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Reflexiones interdisciplinarias
para el nuevo milenio
Francisco A. Ortega Martínez
Editor
Lecturas CES
Francisco A. Ortega es doctor
en Estudios Culturales con énfasis en
teoría crítica y filosofía de la historia de
la Universidad de Chicago (2000). Es
profesor asociado del Departamento
de Historia, de la Maestría de Estudios
Culturales de la Universidad Nacional
de Colombia e investigador del Centro
de Estudios Sociales (CES) de la misma
Universidad, del cual fue director entre
el periodo 2005-2008. Entre sus temas
de interés están la cultura y la historia
intelectual de Latinoamérica. Prologuista
y editor de dos antologías: La irrupción
de lo impensado (Pontificia Universidad
Javeriana, 2005), en la que se contemplan
trabajos de Michel de Certeau, y Veena
Das: sujetos de dolor, agentes de dignidad
(Centro de Estudios Sociales, 2007) con
textos sobre antropología del sufrimiento.
En la actualidad disfruta de una comisión
en la Universidad de Helsinki como
investigador postdoctoral en el proyecto
Between Restoration and Revolution,
National Constitutions and Global Law:
an Alternative View on the European
Century 1815-1914, que constituye
un primer paso para la publicación de
un título sobre la historia intelectual
y la cultura política del siglo XIX
latinoamericano.
Trauma, cultura e historia:
Reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio
Colección Lecturas CES
ISBN: 978-958-719-824-9
Impreso y hecho en Bogotá, Colombia, mayo de 2011
Digiprint S.A.
Impresión
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular
de los derechos patrimoniales
Pensando en Ana y Sara;
a pesar,
lleno de esperanzas
Tabla de contenido
Parte I.
El trauma social como campo de estudios, 17
Francisco A. Ortega
9
Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia, 295
Cathy Caruth
El pathos de lo literal: trauma y la crisis de representación, 311
Ruth Leys
10
Reconocimientos y créditos editoriales
11
(Freud, Moses and Monotheism)”, de su libro Unclaimed Experience:
Trauma, Narrative and History (1996).
La Editorial de la Universidad de Chicago otorgó el permiso de
traducir y publicar los textos de Ruth Leys “Freud and Trauma” y “The
Pathos of the Literal: Trauma and the Crisis of Representation”, de su
libro Trauma: A Genealogy (2000).
La Agencia Literaria Carmen Balcells de España me concedió el per-
miso para incluir en este volumen los textos de Hayden White “Historical
Emplotment and the Problem of Truth” y el de Eric Santner “History
Beyond the Pleasure Principle. Some Thoughts on the Representation
of Trauma”, ambos publicados originalmente en el libro editado por
Saul Friedlander, Probing the Limits of Representations. Nazism and the
“Final Solution” (1992).
Igualmente, mi gratitud para la Editorial de la Universidad de Oxford
por concederme los derechos de reproducción del artículo “Cultural
Trauma and Collective Identity” de Jeffrey Alexander, de su libro The
Meaning of Social Life (2003).
La Editorial de la Universidad de New England autorizó traducir y
publicar el ensayo de Ernst Van Alphen, “Symptoms of Discursivity:
Experience, Memory, and Trauma”, del libro editado por Mieke Bal,
Jonathan Crewe & Leo Spitzer, Acts of Memory, Cultural Recall in the
Present (1999).
A Sage Publications le agradezco el permiso otorgado para traducir y
publicar la propuesta de Ron Eyerman, “The Past in the Present. Culture
and the Transmission of Memory”, publicada originalmente en la revista
Acta Sociologica, volumen 47, número 2, y a la Universidad de Virginia
que accedió a la reproducción del ensayo de Geoffrey Hartman, “On
Traumatic Knowledge and Literary Studies”, publicado en New Literary
History 26.3 (1995).
Lund Humphries me permitió reproducir el artículo de James
Young, “Memory and Counter-memory: Toward a Social Aesthetic
of Holocaust Memorials”, publicado en el libro editado por Mónica
12
Bohm-Duchen, After Auschwitz: Responses to the Holocaust in Con-
temporary Art (1995).
Así mismo, Phaidon autorizó traducir y publicar el ensayo de Andreas
Huyssen, “Doris Salcedo’s Memory Sculpture: Unland: The Orphan’s
Tunic”, de su libro Present Pasts. Urban Palimpsests and the Politics of
Memory (2003).
A Routledge le agradezco el permiso para la traducción y publicación
del texto de Kaja Silverman “Historical Trauma and Male Subjectivity”,
en el libro editado por Ann E. Kaplan, Psychoanalysis & Cinema (1991).
De igual forma, Metzler consintió la publicación del texto de Wulf
Kansteiner, “Genealogy of a Category Mistake: A Critical Intellectual
History of the Cultural Trauma Metaphor”, publicado originalmente
en Rethinking History, 8 (2), 2004.
De igual modo, agradezco a la Editorial de la Universidad de Stanford
por permitirme la traducción del texto de Frank Ankersmit, “Remembe-
ring the Holocaust: Mourning and Melancholia”, de su libro Historical
Representation. Cultural Memory in the Present (2002)
Finalmente mi gratitud para la División de Investigación de Bogotá
(dib) de la Universidad Nacional de Colombia por el apoyo otorgado
a este trabajo a través del proyecto de investigación “Trauma, historia
y cultura” (2005-2007).
El editor
13
Parte I
a
el trauma social como campo de estudios
2 El campo de estudio del trauma cultural ha dado pie a innumerables congresos, tesis
de doctorado y publicaciones, a la creación de institutos de investigación e incluso
a programas de posgrado, como la maestría que ofrece la Universidad de Nueva
York, Trauma and Violence. Transdisciplinary Studies (véase http://tvts.as.nyu.edu/
page/home) o la especialización que ofrece el International Trauma Studies Program
(véase http://itspnyc.org/programs_training0708.html).
3 Agradezco el apoyo y acompañamiento que he tenido durante los últimos cuatro
años por parte del grupo Conflicto Social y Violencia del ces, y en particular a su
directora Myriam Jimeno y a sus extraordinarios investigadores asociados, César
Abadía, Andrés Salcedo, Carlo Tognato, Marco Martínez y Carlos Suárez. Los ex-
celentes coloquios del grupo me han obligado a repensar muchas nociones recibidas
y a exigirme en el rigor argumentativo. Igualmente agradezco las lecturas atentas y
generosas de Maite Yie y Ronald Villamil, así como el apoyo incondicional, crítico
y siempre estimulante de Liliana Obregón. Al ces agradezco el apoyo editorial
recibido y, en particular, a Verónica Bermúdez por su paciente apoyo y asistencia.
Sandra Milena Ramírez, Norma Castillo y Carlos Andrés Barragán prestaron apoyo
logístico al comienzo del proyecto. Finalmente, la dedicación y el apoyo de Nicolás
Alejandro González Quintero fue decisiva en la fase final del proyecto.
4 Para otras críticas, véase, por ejemplo, M. Borch-Jacobsen (1996a); J. Mowitt (2000);
P. Novick (1999).
5 Trauma y comunidad, incluido en esta obra. A partir de este momento, las referen-
cias al tema en el texto principal aparecen señaladas con la sigla tc, seguida por el
número de la página donde se encuentra más información respectiva.
6 M. T. Herrera (1996) señala que en 1693 aparece el lema trauma en los textos mé-
dicos en latín con el sentido de herida física. Véase también J. Corominas (1980).
7 Estudios como los que hizo el célebre cirujano John Erichsen —por ejemplo, On
Railway and other Injuries of the Nervous System (1866)— hicieron posible la trans-
formación del sentido original del concepto. Para el surgimiento durante el siglo
xix de la memoria inconsciente o traumática véase A. Young (1995: 13); también
véanse los ensayos recogidos en M. Micale & P. F. Lerner (2001). En inglés, el
verbo traumatize –infligir daño emocional– aparece por primera vez en el Oxford
Dictionary en 1903. En español, el diccionario de la rae sólo lo recoge, junto con
trauma, en 1956, aunque su uso es frecuente con el sentido actual en textos diversos
de psicoanálisis, psicología, filosofía, literatura, ensayística, &c. Los lemas traumático
y traumatismo aparecen desde 1869.
8 Véanse J. Laplanche (1973); I. Hacking (1996); A. Young (1996).
Trauma social
En 1980 los síntomas asociados al trauma son oficialmente reconocidos
por la Asociación Norteamericana de Psiquiatría en la tercera edición
del Manual de diagnósticos y estadísticas de los desordenes mentales (o
dsm iii, por sus iniciales en inglés), con el nombre de Síndrome de Es-
trés Postraumático (sept)12. El dsm iii, la guía médica más influyente
de la profesión en el mundo entero, señalaba que el trauma se produce
cuando las víctimas experimentan una ocurrencia fuera del rango de la
experiencia humana normal y se caracteriza por la experiencia recurrente
del evento y la presencia de por lo menos dos síntomas, entre los que se
encuentran conductas compulsivas, ataques de ansiedad, depresión y falta
de autoestima.
Como se desprende claramente de la definición anterior, se toma como
punto de partida al individuo y su sintomatología privada; esto es lo que
se conoce como trastorno de estrés postraumático (tept). Recientemente,
los investigadores han argumentado que el “actual discurso sobre trauma
sistemáticamente ha marginado la dimensión social del sufrimiento; en
cambio, promueve un enfoque fuertemente individualista que presenta el
11 Textos como los de Primo Levi, Jorge Semprún, Piotr Rawicz y los estudios de R.
J. Lifton (1979; 1967) y Ch. Figley (1985).
12 No es claro si el sept es una enfermedad o simplemente una respuesta normal a
situaciones de gran conflictividad. Para una discusión completa acerca del sept y
de la ept (Enfermedad postraumática), véase la serie de ensayos recogidos en Figley
(1985).
15 Sin embargo, véase la lectura que hace Cathy Caruth en el ensayo aquí incluido de
Moisés y la religión monoteísta como síntoma del trauma que sufre Freud al verse
obligado a partir de Viena durante la escritura del libro, debido a la llegada del
régimen nazi.
[…] cuando los miembros de una colectividad sienten que han sido someti-
dos a un acontecimiento espantoso que deja trazas indelebles en su concien-
cia colectiva, marcado sus recuerdos para siempre y cambiado su identidad
cultural en formas fundamentales e irrevocables (tci, pp. 125).
Apoyándose en trabajo sociológico en zonas devastadas, el profesor Kai
Erikson propuso en 1976 el concepto de trauma social para designar el un
“ethos o cultura grupal que es diferente de la suma de heridas individuales
que lo componen y más que su suma” (tc, pp. 66). Su trabajo pionero
hace hincapié en los modos en que la violencia social trabaja sobre el tejido
comunal, lo descompone y le sustrae herramientas a la comunidad para que
sus miembros habiten en el mundo. Erikson habla de dos modos en que se
puede hablar de comunidades traumatizadas: a través del daño que se pro-
duce en los lazos comunales y por la generación de un clima emocional que
consume los recursos socio-culturales de la comunidad. Para Erikson,
[…] las experiencias traumáticas se abren camino de forma tan profunda
en el entramado de la comunidad afectada que terminan por proveerla de
su estado de ánimo y de su temperamento prevalecientes, por dominar su
imaginario y su sentido del ser, por gobernar la forma en la que sus miem-
bros se relacionan los unos con los otros (tc, pp. 78).
Pero el cambio que sufren las víctimas no sólo es uno de identidad y
de los modos de relacionarse con otro “sino que también es un cambio en
su perspectiva del mundo” (tc, pp. 78).
Para los fines de esta discusión adopto la noción de trauma social para
designar los procesos y los recursos socio-culturales por medio de los cuales
las comunidades encaran la construcción, elaboración y respuesta a las
experiencias de graves fracturas sociales que se perciben como moralmente
injustas y que se elaboran en términos colectivos y no individuales. Estos
acontecimientos presentan dinámicas que rebasan los criterios de previsión
de la comunidad e incluso interrogan no sólo la viabilidad de la comunidad
sino la vida misma: los acontecimientos surgen indudablemente del día
a día, “pero el mundo tal y como era conocido en el día a día es arrasado”
18 Esta misma pluralidad de sentidos es reseñada por los autores del Diccionario de
psicoanálisis en las entradas para “Trauma” y “Neurosis traumática”. Véase J. La-
planche & J.-B. Pontalis (1993).
19 Debe tenerse en cuenta en todo momento que estas tres dimensiones no son expe-
riencialmente separables.
20 Agradezco a Maite Yie por regalarme este bello texto de Beckett, tomado de la
edición de Quiebros y poemas, publicada en 1998 por Ardora Ediciones.
[...] tiene lugar fuera de los parámetros de la realidad “normal”, tales como
la causalidad, la secuencia, el tiempo y el espacio. El trauma es, por tanto, un
evento que no tiene principio ni fin, ni antes, ni durante, ni después. Esta
ausencia de categorías [...] lo deja fuera [...] del ámbito de la comprensión,
del recuento y del dominio21.
Para estos investigadores encarar los eventos traumáticos significa so-
breponerse al golpe que la sociedad sufrió y reparar los daños del tejido
social causados por el evento.
Por otra parte, los sociólogos constructivistas Jeffrey Alexander, Neil
Smelser, Ronald Eyerman y otros critican esa visión y la califican de “fa-
lacia naturalista”. Neil Smelser señala que “ninguna situación o aconteci-
miento histórico discreto cualifica en sí mismo como trauma cultural, y
la variedad de acontecimientos o situaciones que pueden convertirse en
traumas culturales es enorme” (tpc, pp. 35). En efecto, el trauma social
es una dimensión de la experiencia asociada a acontecimientos históricos,
colectivamente percibidos y validados como traumáticos o, como señala
Alexander, “el trauma es una atribución mediada socialmente” (tci, pp.
8). La reflexividad constitutiva del proceso de construcción colectivo
diferencia el trauma social de las patologías individuales.
Así pues, experimentar un trauma se entiende como un proceso me-
diante el cual colectivamente se define el daño doloroso, se determina la
víctima, se atribuye responsabilidad y se asignan las consecuencias morales,
ideológicas y materiales. Si a una experiencia terriblemente amenazante
“no se le puede asignar un afecto negativo, entonces no se puede calificar
como [traumática]” (tci, pp. 40). Para este grupo de sociólogos cuando
“los significados estructurados de una colectividad se ven bruscamente
21 Traducción de [...] place outside the parameters of “normal” reality, such as causality,
sequence, place, and time. The trauma is thus an event that has no beginning, no ending,
no before, no during and no after. This absence of categories puts it outside [...] the range
of comprehension, of recounting and of mastery (Felman & Laub, 1992: 68-69).
22 Para la posterior caracterización de la idea de evento por parte de Lucien Febvre, véase
la discusión desarrollada por T. Stoianovich (1976: 102-103). Para una discusión
sobre la noción de acontecimiento y su pertinencia para describir las situaciones
conflictivas, véase Ortega Martínez (2008a & 2009).
23 Deseo matizar esta oposición que formulo de ese modo con la única intención de
lograr mayor claridad y fuerza argumentativa. En todo caso debe quedar claro que
Kai Erikson no desconoce la importancia de las estructuras sociales, tal y como
se hace evidente en su ensayo aquí incluido. Jeffrey Alexander, por su parte, ha
dedicado buena parte de su vida a superar las dicotomías que estoy intentando
señalar. Para una declaración temprana en su carrera, véase J. Alexander (1987) y,
más recientemente, su excelente colección de ensayos (2003).
24 Das (1995: 5-6)se apropia de la discusión desarrollada por Furet. Para más sobre el
trabajo de esta importante antropóloga, véase mi ensayo Rehabitar la cotidianidad
(Ortega Martínez, 2008b) y los ensayos recogidos en Veena Das: sujetos del dolor,
agentes de dignidad (Ortega Martínez, 2008c).
25 Para una discusión sobre la estrategia de eventualización, véase el ensayo Violencia
social y acontecimiento (Ortega Martínez, 2009).
26 Resaltado en el original.
27 Véase los ensayos Experiencia y pobreza (1973: 168) y El narrador (1991). En estos
y otros textos Benjamin propone tres términos diferentes para designar los diver-
sos tipos de experiencia: Erlebnis para aquella cruda, sin procesar; Erfahrung para
designar la orgánica, que se constituye como continuidad, tradición y sabiduría;
y, finalmente, el término Erkenntnis para significar la percepción disgregada y
fragmentada que resulta de situaciones de caos sensorial e intensidad emotiva
como el frente de batalla o la modernidad urbana. Para una apropiación de esta
distinción en el contexto de la teorización de la experiencia traumática, véase
LaCapra (2004: 117).
32 Véase Memory and the Event en A. Portelli, (1991: 1-26). Más recientemente, véase
el excelente libro de P. Riaño Alcalá (2006).
33 H. White (2000: 69). Mi traducción de they cannot simply be forgotten and put out of
mind or, conversely, adequately remembered, which is to say, clearly and unambiguously
identified as to their meaning and contextualized in the group memory in such a way
as to reduce the shadow they cast over the group’s capacities to go into its present and
envision a future free of their debilitating effects.
34 En un ensayo anterior intenté desarrollar con mayor detalle esta relación. Véase
Ética e historia: una imposible memoria de lo que olvida (Ortega Martínez, 2004).
35 Paul Ricoeur desarrolla la idea del olvido como parte dialéctica del recuerdo (Ricoeur,
2003). En especial, véase la parte del capítulo 3 titulada El olvido de la sección La
condición histórica. También, J. Candau (2006).
36 Mi traducción del aparte Remembering Occurs Most Profoundly Where it is Intensely
Contested and Inescapably Traumatic, And Where a Compelling Desire to Forget Con-
fronts the Impossibility of Doing So, de B. Hesse (2002: 143).
37 Agradezco las observaciones precisas de Ronald Villamil sobre este punto.
46 Mi traducción de: It is not only the past that may have an indeterminate character.
The present too may suddenly become the site in which the elements of the past that were
rejected in the sense that they were not integrated into a stable understanding of the past,
can suddenly press upon the world with the same insistence and obstinacy with which
the real creates holes in the symbolic (Das, 2007: 134).
47 He desarrollado este punto en el ensayo La ética de la historia: una imposible memoria
de lo que olvida (Ortega Martínez, 2004).
49 Lyotard (1991). Para una discusión sobre la relevancia filosófica y política del concepto
trauma para “pensar nuestra época”, véase Sharpe, Noonan, & Freddi (2007).
50 Caruth (1996: 4; 153-154). Mi traducción de: Trauma is not locatable in the simple
violent or original event in […] [the] past, but rather in the way that its very unassimi-
lated nature –the way it was precisely not known in the first instance– returns to haunt
the survivor later on.
51 White (2000: 71). Mi traducción de Moreover, these kinds of events do not lend them-
selves to explanation in terms of the categories underwritten by traditional humanistic
historiography, which features the activity of human agents conceived to be in some way
fully conscious and morally responsible for their actions and capable of discriminating
clearly between the causes of historical events and their effects over the long as well the
short run in relatively commonsensical way.
52 Un desarrollo más elaborado de la figura del testigo y del testimonio se encuentra en
la sección Testimonio y conocimiento envenenado del capítulo Rehabitar la cotidianidad
(Ortega Martínez, 2008c: 39-49).
53 Para el desarrollo de una nueva ética basada en la escucha, véase el texto de Chun
(2002).
54 Traducción de: This knowledge or self-knowledge is neither a given before the testimony
nor a residual substantial knowledge consequential to it. In itself, this knowledge does not
exist, it can only happen through the testimony: it cannot be separated from it (Felman
& Laub, 1992: 51). Véase también Scarry (1985).
55 Para un grupo de jóvenes historiadores y activistas en Colombia, este ejercicio de
nombrar constituye el primer acto en una política de la memoria que hace de la
historia una condición fundamental de la ciudadanía. Maite Yie (2009), miembro
del grupo, escribe: “Narrar, nombrar y conmemorar –incluyendo la conmemoración
de lo asesinado y la execración de su asesinato detrás de ciertos rituales de duelo–
son actos inseparables del ejercicio de la ciudadanía. Los historiadores deben hacer
historia para ejercer como ciudadanos y los ciudadanos para hacerlo deben hacer
historia”.
56 Veena Das, Trauma y testimonio (Ortega Martínez, 2008c: 153).
Trauma cultural
a
Trauma y comunidad1
Kai Erikson
Trauma y comunidad 63
vocabularios tan diversos que es difícil saber cómo convertirlo en un
concepto sociológico útil. Así que comenzaré ocupándome de algunas
cuestiones acerca de su definición.
Por lo general, trauma significa un golpe violento a los tejidos del
cuerpo o, con más frecuencia en nuestros días, a los tejidos de la mente,
cuyo resultado es un daño o algún otro tipo de perturbación. Algo extraño
golpea y destroza las barreras que la mente coloca como línea de defensa.
Te invade, te somete, se convierte en una característica dominante de tu
horizonte interior: te “posee” y, señala Cathy Caruth (1995: 4-5); “en el
proceso amenaza con drenarte y dejarte vacío”. Los síntomas clásicos del
trauma van del sentimiento de desasosiego y agitación, en un extremo de la
escala emocional, a los sentimientos de embotamiento y vacío, en el otro.
Las personas traumatizadas a menudo miran de un lado a otro el mundo
que las rodea, ansiosas, buscando signos de peligro, o tienen estallidos
repentinos de rabia o reaccionan sorprendidos a las señales y sonidos co-
munes, pero, al mismo tiempo, toda esa actividad nerviosa ocurre ante el
perturbador trasfondo gris de la depresión, del sentimiento de impotencia
y de la reclusión general a la que se somete el espíritu, puesto que la mente
intenta aislarse para no sufrir más daño. Sobre todo, el trauma implica
un revivir continuo de alguna experiencia dañina a través de ensueños y
pesadillas, trastornos perceptivos (flashbacks) y alucinaciones, y también
a través de una búsqueda compulsiva de similares circunstancias a las que
vivió el sujeto. Paul Valéry escribió: “Nuestra memoria nos repite que
no hemos entendido” (citado en Felman, 1990: 76). Valéry se acercó a
la formula que buscamos. Digamos, en cambio: “Nuestra memoria nos
repite que no nos hemos aún reconciliado con el acontecimiento, que
todavía nos persigue”.
El término ‘trauma’ se usa en formas tan diferentes y se halla en tantos
vocabularios distintos que es necesario resolver dos problemas termino-
lógicos antes de continuar.
En primer lugar, el uso médico tradicional de ‘trauma’ se refiere no
a la lesión causada, sino al golpe que la causa; no al estado mental que
produce, sino al acontecimiento que lo provocó. El término trastorno de
estrés postraumático se acomoda a esa convención médica. Es decir, que
Trauma y comunidad 65
mientras que el ‘estrés’ se refiere a una serie de sucesos o, incluso, a una
condición crónica que erosiona el espíritu más gradualmente. Pero,
para empezar, defiendo que esa línea se trazó en el lugar incorrecto, al
menos para nuestros propósitos. Un matrimonio difícil causa estrés,
sí. También un trabajo agotador. Pero, ¿y Auschwitz? ¿Y un periodo
prolongado de terror o brutalidad? No, sólo tiene sentido insistir en
que el trauma puede surgir de una exposición sostenida en una batalla
o de una conmoción que nos embota; de un patrón continuo de abuso
o de una única agresión rápida; de un periodo de severo embotamiento y
desgaste, o de un inesperado estallido de temor. Los efectos son los mis-
mos. Después de todo, son ellos los que deberían convertirse en nuestro
principal objeto de estudio.
Además, como ya observé, el trauma tiene la cualidad de convertir ese
golpe seco y penetrante del que hablé hace un momento en un estado
duradero de la mente. Un narrador de los acontecimientos pasados podría
informar que el episodio en sí mismo duró poco menos que un instante
—digamos que lo que tarda en oírse un disparo—, pero que la mente
traumática se aferró a ese momento e impidió que se deslizara hacia su
lugar cronológicamente apropiado en el pasado, por lo que se revive una
y otra vez en las cavilaciones compulsivas durante el día y en los sueños
coléricos en la noche. El momento se convierte en una estación; el acon-
tecimiento se convierte en una condición.
Si se tienen en cuenta estas aclaraciones, el ‘trauma’ se convierte en un
concepto con el que pueden trabajar los científicos sociales y los prac-
ticantes clínicos. Quisiera usar mi vocabulario, ampliado en el sentido
descrito, para sugerir que, de hecho, se puede hablar de comunidades
traumatizadas como algo distinto de las agrupaciones de personas trau-
matizadas. Algunas veces los tejidos de la comunidad pueden dañarse
de una forma muy parecida a los tejidos de la mente y el cuerpo, como
argumentaré a continuación, pero incluso cuando eso no pasa, las heridas
traumáticas infligidas a los individuos pueden combinarse para crear un
estado de ánimo, un ethos o cultura grupal que es diferente de la suma
de heridas individuales que lo componen y más que su suma. Es decir, el
trauma tiene una dimensión social.
Trauma y comunidad 67
no simplemente porque se llevaran bien (de hecho, no se llevaban bien),
sino porque “él sabía quién era yo, era la única persona que lo sabía… Y
yo sabía quién era él” (Felman, 1995: 47). En una reciente reunión de
estadounidenses que habían sido capturados como rehenes en Irán, uno
de ellos explicó a un periodista: “Es fácil estar juntos. No tenemos que
explicarnos nada. Soportamos el mismo dolor”.
Así que el trauma tiene tendencias tanto centrífugas como centrípetas.
Nos aleja del centro del espacio del grupo y al mismo tiempo nos atrae
nuevamente hacía él. En el trauma, la química humana en funcionamiento
es extraña, pero se ha podido ver muchas veces con anterioridad: el extra-
ñamiento se convierte en la base de lo comunal, como si las personas sin
casa, sin ciudadanía o sin algún otro nicho en el gran orden de las cosas
fueran invitadas a reunirse en un barrio separado para los desposeídos, en
un gueto para los desarraigados.
De hecho, puede ocurrir que personas que estarían desconectadas en
otra situación, al compartir una experiencia traumática se busquen entre
sí y desarrollen una forma de afinidad basada en la fuerza de ese vínculo
común. Los excombatientes perseguidos por las torvas memorias de Viet-
nam, por ejemplo, o los adultos que no pueden llegar a asumir los abusos
infantiles, se reúnen a veces en grupos por razones no muy distintas de las
que mantenían junta a la ya mencionada pareja del Holocausto: se conocen
los unos a los otros, de una forma en la que el más íntimo de los amigos
nunca lo hará, y por esa razón pueden proporcionar un contexto humano
y una especie de disolvente emocional a partir del cual se puede comenzar
el trabajo de recuperación. Es una reunión de heridos.
No obstante, lo que hace el trauma principalmente es deteriorar el
tejido de la comunidad. Quisiera sugerir, de hecho, que hay por lo menos
dos sentidos en los cuáles se puede decir que una comunidad, como algo
distinto de la gente que la constituye, se ha convertido en un colectivo
traumatizado.
Cuando describí por primera vez la catástrofe de Buffalo Creek, intenté
hacer una distinción entre el trauma que entonces llamaba ‘individual’ y
el ‘colectivo’. Si se me permite citarme a mí mismo:
Por trauma colectivo, por otra parte, quiero significar un golpe en los teji-
dos básicos de la vida social que daña los vínculos que ligan mutuamente
a las personas y causa un daño al sentido prevaleciente de comunidad.
El trauma colectivo se va abriendo paso lenta e incluso insidiosamente
en la conciencia de aquellos que lo sufren, así que no tiene la cualidad
sorpresiva que se asocia normalmente con el ‘trauma’. Pero, de todas for-
mas, sigue siendo una forma de shock, una toma de conciencia gradual
de que la comunidad ya no existe como una fuente efectiva de apoyo y
que una importante parte del yo ha desaparecido […] El ‘yo’ continúa
existiendo, aunque pueda haber sufrido daño e incluso cambios perma-
nentes. El ‘tú’ continúa existiendo, aunque distante, y puede resultar
difícil relacionarse con él. Pero el ‘nosotros’ ya no existe como un par
conectado o como células conectadas dentro de un cuerpo comunitario
más grande (Erikson, 1976: 154).
Trauma y comunidad 69
recursos individuales a disposición del grupo, los ponen en un depósito
comunitario, por así decirlo, y luego van tomando de ese depósito para
cubrir las exigencias de la vida cotidiana. Y si casi desaparece la totalidad
de la comunidad, como ocurrió en Buffalo Creek, las personas ven que no
pueden beneficiarse de las energías que invirtieron en otro tiempo en ese
depósito comunitario. Encuentran que están casi vacías de sentimiento,
vacías de afecto, vacías de confianza y seguridad. Es como si las células
individuales hubieran suministrado la energía básica a todo el cuerpo,
pero no existieran los medios de devolver esa energía a las células en una
forma utilizable por cada una de ellas, una vez que el cuerpo ya no está ahí
para procesarla (Erikson, 1976: 194).
Trauma y comunidad 71
ocurrió en muchos otros incidentes descritos en los trabajos académicos
de los últimos años.
En primer lugar, estos desastres (o casi desastres) con frecuencia parecen
provocar el agravamiento de las fallas o tensiones sociales que previamente
operaban silenciosamente, fragmentando la comunidad en partes anta-
gónicas. En algunos lugares afectados por esta clase de emergencias, los
miembros de la comunidad se han divido en facciones hasta tal punto que
un perspicaz estudioso de esos problemas las llama ‘comunidades corrosivas’,
con el fin de producir un contraste frente a las ‘comunidades terapéuticas’
de las que hablan los trabajos académicos previos (Freudenburg & Jones,
1991: 1143-68). Las fallas sociales se agravan usualmente para separar a
las personas afectadas por el acontecimiento de aquellas que no sufrieron
el impacto directo de la catástrofe, justo lo opuesto a lo que ocurre en
una ‘ciudad de camaradas’. Aquellos que no se han visto tocados por la
tragedia se distancian de aquellos que sí lo están, casi como si estuvieran
escapando de algo manchado, de algo contaminado, de algo sucio. Corro-
sivas sería también un buen adjetivo, porque la mayoría de los desastres
que provocan esta reacción suelen generar alguna forma de toxicidad. Es
lo que pasó en Three Mile Island y fue una característica destacable en el
contexto social de Love Canal y en otros lugares3. El efecto neto es que
los afligidos quedan apartados del resto de personas.
En esas circunstancias, las experiencias traumáticas se abren camino de
forma tan profunda en el entramado de la comunidad afectada que terminan
por proveerla de su estado de ánimo y de su temperamento prevalecientes,
por dominar su imaginario y su sentido del ser, por gobernar la forma en
la que sus miembros se relacionan los unos con los otros. El aspecto que
se quiere señalar aquí no es que la calamidad sirve para fortalecer los lazos
3 Love Canal es una zona aledaña al pueblo Niagara Falls, en los Estados Unidos. A
finales de la década de los cuarenta el sitio sirvió de depositario de basuras y dese-
chos químicos y, posteriormente, fue convertido en lugar de desarrollo habitacional
popular. Para principios de la década de los años ochenta era evidente que los ha-
bitantes del lugar exhibían tasas excesivamente altas de enfermedades respiratorias,
desordenes neuronales, abortos y otros tipos de defectos y malformaciones. La zona
fue declarada eventualmente área de desastre, aunque las autoridades y la compañía
responsable negaron cualquier responsabilidad.
Trauma y comunidad 73
clase de actitud aumenta severamente el dolor experimentado en todas las
situaciones de desastre que he conocido de primera mano, porque todas
ellas tienen en común la circunstancia de haber sido causadas por otras
personas. Esto puede requerir un breve excurso.
Los antiguos temían la pestilencia, la sequía, la hambruna, la plaga y
todos los otros flagelos que oscurecen las páginas del Libro de Revelaciones.
Estas miserias siguen causándonos desazón, no hay duda, pero es justo
decir que hemos aprendido formas de defendernos contra muchas de las
peores de ellas. Algunas (ciertas epidemias, por ejemplo) pueden ahora
detenerse o incluso prevenirse. Otras (huracanes, olas gigantes) pueden
preverse con suficiente antelación como para que las personas se alejen
de su paso, neutralizando así parte de su fuerza letal.
Sin embargo, la ironía es que los avances tecnológicos que nos han
permitido este nivel de protección frente a los desastres naturales han
creado una nueva categoría que los especialistas han terminado llamando
desastres tecnológicos, con la cual se refieren a cualquier cosa que pueda ir
mal cuando los sistemas fallan, los humanos erran o abusan, las máquinas
funcionan mal, los diseños son defectuosos y sucesos similares. Los te-
rremotos, inundaciones, huracanes y erupciones volcánicas son desastres
‘naturales’; las colisiones, las explosiones, las roturas de los sistemas, los
colapsos, las fugas y, obviamente, las crisis como las de Three Mile Island
son desastres tecnológicos.
Hoy los desastres tecnológicos han crecido claramente en número, en la
medida en que los seres humanos actúan en los límites de su capacidad. Se
nos anima a pensar que podemos controlar lo mejor de la naturaleza y lo peor
de nosotros mismos, y continuamos pensando que así es hasta el momento
en que algún acontecimiento nos lleva más allá del límite de nuestra inte-
ligencia. Pero, más específicamente, los desastres también han aumentado
en tamaño. Esto es cierto en el sentido de que sucesos de origen local tienen
ahora consecuencias que alcanzan enormes distancias, como en el caso, por
ejemplo, de Chernobyl. Y también es cierto en el sentido de que los noticieros
emiten esos desastres tan rápida y ampliamente que se convierten en parte de
la historia de todo el mundo, en un dato más en el depósito de conocimiento
de cada uno de nosotros, como en el caso de Three Mile Island.
Trauma y comunidad 75
nada que hacer. Sabemos con antelación que las manos se resbalarán y la
maquinaría fallará en algún momento predecible del tiempo. Eso es lo
que los convierte en lo que Charles Perrow llama “accidentes normales”
(Perrow, 1984).
Sin embargo, las catástrofes tecnológicas nunca se comprenden por
aquellos que las sufren como el desenvolvimiento del mundo de la casuali-
dad. Esas catástrofes provocan indignación más que resignación. Generan
un sentimiento de que el hecho no tenía que haber ocurrido, que alguien
ha cometido un error, que las víctimas merecen no sólo compensación y
compasión, sino algo similar a lo que los abogados llaman daños puniti-
vos. Lo que es más importante: esas catástrofes, justo después de haber
sucedido, provocan sentimientos de daño y de vulnerabilidad de los que
es difícil recuperarse.
La escena se ha hecho más frecuente en nuestros tiempos: un grupo
de personas, ignorantes en su mayor parte de los riesgos que corren, se
ve perjudicada por las actividades de alguna clase de grupo empresarial.
A veces, la empresa es gigante, como lo era en el caso de Buffalo Creek y
de Three Mile Island, y otras veces es poco más que un negocio familiar,
como en el caso del campo de trabajadores inmigrantes del sur de Florida.
Pero casi siempre, tan a menudo que podemos pensar en ello como un
acto reflejo, la empresa se retira a sus espacios interiores y coloca aboga-
dos en sus límites como si fueran un anillo de guardias de seguridad. Es
evidente que no hay nada sorprendente en esa actitud. Cualquiera que lea
los periódicos sabe bien cómo funciona ese acto reflejo4.
Y, sin embargo, siempre parece sorprendernos. Aquellos que dirigen
las empresas (o, más concretamente, tal vez aquellos que son contratados
para defenderlas) hablan de ellas como si fueran cosas, sin sangre e inorgá-
nicas. Pero las víctimas de los accidentes rara vez olvidan, aun cuando los
directivos de las empresas sí consigan hacerlo, que las decisiones empresa-
riales las adoptan seres humanos y que las políticas empresariales reflejan
4 (N. del E.) Para un estudio sobre el impacto causado por el derrame químico que
ocurrió en la planta de la compañía Union Carbide en Bhopal, India, en 1984,
véanse los ensayos de V. Das (Ortega Martínez, 2008c).
He pensado a menudo que parte de este asunto [la demanda judicial] podría
haberse evitado si alguien se hubiera acercado por aquí y me hubiera dicho:
“Toma una manta y un vestido para tu mujer” o “Aquí tienes un sándwich,
¿quieres una taza de café?” Pero nunca aparecieron por aquí. Nadie vino
a darnos un lugar para quedarnos […] La Pittston Company nunca me
ofreció un par de pantalones, ni una camisa que pudiera ponerme.
Y una mujer de East Swallow, cuyas pérdidas eran de una clase muy
distinta, y no necesitaba un vestido o una taza de café, pensó:
En todos estos años que ha estado ocurriendo el derrame, ni una vez alguien
[de la compañía petrolífera] nos dijo: “Eh, hemos derramado gasolina
debajo de tu calle y, mira, lo sentimos. Nos gustaría ayudarte a limpiarla”.
Nadie dijo nunca nada parecido. De lo que se ha tratado es de ver cuánto
pueden tapar y cuánto pueden salirse con la suya […] No me parece que
eso esté bien.
Lo que están pidiendo estas personas es una característica tan elemental
de la vida social que su ausencia se hace inhumana. Esta no es la forma en la
que se comportan los vecinos, los residentes en el mismo pueblo, los con-
ciudadanos. Es la forma en la que lo harían extranjeros hostiles que tratan
al otro como si perteneciese a un orden diferente de la humanidad, incluso
a una especie biológica diferente, y ello hace que todo sea más cruel.
Recibir un trato como ese en principio enoja a las personas, pero a me-
dida que va pasando el tiempo y nada ocurre, puede llegar a enfurecerlas
(merece la pena observar que muchas veces se enfurecen hasta el punto
de generar una clase nueva de energía que les lleva al tipo de acción legal
que la empresa temió desde el principio). Sin embargo, en raras ocasiones
esa furia es sanadora, porque deja a las personas sintiéndose maltratadas,
disminuidas, poco valoradas. Es difícil que las personas se resistan al
Trauma y comunidad 77
sentimiento de que no valen nada que suele acompañar al trauma cuando
otros humanos, cuyo poder una vez respetaron y en cuya buena voluntad
confiaron en otros tiempos, los tratan con ese gélido desprecio.
La argamasa que une a las comunidades de hombres está hecha, al me-
nos en parte, de confianza, respeto y decencia en los momentos de crisis,
de caridad y preocupación. Para las personas es muy perturbador que esas
expectativas no se cumplan, sin importar cuán bien protegidas creyesen
estar gracias a la capa exterior de cinismo que nuestro siglo parece haber
desarrollado en todos nosotros.
Ahora son vulnerables por una amarga jugarreta del destino y deben
enfrentar el futuro sin esas capas de aislamiento emocional que sólo
puede proveer un entorno comunal en el que se confíe. Y, a largo plazo,
el problema real es que la inhumanidad experimentada acaba viéndose
como una característica natural de la vida del ser humano, en lugar de ser
el resultado del mal comportamiento de una empresa concreta.
Las personas que sobreviven desastres graves, como he señalado hace
un momento, muchas veces se sienten separadas del resto de la humanidad
y se reúnen en grupos con otras que han tenido similares experiencias.
No se reúnen debido a sentimientos de afecto (en el sentido habitual de
ese término, en cualquier caso), sino por un conjunto compartido de
perspectivas, ritmos y estados de ánimo que derivan de la percepción que
tienen de haber sido separados de los demás.
Entre esas perspectivas compartidas, muchas veces se entiende que las
leyes por las cuales el mundo natural había estado siempre gobernado están
ahora suspendidas, como también lo están los comportamientos decentes
que gobernaban el mundo desde siempre, si es que alguna vez llegaron a
existir. Las personas traumatizadas calculan de una manera diferente las
posibilidades que ofrece la vida. Miran el mundo a través de lentes dis-
tintos. Y en ese sentido puede decirse que han experimentado no sólo un
cambio en el sentido del yo y un cambio en la manera de relacionarse con los
otros, sino también un cambio en su perspectiva del mundo.
Las personas traumatizadas suelen terminar sintiendo que han perdido
un importante grado de control sobre las circunstancias de sus propias
Trauma y comunidad 79
es permanente parece que se puede observar en cualquier lugar. Es raro el
periódico de la mañana o la emisión de radio que no nos informe acerca
de la clase de desgracia precisa a la que tememos más y es justo esa clase
de datos a los que la mente del sufriente es receptiva: la clase de datos que
tu ojo, que se ha hecho más agudo y atento a causa de los sucesos del pa-
sado reciente, sabe cómo seleccionar de entre el flujo de noticias (el más
oscuro de los presagios parece encontrar apoyo sobrado). Las personas
cuya visión del mundo se ha forjado por su exposición al trauma pueden
perder la fe con facilidad no sólo en la buena voluntad, sino también en
el sentido común de aquellos a cargo de un universo peligroso. No es sólo
que aquellos que están a cargo de ese universo mientan o cubran los hechos
cuando les conviene a sus propósitos, sino que ellos mismos están también
fuera de control. La revista The New Yorker (1985), al informar varias se-
manas después sobre la catástrofe de Bhopal, India, cuando los muertos se
estimaba que llegaban a dos mil y los heridos a veinte mil, lo expresó muy
bien (un ejemplo muy ilustrativo, por cierto, del tipo de acontecimiento
que se convierte en parte de la historia de cada uno de nosotros):
Lo que le atrapa a uno en verdad de este tipo de relatos no son tanto los
números como el espectáculo de la competencia profesional que se evapora
súbitamente; de hombres superados por mucho por la tecnología; de los
sistemas de seguridad redundantes fallando con una lógica tan inexorable
como tan imprevisible en el pasado (de hecho, imprevisible hasta justo antes
del momento en que esos sistemas fallan). Y el espectáculo nos persigue
porque parece tener una relevancia alegórica, como una profecía susurrante
de nuestro futuro […].
Trauma y comunidad 81
que esos gases estén fugándose frente a la cara de tu hermano […] A veces
me voy a la cama y pienso, sabes, en el final de los días, en la destrucción,
en lo que está ocurriendo en las guerras. Es como crecer, supongo. Antes
no pensaba en nada sino en asegurarme de que la casa estaba limpia, de que
mi marido tenía todo lo que necesitaba en su lonchera para cenar, de que
los niños estaban vestidos correctamente, que estaban limpios, de que iba
a tal sitio en el momento correcto y a aquel otro también.
Trauma y comunidad 83
comunitaria del trauma es una de sus características clínicas diferenciadas?
y ¿hasta qué punto tiene sentido concluir que la visión traumatizada del
mundo transmite una sabiduría que se debería escuchar por lo que vale?
El trauma se puede calificar, sin duda, como patológico, en el sentido en
que induce malestar y dolor, pero los imaginarios que acompañan al dolor
tienen un sentido por sí mismos.
Neil J. Smelser
2 (N. del E.) En el diccionario de Laplanche y Pontalis (1969: 436), working through
se traduce como trabajo elaborativo, un proceso en virtud del cual el analizado integra
una interpretación y supera las resistencias que ésta suscita. Se trataría de una especie
de trabajo psíquico que permite al sujeto aceptar ciertos elementos reprimidos y
librarse de los mecanismos repetitivos. El trabajo elaborativo es constante en la cura,
pero actúa especialmente en ciertas fases en que el tratamiento parece estancado y
en las que una resistencia, aunque interpretada, persiste.
3 Cursivas en el original.
5 (N. del T.): La expresión se suele utilizar para describir el sistema de transferencia
de energía de un lugar a otro de la psique; asemejaría ésta a un sistema hidráulico,
según Freud.
Sistema
Si la definición de trauma cultural —como ocurre con el trauma psico-
lógico— depende sobre todo del contexto, ¿de qué clase de contexto se
trata? En el ejemplo anterior, tomado de los escritos tempranos de Freud,
el sistema de la personalidad se representa como uno abierto hacia el
entorno (es decir, capaz de sufrir daños desde el exterior) que posee la
capacidad de internalizar ese daño (a través de la memoria) y que es capaz
de defenderse contra él mediante una represión parcialmente exitosa, pero
que en última instancia es vulnerable a su impacto.
¿Qué clase de sistema es una cultura? No quiero entrar en el incierto
campo analítico en el que se compara los sistemas del individuo, el social
y el cultural, lo cual fue un empeño habitual durante los años cincuenta6,
pero que está difunto hoy en día, aunque se pueden decir unas pocas
palabras al respecto. Un sistema social se refiere a la organización de las
relaciones sociales en la sociedad. Sus principales unidades son los roles
sociales e instituciones y éstas se clasifican normalmente a partir de criterios
funcionales (instituciones económicas, instituciones jurídicas, médicas,
educativas o familiares), aunque el concepto incluye frecuentemente sis-
temas de clasificación (estratificación) en clases sociales, grupos étnicos,
raciales y otros criterios similares.
Es posible describir las catástrofes y dislocaciones sociales como traumas
sociales si conmocionan masivamente la vida social organizada. Ejemplos
comunes serían las enfermedades, la hambruna y la guerra que diezman
6 Véanse Parsons & Shils (1951); Sorokin (1962).
La incorporación a la personalidad
Una característica destacable del trauma psicológico es su incorporación
o permanencia en la estructura de la personalidad. Una vez que se regis-
tre, no desaparecerá. Hace más de un siglo, Charcot (1887) describió las
memorias traumáticas como “parásitos de la mente”. Freud (1995b: 1539)
habló de la memoria traumática como una “huella psíquica”, como un
“cuerpo extraño que aún mucho tiempo después de su intrusión tiene que
ser considerado de eficacia presente” (Freud & Breuer, 1995: 32), como
algo que el sistema nervioso “no es capaz de tramitar”7 (Freud, 1995c:
172) y que produce “efectos permanentes” (Freud, 1995e: 190). Caruth
(1996: 4) se refirió al trauma como una herida que “no se puede curar”.
7 Cursivas en el original.
Tabla i.
3 4
Etapas 1 2 Representación física (alucinación) de una Resultado en el
situación gratificante comportamiento
3a. Impulso
3b. Afecto 3c. Objeto
Modos cognitivo de
relevante relevante
representación
Gratificación diferida
Supresión Retraimiento,
Bloqueo Represión Inhibición
Tensión libidinal
Una de las peculiaridades que se han señalado en conexión con los trau-
mas psicológicos agudos es su muy fuerte tendencia dual: a evitarlos y a
revivirlos (Freud, 1995j). En el plano psíquico, la principal defensa es
alguna forma de amnesia (embotamiento, parálisis emocional [Krystal,
1978: 81-116], olvido real, negación, dificultad para recordar o falta
de deseo de contemplar o morar en el deseo traumático). Al mismo
tiempo, el trauma tiene una forma de inmiscuirse en la mente, bajo la
forma de pensamientos indeseados, pesadillas o trastornos perceptivos
recurrentes (flashbacks). Estas tendencias aparentemente antagonistas
se han presentado para algunos como una paradoja (Caruth, 1995:
152). En el plano del comportamiento, se observa la misma doble
tendencia: una compulsiva que evita las situaciones que se parecen a
la escena traumática o que se la recuerdan a la víctima, pero, al tiempo,
10 (N. del E.) Para una reflexión más sostenida sobre la relación de monumentos y
espacio público con memorias traumáticas véanse los ensayos de J. Young y de A.
Huyssen que se incluyen en esta obra.
11 Véanse Scruggs & Swerdlow (1985); Wagner-Pacificin & Schwarz (1991: 376-420);
19 Van der Kolk, Wiesaeth & Van der Hart (1996); Yehuda (1998).
20 (N. del E.) Para los debates sobre memoria traumática véanse el ensayo de Ruth
Leys en esta antología y los libros de Young (1995) y Hacking (1995).
Jeffrey Alexander
día que empezamos a discutir las ideas que darían pie a este libro. El segundo día
de discusiones añadimos el adjetivo fundamental de ‘cultural’ a la idea de trauma.
Tras un año de diálogo entre los coautores de este libro, lapso que antecedió a su
publicación, lo cierto es que el balance entre los elementos ‘sociales’ y ‘culturales’ del
trauma sigue siendo un asunto sobre el cual hay cierto desacuerdo entre Sztompka
y los demás autores.
Pensamiento ilustrado
Existen una versión ‘ilustrada’ y otra ‘psicoanalítica’ de esta teoría popular
del trauma. La comprensión que procede de la Ilustración sugiere que el
trauma es una clase de respuesta racional frente al cambio abrupto, sea este
individual o social. Los objetos o acontecimientos que desencadenan el
trauma se perciben con claridad por los actores; sus respuestas son lúcidas
y los efectos de estas respuestas están dirigidos a solucionar el problema y
son progresivos. Cuando a las buenas personas les ocurren cosas malas, se
5 Énfasis añadido.
El pensamiento psicoanalítico
Esa forma de pensamiento realista continúa permeando por igual la vida
cotidiana y el quehacer académico. Sin embargo, se ha ido filtrando tam-
bién una perspectiva psicoanalítica que ha llegado a ser fundamental en el
sentido común profano contemporáneo y en el pensamiento académico.
Este enfoque coloca un modelo de temores emocionales inconscientes y
de mecanismos de defensa psicológica distorsionantes desde el punto de
vista cognitivo entre el acontecimiento externo agitador y la respuesta
traumática interna del actor. Cuando le ocurren cosas malas a las buenas
personas, según esta versión académica de la teoría popular, pueden llegar
a tener tanto miedo que reprimen en la práctica la experiencia del trauma
mismo. En lugar de proporcionar una cognición directa y una compren-
sión racional, el acontecimiento traumático acaba por distorsionarse en
la imaginación y la memoria del actor. El esfuerzo por atribuir de manera
La falacia naturalista
La noción de trauma que se ha expresado mediante estos enfoques ilus-
trados y psicoanalíticos ha pasado de ser una idea presente en el lenguaje
Clasificaciones culturales:
la creación del trauma como una nueva narrativa maestra
Para superar la distancia existente entre acontecimiento y representación
se depende de aquello que Kenneth Thompson ha llamado, en referencia al
tópico de los pánicos morales, una espiral de significado14. La representación
del trauma depende de construir un marco convincente de clasificación
cultural. En cierto sentido, es simplemente contar una nueva historia. Ese
contar la historia es, al mismo tiempo, un proceso simbólico complejo y
multivalente que es contingente, recibe una oposición fuerte y a veces es
muy polarizador. Para que la audiencia general termine persuadiéndose
de que ellos también han terminado siendo víctimas del trauma producto
de una experiencia o un acontecimiento, el grupo transmisor necesita
realizar un exitoso trabajo de creación de significado.
14 Kenneth Thompson (1998, 20-4) habla también de un “proceso de representación”.
Stuart Hall (1997) desarrolla una idea parecida, pero con ella quiere referirse a algo
más específico de lo que tengo aquí en mente, que es la articulación de los discursos
que no se han vinculado entre sí antes de que comenzara el pánico.
Esferas institucionales
Este proceso de representación crea una nueva narrativa maestra de sufrimiento
social. Esa reclasificación cultural es vital para el proceso que hace que una
colectividad termine traumatizada16. Pero no se transforma en lo que Haber-
17 El concepto de transparencia, tan necesario para crear una teoría normativa o filo-
sófica de lo que Habermas ha llamado su “ética del discurso”, debilita la creación
de una teoría sociológica.
Es difícil ver por qué cualquier persona que hubiera sobrevivido a los setenta
días de bombardeos en 1999 querría revivir la experiencia en un cine, y
repetir las memorias de toda una década asesina que terminó en octubre
con la caída del presidente Slobadan Milosevic. Y aún así, la industria del
cine yugoslavo es casi lo único que ha hecho durante el año pasado. [En uno
de los largometrajes, el protagonista explica que] no podría ser más fácil
matar a alguien […]: “Se te quedan mirando fijamente, lloran y suplican,
y les disparas, y ese es su final y el final de la historia. Luego, naturalmente,
todos vuelven y quieren arreglar las cosas, pero ya es demasiado tarde. Esa
es la razón por la cual la verdad siempre retorna para juzgar a los hombres”
(Watson, 2001: A1-6).
Jerarquías estratificantes
Las limitaciones impuestas por los campos institucionales se ven condi-
cionadas por la desigual distribución de recursos materiales y por las redes
sociales que proporcionan un acceso diferenciado a ellos.
¿Quiénes son los dueños de los periódicos? ¿En qué grado los perio-
distas son independientes del control político y financiero?
¿Quién controla las órdenes religiosas? ¿Internamente son autoritarias
o sus correligionarios pueden ejercer una influencia independiente?
19 (N. del E.) la frase “mujeres de confort militar” fue un eufemismo usado en el
Japón para referirse a las mujeres, la mayoría de origen coreano, reclutadas a la
fuerza para trabajar en los burdeles militares japoneses en los países ocupados. Por
su parte, el “Tribunal Internacional para Crímenes de Guerra contra las Mujeres
sobre la Esclavitud Sexual Militar en Japón” fue una iniciativa realizada por diversas
organizaciones de mujeres y víctimas de la guerra, en asocio con abogados y exper-
tos internacionales, para realizar un tribunal no oficial o de opinión. El tribunal
se realizó del 8 al 12 d diciembre del 2000 en Tokio y centró sus demandas en la
responsabilidad del Emperador y el gobierno japonés durante la guerra al permitir y
promover la esclavitud sexual de mujeres del Asia Pacífico. A pesar de no contar con
poder legal el Tribunal logró generar un debate muy importante en Japón sobre la
responsabilidad del gobierno ante las víctimas y abrir la puerta para acciones legales
más concretas.
No creemos que sea apropiado pedir perdón con respecto a este asunto.
[Aunque] se produjeron algunas bajas civiles a manos de soldados esta-
dounidenses, esa conclusión es muy distinta de la acusación presentada
de que se había producido una masacre en el sentido tradicional de que se
pusieron en fila a personas inocentes y se las acribilló a balazos (New York
Times, 2000: A5).
23 Énfasis añadido.
24 El texto de Kuper es una de los escritos sociológicos acerca del genocidio, y aún
sigue siendo de los mejores.
Ruth Leys
7 Freud (1995: 207-10) sugirió así un motivo para la “huida [del soldado] hacia la
enfermedad”, al destacar la naturaleza inconsciente de los conflictos involucrados,
al mismo tiempo que se distanciaba del moralismo prevaleciente y de la sospecha
de cobardía o fingimiento de la enfermedad para no combatir.
8 (N. del E.) El concepto de economía tiene un sentido especial en el lenguaje
psicoanalítico.
Según Freud, el fracaso de esos intentos por controlar y ligar los es-
tímulos a consecuencia del temor y de la falta de preparación del ego,
producía la desorganización general y otros síntomas característicos del
trauma psíquico. En resumen, según Freud las neurosis traumáticas repre-
sentaban una “liberación” (unbindung) radical de la pulsión de muerte.
Al admitir por primera vez una excepción a su proposición de que los
sueños representaban la realización de los deseos eróticos-infantiles,
Freud observó que:
9 Esa teoría, que como observó el mismo Freud parecía reinstaurar la “antigua e
ingenua teoría del shock”, fue usada posteriormente por Walter Benjamin (1969:
155-200) para definir una estructura específicamente moderna de la percepción.
Véase también Schivelbusch (1977: 152-60). (Llamo la atención sobre el uso que hace
Freud de “ligar” (bindung), un término clave en su léxico, que implica su opuesto,
“liberar” (unbindung); esta pareja de conceptos tiene un papel fundamental en su
pensamiento, como se verá claramente en un momento).
10 Esa teoría, que como observó el mismo Freud parecía reinstaurar la “antigua e
ingenua teoría del shock”, fue usada posteriormente por Walter Benjamin (1969:
155-200) para definir una estructura específicamente moderna de la percepción.
Véase también Schivelbusch (1977: 152-60). (Llamo la atención sobre el uso que
hace Freud de “ligar” (bindung), un término clave en su léxico, que implica su
opuesto, “liberar” (unbindung); esta pareja de conceptos tiene un papel fundamental
en su pensamiento, como se verá claramente en un momento).
11 André Green hizo la observación anterior en El trabajo de lo negativo (1995: 163),
donde comentó la importancia creciente que Freud le asignó a los mecanismos de
defensa además de la represión después de 1920 y sobre la dificultad que Freud
experimentó para generalizar sus descubrimientos y consolidar sus ideas.
13 Cohen (1980: 421-32; 1985: 163-89), Cohen & Kinston (1983: 411-22), Kinston
& Cohen, (1986: 337-55), Kinston & Rosser (1974: 437-56).
14 Véase el vocablo binding (ligazón) en Laplanche & Pontalis (1994: 214) y Borch-
Jacobsen (1992: 4), quien ha caracterizado el concepto de ligazón de Freud como
“una de las nociones más decisivas (y problemáticas) en la estructura freudiana”.
15 Véase M. Straker (1971: 37-41): “Aunque el duelo se trata por Freud como normal
y la melancolía como su versión patológica, una lectura más detallada del texto
muestra que los mecanismos de incorporación e identificación ambivalentes que se
dice que son característicos de la melancolía son también el fundamento mismo de
la posibilidad de cualquier relación con un objeto, incluyendo el primer “objeto”
del niño, la madre, un tema importante en la conceptualización de la identificación
traumática, como muestro aquí”.
17 Las críticas de Freud a Rank sugieren que para Freud la situación traumática no
designa un determinado objeto de la realidad, sino algo vago e indeterminado
que lo abruma: una situación de impotencia causada por un temor que también
interpretará en términos hipnóticos-identificatorios. Para críticas similares hechas
a Rank por Ferenczi, véase Zur Critique der Rankschen Technik der Psychanalyse
(1927: 116-28). Véanse también Lacoue-Labarthe & Nancy (1989, otoño: 200)
y Weber (1982: 48-60).
19 (N. del E.) La disimilación tiene un sentido técnico lingüístico que se refiere a la
“acción ejercida por un sonido sobre otro de la misma palabra, con el que posee
todos o algunos elementos articulatorios comunes, que consiste en hacerle perder
alguno de estos rasgos comunes: c a r c e r e > cárcel. Puede llegar, incluso, a hacerlo
desaparecer: a r a t r u > arado. Si es una sílaba la que desaparece, el fenómeno se
llama haplología. Grammont especializa el término para aplicarlo sólo a la acción
disimilatoria a distancia. Cuando los sonidos actuante y actuado están juntos, prefiere
hablar de diferenciación” (Lázaro Carreter, 1990: 147). El uso de Borch-Jacobsen
claramente se construye a partir de este significado.
Mímesis y antimímesis
19 Estas ideas las ha aplicado Mark Seltzer (1998) al fenómeno del asesinato en serie
y la cultura de la violencia en Estados Unidos.
21 Véase Trauma: A Genealogy (Leys, 2000), en particular el capítulo 7.
como sujeto. La orden hipnótica no se presenta ante una conciencia que ya está
ahí para oírla; en lugar de ello se apodera de ella (y la establece), de tal manera
que la orden hipnótica nunca se presenta a sí misma ante la conciencia. Cae en
un ‘olvido’ radical que no es el olvido de cualquier memoria, de cualquier (re)
presentación. No da órdenes a un sujeto; ordena al sujeto [...] Lejos de respon-
der, por tanto, al discurso del otro, la persona hipnotizada lo cita en primera
persona, lo expresa espontáneamente o lo repite, sin saber que lo está repitiendo
[como observa Borch-Jacobsen, ese es precisamente la definición de Freud de
‘compulsión repetición’]. El sujeto no se somete al otro, sino que se convierte en
el otro, llega a ser como el otro, que no es ya un otro, sino ‘él mismo’. Ninguna
propiedad, ninguna identidad y, en especial, ninguna libertad subjetiva precede
a la orden en este caso [...] En resumen, la hipnosis involucra el nacimiento del
sujeto, tal vez no una repetición del acontecimiento del nacimiento, sino un
nacimiento como repetición, o como identificación primaria: en ella el sujeto se
origina (siempre nuevo: este nacimiento se repite constantemente) como un eco
o duplicado del otro, en una especie de demora con respecto a su propio origen
e identidad. Un intervalo insuperable, por lo tanto, puesto que es constitutivo
y sin duda constituye el ‘inconsciente’ completo del sujeto, antes de cualquier
memoria y cualquier represión. [El límite a] la repetición, como ha dicho Freud,
es el inconsciente mismo” (Borch-Jacobsen, 1988: 229-31).
Representación y verdades
a
Experiencia, memoria y trauma:
síntomas de discursividad1
En lugar de asumir que los individuos existen y que ellos tienen ex-
periencias, deberíamos imaginar la siguiente relación: los sujetos son el
efecto del procesamiento discursivo de sus experiencias.
Indicar que la experiencia y el discurso no pueden separase es un
movimiento importante puesto que nos fuerza a reconfigurar la relación
entre ambos. En este contexto, el discurso no es más un medio subor-
dinado en el cual las experiencias pueden ser expresadas. Más bien, el
discurso juega un rol fundamental en el proceso que permite que surjan
las experiencias, y la forma y contenido que éstas adquieren. En el resto
de este capítulo exploraré con mayor detalle las interconexiones entre
la experiencia y el discurso. Esta exploración tendrá consecuencias para
la categoría de la memoria, porque ella, usualmente, se ve como un caso
especial de experiencia. No es la recuperación voluntaria controlada del
propio pasado, sino de la experiencia del pasado.
Para ilustrar mi argumento me enfocaré no en la experiencia pero sí
en lo que llamo ‘experiencia fallida’, que es el trauma. Analizaré el trauma
como una experiencia que no se ha plasmado y que muestra síntomas
Incapacidad semiótica
3 Basando sus argumentos en los de Lang, Hayden White argumenta que necesitamos
un modelo retórico que ofrezca una posición del sujeto que no sea ni activa ni
pasiva. Él se refiere al griego clásico como un ejemplo de lenguaje que no sólo tiene
voces activas y pasivas, sino también la llamada voz intermedia. Las tres diferentes
voces implican distintas relaciones actanciales (del agente) a la acción o al evento.
Mientras que los lenguajes modernos indoeuropeos ofrecen únicamente la posibi-
lidad del modo activo y pasivo, el griego clásico ofrece con esta “voz intermedia”
una posición diferente del sujeto en relación con el evento (véase White [1992a:
37-53]; también el capítulo Entramamiento histórico y el problema de la verdad en
esta antología, la primera traducción al español de ese planteamiento de White).
En la sección anterior discutí casos en los cuales no era claro para los so-
brevivientes del Holocausto el rol que habían tenido en los eventos dentro
de los que terminaron: ¿sujetos u objetos? Aunque su rol actancial fue
fundamentalmente experimentado como ambiguo, no fue la subjetividad,
como tal, lo que estuvo bajo presión. Discutiré ahora las consecuencias
para la representación de situaciones en las cuales la subjetividad de los
presos de los campos fue reducida a ‘nada’. En estas situaciones los sobre-
vivientes no experimentaron su rol/parte, ni siquiera como objeto. Su
existencia como seres humanos fue totalmente negada. Ellos no jugaron
absolutamente ningún un rol actancial, lo que puso en peligro la subje-
tividad en sí misma.
En la cultura occidental, en buena medida, el individuo se señala como
responsable de su propio destino. Uno es responsable de su propio modo de
actuar. Precisamente, debido a esta responsabilidad individual, es posible
elaborar la subjetividad por medio de un comportamiento conscientemen-
te escogido. Según ese supuesto, cuando no se escoge conscientemente,
no se es completamente un sujeto. Esta consideración de la subjetividad
tiene grandes implicaciones para quienes vivieron en los campos de
concentración. Constantemente tuvieron que aguantar situaciones que,
por lo común, en la sociedad de donde venían, requerían tomar acción
y afirmarse a sí mismos. Cuando un miembro de la familia, un amigo, o
incluso un completo extraño, estaba siendo maltratado o asesinado, se
supone que se debía interferir. No hacerlo corroería la propia subjetivi-
dad. En los campos, sin embargo, los presos estuvieron constantemente
en la posición de no poder interferir aunque la situación lo demandara.
Las consecuencias no fueron tanto para aquellos que fueron maltratados
o asesinados (ellos iban a ser asesinados en todo caso), sino para quienes
tuvieron que presenciarlo.
Estas consecuencias son, de hecho, causadas por la cercana conexión
entre la subjetividad y las normas éticas:
El concepto de “usted no puede hacer nada” es tan extraño a la mente inde-
pendiente occidental (dominada por la idea del individuo como agente de su
Agua hervida. Pero el agua no era para ayudar con el acto de dar a luz. Él
ahogó al recién nacido en el agua hirviendo. El horrorizado entrevistador
pregunta:
—¿Usted vio eso?
—Oh sí, yo lo vi —responde la mujer imperturbablemente.
—¿Usted dijo algo? —continúa el diálogo.
—No, no dije (Langer. 1991: 123).
Uno no piensa qué es lo que está pasando por la mente. Se dice a sí mismo:
“Bueno, aquí estoy yo en Auschwitz. Y ¿dónde estoy y qué va a pasarme?
(Langer. 1991: 103).
Conclusión
Hasta ahora he mostrado la forma como la experiencia depende de factores
que son fundamentalmente discursivos. El trauma puede ser visto como una
experiencia fallida porque en el caso de un evento traumático el proceso
discursivo que activa la experiencia que vendrá se atasca. La experiencia
fallida excluye la posibilidad de una memoria voluntariamente controlada
del evento: al mismo tiempo implica la discursividad de la experiencia y
memoria ‘exitosa’. Ahora podemos decir que la experiencia y la memoria
se activan, forman y estructuran de acuerdo con los parámetros de los
discursos disponibles.
5 Véase, por ejemplo, el aparte Entre memoria e historia: la problemática de los lugares
(Nora, 2008: 9-38).
Hayden White
2 (N. del T.) Se traduce emplotment de manera literal como entramamiento. Aunque
evito usar el verbo entramar y lo sustituyo por un circunloquio como “expresar
mediante una trama” o “utilizar una trama”, el acto de emplear una determinada
trama para contar un conjunto de hechos determinado se expresa mejor y más
sintéticamente con el neologismo entramamiento, que, a su turno, es también un
neologismo en inglés.
3 (N. del T.) La Solución Final fue el plan diseñado por las autoridades nacionalso-
cialistas para exterminar a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Se gesta
en lo que hoy se conoce como la conferencia de Wannsee, efectuada en enero de
1942.
compuestas por Marx en franca lid con las versiones trágicas y cómicas de esos
mismos eventos presentadas por Hugo y Proudhon, respectivamente.
Si ha habido alguna vez un hecho “literal” que esté más allá de la posibi-
lidad de fórmulas alternativas, entre las cuales deben contarse siempre la
negación o la inversión, está frente a nosotros en el acto del genocidio nazi,
y si las consecuencias morales del papel de los hechos necesitan alguna
prueba, también se encuentra ante nosotros, nuevamente en el fenómeno
del genocidio nazi (Lang, 1990: 157-158).
Es la suprema actualidad y literalidad de este acontecimiento lo que,
en opinión de Lang, demanda el esfuerzo por parte de los historiadores
de representar acontecimientos reales “directamente [...], inmediatamente
y sin alterarlos”, en un lenguaje purgado de toda metáfora, tropo y figu-
ración. De hecho, lo que establece el índice diferencial entre el “discurso
histórico”, por un lado, y la “representación imaginativa y su espacio
figurativo”, por el otro:
10 Véase Milton (1990: 27) para algunos comentarios perspicaces acerca del esfuerzo
de los escritores jóvenes que, al carecer de cualquier experiencia directa sobre el
artística desde finales del siglo xix hasta el primer tercio del siglo xx. Por lo general
en español se usa el concepto de vanguardia histórica.
14 (N. de E.) En español, el texto de Derrida aparece como “La Diferencia” en Márgenes
de la filosofía (Madrid: Cátedra, 1989). La versión en castellano no reproduce el
pasaje citado.
15 (N. de E.) Véase la introducción de Saul Friedländer en el libro Hitler and the Final
16 Este es el enfoque que defiende Fredric Jameson y que enuncia más explícitamente
en Fables of Aggression: Wyndham Lewis, the Modernist as Fascist (1979). Es un lugar
común de las interpretaciones izquierdistas del modernismo.
Pero voy a contar en cambio solamente una historia más [nos dice], la más
secreta, y la voy a contar con la humildad y el comedimiento de quien
sabe desde el principio que su asunto es desesperado, sus medios débiles
y el oficio de revestir los hechos con palabras condenado al fracaso por su
misma esencia (Levi, 1988: 251).
Eric L. Santner
E ncuentro cada vez más difícil reflexionar sobre los límites teóricos
y éticos de las representaciones históricas y artísticas del nazismo y
la Solución Final sin pensar también en los acontecimientos recientes en
Europa Central y, sobre todo, acerca de la unificación de las dos Alemanias.
Si las historias que uno cuenta sobre el pasado (y, más específicamente,
sobre cómo uno llega a ser lo que es o piensa que es) son, en cierta me-
dida, determinadas por las necesidades sociales, psicológicas y políticas
actuales del narrador y su audiencia, entonces los desarrollos radicales
que han tenido lugar en Europa en los últimos años no pueden sino
influenciar poderosamente el repertorio de las representaciones de los
eventos y fenómenos de los cuales nos ocupamos aquí. El lector podría
recordar la preocupación de Elie Wiesel2 (1989) sobre el lugar que ocupa
una fecha en particular, el 9 de noviembre, en la imaginación histórica
de la sociedad alemana contemporánea. La fecha del Kristallnacht (La
noche de los cristales rotos), así como la de la primera fractura del Muro
de Berlín cincuenta años después, aparentemente han llegado a ser un sitio
Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 241
de batalla entre narrativas que compiten3. La historia de la destrucción
de la comunidad judía europea, la cual entró en una nueva etapa con las
masacres del Kristallnacht, ha sido desplazada —o al menos esta fue la
preocupación de Wiesel— por una narrativa muy diferente: la historia
de la lucha alemana contra el marxismo-leninismo y el triunfo final sobre
éste. En cierto sentido la pregunta que Wiesel se hace es esta: ¿Podrán los
cristales rotos de 1938 ser enterrados y, si así fuera, metamorfoseados bajo
el enorme peso del colapso del concreto en noviembre de 1989?
Aquellos que están familiarizados con la escena política y cultural
de Alemania Occidental en las décadas de los años setenta y ochenta
reconocerán, en el enorme esfuerzo sobre la inscripción de la narrativa
de esta época en particular, los contornos de un proceso que cada vez
más vienen a ocupar la imaginación histórica alemana y la inconsciencia
política durante más o menos la última década 4. Este proceso podría
ser descrito como una serie de reajustes y reordenamientos nemónicos
desarrollados en el marco de rituales públicos, narrativas y otras diversas
formas de producción cultural donde fechas, eventos, conceptos, lugares,
instituciones y agentes históricos se encuentran disponibles nuevamente
para la inversión libidinal5.
3 Incluso antes de 1938, el 9 de noviembre estaba, por supuesto, sobredeterminado por
eventos históricos en Alemania: el 9 de noviembre de 1918 fue el día del comienzo
oficial de la república de Weimar; el 9 de noviembre de 1923 fue el día que Hitler
fracasó en su célebre Putsch (acuartelamiento); los pogromos del Kristallnacht fueron
conectados a conmemoraciones nazis de este último evento.
4 El lugar de las fechas traumáticas en la imaginación histórica y los procedimientos
textuales y poéticos por los cuales su inscripción es facilitada o bloqueada, son al-
gunos de los temas centrales en la obra Der Meridian de Paul Celan, ganadora del
premio Buchner. En ella, Celan (1999: 505) se pregunta, sin duda pensando en la
fecha de la conferencia Wannsse: “¿Se puede decir tal vez que en cada poema queda
grabado su ‘20 de enero’? ¿Es, tal vez, la novedad de los poemas que se escriben hoy
precisamente eso: que en ellos se intenta con toda claridad que esas fechas queden
en el recuerdo?”.
5 En este contexto recuerdo el monólogo final de André Heller en la obra Our Hitler,
campo de granos sin pensar en usted. La vieja Alemania usted la convirtió en kitsch
con sus trabajos simplificantes y pinturas campesinas. A usted hay que culpar de
que nosotros hayamos perdido el orgullo de los restaurantes [Stolz der Gasthäuser];
de que la gente sea conducida a lugares de comida rápida por miedo a que ellos
todavía puedan amar su trabajo y otra cosa distinta al dinero, el daño más perjudicial
de todos; la única cosa con la que usted nos dejó, desde que ocupó y corrompió
todo con sus acciones. Todo, honor, lealtad, la vida en el campo, el trabajo duro, las
películas, dignidad, la patria, el orgullo, la fe… Las palabras ‘magia’ y ‘mito’, ‘servir’
y ‘gobernar’, líder (Führer), ‘autoridad’ están arruinadas, están ausentes, exiliadas al
tiempo eterno” (Syberberg, 1982: 241).
6 (N. del E.) El Historikerstreit o debate de los historiadores, se refiere a una polémica
que se llevó a cabo durante la década de los años ochenta en la antigua República
Federal de Alemania, y que se centró en el significado del período nazi y la Solu-
ción Final (la política deliberada de exterminio sistemático de los judíos europeos
durante el período nazi) para la Alemania contemporánea. El debate comenzó como
reacción a un artículo publicado en junio 6 de 1986 por el historiador revisionista
Ernst Nolte en la prestigiosa Frankfurter Allgemeine Zeitung con el título El pasado
que no quiere pasar. En ese texto Nolte argumenta que los crímenes nazis hay que
entenderlos como reacción a la “barbarie asiática” de la Unión Soviética y no como
parte integral de la historia alemana. Otros historiadores como Andreas Hillgruber
y Michael Sturmer defendieron posiciones similares. A esa posición se opuso vehe-
mente el filósofo alemán Jürgen Habermas y otros intelectuales alemanes, quienes
impugnaron a Nolte y a los revisionistas por acomodar la historia alemana para no
asumir las responsabilidades históricas. El debate continuó a lo largo de la década
e implicó a otros historiadores y críticos alemanes y de otros países.
Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 243
Con fetichismo narrativo quiero decir la construcción y explotación de
una narrativa diseñada, consciente o inconscientemente, para eliminar las
trazas del trauma o pérdida y que en primera instancia originaron la narrativa
y le dieron sentido. El uso de la narrativa como fetiche puede ser contrastado
con el modo muy diferente de comportamiento simbólico que Freud llamó
Trauerarbeit o ‘trabajo de duelo’. Ambos, el fetichismo narrativo y el duelo,
son respuestas a una pérdida, a un pasado que rehúsa desaparecer debido a
su impacto traumático. El trabajo de duelo es un proceso de elaboración e
integración de la realidad de una pérdida o choque traumático recordán-
dolo y repitiéndolo simbólica y dialógicamente —en dosis mediáticas—;
es un proceso de trasladar, figurar e imaginar una pérdida y, como lo hace
notar Dominick LaCapra, puede incluir “una relación entre lenguaje y
silencio que es, de alguna manera, ritualizada” (LaCapra, 1992: 108-127).
El fetichismo narrativo, por el contrario, es la forma como toda inhabili-
dad o rechazo al duelo trama los eventos traumáticos; es una estrategia de
deshacer, en fantasía, la necesidad de duelo que estimula una condición de
invulnerabilidad y sitúan, típicamente, el lugar y origen de la pérdida en
otra parte. El fetichismo narrativo lo libera a uno de la carga de tener que
reconstituir la identidad de sí mismo en condiciones ‘postraumáticas’; en
el fetichismo narrativo el post se pospone indefinidamente.
Aquí, por supuesto, se podría decir que no es realista, y que quizás
puede representar una especie de error categórico, esperar que la histo-
riografía pueda o deba desempeñar un Trauerarbeit. Los historiadores,
después de todo, pugnan por la maestría intelectual y no psíquica de los
eventos. En este contexto, recordaría la deconstrucción que hace LaCapra
(1992) de esta oposición entre la maestría intelectual y psíquica, entre
dimensiones de representación cognitivas y afectivas, aproximaciones
“científicas” y “míticas” o “ritualizadas” al pasado. Como lo sugiere la
lectura de LaCapra acerca del debate de los historiadores, se podría
argumentar que debido a los tipos e intensidades de dinámicas transfe-
renciales que genera, un evento traumático es por definición aquel que
involucra al historiador en labores de administración psíquica. Cualquier
registro histórico de tal evento incluirá, en otras palabras, implícita o
explícitamente, una explicación de lo que podría ser llamado el contexto
de supervivencia del historiador. Tal explicación contendría, de modo
Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 245
de los horrores generados por una producción anterior de identidad
nacional y cultural 8.
Quizás la caracterización más convincente de Freud sobre el trabajo
de duelo sea su discusión en Más allá del principio de placer, del juego
fort-da que él observó en el comportamiento de su nieto de año y medio
de edad. En este juego se ve que el niño sabe perfectamente del sufri-
miento por la separación de su madre y escenifica su propia actuación de
desaparición y regreso con ciertos apoyos que D.W. Winnicott llamaría
objetos transicionales. Al darse cuenta de la ausencia de su madre y,
en un sentido más general, por el despertar de su conciencia sobre un
intervalo entre él y su madre que abre toda una gama de impredecibles y
potencialmente posibilidades traicioneras, el niño restablece la apertura
de aquel abismal intervalo dentro del espacio de un ritual primitivo
controlado. El niño está traduciendo, por decirlo así, su narcisismo
fragmentado (el cual podría de otra forma imponer un riesgo psicótico
—el riesgo de desintegración sicológica—) a ritmos formalizados de
comportamiento simbólico. Gracias a este procedimiento, él es capaz
de administrar en dosis controladas la ausencia por la cual se duele. La
capacidad de dosificar y representar la ausencia por medio de figuras
sustitutivas arrancándolas de lo que podría llamarse su ‘significado
trascendental’, es lo que permite al niño evitar un colapso psicótico
y transformar su perdido sentido de omnipotencia en una forma más
elaborada de agencia. El trabajo de duelo ejercido en el juego fort-da ha
traído tanta atención en la teoría literaria y crítica reciente debido a que
despliega muy claramente la forma en que el ser humano se constituye
a sí mismo a partir de las ruinas de su propio narcisismo 9.
8 Para una discusión completa sobre los temas de duelo en la Alemania de postguerra
véanse los trabajos de Mitscherlich & Mitscherlich (1973) y Santner (1990).
9 Sin duda esta caracterización del juego fort-da es una caricatura primitiva de una
Pero tenemos derecho a suponer que [los sueños] contribuyen a otra tarea
que se debe resolver antes de que el principio del placer pueda iniciar su
imperio. Estos sueños buscan recuperar el dominio {Bewältitung} sobre
Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 247
el estímulo por medio de un desarrollo de angustia cuya omisión causó
la neurosis traumática. Nos proporcionan así una perspectiva sobre una
función del aparato anímico que, sin contradecir al principio de placer,
es, empero, independiente de él y parece más originaria que el propósito
de ganar placer y evitar displacer (Freud 1995ñ: 31).
Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 249
a la reinscripción fetichista de Hillgruber de las Wehrmacht (fuerzas
armadas) y los eventos de 1944-1945:
(1989).
Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 251
de ella —si fue o no intencional, sólo puede presumirse— ha sido lograr
que la palabra Heimat se encuentre de nuevo disponible para inversiones
libidinales en Alemania, así sea únicamente como un símbolo nostálgico
de algo perdido. Como en el caso discutido anteriormente de una fecha
en particular, la palabra Heimat viene a ser, en y durante la serie fílmica
de Reitz, un sitio de narrativas en competencia. Una palabra —se podría
decir un mitema— que ha figurado en la historia de la marginación social
y eventual destrucción de la comunidad judía europea, es, por decirlo de
alguna manera, reocupada dentro de un conjunto ideológico y narrativo
en el cual los alemanes se pueden ver a sí mismos e invertir energía emo-
cional como víctimas carentes, como los desposeídos.
Esta reocupación de Heimat adquiere aún más resonancia cuando uno
recuerda que Reitz hizo su serie como una especie de contra-película a
la producción de televisión estadounidense Holocausto. Su propio filme
tuvo el propósito, en su mayor parte, de ser una estrategia de recobrar las
memorias —y, quizás más importante, el placer en su narración— a las
cuales los alemanes han sido obligados a renunciar por la influencia de la
industria de cultura estadounidense en general y los eventos mediáticos
como Holocausto en particular. Reitz polémicamente se refiere a la estética
tipificada por Holocausto como el “verdadero terror” del siglo xx (Reitz,
1984: 141). Los alemanes, alega Reitz, han abandonado sus experiencias
y memorias únicas y con sabor regional porque han sido moralmente
aterrorizados por espectáculos como Holocausto15. El propio trabajo de
resistencia de Reitz a este ‘terror’ yace por consiguiente en el rescate de
las experiencias, la historia y las memorias locales:
Hay miles de historias entre nuestra gente que vale la pena filmar,
que se basan en experiencias irritantemente detalladas, las cuales en
apariencia no contribuyen a juzgar o explicar la historia, pero cuya
15 Para una crítica del uso de la narrativa y del placer visual en Holocausto véanse los
comentarios de Wiesel en The New York Times (16 de abril de 1978). Para una
discusión de las estéticas y políticas de la empatía —aspectos centrales en el viejo
debate expresionista (Expressionismus-Debatte)— en el contexto de la recepción del
Holocausto por parte de Alemania Occidental véase New German Critique (1980,
Winter), así como el trabajo Kaes (1989).
Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 253
bert comenta: “La casa le pertenece a él y ahora quiere venderla [...] Los
judíos ya no la tienen tan fácil”.
Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 255
sición y coherencia del tema alemán16. Críticas feministas, en particular
al sujeto patriarcal y sus varias instituciones históricas, sugieren que las
tareas que confrontan a las sociedades posholocausto en general —esto
es, sociedades que quieren trabajar sobrepasando el impacto traumático
del nazismo y la Solución Final —, incluyen un nuevo pensamiento y
una reformulación aún de las nociones de límites y fronteras, de aquel
“escudo protector” que regula el intercambio entre el interior y el exterior
de individuos y grupos. Como yo lo veo, la meta de tales formulaciones
es el desarrollo de una capacidad para constituir límites que puedan crear
un espacio dinámico de reconocimiento mutuo (entre su propio yo y otro
nativo o extranjero); en ausencia de tal capacidad parecería que uno está
condenado a erigir solamente rígidas fortificaciones que puedan asegurar
algo más que el espacio inerte de un completamente homogéneo y, en
últimas, paranoico Heimat17.
(1988).
Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 257
En un clima político y cultural en el cual la metáfora operativa ha sido
aquella de una maquinaria poderosa moviéndose inexorablemente hacia
delante —la imagen de un tren que ha salido de la estación y no puede ser
detenido o reducir la velocidad— ha llegado a dominar extraña, inexpli-
cablemente, el raciocinio público sobre la unificación. Quizás hay poca
razón para esperar que este período crucial de reconstitución nacional
pueda llegar a ser una oportunidad real para la reflexión, no únicamente
en los temas asociados con la caída del socialismo de Estado, los cuales son
en verdad formidables, sino también en un amplio rango de interrogantes
morales, políticos y psicológicos que no han cesado de surgir desde los
traumas del nazismo y la Solución Final.
Geoffrey H. Hartman
2 (N. del T.) Transliteración de la expresión hebrea contenida en el Génesis 1:2 que
en español suele traducirse como “caos y confusión y oscuridad” y más literalmente
como “desordenada y vacía” y que define el estado de la Tierra antes de que Dios
dijera “Hágase la luz”.
3 La visión análoga más cercana a la descripción de Blake del trauma aborigen puede
ser la teoría de Julia Kristeva sobre la abyección, aunque la misteriosa separación
primordial es, en Kristeva, de una naturaleza más maternal que paternal. El Urizen
de Blake realiza frente a la abyección mediante una fijación de límites de carácter
patológico, con una ordenación del mundo excluyente. Véase Kristeva (1989). El
vínculo más complejo de Lacan de lo “real” con la pérdida, el deseo y el instinto de
muerte puede cuando menos oponerse a la ecuación de Blake de Creación, pérdida
y pseudoorden.
Ii
4 “[Freud] s’attache, et sur un mode presque angoissé, à s’interroger quelle est la ren-
contre première, le réel, que nous pouvons affirmer derrière le fantasme” ([Freud]
se empeña, casi con angustia, en preguntar cuál es el primer encuentro, el real, que
podemos afirmar que está tras el fantasma). El tratamiento que hace Lacan (1987:
61-72) de ese sueño se puede ver en su Tuché and Automaton. Allí reafirma la “rea-
lidad psíquica” del sueño del padre como un “homenaje a la realidad pérdida, que
solo se puede repetir indefinidamente en un despertar indefinido que nunca llega”
[“en un indéfiniment jamais atteint réveil”] y modifica con ello el pesimismo de
Freud sobre la posibilidad de encontrar cuál es el origen de los “procesos psíquicos”
de los sueños. “Rencontre première” es, muy a menudo en Lacan, una frase plena
de significación, que evoca el concepto de la escena primaria, pero que también
subsume el interés de Freud por la explicación causal, al descubrir el acontecimiento
primigenio que disparó la conciencia psíquica en cuestión (Lacan, 1964: 42-45)
“Fantasme” es también otra palabra cargada de significación, cercana a espectro o a
una idea obsesiva. Escribe Herman Rapaport (1994) “Según Lacan, la propia idea
de añadir o inventar una nueva escena originaria [que obsesiona al psicoanálisis]
es en sí un típico deseo imposible”. Mis comentarios se han visto estimulados y
ayudados por el ensayo Traumatic Awakening de Cathy Caruth (1996: 91-112).
buzzing confusion”.
8 (N. del T.) En francés en el original: goce.
9 “[I]l est nécessaire de fonder d’abord cette répétition dans la schize même qui se
produit dans le sujet à l’endroit de la rencontre. Cette schize constitue la dimension
caractéristique de la découverte et de l’expérience analytique, qui nous fait appréhen-
der le réel, dans son incidence dialectique, comme originellement malvenu”. “L’oeil
et le regard”, traducido como “La diferencia entre el ojo y la mirada”, en (Lacan,
1964: 75-85). Aunque quepa añadir parte de la polémica contemporánea sobre el
asunto, apenas necesito añadir que esta posición no niega, más de lo que lo hace
Freud, los hechos de la realidad social; comienza con el paciente o con la persona
que ya está mentalmente agitada, y esa situación individual compleja es de la que
debe ocuparse el psicoanálisis.
10 (N. del T.) “Y Juliana viene / Y lo que yo le hago a la hierba / Ella lo hace a mis
pensamientos y a mí”.
11 (N. del T.) En latín en el original. Aunque es adjetivo en la expresión de la que
suficientemente clara. Hay una otredad que conecta con el “discours de l’Autre”
(discurso del Otro), de Lacan, con el orden simbólico, y cuyo reconocimiento
puede mezclarse con “l’autre” (el otro), es decir, con la otredad de una persona o
de una cultura diferente. Pero la otredad asociada con la “experiencia” traumática
es algo más similar a un tremendum, y el camino desde ella al reconocimiento ético
o realista es la dificultad. Hegel intenta establecer ese camino en su sección de la
Fenomenología dedicada a la relación amo-sirviente; pero en Kierkegaard, y en los
pensadores religiosos que siguen el pensamiento de Rudolf Otto, en The Holy (Lo
santo), se destaca la suspensión o la negación mítica de lo ético. Lo Santo, en resu-
men, puede ser difícil de distinguir de lo No Santo, como en el caso de las Cruzadas,
y de aquello que afecta al trauma histórico de nuestra era, el Holocausto: el mal no
en nombre del mal, sino en nombre de un nacionalismo purificador.
III
Esto nos lleva a la teoría literaria, porque la disyunción entre experi-
mentar algo (fenomenológico o empírico) y comprenderlo (dar nombres
escrupulosamente, de manera que las palabras reemplacen a las cosas o a
sus imágenes) es lo que el lenguaje figurativo expresa y explora15. La cons-
13 Por ejemplo, Susan Sontag: “Nada de lo que he visto —en fotografías o en la vida
real— me afecto jamás de modo tan agudo, profundo, instantáneo. En efecto, me
parece posible dividir mi vida en dos partes, antes de ver esas fotografías (yo tenía
doce años) y después”. Se está refiriendo a las fotografías sobre el Holocausto (Sontag,
2005: 37). Sobre la palabra “cortar”, véase mi texto Words and Wounds (Hartman,
1981: 118-57).
14 Es interesante que Andrew Marvell, en The Picture of Little T.C. in a Prospect of
H. Hartman, los capítulos Valéry (1954: 97-124) y Pure Representation (1954: 127-
55); también mi Retrospect 1971 (Hartman, 1971: xvii y ss.). Para un tratamiento
sistemático, que se concentra sobre la naturaleza visual del fantasma en su relación
con la figuración verbal, véanse los trabajos poslacanianos de Nicolas Abraham y
Maria Torok. (1976; 1978). También Rapaport, (1994). Freud (1995r: 189 y ss.)
hizo también importantes comentarios sobre la escopofilia en Tres ensayos de teoría
sexual.
16 Sobre este espacio, y su importancia para la infancia temprana, véase Winnicott
(1995). Mientras que Lacan está siempre analizando cómo un objeto ausente puede
tener presencia (en función de su misma ausencia), Winnicott analiza la imaginación
madura como una capacidad de estar presente en la presencia del otro.
17 La muy polémica cuestión de cuán creíbles puedan ser esas memorias arroja una
sombra sobre los estudios acerca del trauma, aun en esta etapa inicial. El ambivalente
giro de Freud, que pasa de diagnosticar el abuso infantil a diagnosticarlo como una
fantasía se ha reproducido de nuevo en nuestros días en la polémica acerca de las
memorias recuperadas. El abuso legal de aquellos casos que se aprovechan de nues-
tra mayor consciencia, que en el pasado se denunciaron de manera muy deficiente
ese tipo de violencia, perpetúa, en mi opinión, el abuso original. Es una violencia
cometida por el derecho que ignora, en vez de encarar, la capacidad de sugestión de
la mente humana y la dificultad de realizar una búsqueda de “lo real”, de la prueba
decisiva, sin aumentar el daño que padecen los individuos involucrados. Esperemos
que finalmente prevalezca una buena jurisprudencia en relación con este asunto.
Por el momento, es positivo recordar que, como indicaré luego con mayor detalle,
la imaginación es una facultad coercitiva y no simplemente persuasiva.
18 Véase Montgomery Hunter (1991) donde se realiza una notable descripción de lo
apropiado del ethos literario para la práctica clínica. Véase también Stanley A. Leavy
(1980), en especial el capítulo 3, en el que se discute la diferencia entre mantener
una “conversación” con un texto y hacerlo con una persona. Las memorias recupe-
radas que son falsas se implantan a menudo mediante la sugestión, mediante una
falsa conversación. Richard Weisberg (1992) pretende establecer las bases de una
“jurisprudencia [más] literaria”.
19 El ritmo, que se encarna en la métrica del verso, es como si fuera guiado por un
piloto automático, que garantiza que el poema continúe, aunque sin que el lector
sienta una voz en él. Esto último también se garantiza por las sensibles glosas escritas
en prosa que se añaden con posterioridad.
se sugiere que el “propio psicoanálisis, razonablemente, es más una teoría acerca del
conocimiento que una terapia”, crean una tipología de las formas de conocimiento
traumático.
VI
y concreto, sigue aún así moviéndose hacia un Estado final totalitario en el cual la
historia está tan profundamente interiorizada que se olvida. Básicamente, la expe-
riencia de la historia no se convierte en parte de un nosotros, sino en una materia
en la cual participamos.
28 Catherine Belsey argumenta que la historias de detectives del tipo Sherlock Holmes
pretenden “develar la magia y el misterio, hacer todo explícito, explicable, sujeto al
análisis científico” aunque puede quedar una cualidad “oscura y mágica” cuando se
trata de las mujeres. Mi argumento es que este proyecto de la Ilustración no tiene
éxito y que, por el contrario, a menudo incrementa nuestro sentido de la magia y
lo ominoso de la vida. Véase C. Belsey (1980: 111 y ss.) y G. H. Hartman. (1975:
203-22). Y ello porque el personaje literario es a menudo una tolle, lege que cautiva
tan efectivamente como una flecha de Cupido: un poema, parte de un poema o
incluso un fragmento queda investido con un aura y se convierte en una predicción
desconcertante de otro mundo.
29 Véase, por ejemplo, Winnicott, Shepherd & Davis (1989: 146-48). La medida de
del mundo real no debería negarse incluso cuando no podamos probar que tuviera
originalmente (como ‘primer’ encuentro) un efecto en la psique similar al de una
embolia en el cerebro humano. Sin embargo, ese elemento que le da origen no es ne-
cesariamente un acto perverso o violento, porque incluso en un trauma tan ‘positivo’
como enamorarse existe una cesura: una percepción intensa de lo real, por un lado, y
una devaluación o desvanecimiento de cualquier otra cosa, por otro: “I wonder by my
troth, what thou, and I / Did, till we lov’d?” (Me pregunto sorprendido, todo el tiempo,
¿qué hacíamos, / tú y yo, antes de que nos amáramos?), que es el buenos días que da
John Donne al nuevo mundo de los amantes, a sus ‘almas despiertas’. La situación se
hace todavía más compleja en la medida en que el deseo por lo real, por un contacto
con ello (“were we not wean’d till then?”; “¿acaso éramos algo hasta ese momento”),
contribuye de hecho a encuentros cercanos de tipo traumático. Tentamos al destino.
Lo que queda suficientemente claro es que el ideal de la integración psíquica, como
en la psicología del yo (la bête noire de Lacan) tendrá que modificarse. No podemos
‘dominar’ el trauma: yace fuera o paralelo al yo ‘integrado’. Cualquier accidente (cual-
quier suceso fortuito y no únicamente el daño físico grave) se puede agrandar hasta
convertirse en una fatalidad psíquica mediante la “acción diferida”: pensemos en los
incidentes casuales, pasados por alto, que caracterizan las historias de Gabriel García
Márquez, y que acaban constituyendo, sin embargo, incidentes fatales.
VIII
[…] siempre hay alguna dificultad para autopresentarse en nosotros […] y, por lo
tanto, estamos obligados a volver una y otra vez a alguna forma de «representación»”
(Hartman, 1975: 74).
IX
de descripción separado del objeto del lenguaje) en la crítica literaria. Mientras que
la situación en los estudios literarios no es la misma que en la medicina, resulta muy
sugerente leer el capítulo de Montgomery Hunter (1991: 123-47) titulado Narrative
Incommensurability.
41 (N. del T.) El midrash es una técnica exegética de interpretación rabínica que busca
irreductible.
48 (N. del T.) Excesiva fijación en los detalles superficiales de la realidad, como prestar
atención a un pequeño punto negro en un gran lienzo blanco.
49 Subrayo la representación del trauma infantil, pero cuando Wordsworth describe la
traición política hay que decir que de lo que sufre es de un trauma adulto. Cuando
Gran Bretaña le declaró la guerra a Francia en 1793, o cuando aceptó la Convención
de Cintra en 1808, emergió una imaginería que, aunque no es totalmente diferente
de la que se encuentra en los “puntos del tiempo”, se diferencia claramente de ella.
Cito el párrafo inicial del panfleto del poeta Concerning the Convention of Cintra:
“A pesar de ello, el hecho [de la Convención] no fue recibido por nadie como una
desgracia clara y mensurable: si bien tenía características definidas e inteligibles
para todo el mundo, también era una expresión subyacente extraña, oscura y mis-
teriosa, y […] estábamos anonadados como hombres que se ven superados por las
circunstancias sin aviso alguno. Temerosos como hombres que se sentían impotentes
e indignados, y furiosos como hombres que han sido traicionados”.
50 (N. del T.) Plural de la palabra griega omphalo, literalmente ombligo, pero tam-
bién, por extensión “todo lo que es centro”. En este último sentido se utiliza en el
texto.
51 Atisbamos aquí una diferencia entre Wordsworth y Coleridge. Para Coleridge,
53 Véase el Libro 11 de los Seminarios de Lacan (1987). Aquí no hago una exposición
fiel, sino una libre interpretación del comentario de Lacan sobre el sueño del niño
que se quema.
54 Una de las cuestiones que sigue sin resolverse es si el mismo Freud o la propia
Lacan.
57 (N. de E.) Referencias directas al poema de John Keats, Sleep and Poetry (1816).
58 (N. del T.) En latín en el original: en otro género.
59 En mi The Fate of Reading (Hartman, 1975: 126 & ss.) describí que la retórica en
60 Para una consideración del oído como órgano físico, véase mi Words and Wounds
(Hartman, 1981).
61 Incluso aquí Milton continúa sugiriéndonos una tipología figurativa, que le daba
Cathy Caruth
geschaffen”.
7 Dentro de los más interesantes intentos por lidiar con la condición política de
8 Es interesante notar que este futuro también puede ser pensado en términos de
la divina promesa de la “tierra prometida”, y, por lo tanto, pudo ser entendida en
términos de un futuro orientado a la temporalidad de la promesa.
9 Véase Edwin R. Wallace (1977). Existe una larga historia de interpretaciones psicoa-
nalíticas de los escritos de Freud en el Moisés. Dentro de las más interesantes están el
de Marthe Robert (1974), publicado en inglés como From Oedipus to Moses: Freud’s
Jewish Identity (1977), y el de Marie Balmary (1982). Una reseña y una crítica de
la tradición del psicoanálisis aplicado en este contexto la podemos encontrar en el
excelente estudio de Yosef Hayim Yerushalmi (1991).
10 Hay, por supuesto, excepciones a esta interpretación estándar. Dentro de ellas está
11 También es interesante que los dos vehículos, que vienen juntos, parecen recordar
los dos hombres llamados Moisés y las dos personas que venían juntas, en una
reunión fallida, en Qadesh. Freud describe este evento también como una especie
de desfase: “Yo creo que se tiene derecho a volver a separar entre sí ambas personas
y a suponer que el Moisés egipcio nunca estuvo en Qadesh ni oyó jamás el nombre
de Yahvé, así como el Moisés madianita nunca puso el pie en Egipto ni supo nada
de Atón. Con el fin de soldar ambas personas, la tradición o la formación de saga
se vio ante la tarea de llevar hasta Madián al Moisés egipcio y ya sabemos que sobre
esto circulaba más de una explicación” (Freud, 1995j: 40). El significado de Moisés
y el monoteísmo como la renovación de algunos de los primeros pensamientos de
Freud sobre el trauma es indicado por el uso de la figura de “período de incubación”
para describir la latencia traumática; Freud había usado esta figura en su temprano
escrito Estudios sobre la histeria en 1895.
12 (N. de E.) Freud desarrolla este argumento en Tótem y Tabú, publicado en 1913.
13 Es importante notar que para Freud esto no implica la necesidad de algún tipo de
persecución; mientras él insistía en lo que parece una especie de universalidad del
trauma, no sugería que la respuesta al trauma debía ser necesariamente el maltrato
del otro. De hecho, distinguía el odio cristiano hacia los judíos del de la persecución
nazi. Describía al primero como determinado por una estructura edípica, mientras
que del otro decía que “uno no debería olvidar que todos estos pueblos que hoy se
precian de odiar a los judíos sólo se hicieron cristianos tardíamente en la historia,
a menudo forzados a ello por una sangrienta compulsión. Uno podría decir que
todos son «falsos conversos», y bajo un delgado barniz de cristianismo han seguido
siendo lo que sus antepasados eran, esos antepasados suyos que rendían tributo a
un politeísmo bárbaro. No han superado su inquina contra la religión nueva que
les fue impuesta, pero la desplazaron a la fuente desde la cual el cristianismo llegó a
ellos […] Su odio a los judíos es, en el fondo, odio a los cristianos; no cabe asom-
En realidad fue escrito dos veces. Primero hace algunos años en Viena,
donde yo no creía en la posibilidad de publicarlo. Me resolví a dejarlo estar;
pero me martirizaba como un espíritu no apaciguado, y hallé la escapatoria
de volver independientes dos fragmentos de él […] Sobrevino entonces,
en marzo de 1938, la inesperada invasión alemana; me compelió a aban-
Ahora, por fuerza, caemos en la cuenta de que [es muss uns auffalen], a pesar
de la diversidad fundamental, entre ambos casos [Fälle] —el problema de la
neurosis traumática y el del monoteísmo judío— hay empero coincidencia
en un punto, a saber: en el carácter que se podría llamar latencia. En efecto,
de acuerdo con nuestro certificado supuesto hay en la historia de la religión
judía una larga época, tras la apostasía de la religión de Moisés, en que no
se registra nada de la idea monoteísta15.
Entre el Unfall, el accidente, y la sacudida de la reflexión, su auffallen,
está la fuerza de una caída, una caída que se transmite precisamente en
el inconsciente acto de partida. Es esta inconsciencia de la partida lo que
soporta el impacto de la historia. Y es, del mismo modo, primero que todo,
lo inconsciente de la referencia de Freud a su partida, en su propio texto,
donde, sugeriría, tenemos el inicial acceso a su verdad histórica.
Sin embargo, el impacto completo de esta historia ocurre para nosotros
en otro aspecto del acto de partida, en lo que Freud llama “libertad”. En
“Resumen y recapitulación” dice: “Me compelió a abandonar la patria,
15 (Freud, 1995j: 65) Lo que aquí se traduce como “ahora, por fuerza, caemos en la
cuenta de que” es nachträglich en alemán, la palabra que usa Freud para describir
“acción diferida” o un significado retroactivo de los eventos traumáticos en la vida
psíquica; aquí nachträglich es una visión teorética de Freud, la cual también parti-
cipa en la estructura traumática que aparece en los primeros escritos de Freud, que
podemos encontrar en Cynthia Chase (1986) y en el aparte Sexualidad y el orden
vital de Jean Laplanche (1973).
Partir del hogar para Freud es también una clase de libertad, la de sacar
adelante su libro en Inglaterra, esto es, la de llevar su voz a otro lugar. El
significado de este acto es sugerido en una carta que resuena con esas líneas
del “Resumen y recapitulación”, escrita por Freud a su hijo Ernst en mayo
de 1938, mientras el autor esperaba los últimos arreglos para poder dejar
Viena: “Dos prospectos me mantienen trabajando en estos tiempos crueles:
volver a juntarme con todos ustedes y morir en libertad”16.
La libertad de Freud de irse es, paradójicamente, la libertad no de vivir
pero de morir: traer su voz a otros al morir. Es decir, la voz de Freud emerge
como una partida17. Y es esta partida la que, además, nos interpela.
En las líneas que él escribió a su hijo, las últimas cuatro palabras —“y
morir en libertad”—, contrario al resto de la frase, no están escritas en
alemán, sino en inglés. El anuncio de su libertad y de su muerte se da en
un lenguaje que puede ser escuchado por aquellos a quienes, en el nuevo
lugar, él trae su voz, sobre los cuales el legado del psicoanálisis es conce-
dido. Sin embargo, es significativo que este mensaje esté transmitido no
sólo en el nuevo lenguaje, sino precisamente en el movimiento entre el
alemán y el inglés, entre los lenguajes de los lectores de su patria y de su
partida. Quisiera sugerir que es aquí, en el movimiento entre el alemán
y el inglés, en la reescritura de la partida dentro de los lenguajes en el
texto de Freud, donde nosotros participamos plenamente en la reflexión
central de Moisés y el monoteísmo: que la historia, como el trauma, nunca
es simplemente propia, que ella es, en esencia, la manera en la que estamos
Ruth Leys
2 Para un desarrollo mayor, véase Paul de Man (1979; 1984 & 1990). Véase también
Hamacher, Hertz & Keenan (1989).
el Holocausto” (201) y caracteriza nuestro siglo como “un siglo postraumático” (1),
una idea que inspira a Caruth cuando se refiere a nuestra época como “catastrófica”
(Caruth, 1995: 11).
8 (N. de E.) Bessel van der Kolk es un psiquiatra clínico, profesor de psiquiatría en la
Facultad de Medicina de la Universidad de Boston. Autor de un centenar de artículos
científicos y coautor con Alexander McFarlane y Lars Weisath de Traumatic Stress:
The Effects of Overwhelming Experience on Mind, Body and Society (1996).
9 Véase la crítica de Freud sobre el modelo inflamatorio del trauma en Freud & Breuer
(1995: 290).
11 (N. de E.) Leys desarrolla esta crítica en el capítulo vii, “The Science of the literal:
The neurobiology of Trauma”, de su libro Trauma: A Genealogy (2000: 229-265).
12 Pero los autores también se preocupan por destacar los cambios posteriores en el
Caruth omite dos frases en esta cita. Deja por fuera la frase con la que
comienza el pasaje, en la que Freud declara que “El siguiente ejemplo a
que acudimos tiene, aparentemente, todavía menos en común con nuestro
problema” (Freud, 1995j: 65). Y también omite una frase que en el original
ocupa el lugar indicado por la elipsis de Caruth y que dice: “Ahora, por
fuerza, caemos en la cuenta de que, a pesar de la diversidad fundamental,
entre ambos casos —el problema de la neurosis traumática y el del mo-
noteísmo judío— hay empero coincidencia en un punto” (Freud, 1995j:
65), es decir, la correspondencia en relación con la latencia. Esta última
frase anticipa el argumento que Freud realizará después, en la siguiente
sección, donde dirá que “la única analogía satisfactoria con el curioso
16 Véase especialmente Felman & Laub (1992: 22), donde Felman cita a Caruth.
17 Caruth convierte en tema de estudio el famoso relato de Freud sobre el juego fort-da
del niño en Más allá del principio del placer en los mismos términos, es decir, como
“un juego que, en última e inexplicable instancia, es simplemente un juego de apar-
tamiento” (1996: 66). Sobre esta base, la autora trata ese juego como anticipatorio
o generador del concepto de trauma como “partida”, que ve actuando en Moisés y
el monoteísmo. De esta forma, la autora desplaza el significado de la partida de la
madre en la partida o diferencia inherente en el juego mismo, lo que equivale a decir
que lo desplaza a la diferencia interna, es decir a la diferencia interna que hace que
el trauma siempre conlleve una “idea de historia que va más allá de los límites del
individuo” (1996: 66). Para una interpretación diferente del juego fort-da —que
lo entiende como un juego en el que interviene la mimética de una identificación
incorporativa que es indiferente al aspecto del placer y del dolor porque está “más
allá” del principio del placer y “antes” que el displacer— véase Borch-Jacobsen
(1988: 32-34) [(N. de E.) Véase también el ensayo Freud y el trauma que se incluye
en esta edición].
completo, está todavía presente de algún modo y en alguna parte, sólo que sote-
rrado, inasequible al individuo. Como es sabido, es lícito poner en duda que una
formación psíquica cualquiera pueda sufrir realmente una destrucción total”. Freud
amplia su argumento a los alucinados psicóticos que, como los histéricos, también
sufren de “sus propias reminiscencias”. Sin embargo, añade: “Tampoco en aquella
época esa breve fórmula pretendía poner en tela de juicio la complicada causación
de la enfermedad, ni excluir el efecto de tantísimos otros factores” (1995j: 270). Es
más, debido a la complejidad de las estructuras psíquicas, para Freud la cuestión
de la verdad empírica de este “de algún modo y en alguna parte” se suspende para
intentar descubrir la “verdad psíquica” del paciente.
20 Esta es la propuesta de Borch-Jacobsen quien, sobre la base de una interpretación
21 Felman (1993: 16) cita el artículo No por fuera del rango: una perspectiva feminista
del trauma de la psicóloga clínica Laura Brown, incluido en esta antología.
En realidad fue escrito dos veces. Primero hace algunos años en Viena,
donde yo no creía en la posibilidad de publicarlo. Me resolví a dejarlo estar;
pero me martirizaba como un espíritu no apaciguado, y hallé la escapatoria
de volver independientes dos fragmentos de él […] Sobrevino entonces,
en marzo de 1938, la inesperada invasión alemana; me compelió a aban-
donar la patria, pero también me libró del cuidado de que su publicación
le valiera al psicoanálisis una prohibición allí donde era tolerado. Apenas
llegado a Inglaterra, hallé irresistible la tentación de poner al alcance de
mis contemporáneos mi guardado saber […] No pude resolverme a re-
nunciar por completo a las anteriores, y así di en el compromiso de añadir
todo un fragmento de la primera exposición intacta, a la segunda, lo que
aparejaba justamente la desventaja de unas extensas repeticiones (Moisés
y el monoteísmo de Freud, citado en Caruth, 1996: 19-20).24.
Caruth no omite nada importante en este pasaje, pero de conformidad
con la teoría performativa afirma simplemente que “a pesar de la tentación
de dar un significado referencial inmediato al trauma de Freud en la invasión
alemana y la persecución nazi, no es precisamente la referencia directa a la
invasión alemana, de hecho, la que puede decirse que identifica el trauma
en el pasaje de Freud” (Caruth, 1996: 20). Ello se debe a que:
25 Caruth (1996: 121) no niega que el enfoque histórico de Freud merece la pena
seguirse, pero señala que ese no es su proyecto.
La parábola de la herida
Estoy ya cerca del final de mi análisis, pero antes de parar quisiera
comentar una parte de Unclaimed Experience que ejemplifica a la per-
fección los peligros que tiene el enfoque del trauma que hace Caruth.
El momento ocurre justo al principio de su libro, cuando discute la
parábola, o moral, involucrada en uno de los ejemplos que Freud usa
para ejemplificar la compulsión a la repetición. En la tercera sección de
Más allá del principio del placer, Freud recurre a la literatura con el fin de
ilustrar la existencia en las personas normales, y no sólo en los neuróticos,
de una compulsión “demoniaca” que se va a repetir. Esta compulsión
parece estar “más allá” del principio del placer, lo cual le obliga a una
revisión radical de su teoría de la economía psíquica. Lo que le interesa
en especial a Freud en el texto escogido es que parece demostrar una
“recurrencia perpetua de la misma cosa” que no está relacionada con el
comportamiento activo por parte de la persona afectada, sino con una
experiencia pasiva sobre la cual el sujeto “no tiene ninguna influencia,
sino que enfrenta con una repetición de la misma fatalidad”. En la enun-
ciación condensada de Freud:
La figuración poética más tocante de un destino fatal como este nos la
ofreció Tasso en su epopeya romántica, la Jerusalén libertada. El héroe,
Tancredo, dio muerte sin saberlo a su amada Clorinda cuando lo desafió
revestida con la armadura de un caballero enemigo. Ya sepultada, Tancredo
se interna en un en un ominoso bosque encantado, que aterroriza al ejército
de los cruzados. Ahí hiende un alto árbol con su espada, pero de la herida
del árbol mana sangre, y la voz de Clorinda, cuya alma estaba aprisionada
en él, le reprocha que haya vuelto a herir a la amada (Freud, 1995ñ: 22).
Memorias colectivas
a
El pasado en el presente1.
cultura y la transmisión de la memoria
Ron Eyerman
Trauma cultural
En el ensayo de Jeffrey Alexander y Neil Smelser que abre la colección
de ensayos recogidos en el libro Cultural Trauma and Collective Identity
(2004) se puede encontrar un elaborado estudio sobre el trauma cultural
como marco teórico para la comprensión del desarrollo de la identidad
colectiva. Aquí ofrezco sólo un breve resumen en tanto concierne a la
problemática que he escogido. Al igual que pasa con la memoria, la idea
de trauma —la respuesta emocional profundamente sentida frente a algún
suceso— tiene connotaciones individuales y colectivas. Alexander (2004)
y los autores que lo acompañan hablan de existencia de trauma cultural:
Cuando los miembros de una colectividad sienten que han estado someti-
dos a un evento terrible que deja huellas indelebles en su conciencia como
grupo, que se refleja en sus memorias para siempre y cambia su identidad
futura en formas irrevocables y fundamentales.
6 Susan Sontag (2003: 100) nos proporciona un análisis elocuente del papel que
tienen las imágenes, especialmente las fotográficas, en el despertar los sentimientos
y afectación la memoria. Escribe lo siguiente: “Quizá se le atribuye demasiado
valor a la memoria y no el suficiente a la reflexión […] La historia ofrece señales
contradictorias acerca del valor de la memoria en el curso mucho más largo de la
historia colectiva. Y es que simplemente hay demasiada injusticia en el mundo. Y
recordar demasiado […] nos amarga. Hacer la paz es olvidar. Para la reconciliación,
es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada”(2003: 115). En este nuevo
libro, critica también su obra previa Sobre la fotografía (original 1997; publicado en
español en 2005), por algunas de las afirmaciones que se hacen allí sobre los efectos
de la imagen en la memoria y la emoción.
7 James Wertsch (2002: 55 & ss.) analiza el papel y el lugar de la narrativa en relación
con la memoria individual y colectiva. Para él, las narrativas son parte de un “con-
junto de herramientas”, necesario y siempre presente, que los humanos usan para
darle sentido a sí mismos y a su historia. Presenta la idea concreta de que aunque
las narrativas puedan ser universales, son al mismo tiempo particulares, y están
arraigadas en “los contextos particulares culturales, históricos e institucionales en
los cuales vivimos” (2002: 57). Wertsch realiza también una útil distinción entre las
funciones referenciales y dialógicas de las narrativas. En las primeras, las narrativas
hacen referencia a acontecimientos reales o de ficción, mientras que las segundas
se refieren a otras narrativas. En términos de distinciones útiles, Jan-Werner Muller
(2002: 3) diferencia entre memoria nacional o colectiva y memoria individual de
masas, en la que “la última se refiere a la rememorización de acontecimientos que
los individuos vivieron realmente” y la primera “establece un marco social mediante
el cual los individuos con conciencia nacional puede organizar su historia”.
8 Soy consciente de que Foucault (1990) cambió su posición con respecto al poder
del discurso para imponerse socialmente (véase, por ejemplo, J. Goldstein [1994]
para un debate sobre el tema) y de la diferencia entre el análisis arqueológico y ge-
nealógico en su metodología (Dreyfus & Rabinow, 1982: 104 & ss.). Este cambio
se discute también en Misztal (2003).
9 Las narrativas contienen finales al lado de los comienzos y este marco puede afectar
también a la selección y la interpretación de los acontecimientos que se incluyen en
el argumento del relato. Para un análisis profundo de este aspecto, véase Wertsch
(2002: 57 & ss.) que también estudia las narrativas trágica y progresiva.
10 Muller (200: 13) analiza el papel de la memoria en la construcción nacional y aplica
Conclusión
La finalidad de este ensayo ha sido esbozar una teoría del trauma cultural
con referencia al significado y al lugar de la esclavitud en la formación
de la identidad afroamericana. El énfasis en la representación no ha pre-
tendido relegar o minusvalorar el verdadero sufrimiento o los costos que
la esclavitud impuso. En este estudio he vinculado la identidad colectiva
a la memoria colectiva, y he considerado la memoria como una práctica
significativa y un hito de la identidad de grupo. La noción de ser ‘afro-
americano’ emergió como parte de los esfuerzos de una generación de
intelectuales negros por comprender y asimilar el rechazo de la sociedad
Todo ello creo otra manifestación de crisis: una lucha interna por
‘definir’ la situación y manejarla conforme a esa definición. Sin embar-
go, ello no significaba necesariamente que la narrativa progresiva fuera
‘falsa’ o equivocada, como si fuera el recuerdo de un psicólogo social
que se pudiera cuestionar al referirse a los documentos históricos. Los
marcos de significado e interpretación no se pueden calificar como
falsos y rechazarse así, fácilmente. Funcionan más como presuposicio-
nes metateóricas que hacen posible la generalización y la comprensión
transituacional. En ese orden de ideas, y en el ejemplo actual, esos mar-
cos, de manera similar a las categorías kantianas, permiten pensar lo
colectivo. No obstante, hay un cierto nivel de pragmatismo en ello, en
el sentido de que ambos marcos narrativos implican formas de práctica,
tanto a largo como a corto plazo. La narrativa progresiva implicaba
una estrategia a largo plazo de integración que buscaba superar la
marginalización social. La narrativa redentora, por otro lado, y sobre
todo como se articuló por el joven Malcom X en su polémica contra el
sueño imposible de la integración, reivindicaba una estrategia de retiro
y separación. Dentro de este modo pragmático podría también haber
una dimensión temporal implícita: cuánto más se tendría que esperar
para ver quién tenía la razón. Una de las frases más famosas usadas por
Martin Luther King, Jr. en sus sermones era simplemente: “¿Cuánto
tiempo?”. Mientras que para King era un grito de protesta de la narrativa
progresiva, al menos al principio, para Malcom X, la respuesta ya venía
dada por la premisa: “¡Ni un minuto más!”.
13 Es pertinente en este punto la distinción que realiza Muller (2002), es decir, la que
diferencia entre memoria individual y nacional y el uso de cada una de ellas por
“los individuos en los procesos de reflexión política y de adopción de decisiones”.
También es relevante su estudio de la “individualización” de la historia en Alemania
tras las repercusiones que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.
14 Sobre el papel y el significado de ‘crisis’, véase Habermas (1975) y John Keane (citado
en Mulle, 2002), para quien los “periodos de crisis […] despiertan la conciencia
acerca de la importancia política primordial que tiene el pasado para el presente.
Como regla, las crisis son momentos durante los cuales los vivos pelean por los
corazones, las mentes y las almas de los muertos”.
James E. Young
Introducción
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 375
también la noción de la conmemoración como un espacio interior. No me
estoy refiriendo a su obra conjunta con Esther Shalev-Gerz, monumento
evanescente en Hamburgo sobre el cual discutiré más adelante, sino a su
monumento invisible, recientemente dedicado en Saarbrücken, el cual
lleva a la idea del contramonumento en nuevas direcciones3. Celebrado
por su participación en el monumento en reprobación del fascismo en
1991, Gerz fue invitado como profesor a la Escuela de Bellas Artes de
Saarbrücken. En un taller destinado a los monumentos conceptuales, invitó
a sus alumnos a participar en un proyecto-memoria clandestino, un tipo
conmemorativo de acción de guerrilla. La clase manifestó su acuerdo de
manera entusiasta, juró mantenerlo en secreto y escuchó atentamente a
Gerz mientras describía su plan: a la sombra de la noche, ocho estudiantes
se adentrarían sigilosamente en la gran plaza adoquinada, en dirección
de Saarbrücken Schloss, el antiguo castillo hogar de la Gestapo durante
el imperio de Hitler. Los estudiantes llevarían bolsas de libros cargadas
con adoquines removidos de otras partes de la ciudad y se dispersarían
por la plaza; se sentarían en parejas, beberían cerveza y gritarían con voces
estridentes como si estuvieran de fiesta. Mientras tanto, furtivamente,
extraerían cerca de setenta adoquines de la plaza y los reemplazarían con
los de tamaño similar que habían traído, cada uno con una lima incrustada
por debajo para, más tarde, poderlos ubicar con un detector de metales.
A los pocos días, esa parte de la misión de conmemoración se realizó tal
y como fue planeada.
Mientras tanto, otros miembros de la clase fueron asignados para inves-
tigar los nombres y las ubicaciones de cada cementerio judío en Alemania,
cerca de dos mil de ellos ahora abandonados o desaparecidos. Cuando
sus compañeros regresaron de la toma de cerveza con sus pesadas bolsas
llenas de adoquines, todo estaba listo para grabar sobre cada uno de los
adoquines los nombres de los cementerios judíos desaparecidos. La noche
después de que terminaron, las guerrillas de la memoria devolvieron las
piedras a sus lugares originales, cada una grabada y fechada. Pero, en un
giro totalmente consistente con el contramonumento de Gerz, las piedras
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 377
Jochen Gerz and Esther Shalev-Gerz,
Monument against Fascism.
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 379
y otros más, la masacre. Todos reflejan tanto las experiencias del pasado y
la vida contemporánea de sus comunidades, como la memoria del Estado
sobre sí mismo. En un contexto mucho más específico, estos monumentos
también reflejan el temperamento de la memoria en la época del artista,
su lugar en el discurso estético, sus medios y sus materiales.
La memoria nunca se hace en el vacío, sus motivos nunca son puros. Las
razones proporcionadas para los monumentos del Holocausto y la clase de
memoria que ellos generan son tan variadas como los sitios. Algunos se
construyen en respuesta a mandatos tradicionales judíos, y otros de acuerdo
con las necesidades de un gobierno de explicar el pasado de una nación a
sí misma. Mientras que el objetivo de algunos monumentos es educar a la
siguiente generación e inculcar en ella un sentido de experiencia y destino
compartido, otros son concebidos como expiaciones de culpa o como un
autoengrandecimiento. Algunos son pensados para atraer turistas.
Además de la iconografía judía tradicional, cada Estado tiene sus
propias formas de remembranza institucional. Como resultado, los mo-
numentos del Holocausto mezclan inevitablemente figuras nacionales
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 381
do son tercamente resistentes a las intenciones originales del Estado. En
algunos casos, los monumentos creados en la imagen de los ideales de
un Estado realmente dan vuelta para volver a fundir estos ideales en la
propia imagen del monumento. Las nuevas generaciones visitan los mo-
numentos en otras circunstancias y les invisten con nuevos significados.
El resultado es una evolución en el significado del monumento, generado
en los nuevos tiempos y en la compañía en la que éste se encuentra.
De hecho, en el transcurso del último siglo la idea del monumento-
conmemorativo y su lugar en la cultura moderna ha generado tanta
disensión como unidad. En verdad la suposición tradicional de la
eternidad del monumento casi lo ha relegado como una forma al mar-
gen del discurso moderno. Una vez se reconoció que los monumentos
necesariamente mediaban la memoria, incluso al buscar inspirarla, ellos
llegaron a ser considerados como desplazamientos de la memoria que
supuestamente deberían encarnar. Aún peor, al insistir que su memoria
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 383
Recientemente el historiador alemán Martin Broszat, en sus referencias
a la era fascista, ha sugerido que los monumentos tal vez no recuerdan
los eventos sino que los entierran todos juntos bajo las capas de mitos
y explicaciones nacionales4. En esta perspectiva, en tanto reificaciones
o cosificaciones culturales, los monumentos reducen o, en las palabras
de Broszat, “vuelven ordinaria” la comprensión histórica tanto como la
producen. En otra perspectiva, la historiadora del arte Rosalind Krauss
(1996: 288) encuentra que el período modernista produce monumentos
imposibles de referir más que a sí mismos como una marca pura o base.
Inspirándonos en Krauss podemos preguntar, de hecho, si un monumento
abstracto o autorreferencial podrá conmemorar eventos por fuera de sí
mismo. ¿O deberá siempre aludir interminablemente a su propio gesto
al pasado, una conmemoración de su esencia como un signo dislocado,
tratando de recordar por siempre eventos que él realmente nunca co-
noció?
Otros autores han argumentado que, más que personificar la memo-
ria, el monumento la desplaza, y suplanta el trabajo de memoria de una
comunidad con su propia forma material. “La memoria se experimenta
menos desde el interior”, nos advierte Pierre Nora (2008: 26), “cuanto
menos se vive la memoria desde lo interno, más necesita soportes externos
y referencias tangibles de una existencia que solo vive a través de ellos”. Si
el anverso de esto es también verdad, entonces quizás entre más memoria
venga a descansar en sus formas exteriorizadas, menos se experimenta
internamente. En esta era de producción y consumo de memoria en masa,
la memorialización del pasado, su contemplación y estudio parecen estar
4 Para una completa discusión de los comentarios de Broszat véanse la serie de cartas
dirigidas por él a Saul Friedländer y las excelentes respuestas que éste escribió y que
fueron publicadas por primera vez en 1988 en Vierteljahreshefte für Zeitgeschichte
36. Posteriormente, las cartas fueron traducidas del alemán al inglés y publicadas
en ese mismo año en Yad Vashem Studies 19, y reimpresas en New German Critique
44 (1988: 85-126). El intercambio entre Broszat y Friedländer fue inicialmente
producido por la respuesta de Friedländer al artículo de Broszat, Plädoyer für cine
Historisierung des Nationalsozialismus (Súplica por una historización del socialismo
nacional), publicada en Merkur 39 (1985: 373-385). La referencia que Broszat
hizo de los monumentos aparece en sus comentarios sobre “memoria mítica”, que
distingue de la “reflexión científica” (Broszat & Friedländer, 1988: 90-91).
Pero esta formulación puede estar olvidando una de las funciones básicas
de todo el ‘arte público’: la creación de espacios compartidos que podrían
prestarle un marco espacial común a lo que de otro modo son experiencias
y comprensiones dispares. En lugar de presumir un conjunto de ideales
en común, el monumento público intenta crear un ideal arquitectónico
por el cual, incluso memorias antagónicas o en conflicto, puedan hallar
un modo de figuración. Según esta consideración, la observación de Neff
podría ser modificada: en la ausencia de creencias compartidas o intereses
compartidos, el arte en espacios públicos puede forzar a un pueblo frag-
mentado a encuadrar diversos valores e ideales en espacios comunes. Al
crear espacios comunes para la memoria, los monumentos propagan la
ilusión de una memoria común.
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 385
recordar sus memorias. Es decir, tanto las razones para la memoria y las
formas que la memoria toma son siempre socialmente demandadas, parte
de un sistema socializante por el cual los miembros-ciudadanos ganan his-
toria en común a través de las recuerdos indirectos de las experiencias de
sus antepasados. Si parte del objetivo del Estado, por lo tanto, es crear un
sentido de ideales y valores compartidos, entonces también sería el objetivo
del Estado crear un sentido de memoria en común, como fundación de una
ciudad estado unificada. Los monumentos públicos, los días nacionales
de conmemoración, y los calendarios compartidos trabajan para crear una
locación en común alrededor de la cual la identidad nacional se forja.
En la medida en que todas las sociedades dependen de la suposición
de compartir experiencia y memoria para formar la base de sus relacio-
nes comunes, las instituciones de una sociedad están automáticamente
designadas para la creación de una memoria compartida o al menos de la
ilusión de ella. Al crear la sensación de un pasado compartido, tales insti-
tuciones, como por ejemplo los días de conmemoración nacional, albergan
el sentido de un presente y un futuro común, e incluso el sentido de un
destino nacional compartido. De esta manera, los monumentos proveen,
a los sitios donde los grupos de personas se reúnen para crear un pasado en
común para sí mismos, lugares donde se cuentan narrativas constitutivas,
sus historias ‘compartidas’ del pasado. Estos se convierten en comunidades
precisamente por haber compartido (aunque sea sólo por referencia) las
experiencias de sus vecinos. Hasta cierto punto, incluso, es la actividad
de recordar juntos lo que se convierte en la memoria compartida; una
vez ritualizada, esa recordación conjunta se transforma en un evento en
sí mismo para compartir y evocar.
En adición al contexto nacional, el medio ambiento topográfico de un
monumento también trabaja para generar un significado muy específico
en la memoria. Porque un monumento necesariamente transforma lo
que de otro modo es un sitio benigno en parte de su contenido, incluso
a medida que es absorbido dentro del sitio y hace parte de una localidad
más amplia. De esta manera, un monumento se convierte en un punto de
referencia entre otras partes del paisaje, un nodo entre otros dentro de una
matriz topográfica que orienta al que recuerda y que crea un significado
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 387
George Segal turned
automatically to the
plaster-white figures of
his earlier work, using
an Israeli survivor as his
388 primary model. Parte IV. Memorias colectivas
gina ampliada de su diario. En lugar de segmentar estas fotografías, ellos
las dejaron intactas en dos series de tres pares, lado a lado, luciendo casi
como gemelas. La página del Diario, la última, está fechada y recuerda las
fechas de una tumba, su epitafio autoinscrito.
Como lo había hecho de manera efectiva con los íconos de grandes
negocios, Hans Haacke revivió un monumento nazi en Graz, Austria,
con el objetivo de recordar a todos la complicidad pasada del lugar. En
Bezugspunkte 38/88 (Puntos de referencia 38/88), una instalación en
toda la ciudad, el artista duplicó la cobertura con banderas engalanadas
de esvásticas que los nazis hicieron del santo patrono del pueblo con el
objetivo de volver la imagen del nazismo en contra de sí misma5. El punto
de referencia de Haacke fue devuelto cuando los neonazis incendiaron el
monumento, acto que el artista incorporó en el texto del mismo al añadir la
inscripción: “En la noche del 9 de noviembre de 1938, todas las sinagogas
en Austria fueron saqueadas, destruidas e incendiadas. Durante el 2 de
noviembre de 1988, este monumento fue destruido por una bomba”6.
En un trabajo titulado Altar al colegio Chajes, Christian Boltanski ha
extendido sus obras anteriores: mezcló fotografías borrosas, bombillos y
cables para recordar un día de escuela judío, los instrumentos de la me-
moria y la dificultad resultante de la memoria. El cubo negro creado por
Sol LeWitt, puesto en la plaza de un antiguo palacio en Munster, recuerda
tanto a los judíos ausentes de Munster como a la propia forma geométrica
(antes de que el monumento fuese desmantelado por las autoridades del
pueblo y luego reconstruido en Hamburgo, Altona).
Cuando fue comisionado para crear un monumento en San Francisco,
George Segal volvió automáticamente a las figuras blancas de yeso de sus
primeras obras y usó un sobreviviente israelí como su principal modelo. De
hecho, como Albert Elsen nos lo recuerda, para muchos artistas contem-
poráneos serán las necesidades del arte, no las del público o la memoria,
las que vengan primero (Elsen, 1989, Winter: 291-297; 1985)7.
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 389
Al mismo tiempo, una nueva generación de artistas en Alemania ha
comenzado a preguntarse si el monumento en sí mismo es más un impe-
dimento que una incitación a la memoria pública. Certeros de su deber
ético de recordar, pero escépticos estéticamente de las suposiciones que
sostienen formas tradicionales de monumentos, los artistas y creadores
contemporáneos de monumentos en Alemania están probando los límites
tanto de sus medios artísticos como de la misma noción de monumento. En
verdad, para muchos de ellos, los monumentos al Holocausto personifican
el dilema alemán de la conmemoración: ¿cómo un país como Alemania
construye un Estado nuevo y justo sobre la memoria de sus terribles crí-
menes? ¿Cómo una nación recuerda lo que, mejor, debe olvidar?
monumento al Holocausto del artista del video Nam June Paik. ¿Sería un video
continuo, mostrando una y otra vez imágenes de un campo de concentración o de
un sitio de deportación? o ¿ haría él un monumento multipropósito, un pedazo de
mármol, con un recuadro con un monitor de video que presentara la secuencia de
conmemoración que queramos insertar? Dependiendo del día y la locación, esta
piedra y video podría conmemorar Auschwitz, Hiroshima o la Primera Guerra
Mundial, para no mencionar cualquier número de futuras catástrofes.
Sol LeWitt Black Form. Forma Negra dedicado a los judíos exterminados,
390 Altona City Hall, Altona, Hamburgo, Alemania, 1987. Parte IV. Memorias colectivas
Uno de las respuestas más fascinantes al acertijo de la conmemoración
alemana es el levantamiento de sus contramonumentos: atrevidos y dolo-
rosamente conscientes, espacios de memoria concebidos para transformar
las premisas de su existencia. Estos artistas son herederos de un legado de
postguerra con un doble filo: una profunda desconfianza por las formas
monumentales, teniendo en cuenta su sistemática explotación por los nazis,
y un profundo deseo de distinguir su generación, a través de la memoria, de
la de aquellos asesinos (Winzen, 1989, Winter: 309-314). En sus mentes,
la lógica didáctica de los monumentos, su rigidez demagógica, recuerda
muy de cerca las características que estos asocian con el fascismo. Por lo
tanto, un monumento contra el fascismo tiene que ser un monumento en
contra de sí mismo: en contra de la función didáctica tradicional de los
monumentos, en contra de su tendencia a distanciar el pasado que deberían
hacernos contemplar, y finalmente, en contra de la propensión autoritaria
en todo el arte que reduce a los observadores a espectadores pasivos.
Para artistas y escultores alemanes como Jochen Gerz, Norbert Ra-
dermacher, Horst Hoheisel y Hans Haacke, así como también artistas y
arquitectos estadounidenses que trabajan en Alemania como Sol LeWitt,
Daniel Libeskind y Shimon Attie, la posibilidad de que la memoria de
eventos tan graves pueda ser reducida a la exhibición de artesanía pú-
blica o un pathos barato es intolerable. Con desdén ellos rechazan las
formas y las razones tradicionales para un arte conmemorativo público;
rechazan los espacios que consuelan a los observadores o redimen tales
eventos trágicos, o consienten en una fácil clase de Wiedergutmachung
(reparación), que pretende enmendar la memoria de gente asesinada. En
lugar de grabar la memoria en la consciencia pública, ellos temen que
los monumentos convencionales protejan la consciencia de la memoria.
Acertadamente, estos artistas temen que en la medida en que permitimos
a los monumentos hacer nuestra tarea de memoria por, nos volvamos más
olvidadizos. Ellos creen, de hecho, que el impulso inicial de convertir en
memoria aquellos eventos como el Holocausto pude surgir de un deseo
opuesto e igual de olvidarlos.
¿Cómo se interroga un monumento a sí mismo? Jochen Gerz y Es-
ther Shalev-Gerz diseñaron una columna de doce metros, cubierta, en
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 391
Jochen Gerz and Esther
Shalev-Gerz Monument
against Fascism.
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 393
Horst Hoheisel monument in Kassel.
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 395
Railroads tracks at
Auschwitz-Birkenau.
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 397
mensajes de conmemoración del Estado. Simultáneamente, no obstante,
también era claro para aquellos en una posición de convertir la Primera
Guerra Mundial en memoria, que el principal objetivo de los escultores
modernos después de la guerra era repudiar y lamentar —no afirmar—
tanto las realidades históricas como los valores arcaicos que aparentemente
la habían generado.
Esto no significa que muchos de los escultores modernos hubiesen
mostrado un gran interés en tales proyectos. En 1918, al final de lo que
fue considerado como el nadir de la civilización europea, los artistas y
escultores resistieron, vociferantemente, evocaciones miméticas tradi-
cionales y las evocaciones heroicas, y argüían que cualquier expresión de
este tipo de conmemoración elevaría y ‘mitologizaría’ los eventos. En la
perspectiva de ellos, incluso otro clásicamente proporcionado Prometeo
falsamente habría glorificado y, al hacerlo, afirmado el terrible sufrimiento
al que había sido llamado a conmemorar. En las mentes de muchos artistas
Railroads tracks
at Auschwitz-
Birkenau.
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 399
abstracta? Para muchos de los que sobrevivieron para dar testimonio del
Holocausto, la memoria y el testimonio son uno solo: atestiguar para estos
sobrevivientes trae consigo la transmisión más literal posible de lo que
ellos vieron y experimentaron. Dado que pocos artistas sobrevivientes
se considerarían a sí mismos como interesados únicamente en la forma,
como es claro en el arte recuperado de los guetos y los campos, incluso
artistas de la vanguardia redefinieron su tarea estética como testimonios
realistas (Blatter, 1982: 22-35). Lo que ha venido a ser denominado como
arte y literatura ‘documental’ les pareció a ellos el único modo en el cual
la evidencia o el testimonio podía ser ofrecido. Pero en la forma como
los historiadores y los críticos literarios han aceptado el impulso en los
escritores que testifican en narrativa, incluso cuando miran, más allá del
testigo, las clases de conocimiento creadas en tal escritura, los observa-
dores críticos de los monumentos del Holocausto aceptan el impulso
paralelo en sus creadores de testificar a través de la figuración literaria
—antes de ir a las formas en las que la memoria pública se organiza en
dichas figuras—.
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 401
razones críticas adicionales para que la vida y los significados de tales
obras puedan ser sostenidos —y no oprimidos— por el discurso de la
historia del arte.
Porque hay una diferencia entre el declarado arte público —ejempli-
ficado en monumentos públicos de ese orden— y el arte producido en
exclusiva para el mundo del arte, de sus críticos, de otros artistas y de las
galerías; una diferencia que todavía necesita ser reconocida. La gente
no viene a los monumentos del Holocausto porque estos sean nuevos o
porque sean la última moda; como lo notan rápidamente los críticos, la
gran mayoría de estos monumentos no son nada de lo anterior. Mientras
que una gran cantidad de arte contemporáneo es producido como autorre-
flexivo o mediorreflexivo, los monumentos públicos del Holocausto son
elaborados específicamente para ser referenciales de la historia, y dirigir
a los observadores más allá de ellos mismos, hacia una comprensión o
evocación de los eventos. Como monumentos históricos públicos evitan,
generalmente, hacer referencia hermética a los procesos que los trajeron
en existencia. Mientras que mucho del arte contemporáneo invita a los
observadores y a sus críticos a contemplar su propia materialidad, o su
relación con otros trabajos antes y después de sí mismo, el objetivo de los
monumentos no es remarcar su propia presencia tanto como los eventos
pasados porque ya no están presentes. En este sentido, los monumentos
del Holocausto apuntan más allá de ellos mismos.
En su fusión entre el arte público y la cultura popular, la memoria his-
tórica y las consecuencias políticas, estos monumentos, por consiguiente,
demandan una crítica alternativa que vaya más allá de aquellas sobre arte
culto o popular, gusto y vulgaridad. Más que identificar los movimientos
y las formas de las cuales la memoria pública nace, o de preguntar si estos
monumentos reflejan de manera adecuada, o de acuerdo con una moda, la
historia del pasado, transitamos a las variadas formas en las que este arte
se sugiere a sí mismo como la base para una acción política o social. Esto
significa que aquí debemos preguntar no sólo cómo el entrenamiento de
quien elabora el monumento y su época dan forma a la memoria, y cómo
el monumento puede reflejar la historia pasada; además, más importante,
qué rol desempeña ese monumento en la historia contemporánea.
9 Bürger define el “análisis funcional del arte” como una reexaminación del “efecto
social de las obras de arte (función), el cual es el resultado de la conjunción del
estímulo que emana del trabajo en sí mismo y un público definible sociológica-
mente […]”.
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 405
Si en su barnizado exterior nunca vemos realmente el monumento, yo qui-
siera intentar aquí romper su cobertura eidética, aflojar el sentido, hacer
visible la actividad de la memoria en los monumentos. Es mi esperanza
que una crítica pueda salvar nuestros íconos de del endurecimiento de la
recordación y los convierta en ídolos de evocación10.
Todo lo anterior busca expandir los textos de estos monumentos
para no solamente implicar su concepción y ejecución entre realidades
históricas, sino también sus actuales y cambiantes vidas, e incluso su
eventual destrucción. Esto es para poner en perspectiva el propio proceso,
los muchos y complicados ejes históricos, políticos y estéticos sobre los
cuales la memoria se construye. Porque ni la memoria ni la intención son
monolíticas: cada una depende de una gran cantidad de fuerzas —ma-
teriales, estéticas, espaciales, ideológicas— que convergen en un sitio de
conmemoración. Al revestir estos monumentos con la memoria de sus
orígenes espero resaltar el proceso del arte público sobre su, a menudo
estático, resultado: la siempre cambiante vida del monumento sobre su
aparente rostro congelado en el paisaje11.
Porque con demasiada frecuencia los monumentos de una comunidad
asumen el terminado brillante, el terminado exterior de una máscara de
muerte, sin reflejar la memoria actual, sin dar respuesta a los problemas
contemporáneos. En lugar de personificar una memoria ya consagrada,
tal aproximación puede vislumbrar la vida interior del monumento —las
intempestivas fuerzas sociales, políticas y artísticas— normalmente
oculta bajo su taciturno exterior. Al considerar el proceso de elaboración,
10 Sugerí una crítica similar de los monumentos en una forma mucho menos elaborada
en mi artículo Memory and Monument (Young, 1986: 112) que luego fue ampliado
y reimpreso en Writing and Rewriting the Holocaust: Narrative and the Consequences
of Interpretation (1988). Para una excelente discusión, mucho más bosquejada, de
la “batalla entre iconoclasia e idolatría” véase Mitchell (1986: 160-208).
11 Para una apropiada promulgación de la clase de crítica que estoy proponiendo
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 407
Monumento en el campo de exterminio de Majdanek,
408 cerca de Dublín, Polonia. Diseñado por Wikto Tolkin, 1969.Parte IV. Memorias colectivas
de los observadores al mismo, de los modos en que es usado política y
religiosamente por la comunidad, la manera en que alguien lo ve bajo
circunstancias muy específicas, y los modos cómo sus figuras entran en
otros medios y se plasman en nuevos ambientes.
A través de esta atención a la actividad de la memorialización puede que
quizás recordemos también que la memoria pública es construida, que la
comprensión de los eventos depende de la construcción de la memoria, y
que hay consecuencias mundanas en las diferentes clases de comprensión
histórica generadas por los monumentos. Desde esta perspectiva encon-
tramos que el performance de los monumentos del Holocausto depende
no de una distancia medida entre la historia y sus representaciones monu-
mentales, pero sí de la confusión entre la memoria pública y privada, de la
actividad memorial por la cual las mentes que reflexionan sobre el pasado
inevitablemente se precipitan en el presente momento histórico.
No es suficiente preguntar si nuestras memorias recuerdan o no el Ho-
locausto o incluso cómo lo recuerdan. También debemos preguntar hasta
qué punto hemos recordado. Esto es, ¿cómo respondemos al momento
contemporáneo bajo la luz de nuestro pasado recordado? Lo anterior
para reconocer que la forma de la memoria no puede ser divorciada de
las acciones tomadas en su beneficio, y que la memoria sin consecuencias
contiene las semillas de su propia destrucción. Porque si fuéramos a ob-
servar pasivamente sólo los contornos de estos monumentos, si dejáramos
inexplorada su génesis, y si permaneciéramos sin cambiar durante el acto
de recolección, podríamos decir que no hemos recordado nada.
Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 409
Escultura de la memoria en la obra de
Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 1
Andreas Huyssen
Un extraño extravío
tomó cuerpo allí mismo, tú
estuviste
a punto
de vivir.
Paul Celan2
Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 411
la nación o la comunidad. En el manejo de materiales y conceptos, esta
práctica se relaciona a una tradición específica de instalación artística; su
dependencia enfática en una dimensión de la experiencia la somete mucho
menos a convenciones genéricas que el monumento o el monumento con-
memorativo. Los monumentos articulan la memoria oficial y su inevitable
destino es ser derribados o llegar a ser invisibles. Por otra parte, la memoria
vivida siempre es localizada en los cuerpos individuales, en su experiencia
y en su dolor, incluso cuando involucra una memoria colectiva, política
o generacional. Anticipándose a Freud, Nietzsche reconoció ese simple
hecho cuando dijo: “sólo aquello que no cesa de doler permanece en la
memoria”. La escultura se expandió a la instalación y la incorporación de
las huellas de la memoria descansa en las tradiciones del cuerpo humano
esculpido. Sin embargo, en los trabajos en cuestión, el cuerpo humano
nunca es olvidado, aunque esté tan ausente y elusivo como lo estaría en
cualquier memoria del pasado.
Las esculturas hechas por artistas como Miroslav Balka de Polonia, Ilja
Kabakow de Rusia, Rached Whiteread de Inglaterra, Vivan Sundaram de
India o Doris Salcedo de Colombia presentan una clase de trabajo sobre la
memoria en la que cuerpo, espacio y temporalidad, materia e imaginación,
presencia y ausencia activan una compleja relación con el observador. Su
presencia contundente contrarresta el triunfalismo de nuestra cultura
acerca de imágenes mediáticas y de la inmaterialización electrónica en
el espacio virtual; asimismo, estas esculturas hablan imponentes a las
inquietudes que han emergido sobre memoria y ausencia en la última
o en las dos últimas décadas. En estos trabajos el objeto material nunca
sólo es la instalación o la escultura en el sentido tradicional; se trabaja en
tal forma que articula la memoria como un desplazamiento del pasado al
presente, y ofrece una huella del pasado que puede ser experimentada y
leída por el observador.
Así, los objetos abren un tiempo-espacio extendido que desafía al
observador a moverse más allá de la presencia material de la escultura en
el museo y a entrar en un diálogo con la dimensión temporal e histórica
implícita en la obra. Al mismo tiempo estas esculturas no caen en el en-
gaño de la autenticidad o la pura presencia. En el uso de los materiales
Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 413
con todas sus contradicciones, dolores y promesas, felicidades y miserias,
ha llegado a ser no habitable. Como artista que trabaja en un país des-
pedazado por ciclos de violencia y anarquía, Salcedo no deja duda sobre
cómo la identidad de esta no-tierra le sirve como inspiración melancólica.
Es su patria, Colombia.
Tal lectura del título de la obra sugiere una práctica de arte político
explícita y directa; nada podría estar más allá de la verdad. La escultura
de Salcedo captura la imaginación del observador en su inesperada y
obsesiva presencia visual y material, en una manera que no se relaciona
fácilmente a su misterioso título y subtítulo: Unland: The Orphan’s
Tunic3. El efecto fascinante no se da a la primera vista a medida que el
observador se aproxima a lo que en la distancia parece ser una simple y
ordinaria mesa con algunas superficies desiguales. La fascinación viene
de manera deferida, nachträglich4, como diría Freud. La obra se agudiza
a medida que el observador se compromete. El silenciado pero expresivo
poder de esta escultura crece lentamente; depende de la duración, de
una contemplación sostenida, de las asociaciones visuales, lingüísticas y
políticas tejidas dentro de una densa textura de comprensión. Y provoca
nuevos cuestionamientos sobre la escultura como objeto material que sos-
laya los ya trillados debates entre abstracción y figuración, objetivización
y teatralización, acción plástica o instalación.
Si la escultura clásica captura el momento saliente o cristaliza una
idea o ideal en el flujo del tiempo, entonces la escultura de la memoria de
Salcedo se abre dentro del flujo del tiempo, porque la temporalidad en
3 (N. de E.) De acuerdo con la artista el título de la obra fue sugerido por la traduc-
ción de Michael Hamburger al inglés del poema de Paul Celan. Posteriormente,
la artista no encontró un término igualmente evocador para el título en español y
decidió mantenerlo en el original. Comunicación personal (marzo 17, 2009).
4 (N. de E.) Según el Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis (1993: 280),
Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 415
Imagen 1. Unland the orphan’s tunic.
La seda es tan delgada que el ojo descubre las grietas visibles debajo,
los huecos entre las cinco tablas que conforman la superficie de la mesa
y otras pequeñas grietas y cavidades atribuibles al uso anterior de la
mesa. La seda se deshila sobre el hueco entre las tablas del medio, su-
giriendo que tal vez la mesa aún se está expandiendo, y se dobla dentro
de algunas de las pequeñas grietas como si estuviese creciendo dentro
de ellas, apegándose como una piel protectora a la desigualdad de la
madera. Examinar la superficie de esta mesa es como mirar la palma de
una mano, con sus líneas, pliegues y arrugas. El efecto es de cercanía, de
intimidad y al mismo tiempo un sentido de fragilidad y vulnerabilidad
que contrasta con la firmeza de la mesa de madera. De repente la mesa
parece no ser más que una huella, una huella silenciosa. Pero una hue-
Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 417
un implícito Eng führung6, apunta a otro poema de Celan, un poema de
Lichtzwang, un poema sin título, como si fuera el mismo huérfano.
ya no hubo extravíos,
lo arrebató por derecho.
Paul Celan (295). La traducción al inglés dice: Night rode him, he had come
to his senses, / the orphan’s tunic was his flag, / no more going astray,/ it rode him
straight––/ It is, it is as though oranges hung in the privet,/ as though the so-ridden
had nothing on/ but his/ first/ birth-marked, se-/ cret-speckled/ skin. La traducción
en español se puede encontrar en Celan (1999: 313).
Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 419
través de la superficie con una broca de 1/64, poco antes de el cabello
pudiese ser cosido, no son la menor de las varias mutilaciones. La sola
idea del esmerado trabajo involucrado sorprende. Que completamente
absurda actividad es coser cabello, montones de cabello, a través de una
superficie de madera. ¿Pero es solamente absurda? ¿O es también un acto
de reparación? Si la tabla representa la comunidad, la familia, la vida en
su extensión temporal, entonces el cabello —la huella inorgánica de un
cuerpo humano, de la víctima de la violencia— cosido a través de la su-
perficie de mesa, es el enhebrado del dolor y sus recuerdos a través de la
superficie de la historia.
Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 421
Si Unland: The Orphan’s Tunic es adecuadamente vista como una
escultura de la memoria, es inevitable que surjan preguntas: ¿qué es de la
esperanza?, ¿qué es de la redención?, ¿qué clase de política de la memo-
ria, si hay alguna, implica la práctica artística de Salcedo? Claramente la
obra desafía las políticas de redención y sugiere el reto en un sentido más
amplio: primero, el desafío de cualquier representación de esa violencia
auto perpetuada que sería demasiado ‘legitimizador’ llamar política;
desafío también de una cultura de la memoria ‘espectacularizada’ y de su
obsesión con sitios públicos de conmemoración, monumentos y monu-
mentos conmemorativos.
Salcedo sabe cómo los monumentos públicos y los monumentos conme-
morativos tienen que servir como claves de olvido a través de la estetización,
o de un comentario político directo. Su trabajo no confía en los mecanismos
de la memoria pública, aunque, al mismo tiempo, desea desesperadamen-
te nutrir tal memoria. Esta es la esperanza mínima que la obra sugiere.
Como forma escultural, más que monumental o conmemorativa, la obra
se dirige al individuo espectador, inscribe su complejo mensaje y deja a
los observadores conmovidos por la memoria de una imagen poderosa.
Pero la realidad de la violencia, sabemos, continúa constante. No hay un
fin a la vista para el ciclo de violencia que alimenta en Colombia, como
Cronos devorando a sus propios hijos en la mitología griega.
Finalmente, está el desafío de Salcedo —o, deberíamos decir, su de-
cisión de vencer— al peligro siempre presente de la estetización, debido
principalmente al uso que hace de objetos y materiales simples. Incluso
si nuestra mirada no es cautivada en el placer estético, Unland: The
Orphan’s Tunic nos obsesiona con su compulsiva belleza. Como ocurre
con otras obras artísticas exitosas en las que se articula el trauma en me-
dios y materiales únicos, la escultura de Salcedo mueve al espectador al
borde de un abismo únicamente velado por la belleza de la misma pieza.
El velo, sin embargo, es indispensable para nosotros para confrontar
cara a cara el trauma y convertirnos en testigos de una historia que no
debemos olvidar.
Esculturas de la memoria como las hechas por Doris Salcedo actual-
mente se producen en India, y Sudáfrica, en países del antiguo bloque
Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 423
Pero aparte de las invariables historias específicas, localidades y memo-
rias corpóreas que las obras exigen al espectador, la escultura de la memoria
establece la necesidad de detener el ritmo, y demanda el reconocimiento
de asuntos propios de la vida diaria. Como escultura insiste en la insu-
perable materialidad del mundo, tanto de objetos como de cuerpos. Sus
inscripciones de tiempo y desplazamientos de espacio necesitan ser leídos
pacientemente. Generalmente no se encuentran en la superficie del arte
documental o explícitamente político. Esto complica la recepción. El
observador tiene que apoyarse tanto en asociación, analogía, interioriza-
ción del trabajo como en explicaciones que pueden o no ser ofrecidas en
títulos, catálogos y reseñas. En primera instancia los artistas querrán llegar
a la imaginación del espectador a través del lenguaje de sus materiales, de
lo sugestivo de las marcas, de los usos del espacio y la configuración. Si el
trabajo es exitoso en cautivar la atención del espectador, si sugiere signifi-
cado y al mismo tiempo se resiste al consumo fácil, si proporciona placer
en su configuración estética sin negar una ganancia cognitiva, entonces
está cumpliendo con su trabajo. La obra trabaja en contra de las estructu-
ras de olvido en nuestro mundo contemporáneo, ya sea que dicho olvido
esté impuesto por un Estado y su sistema de “desaparición” de personas
(Salcedo), provocado por la transformación de una sociedad comunista
anterior en la cual el recuerdo y el olvido público y privado aparecen con
gran confusión (Balka o Kabakow), o simplemente producido por la
obsolescencia planeada de objetos (¿y personas?) en el consumismo de
nuestras sociedades occidentales. Dicho arte también desafía el drenaje del
tiempo y el espacio en el hiperespacio. Alimenta la necesidad humana de
vivir en estructuras de temporalidad extendidas y en espacios reconocidos,
no importa cómo estén organizados. También enriquece al espectador al
implicarnos en su lento trabajo sobre la indisoluble relación entre espacio,
memoria y experiencia corporal. Luís Buñuel (1997: 10) dijo alguna vez:
“Hay que empezar a perder la memoria, aunque sea solo a retazos, para
darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida”. El
arte de Doris Salcedo y otros artistas trabajando sobre memoria y espacio
en escultura e instalaciones nos ayuda a no olvidarlo, y al mismo tiempo a
mirar de forma renovada la manera en que nosotros mismos negociamos
el espacio y la memoria en nuestras vidas diarias.
Frank Ankersmit
superior del monumento, que se cubrirá con una lápida inscrita”. Véase Young
en esta antología.
5 Véase también información adicional acerca de Yad Vashem en la publicación de
er ruft streicht dunkler die Geigen dann steigt ihr als Rauch in
die Luft dann habt ihr ein Grab in den Wolken da liegt man nicht eng
grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como humo
en el aire
y tendréis una tumba en las nubes no se yace estrechamente allí7.
7 (N. de E.) El autor del ensayo usa la edición en alemán e inglés de los poemas de
Paul Celan, traducida por Michael Hamburguer (Celan, 1995: 65). La traducción
del español al alemán se toma de Valente (1995: 27). Agradezco a Monserrat Or-
doñez (q.e.p.d.) la referencia.
Volvamos a Broch otra vez. Puesto que lo kitsch, al ser la esencia del arte
depende del schönen Effekt, del efecto estético, Broch (1955: 295-309)
concluye que lo kitsch es una forma neurótica de arte cuyo fin, como el
de todas las neurosis, es la represión de la realidad. Y, de acuerdo con
lo anterior, podríamos añadir que este argumento implica que todo
arte, al ser una represión de la realidad, es esencialmente neurótico. Es
obvio que esta asociación entre arte y neurosis forma parte del núcleo
de la última teoría de la cultura y de la civilización humana que elaboró
Freud, quien describe lo siguiente en Totem y Tabú:
El duelo y la melancolía
Otra vez comienzo haciendo referencia a Freud. En su ensayo Duelo
y Melancolía, él distingue entre dos reacciones que podemos tener
frente a la pérdida de una persona querida, o frente a la pérdida de
abstracciones o ideales profundamente apreciados, como la libertad o
del ideal del humanismo, por tomar un ejemplo propuesto por Rüsen 10.
Una de esas reacciones se describe por Freud como ‘duelo’ o Trauer.
Como destaca Freud, aunque el duelo puede causar desviaciones muy
inquietantes del comportamiento normal, no se debería presumir que
en ese comportamiento haya algo patológico que requiera la asistencia
de un médico o psicólogo. El duelo es la forma fundamentalmente
‘sana’ de superar una gran pérdida, y debe hacerse énfasis en el verbo
Kaja Silverman
estatales ideológicas (eei) como estructuras del Estado, “estas resultan unificadas,
a pesar de su diversidad aparente y necesaria, por la función y por el hecho de que
todas ellas representan la ideología de la clase dominante. La unidad de las eei es,
por lo tanto, la unidad de su función y del fundamento de su función, la ideología
de la clase dominante y la clase dominante. El Estado en el análisis de Althusser
puede, por lo tanto, considerarse como unificado por la función del mantenimiento
de la sociedad de clases”.
[…] [Homer] ha perdido sus manos y con ellas el poder de ser sexual-
mente agresivo […] Cada noche, su mujer tendrá que acostarle y serán
las manos de ella las que tengan que usarse en el momento de hacer el
amor. Tras el pathos de la escena […] se siente una corriente de excita-
ción, en la cual la desgracia del soldado se convierte en una especie de
cumplimiento de un deseo, tal y como podría soñarse en la realidad:
tiene que ser pasivo. En consecuencia, puede ser pasivo sin sentir culpa
(Warshow, 1962: 112).
Los muñones de Homer y los ganchos que compensan en parte esa
pérdida conducen a una crisis no sólo de la visión, sino de la representa-
ción. Una crisis que es el resultado de la combinación del detalle docu-
mental con el espectáculo de la castración masculina. Como el propio
Wyler observa, la decisión de que el personaje del marinero incapacitado
lo interprete un verdadero amputado le da a la imagen de ese personaje
una credibilidad que no podría tener de otra manera, y también implica
involucrar al espectador de una manera más profunda de lo que es habi-
tual en todas las interacciones visuales en las que aparece ese personaje
(“Queríamos que fuese Russell el que representara el papel en vez de un
actor. Por muy buena que fuera la actuación que hiciese un artista de un
hombre sin manos, la audiencia siempre podría tranquilizarse diciendo
‘Es sólo una película’. Con Russell en el papel de Homer, esa tranquilidad
era imposible” [Wyler, 1977: 107]). Warshow presenta una idea similar,
13 Kristeva (1989: 96) habla del “excremento y sus equivalentes (putrefacción, infección,
enfermedad, cadáver, etc.)” como un “peligro proveniente del exterior de la identi-
dad: el yo (moi amenazado) amenazado por el no yo (moi), la sociedad amenazada
por su afuera, la vida por la muerte”.
Conclusión
Debido a que son muy cercanas a las reacciones que Freud le atribuía
al sujeto masculino ante la vista de los genitales femeninos (Freud,
1995v: 263), hay dos clases de respuestas críticas frente a Los mejores
años de nuestras vidas que merecen nuestra atención aquí. Una de esas
respuestas descarta la exhibición conspicua de la castración masculina
e insiste en la conformidad de la película con el paradigma clásico. Así,
Roger Manvell argumenta que el largometraje (contra una corriente de
oposición fuerte, pero no especificada) “defiende tercamente la estabi-
lidad sagrada del hogar y la familia, e incluso […] de la libre empresa
y de las virtudes del capitalismo” (Manvell, 1974: 248), mientras que
Michael Wood la caracteriza como “una historia escapista y dulce”
(Wood, 1975: 119). La otra respuesta reconoce no sólo la negatividad
de la película, sino la concentración de esa negatividad en la subjetividad
masculina. Sin embargo, se defiende contra el desagradable espectáculo
a través de la desaprobación moral, a través del horror que le producen
las criaturas mutiladas que pueblan Los mejores años de nuestras vidas.
Genealogías
y usos del trauma
a
Una perspectiva feminista del trauma1
Laura S. Brown
Epílogo
2 (N. de E.) El necklacing (del inglés necklace: collar) es una ejecución sumaria que
se realizaba en Sudáfrica durante el régimen del apartheid. Consistía en colocarle a
la víctima un neumático viejo con gasolina alrededor del cuerpo, el cual se prendía
con fuego.
3 Véase también sobre los usos políticos de la hambruna la obra de David Keen
(1994).
5 Las ideas que se presentan aquí acerca del tept están influenciadas por los escritos
de Allan Young (1990: 65-82). Véase también el capítulo 9, “The New Waves of
Ethnographies in Medical Anthropology” del libro Albert Kleinman (1997: 193-
256).
que implica “una muerte o riesgo de lesión reales o la amenaza de sufrirlos”, que
despierta un “temor intenso, impotencia u horror”; 2) revivir persistente del acon-
tecimiento traumático; 3) “la evitación persistente de los estímulos asociados con
el trauma y el adormecimiento de las respuestas generales”; (4) sensibilidad aguda;
(5) los síntomas deben durar por más de un mes; (6) el requisito de que exista una
ansiedad importante, una incapacidad social u ocupacional, u otras incapacidades
notorias en el funcionamiento. Aunque este borrador abreviado elimina algunas de
las presunciones culturales y políticas que caracterizan la versión anterior, la mayoría
de las críticas siguen siendo pertinentes.
Y esa tal vez sea una de nuestras principales quejas acerca del tept: que
medicaliza, como condiciones psiquiátricas, los problemas que, en otros
lugares y durante gran parte de la historia humana, se han considerado
como religiosos o sociales. En conjunto, la ideología subyacente al con-
cepto de tept reproduce una ontología muy específica de la persona: la
de clase media alta en los Estados Unidos. Como ha observado el filósofo
moral y político Charles Taylor (1990: 45-63), la noción de que los seres
humanos se encuentran radicalmente separados de sus entornos sociales,
se definen por una profundidad rica e “interior de emociones”, y procuran
el cambio y la oportunidad de reconstruirse como individuo es bastante
reciente en Occidente. La noción común de que nos habita una subjeti-
vidad profunda interna informa el discurso del tept. La situación nos la
aclara Michel Foucault: una serie de afirmaciones, como las contenidas
9 Para un estudio acerca de cómo el más común de los diagnósticos que se le aplica
a pacientes como la señora Fang en China ––es decir, la neurastenia–– configura
la experiencia de la ansiedad y, por lo tanto, se convierte en parte de la experiencia
social de los síntomas generados políticamente, véase Arthur Kleinman (1986).
10 Un error adicional en el análisis del aborto forzado como parte de la familia de hijo
único en China aparece cuando examinamos las consecuencias generales de tal
política, que han ayudado a reducir de manera importante la tasa de fertilidad allí,
del 2,5% en 1988 a 1,9% en 1992. Por lo tanto, donde antes las políticas habían
fracasado, las prácticas que han pisoteado los derechos humanos han tenido éxito
en controlar el incremento de la inmensa población. El crecimiento sin control
había amenazado con agotar los suministros alimenticios de China y la posibilidad
de elevar el nivel económico de la mayoría de los trabajadores y campesinos; véase
Kristoff, (1993, September 7). La respuesta de los críticos occidentales al abuso de los
derechos humanos en China cometidos en el control de la población ha sido acusar
a ese país, sin entender el resentimiento de los chinos por lo que ellos veían como
una imposición de los estándares occidentales, con el fin de criticar injustamente
a China y colocar su desarrollo otra vez bajo control de Occidente. Acusaciones
y contraacusaciones van de un lado a otro sin prestar atención a la controversia
político-moral de origen histórico, que es el horizonte de interpretación con el
que se le puede dar sentido a los usos y abusos de los casos locales como el de la
señora Fang. Es decir, es esencial para el énfasis etnográfico de los mundos locales
un marco interpretativo amplio que permita considerar en el análisis las fuerzas de
gran escala.
12 Sobre este aspecto, se han escrito importantes cosas por Pierre Bourdieu (1999), y
por su antiguo estudiante Luc Boltanski en su valioso volumen (1993).
13 Desde que se escribió este capítulo, el terrible destino humano de los refugiados
hutu en el Zaire, algunos de los cuales han perpetrado violencia etnocida contra sus
vecinos tutsi, y que huían del nuevo gobierno dominado por estos últimos, forzó a
las organizaciones internacionales de ayuda y a la prensa a empezar a ocuparse de
las complejidades morales y políticas del trauma.
Wulf Kanstainer
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 521
trauma abandonan poco a poco la preocupación acerca de la dinámica
psicológica concreta que originó acontecimientos como la Solución
Final o la Guerra de Vietnam, y convierten con ello el trauma en un
instrumento conceptual de uso general, tienden a eliminar la propia
precisión histórica y la especificidad moral que el concepto ayudó a es-
tablecer inicialmente. Por lo tanto, y como resultado de su propio éxito,
las escuelas predominantes de pensamiento en la investigación sobre el
trauma tienden a mezclar lo traumático y lo no traumático, lo excepcional
y lo cotidiano, e incluso crean confusión acerca de la diferencia esencial
entre las víctimas y los perpetradores de la violencia extrema.
Este ensayo no intenta desarrollar la genealogía del concepto psicoló-
gico del trauma, que es una tarea que ha abordado Ruth Leys2 de manera
convincente. En lugar de ello, reconstruiremos los puntos de inflexión
cruciales en la historia de la interpretación del Holocausto y estudiare-
mos de cerca el concepto relativamente nuevo de trauma cultural, que
se construye a partir de esta tradición filosófica. Esa tarea crítica nos
llevará de los escritos de Theodor Adorno y Jean-François Lyotard a las
publicaciones más recientes de teóricos de la literatura y expertos de los
estudios culturales como Cathy Caruth y Kirby Farrell.
Los textos de Caruth, Farrell y otros no se ocupan directamente de
los acontecimientos históricos relacionados con la Solución Final, sino
que representan el primero de los esfuerzos por construir un concepto
de trauma cultural. Por desgracia, el creciente acervo de obras sobre el
tema ha originado un concepto de trauma cultural estilizado, impreciso
moral y políticamente, que proporciona una pobre perspectiva sobre las
repercusiones culturales y sociales de los traumas históricos.
El problema nace de la construcción de una equivalencia simbólica
engañosa entre el componente supuestamente traumático de toda in-
teracción humana y el sufrimiento concreto de las víctimas del trauma
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 523
ceptos, que llamaría de ’baja intensidad‘, nos ayudarían a comprender
mejor nuestro compromiso emocional con la violencia y la inversión
que hacemos en ella, y nos permitirían cartografiar el enorme territorio
psicológico que reside entre la experiencia del trauma extremo, por un
lado, y el encuentro mucho más frecuente con la representaciones de la
violencia, por el otro. Con esta mejor precisión conceptual, podemos
diferenciar entre el trauma y la cultura del trauma o, en otros términos,
entre trauma y entretenimiento.
II
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 525
ción fluida del poder y reconectarse, aunque sea temporalmente, con
los modos arcaicos de representación que todavía retienen un elemento
de respeto por lo inconmensurable de la relación entre el objeto y el
lenguaje. Este gesto retórico se perfecciona en la estrategia de Adorno
de pensar mediante una dialéctica negativa que conduce a afirmaciones
tan hermosas, autocomplacientes y derrotistas como la que sigue:
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 527
ejemplo, cuando estudian la personalidad autoritaria (Adorno, 1965).
Por otra, la proximidad histórica entre la invención del psicoanálisis y
la catástrofe alemana requería un escrutinio particularmente riguroso
de las posibles interdependencias conceptuales entre ambas. Además,
Adorno despreciaba la práctica terapéutica del psicoanálisis que había
observado en los Estados Unidos. La idea de que los pacientes pudieran
y debieran reconciliarse felizmente con su propio pasado a través de la
terapia parecía una recomendación particularmente desagradable para
la era posterior al Holocausto (Schneider, Stillke & Leinweber, 2000:
68-74). Por último, se podría incluso especular que el concepto de
trauma era algo demasiado cercano para los emigrantes y las víctimas
del nazismo, que sufrían su propia carga de la culpa del superviviente5.
Mientras que esta especulación no se puede probar con seguridad, toca
uno de los aspectos especialmente problemáticos en el discurso actual
sobre el trauma, es decir, la noción de trauma secundario. Volveré sobre
ello posteriormente, pero no se debe abandonar a Adorno sin señalar que
la distancia terminológica con el discurso del trauma, que es evidente
en sus escritos, no implica una distancia estructural también. Más bien,
al contrario: el nuevo imperativo categórico de Adorno y su condena
total de la civilización occidental proporcionan los prototipos de las
reflexiones filosófico-literarias posteriores sobre el significado del na-
zismo que emplean el concepto de trauma.
El imponente argumento de Adorno de que la cultura posterior al
nazismo necesita ocuparse y reconocer sus propios límites de repre-
sentación se ha convertido en un elemento ordinario de la estética del
Holocausto (Köppen, 1993; Krankenhagen, 2001). Pero en contraste
con Adorno, algunos de sus seguidores, que exploraron los límites de la
representación a través de los lentes del trauma, estaban menos impre-
sionados con Auschwitz, menos preocupados en explicar sus orígenes y
más interesados en recurrir al recuerdo de la Solución Final para impulsar
sus propios programas intelectuales de acción.
5 Adorno hace una declaración explícita sobre la culpa del superviviente (1975, 363)
que Bernstein (2001: 392) interpreta como un comentario autobiográfico.
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 529
forma algo contradictoria) propone un shock-Ur (choque primordial) en
la psique colectiva de Occidente con el que explica por qué Occidente
se encuentra con tanta persistencia muy preocupado con la erradica-
ción de todos aquellos que viven en sus márgenes, incluidos los judíos.
Como resultado de estas transformaciones, Auschwitz se convierte en
un acontecimiento metafórico, psicoanalíticamente lleno de significa-
do, que es muy adecuado para utilizarlo como arma en cualquier clase
de escaramuza filosófica: una memoria colectiva académica compleja y
abstracta para la edad posmoderna (Pfestroff, 2002: 236).
En La condición postmoderna (1979), Lyotard (2004) ya cuestiona la
precisión y la legitimidad de todas las teorías sociales a gran escala en la
tradición de Hegel y Marx. En su concepto, estos sistemas totalitarios
de pensamiento, practicados en el día a día de una amplia variedad de
disciplinas entre las que estaría la ciencia y la historia, reprimen la cre-
ciente diversidad social y lingüística de la sociedad de la información
posmoderna. Cuatro años más tarde, Lyotard expandió esta celebración
limitada e incluso superficial de la pluralidad en su tratado filosófico
más riguroso, La diferencia (1991). Dejando tras de sí el interés primor-
dial que le prestaba a las narrativas, nos proporciona ahora un modelo
lingüístico más básico que está pensado para expresar la naturaleza
excluyente del lenguaje y la imposibilidad de realizar juicios equitativos
mediante el mimo. Los enunciados o frases temporales son la unidad
lingüística básica de su análisis e intenta demostrar que esos enunciados
se producen a menudo según diferentes conjuntos de reglas y a partir de
antagonistas puntos de vista metodológicos e ideológicos. La colisión
de significados que se produce a continuación hace surgir un dilema
teórico y a menudo una injusticia política. En teoría, las pretensiones
de verdad y las normas antagonistas crean un estado de ‘indecibilidad’
donde no existen legítimos y superiores conjuntos de normas que nos
ayuden a resolver ese tipo de casos.
En la práctica, sin embargo, teniendo en cuenta las diferencias pro-
bables de poder entre distintos hablantes y variadas ideologías, esas
colisiones se resuelven con rapidez, de una manera epistemológicamente
arbitraria pero políticamente predecible. En los casos más extremos, los
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 531
el lenguaje, pero que no encaja en las leyes actuales de la representación.
Lyotard encontró una metáfora convincente para ilustrar este punto
cuando comparó Auschwitz con un terremoto que destruyera todos los
instrumentos sismográficos y, por ello, no se pudiera medir ni representar
con el aplicable sistema de signos y sólo dejara rastros poderosos, pero
imprecisos, de su magnitud (Lyotard, 1991: 56).
Los críticos de Lyotard han señalado adecuada y perceptivamente
que sus comentarios abstractos y generalizadores sobre la comunicación
y la imposibilidad de la justicia se podrían interpretar como otra de
las grandes narrativas dentro de la tradición de la filosofía occidental8.
En adición, se ha argumentado que Lyotard subestima la complejidad
y la sofisticación epistemológica de la historiografía y de otros em-
peños académicos (Norris, 2000). Ambas críticas merecen atención,
pero, para nuestros fines, es más importante destacar que Lyotard usa
Auschwitz, incluso más de lo que lo hace Adorno, simplemente para
ilustrar su creencia en la ‘inconmesurabilidad’ general de la distancia
entre realidad y representación. Además, y esta vez en contraste con
Adorno, Lyotard integra el ejemplo de Auschwitz dentro de un men-
saje potencialmente positivo, aunque sea desasosegante: los desastres
creados por el hombre nos permiten darnos cuenta de la naturaleza
destructiva de los sistemas de pensamiento coherentes y totalitarios,
porque estos sistemas se encuentran en la raíz de acontecimientos
como Auschwitz. En consecuencia, esos desastres también nos ayudan
a resistir la fuerza gravitatoria de las grandes narrativas, por ejemplo,
mediante la adopción de la alteridad y la promoción de la diferencia
más allá de la comprensión de la teoría social y la ingeniería social
(Davies, 1998: 91-92) .
En un momento posterior de su carrera, Lyotard se dio cuenta de
que la resistencia exitosa se había hecho más y más difícil a la luz del
triunfo sobrecogedor de la gran narrativa del capitalismo occidental.
De hecho, en esta etapa, la trayectoria intelectual de su trabajo vuelve a
seguir estrechamente el camino trazado por Adorno, puesto que ambos
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 533
y doloroso del trauma original olvidado (1995: 22). En este segundo
paso, el argumento de Lyotard explica por qué los judíos, como el eterno
otro, han sido víctimas de esa persecución sin descanso, que culmina en
Auschwitz. Además, esta conexión también explica por qué el signifi-
cado de Auschwitz no podrá nunca ser totalmente comprendido. Una
representación semejante supondría nada menos que una explicación
completa del trauma no representable que se encuentra en el corazón de
la psique occidental (Lyotard, 1995: 45; Seymour, 2000:132).
Los paralelos con el pensamiento de Adorno sobre Auschwitz son
claramente reconocibles, incluso si Lyotard insiste más enfáticamente
que su predecesor en que no quiere que el término “los judíos” se lea
de modo literal. Para él, la expresión “los judíos” designa a todas las
minorías perseguidas en la historia de Occidente (Lyotard, 1995: 3)9.
Con esa advertencia en mente, que también marca cierta distancia con el
acontecimiento histórico de la Solución Final, nos damos cuenta de que
Lyotard ha construido elegantemente una metáfora fluida de un trauma
colectivo profundo y no representable (y tal vez nunca verificable), que
se puede vincular con facilidad a todo tipo de cuestiones y programas
políticos (Seidler, 1998: 115).
IV
11 Para las aplicaciones del concepto de Caruth de trauma cultural, véanse, por ejemplo,
Hammer (2001), Horvitz (2000) y Ramadanovic (2001).
12 Otros han intentado emplear los conceptos de Caruth en el análisis de las repre-
sentaciones del Holocausto y en la pedagogía del Holocausto, pero han terminado
en una confusión moral donde se mezclan trauma, sublimación y excepcionalidad
como cosas similares, proporcionando así muy pocas intuiciones sobre las dinámicas
social y psicológica de la educación sobre el Holocausto; véase Bernard-Donals &
Glejzer (2001).
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 535
recobradas, la mayoría de los investigadores empíricos cuestionan esa
afirmación simplista. Además, aunque Caruth se dedica con gran empeño
a la búsqueda de pasajes en la ouvre compleja, contradictoria y extensa de
Freud que confirmen sus aseveraciones, la propia noción de que exista
algo que sea una memoria literal, no reformulada y no simbólica, de los
acontecimientos emocionales cruciales en la vida de una persona es una
idea fundamentalmente antifreudiana13. Pero, en cierto sentido, toda
esta crítica, a pesar de ser precisa, estaría pasando por alto el principal
objeto de interés y la fuerza de la contribución de Caruth. La autora
no está interesada en mejorar nuestra comprensión de las experiencias
y tratamientos de las víctimas del trauma, ni tampoco en reconsiderar
los fundamentos teóricos de esos tratamientos. Más bien, se concentra
en la cuestión del trauma porque el fenómeno le parece una ilustración
perfecta y particularmente vívida de su comprensión del funcionamiento
del lenguaje, que Caruth adopta de Paul de Man.
En La resistencia a la teoría, De Man (1990) concede a los críticos
de la deconstrucción que el lenguaje y la filosofía incluyen un elemento
referencial, pero añade justo a continuación que este elemento sólo se
puede percibir en los momentos de crisis dentro de un sistema de repre-
sentación, cuando dicho sistema se desintegra temporalmente debido
a sus propios vacíos y contradicciones. Para Caruth (1996: 90), esta
perspectiva conduce a la siguiente paradoja:
La referencia surge no en su accesibilidad a la percepción, sino de la
resistencia del lenguaje a las analogías de la percepción […] el impacto
de la referencia se siente no en la búsqueda de un referente externo, sino
en la necesidad y el fracaso de la teoría.
El modelo del trauma presenta una gran oportunidad para extender
la teoría de De Man hacia el pasado, al argumentar que nuestro cono-
cimiento de la historia es el resultado del fracaso diferido de la repre-
sentación. En palabras de Caruth (1996: 18):
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 537
Sin darse cuenta, en su introducción, Caruth destaca que lo que
está en juego en la descontextualización y la deshistorización de la
experiencia del superviviente. Siguiendo la exposición de Freud en
Más allá del principio de placer, analiza una intensa escena del relato
épico de Torcuato Tasso, Jerusalén libertada. En la escena en cuestión,
Tancredo, el héroe de la épica, asesina a su amada Clorinda por error,
ya que ella se había escondido dentro de la armadura de un soldado
enemigo. Después de haber reconocido su terrible error, lo vuelve a
cometer cuando corta un árbol en el bosque mágico y del corte surgen
la sangre y la voz de Clorinda, que se queja de este ataque repetido. Para
Caruth, la experiencia y las acciones de Tancredo encajan en el perfil del
trauma: al no haber asimilado la experiencia original está condenado
a repetirla (1996: 1-9). Sin embargo, como señala Ruth Leys, en sus
comentarios a la interpretación que hace Caruth de la escena, Freud usa
el ejemplo de Tasso para ilustrar la dinámica de la confusión repetitiva,
no de la neurosis traumática (Leys, 2000: 193). Además, y lo que es
más importante, Caruth se refiere varias veces a Tancredo como super-
viviente de un trauma, aunque se podría caracterizar, de manera más
precisa, como perpetrador de uno. En el caso del héroe de Tasso, estas
objeciones podrían parecer pedantes, pero es probable que se tuviera
una opinión distinta sobre la cuestión si reemplazáramos a Tancredo
por los organizadores y gestores de la Solución Final.
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 539
Desde esa óptica del realismo traumático, Dominick LaCapra ha
expuesto los problemas conceptuales inherentes al discurso Auschwitz/
trauma desde Adorno hasta Caruth. Arguye que los filósofos y los críticos
culturales que siguen a Adorno tienden a desarrollar argumentos que
están en el nivel del caso límite, lo cual explica en primer lugar porqué
se ven atraídos por el tópico de Auschwitz. Sus elaboraciones destacan
las potenciales consecuencias filosóficas radicales de acontecimientos
como el de la Solución Final, que pueden ser difíciles de transmitir al
lector de otra forma, pero esta estrategia de investigación no es la más
adecuada para la exploración contextual y diversa de la dinámica psi-
cológica y cultural que ha configurado las memorias colectivas sobre el
Holocausto. Estos defectos se aplican en particular al uso del concepto
de trauma porque, como argumenta LaCapra de manera convincente,
los intelectuales en cuestión tienden a confundir la pérdida con la au-
sencia o, por ponerlo en otros términos, fracasan a la hora de elaborar
la diferencia entre el trauma estructural y el trauma histórico (2005;
64-65, 76-84).
El trauma estructural designa los cambios ontogenéticos con los
cuales todos los seres humanos tienen que lidiar en sus vidas y que han
sido identificados por el psicoanálisis en sus intentos por describir el
desarrollo de la normalización sexual y la identidad de género. Los riesgos
durante el desarrollo de la persona —por ejemplo, la separación del otro
o el encuentro de lo real— no son superados de la misma manera por
todos los individuos y sin duda implican experiencias traumáticas. Sin
embargo, estos procesos son, por definición, transhistóricos y tienen que
diferenciarse de los acontecimientos históricos, violentos y específicos
que suponen una carga extraordinaria y adicional para las habilidades
de supervivencia psicológica de las personas involucradas18. Aplicar los
18 Los debates sobre la veracidad de las afirmaciones de abuso sexual en los niños,
que recuerdan sus supuestas experiencias traumáticas en el contexto de la terapia,
a veces cuando ya son adultos, subrayan una importante diferencia entre el trauma
histórico y el cultural. Si el abuso pasado es imaginado por la persona, representa un
capítulo del trauma estructural del sujeto fantaseador; si el abuso ocurrió realmente,
representa un trauma histórico. Véase el estudio perceptivo de J. Butler (2000) y J.
Prager (1998: 127-174).
VI
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 541
tiempo una preocupación de los psicohistoriadores, no son la parte más
problemática de su argumento. Más importante y más confusa es su pre-
sunción implícita de que las representaciones de los síntomas del trauma
replican esos indicios en las mentes de la audiencia y producen un trauma
colectivo que une a muchos individuos que nunca han experimentado o
sido testigos por sí mismos de los actos de violencia extrema.
Incluso los críticos culturales que reconocen la diferencia conceptual
esencial entre los estados individuales y colectivos de la mente tienden a
construir el trauma cultural como un proceso que de alguna manera se
corresponde con el desarrollo de un trauma psicológico real. Es así que
Ron Eyerman argumenta en su estudio de la memoria colectiva sobre
la esclavitud en Estados Unidos que el trauma cultural se ve mediado
a través de la representaciones que expresan y producen “una perdida
tremenda de identidad y significado, una ruptura del tejido social, que
afecta a un grupo de personas que han logrado algún grado de cohesión”,
como, por ejemplo, una nación o un colectivo más pequeño19. Eyerman
aplica el término “memoria cultural” a las representaciones distorsionan-
tes de la esclavitud en los medios de comunicación masivos y también
a la imagen opuesta de la esclavitud en la subcultura afroamericana. En
tanto que los medios de comunicación estadounidenses inventaron una
imagen idílica del pasado, la contramemoria afroamericana estimuló las
identidades críticas y las estrategias de emancipación que finalmente
ayudaron a producir cambios políticos en el siglo xx20. Incluso este
breve resumen del estudio de Eyerman ilustra que la memoria colectiva
de la esclavitud en los Estados Unidos es mucho más compleja que lo
que implica el término “trauma cultural”. Las variadas, y a veces con-
tradictorias, representaciones de la esclavitud no causaron simplemente
“una pérdida de identidad y significado”, como argumenta Eyerman. Al
contrario, como el propio autor demuestra, algunas de las representacio-
nes del pasado traumático de la esclavitud tuvieron una influencia muy
19 Eyerman en esta antología. Véase también Jeffrey Alexander (2002: 5-85), cuya
reconstrucción de la trayectoria de la memoria popular sobre el Holocausto es
excelente, aunque no convincente en su conceptualización del trauma cultural.
20 Veáse R. Eyerman (2001: 1-22)
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 543
tiempo en que los índices de crímenes violentos y de accidentalidad
en la mayoría de las sociedades occidentales y, en concreto, en los
Estados Unidos han caído bruscamente (US Department of Justice,
2003). En segundo lugar, especialmente a la luz del número reducido
de víctimas reales de trauma, la cuestión práctica que surge es cómo
muchos miembros de un determinado grupo llegan a sufrir de estrés
postraumático antes de que el grupo en su conjunto se pueda caracte-
rizar como una comunidad traumatizada. De manera alternativa, aún
si el trauma colectivo no se construyera como un agregado de traumas
individuales, seguiríamos teniendo el problema de cómo se define ese
fenómeno colectivo, especialmente si consideramos que es sólo un
acontecimiento metafórico (Matraux, 2001). Por último, todas estas
cuestiones subrayan un defecto más interesante en las obras sobre trauma
cultural: mientras que los analistas del tema destacan el papel de los
medios de comunicación en la creación del trauma cultural e incluso,
en algunas ocasiones, citan la bibliografía psicológica sobre traumas
históricos, estos mismos analistas muestran muy poca curiosidad acerca
del trabajo de sus colegas en los departamentos de comunicación que
han estudiado, durante muchas décadas, los efectos psicológicos de los
medios de comunicación modernos.
VII
21 Confróntese con J. Potter (2003: 67-84). Véanse también los interesantes comen-
tarios de Ian Hacking (1999: 25-28) sobre la construcción del espectador niño en
los estudios de los medios de comunicación.
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 545
en tan poco tiempo, todavía buscamos la excitación de la muerte en la
jungla en la televisión por cable (Zillman, 1998: 193).
Esas explicaciones son compatibles con un amplio rango de mode-
los psicológicos y filosóficos y a menudo se ven alimentadas por ellos,
incluyendo la noción de Jung de inconsciente colectivo o las ideas de
Elías acerca del proceso de civilización, y las especulaciones de Adorno
acerca de la cultura humana y la mímesis, que hemos visto anteriormente
(Elías, 1997; Jung, 1970). Es obvio que los modelos no pueden verificarse
por sí mismos empíricamente, pero han ayudado a diseñar proyectos de
investigación que arrojan alguna luz sobre las dinámicas psicológicas
complejas de la recepción de los medios de comunicación por las personas.
Los psicólogos que estudian los medios de comunicación, por ejemplo,
han realizado una variedad de experimentos diseñados para subrayar la
interdependencia entre valores morales y el placer del contenido violento
en dichos medios. El resultado de estos experimentos es en particular
importante para nuestros propósitos, porque señala un tipo de interacción
emocional entre consumidor y medios que se corresponde con procesos
emocionales similares en la vida cotidiana, donde el consumidor no llega
del todo a identificarse con lo que experimenta.
Parecer ser que los espectadores participan en el universo narrativo
que se desenvuelve en la pantalla de una forma muy parecida a la manera
en que reaccionan ante los acontecimientos reales que experimentan
como meros testigos. En ambas situaciones, examinamos constantemen-
te nuestro entorno social y generamos un juicio moral del comporta-
miento de los conocidos y de los extraños, con independencia de si ese
comportamiento se ha producido en la realidad o a través de medios
electrónicos. Dependiendo del resultado de nuestros juicios morales,
desarrollamos disposiciones afectivas positivas y negativas hacia los
caracteres y disfrutamos de su buena o mala fortuna según sea el caso.
Las disposiciones afectivas negativas nos permiten encontrar placer en
la violencia que se dirige contra personajes poco simpáticos, sobre todo
si les hemos visto victimizar a personas que nos gustan. Los psicólogos
que han desarrollado y comprobado la teoría de la disposición afectiva
argumentan que es mucho más adecuada para explicar nuestra interac-
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 547
en un extremo de la escala en el que somos lo bastante afortunados como
para observar el trauma sólo a través de los medios de comunicación, y
que es muy probable, por suerte, que nunca experimentaremos la angustia
de los relativamente pocos que sufren el trauma en el otro extremo. Por
lo tanto, surge la pregunta de por qué quisiéramos colapsar ese amplio
espectro, incluso si sólo lo hiciéramos metafóricamente, y subsumir
experiencias de naturaleza muy diferente sobre el trauma bajo la rúbrica
vaga de trauma cultural.
La experiencia de la violencia, el dolor y el trauma está siempre
mediada socialmente. La manera en la que reaccionamos e intentamos
darle sentido al sufrimiento no se puede separar de los contextos sociales
específicos que nos han conformado. La sociedad define y nos ayuda a
poner en acción la diferencia entre el trauma estructural normal, incluso
deseable, y el dolor traumático excesivo22. Además, nuestro entorno tiene
un papel fundamental en la recuperación de las personas con respecto
tanto al trauma histórico como al estructural. Pero esta perspectiva
constructivista no debería confundirnos acerca del hecho de que, en las
condiciones actuales, los medios de comunicación causan traumas sólo
de manera excepcional, aunque representen una fuente importante de
conocimiento social acerca del mismo. Es evidente que ese conocimiento
puede ser de muy distinta calidad. Por una parte, como consumidores
ávidos de violencia televisiva en horario estelar, podríamos llegar a con-
clusiones erróneas acerca de la cantidad de violencia que ocurre fuera
de nuestras salas de estar23. Por otra, las mejores representaciones de los
acontecimientos traumáticos que encontramos en la pantalla nos ayudan
a obtener una perspectiva emocional del sufrimiento de las víctimas reales
al permitirnos experimentar un eco muy lejano de lo que es su conmoción
y confusión psicológicas. Esta experiencia de recepción que podríamos
llamar incomodidad en la disposición afectiva y que LaCapra (2005: 41)
ha llamado “malestar empático”, se beneficia de nuestra capacidad para la
afección mimética. Las representaciones de la violencia, especialmente
VIII
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 549
síndrome de estrés postraumático (Hacking, 1995; 1998; Young, 1995).
En ese proceso, nos enseñaron que las enfermedades mentales, como
muchos otros hechos científicos complejos, son inventadas y reales al
mismo tiempo, porque las bases ontológicas de esas enfermedades nunca
pueden separarse del aparato epistemológico que se usa para definirlas
y tratarlas. Por una parte, un desorden como el deot es “inseparable
de las prácticas, tecnologías y narrativas mediante las cuales se diag-
nostica, estudia, trata y representa”. Por otra, “la realidad del deot
se confirma empíricamente por el lugar que ocupa en las vidas de las
personas, por las experiencias y convicciones de ellas, y por el costo de
las inversiones personal y colectiva que se han realizado en él” (Young,
1995: 5). Como resultado de la relación íntima entre una enfermedad
determinada y su contexto social específico, tiene poco sentido usar un
diagnóstico particular en otros contextos, como intentar realizar una
proyección del deot en la historia pasada. Se requeriría, por lo tanto,
una reelaboración conceptual considerable antes de que el paradigma
del trauma pudiera arrojar reevaluaciones útiles de acontecimientos
históricos como la Revolución Fancesa.
La historización del paradigma del trauma psicológico demuestra que
la evolución de las ciencias sociales y su recepción popular es difícil de
predecir. El paradigma del trauma puede colapsar pronto como resultado
de su excesiva ampliación o puede continuar inventando nuevas clases
de víctimas del trauma durante muchos años más. Sabemos, sin embar-
go, que en la práctica psiquiátrica y también en la teoría psiquiátrica,
el diagnóstico del trauma ha experimentado un “deslizamiento hacia
la diversidad conceptual”, como lo expresa Richard McNally (2003:
281)25. El tratamiento del trauma se convirtió en un negocio lucrativo
después de las repercusiones de la Guerra de Vietnam, pero una vez que
los especialistas trataron el dolor psicológico de los veteranos, de repente
se quedaron sin pacientes adecuados. Puesto que no había candidatos
obvios a la vista, bajaron poco a poco el techo que se utilizaba para
clasificar una experiencia como traumática y nunca más se enfrentaron
a una escasez similar de clientes (McNally, 2003: 279; Young, 1995: 287-
25 Véase también Hacking (2002: 18)
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 551
El concepto de trauma, empleado en los ámbitos individual y colec-
tivo, difiere de manera significativa de conceptos relacionados como
los de identidad y memoria. En contraposición con estos dos últimos
términos, el trauma implica la ocurrencia de alguna lesión real o ima-
ginaria con consecuencias psicológicas, políticas y morales a largo
plazo. Por consiguiente, el uso abiertamente generoso de la palabra
‘trauma’ ha producido un fenómeno curioso. A través de esta apropia-
ción indebida del término, sobre todo en las humanidades, el trauma se
ha convertido en una falsedad moral. La mera presencia de violencia,
real o simbólica, se confunde de manera habitual con la presencia del
trauma, y el resultado de ello es que quienes que están expuestos a la
violencia se conviertan en víctimas sumariamente. Como es natural,
a veces es imposible determinar en qué momento preciso la defensa
política de los afectados, la empatía emocional o la ambición filosófica
nos llevan a una falsa representación metafórica. Las experiencias de
los perpetradores y algunos testigos directos de la violencia puede que
encajen en el concepto del trauma, pero las experiencias de la condición
de espectador no pueden reconciliarse ya por más tiempo incluso con la
noción más flexible de trauma. La honestidad moral y conceptual y la
precisión histórica exigen que se interprete el trauma ante todo desde
la perspectiva de la víctima y sólo luego se expanda cuidadosamente con
el propósito de explorar otros fenómenos que están en los límites del
concepto (Mitchell, 2000: 298). Es así como podemos entender mejor
la combinación excepcionalmente destructiva entre violencia e identi-
ficación que se encuentra en el núcleo de la experiencia del trauma.
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 553
dominantes, que han adoptado retroactivamente la excepcionalidad
de Auschwitz y, desde esa atalaya de la moral superior, no quieren
imaginarse ya un mundo postraumático que pueda volver a estar
amenazado por acontecimientos como la Solución Final. Considerar
nuestra cultura sólo bajo el signo del trauma nos deja con dos únicas
opciones: o emprendemos un proceso de reconstrucción (working
through) cultural (por ejemplo, a través de nuestras contribuciones
a la educación sobre el Holocausto y los estudios sobre el trauma) o
contemplamos cómo nuestras sociedades sufren las consecuencias
adversas que implica supuestamente la negación del trauma cultural
(por ejemplo, nuestra permanente autodestrucción como resultado
del eterno retorno de lo reprimido).
Pero el tropo del trauma devalúa muchas otras posiciones del sujeto
ante las experiencias de la vida. Hace difícil, por ejemplo, interpretar
de manera distinta de la de una pantalla ideológica o un mecanismo
de defensa psicológico, la curiosidad desinteresada con la cual muchos
de los consumidores reaccionan frente a los productos de los medios
de comunicación que se ocupan del Holocausto. Lo irónico es que en
la forma como el trauma se ha aplicado a manera de esquema concep-
tual, la noción excluye la posibilidad de que exista una discontinuidad
y una indiferencia radicales en el periodo posterior a una catástrofe
histórica, y en este sentido representa sólo otra ficción académica
autocentrada.
Un estudio más detenido de la larga historia de la metáfora del
trauma nos recuerda qué fue lo que los filósofos encontraron tan
atractivo acerca del concepto de trauma, cuando comenzaron a con-
templar los legados del nazismo y del judiocidio. Frank Ankersmit
(2002: 75) captura con precisión esa atracción intelectual en la si-
guiente afirmación:
Con frecuencia se defiende que nuestro único contacto con la rea-
lidad o nuestra única experiencia de ella, el único lugar en el que la
realidad nos muestra su verdadera naturaleza, su extrañeza radical y
su indiferencia majestuosa hacia nosotros, ocurre en el trauma. Esto
se debería a que en la experiencia no traumática de la realidad, ella ya
Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural 555
Epílogo
CARLO TOGNATO1
E n este epílogo haré visible una de las más generales lecciones que
surgen de los estudios sobre trauma, con el objetivo de tentar a
aquellos investigadores que, aunque no están particularmente interesa-
dos en el tema, sí comparten la búsqueda de una mejor comprensión de
las sociedades modernas. Más exactamente argumentaré que cuando se
acerquen a la experiencia traumática podrán recuperar dos facetas de
la vida social moderna que han sido casi permanentemente invisibili-
zadas dentro de las ciencias sociales. Me estoy refiriendo al ‘acto de fe’
como dimensión de la acción humana, y a la concepción melancólica
de la modernidad que durante mucho tiempo ha contribuido al despla-
zamiento de este tipo de actos, ‘los de fe’, fuera de la esfera pública del
mundo occidental.
La experiencia traumática tiende a desafiar la representación, a veces
de una manera muy radical, tal como en el caso del Holocausto. Por
esto, explicarla es una tarea complicada y, por la misma razón, ha sido
objeto de un intenso debate entre los expertos en el campo respectivo.
Con particular referencia al Holocausto, algunos observadores, entre los
cuales se encuentra Hayden White, han abogado a favor de una nueva
Epílogo 557
clase de lenguaje para representar la condición ambigua de las víctimas.
Ellas, de hecho, no pudieron ser ni sujetos ni objetos de las acciones que
vivieron y, por tanto, para expresar la ‘voz intermedia’ de su agencia, que
no es activa ni pasiva, es necesario recurrir, como sugirió Barthes, a la
escritura intransitiva, la misma que ha caracterizado al modernismo y
de la cual Proust ofrece un ejemplo paradigmático.
Ahora bien, el Holocausto constituye uno de los acontecimientos
más significativos de la historia moderna. Una comprensión sofisticada
de la modernidad, en consecuencia, no puede permitirse el lujo de evitar
abordarlo. Los investigadores del trauma han recomendado la escritura
intransitiva para dar cuenta de la experiencia traumática de las víctimas.
Esto, a su vez, constituye un desafío analítico importante para los teóricos
de la modernidad, puesto que los obliga a preguntarse cómo dar el paso
hacia la intransitividad. Aquí, sugeriré que una manera de hacerlo es a
través de la inclusión en sus teorías de la acción de una tercera categoría
—el ‘acto de fe’— al lado de la acción racional y estratégica, y de la acción
interpretativa. Mostraré que en esa medida, se permitirá, por una parte,
iluminar de manera novedosa la relación entre la escritura intransitiva y la
representación del Holocausto y, por la otra, dar mejor cuenta no sólo de
la experiencia traumática de estas víctimas, sino también de cualquier otra
similar en distintos contextos.
No obstante, antes de continuar, es importante disipar desde el co-
mienzo una equivocación muy frecuente con respecto al concepto de
fe. Es práctica común asociarla a la religión, pero en principio la fe se
refiere a un campo de acción mucho más amplio.
Polanyi (1958), por ejemplo, se basa en San Agustín para sugerir
que todo saber se fundamenta en algún elemento de fe. Blanchot, por
su parte, subraya que la fe es una dimensión constitutiva de cualquier
relación entre los seres humanos (Hart, 2004). Derrida, a su vez, señala
que cualquier orientación al otro en un proceso comunicativo implica
una invocación a la fe. Y finalmente, Helm (1999) ha subrayado que la
fe impregna casi cualquier elemento de la vida cotidiana2.
2 Para una discusión más extensa de estos puntos véase R. Ballard (2007[documento
en línea]).
Epílogo 559
violencia masiva que se elabora como traumático—logró algo todavía
más siniestro: extinguió la capacidad de las victimas de hacer ‘actos de
fe’. La escritura intransitiva, por consecuencia, se impone no tanto para
oír el eco de una ’voz intermedia’ presente. La cuestión es más bien de
ausencia que de presencia. Dicha escritura se impone para escuchar a
una ‘voz intermedia’ más y más débil que llega a interrumpirse.
Aunque la debilitación progresiva de esta esfera de la acción humana
parezca haber marcado de una manera particularmente profunda la
experiencia de muchas víctimas del Holocausto, hay también rastros
que indican que cualquier experiencia traumática tiende a interferir
con el ‘acto de fe’. En este libro, Erikson, por ejemplo, sugiere que las
víctimas del trauma son propensas a “perder la fe” en el sentido, en la
moralidad y en el orden que los individuos consideran subyacentes a su
realidad, lo cual es interesante porque apunta a dos consecuencias del
trauma. En primer lugar, lleva a la pérdida de la confianza básica por
parte de las víctimas en el orden social y natural, pero también parece
inhibir de forma aún más poderosa la capacidad de las víctimas para
ejercitar su fe en la vida.
En conclusión, los investigadores del trauma recomiendan la escri-
tura intransitiva para dar cuenta de la experiencia traumática de las
víctimas del Holocausto. Aquí, he sugerido que una teoría de la vida
social moderna puede dar un paso hacia la intransitividad y he añadido
una nueva categoría de acción humana, el ‘acto de fe’, a las otras dos: la
acción estratégica y la interpretación. Esto, a su vez, permite no sola-
mente iluminar una dimensión nueva de la relación entre la escritura
intransitiva y la representación del Holocausto sino que también innova
en la comprensión de cualquier experiencia traumática generalizable
a otros contextos.
Una vez introducido el ‘acto de fe’ como tercera categoría de la ac-
ción humana, asombra que un fenómeno empírico tan general no haya
sido recogido ni por la teoría social clásica ni por la contemporánea.
Al mismo tiempo sorprende que después de décadas de silencio ensor-
decedor sobre esta dimensión de la acción, solo recientemente haya
aparecido en el horizonte de la esfera pública con buenas posibilidades
Epílogo 561
moderna del Estado son las versiones secularizadas de conceptos teoló-
gicos que han precedido a la modernidad.
En respuesta a este ataque contra la originalidad de la Edad Moderna,
Blumenberg (1983) reconoció que los pensadores de esta etapa termi-
naron ocupando muchas de las posiciones estructurales anteriormente
asumidas por las categorías del pensamiento medieval. Sin embargo, las
llenaron también con contenido nuevo. Solo más adelante los filósofos
de la Ilustración pisarían el terreno de viejos debates teológicos con
el objetivo de sacar definitivamente a los teólogos de la esfera pública
y terminarían ocupando inadvertidamente los lugares propios de las
construcciones teológicas. Desde entonces, los pensadores modernos
se resistirían a reconocer que, en parte, la antorcha de la Ilustración
brillaba con una luz prestada por los conceptos ofrecidos por la teología
medieval.
Parecería, sin embargo, que la inhibición sobre el pensamiento social
moderno llegó más allá. En un esfuerzo para establecer el monopolio de la
razón, la tradición moderna desconoció que los seres humanos aún tienen
la necesidad de asignar significado y coherencia simbólica a sus mundos
y de organizarlos como si aún estuvieran permeados por el telos propor-
cionado por lo trascendente (Alexander, 1995: 4). En otras palabras, tal
inhibición ha operado también con respecto al reconocimiento por parte
de los teóricos sociales modernos de la persistencia del encantamiento
cultural en sus propias sociedades. Sugeriría, sin embargo, que algo muy
similar ocurrió con referencia al ‘acto de fe’. Es decir, dicha inhibición
impidió que entrara en la esfera pública como categoría analítica de
pensamiento social y lo acorraló en la esfera privada de la existencia. La
teoría social moderna, en consecuencia, perdió su oportunidad de oír la
‘voz intermedia’ y de lograr dar un paso hacia la escritura intransitiva.
Durante la segunda mitad del siglo xx, sin embargo, se abrió progre-
sivamente el camino en esta dirección por efecto de la sedimentación
sucesiva de cuatro diferentes concepciones culturales de la moderni-
dad: la teoría de la modernización, la teoría de la antimodernización,
el posmodernismo, y neomodernismo. La teoría de la modernización
extendió una mirada optimista hacia la modernidad y la entramó en
3 Mi referencia al fetichismo narrativo tiene que ver con la incapacidad por parte de
dicha teoría de hacer duelo con respecto a las experiencias traumáticas que vivió la
intelectualidad en épocas premodernas y por tanto tiene que ver con su incapacidad
de lograr una reconstrucción del sujeto en condiciones postraumáticas.
Epílogo 563
ha afligido permanentemente a una modernidad incapaz de hacer duelo
frente a la experiencia traumática y de ejercer el control de la esfera pública
occidental, impuesto por las autoridades eclesiásticas europeas.
Es razonable, en consecuencia, sugerir que las diferentes concepciones
de la modernidad están hoy más cerca que nunca de la posibilidad de incluir
el ‘acto de fe’ en sus teorías de la acción y, por tanto, de la posibilidad de
dar un paso hacia la intransitividad.
Epílogo 565
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Índice temático
A
Acción diferida, 167, 168, 277, 308, 317, 516
Actos del habla, 140, 141
Afecto, 33, 67, 70, 78, 86, 87, 88, 90, 92, 93, 95, 96, 97, 98, 100, 102,
103, 104, 106, 109, 117, 155, 157, 176, 178, 245, 248, 257, 322,
323, 355, 356, 465, 473
Afrontamiento, 95, 102, 103, 105, 106, 109, 106, 116
Afrontamiento colectivo, 106
Afrontamiento masivo, 106
Antimímesis, 186, 188, 192
C
Castración, 172, 173, 176, 177, 301, 304, 316, 328, 449, 450, 451, 452,
453, 455, 456, 464, 466, 468, 472, 473, 474, 475
Catexis, 178, 184
Compulsión, 114, 172, 182, 191, 247, 248, 267, 274, 280, 287, 304,
320, 343, 345
Comunal, 30, 67, 68, 71, 73, 78, 83, 387, 404, 421
D
Denegación, 47, 172
Desorden de estrés postraumático (deot), 86, 97, 119, 121, 122, 296,
495, 547, 550, 551
Diégesis, 181, 188, 473
Diferimiento, 317, 533
Disimilación, 185
E
Economía de la narrativa, 251, 254
Economía libidinal, 179, 459, 464
Economía mental, 24
Economía moral, 43
Economía psíquica, 333, 343
Enfoque naturalista, 132
Ensoñación, 276, 313
Escisión del sujeto, 173, 185
Estrés, 65, 66, 85, 86, 99, 122, 128, 502, 505, 511, 514, 543
Estrés agudo, 86
F
Falo, 177, 450, 451, 452, 453, 454, 455, 456, 474, 475
Feminista, 27, 123, 166, 284, 479, 481, 482, 483, 484, 489, 491,
492, 493, 494, 495, 496
Fetiche, fetichismo, fetichista, 54, 55, 116, 222, 243, 244, 249,
250, 251, 253, 255, 434, 459, 468, 563
Flashbacks, 39, 64, 113, 278, 188, 480, 535
Freudiano, 49, 168, 169, 175, 450
G
Grupos transmisores, 140, 157, 162
H
Hipnosis, 15, 25, 180, 187, 188, 190, 191
Histeria, 22, 87, 88, 90, 112, 117, 121, 166, 167, 169, 173, 175,
262, 316, 441
L
Lacaniano, 29, 263, 450, 452, 453, 538
Liberación, 171, 173, 177, 178, 184, 185, 186, 211, 212, 297, 298, 299,
300, 363
Libido, 169, 170, 179, 321
Ligazón, 178, 179, 181, 184, 185, 186, 460
N
Nachträglichkeit, 23, 39, 167, 168, 317, 318, 322, 324, 331,332, 533
Naturalista, 33, 34, 128, 132,135, 136, 162
Negación, 43, 67, 100, 104, 105, 111, 113, 114, 173, 177, 181, 201, 210,
230, 238, 256, 264, 278, 289, 290, 300, 413, 490, 493, 554
Neurosis traumática, 23, 24, 31, 32, 88, 168, 169, 177, 184, 192, 248,
254, 302, 308, 316, 319, 325, 344, 345, 346, 538
O
Objetividad, 38, 133, 134, 234, 289, 315, 492
P
Pesadilla, 261, 469,
Pesadilla traumática, 184, 318, 319, 320, 321, 322
Proceso traumático 139, 494
Proyección, proyectar, 104, 105, 106, 141, 393, 429, 434, 459, 468,
474, 550
Psicoanálisis, 17, 21, 22, 23, 24, 25, 29, 105, 116, 118, 123, 131, 133,
168, 169, 170, 172, 173, 174, 175, 179, 180, 262, 264, 267, 272,
R
Realista, realistamente, 161, 231, 234, 236, 237, 238, 239, 244, 264,
271, 273, 276, 287, 288, 399, 400, 462, 463
Rechazo, 173, 187, 190, 244
Repetición compulsiva, repetición-compulsión, 24, 25, 274, 280, 345
Represión primaria, 88, 93, 104, 105, 110, 111, 117, 132, 134, 135,
152, 172, 173, 174, 175, 176, 177, 182, 183, 186, 191, 235, 299,
300, 301, 302, 306, 317, 318, 321, 322, 326, 327, 331, 363, 441,
508, 525
S
Seducción, 22, 23, 32, 87, 165, 166, 167, 168, 262, 291
Señal-afecto, 176, 177
Síndrome de estrés postraumático, sept, 26, 501, 550
Sistema, 93, 94, 121
Subjetividad, 38, 197, 201, 202, 203, 205, 206, 207, 208, 232, 234,
269, 278, 279, 280, 365, 449, 450, 451, 452, 455, 461, 473, 508,
533, 561
Sucesiones de traumas parciales, 86
V
Verleugnung, 172
Víctima, 24, 25, 33, 59, 99, 104, 113, 122, 142, 143, 144, 145, 155, 182,
186, 188, 189, 190, 202, 203, 248, 277, 302, 308, 312, 315, 327,
333, 344, 346, 347, 348, 349, 350, 420. 481, 482, 483, 485, 487,
488, 491, 497, 499, 501, 510, 517, 518, 535, 537, 552, 553
Victimización, 202, 328, 348, 488, 495, 501, 551, 517
Monitoreo de derechos
de la niñez y la adolescencia.
Reflexiones sobre lo aprendido.
Ernesto Durán & Elizabeth Valoyes, Eds.
Lecturas CES
La Influencia clásica en América Latina.
Carla Sofía Bochetti Neri, Ed.
Investigaciones CES
Acciones afirmativas y ciudadanía
diferenciada étnico-racial negra,
afrocolombiana, palenquera y raizal. Entre
Bicentenarios de las Independencias y
Constitución de 1991.
Claudia Mosquera Rosero-Labbé &
Ruby Esther León Díaz, Eds.