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Yrigoyenismo, gaitanismo

y los populismos latinoamericanos


de la primera mitad del siglo xx
Yrigoyenismo, gaitanismo and Latin
American populist movements
in the first half of XXth century
Natalia Milne* y Cristian Acosta Olaya**
Resumen: En el presente artículo se propone una primera aproximación a un estudio comparado entre el
radicalismo yrigoyenista argentino y el liberalismo gaitanista colombiano desde un entramado conceptual
que comprende a ambos procesos políticos como pertenecientes al populismo, es decir, como una lógica
política que establece una polarización del espacio comunitario a partir de la inclusión y exclusión simultánea
de adversarios y partidarios de su campo solidario que hace de la concreción del pueblo una tarea siempre
diferida. Así, el fenómeno populista se plantea como una herramienta conceptual para pensar las similitudes y
diferencias entre ambos procesos a partir de tres ejes analíticos: a) la desparticularización del antagonismo; b)
una concepción monista de la soberanía; y c) una propuesta de reparación del todo comunitario. Finalmente,
se sugieren algunos reparos interpretativos sobre la conceptualización de los procesos populistas latinoameri-
canos, puntualmente sobre su particular procesamiento y concepción de la alteridad.

Palabras clave: Populismo, Yrigoyenismo, Gaitanismo, Identidades políticas, Alteridad.

Abstract: This paper provides a first approach to a compared study between the Argentinean Yrigoyenista rad-
icalism and the Colombian Gaitanista liberalism from a conceptual framework that understands both political
10.22201/cialc.24486914e.2018.67.57077

processes as part of Populism, that is, as a political logic that establishes a polarization of the communal
space, parting from the simultaneous inclusion and exclusion of adversaries and supporters of its solidarity
scope, something that turns the people’s accretion an ever postponed task. Thus, the populist phenomenon
serves us as a conceptual tool to think the similarities and differences between both processes parting from
three analytical issues: a) the des-particularization of the antagonism, b) a monist concept of sovereignty and
c) a proposal of reparation of the communal whole. Finally, we suggest some interpretative objections about
the conceptualization of the Latin American populist movements, especially about its particular processing and
conception of the otherness.

Key words: Populism, “Yrigoyenism”, “Gaitanism”, Political Identities, otherness.

Recibido: 8 de abril de 2018


Aceptado: 18 de junio de 2018
*
Universidad de Buenos Aires (nataliamilne@gmail.com).
**
conicet (cjacostao@gmail.com).

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Natalia Milne y Cristian Acosta

Introducción

M
ás allá de los discrepancias políticas que ha podido suscitar el
populismo en las últimas dos décadas en América Latina, ha
pasado de ser una mera presencia espectral, que emergía con
fuerza en las ciencias sociales dentro de ciertas coyunturas ex-
cepcionales en el siglo xx, a instalarse de manera permanente en los debates
sobre numerosos procesos políticos contemporáneos de la región.1 Esto ha
permitido no sólo la actualización de estudios sobre los así llamados “popu-
lismos clásicos” (el cardenismo mexicano, el varguismo brasileño y el peronis-
mo argentino), sino también la emergencia de nuevos desarrollos analíticos
sobre procesos histórico-políticos rara vez endilgados de populistas.2 En este
sentido, sólo de manera relativamente reciente el yrigoyenismo argentino3
y el gaitanismo colombiano,4 desde una perspectiva analítica abocada al
estudio de las identidades políticas, han sido revisitados desde perspec-
tivas que los relaciona con el legado de los populismos latinoamericanos.5
1
Sin entrar en muchos detalles acerca de la inmensa bibliografía existente sobre la
cuestión populista, remitimos a los siguientes itinerarios bibliográficos en la materia:
Mackinnon y Petrone 1998; Weyland 1996: 3-31; Aboy Carlés 2004: 79-126. Por otra
parte, no es menor que la intelectual argentina Maristella Svampa, por ejemplo, con-
sidere que los actuales debates latinoamericanos giran alrededor de cuatro temáticas
en constante tensión: indianismo, desarrollo, dependencia, y, por supuesto, populis-
mo, sobre el cual elabora un generalísimo estado del arte (Svampa 2016).
2
Hablamos de casos de estudio poco frecuentes, como por ejemplo el anapismo de
los años sesenta en Colombia, el batllismo uruguayo, e, incluso, ciertos sectores del
radicalismo de fines de los años cuarenta del siglo xx en Argentina (Ayala 2011; Pani-
zza 1990; Melo 2013: 65-90).
3
Nos referimos al trazado político de Hipólito Yrigoyen desde fines del siglo xix, espe-
cíficamente de su primer gobierno, hasta el derrocamiento de su segundo mandato
constitucional en 1930.
4
Jorge Eliécer Gaitán es un político insoslayable de la historia política de la primera
mitad del siglo xx en Colombia; fue alcalde de Bogotá (1936-1937), ministro de Edu-
cación (1940-1941) y de Trabajo, Higiene y Previsión Social (1942-1943). Antes de
ser asesinado en abril 1948, era el Jefe Único del Partido Liberal, del que había sido
disidente en varios momentos de su carrera.
5
Sobre el gaitanismo, es inevitable remitir a los recientes trabajos de Green (2013) y Magrini
(2015). Respecto al yrigoyenismo, sugerimos los textos de Padoan (2002) y Aboy Carlés
(2013b).

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De allí que sea posible afirmar que no se ha esbozado siquiera algún tipo
de análisis comparativo entre ambos procesos.6
Por lo antes expuesto, proponemos una primera aproximación al es-
tudio comparado entre el radicalismo yrigoyenista y el liberalismo gaita-
nista, resaltando la pertinencia de pensar estos dos procesos políticos des-
de un entramado conceptual que los comprende como pertenecientes al
populismo; a éste lo entendemos como una lógica política que establece
una polarización del espacio comunitario a partir de la configuración ines-
table del demos, es decir, desde una inclusión y exclusión de partidarios
y adversarios del campo solidario de una identidad, haciendo del pueblo
una construcción cuya concreción final es siempre diferida (Aboy Carlés
2013a). Por ende, queremos trazar algunas líneas comparativas entre el
yrigoyenismo argentino y el gaitanismo colombiano, a pesar de la distan-
cia geográfica y temporal entre dichos casos.7

6
Es importante reiterar que desconocemos la existencia de un análisis comparativo
entre yrigoyenismo y gaitanismo. Consideramos que esto se debe, en parte, a que a
Colombia se le ha excluido de los estudios del populismo latinoamericano. Al respec-
to, Torcuato Di Tella afirmaba: “Un área importante de estudio en América Latina es
la determinación de cuál será la variedad de populismo a desarrollarse en Colombia,
en tanto este país constituye una especie de anomalía histórica en la medida en
que el populismo tuvo dificultades para ser aceptado masivamente, a pesar de varias
tentativas para lanzarlo” (Di Tella 1965: 415. El resaltado es nuestro). Frente a estudios
comparativos de procesos populistas en la región, remitimos al lector al estudio sobre
el peronismo argentino y el varguismo brasileño de Groppo (2009). Por otra parte,
existe la comparación, desde una perspectiva de género, entre peronismo y gaitanis-
mo, propuesto por Luna (2000). También es importante remitir al lector a un reciente
análisis comparativo entre el grupo disidente del radicalismo forja y la organización
político-militar Montoneros, en su apropiación de las tradiciones populistas argenti-
nas yrigoyenista y peronista (Giménez y Slipak 2016).
7
Es importante resaltar que estamos conscientes de que usar ejes analíticos que tienen
como fundamento desarrollos teóricos sobre el fenómeno populista, puede resultar
problemático en el interior de algunas disciplinas de las ciencias sociales. Como se men-
ciona en la interesante compilación de estudios sobre la violencia política en América
Latina, hecho por Waldo Ansaldi y Verónica Giordano, el presupuesto epistemológico
que posibilita la comparación entre distintos casos tratados en el libro es —con base en
la longue dureé de Fernand Braudel— una lectura compartida sobre “la condición so-
ciohistórica común que subyace a la obstrucción del cambio en un sentido estructural”
(Ansaldi y Giordano 2014: 130. El resaltado es nuestro). Nuestra propuesta en el pre-

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Si bien el yrigoyenismo logró una posición en el poder ejecutivo


(1916-1922 y 1928 hasta el coup d’etat de 1930) y el gaitanismo no (su
líder fue asesinado en 1948), nuestro enfoque basado en una sociología
de las identidades políticas busca encontrar puntos de confluencia entre
la construcción discursiva del pueblo en ambos procesos, reiterando la
hipótesis que trabajamos en otro lugar, a saber, que las formas interpe-
lativas de ciertos movimientos políticos y sus propuestas de democracia
beligerante pueden producirse por fuera de un lugar de poder distinto al
de la presidencia de la nación (Acosta Olaya 2015).
A grandes rasgos, tanto el movimiento de Gaitán como el de Yrigoyen,
emergieron en un contexto primigenio de participación política (la reforma
política de 1911-12 y la reforma constitucional de 1936, en Argentina y Co-
lombia correspondientemente). Además, es factible hablar de la existencia
de ciertas similitudes en las construcciones discursivas desde las que ambos
procesos enarbolaron sus movimientos, especialmente en lo que respecta a
una base partidaria en pugna y a la aspiración de representar un verdadero
pueblo, equiparando sus propias iniciativas políticas con la “nación toda” y
el “país nacional”. Así, de las posibles coincidencias que el estudio de am-
bos fenómenos pueda revelarnos, buscaremos específicamente explorar
el modo en el que se configura la identidad de ambos movimientos en los
periodos particulares que tienen lugar.
A partir de lo anterior, sugerimos que la comparación entre el yrigo-
yenismo y el gaitanismo gire alrededor de tres ejes analíticos, ya expuestos

sente trabajo no busca soslayar que las condiciones sociohistóricas o estructurales tanto
de Colombia como de Argentina fueron importantes en la construcción de los dos mo-
vimientos que analizamos aquí; sin embargo, compartimos la advertencia de Alejandro
Groppo sobre cierto determinismo presente en perspectivas como la sociohistórica:
“Those structural factors had a conditioning role over the political strategy they facili-
tated but theydid not completely determine it. […] [t]hose contextual extra-discursive
structures does not necessarily produce specific political outcomes. Between condition-
ing structures and political strategy there is contingency” (Groppo 2009: 54). En este or-
den de ideas, nuestro planteamiento comparativo, basado en la discursividad gaitanista
e yrigoyenista permite, a partir de los tres ejes teóricos mencionados anteriormente,
sobreponer a las vicisitudes contextuales de ambos casos, y refinar la comparación para
una problematización no sólo de los objetos de estudio, sino también de los avances
conceptuales que usamos para su respectiva lectura.

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en otro trabajo (Milne 2014). De esta manera, creemos posible rastrear en


ambos procesos políticos: a) una desparticularización del antagonismo
(contra un “régimen” u “oligarquía”, no contra personajes o instituciones
específicas);8 b) una concepción monista de la soberanía (la sinonimia
entre nación y movimiento, el pueblo como “causa” y “país nacional”); y
c) una propuesta de reparación del todo comunitario (la “regeneración
moral” de ambos movimientos). Por ende, en la primera de las dos par-
tes que componen el presente artículo, profundizaremos sobre los rasgos
particulares de los movimientos políticos de Yrigoyen y, posteriormente,
de Gaitán, bajo el faro analítico de los tres ejes arriba mencionados. De esta
manera, intentaremos resaltar similitudes y diferencias entre ambos para,
por último, insistir en la pertinencia de estos análisis comparativos para el
estudio de los diversos populismos latinoamericanos.

Soberanía y nación en la “Causa” de Hipólito Yrigoyen

La causa que fue gestada y defendida durante un periodo dilatado


y tan intenso, en cuanto al sentimiento de solidaridad nacional,
tenía su programa político; el más trascendente sin duda en toda la vida de la
Nación: la restauración moral y política de todos sus poderes
en el ámbito de la legalidad y la libertad. Es decir, la instauración del gobierno
democrático, como expresión auténtica de la soberanía del pueblo.

Hipólito Yrigoyen, Mi vida y mi doctrina

Hacia 1903 en Argentina, la Unión Cívica Radical (ucr) emprendía su re-


organización bajo la dirección de Hipólito Yrigoyen.9 Asimismo, comenza-

8
Queremos ser enfáticos en que por desparticularización del antagonismo nos refe-
rimos a una disputa contra un núcleo de poder y no contra, por ejemplo, nombres
propios de grandes figuras (su mención, al menos, trataría justamente de una lucha
contra un generalizado “régimen” u “oligarquía”). Por lo tanto, no nos referimos a la des-
particularización sugerida por Aboy Carlés (2013b) en sus indagaciones sobre la lógica
equivalencial propia de las identidades políticas.
9
Los siete años que van desde los intentos revolucionarios de la ucr, en 1905, hasta
el abandono de la abstención electoral, en 1912, se caracterizaron por el estableci-
miento de nuevos clubes partidarios y la búsqueda de apoyo de jefes políticos locales

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ba a configurarse una transformación en los postulados originarios de la


ucr, la cual no estuvo exenta de críticas, tanto de la oposición como de
la propia fuerza política, llegando incluso a provocar la renuncia de Pedro
Molina en 1909. Hecho no menor si se tiene en cuenta que Molina había
firmado el Manifiesto Revolucionario de 1905, en calidad de presidente
del partido junto a Yrigoyen, quien en ese momento era conductor ho-
norario de la ucr.10 Entre las principales acusaciones redactadas en aquel
extenso comunicado al pueblo de la República, en 1905, se decía que: “La
verdad y la eficacia de la doctrina que tiene como base el gobierno del
pueblo por el pueblo, reside en el grado de libertad con que la función
electiva se realiza. Sin ésta no hay mandato sino usurpación audaz, y no
existe vínculo legal entre la autoridad y el pueblo que la protesta” ( Yrigo-
yen 1986: 26. El resaltado es nuestro).

con la intención de zanjar los conflictos entre facciones radicales, y así consolidar la
autoridad de Yrigoyen. Al respecto, el sugerente análisis de Halperín Donghi sobre el
modo como se construyó la figura política del líder radical, establece cierta continui-
dad con la política facciosa anterior a 1880 y lo asemeja con el Partido de la Libertad
de Mitre (Halperín Donghi 1997). Caracterización que, al decir de Padoan, opacaría el
lenguaje político desde el cual se construyó el yrigoyenismo como liderazgo y como
identidad (Padoan 2002: 44).
10
La revolución radical de 1905 implicó una serie de sublevaciones producidas en dis-
tintos puntos del país durante el gobierno conservador de Manuel Quintana. En un
fragmento del manifiesto, puede leerse: “El carácter de funcionario público represen-
tativo no se adquiere por los programas que se formula sino por la legalidad integral
del mandato que se inviste. Osado sería quien se presentara contrario a los anhelos,
intereses y sentimientos colectivos, y total inexperiencia revelaría si no se refiriese a
ello cuando siente llegar hasta la altura de la posición usurpada el eco de la protesta
pública” ( Yrigoyen 1986: 27). De corte mitrista en sus inicios, Pedro Molina fue parte
de la fundación de la Unión Cívica; en 1891 fue presidente del partido y participó en
el estallido de su ciudad natal, Córdoba, el 21 de mayo de ese mismo año. Luego, sien-
do uno de los fundadores de la ucr, se desempeñó como miembro de la Convención
nacional de 1891. Con posterioridad a su paso por el Partido Republicano que lideró
Emilio Mitre, Molina fue elegido presidente del Comité Nacional de la ucr y propues-
to para ocupar la presidencia provisional de la nación si triunfaba la revolución de
1905. Tras el fracaso de la Revolución Radical, se exilió en Montevideo. Vuelto al país,
en 1909, renunció al cargo de presidente honorario del Comité Central de la provincia
de Córdoba, hecho que derivó en un intercambio epistolar con Yrigoyen.

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En las líneas finales del documento, se indicaba que los principios y


la bandera del movimiento eran los del Parque11 y, bajo sus auspicios, se
prometía la rápida reorganización de la República en libre contienda de
opinión ampliamente garantizada ( Yrigoyen 1986: 32). No obstante, algo
se diferenciaba respecto de la retórica originaria de la ucr. Ciertamente,
ante la “corrupción manifiesta” como producto de un régimen “funesto”
que dominaba el gobierno de las provincias, en el que “no hay conciencia
que resista, ni deber que no se abdique ante la voluntad del presidente
o del gobernador”, la Unión Cívica Radical era definida como “una fuer-
za representativa de ideales, de aspiraciones colectivas; que combate un
régimen y no hombres”12 y que solicitaba el concurso de todos quienes
quisieran contribuir a la obra de la reparación ( Yrigoyen 1986: 31-32). Esto
se diferencia de la concepción del partido de Alem, quien afirmaba que la
Unión Cívica “fue desde un principio la coalición de los hombres de bien,
vinculados para destruir el sistema de gobierno imperante, que ha produ-
cido tan graves perturbaciones en la República” (1986: 40). Para Yrigoyen,
en cambio, el carácter movimientista de la ucr sería la expresión de aspi-
raciones colectivas, como quedaría formulado en su intercambio epistolar

11
En el Manifiesto del 17 de abril de 1890, dirigido a los Pueblos de la República y
firmado por el presidente del Partido, Leandro Alem, se indicaba que, en los princi-
pios salvadores dentro del orden constitucional, se reclamaba para la República “el
imperio de la libertad del sufragio, la responsabilidad efectiva de los administradores
públicos, la más pura moralidad gubernativa; el castigo severo de toda violencia o
fraude contra el libre sufragio, y de toda malversación del Tesoro público: el respeto
de las autonomías provinciales, robustecer en todas partes el régimen municipal; y
por último, provocar el despertamiento de la vida cívica nacional tan abatida en todo
el país, inspirando en los ciudadanos un justo celo por sus derechos políticos y por
sus deberes cívicos” ( Yrigoyen 1953: 18).
12
Manuel Gálvez anota que el concepto de Régimen es una invención del propio Yrigo-
yen para designar a todos los gobiernos nacionales y provinciales desde 1880. Dicha
palabra, señala Gálvez, no responde al concepto de “viejo régimen”: “El Régimen
según Yrigoyen, es la usurpación de la soberanía —que en los Estados democráticos
corresponde al pueblo— por un grupo de hombres, por una oligarquía. Es una con-
juración oficial que todo lo arrasa” (Gálvez 1959: 127). Sin embargo, como es sabido,
la “causa” de la reparación nacional se levantaba no contra “un grupo de hombres”,
sino más bien contra todo un sistema corrompido: de allí la desparticularización de
su enfrentamiento.

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con Pedro Molina, en 1909. Ante la exigencia del dirigente cordobés, de


una definición programática que se enmarcara en los pronunciamientos
partidarios de 1890 y que no se sustentara “sólo en buenas intenciones y
propósitos honestos”, Yrigoyen respondía:
Habiéndose congregado ese movimiento [la Unión Cívica Radical] para
fines generales y comunes y siendo más definido en sus objetivos, no sólo
son compatibles en su seno todas las creencias en que se diversifican y
sintetizan las acciones sociales, sino que le dan y le imprimen su verdadera
significación […] Su causa es la de la Nación misma y su representación
la del poder público ( Yrigoyen 1986: 77. El resaltado es nuestro).

Sobre la polémica entre Yrigoyen y Molina, Aboy Carlés y Delamata


(2001: 140) señalan que la agresividad descargada en las respuestas a Mo-
lina no podría ser comprendida si no se presta atención a que las defi-
niciones que exigía el cordobés “atentaban sobre el núcleo mismo de la
construcción de la diferencia política sobre el cual el radicalismo yrigoye-
nista se estaba constituyendo como alternativa de poder”. Esa diferencia
radicaba, precisamente, en una particular concepción de la representa-
ción pública que se diferenciaba de la tradición liberal desde la que la ucr
originaria fundaba el orden legítimo; queremos decir que, si para Alem
se trataba de limitar, dividir y descentralizar el poder (Persello 2000: 68),
para el Yrigoyen de 1905, en cambio, el origen de los males argentinos era
situado en la presidencia de Roca, en “una insólita regresión que, después
de 25 años de transgresiones a todas las instituciones morales, políticas
y administrativas, amenaza [con] retardar indefinidamente el restableci-
miento de la vida nacional” ( Yrigoyen 1986: 25). Posteriormente, en 1908,
dicho líder radical —en una entrevista mantenida con Figueroa Alcorta—
desconocía la existencia de algún gobierno de origen constitucional en
la República (desde 1880), y hacia 1909, sostenía frente a Molina: “No
hago más que evidenciar que hay un juicio público supremo, y ojalá que
así hubiera una razón de estado superior. El día en que esos atributos se
identifiquen por el ejercicio de la soberanía el mundo se asombrará de la

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grandeza argentina! Esa es la obra de la Unión Cívica Radical, y esa será su


solución con todos los esplendores de su genio” ( Yrigoyen 1986: 84).13
Una vez asumida la presidencia, el despliegue de la política de in-
tervenciones federales, llevadas adelante entre 1916 y 1922,14 permite
observar hasta qué punto la representación política es interpretada por
Yrigoyen en relación directa con la encarnación de la soberanía nacional
en su propio mandato. Al respecto, el fundamento de la emblemática in-
tervención en la provincia de Buenos Aires, en 1917, es contundente:
El pueblo de la república, al plebiscitar su actual gobierno legítimo, ha
puesto la sanción soberana de su voluntad a todas las situaciones de hecho
y a todos los poderes ilegales. Que en tal virtud, el poder ejecutivo no debe
apartarse del concepto fundamental que ha informado la razón de su re-
presentación pública, sino antes bien, realizar, como el primero y más de-
cisivos de sus postulados, la obra de reparación política que alcanzada en
el orden nacional debe imponerse en los estados federales, desde que el
ejercicio de la soberanía es indivisible dentro de la unidad nacional, y des-
de que todos los ciudadanos de la república tienen los mismos derechos
y prerrogativas. Nada más justamente señalado, entonces, que el ejercicio
de las facultades constitucionales del poder ejecutivo de la nación, para

13
En la segunda de las dos entrevistas mantenidas con el presidente Figueroa Alcorta
en 1908, Yrigoyen invocaba la “intervención federal” como un mecanismo para lograr
la reforma electoral. Por otra parte, un resumen de las tres entrevistas con Sáenz Peña
fue presentado por Yrigoyen en la defensa ante la Corte con posterioridad al golpe
de Estado de 1930. Allí, el ex presidente radical señalaba que la deliberación sobre la
reforma electoral terminó en que el gobierno le daría la orientación correspondiente:
“sobre la base de cualquiera fuera el resultado en el Congreso de las reformas, el Poder
Ejecutivo intervendría todas las provincias en la hora de la renovación de sus poderes,
como la medida lógicamente indispensable a los efectos de los comicios […] fuera
con la ley reformada o con la existente o con la de cada una de las provincias” ( Yrigo-
yen 1986: 45-46 y 499).
14
A partir de un complejo juego político que aunó a actores locales y nacionales, entre
1916 y 1922, se llevaron adelante 19 intervenciones federales: 10 fueron a provincias
gobernadas por conservadores y 9 a provincias gobernadas por radicales; sobre éstas,
15 fueron decretadas por el poder ejecutivo y 4 dispuestas por Ley del Congreso
Nacional. De 1928 a 1930, durante la segunda presidencia de Yrigoyen, se decretaron
dos intervenciones federales.

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asegurar el cumplimiento en los estados de la misma solución, en unidad


armónica y solidaridad absoluta.15

Frente a lo anterior, es posible afirmar que, en el uso y fundamento de


las intervenciones federales, se pone en evidencia una propuesta monista de la
soberanía: la configuración de un pueblo único y homogéneo que respalda
las decisiones a partir de un mandato plebiscitario; en otras palabras, ha-
blamos de un modo de gobernar que pone en cuestión las contradiccio-
nes o diferencias que supone la relación representativa entre la voluntad
popular y el líder que la encarna: en esto, sin duda, radicaría la innovación
propia del yrigoyenismo.16
Sin embargo, creemos que la democratización que comienza con
el primer mandato yrigoyenista y que inaugura una tradición populista
en Argentina (Aboy Carlés 2001: 92-109), no significa la identidad entre
gobernados y gobernantes,17 ni tampoco remite exclusivamente a garan-

15
Estos fundamentos de intervención en encuentra en: Ministerio del Interior de la
República Argentina, Memoria presentada al Honorable Congreso de la Nación
1917 a 1922, Buenos Aires, Imprenta del Congreso Nacional, tomo I, p. 98. El mismo
fundamento lo sostuvo el senador Leopoldo Melo, en sesión del Congreso en 1918:
“El partido radical al abrirse la campaña electoral para la renovación de la presiden-
cia de la república sostuvo en su propaganda política la urgente necesidad de llevar
intervenciones a todos los estados donde él consideraba que no había gobierno que
garantiera el voto y respetara los comicios. Este punto quedó así incorporado a su
programa y a sus promesas de reparación; alrededor de ese programa se abrió el
comicio [sic], y se pronunció favorablemente el pueblo; de modo que el señor pre-
sidente de la república, lógicamente tenía que llevar las intervenciones prometidas a
las provincias […]”(Caterina 1984: 66).
16
Si bien en la historia del federalismo argentino el recurso de la intervención federal
presenta un uso continuo para derribar oposiciones políticas en las provincias o diri-
mir conflictos en el interior del partido gobernante, nuestras indagaciones sugieren
que, en el caso de la intervención en Buenos Aires de 1917, aparece por primera vez
un argumento intervencionista fundamentado en la soberanía nacional, encarnada
en la figura del presidente; además, este antecedente servirá para sustentar futuros
argumentos netamente políticos, sugiriendo pensar las intervenciones más allá de la
interpretación jurídica con la que suele encorsetarse su estudio (Milne 2015).
17
Frente a esta indiferenciación entre gobernados y gobernantes, es importante hacer
ciertas precisiones frente a la lectura radical que Carl Schmitt elabora sobre la demo-
cracia rousseauniana. Dicho jurista alemán advierte que la representación no puede

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tizar el acceso al sufragio a nivel nacional. Por el contrario, la democracia


populista implica un modo específico de negociar las tensiones que son
propias de la pretensión de representar al todo comunitario; ese modo
específico –según Aboy Carlés– mantiene un inerradicable elemento plu-
ralista, característico de la gestión pendular entre la representación de
una parte [plebs] y el todo [populus] (Aboy Carlés 2013a). En palabras
del autor:
La construcción de un espacio relativamente homogéneo supone, por tan-
to, ese doble proceso de asimilación y rechazo, de inclusión y exclusión
de la alteridad constitutiva, porque es sólo ese proceso el que permite
gestionar la heterogeneidad interna y externa de un movimiento que man-
tiene la aspiración a una representación global de la comunidad cuando el
camino no es ni la guerra civil ni el exterminio del adversario (Aboy Carlés
2005: 8).

País nacional, pueblo y restauración.


La propuesta identitaria de Jorge Eliécer Gaitán

Si en Argentina la vorágine de la reforma electoral transformó el mapa


político de dicho país, en Colombia la turbulencia por una reforma similar
no fue menor. La trayectoria misma de Gaitán, sin duda, nos da un pano-
rama de que —al igual que la década de 1910 en la política argentina— las

ser concebida como un fenómeno normativo ni tampoco como un procedimiento,


pues la dialéctica del concepto de representación (democrática): “es hacer percepti-
ble y actualizar un ser imperceptible mediante un ser de presencia pública” (Schmitt
2006: 209). De modo que, en una representación así entendida, representantes y
representados se constituyen en el mismo momento de la representación. De esta
manera, distinguimos la anterior con la representación propia del yrigoyenismo, en la
que “el pueblo”, “la nación” o “la patria misma”, conformaban una unidad encarnada en
la figura del presidente. Con esto, solamente queremos hacen hincapié en que la demo-
cratización populista se distingue de la lectura radical de la democracia en el sentido
rousseauniano retomada por Schmitt, esta última marcada por un componente igua-
litario que podría desembocar llanamente en la exclusión o eliminación física del otro
de la comunidad política.

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transformaciones de los años treinta del siglo xx en Colombia tuvieron un


impacto inusitado en su historia.
Después de un fallido proceso de distanciamiento con el Partido Li-
beral,18 vía el fugaz movimiento conocido como Unión Nacional Izquier-
dista Revolucionaria (unir), Jorge Eliécer Gaitán regresaba a las huestes
liberales en 1935. Para aquel momento, el gobierno de Alfonso López Pu-
marejo iniciaba una serie de reformas sociales y políticas que se enmarca-
rían en lo que el presidente López había denominado “Revolución en Mar-
cha”. Empero, el fracaso de las aspiraciones transformadoras impulsadas
por dicho primer mandatario, que se vería reflejado en la imposibilidad
de implementación y efecto de las reformas referidas en la distribución
del ingreso y de tierras,19 en 1936 se lograba instaurar en Colombia un
imperturbable cambio constitucional que formalizaba el sufragio universal
y voluntario para los hombres mayores de 21 años.20
A lo largo de los gobiernos liberales, ininterrumpidos desde 1930
hasta la derrota de 1946, la configuración del gaitanismo como tal germi-
naría sólo hasta iniciada la campaña electoral de Gaitán en mayo de 1944,
usufructuando el prestigio político ganado en las diferentes posiciones
influyentes en el interior de los mandatos de López (1934-1938 y 1942-
1946) y Eduardo Santos (1938-1942). Sin embargo, la configuración de un
movimiento propio por parte de Gaitán, a mediados de la década del cua-
renta, no se daría por fuera del Partido Liberal —como el caso de la unir—

18
En los albores de llamada “República Liberal”, como se le conoció a la serie de gobier-
nos del Partido Liberal, y que duró de 1930 a 1946.
19
La propuesta de “reforma agraria” del gobierno de López, con la Ley 200 de 1936,
sobresale en la historia colombiana justamente por los limitados alcances con la que
fue concebida. Lejos de procesos distributivos de gran envergadura —como el mexi-
cano— Marco Palacios asegura que en aquel año (1936) “se expidió, finalmente, la
‘ley de tierras’ […]: eran de propiedad privada todas las tierras que hubiesen salido
legalmente del Estado y revertirían a éste las que no se explotaran económicamente
diez años después de expedida la ley. [De esta manera] El estatuto jurídico de las
grandes propiedades quedó asegurado” (Palacios 2003: 154).
20
Al respecto, el historiador norteamericano David Bushnell afirma que “el sufragio uni-
versal masculino, que se había impuesto en la década de 1850 y posteriormente había
sido eliminado, volvió bajo López, y esta vez para quedarse” (Bushnell 2004: 259).

106 (México 2018/2): 95-118 latino mérica 67


Yrigoyenismo, gaitanismo y los populismos latinoamericanos

sino justamente desde una disidencia que se consideraría en desacuerdo


con los mandatos de la tradicional Dirección Nacional Liberal (dnl). Así, la
emergencia de un grupo de políticos liberales divergentes, nucleados alre-
dedor del caudillo en el grupo autodenominado jega21 y, más importante
aún, con la puesta en circulación de un semanario conocido como Jorna-
da, serían los elementos claves para la candidatura de Gaitán a la presi-
dencia bajo el lema “Por la restauración moral y democrática de la
república”. Ciertamente, Gaitán definía su campaña como una búsqueda
por restablecer los valores democráticos, perdidos por culpa de una élite
decadente y corrupta, como un llamado a “purificar” la moralidad política
del país para así evitar una revolución violenta (Robinson 1976: 88).
El reconocido escritor gaitanista José Antonio Osorio Lizarazo, en dis-
tintas notas editoriales escritas para Jornada entre 1944 y 1945, celebraba
la candidatura de Gaitán no sólo por su lucha contra la “oligarquía” y las
“camarillas de políticos”, sino también por su propuesta de “restauración”
como forma de rescatar las tradiciones democráticas del propio Partido
Liberal. Frente al término mismo de “restauración”, el 5 de julio de 1944,
Osorio Lizarazo escribiría lo siguiente: “Usamos advertidamente la pala-
bra restauración, […] no porque ambicionemos el regreso exacto a una
época determinada de la historia nacional, sino la vigencia de un espíritu
de ética en la práctica electoral, en la inversión de los caudales públicos,
en el sentido perfecto de la administración y en otras cosas que el pueblo
comprende […]” (Jornada, Bogotá, 5 de julio de 1944).
Esta exaltación del manejo adecuado de la república toma como argu-
mento principal la existencia de un “país nacional” —pueblo— expoliado por
una minoría privilegiada encarnada en “el país político” —oligarquía—. Al
igual que en el caso de Yrigoyen, la dicotomización del espacio político
propuesta por el gaitanismo se establece desparticularizando al antagonis-
ta. Así, el “país político” vendría a representar justamente esa “excrecencia
irrepresentativa” (Aboy Carlés 2005: 6), una parte corrompida del país,
que impide el perfecto ejercicio de la democracia. Dicha desparticulariza-
ción del antagonismo está presente desde la primera edición del periódi-
21
Por las iniciales del líder del gaitanismo: Jorge Eliécer Gaitán Ayala.

latino mérica 67 (México 2018/2): 95-118 107


Natalia Milne y Cristian Acosta

co gaitanista Jornada. Para el ya citado Osorio Lizarazo, la defensa de la


candidatura de Gaitán se argumentaba en los siguientes términos: “Noso-
tros no queremos apuntar nuestras brigolas contra nombres propios, ni
contra individuos, sino contra los sistemas inadecuados para el momento
que vive la República en el concierto universal y en el interior de sus fron-
teras. Ambicionamos que el Partido Liberal siga siendo digno de sí mismo,
de su grandeza pretérita y de sus compromisos para el futuro” (Jornada,
Bogotá, 24 de mayo de 1944).
En este sentido, es importante resaltar que aquel antagonismo —que,
repetimos, no se establecía completamente por fuera de las filas partidis-
tas— surgía desde el mismo liberalismo, pero desde un lado disidente de
dicho partido y considerándose a sí mismo como el sector “auténticamen-
te liberal”. Ciertamente, es desde estos presupuestos que el gaitanismo
cree posible generar la “restauración moral” de Colombia.
En la conocida “semana gaitanista” de septiembre de 1945, Gaitán
oficializaba su candidatura en un acto multitudinario en la Plaza de Toros
de Bogotá con su famoso “discurso-programa”. En éste, el líder del gaita-
nismo expresaría no sólo que su movimiento estaba alejado de cualquier
apoyo del “artificio que constituye y sostiene el país político” o al servicio
de “las pequeñas minorías de la oligarquía”, sino que además se constituía
como restaurador del “sentido democrático auténtico de la república”,
desde la propia tradición del Partido Liberal (Gaitán 1968: 393-399). En
palabras del caudillo colombiano: “El régimen liberal, como lo dice su his-
toria, significa defensa de la legalidad, lucha por la verdad. Estímulo de lo
honesto y sincero, rectitud administrativa, disciplina en el trabajo, acción
liberadora para los oprimidos. […] [N]uestro empeño radica precisa y
exactamente en salvar sus olvidadas doctrinas y en restablecer lo más puro
de sus normas conculcadas [del Partido Liberal]” (Gaitán 1968: 402-403).
Como era de esperarse, durante la candidatura de Gaitán a la presi-
dencia, entre 1944 y 1946, la pretendida mimetización de su movimiento
con todo el Partido Liberal sería problemática, justamente por enaltecer
una disidencia que tenía en la otra vereda identitaria tanto a los partidarios
del Partido Conservador como al oficialismo de su partido. Ciertamente,

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Yrigoyenismo, gaitanismo y los populismos latinoamericanos

la reiteración de agrupar en un solo conjunto a la alteridad en términos


como “oligarquía”, “camarillas”, entre otros, reforzaba un nosotros aba-
rrotado en el movimiento gaitanista en tanto pueblo, como símil del “país
nacional”; un nosotros poseedor de una verdad inmutable y genuina, y,
por ende, propietaria de una soberanía per se restauradora, encarnada
en su líder. En una intervención en contra de presentar a las elecciones
un sólo candidato liberal22 para enfrentar al conservador Mariano Ospina
Pérez, en abril de 1946, Gaitán aseveraría:
Gente de todos los órdenes, conservadores y liberales: os están engañando
las oligarquías […] en pie vosotros los oprimidos y engañados de siempre,
en pie vosotros los burlados de todas las horas, entre nosotros los mace-
rados como yo […] Pueblo, por la restauración moral: ¡A la carga! Pueblo,
por nuestra victoria: ¡A la carga! Pueblo, por la derrota de la oligarquía: ¡A
la carga! Pueblo, por vuestra victoria: ¡A la carga! (Gaitán 1968: 435-436).

Los resultados electorales de mayo de 1946, además de traducirse en


la recuperación del poder ejecutivo por parte de los conservadores, signi-
ficó igualmente dos cuestiones paradójicas. Por una parte, comprobó que
la atribución de un pueblo homogéneo por parte del liberalismo gaitanista
era desmentido en las urnas: un tercer lugar en las votaciones reafirmó,
sin duda, que la fidelidad al bipartidismo tradicional por parte de los vo-
tantes colombianos de la época era inconmovible. Por otra parte, los resul-
tados de los comicios demostraron, al mismo tiempo, que la mimetización
entre el Partido Liberal y el gaitanismo era condición tanto para lograr que
Gaitán alcanzara la presidencia en 1950 como para mantener la existencia
misma del liberalismo en el país.23 De esta manera, desde 1947, año en
el que es declarado Jefe Único del liberalismo, hasta su asesinato el 9 de

22
El candidato oficialista era Gabriel Turbay, reconocido liberal apodado –gracias a su
origen sirio-libanés– como “turco”. Por eso, en muchos audios de las intervenciones
de Gaitán en el Teatro Municipal de Bogotá hacia 1946, se puede escuchar a sus se-
guidores gritar “Gaitán sí, turco no”.
23
Después de la derrota de 1946, el Partido Liberal sufrió la ausencia voluntaria de mu-
chos de sus personajes más emblemáticos, contexto que permitiría que el gaitanismo
tomara el control del partido.

latino mérica 67 (México 2018/2): 95-118 109


Natalia Milne y Cristian Acosta

abril de 1948, Gaitán fue configurando un movimiento beligerante desde


el oficialismo liberal. Y, por ende, al igual que en el caso del radicalismo
yrigoyenista —pero sin ocupar la presidencia—, el líder gaitanista lograba
hacer confluir su causa con la del partido del que era conductor.
Dicha transición del gaitanismo al liberalismo oficial, no fue fácil;
sin embargo, el regreso del conservadurismo al poder nacional, y los en-
frentamientos sectarios entre militantes de ambos partidos, ayudarían a
establecer un binarismo conservador/liberal que después del 9 de abril
de 1948 mostraría todas sus facetas violentas (Sánchez 1983). En aquel pe-
riodo, Gaitán, a la vez que evitaba una alianza con el gobierno conservador
de Mariano Ospina, también azuzaba los ánimos políticos con su nuevo slo-
gan de campaña: “por la reconquista del poder”. Además de lo anterior, a
inicios de 1947, el caudillo se consideraba a sí mismo como el “intérprete”
de la voluntad popular y como único asegurador de un orden que garan-
tizaría la transformación del país. Para Gaitán: “[He] tenido la suerte de
interpretar […] los recónditos sentimientos de una colectividad política
que ha contribuido a la grandeza de la patria y que no cree llegada la hora
de colocarse a la vera de la historia. […] No fui otra cosa entonces que
el soldado que da un paso adelante cuando el peligro reclama voluntarios
para una misión en el frente de batalla” (Gaitán 1968: 483 y 491).24
Esta concepción unívoca de la representación y la soberanía que Gai-
tán logró exponer, estaría sitiada por un contexto de violencia política que
nos hace tomar prudente distancia respecto del caso yrigoyenista.25 En
efecto, si bien la Argentina de la segunda y tercera década del siglo xx mar-
caría a fuego la historia del país gracias al surgimiento de una tradición de

24
Al respeto de esta encarnación de la voluntad popular, es muy explícita la frase más
conocida de Gaitán: “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”.
25
Ciertamente, hemos enmarcado nuestra exposición sobre el yrigoyenismo dentro del
análisis sobre los modos en los que varió la forma de entender la representación
política y de concebir la soberanía en el ideario del líder radical; sin embargo, no
soslayamos el rol de la denominada “cuestión social” —además de la coyuntura in-
ternacional— en sucesos que van desde los intentos de establecer políticas obreras
hasta los hechos de violencia y represión que constituyeron, entre otros, la “Semana
Trágica” durante el primer mandato yrigoyenista. Al respecto, véanse Bilsky (1984) y
Suriano (2000).

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Yrigoyenismo, gaitanismo y los populismos latinoamericanos

democratización beligerante propia del populismo (Aboy Carlés 2005), en


Colombia, es el enfrentamiento bipartidista de los años treinta y cuarenta
de dicha centuria el factor primordial para comprender a aquel país como
un proceso tristemente emblemático de la violencia política en la región.
Indudablemente, en la época de Gaitán, el enfrentamiento entre con-
servadores y liberales era alimentado por la constante provocación discur-
siva entre las dirigencias bogotanas (Perea 1996) y desde un desnivel de
poder generado por el regreso del conservatismo al gobierno nacional.
En este contexto, desde el gaitanismo surgía un paradójico llamado a la
“legítima defensa” en el caso de que se viesen imposibilitados a realizar su
tarea de transformación radical del país.26 Así, en un discurso en la ciudad
de Armenia en septiembre de 1947, el líder liberal afirmaba de manera
provocadora:

Yo tengo una certeza y una duda. La certeza es esta: nos tomaremos el


poder. Y la duda: [¿] Cómo nos tomaremos el poder? Si respetan la Consti-
tución y las leyes de la República y nos dan garantías en las elecciones, nos
tomaremos el poder. Y si no nos dan las garantías y se violan la constitu-
ción y las leyes, por el derecho de las mayorías también nos tomaremos el
poder” (Gaitán en Sánchez 1982: 208).

Igualmente, en la “Marcha del silencio” del 7 de febrero de 1948,
Gaitán pronunciaría un breve discurso conocido como “La oración por la
paz”, cuya particularidad es parecer más un llamado personal al presiden-
te Ospina Pérez que una arenga partidista. En dicha intervención, el Jefe
Único del liberalismo afirmaba lo siguiente:

Señor presidente: vos que sois un hombre de Universidad debéis com-


prender de lo que es capaz la disciplina de un partido que logra contrariar

26
Paradójico, decimos, por el hecho de amenazar a un contrincante con una violencia
—en teoría— reactiva como lo es la “legítima defensa”. Si bien la intención de este
trabajo no es desarrollar esta cuestión, sí creemos que una discusión a fondo sobre
el problema de la violencia en tanto amenaza —y no como mera cuestión instrumen-
tal—, puede ser sugestiva, no sólo para pensar sus efectos en procesos políticos como
el gaitanismo, sino también para indagar sobre la relación entre la lógica populista y la
violencia misma. Sobre el carácter instrumental de la violencia, véase Arendt (1970).

latino mérica 67 (México 2018/2): 95-118 111


Natalia Milne y Cristian Acosta

las leyes de la sicología [sic] colectiva para recatar la emoción en su silen-


cio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien comprendéis que un
partido que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar bajo el estímulo
de la legítima defensa” (Gaitán 1968: 506).

Exigiendo posteriormente acciones de paz para que las luchas políti-


cas se desarrollen “por los cauces de la civilización”, advierte Gaitán:

[…] amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca


victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su
destino inexorable [pero] no creáis que nuestra serenidad, esta impresio-
nante serenidad, es cobardía! Nosotros, señor Presidente, no somos cobar-
des. ¡Somos capaces de sacrificar nuestra vida para salvar la paz y la libertad
de Colombia! (Gaitán 1968: 507).

Conclusiones preliminares.
Yrigoyen, Gaitán y sus distancias cercanas

En este primigenio ejercicio exploratorio hemos analizado algunos de los


rasgos más importantes tanto del yrigoyenismo argentino como del gai-
tanismo colombiano, intentando rastrear la configuración identitaria de
cada movimiento a partir de tres ejes analíticos —de origen teórico— que
nos permitieron entender cómo ambos movimientos desparticulariza-
ron la alteridad, enarbolaron una soberanía unívoca y monista y, por
último, proponían a sus propias causas como restauradoras de un or-
den mancillado por un “régimen” o una minoría oligárquica llamada “país
político”, según cada caso.
En este orden de ideas, no parece un desacierto considerar que la pre-
sencia, tanto del movimiento yrigoyenista como del gaitanista, modificaron
las formas partidarias en las que ellos mismos habían construido su ca-
rrera política. En este sentido, la caracterización que hace Padoan sobre
el yrigoyenismo podría aplicarse también al gaitanismo; según este autor
argentino, para Yrigoyen “el radicalismo no era un partido político. Era
un movimiento que tenía capacidad de expresar al conjunto de la socie-
dad. De esta forma su razonamiento concluía identificando a la ucr con

112 (México 2018/2): 95-118 latino mérica 67


Yrigoyenismo, gaitanismo y los populismos latinoamericanos

la nación” (Padoan 2002: 23). Ahora bien, este autor también señala que
lo propio del discurso yrigoyenista es la división de los actores políticos
en “réprobos” y “elegidos”, “con lo cual la destrucción de los primeros
quedará como una posibilidad latente” (Padoan 2002: 29). Sin embargo,
como hemos mencionado anteriormente, creemos que lo que caracteriza
al movimiento de reparación nacional, tanto del yrigoyenismo como del
gaitanismo, en su pretensión de interpretar y encarnar la soberanía nacio-
nal en su propia figura, es lo que Aboy Carlés (2005: 9) define como la “im-
pronta regeneracionista”, propia de las identidades populistas: en éstas lo
que está en juego no es la eliminación de la alteridad sino una constante
redefinición del demos legítimo de la comunidad, incorporando y expul-
sando al adversario del campo legítimo de la representación.
La tensión entre la homogeneidad, que supone encarnar la verdade-
ra causa y la reticencia a la erradicación de la alteridad, se puede encontrar
en un mismo discurso de Yrigoyen, quien hacia 1923 decía lo siguiente:
Ha llegado la hora de la terminación del largo periodo de nuestra regre-
sión moral y cívica, y no todos quieren comprender, o no alcanzan a de-
finir, los medios que deben ponerse en ejecución para que la transición
y la renovación se realice naturalmente, en cumplimiento de exigencias
superiores de la Nación. Y ello sin hesitación, y también sin dividir al país
en dos sectores irreconciliables: elegidos y réprobos. Hay que propender
a la fraternidad entre los argentinos ( Yrigoyen [1923] 1953: 83)

Al respecto, tanto la “restauración moral y democrática”, en el caso


de Gaitán, como la causa de la “reparación” (que es moral y cívica) de
Yrigoyen, tienen en común una apelación a la Constitución —ya sea con
el complimiento de la misma o transformándola para los intereses de las
mayorías—, entendiéndola como lugar privilegiado para la defensa de la
soberanía popular. Frente al proceso de Gaitán, la renovación constitu-
cional significaría cristalizar la transición de un ordenamiento del Partido
Conservador —propio de la Carta fundamental de 1886—, a uno de ca-
rácter liberal. Por su parte, en el ideario de Yrigoyen, se trataba de poner
en vigencia una Constitución que el líder radical consideraba inaplicada
hasta la llegada del movimiento de reparación: “Al terminar el periodo

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Natalia Milne y Cristian Acosta

que cumpliera en la presidencia de la República, por primera vez, en la


historia política del país, de índole constitucional ejercido en la más abso-
luta identidad con los preceptos que la fundamentaron” ( Yrigoyen [1923]
1953: 22).
Por último, queremos sugerir que, tanto el gaitanismo como el mo-
vimiento liderado por Yrigoyen, compartieron una impronta no sólo de
dicotomización parcial del espacio político, sino también una particular
propuesta redentora del cuerpo político. En una de sus más contunden-
tes intervenciones, a mediados de 1946, Gaitán afirmaba: “No encuentro
la diferencia que hay entre el paludismo de los campesinos liberales y el
paludismo de los conservadores. […] Estamos a la defensa de esas in-
mensas masas que constituyen el partido liberal y de esas masas todavía
oscurecidas del partido conservador que no han visto la verdad […]”
(Gaitán 1968: 460. El resaltado es nuestro).
Así pues, la posible regeneración del adversario —en el caso gai-
tanista, de “esas masas todavía oscurecidas”—, es justamente lo que les
permite a los populismos aquí trabajados, ocluir de su lógica política la
eliminación física de la alteridad. Sin embargo, nos gustaría agregar que es
posible hablar de otra faceta de dicha regeneración, la cual no funciona
aceptando simplemente al adversario al propio campo solidario una vez
que se haya transformado en partidario, sino que se traduce en una irre-
vocable pretensión de redimir al otro, cuyos componentes de expiación,
arrepentimiento, conversión, entre otros, podrían resultar mucho menos
pluralistas. Una indagación sesuda de la presencia de dichos elementos en
los populismos latinoamericanos es una tarea que sugerimos incorporar
para discusiones ulteriores.

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Periódico Jornada, 1944 y 1945. Bogotá: Biblioteca Nacional.

118 (México 2018/2): 95-118 latino mérica 67

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