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i Acababa de caer la noche sobre la ciudad de Londres. El senor y la sefiora Darling se vestian apresuradamente para asistir a un nuevo estreno de una de sus grandes aficio- nes, la Opera, mientras sus tres hijos, Wendy, Juan y Miguel, disfrutaban de los tiltimos jue- gos antes de irse a dormir. —iTen por seguro que acabaré contigo, Pe- ter Pan! jPor tu culpa tengo que llevar este garfio en mi mano! —Es en la otra mano, Juan —le corrigié Wendy—. Al Capitan Garfio le falta la mano izquierda, no la derecha. —Es verdad —admitié el pequefio cam- biandose la percha de mano—. Gracias, Wendy. A Juan y Miguel les encantaba revivir en sus juegos las aventuras de Peter Pan. Su hermana mayor, Wendy, se sabia todas sus historias de memoria y, por la noche, antes de acostarse, siempre les leia algtin cuento acerca de] muchacho que no queria crecer y del Pais de Nunca Jamas. Desde el tejado de una casa cercana, una extrafia figura vigilaba el dormitorio de los tres nifos sin perder detalle. —,Dénde esta mi pechera? —soné la ronca voz del sefior Darling irrumpiendo en el dor- mitorio—. ¢Quién ha cogido mi pechera? Miguel, levantando la almohada de su ca- ma, extrajo la prenda y se la tendi6 a su pa- dre. El sefior Darling se qued6 de piedra al verla completamente pintarrajeada. — Qué... significa esto? {Esta toda pintada! —Es el mapa del tesoro de Peter Pan —se justificé Miguel con un hilillo de voz. —jPeter Pan! zOtra vez, Wendy, llenando- les a tus hermanos la cabeza de pajaros con tonterias? jSabes que te lo he prohibido! —jNo son tonterfas, papa —se atrevid a re- plicar la nifia—. Peter Pan existe. —iBasta! Ya eres lo bastante mayorcita co- mo para seguir creyendo en esas historias... =) —Calmate, Jorge —lo tranquiliz6 su esposa limpidndole la pechera—. Slo son nifios... a ee , Peter Pan existe, mama —insistid la . Estuvo aqui y se olvidé su sombra. Estoy segura de que vendra a buscarla. — Su sombra? —repitié la madre, igual- mente extrafiada cle que Wendy siguiera obce- cada en aquellas fantasias. Una vez que el matrimonio sali de casa en direcci6n al teatro, la figura del tejado se desli- 26 suavemente por la cornisa hasta la ventana del dormitorio. Una pequena hada revolotea- ba a su alrededor. —Busca sin hacer ruido, Campa- nilla —dijo el muchacho—. Tiene que estar por aqui. El hada descubri6 un espejo de ma- no sobre el tocador y no pudo resistir la tentacion de mirarse en él. —jCampanilla! —la reprendié el mu- chacho—. No pierdas tiempo. Campanilla mir por el ojo de la ce- rradura de un cajon y comenzé a hacer ostensibles gestos para llamar la aten- cién del muchacho. Cuando éste lo abrié, una silueta negra, idéntica a él, salid volando por el dormitorio. —jMi sombra! —grit6, vo- jando a su vez en pos de ella—. jDeténte! jEspera! El muchacho consiguié finalmente agarrar- la por un tobillo, pero, al caer, derrib6 con gran estrépito el cajén de los juguetes y des- perté a Wendy. —jPeter Pan! —exclamé la nifa—. jEsta- ba segura de que vendrias! Y es que, :sabes?, en cuanto descubri tu sombra, me supuse que volverias enseguida a buscarla; porque, claro, uno no puede andar por ahi sin su sombra, y, ademas... —iVaya pico! —la interrumpié Peter Pan—. Te importaria darle un poco menos a la len- gua y ayudar a pegarme esta dichosa sombra? —iPor supuesto! —respondié Wendy, son- rojada—. Trae, te la coseré en un momento. Dime: jcémo hiciste para perderla aqui? —Se me escap6 mientras escuchaba uno de tus cuentos. Me encantan tus cuentos; ven- go a ofrte todas las noches, y luego se los cuento a los nifios perdidos. —Pero si todos se refieren a ti... —Por eso me encantan. —2Y quienes son esos nifios perdidos a los que luego narras los cuentos? jEs que no tie- nen una madre? — Una madre? ZY eso qué es? —preguntd Peter Pan. —iNo me digas que no lo sabes! —se ex- trahé Wendy—. Una madre es un ser muy bueno, que nos quiere, nos cuida y nos cuen- ta cuentos. — ,Cuentos? —repitié Peter—. jEso me gus- ta! Desde ahora tii seras nuestra madre. ;Ven- dras conmigo al Pais de Nunca Jamas! —Pero yo no puedo irme contigo... Tengo que cuidar de mis hermanos. —Pues que se vengan también. ;Vamos, chicos, despertad! —jMira, Juan, es Peter Pan! —grité Miguel abriendo los ojos en ese instante. —zY como iremos contigo? —preguntd Wendy—. Nosotros no podemos volar. —jClaro que si! Sdlo se necesita pensar en algo bello... y un poco de polvo de hada. Agité a Campanilla sobre sus cabezas, cu- briéndolas de polvo dorado, y los tres nifos sintieron como se elevaban por el aire. Guiados por Peter Pan, los tres nifios sur- caron el cielo de Londres. La ciudad, desde el aire, les parecia totalmente distinta y maravi- llosa, mucho mas bonita de lo que jamas se habian imaginado. Con las primeras luces del amanecer, apa- recié ante sus ojos la Isla de Nunca Jamas. —jOh, Peter! —exclamé Wendy—. iES taly como la habia imaginado! Ahi esta el Lago de las Sirenas, y el campamento indio... jy el bar- co del Capitan Garfio! Cansados de tan largo viaje, ya que no es- taban acostumbrados a volar, decidieron po- sarse en una nube para descansar. Mientras, sobre la cubierta del enorme ga- leon, el Capitan Garfio paseaba de un lado a otro acompanado del segundo de a bordo, su inseparable sefior Smee. —iRayos, truenos y centellas! —gritaba en- furecido—. Tengo que acabar con ese maldito Peter Pan y ni siquiera sé dénde se esconde... —~Por qué no lo olvida ya, Capitan, y nos hacemos a la mar? Los marineros empiezan a estar nerviosos después de tanto tiempo vara- dos en esta isla sin hacer nada. —Olvidarlo? —rugié el Capitan—. Fue lu- chando con él como cai al agua y ese cocodrilo me co- mié la mano, y ahora tit preten- des que lo olvide... Cuando miro este garfio, veo la cara de Peter Pan. Se asomé por la borda y el sonido de un tic-tac le hizo lanzar un alarido de terror. —jEsta ahi, Smee! jEl coco- drilo esta ahi! —iTiene ra- zon! —confirmé el viejo marinero—. Se ve que cuando le comio la mano, le gust6 su sabor, porque no ha dejado de merodear por aqui... Menos mal que también se trag6 un despertador y el tic-tac nos avisa de su llegada, porque si no, estaria usted listo, Capitan... —jAhuyéntalo! jHaz que se vaya de aqui! —jEh, Garfio, bacalao! —grité Peter Pan, que habia presenciado toda la escena desde la nube—. ;Qué clase de pirata eres que te da miedo un simple cocodrilo? —iTa! —exclam6 Garfio volviéndose hacia la voz—. jAhora veras! Smee, prepara el ca- fidn... Apunten... ;Fuego! Se oy6 un ruido ensordecedor y, al instante, la pesada bala de cafién salié silbando por el aire en direccién a la nube en la que Peter Pan, Wendy y sus hermanos permanecian sentados. A Peter le bast6 con un simple salto para esquivar la bala, que paso entre sus pier- nas sin rozarlo siquiera. a —Campanilla —ordené Peter Pan—. Lleva a Wendy y a los chicos al escondite; yo entre- tendré a Garfio “jugando” un ratito con él... Desde que Peter habia invitado a Wendy a la Isla, el Hada rabiaba de celos. Por eso, cuando ya estaban a punto de llegar al cam- pamento, Campanilla aceleré el vuelo de tal manera que los tres hermanos no fueran capa- ces de seguirla. Se introdujo en el 4rbol hueco que servia de escondite a Peter Pan y a sus amigos, y les dijo a los Nifos Perdidos que el Pajaro Wendy pretendia posarse en la Isla pa- ra hacerles dafio, por lo que era necesario acabar con él. —iTodos a las armas! —grit6 Foxy, que ves- tia una piel de zorro—. {No permitire- mos que aterrice en nuestra Isla! Cuando Wendy sobrevolé el ar- bol hueco, se vio sorprendida por una Iluvia de piedras y lanzas. —iQué es esto? —se enfi d6 Peter Pan, que llegaba en ese mismo momento—. éEs asi como se recibe a un invitado? @ —Pero... Campanilla nos dijo que venia a hacernos dafio —se excusd Cubby, el mas gor- dito—. Dijo que ti habias ordenado que la echaramos... — Es eso cierto, Campanilla? —pregunt6 Peter en tono serio—. Tu conducta es imper- donable. ;Quedas desterrada por una semana! Campanilla, visiblemente contrariada, lan- z6 una mirada de rencor a Wendy y salié vo- lando a toda prisa. —Has sido muy duro con ella —dijo Wendy. —Merecia el castigo —se justificé el mu- chacho—. Ven, te mostraré la Isla. 2Queréis ver el Lago de las Sirenas? —Si no te importa —sugirié Juan—, noso- tros prefeririamos ir a capturar indios... —Muy bien, como querais —accedié Peter. Y tomando a Wendy de la mano, se alejaron volando por el cielo de la Isla mientras Juan, Miguel y los Descarriados desfilaban , por el bosque en busca de - los Pieles Rojas. 7 Atravesaron montes, rios y cascadas, y al cabo de unas horas llegaron a las inmediacio- nes del campamento indio. —jChissst...! Ahora tenemos que guardar silencio —susurré Juan—. Hay que pillarlos por sorpresa. No se percataron, mientras trazaban un plan “completamente infalible”, de que unos extrafios abetos se movian formando un circu- lo a su alrededor. Cuando quisieron reaccio- nar, ya era tarde: una nube de indios se habia abalanzado sobre ellos, y poco después se en- contraban atados a un totem en me- dio del campamento piel roja. —Esta bien, Gran Jefe; ya esta 4] perfectamente claro que esta vez habéis ganado, pero creo que ya podéis soltarnos. —zQue han ganado? —se/ extrafé Juan—. Entonces, zsdlo se trataba de un simple juego? —Hombre, claro —dijo Cubby—. zPero tt qué te ha- bias creido? —Esta vez no ser un juego —hablé el jefe indio con su voz grave—. Vosotros decir dén- de tener princesa Tigrilla, 0 vosotros no ver luz proximo amanecer. —Pero, Jefe —se asust6 Foxy—. Te aseguro que nosotros no sabemos dénde esta tu hija. Peter, entretanto, habia llegado al lago don- de sus amigas las sirenas lo recibieron con el entusiasmo de costumbre: —iPeter! jEs Peter! —gritaban saludandole con la mano—. ;Cémo estas? Hacia mucho que no venias a visitarnos. —iHola, chicas! —salud6 él—. Os pre- sento a Wendy. Ha venido para quedarse en la Isla. Una sirena la agarré del camis6n y empez6 a burlarse de ella: —ila, ja, ja! jMirad qué ropas mas cursis lleva! ;Y qué peinado! Las dems sirenitas se sumaron a la burla y Ia salpicaron con sus colas. —Vamos, chicas, vamos, dejadla en paz... —intercediéd Peter Pan, pese a que se estaba divirtiendo tanto 0 més que las presumidas sirenas.

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