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Antropología, etnografía y violencias: consideraciones epistémicas

A lo largo de los estudios antropológicos, el énfasis en el “salvaje, primitivo, bárbaro” ya


daba cuenta de un enfoque con una mirada violenta, exacerbada sobre todo por la negación
del “otro”. En ese sentido la antropología fue empleada durante mucho tiempo como
justificación del colonialismo, la violencia, la conquista y la dominación. Sin embargo, la
superación del carácter justificador de una ciencia, que nace polémica y aún continúa en el
debate, llevó a la denuncia de viejos y nuevos genocidios y etnocidios.

La limitación de la mayoría de las etnografías clásicas de concebir la violencia como objeto


de estudio, observación y análisis limitó, según Rosenberg (2019),“la comprensión de todos
los tipos de violencia, violación y abuso sexual, todo tipo de homicidios, infanticidios,
feminicidios, regicidios, homofobias, violencia de género en la pareja y violencia
doméstica, entre otros”.

Por otra parte, no es lo mismo la investigación etnográfica acerca de la violencia que en


tiempos de violencia, porque, aunque ambas estén estrechamente relacionadas, en una el
antropólogo puede explicar los sucesos violentos a partir de los relatos de las víctimas
como forma de documentar una experiencia que no presenció y en el otro caso vive el
fenómeno con esas poblaciones.

De esa manera, el trabajo de campo se centraría en dos vertientes: la de la experiencia


vivida de la violencia o la de conocer y reflexionar sobre esta violencia, la óntica y la
epistemológica, respectivamente. Todas las partes: perpetradores, víctimas y etnógrafos
experimentan e interpretan el proceso por igual.

Según Nordstrom y Robben (1996), más allá de la etnografía tradicional, la antropología en


esos contextos implica otro grupo de responsabilidades que conlleven a la seguridad en el
campo de trabajo, de los informantes y las teorías que ayudan a forjar actitudes hacia la
realidad de la violencia.

Otro de los aspectos para tener en cuenta cuando realizamos un estudio de la violencia es
reconocer su carácter sistémico, producido y reproducido por la aparente homogeneidad de
los sistemas económico y político que afectan a todas las sociedades sin importar la región,
el país o la cultura. En ese espacio surgen, se encuentra y reproducen las violencias todas,

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agravadas por el neoliberalismo y la globalización imperante de la cual los países
latinoamericanos son parte activa.

Las experiencias de vida, sus historias personales y las percepciones que tienen del mundo
forman parte de las “cargas” que lleva consigo el etnógrafo como sujeto que es, por lo cual
debe considerar su lugar en el mundo social que está estudiando. Asimismo, una
antropología de las emociones sería precisa para comprender cómo los sujetos con quienes
establecemos relaciones experimentan y sienten la violencia, más allá de las razones del
sistema que las crea y reproduce.

Específicamente si abordamos la violencia de género es preciso profundizar en las formas y


métodos de la etnografía feminista, donde se traspasa la observación participante de la
antropología tradicional para reconocer las concepciones culturales de los actores sociales
objetos de estudio, considerando la forma en la cual las estructuras de género determinan
esos significados a través de sus prácticas, discursos y reivindicaciones políticas.

Las etnografías feministas, desde distintas perspectivas teóricas, han rechazado la


pretensión de neutralidad de las ciencias sociales positivistas, y por ello han enfrentado el
reto de atreverse a incidir en la transformación social, con todos los riesgos que esto
conlleva (Reinharz y Davidman, 1992).

El carácter decolonizador otorgable a la etnografía feminista debe partir de una


metodología dialógica, donde tengan protagonismo estrategias más colaborativas y, a su
vez, los actores objeto de estudio sean partícipes de la conformación del problema mismo
de investigación, lo cual trae implícito nuevas maneras de hacer investigación.

Asimismo, según Hernández (2021), se requiere de maneras más creativas y participativas


de presentar los resultados, en las que el tema de la representación de las violencias y las
resistencias a ellas no sea decidido de forma vertical y unilateral.

Mediante argumentos teóricos y metodológicos, los estudios antropológicos con


perspectiva de género, y junto a ellos la etnografía, se han convertido en un pilar para
comprender las mujeres y las relaciones de género, así como interlocutores del diálogo
entre movimientos políticos y organizaciones de mujeres.

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Desde América Latina, las luchas feministas y demandas vinculadas con el género denotan
que necesariamente debemos pensar y construir conocimientos situados desde experiencias
personales, colectivas, políticas y culturales. En los estudios comparados hay que
considerar las potencialidades del trabajo de campo y la etnografía en sí para comprender
dinámicas localizadas capaces de promover el intercambio entre los distintos tipos de
feminismos y activismo sociales con perspectiva de género.

En ese sentido, Sciortino (2012), señala que una propuesta con perspectiva de género tiene
necesariamente que comprender los sexos de forma «situada», es decir, desde las
dimensiones históricas, culturales y socioeconómicasque obstaculizan la potencialidad
individual.

Es importante recordar en cualquier investigación con enfoque de género o no, que los
aspectos socioculturales e históricos constituyen los objetos de estudio por excelencia de la
antropología como ciencia y el método con el cual se construyen las teorías sobre la cultura
y la sociedad es la etnografía.

Así, y según Pujadas (2010), la etnografía forma parte del llamado triángulo antropológico,
junto con la comparación y la contextualización, empleada esta última para encuadrar la
unidad de análisis en espacio y tiempo con el fin de comprender los procesos históricos
locales y regionales, así como los flujos y las constricciones de orden económico,
político, social o ideológico que enmarcan las relaciones de nuestra unidad de análisis con
el contexto más amplio que lo rodea.

En cuestiones metodológicas es preciso, además de contextualizar, trazar estrategias que


ofrezcan una visión antropológica que logre identificar las violencias, pero también sus
símbolos, con el propósito de establecer convergencias culturales y sociales.

Muñoz y Álvarez (2015) rechazan una única caracterización de la violencia y acentúan la


complejidad de los símbolos que existen en múltiples sociedades constituyentes de espacios
multiculturales e interculturales que constatan una necesidad de incorporar un
entendimiento descolonizador de la violencia de género.

Debido a la diversidad cultural del complejo entramado social en el cual vivimos es


pertinente visibilizar la violencia de género desde una dimensión global que trascienda,

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desde la propia resistencia, la comprensión de la violencia desde concepciones
hegemónicas, prácticas colonialistas y creencias patriarcales.

Ese propósito solo será posible mediante una perspectiva de investigación comprometida
con el cambio y el desarrollo a partir de lo comunitario, creadora de una reflexión inclusiva
que tenga en cuenta lo singular y no sea homogeneizadora.

Referencias bibliográficas

Hernández, R. A. (2021). Etnografía feminista en contextos de múltiples violencias.


Alteridades, 31(62), 41-55.

Muñoz, P. M., yÁlvarez, M. (2015). La escucha etnográfica en la violencia de género desde


espacios educativos culturales. Reflexión para descolonizar el feminismo. Feminismos, 25,
133.

Nordstrom, C. y Robben, A. (1996). The Anthropology and Ethnography of Violence and


Sociopolitical Conflict. Fieldwork under Fire. University of California Press. Berkeley: 1-
23.

Pujadas, J. J. (2010). La etnografía como mirada a la diversidad social y cultural.


Universitat Oberta de Catalunya.

Reinharz, S. y Davidman, L. (1992). Feminist methods in social research. Oxford


University Press.

Rosemberg, F. (2019). La etnografía en tiempos de violencia. Cuicuilco. Revista de


ciencias antropológicas, 26(76), 153-174.

Sciortino, M. S. (2012). La etnografía en la construcción de una perspectiva de género


situada. Clepsydra, 11.

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