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Ninguno de nosotros puede decir que merece una entrada

directa al cielo. La invitación a tomar parte en este banquete


depende sólo de la generosidad y amor de Dios. Sin embargo, sí
depende de nosotros el aceptarla o no; y Él siempre, siempre,
respeta esa decisión. Toda decisión lleva consigo sus
consecuencias, los que rechazan la invitación no volverán a ver
más a su rey y quién la acepta debe de llevar un traje de bodas.
Aun así, su mensaje es, y siempre será, una invitación y no una
imposición.

Dios está como un mendigo a la espera de que nos demos


cuenta de cuanto nos ama, para que, una vez que tomemos una
decisión y nos pongamos el traje de bodas, pueda tomarnos en sus
brazos y conducirnos al banquete eterno.

Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero": dice


"bodas" porque Jesús es el esposo de la Iglesia- esta invitación
nos llama a experimentar la íntima unión con Cristo, fuente de
alegría y de santidad. Es una invitación que alegra y juntos
empuja hacia un examen de conciencia iluminado por la fe. Si,
por una parte, de hecho, vemos la distancia que nos separa de la
santidad de Cristo, por la otra creemos que su Sangre viene
"esparcida para la remisión de los pecados".

Todos nosotros fuimos perdonados en el bautismo y todos nosotros


somos perdonados o seremos perdonados cada vez que nos acercamos al
sacramento de la penitencia. Y no os olvidéis: Jesús perdona siempre. Jesús
no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir
perdón.

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