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Esteban - Servidor y Testigo - Carlo María Martini
Esteban - Servidor y Testigo - Carlo María Martini
Esteban
Servidor y Testigo
Carlos María Martini
ediciones paulinas
PREMISA
Publicamos en este libro el curso de ejercicios espirituales dados, en 1981, por el arzobispo de Milán,
cardenal Carlos María Martini, a los ordenandos diáconos, en el seminario de Venegono.
Queremos así responder a las peticiones de algunas personas especialmente interesadas en las medita-
ciones sobre el primer mártir de la Iglesia.
Pensamos, al mismo tiempo, que el presente libro, con su título: "Esteban, servidor y testigo", puede
constituir una ayuda preciosa y excepcional para tantos jóvenes deseosos de adentrarse en la experiencia de
los ejercicios espirituales y conocer mejor los caminos de la Biblia.
En el segundo programa del bienio pastoral 1988-89 sobre el tema del "educare" 1 , el cardenal Martini
reafirmaba que Biblia es el "itinerario fundamental educativo" y que la lectio divina — o sea, la relectura
orante y meditativa de la Escritura— y los ejercicios espirituales son un valioso instrumento para el camino
de todos los cristianos.
De la lectio divina hemos hablado al presentar las "Escuelas de la palabra "del arzobispo de Milán. De
los ejercicios basta decir que son un "tiempo fuerte" del espíritu, durante el cual llegamos a comprender o
descubrir nuevamente el proyecto de Dios sobre nuestra vida. Los ejercicios, en efecto, favorecen el
encuentro personal del hombre con esa palabra que es parte integrante de la historia de salvación.
Pero, ¿qué relación hay entre Escritura y Ejercicios?
Ante todo hay que recordar la Escritura tiene, de por sí, una riqueza inagotable. En los ejercicios es
importante ofrecer una clave para leerla, pero que sea ella misma palabra de Dios. Por tanto, en los
ejercicios, los textos bíblicos no son siempre comentados línea por línea, sino en forma que permita captar el
mensaje que Cristo me dirige, teniendo siempre presentes los interrogantes existenciales: ¿Quién soy y
adónde voy?, ¿cómo me ubico frente a la palabra que me interpela?
Esta colección ofrece, en efecto, un sugerente y sencillo ejemplo de relación entre ejercicios y Escritura
a la cual se acerca uno en ellos según el método de la lectio divina. El arzobispo sugiere pistas de lectura y
reflexión que cada ejercitante recogerá en forma personal para abrirse a la contemplación y consolación del
Espíritu, para prepararse a la opción, la decisión, la acción. Muy a menudo, en efecto, nos detenemos en una
meditación intelectual sin disponernos a escuchar la palabra "conservándola en el corazón".
En la introducción, el cardenal Martini invita a los ordenandos diáconos a emprender "un viaje con la
palabra", dejándose guiar por Esteban, servidor y testigo. En su largo discurso antes de la muert?, Esteban
vuelve a meditar en las figuras de los patriarcas y reflexiona sobre sí mismo, sobre lo que Cristo ha signi-
ficado y significa para él, sobre el futuro al que está llamado. En esa forma, nos enseria a captar, en los
pasajes del Antiguo Testamento, las constantes del obrar divino, y a ver, en la experiencia de Jesús, nuestra
misión en la Iglesia y en el mundo.
Y llegan las preguntas fundamentales: ¿A que me llama Dios y adonde me llevará esta llamada?,
¿cómo disponerme a lo que Dios me pide?
Se desgrana así una serie de meditaciones y de intuiciones interesantes en extremo, y Esteban se nos
presenta en toda la luminosidad de esa fe total y sin condiciones que nos hace profunda y perfectamente
libres.
El camino de entrega que ningún proceso puede ahogar y ninguna piedra puede detenerse vuelve invi-
tación a fin de que cada uno de nosotros comprenda mejor su propia existencia cristiana, el sentido profundo
de lo que realizamos y el modo en que debemos vivirlo, trátese del servicio fundamental de la oración y la
palabra, o del más humilde y escondido servicio de caridad
1
Cfr Intinerari educativi, segunda carta para el programa pastoral "educar", Milán 1988, Centro Ambrosiano de
Documentación y Estudios Religiosos.
ÍNDICE
Premisa
Introducción
6. ABRAHÁN, EL SOLITARIO
La figura de Abrahán en el discurso de Esteban
Celibato y soledad
Conclusión
7. JOSÉ: LA FRATERNIDAD PASTORAL
Lectura cristológica
Lectura personalística
Lectura eclesial: la fraternidad pastoral
Conclusión
INTRODUCCIÓN
"Señor Dios, Padre nuestro, te damos gracias por habernos llamado a vivir juntos la
experiencia de tu palabra. Te damos gracias por el don del Espíritu que nos prometes a cada
uno de nosotros, para que esa palabra viva en nuestro corazón. Te damos gracias por el don
del servicio a tu Hijo, al cual nos llamas. Mira, Señor, la dureza de nuestro corazón, el peso
de la carne, el cansancio de cuanto puede impedirnos acoger tu palabra. Destruye en nosotros
lo que se opone a ti, para que, por intercesión de María, reine en nosotros tu Hijo Jesús, que
contigo y con el Espíritu vive y reina por los siglos de los siglos. Amén".
Esta tarde, a modo de introducción a nuestros días de retiro espiritual, quisiera ante
todo decir algo de mí mismo; luego algo de ustedes; algo sobre el tema de las meditaciones;
algo sobre el Espíritu de Dios que actúa en cada uno de nosotros.
1 — ¿Por qué me encuentro aquí? Alguno podría preguntarse, ¿cómo es posible que
el arzobispo, que tiene siempre tantas urgencias pastorales, asuma el trabajo propio de los
predicadores, dejando sus compromisos? Y no me sería fácil responder a la pregunta,
quizás porque toda opción tiene tras de sí reflexiones que no pueden ser del todo
objetivadas. Me sentí impulsado por un deseo muy profundo, que no sé explicar.
Sin embargo, el motivo fundamental —que me pareció mucho más importante que las
urgencias que me esperaban— creo que es la necesidad de comulgar en la palabra de Dios
junto con los futuros diáconos, con los futuros presbíteros.
He venido para ponerme al servicio de la palabra, en servicio de escucha y en servicio
de intercesión.
—El servicio de la palabra. Trataré de leer con ustedes algunos pasajes de la Escritura,
para captar el significado en esta preparación al diaconado que nos hermana en una
responsabilidad participada —suya, mía, de toda la diócesis.
servicio de la escucha. En el tiempo de que dispongo, escucharé gustoso a
— El
aquellos de ustedes que quieran hablar conmigo. Haremos, además, en las tardes,
encuentros comunitarios.
servicio de intercesión. Oraré por cada uno de ustedes en forma peculiar,
— El
tratando de imitar a Pablo que oraba no sólo con intensidad, sino también con alegría. Me
impresionan, en efecto, sus palabras cuando escribe que recuerda continuamente a los fieles
y "cada vez que pido por todos ustedes siempre lo hago con alegría" (Flp 1,4).
¿Cómo se expresa así el apóstol? Probablemente quiere decir que entra, a través de la
plegaria, en tal comunicación en la esperanza de la gloria de Dios "en cada uno de ustedes",
hasta experimentar la alegría.
Mi condición de servicio está estrechamente vinculada al servicio episcopal que Dios
me llama a prestarles también a ustedes.
Deben, por tanto, empeñarse más, en realizar un esfuerzo mayor. Recuerdo que yo
utilizaba simbólicamente un medio que no es pueril, como podría parecer: cuando tenía la
mesa llena de libros, escritos, mapas, apuntes, y quería concentrarme en otra cosa, acudía a
un pequeño tapete —que me regalaron en Jerusalén— extendiéndolo sobre la mesa y
cubriéndolo todo con él. De esta forma mi cuarto asumía un aspecto diferente y me
resultaba más fácil concentrarme. Pienso que también ustedes pueden hacer algo semejante.
Les invito a un ejercicio amplio de meditación, a dar tiempos largos a la meditación
silenciosa, como experiencia particular de viaje al mundo visto a la luz de la palabra.
figura de Esteban. Pienso sobre todo en los primeros capítulos de la Segunda Carta a los
Corintios, donde Pablo habla de sí mismo como servidor, ministro, diácono.
4 — La atmósfera en la cual les invito a vivir este viaje con la palabra, es la convicción
fundamental que debe guiarnos en toda la escucha de la Escritura, es que la fuerza de la
palabra en nosotros es obra del Espíritu.
No nos queda sino poner humildemente las condiciones para que el Espíritu haga vivir
en nosotros la palabra. Condiciones exteriores de desapego de las cosas, de silencio, de
contemplación, de conocimiento de nuestra incapacidad de orar y meditar.
"Señor, realiza en mí la obra de tu palabra a través del don del Espíritu. Suscita en mí
la capacidad de servir. Haz de mí un servidor y testigo. Haz, oh Señor, que saboree la
hermosura de tu llamada y sienta cómo es ella para mí. Haz que yo sienta qué bello es
dejarlo todo para servirte y dar testimonio de ti".
Invoquemos la intercesión de Esteban y también de María, que vivió la primera
persecución de la Iglesia, los primeros temores, la primera muerte violenta de un hombre
bueno en la Iglesia.
Con Esteban, en efecto, la Iglesia advierte la seriedad de ser testigo y servidor:
comprende que el abandonarse a Dios no salva de la muerte, pero sí permite pasar a través
de la muerte contemplando la gloria de Dios; reconoce de qué nos salva y nos libera Dios,
de qué no nos libera y a qué nos prepara.
"Señor, danos poder contemplar esa experiencia fundamental para la Iglesia
primitiva. Haz de mí un servidor tuyo, un testigo tuyo. Dame la gracia de servir y
testimoniar como Esteban sirvió y testimonió. Dame participar en su alegría y en su visión,
en la intuición que tuvo del significado de toda la historia, de toda su vida en ti".
Esta será también mi oración por cada uno de ustedes en estos días de los ejercicios.
Es fácil recordar las palabras de Esteban que preceden inmediatamente a nuestro texto:
"Ustedes, que recibieron la ley por mediación de ángeles y no la han observado" (v 53).
Aquí su discurso es violentamente interrumpido y queda incompleto, truncado, y a pesar de
todo se hará palabra conclusiva en los últimos versos:
"Oyendo sus palabras se recomían por dentro rechinando los dientes contra él.
Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús
de pie a la derecha de Dios, y dijo: Veo el cielo abierto y al Hijo del Hombre de pie a la
derecha de Dios. Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos, y todos a una, se
abalanzaron sobre él; lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los
testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron a apedrear a
Esteban, que repetía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Luego, cayendo de
rodillas, lanzó un grito: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y con estas palabras
expiró" (7,54-60).
Del pasaje quisiera determinar algunas coordenadas, sin comentarlo palabra por
palabra. Me parece que son tres los elementos fundamentales para reflexionar:
1 — El Dios de Esteban. En qué semblanza se nos presenta el Dios que Esteban siente,
ve y proclama en el último momento de su misión.
2 — Esteban testigo con su actuar. En qué forma encarna Esteban, por decirlo así,
mediante lo que hace, su experiencia de Dios.
3 — Esteban testigo con sus palabras.
La gracia que hay que pedir como fruto de esta meditación es la de acercarnos un tanto
al verdadero conocimiento de Dios:
"Señor, haz que yo te conozca como te conoció Esteban, y que te exprese en mi obrar
y hablar como él te ha expresado, como él revivió en sí el sublime conocimiento que le
diste de ti".
Al comienzo de los ejercicios es siempre importante colocarnos frente a un
conocimiento de Dios que provenga de él y que no sea simplemente esfuerzo de nuestros
pensamientos o de nuestros razonamientos.
Pablo, por ejemplo, queriendo orar solemne y doloridamente por la comunidad, dice:
"Doblo las rodillas ante el Padre". También Jesús, en Getsemaní, dobla las rodillas durante
la oración suprema (Lc 22,41), en el momento en que llega a la invocación conclusiva de su
existencia terrena.
Esteban vive en su cuerpo la presencia de Dios y dobla las rodillas para orar y con
fuerte grito: una vez más, el reflejo cristológico —Jesús en la cruz dio también un grito
muy fuerte. Dios lo llevó, pues, a ser el testigo de su trascendencia y de su inmanencia en la
historia y a serlo con los gestos y con la voz de Jesús. El testigo, al término de su vida, se
identifica con Cristo.
2. EL NO CONOCER A DIOS
Hemos visto que el punto de llegada del camino de Esteban es esa inefable experiencia
de Dios, de su presencia en la vida del hombre y en la historia, de la que habla también
Pablo cuando dice que lo considera todo como basura ante la "sublimidad del conocimiento
de Cristo Jesús, mi Señor" (Flp 3,8).
Mientras seguimos manteniendo la mirada fija en ese don que nos hace perfectos
testigos, queremos ahora preguntarnos sobre el punto de partida de Esteban.
—¿Quién era Esteban?
— .¿De dónde procedía? ¿De qué mentalidad fue convertido?
colmo de su invectiva contra aquellos que ahora siente como adversarios, y algunos pasajes
del Evangelio de Marcos.
Reflexionar sobre la pregunta: "¿De dónde fue sacado Esteban?", nos ayuda a
comprender de qué peligros y de qué abismo de muerte nos salva el Señor a cada uno de
nosotros.
1 — "¡Rebeldes, infieles de corazón y reacios de oído! Siempre resisten al Espíritu
Santo, lo mismo que sus padres. ¿Hubo un profeta que sus padres no persiguieran? Ellos
mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y a él lo han traicionado y asesinado
ustedes ahora; ustedes, que recibieron la ley por mediación de ángeles y no la han
observado" (Hch 7,51-53).
"¡Rebeldes!" en el texto griego es "de dura cerviz", duros de cuello, literalmente. Se
estigmatiza la incapacidad de doblar la cabeza frente a la evidencia, es cierto
endurecimiento que impide ver la luz.
"Infieles de corazón y reacios de oído" indica, según la mentalidad bíblica, al hombre
que ha permitido que su corazón se envuelva en una coraza tan pesada que el corazón
queda como si ya no existiera, y que ha permitido que sus oídos se llenen de tal modo de
material áfono que ya no escuchen nada.
De hecho, saliendo de la metáfora, exclama Esteban: "Ustedes resisten siempre al
Espíritu Santo".
Esta dramática requisitoria designa precisamente la dureza de corazón, que es el
obstáculo fundamental a la palabra de Dios porque la oposición a la palabra proviene de la
cerrazón erigida en sistema, no de negligencia o ligereza.
2 — El evangelista Marcos propone al lector una amplia reflexión sobre la dureza de
corazón. Esta es algo que nos concierne de cerca y que no se refiere sólo a los
fantasmagóricos adversarios de Esteban. Es algo que puede precisamente poner en peligro
la salvación de los hombres y de los creyentes.
Los exegetas han intitulado los ce 6, 7 y 8 de la versión marcana "sección de los
panes", porque comprenden dos multiplicaciones de los panes realizadas por Jesús, y
ofrecen además la mención de los panes y de la levadura cuando los discípulos se
encuentran en la barca con el maestro (Mc 8,14-21). Por ello, se atribuye también a la
sección un valor de mensaje eucarístico: el evangelista explicaría a la comunidad cuáles
deben ser las disposiciones del hombre respecto del pan que es Cristo.
Se ofrecen ejemplos de tales disposiciones en dos líneas: la línea del rechazo y de la
acogida. La línea del rechazo, en particular, se desarrolla según la temática de la dureza del
corazón, del corazón indócil, del corazón endurecido. La Biblia griega utiliza el término
sclerocardía, en el sentido de que el corazón se ha vuelto de piedra. Existe la dureza de
corazón de los fariseos y existe la de los discípulos.
a) La dureza de corazón de los fariseos puede ser definida como contorsionamiento de
la palabra.
Los fariseos se convierten en símbolo de quien, tras recibir la palabra, haberla quizás
explicado, sigue distorsionándola en provecho propio. En vez de someterse a la palabra,
someten la palabra en defensa de los propios privilegios, en excusa del propio comporta-
miento, en ofensa de los propios adversarios.
Estas son las características de la distorsión de la palabra, que es el pecado más grande
de todos, el pecado contra el Espíritu Santo. De hecho, Esteban exclama: "Ustedes resisten
siempre al Espíritu Santo".
Es el pecado al que están expuestos quienes tratan la palabra en forma casi profesional,
y esta dureza de corazón puede alcanzar niveles de verdadera esquizofrenia, en el sentido
de que saben hablar muy bien, hacen cosas buenas pero con un contraste interior de vida
que realmente angustia.
— Marcos nos ofrece ejemplos significativos. Cuando Jesús, en la sinagoga de Nazaret
empieza a enseñar, muchos se escandalizan y él se maravilla de la incredulidad de sus
compatriotas (6,6). Aquí evidentemente no se habla de fariseos, sino de gentes que tienen
intereses creados, que quieren manipular a Jesús insertándolo en designios de grandeza
local, chauvinista, que se resiste a acogerlo con humildad. Pero Jesús no puede ser
comprendido por quien lo juzga sin haberlo acogido antes, y se siente impedido precisa-
mente para hacer milagros.
— Otro ejemplo es el reproche que hace Jesús a los fariseos que se acercan a él (Mc
7,6-7): "¡Qué bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas! Así está escrito: Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan es inútil, porque
la doctrina que enseñan son preceptos vanos". Se va dando, pues, una sustitución gradual de
la palabra de Dios por las costumbres, las tradiciones, las formas de obrar, que se vuelven
normativas y de las cuales no logran escapar los hombres, y se esclavizan a ellas.
Era ésta la experiencia de Pablo y probablemente también la de Esteban.
Una especie de prisión, que se parece a una jaula dorada porque se acomoda a todo y
porque ofrece el privilegio interior de una aparente seguridad y el privilegio exterior de una
fuerza de choque. Y luego, en determinadas sociedades, privilegios materiales, económicos,
de honorabilidad de grupo: cosas todas que al ser absolutizadas cierran el corazón.
— Por último, podemos citar otro pasaje de Marcos, donde Jesús pierde, por decirlo
así, el valor: "Salieron los fariseos y se pusieron a discutir con él; para ponerlo a prueba le
pidieron una señal que viniera del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: ¡Cómo!, ¡esta
clase de gente busca una señal! Les aseguró que a esta gente no se le dará señal. Los dejó,
se embarcó de nuevo y se fue a la orilla de enfrente" (Mc 8,11-13). Incluso físicamente,
Jesús parece decir: No hay terreno de entendimiento, no hay nada que hacer. Los fariseos
utilizan precisamente una temática bíblica, es decir, piden una señal, pero la utilizan a partir
de un deseo de instrumentalización del resultado. Cuando uno se cierra a la palabra, incluso
las palabras más hermosas, más convenientes no tocan el corazón que está aprisionado en el
apego ciego a los propios intereses preconcebidos.
En síntesis, la dureza de corazón de los fariseos (tomados, como he dicho, a modo de
símbolo) consiste en adueñarse de la palabra sin querer abandonar lo que ya se posee; es
resistencia al Espíritu que, por el contrario, pide docilidad, cerviz que sepa doblegarse,
humildad para acoger lo nuevo.
Reflexionando delante de Dios con sinceridad, debemos confesar que también
nosotros somos tentados continuamente, mucho más que los demás, a convertir lo que él
nos da como don, en instrumento de poder. Porque la familiaridad con la palabra no puede
dejar de reclamar una actividad de Satanás poderosísima, violenta, astuta, que trata de
engañarnos. De ahí, entonces, cierta rigidez de mente y de vida, la carencia de creatividad
pastoral seria, de ardor misionero, la incapacidad de dialogar y comprender a los lejanos, de
captar los reflejos del Espíritu en el mundo. De ahí, las tentaciones graves y también las
ligeras, todas nocivas para la vitalidad de la Iglesia.
Esteban nos pone en guardia, con su huida de esta peligrosa situación, y nos invita a
pensar cómo pasamos fácilmente del bien recibido al bien poseído y luego al bien
instrumentalizado. Nos advierte que no debemos ser los dueños de la palabra, de las
instituciones, de las asociaciones, de lo que nos ha sido confiado, y nos exhorta a ser
verdaderamente esos servidores y testigos que responden a la llamada del Señor. Pero sólo
se es servidor y testigo si se vive una profunda libertad de corazón.
— Ultima anotación. Según la Escritura, el dinamismo de la dureza de corazón —que
no siempre aparece evidentemente— corre hacia la violencia. Parece imposible, y, sin
embargo, Esteban relaciona con la dureza de corazón la praxis de la violencia porque
después de sus palabras "ustedes resisten siempre al Espíritu Santo", se pasa a la
persecución y al asesinato. Los adversarios de Esteban nunca habrían admitido ser asesinos,
pero asesinaron cuando estalló el tumor que llevaban dentro.
Y la raíz de violencia de la oposición ideológica es, en el fondo, la explicación de la
muerte de Jesús. Creo que, por tanto, sea útil profundizar con atención también en el
vínculo entre posesividad ideológica y violencia.
b) La dureza de corazón de los discípulos está subrayada en la misma sección de los
panes del evangelista Marcos. Los discípulos son pobres, lo han dejado todo, han hecho
grandes esfuerzos, y a pesar de todo, son en más de una ocasión reprendidos por Jesús.
Su dureza de corazón es diferente de la de los fariseos porque consiste en no saber
sacar las consecuencias de la palabra.
La acogen gustosos, la desean, la aman, pero temen lanzarse, se resienten de cierta
fragilidad.
Todos nosotros hacemos la experiencia de los discípulos y vale la pena releer algunos
pasajes del evangelio.
— Inmediatamente después de la primera multiplicación de los panes, por ejemplo,
suben a la barca y durante la noche Jesús los alcanza caminando sobre las aguas. Los
discípulos gritan, lo toman por un fantasma: "Jesús subió a la barca con ellos y amainó el
viento. Su estupor llegó al colmo, porque estaban ciegos y no habían comprendido lo de los
panes" (ver Me 6,45-52).
El enceguecimiento del corazón de los apóstoles es propio de quien ha visto,
escuchado, pero no saca las consecuencias; el bloqueo no se hace de parte de la montaña, el
agua llega pero no fluye, no llega al valle, forma remolinos dentro.
Es también a menudo la causa de muchas de nuestras tristezas y amarguras, que se
vuelven juicios negativos y derrotistas sobre las realidades y las situaciones. La palabra está
en nosotros pero se estanca porque no le damos curso, se enmohece, se llena de gérmenes
peligrosos, y produce un estado de ligera impaciencia que se traduce en nerviosismo,
insatisfacciones, descontentos.
— Otro ejemplo: los discípulos están de nuevo en la barca, pero se han olvidado de
llevar pan suficiente para todos. Jesús entre tanto los amonestaba diciendo: ¡Atención!,
¡cuidado con la levadura del pan de los fariseos y con la de Herodes! Discutían unos con
otros porque no tenían pan. Dándose cuenta, les dijo Jesús: ¡Cómo!, ¿discutiendo porque no
tienen pan? ¿No acaban de entender ni de comprender? ¿Están ciegos? ¿Para qué tienen
ojos, si no ven, y oídos, si no oyen? ¿No recuerdan cuántos cestos de sobras recogieron
cuando repartí cinco panes entre cinco mil? (ver Me 8,14-21).
Jesús sacude afligidamente a sus amigos dado que han visto, han tenido conocimiento
pero éste no se ha hecho vida en ellos.
— Quizás la representación más dramática de la dureza de corazón de los discípulos,
nos la ofrece
Pedro, el hombre que está frente a la palabra con toda su generosidad. Tras, haber
pronunciado la afirmación más hermosa de su vida: "Tú eres el Cristo", no sabe someterse,
no sabe sacar las consecuencias. En efecto, cuando Jesús comienza a enseñar lo que
significa ser el Cristo —el Hijo del Hombre que debe sufrir mucho, ser rechazado y
repelido por los personajes de Jerusalén, ser ejecutado y resucitar al tercer día— Pedro lo
increpaba (ver Mc 8,27-33). Vive pues esa duplicidad, esa inquietud de aceptar y no
aceptar, de comprender y no comprender.
También de semejante dureza de corazón fue salvado Esteban y pudo llegar a una
libertad total de palabra, de comprensión, escapando no sólo del enceguecimiento de corte
farisaico sino también de la incertidumbre del discípulo todavía en camino.
Naturalmente habrá gastado tiempo para llegar a la meta: en todo caso está lleno de
gratitud con el Señor que lo ha sacado de la dureza de corazón y lo ha guiado
pacientemente a través de las diferentes etapas.
También nosotros queremos orar diciendo: "¿De dónde me has sacado Señor y dónde
me encuentro respecto de la dureza de corazón, que Pablo llama la carne. La carne, o sea,
el peso del hombre no movilizado totalmente por el Espíritu, replegado sobre sí mismo y
sobre sus propios intereses, programas, proyectos: "Señor, líbrame del peligro y escucha mi
voz. Si miras las culpas, ¿quién subsistirá?"
Reflexionemos, luego, sobre nuestras incoherencias prácticas, sobre esos estados de
tristeza y abatimiento que son signo de corazón dividido, de cierta situación de confusión y
contradicción.
madre lucha con el Hijo, lo asalta, va más allá de sus palabras, porque tiene esa visión de
Dios a la que Esteban llegó en el punto culminante de su experiencia: Jesús, en pie, listo
para ayudar al hombre, aunque la apariencia sea contraria.
Sería interesante releer estas dos figuras de mujer (la sirofenicia y la Virgen María) a
la luz de la lucha de Jacob con el ángel (ver Gn 32,23-33), Jacob, en efecto, comprendió
que Dios es alguien sobre quien uno puede lanzarse para hacerle violencia, porque debe ser
poseído con amor y no exorcizado desde lejos a través de un sistema ideológico. Dios debe
ser experimentado en un contacto existencial por lo cual la muerte misma asume otro
sentido. Así aconteció para Esteban.
La docilidad del corazón es creer en la misericordia sin límites, más allá de las
evidencias inmediatas, es tener un conocimiento exacto de Dios.
Es la gracia que pedimos los unos para los otros, porque en esta gracia está el secreto
de ser verdaderos testigos y servidores.
paso del mar Rojo, después del cántico de Moisés y de los hijos de Israel (ver Ex 15), el
pueblo comienza a lamentarse y a protestar: "El pueblo protestó contra Moisés, diciendo:
¿qué bebemos?" (Ex 15,24); "La comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y
Aarón en el desierto, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto,
cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos ha
sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad" (Ex 16,2-3): "El pueblo
se encaró con Moisés, diciendo: Danos agua de beber" (Ex 17,2).
El problema de la protesta del pueblo contra el pastor tiene una raíz bíblica muy
antigua, veterotestamentaria.
— ¿Cómo reacciona el grupo de los doce? Hubieran podido exhortar a la paciencia o
tratar de ganar tiempo. Pero prefieren intervenir en forma bastante inesperada. En cierta
forma, dan razón a la protesta pero afirman un principio muy valeroso y elevado, que se
alza por encima de la situación inmediata:
"Los apóstoles convocaron el pleno de los discípulos y les dijeron: No está bien que
nosotros desatendamos el mensaje de Dios por servir a la mesa" (Hch 6,2).
Es la primera opción pastoral que hacen los doce: reconociendo haber creado
confusión al dedicarse al servicio de las mesas, ponen remedio declarando que su servicio
específico se refiere al mensaje. Como si dijeran: es justo servir a las mesas, pero no nos
toca a nosotros y es mejor que otros piensen en ello.
Y aparece la institución de los siete, o sea, el comienzo en la Iglesia de una
subordinación y de una coordinación de grados, de ministerios, de servicios. La Iglesia se
da cuenta de que, para ser una comunidad bien organizada, debe ser orgánica, con clara
distinción de funciones.
El querer atribuirlo todo a alguien crea, en efecto, confusiones e insatisfacciones,
mientras las distinciones de servicio y de ministerio son fuente de tranquilidad y progreso
de la Iglesia. El principio que han establecido los apóstoles es muy importante.
— "Por tanto, hermanos, escojan entre ustedes a siete hombres, de buena fama,
dotados de Espíritu y habilidad, y los encargaremos de esa tarea" (v 3). Notemos ante todo
cómo estimulan los apóstoles la colaboración de la multitud. Podemos ver en ello un
ensayo de consejo pastoral, de colaboración con la comunidad a la que se invita a
reflexionar en cómo puede proveer al servicio de las mesas. En segundo lugar me llama la
atención cierto énfasis en las características de los que tendrán que ser propuestos: deben
gozar de buena fama —se trata de manejar dinero— y estar "llenos de Espíritu y habilidad".
A nosotros nos parece que sería suficiente un poco de buen sentido, de honestidad, de
sentido organizativo. En cambio, la diaconía tiene su misterio porque, aunque se tengan en
vista realidades materiales, alcanza hasta las profundidades misteriosas del Espíritu y de la
sabiduría de Dios.
Comenzamos a intuir el misterio del servicio, sobre el cual volveremos.
— "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra" (Hch 6,4). Los
apóstoles reivindican su opción religiosa, como asegurando que por ningún motivo se
dejarán distraer de la oración y de la diaconía de la palabra.
El episodio rubrica no sólo la distinción de tareas, la claridad de las diferentes
responsabilidades, pero también la primacía de la oración y de la palabra en la Iglesia. El
servicio de las mesas, que es servicio de la caridad, queda subordinado. Los doce han
comprendido que sin oración y sin diaconía de la palabra no puede darse auténtico servicio
de caridad.
"La propuesta les pareció bien a todos" (en nuestro lenguaje diríamos, a la gente le
gustó que el sacerdote hiciera de sacerdote), "y eligieron a Esteban, hombre dotado de fe y
Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás, prosélito de
Antioquía" (Hch 6,5). Lo que sigue es descrito como una verdadera ceremonia de
ordenación: estos hombres dan el paso al frente, responden "presente" a la llamada, se
ubican delante del grupo de los apóstoles que "después de orar les impusieron las manos"
(ver Hch 6,6).
Los apóstoles en la plenitud de su función, que es oración, imponen las manos y
constituyen este organismo.
Y es fácil caer en este error porque si los doce han resuelto establecer solemnemente a
los diáconos, significa que valoraban mucho el servicio de las mesas. Pero dentro de un
orden que hay que observar.
Marta llega, en el fondo, a un conocimiento de Dios y de Jesús que no es auténtico.
Más aún, el episodio del evangelio está lleno de humorismo, mostrándonos que, en el
pequeño reino de una cocina, se da la posibilidad de desconocer el mismo reino de Dios.
A Jesús le importa una sola cosa: el reino, la buena noticia de Dios para el hombre.
¡Pero Marta creía que le interesaba más un buen almuerzo!
La invitación para nosotros es a no perder nunca el sentido de las proporciones, el
sentido de la primacía de la palabra. Podemos ponernos con Marta a los pies de Jesús
pidiéndole:
"Señor, ¿danos el sentido exacto de la realidad! Danos el sentido de las cosas
necesarias. Haz que no nos preocupemos ni nos molestemos por demasiadas cosas".
El empeño por lo aquello cuyo fruto se ve de inmediato nos atrae inevitablemente,
porque es más fácil y más programable. El empeño en lo único necesario, en cambio, es
una llamada a la libertad del hombre y no recogemos su fruto en seguida. En efecto, el
diálogo con la libertad ajena repite los resultados de la parábola del sembrador, donde
muchos terrenos no responden o responden mal o responden poco: el sembrador preferiría
hacer harina pronto, menospreciando o descuidando el tiempo de la siembra.
— Jesús sigue luego instruyéndolos, dejando que ellos mismos descubran las
necesidades de la gente: se hace tarde y los apóstoles se dan cuenta de que la situación está
creando molestias.
Quizás entre la turba serpentea cierta murmuración, cierto malhumor: hay quien está
cansado de escuchar y se preocupa al no saber qué va a pasar. De suerte que se hacen
portavoces de la gente y dicen: "Estamos en despoblado y es ya muy tarde. Despídelos, que
vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer. El les replicó: Denles
ustedes de comer (vv 35-37). La palabra de Jesús es inesperada, tentadora, y los apóstoles
son cogidos de sorpresa.
En realidad, el Señor no hace otra cosa que anticipar lo que los doce le dirán a Esteban
y a los otros: háganse diáconos, dedíquense al servicio de las mesas, piensen ustedes en eso.
Por tanto, Jesús mismo considera importante el servicio de las mesas que, como hemos
dicho, es el primer servicio que Moisés le ha tenido que prestar al pueblo de Israel.
Los pasajes sobre las protestas del pueblo en el desierto (Ex 15; 16; 17) nos muestran,
en efecto, la importancia también del ministerio corporal que Moisés ha prestado. Después
de la importante jornada del paso del mar Rojo, que había exaltado el poder del
Señor y un tanto también su fe, se imaginaba ser un gran jefe carismático de la comunidad,
deber ofrecer maravillosos servicios culturales, religiosos, para la vida del pueblo. En
realidad, las quejas lo hacen bajar de las alturas del servicio de la palabra a las instancias
del servicio inmediato del pan y del agua.
Algo semejante acontece con los apóstoles que oyen que Jesús les replica: "Denles
ustedes de comer", preocúpense de esta necesidad, no la esquiven.
— Por otra parte, experimentan toda su limitación al obedecer el mandato del Señor:
"¿Vamos a comprar de pan medio año de jornal para darles de comer?" (v 37).
Entonces Jesús los reeduca gradualmente sobre la primacía de la palabra. Después de
informarse de que hay cinco panes y dos peces, les dice que hagan sentar a la gente en
grupos. En el lenguaje de Marcos, se convierten en los organizadores y distribuidores de la
mesa dada por Jesús, para que ese servicio —imagen de la mesa eucarística— sea
verdaderamente una manifestación digna de su poder misericordioso (ver vv 38-44).
4. EL SERVICIO DE LA PALABRA
Queremos ahora reflexionar sobre Esteban servidor de la palabra. En efecto, desde
siempre, han observado los exegetas que es ordenado para la diaconía de las mesas, pero
luego desempeña la diaconía de la palabra, es un evangelista y muere como testigo.
El texto de los Hechos de los Apóstoles coloca juntos los dos servicios, y el c 6, a
partir del ν 8, habla propiamente de la oposición que encuentra Esteban en el ministerio de
la palabra. Esa insistencia en una situación específica, que no debe hacerse determinante,
tiene su valor pedagógico. Pero viene vinculada a un cuadro más amplio: "nosotros nos
dedicaremos ante todo al aspecto positivo del servicio y en un segundo momento a las
"calificaciones de Esteban".
— Los discípulos de Emaús. En este relato es bastante fácil leer una característica
específica del servicio de la palabra: Jesús, "comenzando por Moisés y siguiendo por los
profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura" (Lc 24,27).
Explicar en el sentido de interpretar. El servicio de la palabra supone, pues, a Cristo
resucitado, centro de la historia y de la vida, supone una historia de salvación fundada sobre
las promesas de Dios y las expectativas del hombre, y explica la relación entre esa historia,
esas promesas de Dios y la salvación definitiva presente en Jesús resucitado y vivo en la
experiencia de quien lo está buscando.
No se trata de cualquier buena palabra de exhortación, pero tiene su lógica. Tiende a
hacer comprender la inserción de Jesús en la historia humana, no obstante los misterios
humanamente inaceptables de su pasión.
El episodio de Emaús nos permite captar que el servicio de la palabra lo ha prestado
Jesús antes que nadie, y consiste en hacer como él ha hecho. Poco después de la
explicación de las Escrituras, los dos discípulos dirán: "¿No estábamos en ascuas mientras
nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32). El efecto de este
servicio es inflamar los corazones, ensanchar el aliento, dar esperanza, reorganizar las
ideas, los afectos, hacer los temores, las sombras. Los dos llevaban dentro la rabia por
cuanto había sucedido, la resignación amarga, la crítica, el sentido de frustración. Pero poco
a poco el servicio de la palabra lo disuelve todo. Y ellos corren, regresan, se convierten en
anunciadores.
El itinerario del servicio de la palabra, al que los apóstoles daban tanta importancia, es,
por tanto, la proclamación evangélica colocada en el cuadro de la historia de salvación,
acercada a la experiencia del hombre concreto.
— El discurso de Pedro. También en este relato muestra Lucas la naturaleza y los
efectos del servicio de la palabra.
La naturaleza: partiendo de la experiencia cans-mática de los doce manifestada al
pueblo, a través de la recordación de la historia de salvación, consiste en el anuncio de
Jesús Señor resucitado. En un contexto histórico, cuyo significado explica Pedro, se
proclama la resurrección de Jesús para el hombre. Los invito a que lean el bellísimo texto
del c 2 de Hechos, desde el ν 14 en adelante.
Los efectos se hacen visibles sobre todo al final: "Estas palabras les traspasaron el
corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?" (Hch
2,37).
El servicio de la palabra es capaz de trasformar: los corazones se afligen, el hombre
entra dentro de sí mismo, ve el mal que ha hecho y que es posible vivir de otra manera, se
abre a la esperanza y pregunta cómo debe obrar.
— La oración de los apóstoles es uno de los muchos ejemplos que evidencian la
cercanía existente entre servicio de la palabra y oración. Nos impacta, en efecto, que los
doce digan: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio del mensaje" (Hch 6,4).
Las dos realidades están vinculadas y no se alude sólo a la oración privada, sino más
bien a la guía de la oración pública, que expresa los valores de profundiza-ción y servicio
de la palabra.
La oración pública que Lucas nos trasmite, parte de la afirmación de Dios creador
(citando a los Salmos y al Libro del Éxodo), de la oposición al mesías anunciada por el
salmista, y las aplica a la situación de persecución que están viviendo los apóstoles. "Señor,
tú hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contiene; tú le inspiraste a tu siervo, nuestro
padre
David, que dijera: ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean fracasos? Se
alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su mesías. Así
fue: se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato con paganos y gentes de Israel contra
tu santo siervo Jesús, tu ungido, para realizar cuanto tu eficacia y tu decisión habían
decretado que sucediera. Ahora, Señor, fíjate cómo nos amenazan y da a tus siervos plena
valentía, para anunciar tu mensaje" (Hch 4,24-30).
También la oración es un servicio que, partiendo de la Escritura ilumina el presente.
Tiene como efecto el valor, la plenitud del Espíritu Santo, la audacia para todos de anunciar
la palabra.
— Pienso que ahora podemos captar mejor el significado y la importancia de este
servicio a la palabra como misión específica de los doce, que los diáconos son llamados a
ayudar, a apoyar, a preparar. Porque ciertamente supone cierto conocimiento de la historia
de salvación, cierta asimilación del mensaje bíblico, cierto contexto cultural.
Incluso allí donde no hay referencia explícita a la Escritura (ver Hch 17,22ss), recurre
Pablo a las expectativas del hombre, a una búsqueda de salvación, y el servicio de la
palabra consiste en trabajar sobre expectativas inconscientes, en explicitarlas para poder
proclamar a Cristo en ese ambiente particular.
Esteban, como hemos dicho, pasa del servicio de las mesas a la realidad más amplia
del servicio de la fe, que es esencial a la promoción y excelencia de la vocación del
hombre.
Reflexionando sobre el tema de la diaconía de la palabra, queremos orar al Señor
diciendo:
"Hazme apto, Señor, para este servicio. ¡Concédeme comprender qué debo hacer
para estar pronto a desempeñarlo y cómo debo yo mismo asimilar la palabra para
ofrecerla y exponerla, con un contexto significativo para las personas a las cuales la
anuncio!".
Porque, indudablemente, es un servicio dificilísimo, en el que nunca nos ejercitaremos
demasiado y que debemos renovar cada vez que cambian las circunstancias. Crecemos en él
lentamente, a lo largo de toda nuestra experiencia sacerdotal de anunciadores y
comprendiendo, ¡ay! también a precio de derrotas, que no se trata ni de una simple
explicación ni de una pura exégesis de la Escritura.
Con la expresión "Nosotros seguiremos dedicándonos a la oración comunitaria y al
servicio de la palabra", los apóstoles querían decir también, probablemente, que debían
aplicarse juntos precisamente a reflexionar, para confrontar su forma de servicio, así como
Pablo irá a Jerusalén para confrontar su servicio de la palabra con el de los doce.
La comunión en la palabra supone, en los presbíteros, una comunicación en la fe que
nos lleve a comparar el uno con el otro, el modo como prestamos esta diaconía esencial y
cómo podemos prestarla mejor, en la conciencia de que nunca estaremos a la altura: ¡tan
grande es el reto de las circunstancias!
Personalmente, cuando me piden que explique la Escritura, siento instintivamente la
necesidad de reflexionar mucho sobre el texto y el contexto bíblico, sobre las personas a
quienes debo hablar, tratando ante todo de captar lo que la palabra de Dios me dice en ese
momento.
Recuerdo que en la última semana residencial, que tuvimos en Brescia, se discutió
ampliamente sobre la preparación de la homilía, el párroco de una parroquia muy
importante nos comunicó que necesitaba, por lo menos seis horas semanales de preparación
próxima, fuera de la remota.
Las calificaciones de Esteban
Luego de ofrecer pistas para reflexionar sobre el servicio prestado, consideremos
algunas calificaciones de Esteban.
— ¿Cómo se describe a Esteban? De nuevo, con una plenitud: "Lleno de gracia y
poder" (Hch 6,8), tanto que "no lograban hacer frente al espíritu con que hablaba" (Hch
6,10).
Podremos decir que es el hombre que Lucas no acaba de alabar, si pensamos que
estaba ya "lleno de Espíritu y sabiduría" con los otros seis (Hch 6,3) y "lleno de fe y
Espíritu Santo" (Hch 6,5). Evidentemente, para el evangelista, era alguien muy representa-
tivo: la persona perfecta para indicar la plenitud interior con que realiza tales servicios y
que estos servicios llevan a plenitud la diaconía profética del Antiguo Testamento.
Para Lucas, el servicio de la palabra es el culmen de toda la actividad profética de
Dios: en este servicio está presente Dios mismo, el Espíritu Santo. Dios estaba presente en
el servicio de las mesas, realizado a partir de la fe; tanto más lo está en el servicio de la
palabra.
De esto se desprende una consecuencia muy importante: en el servicio de la asistencia
y en el de la palabra somos llamados antes que nada a confiarnos a la acción divina. Quizás
confiamos poco en ella, lanzándonos con gran empeño y sentido de responsabilidad
personal; o por el contrario, y esto sucede con el servicio de la palabra, creemos saberlo
todo y poder decir siempre alguna palabra, en cualquier circunstancia, sin pensar mucho en
ello.
No obstante, el texto de los Hechos no nos llama a la responsabilidad de la
preparación, a que he aludido, sino a la toma de conciencia de que estamos en la esfera de
Dios, en la esfera de acción del Espíritu. Cuando servimos la palabra, somos llevados por el
Espíritu y no es admisible vivir esta realidad en forma anodina, malgastando o impidiendo
el actuar divino.
La invitación es entonces a una doble actitud: a la diligencia en la preparación —que
subraya el valor del servicio de la palabra— y la entrega total al Espíritu, a la oración.
La expresión de Lucas "no lograban hacer frente al espíritu con que hablaba" (Hch
6,10) había sido anticipada en su evangelio, donde se dice: cuando sean llevados ante los
tribunales "métanse en la cabeza que no tienen que preparar su defensa, porque yo les daré
una elocuencia y una sabiduría que ningún adversario les podrá hacer frente o
contradecirles".
Lo que Esteban está viviendo es una advertencia para nosotros: dado que de Dios
recibimos el ministerio de la palabra, él mismo nos dará la fuerza de realizarlo. A nosotros
concierne el deber de hacernos aptos, pero también de no considerarle nunca como
ministerio nuestro, porque es palabra de Dios en nosotros.
— Se califica también a Esteban como el que hace: "realizaba grandes prodigios y
señales en medio del pueblo" (Hch 6,8). Leo aquí el paso del servicio a las mesas a la
diaconía de la palabra, y es interesante observar cómo insiste la Escritura es este quehacer.
En el pasaje de Marcos que meditábamos, los apóstoles vuelven de la misión y le cuentan a
Jesús lo que han hecho y enseñado (ver Me 6,30).
El mismo Lucas, regresando a las memorias recogidas en su libro del evangelio, dice:
"En mi primer libro traté de todo lo que hizo y enseñó Jesús desde el principio" (Hch 1,1).
Si no velamos atentamente sobre esta oposición que hay dentro de nosotros, nos
dejamos devorar por el cansancio, y finalmente, aunque por razones de oficio sigamos
predicando, quien escucha se da cuenta de que nuestras palabras carecen de convicción.
De estas tres formas de contradicción a la palabra, la que experimenta Esteban es
ciertamente la más dramática, pero no la más mortal ni tampoco la más corriente. La más
peligrosa está en torno o dentro de nosotros, y necesitamos que la palabra de Dios nos
trasforme y alimente constantemente.
La palabra en sí misma, como fuerza de Dios en nosotros, como palabra viva, fuerza
del Espíritu, es, por tanto, remedio para esta realidad. Y es útil que cada uno, en la
meditación personal, siga reflexionando en el tema para poder captar mejor el episodio de
Esteban.
Invoquemos en la oración a los grandes servidores de la palabra, a María que la
guardaba dentro de sí, no dejándola apagar en la desilusión o en la espera de que su Hijo se
manifestara, sino permaneciendo paciente en la fe y en la esperanza. María es el verdadero
modelo del servidor de la palabra, de quien debe consérvala intacta e íntegra hasta el
momento establecido. Que ella la guarde en nuestro corazón, a pesar de la falta de
resonancia, a pesar de la acusación y el derrotismo interior que pueden nacer y sacudir
nuestras convicciones.
"Danos, Señor, poder comprender las grandes contradicciones que la palabra
encuentra fuera de nosotros, en las oposiciones directas, y dentro de nosotros, en ese
hombre ateo que vive en cada uno y que acusa a la palabra tratando de apartarnos
continuamente de tomar en serio el anuncio de Cristo Jesús".
5. LA PALABRA CONTESTADA
Queremos ahora releer y meditar Hechos 6,8-14, con el deseo de comprender,
partiendo de la contradicción hecha a Esteban, la última partida en la que el hombre se
encuentra frente a la palabra: la victoria sobre el temor a la muerte.
Entonces el hombre queda invitado a optar entre dos caminos, y se pone de manifiesto
lo dramático de la opción, la dificultad de aceptar que la palabra se encarna en la historia
haciéndose exigencia, promesa, estímulo a la existencia humana.
Y, ¿quiénes eran los "libertos"? Personas provenientes de la esclavitud, que de
ordinario obtenían puestos administrativos importantes en las casas de las grandes familias:
pertenecían, pues, a la pequeña media burguesía. El texto ofrece en seguida algunas
especificaciones geográficas, entre las cuales los cirenenses y los alejandrinos: gente de
ciudades muy cultas, refinadísimas. Probablemente judíos ricos de la diáspora, que tienen
alguna posesión en Jerusalén y ayudan con sus dineros a la comunidad judía. Estos grandes
bienhechores inspiran siempre cierta reverencia, porque tienen el poder de dar o negar las
subvenciones.
A las personas de Cilicia y Asia las conocemos mejor a través de Pablo, que
precisamente era de Cilicia. Su irrupción nos puede permitir intuir el rigor que la
caracterizaba.
Es interesante anotar que hasta este momento Esteban se había dedicado al servicio de
las mesas y de las curaciones.
La discusión nace porque su modo de obrar es recibido como escandaloso. Aquellos
hombres se dan cuenta de que Esteban, al interesarse por los pobres y los enfermos rompe
su fortaleza mental. ¡No se puede anunciar el reino de Dios, el mesías, sirviendo a los
pobres! ¿Qué será entonces de Israel, de nuestro intento de reedificar a Jerusalén en la
libertad política?
Al proseguir la obra de Jesús, Esteban se convierte en un provocador y socava la idea
de Dios que tenían algunos judíos.
— ν 10: "Pero no lograban hacer frente al espíritu con que hablaba". Luego de asistir a
los pobres y enfermos, Esteban siente la fuerza de proclamar la palabra con una continuidad
de servicio. El Espíritu que lo había llevado a prestarse gustoso para las obras de
misericordia, ahora le quema dentro impulsándolo a explicar lo que hace en nombre de
Cristo.
Pero al no poder resistir a la proclamación de la palabra, lo acometen con mayor
fuerza, el asalto pasa a la violencia verbal y luego a la física.
— vv 11-12: "Sobornaron a algunos para que dijeran: Lo hemos oído pronunciar
blasfemias contra Moisés y contra Dios. Alborotaron al pueblo, a los senadores y a los
letrados, agarraron a Esteban por sorpresa y lo condujeron al consejo". Evidentemente los
que habían comenzado a ponerse en contra suya eran personas muy influyentes, personas a
las que era difícil resistir, y poco a poco el alboroto se amplía.
— vv 13-14: "Presentaron testigos falsos que decían: Este individuo no para de hablar
contra el lugar santo y la ley. Lo hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este
lugar y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés". La acusación es muy concreta y
es triple: Moisés y la ley, Dios, el lugar santo.
En la tríada: ley, templo, Dios, podemos captar la idea de Dios que subyace en toda
esta oposición a la palabra. Esa gente no admite una presencia libre de Dios en la historia,
la capacidad divina de revelarse y manifestarse. Ha cerrado en un esquema la experiencia
de Dios.
El aspecto trágico de la contestación es que el pueblo judío conocía, mejor que ningún
otro, la intervención del Señor en la historia, pero los adversarios de Esteban limitaban esa
intervención a las vicisitudes de Israel. En realidad, afirmar que Dios está presente en la
historia significa que camina con y en la historia de la humanidad, y que puede, por tanto,
revelar siempre algo nuevo. El pecado contra el Espíritu es propio de quien no quiere
aceptar que Dios Espíritu vivifica el mundo, mueve toda realidad, está presente en todas
partes.
También Esteban reconocía a Dios en Moisés de quien habla en su discurso del c 7:
"Fue Moisés quien dijo a los israelitas: Dios suscitará entre sus hermanos un profeta como
yo" (Hch 7,37). Y ve en el templo la figura y significación de la presencia definitiva de
Dios en Cristo Jesús" (ver Hch 7,47-50).
Debemos tener ciertamente referencias institucionales, pero a un pasado que está
siempre presente en la plenitud del Espíritu que se nos ha dado, y en el resucitado que vive
comunicándose, manifestándose, conduciendo la historia.
A causa, pues, de esta interpretación de la palabra en el Espíritu, conducen a Esteban
ante el tribunal. Y muere por esta visión de Dios.
— ¿Qué es lo que está en juego en las acusaciones de los miembros de la sinagoga? La
idea de que el hombre está sometido a ciertas instituciones, que el hombre es para las
instituciones. Está en juego también, por tanto, una idea del hombre y de su libertad.
Quisiera subrayar brevemente que la prioridad del hombre sobre las cosas y las
instituciones es un concepto muy difícil de mantener en toda su limpidez. Puede ser, en
efecto, mal entendido, confundido, así como fue confundida y mal comprendida la doctrina
de Pablo. En el fondo, estamos excavando aquí una doctrina paulina de la libertad de la ley,
que ha causado al apóstol tantas luchas y divisiones en sus comunidades.
Porque también la doctrina de la libertad puede convertirse en sistema, en ideología,
en una forma de libertinaje (puedo hacer lo que quiero, por tanto soy libre y ya no estoy
sometido a ley alguna). Pablo, por el contrario afirma que somos servidores por la caridad,
siervos de todos, llamados a renunciar a cualquier cosa con tal de no ofender al hermano.
La caridad es la única ley fundamental, en la cual cualquier otra encuentra justificación. Y
la caridad es la prioridad de la persona, tanto como sujeto moral que como centro de
referencia de las acciones morales.
Creo que es importante reflexionar largamente sobre este tema y orar, porque sólo el
don del Espíritu nos permite mantener la visión exacta de Dios y del hombre en una síntesis
incandescente. Poco se necesita para presentarla en sistema, fraseología, slogans, agudezas
de lenguaje, y para reducirla a una interpretación nuevamente de corte legalístico: de diestra
o siniestra, de integrismo o laxismo, de tradicionalismo o progresismo.
La visión del hombre en el marco de la misericordia de Dios, es en realidad, la
institución fundamental por la cual mueren primero Esteban y más tarde Pablo.
intuye que ha llegado el momento realmente serio de su vida y que ahora cuenta sólo la
forma en que se juegue la existencia.
Es lo que llamo el momento del temblor, el caso grave, la verificación de las
intenciones, a que todos, también nosotros, llegamos tarde o temprano. Pienso, como
ejemplo, en el cardenal José Mindszenty, que fue primado de Hungría. Era un hombre en
extremo generoso, heroico, aunque representaba una mentalidad ya superada, que lo aisló
respecto de otras tomas de posición de la Iglesia. En su autobiografía impactan la firmeza
en proclamar lo que consideraba justo y el doloroso martirio padecido por ello. Aprisionado
por primera vez cuando apenas llevaba cuatro años de ordenado, arrestado de nuevo cuando
era obispo y cardenal, en 1948, cuenta los malos tratos a que fue sometido. Cuando un
hombre comenzó a golpearlo con talegos de arena de modo que no quedaran huellas,
comprendió que querían destruirlo en su personalidad y escribe: "En ese momento
comprendí que todo el mundo se había derrumbado para mí". Es decir, estaba perdiendo
todo el ardor, toda la capacidad de luchar, estaba para capitular, aceptando el proceso sin
poder decir más nada. Es el momento en que se juega el todo por el todo, al encontrarse
privado de toda esperanza y defensa humanas.
La palabra de Dios conduce a sus servidores a esta situación límite, y no hay que
escandalizarse si brota una especie de rebelión interior. El gran profeta Jeremías, hombre
excepcional, se lamenta de su vocación a proclamar la palabra de Dios: "¡Ay de mí, madre
mía, que me engendraste hombre de pleitos y contiendas con todo el mundo!... Cuando
recibía tus palabras, las devoraba, tu palabra era mi gozo y mi alegría íntima, yo llevaba tu
nombre, Señor, Dios de los ejércitos... Te me has vuelto arroyo engañoso, de agua
inconstante" (Jr 15,10.16.18). El profeta ha caminado mucho, ha servido al Señor,
renunciado a todo, vivido la soledad, pero en cierto momento se rebela porque se siente
abandonado de aquel que antes le había dado aliento, entusiasmo, palabra. Es la experiencia
de sentirse en la trampa, la experiencia del hombre frente a la muerte.
Pensemos todavía en cuanto escribe Pablo en la Segunda carta a los Corintios: "No
queremos que ignoren, hermanos, las dificultades que pasé en Asia. Me vi abrumado tan
por encima de mis fuerzas, que perdí toda esperanza de vivir. Sí, en mi interior di por
descontada la sentencia de muerte" (2Co 1,8-9). Pensemos en Jesús en el huerto de
Getsemaní, cuando declara que ha llegado a una situación que no tenía prevista. Sus
palabras nos maravillan, pero cada uno de nosotros, si tomamos en serio la palabra de Dios,
llegará a exclamar tarde o temprano: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz" (Lc 22,41).
— ¿Qué hace Esteban? Evidentemente podría huir, pedir un momento para
recapacitar. La solución de apostasía es humanamente posible. Por ello, Jesús advierte:
"Permanezcan en vela y pidan no ceder en la prueba" (Mt 26,41); "Satanás los ha
reclamado para cribarlos como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que no pierdas la fe"
(Lc 22,31-32).
Frente a la muerte, el hombre puede refugiarse en la desesperación y rechazarse a
aceptar la muerte. Esteban, por el contrario, opta por jugarse la vida por el amor de aquel
que ya murió por él, escoge el riesgo de la palabra.
Y precisamente en el momento en que se ve privado de cualquier apoyo humano, su
palabra surge libremente verificando la profecía de Jesús: cuando estén delante de los
tribunales y hayan optado por la palabra, "yo les daré palabras tan acertadas que ningún
adversario les podrá hacer frente o contradecirles" (ver Le 21,15).
Aquí empieza su servicio definitivo, como veremos en las meditaciones siguientes.
Pero querría subrayar el último verso del c 6 de los Hechos: "Fijaron los ojos en Esteban
todos los miembros del consejo, y su rostro les pareció el de un ángel" (Hch 6,15). ¡Estu-
penda, en verdad, esta expresión que en el Nuevo Testamento aparece sólo en este pasaje!
Quizás podemos encontrar un paralelo en el relato de la transfiguración (ver Mt 17,2; Le
9,29); y otro en el episodio de Moisés que baja del monte, donde Dios le ha hablado, con el
rostro transfigurado (ver Ex 34,29).
A través de la opción por el caso definitivo, a través de la superación del temor a la
muerte, Esteban se halla ahora identificado con las realidades de Dios y sus palabras
reflejan al Espíritu presente en él.
Pidamos al Señor que el mismo Espíritu nos conduzca por este camino. Ninguna
fuerza humana nos hará vencer el temor a la muerte; pero el poder del resucitado se
manifestará en nosotros.
"Llénanos, Señor, de la capacidad de servir a la palabra, que es tan exigente. Tú no
nos has engañado al comienzo de nuestro camino, pues nos has mostrado todos los riesgos
posibles. Pero también nos has dicho que no se nos pide ser héroes, sino pobres que, en su
pobreza, quieren con tu ayuda servir hasta el fondo a la palabra".
6. ABRAHAN, EL SOLITARIO
"Ven, te pedimos Señor, en ayuda nuestra en este momento de nuestro retiro, que es
quizás el más delicado, porque el cansancio se hace sentir y puede surgir el sentido de
saturación o la distracción por lo que se espera después. Manifiéstate, Señor, a nosotros
con tu bondad, de suerte que podamos acoger el tesoro que hay en ti, la plenitud que tú nos
das y que se vive con desprendimiento de nosotros mismos y de cuanto superficialmente
Celibato y soledad
A la luz de las figuras de Abrahán y Esteban, es útil introducir algunas reflexiones
sobre la relación entre celibato y soledad.
Ustedes saben naturalmente ya que el celibato por el reino es una realidad muy grande,
positiva, y es también fecunda en el sentido de que conduce a una paternidad espiritual. No
obstante, dejando de lado considerar, en esta sede, la riqueza de valores de la virginidad
consagrada, quisiera dar un paso adelante subrayando que la opción por ese estado de vida
es la aceptación de una soledad que, no rara vez, puede resultar pesada.
Ante todo, podemos reflexionar sobre cuáles son las pruebas γ grados que se
experimentan:
—En el primero o segundo decenio de sacerdocio, o de vida consagrada, la soledad
física predomina y, por tanto, el control de los sentidos, de la carne, de la sexualidad
intensa en su corporeidad.
sólo es misericordioso, Dios sólo sabe qué significa ser fuente de la misericordia, Dios sólo
en su misterio trinitario, es fuente de comunicación.
Entonces, si caminamos por el misterio de la soledad con Dios —que resulta luego el
misterio de la oración contemplativa, de la adoración eucarística, de la meditación
personal—, comprenderemos gradualmente que dicha soledad es madre de la
comunicación.
En realidad, precisamente porque Dios solo ha creado el universo, puede hacer que
todas las cosas se comuniquen y ha puesto en ellas la capacidad de comunicarse.
Entrando en el corazón de Cristo que muere solo en la cruz, podemos participar en su
fuerza comunicativa y creativa de la Iglesia. En nuestra pobreza, somos puestos en grado de
hacer nuestros los sufrimientos más profundos e incomunicables de los hombres; nos con-
vertimos en servidores de todos, de los más profundos retos de la comunicación humana,
disponibles, por tanto, a cualquier confidencia, a cualquier secreto, a cualquier oscuro
fermento íntimo del hombre.
La capacidad de comunicar se hace inmensa alegría, y es la fecundidad del celibato
por el reino. Poder entender a todos y a cada uno, ser de todos, no de algunos, lograr
ganarse la confianza de todos, ofrecer un consejo a cuantos lo piden.
Muy grande es la fecundidad del celibato que es secuela de la soledad con Dios y con
Cristo crucificado.
No obstante, no se la puede defraudar, en el sentido de que no se escoge el celibato por
la comunicación que de él deriva. Sería como si Jesús escogiera la muerte y al mismo
tiempo la resurrección.
El camino es lineal: se acepta la muerte y se recibe la resurrección como don; se acepta
la soledad y se recibe la comunicación. El intento de colocar juntas las dos realidades lleva
a confusiones y, en cierto momento, a componendas. Se aceptan entonces comunicaciones
de corte sospechoso, ambiguo, creyendo que son el fruto de la virginidad consagrada,
mientras que son sencilla y llanamente el sustituto suyo.
Leo aquí todo el problema de las amistades entre sacerdotes, de las relaciones de
sacerdotes con las mujeres, del modo de conversar y tratar con ellas. Es un mundo del todo
delicado y difícil, para el cual sería ingenuo de reglas a priori, y que exige como clarifica-
ción de fondo, la aceptación sincera y total de la soledad en sus tres niveles —en la
juventud, en la segunda y en la tercera edades. Cuando se trasforme, como fruto
espontáneo, en capacidad comunicativa, el hombre no obstante sigue siendo evidentemente
él mismo, con sus riquezas interiores de sensibilidad y de afecto, alcanzará en ellas una
expresión vigorosa y nueva.
Conclusión
Me doy cuenta de que no es fácil expresar con palabras estas realidades. El Señor, no
obstante, nos las pondrá de manifiesto día tras día, a través de un camino progresivo nada
fácil. Considero, sin embargo, que hoy es casi imposible observar el celibato, si no se apoya
en una carga profunda de vida en el Espíritu; es una experiencia que compromete en una
lucha continua, hasta que el corazón quede plenamente purificado en el amor del Señor.
Quien escoge y acoge como don este carisma necesita, además de una disciplina
interior, de un consejero espiritual a quien manifestar libremente los movimientos interiores
del espíritu y las vivencias personales. El nos ayudará a vivir con verdad el don; no hay, en
efecto, tormento mayor que una existencia dividida en este punto, sea porque se recurre a
subterfugios, a una doble vida, sea porque uno vive descontento y resentido por la opción
hecha.
A la luz de la experiencia de Esteban, de Abrahán y de cuantos toman en serio la
palabra de Dios y el servicio de la palabra como diaconía a la cual predicar la integridad del
propio ser, me ha parecido importante proponerles la reflexión sobre el tema del celibato
sacerdotal.
"Danos, Señor comprender la belleza de la virginidad consagrada y amar nuestra
opción que es respuesta al amor infinito con que nos has llamado. Haz que podamos
avanzar por esta senda en sinceridad de corazón y con una alegría que se renueva cada
día y crea auténtica comunicación con todos los hombres".
Lectura cristológica
Dice el texto:
"Los patriarcas vendieron a José por envidia, para que se lo llevaran a Egipto; pero
Dios estaba con él y lo sacó de todas sus desgracias; además, le dio una sabiduría que le
ganó el favor del faraón, rey de Egipto, y éste lo nombró gobernador de Egipto y de todas
sus posesiones. Hubo un hambre en Egipto y en Canaán, con tanta escasez, que nuestros
padres no encontraban víveres. Al enterarse Jacob de que en Egipto había provisiones,
envió allá a nuestros padres; la segunda vez que fueron se dio a conocer José a sus
hermanos, y el faraón se enteró de qué estirpe era José. José mandó llamar a su padre,
Jacob, y a toda su parentela, en total setenta y cinco personas. Jacob bajó a Egipto, y de allí
acabaron su vida él y nuestros padres; los trasladaron a Siquén y los enterraron allí en el
sepulcro que había comprado Abrahán con su dinero a los hijos de Hamor" (Hch 7,9-16).
Distinguimos claramente dos partes del pasaje: la primera se refiere a José traicionado
por los hermanos, liberado y engrandecido (vv 9-10). La segunda es la relación entre José,
el padre y los hermanos, con la historia del hambre, la embajada de los hermanos y el
socorro dado por él (vv 11-15).
El ν 16 es una conclusión, ya proyectada antes.
— Leyendo atentamente, línea tras línea, vemos aparecer a Cristo, condenado también
a muerte por envidia, traicionado, pero nunca abandonado por Dios, quien al final lo libra
de las angustias de la muerte y lo coloca sobre su pueblo, le da el señorío.
— La segunda parte, en la que José se da a reconocer a los hermanos y los colma de
bienes, es una evocación de aspectos de la vida de Jesús, en particular de Jesús que se da a
reconocer a sus discípulos después de la resurrección y los revigoriza como comensales.
Esteban parece decir a sus oyentes: ¡Atención!, ustedes están rechazando a ese Cristo
que Dios ha colocado por encima de su pueblo, que es para su salvación y con quien está
Dios.
Lectura personalística
Pero la historia de José es también la historia de Esteban que está a punto de ser
traicionado por envidia, que ha tenido una experiencia de servicio de las mesas, de la
comunidad. Fue traicionado pero Dios está con él y lo librará de todas sus desgracias.
En el antiguo patriarca, rechazado y exaltado por Dios, lee Esteban con inmensa
confianza su propia experiencia: si Dios no abandonó a José, no me abandonará tampoco a
mí y hará de mi propia muerte un servicio a los hermanos.
Quizás a través de este episodio de la historia de salvación intuye que le llaman a
identificarse con la experiencia de Jesús.
leemos fácilmente la referencia a la situación: "Me levantó de la fosa fatal"; "me salvaste
del abismo profundo" (ver Sal 40,3; 86,13). Allí sintió lo que significa confiar en Dios sólo,
y qué sentido positivo tiene la soledad con Dios. Luego, en la prisión egipcia, prosigue esa
experiencia.
José es liberado de su ingenuidad, de su exagerada confianza en los hombres, de su
apoyo infantil en los demás. No por nada el evangelista san Juan tiene una frase extraña,
cuando dice que Jesús no confiaba en nadie en Jerusalén porque "conocía al hombre por
dentro" (Jn 2,25).
Pero el conocimiento de los demás, que parte del conocimiento que tenemos de
nosotros mismos, de nuestras envidias y ambiciones, cuando Dios lo purifica, se vuelve
misericordia, perdón, comprensión suprema. José, en efecto, pasó de la ingenuidad a la
misericordia, a precio amargo y por gracia del Señor que "lo sacó de todas sus desgracias"
(Hch 7,10).
— También la purificación de los hermanos de José es sumamente amarga: la carestía,
el tener que arrodillarse delante del extranjero, la humillación de que los acusaran de robo,
Benjamín retenido como rehén. No obstante haber pecado tan gravemente contra su propia
sangre, Dios los ama y los purifica no simplemente condonando el pecado en forma
gratuita, sino rehabilitándolos a través de un itinerario, dándoles la posibilidad de llegar,
tras el drama del aislamiento y del hambre, al tercer momento de la fraternidad.
3. La fraternidad restaurada. En el brevísimo sumario de Esteban, se subraya el
aspecto de reconocimiento de José por parte de los hermanos y, por tanto, la fraternidad
recuperada, reconstruida por el sufrimiento.
Como Jesús, muerto por sus enemigos y abandonado por los suyos, una vez resucitado
se da reconocer y entrega la paz, así José se da a reconocer. Ejerce la diaconía del consuelo
para con sus hermanos que se dejan consolar por él.
Quisiera que cada uno de ustedes, en el silencio de la oración, volviera a pensar en este
camino providencial: a través de las pruebas, las separaciones, las calumnias, las soledades,
Dios nos lleva a recuperar la hermandad no como camaradería, sino como don.
El regeneró a José en la fraternidad de los suyos, regeneró la unidad de esa familia.
Podemos pensar en nuestras experiencias: pasadas, presentes, de comunidad, de grupo,
de relaciones con los superiores, de comunicación en la Iglesia y en el mundo.
Conclusión
La historia de José me trae a la mente un recuerdo de Juan XXIII. El 2 de junio de
1963, cuando murió, me encontraba en Alemania y oí un comentario de un protestante en la
radio alemana que sintetizaba así su figura: Es el que dijo: soy José, hermano suyo.
El que instauró una relación con los obispos sus hermanos, que bajando de lo alto del
pedestal, faraónico donde se encontraba el José en el esplendor de su gloria, se hizo
reconocer y por tanto ha hecho un itinerario de fraternidad.
Se nos estimula también a reflexionar sobre la fraternidad en la Iglesia, sobre la
fraternidad del papa con los obispos, del obispo con los sacerdotes.
Pero el reconocimiento de fraternidad no es cosa anodina o la explicación de una
democratización barata. Se da a alto precio de esfuerzo y don de sí mismo.
Lo cual vale para toda clase de relaciones, incluida la que el concilio ha pedido
instaurar entre el presbiterio y la comunidad a través de todas las formas de colaboración,
de presencia, de participación.
Debemos estar atentos para que los gestos litúrgicos que ejecutamos, las oraciones que
recitamos, sean, por una parte, hechos con atención, pero por otra, manteniéndonos siempre
más allá de ellos.
La tentación inmediata de los hebreos es la de no haber querido esperar: para ir más
allá había que esperar a Moisés y la palabra. Ellos, en cambio, se recomían en el afán de ver
en seguida, de poder festejar, aunque fuera a costa de sacrificios. Porque, indudablemente,
la construcción del becerro los ha obligado a la renuncia de sus anillos y brazaletes. El
resultado es la crisis que se crea entre Moisés que rompe las tablas de la ley y el pueblo que
baila en torno al buey sagrado, a un dios construido para satisfacer su afán de ver y de
tocar.
La invitación para nosotros es a no dar por descontadas las celebraciones litúrgicas
sacramentales, desde el momento que es mucho más fácil celebrarnos a nosotros mismos y
no la presencia de Dios.
Preguntas prácticas
Quisiera terminar con algunas preguntas útiles para nuestro ministerio.
— ¿Qué presencia se da en nuestras asambleas?
— ¿A quién celebramos? A nuestro deseo de Dios, nuestra tradición, nuestra fe, o
celebramos a Cristo?
— ¿Nuestra economía es trasparente e indicativa u opaca y reductiva?
Esto evidentemente depende más de los corazones que de los signos, porque en los
corazones encuentra la economía sacramental su auténtica interpretación. Pero los
corazones se ponen en armonía con los signos y viceversa.
Ciertamente, la Iglesia histórica camina hacia la plenitud del reino y en su avanzar
debe revisar y tratar de adaptar su economía sacramental. Por otra parte, el trabajo de la
adaptación ha sido sentido en todos los tiempos porque se trata de adecuar la economía
litúrgica a la verdad que significa."
Reverencia y obediencia
Mientras se le hace la pregunta, el ordenando tiene las manos entre las del obispo, y
este gesto es sin duda alguna símbolo de un compromiso importante.
Esto supone haber doblado las rodillas ante el misterio de Dios y su revelación en la
historia. Porque se podrían doblar las rodillas al misterio del Dios trascendente pero no ante
el del Dios que se manifiesta en la encarnación, haciéndose inmanente en la historia: en
Cristo, en la Iglesia, en las personas. Aquí se requiere una fe bíblica, histórica, cristológica,
a la que hay que responder con libertad, como es libre la acción de Dios en la historia.
2. El misterio contenido en la reverencia se especifica aún más en la obediencia.
En el Nuevo Testamento se la expresa fácilmente en el verbo griego up-akoùein, que
se traduciría literalmente por ob-audire en latín.
Se trata de "escuchar con sumisión", de escuchar con obediencia y prontitud.
Uno de los textos fundamentales de referencia para comprender lo que significa
"prometo obediencia", lo hallamos en la Carta a los Romanos: "Es decir, como la
desobediencia (en griego parakoè, oír y dejar pasar) de aquel solo hombre constituyó
pecadores a la multitud, así también la obediencia (en griego upakoè, escucha sumisa) de
este solo constituirá justos a la multitud" (Rm 5,19).
Obedecer quiere decir entrar en el misterio de Cristo sometido al Padre en la
complejidad y tragicidad de la historia humana, que él acoge èn su vida como misión
histórica.
La obediencia es un gran misterio, no explicable simplemente con motivos asociativos
u organizativos. Claro, se necesita el orden, hace falta alguien que mande, es necesaria una
línea: todo esto es cierto, pero la promesa de obediencia es un misterio muy profundo
porque se trata de entrar en la obediencia de Cristo al Padre. Y el Padre ha constituido una
economía sacramental en la que lo divino se revela a través de lo humano; por lo mismo, no
a través de la manifestación directa del Dios solo al hombre solo, sino del Dios solo al
hombre en la historia.
Profundizando en el tema, es posible hablar de obediencia activa y de obediencia
pasiva, dos términos que envuelven la totalidad del hombre y lo configuran a Cristo.
a) Obediencia activa es la ejecución creativa y responsable de las directivas de la
Iglesia: hacer lo que se nos pide hacer, con seriedad de compromiso, asumiendo un
proyecto para llevarlo a término en las circunstancias concretas.
El sacerdote es enviado a una parroquia para que ponga en juego las directivas de la
Iglesia, que son las del obispo, de los concilios, de los sínodos, cuanto la tradición y la
disciplina le ofrecen. Pero la ejecución exige creatividad y responsabilidad para con las
personas. Muy diferente es la responsabilidad del funcionario que puede limitarse a ejecutar
ciegamente una orden, sin preocuparse mucho por las consecuencias.
La obediencia del sacerdote es más delicada, más rica de humanidad. Es verdad que
hay situaciones en las cuales se querría escoger una solución y, en cambio, hay que escoger
el parecer de la autoridad eclesiástica; no obstante, la opción se realiza con espíritu
confiado y colaborativo, no siguiendo la disposición por despecho sino tratando de entrar
en la intención salvífica, amorosa, de quien la propone. El funcionario puede muy bien
ejecutarla por despecho.
En cambio, la obediencia que entra en el misterio de la obediencia de Cristo se
preocupa siempre por las personas, por el resultado. De pronto, sufre una división interior,
pero con amor y buscando adaptarlo todo a lo mejor.
La obediencia que deriva de la reverencia supone, pues, que si ha sido dada una
directiva, debe haber un motivo salvífico profundo y, por lo mismo, hay que buscar
ejecutarla con sencillez de corazón.
Caridad pastoral
— ¿Cómo podemos definir la caridad pastoral y qué conlleva?
Me limito a sugerirles una reflexión que pueden profundizar partiendo de la
experiencia de Moisés, tal como la releyó Esteban.
Se presenta a Moisés siguiendo una sucesión cronológica de su vida, y cada etapa dura
cuarenta años. En los primeros cuarenta es educado y formado en Egipto y sale de ellos
"poderoso en palabras y en obras" (Hch 7,22). En los cuarenta siguientes se lanza y se gasta
por sus hermanos; luego, desilusionado y amargado, huye al desierto (ver Hch 7,23-29). En
la tercera cuarentena, Moisés escucha la voz de Dios que lo llama y se pone al servicio de
los hermanos (ver Hch 7,30-39).
— La respuesta que propongo es la siguiente: la caridad pastoral es la caridad
ejercitada por Moisés en los terceros cuarenta años de su vida.
Mientras en los primeros recibe una formación en la sabiduría de los egipcios
recibiéndolo todo en forma teórica y creyéndose docto, en los segundos se lanza a la reyerta
por iniciativa propia y, al final, se desanima y huye a esconderse, en los terceros, en
cambio, hecho sabio y humilde por las vivencias que había tenido, escucha la voz de Dios
que lo llama.
Subrayo especialmente el ν 34, cuando Dios dice: "He visto lo que sufre mi pueblo en
Egipto, he escuchado su gemido y he bajado a librarlos. Ahora ven acá, que te voy a enviar
a Egipto". Dios es quien actúa, quien ha visto la postración de su pueblo, quien desciende y
comunica a Moisés su misericordia para con
Israel. Nace aquí la caridad pastoral, que no es el impulso, experimentado por Moisés, de
dar muerte al egipcio que maltrataba al hebreo. Claro que era un impulso generoso pero no
fue seguido y el pueblo no lo apreció.
Quién ora
1. El sujeto que ora es evidentemente el hombre lleno de Espíritu Santo.
Hemos visto que esta plenitud, indicada como característica del postrer momento de
Esteban, había sido ya anticipada en él con expresiones semejantes, tanto a propósito de la
elección de los siete como a propósito de él mismo. Había sido denominado lleno de
sabiduría, de fe, de gracia y de fuerza: cuatro características — sophia, pistis, chàris,
dùnamis — que se suman, a veces sobreponiéndose una a otra, para subrayar el crecimiento
de Esteban en su misión (ver Hch 6,3.5.8).
¿Qué indican los cuatro términos?
— Tomando el término sabiduría como fruto de toda la reflexión veterotestamentaria
de los sabios hasta la sabiduría de los perfectos de la Primera carta a los Corintios, se puede
describirla como don de quien sabe intuir la presencia de Dios en el marco del camino
histórico del hombre.
Sabiduría es el don del Espíritu que sugiere al hombre no determinar sus coordenadas
en la historia basándose simplemente sobre hechos y fechas, sino contemplar todo el cuadro
para poder captarlo en relación con la llamada y designio de Dios.
Es sabio el que intuye la historia humana como parte de un designio de salvación. Ese
altísimo don corresponde a una gracia particular que Dios da también a personas
sencillísimas.
— La fe de Esteban, ubicada en un contexto de milagros, de curaciones, de obras
extraordinarias, no es directamente fe teológica sino práctica, propia de quien siente
fuertemente que Dios, en una situación determinada de la vida, está obrando por él con
poder. Es la gracia que les hacía falta a los nazaretanos (ver Me 6,1-6): ellos creían en Dios,
pero no pensaban que su amor obrara por ellos en esas circunstancias. Carecían, pues, de la
capacidad de presentir que el Señor ama aquí y ahora, carecían de la confianza práctica en
él en las circunstancias inmediatas de la existencia.
El don de la fe de Esteban, por el contrario, consistía en la certeza de que, a pesar de su
indignidad, Dios obraba a través de sus manos, mediante su oración y su unción de los
enfermos.
—A ésta se añade la gracia (chàris), que traduce la realidad veterotestamentaria de la
hésed divina, de la gracia misericordiosa de la alianza. Esteban vive su posibilidad de
ayudar no como autosuficiencia, sino como don de Dios que ha tenido misericordia de él y
la tendrá, por tanto, de los otros.
—La gracia se expresa en energía (dunamis), es el sentido práctico para pasar a la
acción, para obrar y hablar.
Cuatro características que en su conjunto nos ofrecen la figura de un servidor de los
hermanos en el cuerpo y en el espíritu, iluminado, ardoroso, eficaz, lleno de confianza, y a
la vez, humilde, sin orgullo, no pegado de sí mismo, sino abandonado tranquilamente a la
acción divina.
Para comprender mejor la plenitud de Esteban, podemos compararla con la de María, a
quien le dice el mensajero: "El Espíritu Santo bajará sobre ti, y la fuerza (dunamis, energía)
del altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35). Aquí no se habla de plenitud sino
precisamente de estar cubierta, sumergida en la nube gloriosa que representa la
superpotencia de Dios operante en la historia y en su vida. La Virgen sabe que todo esto es
un don y podrá exclamar: "Mi alma proclama la grandeza del Señor... porque ha hecho
tanto por mí... Su brazo interviene con fuerza (energía operativa)" (Lc l,46ss).
2. También en la oración sobre los ordenandos se pide para ellos la plenitud de
Espíritu Santo. De esta brevísima fórmula, quisiera subrayar tres características:
— Tratándose de una oración, el obispo se limita a interceder. No es, pues, la fuerza
de una acción humana la que se pone de manifiesto, sino la debilidad de una intercesión.
No todas las fórmulas sacramentales son oración en este sentido. Por ejemplo, en la fórmula
de absolución del sacramento de la penitencia, se expresa un hecho, una realidad en que la
Iglesia reconcilia en virtud de sus poderes.
Aquí, en cambio, se apela al pode - divino y de parte nuestra se requieren la fe, el
abandono, la acogida.
— Es una oración cuyo objeto directo es el Espíritu: "Envía sobre ellos el Espíritu
Santo". Calca directamente el adviento de María. Se invoca la plenitud de la energía divina,
no cualquier don en particular.
— Y se la invoca a fin de que "los fortifique con los siete dones de tu gracia, para que
puedan cumplir fielmente su ministerio".
La plenitud del Espíritu culmina en un complemento ministerial, un servicio a través
de dispensación del arco iris de los dones, de toda la escala de la sensibilidad y potestad que
la expresan. Como tal es recibida.
Las especificidades del servicio derivan, pues, de la riqueza de abundancia interior, de
creatividad, de alegría, de júbilo, de serenidad, de habilidad interior, de capacidad frontal,
que evoca el Espíritu.
que son las primeras oraciones que dirige a Jesús un cristiano que no ha sido discípulo de la
primera hora. Es verdad que los discípulos de Emaús se habían dirigido al maestro, pero se
trataba de una oración aún en la oscuridad. Esteban es el primero que actúa en la claridad
plena de la resurrección.
— "Señor Jesús, recibe mi espíritu" (Hch 7,60). El objeto de esta oración se refiere a él
mismo, y significa en el fondo: Señor, te entrego mi vida, me ofrezco. Hay una actitud de
humildad en el hecho de que Esteban implore ser oído. La ofrenda va sobreentendida en la
acción que se realiza.
Y pide que sea recibido con esa plenitud de don con que Dios lo ha creado y recreado.
Es la oración de Jesús en la cruz: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46),
y Juan, en su evangelio, la interpretará en el sentido de que Jesús devuelve al Padre el
Espíritu y lo da a los hombres.
— "Señor, no les tomes en cuenta este pecado" (Hch 7,60). La segunda oración de
Esteban mira a los demás y es igualmente sublime, porque no brota de una humilde
reflexión del hombre, sino de una contemplación de identificación con Jesús crucificado, de
una contemplación intensa de la cruz. Recordemos que san Carlos Borromeo pasaba largo
tiempo en esta contemplación de la cruz, que para él era inspiradora de toda acción y
decisión.
Esteban ha contemplado largamente la muerte de Cristo, ha entrado profundamente en
identidad de sentimientos con el corazón de Jesús, y puede, por tanto, repetir con él al
Padre: No me mires a mí, míralos a ellos, no te preocupes por mí, preocúpate por sus
debilidades, pobreza, ten piedad y perdona, acoge mi vida en favor suyo.
Las dos oraciones tan cortas y conmovedoras, auténticas, trasparentes, son en el fondo
la oración de la caridad pastoral, que mira a sí mismo y a los demás, a nosotros y a los que
nos rodean, y que alcanza su momento culminante en la ofrenda de nosotros mismos.
A nosotros nos es dado pedir incesantemente el don de esta oración apostólica. No se
nos pide hacer un poderoso esfuerzo de identificación (que podría ser un esfuerzo poco
realista de fantasía), sino decir: "Señor, reconozco que estoy lejos de la actitud de Esteban.
La admiro porque es la tuya en la cruz, e imploro de ti el don del Espíritu que me llevará a
donde quieres, me hará caminar por esta vía y me llevará a la situación que has dispuesto
para mí".
Oremos, hoy y en los días siguientes, unos por otros, en la convicción de que un
sacerdote llega a la madurez de la contemplación cristiana cuando acoge el don de la
oración de la caridad pastoral.