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 Esteban 
Servidor y Testigo 
Carlos María Martini

ediciones paulinas 
 

PREMISA 
 Publicamos en este libro el curso de ejercicios espirituales dados, en 1981, por el arzobispo de Milán,
cardenal Carlos María Martini, a los ordenandos diáconos, en el seminario de Venegono. 
Queremos así responder a las peticiones de algunas personas especialmente interesadas en las medita-
ciones sobre el primer mártir de la Iglesia. 
 Pensamos, al mismo tiempo, que el presente libro, con su título: "Esteban, servidor y testigo", puede
constituir una ayuda preciosa y excepcional para tantos jóvenes deseosos de adentrarse en la experiencia de
los ejercicios espirituales y conocer mejor los caminos de la Biblia. 
 En el segundo programa del bienio pastoral 1988-89 sobre el tema del "educare" 1 , el cardenal Martini
reafirmaba que Biblia es el "itinerario fundamental educativo" y que la lectio divina — o sea, la relectura
orante y meditativa de la Escritura— y los ejercicios espirituales son un valioso instrumento para el camino
de todos los cristianos. 
 De la lectio divina hemos hablado al presentar las "Escuelas de la palabra "del arzobispo de Milán. De
los ejercicios basta decir que son un "tiempo fuerte" del espíritu, durante el cual llegamos a comprender o
descubrir nuevamente el proyecto de Dios sobre nuestra vida. Los ejercicios, en efecto, favorecen el
encuentro personal del hombre con esa palabra que es parte integrante de la historia de salvación. 
 Pero, ¿qué relación hay entre Escritura y Ejercicios? 
 Ante todo hay que recordar la Escritura tiene, de por sí, una riqueza inagotable. En los ejercicios es
importante ofrecer una clave para leerla, pero que sea ella misma palabra de Dios. Por tanto, en los
ejercicios, los textos bíblicos no son siempre comentados línea por línea, sino en forma que permita captar el
mensaje que Cristo me dirige, teniendo siempre presentes los interrogantes existenciales: ¿Quién soy y
adónde voy?, ¿cómo me ubico frente a la palabra que me interpela? 
 Esta colección ofrece, en efecto, un sugerente y sencillo ejemplo de relación entre ejercicios y Escritura
a la cual se acerca uno en ellos según el método de la lectio divina.  El arzobispo sugiere pistas de lectura y
reflexión que cada ejercitante recogerá en forma personal para abrirse a la contemplación y consolación del
 Espíritu, para prepararse a la opción, la decisión, la acción. Muy a menudo, en efecto, nos detenemos en una
meditación intelectual sin disponernos a escuchar la palabra "conservándola en el corazón". 
 En la introducción, el cardenal Martini invita a los ordenandos diáconos a emprender "un viaje con la
 palabra", dejándose guiar por Esteban, servidor y testigo. En su largo discurso antes de la muert?, Esteban
vuelve a meditar en las figuras de los patriarcas y reflexiona sobre sí mismo, sobre lo que Cristo ha signi-
 ficado y significa para él, sobre el futuro al que está llamado. En esa forma, nos enseria a captar, en los
 pasajes del Antiguo Testamento, las constantes del obrar divino, y a ver, en la experiencia de Jesús, nuestra
misión en la Iglesia y en el mundo. 
Y llegan las preguntas fundamentales: ¿A que me llama Dios y adonde me llevará esta llamada?,
¿cómo disponerme a lo que Dios me pide? 
Se desgrana así una serie de meditaciones y de intuiciones interesantes en extremo, y Esteban se nos
 presenta en toda la luminosidad de esa fe total y sin condiciones que nos hace profunda y perfectamente
libres. 
 El camino de entrega que ningún proceso puede ahogar y ninguna piedra puede detenerse vuelve invi-
tación a fin de que cada uno de nosotros comprenda mejor su propia existencia cristiana, el sentido profundo
de lo que realizamos y el modo en que debemos vivirlo, trátese del servicio fundamental de la oración y la
 palabra, o del más humilde y escondido servicio de caridad  

1
  Cfr Intinerari educativi, segunda carta para el programa pastoral "educar", Milán 1988, Centro Ambrosiano de
Documentación y Estudios Religiosos.  
 

ÍNDICE 
Premisa
Introducción

1. EL VERDADERO CONOCIMIENTO DE DIOS


El Dios de Esteban
Esteban testigo con su actuar
Esteban testigo con sus palabras
2. EL NO CONOCER A DIOS
¿Quién era Esteban?
La mentalidad de Esteban o la dureza de corazón
El corazón dócil
3. LA LLAMADA AL SERVICIO
La primera llamada de Esteban a servir
El riesgo del servicio
El misterio del servicio
La contemplación del corazón de Cristo
4. EL SERVICIO DE LA PALABRA
El servicio de la palabra
Las calificaciones de Esteban
5. LA PALABRA CONTESTADA
Las acusaciones contra Esteban
El temor y la opción de Esteban
El servicio de la palabra en el ministerio de la reconciliación

6. ABRAHÁN, EL SOLITARIO
La figura de Abrahán en el discurso de Esteban
Celibato y soledad
Conclusión
7. JOSÉ: LA FRATERNIDAD PASTORAL
Lectura cristológica
Lectura personalística
Lectura eclesial: la fraternidad pastoral
Conclusión

8. LA PURIFICACIÓN DE LA ECONOMÍA SACRAMENTAL


El riesgo de la economía sacramental
La degradación de la economía sacramental
La purificación de la economía sacramental
Preguntas prácticas

9. REVERENCIA, OBEDIENCIA, CARIDAD PASTORAL


Reverencia y obediencia Caridad pastoral

10. LA ORACIÓN DE ESTEBAN Y NUESTRA ORACIÓN


Quién ora
En qué situación ora Esteban
Qué pide Esteban
 

INTRODUCCIÓN 
"Señor Dios, Padre nuestro, te damos gracias por habernos llamado a vivir juntos la
experiencia de tu palabra. Te damos gracias por el don del Espíritu que nos prometes a cada
uno de nosotros, para que esa palabra viva en nuestro corazón. Te damos gracias por el don
del servicio a tu Hijo, al cual nos llamas. Mira, Señor, la dureza de nuestro corazón, el peso
de la carne, el cansancio de cuanto puede impedirnos acoger tu palabra. Destruye en nosotros
lo que se opone a ti, para que, por intercesión de María, reine en nosotros tu Hijo Jesús, que
contigo y con el Espíritu vive y reina por los siglos de los siglos. Amén".  

Esta tarde, a modo de introducción a nuestros días de retiro espiritual, quisiera ante
todo decir algo de mí mismo; luego algo de ustedes; algo sobre el tema de las meditaciones;
algo sobre el Espíritu de Dios que actúa en cada uno de nosotros.

1 — ¿Por qué me encuentro aquí? Alguno podría preguntarse, ¿cómo es posible que
el arzobispo, que tiene siempre tantas urgencias pastorales, asuma el trabajo propio de los
 predicadores, dejando sus compromisos? Y no me sería fácil responder a la pregunta,
quizás porque toda opción tiene tras de sí reflexiones que no pueden ser del todo
objetivadas. Me sentí impulsado por un deseo muy profundo, que no sé explicar.
Sin embargo, el motivo fundamental —que me pareció mucho más importante que las
urgencias que me esperaban— creo que es la necesidad de comulgar en la palabra de Dios
 junto con los futuros diáconos, con los futuros presbíteros.
He venido para ponerme al servicio de la palabra, en servicio de escucha y en servicio
de intercesión.
 —El servicio de la palabra. Trataré de leer con ustedes algunos pasajes de la Escritura,
 para captar el significado en esta preparación al diaconado que nos hermana en una
responsabilidad participada —suya, mía, de toda la diócesis.
  servicio de la escucha. En el tiempo de que dispongo, escucharé gustoso a
 —  El
aquellos de ustedes que quieran hablar conmigo. Haremos, además, en las tardes,
encuentros comunitarios. 
  servicio de intercesión. Oraré por cada uno de ustedes en forma peculiar,
 —  El
tratando de imitar a Pablo que oraba no sólo con intensidad, sino también con alegría. Me
impresionan, en efecto, sus palabras cuando escribe que recuerda continuamente a los fieles
y "cada vez que pido por todos ustedes siempre lo hago con alegría" (Flp 1,4). 
¿Cómo se expresa así el apóstol? Probablemente quiere decir que entra, a través de la
 plegaria, en tal comunicación en la esperanza de la gloria de Dios "en cada uno de ustedes",
hasta experimentar la alegría.
Mi condición de servicio está estrechamente vinculada al servicio episcopal que Dios
me llama a prestarles también a ustedes.

2 —  Algo sobre ustedes. Hacer los ejercicios en el seminario es un tanto peligroso. A


diferencia de lo que sucede con un equipo de fútbol que se encuentra bien cuando "juega en
casa", al quedarse en casa no tienen ustedes ese "shock" del alejamiento, de la entrada al
desierto, que sería útil, por sí misma, para ponerse frente a la limpidez y fuerza de la
 palabra.
Todo, aquí, recuerda vivencias del pasado o del presente o del futuro próximo,
impidiendo la necesaria concentración de los días del retiro.
 

Deben, por tanto, empeñarse más, en realizar un esfuerzo mayor. Recuerdo que yo
utilizaba simbólicamente un medio que no es pueril, como podría parecer: cuando tenía la
mesa llena de libros, escritos, mapas, apuntes, y quería concentrarme en otra cosa, acudía a
un pequeño tapete —que me regalaron en Jerusalén— extendiéndolo sobre la mesa y
cubriéndolo todo con él. De esta forma mi cuarto asumía un aspecto diferente y me
resultaba más fácil concentrarme. Pienso que también ustedes pueden hacer algo semejante.
Les invito a un ejercicio amplio de meditación, a dar tiempos largos a la meditación
silenciosa, como experiencia particular de viaje al mundo visto a la luz de la palabra.

3 — Para ayudarles un tanto en este viaje con la palabra, he pensado reflexionar, en


nuestras meditaciones, sobre la figura de Esteban, servidor y testigo.
Se puede en efecto, considerar a Esteban en relación con un ministerio diaconal. Pero
otro motivo me ha llevado a escoger esta persona fascinante, misteriosa, de cuya vida no
sabemos casi nada, mientras que conocemos el largo discurso que pronuncia al momento de
su muerte. En el mes de septiembre pasado di a los sacerdotes de la diócesis un curso de
ejercicios con el título:  Las confesiones de Pablo. Porque, habiéndome encontrado varias
veces en Roma en Tre Fontane, el lugar tradicional de su martirio, me había detenido por
largo tiempo en los últimos instantes de la vida del apóstol, con el deseo de comprender
cómo habrá vuelto a pensar entonces en cuanto había dicho, escrito, realizado: en qué
síntesis dramática se le habrán presentado las cosas; qué le habrá parecido como
supremamente importante, en ese momento de absoluta verdad.
Después de los ejercicios a los sacerdotes, se me ocurrió que podríamos ciertamente
especular sobre el último cuarto de hora de la vida de Pablo, sin tener documentos a
 propósito y, por tanto, tratando de releer sus cartas a partir de esa visión conclusiva. Y, sin
embargo, hay un personaje del Nuevo Testamento de quien tenemos exactamente la
descripción de lo que pensó, hizo, dijo, en los últimos instantes de su vida: Esteban. Las
 páginas de los Hechos de los Apóstoles (desde el c 6 hasta el comienzo del c 8) constituyen
un impresionante documento de la mirada retrospectiva de un hombre —que ya está frente
a la muerte—, sobre sí mismo, sobre la historia de salvación, sobre lo que Cristo significó
 para él y sobre el futuro al que es llamado.
Me pareció por esto interesante reflexionar más ampliamente en la figura de Esteban
servidor y testigo, partiendo de cuanto de él nos dice la Biblia, en su experiencia definitiva
de martirio.
Todo esto nos ayudará a detenernos y meditar sobre tantas situaciones del presente:
sobre la Iglesia de hoy, en su testimonio y su martirio; sobre qué futuro puede esperar la
Iglesia que recoge el misterio del primer mártir.
 No sé si lograré expresar las reflexiones que tengo en mente. Pero lo esencial es
confiarles a ustedes esta figura para su meditación. Les aconsejo, pues, leer y releer, en los
 próximos días, los capítulos 6, 7 y primeros versos del c 8 de los Hechos. 
El nombre de Esteban aparece todavía en dos ocasiones más. Cuando se recuerda la
 persecución surgida por su causa (Hch 11,19), subrayando la importancia de este
acontecimiento para toda la misión primitiva: esa persecución, en efecto, es el comienzo de
la misión que, con Pablo, se convertirá en misión para los paganos. Además, cuando Pablo,
en la visión estática de Jerusalén, habla con el Señor, le recuerda haber estado cerca a la
sangre de Esteban, "tu testigo" (Hch 22,20).
Pablo mismo vincula su pasado con la muerte de Esteban: así nos será posible
reflexionar sobre algunas páginas autobiográficas del apóstol, leyéndolas en referencia a la
 

figura de Esteban. Pienso sobre todo en los primeros capítulos de la Segunda Carta a los
Corintios, donde Pablo habla de sí mismo como servidor, ministro, diácono.

4 — La atmósfera en la cual les invito a vivir este viaje con la palabra, es la convicción
fundamental que debe guiarnos en toda la escucha de la Escritura, es que la fuerza de la
 palabra en nosotros es obra del Espíritu.
 No nos queda sino poner humildemente las condiciones para que el Espíritu haga vivir
en nosotros la palabra. Condiciones exteriores de desapego de las cosas, de silencio, de
contemplación, de conocimiento de nuestra incapacidad de orar y meditar.
"Señor, realiza en mí la obra de tu palabra a través del don del Espíritu. Suscita en mí
la capacidad de servir. Haz de mí un servidor y testigo. Haz, oh Señor, que saboree la
hermosura de tu llamada y sienta cómo es ella para mí. Haz que yo sienta qué bello es
dejarlo todo para servirte y dar testimonio de ti". 
Invoquemos la intercesión de Esteban y también de María, que vivió la primera
 persecución de la Iglesia, los primeros temores, la primera muerte violenta de un hombre
 bueno en la Iglesia.
Con Esteban, en efecto, la Iglesia advierte la seriedad de ser testigo y servidor:
comprende que el abandonarse a Dios no salva de la muerte, pero sí permite pasar a través
de la muerte contemplando la gloria de Dios; reconoce de qué nos salva y nos libera Dios,
de qué no nos libera y a qué nos prepara.
"Señor, danos poder contemplar esa experiencia fundamental para la Iglesia
 primitiva. Haz de mí un servidor tuyo, un testigo tuyo. Dame la gracia de servir y
testimoniar como Esteban sirvió y testimonió. Dame participar en su alegría y en su visión,
en la intuición que tuvo del significado de toda la historia, de toda su vida en ti". 
Esta será también mi oración por cada uno de ustedes en estos días de los ejercicios.

1. EL VERDADERO CONOCIMIENTO DE DIOS  


Queremos reflexionar en la palabra de Dios como llamada en nuestra vida, a través de
la figura de Esteban. Y en esta primera meditación nos planteamos dos preguntas
fundamentales:
 —  ¿a qué me llama Dios?, ¿qué sentido tiene su llamada en mi vida, en mi historia
 personal?, ¿adónde me llevará?
 —  ¿cómo puedo hacerme apto para mi vocación?, ¿cómo definir lo que la obstaculiza
y lo que la favorece?
Para responder, es útil comenzar por el pasaje de los  Hechos de los Apóstoles, que
describe la conclusión de la vida de Esteban (Hch 7,54-60). Son siete versículos,
riquísimos, que constituyen uno de los puntos nucleares de la revelación neotestamentaria.
Lo leemos como clave interpretativa de la figura de Esteban, porque muestran a qué
identificación con Jesucristo lo ha llevado Dios. Y, al mismo tiempo, nos dicen que la
misión consumada, perfecta, de este testigo, estaba ya presente, en germen, desde el
 principio. Es, en efecto, propio de la obra de Dios llamar a algo grande poniendo en seguida
las primicias del término.
En este sentido la escena es maravillosa, llena de misterio, y nos ayuda a tomar el
comienzo de nuestro camino.
 

Es fácil recordar las palabras de Esteban que preceden inmediatamente a nuestro texto:
"Ustedes, que recibieron la ley por mediación de ángeles y no la han observado" (v 53).
Aquí su discurso es violentamente interrumpido y queda incompleto, truncado, y a pesar de
todo se hará palabra conclusiva en los últimos versos:
"Oyendo sus palabras se recomían por dentro rechinando los dientes contra él.
 Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús
de pie a la derecha de Dios, y dijo: Veo el cielo abierto y al Hijo del Hombre de pie a la
derecha de Dios. Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos, y todos a una, se
abalanzaron sobre él; lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los
testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron a apedrear a
 Esteban, que repetía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Luego, cayendo de
rodillas, lanzó un grito: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y con estas palabras
expiró" (7,54-60).
Del pasaje quisiera determinar algunas coordenadas, sin comentarlo palabra por
 palabra. Me parece que son tres los elementos fundamentales para reflexionar:
1  — El Dios de Esteban. En qué semblanza se nos presenta el Dios que Esteban siente,
ve y proclama en el último momento de su misión.
2  — Esteban testigo con su actuar. En qué forma encarna Esteban, por decirlo así,
mediante lo que hace, su experiencia de Dios.
3  — Esteban testigo con sus palabras.
La gracia que hay que pedir como fruto de esta meditación es la de acercarnos un tanto
al verdadero conocimiento de Dios:
"Señor, haz que yo te conozca como te conoció Esteban, y que te exprese en mi obrar
 y hablar como él te ha expresado, como él revivió en sí el sublime conocimiento que le
diste de ti". 
Al comienzo de los ejercicios es siempre importante colocarnos frente a un
conocimiento de Dios que provenga de él y que no sea simplemente esfuerzo de nuestros
 pensamientos o de nuestros razonamientos.

 El Dios de Esteban 


¿Cómo capta Esteban en sí mismo, la presencia de Dios, en el momento supremo de su
muerte?
Quisiera subrayar sobre todo las siguientes expresiones del texto:
 — "Lleno de Espíritu Santo" '(v 55). Es la primera expresión de la presencia de Dios en
Esteban.
 —"Fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios" ( v 55).
En la plenitud del don divino que lo colma, ve sobre sí la gloria.
 —Vio a "Jesús de pie a la derecha de Dios" (v 55), expresión repetida
inmediatamente:
"Veo el cielo abierto y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios" (v 56).
Tratemos de captar mejor las tres indicaciones: Dios en él, Dios sobre él, Dios junto a
él.
1 — Esteban experimenta que está lleno del Espíritu Santo, que tiene la fuerza de Dios
dentro de sí.
Quisiera hacer notar lo extraordinario de estas palabras, porque la plenitud del Espíritu
Santo es característica de los tiempos nuevos. No existe una experiencia así en el Antiguo
 

Testamento, sólo el deseo, la profecía: "profetizarán", "derramaré mi espíritu sobre todo


hombre" (ver Jl 3, ls).
Tenemos aquí un don excepcional de Dios, ese mismo don que tenía Jesús: "Jesús...
lleno de Espíritu Santo... fue llevado por el desierto" (Lc 4,1). Para el evangelista Lucas, la
 plenitud del Espíritu es propia de los grandes momentos en que se reconoce la relación
entre la historia del hombre y la gloria de Dios, en que se hace manifiesta la dirección que
asume la historia a través de una plenitud interior, no a través de una instrucción.
La clave del comportamiento de Esteban no se halla en un grado de conocimiento
adquirido: es el don del conocimiento profético de Dios y del sentido de la historia en
forma plena. Es un "quid" que lo inserta a uno desde dentro de sí mismo en la esfera de la
acción divina, en forma que esa acción se le haga familiar y pueda expresarla.
Se trata por tanto de una gracia fundamental para el testigo, para el que habla
impulsado por una plenitud interior. Y conocemos bien la diferencia que existe entre repetir
una lección aprendida de memoria, por obligación o por imposición desde fuera, y hablar
de una realidad porque estamos inmersos en ella.
La primera experiencia de Esteban es pues ésta: Dios está ciertamente dentro de él.
2 — En la plenitud del Espíritu Santo, "vio la gloria de Dios". Frase sencillísima pero
extraordinaria. Es suficiente pensar en el libro del Éxodo, cuando Moisés pide ver la gloria
de Dios y sólo se le concedió un reflejo de ella (Ex 33,18-20). Nadie, según el texto
sagrado, puede ver la gloria de Dios y seguir viviendo.
Podemos recordar también el prólogo del Evangelio de Juan: "Contemplamos su
gloria: gloria de Hijo único del Padre, lleno de amor y lealtad" (Jn 1,14). Se trata, sin
embargo, en este caso de una gloria vista indirectamente, en el Verbo encarnado, y, por lo
mismo, presentada pero aún velada por la humanidad de Jesús.
A Esteban le es concedido el culmen de la vocación del hombre: la visión de la gloria
en sí misma, el sublime conocimiento de Dios, más allá de cualquier experiencia humana.
Pablo con tal de llegar a ella, lo considera todo como una pérdida (ver Flp 3,8).
Pero, ¿qué significa —nos preguntamos— ver la gloria? Es claro en la economía del
 pasaje, que se habla de la gloria del Padre, de la presencia y poder del Padre que se
manifiestan al hombre. Es el conocimiento de la raíz amorosa y misericordiosa de toda la
realidad, y de la cual deriva cualquier otro conocimiento. Un don inestimable, que Esteban
nunca habría podido pedir o esperado alcanzar.
3 — Por último, el Dios de Esteban es Jesús —a quien luego se llama el Hijo del
Hombre— crucificado y muerto, resucitado, que se encuentra ahora a la diestra en la esfera
divina, y está de pie. Dios mismo, Jesús se halla ahora dispuesto a ayudar al hombre, a
 permanecer junto a él, a testimoniar con él en la suprema confesión.
En conclusión, Esteban logra la experiencia de la Trinidad, de la cercanía, de la
trascendencia y de la inmanencia de Dios en la historia. Desde el momento que vive desde
dentro la realidad de la que ha hablado siempre, llega al punto culminante de su misión de
testigo servidor.
Digamos en oración: ¿Cuál es mi conocimiento de Dios? ¿Es tal que me llene desde
dentro, que me permita conocer su trascendencia más allá de cualquier cosa, y, a la vez, que
su presencia en mi vida en todo momento de la historia?
Debemos desear la experiencia de Esteban porque es la única que puede defendernos
del ateísmo que nos rodea y que penetra sutilmente hasta dentro de nosotros. Ateísmo
hecho de indiferencia, de mentalidad, de cultura, de gestos cotidianos, que asaltan la vida
del sacerdote, asediándolo en los sentimientos, en los juicios, en los modos de obrar y de
 

hablar. No podremos superarlo eficazmente sin el poder de Dios en nosotros que


continuamente nos permite rehacernos en el sentido de su trascendencia y de su presencia
en la historia. Quizás hablemos de Dios y mostremos tener de él cierto conocimiento, pero
concretamente actuaremos y nos moveremos como si Dios no existiera, o mejor como si no
estuviera a disposición del hombre.

 Esteban testigo con su actuar  


Esteban no tiene sólo la verdadera experiencia de Dios, sino que la vive en su cuerpo.
Me pregunto: ¿en qué situación llega a ese sublime conocimiento? Se podría pensar
que es fruto de un éxtasis solitario, de una prolongada oración en el monte, de un largo
silencio de días y días.
En realidad no es así. Llega a ello en una situación de persecución, de odio, de
incomodidad, de sufrimiento, en que ha salido a descampado y se ha jugado el todo por el
todo, purificando su lenguaje y renunciando a cualquier forma de hablar velada o parabó-
lica.
Esteban está rodeado de gente que se recome violentamente dentro de sí, que rechina
los dientes como una fiera pronta al ataque.
Pero le es concedido un resplandor en el momento en que se lanza de la barca, como
Pedro cuando el Señor le mandó caminar sobre las aguas, dejando todo resto de prudencia
y, por decirlo así, de corrección relacional.
 No alcanzó con sus esfuerzos esta extraordinaria experiencia de Dios: le es concedida
en el momento en que se expone totalmente.
Hay en el texto interesantes indicaciones sobre la concretización que hace Esteban del
sublime conocimiento trinitario: cuando se habla de que "vio" y "cayó de rodillas".
 — Lucas insiste en "ver" con tres verbos diferentes: en  ν  55: "fijó la mirada en el
cielo"; "vio la gloria de Dios"; y en el  ν 56, con otro verbo griego, "veo" (contemplo). Fijar
la mirada, ver, contemplar. Tres modos de darnos a entender a dónde ha llegado Esteban: el
que ve, el que habla de lo que ha contemplado, es el testigo perfecto. 
Fijó la mirada en el cielo y lo vio abierto. Se ha convertido en testigo de la presencia
operante de Dios en la historia humana; ha tenido el valor de comprender la situación que
estaba viviendo, en la certeza de que Dios estaba cerca de él porque está siempre presente y
operante en este mundo.
También Jesús, en el momento de su bautismo, vio el cielo abierto (ver Mt 3,16).
Ciertamente sabemos hablar, frecuentemente y bien, de la presencia de Dios en las
vicisitudes humanas, y sin embargo regulamos las cosas en forma de asegurarnos de que se
logre el éxito, incluso sin necesidad de él.
Esteban superó esta prudencia innata, esta continua tentación atea de obrar y
disponerlo todo para que no ruede al fracaso. El primer mártir de la Iglesia ha ido más allá,
al ver el cielo abierto ha captado definitivamente que la vida humana no tiene sentido si no
es vista globalmente y si no es comprendida como inmanencia del Dios vivo y amoroso,
que llama y camina en la historia.
 — En el  ν 60, cae de rodillas y lanza un fuerte grito.
Cuidadosamente se describen sus ojos, sus miembros, la voz. Todo es testimonio del
acontecimiento que está viendo. El caer de rodillas no es usual en el Nuevo Testamento y
en general en la Biblia; indica una oración muy intensa, corporizada en la actitud exterior.
 

Pablo, por ejemplo, queriendo orar solemne y doloridamente por la comunidad, dice:
"Doblo las rodillas ante el Padre". También Jesús, en Getsemaní, dobla las rodillas durante
la oración suprema (Lc 22,41), en el momento en que llega a la invocación conclusiva de su
existencia terrena.
Esteban vive en su cuerpo la presencia de Dios y dobla las rodillas para orar y con
 fuerte grito: una vez más, el reflejo cristológico —Jesús en la cruz dio también un grito
muy fuerte. Dios lo llevó, pues, a ser el testigo de su trascendencia y de su inmanencia en la
historia y a serlo con los gestos y con la voz de Jesús. El testigo, al término de su vida, se
identifica con Cristo.

 Esteban testigo con sus palabras  


En el texto tenemos una afirmación y dos oraciones de Esteban. La afirmación la
hemos meditado ya: el cielo abierto, la comunicación de Dios con el hombre, la presencia
del Señor en la historia, Jesús a la diestra del Padre. Jesús, crucificado y glorificado, es la
suprema confesión de fe, la palabra que manifiesta su testimonio.
Detengámonos ahora brevemente en las dos oraciones: "Señor Jesús, recibe mi
espíritu" (v 59); "Señor, no les tomes en cuenta este pecado" (v 60). Son las oraciones de
Jesús en la cruz. Esteban testigo, es entonces el que ha llegado a hablar como Jesús, sea
dirigiéndose a Dios —en quien confía con abandono total, mientras está gustando ya el
sabor amargo de la muerte dura y atroz por lapidación—, sea viviendo la actitud del perdón
y la misericordia de Jesús hacia los hombres.
Ha entrado plenamente en la hésed de Dios, en su infinita misericordia para con cada
uno de nosotros; ha llegado a ser el perfecto testigo manifestando con su propia voz quién
es Dios y cómo actúa.
Puede parecer fácil de decir. Pero tan pronto intentamos poner en práctica todo esto,
nos damos cuenta de que perturba el equilibrio conflictual al que el hombre está ya hecho,
rompe las costumbres de oposición y de contraste. También aquí con un gesto
absolutamente fuera de la evidencia y de lo que resulta obvio, llega Esteban, en cambio, a
 pedir a Dios que no les tome en cuenta ese pecado.
Desde el punto de vista de la justicia y del orden, su comportamiento parece
exagerado. Pero se me ocurre pensar en otras situaciones semejantes en las cuales, por
gracia de Dios, ciertas personas han vivido la actitud de Esteban. Recuerdo la oración del
hijo de Victorio Bachelet, en los funerales; recuerdo la oración de la hija del director
sanitario del policlínico, asesinado, y no parecía cierto que una muchacha de 15 años
 pudiera hablar de la relación serena entre la vida y la muerte.
Esteban es, pues, el testigo perfecto, en sus palabras, en el momento de la muerte.
Sería incluso interesante comparar estas humildísimas palabras con las violentas
expresiones pronunciadas antes: se ha dado en él un itinerario en crescendo y el testimonio
anterior expresado en términos fuertes, se entiende vinculándolo con lo definitivo,
expresado en palabras de perdón. Es Dios quien lo ha aferrado desde dentro y lo ha
identificado con Jesús.
"Señor, ¿adonde quieres llevarme?, ¿cuál es la vocación a la cual me llamas γ cómo
quieres que yo dé testimonio? Señor, ¿qué hace falta para que yo pueda ser testigo tuyo
hasta el fondo?". 
 

Tratemos de reflexionar, personalmente, sobre los aspectos del testimonio de Esteban


que nos parecen más importantes para nosotros y preguntémonos de qué aspectos nos
sentimos todavía lejos.

2. EL NO CONOCER A DIOS 
Hemos visto que el punto de llegada del camino de Esteban es esa inefable experiencia
de Dios, de su presencia en la vida del hombre y en la historia, de la que habla también
Pablo cuando dice que lo considera todo como basura ante la "sublimidad del conocimiento
de Cristo Jesús, mi Señor" (Flp 3,8).
Mientras seguimos manteniendo la mirada fija en ese don que nos hace perfectos
testigos, queremos ahora preguntarnos sobre el punto de partida de Esteban.
 —¿Quién era Esteban?
 — .¿De dónde procedía? ¿De qué mentalidad fue convertido?

¿Quién era Esteban?  


En la Biblia no encontramos una respuesta exhaustiva y se dan por lo mismo muchas
hipótesis propuestas por los estudiosos. Hay quien sostiene que procedía de la comunidad
samaritana y que su discurso representaría un trozo de teología samaritana, traducida a
términos cristianos, con su invectiva contra el templo de Jerusalén. Otros han propuesto la
hipótesis de que Esteban era de la comunidad de los esenios o de Qumrán, convertido
luego, y desde este punto de vista analizan su discurso del c 7. Otros, todavía, lo consideran
un judío observante, seguidor de Santiago, el hermano de Jesús, jefe de la comunidad de
Jerusalén. Alguno se ha imaginado que su discurso es en realidad de Santiago a quien Pablo
habría dado muerte (versión acogida en la novela seudoclementina de los siglos posteriores;
Lucas hubiera escondido semejante crimen introduciendo a Esteban en lugar de Santiago).
A pesar de la oscuridad que aún queda en pie sobre su origen, me parece que es posible
extraer de los textos algunas noticias.
Probablemente era helenista, es decir, provenía de una familia de educación griega. Su
nombre es griego; se lo menciona por primera vez en compañía de los "siete", junto con
Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas, Nicolás (ver Hch 6,4). A Nicolás se le llama
expresamente "prosélito de Antioquía", un griego, por tanto, que se había acercado a las
 prácticas judías y luego se había convertido al cristianismo.
Es de suponer que Esteban era judío de nacimiento (en efecto, se lo distingue de
 Nicolás, prosélito de Antioquía), pero de ambiente, mentalidad y cultura griega. Leía la
Biblia en griego y tenía un amplio y notable bagaje cultural. No pertenecía a una comuni-
dad de estrechos puntos de vista, procedía más bien de un mundo bastante cosmopolita,
como era el de los judíos que vivían en ambiente griego.
 — Una razón más para considerarlo helenista la tenemos en el c 6 de los Hechos,
donde los helenistas son mencionados como distintos de los judíos que hablaban en arameo
y leían la Sagrada Escritura en hebreo. Los dos grupos están en antagonismo en la
distribución de los alimentos y, por tanto, es probable que el grupo de los "siete" haya sido
instituido para dar cierta autonomía y cierta reglamentación a la parte helenística de la
 primitiva comunidad jerosolimitana. Se trataría de una reorganización de la unidad, reali-
 

zada con cierto compromiso, en el sentido de que a un grupo se le concede un mínimo de


autosuficiencia, siempre bajo la guía de los apóstoles.
 —  Hombre, por tanto de cultura griega, aunque judío de nacimiento, es muy estimado
en Jerusalén. Personas muy piadosas lo sepultaron "e hicieron gran duelo por él" (Hch 8,2).
La indicación "hombres piadosos" alude a las comunidades observantes de Jerusalén y
quiere decir, por tanto, que es conocido y estimado por los judíos, no por los fanáticos que
le dan muerte violentamente sino por los que formaban la parte bienpensante de la
comunidad.
 —  Lucas lo presenta, además, como conocedor de la Escritura, como alguien que
hablaba con referencias continuas a la Biblia.
Hay quizás todavía una última característica de Esteban: conocía a fondo las
debilidades de los círculos religiosos e intelectuales de Jerusalén. Lo deducimos de la
franqueza con que los denuncia (ver Hch 7,51-53). Sólo el que conoce bien a la gente que
tiene delante puede reprenderla con la seguridad de que no lo contradigan. Probablemente
Esteban pertenecía a esos círculos religiosos intelectuales. 
Este conjunto pone de manifiesto que la figura de Esteban es muy semejante a la de
Pablo. También el apóstol estaba bien instruido en la ley, provenía de un ambiente
helenístico, era estimado, audaz, rigorista. Esteban pertenecía quizás al grupo de judíos que,
 precisamente por provenir de un mundo griego, estaban todavía vinculados más tenazmente
a las tradiciones y son, sin embargo, muy luchadores, capaces de lanzarse a la misión. Hay
ciertamente una diferencia entre la andadura de la comunidad en confines judíos —los
 primeros cinco capítulos de Hechos— y la agresividad de Esteban.
Sus amigos eran personas dignas de todo respeto, importantes tanto en el ambiente
religioso como en la sociedad civil de su tiempo. No hay que extrañarse de que su muerte
haya causado gran revuelo. En cierta forma, la ciudad llora mucho más por él que por la
muerte de Jesús. Por Jesús lloran sólo los discípulos, porque es en cierta forma un
desconocido, uno que viene de fuera; Esteban ha vivido la vida de la ciudad y toda la
ciudad se conmueve por su muerte.

 La mentalidad de Esteban o la dureza de corazón  


¿De qué había sido salvado Esteban cuando llegó a la comunidad y, en cierto
momento, había asumido algunos encargos de servicio, y luego de evangelización con
fuerte color conquistador?
Hemos planteado la hipótesis de que provenía de un mundo culto, refinado, influyente,
 bien adiestrado en la ley y en la Escritura: un mundo que podríamos llamar "clerical" entre
comillas.
 Notemos que ninguno de los doce pertenecía a ese ambiente, ni siquiera Mateo que, no
obstante, era diferente de los demás.
¿Cuál era el vicio fundamental del mundo "clerical" que Esteban denuncia, en su
discurso, con tanta violencia que deja entender en cierta forma que Dios lo había sacado de
él? Recordemos que también Pablo en su Carta a los Filipenses, denuncia con aspereza la
comparación. En efecto, sabemos mucho más de los orígenes del apóstol porque él nos lo
narra, y es sintomático que sus palabras se hacen más polémicas cuando se refiere al
ambiente que le era propio.
Llamamos a esta mentalidad la dureza de corazón y, para captarla en todo su
significado, vamos a analizar brevemente los versículos del c 7, en los que Esteban llega al
 

colmo de su invectiva contra aquellos que ahora siente como adversarios, y algunos pasajes
del Evangelio de Marcos. 
Reflexionar sobre la pregunta: "¿De dónde fue sacado Esteban?", nos ayuda a
comprender de qué peligros y de qué abismo de muerte nos salva el Señor a cada uno de
nosotros.
1 — "¡Rebeldes, infieles de corazón y reacios de oído! Siempre resisten al Espíritu
Santo, lo mismo que sus padres. ¿Hubo un profeta que sus padres no persiguieran? Ellos
mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y a él lo han traicionado y asesinado
ustedes ahora; ustedes, que recibieron la ley por mediación de ángeles y no la han
observado" (Hch 7,51-53).
"¡Rebeldes!" en el texto griego es "de dura cerviz", duros de cuello, literalmente. Se
estigmatiza la incapacidad de doblar la cabeza frente a la evidencia, es cierto
endurecimiento que impide ver la luz.
"Infieles de corazón y reacios de oído" indica, según la mentalidad bíblica, al hombre
que ha permitido que su corazón se envuelva en una coraza tan pesada que el corazón
queda como si ya no existiera, y que ha permitido que sus oídos se llenen de tal modo de
material áfono que ya no escuchen nada.
De hecho, saliendo de la metáfora, exclama Esteban: "Ustedes resisten siempre al
Espíritu Santo".
Esta dramática requisitoria designa precisamente la dureza de corazón, que es el
obstáculo fundamental a la palabra de Dios porque la oposición a la palabra proviene de la
cerrazón erigida en sistema, no de negligencia o ligereza.

2 —  El evangelista Marcos  propone al lector una amplia reflexión sobre la dureza de
corazón. Esta es algo que nos concierne de cerca y que no se refiere sólo a los
fantasmagóricos adversarios de Esteban. Es algo que puede precisamente poner en peligro
la salvación de los hombres y de los creyentes.
Los exegetas han intitulado los ce 6, 7 y 8 de la versión marcana "sección de los
 panes", porque comprenden dos multiplicaciones de los panes realizadas por Jesús, y
ofrecen además la mención de los panes y de la levadura cuando los discípulos se
encuentran en la barca con el maestro (Mc 8,14-21). Por ello, se atribuye también a la
sección un valor de mensaje eucarístico: el evangelista explicaría a la comunidad cuáles
deben ser las disposiciones del hombre respecto del pan que es Cristo.
Se ofrecen ejemplos de tales disposiciones en dos líneas: la línea del rechazo y de la
acogida. La línea del rechazo, en particular, se desarrolla según la temática de la dureza del
corazón, del corazón indócil, del corazón endurecido. La Biblia griega utiliza el término
 sclerocardía, en el sentido de que el corazón se ha vuelto de piedra. Existe la dureza de
corazón de los fariseos y existe la de los discípulos.
a) La dureza de corazón de los fariseos puede ser definida como contorsionamiento de
la palabra.
Los fariseos se convierten en símbolo de quien, tras recibir la palabra, haberla quizás
explicado, sigue distorsionándola en provecho propio. En vez de someterse a la palabra,
someten la palabra en defensa de los propios privilegios, en excusa del propio comporta-
miento, en ofensa de los propios adversarios.
Estas son las características de la distorsión de la palabra, que es el pecado más grande
de todos, el pecado contra el Espíritu Santo. De hecho, Esteban exclama: "Ustedes resisten
siempre al Espíritu Santo".
 

Es el pecado al que están expuestos quienes tratan la palabra en forma casi profesional,
y esta dureza de corazón puede alcanzar niveles de verdadera esquizofrenia, en el sentido
de que saben hablar muy bien, hacen cosas buenas pero con un contraste interior de vida
que realmente angustia.
 — Marcos nos ofrece ejemplos significativos. Cuando Jesús, en la sinagoga de Nazaret
empieza a enseñar, muchos se escandalizan y él se maravilla de la incredulidad de sus
compatriotas (6,6). Aquí evidentemente no se habla de fariseos, sino de gentes que tienen
intereses creados, que quieren manipular a Jesús insertándolo en designios de grandeza
local, chauvinista, que se resiste a acogerlo con humildad. Pero Jesús no puede ser
comprendido por quien lo juzga sin haberlo acogido antes, y se siente impedido precisa-
mente para hacer milagros.
 — Otro ejemplo es el reproche que hace Jesús a los fariseos que se acercan a él (Mc
7,6-7): "¡Qué bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas! Así está escrito: Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan es inútil, porque
la doctrina que enseñan son preceptos vanos". Se va dando, pues, una sustitución gradual de
la palabra de Dios por las costumbres, las tradiciones, las formas de obrar, que se vuelven
normativas y de las cuales no logran escapar los hombres, y se esclavizan a ellas.
Era ésta la experiencia de Pablo y probablemente también la de Esteban.
Una especie de prisión, que se parece a una jaula dorada porque se acomoda a todo y
 porque ofrece el privilegio interior de una aparente seguridad y el privilegio exterior de una
fuerza de choque. Y luego, en determinadas sociedades, privilegios materiales, económicos,
de honorabilidad de grupo: cosas todas que al ser absolutizadas cierran el corazón.
 — Por último, podemos citar otro pasaje de Marcos, donde Jesús pierde, por decirlo
así, el valor: "Salieron los fariseos y se pusieron a discutir con él; para ponerlo a prueba le
 pidieron una señal que viniera del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: ¡Cómo!, ¡esta
clase de gente busca una señal! Les aseguró que a esta gente no se le dará señal. Los dejó,
se embarcó de nuevo y se fue a la orilla de enfrente" (Mc 8,11-13). Incluso físicamente,
Jesús parece decir: No hay terreno de entendimiento, no hay nada que hacer. Los fariseos
utilizan precisamente una temática bíblica, es decir, piden una señal, pero la utilizan a partir
de un deseo de instrumentalización del resultado. Cuando uno se cierra a la palabra, incluso
las palabras más hermosas, más convenientes no tocan el corazón que está aprisionado en el
apego ciego a los propios intereses preconcebidos.
En síntesis, la dureza de corazón de los fariseos (tomados, como he dicho, a modo de
símbolo) consiste en adueñarse de la palabra sin querer abandonar lo que ya se posee; es
resistencia al Espíritu que, por el contrario, pide docilidad, cerviz que sepa doblegarse,
humildad para acoger lo nuevo.
Reflexionando delante de Dios con sinceridad, debemos confesar que también
nosotros somos tentados continuamente, mucho más que los demás, a convertir lo que él
nos da como don, en instrumento de poder. Porque la familiaridad con la palabra no puede
dejar de reclamar una actividad de Satanás poderosísima, violenta, astuta, que trata de
engañarnos. De ahí, entonces, cierta rigidez de mente y de vida, la carencia de creatividad
 pastoral seria, de ardor misionero, la incapacidad de dialogar y comprender a los lejanos, de
captar los reflejos del Espíritu en el mundo. De ahí, las tentaciones graves y también las
ligeras, todas nocivas para la vitalidad de la Iglesia.
Esteban nos pone en guardia, con su huida de esta peligrosa situación, y nos invita a
 pensar cómo pasamos fácilmente del bien recibido al bien poseído y luego al bien
instrumentalizado. Nos advierte que no debemos ser los dueños de la palabra, de las
 

instituciones, de las asociaciones, de lo que nos ha sido confiado, y nos exhorta a ser
verdaderamente esos servidores y testigos que responden a la llamada del Señor. Pero sólo
se es servidor y testigo si se vive una profunda libertad de corazón.
 — Ultima anotación. Según la Escritura, el dinamismo de la dureza de corazón —que
no siempre aparece evidentemente— corre hacia la violencia. Parece imposible, y, sin
embargo, Esteban relaciona con la dureza de corazón la praxis de la violencia porque
después de sus palabras "ustedes resisten siempre al Espíritu Santo", se pasa a la
 persecución y al asesinato. Los adversarios de Esteban nunca habrían admitido ser asesinos,
 pero asesinaron cuando estalló el tumor que llevaban dentro.
Y la raíz de violencia de la oposición ideológica es, en el fondo, la explicación de la
muerte de Jesús. Creo que, por tanto, sea útil profundizar con atención también en el
vínculo entre posesividad ideológica y violencia.
 b) La dureza de corazón de los discípulos está subrayada en la misma sección de los
 panes del evangelista Marcos. Los discípulos son pobres, lo han dejado todo, han hecho
grandes esfuerzos, y a pesar de todo, son en más de una ocasión reprendidos por Jesús.
Su dureza de corazón es diferente de la de los fariseos porque consiste en no saber
sacar las consecuencias de la palabra.
La acogen gustosos, la desean, la aman, pero temen lanzarse, se resienten de cierta
fragilidad.
Todos nosotros hacemos la experiencia de los discípulos y vale la pena releer algunos
 pasajes del evangelio.
 — Inmediatamente después de la primera multiplicación de los panes, por ejemplo,
suben a la barca y durante la noche Jesús los alcanza caminando sobre las aguas. Los
discípulos gritan, lo toman por un fantasma: "Jesús subió a la barca con ellos y amainó el
viento. Su estupor llegó al colmo, porque estaban ciegos y no habían comprendido lo de los
 panes" (ver Me 6,45-52).
El enceguecimiento del corazón de los apóstoles es propio de quien ha visto,
escuchado, pero no saca las consecuencias; el bloqueo no se hace de parte de la montaña, el
agua llega pero no fluye, no llega al valle, forma remolinos dentro.
Es también a menudo la causa de muchas de nuestras tristezas y amarguras, que se
vuelven juicios negativos y derrotistas sobre las realidades y las situaciones. La palabra está
en nosotros pero se estanca porque no le damos curso, se enmohece, se llena de gérmenes
 peligrosos, y produce un estado de ligera impaciencia que se traduce en nerviosismo,
insatisfacciones, descontentos.
 — Otro ejemplo: los discípulos están de nuevo en la barca, pero se han olvidado de
llevar pan suficiente para todos. Jesús entre tanto los amonestaba diciendo: ¡Atención!,
¡cuidado con la levadura del pan de los fariseos y con la de Herodes! Discutían unos con
otros porque no tenían pan. Dándose cuenta, les dijo Jesús: ¡Cómo!, ¿discutiendo porque no
tienen pan? ¿No acaban de entender ni de comprender? ¿Están ciegos? ¿Para qué tienen
ojos, si no ven, y oídos, si no oyen? ¿No recuerdan cuántos cestos de sobras recogieron
cuando repartí cinco panes entre cinco mil? (ver Me 8,14-21).
Jesús sacude afligidamente a sus amigos dado que han visto, han tenido conocimiento
 pero éste no se ha hecho vida en ellos.
 — Quizás la representación más dramática de la dureza de corazón de los discípulos,
nos la ofrece
Pedro, el hombre que está frente a la palabra con toda su generosidad. Tras, haber
 pronunciado la afirmación más hermosa de su vida: "Tú eres el Cristo", no sabe someterse,
 

no sabe sacar las consecuencias. En efecto, cuando Jesús comienza a enseñar lo que
significa ser el Cristo —el Hijo del Hombre que debe sufrir mucho, ser rechazado y
repelido por los personajes de Jerusalén, ser ejecutado y resucitar al tercer día— Pedro lo
increpaba (ver Mc 8,27-33). Vive pues esa duplicidad, esa inquietud de aceptar y no
aceptar, de comprender y no comprender.
También de semejante dureza de corazón fue salvado Esteban y pudo llegar a una
libertad total de palabra, de comprensión, escapando no sólo del enceguecimiento de corte
farisaico sino también de la incertidumbre del discípulo todavía en camino.
 Naturalmente habrá gastado tiempo para llegar a la meta: en todo caso está lleno de
gratitud con el Señor que lo ha sacado de la dureza de corazón y lo ha guiado
 pacientemente a través de las diferentes etapas.
También nosotros queremos orar diciendo: "¿De dónde me has sacado Señor y dónde
me encuentro respecto de la dureza de corazón, que Pablo llama la carne. La carne, o sea,
el peso del hombre no movilizado totalmente por el Espíritu, replegado sobre sí mismo y
sobre sus propios intereses, programas, proyectos: "Señor, líbrame del peligro y escucha mi
voz. Si miras las culpas, ¿quién subsistirá?"
Reflexionemos, luego, sobre nuestras incoherencias prácticas, sobre esos estados de
tristeza y abatimiento que son signo de corazón dividido, de cierta situación de confusión y
contradicción.

 El corazón dócil  


En la "sección de los panes" del Evangelio de Marcos, fuera de los ejemplos de
corazones indóciles, hallamos la voz de aquellos que tienen un corazón dócil. Son los
 pobres, aquellos que corren a millares para hacerse curar de Jesús, sin muchos problemas,
sin todas las desconfianzas de los nazaretanos, sin las preguntas de una señal que plantean
los fariseos.
La masa de gente que corre a Jesús para tocarlo, para ponerse a su sombra, para decirle
una palabra, está constituida por los pobres del reino, por hombres y mujeres humildes y de
corazón dócil (ver Me 6,53-56).
Pero quizás la imagen más hermosa la tenemos en la mujer sirofenicia (ver Me 7,24-
30). No pertenece al pueblo de Israel, no había tenido instrucción alguna ni sobre la Biblia
ni sobre la palabra, pero siguiendo el instinto del corazón, el impulso del Espíritu que habla
dentro de ella, tiene una inmensa confianza en Jesús y en su poder. Por esto no desiste,
vuelve a la carga, no se ofende, no se enfría. Su corazón es extraordinariamente libre y
 puede por tanto desafiar la mala figura, la impopularidad, postrándose a los pies del Señor,
y repitiendo la demanda hasta que es escuchada.
Es un ejemplo estupendo del corazón dócil que llega al atrevimiento de luchar con
Dios. En cambio, es típico de la espiritualidad farisaica y del discípulo imperfecto tratar a
Dios con una especie de distancia, con guantes pudiéramos decir, para estableces incluso
exteriormente la defensa. La mujer sirofenicia está llena de confianza, de audacia, de amor.
Ella, en medio de tanta incomprensión, ha comprendido quién es Jesús, cómo es Jesús para
nosotros y cómo la misericordia es y tiene la última palabra. La dureza de corazón diserta
sobre todo de la justicia de Dios y de la dignidad del hombre; la mujer sabe que el camino
es la apelación a la misericordia.
Para reflexionar ulteriormente, en la meditación personal, sobre la docilidad del
corazón, pueden recordar el episodio de María en las bodas de Cana (ver Jn 2,1-12): la
 

madre lucha con el Hijo, lo asalta, va más allá de sus palabras, porque tiene esa visión de
Dios a la que Esteban llegó en el punto culminante de su experiencia: Jesús, en pie, listo
 para ayudar al hombre, aunque la apariencia sea contraria.
Sería interesante releer estas dos figuras de mujer (la sirofenicia y la Virgen María) a
la luz de la lucha de Jacob con el ángel (ver Gn 32,23-33), Jacob, en efecto, comprendió
que Dios es alguien sobre quien uno puede lanzarse para hacerle violencia, porque debe ser
 poseído con amor y no exorcizado desde lejos a través de un sistema ideológico. Dios debe
ser experimentado en un contacto existencial por lo cual la muerte misma asume otro
sentido. Así aconteció para Esteban.
La docilidad del corazón es creer en la misericordia sin límites, más allá de las
evidencias inmediatas, es tener un conocimiento exacto de Dios.
Es la gracia que pedimos los unos para los otros, porque en esta gracia está el secreto
de ser verdaderos testigos y servidores.

3.LA LLAMADA AL SERVICIO  


Aunque Esteban no sea nunca llamado "diácono" en el libro de los  Hechos de los
 Apóstoles, sin embargo el verbo y el vocabulario del servicio aparecen muchas veces en la
descripción del momento en que es colocado en estado de servicio.
En el c 6 se habla de la diaconía cotidiana con que servían a las viudas ( ν  1); de
diakonéin a las mesas (v 2); y, por oposición, de diaconía de la palabra (v 4).
Con razón, pues, se vincula a Esteban con el tema de la diaconía y se le llama
"diácono".
Para ayudarles a penetrar mejor en el espíritu del servicio, el del riesgo que conlleva y
de su misterio, he pensado en otros dos pasajes del Nuevo Testamento: el episodio de Marta
y María en el Evangelio de Lucas (10,38-42), donde se dice que Marta "se distraía con el
mucho trajín (diaconía)"; el relato de la primera multiplicación de los panes en el Evangelio
de Marcos (6,30-44). Los apóstoles, en efecto, son colocados al servicio de las mesas en el
desierto realizando así el requerimiento que se hace a Esteban para las mesas de Jerusalén.
Podemos reflexionar según el siguiente orden:
 —  Esteban llamado a servir (Hch 6).
 —  El riesgo del servicio (Lc 10).
 —  El misterio del servicio (Mc 6).

 La primera llamada de Esteban a servir (Hechos 6,1-6)


La ocasión de la llamada de Esteban al servicio es la queja, que el texto griego llama
 goggysmòs, o sea, un murmullo crítico del pueblo.
 — "Por entonces, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se
quejaron contra los de lengua hebrea; decían que en el suministro diario descuidaban a sus
viudas" (Hch 6,1).
El punto de partida es una situación de malestar de la comunidad, un malestar que crea
malhumor, murmuraciones. Evidentemente tampoco entonces las cosas andaban siempre
 bien y se daban momentos de tensión y de crítica.
En realidad, no sin atención a la historia de salvación, Lucas ha utilizado el término
griego  goggysmòs, que nos recuerda una actividad tradicional del pueblo de Israel en el
desierto: la murmuración contra Moisés. Después de la victoria triunfal rubricada con el
 

 paso del mar Rojo, después del cántico de Moisés y de los hijos de Israel (ver Ex 15), el
 pueblo comienza a lamentarse y a protestar: "El pueblo protestó contra Moisés, diciendo:
¿qué bebemos?" (Ex 15,24); "La comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y
Aarón en el desierto, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto,
cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos ha
sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad" (Ex 16,2-3): "El pueblo
se encaró con Moisés, diciendo: Danos agua de beber" (Ex 17,2).
El problema de la protesta del pueblo contra el pastor tiene una raíz bíblica muy
antigua, veterotestamentaria.
 — ¿Cómo reacciona el grupo de los doce? Hubieran podido exhortar a la paciencia o
tratar de ganar tiempo. Pero prefieren intervenir en forma bastante inesperada. En cierta
forma, dan razón a la protesta pero afirman un principio muy valeroso y elevado, que se
alza por encima de la situación inmediata:
"Los apóstoles convocaron el pleno de los discípulos y les dijeron: No está bien que
nosotros desatendamos el mensaje de Dios por servir a la mesa" (Hch 6,2).
Es la primera opción pastoral que hacen los doce: reconociendo haber creado
confusión al dedicarse al servicio de las mesas, ponen remedio declarando que su servicio
específico se refiere al mensaje. Como si dijeran: es justo servir a las mesas, pero no nos
toca a nosotros y es mejor que otros piensen en ello.
Y aparece la institución de los siete, o sea, el comienzo en la Iglesia de una
subordinación y de una coordinación de grados, de ministerios, de servicios. La Iglesia se
da cuenta de que, para ser una comunidad bien organizada, debe ser orgánica, con clara
distinción de funciones.
El querer atribuirlo todo a alguien crea, en efecto, confusiones e insatisfacciones,
mientras las distinciones de servicio y de ministerio son fuente de tranquilidad y progreso
de la Iglesia. El principio que han establecido los apóstoles es muy importante.
 — "Por tanto, hermanos, escojan entre ustedes a siete hombres, de buena fama,
dotados de Espíritu y habilidad, y los encargaremos de esa tarea" (v 3). Notemos ante todo
cómo estimulan los apóstoles la colaboración de la multitud. Podemos ver en ello un
ensayo de consejo pastoral, de colaboración con la comunidad a la que se invita a
reflexionar en cómo puede proveer al servicio de las mesas. En segundo lugar me llama la
atención cierto énfasis en las características de los que tendrán que ser propuestos: deben
gozar de buena fama —se trata de manejar dinero— y estar "llenos de Espíritu y habilidad".
A nosotros nos parece que sería suficiente un poco de buen sentido, de honestidad, de
sentido organizativo. En cambio, la diaconía tiene su misterio porque, aunque se tengan en
vista realidades materiales, alcanza hasta las profundidades misteriosas del Espíritu y de la
sabiduría de Dios.
Comenzamos a intuir el misterio del servicio, sobre el cual volveremos.
 — "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra" (Hch 6,4). Los
apóstoles reivindican su opción religiosa, como asegurando que por ningún motivo se
dejarán distraer de la oración y de la diaconía de la palabra.
El episodio rubrica no sólo la distinción de tareas, la claridad de las diferentes
responsabilidades, pero también la primacía de la oración y de la palabra en la Iglesia. El
servicio de las mesas, que es servicio de la caridad, queda subordinado. Los doce han
comprendido que sin oración y sin diaconía de la palabra no puede darse auténtico servicio
de caridad.
 

"La propuesta les pareció bien a todos" (en nuestro lenguaje diríamos, a la gente le
gustó que el sacerdote hiciera de sacerdote), "y eligieron a Esteban, hombre dotado de fe y
Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás, prosélito de
Antioquía" (Hch 6,5). Lo que sigue es descrito como una verdadera ceremonia de
ordenación: estos hombres dan el paso al frente, responden "presente" a la llamada, se
ubican delante del grupo de los apóstoles que "después de orar les impusieron las manos"
(ver Hch 6,6).
Los apóstoles en la plenitud de su función, que es oración, imponen las manos y
constituyen este organismo.

 El riesgo del servicio (Lucas 10,38-42)


Luego de considerar la llamada al servicio, queremos reflexionar en el riesgo de la
diaconía.
Pensamos obviamente en todos los servicios materiales prestados a la comunidad: de
las mesas, de los enfermos, de las estructuras, etcétera.
A diferencia de la diaconía de la palabra, esos servicios son interesados, porque tienen
todos, un resultado inmediato. Cuando construyen un edificio y lo veo alzarse piedra sobre
 piedra, experimento cierta satisfacción. Cuando hago balances y me doy cuenta de que
cuadran y ¡ojalá! no hay muchos pasivos, me alegro porque puedo prever obras nuevas,
nuevos proyectos. Cuando los niños que me han encomendado se divierten ejercitándose en
el gimnasio o jugando al balón, me siento contento.
Marta estaba contenta de prepararle el almuerzo a Jesús: veía la carne que hervía en la
olla, las hogazas olorosas que salían del horno y hubiera querido que de todos los
almuerzos ofrecidos al Señor el suyo fuera el mejor. Por eso se fatiga con el mucho trajín.
Los orientales de ordinario comen poco, en el momento de un almuerzo de fiesta son
capaces de gran inventiva porque debe durar horas y horas y debe enriquecerse con toda
clase de bienes de Dios.
¿Qué le acontece a Marta? Que su gusto se vuelve frenético, se transforma en
autocomplacencia y llega hasta el punto de disponerlo todo ella, de juzgar hasta lo que
Jesús debe hacer. El crecimiento de la propia importancia, que tiene lugar en su
organización excepcional de la cocina, le hace creer que puede indicarle al Señor que está
obrando mal:
"Señor, ¿no se te da nada de que mi hermana me deje trajinar sola? Dile que me eche
una mano" (Lc 10,40). Quisiera advertir que Marta tiene buena voluntad, espíritu de
sacrificio, humildad, generosidad, pues no era muy cómodo quedarse en pie junto al fuego
durante horas y horas, mientras la hermana estaba sentada tranquilamente.
El error de Marta está en considerar como fundamental su propia diaconía, al contrario
de lo que habían afirmado los apóstoles: "No está bien que desatendamos el mensaje de
Dios por servir a la mesa" (Hch 6,2).
Marta cree que está bien que María deje a Jesús y se ponga a servir, cree que está bien
que Jesús no anuncie la palabra. En ella se ha dado una verdadera inversión de valores.
El servicio, conlleva siempre este riesgo: al tener valor en sí mismo, cierto agradable
sabor concreto, puede cambiarse con lo esencial, en detrimento de la oración y de la
 palabra.
 

Y es fácil caer en este error porque si los doce han resuelto establecer solemnemente a
los diáconos, significa que valoraban mucho el servicio de las mesas. Pero dentro de un
orden que hay que observar.
Marta llega, en el fondo, a un conocimiento de Dios y de Jesús que no es auténtico.
Más aún, el episodio del evangelio está lleno de humorismo, mostrándonos que, en el
 pequeño reino de una cocina, se da la posibilidad de desconocer el mismo reino de Dios.
A Jesús le importa una sola cosa: el reino, la buena noticia de Dios para el hombre.
¡Pero Marta creía que le interesaba más un buen almuerzo!
La invitación para nosotros es a no perder nunca el sentido de las proporciones, el
sentido de la primacía de la palabra. Podemos ponernos con Marta a los pies de Jesús
 pidiéndole:
"Señor, ¿danos el sentido exacto de la realidad! Danos el sentido de las cosas
necesarias. Haz que no nos preocupemos ni nos molestemos por demasiadas cosas". 
El empeño por lo aquello cuyo fruto se ve de inmediato nos atrae inevitablemente,
 porque es más fácil y más programable. El empeño en lo único necesario, en cambio, es
una llamada a la libertad del hombre y no recogemos su fruto en seguida. En efecto, el
diálogo con la libertad ajena repite los resultados de la parábola del sembrador, donde
muchos terrenos no responden o responden mal o responden poco: el sembrador preferiría
hacer harina pronto, menospreciando o descuidando el tiempo de la siembra.

 El misterio del servicio (Marcos 6,30-44).


Reflexionemos, por último, sobre el misterio del servicio a la luz de un texto del
Evangelio de Marcos.
 — Después de cumplir la misión que les había dado Jesús, "los apóstoles volvieron a
reunirse con él y le contaron todo lo que habían hecho y todo lo que habían enseñado. El les
dijo: Vengan ustedes solos a un sitio tranquilo y descansen un poco" (Mc 6,30-31). En el
texto griego los verbos son "se reunieron", —como los pollitos en torno a la gallina— y "le
anunciaron". Los doce vuelven, pues, llenos de entusiasmo por los servicios de la palabra,
que han realizado, y por los servicios corporales, como curar a los enfermos. Pero Jesús
 parece dar poca importancia a su entusiasmo y los invita a descansar.
El Señor quiere redimensionar la actividad frenética de sus apóstoles de la que tanto se
ufanan.
 —  Así que se marchan, porque allí no era posible quedarse, dado que había mucha
gente y no les quedaba tiempo ni para comer. Saltan a la barca y se dirigen a un lugar
desierto. Pero la multitud los ve partir, se pasa la palabra y de todas las ciudades corren a
 pie y se les adelantan (ver vv. 32-33).
 —  "Al desembarcar vio Jesús mucha gente, le dio lástima de ellos, porque andaban
como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles" (v 34). Los doce quedan ciertamente
desilusionados, pero Jesús no. En el fondo, hubiera tenido tiempo de llevar aparte a los
apóstoles y darles sus observaciones sobre la frenética actividad que habían realizado. Sin
embargo, prefiere ofrecer un ejemplo práctico. Ante todo se anota que Jesús se conmueve,
dejando en claro que la misericordia es la raíz de cuanto hace. Los doce pueden captar que
al origen de su actividad debe estar la conmoción interior, la compasión por el hombre, el
amor, y que no son importantes los resultados que se alcancen.
Y también la posibilidad de enseñar nace de la conmoción y conocimiento amoroso de
la grey.
 

 — Jesús sigue luego instruyéndolos, dejando que ellos mismos descubran las
necesidades de la gente: se hace tarde y los apóstoles se dan cuenta de que la situación está
creando molestias.
Quizás entre la turba serpentea cierta murmuración, cierto malhumor: hay quien está
cansado de escuchar y se preocupa al no saber qué va a pasar. De suerte que se hacen
 portavoces de la gente y dicen: "Estamos en despoblado y es ya muy tarde. Despídelos, que
vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer. El les replicó: Denles
ustedes de comer (vv 35-37). La palabra de Jesús es inesperada, tentadora, y los apóstoles
son cogidos de sorpresa.
En realidad, el Señor no hace otra cosa que anticipar lo que los doce le dirán a Esteban
y a los otros: háganse diáconos, dedíquense al servicio de las mesas, piensen ustedes en eso.
Por tanto, Jesús mismo considera importante el servicio de las mesas que, como hemos
dicho, es el primer servicio que Moisés le ha tenido que prestar al pueblo de Israel.
Los pasajes sobre las protestas del pueblo en el desierto (Ex 15; 16; 17) nos muestran,
en efecto, la importancia también del ministerio corporal que Moisés ha prestado. Después
de la importante jornada del paso del mar Rojo, que había exaltado el poder del
Señor y un tanto también su fe, se imaginaba ser un gran jefe carismático de la comunidad,
deber ofrecer maravillosos servicios culturales, religiosos, para la vida del pueblo. En
realidad, las quejas lo hacen bajar de las alturas del servicio de la palabra a las instancias
del servicio inmediato del pan y del agua.
Algo semejante acontece con los apóstoles que oyen que Jesús les replica: "Denles
ustedes de comer", preocúpense de esta necesidad, no la esquiven.
 — Por otra parte, experimentan toda su limitación al obedecer el mandato del Señor:
"¿Vamos a comprar de pan medio año de jornal para darles de comer?" (v 37).
Entonces Jesús los reeduca gradualmente sobre la primacía de la palabra. Después de
informarse de que hay cinco panes y dos peces, les dice que hagan sentar a la gente en
grupos. En el lenguaje de Marcos, se convierten en los organizadores y distribuidores de la
mesa dada por Jesús, para que ese servicio —imagen de la mesa eucarística— sea
verdaderamente una manifestación digna de su poder misericordioso (ver vv 38-44).

 La contemplación del corazón de Cristo  


Los apóstoles reciben de nuevo la enseñanza de la primacía del conocimiento de la
misericordia de Dios. Pasan de una experiencia a otra, de la del servicio inmediato a la de la
necesidad de silencio y recogimiento con Jesús, de la experiencia de la necesidad urgente
de la gente hasta la de abandonarse totalmente en poder de la misericordia del Señor.
También nosotros tenemos que vivir en la multiplicidad de los servicios y podemos
encontrarnos tensionados, desgarrados entre la diversidad de cosas, entre la diaconía de las
mesas y la diaconía de la oración y la palabra. Pero lo que cuenta es tener el sentido exacto
de los valores, es saber que el servicio fundamental es el de la oración y la palabra, y que el
 punto de partida de todo es la misericordia divina que se debe expresar en cualquier clase
de diaconía.
Sin esta referencia, la diaconía de las mesas, aunque necesaria, se vuelve afirmación de
sí misma, lugar de poder, instrumento de la dureza de corazón.
La gracia que el Señor nos sugiere pedir hoy es la de servir a los pobres y a los débiles
con presteza, con humildad y desapego, respetando la primacía de la plegaria, de la palabra,
de la misericordia.
 

La experiencia diaconal nos muestra la urgencia de tantas necesidades materiales y


estructurales del pueblo de Dios. En este sentido, por falta de una estructuración de la
comunidad cristiana, seguimos siendo en cierta forma diáconos, al menos en el sistema
actual, y tenemos que ocuparnos también de balances, construcciones, arreglos. Más
 precisamente por esto, será aún más importante una valoración ordenada que no brota
simplemente de una impostación mental, sino sobre todo de la contemplación del corazón
de Jesús, origen y fuente de toda diaconía en la Iglesia, de las diaconías de la fe y desde la
fe.
Las primeras sirven directamente a la fe, mientras que las segundas, a partir de la fe,
realizan servicios de caridad, no perdiendo nunca de vista la primacía y el término de la fe.
Pidamos ser profundamente iluminados por aquellos que, como Moisés, como los
apóstoles, como Esteban, han vivido esta experiencia.

4. EL SERVICIO DE LA PALABRA 
Queremos ahora reflexionar sobre Esteban  servidor de la palabra. En efecto, desde
siempre, han observado los exegetas que es ordenado para la diaconía de las mesas, pero
luego desempeña la diaconía de la palabra, es un evangelista y muere como testigo.
El texto de los Hechos de los Apóstoles coloca juntos los dos servicios, y el c 6, a
 partir del  ν 8, habla propiamente de la oposición que encuentra Esteban en el ministerio de
la palabra. Esa insistencia en una situación específica, que no debe hacerse determinante,
tiene su valor pedagógico. Pero viene vinculada a un cuadro más amplio: "nosotros nos
dedicaremos ante todo al aspecto positivo del servicio y en un segundo momento a las
"calificaciones de Esteban".

 El servicio de la palabra  


La expresión aparece sinceramente en el pasaje de los Hechos: "Nosotros nos
dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra" (6,4).

En el  ν 2 se hablaba sencillamente de "no desatender el mensaje". Rinaldo Fabris —que de


ordinario tiene una traducción bastante eficaz de los textos— ofrece la siguiente versión:
"No conviene que nosotros, dejando de lado el empeño por la palabra de Dios, nos
dediquemos a la administración de los bienes para la asistencia". Amplía, por tanto, el
concepto de "servicio a las mesas" en el sentido que hemos explicado: se trata de
administrar los bienes para la asistencia. Prosiguiendo, traduce el  ν  4: "Nosotros
seguiremos dedicándonos a la oración comunitaria y al servicio de la palabra".
Pero, ¿qué es el servicio de la palabra? El Antiguo Testamento no conoce esta
expresión como típica, como técnica. Cierto que a los profetas se les da la palabra, que es
 puesta en boca de Isaías, se la da a comer a Ezequiel. No obstante, el término "servicio" no
lo encontramos allí: por primera vez lo leemos precisamente en nuestro texto de los
Hechos.
Quizás Lucas quiere tomar de nuevo una realidad ya presentada en su obra precedente,
con una frase nueva, preñante, con sabor a misterio. Me parece útil recordar el episodio de
los discípulos de Emaús (Lc 24,25-27), el discurso de Pedro al grupo de oyentes de
Jerusalén (Hch 2,14ss), la oración de los apóstoles en la persecución (Hch 4,24ss).
 

 — Los discípulos de Emaús. En este relato es bastante fácil leer una característica
específica del servicio de la palabra: Jesús, "comenzando por Moisés y siguiendo por los
 profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura" (Lc 24,27).
Explicar en el sentido de interpretar. El servicio de la palabra supone, pues, a Cristo
resucitado, centro de la historia y de la vida, supone una historia de salvación fundada sobre
las promesas de Dios y las expectativas del hombre, y explica la relación entre esa historia,
esas promesas de Dios y la salvación definitiva presente en Jesús resucitado y vivo en la
experiencia de quien lo está buscando.
 No se trata de cualquier buena palabra de exhortación, pero tiene su lógica. Tiende a
hacer comprender la inserción de Jesús en la historia humana, no obstante los misterios
humanamente inaceptables de su pasión.
El episodio de Emaús nos permite captar que el servicio de la palabra lo ha prestado
 Jesús antes que nadie, y consiste en hacer como él ha hecho. Poco después de la
explicación de las Escrituras, los dos discípulos dirán: "¿No estábamos en ascuas mientras
nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32). El efecto de este
servicio es inflamar los corazones, ensanchar el aliento, dar esperanza, reorganizar las
ideas, los afectos, hacer los temores, las sombras. Los dos llevaban dentro la rabia por
cuanto había sucedido, la resignación amarga, la crítica, el sentido de frustración. Pero poco
a poco el servicio de la palabra lo disuelve todo. Y ellos corren, regresan, se convierten en
anunciadores.
El itinerario del servicio de la palabra, al que los apóstoles daban tanta importancia, es,
 por tanto, la proclamación evangélica colocada en el cuadro de la historia de salvación,
acercada a la experiencia del hombre concreto.
 — El discurso de Pedro. También en este relato muestra Lucas la naturaleza y los
efectos del servicio de la palabra.
La naturaleza:  partiendo de la experiencia cans-mática de los doce manifestada al
 pueblo, a través de la recordación de la historia de salvación, consiste en el anuncio de
Jesús Señor resucitado. En un contexto histórico, cuyo significado explica Pedro, se
 proclama la resurrección de Jesús para el hombre. Los invito a que lean el bellísimo texto
del c 2 de Hechos, desde el  ν 14 en adelante.
Los efectos se hacen visibles sobre todo al final: "Estas palabras les traspasaron el
corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?" (Hch
2,37).
El servicio de la palabra es capaz de trasformar: los corazones se afligen, el hombre
entra dentro de sí mismo, ve el mal que ha hecho y que es posible vivir de otra manera, se
abre a la esperanza y pregunta cómo debe obrar.
 — La oración de los apóstoles es uno de los muchos ejemplos que evidencian la
cercanía existente entre servicio de la palabra y oración. Nos impacta, en efecto, que los
doce digan: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio del mensaje" (Hch 6,4).
Las dos realidades están vinculadas y no se alude sólo a la oración privada, sino más
 bien a la guía de la oración pública, que expresa los valores de profundiza-ción y servicio
de la palabra.
La oración pública que Lucas nos trasmite, parte de la afirmación de Dios creador
(citando a los Salmos y al Libro del Éxodo), de la oposición al mesías anunciada por el
salmista, y las aplica a la situación de persecución que están viviendo los apóstoles. "Señor,
tú hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contiene; tú le inspiraste a tu siervo, nuestro
 padre
 

David, que dijera: ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean fracasos? Se
alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su mesías. Así
fue: se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato con paganos y gentes de Israel contra
tu santo siervo Jesús, tu ungido, para realizar cuanto tu eficacia y tu decisión habían
decretado que sucediera. Ahora, Señor, fíjate cómo nos amenazan y da a tus siervos plena
valentía, para anunciar tu mensaje" (Hch 4,24-30).
También la oración es un servicio que, partiendo de la Escritura ilumina el presente.
Tiene como efecto el valor, la plenitud del Espíritu Santo, la audacia para todos de anunciar
la palabra.
 — Pienso que ahora podemos captar mejor el significado y la importancia de este
servicio a la palabra como misión específica de los doce, que los diáconos son llamados a
ayudar, a apoyar, a preparar. Porque ciertamente supone cierto conocimiento de la historia
de salvación, cierta asimilación del mensaje bíblico, cierto contexto cultural.
Incluso allí donde no hay referencia explícita a la Escritura (ver Hch 17,22ss), recurre
Pablo a las expectativas del hombre, a una búsqueda de salvación, y el servicio de la
 palabra consiste en trabajar sobre expectativas inconscientes, en explicitarlas para poder
 proclamar a Cristo en ese ambiente particular.
Esteban, como hemos dicho, pasa del servicio de las mesas a la realidad más amplia
del servicio de la fe, que es esencial a la promoción y excelencia de la vocación del
hombre.
Reflexionando sobre el tema de la diaconía de la palabra, queremos orar al Señor
diciendo:
"Hazme apto, Señor, para este servicio. ¡Concédeme comprender qué debo hacer
 para estar pronto a desempeñarlo y cómo debo yo mismo asimilar la palabra para
ofrecerla y exponerla, con un contexto significativo para las personas a las cuales la
anuncio!". 
Porque, indudablemente, es un servicio dificilísimo, en el que nunca nos ejercitaremos
demasiado y que debemos renovar cada vez que cambian las circunstancias. Crecemos en él
lentamente, a lo largo de toda nuestra experiencia sacerdotal de anunciadores y
comprendiendo, ¡ay! también a precio de derrotas, que no se trata ni de una simple
explicación ni de una pura exégesis de la Escritura.
Con la expresión "Nosotros seguiremos dedicándonos a la oración comunitaria y al
servicio de la palabra", los apóstoles querían decir también, probablemente, que debían
aplicarse juntos precisamente a reflexionar, para confrontar su forma de servicio, así como
Pablo irá a Jerusalén para confrontar su servicio de la palabra con el de los doce.
La comunión en la palabra supone, en los presbíteros, una comunicación en la fe que
nos lleve a comparar el uno con el otro, el modo como prestamos esta diaconía esencial y
cómo podemos prestarla mejor, en la conciencia de que nunca estaremos a la altura: ¡tan
grande es el reto de las circunstancias!
Personalmente, cuando me piden que explique la Escritura, siento instintivamente la
necesidad de reflexionar mucho sobre el texto y el contexto bíblico, sobre las personas a
quienes debo hablar, tratando ante todo de captar lo que la palabra de Dios me dice en ese
momento.
Recuerdo que en la última semana residencial, que tuvimos en Brescia, se discutió
ampliamente sobre la preparación de la homilía, el párroco de una parroquia muy
importante nos comunicó que necesitaba, por lo menos seis horas semanales de preparación
 próxima, fuera de la remota.
 

 
 Las calificaciones de Esteban  
Luego de ofrecer pistas para reflexionar sobre el  servicio prestado, consideremos
algunas calificaciones de Esteban.
 — ¿Cómo se describe a Esteban? De nuevo, con una  plenitud: "Lleno de gracia y
 poder" (Hch 6,8), tanto que "no lograban hacer frente al espíritu con que hablaba" (Hch
6,10).
Podremos decir que es el hombre que Lucas no acaba de alabar, si pensamos que
estaba ya "lleno de Espíritu y sabiduría" con los otros seis (Hch 6,3) y "lleno de fe y
Espíritu Santo" (Hch 6,5). Evidentemente, para el evangelista, era alguien muy representa-
tivo: la persona perfecta para indicar la plenitud interior con que realiza tales servicios y
que estos servicios llevan a plenitud la diaconía profética del Antiguo Testamento.
Para Lucas, el servicio de la palabra es el culmen de toda la actividad profética de
Dios: en este servicio está presente Dios mismo, el Espíritu Santo. Dios estaba presente en
el servicio de las mesas, realizado a partir de la fe; tanto más lo está en el servicio de la
 palabra.
De esto se desprende una consecuencia muy importante: en el servicio de la asistencia
y en el de la palabra somos llamados antes que nada a confiarnos a la acción divina. Quizás
confiamos poco en ella, lanzándonos con gran empeño y sentido de responsabilidad
 personal; o por el contrario, y esto sucede con el servicio de la palabra, creemos saberlo
todo y poder decir siempre alguna palabra, en cualquier circunstancia, sin pensar mucho en
ello.
 No obstante, el texto de los Hechos no nos llama a la responsabilidad de la
 preparación, a que he aludido, sino a la toma de conciencia de que estamos en la esfera de
Dios, en la esfera de acción del Espíritu. Cuando servimos la palabra, somos llevados por el
Espíritu y no es admisible vivir esta realidad en forma anodina, malgastando o impidiendo
el actuar divino.
La invitación es entonces a una doble actitud: a la diligencia en la preparación —que
subraya el valor del servicio de la palabra— y la entrega total al Espíritu, a la oración.
La expresión de Lucas "no lograban hacer frente al espíritu con que hablaba" (Hch
6,10) había sido anticipada en su evangelio, donde se dice: cuando sean llevados ante los
tribunales "métanse en la cabeza que no tienen que preparar su defensa, porque yo les daré
una elocuencia y una sabiduría que ningún adversario les podrá hacer frente o
contradecirles".
Lo que Esteban está viviendo es una advertencia para nosotros: dado que de Dios
recibimos el ministerio de la palabra, él mismo nos dará la fuerza de realizarlo. A nosotros
concierne el deber de hacernos aptos, pero también de no considerarle nunca como
ministerio nuestro, porque es palabra de Dios en nosotros.
 — Se califica también a Esteban como el que hace: "realizaba grandes prodigios y
señales en medio del pueblo" (Hch 6,8). Leo aquí el paso del servicio a las mesas a la
diaconía de la palabra, y es interesante observar cómo insiste la Escritura es este quehacer.
En el pasaje de Marcos que meditábamos, los apóstoles vuelven de la misión y le cuentan a
Jesús lo que han hecho y enseñado (ver Me 6,30).
El mismo Lucas, regresando a las memorias recogidas en su libro del evangelio, dice:
"En mi primer libro traté de todo lo que hizo y enseñó Jesús desde el principio" (Hch 1,1).
 

Esta forma de subrayar el hacer, que encontramos incluso en la sucesión diaconal, es


 pedagógica: hay que empezar a servir, a ponerse a disposición, a hacerse útil en las cosas
más humildes, para pasar gradualmente a trasmitir la palabra, cuya primacía es absoluta.
Quien pretenda comunicar la palabra sin haber pasado por la asistencia a los pobres y a
los enfermos, no captará nunca el valor misericordioso de la palabra, sino que la
considerará como un fenómeno de cultura o de prestigio.
Creo que es una advertencia importante para nosotros. Que nos estimula a vivir con
seriedad el ministerio diaconal como diaconía a los pobres y a los enfermos, en preparación
al servicio de la palabra.
 — La calificación más significativa que se nos ofrece de la figura de Esteban es, sin
embargo, la de la contestación. En esta meditación quisiera limitarme a preguntarnos cómo
es que el autor de los Hechos subraya tan fuertemente la acusación, la oposición, la
resistencia y, finalmente, la muerte. Esteban es el primer servidor de la palabra que es
sacrificado a causa de ella.
Pienso poder responder que Lucas ha querido resumir la experiencia fundamental que
el predicador y servidor está llamado a vivir. Es decir que la diaconía de la palabra no es
una diaconía irónica, fácil; no es la del maestro o del profesor que enseñan.
Es más bien una diaconía que se dirige de tal manera al corazón de la libertad humana
que no puede menos de ser objeto de violenta oposición. Es una diaconía que hace
levantarse en la penumbra al acusador, al que divide, al que separa, al enemigo, al que se
opone a la palabra de Dios. Esta realidad acompaña siempre el servicio a la palabra.
De las muchas formas en que, de hecho, puede llegar la contestación, comienzo por
describir brevemente tres, que son a mi juicio las principales.
1 — La más violenta es la oposición verbal o física, y, por lo tanto, la contraacusación,
la calumnia, la violencia, el encarcelamiento y la muerte.
2 — Una forma más solapada y cotidiana es la ausencia, la falta de respuesta, la falta
de resonancia. Para quien anuncia la palabra es la tentación más grave porque si la
 polémica indica al menos que hay atención, la falta de resonancia significa que la palabra
cae en el vacío. Pensemos en los que nunca acuden a la iglesia, en aquellos a quienes el
 párroco no logra hablar casi nunca. Esta forma de discusión es dramática y puede hasta
llevar al evangelizador a la amargura, a la resignación, a la división interior.
Por resonancia entiendo no un eco genérico, sino más bien ese que en el lenguaje de la
cibernética se llama  feed-back, la posibilidad, a través de un retorno de información, de
elaborar gradualmente una hipótesis de trabajo. La palabra exige este retorno, esta
retroalimentación: "La palabra no vuelve a mí vacía, baja y vuelve a subir y germina" (Is
55,10-11) dice la traducción moderna de Isaías.
La oposición más grave es la aridez, la indiferencia, la frialdad, la abstención.
Entonces la palabra se nos muere en la boca o nos impele a buscar sucedáneos, formas
nuevas de acercamiento que no llegan al corazón y por lo mismo no sirven.
3 — Por último, hay una forma de contestación muy violenta y terrible, que encuentra
el servicio de la palabra, y es la acusación que procede de dentro de nosotros mismos. Es la
forma en que el acusador trata de envilecer y prácticamente de corroer desde dentro nuestro
ministerio. Nos sentimos incoherentes, por la demasiada distancia entre la palabra que
 proclamamos y la vida que llevamos; no logramos ya captar la misericordia de Dios sobre
nuestra vida; la palabra nos pesa como pesa su falta de resonancia en el corazón de la gente;
la soledad se vuelve insoportable, la desilusión crece.
 

Si no velamos atentamente sobre esta oposición que hay dentro de nosotros, nos
dejamos devorar por el cansancio, y finalmente, aunque por razones de oficio sigamos
 predicando, quien escucha se da cuenta de que nuestras palabras carecen de convicción.
De estas tres formas de contradicción a la palabra, la que experimenta Esteban es
ciertamente la más dramática, pero no la más mortal ni tampoco la más corriente. La más
 peligrosa está en torno o dentro de nosotros, y necesitamos que la palabra de Dios nos
trasforme y alimente constantemente.
La palabra en sí misma, como fuerza de Dios en nosotros, como palabra viva, fuerza
del Espíritu, es, por tanto, remedio para esta realidad. Y es útil que cada uno, en la
meditación personal, siga reflexionando en el tema para poder captar mejor el episodio de
Esteban.
Invoquemos en la oración a los grandes servidores de la palabra, a María que la
guardaba dentro de sí, no dejándola apagar en la desilusión o en la espera de que su Hijo se
manifestara, sino permaneciendo paciente en la fe y en la esperanza. María es el verdadero
modelo del servidor de la palabra, de quien debe consérvala intacta e íntegra hasta el
momento establecido. Que ella la guarde en nuestro corazón, a pesar de la falta de
resonancia, a pesar de la acusación y el derrotismo interior que pueden nacer y sacudir
nuestras convicciones.
"Danos, Señor, poder comprender las grandes contradicciones que la palabra
encuentra fuera de nosotros, en las oposiciones directas, y dentro de nosotros, en ese
hombre ateo que vive en cada uno y que acusa a la palabra tratando de apartarnos
continuamente de tomar en serio el anuncio de Cristo Jesús". 

5. LA PALABRA CONTESTADA  
Queremos ahora releer y meditar Hechos 6,8-14, con el deseo de comprender,
 partiendo de la contradicción hecha a Esteban, la última partida en la que el hombre se
encuentra frente a la palabra: la victoria sobre el temor a la muerte.

 Las acusaciones contra Esteban (Hechos 6,8-14)


 —   ν 8: "Esteban... realizaba grandes prodigios y señales en medio del pueblo". Hacía
 presente a Dios en la historia con su modo de actuar, trasformaba al hombre sufriente en
hombre sereno y alegre, traía las señales del reino.
 —   ν  9: "Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene,
Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban". Contra la inmanencia de
Dios en la historia, manifestada por las señales de Esteban algunos se rebelan. El texto
griego utiliza el verbo anéstesan, que propiamente se traduciría por "saltan encima".
Quizás se acuerdan ustedes de la extraña expresión de la carta de Santiago: "Tú crees
que hay un solo Dios; muy bien hecho, pero eso lo creen también los demonios, y los hace
temblar" (St 2,19). También ellos están prontos a acoger la trascendencia de Dios, la
existencia de un absoluto por encima de todas las cosas, un punto de referencia de los
valores. La contradicción comienza cuando ese punto de referencia de los valores se
encarna, manifiesta su inmanencia en la vida de cada uno y pide que se lo reconozca como
señal en la vida de la sociedad, en las sencillas realidades de cada día.
 

Entonces el hombre queda invitado a optar entre dos caminos, y se pone de manifiesto
lo dramático de la opción, la dificultad de aceptar que la palabra se encarna en la historia
haciéndose exigencia, promesa, estímulo a la existencia humana.
Y, ¿quiénes eran los "libertos"? Personas provenientes de la esclavitud, que de
ordinario obtenían puestos administrativos importantes en las casas de las grandes familias:
 pertenecían, pues, a la pequeña media burguesía. El texto ofrece en seguida algunas
especificaciones geográficas, entre las cuales los cirenenses y los alejandrinos: gente de
ciudades muy cultas, refinadísimas. Probablemente judíos ricos de la diáspora, que tienen
alguna posesión en Jerusalén y ayudan con sus dineros a la comunidad judía. Estos grandes
 bienhechores inspiran siempre cierta reverencia, porque tienen el poder de dar o negar las
subvenciones.
A las personas de Cilicia y Asia las conocemos mejor a través de Pablo, que
 precisamente era de Cilicia. Su irrupción nos puede permitir intuir el rigor que la
caracterizaba.
Es interesante anotar que hasta este momento Esteban se había dedicado al servicio de
las mesas y de las curaciones.
La discusión nace porque su modo de obrar es recibido como escandaloso. Aquellos
hombres se dan cuenta de que Esteban, al interesarse por los pobres y los enfermos rompe
su fortaleza mental. ¡No se puede anunciar el reino de Dios, el mesías, sirviendo a los
 pobres! ¿Qué será entonces de Israel, de nuestro intento de reedificar a Jerusalén en la
libertad política?
Al proseguir la obra de Jesús, Esteban se convierte en un provocador y socava la idea
de Dios que tenían algunos judíos.
 —  ν 10: "Pero no lograban hacer frente al espíritu con que hablaba". Luego de asistir a
los pobres y enfermos, Esteban siente la fuerza de proclamar la palabra con una continuidad
de servicio. El Espíritu que lo había llevado a prestarse gustoso para las obras de
misericordia, ahora le quema dentro impulsándolo a explicar lo que hace en nombre de
Cristo.
Pero al no poder resistir a la proclamación de la palabra, lo acometen con mayor
fuerza, el asalto pasa a la violencia verbal y luego a la física.
 —   vv 11-12: "Sobornaron a algunos para que dijeran: Lo hemos oído pronunciar
 blasfemias contra Moisés y contra Dios. Alborotaron al pueblo, a los senadores y a los
letrados, agarraron a Esteban por sorpresa y lo condujeron al consejo". Evidentemente los
que habían comenzado a ponerse en contra suya eran personas muy influyentes, personas a
las que era difícil resistir, y poco a poco el alboroto se amplía.
 —   vv 13-14: "Presentaron testigos falsos que decían: Este individuo no para de hablar
contra el lugar santo y la ley. Lo hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este
lugar y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés". La acusación es muy concreta y
es triple: Moisés y la ley, Dios, el lugar santo.
En la tríada: ley, templo, Dios, podemos captar la idea de Dios que subyace en toda
esta oposición a la palabra. Esa gente no admite una presencia libre de Dios en la historia,
la capacidad divina de revelarse y manifestarse. Ha cerrado en un esquema la experiencia
de Dios.
El aspecto trágico de la contestación es que el pueblo judío conocía, mejor que ningún
otro, la intervención del Señor en la historia, pero los adversarios de Esteban limitaban esa
intervención a las vicisitudes de Israel. En realidad, afirmar que Dios está presente en la
historia significa que camina con y en la historia de la humanidad, y que puede, por tanto,
 

revelar siempre algo nuevo. El pecado contra el Espíritu es propio de quien no quiere
aceptar que Dios Espíritu vivifica el mundo, mueve toda realidad, está presente en todas
 partes.
También Esteban reconocía a Dios en Moisés de quien habla en su discurso del c 7:
"Fue Moisés quien dijo a los israelitas: Dios suscitará entre sus hermanos un profeta como
yo" (Hch 7,37). Y ve en el templo la figura y significación de la presencia definitiva de
Dios en Cristo Jesús" (ver Hch 7,47-50).
Debemos tener ciertamente referencias institucionales, pero a un pasado que está
siempre presente en la plenitud del Espíritu que se nos ha dado, y en el resucitado que vive
comunicándose, manifestándose, conduciendo la historia.
A causa, pues, de esta interpretación de la palabra en el Espíritu, conducen a Esteban
ante el tribunal. Y muere por esta visión de Dios.
 — ¿Qué es lo que está en juego en las acusaciones de los miembros de la sinagoga? La
idea de que el hombre está sometido a ciertas instituciones, que el hombre es para las
instituciones. Está en juego también, por tanto, una idea del hombre y de su libertad.
Quisiera subrayar brevemente que la prioridad del hombre sobre las cosas y las
instituciones es un concepto muy difícil de mantener en toda su limpidez. Puede ser, en
efecto, mal entendido, confundido, así como fue confundida y mal comprendida la doctrina
de Pablo. En el fondo, estamos excavando aquí una doctrina paulina de la libertad de la ley,
que ha causado al apóstol tantas luchas y divisiones en sus comunidades.
Porque también la doctrina de la libertad puede convertirse en sistema, en ideología,
en una forma de libertinaje (puedo hacer lo que quiero, por tanto soy libre y ya no estoy
sometido a ley alguna). Pablo, por el contrario afirma que somos servidores por la caridad,
siervos de todos, llamados a renunciar a cualquier cosa con tal de no ofender al hermano.
La caridad es la única ley fundamental, en la cual cualquier otra encuentra justificación. Y
la caridad es la prioridad de la persona, tanto como sujeto moral que como centro de
referencia de las acciones morales.
Creo que es importante reflexionar largamente sobre este tema y orar, porque sólo el
don del Espíritu nos permite mantener la visión exacta de Dios y del hombre en una síntesis
incandescente. Poco se necesita para presentarla en sistema, fraseología, slogans, agudezas
de lenguaje, y para reducirla a una interpretación nuevamente de corte legalístico: de diestra
o siniestra, de integrismo o laxismo, de tradicionalismo o progresismo.
La visión del hombre en el marco de la misericordia de Dios, es en realidad, la
institución fundamental por la cual mueren primero Esteban y más tarde Pablo.

 El temor y la opción de Esteban  


Poniéndonos ahora de parte de Esteban, tratemos de comprender qué sentimientos ha
vivido.
 — ¿Ha tenido miedo? Creo que sí. Podemos definirlo el momento de las acusaciones,
el momento del temblor de Esteban. Hasta entonces no había tenido grandes dificultades: la
comunidad lo estimaba, era el más apreciado de los siete, bien calificado por su biógrafo
Lucas. Sabía hablar, tenía el don de curaciones, de acercarse a los pobres y a los enfermos.
Ciertamente era rico de calor humano, simpático, amado. En el reino de Dios estaba
logrando éxitos, satisfacciones. Su senda era de sacrificio, de renuncia, pero era también
una senda en la que se iba realizando. Pero cuando comprende que está en poder de los
enemigos y se da cuenta de que estaban frente a él sin una brizna de misericordia, entonces
 

intuye que ha llegado el momento realmente serio de su vida y que ahora cuenta sólo la
forma en que se juegue la existencia.
Es lo que llamo el momento del temblor, el caso grave, la verificación de las
intenciones, a que todos, también nosotros, llegamos tarde o temprano. Pienso, como
ejemplo, en el cardenal José Mindszenty, que fue primado de Hungría. Era un hombre en
extremo generoso, heroico, aunque representaba una mentalidad ya superada, que lo aisló
respecto de otras tomas de posición de la Iglesia. En su autobiografía impactan la firmeza
en proclamar lo que consideraba justo y el doloroso martirio padecido por ello. Aprisionado
 por primera vez cuando apenas llevaba cuatro años de ordenado, arrestado de nuevo cuando
era obispo y cardenal, en 1948, cuenta los malos tratos a que fue sometido. Cuando un
hombre comenzó a golpearlo con talegos de arena de modo que no quedaran huellas,
comprendió que querían destruirlo en su personalidad y escribe: "En ese momento
comprendí que todo el mundo se había derrumbado para mí". Es decir, estaba perdiendo
todo el ardor, toda la capacidad de luchar, estaba para capitular, aceptando el proceso sin
 poder decir más nada. Es el momento en que se juega el todo por el todo, al encontrarse
 privado de toda esperanza y defensa humanas.
La palabra de Dios conduce a sus servidores a esta situación límite, y no hay que
escandalizarse si brota una especie de rebelión interior. El gran profeta Jeremías, hombre
excepcional, se lamenta de su vocación a proclamar la palabra de Dios: "¡Ay de mí, madre
mía, que me engendraste hombre de pleitos y contiendas con todo el mundo!... Cuando
recibía tus palabras, las devoraba, tu palabra era mi gozo y mi alegría íntima, yo llevaba tu
nombre, Señor, Dios de los ejércitos... Te me has vuelto arroyo engañoso, de agua
inconstante" (Jr 15,10.16.18). El profeta ha caminado mucho, ha servido al Señor,
renunciado a todo, vivido la soledad, pero en cierto momento se rebela porque se siente
abandonado de aquel que antes le había dado aliento, entusiasmo, palabra. Es la experiencia
de sentirse en la trampa, la experiencia del hombre frente a la muerte.
Pensemos todavía en cuanto escribe Pablo en la Segunda carta a los Corintios: "No
queremos que ignoren, hermanos, las dificultades que pasé en Asia. Me vi abrumado tan
 por encima de mis fuerzas, que perdí toda esperanza de vivir. Sí, en mi interior di por
descontada la sentencia de muerte" (2Co 1,8-9). Pensemos en Jesús en el huerto de
Getsemaní, cuando declara que ha llegado a una situación que no tenía prevista. Sus
 palabras nos maravillan, pero cada uno de nosotros, si tomamos en serio la palabra de Dios,
llegará a exclamar tarde o temprano: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz" (Lc 22,41).
 — ¿Qué hace Esteban? Evidentemente podría huir, pedir un momento para
recapacitar. La solución de apostasía es humanamente posible. Por ello, Jesús advierte:
"Permanezcan en vela y pidan no ceder en la prueba" (Mt 26,41); "Satanás los ha
reclamado para cribarlos como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que no pierdas la fe"
(Lc 22,31-32).
Frente a la muerte, el hombre puede refugiarse en la desesperación y rechazarse a
aceptar la muerte. Esteban, por el contrario, opta por jugarse la vida por el amor de aquel
que ya murió por él, escoge el riesgo de la palabra.
Y precisamente en el momento en que se ve privado de cualquier apoyo humano, su
 palabra surge libremente verificando la profecía de Jesús: cuando estén delante de los
tribunales y hayan optado por la palabra, "yo les daré palabras tan acertadas que ningún
adversario les podrá hacer frente o contradecirles" (ver Le 21,15).
Aquí empieza su servicio definitivo, como veremos en las meditaciones siguientes.
Pero querría subrayar el último verso del c 6 de los Hechos: "Fijaron los ojos en Esteban
 

todos los miembros del consejo, y su rostro les pareció el de un ángel" (Hch 6,15). ¡Estu-
 penda, en verdad, esta expresión que en el Nuevo Testamento aparece sólo en este pasaje!
Quizás podemos encontrar un paralelo en el relato de la transfiguración (ver Mt 17,2; Le
9,29); y otro en el episodio de Moisés que baja del monte, donde Dios le ha hablado, con el
rostro transfigurado (ver Ex 34,29).
A través de la opción por el caso definitivo, a través de la superación del temor a la
muerte, Esteban se halla ahora identificado con las realidades de Dios y sus palabras
reflejan al Espíritu presente en él.
Pidamos al Señor que el mismo Espíritu nos conduzca por este camino. Ninguna
fuerza humana nos hará vencer el temor a la muerte; pero el poder del resucitado se
manifestará en nosotros.
"Llénanos, Señor, de la capacidad de servir a la palabra, que es tan exigente. Tú no
nos has engañado al comienzo de nuestro camino, pues nos has mostrado todos los riesgos
 posibles. Pero también nos has dicho que no se nos pide ser héroes, sino pobres que, en su
 pobreza, quieren con tu ayuda servir hasta el fondo a la palabra".

 El servicio de la palabra en el ministerio de la reconciliación  


De ordinario cada uno de ustedes dedica este día de los ejercicios espirituales a
 preparar la confesión sacramental.
Quisiera repetir lo que tuve oportunidad de decir en otras ocasiones porque
necesitamos cultivar el sacramento de la penitencia, para poder ser ministros nuestra
salvación, liberación, consuelo, constancia renovada, vigilancia sobre nosotros mismos.
Danos tu misericordia y cuanto necesitamos para superar los disgustos que se anidan en
nuestro corazón, los malhumores, la pereza".
La confessio fidei se convierte también en oportunidad para concretar la penitencia
sacramental en cualquier cosa que esté vinculada con el peso del pecado que estamos
viviendo, para lo cual la absolución llega como una verdadera remisión de los pecados, que
es el anuncio poderoso del resucitado a los suyos: predicar a todas las naciones la
conversión y el perdón de los pecados (ver Le 24,46). Me parece poderlo entender también
en el sentido físico, de una carga —malhumores, sufrimientos, sentido de disgusto— que se
nos quita. La confesión es también capacidad de recuperación.
Los invito, pues, a prepararse al ejercicio de la penitencia sacramental pensando en
que, en la medida en que se hagan cristianos convertidos de la necesidad que tenemos de
cultivar dicho ejercicio, serán sacerdotes convencidos en el ministerio de la exhortación y
en la proclamación de la palabra que reconcilia.

6. ABRAHAN, EL SOLITARIO  
"Ven, te pedimos Señor, en ayuda nuestra en este momento de nuestro retiro, que es
quizás el más delicado, porque el cansancio se hace sentir y puede surgir el sentido de
 saturación o la distracción por lo que se espera después. Manifiéstate, Señor, a nosotros
con tu bondad, de suerte que podamos acoger el tesoro que hay en ti, la plenitud que tú nos
das y que se vive con desprendimiento de nosotros mismos y de cuanto superficialmente
 

 sentimos y pensamos. Envía te rogamos, tu Espíritu que nos trasforma en profundidad. Te


lo pedimos, Padre, por Cristo Jesús, nuestro Señor". 
Creo, en efecto, que cada uno de nosotros puede vivir un momento difícil y que es
oportuno experimentar en la oración los diversos movimientos —cansancio, repugnancia,
alegría, rechazo, esperanza, aburrimiento— porque así aprendemos a dirigir la nave de
nuestro espíritu en todas las circunstancias.
¿Qué es la vida del sacerdote sino un continuo tratar de enderezarse él mismo hacia
Dios y conducir a los demás hacia él, a pesar de las tormentas y de los tiempos poco
favorables? Es verdad que Dios, que nos lleva siempre de la mano, permanece y pasa
siempre por sobre todas las aguas en borrasca.
Con esta certeza, meditemos en el discurso de Esteban (Hch 7,1-53), el más largo y
misterioso del Nuevo Testamento. Los exegetas no han terminado todavía de descubrir sus
orígenes. Hay quien piensa que procede de otras fuentes y, por lo mismo, tiene poca
relación con el contexto. Otros, en cambio, tratan de encuadrarlo en el conjunto del relato,
con diferentes formas de análisis.
Ciertamente no es kerigmático, en el sentido de los discursos de Pedro o de Pablo.
Tiene una estructura peculiar, que sería superfluo querer investigar ahora.
Prefiero leerlo tal como lo tenemos ante los ojos, sin preocuparnos demasiado de su
 posible prehistoria.
Lucas lo presenta como el discurso de un hombre ante la muerte, cuando se dicen sólo
cosas esenciales. Lo podemos comparar con el discurso de Jesús en el cenáculo (Jn 13-17).
O, para ofrecer un ejemplo moderno, con las palabras de Pablo VI, escritas poco antes de
morir, a modo de testamento, reviviendo la existencia trascurrida.
Un discurso, pues, que por una parte es lugar de la verdad y por otra lugar del
autoconocimiento. 
 —Como lugar de la verdad, Esteban retoma algunas de sus instituciones
fundamentales y del Nuevo Testamento, que ya hemos recordado: la historia es el espacio
del camino de Dios, en que Dios entra a través de sus amigos para conducirla hacia el
cumplimiento de un designio que tiene, de todos modos, una dirección de la muerte a la
vida, de la soledad a la comunidad, del destierro a la patria, de la disgregación hacia la
 plenitud. El discurso de Esteban es un lugar de la verdad sobre la historia humana, en la que
Dios se hace inmanente, compañero del hombre. Historia dramática, sacudida por el
rechazo del hombre, donde el rechazo se cambia en nueva afirmación de Dios.
 —Como lugar de la autocomprensión, Esteban, Biblia en mano, relee la experiencia
de Israel, relee la experiencia de Cristo y la suya. Una clave interpretativa de este discurso
me parece que es precisamente la experiencia de Esteban, proyectada sobre el fondo de la
historia de la salvación. Es, por tanto, fuente igualmente de autoconocimiento: la Biblia es
el espejo de la experiencia diaconal de Esteban y de todas las pruebas por las que ha
 pasado.

 La figura de Abrahán en el discurso de Esteban  


Propongo leer el discurso desde el principio, cuando Esteban habla de la aparición de
Dios a Abrahán, contemplando la figura del patriarca en función o como imagen de la
 propia experiencia. También san Agustín, cuando abre el Nuevo Testamento mientras pasea
 por el jardín, lee la página de la Carta a los Romanos pensando en sí mismo. Tanto más
 

habrá hecho Esteban: de frente a la muerte no podía prescindir de su involucración en la


historia de la salvación.
 —¿Cómo se describe a Abrahán en los primeros versos del c 7? 
Ustedes saben que la historia de Abrahán es muy larga, narrada en cerca de diez
capítulos del libro del Génesis, y comprende numerosísimos episodios. Es por lo mismo
interesante escuchar lo que Esteban incorreprueban, en efecto, haber blasfemado "contra
este lugar santo" (Hch 6,13) y él responde que Abrahán ha sido fiel a Dios, aunque nunca
tuvo el templo, aunque pasó la vida girando de una parte a otra.
El comienzo de toda nuestra religiosidad — parece decirnos Esteban— ha sido el
apego a la palabra de Dios, no a una tierra; ha sido la esperanza de una heredad sin el
disfrute de su posesión.
Se presenta, por tanto, a Abrahán como el que da razón a la libertad de espíritu de
Esteban, que respeta el templo pero no lo quiere como condición necesaria de salvación. Es
la misma posición de Pablo, la que luego asumirá también toda la Iglesia primitiva que
sabía orar en el templo pero podía también prescindir de él.
Todo esto entra probablemente en la misma experiencia de Esteban servidor de las
mesas y de la palabra. Aparece como un hombre solitario y sólo lo definen en orden a las
diaconías que ejerce, no por otras razones.
Sin forzar mucho el texto, leamos la soledad en la misma descripción de la muerte y de
la sepultura; lo lloran hombres devotos, los piadosos de Jerusalén, pero no sus amigos ni
familiares. Se evita cualquier designación que lo vincule a una familia. En verdad Esteban,
al menos en la imagen bíblica, es un personaje solitario y trashumante por amor a la palabra
y en obediencia a ella.
Y, como Abrahán, está sólo con el Dios de la gloria. Por esto, pensando en su
experiencia de fe y de vida, comienza el discurso diciendo: "El Dios de la gloria se apareció
a nuestro padre Abrahán" (Hch 7,2).
La condición de Abrahán no es fácil. Ciertamente no encuentra gusto en tener que
estar continuamente de viaje, en no sentirse nunca en su propia casa, en su patria. Pero su
opción ha sido la elección profunda de un hombre que ha quedado fascinado por el Dios de
la gloria y lo considera por encima de todo, es la opción que propone el valor supremo del
reino, de la perla preciosa, de la esperanza contra toda esperanza con tal de estar siempre
con Dios.

Celibato y soledad  
A la luz de las figuras de Abrahán y Esteban, es útil introducir algunas reflexiones
sobre la relación entre celibato y soledad.
Ustedes saben naturalmente ya que el celibato por el reino es una realidad muy grande,
 positiva, y es también fecunda en el sentido de que conduce a una paternidad espiritual. No
obstante, dejando de lado considerar, en esta sede, la riqueza de valores de la virginidad
consagrada, quisiera dar un paso adelante subrayando que la opción por ese estado de vida
es la aceptación de una soledad que, no rara vez, puede resultar pesada.
Ante todo, podemos reflexionar sobre cuáles son las pruebas γ  grados que se
experimentan: 
 —En el primero o segundo decenio de sacerdocio, o de vida consagrada, la soledad
física predomina y, por tanto, el control de los sentidos, de la carne, de la sexualidad
intensa en su corporeidad.
 

 —En el segundo decenio o veinteno surge gradualmente la  soledad afectiva, del


corazón: el hecho de no tener una familia propia dónde descansar, dónde edificarse un
rincón de refugio.
Esta soledad de la vida cotidiana es quizá aún más difícil que la primera. A veces
 puede ser mitigada por formas de comunicación, de comunión, pero se mantiene presente.
 —En el tercero o cuarto decenio (de los cincuenta años en adelante) se sufre por la
renuncia a una posteridad, a una vejez confortada por los hijos y los nietos.
Estos tres niveles se abren camino en la conciencia, a medida que avanza la edad, y
forman parte de la soledad aceptada a través del celibato. No deben ser infravalorados
 porque son experiencias fuertes de la sicología del hombre que madura. A veces, en
diferentes momentos de la existencia, insurgen con tanta violencia que nos dejan
estupefactos, recordándonos que la opción por el reino abarca toda la vida, hasta la muerte.
Debemos por tanto, reconocer que la decisión por la virginidad consagrada es una
opción total y no puede ser compensada con otras, y que humanamente es bastante
increíble.
La gente, en efecto, no cree mucho en la posibilidad de mantenerse fiel al celibato,
 precisamente porque la experiencia de la soledad es dificilísima.
 No sabría decir cuál de las diferentes pruebas que conlleva sea la más fatigosa, si el
dominio de los sentidos o la resistencia a la soledad afectiva o la renuncia a una posteridad;
 probablemente todas son bastante duras. Por otra parte, el equilibrio afectivo no se alcanza
 jamás definitivamente, sino que las circunstancias y los acontecimientos lo vuelven a
cuestionar en forma continua, por lo cual debemos estar siempre empeñados en rehacerlo.
Por esto, la opción del celibato es sólo posible por el reino, en el contexto de un amor
inmenso, de un ideal apasionado, de una dedicación incondicional.
Pasando a una segunda reflexión, nos preguntamos: ¿puede el hombre hacer una
opción así? 
Ciertamente es importante que lleguemos a maravillarnos que se pueda llegar a una
opción así con los ojos abiertos y no en el entusiasmo de la primera adolescencia.
Aunque la Iglesia enumere justamente los motivos por los cuales la decisión por el
celibato resulta razonable, debemos admitir que debe hacerse a partir de una profunda
afectividad hacia el Señor.
Entramos aquí en un terreno muy delicado, el de la conexión del celibato con el
compromiso diaconal y presbiteral en la Iglesia latina. Me parece, a propósito, que se vaya
aclarando la idea de que la Iglesia confiere ordinariamente el diaconado y el presbiterado a
quienes ya han hecho la opción celibataria por el reino, y por tanto, que no la pone como
condición lateral.
Lo cual significa que se requiere realmente un carisma, un don que lleve al hombre a
caminar fuera de sí, un salto de cualidad del corazón, que la gracia de Dios nos promete
mantener en sus incandescencia, en su genuinidad. Pero, de parte nuestra, debemos
empeñarnos por conservar las condiciones exteriores que son mucho más exigentes hoy que
en el pasado. De aquí la necesidad de una disciplina de los sentidos, de los ojos, de la
curiosidad, de las lecturas, del comportamiento interior; y también la necesidad de
desconfiar de sí mismo, de vivir con seriedad y madurez todas las relaciones.
Una última reflexión sobre la relación soledad y comunicación.
La soledad, hemos dicho es estar con "Dios sólo", expresión usada gustosamente por la
Biblia para hablar de las grandes obras de la salvación: Dios creó el universo él solo, Dios
 

sólo es misericordioso, Dios sólo sabe qué significa ser fuente de la misericordia, Dios sólo
en su misterio trinitario, es fuente de comunicación.
Entonces, si caminamos por el misterio de la soledad con Dios —que resulta luego el
misterio de la oración contemplativa, de la adoración eucarística, de la meditación
 personal—, comprenderemos gradualmente que dicha soledad es madre de la
comunicación.
En realidad, precisamente porque Dios solo ha creado el universo, puede hacer que
todas las cosas se comuniquen y ha puesto en ellas la capacidad de comunicarse.
Entrando en el corazón de Cristo que muere solo en la cruz, podemos participar en su
fuerza comunicativa y creativa de la Iglesia. En nuestra pobreza, somos puestos en grado de
hacer nuestros los sufrimientos más profundos e incomunicables de los hombres; nos con-
vertimos en servidores de todos, de los más profundos retos de la comunicación humana,
disponibles, por tanto, a cualquier confidencia, a cualquier secreto, a cualquier oscuro
fermento íntimo del hombre.
La capacidad de comunicar se hace inmensa alegría, y es la fecundidad del celibato
 por el reino. Poder entender a todos y a cada uno, ser de todos, no de algunos, lograr
ganarse la confianza de todos, ofrecer un consejo a cuantos lo piden.
Muy grande es la fecundidad del celibato que es secuela de la soledad con Dios y con
Cristo crucificado.
 No obstante, no se la puede defraudar, en el sentido de que no se escoge el celibato por
la comunicación que de él deriva. Sería como si Jesús escogiera la muerte y al mismo
tiempo la resurrección.
El camino es lineal: se acepta la muerte y se recibe la resurrección como don; se acepta
la soledad y se recibe la comunicación. El intento de colocar juntas las dos realidades lleva
a confusiones y, en cierto momento, a componendas. Se aceptan entonces comunicaciones
de corte sospechoso, ambiguo, creyendo que son el fruto de la virginidad consagrada,
mientras que son sencilla y llanamente el sustituto suyo.
Leo aquí todo el problema de las amistades entre sacerdotes, de las relaciones de
sacerdotes con las mujeres, del modo de conversar y tratar con ellas. Es un mundo del todo
delicado y difícil, para el cual sería ingenuo de reglas a priori, y que exige como clarifica-
ción de fondo, la aceptación sincera y total de la soledad en sus tres niveles —en la
 juventud, en la segunda y en la tercera edades. Cuando se trasforme, como fruto
espontáneo, en capacidad comunicativa, el hombre no obstante sigue siendo evidentemente
él mismo, con sus riquezas interiores de sensibilidad y de afecto, alcanzará en ellas una
expresión vigorosa y nueva.

Conclusión 
Me doy cuenta de que no es fácil expresar con palabras estas realidades. El Señor, no
obstante, nos las pondrá de manifiesto día tras día, a través de un camino progresivo nada
fácil. Considero, sin embargo, que hoy es casi imposible observar el celibato, si no se apoya
en una carga profunda de vida en el Espíritu; es una experiencia que compromete en una
lucha continua, hasta que el corazón quede plenamente purificado en el amor del Señor.
Quien escoge y acoge como don este carisma necesita, además de una disciplina
interior, de un consejero espiritual a quien manifestar libremente los movimientos interiores
del espíritu y las vivencias personales. El nos ayudará a vivir con verdad el don; no hay, en
efecto, tormento mayor que una existencia dividida en este punto, sea porque se recurre a
 

subterfugios, a una doble vida, sea porque uno vive descontento y resentido por la opción
hecha.
A la luz de la experiencia de Esteban, de Abrahán y de cuantos toman en serio la
 palabra de Dios y el servicio de la palabra como diaconía a la cual predicar la integridad del
 propio ser, me ha parecido importante proponerles la reflexión sobre el tema del celibato
sacerdotal.
"Danos, Señor comprender la belleza de la virginidad consagrada y amar nuestra
opción que es respuesta al amor infinito con que nos has llamado. Haz que podamos
avanzar por esta senda en sinceridad de corazón y con una alegría que se renueva cada
día y crea auténtica comunicación con todos los hombres". 

7. JOSÉ: LA FRATERNIDAD PASTORAL  


Prosiguiendo en la meditación sobre el discurso de Esteban, tengo la impresión de que
las palabras son siempre más inadecuadas para expresar el gozo y la sencillez que encierra
el misterio.
Tratando, efectivamente, de comunicarlo, se acaba por perder algo de la profundidad
 propia del Dios que se revela.
He pensado por ello, proponerles sencillamente algunas pistas en forma esquemática.
Cada uno las utilizará según sus necesidades y las sugerencias interiores del Espíritu.
Luego del episodio de Abrahán, Esteban evoca la historia de José, una de las más
largas del Antiguo Testamento. ¿Cuál es el sentido exegético del resumen que leemos en
los Hechos? (7,9-16).
Un alumno mío del Instituto Bíblico, que en sus tiempos estudió ampliamente el texto,
tuvo una intuición interesante. Distinguió en todo el discurso cuatro secciones: Abrahán,
José, Moisés, la vía del desierto hacia el templo. Vio en ellas el recurrir alternante de dos
temas: el litúrgico y el teológico. Litúrgico en Abrahán; cristológico en José; cristológico
en Moisés; litúrgico en la historia del desierto y la entrada en la tierra.
Los temas alternan en forma quiástica y son sustancialmente la respuesta de Esteban a
las dos objeciones que le han hecho.
Una objeción se refiere al templo ("no para de hablar contra el lugar sagrado": Hch
6,13). Tenemos, entonces, el tema litúrgico: ¿qué significa adorar a Dios y qué relación
tiene el templo con la adoración?
La otra se refiere a Moisés ("Lo hemos oído pronunciar blasfemias contra Moisés":
Hch 6,11), y Esteban introduce el tema cristológico: ¿Cambiará Cristo las leyes dadas a
Moisés?
Si el episodio de Abrahán era una evocación de tipo litúrgico —Abrahán adoró la
gloria de Dios, no obstante andar de una parte a otra—, la historia de José pone en
evidencia la función de Cristo.
Sugiero, pues ante todo una lectura cristológica, del relato de José; luego una lectura
 personalística, porque Esteban reconoce su propia experiencia en la de Jesús; y, por último,
una lectura eclesial y personal.
 

 Lectura cristológica

Dice el texto:
"Los patriarcas vendieron a José por envidia, para que se lo llevaran a Egipto; pero
Dios estaba con él y lo sacó de todas sus desgracias; además, le dio una sabiduría que le
ganó el favor del faraón, rey de Egipto, y éste lo nombró gobernador de Egipto y de todas
sus posesiones. Hubo un hambre en Egipto y en Canaán, con tanta escasez, que nuestros
 padres no encontraban víveres. Al enterarse Jacob de que en Egipto había provisiones,
envió allá a nuestros padres; la segunda vez que fueron se dio a conocer José a sus
hermanos, y el faraón se enteró de qué estirpe era José. José mandó llamar a su padre,
Jacob, y a toda su parentela, en total setenta y cinco personas. Jacob bajó a Egipto, y de allí
acabaron su vida él y nuestros padres; los trasladaron a Siquén y los enterraron allí en el
sepulcro que había comprado Abrahán con su dinero a los hijos de Hamor" (Hch 7,9-16).
Distinguimos claramente dos partes del pasaje: la primera se refiere a José traicionado
 por los hermanos, liberado y engrandecido (vv 9-10). La segunda es la relación entre José,
el padre y los hermanos, con la historia del hambre, la embajada de los hermanos y el
socorro dado por él (vv 11-15).
El  ν 16 es una conclusión, ya proyectada antes.
 —  Leyendo atentamente, línea tras línea, vemos aparecer a Cristo, condenado también
a muerte por envidia, traicionado, pero nunca abandonado por Dios, quien al final lo libra
de las angustias de la muerte y lo coloca sobre su pueblo, le da el señorío.
 —  La segunda parte, en la que José se da a reconocer a los hermanos y los colma de
 bienes, es una evocación de aspectos de la vida de Jesús, en particular de Jesús que se da a
reconocer a sus discípulos después de la resurrección y los revigoriza como comensales.
Esteban parece decir a sus oyentes: ¡Atención!, ustedes están rechazando a ese Cristo
que Dios ha colocado por encima de su pueblo, que es para su salvación y con quien está
Dios.

 Lectura personalística 
Pero la historia de José es también la historia de Esteban que está a punto de ser
traicionado por envidia, que ha tenido una experiencia de servicio de las mesas, de la
comunidad. Fue traicionado pero Dios está con él y lo librará de todas sus desgracias.
En el antiguo patriarca, rechazado y exaltado por Dios, lee Esteban con inmensa
confianza su propia experiencia: si Dios no abandonó a José, no me abandonará tampoco a
mí y hará de mi propia muerte un servicio a los hermanos.
Quizás a través de este episodio de la historia de salvación intuye que le llaman a
identificarse con la experiencia de Jesús.

 Lectura eclesial: la fraternidad pastoral  


Pero la figura de José nos lleva también a reflexionar sobre la fraternidad pastoral:
amenazada, purificada y restaurada. Tres momentos que podemos encontrar en la historia
de cada uno de nosotros.
1. La fraternidad pastoral amenazada. El relato bíblico nds advierte que suceden
cosas dolorosas hasta en las mejores familias. En el fondo, la familia de José era ejemplar,
 patriarcal, en ella se vivía la honestidad, la serenidad, la alegría del trabajo, la solidaridad,
 

la amistad. Naturalmente, en las familias patriarcales se dan también tensiones y litigios a


veces fuertes, hasta odios y separaciones que duran por generaciones.
En la casa de Jacob precisamente se hacían presentes envidias recíprocas y divisiones:
 — La fraternidad no es, por tanto, obvia, más aún está siempre amenazada, tanto en la
Iglesia como entre nosotros. La amenaza, ese celo (zelòzantes, en el texto griego) que es la
envidia. Vivimos siempre una situación en la que el que nos separa, el enemigo del hombre,
lleva la cizaña, por medio de las formas más inimaginadas. No por nada los antiguos
hablaban de una envidia "clerical" como de algo terrible, tremendamente áspero.
A Satanás se le llama el que divide o el calumniador precisamente porque insinúa
desconfianzas, celos, murmuraciones que nacen de chismes, incluso de burlas, de palabras
repetidas y agigantadas pero que luego envenenan la fraternidad pastoral, las comunidades
que se dividen en pro o en contra del párroco.
Es verdad, los hermanos de José llegaron hasta el punto de querer darle muerte, y no
nos parece creíble. El asesinato se trasforma en venta, una especie de muerte civil, de
entierro de la persona en la infamia de la esclavitud; se engaña al padre; la vestidura teñida
en sangre: cosas todas que revelan la terrible inventiva de la envidia, de los resentimientos
cultivados durante años.
 — Además, de la fraternidad amenazada en las relaciones de los presbíteros entre sí,
de los presbíteros con la comunidad y viceversa, de los superiores con los subditos,
 podemos pensar en las relaciones en el interior de las familias. Nuestro ministerio nos lleva
a conocer las sombras, los momentos duros y difíciles que se viven en las familias, las
crisis de comunicación entre padres e hijos, la incomprensión entre marido y esposa,
etcétera. Son todas formas de fraternidad amenazada, que indican la acción del que divide
en medio de nosotros y también las hierbas malas que hay en el hombre y que siempre
están prontas a brotar.
 —  Quizá es posible explicar algunos mal entendidos que han dado lugar a
desconfianzas incluso entre los santos. A quien lee la historia con ojos críticos e
imparciales, no simplemente hagiográficos, le es fácil descubrir las dificultades que han
experimentado los santos. En parte, ellos mismos eran hombres no tan fáciles, bastantes
imperativos o insistentes al afirmar las propias ideas, no siempre capaces de comprender los
 puntos de vista de los demás. Tampoco la Iglesia primitiva nos esconde las constantes
amenazas contra la fraternidad.
 —  Debemos aún prestar atención a no crearnos, por temor de eventuales
desconfianzas, envidias, malhumores, pequeñas islas dónde refugiarnos. Este tipo de
soledad al que nos obligamos voluntariamente por temor, es bastante peligrosa y es otra
forma de amenaza a la fraternidad pastoral.
2. Fraternidad purificada. Afortunadamente el relato de José nos presenta un segundo
aspecto: la fraternidad amenazada resulta purificada por la providencia divina, por el amor
infinito del Señor.
 — Dios no abandona al hombre justo, aunque éste haya cometido ingenuidades. José
da la impresión de haber sido un tanto ingenuo al hablar a los hermanos y al padre de sus
sueños. Manifestar que hubiera podido ser el jefe de todos no podía menos de causar
fastidio, tanto más, dado que Jacob tenía preferencias con él.
En este sentido, debía ser purificado, debía comprender, mediante la prueba, que sólo
Dios es grande; que Dios estaba con él (Hch 7,9). El apoyo no le podía llegar de su padre,
ni de los dones naturales, ni de los sueños, sino sólo del Señor. Es claro que comenzó a
experimentar la cercanía de Dios mientras yacía en el pozo profundo, y en algunos salmos
 

leemos fácilmente la referencia a la situación: "Me levantó de la fosa fatal"; "me salvaste
del abismo profundo" (ver Sal 40,3; 86,13). Allí sintió lo que significa confiar en Dios sólo,
y qué sentido positivo tiene la soledad con Dios. Luego, en la prisión egipcia, prosigue esa
experiencia.
José es liberado de su ingenuidad, de su exagerada confianza en los hombres, de su
apoyo infantil en los demás. No por nada el evangelista san Juan tiene una frase extraña,
cuando dice que Jesús no confiaba en nadie en Jerusalén porque "conocía al hombre por
dentro" (Jn 2,25).
Pero el conocimiento de los demás, que parte del conocimiento que tenemos de
nosotros mismos, de nuestras envidias y ambiciones, cuando Dios lo purifica, se vuelve
misericordia, perdón, comprensión suprema. José, en efecto, pasó de la ingenuidad a la
misericordia, a precio amargo y por gracia del Señor que "lo sacó de todas sus desgracias"
(Hch 7,10).
 — También la purificación de los hermanos de José es sumamente amarga: la carestía,
el tener que arrodillarse delante del extranjero, la humillación de que los acusaran de robo,
Benjamín retenido como rehén. No obstante haber pecado tan gravemente contra su propia
sangre, Dios los ama y los purifica no simplemente condonando el pecado en forma
gratuita, sino rehabilitándolos a través de un itinerario, dándoles la posibilidad de llegar,
tras el drama del aislamiento y del hambre, al tercer momento de la fraternidad.
3. La fraternidad restaurada. En el brevísimo sumario de Esteban, se subraya el
aspecto de reconocimiento de José por parte de los hermanos y, por tanto, la fraternidad
recuperada, reconstruida por el sufrimiento.
Como Jesús, muerto por sus enemigos y abandonado por los suyos, una vez resucitado
se da reconocer y entrega la paz, así José se da a reconocer. Ejerce la diaconía del consuelo
 para con sus hermanos que se dejan consolar por él.
Quisiera que cada uno de ustedes, en el silencio de la oración, volviera a pensar en este
camino providencial: a través de las pruebas, las separaciones, las calumnias, las soledades,
Dios nos lleva a recuperar la hermandad no como camaradería, sino como don.
El regeneró a José en la fraternidad de los suyos, regeneró la unidad de esa familia.
Podemos pensar en nuestras experiencias: pasadas, presentes, de comunidad, de grupo,
de relaciones con los superiores, de comunicación en la Iglesia y en el mundo.

Conclusión 
La historia de José me trae a la mente un recuerdo de Juan XXIII. El 2 de junio de
1963, cuando murió, me encontraba en Alemania y oí un comentario de un protestante en la
radio alemana que sintetizaba así su figura: Es el que dijo: soy José, hermano suyo.
El que instauró una relación con los obispos sus hermanos, que bajando de lo alto del
 pedestal, faraónico donde se encontraba el José en el esplendor de su gloria, se hizo
reconocer y por tanto ha hecho un itinerario de fraternidad.
Se nos estimula también a reflexionar sobre la fraternidad en la Iglesia, sobre la
fraternidad del papa con los obispos, del obispo con los sacerdotes.
Pero el reconocimiento de fraternidad no es cosa anodina o la explicación de una
democratización barata. Se da a alto precio de esfuerzo y don de sí mismo.
Lo cual vale para toda clase de relaciones, incluida la que el concilio ha pedido
instaurar entre el presbiterio y la comunidad a través de todas las formas de colaboración,
de presencia, de participación.
 

Si consideramos que esta fraternidad es cosa fácil, caeremos inevitablemente en las


tentaciones de la fraternidad obvia y natural, que son los brotes de envidia, de
 personalismos, de partidos, de tensiones, de jugadas políticas. El Señor, en cambio, nos
 pide recibirla y vivirla como don de Dios, fruto del itinerario de purificación de la fe y de la
muerte y resurrección de Cristo en quien ya no hay diferencia alguna. Porque todos somos
uno en Cristo Jesús.

8. LA PURIFICACIÓN DE LA ECONOMÍA SACRAMENTAL  


Queremos reflexionar sobre la segunda sección del discurso de Esteban —la vía del
desierto hacia la tierra prometida—, que comienza en el  ν 40.
Pues, me parece más útil posponer la meditación sobre Moisés (Hch 7,17-39).
El  ν  39 supone que Israel, luego de dejar a Egipto, continúa en la desobediencia a
Moisés y a la palabra de Dios. Y por esto se dirige a Aarón: "Haznos dioses que abran la
marcha, pues aquel Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué ha sido de él. Entonces
se fabricaron un becerro y ofrecieron sacrificios al ídolo, celebrando fiesta en honor de la
obra de sus manos. Dios les volvió la espalda y los entregó al culto de los astros, como dice
el libro de los profetas: Casa de Israel, ¿acaso me ofrecieron ustedes sacrificios y ofrendas
en los cuarenta años del desierto? No; trasportaron la tienda de Moloc y el astro de su dios
Refán, imágenes que se fabricaron ustedes para adorarlas. Pues yo los deportaré más allá de
Babilonia.
 Nuestros padres tenían en el desierto la tienda de la alianza; el que hablaba con Moisés
le había ordenado construirla copiando el modelo que había visto. Nuestros padres se
fueron trasmitiendo la tienda, hasta introducirla, guiados por Josué, en el territorio con-
quistado a los paganos, que Dios expulsó delante de ellos. Así estuvieron las cosas hasta el
tiempo de David" (Hch 7,40-45).
El pasaje es denso y bastante confuso, no fácil de ordenar ni comprender incluso en la
extensión verbal de las frases. Pero a nosotros nos apremia sobre todo determinar la
 pregunta de fondo que debe servir de base a nuestra meditación, para expresarla luego en
una serie de reflexiones.
Si tenemos presente que Esteban, frente a las feroces acusaciones que le han hecho,
quiere hacer una audaz proclamación del Dios que crea la historia, creo que la pregunta
seria es la siguiente: ¿Dónde está Dios? 
Debemos reconocer que se trata de un interrogante que reaparece en momentos
diferentes de nuestra vida. El hombre que esté atravesando la prueba de la soledad, del
sufrimiento, del abandono, o que vive de todos modos una situación particular, se pregunta
si Dios está aún con él y en qué forma.
Recuerdo, por ejemplo, que en el día de mi entrada a Milán, mientras observaba a la
multitud en la plaza del Duomo, sentí surgir la pregunta: ¿Dónde está Dios? ¿Más allá de
todo esto, trascendente, o más bien en estas personas, inmanente?
Esteban se hermanaba con sus adversarios en querer saber cómo se encuentra el Señor
en los ritos, en la economía del templo, del culto, de la liturgia, de los sacrificios.
Reflexionando sobre Abrahán, hemos comprendido que encontró a Dios en la relación
directa con su gloria que lo acompañó por todas partes: en Mesopotamia, junto al río, en
Harrán, en las diversas peregrinaciones. En él se expresa sobre todo la dimensión
trascendente de lo divino.
 

Pero queda en pie el problema de la inmanencia en nuestra historia y en las realidades


cotidianas, en particular en la economía sacramental y en la liturgia. Y Esteban nos indica
en este pasaje del discurso, algunas pistas. Les aconsejo, pues, leer en particular, los
siguientes versículos:
"Haznos dioses que abran la marcha" (v 40); "celebrando fiesta en honor de la obra de
sus manos" (v 41); "Dios les volvió la espalda y los entregó al culto de los astros" (v 42);
"Nuestros padres tenían en el desierto la tienda de la alianza..., se la fueron trasmitiendo..."
(vv 44-45).
Los vv 40-41 sugieren la reflexión sobre el riesgo de la economía sacramental. El  ν 
42, la sugieren sobre las posibles degradaciones de la economía sacramental en poder del
hombre. Los vv 44-45, proponen la purificación de la economía sacramental, el concepto
correcto de Dios.

 El riesgo de la economía sacramental  


En realidad los judíos habían mitificado la figura de Moisés, se habían apegado
demasiado a él. En consecuencia, una vez desaparecido él, les parecía que les faltaba todo.
Por ello experimentaban la necesidad de tener algo ante los ojos y hacen la petición a
Aarón.
Los exegetas interpretan esta primera tentación en el desierto no como una idolatría
verdadera y propia, sino como un intento de tener una imagen del Dios verdadero (en la
fuerza del toro de bronce y oro fundido).
El riesgo de la economía sacramental se funda en una exigencia de fondo
irrenunciable: el hombre quiere ver y sentir a Dios, y la economía sacramental responde en
 parte a este deseo. Que puede, sin embargo, ser absolutizada y, entonces, mientras queda en
 pie la tendencia de buscar a Dios, se contenta con los gestos. Así la liturgia se complace en
sí misma, se convierte en un bien ordenado estar juntos para satisfacer la emotividad
 profunda que quiere experimentar símbolos, valores absolutos y también indefinidos.
Una economía litúrgica que se detiene fácilmente en la exactitud y belleza de lo que se
realiza. No se reniega, naturalmente, de que haya un Dios más allá, más grande; pero en el
fondo ya no es tan importante.
Este riesgo no es necesariamente una aberración moral; es una tendencia peligrosa en
la que, dado que Dios es inalcanzable e irrepresentable en imágenes, el hombre se aquieta,
se siente seguro, supera la angustia existencial.
Podemos preguntarnos: ¿Cómo se manifiesta Dios en nuestras celebraciones
litúrgicas? La respuesta no es unívoca porque depende de las diferentes comunidades.
Personalmente experimento que en algunas liturgias el misterio de Dios está muy presente
y todos están, de alguna manera, más allá de sí mismos. En otras, en cambio, tengo la
impresión de que la gente no capta el misterio y todo se agota en los gestos y los ritos.
Quisiera recordar aquí una espléndida liturgia que vi hace algunos años en
Czestochowa. Multitud numerosísima venida de tantos países, las mujeres envueltas con
sus chales a estilo campesino y orando de rodillas por horas y horas, sobre el desnudo piso
de la iglesia. Para mí era clarísimo que aquellas gentes humildes experimentaban la
 presencia de Dios, trascendente e inmanente, en medio de ellos pero diferente de todos. No
 participaba yo en una simple celebración comunitaria, sino en la celebración del Dios
absoluto e inefable. Esta es el ansia de la economía sacramental que se trasciende para
expresar el absoluto de Dios en la historia y en su pueblo.
 

Debemos estar atentos para que los gestos litúrgicos que ejecutamos, las oraciones que
recitamos, sean, por una parte, hechos con atención, pero por otra, manteniéndonos siempre
más allá de ellos.
La tentación inmediata de los hebreos es la de no haber querido esperar: para ir más
allá había que esperar a Moisés y la palabra. Ellos, en cambio, se recomían en el afán de ver
en seguida, de poder festejar, aunque fuera a costa de sacrificios. Porque, indudablemente,
la construcción del becerro los ha obligado a la renuncia de sus anillos y brazaletes. El
resultado es la crisis que se crea entre Moisés que rompe las tablas de la ley y el pueblo que
 baila en torno al buey sagrado, a un dios construido para satisfacer su afán de ver y de
tocar.
La invitación para nosotros es a no dar por descontadas las celebraciones litúrgicas
sacramentales, desde el momento que es mucho más fácil celebrarnos a nosotros mismos y
no la presencia de Dios.

 La degradación de la economía sacramental  


 — Aquí se pasa a la idolatría consumada. Y Dios, en castigo, "los entregó al culto de
los astros" (v 42), a llevar ofrendas y sacrificios a la tienda de Moloc y, por lo mismo, a
ofrecer sacrificios humanos, a asesinar a los recién nacidos.
Es la degradación verdadera y propia de la economía sacramental. Es aún religiosa — 
 porque la idolatría es un hecho religioso—, pero ha cedido el puesto a la
autorrepresentación del hombre.
En el nivel anterior, la tendencia iba hacia la trascendencia y, no obstante la intensidad
se percibía fatigosamente. En este caso el reflujo es hacia el hombre que se adora a sí
mismo y su propia historia. Una degradación de inmoralidad, en la que la creatura adora sus
 propios vicios.
Como sabemos a través del desarrollo del lenguaje y de la cultura, la degradación
idolátrica llega a hacerse adoración del dinero, del tener, del placer, del sexo, del poder.
Formas éstas cercanas todas al corazón del hombre y también a nuestro corazón.
 — Entre estas posibles degradaciones de la economía sacramental, quisiera subrayar
no tanto la idolatría cultural o la inmoral, cuanto más bien la idolatría moral y civil donde,
en virtud del mismo principio, se adora la justicia, la buena conciencia, la honorabilidad.
Realidades todas muy hermosas y, por ello, en analogía con los ritos litúrgicos, abiertas
hacia lo alto, a la trascendencia, susceptibles de hacer comprender la alteridad del Dios
inmanente. Pero se viven a veces en forma cerrada: una justicia que es autocomplacencia;
una buena conciencia que es culto a la propia persona; una honorabilidad que consiste en
colocarse prácticamente como centro del universo; un culto de la civilización, de la cultura,
de la raza, de las tradiciones que se vuelve paganismo.
Las crueldades, las masacres, los exterminios del nazismo hitleriano, por ejemplo,
muestran bien el trastorno que estas formas de idolatría aparentemente moral, como el culto
de la nacionalidad o del deber, pueden provocar en el corazón humano. Me parece que aquí
se da la imagen dolorosa de la economía sacramental, que en el fondo se conecta con una
actitud maravillosa, o sea con la búsqueda, que el hombre hace de Dios, de un absoluto a
quien entregarse. Y, no obstante, refluye contra el hombre mismo.
 

 La purificación de la economía sacramental  


 — "Nuestros padres tenían en el desierto la tienda de la alianza; el que hablaba con
Moisés le había ordenado construirla copiando el modelo que había visto. Nuestros padres
se fueron trasmitiendo la tienda..." (vv 44-45).
La humildísima imagen de la tienda es la purificación de la economía sacramental, la
recta concepción de la presencia de Dios.
Una tienda es algo muy sencillo, cercano a la experiencia de cada uno. Pero ésta fue
hecha conforme al modelo que Moisés había visto y por ello procede de arriba, indica el
origen de donde viene y remite a él.
 — Se abre la reflexión sobre el misterio de la tienda, porque la expresión "La skené del
testimonio" nos recuerda inmediatamente las palabras de Juan: Jesús habitó entre nosotros,
 puso su tienda, en griego eskénosen (ver Jn 1,14).
Toda la aberración de la economía sacramental, que oscila entre el extremo de la
indiferencia y el de la idolatría a través de los diferentes pasos intermedios que abrazan la
existencia del hombre, resulta corregida por Dios con amor y misericordia, y conducida a la
 justa medida en Jesús hecho carne que habita con los hombres. Su forma de habitar con
nosotros es discreta, humilde y, al mismo tiempo, significativa de la alteri-dad de Dios, de
la incomparabilidad del reino, del amor infinito y extraordinario de Dios al hombre y de la
cercanía de ese amor a cada hombre.
Y los diversos pasos intermedios de la aberración de la economía sacramental, que
cubren toda la vida humana, van de la superstición popular a todas las formas de magia, de
 predicción del futuro, hasta los ritos secretos de ciertas masonerías y de ciertas sectas.
Cristo que asume en sí mismo toda la economía sacramental la purifica. Jesús, en
medio de nosotros, bajo el velo, nos proclama al otro, al diferente de nosotros, al
incomprensible Dios con nosotros. No terminaremos nunca de admirarnos de esta inefable
verdad. ¡Mirabile mysterium!¡O sacrum convivium, in quo Christus sumitur! 
La síntesis del actuar de Dios con el hombre y de nuestro camino hacia Dios, de la
inmanencia histórica de Dios en el mundo y de la indicación enérgica hacia la
trascendencia, está en la presencia histórica de Cristo: en su vida, en el evangelio, en la
Escritura, en su resurrección, en la eucaristía, en la Iglesia.
La correcta economía sacramental es, por tanto, don dado al hombre, no es fruto de un
equilibrio de la inteligencia.

 Preguntas prácticas 
Quisiera terminar con algunas preguntas útiles para nuestro ministerio.
 —  ¿Qué presencia se da en nuestras asambleas?
 —  ¿A quién celebramos? A nuestro deseo de Dios, nuestra tradición, nuestra fe, o
celebramos a Cristo?
 —  ¿Nuestra economía es trasparente e indicativa u opaca y reductiva?
Esto evidentemente depende más de los corazones que de los signos, porque en los
corazones encuentra la economía sacramental su auténtica interpretación. Pero los
corazones se ponen en armonía con los signos y viceversa.
Ciertamente, la Iglesia histórica camina hacia la plenitud del reino y en su avanzar
debe revisar y tratar de adaptar su economía sacramental. Por otra parte, el trabajo de la
adaptación ha sido sentido en todos los tiempos porque se trata de adecuar la economía
litúrgica a la verdad que significa."
 

Me ha impactado fuertemente, en la lectura del breviario para la fiesta de san Dámaso


 —que trabajó activamente por el culto de los santos y de los mártires en particular— un
 pasaje de san Agustín en el "Tratado contra Fausto". Explica el gran doctor cómo honramos
nosotros a los mártires; se pregunta si es posible honrarlos, y responde: sí, pero "con ese
culto que con palabra griega llamamos latría, no honramos ni enseñamos a honrar sino a
Dios sólo, porque es una especie de servicio debido únicamente a la divinidad. Y como a
este culto pertenece la ofrenda de sacrificios —por eso se dice idolatría la que ellos ofrecen
a los ídolos—, en manera alguna ofrecemos o hacemos ofrecer cosas de ese género a
alguno de los mártires ni alma santa o ángel alguno. Y a quien cayere en este error se le
reprende según la sana doctrina para que se corrija y sea liberado de él".
Prosigue explicando cómo también Pablo y Bernabé incurrieron en este error pero lo
corrigieron, y concluye: "Pero una cosa es lo que enseñamos y otra lo que nos toca tolerar;
una cosa lo que debemos enseñar y otra lo que nos vemos obligados a rectificar o impul-
sados a soportar, hasta que no logremos corregirla".
Agustín sentía, pues, la dificultad práctica de inculcar en la forma de obrar de la gente
la rectitud del verdadero culto.
Por esto es útil la pregunta: ¿A quién celebramos en nuestras eucaristías? ¿A nosotros
mismos o a Cristo resucitado, imagen del Dios invisible, trascendente, cuyo nombre no se
 puede pronunciar y cuya figura ninguno ha visto ni puede ver?
Podemos pedir, por intercesión de Esteban, que el Espíritu Santo nos enseñe cómo ir
más allá de los signos sacramentales para amar al que merece ser amado
incondicionalmente; cómo fijar la mirada, el corazón, la atención en Jesús Hijo de Dios,
imagen perfecta del Padre, presencia histórica del absoluto, fuente de amor perfecto. El,
únicamente él, nos permite purificar el servicio que estamos llamados a prestar, porque no
hay otra economía histórica sino ésta, después de que Jesús nos ha enseñado el verdadero
significado de la misma.

9. REVERENCIA, OBEDIENCIA, CARIDAD PASTORAL  


A estas alturas hubiera querido reflexionar con ustedes sobre la sección de Moisés, que
es la más larga del discurso de Esteban (Hch 7,17-39), y tiene un fondo cristológico.
 No obstante, alguno de ustedes me ha pedido que explique ante todo los términos de
"reverencia y obediencia" que se encuentran en la pregunta que el obispo hace a los
ordenandos en el rito de la ordenación: "¿Prometes reverencia y obediencia a mí y a mis
sucesores?".
Y hablar luego de la "caridad pastoral" cuya señal y estímulo es el compromiso del
celibato exigido a quien ejerce el sagrado ministerio.
Dejo, pues, a la meditación personal la continuación de la lectura del discurso de
Esteban, aun si, reflexionando sobre la caridad pastoral recogemos una parte de los
episodios de Moisés descritos en el c 7 de los Hechos.

 Reverencia y obediencia 
Mientras se le hace la pregunta, el ordenando tiene las manos entre las del obispo, y
este gesto es sin duda alguna símbolo de un compromiso importante.
 

1. ¿Cómo se podría traducir al griego del Nuevo Testamento la palabra "reverencia"?


Me han acudido a la mente varios términos.
a)  Eusébeia, en latín "pietas", es la actitud de respeto ante el misterio de Dios y del
hombre. De por sí, es una virtud laica, tan cierto es que designa a hombres religiosos, no
específicamente cristianos. Los hombres que sepultaron a Esteban son eusebéis,  porque
tienen respeto a Dios y al hombre. También el pagano Cornelio, en el c 10 de los Hechos es
llamado ensebes kaifoboúmenos ton theón, piadoso y temeroso de Dios.
La reverencia es, pues, propia del hombre justo, recto; en la tradición latina pagana
 pietas es virtud típica que regula la relación de cariño y respeto existente entre marido y
mujer, entre hijos y padres. Podríamos decir, en términos bíblicos, que es una de las
actitudes que se siguen a la alianza: mutuo respeto, hecho de solidaridad, de atención, de
sentido de pertenencia.
En griego, pues, eusébeia, fòbos, eulàbeia también, son palabras que, todas ellas,
tenían un significado profundo en la religiosidad antigua, recogida luego en la tradición y
sintetizada por el estoicismo. Baste pensar en que el mismo Carlos Borromeo leía con gusto
las obras de los estoicos —de Epicteto, por ejemplo— hallando en ellas alimento espiritual
 para la impostación de su vida.
 b) Otro término está tomado del verbo entrépein, traducido por la Vulgata como
vereor, y utilizado en algunos contextos significativos. En la parábola de los viñadores, por
ejemplo, cuando el padre envía, después de sus siervos, al propio hijo, dice: "A mi hijo lo
respetarán", entrapésontai, en latín verebuntur (Mt 21,37). Es otro modo de indicar las
relaciones de respeto ante un misterio.
c) Interesante es también la negación de esta actitud, en esa extraña figura que es el
 juez inicuo que "ni temía a Dios ni respetaba a los hombres" (Lc 18,2). El mismo piensa
 para sí: "Yo no temo a Dios ni respeto al hombre, pero esa viuda me está amargando la
vida; le haré justicia para que no venga a reventarme sin parar" (vv 4-5).
Paradójicamente se indica una actitud que resume una integridad de vida.
d) Por último, recuerdo un pasaje de la Carta a los Hebreos, donde se habla de las
relaciones entre padre e hijo: "Más aún, tuvimos por educadores a nuestros padres carnales
y los respetábamos. ¿No nos sujetaremos con mayor razón al Padre de nuestro espíritu para
tener vida? Porque aquellos nos educaban para breve tiempo, según sus luces; Dios, en
cambio, en la medida de lo útil, para que participemos de su santidad. En el momento,
ninguna corrección resulta agradable, sino molesta; pero después, a los que se han dejado
encontrar por ella, los resarce con un fruto apacible de honradez" (Hb 12,9-11). El tema de
la reverencia encuentra una referencia al tema de la corrección humana y divina.
A través de estos textos podemos captar bien la relación de reverencia. Pensando en la
meditación sobre José y sus hermanos y en la del misterio de la sacramentalidad, se puede
quizás decir que la reverencia prometida al obispo avanza en la línea de la fraternidad y de
la sacramentalidad.
 —  En la línea de la fraternidad es el misterio del reconocimiento de José y de sus
hermanos, cuya fraternidad es plenamente restaurada por la obra acogida de Dios. La
reverencia es, por tanto, el sentido de solidaridad, de pertenencia, de relación familiar que
se instaura entre quienes son engendrados por la misma palabra de Dios y llamados por ella
a idéntico ministerio, servicio, aunque en grados y con responsabilidades diferentes.
 —  En la línea de la sacramentalidad, reverencia significa reconocer que el misterio de
Cristo, que dispone de nuestra vida, pasa sacramentalmente a través de hombres, figuras,
símbolos.
 

Esto supone haber doblado las rodillas ante el misterio de Dios y su revelación en la
historia. Porque se podrían doblar las rodillas al misterio del Dios trascendente pero no ante
el del Dios que se manifiesta en la encarnación, haciéndose inmanente en la historia: en
Cristo, en la Iglesia, en las personas. Aquí se requiere una fe bíblica, histórica, cristológica,
a la que hay que responder con libertad, como es libre la acción de Dios en la historia.
2. El misterio contenido en la reverencia se especifica aún más en la obediencia. 
En el Nuevo Testamento se la expresa fácilmente en el verbo griego up-akoùein, que
se traduciría literalmente por ob-audire en latín.
Se trata de "escuchar con sumisión", de escuchar con obediencia y prontitud.
Uno de los textos fundamentales de referencia para comprender lo que significa
"prometo obediencia", lo hallamos en la Carta a los Romanos: "Es decir, como la
desobediencia (en griego  parakoè, oír y dejar pasar) de aquel solo hombre constituyó
 pecadores a la multitud, así también la obediencia (en griego upakoè, escucha sumisa) de
este solo constituirá justos a la multitud" (Rm 5,19).
Obedecer quiere decir entrar en el misterio de Cristo sometido al Padre en la
complejidad y tragicidad de la historia humana, que él acoge èn su vida como misión
histórica.
La obediencia es un gran misterio, no explicable simplemente con motivos asociativos
u organizativos. Claro, se necesita el orden, hace falta alguien que mande, es necesaria una
línea: todo esto es cierto, pero la promesa de obediencia es un misterio muy profundo
 porque se trata de entrar en la obediencia de Cristo al Padre. Y el Padre ha constituido una
economía sacramental en la que lo divino se revela a través de lo humano; por lo mismo, no
a través de la manifestación directa del Dios solo al hombre solo, sino del Dios solo al
hombre en la historia.
Profundizando en el tema, es posible hablar de obediencia activa y de obediencia
 pasiva, dos términos que envuelven la totalidad del hombre y lo configuran a Cristo.
a) Obediencia activa es la ejecución creativa y responsable de las directivas de la
Iglesia: hacer lo que se nos pide hacer, con seriedad de compromiso, asumiendo un
 proyecto para llevarlo a término en las circunstancias concretas.
El sacerdote es enviado a una parroquia para que ponga en juego las directivas de la
Iglesia, que son las del obispo, de los concilios, de los sínodos, cuanto la tradición y la
disciplina le ofrecen. Pero la ejecución exige creatividad y responsabilidad para con las
 personas. Muy diferente es la responsabilidad del funcionario que puede limitarse a ejecutar
ciegamente una orden, sin preocuparse mucho por las consecuencias.
La obediencia del sacerdote es más delicada, más rica de humanidad. Es verdad que
hay situaciones en las cuales se querría escoger una solución y, en cambio, hay que escoger
el parecer de la autoridad eclesiástica; no obstante, la opción se realiza con espíritu
confiado y colaborativo, no siguiendo la disposición por despecho sino tratando de entrar
en la intención salvífica, amorosa, de quien la propone. El funcionario puede muy bien
ejecutarla por despecho.
En cambio, la obediencia que entra en el misterio de la obediencia de Cristo se
 preocupa siempre por las personas, por el resultado. De pronto, sufre una división interior,
 pero con amor y buscando adaptarlo todo a lo mejor.
La obediencia que deriva de la reverencia supone, pues, que si ha sido dada una
directiva, debe haber un motivo salvífico profundo y, por lo mismo, hay que buscar
ejecutarla con sencillez de corazón.
 

Podría ser interesante para la obediencia activa, un punto de referencia


neotestamentario. Se me ocurre la Segunda carta a los Corintios, cuando se habla de Pablo
y Tito. Se habían dado diferentes puntos de vista entre Pablo y la comunidad: se envía a
Tito a los Corintios para adelantar la obra de reconciliación y realizar una obediencia
activa. Si hubiera obrado como simple funcionario, hubiera corrido el riesgo de empeorar la
situación. En cambio, ha mostrado tal delicadeza que restauró la amistad entre los fieles y
el apóstol. "Me alegró mucho más aún lo feliz que se sentía Tito, pues se ha quedado
tranquilo por todos ustedes. En ninguno de los elogios que le había hecho de ustedes quedé
mal, todo lo contrario: lo mismo que a ustedes siempre les he dicho la verdad, también los
elogios que hice a Tito de ustedes resultaron ser verdad. Siente mucho más afecto por
ustedes, recordando su respuesta unánime y con qué escrupulosa atención lo recibieron. Me
alegra poder contar con ustedes en todo" (2Co 7,13-16). La relación entre reverencia y
obediencia está muy bien expresada. Tito obedeció y supo hacerse obedecer y Pablo tiene
ahora la certeza de poder contar con personas que ejecutan sus tareas con creatividad y
responsabilidad.
 b) Obediencia pasiva. La expresión es inadecuada, desde el momento en que debemos
 poner dentro de la palabra "pasiva" todo lo que se refiere a la passio Christí, que es el
momento más redentivo y activo de su vida.
 Nos resulta útil pensar en el texto de la Carta a los Hebreos, donde se lee: "Por la fe
respondió Abrahán al llamamiento de salir para la tierra que iba a recibir en herencia, y
salió sin saber adonde iba" (Hb 11,8). La pasividad es un aspecto fundamental de la
obediencia al obispo y a menudo he oído a sacerdotes que, con ocasión de sus 25 años de
ordenación o de aniversario de la parroquia, recuerdan con sentido de gran dicha interior:
"¡Vine acá hace tantos años enviado por el arzobispo y ni siquiera sabía el nombre del
lugar; hoy se ha convertido para mí en mi casa, en mi familia!".
La obediencia pasiva consiste, pues, concretamente en ir al lugar que te viene
asignado, aceptando esta experiencia de la Iglesia que distribuye las tareas.
Humanamente no es fácil porque frente a una designación podemos sentirnos tentados,
temerosos, recalcitrantes. Creo que es justo, en tales casos, presentar las propias
repugnancias e incluso ciertos deseos. Pero más allá de esto, "se empieza a llegar al nivel
de alerta, al nivel de peligro, por el cual se llega a querer escoger, se obliga a los superiores
a darnos gusto y, al final, se alcanza lo que se quiere, pero la misión resulta carente de su
 propia fuerza. En efecto, en los momentos difíciles, la respuesta no es la que se esperaba y
el clima es pesado, no se logra ya aguantar más la situación. Al contrario, si hemos
obedecido pasivamente, incluso frente a las adversidades podemos permanecer tranquilos
sabiendo que, no habiendo buscado esa misión, el Señor nos ayudará.
La fuerza de Abrahán está precisamente en andar obedeciendo a la voz de Dios.
 Naturalmente, este tipo de obediencia se ejerce poquísimas veces en la vida; no obstante, es
fundamental, porque califica el modo de estar en un lugar y toda la actitud con que se vive
una determinada situación. Es en cierta forma como la opción por la castidad que, no
obstante estar limitada a algunos momentos, configura todos los otros, envuelve el día y la
noche.
Así pues, mientras la obediencia activa se alimenta de las indicaciones dadas, trata de
traducirlas, de volver a pensarlas, de organizarías activamente, la pasividad es un momento
 privilegiado en el que podemos cometer incluso graves errores y necesitamos, por ello, que
nos ayuden y corrijan. Vale, al propósito, el c 12 de la carta a los Hebreos (v 9) donde se
habla de la corrección. Porque esa obediencia supone diversidad de pareceres, posibilidad
 

de críticas, resentimientos interiores fuertes y violentos, pero constituyen parte de la


experiencia de servicio a la Iglesia. Naturalmente no se dice que la elección que hacen los
superiores sea en todo perfecta y la mejor desde el punto de vista histórico, objetivo. Pero la
Iglesia nos asegura que quien ha puesto su existencia en las manos de Dios no yerra porque
ha encontrado la correcta impostación en el camino. Y ésta es la actitud fundamental,
involucrada en el ofrecimiento de reverencia y obediencia.
Quisiera, por último, subrayar que la reverencia y la obediencia del diácono o del
sacerdote al obispo es también una alianza, o sea, una relación bilateral. El obispo debe
vivir en estado de reverencia y obediencia a la persona, al designio de Dios en ella, al
misterio que se expresa en la vocación.
Es un contrato bilateral que, si introduce al diácono o al sacerdote en una
responsabilidad que a veces asusta, hace también al obispo gravemente responsable y, por
lo mismo, lo compromete en la lucha con Dios y con el ángel, con la persona consagrada. A
veces, tendrá que oponerse a formas de deseo que asumen aspectos inconscientes de
 presiones, tratando de hacer comprender a las personas que su bien es otro. Evidentemente
es mucho más fácil dar gusto, pero el obispo no puede traicionar el misterio de Dios sobre
aquel que le ha sido confiado.
Al diácono y al sacerdote, como al obispo, le es necesaria mucha oración, mucha
contemplación y humilde y diaria imploración del Espíritu para no fallar al designio eterno
de Dios en las almas.

Caridad pastoral  
 — ¿Cómo podemos definir la caridad pastoral y qué conlleva?
Me limito a sugerirles una reflexión que pueden profundizar partiendo de la
experiencia de Moisés, tal como la releyó Esteban.
Se presenta a Moisés siguiendo una sucesión cronológica de su vida, y cada etapa dura
cuarenta años. En los primeros cuarenta es educado y formado en Egipto y sale de ellos
"poderoso en palabras y en obras" (Hch 7,22). En los cuarenta siguientes se lanza y se gasta
 por sus hermanos; luego, desilusionado y amargado, huye al desierto (ver Hch 7,23-29). En
la tercera cuarentena, Moisés escucha la voz de Dios que lo llama y se pone al servicio de
los hermanos (ver Hch 7,30-39).
 — La respuesta que propongo es la siguiente: la caridad pastoral es la caridad
ejercitada por Moisés en los terceros cuarenta años de su vida.
Mientras en los primeros recibe una formación en la sabiduría de los egipcios
recibiéndolo todo en forma teórica y creyéndose docto, en los segundos se lanza a la reyerta
 por iniciativa propia y, al final, se desanima y huye a esconderse, en los terceros, en
cambio, hecho sabio y humilde por las vivencias que había tenido, escucha la voz de Dios
que lo llama.
Subrayo especialmente el  ν 34, cuando Dios dice: "He visto lo que sufre mi pueblo en
Egipto, he escuchado su gemido y he bajado a librarlos. Ahora ven acá, que te voy a enviar
a Egipto". Dios es quien actúa, quien ha visto la postración de su pueblo, quien desciende y
comunica a Moisés su misericordia para con
Israel. Nace aquí la caridad pastoral, que no es el impulso, experimentado por Moisés, de
dar muerte al egipcio que maltrataba al hebreo. Claro que era un impulso generoso pero no
fue seguido y el pueblo no lo apreció.
 

La caridad pastoral comienza cuando recibe la comunicación y participación en la


misericordia del Señor hacia su pueblo. Desde ese momento cumple su servicio entre
dificultades, entre sufrimientos y grandes abatimientos interiores.
La caridad pastoral no consiste en entregar el propio cuerpo para que lo quemen, ni en
dar todos los bienes para ayudar a los pobres. Es, más bien, la participación en el amor de
Dios que el Espíritu que se nos ha dado pone en nuestros corazones (ver Rm 5,5). Es la
 participación en la misericordia activa con que Dios nos ha amado, ama a su pueblo, ve
antes que nosotros los sufrimientos de las gentes y a ellas nos envía.
En otras palabras, es la asunción y la participación en el amor con que Jesús, buen
 pastor, da la vida por el rebaño. No la conquistamos nosotros: es una gracia que hay que
 pedir, un don que hay que aceptar; es el don del Espíritu invocado sobre ustedes en el día
de la ordenación diaconal y sacerdotal.
Quisiera, por último, recordar que la infusión de la caridad pastoral del sacerdote no es
sólo la instantánea del momento de la ordenación, sino también la infusión progresiva que
la comunidad derrama sobre el sacerdote. A través del cariño, la acogida, la reverencia y la
comprensión, la gente forma en la caridad al sacerdote, lo hace crecer y madurar en la
disponibilidad de darse.
Concluyendo, el rito de la ordenación pone en quien lo recibe un sentido de
trepidación, de emoción, una secuencia de sentimientos diversos, porque nos pone frente al
caso grave y nos hace intuir que nos encontraremos en situaciones delicadas y difíciles, en
que nos jugaremos toda nuestra vida.
Pidámosle a María, que con su "sí" ha sabido jugarse una opción radical que la ha
llevado hasta el pie de la cruz del Señor, que esté junto a nosotros para ayudarnos a vivir
con seriedad y tranquilidad los últimos momentos de preparación.

10. LA ORACIÓN DE ESTEBAN Y NUESTRA ORACIÓN  


En esta última meditación propongo volver sobre la escena de la muerte de Esteban,
con la cual comenzamos el retiro, para reflexionar sobre la última oración del mártir.
Tendremos presente, como telón de fondo la invocación del rito de ordenación, que se
expresa en el momento consagratorio: "Oh Señor, envía sobre ellos el Espíritu Santo que
los fortalezca con los siete dones de tu gracia, a fin de que cumplan fielmente su
ministerio".
Repitamos, pues, el texto del c 7 de Hechos, donde se lee:
"Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios y a
Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: Veo el cielo abierto y al Hijo del Hombre de pie a
la derecha de Dios. Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos y, todos a una, se
abalanzaron sobre él; lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los
testigos, dejando sus capas a los pies de un hombre joven llamado Saulo, se pusieron a
apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Luego,
cayendo de rodillas, lanzó un grito: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y con estas
 palabras expiró" (Hch 7,55-60).
 Nos preguntamos:
 —  ¿Quién ora?
 —  ¿En qué situación ora?
 —  ¿Qué pide?
 

 
Quién ora 
1. El sujeto que ora es evidentemente el hombre lleno de Espíritu Santo. 
Hemos visto que esta plenitud, indicada como característica del postrer momento de
Esteban, había sido ya anticipada en él con expresiones semejantes, tanto a propósito de la
elección de los siete como a propósito de él mismo. Había sido denominado lleno de
sabiduría, de fe, de gracia y de fuerza: cuatro características —  sophia, pistis, chàris,
dùnamis — que se suman, a veces sobreponiéndose una a otra, para subrayar el crecimiento
de Esteban en su misión (ver Hch 6,3.5.8).
¿Qué indican los cuatro términos?
 — Tomando el término  sabiduría como fruto de toda la reflexión veterotestamentaria
de los sabios hasta la sabiduría de los perfectos de la Primera carta a los Corintios, se puede
describirla como don de quien sabe intuir la presencia de Dios en el marco del camino
histórico del hombre.
Sabiduría es el don del Espíritu que sugiere al hombre no determinar sus coordenadas
en la historia basándose simplemente sobre hechos y fechas, sino contemplar todo el cuadro
 para poder captarlo en relación con la llamada y designio de Dios.
Es sabio el que intuye la historia humana como parte de un designio de salvación. Ese
altísimo don corresponde a una gracia particular que Dios da también a personas
sencillísimas.
 — La  fe de Esteban, ubicada en un contexto de milagros, de curaciones, de obras
extraordinarias, no es directamente fe teológica sino práctica, propia de quien siente
fuertemente que Dios, en una situación determinada de la vida, está obrando por él con
 poder. Es la gracia que les hacía falta a los nazaretanos (ver Me 6,1-6): ellos creían en Dios,
 pero no pensaban que su amor obrara por ellos en esas circunstancias. Carecían, pues, de la
capacidad de presentir que el Señor ama aquí y ahora, carecían de la confianza práctica en
él en las circunstancias inmediatas de la existencia.
El don de la fe de Esteban, por el contrario, consistía en la certeza de que, a pesar de su
indignidad, Dios obraba a través de sus manos, mediante su oración y su unción de los
enfermos.
 —A ésta se añade la gracia (chàris), que traduce la realidad veterotestamentaria de la
hésed divina, de la gracia misericordiosa de la alianza. Esteban vive su posibilidad de
ayudar no como autosuficiencia, sino como don de Dios que ha tenido misericordia de él y
la tendrá, por tanto, de los otros.
 —La gracia se expresa en energía (dunamis), es el sentido práctico para pasar a la
acción, para obrar y hablar.
Cuatro características que en su conjunto nos ofrecen la figura de un servidor de los
hermanos en el cuerpo y en el espíritu, iluminado, ardoroso, eficaz, lleno de confianza, y a
la vez, humilde, sin orgullo, no pegado de sí mismo, sino abandonado tranquilamente a la
acción divina.
Para comprender mejor la plenitud de Esteban, podemos compararla con la de María, a
quien le dice el mensajero: "El Espíritu Santo bajará sobre ti, y la fuerza (dunamis, energía)
del altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35). Aquí no se habla de plenitud sino
 precisamente de estar cubierta, sumergida en la nube gloriosa que representa la
superpotencia de Dios operante en la historia y en su vida. La Virgen sabe que todo esto es
 

un don y podrá exclamar: "Mi alma proclama la grandeza del Señor... porque ha hecho
tanto por mí... Su brazo interviene con fuerza (energía operativa)" (Lc l,46ss).
2. También en la oración sobre los ordenandos se pide para ellos la plenitud de
Espíritu Santo. De esta brevísima fórmula, quisiera subrayar tres características:
 — Tratándose de una oración, el obispo se limita a interceder.  No es, pues, la fuerza
de una acción humana la que se pone de manifiesto, sino la debilidad de una intercesión.
 No todas las fórmulas sacramentales son oración en este sentido. Por ejemplo, en la fórmula
de absolución del sacramento de la penitencia, se expresa un hecho, una realidad en que la
Iglesia reconcilia en virtud de sus poderes.
Aquí, en cambio, se apela al pode -  divino y de parte nuestra se requieren la fe, el
abandono, la acogida.
 —  Es una oración cuyo objeto directo es el  Espíritu: "Envía sobre ellos el Espíritu
Santo". Calca directamente el adviento de María. Se invoca la plenitud de la energía divina,
no cualquier don en particular.
 —  Y se la invoca a fin de que "los fortifique con los siete dones de tu gracia, para que
 puedan cumplir fielmente su ministerio". 
La plenitud del Espíritu culmina en un complemento ministerial, un servicio a través
de dispensación del arco iris de los dones, de toda la escala de la sensibilidad y potestad que
la expresan. Como tal es recibida.
Las especificidades del servicio derivan, pues, de la riqueza de abundancia interior, de
creatividad, de alegría, de júbilo, de serenidad, de habilidad interior, de capacidad frontal,
que evoca el Espíritu.

 En qué situación ora Esteban  


1.  Hemos dicho ya que Esteban ora en la situación del fin de su vida; su oración es la
expresión de una claridad existencial ahora sin velos, sin posibilidad de equívocos.
2.  ¿Cuál es la situación en que se hace la oración sobre los ordenandos? Es de relativa
claridad existencial, porque tiene lugar al término de un período de formación, de reflexión
sobre sí mismo, sobre el propio carácter, de cierta valoración de sí mismos y de cierto
conocimiento de la vida y de la realidad.
Además, sorprende a los ordenandos en un momento fuertemente responsabilizante.
Ustedes saben, en efecto, que en la actual disciplina de la concesión de dispensas de las
obligaciones del celibato y del estado sacerdotal, la pregunta fundamental es la siguiente:
"¿En qué situación se realizó la ordenación?".
Si se demuestra que tuvo lugar en situación de falta de claridad existencial, es posible
que se conceda la dispensa. Si, por el contrario, la situación de claridad no puede ponerse
en duda, la actual disciplina no concede la dispensa.
La claridad existencial es, por tanto, fuente de gran responsabilidad porque pone en la
condición adulta de quien asume compromisos definitivos.
 Naturalmente, esa claridad mira a los ordenandos y también a los ordenantes, la Iglesia
local, los que imponen las manos. También ellos asumen una grave responsabilidad que los
compromete toda la vida a sostener, promover y defender este don de Dios.

Qué pide Esteban  


Dos oraciones muy intensas, afectuosas, dirigidas a Jesús recita Esteban. Y denotan
una profunda familiaridad de relación interpersonal con Cristo. Pienso que se puede decir
 

que son las primeras oraciones que dirige a Jesús un cristiano que no ha sido discípulo de la
 primera hora. Es verdad que los discípulos de Emaús se habían dirigido al maestro, pero se
trataba de una oración aún en la oscuridad. Esteban es el primero que actúa en la claridad
 plena de la resurrección.
 — "Señor Jesús, recibe mi espíritu" (Hch 7,60). El objeto de esta oración se refiere a él
mismo, y significa en el fondo: Señor, te entrego mi vida, me ofrezco. Hay una actitud de
humildad en el hecho de que Esteban implore ser oído. La ofrenda va sobreentendida en la
acción que se realiza.
Y pide que sea recibido con esa plenitud de don con que Dios lo ha creado y recreado.
Es la oración de Jesús en la cruz: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46),
y Juan, en su evangelio, la interpretará en el sentido de que Jesús devuelve al Padre el
Espíritu y lo da a los hombres.
 — "Señor, no les tomes en cuenta este pecado" (Hch 7,60). La segunda oración de
Esteban mira a los demás y es igualmente sublime, porque no brota de una humilde
reflexión del hombre, sino de una contemplación de identificación con Jesús crucificado, de
una contemplación intensa de la cruz. Recordemos que san Carlos Borromeo pasaba largo
tiempo en esta contemplación de la cruz, que para él era inspiradora de toda acción y
decisión.
Esteban ha contemplado largamente la muerte de Cristo, ha entrado profundamente en
identidad de sentimientos con el corazón de Jesús, y puede, por tanto, repetir con él al
Padre: No me mires a mí, míralos a ellos, no te preocupes por mí, preocúpate por sus
debilidades, pobreza, ten piedad y perdona, acoge mi vida en favor suyo.
Las dos oraciones tan cortas y conmovedoras, auténticas, trasparentes, son en el fondo
la oración de la caridad pastoral, que mira a sí mismo y a los demás, a nosotros y a los que
nos rodean, y que alcanza su momento culminante en la ofrenda de nosotros mismos.
A nosotros nos es dado pedir incesantemente el don de esta oración apostólica. No se
nos pide hacer un poderoso esfuerzo de identificación (que podría ser un esfuerzo poco
realista de fantasía), sino decir: "Señor, reconozco que estoy lejos de la actitud de Esteban.
La admiro porque es la tuya en la cruz, e imploro de ti el don del Espíritu que me llevará a
donde quieres, me hará caminar por esta vía y me llevará a la situación que has dispuesto
 para mí".
Oremos, hoy y en los días siguientes, unos por otros, en la convicción de que un
sacerdote llega a la madurez de la contemplación cristiana cuando acoge el don de la
oración de la caridad pastoral.

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