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Él se acercó con su paso tranquilo y cómodo, dispuesta a sacarla a bailar.

Ella acusó recibo de la


invitación sin dudarlo, y tomó su mano extendida, que la guiaba hacia la pista.
Sonaban los primeros acordes de una de sus piezas favoritas. Llegaron al centro del escenario y
armaron ese abrazo que sólo ellos compartían, esa (im)perfecta conexión no verbal que lo decía todo
y no necesitaba explicar nada.
Él cerró los ojos, disfrutando del momento. Disfrutando de la música, de su femenino contacto,
su perfume. Sentía que estaba ansiosa por bailar; por someterse arrobadamente a una danza de amor
con él. Ella cerró los ojos a la par y se preparó para escucharlo incondicionalmente, para seguirlo y
amarlo por una pieza, dos, mil, por siempre.
La música sonaba, el bandoneón hablaba y contaba su hermosa historia lentamente, sin
detenerse. Él abrió los ojos y decidió liberar el peso de la larga pierna izquierda de su dama para salir a
caminar al compás. Uno, dos... Ella permaneció con los ojos cerrados para escucharlo, dulcemente.
Tres, cuatro… Él marcó con toda suavidad un cruce, llevando su pie derecho a rozar apenas los de ella,
a embriagarse del blando contacto de sus tobillos. Ella lo sintió y acarició su pierna con una sutil
pasada, recibida con una apacible sonrisa.
Siguieron recorriendo la pista entre figuras de ella y floreos de él. Llegó el alto y aceleraron el
paso al unísono, casi como si fueran uno. Su expresión era calma, su paso reposado y experto,
totalmente acompasado y orgánico. Giraron sobre sí mismos, salieron de eje y volvieron con una
maestría envidiable.
Se acercaba el final. Ambos lo sabían y se prepararon para recibirlo, jugando casi en el lugar.
Bailando en una baldosa. Ella se lució con florituras y ganchos. Él, con la elegancia digna de un
caballero.
Última estrofa. El lamento del bandoneón llegaba a su fin. Él liberó por última vez el peso la
pierna derecha de su pareja, su amada, su otra mitad, y la sentó hábilmente sobre su pierna. Ella voló,
ligera como una pluma y grácil como un cisne, y cruzó las piernas sobre la suya. Se miraron por un
largo tiempo sin separarse. El abrazo los unió, y ellos se amaron.

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