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Abstract: This paper provides a first approach to a compared study between the Argentinean Yrigoyenista rad-
icalism and the Colombian Gaitanista liberalism from a conceptual framework that understands both political
10.22201/cialc.24486914e.2018.67.57077
processes as part of Populism, that is, as a political logic that establishes a polarization of the communal
space, parting from the simultaneous inclusion and exclusion of adversaries and supporters of its solidarity
scope, something that turns the people’s accretion an ever postponed task. Thus, the populist phenomenon
serves us as a conceptual tool to think the similarities and differences between both processes parting from
three analytical issues: a) the des-particularization of the antagonism, b) a monist concept of sovereignty and
c) a proposal of reparation of the communal whole. Finally, we suggest some interpretative objections about
the conceptualization of the Latin American populist movements, especially about its particular processing and
conception of the otherness.
Introducción
M
ás allá de los discrepancias políticas que ha podido suscitar el
populismo en las últimas dos décadas en América Latina, ha
pasado de ser una mera presencia espectral, que emergía con
fuerza en las ciencias sociales dentro de ciertas coyunturas ex-
cepcionales en el siglo xx, a instalarse de manera permanente en los debates
sobre numerosos procesos políticos contemporáneos de la región.1 Esto ha
permitido no sólo la actualización de estudios sobre los así llamados “popu-
lismos clásicos” (el cardenismo mexicano, el varguismo brasileño y el peronis-
mo argentino), sino también la emergencia de nuevos desarrollos analíticos
sobre procesos histórico-políticos rara vez endilgados de populistas.2 En este
sentido, sólo de manera relativamente reciente el yrigoyenismo argentino3
y el gaitanismo colombiano,4 desde una perspectiva analítica abocada al
estudio de las identidades políticas, han sido revisitados desde perspec-
tivas que los relaciona con el legado de los populismos latinoamericanos.5
1
Sin entrar en muchos detalles acerca de la inmensa bibliografía existente sobre la
cuestión populista, remitimos a los siguientes itinerarios bibliográficos en la materia:
Mackinnon y Petrone 1998; Weyland 1996: 3-31; Aboy Carlés 2004: 79-126. Por otra
parte, no es menor que la intelectual argentina Maristella Svampa, por ejemplo, con-
sidere que los actuales debates latinoamericanos giran alrededor de cuatro temáticas
en constante tensión: indianismo, desarrollo, dependencia, y, por supuesto, populis-
mo, sobre el cual elabora un generalísimo estado del arte (Svampa 2016).
2
Hablamos de casos de estudio poco frecuentes, como por ejemplo el anapismo de
los años sesenta en Colombia, el batllismo uruguayo, e, incluso, ciertos sectores del
radicalismo de fines de los años cuarenta del siglo xx en Argentina (Ayala 2011; Pani-
zza 1990; Melo 2013: 65-90).
3
Nos referimos al trazado político de Hipólito Yrigoyen desde fines del siglo xix, espe-
cíficamente de su primer gobierno, hasta el derrocamiento de su segundo mandato
constitucional en 1930.
4
Jorge Eliécer Gaitán es un político insoslayable de la historia política de la primera
mitad del siglo xx en Colombia; fue alcalde de Bogotá (1936-1937), ministro de Edu-
cación (1940-1941) y de Trabajo, Higiene y Previsión Social (1942-1943). Antes de
ser asesinado en abril 1948, era el Jefe Único del Partido Liberal, del que había sido
disidente en varios momentos de su carrera.
5
Sobre el gaitanismo, es inevitable remitir a los recientes trabajos de Green (2013) y Magrini
(2015). Respecto al yrigoyenismo, sugerimos los textos de Padoan (2002) y Aboy Carlés
(2013b).
De allí que sea posible afirmar que no se ha esbozado siquiera algún tipo
de análisis comparativo entre ambos procesos.6
Por lo antes expuesto, proponemos una primera aproximación al es-
tudio comparado entre el radicalismo yrigoyenista y el liberalismo gaita-
nista, resaltando la pertinencia de pensar estos dos procesos políticos des-
de un entramado conceptual que los comprende como pertenecientes al
populismo; a éste lo entendemos como una lógica política que establece
una polarización del espacio comunitario a partir de la configuración ines-
table del demos, es decir, desde una inclusión y exclusión de partidarios
y adversarios del campo solidario de una identidad, haciendo del pueblo
una construcción cuya concreción final es siempre diferida (Aboy Carlés
2013a). Por ende, queremos trazar algunas líneas comparativas entre el
yrigoyenismo argentino y el gaitanismo colombiano, a pesar de la distan-
cia geográfica y temporal entre dichos casos.7
6
Es importante reiterar que desconocemos la existencia de un análisis comparativo
entre yrigoyenismo y gaitanismo. Consideramos que esto se debe, en parte, a que a
Colombia se le ha excluido de los estudios del populismo latinoamericano. Al respec-
to, Torcuato Di Tella afirmaba: “Un área importante de estudio en América Latina es
la determinación de cuál será la variedad de populismo a desarrollarse en Colombia,
en tanto este país constituye una especie de anomalía histórica en la medida en
que el populismo tuvo dificultades para ser aceptado masivamente, a pesar de varias
tentativas para lanzarlo” (Di Tella 1965: 415. El resaltado es nuestro). Frente a estudios
comparativos de procesos populistas en la región, remitimos al lector al estudio sobre
el peronismo argentino y el varguismo brasileño de Groppo (2009). Por otra parte,
existe la comparación, desde una perspectiva de género, entre peronismo y gaitanis-
mo, propuesto por Luna (2000). También es importante remitir al lector a un reciente
análisis comparativo entre el grupo disidente del radicalismo forja y la organización
político-militar Montoneros, en su apropiación de las tradiciones populistas argenti-
nas yrigoyenista y peronista (Giménez y Slipak 2016).
7
Es importante resaltar que estamos conscientes de que usar ejes analíticos que tienen
como fundamento desarrollos teóricos sobre el fenómeno populista, puede resultar
problemático en el interior de algunas disciplinas de las ciencias sociales. Como se men-
ciona en la interesante compilación de estudios sobre la violencia política en América
Latina, hecho por Waldo Ansaldi y Verónica Giordano, el presupuesto epistemológico
que posibilita la comparación entre distintos casos tratados en el libro es —con base en
la longue dureé de Fernand Braudel— una lectura compartida sobre “la condición so-
ciohistórica común que subyace a la obstrucción del cambio en un sentido estructural”
(Ansaldi y Giordano 2014: 130. El resaltado es nuestro). Nuestra propuesta en el pre-
sente trabajo no busca soslayar que las condiciones sociohistóricas o estructurales tanto
de Colombia como de Argentina fueron importantes en la construcción de los dos mo-
vimientos que analizamos aquí; sin embargo, compartimos la advertencia de Alejandro
Groppo sobre cierto determinismo presente en perspectivas como la sociohistórica:
“Those structural factors had a conditioning role over the political strategy they facili-
tated but theydid not completely determine it. […] [t]hose contextual extra-discursive
structures does not necessarily produce specific political outcomes. Between condition-
ing structures and political strategy there is contingency” (Groppo 2009: 54). En este or-
den de ideas, nuestro planteamiento comparativo, basado en la discursividad gaitanista
e yrigoyenista permite, a partir de los tres ejes teóricos mencionados anteriormente,
sobreponer a las vicisitudes contextuales de ambos casos, y refinar la comparación para
una problematización no sólo de los objetos de estudio, sino también de los avances
conceptuales que usamos para su respectiva lectura.
8
Queremos ser enfáticos en que por desparticularización del antagonismo nos refe-
rimos a una disputa contra un núcleo de poder y no contra, por ejemplo, nombres
propios de grandes figuras (su mención, al menos, trataría justamente de una lucha
contra un generalizado “régimen” u “oligarquía”). Por lo tanto, no nos referimos a la des-
particularización sugerida por Aboy Carlés (2013b) en sus indagaciones sobre la lógica
equivalencial propia de las identidades políticas.
9
Los siete años que van desde los intentos revolucionarios de la ucr, en 1905, hasta
el abandono de la abstención electoral, en 1912, se caracterizaron por el estableci-
miento de nuevos clubes partidarios y la búsqueda de apoyo de jefes políticos locales
con la intención de zanjar los conflictos entre facciones radicales, y así consolidar la
autoridad de Yrigoyen. Al respecto, el sugerente análisis de Halperín Donghi sobre el
modo como se construyó la figura política del líder radical, establece cierta continui-
dad con la política facciosa anterior a 1880 y lo asemeja con el Partido de la Libertad
de Mitre (Halperín Donghi 1997). Caracterización que, al decir de Padoan, opacaría el
lenguaje político desde el cual se construyó el yrigoyenismo como liderazgo y como
identidad (Padoan 2002: 44).
10
La revolución radical de 1905 implicó una serie de sublevaciones producidas en dis-
tintos puntos del país durante el gobierno conservador de Manuel Quintana. En un
fragmento del manifiesto, puede leerse: “El carácter de funcionario público represen-
tativo no se adquiere por los programas que se formula sino por la legalidad integral
del mandato que se inviste. Osado sería quien se presentara contrario a los anhelos,
intereses y sentimientos colectivos, y total inexperiencia revelaría si no se refiriese a
ello cuando siente llegar hasta la altura de la posición usurpada el eco de la protesta
pública” ( Yrigoyen 1986: 27). De corte mitrista en sus inicios, Pedro Molina fue parte
de la fundación de la Unión Cívica; en 1891 fue presidente del partido y participó en
el estallido de su ciudad natal, Córdoba, el 21 de mayo de ese mismo año. Luego, sien-
do uno de los fundadores de la ucr, se desempeñó como miembro de la Convención
nacional de 1891. Con posterioridad a su paso por el Partido Republicano que lideró
Emilio Mitre, Molina fue elegido presidente del Comité Nacional de la ucr y propues-
to para ocupar la presidencia provisional de la nación si triunfaba la revolución de
1905. Tras el fracaso de la Revolución Radical, se exilió en Montevideo. Vuelto al país,
en 1909, renunció al cargo de presidente honorario del Comité Central de la provincia
de Córdoba, hecho que derivó en un intercambio epistolar con Yrigoyen.
11
En el Manifiesto del 17 de abril de 1890, dirigido a los Pueblos de la República y
firmado por el presidente del Partido, Leandro Alem, se indicaba que, en los princi-
pios salvadores dentro del orden constitucional, se reclamaba para la República “el
imperio de la libertad del sufragio, la responsabilidad efectiva de los administradores
públicos, la más pura moralidad gubernativa; el castigo severo de toda violencia o
fraude contra el libre sufragio, y de toda malversación del Tesoro público: el respeto
de las autonomías provinciales, robustecer en todas partes el régimen municipal; y
por último, provocar el despertamiento de la vida cívica nacional tan abatida en todo
el país, inspirando en los ciudadanos un justo celo por sus derechos políticos y por
sus deberes cívicos” ( Yrigoyen 1953: 18).
12
Manuel Gálvez anota que el concepto de Régimen es una invención del propio Yrigo-
yen para designar a todos los gobiernos nacionales y provinciales desde 1880. Dicha
palabra, señala Gálvez, no responde al concepto de “viejo régimen”: “El Régimen
según Yrigoyen, es la usurpación de la soberanía —que en los Estados democráticos
corresponde al pueblo— por un grupo de hombres, por una oligarquía. Es una con-
juración oficial que todo lo arrasa” (Gálvez 1959: 127). Sin embargo, como es sabido,
la “causa” de la reparación nacional se levantaba no contra “un grupo de hombres”,
sino más bien contra todo un sistema corrompido: de allí la desparticularización de
su enfrentamiento.
13
En la segunda de las dos entrevistas mantenidas con el presidente Figueroa Alcorta
en 1908, Yrigoyen invocaba la “intervención federal” como un mecanismo para lograr
la reforma electoral. Por otra parte, un resumen de las tres entrevistas con Sáenz Peña
fue presentado por Yrigoyen en la defensa ante la Corte con posterioridad al golpe
de Estado de 1930. Allí, el ex presidente radical señalaba que la deliberación sobre la
reforma electoral terminó en que el gobierno le daría la orientación correspondiente:
“sobre la base de cualquiera fuera el resultado en el Congreso de las reformas, el Poder
Ejecutivo intervendría todas las provincias en la hora de la renovación de sus poderes,
como la medida lógicamente indispensable a los efectos de los comicios […] fuera
con la ley reformada o con la existente o con la de cada una de las provincias” ( Yrigo-
yen 1986: 45-46 y 499).
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A partir de un complejo juego político que aunó a actores locales y nacionales, entre
1916 y 1922, se llevaron adelante 19 intervenciones federales: 10 fueron a provincias
gobernadas por conservadores y 9 a provincias gobernadas por radicales; sobre éstas,
15 fueron decretadas por el poder ejecutivo y 4 dispuestas por Ley del Congreso
Nacional. De 1928 a 1930, durante la segunda presidencia de Yrigoyen, se decretaron
dos intervenciones federales.
15
Estos fundamentos de intervención en encuentra en: Ministerio del Interior de la
República Argentina, Memoria presentada al Honorable Congreso de la Nación
1917 a 1922, Buenos Aires, Imprenta del Congreso Nacional, tomo I, p. 98. El mismo
fundamento lo sostuvo el senador Leopoldo Melo, en sesión del Congreso en 1918:
“El partido radical al abrirse la campaña electoral para la renovación de la presiden-
cia de la república sostuvo en su propaganda política la urgente necesidad de llevar
intervenciones a todos los estados donde él consideraba que no había gobierno que
garantiera el voto y respetara los comicios. Este punto quedó así incorporado a su
programa y a sus promesas de reparación; alrededor de ese programa se abrió el
comicio [sic], y se pronunció favorablemente el pueblo; de modo que el señor pre-
sidente de la república, lógicamente tenía que llevar las intervenciones prometidas a
las provincias […]”(Caterina 1984: 66).
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Si bien en la historia del federalismo argentino el recurso de la intervención federal
presenta un uso continuo para derribar oposiciones políticas en las provincias o diri-
mir conflictos en el interior del partido gobernante, nuestras indagaciones sugieren
que, en el caso de la intervención en Buenos Aires de 1917, aparece por primera vez
un argumento intervencionista fundamentado en la soberanía nacional, encarnada
en la figura del presidente; además, este antecedente servirá para sustentar futuros
argumentos netamente políticos, sugiriendo pensar las intervenciones más allá de la
interpretación jurídica con la que suele encorsetarse su estudio (Milne 2015).
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Frente a esta indiferenciación entre gobernados y gobernantes, es importante hacer
ciertas precisiones frente a la lectura radical que Carl Schmitt elabora sobre la demo-
cracia rousseauniana. Dicho jurista alemán advierte que la representación no puede
18
En los albores de llamada “República Liberal”, como se le conoció a la serie de gobier-
nos del Partido Liberal, y que duró de 1930 a 1946.
19
La propuesta de “reforma agraria” del gobierno de López, con la Ley 200 de 1936,
sobresale en la historia colombiana justamente por los limitados alcances con la que
fue concebida. Lejos de procesos distributivos de gran envergadura —como el mexi-
cano— Marco Palacios asegura que en aquel año (1936) “se expidió, finalmente, la
‘ley de tierras’ […]: eran de propiedad privada todas las tierras que hubiesen salido
legalmente del Estado y revertirían a éste las que no se explotaran económicamente
diez años después de expedida la ley. [De esta manera] El estatuto jurídico de las
grandes propiedades quedó asegurado” (Palacios 2003: 154).
20
Al respecto, el historiador norteamericano David Bushnell afirma que “el sufragio uni-
versal masculino, que se había impuesto en la década de 1850 y posteriormente había
sido eliminado, volvió bajo López, y esta vez para quedarse” (Bushnell 2004: 259).
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El candidato oficialista era Gabriel Turbay, reconocido liberal apodado –gracias a su
origen sirio-libanés– como “turco”. Por eso, en muchos audios de las intervenciones
de Gaitán en el Teatro Municipal de Bogotá hacia 1946, se puede escuchar a sus se-
guidores gritar “Gaitán sí, turco no”.
23
Después de la derrota de 1946, el Partido Liberal sufrió la ausencia voluntaria de mu-
chos de sus personajes más emblemáticos, contexto que permitiría que el gaitanismo
tomara el control del partido.
24
Al respeto de esta encarnación de la voluntad popular, es muy explícita la frase más
conocida de Gaitán: “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”.
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Ciertamente, hemos enmarcado nuestra exposición sobre el yrigoyenismo dentro del
análisis sobre los modos en los que varió la forma de entender la representación
política y de concebir la soberanía en el ideario del líder radical; sin embargo, no
soslayamos el rol de la denominada “cuestión social” —además de la coyuntura in-
ternacional— en sucesos que van desde los intentos de establecer políticas obreras
hasta los hechos de violencia y represión que constituyeron, entre otros, la “Semana
Trágica” durante el primer mandato yrigoyenista. Al respecto, véanse Bilsky (1984) y
Suriano (2000).
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Paradójico, decimos, por el hecho de amenazar a un contrincante con una violencia
—en teoría— reactiva como lo es la “legítima defensa”. Si bien la intención de este
trabajo no es desarrollar esta cuestión, sí creemos que una discusión a fondo sobre
el problema de la violencia en tanto amenaza —y no como mera cuestión instrumen-
tal—, puede ser sugestiva, no sólo para pensar sus efectos en procesos políticos como
el gaitanismo, sino también para indagar sobre la relación entre la lógica populista y la
violencia misma. Sobre el carácter instrumental de la violencia, véase Arendt (1970).
Conclusiones preliminares.
Yrigoyen, Gaitán y sus distancias cercanas
la nación” (Padoan 2002: 23). Ahora bien, este autor también señala que
lo propio del discurso yrigoyenista es la división de los actores políticos
en “réprobos” y “elegidos”, “con lo cual la destrucción de los primeros
quedará como una posibilidad latente” (Padoan 2002: 29). Sin embargo,
como hemos mencionado anteriormente, creemos que lo que caracteriza
al movimiento de reparación nacional, tanto del yrigoyenismo como del
gaitanismo, en su pretensión de interpretar y encarnar la soberanía nacio-
nal en su propia figura, es lo que Aboy Carlés (2005: 9) define como la “im-
pronta regeneracionista”, propia de las identidades populistas: en éstas lo
que está en juego no es la eliminación de la alteridad sino una constante
redefinición del demos legítimo de la comunidad, incorporando y expul-
sando al adversario del campo legítimo de la representación.
La tensión entre la homogeneidad, que supone encarnar la verdade-
ra causa y la reticencia a la erradicación de la alteridad, se puede encontrar
en un mismo discurso de Yrigoyen, quien hacia 1923 decía lo siguiente:
Ha llegado la hora de la terminación del largo periodo de nuestra regre-
sión moral y cívica, y no todos quieren comprender, o no alcanzan a de-
finir, los medios que deben ponerse en ejecución para que la transición
y la renovación se realice naturalmente, en cumplimiento de exigencias
superiores de la Nación. Y ello sin hesitación, y también sin dividir al país
en dos sectores irreconciliables: elegidos y réprobos. Hay que propender
a la fraternidad entre los argentinos ( Yrigoyen [1923] 1953: 83)
Bibliografía