Está en la página 1de 74

I

CONCEPTOS FUNDAMENTALES
Sin pretender ahondar demasiado, consideramos necesario, para el buen desarrollo del presente
trabajo, abordar ciertos conceptos. No es nuestro propósito detenernos más allá de lo
estrictamente necesario en estos planteamientos teóricos, resultando – también – que el
tratamiento de estos conceptos fundamentales nos servirá para delimitarlos en función del
enfoque de esta tesis.

Aclarado lo anterior, abordemos pues los conceptos requeridos:

Constitución
Constitución es una palabra equívoca y que sugiere ideas complejas. El problema de las
Constituciones y su naturaleza puede abordarse desde una dialéctica que se erige entre ser y
deber ser; norma y realidad. Lo cierto es que esta dualidad no es producto de las disertaciones
más complejas, sino de los asuntos que de hecho atañen a las Constituciones, mismos que
preliminarmente identificamos en: organizar el poder y su ejercicio frente a una sociedad;
establecer la estructura de un Estado con miras a la realidad.1

Con el fin de abordar el concepto de Constitución, sin que nuestro tratamiento desemboque en
explicaciones excesivas, nos referiremos a esta problemática, en primera instancia, enfatizando
los aspectos político–fácticos de la cuestión; posteriormente abordaremos los aspectos
normativos relevantes para nuestros efectos.

UN ENFOQUE POLÍTICO–FÁCTICO

ARISTÓTELES
Para Aristóteles la Constitución se identifica como la “regla política para los habitantes de un
pueblo”2 ; así, el estagirita entiende al derecho como el principio de toda organización política,
fenómeno que encuentra su más acabada manifestación en el Estado.3

​ En su obra ​La Política, el apenas referido pensador se ocupa de analizar las Constituciones “más
alabadas por sus disposiciones sabias e imaginadas por los filósofos”4 . En este análisis Aristóteles
aborda las más diversas cuestiones que se suscitan en ciertas sociedades.
1
TENA RAMÍREZ,
​ Felipe. ​Derecho constitucional Mexicano. Editorial Porrúa, 35a. ed. México, 2003, p. 22
2
ARISTÓTELES, ​La Política. Alba, 2da ed, Madrid, 1987​, p. 83
3
Loc. cit. ​p. 30
4
Loc. cit. ​p. ​ ​49

1
Al comentar las Constituciones de Lacedemonia, Creta, Cartago y Esparta, tal como las
propuestas por Fáleas de Calcedonia e Hipodamus de Mileto, el comentado filósofo se detiene en
analizar aspectos económicos, familiares, sociales, militares y políticos, entre otros. De los
comentarios de Aristóteles se desprende que su concepto de Constitución es amplio y atiende,
verdaderamente, a toda la organización de una sociedad: desde su forma de gobierno hasta las
minucias de su funcionar económico. 5

Como señala el constitucionalista mexicano, Jorge Carpizo, Aristóteles no realiza un esfuerzo


sistemático para elaborar una tipología de Constitución, sino que la misma se desprende de los
estudios que Aristóteles ofrece. 6

Aprovechando la sistematización que el mismo Carpizo tuvo a bien realizar al respecto de los
trabajos aristotélicos, podemos señalar, de acuerdo con el referido jurista mexicano, que del
pensamiento del autor de ​La Política se desprenden las siguientes acepciones de Constitución:7

a) Como ​realidad​: entendiéndose como “la vida misma del Estado”, su devenir cotidiano.
b) Como o ​ rganización​: siendo el gobierno mismo y la estructuración de sus magistraturas,
así como del desempeño de las mismas.
c) Como ​lege ferenda​: como la óptima combinación de los factores que conforman el
Estado, determinando así la forma de gobierno, ya sea democrática, oligárquica o
monárquica.

Siguiendo aún con las ideas de Carpizo, lo valioso de los estudios aristotélicos recae en el
reconocimiento de la Constitución como el devenir político de las sociedades.8

SCHMITT
Carl Schmitt se propuso, hacia allá de de 1927, elaborar una verdadera Teoría de la Constitución,
ofreciendo así “el intento de un sistema”.9

De acuerdo con este propósito, el referido jurista inicia la construcción de su teoría


constitucional partiendo de que existe una innegable diversidad de sentidos alrededor de la
palabra ​Constitución. Simplemente, señala, “todo, cualquier hombre y cualquier objeto, cualquier
establecimiento y cualquier asociación, se encuentra de alguna manera en una constitución, y
todo lo imaginable puede tener una constitución”.10

5
Loc. cit. ​p. 61–82
6
CARPIZO, Jorge. ​Estudios constitucionales. Editorial Porrúa; Universidad Nacional Autónoma de México, 8va ed,
México, 2012, 33
7
Idem.
8
Idem.
9
SCHMITT, Carl. ​Teoría de la Constitución. Editorial Nacional, México, 1966, p. IX
10
Loc. cit. p. 3

2
Ante esta problemática generada por la amplitud de la palabra en comento, lo indispensable es
limitar la palabra ​Constitución a Constitución del Estado, “es decir, de la unidad política de un
pueblo”11 . Sin embargo, aún dentro de esta limitación sucede que “puede designarse al Estado
mismo, al Estado particular y concreto como unidad política, o bien, considerado como una
forma especial y concreta de la existencia estatal.”12

Por otro lado, también se puede considerar a la Constitución como un sistema normativo, mas
entendiéndose no en concreto sino de manera ideal. En contraste, la Constitución a su vez puede
asumirse como “una serie de leyes de cierto tipo”, afectando ya no a un todo, “sino a algunas,
varias o muchas prescripciones legales de cierto tipo”.13

En un invaluable esfuerzo de sistematización de las anteriores ideas, Schmitt refiere la existencia


de cuatro conceptos de Constitución, a saber: i) el concepto absoluto, ii) el concepto relativo, iii)
el concepto positivo y iv) el concepto ideal.14

I. Concepto absoluto

Este concepto absoluto debe entenderse a su vez de cuatro maneras:

i) En un primer momento el concepto absoluto se puede entender como el ser mismo del Estado.
No cómo se forma y funciona el Estado, sino que el Estado mismo se confunde con su
Constitución. Sin Constitución no hay Estado y sin Estado no hay Constitución. La Constitución
es el alma del Estado.

ii) En un segundo momento, la Constitución puede significar la manera especial del orden
político y social. Así, entendemos la Constitución como la forma en que el poder se establece y
funciona en cada Estado: la forma de gobierno.

En este sentido, la forma de gobierno es un ​status y no un deber ser con arreglo a lo jurídico.
Resulta así que a todo Estado corresponde una Constitución, una forma de gobierno
determinada.

iii) En tercer momento la Constitución en sentido absoluto puede entenderse como algo
dinámico que opera en la base del Estado. Así, el Estado se entiende también como en constante
cambio y evolución y no como algo estático. Los distintos factores de la realidad – ideas,
tendencias, opiniones – forman la realidad política cotidiana.

11
Idem.
12
Idem.
13
Idem.
14
Loc. cit. p. 3–47 *Todas las ideas manifestadas en este apartado – dedicado al pensamiento de Schmitt – fueron
consultadas en su ya referida obra ​Teoría de la Constitución, por lo que obviaremos la información bibliográfica, salvo
por las citas textuales.

3
iv) Por último, dentro del concepto absoluto, también significa Constitución un sistema de
normas supremas y útiles, siendo la Constitución la norma de las normas.

No se trata en esta significación de un asunto del ser, ya sea en una manifestación estática o
dinámica, sino de un deber ser: de algo normativo. Sin embargo, no estamos en este punto frente
a leyes o normas particulares, sino frente a la normación de toda la vida del Estado, como una
unidad hermética. Así, el Estado no es sino un ordenamiento jurídico que se funda en la
Constitución como una unidad de normas. En virtud de ser esta una concepción unitaria del
orden jurídico, cohesionada por su reposo en la norma fundamental, es que se entiende absoluta
esta acepción normativa.

Llegado entonces al aspecto de lo normativo, Schmitt refiere las siguientes y muy importantes
ideas:

El valor de una norma reside en que la misma ha emanado de una voluntad. Por otro lado, las
normas son reconocidas porque su esencia es justa y no sólo por su positividad. Así, el afirmar
que la Constitución es norma fundamental implica afirmar también que la misma tiene ciertas
cualidades – ya por su contenido, ya por su lógica, ya por su moral – que la erigen como un
“sistema cerrado de preceptos justos”.

En este orden de ideas, Schmitt, con referencia a su contexto, nos dice:

“La voluntad del pueblo alemán – por tanto, una cosa existencial – funda la unidad política y
jurídica, más allá de las contradicciones sistemáticas, incongruencias y oscuridades de las leyes
constitucionales concretas. La Constitución de Weimar vale porque el Pueblo alemán se la ha
dado”.15

II. Concepto relativo

De acuerdo a este concepto, la Constitución se aborda como la ley constitucional en particular.


No importan los contenidos de las leyes constitucionales, sino que se atiende únicamente a un
aspecto formal. Nos dice Schmitt:

“Para este concepto ‘formal’ es indiferente que la ley constitucional regule la organización de la
voluntad estatal o tenga cualquier otro contenido.” 16

Este criterio relativizador tiene como consecuencia que ciertas ‘normas fundamentales’ sean
equiparadas con ‘prescripciones particulares’, partiendo de la idea de que tanto las primeras

15
Loc.cit. p. 11
16
​Loc. cit. p.13

4
como las segundas coinciden en aspectos puramente formales. A manera de ejemplo, el autor
señala:

“La frase del art. 1, apartado 1 de la C. a.: ‘El Reich es una República’, y la frase del art. 129, ‘se
garantizará al funcionario el derecho a examinar su expediente personal’, se llaman ambas
‘normas fundamentales’, ‘ley de leyes’, etcétera. Pero claro está que con tal formalización no
reciben carácter fundamental en ningún modo aquellas prescripciones particulares, sino, al
contrario, las auténticas prescripciones fundamentales son rebajadas al grado de detalles de la
ley constitucional.”17

En este punto cobra importancia el procedimiento de reforma de las normas constitucionales, el


cual se establece con mayor complejidad. En el procedimiento de reforma especial, distinto a
aquél propio de las leyes ordinarias, reside la nota formal de la Constitución y de las leyes
constitucionales específicas.

III. Concepto positivo

La Constitución bajo este concepto surge a partir del ​actuar del poder constituyente. Este acto tiene
por objeto establecer – justamente – la forma precisa y el modo de ser una comunidad política
que ya existía con anterioridad.

La Constitución, como resultado positivo, no se ha de conformar por normas cualquiera, sino


que contiene así la particular existencia de toda la comunidad política, entendiéndose esta última
como unidad. Por estas razones, el jurista en comento considera indispensable la distinción entre
Constitución y ley constitucional.

Este concepto positivo presupone, pues, una voluntad constituyente que da origen a la
Constitución. Así, la Constitución no surge de sí misma, sino del acto constituyente, y no se
debe a sus propios principios, sino a la voluntad política que la crea.

Por otro lado, las leyes constitucionales presuponen una Constitución, pues valen en función de
estar derivadas de la misma. De este modo resulta que toda ley, así sea una ley constitucional,
descansa en última instancia, como regulación normativa, en una decisión política previa que
existe en la esencia de la Constitución.

De lo anterior se desprende que si bien toda unidad política tiene una Constitución en sentido
absoluto, como su existencia misma, no toda unidad política se determina a sí misma al decidir
su particular modo de existir. El producto de esa decisión es la Constitución, en sentido positivo,
cuya esencia no se determina por leyes o normas, sino por la voluntad política.

17
​Loc. cit. p.14

5
En este punto Schmitt delimita claramente el concepto de Constitución como el conjunto de
decisiones políticas fundamentales, distinguiéndolo – también – del concepto de leyes
constitucionales. En la Constitución residen las determinaciones políticas del pueblo respecto a
la conformación del Estado que les es propio. Optar por un régimen democrático o monárquico,
federal o central, representativo, social, etcétera, constituye decidir sobre los aspectos
fundamentales del Estado mismo, cosa que no se realiza en las leyes constitucionales sino en la
Constitución.

Las leyes constitucionales son, entonces, la regulación concreta y específica de lo previamente


establecido como decisión política fundamental. Por ello Schmitt establece que las leyes
constitucionales no son intangibles, como sí lo es la Constitución, y por ende pueden ser
suspendidas en los estados de excepción:

“…está facultado el presidente del Reich para adoptar tales medidas; los derechos
fundamentales establecidos en los artículos… pueden ser puestos temporalmente fuera de
vigor. Todo esto no atenta a la decisión política fundamental ni a la sustancia de la
Constitución, sino que precisamente se da en servicio del mantenimiento y subsistencia de la
misma.”18

Queda así de manifiesto que en el pensamiento de Schmitt, incluso la Constitución como norma
tiene un sustrato eminentemente político, pues es el resultado mismo de las decisiones políticas
fundamentales de una voluntad constituyente. El ser y el devenir político de un Estado se
levanta, así, como norma tras el acto de voluntad constituyente.

IV. Concepto ideal

Como lo indica su nombre, el concepto ideal refiere a entender la Constitución como


manifestación de ciertos ideales: como un ideario político. Según la postura política que se tenga
serán o no constitucionales aquellas decisiones políticas fundamentales que se arreglen a
nuestras concepciones políticas.

Al estar la Constitución inseparablemente relacionada con las cuestiones políticas, es natural que
los actores de poder esperen generar una Constitución de acuerdo con sus expectativas e ideas.

“Para la concepción de un Estado laico, esto es, rigurosamente separado de la Iglesia, un Estado
que no practique esa separación no es un estado libre; al contrario para una cierta especie de
convicción confesional y religiosa, un Estado sólo tiene verdadera Constitución cuando
considera la situación de hecho social y económica, de la Iglesia, le garantiza una libre actividad
política y autodeterminación, protege sus instituciones como parte del orden público, etc.”19

18
Loc. cit. p. 31
19
Loc. cit. p. 43

6
No obstante la relatividad derivada de este enfoque, existen ciertas ideas políticas fundamentales
que se han arraigado de tal modo en la cultura constitucional que sería poco menos que
impensable concebir un orden constitucional “digno” que no las prevea. Tales ideas, en
consideración de Schmitt, pueden encontrarse – por ejemplo – en la separación de poderes o en
el sistema de las garantías de libertad burguesa.

UN ENFOQUE SISTEMÁTICO–JURÍDICO
Para el desarrollo del presente apartado nos apoyaremos principalmente en las ideas del
eminente constitucionalista, Elisur Arteaga Nava, sin perjuicio de que en su momento refiramos
las ideas de otros autores.

Para el maestro Arteaga Nava una Constitución “es un complejo normativo de naturaleza
suprema y fundamental. Es un conjunto de normas dispuestas sistemáticamente con el propósito
de organizar un estado; ellas regulan el uso del poder, garantizan el respeto de las libertades y
permiten el ejercicio de derechos; son de jerarquía superior, permanentes, escritas, generales y
reformables.”20

En la opinión de Ignacio Burgoa, una Constitución en sentido jurídico–positivo “se traduce en


un conjunto de normas de derecho básicas y supremas”. 21

De las anteriores definiciones – sin perjuicio de considerar valioso todo el contenido de aquella
que nos ofrece el maestro Arteaga – queremos resaltar las cualidades de supremacía y
fundamentalidad. La supremacía constitucional refiere a la calidad de una Constitución que la
coloca “por encima de toda institución jurídica”, siendo esta calidad “imponible a particulares y
órganos de autoridad.”22

Asimismo la Constitución goza de un atributo de generalidad, pues rige “para todos y para todo
dentro del territorio nacional; nadie ni nada queda al margen de su función normativa.”23 De este
modo queda obviado el hecho de que ningún acto de autoridad o decisión política del gobierno
puede exceder o contravenir lo mandado en la Constitución.

Lo anterior se reitera con el principio de que la Constitución es norma fundamental, establecido


por el citado maestro Arteaga. En virtud de este principio de fundamentalidad, todo poder
constituido debe fundar su actuación en la Constitución. 24

20
ARTEAGA NAVA, Elisur. ​Derecho constitucional Mexicano. Oxford, 3ra ed, México, 2013 p. 2
21
BURGOA IGNACIO. ​Derecho constitucional Mexicano. Editorial Porrúa, 2da ed. México, 1976. 308
22
Op. cit. ARTEAGA p. 3
23
Idem.
24
Loc cit. p. 35

7
De acuerdo con las ideas de Jorge Carpizo, del concepto de supremacía constitucional derivan
dos principios: 25

a) Principio de legalidad, que establece que todo acto que no esté de acuerdo con la
Constitución, carece de validez jurídica.

b) Principio de competencia, según el cual los órganos del Estado tienen competencias
previamente establecidas, mismas que no son delegables, salvo en los casos que
expresamente se contemplan en la Constitución.

Otro aspecto relevante, y estrechamente vinculado con hasta ahora dicho, se encuentra en la
relación de la Constitución con la soberanía. Según explica Tena Ramírez, en concordancia con
la teoría americana de soberanía, aplicable a nuestras concepciones constitucionales, la
Constitución es la manifestación de la soberanía popular.26

Así, el acto constituyente representa “un acto de autodeterminación plena y auténtica, que no
está determinado por determinantes jurídicos, extrínsecos a la voluntad del propio pueblo.”27Es –
entonces – el propio pueblo soberano y generador de la Constitución quien se coloca por debajo
de la misma, siendo así que la Constitución deviene en la única manifestación soberana del
pueblo, pues una vez creada será ésta la que regulará todo acto posterior, incluyendo su propia
modificación.

“Lo expuesto nos lleva a la conclusión de que la soberanía, una vez que el pueblo la ejerció,
reside exclusivamente en la Constitución, y no en los órganos ni en los individuos que
gobiernan…

“Así es como la supremacía de la Constitución responde, no sólo a que ésta es la expresión de la


soberanía, sino también a que por serlo está por encima de todas las leyes y de todas las
autoridades…”28

Lo hasta ahora dicho nos lleva, por vía de consecuencia, a una siguiente parada: el control de
constitucionalidad.

25
Op. cit. CARPIZO p. 296
26
TENA RAMÍREZ, Felipe. ​Derecho constitucional Mexicano. Editorial Porrúa, 35a. ed. México, 2003. p. 16
27
Loc cit. p. 10
28
Loc cit. p. 11

8
CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD
El hecho de que la Constitución sea suprema y fundamental conlleva, necesariamente, a que en la
Constitución deben preverse medios para imponer la misma; de lo contrario devendría
fatalmente inobservada, lo que poco tiene de supremo.29

El maestro Arteaga Nava, en su obra ​Derecho constitucional mexicano, ofrece una rica y profunda
exploración en el tema, agotando los medios de control de constitucionalidad referentes a todas
las autoridades en todas sus facetas y respecto a los actos propios o ajenos. Excedería los
propósitos del presente trabajo asimilarlos todos; por el contrario, más que abordarlos,
quisiéramos hacer notar algunas notas de los medios de control constitucional, mismas que
justifican su somero – pero indispensable – tratamiento en el presente trabajo.30

En este orden de ideas, el maestro Arteaga nos ofrece ciertas ideas fundamentales relacionadas
con el control de constitucionalidad, de entre las cuales resaltamos las siguientes:

1. La seguridad jurídica apunta a la presunción de que todo acto de autoridad o particular se


realiza conforme a la Constitución, en tanto no se declare lo contrario por autoridad
competente.

2. Existen únicamente vías limitadas y expresas para impugnar actos contrarios a la


Constitución.

3. Los alcances de las sentencias en esta materia son por lo general de efectos limitados,
siendo que aquellas de efectos generales son la excepción y observan mayores
requerimientos para su verificación.

4. Existen actos que no pueden ser impugnados.

5. Existen procedimientos que no buscan enmendar los actos violatorio de la Constitución,


sino sancionar al servidor público que lo realizó.

6. La Constitución, en aras de privilegiar la seguridad jurídica, “establece un sistema para


permitir se emitan y estén en vigor actos inconstitucionales.”31

29
Op. cit. ARTEAGA p. 996

30
Ver ​ Op. cit ARTEAGA, libro quinto, no. 9 y 10
31
Loc. cit p. 997–998

9
Para Tena Ramírez, toda observancia constitucional debe ser en principio espontánea, siendo
que las violaciones a la Constitución existen como excepciones. Esto podría verse
satisfactoriamente relacionado con el señalamiento que hace Arteaga Nava alrededor de los
medios de control de constitucionalidad, en el sentido de que son limitados y expresos. 32

Sin embargo, esta idea de la excepcionalidad de las violaciones a la Constitución da por


consecuencia otra idea imprescindible en el tema que nos ocupa, misma que es expresada por el
Tena Ramírez de la siguiente forma:

“El respeto debido a la Constitución tiene que ser, en principio, espontáneo y natural. Sólo
como excepción cabe considerar la existencia de violaciones constitucionales, dentro de un
orden jurídico regular. ​Cuando la excepción se convierte en regla, es que la anarquía o el
despotismo han reemplazado al orden constitucional.​” 33

Pensando en un ​orden jurídico regular, como lo ha llamado Tena Ramírez, se puede celebrar la
presunción de constitucionalidad de los actos contrarios a la Constitución, pues son estos la
excepción, y sólo así se podría brindar seguridad jurídica a gobernados y gobernantes. Pero
invertida esta situación, cuando la inobservancia constitucional es la regla general y la
observancia a la Constitución es una excepción, la presunción de constitucionalidad no resulta
suficiente para evitar una terrible anarquía.

Con esto vislumbramos más o menos la idea hacia la que dirigimos; baste enunciar ahora – para
continuar con el desarrollo de este trabajo – otra nota fundamental de los medios de control de
constitucionalidad, que – al ser tan obvia – pudiera pensarse que resulta innecesaria su mención;
sin embargo, hacerlo es ineludible para la buena delimitación de nuestra problemática: los
medios de control de constitucionalidad son confiados a uno o varios órganos.

En efecto, “a quién encomendar y cómo organizar dicha defensa (la constitucional), son
cuestiones de primera importancia en toda organización constitucional y que han preocupado a
los legisladores y a los teóricos desde la más remota antigüedad”34; sin embargo, no importando a
quién se le encomiende tan importante tarea, inevitablemente a alguien se le habrá de confiar, lo
que representa ya un problema en sí mismo. Es este uno de los problemas abordado en esta tesis.

Así, un aspecto sumamente relevante de la problemática apenas enunciada reside en la


infalibilidad jurídica de los órganos de control de constitucionalidad, siendo que, como lo dice

32
Op. cit. TENA p. 491
33
Idem. Énfasis añadido por nosotros.
Ya lo decía de brillantemente Aristóteles: “La verdadera garantía de un buen gobierno es el cumplimiento de las leyes;
por tanto, debe impedirse toda transgresión, por pequeña que sea; las causas insensibles acaban por minar sordamente
el Estado, así como los gastos pequeños, pero múltiples, destruyen las fortunas poderosas.” Op. cit. ARISTÓTELES p.
235
34
Loc. cit. p. 492

10
Tena Ramírez, “la irresponsabilidad jurídica de la Constitución se confunde con la de su
intérprete; la suprema palabra de la una es la última palabra en el otro…”35

En síntesis, no nos ocupa a quién confiar la defensa de la Constitución en un ​orden jurídico


regular, sino establecer que ésta, indefectiblemente, se le confía a alguien que para el efecto
gozará de una infalibilidad jurídica.

AUTOCONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD
Este tipo de control de constitucionalidad lo ejercen los servidores y órganos públicos respecto
de los actos propios, simplemente al procurar no realizarlos contraviniendo lo establecido en la
Carta Magna y revocando o derogando los emitidos así. Lo anterior, al decir del maestro Arteaga
Nava, aplica para toda autoridad constituida “sin importar que no se les haya elevado a la
categoría de poderes, como pudieran ser los ayuntamientos…”36

Como primer referente de este tipo de control constitucional nos referimos al artículo 128,
mismo que establece:

Artículo 128. Todo funcionario público, sin excepción alguna, antes de tomar posesión de su
encargo, prestará la protesta de guardar la Constitución y las leyes que de ella emanen.37

De este modo, respecto a la Constitución, todo funcionario público “está obligado a observarla y
guardarla antes de asumir el cargo, durante el ejercicio de éste y una vez que ha cesado de
hacerlo.”38

Abordamos el autocontrol de constitucionalidad por ser la base de todo ​orden jurídico regular,
pues no es más que la observancia espontánea de la Constitución. El hecho de que las
autoridades no procuren en los actos propios el respeto a la Constitución constituye el germen
de una indeseable anarquía.

Y esque aunque existen medios de control de constitucionalidad que permitan impugnar ciertos
actos una vez que el autocontrol ha fallado, los órganos de control de constitucionalidad también
habrán de autocontrolarse, mirando siempre que sus resoluciones sean con apego a la
Constitución y buscando imponer la misma.

35
Loc. cit. p.​ 16
36
Op. cit. ARTEAGA p. 1002
37
Constitución POLÍTICA DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS
*Todos los artículos constitucionales que sean citados o referidos en su texto vigente, a lo largo de todo el trabajo,
fueron consultados en versión digital, de acuerdo con el siguiente sitio web: http:// www. diputados.gob.mx/
LeyesBiblio/htm/1.htm.
38
Loc. cit. p. 999

11
De hecho, en la última instancia del control de constitucionalidad, sea cual sea ésta, es donde el
autocontrol cobra la mayor relevancia. Que un órgano de control de constitucionalidad emita
resoluciones inimpugnables no lo exime procurar guardar la Constitución. Este punto resulta
tan obvio que podría perderse de vista.

Como dijimos en el apartado anterior, la voz del intérprete constitucional se confunde con la
Constitución misma; sin embargo, el propio concepto de control de constitucionalidad evoca
justo eso: que el órgano a quien se le confía el control de constitucionalidad debe resolver de
modo que la Constitución, y no la arbitrariedad inimpugnable, sea la que se imponga. ¿Por qué
nos detenemos tanto en esto? Porque puede suceder que el intérprete de la Constitución
deliberadamente se aparte de la misma.

Es cierto que el apartarse de la Constitución, excepcionalmente, debe tolerarse en aras de lograr


la seguridad jurídica, llegando al extremo de que, como dice la ya citada opinión del maestro
Arteaga Nava, la Constitución “establece un sistema para permitir se emitan y estén en vigor
actos inconstitucionales.”39Sin embargo – reiteramos – esto debe concebirse en un ​orden jurídico
regular, en donde la generalidad es el respeto a la Constitución.

Tolerar la inobservancia constitucional, concretada en un generalizado y negligente control de


constitucionalidad, equivale a tolerar la desaparición material de la Constitución: a sostener con
presunciones y entelequias la apariencia de Constitución.

Es por lo anterior que el autocontrol de constitucionalidad es tan importante para los órganos de
control de constitucionalidad; ante la ausencia de otro órgano que verifique la efectiva defensa de
la Constitución en sus resoluciones, se confía a ellos mismos este escrutinio.

CONSTITUCIÓN REAL Y CONSTITUCIÓN


JURÍDICA
Con el término de ​Constitución real queremos referirnos al orden constitucional que de facto se
vive en un Estado. El simple planteamiento de un orden constitucional ​de hecho aparenta una
cierta contradicción si se entiende a la Constitución desde el enfoque jurídico–positivo, pero
resulta sostenible desde el enfoque fáctico–político.

Precisamente en el presente apartado confrontaremos los dos enfoques apenas mencionados.


Para comenzar a tratar esta dialéctica, consideramos pertinente referirnos a los ​Estudios
constitucionales del maestro Jorge Carpizo, en los que nos ofrece una clasificación de
Constituciones, a saber, la siguiente40:

39
Loc. cit. p. 998
40
Op. cit. CARPIZO p. 428–432

12
a) Constituciones democráticas: son aquellas que protegen ampliamente los derechos
humanos y se aseguran condiciones mínimas económicas de acuerdo con la dignidad
humana; asimismo existe un pluralismo políticos efectivo y los órganos de gobierno
actúan dentro de su competencia.

b) Constituciones cuasi–democráticas: protegen los derechos humanos en su texto; sin


embargo, los derechos en ellas contemplados no son respetados de hecho; las condiciones
mínimas económicas no son realmente garantizadas para la población y el pluralismo
político no opera de manera plena; además, ciertos órganos concentran facultades en los
hechos.

c) Constituciones de democracia popular: no aseguran con amplitud los derechos humanos;


subordinan la concepción del ser humano a fines del Estado y necesidades generales. Las
condiciones mínimas económicas se establecen con la dignidad humana y no existe un
pluralismo político en ninguna forma y uno de los órganos de gobierno acapara la
mayoría de las facultades.

d) Constituciones no democráticas: no aseguran derechos humanos ni condiciones mínimas


económicas para la población; no existe pluralismo político y un solo órgano de gobierno
acapara las facultades.

De la anterior clasificación, consideremos enormemente valioso el hecho de que el maestro


Carpizo no sólo tome en cuenta el contenido de las Constituciones, sino la observancia que en
los hechos tienen. Lo anterior concuerda con la inclinación del maestro Carpizo por la
clasificación de Constituciones que ofrece Karl Lowenstein, quien sigue un criterio ontológico
para el efecto.41

El análisis de las Constituciones bajo un criterio ontológico “consiste en estudiar y contrastar el


contenido de la Constitución escrita con la realidad constitucional, o sea con la realidad del
proceso del poder.”42

Así, de acuerdo con Lowestein – según lo refiere Carpizo – existen Constituciones normativas,
nominales y semánticas.

a) Las Constituciones ​normativas son aquellas que se concretan en la realidad: los


procesos reales de poder se realizan con apego a la Constitución.

41
Loc. cit. p. 427
42
Loc. cit. p. 423

13
b) Las ​nominales son aquellas que no son perfectamente observadas: los procesos reales de
poder no se realizan con total apego a la Constitución, sino que responden también a
factores externos.

c) En el caso de las Constituciones ​semánticas “el proceso de poder está ​congelado en


beneficio de quienes efectivamente detentan el poder. Es decir, no hay concordancia
entre la realidad y la norma escrita…”43

De las anteriores clasificaciones rescatamos lo siguiente: el método de contrastar la realidad con


la norma atiende al hecho de que las normas constitucionales no siempre son observadas,
generándose, así, una realidad constitucional paralela y con anclajes meramente políticos.
Llegado a este punto, nos resulta obligado reparar en la teoría constitucional de Ferdinand
Lasalle.

FERDINAND LASALLE
La teoría constitucional de Ferdinand Lasalle puede resumirse en lo siguiente: la Constitución
no es sino la suma de los factores reales de poder.44 Esta sencilla afirmación concentra aquello que
el citado autor socialista llamó “el arte y la sabiduría constitucional”45 ; y es que sucede que para
Lasalle, “los problemas constitucionales no son, primariamente, problemas de derecho, sino de
poder”.46Abordemos de lleno, entonces, esta teoría.

Lasalle comienza preguntándose: ¿Qué es una Constitución? Para responder, el jurista alemán se
enfoca en lo que él considera la esencia de la Constitución, no deteniéndose para ello en
cuestiones técnico–jurídicas, sino en las causas reales que dan origen a la norma constitucional.
Así, Lasalle establece que en las sociedades existen factores reales de poder que – ya en una suerte
de sinergia, ya en confrontación – constituyen una estructura y una mecánica social
determinada.

Lasalle desarrolla su teoría a partir de la realidad en la que se encontraba inserto, refiriendo


además antecedentes históricos para fortalecer sus postulados. Buscando ilustrar sus
afirmaciones, Lasalle refiere el siguiente ejemplo: imagínese que todo papel en donde conste el
texto constitucional de un Estado es reducido a cenizas, viéndose tal sociedad en necesidad de
procurarse una nueva Constitución.

El referido jurista niega que un con congreso constituyente pueda, simplemente, redactar una
Constitución partiendo de la nada y con base en su inventiva. Por el contrario, Lasalle afirma

43
Idem.
44
LASALLE, Ferdinand; Rutiaga, Luis (trad.) ​¿Qué es una Constitución?, Grupo Editorial Tomo,México, 2009. p.
62*Todas las ideas manifestadas en este apartado – dedicado al pensamiento de Ferdinand Lasalle– fueron consultadas
en su obra ahora citada, por lo que obviaremos la información bibliográfica, salvo por las citas textuales.
45
Loc. cit. p.76 y 90
46
Loc. cit. p.87

14
que el constituyente habrá de atender a la realidad, de manera que reconozca en ella los factores
de poder existentes no en lo jurídico, sino en lo político.

El resultado sería que, dentro del contexto de Lasalle, el constituyente no podría abolir la
monarquía, ni privar a la burguesía de ciertas prerrogativas, ni aplastar todos los derechos del
proletariado, pues sería poco menos que intentar derogar la realidad. De lo anterior sigue
concluir, como lo establece el citado jurista, que existe una Constitución real frente a una
Constitución en papel.

Sin embargo, ¿qué sucedería si de hecho una asamblea constituyente elabora un texto, una
Constitución en papel, que no es acorde con los factores reales de poder, con la Constitución
real? Lasalle responde:

“Allí donde la Constitución escrita no corresponde a la real, estalla inevitablemente un


conflicto que no hay manera de eludir y en el que a la larga, tarde o temprano, la Constitución
escrita, la hoja de papel, tiene necesariamente que sucumbir ante el empuje de la Constitución
real, de las verdaderas fuerzas vigentes en el país.”47

De esta manera Lasalle deja manifiesta una pugna entre la realidad constitucional y la norma
constitucional. De lo anterior se desprende una sencilla verdad que anunciamos sin temor a
equivocarnos: el derecho requiere de realidades para su vigencia, si no – como dice Lasalle – es
sólo papel. Adecuar una realidad al imperio normativo es un asunto político en esencia; sin
voluntad política de los factores reales de poder la norma no será sino una entelequia.

Respecto a la revolución prusiana de 1848, Lasalle refiere:

“El hacer una Constitución escrita era lo de menos… Desplazar los factores reales y efectivos de
poder dentro del país, inmiscuirse en el poder ejecutivo, inmiscuirse en él tanto y de tal modo,
socavarlo y transformarlo de tal manera que se le incapacitara para ponerse ya nunca más
como soberano frente a la nación… era lo que importaba y lo que urgía; esto era lo que había
que echar por delante para que la Constitución escrita que luego viniera fuese algo más que un
pedazo de papel.”48 49

De acuerdo a lo hasta ahora expuesto, establezcamos una conclusión: para que una Constitución
sea observada – efectiva – es necesario que esté de acuerdo con los factores reales de poder.

47
Loc. cit. p. 77
48
Loc. cit. p. 82
49
Por su cualidad ilustrativa y alta perspicacia, nos permitimos referir una cita más del referido jurista prusiano: “Ya
pueden ustedes plantar en su huerto un manzano y colocar un papel que diga: Este árbol es una higuera. ¿Bastará con
que ustedes lo digan y lo proclamen para que se vuelva higuera y deje de ser manzano? No. Y aunque congreguen
ustedes a toda su servidumbre, a todos los vecinos de la comarca, en varias leguas a la redonda, y les hagan jurar a todos
solemnemente que aquello es una higuera, el árbol seguirá siendo lo que es, y en la cosecha próxima, lo dirán bien alto
sus frutos que no serán higos sino manzanas.” ​Loc. cit. p. 89

15
II
DERECHO DE RESISTENCIA FRENTE A
LA OPRESIÓN
Tratar el derecho de resistencia frente a la opresión nos ofrece la siguiente utilidad: conocer el
tema central de la presente tesis y proveernos el enfoque necesario para abordar nuestros
postulados.

El cometido apenas planteado requiere que nos detengamos en aquellos pensadores cuyas ideas
nos parecen emblemáticas, sin intentar ser exhaustivos al grado de perder de vista las metas que
se persiguen en la presente.

JUAN DE MARIANA
Juan de Mariana50 es conocido como un jesuita de los llamados ​teólogos juristas españoles del S.
XVI, mismos que sostuvieron postulados revolucionarios frente a los poderes seculares de los
reyes. Sin embargo, – y justo por eso abordamos a éste jesuita en particular – a pesar de ser
considerado un ​teólogo jurista español, Mariana funda su teoría más en aspectos
político–constitucionales que teológicos.51La importancia y utilidad de su pensamiento, para
nuestros fines, es señalada por el maestro Raúl Pérez Johnston de la siguiente manera:

“Al respecto de atender a la obra cumbre de Juan de Mariana, Del Rey y de la Institución de la
Dignidad Real podemos desprender la esencia del pensamiento que caracteriza también a
Francisco Suárez52, al igual que al propio Santo Tomás de Aquino.”53

Así, pues, en el pensamiento de Mariana la humanidad parte de un estado de naturaleza en el que


no existe civilización alguna y los hombres y mujeres existen sin más preocupación que las
necesidades biológicas inmediatas. No obstante, Mariana concibe al ser humano como un un

50
MARIANA, Juan de; Barriobero y Hernán E. (trad.). ​Del rey y de la institución de la dignidad Real. Mundo Latino,
Madrid, 1930. *Todas las ideas manifestadas en este apartado – dedicado al pensamiento de Juan de Mariana – fueron
consultadas en su obra ahora citada, por lo que obviaremos la información bibliográfica, salvo por las citas textuales.
51
SABINE, George H. Herrero, Vicente (trad.). ​Historia de la Teoría Política. 3a. ed. Fondo de Cultura Económica.
México, 1994 p. 306
52
Francisco Suárez (1548–1617) es otro importante exponente de los llamados ​teólogos juristas españoles que justifica el
tiranicidio.
53
PÉREZ JOHNSTON, Raúl. ​Notas sobre el Constituyente Revolucionario, el Derecho a la Revolución y el Derecho de la
Revolución. Publicado en: Iuris Tantum, Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Anáhuac. volumen XIII,
primavera–verano, México, 2002​. ​p. 3

16
ente indefenso y débil en comparación con otras bestias que existen en la naturaleza, mismas que
fueron dotadas – por el mismo Dios – con medios y herramientas para enfrentar el problema de
la supervivencia.

La debilidad que aqueja al ser humano, por cuestiones biológicas, le impide satisfacer a plenitud
sus necesidades y aún subsistir frente a los riesgos inminentes de la existencia en lo salvaje. Por
esta causa el ser humano se ve compelido a formar sociedades bien organizadas, a partir de las
cuales – después de un amplio desarrollo – surge el Estado. Bajo esta concepción, el Estado es
producto de la voluntad de comunidad y todo gobierno del mismo se debe a ella.

Mariana, a su vez, se enfoca en examinar las cuestiones propias de las formas de gobierno, y al
igual que Aristóteles – dejando ver, en realidad, un fuerte apoyo en el estagirita – ofrece una
tipología de las mismas, a saber la siguiente: república y democracia; aristocracia y oligarquía;
monarquía y tiranía; siendo que las primeras formas de gobierno, enunciadas en cada par,
constituyen una manifestación virtuosas dentro de su clase, y las segundas, por el contrario,
manifestaciones viciosas.

La república, entonces, se erige como el gobierno donde el poder se ejerce por el propio pueblo;
sin embargo, aún en esta sistema popular, se respetan las diferencias que yacen entre los
ciudadanos a raíz de las virtudes o vicios que cada cual posee y enarbola.

En contraste, existe la democracia, sistema en el que toda distinción se desdibuja y no hay ante el
Estado una persona distinta a la otra, a pesar de que ciertos individuos sean más virtuosos que
otros. En ideas de Mariana, la igualdad ultranza de la democracia lleva al Estado a enfrentar su
decadencia en los malos manejos de los asuntos públicos.

Continuando con la tipología, Mariana habla de la aristocracia como la forma de gobierno de


unos cuantos, siendo la nota característica de este sistema que los pocos que gobiernan lo hacen
derivado de sus notables virtudes. Por otro lado existe la oligarquía, también como el gobierno
de unos cuantos; sin embargo, en este caso, el criterio para determinar quienes serán los pocos
que conduzcan el gobierno reside en las fortunas y no en las virtudes, lo que no asegura el buen
devenir de los asuntos públicos.

En el caso de la monarquía el poder reside en un sólo individuo, siendo lo mismo en la tiranía.


La diferencia entre estas dos formas de gobierno se encuentra en las cualidades del príncipe:

En la monarquía el rey es un hombre virtuoso, prudente y cercano al pueblo; es un hombre que


entiende que su poder proviene de su gente. El rey gobierna con base en su buen ejemplo,
mismo que los súbditos se empeñarán en imitar; de este modo resulta que el rey es el primero en
honrar el mandato de las leyes y las buenas costumbres.

17
En alto contraste se encuentra la tiranía, indentificada por Mariana como la peor forma de
gobierno de entre todas.

Respecto a la tiranía, el jesuita que nos ocupa describe al príncipe más como a una bestia que
como a un hombre. Caracterizado por sus bajas pasiones, por su violencia e injusticia, el tirano
funda su gobierno en el temor que inspira; asimismo, y por ello, desconfía del pueblo al que
oprime, razón por la que instaura medidas continuas para reprimir posibles conspiraciones hacia
su persona. Contrario al rey justo, el tirano ignora las leyes y ultraja el derecho; es ésta una de las
principales características de la tiranía: el ejercicio del poder contra derecho.

Frente a la problemática figura de la tiranía, Mariana se cuestiona si resulta lícito oprimir al


tirano: cometer tiranicidio. Para resolver tan trascendente cuestión, Juan de Mariana recurre, en
primera instancia, a relatar la hazaña del fraile Jacobo Clemen de Hedvis, hombre que, con sólo
veinticinco años, asesinara a Enrique III, tirano de Francia.

Una vez relatada la historia de Clemen, Mariana examina las posturas que existían alrededor de
aquél tiranicida, comenzando por aquellas que tachaban de injusta la conducta del joven de
Hedvis.

Las ideas esgrimidas para condenar la conducta del tiranicida, se sintetizan – según nuestras
opiniones – en tres argumentos:

1. Argumento histórico: se sostiene en ejemplos de personas o grupos sociales de alta virtud


que, teniendo la oportunidad de cometer tiranicidio, no lo intentaron siquiera, sino que
respetaron la institución real.

Un ejemplo, referido por el teólogo jurista, es aquél de la Iglesia católica durante sus
albores, en los tiempos de la cruenta persecución cristiana a manos de los emperadores
romanos.

“¿quién pensó jamás en vengar con el hierro la crueldad de los emperadores romanos
en el tiempo de la infancia de la Iglesia, cuando la ejercían por todas las provincias para
molestar a todos los cristianos, afotando en sus cuerpos todo género de tormentos,
cual fieros verdugos?” 54

2. Argumento teocrático: éste argumento se cimienta en la creencia de que Dios invistió a


los monarcas de la potestad que ostentan, y que por ello, como decía San Pablo, quien
resiste al magistrado, resiste a Dios.

3. Argumento popular: en este caso se apela a la voluntad de la república – del pueblo –


para legitimar al rey y su inviolabilidad. Si es el pueblo quien coloca a los reyes en la

54
Op. cit. MARIANA p. 120

18
potestad suprema, no resulta lícito matarles de forma unilateral, tal como hizo el fraile de
Hedvis.

4. Argumento consecuencial: en este caso el argumento reside en valorar las consecuencias


que trae el tiranicidio. Se arguye, pues, que mudar al rey sólo genera mayor caos que
aquél que provocó el atentado contra el monarca.

“Por este motivo dicen los de esta opinión que se debe tolerar al príncipe, justo o
malvado, en obsequio del bien general de la república y para evitar mayores males…”55

Estos son los argumentos en contra del tiranicidio. Posterior a su exposición, Mariana ofrece los
argumentos tendientes a justificar el acto tiranicida.

Mariana sostiene que así como existen ejemplos en la historia de tiranos que fueron tolerados
por personas o pueblos ejemplares, existen, a su vez, un sinnúmero de ejemplos de personas que
cometieron tiranicidio y que, por ello, fueron arrebatadas del olvido de la historia y alabadas
como héroes de su patria.

Al decir de Mariana, el hecho de que los tiranicidas sean considerados héroes y su memoria esté
revestida de gloria, responde a un sentimiento natural e innegable que existe en los seres
humanos: la autodefensa frente a la opresión.

“Hay en nosotros un sentimiento común, una voz de la naturaleza, que grita en el fondo de
nuestra alma, y una ley que habla a nuestros oídos, con la que discernimos siempre lo honesto
de lo torpe. Supongamos, pues, que existe un tirano, semejante a una bestia feroz y cruel…
¿juzgarás que se debe tolerar? … ¿dejarás al tirano oprimir a su placer a la patria, a quien
debemos más que a los padres? no, no cabe tanta maldad, tanta cobardía. Si la vida, si la gloria,
si las fortunas peligran, libremos a nuestra patria del peligro, libertémosla de la dura
esclavitud.”56

En paralelo a este sentimiento inherente de los seres humanos, Mariana señala que existe un
consenso, en el ideario teológico y filosófico, acerca de la justicia en derrocar a los tiranos que se
hicieron del poder por la violencia y en contra de la voluntad de la república. No obstante,
Mariana coloca su pensamiento un paso más adelante que aquel consenso y justifica – también –
el tiranicidio para casos extremos en los que el tirano atenta contra las bases república o ignora
toda limitación a su conducta, así haya llegado al poder por medios legítimos y con anuencia del
pueblo.

“Mas si el príncipe ha sido elevado al trono por consentimiento del pueblo o por derecho
hereditario, entonces se deben tolerar todos sus vicios, mientras que no llegue a despreciar

55
Loc. cit. p. 121
56
Loc. cit. p. 124 y 125

19
públicamente todas las leyes de la honestidad y del pudor, que debe observar… si el rey
atropella la república, entrega al robo las fortunas públicas y privadas, y desprecia y huella las
leyes públicas … si su soberbia, su arrogancia y su impiedad llegasen hasta insultar a la
divinidad misma, entonces no se le debe disimular en ningún modo.”57

Una vez establecida la justicia intrínseca del tiranicidio, Mariana responde al argumento
consecuencial, el cual, en cierto sentido, no niega. El teólogo jesuita considera que es preciso
meditar profundamente – en cada caso concreto – si matar al tirano invocaría más males que
bondades. Para Mariana la mejor forma de llevar esta reflexión es deliberando en grandes
reuniones, siempre que el tirano no las haya prohibido ya.

Asimismo Mariana sugiere la conveniencia de actuar con mesura y de forma gradual: en primer
momento se debe amonestar al tirano e instarlo para que cambie su manera de conducir los
asuntos públicos. Si el tirano no responde ante tal instancia del pueblo, Mariana considera
preciso arrojarlo del poder, dándose – según su opinión – una guerra inevitable, en la que la
república no deberá escatimar recursos para triunfar frente al tirano, quien deberá ser ya
considerado enemigo público. Si aún la guerra y los esfuerzos por deponer del trono al tirano no
funcionan, entonces resulta necesario enfocarse en atentar contra su vida.

Por último, frente a la cuestión de la deliberación para determinar la bondad de la medida de


cometer tiranicidio, Mariana explora la posibilidad de que el tirano haya ya prohibido toda
reunión pública. Para ese caso, el teólogo español considera que la determinación tiranicida de
un individuo, por unilateral que resulte, será siempre justificada.

De lo expuesto se desprende que para Juan de Mariana el tiranicidio es justo, prácticamente, en


todo caso. La verdadera cuestión – tal como él mismo lo señala – reside en determinar quién es
tirano.

Mariana advierte el peligro de que los príncipes sean derrocados sin mayores consideraciones,
pues la identificación de la tiranía es una cuestión que atañe al mismo pueblo o individuo
tiranicida. Sin embargo, – y al margen de insistir en la necesidad de la profunda reflexión antes
de intentar el tiranicidio – el jesuita reconoce que pocos han sido – y pocos serán – aquellos que
lleguen al extremo de arriesgar la vida propia por la patria, y refiere que en la historia han
existido una inmensa cantidad de tiranos, siendo pocos los asesinados “con el hierro de sus
súbditos”.

Aunado a lo anterior, Mariana reconoce una bondad inmersa en el comentado peligro: que los
reyes siempre sean cautos, ante la latente amenaza de la sublevación de su pueblo. Al no tener la
certeza el rey – ni nadie – de una verdadera sentencia que lo declare tirano, no le quedaría más
que atenerse a su propia probidad y mesura.

57
​Loc. cit. p. 126 y 127

20
“Sin embargo, es un pensamiento saludable el que entiendan los príncipes que, si oprimen la
república y se hacen insufribles por sus crímenes y vicios, viven con tal condición que, no sólo
de derecho, sino con la gloria y alabanza, pueden ser despojados de su vida. Tal vez este miedo
contenga a alguno para no dejarse arrastrar de sus aduladores y corromperse con los vicios, al
mismo tiempo que refrene su furor.”58

Concluyendo sobre estas ideas: dentro del pensamiento de Mariana la autoridad de la república –
del pueblo – es mayor que la del rey. El respeto irrestricto a las leyes del pueblo, así como a la
vida y la propiedad de los súbditos, se erige como aquello que distingue al rey bueno del tirano.
Al ser los intereses generales de mayor importancia que aquellos del monarca, se debe buscar
siempre la prevalencia de los primeros, incluso recurriendo a la medida extrema del tiranicidio.
Todo esto, en última instancia, responde a un sentimiento inherente al ser humano que lo
impulsa a resistir frente a la injusticia.

JOHN LOCKE
Locke59 se ocupó de realizar una teoría que explicara las sociedades civiles, como comunidades
políticas, incluyendo los asuntos del gobierno y el ejercicio del poder.

Para Locke todo surge a partir del Estado de Naturaleza en que se encontraba el ser humano
antes de las sociedades y de la actividad política. En dicho estado natural, el ser humano tenía
únicamente la necesidad de subsistir; sin embargo, no por ello los individuos eran seres
irracionales, semejantes a los animales salvajes, sino que eran, simplemente, iguales en todo
aspecto y detalle.

La igualdad de la que nos habla Locke se traduce en que ningún ser humano tenía potestad o
jurisdicción más que sobre sí mismo; la palabra del uno era tan válida y legítima como la del
otro.

Por otro lado, el ser humano tenía a su alcance el entendimiento del derecho natural, que no es
sino la recta razón que discrimina lo justo y bueno de lo malo e injusto. Así, en virtud del
derecho natural y de la igualdad perfecta, los individuos podían resistir legítimamente a las
injusticias y mezquindades de otros, pudiendo incluso, quien fuera, castigar a aquél semejante
que violara la ley natural en su perjuicio.

Loc. cit. p. 130


58

59
LOCKE, John; Ediciones Nuevomar (trad.) ​Ensayo sobre el gobierno civil. Ediciones Nuevomar, 5a. ed., México, 1991.
*Todas las ideas manifestadas en este apartado – dedicado al pensamiento de John Locke – fueron consultadas en su
obra ahora citada, por lo que obviaremos la información bibliográfica, salvo por las citas textuales.

21
Dado que no todos los seres humanos se comportan de manera justa y la sombra del egoísmo y la
avaricia siempre acecha a nuestra especie, el Estado de Naturaleza puede devenir en caos.

Transgredir la ley natural en perjuicio de otra persona depara en lo que Locke llama el Estado de
Guerra. Para el pensador de mérito, el Estado de Guerra “es un estado de odio y de destrucción”.
La violación más elemental del orden natural, que lleva al Estado de Guerra, radica en pretender
que una persona es inferior a otra, pues el Estado de Naturaleza supone la igualdad entre todos
los individuos.

“Se deduce de esto que quien trata de tener a otro hombre bajo su poder absoluto se coloca con
respecto a éste en un estado de guerra; porque ese propósito debe interpretarse como una
declaración de designios contrarios a su vida.”60

El Estado de Guerra es también reflejo de la misma igualdad que violenta. Al ser todas las
personas iguales, no existe verdaderamente una autoridad a la cual apelar frente a las agresiones
de otro, lo que depara en el derecho del agredido de hacer la guerra al agresor.

Esta situación, de inminentes agresiones y resistencia a las mismas, convierte al Estado de


Naturaleza en un estado más bien inseguro.

“En la medida en la que el hombre es libre… y es señor absoluto de su propia persona y de sus
bienes, igual al hombre más alto y libre de toda sujeción… cualquier hombre es su igual; como
la mayor parte de los hombres no observan estrictamente los mandatos de la equidad y la
justicia, resulta muy inseguro y mal salvaguardado el disfrute de los bienes que cada cual posee
en este estado.”61

Frente a la inseguridad natural, los seres humanos optan por congregarse y renunciar a la
igualdad absoluta que poseen, dando lugar a una unidad superior que los acoge y procura: la
comunidad política.

La comunidad política reporta solución al caótico problema del Estado de Naturaleza en tanto
erige en un sistema imparcial de autoridades y normas. En este punto, una de las ideas más
relevantes es aquella del pacto social.

La comunidad política surge de un pacto social en el que los individuos acuerdan dejar de lado su
igualdad natural y libertades intrínsecas, para entregarlas en nombre de un bien mayor que se
manifiesta en la sociedad civilizada. En este pacto los seres humanos acuerdan en qué grado
ceden sus libertades, y de qué modo éstas serán tuteladas; acuerdan qué es lo que más conviene a
la colectividad y la manera de procurar esas conveniencias. Es así que surgen los gobiernos: en el
seno de un grupo de individuos que han acordado someterse a un orden racional y benéfico y

60
Loc. cit. p. 40
61
Loc. cit. p. 81

22
que buscan escapar de aquél Estado Natural en el que, si bien existían libres absolutamente, eran
víctimas de una inseguridad latente.

“Esa es la razón de que los hombres estén dispuestos a abandonar esa condición natural suya
que, por muy libre que sea, está plagada de sobresaltos y de continuos peligros. Tienen razones
suficientes para procurar salir de la misma y entrar voluntariamente en sociedad con otros
hombres que se encuentran ya unidos, o que tienen el propósito de unirse para la mutua
salvaguardia de sus vidas, libertades y tierras.”62

Sin embargo, en el entender de Locke, para que esta empresa de unidad social sea exitosa en su
búsqueda de la estabilidad y salvaguardia de lo propio, es preciso y principal cumplir con tres
condiciones enunciadas por el propio autor:

1. Una ley aceptada con firmeza que sirva como consenso de lo que es justo o
injusto: si bien la ley natural es clara para todo ser racional – dice Locke – las
personas tienden a encontrarla no vinculante tan pronto merma sus propios
intereses. Por la razón apenas enunciada, resulta necesario el establecimiento de
una ley consensuada y entendida, entonces, como obligatoria para todos.

2. Un juez imparcial e investido con autoridad para la resolución de conflictos de


acuerdo con la ley previamente establecida: frente al derecho natural todo
individuo es juez, mas juez parcial cuando se conocen los propios intereses.
Indispensable resulta, pues, que existan jueces imparciales en la comunidad
política, para que apliquen las leyes previamente aceptadas.

3. Un poder suficiente para respaldar y ejecutar las sentencias justas: en el Estado


Natural, muchas veces la injusticia se impone por la fuerza; así, en la comunidad
política, la justicia debe tener los medios para imponerse – también por fuerza –
en caso de ser necesario

El resultado de animar las enunciadas condiciones es la concreción de un gobierno con división


de poderes. Para Locke existen los poderes legislativo, ejecutivo y federal. Excedería los
propósitos de los presentes esfuerzos el explorarlos en el pensamiento del autor, siendo lo
prudente continuar exponiendo sus ideas por la senda de los fines y límites de los poderes
públicos.

Continuando por la dirección apenas apuntada, Locke señala que todo poder de la sociedad
política debe encaminarse al bien común, es decir: a combatir los defectos propios del Estado de
Naturaleza, salvando a los integrantes de la comunidad de la inseguridad y el salvajismo. No
existe para la comunidad política otro fin y, por ende, no lo existe tampoco para los poderes que

62
Idem.

23
en su seno gobiernan. Toda ley, toda sentencia y todo uso de la fuerza del Estado debe
encaminarse al bien de la comunidad.

Así, el fin de los poderes de la comunidad política es también su límite. No sería justificable la
existencia de la comunidad fuera de esos límites y propósitos; por ello, en caso de que los poderes
constituidos desvíen las potestades que les fueron confiadas a otras miras, lo natural es revocar
dichas potestades y retirarles de la misión encomendada. El resultado de tal evento es que el
poder vuelva a quienes lo habían entregado: al pueblo. Al respecto nos dice Locke:

“De este modo, la comunidad conserva perpetuamente el poder supremo de sustraerse a las
tentativas y maquinaciones de cualquier persona, incluso de sus propios legisladores. Ningún
hombre ni sociedad de hombres tiene poder para renunciar a sus propia conservación, y por
consiguiente, a los medios de conseguirla, entregando ese poder a la voluntad absoluta y a la
soberanía arbitraria de otra persona.”63

Hemos llegado al que consideramos el punto central del pensamiento de Locke frente a las
cuestiones políticas: la comunidad es el origen del poder supremo, de la soberanía. Enfatizado
este postulado, consideramos adecuado ir directamente a la cuestión de la tiranía y de la
disolución del gobierno.

Para el autor que nos ocupa, la tiranía es “el ejercicio del poder fuera del derecho”. Ejercer el
poder sin apego al derecho, sin observar la ley, implica – necesariamente – una afrenta directa
contra el pueblo, pues sin el derecho como guía el gobierno se ejerce con fines particulares y no
procurando el bien general.

El hecho de que el tirano se conduzca violando las leyes es tanto como desconocer el fundamento
de poder. El tirano implica, así, una contradicción frente a la comunidad política, un sin sentido.
Al estar fuera del derecho, la tiranía no gobierna, sino que se impone y oprime.

Es importante remarcar que para Locke resulta inexacto sostener que las tiranías sólo ocurren en
tratándose de la forma monárquica de gobierno.

“Constituye un error pensar que la tiranía es un vicio exclusivo de las monarquías. las demás
formas de gobierno pueden caer en él lo mismo que aquéllas. Siempre que el poder, que se ha
puesto en manos de una o de varias personas para el gobierno del pueblo y para la salvaguardia
de sus propiedades, se aplica a otros fines, o se hace uso del mismo para empobrecer, acosar o
someter a las entes a los mandatos arbitrarios e irregulares de quienes los detentan, se
convierte inmediatamente en tiranía, sin importar que ese poder esté en manos de uno o de
muchos.”64

63
Loc. cit. p. 93
64
Loc. cit. p. 112

24
Establecida la naturaleza de la tiranía en las concepciones de Locke, concentrémonos en la
siguiente cuestión: ¿Qué hacer frente al tirano?

La verdad es que los postulados ​lockianos, alrededor de la comunidad política y a esta altura de su
desarrollo, logran edificar un sólido andamiaje lógico. Por tanto, la respuesta del autor brota con
brillante naturalidad desde sus precedentes ideas:

La comunidad política requiere un orden jurídico para su buen funcionamiento según sus
propósitos, siendo que el reconocimiento de la obligatoriedad de dicho orden es producto de un
pacto entre el conjunto de individuos. Puestas las cosas de este modo, si un individuo desconoce
las normas acogidas y soportadas por la comunidad, implícitamente incumple el pacto social y
sale de la comunidad política, regresando, en principio, al Estado de Naturaleza. Mas, dado que
en la tiranía el desconocimiento del derecho se da a raíz de un ejercicio antijurídico del poder, y
dado que este ejercicio antijurídico es una grave ofensa al pueblo – pues traiciona el mandato
encomendado – el tirano no sólo regresa al Estado de Naturaleza, sino que se vuelca
innegablemente en el Estado de Guerra. Recordemos ahora que en el Estado de Guerra es
plenamente justo combatir al agresor; luego, es igualmente justo resistir y hacer la guerra al
tirano.

Ante la tradicional crítica que se dirige a este tipo de ideas de resistencia, aquella que condena la
posible apología anárquica o el incitamiento al derrocamiento irreflexivo de gobiernos – John
Locke responde:

1. No sería justificado oponerse al gobierno sino hasta haber agotado todos los recursos
proveídos por el derecho. Sólo la total impunidad justifica la resistencia, pues solo la total
impunidad es manifestación de un inmersión en el Estado de Guerra.

“No puede afirmarse que se es víctima de una fuerza hostil sino cuando se impide el
recurso de apelación y únicamente la fuerza que priva al perjudicado de ese remedio
coloca a quien la emplea en un estado de guerra y da, por tanto, legalidad a la
resistencia que se le ofrezca.”65

2. Los casos aislados de injusticia no dan lugar a verdaderas resistencias, pues la causa de
uno no es la de todos. Para Locke, los pueblos toleran más injusticias de las que resisten
y, en consecuencia, sería necesario que la impunidad y opresión fuera dirigida contra un
amplio sector de la comunidad, de modo que la generalidad se disponga a derrocar al
gobierno.

“Mientras el daño causado no se haya generalizado, y mientras los torvos designios de


los gobernantes no se hayan hecho patentes, o sus tentativas pasen inadvertidas para la
mayoría del pueblo, no es probable que éste sienta tendencia a entrar en acción,

65
Loc. cit. p. 114

25
porque sus miembros son siempre más propensos a aguantar las injusticias que a
luchar en defensa de sus derechos.”66

3. La exposición de estas ideas no incita a la resistencia y a la rebelión más de lo que lo


hacen otras. La resistencia es efecto y no causa.

“El pueblo que se ve maltratado, y gobernado contra Derecho, estará siempre


dispuesto a quitarse de encima una carga que le resulta pesadísima. Anhelará y buscará
la oportunidad, que nunca tarda mucho en presentarse dada la inestabilidad, la
debilidad y las mudanzas de los negocios humanos. Poco lleva viviendo en el mundo
quien no ha visto tales ejemplos en nuestra época; y muy poco ha leído quien no es
capaz de poner ejemplos sacados de todas las formas de gobierno que han existido en el
mundo.”67

Referidas las contestaciones de Locke, queda sólamente tratar la última cuestión alrededor de
esta problemática: ¿quién determina la presencia de la tiranía en un gobierno?

Locke no vacila en responder, ni repara en mayores consideraciones:

“… es el pueblo quien ha de juzgar. ¿Quién puede juzgar, en efecto, si el mandatario o el


apoderado actúa bien y de acuerdo con la misión que se le ha confiado sino la persona que le da
el mandato o el poder, y que por eso mismo tiene la facultad de retirárselos cuando no la
cumple? Si esto parece razonable tratándose de asuntos privados, ¿por qué no habría de serlo
también en asuntos de tanta trascendencia en que se juega el interés de millones de personas, y
en que el mal, si no se previene a tiempo, es mucho mayor, y muchísimo más difícil, costoso y
peligroso el remedio?68

Con esto hemos expuesto las ideas de Locke con la necesariedad que reclaman nuestras
intenciones, permitiéndonos simplemente dejar en alto relieve la concepción ​lockiana de que
todo poder público surge del pueblo para beneficio de éste. Es el pueblo quien dicta los límites
del poder, pues es también el pueblo, como comunidad política surgida de un pacto, quien
conoce a bastanza sus propias necesidades.

66
Loc. cit. p. 124
67
Loc. cit. p. 122
68
Loc. cit. p. 125

26
LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII
En este apartado abordaremos tres puntos: i) las ideas de Rousseau acerca del pacto social y el
derecho del más fuerte; ii) el pensamiento y propuestas de Maximilien Robespierre; y iii) los
principios contenidos en las declaraciones de derechos del hombre y del ciudadano.

ROUSSEAU
En su obra ​El contrato social69 , Rousseau esboza dos ideas fundamentales que ayudan a clarificar y
fundar los temas que nos ocupan: el derecho del más fuerte y el pacto social.

Al respecto del derecho del más fuerte, Rousseau no le dedica tantas palabras como a otros
asuntos en la referida obra; sin embargo, el breve tratamiento de este punto es a lo sumo denso y
revelador, siendo posible sintetizar su sustancia en la siguiente cita:

​“Resulta, por consiguiente, que la palabra derecho no añade nada a la fuerza…”70

En efecto, como explica el politólogo francés, la fuerza es “una potencia física”, es decir: se
circunscribe al campo de los hechos. Por otro lado, el derecho, erigido como un deber ser,
impone justo eso: deberes que habrán de ser obedecidos, no por necesidad, sino por obligación
cívica y – en última instancia – moral.

“La fuerza es una potencia física, y no veo qué moralidad puede resultar de sus efectos. Ceder a
la fuerza es un acto de necesidad, no de voluntad; cuando más, puede ser de prudencia.”71

El más fuerte se impone rompiendo toda resistencia. No es relevante analizar la voluntad de los
súbditos cuando son tales en virtud de la fuerza que los oprime. Así, el derecho del más fuerte no
es sino el derecho de la arbitrariedad; no es verdadero derecho sino capricho. Como apunta el
maestro francés: la fuerza no necesita del derecho; el derecho nada aporta a la fuerza, pues ésta se
logra imponer por sí misma. Sin embargo, el derecho de la fuerza carece de verdadera
permanencia y de autónoma existencia:

69
ROUSSEAU, Jean Jaques. ​El contrato social. Elaleph.com, 1999. Disponible en: http://www.enxarxa.com/ biblioteca/
ROUSSEAU%20El%20Contrato%20Social.pdf.
*Todas las ideas manifestadas en este apartado – dedicado al pensamiento de J.J. Rousseau – fueron consultadas en su
obra ahora citada, por lo que obviaremos la información bibliográfica, salvo por las citas textuales.
70
Loc. cit. p. 8
71
Idem.

27
“Supongamos por un momento este pretendido derecho; yo afirmo que resulta de él un
galimatías inexplicable, porque si la fuerza constituye el derecho, como el efecto cambia con la
causa, toda fuerza superior a la primera, modificará el derecho. Desde que se puede
desobedecer impunemente, se puede legítimamente, y puesto que el más fuerte tiene siempre
razón, no se trata más que de procurar serlo. ¿Qué es, pues, un derecho que perece cuando la
fuerza cesa? Si es preciso obedecer por fuerza, no es necesario obedecer por deber, y si la fuerza
desaparece, la obligación no existe.”72

De este modo resulta que el arbitrario derecho de la fuerza carece de legitimación para ser
obedecido; es aceptado por necesidad, en tanto no aparezca alguien con fuerza suficiente para
resistirle. No hay verdadera moral o civismo en una sociedad que se rija por el derecho del más
fuerte; por el contrario, existirían en tal únicamente la prudencia y el miedo:

“Habrá siempre una gran diferencia entre someter una multitud y regir una sociedad. Que
hombres dispersos estén sucesivamente sojuzgados a uno solo, cualquiera que sea el número,
yo sólo veo en esa colectividad un señor y esclavos, jamás un pueblo y su jefe: representarán, si
se quiere, una agrupación, mas no una asociación, porque no hay ni bien público ni cuerpo
político. Ese hombre, aun cuando haya sojuzgado a medio mundo, no es siempre más que un
particular; su interés, separado del de los demás, será siempre un interés privado. Si llega a
perecer, su imperio, tras él, se dispersará y permanecerá sin unión ni adherencia, como un
roble se destruye y cae convertido en un montón de cenizas después que el fuego lo ha
consumido.”73

Así, para llegar a un derecho legítimo que dé lugar a un verdadero cuerpo político, es necesario
el consentimiento de todos los integrantes del cuerpo social.

Al igual que Locke y Mariana, Rousseau supone un estado natural en el que el hombre es un ser
vulnerable mientras permanece en la individualidad. Tal vulnerabilidad lo lleva a asociarse; sin
embargo, con tal determinación surge un nuevo problema que el pensador en comento enunció
de la siguiente forma:

“​Esta suma de fuerzas no puede nacer sino del concurso de muchos; pero, constituyendo la
fuerza y la libertad de cada hombre los principales instrumentos para su conservación, ¿cómo
podría comprometerlos sin perjudicarse y sin descuidar las obligaciones que tiene para consigo
mismo? Esta dificultad, concretándola a mi objeto, puede enunciarse en los siguientes
términos: ‘Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con la fuerza común la
persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca
sino a sí mismo y permanezca tan libre como antes.’ Tal es el problema fundamental cuya
solución da el Contrato social.​”

El contrato social no es sino la entrega de todos los individuos a la voluntad general. Cada
miembro de la comunidad accede a entregarse en favor de la colectividad, no siendo posible que
72
Loc cit. p. 7
73
Loc. cit. p. 13

28
tal entrega sea diferente para cada individuo. El contrato social genera así igualdad entre los
individuos, sin importar sus capacidades físicas, – que en el estado natural hubieren sido
determinantes para imponerse como el más fuerte – pues todos acceden a acatar la voluntad
general, misma que aceptan como legítima.

“Este acto de asociación convierte al instante la persona particular de cada contratante, en un


cuerpo normal y colectivo, compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea, la
cual recibe de este mismo acto su unidad, su yo común, su vida y su voluntad. La persona
pública que se constituye así, por la unión de todas las demás, tomaba en otro tiempo el
nombre de ciudad y hoy el de ​república o ​cuerpo político, el cual es denominado Estado cuando es
activo, Potencia en comparación con sus semejantes. En cuanto a los asociados, éstos toman
colectivamente el nombre de pueblo y particularmente el de ciudadanos como partícipes de la
autoridad soberana, y súbditos por estar sometidos a las leyes del Estado.”74

Resulta así que una vez engendrado el cuerpo político, todo individuo queda voluntariamente
sometido a la voluntad general, que después se manifestará en ley. No cabe, pues, aquí la tiranía
– el gobierno del más fuerte – sino el gobierno de todos y de acuerdo al derecho que todos, por
consenso, quieran darse.

Al respecto los maestros Miguel García y García y Moisés Smeke nos dicen:

“La voluntad general determina la forma en que se debe vivir correctamente dentro de la
sociedad. De esta manera, los individuos deberán ajustarse a ella, la cual conoce lo necesario
para su bienestar y deberá imponerse aún en contra de la voluntad individual que puede estar
equivocada.”75

Concebir al pueblo no sólo como súbditos de origen, sometidos a una fuerza, sino como cuerpo
volitivo, es una idea profunda que funge como base del Estado de Derecho, en el que ningún
individuo está por encima de otro, sino todos bajo el imperio de la ley emanada de la voluntad
general. Insistimos: las ideas de Rousseau despojan de toda legitimidad al gobierno que se basa
en la fuerza de uno o de algunos. Sólo el gobierno emanado del pacto social podrá ser legítimo y,
por ende, merecedor de obediencia.

ROBESPIERRE
Atender a Robespierre – consideramos – nos aporta una importante perspectiva. El pensamiento
de Maximilien Robespierre no es muy diverso de aquél que encontramos en Locke o en
Rousseau. No obstante, la trascendencia de acudir a sus palabras e ideas se desprende del papel

Loc. cit. p. 15
74

75
GARCÍA Y GARCÍA, Miguel; SMEKE ROSELLÓN, Moisés Abdul. ​Teoría General del Estado. Editorial Porrúa,
México, 2016. p. 101

29
que este polémico personaje desarrolló durante la Francia revolucionaria de finales del s. XVIII:
con Robespierre el ensayo se torna en discurso y las palabras en acciones.

Robespierre fue un convencido defensor de la soberanía popular, cosa que se advierte con
facilidad de sus discursos ante la Asamblea Nacional.

“¡El rey es inviolable! ¿Acaso no lo es también el pueblo? El rey es inviolable gracias a una
ficción; mientras que el pueblo lo es por el sagrado derecho de la naturaleza. Al recubrir al rey
con la inviolabilidad ¿Acaso no se inmola la inviolabilidad del pueblo a la del rey?”76

“Sólo la virtud y la soberanía del pueblo pueden defendernos de los vicios y del despotismo del
gobierno… La corrupción del gobierno tiene su fuente en el exceso de poder y en la
independencia en el confrontamiento con el pueblo soberano…” 77

En concordancia con las ideas de Locke, Robespierre rechaza la idea de una persona inviolable.
Poder estar fuera del alcance de la ley implica estar fuera de la comunidad política, y colocarse en
el estado de naturaleza, escuchando únicamente la razón y el provecho propios. La verdadera
anarquía no está, por consecuencia, en el empoderamiento irrestricto del pueblo, sino de los
gobernantes. 78

Es en este punto donde cobra importancia la existencia de una Constitución. Para Robespierre la
Constitución – al igual que la ley – deben limitar el poder del gobierno, es una defensa de la
felicidad a la que está llamado – naturalmente – todo ser humano.79

“Los reyes y los aristócratas han desempeñado a la perfección su oficio: ahora os corresponde a
vosotros el desempeñar el vuestro, es decir, hacer felices y libres a los hombres mediante las
leyes.”80

Así, el 11 de mayo de 1793, el político en comento pronunció, ante la Asamblea Nacional, un


discurso en el que aborda ciertos aspectos convenientes en las Constituciones. Abordemos éstas
ideas:

Como ya referimos, un punto fundamental dentro de una Constitución es limitar el poder de los
magistrados.

“1. Una primera regla para alcanzar ese objetivo es que la duración de su poder debe ser corta,
aplicando especialmente tal principio a aquellos cuya autoridad es más amplia.
2. Que nadie pueda ejercer al mismo tiempo diversas magistraturas.

76
ROBESPIERRE, Maximilien. ​La Revolución Jacobina. NeXos, Barcelona, 1992. Discurso del 14 julio 1791
77
Loc. cit. Discurso del 10 mayo 1793.
78
Idem.
79
Idem.
80
Idem.

30
3.Que el poder esté dividido. Es preferible multiplicar el número de funcionarios públicos a
depositar en unos pocos una autoridad demasiado temible.
4. Que la legislación y ejecución estén cuidadosamente separadas.
5. Que las diversas ramas del poder ejecutivo, de acuerdo con la propia naturaleza de los
asuntos, estén lo más delimitadas posible y que sean confiadas a manos diferentes.

“Por otra parte, nunca podréis impedir que los depositarios del poder ejecutivo sean
magistrados muy poderosos. Despojadles, pues, de toda autoridad y de toda influencia ajena a
sus funciones.”81

Otro aspecto importante reside en la responsabilidad de los funcionarios públicos. Para


Robespierre, dejar de lado esta responsabilidad sólo propiciaría la impunidad, origen de toda
tiranía.

“La Constitución debe procurar, sobre todo, someter a los funcionarios públicos a una pesada
responsabilidad, haciéndoles depender realmente no de los individuos, sino del pueblo
soberano.”82

Robespierre ofrece, entonces, dos clases de responsabilidades, mismas que él denomina como
responsabilidad moral y responsabilidad física.83

La responsabilidad moral se manifiesta en la publicidad de los asuntos públicos. Para el político


de mérito, los funcionarios deben estar sometidos a un riguroso escrutinio público en todas sus
actuaciones. A su vez, las asambleas habrán de deliberar admitiendo al mayor número de
ciudadanos en sus recintos, procurándose, incluso, la habilitación o construcción de los espacios
necesarios para tal fin. Asimismo, todo funcionario está obligado a responder a las inquietudes
que la comunidad le dirija.84

“Un pueblo, cuyos mandatarios no están obligados a rendir cuentas a nadie de su gestión,
carece de Constitución; puesto que depende de estos mandatarios el traicionarlo impunemente
o dejar que los otros lo traicionen.”85

Por otro lado, la responsabilidad física “consiste en el castigo de los funcionarios públicos
prevaricadores.” 86

“En cualquier Estado libre los crímenes públicos de los magistrados deben ser castigados con
tanta severidad y con tanta facilidad como los crímenes privados de los ciudadanos: y el poder
de reprimir los atentados del gobierno debe pertenecer al pueblo soberano.”87

81
Idem.
82
Op. cit. ROBESPIERRE. Discurso del 11 de mayo de 1793
83
Idem.
84
Idem.
85
Idem.
86
Idem.
87
Idem.

31
Ofrecidas las ideas apuntadas en aquél citado discurso de mayo de 1793, Robespierre cierra
diciendo:

“Acaso se me preguntará cómo puedo – con unas precauciones tan severas en los
enfrentamientos de los magistrados – asegurar la obediencia a las leyes y al gobierno de los
magistrados.

“Respondo que las aseguro, precisamente con estas mismas precauciones. En efecto, doy al
gobierno y a las leyes toda la fuerza que quito a los vicios de los hombres que gobiernan y que
hacen las leyes…

“Cuando la ley tiene por principio el interés público, sus sostén es el propio pueblo: y su fuerza
es la fuerza de todos los ciudadanos, de quienes es obra y propiedad.

“La fuerza pública es al cuerpo político lo que al cuerpo humano es el brazo, que ejecuta
espontáneamente todo lo que la voluntad le manda, y rechaza todos los objetos que puedan
amenazar el corazón o la cabeza…

“La fuerza pública está en contradicción con la voluntad general en dos casos: cuando la ley no
coincide con la voluntad general; o bien cuando el magistrado la emplea para violar la ley.

“En eso consiste, precisamente, la horrible anarquía que los tiranos han establecido en todo
tiempo bajo el nombre de tranquilidad, de orden público, de legislación y gobierno. Todo su
arte consiste en aislar y oprimir por medio de la fuerza a cualquier ciudadano, para
esclavizarles con sus odiosos caprichos, que ellos decoran con el nombre de leyes.

“Legisladores, haced leyes justas: magistrados, haced las ejecutar escrupulosamente.

“Que ésta sea toda vuestra política. De tal manera podréis ofrecer al mundo entero un
espectáculo desconocido hasta el momento: el de un gran pueblo libre y virtuoso.”88

Nos permitimos citar este emotivo cierre del discurso de mayo de 1793, de acuerdo con todas las
ideas que hasta ahora hemos explorado: una Constitución no es sino el triunfo de la soberanía
popular en una histórica lucha contra la tiranía.

La Constitución soberana, la Constitución suprema y fundamental, se erige como piedra angular


en la defensa de los derechos de un pueblo frente a la opresión. Manifestación de la suprema
autoridad popular, la Constitución es el producto de un virtuoso pacto de la sociedad en un afán
de preservarse en libertad y justicia.

“¿Por qué nos hemos reunido en el templo de las leyes? Sin duda, para reconocer a la nación
francesa el ejercicio de los derechos imprescindibles que pertenecen a todos los hombres. Éste

88
Idem.

32
es el objetivo de toda Constitución política. Si se consigue este objetivo, entonces la
Constitución es justa y libre; si se le pone obstáculos, entonces no es más que un atentado
contra la humanidad. ” 89

“Todas las Constituciones están hechas por el pueblo; ¡y todas en las que el pueblo no cuenta
para nada son atentados contra la humanidad.”90

LAS DECLARACIONES DE DERECHOS DE 1789 Y 1793


La ​Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 deja a la vista, con indiscutible
certeza, lo que hemos afirmado. Abordémosla, pues, primeramente en su preámbulo y
posteriormente en aquellos artículos que representan mayor provecho para nuestros propósitos:

“Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que
la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de los
males públicos y de la corrupción de los gobiernos, han decidido exponer, en una declaración
solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, con el fin de que esta
declaración, constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social, le recuerde
permanentemente sus derechos y sus deberes; con el fin de que los actos del poder legislativo y
los del poder ejecutivo, al poder ser comparados a cada instante con la meta de toda institución
política, sean más respetados; con el fin de que las reclamaciones de los ciudadanos, fundadas
desde ahora en principios simples e incontestables se dirijan siempre al mantenimiento de la
Constitución y a la felicidad de todos”91

¡Vaya preludio el dado a esta declaración solemne de derechos! Es aquí el pueblo, a través de sus
representantes, quien arrebata del olvido y el desprecio a los derechos naturales de la humanidad.
¿Cuál es la finalidad de este manifiesto? Mantener lo derechos de mérito bien establecidos,
públicos e inolvidables para ser opuestos al poder. Esta declaración no es sino una muralla que
separa al pueblo de la tiranía. Vayámos a algunos artículos:

“Artículo 1o.– Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones
sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común.”

Artículo 2o.– La meta de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e
imprescriptibles del hombre. Estos derechos son: la libertad, la propiedad, la seguridad y la
resistencia a la opresión.”92

En estos artículos vemos plenamente las ideas naturalistas que yacen en los pensamientos de
Mariana y Locke. Es de enorme relevancia que se haya consagrado el derecho a resistir a la

89
Op. cit. ROBESPIERRE. Discurso pronunciado ante asambleas populares y publicado en abril 1791
90
Loc. cit. Exposición de mis principios; artìculo publicado en mayo de 1792, en el diario “Le Défenseur de la Constitution”
91
DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO DE 1789. Versión digital consultada
en: http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/derhum/cont/22/pr/pr19.pdf
92
Idem.

33
opresión; es el derecho del pueblo a resistir a aquél que se coloca en Estado de Guerra contra la
comunidad política.

“Artículo 3o.– El origen de toda soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún órgano,
ni ningún individuo pueden ejercer autoridad que no emane expresamente de ella.

“Artículo 12o.– La garantía de los derechos del hombre y del ciudadano necesita una fuerza
pública. Esta fuerza se instituye, por tanto, para beneficio de todos y no para la utilidad
particular de aquellos que la tienen a su cargo.

“Artículo 15o.–La sociedad tiene el derecho de pedir cuentas a todo agente público sobre su
administración.

“Artículo 16o.– Toda la sociedad en la cual la garantía de los derechos no está asegurada ni la
separación de poderes establecida, no tiene Constitución.”93

La reivindicación de la soberanía popular refrenda las ideas del pacto social, en donde la
comunidad se genera a sí misma, como regente supremo de sus propios asuntos. Todo ejercicio
del poder, toda ley, que no esté fundada en el pueblo y para su beneficio resulta tiránica y por
tanto existe el derecho a resistirle.

El ascenso del escrutinio público, al que se ha de someter el poder, como un derecho natural e
inviolable del ser humano, revela – una vez más – la visión con que se abordaba a la comunidad
política y al Estado. Es el propio pueblo quien ha de encargarse de su conservación y beneficio.
El gobierno no es sino un instrumento para alcanzar la felicidad y la libertad, conceptos
absolutos que se definen por la comunidad según las conveniencias generales.

Por último: ¡Qué impetuosa afirmación la del artículo 16! Se establece el núcleo mínimo de toda
Constitución, del orden fundamental a que todo pueblo tiene derecho. ¿No debe ser, según este
artículo, la Constitución un triunfo frente a la tiranía, la garantía de la libertad y la felicidad, el
compromiso de la comunidad política de perseguir los fines de los que habla Locke? Lo debe ser,
completamente.

Posteriormente, en el Acta constitucional francesa del 24 de junio de 1793, se incluyó una


versión reformada de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de la que a
continuación citaremos los artículos agregados que consagran las ideas que nos ocupan:

93
Idem.

34
“Artículo 1. El fin de la sociedad es la felicidad común.– El gobierno se instituye para garantizar
al hombre el goce de sus derechos naturales e imprescriptibles.

“Artículo 2. Estos derechos son: igualdad, libertad, seguridad, propiedad.

“Artículo 4. La ley es la expresión libre y solemne de la voluntad general. Ya proteja o ya


castigue, es idéntica para todos. No puede prescribir sino lo que es justo y útil para la sociedad,
y no puede prohibir sino lo que perjudica a la misma.

“Artículo 6. La libertad es la potestad que el hombre tiene de hacer todo lo que no perjudica al
derecho; tiene por principio la naturaleza; por regla, la justicia; por salvaguardia, la ley. Su
límite moral está en esta máxima: ​no hagas a otro lo que no quieras que se te haga.

“Artículo 25. La soberanía reside en el pueblo: es una, indivisible, imprescriptible e inalienable.

“Artículo 27. Que los hombres libres condenen a muerte sin dilación a cualquier individuo que
usurpe la soberanía.

“Artículo 33. La resistencia a la opresión es la consecuencia de los derechos del hombre.

“Artículo 34. Para que haya opresión contra el cuerpo social basta que uno solo de sus
miembros sea oprimido. Hay opresión contra cada miembro cuando el oprimido es el cuerpo
social.”94

La adhesión de estos artículos demuestra la intención de consagrar, más específicamente, las


ideas ​ius naturalistas que hemos revisado en esta tesis; así, en tratándose de la soberanía, la
Declaración de 1793 refiere ya al pueblo y no a la Nación, cambio para nada sutil que enaltece de
mayor modo las ideas populares que se predicaban.

En ese orden de ideas, y persiguiendo una mayor precisión que la lograda en la Declaración de
1789, se distinguen las finalidades de la sociedad de aquellas que tiene el gobierno. La sociedad
persigue la felicidad y, como herramienta para este fin, el gobierno y las leyes se establecen para
ser guardianes de los derechos naturales de la humanidad. En última instancia, no tiene el
gobierno otra razón de ser.

Esta loable finalidad del gobierno es consecuencia necesaria de la soberanía del pueblo. Atentar
contra la soberanía popular, querer subordinar los intereses supremos de la generalidad a los
intereses particulares, se paga con la muerte. Luego, el derecho de resistir a la opresión, al
consagrarse también como un imperioso deber, deviene en una verdadera garantía – la última y
más natural garantía – del respeto a los otros derechos en aquellos casos en que el propio
gobierno falta a su alta misión y pretende violarlos.

94
DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO DE 1793. Versión digital consultada
en:​ ​http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/2/804/9.pdf

35
“Artículo 35. Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para todo el
pueblo y para cada porción del pueblo, el más sagrado de los derechos y el más indispensable de
los deberes.”95

Con sólo enfocarnos en los artículo 1, 4 y 35, podemos concluir: la sociedad se vale del derecho
para garantizar su felicidad, siendo esta noble finalidad la razón última del derecho. Todo
derecho que no se enfoque a ello estaría violando los altos propósitos de la comunidad. Todo
derecho que no se instituye en beneficio del pueblo, y sus intereses, es egoísta y por ende
tiránico. No será verdadero derecho sino la herramienta de un tirano.

Así, el derecho de resistencia no se ejerce contra el derecho – aquél verdadero – sino contra la
opresión que viola el derecho. En una palabra y sintetizando todo lo expuesto en este capítulo: ​el
derecho de resistencia frente a la opresión es aquél que legitima al pueblo para oponerse y derrocar, por
cualquier medio, a un gobierno que contraviene su voluntad soberana concretada en la Constitución.

III
LOS IDEALES EN NUESTRAS
CONSTITUCIONES
Expuestas que han sido algunas de las ideas que consideramos más emblemáticas alrededor del
derecho de resistencia frente a la opresión, somos ahora poseedores de una particular óptica, con
la que hemos de abordar la discusión de estos temas, frente a nuestro derecho constitucional.

Busquemos ahora la respuesta de la siguiente pregunta: ¿Está reconocido el derecho de


resistencia frente a la opresión en nuestro sistema constitucional? ¿cuál es el tratamiento que se
ha dado?

LA CONSTITUCIÓN DE 1857
Para satisfacer la duda, consideramos que la referida Constitución de 1857 nos ofrece un
bondadoso punto de partida para nuestros propósitos; nuestra razón es simple y es la siguiente:
la redacción de los artículos que nos ocuparán recoge el pensamiento político que ya estudiamos,
siendo que además tales artículos se tomaron como base para la elaboración de la Constitución
de 1917. Trataremos, por ahora, los artículos 1 y 39.
95
Idem.

36
Artículo 1o.
Iniciando nuestra aproximación a este artículo, comenzaremos por referir la redacción de éste tal
y como aparecía en el proyecto de Constitución que ofreció la Comisión redactora, presidida por
Don Ponciano Arriaga.

“Artículo 1o. El pueblo mexicano reconoce que los derechos del hombre son la base y el objeto
de las instituciones sociales, en consecuencia, declara que todas las leyes y todas las autoridades
del país, deben respetar y defender las garantías que otorga la presente Constitución.”96

Si comparamos este artículo del proyecto con los anteriormente citados numerales 2, de la
Declaración de derechos de 178997, así como 1 y 4, de la Declaración de derechos del Acta
constitucional Francesa de 179398, encontraremos que responden a las mismas ideas. Las leyes y
autoridades deben respetar, garantizar y defender los derechos del hombre, es ese su primer
limitante y objetivo.

En este punto la discusión que se suscitó entre los constituyentes de 1857, nos ofrece una
enorme luz para desentrañar las ideas que subyacen en el citado artículo.

Cuestionaba Ignacio Ramírez cuáles son aquellos derechos que consagra el artículo en debate:

“¿Son acaso los que concede la misma Constitución? ¿o los que se derivan del Evangelio y del
derecho canónico? ¿o los que reconocieron el derecho romano y la ley de Partida?”99

Guzmán puso en evidencia que al parecer Ramírez “El Nigromante” no cree en la ley natural y
replicó:

“El Sr. Ramírez no negará que el hombre es un ser eminentemente libre y eminentemente
social; que al reunirse los hombres en sociedad, convienen en sacrificar un poco de su libertad
natural, para asegurar la demás, y que esta parte de libertad que se reservan todos los
individuos, es lo que constituye el derecho del hombre en sociedad, y asegurar este mismo
derecho, debe ser el fin de las Constituciones y de todas las leyes; y así la Comisión ha tenido

96
VALADÉS, Diego, (coord. general). ​Derechos del pueblo mexicano: México a través de sus Constituciones; Debate legislativo.
H. Congreso de la Unión; Suprema Corte de Justicia de la Nación; Tribunal Electoral del Poder Judicial de la
Federación; Instituto Federal Electoral;​ Editorial Porrúa, 7ma. ed., México, 2006. Tomo I p. 575
97
​Artículo 2o.– La meta de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del
hombre. Estos derechos son: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.
98
Artículo 1. El fin de la sociedad es la felicidad común.– El gobierno se instituye para garantizar al hombre el goce de
sus derechos naturales e imprescriptibles.
Artículo 4. ​La ley es la expresión libre y solemne de la voluntad general. Ya proteja o ya castigue, es idéntica para todos.
No puede prescribir sino lo que es justo y útil para la sociedad, y no puede prohibir sino lo que perjudica a la misma.
99
ZARCO, Francisco. ​Historia del Congreso Constituyente de 1857. Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal.
México, 1992. p. 18

37
razón para decir, que los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones
sociales.

“Es evidente, pues, que los derechos existen y que ellos deben ser el fin de la ley.”100

Fuentes rechazó las ideas de León Guzmán. Señaló que no toda ley tiene por finalidad velar por
los derechos del hombre y ofreció como ejemplo las leyes administrativas, las de división
territorial y aquellas que establezcan la dictadura para estados de emergencia.101

Guzmán conservó su postura:

“¿Qué objeto tendrá la ley que la reforme? Indudablemente mejorar la situación de los pueblos,
mejorar la administración de justicia y asegurar en todas partes las garantías individuales. Al
recurso extremo de la dictadura, se apela en casos de grandes conflictos, ¿y para qué? Para
salvar el orden público, para mantener la Constitución, para asegurar los derechos y garantías
del ciudadano.

“De cualquiera ley que se trate, por mucho que a primera vista se aparte del fin que señala el
artículo, el orador promete probar que en último resultado tiene por objeto mantener los
derechos del hombre.”102

También, ante la insistencia de Díaz González de que la ​defensa de los derechos del hombre sería
una defensa pasiva, pues sería a través de la estricta aplicación de la ley y no de otra conducta, y
que por ello bastaría usar la palabra ​respetar, Guzmán obvió la discusión al establecer que no
sería oportuno detenerse en asuntos de palabras, por lo que modificó el proyecto, cambiando
defender por ​sostener.103

Por otro lado Fuentes también atacó que el proyecto presentado por la Comisión podría
fomentar la insurrección, lo que resultaría en extremo peligroso. Frente a esta objeción, fue
Ponciano Arriaga quien respondió.

“El artículo no es más que un acto constitutivo; el pueblo restringe su propia soberanía,
reconoce los derechos del hombre y declara que nunca puede atacarlos.

La Comisión no defiende el derecho de insurrección; todos sus trabajos se dirigen a establecer


la legalidad, a que todos los funcionarios tengan facultades limitadas, a que reinen el orden y la
paz. Evitar insurrecciones parciales, que pueden ser reprimidas, o insurrecciones generales que
consumen cambios políticos, no es obra de las Constituciones, que no pueden impedir que
haya caprichos no sólo en el pueblo, sino en las asambleas, en los Gobiernos, en ciertas clases
de la sociedad.

100
Loc. cit. 20
101
Idem.
102
Loc. cit. p. 21
103
Loc. cit. p. 22 y 23

38
Si el Sr. Fuentes posee algún secreto, algún talismán, alguna palabra mágica para conjurar por
siempre esta clase de peligros, no sólo la Comisión, sino el país y la humanidad entera tendrán
motivos para agradecerle sus revelaciones.”104

Así, y como refiere Francisco Zarco en su ​Historia del Congreso Constituyente de 1857, “el artículo
fue aprobado por 70 votos contra 23”. Se incluyó en el texto aprobado la modificación que
hiciera Guzmán al sustituir la palabra ​defender por ​sostener.105

Con las ilustradas intervenciones de Guzmán y Arriaga – miembros de la Comisión redactora del
proyecto – queda manifiesto que las ideas políticas que expusimos en el capítulo anterior son las
mismas que los inspiraron.

Al respecto de la confesión hecha por arriaga Arriaga, diciendo que la Comisión no defendía el
derecho a la insurrección, consideramos prudente ofrecer nuestra interpretación y
consideraciones:

Arriaga señala que el propósito de la Comisión fue establecer la legalidad, a fin de que reine la
paz y el orden; sin embargo, reconoce que la Constitución, y los medios legales que establezca,
pueden quedar rebasados en los hechos. Enfatiza que este peligro no es sólo frente al pueblo,
sino también frente al Gobierno: puede igualmente suceder que el gobierno rebase la
Constitución y la legalidad. No obstante, la Comisión se enfocó en establecer los medios para
que las dichas situaciones no ocurrieran, para que todo pudiera resolverse satisfactoriamente en
el campo de la ley y las instituciones.

Según nuestra interpretación de lo dicho por Arriaga, no fue propósito de la Comisión


establecer el derecho a la insurrección paralelamente a otros medios de defensa; tampoco así lo
sostuvieron ni Locke ni Mariana, ni ello se desprende de las estudiadas Declaraciones francesas.
La legalidad es siempre el primer recurso, y la insurrección el último: aquél que se ejerce como
consecuencia de los derechos del hombre106 una vez que las leyes – consagradas todas en última
instancia a la defensa tales derechos – han quedado superadas.

Tampoco debemos perder de vista el perfil y personalidad de Arriaga, quien siempre creyó,
terminantemente, en la pacífica defensa de sus derechos a través de la ley y sus mecanismos.
Apunta al respecto Manuel Ramírez que, allá de 1841, en una ocasión un prefecto de un
Ayuntamiento sostuvo ante Ponciano Arriaga que los ciudadanos deben obedecer al gobierno

104
Loc. cit. p. 24 – 26
105
“Artículo 1o. El pueblo mexicano reconoce que los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones
sociales. En consecuencia declara, que todas las leyes y todas las autoridades del país, deben respetar y sostener las
garantías que otorga la presente Constitución.” ​Op. cit. ZARCO p. 18
106
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1793: Artículo 33. La resistencia a la opresión es la
consecuencia de los derechos del hombre.

39
ciegamente. La reacción de Don Ponciano Arriaga, frente a tal declaración, es narrada por
Ramírez de la siguiente forma:

“Esto es más de lo que la decencia y la cortesía permiten tolerar a Arriaga… Es ahora cuando
formula, impecable, perfecta, su profesión de fe, la profesión de fe de su vida entera. Queda
definitivamente trazada y precisa la ruta que ha de seguir y emprendida desde antes por él, sin
vacilaciones:

“¡Yo no soy obediente ciego de autoridad ni de persona alguna sino de la ley! Cuando ésta se
infringe por la autoridad superior, las subalternas y aun los simples ciudadanos tienen el deber,
sin salirse de los medios pacíficos y legales, de advertirle el yerro y procurar que vuelva al
camino fijado por la ley”.107

Despréndese, pues, de lo apuntado por Ramírez, que esta “profesión de fe” de Arriaga, fue la
misma que lo guió en el debate, del artículo primero citado, en el Constituyente de 1857.

Volviendo al trasfondo ideológico que dio inspiración al artículo en comento, es menester


referir los comentarios de Emilio O. Rabasa:

“… los derechos del hombre formaron la vanguardia y uno de los mayores logros de la ley
suprema del “57”, que los cobijó en su título primero.

“Como se sabe, el capítulo de los derechos humanos fue tomado de la Declaración francesa de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano, del ​Bill of Rights norteamericano, algo de la
Constitución de Cádiz y lo disperso de la Constitución de 1824.”108

Artículo 39
Por lo que hace al artículo 39 de la decimonónica Constitución, éste tenía originalmente
asignado en el proyecto el número 45 y rezaba de la siguiente forma.

“Artículo 45. La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder
público dimana del pueblo y se instituye para su beneficio. El pueblo tiene en todo tiempo el
inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.109

Salta como evidencia la similitud de principios que consagra el apenas citado artículo en
comparación con las Declaraciones francesas de derechos.110De este modo, con claridad y

107
RAMÍREZ ARRIAGA, Manuel. ​Ponciano Arriaga el desconocido. Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística,
México, 1965. p. 93
108
RABASA, Emilio O. ​El pensamiento Político del Constituyente de 1856–1857. Editorial Porrúa, S.A.; Universidad Nacional
Autónoma de México, México, 1991. p. 27 y 28
109
Op. cit. VALADÉS. t. I; p. 575
110
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789: ​Artículo 1. El fin de la sociedad es la felicidad
común.– El gobierno se instituye para garantizar al hombre el goce de sus derechos naturales e imprescriptibles.

40
franqueza intachables, el proyecto de Constitución recoge las ideas de la comunidad política
soberana que da lugar al gobierno para su beneficio.

Por otro lado, la última parte de este artículo – en nuestra opinión – es consecuencia necesaria
de la inalienabilidad e imprescriptibilidad de la soberanía popular, misma que está así reconocida
en el artículo 25 de la referida Declaración de 1793. Resulta, además, conveniente referir al
siguiente artículo de la misma Declaración de 1793.

“Artículo 28. Un pueblo siempre tiene el derecho de revisar, reformar y cambiar su


Constitución. No puede una generación sujetar a sus leyes a las generaciones futuras.111

Es cierto que el citado numeral francés refiere al cambio de Constitución; sin embargo, tal
derecho de revisar, reformar y cambiar la Constitución es parte y consecuencia, también, del
artículo mexicano en comento.

Consideramos oportuno analizar el artículo de la misma manera en que fue analizado por el
Constituyente de 1857 al momento de su discusión, el 9 de septiembre de 1856. En aquella
sesión, el Sr. Ruiz pidió la división del artículo en tres partes – mismas que iremos comentado.112

En tratándose de la primera parte: “La soberanía nacional reside esencial y originalmente en el


pueblo”, la discusión inició con la crítica Emparan, quien sostuvo que las ideas del artículo no
eran incorrectas, mas estaban vagamente expresadas. Consideró, pues, que estaban mejor
consignadas en el artículo 3o. del Acta Constitutiva de 1824, que al efecto refería:113

“Art. 3. º La soberanía reside radical y esencialmente en la nación, y por lo mismo pertenece


esclusivamente á esta el derecho de adoptar y establecer por medio de sus representantes la
forma de gobierno, y demás leyes fundamentales que le parezca mas conveniente para su
conservacián y mayor prosperidad, modificándolas ó variándolas, según crea convenirle más.”
114

El artículo 3o. apenas citado utiliza la palabra ​nación y no ​pueblo, al igual que el artículo 3o. de la
Declaración francesa de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789115 ; sin embargo,
imitando el cambio en la Declaración de Derechos de 1793, la Comisión optó por usar ​pueblo.

Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793: Artículo 25. La soberanía reside en el pueblo: es una,
indivisible, imprescriptible e inalienable.
111
Op. cit. DECLARACIÓN DE DERECHOS… 1793
112
Op. cit. ZARCO p. 311
113
Idem.
114
ACTA CONSTITUTIVA DE LA FEDERACIÓN MEXICANA DE 1824. Versión digital consultada en:
http://www.ordenjuridico.gob.mx/Constitución/1824A.pdf
115
Artículo 3o.– El origen de toda soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún órgano, ni ningún individuo
pueden ejercer autoridad que no emane expresamente de ella.

41
No obstante los apuntamientos de Emparan, las redacción de la Comisión , respecto a esta
primera parte, fue aprobada por unanimidad. La segunda parte del artículo, “Todo poder público
dimana del pueblo y se instituye para su beneficio”, corrió la misma suerte de ser aprobada por
unanimidad. 116
La tercera parte del artículo, según la división propuesta por Ruiz, fue la que acaso suscitó mayor
polémica: “El pueblo tiene en todo momento el inalienable derecho de alterar o modificar la
forma de su gobierno”. En este punto, Emparan señaló que la redacción adolecía de vaguedad,
misma que resultaría siempre peligrosa.117

Para aplacar los ánimos de ser señalado el artículo como una apología anárquica, Arriaga y Mata
enfatizaron que las ideas de la Comisión eran que todo cambio instado por el pueblo fuera a
través de los medios constitucionales. 118

Así, Mata señalaba que el artículo en comento debía relacionarse con el artículo 125 del proyecto
– artículo 127 de la Constitución aprobada.

“… el Sr. Mata explicó más estas ideas, refiriéndose al art. 125 del proyecto, que establece que
toda reforma constitucional necesita el voto de dos tercios de los diputados, y después queda
sometida al fallo del pueblo al verificarse las elecciones del siguiente Congreso.” 119

Resulta curioso que tras esta explicación, la redacción de la tercera parte del artículo 39 en
comento fue aprobada por 79 votos contra 7120, y así permaneció, a pesar de que el sistema de
reforma – preponderantemente popular – que aparecía en el proyecto de artículo 125 – no fue
aprobado.121

Es importante apuntar que al momento en que se discutió el sistema de reforma constitucional,


la Comisión defendió su proyecto en la intención de incluir directamente al pueblo. El propio
Mata apuntó:

“En los demócratas no hay inconsecuencia en ir a buscar la opinión del pueblo como fuente de
acierto. Si se diera valor al argumento de que el pueblo no sabe y es ignorante, sería preciso
quitarle el derecho de elegir, porque no sabrá escoger a los hombres capaces de velar por sus
intereses.

“Pero la Comisión tiene confianza en el pueblo, y para ilustrarlo en gravísimas cuestiones tiene
fe en la predicación del apostolado.”122

116
Op. cit. ZARCO p. 311–312
117
Loc. cit. p. 311
118
Loc. cit. p. 311 y 312
119
Loc. cit. p. 312
120
Idem.
121
Op. cit. p. 906.​ ​El proceso de reforma constitucional del proyecto fue sustituído por el actual sistema, mismo que
establece el requisito de aprobación de la mayoría de los congresos estatales.
122
Op. cit. p. 891 y 892

42
Las palabras ofrecidas por Mata ponen de manifiesto – una vez más – que la Comisión fue
poderosamente influida por las ideas de soberanía popular expuestas en el capítulo anterior. Al
respecto, Emilio O. Rabasa nos ilustra:

“En primer lugar, este artículo 39 fue y es el más importante de nuestras dos últimas
Constituciones federales. Resulta ser nada menos, la base que sustenta toda la estructura…”

“… la soberanía, en su forma y uso, ha sido determinante en la historia y desarrollo de las ideas


y de la ciencia política universales. La soberanía depositada en un sólo individuo – rey – es la
expresión del mayor absolutismo. Residiendo en la nación es el inicio de la democracia. Así, la
soberanía ya no emanada de la nación sino del pueblo, es otro paso – decisivo – en la
determinación del origen del poder en los Estados no sólo modernos, sino contemporáneos. La
nación comprende al pueblo: éste forja a aquélla.123

Una vez averiguado el bagaje ideológico que ostentaba la Comisión redactora de la Constitución
de 1857, y las ideas que se discutieron en aquél congreso constituyente, es momento de avanzar
hacia nuestra Constitución de 1917.

LA CONSTITUCIÓN DE 1917

Artículo 1o.
Siguiendo la metodología del apartado anterior, comenzaremos por referir el artículo tal y como
aparecía en el proyecto presentado por el Primer Jefe del Ejército constitucionalista, Venustiano
Carranza:

“Artículo 1. En la República Mexicana, todo individuo gozará de las garantías que otorga la
Constitución, las que no podrán restringirse ni suspenderse sino en los casos y con las
condiciones que ella misma establece.”124

De una primera lectura de este artículo queda manifiestan grandes diferencias con el artículo
primero que existía en la Constitución de 1857.125 Sin embargo, de la discusión que se dio este
artículo, en el seno del Congreso Constituyente de 1917, se desprende que tales diferencias no
atienden a razones ideológicas sino pragmáticas.

El 13 de diciembre de 1916 se leyó ante la Asamblea, por segunda ocasión, el dictamen de la


Comisión conformada por Francisco J. Múgica, Alberto Román, L.G. Monzón, Enrique Recio y

123
Op. cit. RABASA p. 100 y101
124
Op. cit. VALADÉS. t. II; p. 27
125
Artículo 1o. El pueblo mexicano reconoce que los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones
sociales, en consecuencia, declara que todas las leyes y todas las autoridades del país, deben respetar y sostener las
garantías que otorga la presente Constitución.”

43
Enrique Colunga; dictamen en el que la Comisión pidió a la Asamblea la aprobación del artículo
en sus términos, por la siguientes razones:

“Comenzado el estudio del proyecto de Constitución presentado por la primera jefatura, la


comisión es de parecer que debe aprobarse el artículo 1., que contiene dos principios capitales
cuya enunciación debe justamente preceder a la enumeración de los derechos que el pueblo
reconoce como naturales del hombre, y que por esto encomienda al poder público que los
proteja de una manera especial, como que son la base de las instituciones sociales. El primero
de esos principios, es que la autoridad debe garantizar el goce de los derechos naturales a todos
los habitantes de la repúblic. El segundo es que no debe restringirse ni modificarse la
proyección concedida a esos derechos, sino con arreglo a la misma Constitución.”126

En estas razones de la comisión se reivindican los derechos del hombre, que aunque desaparecen
de la redacción, siguen siendo el valor que se protege.

Ya entrada la discusión del artículo, Martínez Escobar y Macías criticaron el romanticismo


impreso en el artículo primero de la Constitución de 1857, opinando que el nuevo artículo de
1917 era mucho más preciso y, por ende, mucho más práctico. 127

Decía Macías:

“… en el fondo están reconocidos los derechos naturales del individuo, sea que estos derechos
sean de este, o de aquel o de cualquier otro, sea que fueran de ocho, diez, veinte o cincuenta;
todos están reconocidos allí porque las garantías que otorga la sección primera son para
respetar las diversas manifestaciones de la libertad humana.”128

Tras tales consideraciones, el artículo del proyecto fue aprobado por unanimidad y en sus
términos.129

En este punto consideramos – además – oportuno referir, que en el discurso que Venustiano
Carranza ofreció al Constituyente al entregar su proyecto de Constitución, el Primer Jefe apuntó
que su intención fue preservar “intacto el espíritu liberal” de la Constitución de 1857. Sin
embargo, expresó, también, que los esfuerzos en el proyecto se encaminaban a darle aplicación y
verdadera vigencia a aquellos principios que la Constitución decimonónica consagraba. Era
intención de Carranza el proveer de mayor aplicabilidad y practicidad a la Constitución, no tanto
mutar sus principios esenciales.130

126
Loc. cit. p. 258.
127
Loc. cit. p. 265 – 269
128
Loc. cit. p. 269
129
Loc. cit. p. 275
130
Loc. cit. p. 11

44
Sin embargo, no podemos negar una clara evolución de conceptos. Fix Fierro explica que el
término ​garantía, frente a los derechos del hombre, evoca “la media individualizada y concreta en
que la Constitución protege cada uno de estos derechos.”131

Asimismo, mientras el referido autor considera que hay elementos suficientes para
inequívocamente determinar que la Constitución de 1857 adopta una ideología ​ius naturalista y
no ​ius positivista, señala que “el Constituyente de 1917 no tenía una idea precisa de lo que
implicaban ambas concepciones (y, por lo tanto, tampoco pretendió zanjar la discusión), pero sí
consideraba que los derechos debían quedar claramente establecidos y definidos en la
Constitución, lo que se puso sobre todo de manifiesto al discutirse los derechos sociales.”132

De lo anteriormente dicho podemos concluir que la intención del Constituyente de 1917, en


relación con el artículo primero, fue proteger efectivamente los derechos del hombre, con miras
– además – sociales, concretando así lo que la Constitución de 1857 había previsto como algo
abstracto. Vayamos ahora al artículo 39 constitucional y la soberanía en él consagrada.

Artículo 39
El proyecto de Constitución presentado por Carranza recogió de manera idéntica la redacción de
1857:

“Art. 39. La soberanía nacional reside esencial y originalmente en el pueblo. Todo poder
público dimana del pueblo y se instituye para su beneficio. El pueblo tiene en todo tiempo el
inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.”133

El artículo fue aprobado en tales términos sin discusión alguna.134 Así, para desentrañar las ideas
del Constituyente, queda el dictamen de la Comisión como única luz en el marco de las sesiones
de aquél congreso; nos permitimos, al efecto citar algo de tal dictamen:

“Sin entrar en la historia del concepto de la soberanía, por no ser apropiada en estos
momentos, la Comisión cree necesario hacer constar solamente, que el principio de la
soberanía es una de las conquistas más preciadas del espíritu humano en su lucha con los
poderes opresores…

“Esta concepción sirvió de base, como lo hemos dicho en un principio, a todos los regímenes
políticos que se reforman radicalmente por la gran Revolución Francesa de 1789, en que
invariablemente las Constituciones políticas escritas que comenzaron a darse las naciones
revolucionarias también por aquel gran movimiento, consignaron el dogma de la soberanía
131
FIX FIERRO, Héctor en: ​Derechos del pueblo mexicano: México a través de sus Constituciones. Cámara de Diputados del
H. Congreso de la Unión, Editorial Porrúa, 5a. ed., México, 2000. Tomo I; p. 5
132
Loc. cit. p.5–7
133
Op. cit. VALADÉS. t.II;p. 37
134
Loc. cit. p. 600

45
popular de tal manera, que es considerada hasta la fecha como la base esencial de los regímenes
democráticos.

“Este principio contiene diversos artículos que le son propios: la soberanía es una, inmutable,
imprescriptible, inalienable. Siendo el pueblo el soberano, es el que se da su gobierno, elige sus
representantes, los cambia según sus intereses; en una palabra: dispone libremente de su
suerte.

“La Comisión no desconoce que en el estado actual de la ciencia política, el principio de la


soberanía popular comienza a ser discutido y que se le han hecho severas críticas, no solamente
en su contenido propio, sino aun en su aplicación; pero en México, menos que un dogma
filosófico es el resultado de una evolución histórica, de tal manera, que nuestros triunfos,
nuestras prosperidades y todo aquello que en nuestra historia política hemos de más levantado
y de más querido, se encuentra estrechamente ligado con la soberanía popular. Y la
Constitución, que no tiene por objeto expresar los postulados de una doctrina política más o
menos acertada, sí debe consignar los adelantos adquiridos por convicciones, que constituyen
la parte vital de nuestro ser político.”135

Del anterior dictamen, aprobado por unanimidad y sin discusión, se desprende con claridad la
intención del Constituyente de conservar este “triunfo histórico”. La Comisión incluso usó la
terminología acuñada por la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793,
en su artículo 25, al referir que “la soberanía es una, inmutable, imprescriptible, inalienable.”136
Así, el artículo 39, tal y como se había concebido en 1857, continuó – y continúa – siendo la base
de todo nuestro sistema constitucional.

Comenta Eduardo Andrade Sánchez:

“Podríamos decir que éste es el artículo constitucional por excelencia. El meollo, el núcleo de
toda nuestra Constitución Política. Si se me permite la figura, podría decirse que es “la
Constitución de la Constitución”. Piedra de toque de todo el esquema constitucional del país,
en él se sustenta el respeto de las normas constitucionales.

“Este precepto efectúa la declaratoria por virtud de la cual el pueblo se señala a sí mismo como
soberano. Cabría también decir que es la ​premisa mayor de la Constitución. Siendo el Poder
Constituyente expresión de la voluntad popular, manifiesta su decisión de que sea el pueblo, el
titular de la soberanía, es decir el Poder Supremo de la República.”137

Con este artículo el Constituyente de 1917 reconocía, una vez más, el poder supremo que lo
legitimaba para dar una Constitución. El Constituyente se asumió representante del pueblo y en
esa calidad dictó los destinos de la Nación.

135
Loc. cit. p.598–599
136
Artículo 25. La soberanía reside en el pueblo: es una, indivisible, imprescriptible e inalienable.
137
ANDRADE SÁNCHEZ, Eduardo en: ​Derechos del pueblo mexicano: México a través de sus Constituciones. Cámara de
Diputados del H. Congreso de la Unión, Editorial Porrúa, 5a. ed., México, 2000. Tomo VI; p. 55

46
Los maestros García y García y Smeke analizan el gobierno representativo a la luz del artículo en
comento, concluyendo:

“En ese sentido, la representación política tiene una naturaleza ​sui generis que implica el deber
de todo servidor público de actuar conforme a sus atribuciones y en beneficio del pueblo”138

“La regulación del elemento teleológico del Estado no es un tema bizantino y carente de
relevancia práctica, en razón de que existe un imperativo constitucional de cumplirlo por
parte de las autoridades, tal como lo disponen los artículos 39 y 128139
constitucionales…”140

La Constitución, en nuestra opinión, – y derivado de todo lo hasta ahora estudiado – no otorga


la soberanía al pueblo, sino que la reconoce. Este acto de reconocimiento es a su vez un acto de
plena legitimación. La Constitución es la obra del pueblo, la autolimitación de la que hablaba
Locke, la expresión de su soberanía.

IV
EL ARTÍCULO 136 Y LA RESISTENCIA
FRENTE A LA OPRESIÓN

LA REVOLUCIÓN
Con la finalidad de avanzar en nuestro estudio hacia las respuestas que buscamos, creemos ya
necesario deslindar un tema que tiende a confundirse con aquél que nosotros nos ocupamos en
tratar: la revolución. Sin embargo, resultaría excesivo, para los fines de los presentes esfuerzos, el
realizar un estudio verdaderamente profundo de este tema; por ello, nos limitaremos a abordar
el punto en relación con nuestro derecho constitucional y en la medida de lo necesario para
enfocar correctamente nuestros postulados.

Así, para tener éxito en nuestro propósito y – al mismo tiempo – no traicionar nuestra intención
de no excedernos en el tratamiento del tema, nos enfocaremos en las opiniones que sobre la
revolución sostuvieron los ilustres constitucionalistas Felipe Tena Ramírez y Jorge Carpizo.

138
Op. cit. GARCÍA; SMEKE​ p. 190
139
Vid. supra p. 11
140
Loc. cit. p. 227

47
Hechas las aclaraciones anteriores, el primer momento del estudio que ahora nos ocupa se finca
en cuestiones de terminología.

Hasta ahora hemos hablado del derecho de resistencia, y a lo largo del trabajo han aparecido
voces como ​rebelión, revolución o ​insurrección; pero ¿qué comprenden estos conceptos? Jorge
Carpizo nos ofrece la siguiente respuesta:

“Los autores hablan de revueltas, rebeliones, golpes de Estado, motines, cuartelazos, disturbios
internos, etcétera. Creemos que todos estos términos se pueden agrupar en un mismo género,
que encierra el deseo de cambio sin importar la clase de cambio, y desde este punto de vista
genérico los podemos denominar movimientos, palabra que encierra en sí la noción de
tránsito.

Podemos y debemos enfrentar dos conceptos, el de revolución y movimiento y esta


diferenciación responde al deseo de no utilizar la palabra revolución para cualquier cambio
político o rebelión.

Revolución es el cambio fundamental de las estructuras económicas. Revolución es la


transformación total de un sistema de vida por otro completamente distinto. Movimiento es el
cambio parcial de las estructuras económicas y total o parcial en las estructuras sociales,
políticas o jurídicas.”141

Tena Ramírez refiere la siguiente terminología:

“Entendemos por revolución la modificación violenta de los fundamentos constitucionales de


un Estado. Excluimos, por lo tanto, del concepto de revolución las rebeliones, motines o
cuartelazos, tan frecuentes otrora en México, que tienen por origen querellas de personas o de
facciones y por objeto el apoderamiento del mando, sin mudar el régimen jurídico existente,
antes bien invocando como pretexto el respeto debido al mismo.”142

Examinemos ahora la opinión del maestro Raúl Pérez Johnston:

“La revolución implica un grado profundo de transformación. Va mucho más allá de los
términos antes señalados, cuyos significados denotan un alzamiento contra las instituciones,
pero nunca un cambio estructural como lo conlleva la revolución. En este sentido, mientras
que por “golpe de Estado” hay que entender la violación deliberada de las normas
constitucionales de un país y sustitución de su gobierno, generalmente por fuerzas militares;
por “cuartelazo” un pronunciamiento militar; por “pronunciamiento”, un alzamiento militar
contra el gobierno, promovido por un jefe del ejército u otro caudillo; por “motín” un
movimiento desordenado de una muchedumbre, por lo común contra la autoridad constituida;
por “rebelión”, el levantamiento público y en cierta hostilidad contra los poderes del Estado,

141
Op. cit. CARPIZO. p. 47 y 48
142
Op. cit. TENA. p. 65.

48
con el fin de derrocarlos; por asonada, la reunión o concurrencia numerosa para conseguir
tumultuaria y violentamente cualquier fin, por lo común político; y la “sedición”, el alzamiento
colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar sin llegar a la
gravedad de la rebelión.

“… la revolución implica un replanteamiento general de los principios que rigen una nación,
desde el punto de vista jurídico, económico, social, lo cual se traduce generalmente por la
existencia de un nuevo orden jurídico, de nuevas relaciones de poder, de una nueva
concepción de las cosas y de la vida.”143

Creemos que las ideas de los tres maestros citados coinciden en relación con la revolución. No
obstante, y con miras a nuestras pretensiones, optamos por rescatar la definición de Tena
Ramírez respecto a la revolución, y la precisión que Pérez Johnston ofrece en tratándose de
rebelión.144

De este modo, y en aras de acotar los conceptos, baste establecer: ​la revolución es un movimiento
que se encamina a transformar, por medios antijurídicos – pacíficos o violentos–, el orden jurídico
fundamental de un Estado.

Tras esclarecer el término con la suficiencia requerida para nuestros fines, dispongámonos a
conocer las opiniones de Carpizo y Tena Ramírez sobre la revolución frente a la Constitución.

Carpizo finca la problemática en una “aparente contradicción entre los artículos 39 y 136”,
planteando como inicio la siguiente pregunta con relación a nuestra Carta Magna de 1917:
“¿Contiene la Constitución el instrumento para su propia destrucción?”145

Antes de continuar, recordemos los artículos de mérito:

Artículo 39. La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder
público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo
el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.

Artículo 136. Esta Constitución no perderá su fuerza y vigor, aun cuando por alguna rebelión
se interrumpa su observancia. En caso de que por cualquier trastorno público, se establezca un
gobierno contrario a los principios que ella sanciona, tan luego como el pueblo recobre su
libertad, se restablecerá su observancia, y con arreglo a ella y a las leyes que en su virtud se
hubieren expedido, serán juzgados, así los que hubieren figurado en el gobierno emanado de la
rebelión, como los que hubieren cooperado a ésta.

143
Op. cit. PÉREZ JOHNSTON p. 2
144
El fin de una revolución, en ideas de Arístóteles, consiste en “cambiar el sistema de gobierno, esto es, a substituir el
régimen oligárquico a la democracia, o la democracia a la oligarquía, o la república y la aristocracia a otra forma
cualquiera, o recíprocamente; otras veces procuran sustituir unos hombres a otros conservando la Constitución.” ​Op.
cit. ARISTÓTELES p. 220
145
Op. cit. CARPIZO p. 49

49
Según Carpizo, el artículo 39 aparenta otorgar el derecho a la revolución, mientras que el 136 lo
niega. Para salir de esta paradójica cuestión, Carpizo – apoyándose en las ideas y discusiones que
ya se expusieron en este trabajo con relación al artículo 39 – resuelve que la soberanía popular
puede cambiar la forma de su gobierno por los medios de reforma que la propia Constitución
establece en el artículo 135.146 Tras esta afirmación, Carpizo concluye que, por lo tanto, no existe
una contradicción entre los artículos 39 y 136.147

En nuestra opinión, para deslindar la Constitución del derecho a la revolución, el maestro


erróneamente parte del encuentro contradictorio entre los artículos 39 y 136. Sin embargo – y
sin perjuicio de explicanos más a profundidad andando el trabajo – las ideas del maestro hasta
ahora expuestas nos parecen aceptables. Continuemos, pues, con las ideas de Carpizo.

Carpizo explica que el artículo 136 establece una prohibición a revoluciones y a rebeliones,
máxime que la Constitución no especifica los medios – violentos o no – para lograr la
interrupción de la vigencia y eficacia de la misma. No obstante, el propio jurista en comento
reconoce que el artículo 33 de la – ya muy citada – Declaración francesa de Derechos de 1793
establece el derecho a resistir a la opresión como el más sagrado de los derechos, planteando así
una nueva problemática, de la que escapa de la siguiente forma:

“Nos explicamos la existencia de este artículo por los motivos ideológicos, políticos e históricos
que concurrieron en la formación de esta declaración, y por esto el precepto apuntado es de
índole política pero no jurídica. Y además en esa época – la aurora del constitucionalismo
moderno – los conceptos y teorías aún no estaban precisados.”

Insistimos, esta salida nos parece – más bien – un escape – ya nos explicaremos–; así,
profundizando en esta dirección de ideas, la exposición del maestro comienza verdaderamente a
empantanarse.

Tras la referencia a la Declaración francesa, Carpizo se vuelca en criticar el derecho


guatemalteco. La Constitución de Guatemala de 1965, imitando en principios a sus antecesoras
de 1956 y 1945, establecía en su artículo 78, segundo párrafo:

“Es legítima la resistencia adecuada para la protección de los derechos y garantías consignados
en la Constitución.”148

146
Artículo 135. ​La presente Constitución puede ser adicionada o reformada. Para que las adiciones o reformas lleguen
a ser parte de la misma, se requiere que el Congreso de la Unión, por el voto de las dos terceras partes de los individuos
presentes, acuerden las reformas o adiciones, y que éstas sean aprobadas por la mayoría de las legislaturas de los
Estados.
El Congreso de la Unión o la Comisión Permanente en su caso, harán el cómputo de los votos de las Legislaturas y la
declaración de haber sido aprobadas las adiciones o reformas.
147
Loc.cit. p. 51 y 52
148
Constitución DE LA REPÚBLICA DE GUATEMALA.Versión digital en:http: //biblio.juridicas. unam. mx/
libros/5/2210/26.pdf

50
Y al respecto condena Carpizo:

“Estas disposiciones de las Constituciones guatemaltecas nos parecen faltas de toda técnica y
sin ninguna validez jurídica, ya que – como hemos dicho – un orden jurídico no puede
establecer su muerte, no puede establecer su negación, no puede establecer su misma
desaparición. Así, esas disposiciones no tienen ningún valor, ni sentido jurídico.

“Desde el punto de vista jurídico, las reformas constitucionales se llevan a cabo por el proceso
que la misma Constitución establece.”149

Coincidimos en todo lo dicho por el maestro Carpizo en tratándose de las reformas a la


Constitución: éstas deben hacerse por los medios que la propia Constitución establece.
Simplemente no comprendemos qué tiene que ver con esto la Constitución guatemalteca de
1965, – sumamente ilustrativa para nuestros fines, como veremos más adelante –pues ésta no
consagra derecho alguno para reformar el orden constitucional, sino para defenderlo.

Como ya hemos anunciado, y para no extraviarnos en estas ideas, trataremos las contradicciones
que encontramos en Carpizo más adelante. Por ahora, concedamos al ilustre constitucionalista la
razón cuando dice que la Constitución no pretende que el pueblo pueda reformarle ignorando
las vías que, para el efecto, establece la misma. Por ello, también concluye Carpizo con razón: “​el
derecho a la revolución es una facultad de índole sociológica y ética, pero nunca jurídica.”150

Vayamos ahora con las ideas de Tena Ramírez. El ahora comentado jurista sostiene que no hay
medio jurídico para reformar la Constitución fuera del procedimiento establecido en el artículo
135. 151 Ya abordando propiamente la revolución, el maestro refiere:

“El derecho a la revolución puede tener, en algunos casos, una fundamentación moral, nunca
jurídica.

“Moralmente el derecho a la revolución se confunde con el derecho de resistencia del pueblo


contra el poder político. Muy discutible el referido derecho, hay quienes lo admiten cuando el
poder político desconoce y vulnera los principios fundamentales del derecho natural. Pero
jurídicamente el derecho a la revolución no existe.”152

Resulta un tanto sorpresivo que el maestro Tena asumiera una postura similar a la que sostiene
Jorge Carpizo: referir someramente el derecho de resistencia únicamente para confundirlo con el
derecho a la revolución y después refutar – para ambos – su existencia con argumentos que sólo
serían válidos frente al segundo.

149
Op. cit. CARPIZO p. 54 y 55
150
Loc. cit. p. 55
151
Op. cit. TENA p. 65
152
Loc. cit. p. 66

51
En efecto, continúa el maestro afirmando que nuestra Constitución se adhiere plenamente al
desconocimiento del derecho a la revolución; prueba de ello es, una vez más, el artículo 136 ya
citado. Nos remitimos de nuevo a lo dicho por el constitucionalista:

“Aunque el precepto habla de rebelión, refiérese sin duda a revolución, en el sentido que antes
hemos dado al término, puesto que alude al establecimiento de un gobierno contrario a los
principios que la Constitución sanciona; esto último equivale a la subversión violenta de los
fundamentos constitucionales del Estado, que es en lo que consiste la revolución, y no
simplemente a la rebelión contra los titulares del gobierno, sin tocar los principios de la
Constitución.

“Al decidirse expresamente por la tesis contraria al derecho a la revolución, nuestra ley
suprema adopta una posición opuesta a la de la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, de la Constitución francesa de 1783, que en su artículo 35 decía: ‘Cuando el
gobierno viole los derechos del pueblo, la insurrección es para el pueblo y para cada porción
del pueblo el derecho más sagrado y el deber más indispensable.’

“Fórmula notoriamente antijurídica y demagógica sólo es explicable dentro de una época que
empezaba apenas a ensayar el derecho constitucional.”153

Tras tratar ejemplos nacionales, a la luz de las ideas apenas relacionadas, Tena concluye: “El
derecho positivo no puede consignar el derecho a la revolución, porque este derecho es la
negación de aquél. La Constitución que estableciera el derecho a ser violada no sería en rigor una
Constitución.”154

Al igual que con las ideas de Carpizo, coincidimos con Tena Ramírez en que el derecho a la
revolución, entendido como el derecho a trastocar el orden jurídico fundamental por medios
diversos a los establecidos en la Constitución, no existe en nuestro sistema normativo. Es más,
coincidimos en que la sola existencia jurídica del derecho a la revolución plantea una paradoja en
la que el Derecho reconoce su autodestrucción.

Ahora, para cumplir con el propósito planteado al inicio del capítulo, de deslindar
suficientemente los conceptos que nos ocupan, consideramos que criticar y refutar las ideas de
los maestros Tena Ramírez y Jorge Carpizo, expuestas en el capítulo anterior, nos brindará una
sincera utilidad. Sin duda nuestra crítica se enfocará en aquello de sus opiniones con lo que no
hayamos concordado ya. Comencemos, pues, con este propósito.

Jorge Carpizo partía su estudio del derecho a la revolución de una presunta contradicción entre
los artículos 39 y 136 constitucionales. Lo cierto es que esta controversia había sido, de algún
modo, ya abordada por los Constituyentes de 1857, padres del artículo 39. Decimos “de algún
modo” porque, en 1857, la simple lectura del artículo 39 despertó las más sinceras

153
Loc. cit. p. 67
154
Loc. cit. p. 74

52
preocupaciones de quienes vieron en tal precepto los fuegos de la revolución; mas en ningún
momento la problemática llevó a trabar una controversia entre el artículo 39 y el artículo 128 –
numeración que en ese entonces tenía el hoy artículo 136–.

Recordemos nuestra exposición – hecha en el capítulo anterior – acerca de los apuntamientos de


Mata y Arriaga. Justamente la explicación que en su momento brindaron este par de célebres
personajes, – en especial la de Mata – fue la que apaciguó las dudas del Constituyente de 1857,
quienes tenían la misma preocupación que el maestro Carpizo. No perdamos de vista, pues, que
tales explicaciones se fundaron en lo que hoy es el artículo 135 constitucional, es decir: en los
medios de reforma de la Norma Fundamental y no en el artículo 136 – en ese entonces 128 –.

Resulta inverosímil que el Constituyente de 1857, que tuvo un texto casi idéntico – difiriendo en
una palabra155 – al que hoy tenemos en el 136, no haya apreciado la contradicción que el maestro
Carpizo señala. Insistimos, los defensores de la redacción del artículo 39 más bien fincaron la
discusión con el artículo 127, que regulaba el procedimiento para la reforma de la Constitución.

Atendiendo a la manera en cómo los Constituyentes de 1857 abordaron el problema, concluímos


que es mucho más apropiado definir la presunta contradicción en términos de los artículos 39 y
135, – 39 y 127, en 1857 –. Goza de toda lógica, incluso con la terminología que sigue Carpizo en
este punto del problema:

Si la revolución es el cambio violento de la Constitución, el artículo 39 no establece el derecho a


hacerla. El artículo 39 establece la facultad del pueblo de cambiar la forma de su gobierno, mas se
entiende en armonía con el artículo 135, que establece el procedimiento de reforma de la propia
Constitución. Luego: el pueblo ejerce su soberanía y puede mutar la forma de gobierno mediante
los procedimientos establecidos en la Constitución. Reiteramos, este simple razonamiento fue el
propio del Constituyente de 1857; sin embargo, sucede que aquí sólo se agota la discusión de la
revolución, pero no de la resistencia.

Tanto Jorge Carpizo como Tena Ramírez – este último de manera más directa – hablan del
derecho de resistencia y niegan su existencia en la Constitución sin razón alguna. Hacemos esta
categórica acusación porque las razones que ofrecen los constitucionalistas son aquellas que
aplican a la revolución y no a la resistencia. Nos permitiremos reiterar ciertas citas hechas.

Carpizo, innecesariamente para el tratamiento del derecho a la revolución, refiere de pronto a la


Constitución guatemalteca de 1965. Tal ordenamiento fundamental consagraba el derecho a
resistir frente a las autoridades cuando estas violaren los derechos consagrados en la misma

155
Únicamente se sustituyó la palabra “jamás” por “no”: en el proyecto puesto a discusión decía “Esta Constitución jamás
perderá su fuerza y vigor…”; el artículo ya aprobado con el número 128 rezaba “Esta Constitución no perderá su fuerza
y vigor…” ​Op. cit. ZARCO p. 906 y 907

53
Constitución.156 ¿Eso es hacer revolución? De ninguna manera, el fin es manifiestamente
contrario. La revolución busca transformar una sociedad, cambiar su orden jurídico a un grado
de trastocar las normas fundamentales. El derecho consagrado en la Carta Magna guatemalteca
referida no consagra tales propósitos; por el contrario, permite la defensa constitucional.

Recapitulemos lo manifestado por Carpizo acerca del referido precepto guatemalteco:

“Estas disposiciones de las Constituciones guatemaltecas nos parecen faltas de toda técnica y
sin ninguna validez jurídica, ya que – como hemos dicho – ​un orden jurídico no puede
establecer su muerte, no puede establecer su negación​, ​no puede establecer su misma
desaparición. ​Así, esas disposiciones no tienen ningún valor, ni sentido jurídico.

“Desde el punto de vista jurídico, ​las reformas constitucionales se llevan a cabo por el
proceso que la misma Constitución establece.​”

La Constitución guatemalteca de 1965 no consagraba su propia destrucción, sino su


conservación. Por otro lado, es importante llamar la atención en que tal Constitución estableció
el derecho a la resistencia únicamente para la defensa de los derechos y garantías de los
individuos. ¡Es una legítima defensa de los derechos más sagrados; defensa del individuo, hecha
por el individuo, ante el abuso!

Reiteramos, nosotros no encontramos cómo tal artículo refiere a la revolución. Sin embargo,
tras el poco afortunado análisis del artículo guatemalteco en comento, Carpizo da un salto en la
lógica y concluye que toda reforma constitucional debe realizarse por “el proceso que la misma
Constitución establece”. ¿Cómo concluyó que tal verdad, acerca de las reformas constitucionales,
desvirtúa el derecho a resistir consagrado en la Constitución de Guatemala? Desconocemos
cómo.

Tena Ramírez – por su parte – establece que en virtud del artículo 136157 nuestra Constitución se
adhiere tajantemente a la postura que niega la existencia del derecho a la revolución. Con ello
podemos holgadamente concordar. No obstante, el ilustre constitucionalista de pronto, al igual
que el maestro Carpizo, fractura su construcción lógica al decir, recordemos la cita:

“Al decidirse expresamente por la tesis contraria al derecho a la revolución, nuestra ley
suprema adopta una posición opuesta a la de la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, de la Constitución francesa de 1793, que en su artículo 35 decía: ‘Cuando el
156
Constitución de la República de Guatemala: Artículo 72, segundo párrafo: “Es legítima la resistencia adecuada para la
protección de los derechos y garantías consignados en la Constitución”.
157
Artículo 136. ​Esta Constitución no perderá su fuerza y vigor, aun cuando por alguna rebelión se interrumpa su
observancia. En caso de que por cualquier trastorno público, se establezca un gobierno contrario a los principios que
ella sanciona, tan luego como el pueblo recobre su libertad, se restablecerá su observancia, y con arreglo a ella y a las
leyes que en su virtud se hubieren expedido, serán juzgados, así los que hubieren figurado en el gobierno emanado de la
rebelión, como los que hubieren cooperado a ésta.

54
gobierno viole los derechos del pueblo, la insurrección es para el pueblo y para cada porción
del pueblo el derecho más sagrado y el deber más indispensable.”

Una vez más ¿En qué momento la Declaración de Derechos de la Constitución francesa de 1793
consagra el derecho a la revolución? Muy por el contrario: ¡tal artículo es una amenazante
invitación al gobierno a no hacer revolución: a no violar la Constitución! Tanta preocupación de
los doctrinarios de mérito por deslindar el concepto de revolución se vio rápidamente olvidada
por los mismos; mas, no la olvidemos nosotros, pues es el propósito del presente apartado.

Así, dejamos manifiesto que no es la revolución lo que nos interesa tratar. No pretendemos
legitimar el derecho a transformar nuestro orden jurídico por medios que no sean los marcados
en la Constitución; al contrario, coincidimos – como ya hemos establecido – con los maestros
Tena y Carpizo en que tal derecho no existe en nuestro sistema. Lo que a nosotros ocupa es el
derecho de resistencia frente a la opresión.

EL DERECHO DE RESISTENCIA EN EL ARTÍCULO 136

Hemos llegado al nudo del presente trabajo. En este apartado fundaremos nuestra postura: el
derecho a resistir frente a la opresión es un medio de defensa constitucional reconocido
implícitamente en su artículo 136. Para ello, nos valdremos de todo lo ya expuesto, como si
fuesen piezas de un gran rompecabezas que ahora nos esforzamos en arreglar. No obstante, hace
falta conseguir una última pieza: el artículo 136.

Este artículo es un tanto enigmático. A diferencia de los otros artículos que hemos tratado, éste
fue aprobado sin una verdadera discusión. Al parecer su llamativa redacción no atrajo ni suscitó
mayores preocupaciones en los Constituyentes.

Como ya habíamos anticipado, el artículo en comento es idéntico al artículo 128 de la


Constitución de 1857. Si nos remitimos a las discusiones del Constituyente decimonónico,
encontraremos que éste varió sólo una palabra de la redacción del proyecto; siendo que en el
proyecto se leía: “esta Constitución ​jamás perderá su fuerza y vigor…”.

En las narraciones de Francisco Zarco, la discusión que suscitó el referido cambio se describe de
la siguiente manera: “Después de algunas breves explicaciones entre los Sres. Moreno, Ocampo,
Villalobos, Gamboa y Mata, el artículo se reformó diciendo: “Esta Constitución no perderá su
fuerza y vigor, etc.” y así fue aprobado 79 votos contra 2. 158

158
Op. cit. ZARCO p. 906 y 907

55
Ya en el Constituyente de 1917, el artículo no despertó discusión alguna y fue aprobado en sus
términos y por unanimidad.159 Asimismo el artículo no ha sufrido reforma alguna.

Ante la ausencia de debates y posturas en el seno de los Constituyentes no debemos pensar que
partimos de la nada para interpretar el artículo. Contamos con los otros debates ya estudiados,
mismos que revelan el bagaje ideológico con el que los Constituyentes, de ambas épocas,
abordaron y entendieron el artículo en comento.

Analicemos pues el texto del artículo 136:

Artículo 136. Esta Constitución no perderá su fuerza y vigor, aun cuando por alguna rebelión
se interrumpa su observancia. En caso de que por cualquier trastorno público, se establezca un
gobierno contrario a los principios que ella sanciona, tan luego como el pueblo recobre su
libertad, se restablecerá su observancia, y con arreglo a ella y a las leyes que en su virtud se
hubieren expedido, serán juzgados, así los que hubieren figurado en el gobierno emanado de la
rebelión, como los que hubieren cooperado a ésta.

Siguiendo el método del Sr. Ruíz, al momento de discutirse el artículo 39 en el Constituyente de


1857, dividiremos el artículo en tres partes. La misma metodología sigue el maestro Víctor
Martínez Buyé Goiri en su comentarios al artículo.160

La primera parte la encontramos en: “Esta Constitución no perderá su fuerza y vigor, aun
cuando por alguna rebelión se interrumpa su observancia.” La Constitución – tajantemente –
impide su abrogación, incluso frente a la situación de no ser cumplida; es decir: la no aplicación
de la Constitución no es un medio para abrogarla o para derogar – siqueira – alguno de sus
preceptos.

Sin embargo, es de suma importancia no perder de vista que la Constitución así reconoce la
posibilidad de su inobservancia. Dicho de otra manera: el Constituyente nunca perdió de vista
que la Constitución no es una simple entelequia, sino que tiene el fin de ser obedecida así como
la posibilidad de no serlo.

Parecería, no obstante, que la Constitución busca abarcar una situación que está fuera de su
alcance. Si una rebelión logra la inobservancia de la Constitución, entonces poco importaría si la
Constitución se declara a sí misma vigente. Toda la “fuerza y vigor” de la Constitución sería igual
a la fortaleza de una hoja de papel que puede ser rota con las manos. En este punto podría
parecer que la lógica del artículo empieza a tambalearse.

Op. cit. VALADÉS. t. III; p. 743 y 744


159
160
MARTÍNEZ BUYÉ GOIRI, Víctor en: ​Derechos del pueblo mexicano: México a través de sus Constituciones. Cámara de
Diputados del H. Congreso de la Unión, Editorial Porrúa, 5a. ed., México, 2000. Tomo XII; p.1281

56
Lasalle ya nos había advertido estas posibilidades. Según el ya comentado jurista, una
Constitución se ve reducida a una hoja de papel si los factores reales de poder no están adecuados
a la misma. Así, hay dos opciones: o bien (i) la hoja de papel es destruida y se redacta una nueva
que se ajuste a los poderes fácticos o, por el contrario, (ii) los factores reales de poder son
forzados a someterse bajo los mandatos constitucionales.

Si el Constituyente hubiera optado por consignar la primera opción, el derecho a la revolución


estaría plenamente reconocido y, como decían los maestros Tena y Carpizo, ningún sentido
tendría el artículo 135, ni ningún otro artículo. La Constitución estaría reconociendo su propia
destrucción.

Pero el Constituyente no se decidió por ello, sino que abordó la segunda opción. Es justo por ello
que regula este supuesto. Reiteramos, sería poco menos que iluso pretender regular algo que
escapa a la Constitución: ahí donde la realidad se impone con rebeldía, el Derecho queda como
meras palabras sueltas; pero sucede que el Constituyente se decidió por consignar la batalla – esa
última batalla – contra la realidad, contra la rebelión, contra los poderes fácticos.

Aquí entra la segunda parte del artículo: “En caso de que por cualquier trastorno público, se
establezca un gobierno contrario a los principios que ella sanciona, tan luego como el pueblo
recobre su libertad, se restablecerá su observancia”.

Después de haberse consignado en la Constitución la imposibilidad de su abrogación por


inobservancia, el texto nos remite al supuesto extremo de que se establezca un gobierno
contrario a sus principios: ¡Situación gravísima! Frente a este escenario, establece la solución:
que el pueblo recobre su libertad para que se restablezca su observancia. Sí, es el pueblo quien
habrá de defender el orden constitucional.

Surge – entonces – la pregunta: si la Constitución no está siendo observada, si el gobierno no


sólo no se ciñe a ella, sino que contraría sus principios ¿cómo podría el pueblo recobrar su
libertad? La Constitución no lo dice; sería demasiado ambicioso pretender que la Constitución,
además de ser tal, sea un manual de cómo liberar a los pueblos. Por ello concluímos que el
pueblo habrá de liberarse por cualquier medio. Es precisamente en esta segunda parte donde
nosotros encontramos el derecho de resistir frente a la opresión; ya nos explicaremos con mayor
detalle.

La tercera y última parte dice: “…y con arreglo a ella y a las leyes que en su virtud se hubieren
expedido, serán juzgados, así los que hubieren figurado en el gobierno emanado de la rebelión,
como los que hubieren cooperado a ésta.”

Este último fragmento consigna la suerte de los rebeldes. Martínez Buyé Goiri considera a esta
tercera parte como una cláusula penal; pues, la Constitución, honrando sus preceptos y en
respeto a toda lógica, manda juzgarlos de conformidad con sus principios y de acuerdo a las leyes

57
que se fundan en la misma. Claro está que este momento presupone el triunfo del pueblo en la
lucha por su libertad. 161

El maestro Martínez Buyé Goiri estuvo cerca de encontrar la interpretación que nosotros
proponemos; sin embargo, fue seducido por aquellas ideas de Tena Ramírez y Jorge Carpizo que
confunden el derecho a la revolución con el derecho de resistencia frente a la opresión.

Los comentarios que ofrece Martínez Buyé, acerca de la segunda parte del artículo, nos parecen
acertados.

“El segundo supuesto se refiere a que en caso de que fruto de cualquier trastorno público se
establezca un gobierno contrario a los principios de la Constitución, “tan luego como el pueblo
recobre su libertad se restablecerá su observancia”. Es decir, corresponde al pueblo en ejercicio
de su soberanía restablecer la observancia de la Constitución, es decir, que el texto está
incluyendo como supuesto no sólo que el gobierno instalado sea contrario al texto
constitucional, sino a la voluntad soberana del pueblo…”162

¡Nuestra postura se encuentra en tales palabras! Sin embargo, de forma inexplicable, el maestro
Martínez Buyé Goiri no repara en la trascendencia de su interpretación, en el derecho que se
encuentra ahí implícito, consistente en que el pueblo soberano puede resistir al gobierno
opresor, aquel gobierno que se opone a la voluntad general consagrada en la Constitución.
Tomando un camino contrario, nos dice:

“Recordemos que, en concordancia con el reconocimiento de la soberanía popular, desde la


Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, se reconoció, en el
artículo 2o., como uno de los derechos fundamentales el derecho a la resistencia a la opresión,
también llamado derecho a la Revolución.”163

Con tal cita, una vez más, el derecho a resistir frente a la opresión se ve sentenciado a sufrir la
misma suerte que el derecho a la revolución:

“Autores como Jorge Carpizo han establecido, pensamos que con acierto, que el llamado
derecho a la Revolución no puede ser sino una declaración de un principio de índole política y
no jurídica, ya que resultaría del todo absurdo que un orden jurídico estuviese reconociendo su
propio fin.”164

Las mismas razones que enunciamos para criticar la postura de Carpizo y de Tena Ramírez son
aplicables a este comentario. Es verdad que un orden jurídico no puede reconocer su propio fin;
simplemente no entendemos por qué encasillar ahí el derecho de resistir frente a la opresión.
Agotemos esta cuestión.

161
Idem.
162
Idem.
163
Idem.
164
Idem.

58
Decía Tena Ramírez que el artículo 136, cuando dice rebelión, se refiere realmente a revolución.
Los argumentos del maestro Tena son apegados a su propuesta de terminología. Al ser la
revolución el cambio violento del orden jurídico fundamental de un Estado, y al referirse el
artículo de mérito a la instauración de un gobierno contrario a los principios de la Constitución,
se sigue que tal gobierno es revolucionario, pues destruye la observancia de la Carta Magna.
Puesto así, el razonamiento es impecable; mas, dentro de la lógica de la Constitución, no es
sostenible.

Siguiendo la terminología de Tena – a la que nos adherimos – la Constitución no habla de


revolución, pues sería reconocer su abrogación. Nos explicamos: el 136 refiere a una situación
consumada y que consiste en un estado de inobservancia. En el supuesto de la Constitución, los
insurrectos ya triunfaron, pero son incapaces de abrogar la Constitución, afectando únicamente
su observancia. Si la Constitución se refiriera a una revolución, estaría tácitamente aceptando la
capacidad de esa insurrección para abrogarle o reformarle. Una insurrección que no puede lograr
tal cosa no es una revolución; la revolución implica la derrota de la Constitución. La
Constitución no puede consignar su derrota.

Así, es lógico que en la Constitución hable de rebelión, pues desde ese instante se está
consignando la incapacidad de tal insurrección para reformarle o abrogarle. Pero, ¿cómo
debemos entender rebelión entonces?

Locke nos da una respuesta:

“Rebelión es oponerse no a las personas, sino a la autoridad, y ésta se basa únicamente en el


régimen y leyes de gobierno; quienes la quebrantan violentamente, sean quienes sean, y
quienes justifican con la fuerza la violación cometida, son verdadera y auténticamente
rebeldes.”165

De algún modo, así también lo entendió Aristóteles cuando señaló al “envilecimiento y la


negligencia” en los gobernantes como causas de discordias sociales; para Aristóteles estos vicios
en los gobernantes eran signos de que habían llegado al poder “hombres enemigos de la
Constitución”.166
No partamos, pues, de que la rebeldía necesariamente reside en el pueblo armado que intenta
derrocar un gobierno. Si el gobierno que se intenta derrocar es aquél del que habla la
Constitución en el 136, el pueblo insurrecto no es el rebelde, lo es el gobierno que se rebela
contra la Norma Fundamental.

El pueblo soberano se da la Constitución con la voluntad de preservar sus derechos


fundamentales, de limitar el poder del gobierno que habrá de ser ejercido de acuerdo al Derecho.

165
Op. cit. LOCKE. p. 124 y 125
166
Op. cit. ARISTÓTELES p. 220

59
La Constitución es la manifestación de la soberanía popular, por ello es la Constitución
soberana. Un gobierno que atenta contra sus principios, inevitablemente violenta la soberanía
del pueblo, pues pretende abrogar la voluntad de éste imponiendo la suya, así como el más fuerte
impone – según Rousseau – ilegítimamente su voluntad.

No olvidemos el concepto que Locke y Mariana tenían de tiranía. Para los pensadores de mérito,
la tiranía es el gobierno que se ejerce contra el Derecho. De este modo, podemos interpretar que
cuando el artículo 136 refiere a la instauración de un gobierno contrario a los principios que la
propia Constitución establece, se refiere a un gobierno tiránico. Tal gobierno debe ser derrocado
por el pueblo para el restablecimiento del orden constitucional, esto no es otra cosa que resistir
frente a la opresión. El derecho de resistir frente a la opresión, como ya estudiamos, nació en
oposición a los gobiernos tiránicos.

Vayamos al Derecho comparado. La Constitución de la República de Honduras, en su artículo


375, establece – a nuestro parecer – los mismos principios que la nuestra en el 136. Sin embargo,
la Constitución hondureña es más explícita en la resistencia frente a la opresión.

“Artículo 375. Esta Constitución no pierde su vigencia ni deja de cumplirse por acto de fuerza
o cuando fuere supuestamente derogada o modificada por cualquier otro medio y
procedimiento distintos del que ella misma dispone. ​En estos casos, todo ciudadano
investido o no de autoridad, tiene el deber de colaborar en el mantenimiento o
restablecimiento de su efectiva vigencia​.”167

Este artículo acerca mucho más su redacción a aquella del artículo 35 de la Declaración Francesa
de Derechos de 1793. No obstante nuestra Ley Suprema tiene una redacción más reservada,
insistimos en que el apenas citado artículo y el numeral 136 de nuestra Constitución comparten
propósitos y razones; ambos ordenamientos supremos confían al pueblo la defensa
constitucional.

Veamos ahora la Constitución cubana:

“Artículo 3o.– En la República de Cuba la soberanía reside en el pueblo, del cual dimana todo el
poder del Estado. Ese poder es ejercido directamente o por medio de las Asambleas del Poder
Popular y demás órganos del Estado que de ellas se derivan, en la forma y según las normas
fijadas por la Constitución y las leyes. Todos los ciudadanos tienen el derecho de combatir por
todos los medios, incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra
cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta
Constitución.”168

167
Constitución DE LA REPÚBLICA DE HONDURAS. Versión digita consultada en:
http://www.poderjudicial.gob.hn/CEDIJ/Leyes/Documents/ConstituciónRepublicaHonduras.pdf
168
Constitución DE LA REPÚBLICA DE CUBA.Versión digital consultada en: http:
//www.cuba.cu/gobierno/cuba.htm

60
Celebramos la claridad y precisión con que este artículo fue redactado. Al igual que nuestra Carta
Magna, este artículo consagra la soberanía popular, estableciendo que tal soberanía será ejercida
con arreglo a la misma Constitución. Nos parece plausible que la Constitución cubana prevea el
principio de soberanía popular y el derecho de resistencia en el mismo artículo, pues éste es
consecuencia de aquél.

Por otro lado, es importante dejar de manifiesto que la Constitución de Cuba, a pesar de
consignar directamente el derecho de resistir frente a la opresión, no incita de ningún modo al
caos o la anarquía, pues con toda claridad establece: “Todos los ciudadanos tienen el derecho de
combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, ​cuando no fuera posible otro
recurso​, contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido
por esta Constitución.” Así, la Constitución en comento consigna la necesidad de agotar todos
los recursos antes de recurrir a la resistencia; dicho de otro modo: el ejercicio del derecho de
resistencia presupone que aquellos rebeldes que pretenden derrocar el orden constitucional
hayan logrado, ya, suprimir la observancia de la Constitución, imposibilitando cualquier medio o
recurso jurídico para combatirles.

Con estas ideas es como nosotros sostenemos que debe ser abordado el artículo 136 de nuestra
Ley Suprema. Así salvamos toda contradicción y proveemos al precepto de verdadero sentido;
más cuando la Constitución, en su núcleo, es fiel a aquellos ideales que alcanzaron su triunfo
político más alto con la Revolución Francesa de 1789.

Ahora, cuestionémonos: ¿Esta interpretación es sostenible frente a los ideales de los


Constituyentes?

Si los Constituyentes de 1857, en total apego a las ideas que reinaban en la Francia de 1789 y que
enarboló Robespierre, consagraron los derechos del hombre como la base de las instituciones
sociales; si declararon, atendiendo a las ideas contractualistas, – como las que estudiamos en
Locke y Rousseau – que la soberanía reside en el pueblo; si, al igual que Juan de Mariana,
establecieron que todo poder público dimana del pueblo y que el quehacer del gobierno debe
mirar hacia el beneficio y la felicidad de los individuos y la sociedad, ¿por qué no habrían
considerado, también, que a la tiranía se le puede resistir?

Y es que sucede que, al igual que opinaban los pensadores referidos, los Constituyentes de 1857
no contemplaron la resistencia como un medio ordinario de defensa constitucional, sino como el
último recurso. Recordemos que así lo concibió Mariana, al igual que Locke y Robespierre.

Incluso un verdadero defensor de la legalidad como Ponciano Arriaga no profirió ninguna


aclaración sobre este artículo. El Constituyente reconocía, en ese artículo 128, – hoy 136 – que
hay veces que el derecho queda simplemente rebasado. Pero, ese no es el final; la firme intención
de un pueblo por vivir en el Estado de Derecho no puede agotarse en los límites del deber ser,
pues esa voluntad es – antes – un ser: es un hecho.

61
¿Qué decir del Constituyente de 1917? Como estudiamos en el capítulo respectivo, el
Constituyente de 1917 refrendó en mucho los principios de la Constitución de 1857; no
olvidemos el dictamen presentado, ante el Constituyente, el 13 de diciembre de 1916.

Las modificaciones que el Constituyente de 1917 hizo en el artículo primero constitucional,


tenían miras prácticas. Fue su propósito limar tal artículo del romanticismo que enarbolaba, y
ofrecer el nuevo concepto de garantías; pero no alejarse de las libertades individuales y ahora
sociales.169

Por otro lado – y paradójicamente – la reiteración del artículo 39 se fundó, en gran parte, en algo
de romanticismo e historia. Recordemos algo del dictamen ya citado:

“Sin entrar en la historia del concepto de la soberanía, por no ser apropiada en estos
momentos, la Comisión cree necesario hacer constar solamente, que el principio de la
soberanía es una de las ​conquistas más preciadas del espíritu humano en su lucha con
los poderes opresores​…

“La Comisión no desconoce que en el estado actual de la ciencia política, el principio de la


soberanía popular comienza a ser discutido y que se le han hecho severas críticas, no solamente
en su contenido propio, sino aun en su aplicación; pero en México, menos que un dogma
filosófico es el resultado de una evolución histórica, de tal manera, que nuestros triunfos,
nuestras prosperidades y todo aquello que en nuestra historia política hemos de más levantado
y de más querido, se encuentra estrechamente ligado con la soberanía popular. Y la
Constitución, que no tiene por objeto expresar los postulados de una doctrina política más o
menos acertada, sí debe consignar los adelantos adquiridos por convicciones, que constituyen
la parte vital de nuestro ser político.”170

Con esto queda claro que el Constituyente de 1917, que tras este dictamen aprobó el artículo por
unanimidad, tenía bien presentes las ideas e historia que dieron lugar a la soberanía popular. No
sería, pues, para nada extraño que los constituyentes de 1917 consideraran a la Constitución
como la concreción de la voluntad general y soberana del pueblo y que, por ello, el pueblo
tuviera el derecho de defenderla cuando no hubiera otro recurso.

Con la exposición ofrecida, concluímos: la Constitución consagra el derecho a resistir frente a la


opresión en su artículo 136, y lo hace como el último medio de defensa cuando todo otro recurso
ha sido suprimido.

169
“…en el fondo están reconocidos los derechos naturales del individuo, sea que estos derechos sean de este, o de aquel
o de cualquier otro, sea que fueran de ocho, diez, veinte o cincuenta; todos están reconocidos allí porque las garantías
que otorga la sección primera son para respetar las diversas manifestaciones de la libertad humana.” Palabras del
constituyente Macías en la discusión del artículo 1. ​Vid supra. p. 41
170
Vid supra. p. 42

62
V
LA RESISTENCIA FRENTE A LA
OPRESIÓN COMO MEDIO DE DEFENSA
CONSTITUCIONAL

Queda únicamente establecer con claridad el carácter de la resistencia frente a la opresión como
medio de defensa constitucional. Esto implica también la definición de sus mecanismos y de los
actores implicados en su ejercicio.

A lo largo del trabajo nos hemos referido al ​derecho de resistir frente a la opresión. Sí,
consideramos que es un derecho del pueblo defender el orden constitucional cuando todo otro
mecanismo ha quedado suprimido. Sin embargo, por la finalidad que persigue su ejercicio,
consideramos – también – que en términos del artículo 136, la resistencia a la opresión es un
medio de defensa de la Constitución. Es en este carácter – desde esa visión – como queremos
analizar la resistencia frente a la opresión.

Con la intención de brindar precisión en el desarrollo de este punto, – y sin mayores


pretensiones teóricas o terminológicas– proponemos una clasificación – muy general – de los
medios de defensa constitucional: i) medios jurídicos de defensa constitucional y ii) medios
sociales de defensa constitucional.

63
MEDIOS JURÍDICOS DE DEFENSA CONSTITUCIONAL
Los medios jurídicos de defensa constitucional – o medios de control de constitucionalidad – son
aquellos para los que la propia Constitución establece uno o varios órganos específicos, con
atribuciones y competencia e insertos en un procedimiento. Recordemos lo referido por el
maestro Arteaga Nava al inicio de esta tesis: los medios de control de constitucionalidad son
restringidos, expresos y referidos a actos o conductas específicas.171

Ahora, no perdamos de vista que el análisis profundo de estos medios de control no forma parte
de la sustancia de este trabajo. Así, la nota fundamental a resaltar de estos medios de defensa es la
siguiente: los medios jurídicos de control constitucional son operados por un ser humano. Esta
nota evidente acarrea la falibilidad de los órganos encargados de procurar el orden
constitucional; falibilidad inevitable y – por ende – tolerada por el orden jurídico.172 Y es que por
más que existan recursos e instancias para la revisión de ciertas decisiones, siempre habrá una
última instancia inapelable.

Entendemos que no puede existir un sistema infinito de revisiones, lo que conlleva a la


tolerancia de la falibilidad material o infalibilidad jurídica. Sin embargo, creemos que esta
tolerancia tiene límites. Así, los errores o deficiencias del sistema, que llevan a insalvables
contravenciones al orden constitucional, deben aparecer como excepciones. Recordemos en este
punto las palabras – ya citadas – del maestro Tena Ramírez:

“El respeto debido a la Constitución tiene que ser, en principio, espontáneo y natural. Sólo
como excepción cabe considerar la existencia de violaciones constitucionales, dentro de un
orden jurídico regular. ​Cuando la excepción se convierte en regla, es que la anarquía o el
despotismo han reemplazado al orden constitucional.​”

La generalización de la inobservancia constitucional significa que los medios jurídicos de control


constitucional han quedado rebasados, que no son suficientes para garantizar la supremacía de la
Constitución. Esta situación queda perfectamente evidenciada cuando un gobierno contrario a
los principios que la Norma Fundamental establece se ha instaurado; pues, aunque se conserven
en existencia los poderes y los órganos que tienen encomendada la defensa de la Constitución, si
los operadores de los mismos tienen intenciones de no preservar la Carta Magna, sino de
cooperar con el régimen opresor, es manifiesto que hablar de medios jurídicos de defensa
constitucional deviene intrascendente.

Se quiera o no, la malicia, el egoísmo, la falta de moralidad, la corrupción, la ignorancia y otros


vicios, serán siempre una frustrante limitación a los medios jurídicos de defensa constitucional.

171
Vid supra p. 9
172
Vid supra p. 9

64
Si una vez triunfada la revolución de 1789, Robespierre hubiera proferido uno de sus
impetuosos discursos con el fin de extender una solemne invitación a las cortes celestiales para
que descendieran a defender las Constituciones del mundo, y tales seres hubieran aceptado tan
noble encargo, no se hubiera hablado más nunca de los difíciles y preocupantes temas que aquí
tratamos. Lamentablemente son seres humanos – imperfectos y corruptibles – quienes tienen la
alta tarea de preservar el orden constitucional.

MEDIOS SOCIALES DE DEFENSA CONSTITUCIONAL


En el capítulo anterior establecimos que el derecho de resistencia frente a la opresión es
reconocido en la Constitución como último medio de defensa: cuando toda otra vía o recurso ha
sido suprimido o rebasado. Así, el derecho de resistencia frente a la opresión es para nosotros un
verdadero medio de defensa constitucional y el único dentro de la categoría social que ahora
tratamos.
Dicho lo anterior cabe preguntarse: ¿Cómo funciona este medio de defensa constitucional?
¿Cuándo recurrir a él?

Parecería que el primer paso para resolver estas cuestiones es definir el supuesto en que este
medio de defensa debe activarse. No obstante, vale la pena adelantarse un momento: ​¿Qué
tendría que suceder para que un gobierno contrario a la Constitución se establezca en México?
Son infinitas las posibilidades, hablamos en el campo de la realidad política y social. No
pensemos, pues, que tan catastrófico escenario deba ser siempre impuesto intempestivamente,
por algún golpe de Estado o algo análogo fácilmente identificable. Llegar al establecimiento de
un gobierno tiránico puede ser producto de una paulatina degradación de la vida pública o por la
acción paciente e imperceptible de ciertas fuerzas políticas; ya lo decía Aristóteles:

“La astucia consigue su fin por dos medios: a veces comienza por sorprender la confianza;
cambia entonces la Constitución y ​mantiene la revolución por la fuerza… otras veces la astucia se
limita a mantener su dominación con la misma persuasión de que se ha servido para
conquistarla.”173

Así, definir un supuesto tan complejo es útil para reconocerlo en los confusos hechos que se
implicarían, determinando así su verificación; no obstante, esto también presupone que
“alguien” emite tal determinación. La Constitución nos da con cierta claridad el supuesto, pero
no al sujeto que deba reconocer su actualización:

“Artículo 136.– … ​En caso de que por cualquier trastorno público, se establezca un
gobierno contrario a los principios que ella sanciona​, tan luego como el pueblo recobre
su libertad, se restablecerá su observancia… ”

173
​Op. cit. p. 226

65
¿Qué es un trastorno público? ¿Cuándo considerar que un gobierno contrario a los principios de
la Constitución se ha establecido? Nosotros podríamos bien asumir la empresa de responder
tales preguntas; sin embargo, nuestra respuesta sería una de tantas respuestas que – acaso y
quizás nunca – se tomaría en cuenta para informar el criterio del ente encargado de
verdaderamente determinar la verificación de tales situaciones.

Por lo anterior, consideramos mucho más provechoso emitir nuestras consideraciones alrededor
de la pregunta más importante ¿Quién determina que por cualquier trastorno público se ha
establecido un gobierno contrario a los principios de la Constitución y que – por ende – es
preciso que el pueblo se libere? La respuesta: el pueblo mismo.

Nuestra respuesta no se funda en cierta idoneidad que encontramos en el pueblo o en afanes


democráticos; se desprende de que no existe otra posibilidad. Cualquier otra respuesta nos
devolvería al inicio del problema.

Si existiera un órgano facultado para declarar cuándo la Constitución ha perdido su observancia,


supongamos, – por decir algo – el Tribunal de la Inobservancia Constitucional ¿qué impediría
que las personas que lo integran se corrompan y nunca declaren que la Constitución perdió su
observancia cuando de hecho así ha sucedido? Ocioso sería proponer una segunda instancia,
pues el problema en cuestión es insalvable; ya lo decía El Nigromante – refiriéndose al control de
los actos del Congreso – en el contexto de la discusión de la Constitución de 1857:

“Si un congreso puede abusar ¿quién asegura que no abusa también el poder encargado de
corregirlo? ¡Entonces es preciso inventar otro vigilante para el vigilante del congreso, y
emplear el mismo arbitrio hasta el infinito!”174

Sin embargo, haber encontrado la ociosidad en señalar un órgano que determine cuándo se ha
instalado un gobierno contrario a la Constitución no soluciona nada; el problema sigue ahí, su
posibilidad es una realidad.

No estamos frente a una pregunta diferente de aquella con que se toparon Locke y Mariana:
¿Quién determina cuándo el gobierno es tiránico?175Decían los pensadores – cada cual en su
contexto – que el pueblo mismo, pues el pueblo es perfectamente capaz de velar por sus
intereses. No obstante, pese a ser la misma pregunta en esencia, nosotros la abordamos desde
otra óptica, aquella de la Constitución. Desde el punto de vista que nos ocupa, es ocioso que en la
Constitución se determine cualquier otro órgano, cualquier otra opción; el pueblo es, pues,
quien determina, de forma inapelable, cuándo la Constitución ha perdido su observancia

174
RAMÍREZ, Ignacio; González Ramírez Manuel (selecc.).​Ensayos. Universidad Nacional Autónoma de México. 2a.
ed., México, 1994. p. 57
175
Vid supra p. 20 y 25

66
¿Cómo determinará el pueblo tan importante cuestión? El potencial “abuso” de la resistencia
frente a la opresión representa tanto riesgo como la posibilidad de que el pueblo no logre sentir
el yugo de un gobierno tiránico. Tanto Locke como Mariana confiaban en un sentido inmanente
de justicia, en una capacidad natural del pueblo para comprender el rumbo de los asuntos
públicos; nos decía Locke:

“… si el pueblo advierte que se dice una cosa y se obra de manera contraria, que se recurre a
artificios para esquivar el cumplimiento de la ley, y que se emplea de una manera contraria a la
finalidad con que fue otorgado el derecho de prerrogativa (que viene a ser un poder arbitrario
que se pone en manos del príncipe para hacer en algunas cosas lo que es beneficioso para el
pueblo y no lo que es dañino); si el pueblo advierte que se eligen ministros y magistrados
subalternos de acuerdo con su tendencia a servir esa clase de finalidades, y que el favor o la
desgracia de que gozan depende de que las realicen o de que se opongan a su realización; si
contempla cómo se llevan a cabo tentativas de poder arbitrario… es decir, cuando una larga
cadena de hechos pone al descubierto propósitos idénticos, nadie podrá dejar de juzgar en su
interior el cariz que llevan las cosas, y preocuparse de buscar el medio de salvarse de sus
peligros…”176

Intentar determinar otro tipo de criterios resultaría ocioso: ¿Quién juzgaría su correcta
aplicación?

Así las cosas, y continuando con la exploración de este medio defensa, una vez que el pueblo
determina que en efecto se encuentra bajo un gobierno contrario a la Carta Magna: ¿Qué habrá
de hacer? Resistir frente a la opresión y luchar para regresar a la libertad que brinda el Estado
constitucional de Derecho.

Cómo ya habíamos mencionado en el capítulo anterior, el Constituyente no consignó medios


para la liberación del pueblo, mas confió en que éste lo lograría. En el texto constitucional se
establece el deber de restablecer, una vez derrocado el gobierno tiránico, la observancia
constitucional y juzgar, con apego a la Constitución y a las leyes, a quienes participaron y
colaboraron con dicho gobierno. Es este deber una verdadera defensa de la supremacía
constitucional, la última defensa.

Al igual que a Juan de Mariana y John Locke, se nos puede criticar por sustentar una tesis con
posturas peligrosas; por sostener una suerte de apología de la anarquía. De ningún modo: el
derecho a resistir frente a la opresión es el derecho a resistir frente a la arbitrariedad y la
anarquía con la intención de volver al Estado de Derecho.

La plena inobservancia constitucional es una posibilidad – probable o no – que el Constituyente


decidió prever. ¿Por qué preverlo, si se puede sostener que un pueblo oprimido inevitablemente
se subleva? Para borrar toda duda sobre la legitimidad de tal insurrección. En efecto, el

176
Op. cit. LOCKE p. 116

67
Constituyente tuvo la intención de que el pueblo tenga claro que existe tal posibilidad y que, ante
la misma, ​es constitucional resistir y derrocar al gobierno contrario a la propia Constitución. Es además
una suerte de advertencia para los gobiernos; la última parte del artículo 136, aquella que Buyé
Goiri denominó como “cláusula penal” lo pone de manifiesto.177 Es – en última instancia – un
artículo que tiende a activar y reconocer en la Constitución mecanismos eminentemente
políticos, sociales.

Así, el derecho a resistir frente a la opresión constituye el último medio de defensa


constitucional consagrado en la propia Carta Magna; ha de activarse cuando un gobierno
contrario a los principios de la Constitución llega a instaurarse. La determinación de que el
supuesto apenas mencionado se ha actualizado corresponde al pueblo de forma inapelable. La
finalidad de este medio de defensa es: i) derrocar al gobierno tiránico; ii) restablecer la
observancia constitucional y iii) juzgar a quienes hayan participado o colaborado con la rebelión
del gobierno anticonstitucionalista.

Queda un último punto que tratar y refiere al segundo momento de los apenas apuntados:
¿Cómo restablecer la observancia de la Constitución?

El restablecimiento de la observancia constitucional implica, a su vez, el establecimiento de un


nuevo gobierno acorde con los principios de la Carta Magna. Sin embargo, no perdamos de vista
que este gobierno – necesariamente – será instalado por vías que – en algún punto – no estarán
previstas en la propia Constitución. Sucede que alguna autoridad debe velar por el
restablecimiento de la Constitución: la organización de elecciones para los Poderes Ejecutivo y
Legislativo, la selección de integrantes al Poder Judicial, entre tantas cosas; vaya, alguna
autoridad habrá de custodiar una sana transición entre el régimen anticonstitucional y el
constitucional.

De este modo se podría llegar a cuestionar la legitimidad del nuevo gobierno. Por ejemplo: se
podría cuestionar la legitimidad del Presidente de la República electo en un proceso electoral
convocado por un órgano sin facultades constitucionales para ello, así sea que este Presidente
forme parte del nuevo gobierno que se ha propuesto respetar la Constitución. Si se continúa por
esta línea de pensamiento llegaremos a un laberinto del que no saldremos jamás.

Y es que sucede que en la Constitución no se prevé un “procedimiento de restablecimiento de


observancia”, cosa que además hubiera sido harto inconveniente. Nos parece que el
Constituyente comprendió bien que los escenarios políticos en donde el pueblo derroca al
gobierno tiránico son infinitos. Tenemos, entonces, que en la Carta Magna se establece el deber
de restablecer la observancia constitucional, pero no se nos dice cómo.

177
Vid supra. p. 54

68
Una vez más, no debemos considerar tal deber como de imposible cumplimiento; lo que
verdaderamente significa este conveniente vacío es que todo gobierno o autoridad transicional
debe ser tolerada en tanto se encamine verdaderamente al restablecimiento del orden
constitucional. Es como si tal gobierno transicional gozara de facultades implícitas para sacar
avante su importantísima tarea. Así, tal gobierno transicional debe tener por único propósito el
dar paso a un gobierno constitucional y no dilatarse en la consecución de tal meta. Tan pronto lo
consiga, debe desaparecer.

Además, como refiere Schmitt, la Constitución vale en tanto es manifestación de una voluntad178
; es, pues, esa misma voluntad – la del pueblo – la que se dispone a recuperar la observancia de la
Ley Suprema cuando deviene plenamente ignorada; es esa misma voluntad la que decide
restaurar el orden constitucional y, para ello, habrá de valerse de ciertos medios – si bien no
previstos – que han de tener pleno valor y legitimación, pues se fundan en aquella misma
voluntad soberana que otrora engendrara la Constitución y que luego se dispuso a cumplirla e,
incluso, a restablecerla.

CONCLUSIONES
A lo largo de la presente tesis exploramos muy diversos conceptos fraguados por muy distintas
voces. No obstante, se logró encontrar una unidad de discurso que permite ver a la Constitución
como realidad y como norma. En última instancia tal realidad es la realidad del pueblo, misma en
que puede sufrir o en la que puede ser libre. Como norma, la Constitución es – también – la
norma emanada del pueblo.

Encontramos que el derecho de resistir frente a la opresión no es sino un medio del pueblo para
ajustar una realidad adversa – Constitución ​de facto – a aquella Ley Suprema engendrada y
aceptada por el pueblo mismo – Constitución ​de iure –.

También fundamos que la Constitución como norma no es ajena a los fenómenos políticos – al
devenir del Estado – y que en un acto de sincera precaución, los Constituyentes establecieron
con toda claridad la inviolabilidad constitucional, asidero indiscutible de la resistencia. Sin
Constitución no hay resistencia, pues recuperar aquella es el fin de ésta.

Así, nos resulta concluyente afirmar que la resistencia frente a la opresión no es un mero
fenómeno político inspirado por las más nobles intenciones, sino que es un verdadero
mecanismo de defensa constitucional, reconocido en la propia Constitución. En tal tenor,
enunciamos las siguientes conclusiones:

1. La Constitución puede entenderse como el ser mismo de un Estado, como decisiones


políticas fundamentales – como sostuvo Schmitt – y respondiendo siempre a ciertos
factores reales de poder.

178
Vid supra p. 5 Concepto positivo de Constitución

69
2. La Constitución escrita, aquella que consagra derechos fundamentales, división de
Poderes y – sintéticamente – limitaciones al poder público, según las teorías abordadas,
representa un triunfo de los pueblos frente a la arbitrariedad.

3. La Constitución, verdadera soberana en un Estado, es la única manifestación


eminentemente soberana del pueblo, quien renuncia a su soberanía plena para someterse
al Derecho y alcanzar mayor libertad, desarrollo y paz.

4. Es voluntad del pueblo darse una Constitución y vivir atendiendo a su preceptos, sin que
nada ni nadie pueda sobreponerse a tal Ley Suprema e imponer la anarquía o la tiranía.
Por ello la Constitución es suprema; por ello en la Constitución se prevén garantías de
tal supremacía.

5. Los medios de control de constitucionalidad son mecanismos para garantizar la


supremacía constitucional; sin embargo, son operados – inevitablemente – por
individuos, quienes pueden apartarse de su alto encargo. Tal nota ineludible de los
medios de control de constitucionalidad permite la posibilidad de que sean superados y
que la tiranía, aún, se imponga.

6. El derecho a resistir frente a la opresión fue concebido como el derecho de todo pueblo
para resistir e imponerse a los sistemas tiránicos que gobiernan con base en el
quebrantamiento de la ley y la consecuente arbitrariedad.

7. La revolución tiene por finalidad cambiar radicalmente un régimen jurídico por medios
ajenos al mismo y es siempre antijurídica.

8. La resistencia frente a la opresión tiene por finalidad la defensa del Estado de Derecho
cuando éste es quebrantado por una tiranía.

9. El “derecho” a la revolución únicamente puede considerarse tal en un plano moral o


político. Por el contrario, tras la revolución francesa, el derecho de resistencia frente a la
opresión se concibió como un verdadero derecho y el último mecanismo del orden
jurídico para preservarse.

10. El derecho de resistir frente a la opresión comprende la legitimación que un pueblo tiene
para, –por cualqueir medio – liberarse de la tiranía y regresar al Estado de Derecho.

11. Nuestras Constituciones de 1857 y 1917, según se desprende del estudio histórico de las
ideas sostenidas en el seno de sus respectivas Asambleas Constituyentes, reconocen los
postulados consignados en los números 2 a 8 de estas conclusiones; la primera en sus
artículos 1, 39 y 128, y la segunda en sus artículos 1, 39 y 136.

70
12. Resulta fundado sostener que en nuestras Constituciones de 1857 y 1917 se encuentra
reconocido – implícitamente en sus artículos 128 y 136, respectivamente – el derecho de
resistir frente a la opresión, e incluso se demanda su ejercicio para la defensa de la propia
Constitución.

13. Ciertas situaciones fácticas pueden bien rebasar al Derecho, siendo éste ineficaz para
afrontarlas. Ante tal problema, el Derecho debe sobreponerse al consagrar medios
extraordinarios, y de suficiente magnitud fáctica, para enfrentar las situaciones de hecho
que han rebasado a los medios ordinarios.

14. El derecho del pueblo para resistir frente a la opresión, según se prevé en el artículo 136
de nuestra Constitución de 1917, legitima al pueblo para superar a un gobierno
anticonstitucional – por cualquier medio – con la finalidad de restablecer la observancia
de la propia Constitución.

15. No es posible prever un órgano especializado que determine el momento en que la


Constitución devino generalizadamente inobservada; tal medida nos arroja al inicio del
problema.

16. El derecho del pueblo para resistir frente a la opresión, según se prevé en el artículo 136
de nuestra Constitución de 1917, constituye un verdadero medio de defensa
constitucional, y el último de ellos.

71
Bibliografía
ANDRADE SÁNCHEZ, Eduardo en: ​Derechos del pueblo mexicano: México a través de sus
Constituciones. Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, Editorial Porrúa, 5a. ed.,
México, 2000. Tomo VI

ARISTÓTELES, ​La Política. Alba, 2da ed, Madrid, 1987

ARTEAGA NAVA, Elisur. ​Derecho constitucional Mexicano. Oxford, 3ra ed, México, 2013

BURGOA IGNACIO. ​Derecho constitucional Mexicano. Editorial Porrúa, 2da ed. México, 1976.

CARPIZO, Jorge. ​Estudios constitucionales. Editorial Porrúa; Universidad Nacional Autónoma de


México, 8va ed, México, 2012.

FIX FIERRO, Héctor en: ​Derechos del pueblo mexicano: México a través de sus Constituciones.
Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, Editorial Porrúa, 5a. ed., México, 2000.
Tomo I

GARCÍA Y GARCÍA, Miguel; SMEKE ROSELLÓN, Moisés Abdul. ​Teoría General del Estado.
Editorial Porrúa, México,f 2016.

72
LASALLE, Ferdinand; Rutiaga, Luis (trad.) ​¿Qué es una Constitución?, Grupo Editorial
Tomo,México, 2009.

LOCKE, John; Ediciones Nuevomar (trad.) ​Ensayo sobre el gobierno civil. Ediciones Nuevomar,
5a. ed., México, 1991.

MARIANA, Juan de; Barriobero y Hernán E. (trad.). ​Del rey y de la institución de la dignidad Real.
Mundo Latino, Madrid, 1930.

MARTÍNEZ BUYÉ GOIRI, Víctor en: ​Derechos del pueblo mexicano: México a través de sus
Constituciones. Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, Editorial Porrúa, 5a. ed.,
México, 2000. Tomo XII

PÉREZ JOHNSTON, Raúl. ​Notas sobre el Constituyente Revolucionario, el Derecho a la Revolución y


el Derecho de la Revolución. Publicado en: Iuris Tantum, Revista de la Facultad de Derecho de la
Universidad Anáhuac. volumen XIII, primavera–verano, México, 2002​.

RABASA, Emilio O. ​El pensamiento Político del Constituyente de 1856–1857. Editorial Porrúa, S.A.;
Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1991.

RAMÍREZ, Ignacio; González Ramírez Manuel (selecc.).​Ensayos. Universidad Nacional


Autónoma de México. 2a. ed., México, 1994.

RAMÍREZ ARRIAGA, Manuel. ​Ponciano Arriaga el desconocido. Sociedad Mexicana de Geografía


y Estadística, México, 1965.

ROBESPIERRE, Maximilien. ​La Revolución Jacobina. NeXos, Barcelona, 1992.

ROUSSEAU, Jean Jaques. ​El contrato social. Elaleph.com, 1999. Disponible en:
http://www.enxarxa.com/ biblioteca/ ROUSSEAU%20El%20Contrato%20Social.pdf.

SABINE, George H. Herrero, Vicente (trad.). ​Historia de la Teoría Política. 3a. ed. Fondo de
Cultura Económica. México, 1994

SCHMITT, Carl. ​Teoría de la Constitución. Editorial Nacional, México, 1966.

TENA RAMÍREZ, Felipe. ​Derecho constitucional Mexicano. Editorial Porrúa, 35a. ed. México,
2003.

VALADÉS, Diego, (coord. general). ​Derechos del pueblo mexicano: México a través de sus
Constituciones; Debate legislativo. H. Congreso de la Unión; Suprema Corte de Justicia de la

73
Nación; Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación; Instituto Federal Electoral;
Editorial Porrúa, 7ma. ed., México, 2006. Tomo I y II

ZARCO, Francisco. ​Historia del Congreso Constituyente de 1857. Tribunal Superior de Justicia del
Distrito Federal. México, 1992.

Ordenamientos
Constitución DE LA REPÚBLICA DE CUBA.Versión digital consultada en: http://www.cuba.cu/gobierno/cuba.htm

Constitución DE LA REPÚBLICA DE GUATEMALA.Versión digital en:http: //biblio.juridicas. unam. mx/


libros/5/2210/26.pdf

Constitución DE LA REPÚBLICA DE HONDURAS. Versión digita consultada en:


http://www.poderjudicial.gob.hn/CEDIJ/Leyes/Documents/ConstituciónRepublicaHonduras.pdf

Constitución POLÍTICA DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS. Versión digital consultada en: http:// www.
diputados.gob.mx/ LeyesBiblio/htm/1.htm.

DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO DE 1789. Versión digital consultada
en: http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/derhum/cont/22/pr/pr19.pdf

DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO DE 1793. Versión digital consultada
en:​ ​http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/2/804/9.pdf

74

También podría gustarte