La medicina se considera una profesión loable, responsable y
prácticamente divina. Pero, no todo son flores, porque es una profesión que realizan seres humanos que son fallos y pueden cometer errores . Tal daño puede deberse a la falta de conducta profesional, omisión o otras debilidades que causen daños a los pacientes. Históricamente, tenemos el mayor ejemplo de conducta profesional inhumana, el del médico alemán Josef Mengele Rudolf, que en la Segunda Guerra Mundial practicó atrocidades con víctimas en nombre de la investigación con fines médicos. Considerado criminal y perseguido, para pagar los delitos cometidos, pero sin juicio. Fue y se considera a menudo un ejemplo en el avance de los protocolos médicos. La iatrogénia consiste en un daño, material o psíquico, causado al paciente por el médico. Todo profesional tiene un potencial iatrogénico, y este aspecto depende no solo de la capacidad técnica, sino también de una relación médico-paciente bien establecida. La formación médica tiene un papel fundamental en la constitución de sujetos menos propensos a sufrir iatrogénia. Además de la formación científica se debe valorar la capacitación ética-moral de los profesionales, visto que muchos se olvidan de que no tratan solo de enfermades y si de enfermos. Finalmente, se deben recuperar los demás atributos del médico, como la intuición, la empatía, la humildad, la capacidad de comunicación y la resiliencia. El profesor tiene una importancia destacada en este proceso. La elección de un abordaje terapéutico específico debe ir precedida de una amplia discusión, en una perspectiva de horizontalidad, de manera que se consideren todos los beneficios y riesgos en cuestión. El debate sobre este tema es inagotable. Creemos que el abordaje del tema durante la formación médica contribuye en gran medida a la construcción de sujetos impregnados de una identidad médica ética, sana y, por tanto, menos iatropatógena.