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““La Santa 

Eucaristía es la continuación de la encarnación de Cristo sobre la tierra.”

Frase de la Madre Teresa de Calcuta

Vivir la Eucaristía & Eucaristizar la Vida


INTRODUCCIÓN

Queridos hermanos y hermanas misioneros (as), es una alegría compartir con nuestros hermanos la dicha
que el Señor nos da con tanta fuerza y amor.
El señor en su bondad y misericordia nos ha encargado de proclamar su palabra que es Vida, Verdad y
Camino de toda la vida cristiana. Por eso somos misioneros y portadores de la palabra de la fe, el amor
verdadero y esperanza a los que no conocen quién es Jesucristo nuestro Señor y nuestro Dios que se hizo
hombre nacido de la Virgen María nuestra Madre para liberarnos y salvarnos de nuestros pecados y traernos
una nueva vida.
Queridos hermanos y hermanas misioneros (as), como cada año, has regalado al Señor tu tiempo de
vacaciones, de descanso y tranquilidad, para manifestar con emoción y entrega tu experiencia personal con
Cristo. Es bien sabido que la misión no es un momento de confort y de vacaciones, es ir a proclamar la
palabra viva que se resume en el amor verdadero en Dios Padre (Abba) que se cumple en el amor a los
demás. Durante un año te has preparado arduamente para este momento.
Recuerda que la misión no es transmitir información, sino compartir tu experiencia de encuentro personal con
Jesucristo Hijo de Dios verdadero. Vale más tu testimonio de generosidad, de comprensión, de servicio y de
tolerancia, de amor y caridad que las bellas palabras que podamos decir. A veces nuestros hermanos olvidan
los largos discursos, pero en su corazón se quedan grabadas las buenas acciones que realizaste en sus
comunidades.
No pongas medida en tu trabajo misionero, no permitas que el cansancio te rinda a la hermosa misión que el
Señor te ha confiado. Es un tiempo del encuentro con Cristo a través de las personas de las comunidades
que entraremos en contacto. Afín de descubrir el amor infinito de Dios.
No olvides que a Jesús lo encuentras en los niños, en los enfermos, en los necesitados, en los que sufren
distintos tipos de marginación. Ahí está Cristo amor infinito al cual tu misión se encarna.
El anuncio del Evangelio es una gran alegría, ya lo ha dicho el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica
Evangeli Gaudium: una alegría que viene desde adentro. Esta alegría surge del encuentro personal con
Cristo, el dejarse encontrar.

“Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando permitimos a Dios que nos
lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero” (EG8). Esta alegría nos lleva a
contagiar a los demás de la necesidad de Dios en sus vidas. Pero este contagio no se da si nuestra felicidad
es externa y simple, mucho menos si vamos con caras largas y serias, enojados y secos. Es todo lo contrario.

Lineamientos Generales
Es importante que observemos algunos lineamientos que debemos respetar para lograr el fin que
nos hemos propuesto en esta misión. Por eso observemos con atención:
1. El encargado del grupo misionero de cada comunidad será el único que reparta la comunión y
celebre la Palabra. Puede delegar para la predicación.
2. Los temas que se darán cada día se repartirán según queden de acuerdo en cada grupo.
3. Al llegar a San Agustín cada equipo revise su material. Todo lo que nos den para llevar a la misión
debe ponerse en común.
4. El equipo misionero debe reunirse con los encargados de la parroquia y adaptarse al horario de la
comunidad.
5. Dialogar con el encargado de la comunidad cómo van a ser asignados los alimentos para los
misioneros.
6. Hacer los horarios en las cartulinas donde indicarán las actividades y el lugar en que se reunirán
niños, jóvenes y adultos, así como las celebraciones de la Palabra. Pegar en los lugares más frecuentados
por la gente.

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7. En las mañanas rezar Laudes o el Santo Rosario e invitar al pueblo a que participe.
8. En el transcurso de la mañana los misioneros visitarán a las familias y, en su caso, repartirán la
comunión a los enfermos.
9. Los días lunes, martes y miércoles se impartirán los temas a niños, jóvenes y adultos. Las charlas se
realizarán después de los visiteos (por la tarde). Se trabajará cincuenta minutos por cada grupo, aunque tal
vez sea necesario planear un poco más de tiempo con los niños (por los juegos). Si son pocos jóvenes, se
puede juntar la plática con los adultos, e incluso solicitarles su ayuda en algunas actividades (aunque lo ideal
es que tengan un espacio para ellos).
10. El Jueves Santo preparan el Monumento y organizan la liturgia de la Cena del Señor. Buscar a los
apóstoles para el lavatorio de pies.
11. El Viernes Santo hay que preparar el Vía Crucis y los santos oficios. La colecta la recogerán los
misioneros y la llevarán el domingo de resurrección al párroco de San Agustín.
12. El sábado se preparará la Gran Vigilia Pascual y se ambientará la capilla de forma limpia y alegre.
Pedir al pueblo que lleven comida para compartir. Organizar la fiesta con dinámicas o juegos (de preferencia),
en donde participe todo el pueblo.
13. El domingo de Resurrección los misioneros desayunan en la comunidad y se regresan a San
Agustín para estar antes de las 10:00 am en la Misa, donde se invita a algunos misioneros a dar su
testimonio.
14. Al regresar en el camión se entregará al encargado(a) todo el material que se les dio y que no se
gastó en la semana.
15. Si la comunidad les ofrece dinero, no deben aceptarlo, pero si la gente insiste, lo reciben y deben
entregarlo al encargado de economía en el camión.

LA VISITA MISIONERA
La visita misionera debe constar de varios momentos:
a) El momento de escuchar a quien visitamos. Nos hablan de su vida (sufrimientos, alegrías,
aspiraciones, pobrezas, enfermedades) si los escuchamos de corazón, con verdadero interés, inspiramos
confianza.
b) Consolar a las personas visitadas y orar junto con ellas.
c) Abrir el libro de los Evangelios y leer un texto, que facilite un encuentro con Jesús y fortifique la fe.
d) Referencias cristianas de la persona con Cristo. Es anuncio y diálogo sobre las principales verdades
del catolicismo.
e) kerigma cristiano.
f) Solidarizarse con los sufrimientos, sobre todo si la persona es pobre, indicarle dónde puede
encontrar ayuda, para salir de su pobreza.
g) Al terminar la visita prometer volver en breve y cumplir la promesa.

Para que esta visita misionera, casa por casa, pueda dar el resultado esperado, requiere dar los
pasos que se detallan a continuación.
Pasos durante la visita:
Se anunciará el Evangelio puerta por puerta, sin saltar ni correr, hasta visitar a todas las familias
asignadas.
1. Por parejas, se encomiendan a Dios, para ir a las casas. Purifican sus motivaciones,
procuran estar en gracia de Dios. Respirar profundamente, relajar sus nervios.

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2. Procurar llevar orden en las casas, y tener tiempo suficiente.
3. Al llegar a la casa saludan: "Que la paz del Señor esté en esta casa".
4. Preguntan por algún adulto. Nunca abordar a alguien en casa ajena.

Catequesis para jóvenes y adultos


EUCARISTÍA Y LA SEMANA SANTA
DÍA LUNES SANTO

PERDON - CONVERSIÓN
NOTA: ESTOS TEMAS NO SON PARA LEERLOS, SE DEBEN ESTUDIAR Y PREPARAR CON
ANTICIPACIÓN, Y DARLOS DE MANERA CREATIVA Y DIDÁCTICA A LAS PERSONAS. ESTO SÓLO ES
UN ESQUEMA SUGERIDO Y DE APOYO PARA EL (LA) MISIONERO (A).

Objetivo general: descubrir en nuestros corazones el amor de Cristo al quedarse en la Eucaristía a fin de que
en este tiempo de oración e interiorización logremos imitarlo siendo buenos creyentes.

Oración inicial: Los cristianos estamos llamados a ser sacrificio vivo; para adorar a Dios diariamente con
nuestras acciones y palabras. Mi Señor, qué bueno es saber que escuchas mis súplicas y estás atento a mis
necesidades, susurrando constantemente a mi espíritu tu invitación a vencer el miedo y a lanzarme con
confianza a enfrentar cada una de mis batallas. Te pido que siempre pueda tener lucidez para tomar las
mejores decisiones y diferenciar lo bueno de lo malo, esforzarme por serte fiel y no dejar que nadie me quite
las ganas de hacer las cosas bien. Me cuento entre los pecadores que siempre vuelven a caer. Reconozco
que en algunas ocasiones me faltan fuerzas y te fallo; por eso me humillo ante Ti, ante tu poder y clamo por tu
compasión. Amén.
El Lunes Santo se diferencia de todos los demás lunes de la Cuaresma, puesto que su significado entra en un
proceso de reflexión seis días antes de la Pascua. Hoy es tiempo para reflexionar sobre la mayor unción de
todas: la del Espíritu Santo sobre nosotros y su invitación a presentarnos ante el Señor con todo lo mejor que
tenemos para ofrecerle.

Dinámica grupal: se hace una dinámica donde se puedan integrar todos los miembros de la comunidad. Que
no dure más de 10 o 15 minutos aproximadamente. El ideal de este encuentro es que todos podamos vivir un
momento de acercamiento para dejar la pena, el miedo (…)

Actividad: Lectura del Evangelio (Lc 18, 9-14) `Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí
mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno
era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias porque
no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos
veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo». El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se
atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de
este pecador». Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Preguntas para reflexionar: ¿Qué se dice en la Biblia? Después de haber compartido la lectura bíblica se
espera que se haga una pequeña reflexión. Surge una pregunta ¿Por qué todo el que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido?

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Desarrollo: Mirada Eucaristía del Perdón – Conversión
En su sobriedad, el acto penitencial favorece la actitud con la que disponerse a celebrar dignamente los
santos misterios, o sea, reconociendo delante de Dios y de los hermanos nuestros pecados, reconociendo
que somos pecadores. La invitación del sacerdote, de hecho, está dirigida a toda la comunidad en oración,
porque todos somos pecadores.
¿Qué puede donar el Señor a quien tiene ya el corazón lleno de sí, del propio éxito? Nada, porque el
presuntuoso es incapaz de recibir perdón, lleno como está de su presunta justicia. Pensemos en la parábola
del fariseo y del publicano, donde solamente el segundo —el publicano— vuelve a casa justificado, es decir
perdonado (cf. Lc 18, 9-14). Quien es consciente de las propias miserias y baja los ojos con humildad, siente
posarse sobre sí la mirada misericordiosa de Dios. Sabemos por experiencia que solo quien sabe reconocer
los errores y pedir perdón recibe la comprensión y el perdón de los otros. Escuchar en silencio la voz de la
conciencia permite reconocer que nuestros pensamientos son distantes de los pensamientos divinos, que
nuestras palabras y nuestras acciones son a menudo mundanas, guiadas por elecciones contrarias al
Evangelio. Por eso, al principio de la misa, realizamos comunitariamente el acto penitencial mediante una
fórmula de confesión general, pronunciada en primera persona del singular. Cada uno confiesa a Dios y a los
hermanos «que ha pecado en pensamiento, palabras, obra y omisión». Sí, también en omisión, o sea, que he
dejado de hacer el bien que habría podido hacer. A menudo nos sentimos buenos porque —decimos— «no
he hecho mal a nadie». En realidad, no basta con no hacer el mal al prójimo, es necesario elegir hacer el bien
aprovechando las ocasiones para dar buen testimonio de que somos discípulos de Jesús. Está bien subrayar
que confesamos tanto a Dios como a los hermanos ser pecadores: esto nos ayuda a comprender la
dimensión del pecado que, mientras nos separa de Dios, nos divide también de nuestros hermanos, y
viceversa. El pecado corta: corta la relación con Dios y corta la relación con los hermanos, la relación en la
familia, en la sociedad, en la comunidad: El pecado corta siempre, separa, divide.
Las palabras que decimos con la boca están acompañadas del gesto de golpearse el pecho, reconociendo
que he pecado precisamente por mi culpa, y no por la de otros. Sucede a menudo que, por miedo o
vergüenza, señalamos con el dedo para acusar a otros. Cuesta admitir ser culpable, pero nos hace bien
confesarlo con sinceridad… ¡Decir los propios pecados!
Después de la confesión del pecado, suplicamos a la beata Virgen María, los ángeles y los santos que recen
por nosotros ante el Señor. También en esto es valiosa la comunión de los santos: es decir, la intercesión de
estos «amigos y modelos de vida»
La Eucaristía nos invita a nosotros al perdón, a ofrecer el perdón a nuestros hermanos. La escena del
Evangelio (cf. Mt 18, 21-55) es penosa: el siervo perdonado tan generosamente por el amo no supo perdonar
a un siervo que le debía cien denarios, cuando él debía cien mil.
Rito penitencial: «Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a
la vida eterna». Esta hermosa fórmula litúrgica, que dice el sacerdote, no absuelve de todos los pecados con
la eficacia ex opere operato propia del sacramento de la penitencia. Tiene más bien un sentido de petición, de
tal modo que, por la mediación suplicante de la Iglesia y por los actos personales de quienes asisten a la
Eucaristía, perdona los pecados leves de cada día, guardando así a los fieles de caer en culpas más graves.
Por lo demás, en otros momentos de la Misa -el Gloria, el Padrenuestro, el No soy digno- se suplica también,
y se obtiene, el perdón de Dios, aunque como decimos, el perdón de los pecados graves, se reserva al
sacramento de la penitencia.
La misa está permeada de espíritu de perdón y contrición. Hacemos un recorrido por algunos elementos de la
celebración litúrgica para explicitar el contenido del perdón y la reconciliación que hay en ellos (cf.
Recopilación hecha por Luis Rubio Morán “EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN”)

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MIRADA A OTROS DOCUMENTOS

El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el Espíritu la
saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros.
El dedo que señala y el juicio que hacemos de los demás son a menudo un signo de nuestra incapacidad
para aceptar nuestra propia debilidad, nuestra propia fragilidad. Sólo la ternura nos salvará de la obra del
Acusador (cf. Ap 12,10). Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios,
especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y ternura.
Paradójicamente, incluso el Maligno puede decirnos la verdad, pero, si lo hace, es para condenarnos.
Sabemos, sin embargo, que la Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza,
nos sostiene, nos perdona. La Verdad siempre se nos presenta como el Padre misericordioso de la parábola
(cf. Lc 15,11-32): viene a nuestro encuentro, nos devuelve la dignidad, nos pone nuevamente de pie, celebra
con nosotros, porque «mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v.
24). (P. Francisco, Carta Apostólica PATRIS CORDE, 8 diciembre 2020)

• MIRADA A NUESTRA VIDA PERSONAL

1. ¿Te dejas perdonar? ¿Descubres resistencias al perdón? ¿Descubres en tu historia el perdón de los otros y tu
perdón a los demás?
2. La Eucaristía es perdón: «Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna, que será
derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados» ¿Eres agradecido con Dios por su
misericordia?
3. ¿Cómo me siento afectado en mi vida al orar y suplicar en cada Eucaristía el perdón?

4. ¿A qué me comprometo?

La Palabra de Dios: Diálogo entre Dios y el pueblo


«Él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
(Lc 11, 28)
Si hacemos de la Eucaristía el referente existencial, y en ella se nos ofrece de manera tan abundante la
proclamación de la Palabra, es coherente llevar a la vida lo escuchado en la liturgia, para que no se vuelva un
testimonio en contra, por haber oído y no haber cumplido aquello que se nos ha dicho al tiempo de la
celebración o en el recuerdo de los textos meditados.
La Palabra de Dios es el alimento del creyente. «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale
de la boca de Dios» (Lc 4,4). Vivir de la Palabra significa traerla a la memoria a la hora de las opciones

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cotidianas y en los momentos recios o de discernimiento. El mandamiento principal recomienda: «Queden en
tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás
en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado» (Dt 5,6).
Vivir a la luz de la Palabra es apelar interiormente a ella ante la doble opción de hablar o callar; escuchar o
rebatir; perdonar o guardar el gesto hiriente. Constantemente tenemos ocasión de escoger entre actuar según
nos dicta la naturaleza y el temperamento, o según nos sugiere y enseña la Palabra, la revelación positiva. El
quehacer cotidiano, el imperativo de lo inmediato, la prisa, la falta de atención, el acostumbramiento, la
inercia... pueden ser obstáculo a la hora de actuar adecuadamente, según la voluntad divina y la vocación
recibida.
Si se ha leído y meditado el texto sagrado, orado con la Palabra, acogido la moción sugerida en el interior por
el Espíritu y se ha llevado como invocación o súplica, en el momento de un acontecimiento imprevisto, la
Palabra viene a la memoria con prontitud. «La Palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón
para que la pongas en práctica» (Dt 30,14). Presta luz y fuerza para decidir de modo acorde con lo que se
sabe que es bueno, mejor, perfecto. «Tu Palabra es antorcha para mis pies, luz en mi sendero» (Sal
118,105).
«Cuando una fraternidad, se alimenta del mismo Cuerpo y Sangre de Cristo y se reúne alrededor del Hijo de
Dios, para compartir el camino de fe conducido por la Palabra, se hace una sola cosa con él, una fraternidad
en comunión que experimenta el amor gratuito y vive en fiesta, libre, alegre, llena de audacia.» CIVCSVA;
Alegraos, 9)
«La Palabra, fuente genuina de espiritualidad de la que extraer el supremo conocimiento de Cristo Jesús (Flp
3,8), debe habitar lo cotidiano de nuestra vida. Sólo así su potencia (cf. 1Tes 1,5) podrá penetrar en la
fragilidad de lo humano, fermentar y edificar los lugares de vida común, rectificar los pensamientos, los
afectos, las decisiones, los diálogos entretejidos en los espacios fraternos. Siguiendo el ejemplo de María, la
escucha de la Palabra debe convertirse en aliento de vida en cada instante de la existencia. Nuestra vida, de
este modo, confluye en la unidad de pensamiento, se reanima en la inspiración por una renovación constante,
fructífera, en la creatividad apostólica.
El apóstol Pablo pedía al discípulo Timoteo que buscara la fe (cf. 2Tim 2,22) con la misma constancia que
cuando era niño (cf. 2Tim 3,15), en primer lugar, permaneciendo firme en lo que había aprendido, es decir, en
las sagradas Escrituras: Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, argüir, encaminar e
instruir en la justicia, con lo cual el hombre de Dios estará formado y capacitado para toda clase de obras
buenas. (2Tim 3,16-17). Escuchamos esta invitación como dirigida a nosotros para que nadie se vuelva
perezoso en la fe (cf. Hb 6,12). Ella es la compañera de vida que nos permite percibir con ojos siempre
nuevos las maravillas que Dios realiza con nosotros y nos orienta hacia una respuesta obediente y
responsable.» (CIVCSVA Escrutad 9)

• MIRADA A NUESTRA VIDA PERSONAL

1. Señala algún texto bíblico que te haya afectado a lo largo de tu historia de fe.
2. El recorrido de la Palabra de Dios en cada uno ha de ser «de los oídos al corazón y a las manos - a las
buenas obras» ¿Qué frutos reconocemos que va dando la semilla de la Palabra en nuestro corazón, en la
comunidad?
3. ¿Cómo me siento afectado en mi vida al orar y escuchar en cada Eucaristía la Palabra de Dios? ¿Qué unidad
hay en mi entre Palabra y vida?

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4. ¿A qué me compromete en este momento de mi vida?

La profesión de fe de la Iglesia: expresada en el Credo y en la


oración universal

«Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como
conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los
corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.» (Rom 8, 26-
27)
Después de la homilía, un tiempo de silencio. Después de este silencio, la respuesta personal de fe se incluye
en la profesión de fe de la Iglesia, expresada en el «Credo». Recitado por toda la asamblea, el símbolo
manifiesta la respuesta común a lo que se ha escuchado juntos de la Palabra de Dios (cf. CCE 185–197). Hay
un nexo vital entre escucha y fe. Están unidas. Esta —la fe—, de hecho, no nace de la fantasía de mentes
humanas, sino como recuerda san Pablo «viene de la predicación y la predicación, por la Palabra de Cristo»
(Rom 10, 17). La fe se alimenta, por lo tanto, con la predicación y conduce al Sacramento. Así, el rezo del
«Credo» hace que la asamblea litúrgica «recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe, antes
de comenzar su celebración en la Eucaristía» (OGMR 67). El símbolo de la fe vincula la Eucaristía con el
Bautismo, recibido «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» y nos recuerda que los
Sacramentos son comprensibles a la luz de la fe de la Iglesia.
Toda acción litúrgica supera la dimensión particular. Es un acto de culto a Dios de toda la Iglesia en Cristo. En
toda acción litúrgica hay dos elementos, uno divino y otro humano. Éste se ofrece como materia y
sostenimiento de la realidad invisible, divina, que no se puede manipular pues no nos pertenece, pero
necesita la colaboración humana. Dios actúa sobre la materia y la transforma. La ofrenda de nuestra
presencia queda trascendida, divinizada, expropiada. De ahí que quien busque en la acción sagrada una
resonancia personalista empequeñece el misterio.
Por el don de la fe somos capaces de prestar a Cristo y a su Iglesia nuestra voz, nuestras manos, todo
nuestro cuerpo, y tomar de la naturaleza sus dones para que sea levantada la alabanza, la acción de gracias
a Dios en nombre y en favor de la humanidad y de la creación entera. Nos hacemos materia sacramental de
la oración misma de Cristo, Él es quien la dirige al Padre y desea contar con nuestra mediación. Participamos
en el sacerdocio de Cristo. Él es quien toma la materia, la transforma y la eleva, haciéndola grata a Dios.
Cristo es oración permanente, trato íntimo y amoroso con su Padre. En la liturgia abandonamos el propio yo
para que Cristo sea el orante; en ella se explicita la vocación sacerdotal y el desposorio místico de la Iglesia,
de toda la comunidad, y de cada uno con Cristo.
El creyente que participa en la liturgia, a pesar de su pobreza, es constituido ministro de la oración de toda la
Iglesia, de todo el universo, superado felizmente en la acción sagrada por lo que sucede a través de ella y en
ella. Hay que dejarse amasar y ser el pan de la oración de Jesús, de su propio Cuerpo. El bautizado queda
potenciado en su pertenencia al sacramento del Cuerpo de Cristo.
El ejercicio de la oración por los demás es un servicio de amor.

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MIRADA AL MISAL – LECCIONARIO
«El Símbolo o profesión de fe tiende a que todo el pueblo congregado responda a la palabra de Dios …
rememore los grandes misterios de la fe y los confiese antes de comenzar su celebración en la Eucaristía.»
(OGMR 67)
«En la oración universal, el pueblo, responde de alguna manera a la palabra de Dios acogida en la fe y
ejerciendo su sacerdocio bautismal, ofrece a Dios sus peticiones por la salvación de todos.» Oramos por las
necesidades de la Iglesia, por los que gobiernan las naciones y por la salvación del mundo, por los que
padecen cualquier necesidad, por la comunidad local...»
MIRADA A NUESTRA VIDA PERSONAL

1. ¿Cómo me siento afectado en mi vida al orar y suplicar en cada Eucaristía por los demás y las necesidades
del mundo?
2. ¿Cómo favorecer en la oración personal y de la Iglesia que nuestra mirada sea la de Dios, que cuida de todos
sus hijos?
3. ¿A qué me comprometo?

Dinámica y oración final.


“Perdón Señor”
Nosotros que decimos y no hacemos.
Que hablamos y no vivimos.
Que pedimos y no damos.
Que nos “gustan” tus cosas, pero no nos comprometemos.
Que decimos ser fieles y muchas veces te olvidamos.
Queremos servirte y se nos ha olvidado lo que es servir.
Hoy, desde lo hondo de mi pequeñez elevo a ti mi oración:
¡Perdón Señor!

Catequesis para jóvenes y adultos

EUCARISTÍA Y LA SEMANA SANTA


DÍA MARTES SANTO

Objetivo: Valorar la Eucaristía,   la presencia de Cristo en nosotros y recordar su sacrificio en la cruz para
nuestra salvación.

Oración inicial: Maestro Jesús: No he sido yo quien te ha elegido a ti, has sido Tú quien me ha llamado por mi
nombre, para que comparta contigo los sucesos del camino de Galilea a Jerusalén. Tú, que me explicas en la
soledad el significado de las parábolas del Reino de Dios, ayúdame a creer, vivir y amar el Evangelio

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permaneciendo unido a ti, como el sarmiento al tronco de la vid. Tú me llamas a ser tu discípulo, para que
donde Tú estás, allí esté yo contigo, y para enviarme a predicar la conversión a las gentes, y curar en tu
nombre toda enfermedad y toda dolencia, y expulsar demonios. Anunciando la buena noticia a los pobres, y a
los afligidos el consuelo. Maestro, dame fortaleza y sabiduría para renunciar a todo por ti, que yo me esfuerce
por entrar por la puerta estrecha, y que lleve contigo la cruz de cada día, negándome a mí mismo para
seguirte. Jesús, tú prometiste no dejarme huérfano, yo vivo en el tiempo en que nos ha sido arrebatado el
esposo, envía sobre mi tu Espíritu Santo que él me haga recordar tus palabras de vida, y me haga testigo de
tu Pascua en Jerusalén, en Samaría y hasta los confines de la tierra Jesús, querido amigo ,viviendo contigo,
compartiendo tu vida y tu misión quiero llegar a conocerte, así cuando me mires a los ojos y me preguntes no
lo que los demás dicen de ti, sino lo que yo mismo creo en mi corazón, pueda decirte con Pedro: “Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios bendito, el Mesías que había de venir al mundo “Amén.

Preparación de los dones


Actividad introductoria: se invitará a un integrante del grupo a leer en voz alta la siguiente cita bíblica:
Evangelio (Mt 5, 23-24) «Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo
de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu
hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.»

Después de la lectura, a manera de diálogo grupal, se responderán las siguientes preguntas: ¿Qué es una
ofrenda? ¿Cómo pueden ser las ofrendas?

Desarrollo Obediente al mandamiento de Jesús, la Iglesia ha dispuesto en la liturgia eucarística el momento


que corresponde a las palabras y a los gestos cumplidos por Él en la vigilia de su Pasión. Así, en la
preparación de los dones, son llevados al altar el pan y el vino, es decir los elementos que Cristo tomó en sus
manos. En la Oración eucarística damos gracias a Dios por la obra de la redención y las ofrendas se
convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Siguen la fracción del Pan y la Comunión, mediante la cual
revivimos la experiencia de los Apóstoles que recibieron los dones eucarísticos de las manos de Cristo mismo
(cf. OGMR 72).
Al primer gesto de Jesús: «tomó el pan y el cáliz del vino», corresponde por tanto la preparación de los dones.
Es la primera parte de la Liturgia eucarística. Está bien que sean los fieles los que presenten el pan y el vino,
porque estos representan la ofrenda espiritual de la Iglesia ahí recogida para la eucaristía. […]. Aunque hoy
los fieles ya no traigan, de los suyos, el pan y el vino destinados para la liturgia, como se hacía antiguamente,
sin embargo, el rito de presentarlos conserva su fuerza y su significado espiritual » (ibíd. 73). Y al respecto es
significativo que, al ordenar un nuevo presbítero, el obispo, cuando le entrega el pan y el vino dice: « Recibe
las ofrendas del pueblo santo para el sacrificio eucarístico » (Pontifical Romano – Ordenación de los obispos,
de los presbíteros y de los diáconos). ¡El Pueblo de Dios que lleva la ofrenda, el pan y el vino, la gran ofrenda
para la misa! Por tanto, en los signos del pan y del vino el pueblo fiel pone la propia ofrenda en las manos del
sacerdote, el cual la depone en el altar o mesa del Señor, que es el centro de toda la Liturgia Eucarística»
(OGMR 73).
Es decir, el centro de la misa es el altar, y el altar es Cristo; siempre es necesario mirar el altar que es el
centro de la misa. En el «fruto de la tierra y del trabajo del hombre», se ofrece por tanto el compromiso de los
fieles a hacer de sí mismos, obedientes a la divina Palabra, «sacrificio agradable a Dios, Padre
todopoderoso», «por el bien de toda su santa Iglesia». Así «la vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento,

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su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo » (CCE
1368).
Ciertamente, nuestra ofrenda es poca cosa, pero Cristo necesita de este poco. Nos pide poco, el Señor, y nos
da tanto. Nos pide poco. Nos pide, en la vida ordinaria, buena voluntad; nos pide corazón abierto; nos pide
ganas de ser mejores para acogerle a Él que se ofrece a sí mismo, a nosotros, en la eucaristía; nos pide
estas ofrendas simbólicas que después se convertirán en su Cuerpo y su Sangre. Una imagen de este
movimiento oblativo de oración se representa en el incienso que, consumido en el fuego, libera un humo
perfumado que sube hacia lo alto: incensar las ofrendas, como se hace en los días de fiesta, incensar la cruz,
el altar, el sacerdote y el pueblo sacerdotal manifiesta visiblemente el vínculo del ofertorio que une todas
estas realidades al sacrificio de Cristo (cf. OGMR 75). Y no olvidar: está el altar que es Cristo, pero siempre
en referencia al primer altar que es la Cruz, y sobre el altar que es Cristo llevamos lo poco de nuestros dones,
el pan y el vino que después se convertirán en Jesús mismo que se da a nosotros.
Y todo esto es cuanto expresa también la oración sobre las ofrendas. En ella el sacerdote pide a Dios aceptar
los dones que la Iglesia les ofrece, invocando el fruto del admirable intercambio entre nuestra pobreza y su
riqueza. En el pan y el vino le presentamos la ofrenda de nuestra vida, para que sea transformada por el
Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo y se convierta con Él en una sola ofrenda espiritual agradable al
Padre. Mientras se concluye así la preparación de los dones, nos dispone a la Oración eucarística (cf. ibíd.
77).
Podría parecer que somos nosotros los que entregamos el fruto de nuestro trabajo y el sudor de nuestra
frente al Creador. Sin embargo, es Jesucristo quien nos hace el obsequio de su entrega total, dejándonos
sentir nuestra aportación, como sucedió en los pasajes pascuales, cuando pidió a los discípulos que
acercaran algunos de los peces que acababan de pescar y los pusieran junto al pez que Él ya tenía dispuesto
sobre las brasas. Pero no solo es mayor la entrega de Jesús, sino que a la hora de decidir tomar el pan y la
copa en sus manos, lo hizo en el momento inmediato a la traición de los suyos, con lo que se demuestra el
mayor grado de amor.
[…] Al acercarnos a la mesa del Señor, en el deseo de ser junto con el pan y el vino ofrenda agradable ante
Dios, sentimos la llamada, la atracción suave, que deja en el interior una sensación de bienestar y de paz, a
la vez que se reaviva el estímulo para hacer el bien y la propia vocación a la santidad, que en definitiva es
alcanzar la plenitud.
«El cuál, en la última cena con sus apóstoles, para perpetuar a través de los siglos el memorial de la cruz
salvadora, se entregó a ti como Cordero inmaculado y ofrenda perfecta de alabanza. Con este sacramento
alimentas y santificas a tus fieles, para que una misma fe ilumine, y un mismo amor congregue, a todos los
hombres que habitan un mismo mundo. Así, pues, nos acercamos a la mesa de este sacramento admirable,
para que, impregnados de la suavidad de tu gracia, nos transformemos según el modelo celestial». (Prefacio
II de la Santísima Eucaristía.

Mirada a otros documentos

Que la espiritualidad del don de sí, que este momento de la misa nos enseña, pueda iluminar nuestras
jornadas, las relaciones con los otros, las cosas que hacemos, los sufrimientos que encontramos, nos ayuden
a construir la ciudad terrena a la luz del Evangelio.

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«Si la Eucaristía es comida y banquete, hay que preparar la mesa, el pan y el vino se hacen «presentes». Con
el doble significado: presencia y don. … Cristo se sirve en la Última Cena de realidades de nuestra vida
cotidiana que encierran un sentido y un simbolismo universal. Todos los esfuerzos que realicemos por valorar
el significante (el pan, el vino) serán ayuda valiosa para alcanzar la profundidad del significado.
Sentir toda la historia del pan y del vino, el esfuerzo y el trabajo; no se trata de «el pan de los ángeles». Es el
pan, fruto del trabajo humano; es el pan, amasado de sudor, de esfuerzo, de lágrimas.
«El pan tan blanco y el aroma del vino, traen hasta el altar, en el centro mismo de la comunidad reunida, una
historia turbia de surcos y contratos...
... Esfuerzos mal pagados
de obreros y campesinos, migrantes y temporeros, transportes y rutas y toda la competencia de las leyes del
mercado».
Benjamín González Buelta

• MIRADA A NUESTRA VIDA PERSONAL


1. Saborea el contenido y la belleza de la antigua oración que acompaña la presentación del pan: «Bendito
seas, Señor, Dios del Universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu
generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida» ... De manera consciente, haz la
ofrenda de tu vida unida al pan y vino en cada Eucaristía.
2. Reflexiona sobre todo lo bueno que encuentras en ti, en la comunidad y en torno a ella, ¿cómo hacerlo
crecer? ¿Cómo poner lo que somos y tenemos al servicio de los que lo necesitan?
3. ¿Vas por la vida calculando, guardando y previniendo o por el contrario vas aprendiendo a compartir, a
entregar y a ofrecer como hizo Jesús?
4. ¿Cómo me siento afectado en mi vida al presentar los dones en el altar en cada Eucaristía? ¿A qué me
comprometo?

Plegaria Eucarística- Prefacio


El prefacio es como la gran obertura de la Plegaria Eucarística. Su etimología prefactum, significa literalmente
«antes del hecho», y se refiere a la gran obra que es la Plegaria Eucarística, centro de la celebración de la
Santa Misa.
«Eucaristía» significa «acción de gracias», y esa acción de gracias se expresa de un modo muy claro en el
Prefacio. En él, el sacerdote, en nombre del pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la
obra de la salvación o por alguno de sus aspectos particulares.
Hay una gran variedad de prefacios, que encierran los motivos para glorificar a Dios, según la solemnidad o
fiesta que se celebre o según el tiempo litúrgico en que nos encontramos.

Consta de 4 partes:
1. El diálogo inicial, siempre el mismo y de antiquísimo origen, que ya desde el principio vincula al
pueblo a la oración del sacerdote, y que al mismo tiempo levanta su corazón [al Señor].

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2. La elevación al Padre retoma las últimas palabras del pueblo, « es justo y necesario», y con leves
variantes, levanta la oración de la Iglesia al Padre celestial.
3. La parte central, la más variable en sus contenidos, según días y fiestas, proclama gozosamente los
motivos fundamentales de la acción de gracias, que giran siempre en torno a la creación y la redención.
4. El final del prefacio, que viene a ser un prólogo del Sanctus que le sigue, asocia la oración
eucarística de la Iglesia terrena con el culto litúrgico celestial, haciendo de aquélla un eco de éste.
La finalidad del prefacio es agradecer a Dios todos los dones, todos los beneficios que a lo largo de la historia
de la salvación nos ha concedido. […]
Reconocer su grandeza, reconocer sus obras, conlleva dos actitudes:
• Una acción de gracias porque esas obras han sido realizadas de modo gratuito en nuestras almas para que
nosotros podamos alcanzar la salvación.
• De alabanza. Alabamos a Dios porque realmente esas obras son magníficas, esas obras son grandes, esas
obras son realmente dignas de un Dios poderoso, de un Dios que ama.
• «En la plegaria eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten
en el Cuerpo y Sangre de Cristo» (OGMR 72)
• «El Señor esté con vosotros. -Y con tu espíritu. -Levantemos el corazón. -Lo tenemos levantado hacia el
Señor. -Demos gracias al Señor, nuestro Dios. -Es justo y necesario».
«La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. Con este Sacramento, Jesús
nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo. Hay un estrecho vínculo
entre las tres dimensiones de la vocación cristiana: creer, celebrar y vivir el misterio de Jesucristo, de tal
modo que la existencia cristiana adquiera verdaderamente una forma eucarística. En cada Eucaristía, los
cristianos celebran y asumen el misterio pascual, participando en él. Por tanto, los fieles deben vivir su fe en
la centralidad del misterio pascual de Cristo a través de la Eucaristía, de modo que toda su vida sea cada vez
más eucarística. La Eucaristía, fuente inagotable de la vocación cristiana es, al mismo tiempo, fuente
inextinguible del impulso misionero. Allí, el Espíritu Santo fortalece la identidad del discípulo y despierta en él
la decidida voluntad de anunciar con audacia a los demás lo que ha escuchado y vivido.»
• MIRADA A NUESTRA VIDA PERSONAL

1. En esta “memoria agradecida” de tu vida y descubrimiento del paso salvador de Dios en ella ¿qué personas
han sido significativas? Agradece y pide también por todas ellas. Puedes escribir esta “memoria” en forma de
oración.
2. Dedica un tiempo a recordar que el “sacramento del altar” y el “sacramento del hermano” son inseparables, y
que Jesús está realmente presente en ambos. Trata de reconocer al mismo Jesús en las personas con las
que te vas cruzando cada día, especialmente en aquellas en que parece más escondido.
3. ¿Cómo me siento afectado en mi vida al orar con el prefacio en cada Eucaristía?

4. ¿A qué me compromete?

Plegaria Eucarística -Consagración

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«Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo: «Ardientemente he deseado
comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer […] Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de
gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en
memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi
Sangre, que es derramada por vosotros.» (Lc 22,14-15.1920; cf. 1 Cor 11,23-25)
Después del Santo, se continúa con la Epíclesis. Etimológicamente tiene el sentido de «llamar sobre»,
«invocar sobre», pidiendo que la fuerza del Espíritu Santo descienda sobre los dones. “Aquel Espíritu que
vivifica el Cuerpo de Jesús en la resurrección, transforma ahora los dones en el «Pan de vida».
De igual manera que por la acción del Espíritu Santo, en el seno de una virgen (María), el Verbo se hizo
carne, así también ahora, por la acción del Espíritu Santo, en el seno de una virgen (la Iglesia), se hace
presente Cristo en la Eucaristía.
«Por obra del Espíritu Santo» nace Cristo en la Encarnación, se produce la transusbstanciación del pan en su
mismo Cuerpo sagrado, y se transforma la asamblea cristiana en Cuerpo místico de Cristo, Iglesia de Dios.
Nos une con Dios, y nos hace hijos suyos amados. El Espíritu Santo hace posible que la Iglesia, unida a
Cristo y a su sacrificio, se ofrezca con Él al Padre. La Iglesia entera y cada fiel entra en comunión con la
Trinidad. En la Misa se alaba al Padre por los beneficios de la creación, se hace presente el Hijo y el misterio
de la Redención, y por la fuerza del Espíritu Santo la Iglesia se hace una y se ofrece con Cristo en su
sacrificio de adoración.
Si la Plegaria Eucarística es el corazón de la Misa, las palabras de la consagración son el corazón de la
Plegaria eucarística. A través de la celebración eucarística, la Iglesia, con fidelidad, hace presente aquel
momento, aquellos gestos y palabras que Jesús realizó y pronunció: «Haced esto en memoria mía». De
alguna manera, «vuelven a resonar» por la representación sacramental que el sacerdote hace de Cristo.
Cada uno de nosotros estamos llamados a entregar nuestro cuerpo y nuestra sangre con Jesús en la Misa.
Ofrecemos todo aquello que constituye la vida en este cuerpo: tiempo, salud, energías, capacidades, afectos,
quizá sólo una sonrisa… y expresamos la ofrenda de nuestra muerte: la muerte definitiva y todo lo que la
anticipa: humillaciones, fracasos, enfermedades, todo aquello que nos «mortifica»
En las Plegarias Eucarísticas se incluyen una serie de oraciones -se llaman intercesiones- por las que nos
unimos a la Iglesia del cielo, de la tierra y del purgatorio. Por ellas vivimos de modo intensísimo el misterio de
la Comunión de los Santos y como intercesores están la Virgen María y los santos. La caridad cristiana se
dilata sin fin en la Misa alcanzando a todos los hombres. Se confía con audacia a la misericordia de Dios:
«recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria». Oremos por
aquellos que nos son más queridos, y oremos también por los que no nos quieren bien, por nuestros
enemigos, como Jesús nos enseñó desde la cruz.
La Iglesia existe para la glorificación de Dios, es en la Eucaristía donde se expresa y manifiesta totalmente. El
pueblo cristiano hace suya la plegaria eucarística, y completa la gran doxología trinitaria diciendo: Amén. Es el
Amén más solemne de la Misa . Con este Amén, el pueblo rubricaba el santo Sacrificio. «Decir Amén significa
suscribir» (S. Agustín). La palabra Amén es quizá la aclamación litúrgica principal de la liturgia cristiana. La
pronunciación del Amén tiene un sentido vital. No debe ser una mera respuesta dada con los labios, sino que
tiene un valor de adhesión al misterio que se celebra. Decir Amén significa unirse con Cristo, desear hacer de
mi vida una doxología, es decir, una glorificación de la Trinidad unido al misterio pascual del Redentor.
Nos sentimos alcanzados por un clima de gozo, de frescor de los orígenes, que gana el corazón de quien
asiste a esta reconstrucción de una humanidad nueva. Clima éste que encantó siempre a los cristianos de
todas las generaciones y a las personas consagradas en el seguimiento de Cristo…

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De este clima nacen el testimonio misionero y el anuncio en el signo de la comunión: ninguno padecía
necesidad (Hch 4,34), porque la comunidad tenía un solo corazón y una sola alma (Hch 4,32). Toda
comunidad apostólica que quiere ser evangélica vive en el corazón el desprendimiento de los bienes
materiales, premisa indispensable para la concordia de los espíritus, para alcanzar metas de vida espiritual,
para proclamar el alegre anuncio. (CIVCSVA, Anunciad 26-27).

MIRADA A NUESTRA VIDA PERSONAL

1. Busca en el Evangelio alguna palabra, gesto o actitud de Jesús detrás de la cuál podría haber dicho: «haced
esto en memoria mía…» y habla con él sobre cómo puedes seguir viviendo hoy ese gesto en tu vida concreta,
«en memoria suya».
2. Repasa junto a Jesús cómo va tu «actitud eucarística»:
a. La Eucaristía en la que participas la alienta y fortalece o sientes el peligro de asistir a un rito que no te va
transformando.
3. Nuestras vidas se deben ofrecer cada día al Padre, por medio de Cristo, en el Espíritu Santo:
a. ¿Nos esforzamos en vivir lo que celebramos en la Eucaristía, unidos a Cristo, haciendo de nuestra vida un
«Amén»? Si decimos con Cristo, «tomad, comed», tenemos que dejarnos comer, sobre todo por quienes no lo
hacen con toda la cortesía y delicadeza que esperaríamos. ¿Ofrecemos a nuestros hermanos nuestra vida,
tiempo, nuestras energías y nuestra atención, en una palabra, nuestra vida?
b. ¿Cómo me siento afectado en mi vida al orar en cada Eucaristía «por Cristo, con Él y en Él», siendo en Él
sacerdote y víctima, glorificándolo y ofreciéndolo continuamente al Padre en el altar eucarístico y en el altar
de mi propia vida día a día?
4. ¿A qué me comprometo?

Actividad final: Oración del barro

En tus manos, Señor, me pongo y me entrego. Trabaja una y otra vez la arcilla que soy yo, pues en tus
manos me pongo como el barro se pone en manos del alfarero. Dale la forma tú mismo; hazla luego pedazos,
si así te parece mejor; es tuya, y nada tiene que decir. Me basta con que mi vida sirva para tus fines y en
nada me resista a tu divino proyecto, para el cuál he sido creado. Pide, mándame ¿qué quieres que haga?
¿qué quieres que deje de hacer? Animado o desanimado, comprendido por los demás o entre
incomprensiones y críticas, con ganas o sin ganas, cuando me vayan las cosas bien o inútil para todo, sólo
me queda decir a ejemplo de nuestra Madre: hágase en mí según tu palabra.

Catequesis para jóvenes y adultos

LA EUCARISTÍA Y LA SEMANA SANTA


DÍA MIÉRCOLES SANTO

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Padrenuestro – Paz

OBJETIVO

Vivir responsablemente la fe que celebramos en la Eucaristía, para que seamos cristianos que con nuestro
testimonio de vida construimos activamente el Reino de Dios desde nuestra comunidad cristiana.
Oración
Alma de Cristo, santifícame Cuerpo de Cristo, sálvame Sangre de Cristo, embriágame Agua del costado de
Cristo, lávame Pasión de Cristo, confórtame Oh buen Jesús, óyeme Dentro de tus llagas, escóndeme. No
permitas que me aparte de ti Del enemigo defiéndeme En la hora de mi muerte, llámame Y mándame ir a ti
Para que con tus santos Te alabe por los siglos de los siglos. Amén.
Recordando el tema anterior. El lunes santo nos decía de la conversión y el perdón.
En su sobriedad, el acto penitencial favorece la actitud con la que disponerse a celebrar dignamente los
santos misterios, o sea, reconociendo delante de Dios y de los hermanos nuestros pecados, reconociendo
que somos pecadores. La invitación del sacerdote, de hecho, está dirigida a toda la comunidad en oración,
porque todos somos pecadores.
La Palabra de Dios es el alimento del creyente. «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios» (Lc 4,4). Vivir de la Palabra significa traerla a la memoria a la hora de las opciones
cotidianas y en los momentos recios o de discernimiento. El mandamiento principal recomienda: «Queden
en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si
estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado» (Dt 5,6).
Después de la homilía, un tiempo de silencio. Después de este silencio, la respuesta personal de fe se incluye
en la profesión de fe de la Iglesia, expresada en el «Credo». Recitado por toda la asamblea, el símbolo
manifiesta la respuesta común a lo que se ha escuchado juntos de la Palabra de Dios

El martes santo, nos habló que el centro de la misa es el altar, y el altar es Cristo; siempre es necesario mirar
el altar que es el centro de la misa. En el « fruto de la tierra y del trabajo del hombre», se ofrece por tanto el
compromiso de los fieles a hacer de sí mismos, obedientes a la divina Palabra, « sacrificio agradable a Dios,
Padre todopoderoso», «por el bien de toda su santa Iglesia». Así «la vida de los fieles, su alabanza, su
sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor
nuevo» (CCE 1368).
«Eucaristía» significa «acción de gracias», y esa acción de gracias se expresa de un modo muy claro en el
Prefacio. En él, el sacerdote, en nombre del pueblo santo glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la
obra de la salvación o por alguno de sus aspectos particulares.
Si la Plegaria Eucarística es el corazón de la Misa, las palabras de la consagración son el corazón de la
Plegaria eucarística. A través de la celebración eucarística, la Iglesia, con fidelidad, hace presente aquel
momento, aquellos gestos y palabras que Jesús realizó y pronunció: «Haced esto en memoria mía». De
alguna manera, «vuelven a resonar» por la representación sacramental que el sacerdote hace de Cristo.
El Padrenuestro es una oración audaz, porque Jesús invita a sus discípulos a dejar atrás el miedo y a
acercarse a Dios con confianza filial, llamándolo familiarmente «Padre. El Padrenuestro hunde sus raíces en
la realidad concreta del hombre. Nos hace pedir lo que es esencial, como el «pan de cada día», porque como
nos enseña Jesús, la oración no es algo separado de la vida, sino que comienza con el primer llanto de

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nuestra existencia humana. Jesús no quiere que nuestra oración sea una evasión, sino un presentarle al
Padre cada sufrimiento e inquietud. Que tengamos la osadía de convertirla en una invocación gritada con fe,
a ejemplo del ciego Bartimeo (Mc 10,47).
La oración del Padrenuestro contiene siete peticiones. En las tres primeras, que se refieren al « Tú» de Dios,
Jesús nos une a él y a sus más profundas aspiraciones, motivadas por su infinito amor hacia el Padre. En
cambio, en las últimas cuatro, que indican el « nosotros» y nuestras necesidades humanas, es Jesús quien
entra en nosotros y se hace intérprete ante el Padre de esas necesidades. Es modelo de toda oración porque
contiene, a la vez, la contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y su bondad, como también una
súplica atrevida de lo que necesitamos para vivir bien. Con esta oración Jesús nos enseña a confiar y a
abandonarnos en Dios, que nos conoce, nos ama y sabe cuáles son nuestras necesidades.
«Santificado sea tu nombre». En ella expresamos toda la admiración de Jesús por la belleza y la grandeza
del Padre, y su deseo de que todos lo conozcan y lo amen. Y presentamos también nuestro ruego de que su
nombre sea santificado en nosotros, en nuestra familia, en nuestra sociedad y en el mundo entero. Es Dios
quien nos santifica; es Él quien nos transforma con su amor; mientras nosotros, con nuestro testimonio de
vida, manifestamos su santidad en el mundo, y hacemos presente su santo nombre.
«Venga a nosotros tu Reino». Jesús ya desde el comienzo de su misión anunciaba la llegada del Reino, y
animaba a la gente a convertirse para acoger en sus vidas la Buena Noticia de la salvación. Cuando en un
mundo tan marcado por el pecado y el sufrimiento rezamos con la expresión « venga a nosotros tu Reino», le
pedimos a Dios que no se aleje de nosotros, porque lo necesitamos.
En sus parábolas, Jesús enseñó que el Reino de Dios crece y se propaga con paciencia y mansedumbre.
Que, a pesar de tener una apariencia humilde, como un grano de mostaza o un poco de levadura, lleva
dentro una fuerza capaz de transformar los corazones y el mundo. Estas parábolas manifiestan también el
misterio de Cristo, de su muerte y resurrección. Él es como el grano de trigo que cae en tierra y muere para
dar mucho fruto. Así, cuando decimos en el Padre nuestro «venga a nosotros tu Reino», nuestro corazón se
llena de luz con la esperanza de Cristo que viene a nuestro encuentro.
«Hágase tu voluntad» se une a las dos primeras de este tríptico: « sea santificado tu nombre» y «venga tu
Reino». Dios siempre toma la iniciativa para salvarnos, y nosotros lo buscamos en la oración, y descubrimos
que Él ya nos estaba esperando. Esa es la voluntad de Dios y es lo que pedimos para que se cumpla su plan
de salvación.
Como nos dice la primera carta a Timoteo, Dios quiere que todos los hombres se salven. Por tanto, cuando
pedimos a Dios «hágase tu voluntad» quiere decir que no nos resignamos a un destino que no conocemos ni
compartimos, sino que confiamos en Él, como nuestro Padre, que desea para nosotros el bien y la vida. Las
insidias del mundo, que llenan de obstáculos este proyecto, son vencidas por la fuerza de una oración que
pide, como el profeta, cambiar las espadas en arados y las lanzas en podaderas.
Si rezamos es porque creemos que estas realidades de destrucción y muerte pueden ser transformadas en
instrumentos para generar fecundidad y vida. Dios tiene un proyecto para cada uno de nosotros, y confiando
en Él, nos abandonamos en sus manos también en el momento de la prueba, seguros de que escucha
nuestro grito y nos hará justicia sin tardar.
En la segunda parte del Padrenuestro, presentamos a Dios nuestras necesidades. La primera es el pan, que
significa lo necesario para la vida: alimento, agua, casa, medicinas, trabajo. Es una súplica que surge de la
misma existencia humana, con sus problemas concretos, cotidianos, que pone en evidencia lo que a veces
olvidamos: que no somos autosuficientes, sino que dependemos de la bondad de Dios.

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En la invocación: «Danos hoy nuestro pan de cada día», vemos una referencia específica al Pan eucarístico,
que necesitamos para vivir como hijos de Dios. Jesús nos enseña a pedir al Padre el pan cotidiano, unidos a
tantos hombres y mujeres, para quienes esta oración es un grito doloroso que acompaña el ansia de cada
día, porque se carece de lo necesario para vivir. Por eso Jesús nos invita a suplicar « nuestro» pan, sin
egoísmos, en fraternidad. Porque si no lo rezamos de esta manera, el Padrenuestro deja de ser una oración
cristiana. Si decimos que Dios es nuestro Padre, estamos llamados a presentarnos ante Él como hermanos,
unidos en solidaridad y dispuestos a compartir el pan con los demás; en definitiva, a sentir en « mi hambre»
también el hambre de muchos que hoy en día carecen de lo necesario.
«Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». En toda oración del
cristiano se contiene una petición de perdón a Dios, ya que por muy santa que sea nuestra vida siempre
somos deudores ante Dios. Por eso la soberbia es la actitud más negativa en la vida cristiana. Se arraiga en
el corazón sin que muchas veces nos demos cuenta, e incluso afecta a las personas que llevan una intensa
vida religiosa. Nos hace creer que somos mejores que los demás, casi semejantes a Dios, amenazando así
con romper la fraternidad.
En definitiva, somos deudores porque todo lo hemos recibido: la existencia, los padres, la amistad, la belleza
de la creación… En nuestra vida personal se refleja también como un mysterium lunae, es decir: un misterio
de la luna. Al igual que la luna no brilla con luz propia, sino que refleja la luz del sol, también nosotros
reflejamos una luz que no es nuestra, sino que la hemos recibido. De esta manera, si amamos es porque
hemos sido amados; si perdonamos es porque antes hemos sido perdonados. Y en esta cadena de amor que
nos precede reconocemos la presencia providente de Dios que nos ama. Ninguno ama a Dios tanto como Él
nos ha amado a nosotros. Basta que miremos a Cristo en la cruz para descubrir la desproporción entre su
amor y el nuestro.
«Como nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12). Hemos visto que es propio del hombre ser
deudor ante Dios: de Él hemos recibido todo, en términos de naturaleza y gracia. Nuestra vida no solo fue
deseada, sino amada por Dios. Realmente no hay espacio para la presunción cuando unimos las manos para
orar. No existen self made men en la Iglesia, hombres que se han hecho a sí mismos. Todos estamos en
deuda con Dios y con muchas personas que nos han dado condiciones de vida favorables.
Nuestra identidad se construye a partir del bien recibido. El primero es la vida.
El que reza aprende a decir «gracias». Y nosotros muchas veces nos olvidamos de decir «gracias», somos
egoístas. El que reza aprende a decir «gracias» y le pide a Dios que sea benévolo con él o con ella. Por
mucho que nos esforcemos, siempre hay una deuda inagotable con Dios, que nunca podremos pagar: Él nos
ama infinitamente más de lo que nosotros lo amamos. Y luego, por mucho que nos comprometamos a vivir de
acuerdo con las enseñanzas cristianas, en nuestras vidas siempre habrá algo por lo que pedir perdón:
pensemos en los días pasados perezosamente, en los momentos en que el rencor ha ocupado nuestro
corazón y así sucesivamente... Son experiencias desafortunadamente, no escasas, las que nos hacen
implorar: «Señor, Padre, perdona nuestras ofensas». Así pedimos perdón a Dios.
La relación de benevolencia vertical de parte de Dios se refracta y está llamada a traducirse en una nueva
relación que vivimos con nuestros hermanos: una relación horizontal. Las dos partes de la invocación están
unidas por una conjunción inapelable: le pedimos al Señor que perdone nuestras deudas, nuestros pecados,
«como» nosotros perdonamos a nuestros amigos, a la gente que vive con nosotros, a nuestros vecinos, a las
personas que nos han hecho algo que no era agradable.
Todo cristiano sabe que para él existe el perdón de los pecados, todos lo sabemos: Dios lo perdona todo y
perdona siempre. Cuando Jesús dibuja ante sus discípulos el rostro de Dios, lo describe con expresiones de

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tierna misericordia. Él dice que hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por una
multitud de justos que no necesitan conversión (cf. Lc 15,7-10).
Pero la gracia abundante de Dios siempre es un reto. Aquellos que han recibido tanto deben aprender a dar
tanto y no retener solo para ellos mismos lo que han recibido. No es una coincidencia que el Evangelio de
Mateo, inmediatamente después del texto del «Padre Nuestro» entre las siete expresiones utilizadas, enfatice
precisamente la del perdón fraterno: «Si vosotros, perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará
también a vosotros vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). ¡Pero esto es fuerte! Pienso: a veces he escuchado gente que
decía: "¡Nunca perdonaré a esa persona! ¡Nunca perdonaré lo que me hicieron! Pero si no perdonas, Dios no
te perdonará. Tú cierras la puerta. Pensemos, si somos capaces de perdonar o si no perdonamos. Pero si no
puedes hacerlo, pídele al Señor que te dé la fuerza para hacerlo: Señor, ayúdame a perdonar. Aquí
encontramos el vínculo entre el amor a Dios y el amor al prójimo. El amor llama al amor, el perdón llama al
perdón (cf. Mt 18,21-35).
Jesús inserta el poder del perdón en las relaciones humanas. En la vida, no todo se resuelve con la justicia.
Especialmente donde debemos poner una barrera al mal, alguien debe amar más de lo necesario, para
comenzar una historia de gracia nuevamente. El mal conoce sus venganzas, y si no se interrumpe, corre el
riesgo de propagarse y sofocar al mundo entero. Dios le da a cada cristiano la gracia de escribir una historia
de bien en la vida de sus hermanos, especialmente de aquellos que han hecho algo desagradable e
incorrecto. Con una palabra, un abrazo, una sonrisa, podemos transmitir a los demás lo más precioso que
hemos recibido.
«No nos dejes caer en la tentación». Esta petición se encuentra en el centro del drama entre nuestra libertad
y las insidias del maligno. Es una frase difícil de traducir en las lenguas modernas, pero está claro que Dios
no es el que nos tienta, como si Él fuera el que busca hacernos caer en el momento de la prueba. De hecho,
Jesús nos revela que Dios se pone junto a nosotros en la lucha contra el mal y, por eso, nos enseña a pedirle
que nos ayude a evitarlo y a superarlo.
También Jesús vivió momentos de prueba y tentación, pero supo vencerlos; se impuso al demonio durante
las tentaciones en el desierto, y cuando experimentó la desolación más absoluta en el huerto de Getsemaní,
dio testimonio de que confiaba en su Padre Dios. En aquel instante previo a su Pasión, pidió a sus discípulos
que velaran y oraran con Él, pero ellos no fueron capaces de hacerlo. Sin embargo, cuando nosotros somos
probados y tentados por el maligno, Él vela y está junto a nosotros. De este modo, sabemos que no estamos
solos en el momento de la prueba y la dificultad, sino que estamos recorriendo, junto a Jesús, el camino que
Él bendijo con su presencia salvadora.
«Líbranos del mal». No basta pedir a Dios que no nos deje caer en la tentación, sino que debemos ser
liberados de un mal que intenta devorarnos. La oración cristiana es consciente de la realidad que le rodea y
pone al centro la súplica a Dios, especialmente en los momentos en que la amenaza del mal se hace más
presente. Así la oración filial del padrenuestro se hace oración para los pecadores, para los perseguidos, para
los desesperados y los moribundos.
El hombre se presenta como el que, a pesar de soñar con el amor y el bien, expone continuamente al mal su
propia persona y la de sus semejantes. Un mal que encontramos en la historia, en la naturaleza y en los
pliegues de nuestro corazón, y que probó también Jesús. Antes de iniciar su pasión, suplicó a Dios que
alejara de él ese cáliz, pero puso su voluntad en las manos de su Padre. En esa obediencia, experimentó no
sólo la soledad y la animosidad, sino el desprecio y la crueldad; no solo la muerte, sino una muerte de cruz.
Sin embargo, Jesús nos da ejemplo de cómo se vence este mal: pidió a Pedro de envainar la espada,

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aseguró al ladrón arrepentido el paraíso y suplicó al Padre el perdón para los que lo condenaban. De ese
perdón que vence al mal, nace nuestra esperanza.
Lo que pedimos en el «Padre Nuestro» se prolonga con la oración de súplica del sacerdote en nombre de
todos: «Líbranos, Señor, de todos los males, concede la paz en nuestros días». Y después recibe una
especie de sello en el rito de la paz: En primer lugar, se invoca de Cristo que el don de su paz (cf. Jn 14,27) –
tan diferente de la paz del mundo– haga que la Iglesia crezca en la unidad y la paz según su voluntad (cf.
OGMR 82).
En el rito romano, el intercambio del signo de la paz, colocado desde la antigüedad antes de la comunión, se
ordena a la comunión eucarística. De acuerdo con la advertencia de San Pablo, no se puede compartir el
mismo pan que nos hace un solo cuerpo en Cristo, sin reconocerse pacificados por el amor fraterno (cf. 1 Cor
10,16-17; 11,29). La paz de Cristo no puede echar raíces en un corazón incapaz de vivir la fraternidad y de
recomponerla después de haberla herido. La paz la da el Señor: Él nos da la gracia de perdonar a los que
nos han ofendido. Hoy también nosotros, como discípulos de Jesús, fieles a su recomendación «y siguiendo
su divina enseñanza», continuamos haciéndola nuestra. No se trata de una fórmula para repetir de modo
mecánico, sino de una intimidad filial por la que podemos llamar a Dios «¡Abbá!, Papá». Es la intimidad en la
que Jesús, el revelador del Padre, nos introduce por su gracia. «Es el Espíritu Santo, [quien] a través de la
Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre» (CCE 2766).
Si leemos atentamente los Evangelios, vemos que todas las expresiones con las que Jesús reza, en los
diferentes momentos de su vida, hacen referencia al texto del Padrenuestro. Constatamos, además, cómo
Jesús invita a sus discípulos a cultivar un espíritu de oración, a orar insistentemente y a tener siempre
presentes a los hermanos y sus necesidades. El Nuevo Testamento nos revela que el primer protagonista de
toda oración cristiana es el Espíritu Santo, que hemos recibido en nuestro bautismo y que nos hace capaces
de orar como lo que somos, Hijos de Dios, siguiendo el ejemplo del Señor Jesús. Este es el misterio de la
oración cristiana, que nos introduce en el diálogo amoroso de la Santísima Trinidad.

1. ¿Haces propios los sentimientos de Jesús, que siente compasión de cuantos encuentra en su camino?
¿Cuando rezas, tienes presentes a las personas y las situaciones que vives, a aquellas personas que no
buscan a Dios?
2. Reza despacio el Padrenuestro. ¿Qué sentimientos se despiertan en tu interior?

3. ¿Te sientes deudor de la gracia de Dios? ¿Tu corazón está dispuesto para recibir y dar la paz que Jesús
te regala?
4. ¿A qué me compromete orar en cada Eucaristía el Padrenuestro?

FRACCIÓN DEL PAN - COMUNIÓN

20
«La Comunión»
La celebración de la misa se ordena a la Comunión, es decir a unirnos con Jesús.
Celebramos la Eucaristía para alimentarnos de Cristo, que se nos da tanto en la Palabra como en el
Sacramento del altar, para conformarnos a Él. Lo dice el Señor mismo: «El que come mi carne y bebe mi
sangre permanece en mí y Yo en él» (Jn 6,56).

En la misa, después de haber partido el Pan consagrado, es decir, el Cuerpo de Jesús, el sacerdote lo
muestra a los fieles, invitándolos a participar en el banquete eucarístico. Conocemos las palabras que
resuenan en el altar sagrado: «Bienaventurados los invitados a la Cena del Señor: este es el Cordero de
Dios, que quita los pecados del mundo». Inspirado por un paso del Apocalipsis – «Dichosos los invitados al
banquete de bodas del Cordero» (Ap 19,9): dice «bodas» porque Jesús es el esposo de la Iglesia, – esta
invitación nos llama a experimentar la unión íntima con Cristo, fuente de alegría y santidad. Es una invitación
que alegra y al mismo tiempo empuja a un examen de conciencia iluminado por la fe. Si, por un lado, vemos
la distancia que nos separa de la santidad de Cristo, por otra, creemos que su Sangre es «derramada para la
remisión de los pecados». Todos nosotros hemos sido perdonados en el bautismo, y todos nosotros somos
perdonados o seremos perdonados cada vez que nos acercamos al sacramento de la penitencia. Y ¡no lo
olvidéis! Jesús perdona siempre. Jesús no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de
pedir perdón. Precisamente pensando en el valor salvífico de esta Sangre, San Ambrosio exclama: «Yo que
siempre peco, siempre debo disponer de la medicina» (De sacramentis, 4, 28, PL 16, 446A). En esta fe,
también nosotros dirigimos la mirada al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo y le invocamos:
«Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme».
La Iglesia desea fervientemente que los fieles también reciban el Cuerpo del Señor con las hostias
consagradas en la misma misa; y el signo del banquete eucarístico es más completo si la santa Comunión se
hace bajo las dos especies, aun sabiendo que la doctrina católica enseña que también bajo una sola de las
dos especies se recibe a Cristo todo e íntegro (cf. OGMR 282). Según la práctica eclesial, el fiel se acerca a
la Eucaristía normalmente en forma de procesión, como hemos dicho, y comulga de pie con devoción, o de
rodillas, tal como establece la Conferencia Episcopal, recibiendo el Sacramento en la boca o, donde haya
sido concedido, en la mano, según desee (cf. OGMR 160-161). Después de la Comunión, nos ayuda a
custodiar en nuestros corazones el don recibido el silencio, la oración silenciosa. Alargar un poco ese
momento de silencio, hablando con Jesús en el corazón nos ayuda mucho, así como un salmo o un himno de
alabanza que nos ayude a estar con el Señor. (cf. OGMR 88).

MIRADA A NUESTRA VIDA PERSONAL

1. Piensa y comunica algún momento de tu vida, alguna relación personal o palabra del
Evangelio en que te has encontrado con Jesús.

2. ¿Te sientes miembro de la Iglesia Cuerpo de Cristo, en comunión con todos, con la
comunidad? ¿La vives de modo abierto o te descubres con movimientos excluyentes
ideológicos u otros?

3. ¿Comulgar a Jesús te mueve a hacerte discretamente le encontradizo con los que sufren,
como Jesús lo hizo con los dos de Emaús?

4. ¿A través de qué detalles se puede percibir que nos vamos convirtiendo en mujeres y hombres
eucarísticos?

21
5. ¿Cómo me siento afectado en mi vida al comulgar en cada Eucaristía?

6. ¿A qué me compromete?

Acción de gracias

Si hemos recorrido los diferentes pasos de la celebración eucarística como parámetro para un proyecto de
vida en plenitud, al llegar a la participación sacramental de la mesa santa y formar una sola cosa con Cristo
—«El que come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él» —, no sólo acontece la más íntima
unión, sino que se suscita la respuesta enamorada y agradecida, con deseos de amor y adoración, que es
la actitud rendida como beso y abrazo.

Según el papa Benedicto XVI, la Eucaristía es el sacramento esponsal, banquete nupcial, posibilidad
máxima de unión con Jesucristo. Quien recibe el don de la contemplación se convierte en persona
agradecida a Dios por su revelación amorosa y queda enamorado de Jesucristo como regalo del Espíritu
Santo.
Acción de gracias por la Eucaristía en Buena Nueva
Debemos tener presente siempre que la finalidad de la Comunión es nuestra transformación en Cristo. Y
ésta se acrecienta con la realización de que Él está presente en mí.
Cada cual ora después de recibir a Cristo en la Eucaristía de la manera como le inspira el Espíritu Santo.
Sea cual fuere la forma de oración, es conveniente el recogimiento al regresar de comulgar.
PEDIR «COSAS BUENAS»: En estos momentos es preferible una oración de adoración, de acción de
gracias, de confianza y abandono, de alabanza, etc. Sin embargo, si deseamos usar momentos tan
especiales en peticiones, aprovechemos para pedir esas «cosas buenas» que Dios quiere darnos (cf. Lc.
11,13). Por ejemplo: «Cosas buenas» son virtudes (Señor: aumenta mi Fe. Señor: quiero ser más humilde.
Señor: ayúdame a ser dócil a tus designios). «Cosas buenas» son bienaventuranzas (Señor: quiero ser
pobre en el espíritu, sabiendo que nada soy, nada puedo sin Ti. Señor: dame aceptación de este
sufrimiento). «Cosas buenas» son frutos del Espíritu (Señor: enséñame a ser magnánimo con los demás,
enséñame a comprender y a perdonar. Señor: dame templanza y control de mí mismo).
ACCIÓN DE GRACIAS A LARGO PLAZO: En nuestra acción de gracias a largo plazo debemos tratar de
permanecer en Cristo para que Él permanezca en nosotros.
En el tiempo posterior a la recepción de la Eucaristía no podemos dejar que las tendencias que se oponen
a nuestra unión con Dios disminuyan o interrumpan esta comunión: actitudes en contra de la Voluntad
Divina, faltas de Fe y confianza en Dios, pecados mortales o veniales, etc.
Por el contrario, debemos acrecentar la vida de Dios en nosotros y aumentar esta comunión e identificación
con Cristo, especialmente mediante la oración, pero también las buenas obras, la penitencia, aceptación de
la Voluntad de Dios y colaboración activa en sus designios, el ejercicio de las virtudes, etc.

• MIRADA A NUESTRA VIDA PERSONAL

22
1. ¿Das gracias a Dios por el don de la fe en la Eucaristía? ¿Agradeces el regalo de la mediación de los
que la hacen posible? ¿Rezas por los sacerdotes?
2. ¿Haces del silencio después de la comunión un silencio “habitado”, lleno de la presencia de Jesús
sacramentado? ¿Sientes que te lleva a una opción de vida al estilo de Jesús?
3. ¿Cómo me siento afectado en mi vida al orar y hacer la acción de gracias en cada Eucaristía?

4. ¿A qué me compromete?

Oración final:

Alma de Cristo
“Alma de Cristo”. Puedes rezarla todas las noches con algún
familiar o al terminar de Comulgar.
Alma de Cristo, santifícame Cuerpo de Cristo, sálvame Sangre
de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame Pasión de Cristo, confórtame
Oh buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de
ti Del enemigo defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame Y mándame ir a ti.
Para que con tus santos Te alabe por los siglos de los siglos.
Amén.

Catequesis para niños

DÍA LUNES SANTO

MARCOS 14,22-25
En
En lalaúltima
última cena,
cena, Jesús
Jesús nos deja nos deja
un gran un gran regalo
regalo

23
Objetivo: Que el niño experimente la presencia de Jesús en la Eucaristía para tener vida por él y
dar testimonio de su amor.
Actitudes: Al contemplar a Jesús, presente en la Eucaristía, hemos de sentir alegría, respeto,
agradecimiento y asombro.

NUESTRA VIDA
El catequista comenta con los niños en torno a la importancia de una buena alimentación y de
qué es la anemia:
−¿Qué pasa cuando no nos alimentamos de manera correcta?
−¿Qué sucede cuando consumimos solamente comida chatarra?
−¿Saben qué es la anemia? La anemia es una enfermedad que debilita todo nuestro organismo,
por no consumir alimentos nutritivos: carne, pescado, verduras, frutas, legumbres, cereales,
lácteos, etc. Si a un niño le da mucho sueño, no tiene ganas de jugar, estudiar y está de mal
humor, entonces puede tener anemia.
¿Qué hay que hacer para salir de esta enfermedad? En primer lugar, dejar de comer comida
chatarra y alimentarse nutritivamente. En segundo lugar, tomar algún tipo de vitamina (el
catequista mencionará siete tipos de vitaminas).

MENSAJE CRISTIANO
Lo dio a sus discípulos
Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, lo dio a sus discípulos y dijo:
−Tomen, ésto es mi Cuerpo.
Tomó luego un cáliz, pronunció la acción de gracias, lo dio a sus discípulos y bebieron todos de él. Y les dijo:
−Esta es mi Sangre, la sangre de la alianza derramada por todos. Les aseguro que ya no beberé más
del fruto de la vid hasta el día aquel en que beba un vino nuevo en el reino de Dios.
Marcos 14,22-25
Reflexión
Jesús se queda con nosotros en la Eucaristía porque nos ama.
La última cena es memorial de su pasión, muerte y resurrección.
En ella somos testigos del mayor milagro de Jesús: transformar el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre
por la invocación del Espíritu Santo.

¿Qué fue lo que pasó en la última cena? Los apóstoles, muchas veces, cenaron con Jesús, pero hubo una
cena muy especial. El Jueves Santo por la noche, Jesús se reunió con sus amigos para celebrar la fiesta de
Pascua, que era la fiesta central del pueblo judío. Jesús sabía que era un momento muy especial: era la
última vez que compartiría la mesa con sus amigos.
Es por eso que aquella noche Jesús quiso darnos algo muy importante: se quedó con nosotros en la
Eucaristía para alimentarnos y fortalecernos en nuestro camino como cristianos y como Iglesia.
Jesús ofrece un banquete a sus amigos los apóstoles, una comida muy nutritiva, con muchas vitaminas y
energía, pero no para su cuerpo sino para su espíritu. Él sabía que la iban a necesitar para seguir con la
misión que nos encomendó cuando regresó con su Padre.

24
Su presencia en la Eucaristía es real. Por medio de la fe podemos comprender que Jesús se quedó con
nosotros para que nunca estuviéramos solos. Este es un gran regalo de su amor.

EXPRESIÓN DE LA FE
Celebración
Oración
Organizar una visita al Santísimo. Motivar a cada niño para que exprese una breve oración de gracias a Jesús
porque se quedó con nosotros en la Eucaristía y porque pronto podrá recibirlo.

Canto
Eucaristía, milagro de amor

Pan transformado
en el cuerpo de Cristo.
Vino transformado
en la sangre del Señor.

Eucaristía, milagro de amor.


Eucaristía, presencia del Señor.

Cristo nos dice:


tomen y coman,
esto es mi cuerpo
que ha sido entregado.

En la familia
de todos los cristianos,
Cristo quiere unirnos
en la paz y en el amor.

Con este pan


tenemos vida eterna.
Cristo nos invita
a la gran resurrección.

Compromiso

En la misa, durante la consagración, se realiza un acto de fe para reconocer que Jesús está realmente
presente en la Eucaristía. Por ejemplo:

Acto de fe
Yo que en la hostia, Señor, te miro, en ella siempre te adoraré. ¡POR QUEDARTE CON
Enciende el fuego de mi creencia, aviva siempre mi ardiente fe. NOSOTROS EN LA
EUCARISTÍA: GRACIAS ,
JESÚS!
25
Memorización
“Tomen, esto es mi cuerpo…; esta es mi sangre”. (Marcos 14,22.24)

Completan las frases


1. Mientras cenaban, Jesús tomó PAN, pronunció la BENDICIÓN, la partió y se lo dio a sus DISCÍPULOS
diciendo: Tomen y COMAN, esto es mi CUERPO.
2. Tomó luego un CÁLIZ. Pronunció la acción de GRACIAS, lo dio a sus discípulos y bebieron todos de él. Y
les dijo: Esta es mi SANGRE.
Luego, adornan la frase: Eucaristía, alimento de amor.

Catequesis para niños

DÍA MARTES SANTO

MARCOS 8,1-10
La Eucaristía, signo de reconciliación

Objetivo: Descubrir que, en la Eucaristía, Jesús nos ofrece el perdón y la reconciliación, para que los
niños lo vivan en su vida cotidiana.

Actitudes: La Eucaristía es un banquete de perdón, amor, escucha, unidad y humildad.

NUESTRA VIDA
El catequista pregunta a los niños:
−¿Cómo te preparas cuando sales a un paseo?
¿Qué llevas?
−¿Qué es lo que más te gusta de salir a pasear?
−¿Con quién te juntas durante esa jornada?
−¿Te sientes integrado en el paseo?
¿Te has sentido aislado?

26
MENSAJE CRISTIANO
La multiplicación de los panes
Por aquellos días se reunió de nuevo mucha gente y, como no tenían nada para comer, llamó Jesús a los
discípulos y les dijo:
−Siento lástima de esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen na da para comer. Si
los envío a sus casas en ayunas, se desmayarán por el camino, pues algunos han venido de lejos.
Sus discípulos le contestaron:
−¿Dónde podremos conseguir pan en este lugar deshabitado para dar de comer a todos éstos?
Jesús les preguntó:
−¿Cuántos panes tienen?
Ellos respondieron:
−Siete. Mandó entonces a la gente que se sentara en el suelo.
Tomó luego los siete panes, dio gracias y los partió y se los iba dando a sus discípulos para que los
repartieran. Ellos los repartieron a la gente.
Tenían además unos pocos pescados. Jesús los bendijo y mandó también que los repartieran.
Comieron hasta hartarse y con lo que sobró recogieron siete cestas. Eran unos cuatro mil. Jesús los despidió,
subió enseguida a la barca con sus discípulos y se fue hacia la región de Dalmanuta. Marcos 8,1-10

Reflexión
Jesús sintió compasión de la gente y les dio de comer. Así como ellos estaban reunidos, nosotros nos
reunimos en cada Eucaristía. En ella nos reconciliamos no sólo con Dios, sino con cada uno de nuestros
hermanos.
¿Qué significa compartir el pan? Es solidarizarme con el necesitado, ponerme en el lugar de mi hermano,
perdonar las agresiones de mis amigos.
La reconciliación dentro de la Eucaristía es llenarse del amor de Dios, llevándonos a una fraternidad, siendo
signos de paz para los que nos rodean. “Por eso si tú estás para presentar tu ofrenda en el altar, y te
acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda ante el altar y ve antes a
reconciliarte con tu hermano, después vuelve y presenta tu ofrenda”. (Mateo 5,23-24)
Durante la misa, cuando el sacerdote nos invita a pedir perdón a Dios, es el momento para reconciliarnos con
él reconociendo nuestras faltas. También lo expresamos en el rito de la paz, como signo de reconciliación con
Dios, con nosotros mismos y con los demás.

EXPRESIÓN DE LA FE
Celebración

27
Oración
El Misionero prepara un altar con una Biblia, velas, una imagen de Jesús y un pan.
Luego toma el pan y lo reparte entre algunos niños. Éstos, a su vez, lo reparten con sus demás compañeros.
El momento celebrativo se puede introducir con las siguientes palabras:
Hemos reflexionado que Jesús multiplicó el pan, dando así de comer a una gran multitud. En un momento de
silencio, pide perdón a Dios por las ofensas que hayas cometido durante estos días. Ahora te invito a que
compartas ese pedazo de pan que tienes en tus manos con alguno de tus compañeros y le des un abrazo.
Mientras comparten el pan, cantan:

Canto
Un niño se te acercó
Un niño se te acercó aquella tarde,
sus cinco panes te dio para ayudarte,
los dos hicieron que ya no hubiera hambre.

La tierra, el aire y el sol son tu regalo,


y mil estrellas de luz sembró tu mano;
el hombre pone su amor y su trabajo.

También yo quiero poner, sobre tu mesa,


mis cinco panes que son una promesa,
de darte todo mi amor y mi pobreza
Compromiso
La unión con Dios, en la Eucaristía, me lleva a reconciliarme con mis hermanos. Durante esta semana
procuraré reconciliarme con alguna persona a la que haya ofendido.

Memorización
“Mi paz les dejo, mi paz les doy”. (Juan 14,27)

Actividades Decoran la custodia y escriben la frase “Jesús es mi alimento


Invita a tu familia a asistir juntos a misa. Después les pregunta qué fue lo que más les gustó de esa
experiencia y lo escriben.

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Catequesis para niños

DÍA MIÉRCOLES SANTO

28
En la Eucaristía, sacramento de amor, recibimos a
Jesús
JUAN 15,13-14

Objetivo
Despertar en los niños un gran deseo de recibir a Jesús en la Eucaristía, para que se gocen con su amistad y
vivan siempre unidos a él.

Actitudes
Vivimos la Eucaristía con alegría, amistad y confianza, agradeciendo a Jesús que ya viene a nuestro corazón.

NUESTRA VIDA
El misionero puede recurrir a algún acontecimiento actual que esté sucediendo en su ciudad o en el país: la
visita de un jefe de Estado, del Papa, del Presidente de la República, etc. Puede apoyarse en la imagen que
aparece en su libro de trabajo y preguntarles

: −¿Qué se hace cuando el Presidente, el Papa o alguien importante visita una ciudad?
−¿Cómo se preparan las calles?,
¿y las personas?

MENSAJE CRISTIANO
El amor más grande
Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que
yo les mando. Juan 15,13-14
Reflexión
¿Qué hemos escuchado en esta cita? ¿Qué hizo o qué dijo Jesús? ¿A quiénes les hablaba?
Así como nos preparamos para recibir a un amigo, a los abuelos, a los tíos…, así también hemos de
prepararnos para recibir a Jesús, que se nos da como alimento. Pero Jesús, ¿qué te va a dar cuando venga a
ti?
Permite que los niños expresen qué piensan que les dará Jesús cuando lo reciban en la Eucaristía. Nosotros
decimos: “¡Ya viene Jesús a mi corazón!”. “Ya faltan tantos días para mi comunión”. Pero debemos pensar:
¿Cómo me voy a preparar para recibir a Jesús?, ¿qué tengo que hacer?

29
Que los niños concreticen acciones que pueden realizar para prepararse y así recibir a Jesús Eucaristía.
Porque soy amigo de Jesús, él da la vida por mí y se queda conmigo para que yo lo reciba en ese pedacito de
pan.
Nuestros sentidos (la vista) nos engañan, pero por nuestra fe sabemos que es real. El mismo Jesús nos lo
dice: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Juan 6,55).

EXPRESIÓN DE LA FE
Celebración
Oración
El catequista invita a los niños a orar, con las siguientes palabras:
Al recibir a Jesús en la comunión debemos contestar: AMÉN. Es como si nos dijeran: ¿Quieres ser como
Jesús? Y respondiéramos, ¡sí quiero! ¡Creo en Jesús, lo amo! Comunión quiere decir común-unión. Unirnos a
Jesús, alimentarnos de Jesús, recibirlo en nuestro corazón. Comulgar significa comer del mismo pan: la
Eucaristía. Los cristianos queremos ser amigos, formar una familia, hacer una fiesta en comunión, unidos
todos en Jesús.
El misionero les pedirá que escriban lo que sienten ahora que se están preparando para recibir a Jesús en la
Eucaristía, y más ahora que ya saben lo que esto significa.
Luego cada uno de los niños lo lee y todos responderán: Amén

Canto
Milagro de amor
Jesús, aquí presente en forma real,
te pido un poco más de fe y humildad;
y así poder ser digno de compartir,
contigo, el milagro más grande de amor.

Milagro de amor tan infinito,


en que tú, mi Dios, te has hecho
tan pequeño y tan humilde
para entrar en mí
Milagro de amor tan infinito
en que tú, mi Dios, te olvidas
de tu gloria y de tu majestad por mí.

Y hoy vengo, lleno de alegría,


a recibirte en esta Eucaristía.
Te doy gracias por llamarme
a esta cena porque, aunque no soy digno,
visitas tú mi alma.

Milagro de amor tan infinito…

Gracias, Señor, por esta comunión. (2)

Compromiso
30
Explicarle al grupo que también nosotros podemos ofrecer a Jesús todo lo que tenemos y somos. Por
ejemplo: todo nuestro amor, nuestras buenas obras, prestar nuestros juguetes, ayudar a los demás, hacer
bien las tareas, jugar en armonía con mis hermanos y amigos, rezar en la mañana y en la noche, etc.
Motivarlos para que procuren no faltar a la catequesis lo que resta del año, además de ser responsables con
sus tareas. Así expresarán el deseo de seguirse preparando para recibir a Jesús en la Eucaristía.

Memorización
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. (Juan 6,55)

Actividades
Recortan los objetos litúrgicos que se encuentran al final de su libro. Los pegan en una cartulina y arman su
propio memorama litúrgico.

PARA HACER
Coloca el número que corresponde a los objetos litúrgicos que se utilizan en la celebración eucarística.

1. Ambón y leccionario

2. Altar

3. Cáliz

4. Copón

5. Crucifijo

6. Misal

7. Patena

8. Velas

9. Vinajeras

31
Alma de Cristo

1. Te invitamos a aprenderte esta oración “Alma de Cristo”. Puedes


rezarla todas las noches con algún familiar.

Alma de Cristo, santifícame


Cuerpo de Cristo, sálvame
Sangre de Cristo, embriágame
Agua del costado de Cristo, lávame
Pasión de Cristo, confórtame
Oh buen Jesús, óyeme
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de ti
Del enemigo defiéndeme
En la hora de mi muerte,
llámame Y mándame ir a ti
Para que con tus santos
Te alabe por los siglos de los siglos.
Amén.

32
Para finalizar complete la oración confirmando su aprendizaje:

Alma de Cristo, …………………………


……… ……………………… de Cristo, sálvame
Sangre de Cristo, ……………………………….
Agua del …………………………..
de Cristo, lávame Pasión de …………………..,
confórtame Oh buen Jesús, ……………………
Dentro de tus ……………………….,
escóndeme. No permitas que me …………………………
de ti Del enemigo ……………………
En la hora de mi ……………………..,
llámame Y ………………………….
ir a ti Para que con tus ……………………………
Te ………………………….
por los siglos de los siglos. Amén.
Esquema sugerido para planeación de los temas

Tema:________________________________________________________________
Imparte: _____________________________________________________________

Dirigido a (¿niños, jóvenes o adultos?):

Parte Temas/Subtemas Procedimiento Recursos Tiempo1


(¿Cómo lo haré?) (¿Qué
(¿Qué trataré?) ¿Cuándo inicia
necesito?)
y acaba esta
actividad?

Repaso
(cuando ya se
han dado los
primeros temas)

33
Inducción
(¿cómo atraigo
la atención de la
gente al tema?)

Desarrollo
(imparto el tema)

Cierre
(¿de qué manera
voy a cerrar?)

Evaluación (¿cómo me sentí?, ¿qué salió bien?, ¿qué salió mal?, ¿cómo puedo mejorar?)

34

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