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FISICA Y QUIMICA

no desearía ser más veloz


ni más vivaz que ahora si estuvieras junto a mí Oh tú
fuiste el mejor de todos mis días

(Frank O’Hara)

En el mundo de la ficción hay historias buenas, hay malas y hay también regulares
(la enorme mayoría). Hay unas pocas obras maestras. Pero más extraño aún es
encontrar piezas donde la química entre los personajes, la pareja protagónica,
traspase la pantalla, el tiempo, y a la propia historia. Desbordando incluso aquella
oda de Suede al amor joven en “The Chemistry between us”: And maybe we're just
kids who've grown/ And maybe not/ And maybe when we're on our own/ We
don't have much. Normal people (Hulu/BBC Three), la miniserie dirigida por el
veterano Lenny Abrahamson y basada en el libro homónimo de Sally Rooney
que también coescribió el guión, es quizás (maybe) más. Mucho más. Normal
people es mi obsesión dice Carolina Amoroso y no podemos más que acordar con
ella. Un fenómeno que escapa al vulgar fanatismo y que se transforma en una
obsesión creciente. En ese regusto por lo épico de su cuento. Porque es tanta la
euforia y el entusiasmo que provoca esta serie luminosa como pocas, que uno no
puede menos que recomendarla con una vehemencia desaforada. Vean Normal
People y sean muy felices. Van a pasar los años y se va a seguir hablando mucho de
esta miniserie de 12 episodios ninguneada recientemente en los Emmy's y de sus
dos protagonistas (la dulce y delicada Daisy Edgar Jones, y un irlandés caradura
llamado Paul Mescal que debuta en esta serie). Daisy es Marianne: bella, rebelde,
inteligente y frágil. Paul es Connell, un gigante con alma de niño. Mezcla de Yeats y
de John Wayne. Poeta en gestación; grandote sensible y noble al que le cuesta
expresarse.

Hay en esta miniserie cierta similitud con la inolvidable “Un amour de jeunesse”
(Un amor de juventud, 2011) la película francesa de Mia Hansen Love. Y es que
Normal People sería algo así como la versión británica de aquella. Con su estilo
poético, su estética celosa y su visión de mundo luminosa y melancólica. Connell y
Marianne (los amantes de Sligo) podrían ser los Camille y Sullivan (la pareja
inolvidable de UADJ) irlandeses. Como decía la propia Daisy Edgar Jones tomamos
historias como Blue Valentine (2010) de Derek Cianfrance (otro film
inolvidable) para inspirarnos a la hora de interpretarlas. Para mas, esa
concentración absoluta de la ficción en prácticamente la pareja protagónica
refuerza el efecto y nos deja como espectadores levitando en una suerte de
autogoce: El einfühlung, dicen los alemanes que tienen la maestría de nominar
cada cosa. Gustavo Noriega dice que Connell y Marianne son las mejores personas
del mundo y tiene razón. Y eso en el medio de esta pandemia calamitosa vale más.
Mucho más.

Como decíamos esa decisión feliz de condensar y privilegiar el mundo interior de la


pareja protagónica nos lleva a esta suerte de radiografía amorosa, todo un hito, en
lugar de la ficción corriente, de la trama teleológica perfectamente articulada que se
pierde y queda solamente en la anécdota.

Pero Normal People, con su minuciosa psicología y una historia que parece simple
pero que es grande porque además tiene en sus capas una intertextualidad
poderosa, donde por momentos la fábula novelada tiene esa sensibilidad a la Jane
Austen, sensibilidad por esas historias de amor intrincadas, que superan mil
barreras y estragos, barreras y estragos que también están presentes en el glorioso
Charles Dickens porque, a grandes rasgos, su fabula moderna está también
presente aquí como una Grandes esperanzas remixada. Así y todo la serie también
tiene la virtud de abandonar ese punto de vista univoco, punto de vista que
podríamos denominar vulgarmente asociado a lo masculino (Dickens) y a lo
femenino (Austen) y suplantarlo por un punto de vista compartido entre los dos
amantes que es bastante más poderoso en su efecto, logrando por momentos
invertir ese rol asignado y provocar lo paradojal: es Connell el del conflicto interno,
el que tiene que luchar en silencio por ese amor austiniano, el que por momentos
hace todo el esfuerzo a pesar de sus errores y es Marianne la del derrotero físico y
de la que a fuerza de golpes y peripecias logra por fin esa felicidad conjunta: ese
cenit dickensiano. Marianne y Connell se extrañan. Se anhelan. Así, cuando no
están juntos somos testigos de cómo ambos sufren enormemente. De cómo se
sienten completamente desamparados, enmascarando con lo que tienen a mano su
carencia. Y el conflicto y los malos entendidos que se generan -en los momentos
cuando por fin logran encontrarse- producen en los dos una ansiedad tortuosa que
a veces se resuelve de la peor manera. ¿Por qué no podemos ser felices? ¿Por qué no
podemos animarnos a serlo? Es lo que también se pregunta el espectador,
esperando que Connell y Marianne se animen a vencer sus propias trabas y
prejuicios. Recién cuando los personajes rompen con todas las ataduras exteriores
es que realmente pueden expresar lo que sienten el uno por el otro. Porque Connell
y Marianne se quieren, se aman, se cuidan y se desean desde el minuto uno. Las
escenas de sexo, otro protagonista de esta historia, son de una ternura y una pasión
centellante. El deslumbramiento está, la química fulgurante, la sociedad luminosa
que establecen incluso en la amistad. Con miradas y corazones que tienen dueño.
Pero hasta la decisión final y definitiva, Connell vive esa carencia con una culpa
agobiante, Marianne es la raíz de sus días más felices, pero él se siente poco y no
pretende ilusionarse manteniendo una historia de amor con la morocha
encantadora y refinada que vive en la casa donde trabaja (limpia) su madre, que es
además la chica rara del colegio (siendo él el deportista admirado y popular) y que
después se desenvuelve como pato en el agua en el prestigioso Trinity College
donde él -a pesar de sus dotes académicas- se siente un paria. Historia plagada de
desencuentros. Sí, bien melodramático. Sus escarceos breves (la mayor de las veces
mantenidos en secreto) fracasaron, quizás fruto de la inmadurez de ambos, de su
coraza de varón fuerte, y su carácter obediente y su rol de buen hijo y amigo que no
quiere decepcionar a los demás. Ella (en cambio) no tiene a nadie a quién
decepcionar, pero tampoco quiere ilusionarse con Connell, demasiado buen
hombre para su baja autoestima, demasiado noble para satisfacer su pulsión a la
autodestrucción. Demasiado poco creíble (para ella) que la felicidad esté en un tipo
común de Sligo, pueblo que ella detesta y la maltrata. ¿Cómo Ulises retornando a
Itaca será que ahí (a pesar de todo) está la felicidad? Y quizás es por todo eso que
tardan tanto en entregarse hasta que aprenden a (por fin) estar juntos. Normal
People es como una gran novela de aprendizaje en su cumulo de escenas notables
que no escatima la mirada social. “Somos felices cuando nuestro interior está
correspondido por nuestro exterior” dice Yeats (el gran poeta de Sligo) cuyo espíritu
deambula por toda la serie y que decía que la vida es una bengala roja de sueños. La
historia de amor de esta nueva generación. De chicos que se vuelven grandes
tratados con respeto, sensibilidad y belleza.

El vino entra en la boca. Y el amor entra en los ojos; esto es todo lo que en verdad
conocemos antes de envejecer y morir. Así llevo el vaso a mi boca, y te miro, y
suspiro.

(William Butler Yeats)

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