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En qué cambió mi comprensión clínica el encuentro con Humberto Maturana

Ana María Zlachevsky Ojeda


Publicado en Revista El Espejo de SCPC, Nº 73. Julio 2021

Conocí a Humberto en la década de los ochenta. En esos años trabajaba en la


Universidad de Concepción e investigaba el fenómeno de la anorexia1. A pesar de que era
muy rigurosa en el aislamiento de las variables, ciertos hallazgos de mis investigaciones me
quedaban en la sombra y no lograba explicar lo que ocurría. Analizaba una y otra vez los
hechos, pero no lograba avanzar y clarificar lo que me parecía complejo. En ese entonces
utilizaba la teoría cognitivo conductual como marco teórico.
Buscando respuestas a mis interrogantes (especialmente, respecto de la actitud del resto
de las personas que formaban el sistema familiar de mis pacientes), encontré que existía un
modelo de psicoterapia que estaba incluyendo a la familia en los tratamientos. Pensando que
ello me permitiría responder mis dudas, ingresé a estudiar al Instituto de Terapia Familiar
de Santiago.
Ahí y entonces conocí en persona a Humberto Maturana. Había leído algo de su obra,
pero, para ser honesta, la entendía poco.
En un recreo, mientras tomábamos café, le conté sobre mi investigación y cuáles eran
mis vacilaciones; entonces me dijo: parece que el argumento explicativo que estás usando ya
no te es útil. ¿Cómo es eso?, me atreví a decirle. Lo que me estás diciendo es que la teoría
cognitiva conductual no es adecuada para trabajar con anorexia, respondí. No, contestó, lo
que te estoy diciendo es que ese argumento explicativo (que tu llamas cognitivo conductual)
y que utilizas para explicar tu experiencia como investigadora en lo que llamas anorexia ya
no te sirve a ti. Te invito a que cambies la forma como te planteas el problema y revises tu
comprensión.
Perpleja con su comentario decidí ir a verlo al laboratorio de Macul en que trabajaba.
Con una actitud especialmente amable, usando una taza de té caliente para ejemplificar lo
que me sugería, me llevó a diferenciar entre experiencia y argumentos explicativos del
experienciar.
Aprendí que no tenemos manera de conocer la realidad ni el en sí de las cosas. Que
cuando queremos dar argumentos lógicos para explicar alguna experiencia, todos nuestros
planteamientos son siempre argumentos que emergen en y desde el lenguaje, después de
haber vivido la experiencia misma, son explicaciones a posteriori. Solo sintiendo lo caliente
del te que me había ofrecido, pude decir que estaba caliente, para mi. Logré comprender que
cada argumento explicativo que una persona utiliza depende de las propias operaciones de
acción y distinción que esa persona realiza para explicar su experiencia, no de la experiencia
misma. Por tanto, aprendí que lo que me pasaba con mis pacientes que yo llamaba anoréxicos
no era producto de un error metodológico o técnico, como yo estaba pensando, sino que se
trataba de un error epistemológico: el postulado de objetividad y neutralidad que pretendía
utilizar como investigadora.

1
“Aplicación de Técnicas de Modificación conductual a un problema de Anorexia Nerviosa usando un diseño
de caso único”. Publicado en Revista Terapia Psicológica, Santiago, 1981.

1
Esa distinción entre experiencia y argumento explicativo del experienciar, me tocó
fuertemente. Aprendí que lo que percibo del mundo exterior tiene que ver conmigo y no con
una realidad externa trascendente que pueda validar mis observaciones y darles legitimidad
a mis argumentos. Que todo lo que digo, callo y hago es producto de mi propia deriva
conversacional, de mi estructura y organización cognitiva, sustentada en mis propias
creencias, las que indudablemente se expresan en lenguaje. La objetividad entre paréntesis
pasó a ser un excelente argumento para explicarme los distintos puntos de vista, tanto de los
pacientes que atendía como también del sinnúmero de teorías explicativas que encontramos
en el acervo del conocer psicológico. Ninguna es correcta o incorrecta en si, sino depende
siempre del ojo de observador y de su propia manera de entender el fenómeno que está
describiendo.
Esta nueva comprensión que propuso Maturana pone en duda el papel que juega la
objetividad en los criterios de validación de las explicaciones científicas; la “objetividad” es,
a los ojos de Maturana, lo que debería ser puesto “entre paréntesis”. La objetividad
trascendental utilizada por la ciencia, decía Maturana, rehúye el rol que tienen en la
investigación las creencias del científico, no se hace cargo de la ética del observador.
Desconoce el hecho de que lo que cada una(o) de nosotros(as) distingue tiene que ver con
nuestras significaciones del fenómeno, más que del fenómeno en si.
¿Puedo tener conocimiento de una realidad objetiva independiente de mí? Parecía que
no. Los seres vivos somos seres discretos, autónomos, “que existen en su vivir como unidades
independientes”2, afirmaba Maturana.
Todo lo que conocemos y distinguimos, que traducimos en lenguaje (verbal y no
verbal), es el resultado de una configuración que llevo a cabo yo, producto de mis propias
creencias, de mi deriva de aprendizaje y experiencias. De la forma como aprendí a interpretar
el acontecer del vivir. Cada vez que una persona habla de lo real, lo que está haciendo es
utilizar un argumento para explicar la experiencia, y no lo “real” en sí; la verdad trascendente,
herencia del planteamiento de Parménides y el sustento de la modernidad cartesiana, hoy no
se sostiene.
Esa comprensión tuvo gran incidencia en mi quehacer clínico. Nunca más dejé de
preguntarme: ¿qué argumento está utilizando esta persona para explicar-se la experiencia?
Hoy digo: ¿cuál es el cuento que se cuenta de lo que dice que le pasó? ¿Desde que premisas
está distingüendo lo que relata?
El precio de hacerme cargo de la objetividad entre paréntesis consistió en que me vi
interpelada a cambiar la noción de objetividad por la de responsabilidad, y desde entonces
me hago cargo de que lo que veo, significo o distingo tiene que ver conmigo y no con algo
fuera de mí, aún cuando ello también de alguna manera incide en mi forma de significar.
Una segunda experiencia marcadora en mi vida laboral tuvo que ver con la invitación
que me hiciera Andrés Guiloff para elaborar un proyecto de formación de psicólogos en la
Universidad de Artes, Ciencias y Comunicación (UNIACC). Corrían los años noventa. Le
pedí a Maturana que me acompañara en esa iniciativa.
Tratando de elaborar un currículum para la formación de psicólogos nos reuníamos en
su casa de Lo Cañas. Nunca olvido su vehemencia cuando decía: “lo primero que tenemos
que hacer para formar a futuros psicólogos es lograr que vean que nada en psicología se

2
Maturana, H. & Porksen, B. (2010) Del ser al hacer. Los origenes de la biología del conocer. Buenos Aires:
Granica, p.114.

2
puede entender sin previamente lograr una comprensión del lenguaje”3. No importa lo que
queramos enseñar sobre la psiquis, necesitamos primero clarificar que entendemos por
lenguaje, por lenguajear y el rol que le asignemos al emocionar en esa comprensión, ya que
no es posible argumentar una idea sin lenguaje y sin entender que la emoción no puede ser
desconsiderada.
¿Cómo entiendo el lenguaje, siguiendo los argumentos de Humberto Maturana?
El lenguaje no es un proceso que ocurre dentro de la cabeza de las personas, sino que es
el resultado de las coordinaciones de acciones humanas, entre personas. Si bien es cierto que
“requiere de la neurofisiología de los participantes”4, ello no es suficiente, en tanto el
lenguaje es un fenómeno social y no neurofisiológico. Es “la coordinación conductual de
coordinaciones conductuales consensuales”5. Emerge con otros y otras, siendo el producto
de acciones conjuntas, de comportamientos coordinados, en los que la emoción está presente.
Indudablemente hay ocasiones en que la emoción es tranquila, casi imperceptible, pero otras
en que emerge con fuerza, llegando incluso a paralizarnos. El lenguaje, no ocurre como un
entrelazamiento de procesos abstractos, de palabras dichas y escuchadas por otros y otras
como entidades metafísicas, que representan ideas, sino que ocurre en la danza conjunta del
convivir. Es el resultado de las interpretaciones que hacemos en y desde el lenguaje al relatar
y relatarnos nuestras experiencias.
Aprendemos a ser humanos actuando en el mundo (enactuando, diría Varela). Los
niños aprenden en su familia (o institución de crianza), desde que nacen, a hablar; pero, sin
darse cuenta, junto con aprender a hablar van aprendiendo también un modo de actuar, de
vivir y convivir (humano) que resulta de la coordinación recursiva con otros y otras. Aprenden
lo que se hace, lo que es aceptable sentir, lo que está bien y mal, etc.; aprenden un modo de
comportarse, aprenden una forma de entender el mundo. Cada palabra o gesto no está
relacionado con algo exterior a nosotros, ya que más que un sistema simbólico, el lenguaje
es coordinaciones de acciones particulares. Lo que nos va pasando en nuestro estar con otros
y otras incluye las emociones presentes en cada experiencia, de tal manera que las palabras
quedan individualizadas y su significado pasa a ser particular para cada uno de nosotros(as).
Junto con aprender a distinguir los elementos que forman parte de nuestro mundo,
aprendemos a decodificar gestos, microgestos, proxémicas, posturas, miradas, distancias
sociales, entre otras cosas, y sin darnos cuenta sabemos cuando alguien está triste o enojado,
o experimenta una emoción. Sabemos si es momento de hablar o de callar. Ese saber no es
el resultado de una explicitación de la persona que nos dice verbalmente que está
experimentando tal o cual emoción, sino que es el resultado de la experiencia vivida, de haber
presenciado comportamientos propios y de otros que incluye el emocionar y que fueron
formando parte de su especial forma de lenguajear. Aprendemos a decodificar emociones y
aprendemos a significarlas, silenciarlas o expresarlas, dependiendo de los distintos contextos
en los que nos desenvolvemos y con quienes estamos.
Todo lo que hacemos lo hacemos desde una emoción. Nada humano ocurre fuera del
entrelazamiento del lenguaje con el emocionar, y, por lo tanto, lo humano se va constituyendo
en el conversar. Así se constituyó nuestro linaje humano, decía Humberto. Afirmaba que “la

3 Comunicación personal
4
Maturana, H. & Nisis, S. (2002) Formación humana y capacitación. Santiago: Dolmen, p. 50
5 Zlachevsky Ana María (2018) Filosofía y Terapia Narrativa: Relatos clínicos, Editorial Ril, p.14

3
palabra conversar, viene de la unión de dos raíces latinas, con, y versare que quiere decir dar
vueltas, actuar, de modo que conversar en su origen significa dar vuelta con otro”6.
Los seres humanos “somos multidimensionales en nuestra dinámica estructural y de
relaciones, vivimos en nuestra corporalidad donde se da la intersección de muchos dominios
de interacciones que gatillan en nosotros(as) cambios estructurales que pertenecen a cursos
operacionales diferentes”7. Nos comportamos de diferente manera en distintas situaciones y
con diferentes personas. Con-versamos de forma distinta. En mi rol de terapeuta converso de
modo diferente y siento de manera diferente que con mis nietos y nietas, pareja, amigos o
hijas e hijo.
En tanto fuimos aprendiendo una forma de lenguajear —neologismo introducido por
Maturana— fuimos configurando muchos dominios de realidad o dominios de existencia,
cada uno constituido como un dominio de coherencias operacionales explicativas distintas.
Así se hacen las cosas, en pareja, en familia, en la universidad, en el metro, con la amiga tal
o cual, etc., etc. Estos distintos dominios de realidad pasan a ser una forma de entender lo
que nos va ocurriendo a lo largo del vivir y convivir personal, interpersonal y social. Va
dando origen a una manera de interpretar el acontecer. Una manera de decodificar el mundo,
de descifrar lo que nos pasa, de relatarnos a nosotros(as) mismos(as) lo que decimos cuando
afirmamos “en realidad … … lo que pasó es …”. Pero, olvidamos que ello no es un hecho
objetivo, sino, una interpretación o un argumento que nos damos para dar cuenta de nuestra
experiencia. No es demostrable a través de la lógica formal. Es la interpretación que cada una
o uno de nosotros(as) hacemos de la experiencia, en el contexto de tal o cual dominio de
existencia. La experiencia humana se establece en el espacio relacional del conversar, en las
redes de conversación que van configurando nuestros dominios de existencia. Son
interpretaciones personales ligadas al sentir o emocionar que no permiten la demostración
científica ni dar cuenta de ello a través de la lógica formal.
Otra experiencia marcadora que me dejó Humberto tiene que ver con cómo, desde mi
comprensión, se construyen los problemas psicológicos por los que las personas consultan.
En los años ochenta formaba parte de un grupo de estudio en que estaba José Núñez (el autor
del libro Tengo un problema ¿qué hago? 8), y a mí no me hacía sentido como definía él el
como surgían los problemas psicológicos. Sentía que faltaba algo en ese argumento
explicativo. Se lo comenté a Humberto, y entonces me habló de las Intervenciones
Ortogonales o Perpendiculares.
¿Qué es la Intervención ortogonal? Existen dos tipos de encuentros, decía Humberto.
Por una parte, están los encuentros agonales (confirmatorios) que son encuentros “que
corresponden al modo de funcionamiento actual del sistema” 9. El encuentro agonal (término
complejo porque en filosofía “agonal” significa otra cosa) tiene que ver con una conversación
que es “más de lo mismo”, es decir, ocurre lo que es esperable en algún dominio de realidad.
El segundo tipo de encuentro, llamado ortogonal (no confirmatorio), lleva a un cambio en la
deriva relacional, aparece una intervención novedosa, distinta. Dicha interacción, inesperada
para la persona que la vive, lleva a en que el “agente externo gatilla cambios estructurales en
algunos elementos del sistema que son novedosos en relación con la dinámica estructural
actual del mismo, por lo que el sistema como unidad cambia la dirección de su deriva

6
Maturana, H. (2004) Desde la Biología a la Psicología, Buenos Aires: Editorial Lumen, p. 87.
7
Ibíd., p. 88
8
Núñez, José (1988) Tengo un problema ¿qué hago? Santiago: Editorial Cuatro Vientos.
9
Maturana, H. y Pörksen, B. (2005) Del ser al hacer, Santiago de Chile: Ediciones Lom, p.138.

4
relacional”10. Eso diferente que pasa, genera una emoción inesperada que produce un cambio
en la forma como se estaba significando la relación (en algún dominio de existencia). A mí
me lleva a decodificar qué hace que la persona me consulte hoy, y a diferenciarlo del “desde
cuando”, que tiene que ver con cómo emergió la red de conversaciones que lo o la atrapa hoy
y que lo trajo a consultar.
No puedo terminar este pequeño escrito sin referirme a como Maturana describía la
locura. Esa reflexión partió cuando lo escuché en una conferencia, “Niño limitado o niño
diferente”, que después se publicó en el libro El sentido de lo humano11, de fines de los años
ochenta, hablar de la locura. Desde el punto de vista del ser biológico, decía Maturana, no
hay errores, no hay minusvalía, no hay disfunciones. Desde su biología un ser humano no es
minusválido, es solamente diferente, comparado con otro ser humano. La enfermedad o la
limitación no pertenecen a la biología, sino que a la relación humana desde la cual el ser
humano considera que un organismo, un sistema, u otro ser humano, no satisfacen cierto
conjunto de expectativas. Es decir, es un juicio social. Si alguien cojea, el o ella es
considerado minusválido porque la mayoría de nosotros(as) no cojeamos. Es decir, la
minusvalía aparece como argumento explicativo en la comparación. Eso podría ser
extrapolable al delirio. ¿Qué es un delirio? Acciones que parten de un juicio falso. ¿Cuál es
la diferencia entre nuestros propios delirios y el de un psicótico? se preguntaba Humberto.
Respondía “que el delirio de los psicóticos es un delirio en la soledad en cambio nuestras
comprensiones son producto de las conversaciones y la convivencia, es decir nuestras
creencias no las llamamos delirantes porque son un delirio en la convivencia”12. Son delirios
compartidos.
Indudablemente, el privilegio de poder haber estado en conversaciones e interactuar
por más de dos décadas con un personaje como Humberto Maturana, no pueden reducirse a
ciertas ideas. Creo que todos mis planteamientos son, de una u otra manera, maturanezcos,
como dicen mis alumnos. Y yo sólo puedo decir: MUCHA GRACIAS Maestro. Fue
maravilloso haber podido interactuar con él. Su estar en esta tierra nutrió a muchos de
nosotros y nosotras; sin duda, con sus reflexiones; pero, por, sobre todo, por su paciencia,
amabilidad, inmensa humildad, que lo hizo un ser humano tan excepcional.

Referencias.
Maturana, H. & Porksen, B. (2010) Del ser al hacer. Los origenes de la biología del
conocer. Buenos Aires: Granica.
Maturana, H. & Nisis, S. (2002) Formación humana y capacitación. Santiago: Dolmen.
Maturana, H. (2004) Desde la Biología a la Psicología, Buenos Aires: Editorial Lumen.
Maturana, H. y Pörksen, B. (2005) Del ser al hacer, Santiago de Chile: Ediciones Lom.
Maturana H. (1991) El sentido de lo humano, Santiago de Chile: Editorial Hachette.
Núñez, José (1988) Tengo un problema ¿qué hago? Santiago: Editorial Cuatro Vientos.
Zlachevsky Ana María (2018) Filosofía y Terapia Narrativa: Relatos clínicos, Editorial
Ril.
Zlachevsky Ana María, (1981) “Aplicación de Técnicas de Modificación conductual a un
problema de Anorexia Nerviosa usando un diseño de caso único”. Publicado en Revista
Terapia Psicológica, Santiago, 1981.

10
Ibíd.
11
Maturana H. (1991) El sentido de lo humano, Santiago de Chile: Editorial Hachette.
12
Maturana Humberto, comunicación personal

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