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Sintieron tanta ternura al verla dormir que no la despertaron y dejaron proseguir su sueño.

Cuando al amanecer Blancanieves se despertó, se asustó al ver a los enanitos a su alrededor.


Ellos se mostraron amables para tranquilizarla y le preguntaron.
– ¿Cómo te llamas?
– Me llamo Blancanieves -respondió ella.
– ¿Cómo llegaste hasta nuestra casa?
Ella les contó su triste historia y los enanitos, encantados con tan dulce niña, le hicieron una
propuesta:
– Quédate aquí y ayúdanos en las tareas de la casa. Puedes cocinar, lavar, coser, y tejer.
¡Nosotros te cuidaremos y protegeremos!
– Claro que sí -respondió-. Lo haré encantada.
Y así es como Blancanieves vivía feliz en compañía de los enanitos, tenía la casita en orden
y limpia. Todas las mañanas les despedía cuando partían hacia la mina y, por la noche
cuando regresaban, les tenía una rica cena preparada.
Como durante el día permanecería sola, los enanitos advirtieron a Blancanieves:
– ¡Ten cuidado con tu madrastra, pronto sabrá que estás aquí y tratará de hacerte daño! ¡No
dejes entrar a nadie!
Pero la reina seguía consultando su espejito:
– Espejito, espejito mágico, ¿quién es la más hermosa del reino?
A lo que el espejo respondió:
La más bella del reino sois vos, majestad; pero en el bosque, en casa de los siete enanitos, la
linda Blancanieves lo es mucho más.

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