica de las esferas “Dante y el Cusano son sus testigos eminentes- esa la vex el punto de retorno a su disolucién. La fase de decadiencia de la interpretacién esferocosmolégica de lo exis- tente comienza con la cesura cultural que, siguiendo las huellas de Jacob Burckhardt, lamamos Renacimiento. El gran historiador y morfélogo pro- ‘puso para esta inrupcién en la Epoca Moderna la férmula «descubrimiento

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