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Sin embargo...

Cuba
Cronología de un fracaso

Rafael R. Trémols

Colección
Ensayo

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Dirección General: Marcelo Perazolo
Diseño de cubierta: M. Lucila Avalle
Diagramación de interiores: Vanesa L. Rivera

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Primera edición en español en versión digital


ISBN versión digital PDF: 978-1-62915-181-6
© LibrosEnRed, 2015
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Índice

I 5

El hombre se fue 5

Acerca del autor 9

Editorial LibrosEnRed 10
I

El hombre se fue
La noche del 31 de diciembre de 1958, la ciudad de La Habana, lucía regia
reflejando todo su esplendor a lo largo de las intranquilas aguas que bañan
su viejo malecón a pesar de que muchos edificios y viviendas permanecían
con sus fachadas a oscuras.

En sus calles había relativamente poco movimiento para un día de Fin de


Año. Parecía que la consigna de la Resistencia Cívica, 03C –cero clubes, cero
cines, cero cabarets– estaba siendo acatada. La clase media y la población
en general demostraban así el rechazo a la dictadura. La ola de rumores
–las bolas– rodaban por doquier. Era una manera de hacer resistencia, co-
municar boca a boca –radio bemba–, lo que ocurría y lo que no. En el viejo
mercado habanero varios camioneros provenientes del interior comenta-
ban que la isla había sido cortada en dos por los rebeldes y que se peleaba
en Santa Clara. Otros rumores indicaban que la ciudad de Santiago de Cuba
estaba sitiada. Al oeste de la ciudad, en la mansión presidencial, dentro del

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campamento militar Columbia, el dictador Fulgencio Batista y Zaldívar, de


cincuenta y siete años, se preparaba para brindar por la paz, la ventura y
la prosperidad del nuevo año. Casi una centena de sus más íntimos colabo-
radores lo acompañaban. Lejos estaban de imaginar lo que se estaba tra-
mando. Cinco minutos después de la media noche, luego de los consabidos
abrazos, estrechones de mano e intercambios de buenos deseos, el general
Eulogio Cantillo Porras pidió la palabra y con grave acento dijo:
—Señor presidente, los jefes de las Fuerzas Armadas consideramos que su
renuncia a la primera magistratura contribuiría a restablecer la paz que
tanto necesita el país. Apelamos a su patriotismo.
Un sepulcral silencio invadió la decorada y lujosa sala. Los atónitos rostros
de los comensales se voltearon hacia su anfitrión. Éste, impasible, recitó su
respuesta como si se tratara del guion de una tragicomedia previamente
establecido:
—Renuncio forzado por las autoridades eclesiásticas, los hacendados y los
colonos, por los que se pasan al enemigo, por los que no han ganado ni una
escaramuza frente a los barbudos.
Una ola de pánico y nerviosismo envolvió a los encopetados asistentes a
lo que sería su última cena, en el poder. La tensión aumentó cuando el
secretario militar del presidente, general Silito Tabernilla, después de pedir
silencio, comenzó a leer la lista de los privilegiados que acompañarían al
ya depuesto dictador en su fuga. Inmediatamente comenzaron a oírse los
gritos de los afectados por sorpresa y sin anticipación alguna:
—¡Un momento, mi familia se va conmigo o aquí no se va nadie! —amena-
zó uno.
—Tengo tres pesos en el bolsillo, así es que pediré limosnas en Miami o
donde sea —arguyó otro.
—Para lo mal que lo hemos hecho, esto duró bastante —sentenció un
tercero.
Frente a la mansión presidencial comenzaron a ubicarse los vehículos que
trasladarían a los escogidos hacia la aledaña base aérea donde los aguar-
daban los transportes militares para iniciar la Caravana de la Derrota. A los
seis años, nueve meses y ocho días del funesto cuartelazo y a los dos años
y treinta y seis días de cruenta lucha fratricida, el impopular régimen en-
cabezado por Fulgencio Batista y Záldivar se derrumbó estrepitosamente,
detonado desde adentro por sus vicios capitales, fulminado desde afuera
por la lucha guerrillera y la resistencia popular. Antes de cumplir el septe-
nio de ilegalidad, el dictador se escabullía como llegó: de madrugada y por

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Sin embargo... Cuba

sorpresa. Horas después, cientos de teléfonos repicaban por toda la ciudad.


La inesperada noticia comenzó a recorrer el país entero como reguero de
pólvora:
—Oye, ¡parece que el hombre se fue!
—¿Qué hombre?
—¡El hombre, muchacho, el hombre!
Batista se consideraba el hombre porque, como buen caudillo, así se hacía
llamar: “¡Batista es el Hombre!”, en vallas publicitarias.
La ciudad estaba tranquila con sus calles casi desiertas. No había mucha
diferencia con el amanecer de otros primeros de enero. Muchas gentes es-
tarían durmiendo la mañana, otras, ya despiertas, comenzaron a percibir
que algo extraño sucedía; las cadenas de televisión y emisoras de radio
transmitían en cadena habaneras y música de antaño. Cerca de las siete de
la mañana comenzaron los flashes:
Batista huyó con sus gentes y deja una junta militar.
Unas informaciones decían que estaba en Miami, otras que habían ido a
parar a Ciudad Trujillo, República Dominicana. Tal vez, la zozobra, la ola
de rumores la ingobernabilidad y otras consecuencias se habrían evitado,
si el general Cantillo y el alto mando militar, haberse dirigido a la nación
haciendo el anuncio oficial:
—“Se le solicitó, al señor presidente de la República, la renuncia la cual
aceptó”.
Pero no fue así. Cuba quedó a la deriva. Posteriormente los medios de comu-
nicación informaban que Batista había llegado a Santo Domingo, República
Dominicana debido a que los Estados Unidos negara la solicitud de asilo a
pesar de que el dictador poseía una fastuosa mansión en Daytona Beach
y hasta se llegó a decir que también era copropietario de hotel Waldorf
Astoria en Nueva York. Los flashes de la radio y la televisión informaban
extraoficialmente que el general Eulogio Cantillo se había hecho cargo del
Estado Mayor Conjunto. Según la Constitución de 1940, a falta de presiden-
te la Jefatura del Estado sería asumida por el vicepresidente o en su ausen-
cia por el presidente del Senado. Ambos habían escapado con el dictador,
por lo que el mandato constitucional recaería sobre el magistrado más an-
tiguo del Tribunal Supremo de Justicia: el doctor Carlos M. Piedra y Piedra,
quien, una vez juramentado, designaría una Junta Provisional de Gobierno,
mantener el orden, convocar a elecciones para restituir la Constitución de
1940.

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Mientras, al otro extremo de la isla en la Sierra Maestra, a las ocho de la
mañana Fidel Castro se entera por un flash de la cadena Radio Progreso de
lo que ocurría en La Habana. A las diez, dirigió una inflamada proclama a
los jefes rebeldes y al pueblo de Cuba rechazando cualquier solución que se
buscara en la capital. Convocó a una huelga general revolucionaria, ordenó
a los jefes guerrilleros asumir la ofensiva táctica en sus zonas respectivas, su
red de contactos persuadían a los jefes de puestos, cuarteles y campamen-
tos militares a rendirse o pasarse a las filas de la revolución. Amenazaba
con asaltar Santiago de Cuba con el pueblo a la vanguardia. Por largas
horas la radio retransmitía la arenga, matizándola con consignas de lucha
y lemas de acción:
¡Revolución Sí! ¡Golpe No!
La reacción popular no se hizo esperar, la gente se botó pa’ la calle, no sin
antes asegurarse de que el hombre se había ido de verdad. Unos se dedica-
ban a celebrar, otros a saquear. Como por arte de magia ahora todos eran
revolucionarios. Asombraba la cantidad de banderas y brazaletes rojos y
negros que exhibían. Hasta Cheo, quien hasta el día anterior no había di-
simulado sus simpatías por Batista, al que apodaban el gato, andaba por
calles celebrando y gritando:
—¡Se los dije!

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Acerca del autor

Rafael R. Trémols
E-mail: rtremolsf@hotmail.com

Rafael Ramón Trémols Fresneda nació en La Habana, Cuba, el primero de


octubre de 1937. Estudió la primaria en el Colegio de Belén, Bachillerato
Comercial en el Colegio Trelles y Auxiliar de Contabilidad en Naviera
Vacuba, C. A. Comenzó sus estudios superiores de contaduría en la recién
creada Universidad Católica San Juan Bautista de La Salle.
Su historia personal está íntimamente vinculada con los hechos histó-
ricos del siglo pasado en Cuba. Desde mediados de 1959, participó de la
Comisión de Presupuesto, programa del Municipio de La Habana. Pero el
25 de enero de 1961 le fue solicitada la renuncia por el Comisionado a la
Alcaldía de la Habana José Llanusa Gobel por manifestarse en contra el
desvío del proceso revolucionario. El 6 de mayo de 1961, a raíz de la fraca-
sada Invasión de Bahía de Cochinos, penetra en la Embajada de Venezuela
en La Habana, solicita asilo político después de permanecer clandestino
durante tres meses como miembro de los movimientos 30 de Noviembre y
Movimiento Revolucionario del Pueblo y como persona vinculada a varios
otros grupos disidentes. El 13 de septiembre de 1961 arriba a Venezuela en
calidad de exilado después de recibir el salvoconducto correspondiente en
uno de los tres vuelos de la Línea Aeropostal Venezolana enviados por el
gobierno de Rómulo Betancourt, con el fin de trasladar a los asilados que
se encontraban en su sede diplomática. En enero de 1962, asumió la jefatu-
ra de la delegación del Directorio Revolucionario Estudiantil en Venezuela.
Sus actividades principales se encaminaron a crear conciencia básicamente
entre estudiantes sobre la situación cubana dictando charlas, elaborando
la propaganda correspondiente, manteniendo un programa de radio diario
en la emisora Radio Difusora Venezolana. En 1965, al llegar a la conclusión
de que, a pesar de los esfuerzos del exilio cubano, el régimen no caería,
comenzó a dedicarse a actividades privadas. Contrajo matrimonio en 1968
con una ciudadana venezolana y formó una familia con cuatro hijos va-
rones. En la actualidad, se encuentra retirado de toda actividad política y
comercial, y habita en Caracas como un ciudadano más de esa nación.
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