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El siguiente documento hace parte de una encuesta realizada por la revista Universidad
en el año 1928. La revista había sido creada y era dirigida por Germán Arciniegas, un
líder estudiantil muy importante de la época. Entre sus novedosos proyectos, el joven
Arciniegas decidió realizar una encuesta sobre la “situación de la mujer”. De las
numerosas respuestas que publicó la revista, seleccionamos la siguiente, firmada por
una mujer que prefirió ocultar su identidad, como muchas otras, detrás de un
pseudónimo, “Demodée”. El artículo apareció en el Número 97, del 1 ro de septiembre de
1928.

Encuesta femenina de Universidad

Cuestionario:
¿Qué reformas querría usted, señora, ver implantadas en nuestra república sobre la
situación de la mujer: ¿1) en la instrucción; 2) en el matrimonio; 3) en la política?

Contestación de “Demodée”
Ignoro si la interesante encuesta dirigida a las damas colombianas en la notable revista
Universidad, y cuya iniciativa se debe al señor doctor Luís López de Mesa, apóstol de
toda cultura y de los derechos de la mujer colombiana, sea únicamente para las jóvenes,
ya que las de las generaciones pasadas sólo podemos aspirar a que realicen sus ideales
de cultura las que –por dicha para ellas- han abierto los ojos en un medio y época
propicios a desarrollarlos.

Ya que hoy, desde los niños colaboradores de la página infantil de El Tiempo, hasta las
muchachas modernas, no sienten empacho ni temor en emitir sus ideas y opiniones en
letras de molde, que a todos alcanza la comezón de coger una pluma para
exteriorizarlas, me atreveré –aunque con el natural temor de mi ignorancia- a “echar mi
cuarto a espaldas” sobre los asuntos, o más bien, problemas planteados en la encuesta.

Cualquiera manifestación de independencia espiritual de la mujer que tuviera el valor de


opinar apartándose de la rutina consagrada en el siglo pasado –en provincias, sobre
todo- era mal acogida por el padre, el marido, los hermanos y hasta por los hijos.

Conocí en mis tiempos y en mi patria chica muchas familias en que las mujeres eran
superiores a sus hermanos por el amor al trabajo y por la inteligencia. A éstos, los
padres, sin omitir sacrificios, enviaban a la ciudad capital a estudiar y doctorarse,
dándoles así armas para luchar en la vida. Las mujeres, recluidas en el hogar, no
recibían otra instrucción que la de coser, ayudar a la crianza de los menores y trabajar
en los quehaceres materiales de la casa; por única diversión, y casi siempre a
escondidas, leer novelitas de Fernán Caballero, Trueba, doña Faustina Sáez de Melgar,
etc., y como gran regalo, “El sitio de la Rochela” y “Matilde o las Cruzadas”, porque
todo en ese tiempo era pecado para las muchachas, las cuales no tenían otra aspiración
que casarse –no importaba con quién- en la esperanza de independizarse, de mejorar de
condición. Ellas, con su inexperiencia de niñas –literalmente niñas- no reflexionaban
que el trabajo se les había de duplicar, las obligaciones y responsabilidades serían
superiores, y que el yugo del marido es más fuerte, más absoluto, porque así como “la
mujer lleva en su corazón un niño dormido,” el hombre oculta –casi siempre- en su
pecho, un déspota despierto. Y las que, por su mala suerte, según ellas, no se habían
podido uncir al santo yugo, no les quedaba otro camino, a la muerte de sus padres, que
ingresar a un convento, si afortunadas, o arrimarse al hogar de un cuñado o cuñada para
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servirles hasta que Dios fuese dispuesto de llevárselas. Porque los hermanos, después de
aprovechar la hacienda del padre –si la había- o su propia instrucción, se casaban y nada
más querían ver con ellas.

Las que hemos asistido al cambio efectuado en nuestro país desde el último tercio del
siglo pasado [siglo XIX] hasta hoy, tenemos derecho de congratularnos por el adelanto
en la instrucción de las nuevas generaciones. Ya los niños estudian con alegría, porque
en escuelas y colegios hallan estímulo y dulce trato; los métodos modernos que
fortifican el cuerpo abren las alas del espíritu; porque la violencia y el temor que
desarrollaban la hipocresía y el miedo, son sustituidos por el cariño a sus profesores y la
confianza en ellos, por la independencia de carácter, por la alegría, en suma, del vivir.
Se acabaron felizmente los tiempos en que los niños de ambos sexos, temblando a la
expectativa de los castigos corporales, tenían que recitar de memoria sendas páginas del
“Libro del Estudiante” de J.J. Ortiz, de historia sagrada, etc.

Pero éstas son ya viejas historias que, aunque deficientes todavía, la cultura intelectual
de la mujer seguirá avanzando a la medida de su ambición e inteligencia. Ella quiere,
con justo título, abreviar en las fuentes del saber, independizarse por el trabajo y el
estudio, llevar a su hogar los conocimientos indispensables para saber educar a sus hijos
–porque el cultivo intelectual no le impide, antes le es necesario- formar sus corazones
en la virtud y en la moral cristiana, ni velar por su salud y desarrollo físicos, con las
nociones de medicina y de higiene, cuya ignorancia ha causado tantos desastres. Y
como el adagio lo dice: “lo que la mujer quiere, Dios lo quiere”; si obra con la tenacidad
que acostumbra, la veremos muy pronto en la universidad.

Derechos civiles –Hace ya muchos años –en mi primera juventud- tuve la dicha de leer
y comprender un libro que la eminente abogada española, doña Concepción Arenal,
escribió sobre las leyes de su país, en esa época, y que trataba de los derechos o no
derechos civiles de la mujer. Y dije placer, porque sus ideas y comentarios estaban de
acuerdo con mi rebeldía, por la opresión espiritual a que las leyes, prejuicios,
tradiciones y costumbre, sujetaban a la mujer de raza española, y de pensar, por la
convicción de que nunca alcanzaría a ver la aurora de una redención para las que por
fuerza tenían que pensar, sentir y obrar con la pauta que les imponía una sociedad llena
de prejuicios sobre la educación y deberes femeninos.

Mucho más tarde me impuse con sincero alborozo de la noble campaña iniciada por el
distinguido representante doctor Fernández de Soto en pro de los derechos civiles de la
mujer casada, facultándola para disponer de sus bienes: proyecto que, a pesar de su
innegable justicia, fracasó en ese entonces en las cámaras, por motivos que ignora la
justicia. Hoy cuenta esa idea con muchos partidarios, y esa reforma del código será
felizmente un hecho tarde o temprano. Pero... creo que pasará mucho tiempo para que
pueda ser adoptada sin tropiezos. Hay tantos factores que se oponen siempre al cambio
de costumbre arraigadas en la sociedad; un ejemplo: un marido que al casarse no haya
tenido otra mira que el hacerse a la fortuna de la mujer que ha elegido, si ella se opone a
la venta de una propiedad, porque tiene la convicción de que su compañero es un inepto
o un jugador, etc., éste, haciendo uso de su autoridad, primero con buenos modos y con
la violencia después, la obliga a ceder, para evitar malos tratamientos y el escándalo,
cuyas consecuencias recaerán sobre ella indefectiblemente, pues la sociedad siempre
hace responsable a la mujer, a quien no perdona nada ni nunca.
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Por desgracia, la mujer de nuestro país no está suficientemente preparada para manejar
sus bienes. Cuántas viudas no han sido arruinadas hasta por sus propios hijos,
ensayando negocios para protegerlos, por la ignorancia en que las tuvieron sus esposos,
sin darles jamás cuenta ni explicarles nunca sus proyectos y negocios, considerándolas
como muñecas de adorno, como seres inferiores e incapaces. […].

Matrimonio- No creo que el divorcio llegue a establecerse en nuestro país, porque las
consecuencias recaerían sobre los hijos, y la mujer colombiana es, ante todo, madre
amorosa, tierna y abnegada. Además, el divorcio está condenado por la iglesia y todas
nuestras mujeres son católicas, apostólicas y romanas.

La separación decretada por la iglesia, en casos justos y excepcionales, sería suficiente


para la salvaguardia del hogar: y si la mujer está preparada por la instrucción para el
trabajo, puede hacer las veces del padre para sus hijos, cuando éste no sabe cumplir con
sus deberes, o antes bien, les da, con su mala conducta, un funesto ejemplo.

Derechos políticos- Que sigan las jóvenes trabajando para adquirir una ilustración
sólida, para ver realizadas sus aspiraciones de independencia espiritual y económica,
para ser las verdaderas compañeras del hombre en sus trabajos intelectuales y de todo
género, para poder iniciar a sus hijos en el camino del estudio, para formar su carácter y
corazón, y que las que pretendan doctorarse en las facultades universitarias no
encuentren obstáculos si sus capacidades e inteligencia se los permiten; pero que dejen
la política para los varones, porque lo que sí les haría perder su feminidad y dulzura
sería mezclarse en las luchas electorales, apasionadas y fuera de lugar para ellas, por su
innata delicadeza y virtudes femeninas. Ellas no votarían sino por los que –según lo dijo
ya alguna dama- les insinuara su padre espiritual o el director de la congregación a que
pertenezcan. Que no pretendan ocupar asiento en los congresos y asambleas. Que dejen
a los hombres, únicamente a ellos, dictar leyes hoy para derogarlas mañana, y con ellas
hacer la felicidad de la patria… y la suya propia.

Y aunque esto va largo, no dejaré, por último, de darles un consejo: tengan el valor de
afrontar las críticas, por sus actividades, de los jóvenes pedantes para quienes la mujer
instruida es siempre una marisabidilla, una bachillera, etc., los cuales no acaban de citar
a Schopenhauer en aquello de “la mujer es un animal de cabellos largos e ideas cortas”
y hasta traen a veces a colación lo que aquel concilio de prelados medioevales que
trataron de negarle el alma a la mujer, a pesar de sus madres y de María de Nazaret.

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