Está en la página 1de 19
la lectura, a retirarse a la sombra para resignificar Ia mirada, invitando a jugar el juego del exploracor y a refundar el humanismo. Realidades que irritaron su pensamiento y a las que tuvo que verles de cerca la cara y presenciar la concrecidn de las amenazas contra las autonomiasy la exclusién de los intelectuales del debate publico y su reemplazo por temas superficiales en los medios con personajes idem. En medio de todo eso, como un oasis 0 como un faro, cada tanto, venta Graciela Montes a abrirnos los ojos, a convidarnos. Con su presencia pequefia, st ‘yor cantarina, sti brutal resistencia, sus encantos y encantamientos, su ilusién inclaudicable, Necesaria Hoy tanto como en mi lejana infancia. Estamos encantadas de conocerte, Graciela Montes, Fabiola Etchemaite Decent ento Unie Nacional selComahue, gt deste 1986 Inte erated 40. ELOGIO DE LA PERPLEJIDAD EN EL CoMIENZO [ue el Caos, Eslo que dice la cosmo- ¢gonia de la mayor parte de los pueblos que se fabrica- ron una. “Hay una cosa formada confusamente, na- cida antes que el Cielo y la Tierra, Silenciosa y vacia, Esta sola y no cambia, gira y no se cansa. Es capaz de set la madre del mundo”. Eso dicen los chinos (al me- nos es lo que decia Lao Tsé). Otros pueblos hablan de “maleza impenetrable” o de “gran huevo”, Los griegos le pusieron el nombre de Caos —literalmente, “bos- bostezo abismal o Gran Bostezo. Hesfodo, el encargado de poner disciplina y método en la vieja a5 cosmogonia, describié con alguna precision esa espe- cie de Big Bang, ese tremendo acontecimiento por el ‘que el Caos comenz6 a ser Cosmos. Para eso, dialécti- camente, ech mano de un segundo principio, o me- jor dicho una pareja, constituida por Gaia, la Tierra paridora, la del ancho vientre, y Eros, el mas bello y enervante de los dioses. Por un lado y el primero de todos, Caos, el Total, el Oscuro, que da nacimiento a Erebus (las Tinieblas) y Nyx (la Noche negra). Y, por otro lado, empezando a ser junto al Caos, un poco después que el Caos, pero no sus hijos en realidad, Gaia y Eros, algo asi como la Tierra Enamorada, de la que naceriin, tarde o temprano, todos los dioses. Aristéfanes, en su comedia Los péjaras, hace una interesante “correccién’” satirica a esta cosmogonia oficial acercdndola masa la variante 6rfica. Es un par- lamento del Coro en el que se niega el doble principio. No hubo sino Caos en esos oscuros comienzos, dice el Coro de péjaros. “Primero fue el Caos, y las Tinieblas ylaNoche, yl Pirtaro inmenso y triste, pero ls Tierra (Gaia) no estaba, niel Cielo niel Aire”, Pero, sigue di- ciendo —cito el pasaje, que es muy bello—: Sucedié que la Noche emplumada puso un huevo, nact- do del remolino, ¥ de ese huevo, con el correr del tiempo, inacig el Amor, l seductor, el brillant, el aude, on sus plumitas de or, él mismo un remolino refulgete y cen feleante. Y el Amor, fundiéndose con Cas el Sombrio, en el viene del Tértao inmenso, nos empell6« nosotros —coneluye el Coro, a nosotros, ls pijars, que somos por o tanto los primoggnitos, los nacidos dl Amor prime 10, los mis viejo, anteriores ala Tierra yal Ciel y al Mar ya todos los Dioses Inmortales. Voy a quedarme con ese “huevo arremolinado” de Aristofanes, menos solemne pero, por otra parte, muy patecido a tantos otros “huevos primordiales” de que dan cuenta las viejas cosmogonfas, y tan semejante ademas a las imagenes de las “galaxias remolino” que describen los astrénomos contemporineos. Un hue- ‘vo que todavia no es, pero esta por empezar a ser. He elegido, ya ven, una puesta en escena césmi- ca para nuestro cotidiano, contante y sonante plan- teo en torno a la lectura, No es una eleccién ociosa y confio en que a la larga resulte justificada, Por ahora permitaseme recordar el Caos nada més, dejarlo ahi suspendido, como bostezo abismal, prefiado, si, pero ain no parido. ‘Vuelvo al mundo. 6 Estamos todos muy preocupados por la desapa ricidn o la crisis o el debilitamiento progresivo de Ia préctica de la lectura. Eso por un lado. ¥ a eso se ssuma Ia preocupacién por el libro también, el no sa- ber si serd reemplazado definitivamente, o no, por al electrdnico, o por el texto on line o el cedé. Y esti también la preocupacién por los posibles rescates, en los que no nos ponemos de acuerdo, tal vez porque los intereses no son siempre los mismos. ¥ todas estas preocupaciones, para colmo, dentro de una sociedad ‘que se globaliza y parece otra vez volverse huevo. Un remolino que gira y; al girar, parece it despidiendo hacia los margenes abismalesa millones y millones de humanos que, sin embargo, quieren sentirse cosmos, que son cosmos y merecedores de lectura (al menos segiin nuestra manera de ver las cosas, la de nosotros, Jos que estamos aqui adentro, que tal vez constituya- ‘mos un nuevo Coro aristofinico, no de pajaros sino de lectores). Arrebatados por ese vértigo general, tendemos a pensar todas nuestras cuestiones a la disparada y lanzindonos hacia el futuro. ;Qué ha de pasar? ;Se seguir leyendo? ,Qué se leer’? ;Quiénes leerin? 3Cémo leerdn los que lean? ;Qué pasard con las obras que nuestra cultura lleva acumuladas? ;Se perderd lo que llamamos “cultura occidental”? ;Se convertird en elculto de unos pocos? ;¥ las mayorias, entonces, qué leerdn? sCambiara el concepto de “obra” tal come lo conocemos, y por lo tanto el de “autor”? ;Qué géne- 105 de los lamados literarios sobrevivirdn a la gran transformaci6n (si es que sobreviven), la poesia, el cuento, la novela? Bastard el sustento de la palabra? AY en qué se sustentaré la palabra a su vez, dénde en- carnaré? ;Cuél ser‘ la fiecién de los nuevos tiempos? sCémo se construiran y debatirén las ideas? Y jay! tuna més: ;tendra sentido, en medio del vértigo, hacer lo que hacemos en este mismo momento, sentarnos a hablar de lectura? Todas estas y muchas preguntas més —el solo formular preguntas podria resultar un ejercicio ex- celente— nos producen tamaia conmocién, tamaiia ansiedad que de pronto todo parece precipitarse en un remolino confuso. Sin asideros ademas, porque, a cada nueva pregunta, el escenario se sacude nue- vamente y nuevamente gira y nos deja ahi, descon- certados y manoteando el aire. Todo parece ponerse en cuestidn a cada instante, y el sentimiento que nos embarga, mezcla de desaz6n y parilisis momenténea BLOGIO DE LA PERPLE;IPAD 9 y electrizante sorpresa, es el de perplejidad, Estamos, de veras, perplejos. Y no sabemos hacia donde ir ni a qué aferrarnos. Este rato de charla tiene para m{ un tinico pro- pésito: salir en defensa de la perplejidad. Demostrar, si puedo, que la perplejidad es algo elogiable, bueno, y preftado, aunque todavia no parido, algo asi como el estado de animo del caos. ¥ el comienzo de toda lectura. Tal vez no estemos tan mal parados para “leet” lo ‘que nos esta pasando, puesto que estamos perplejos. ‘También yo lo estoy, y seguramente no lo estaré ‘menos cuando termine de leer esto. Tampoco ustedes estaran menos perplejos por escucharme pensar en vor alta. Sélo espero que, al concluir, nos sintamos todos mejor dispuestas a aceptar esa perplejidad no como un mal sino como un bien, como el gran huevo que es, de donde nacerén significaciones nuevas, Voy a relatar muy brevemente cémo fui llegando a esta reivindicacién de la perplejidad. El particular camino de mi pensamiento no tiene en si ningtin va- lor especial, pero sus idas y vueltas, sus laberintos, y cLauxilio que le fueron prestando otros pensamientos mucho mas contundentes —auxilios que en realidad nunca tomaron la forma de un camino trazado sino, otra vez, la de nuevos laberintos— pueden servir para reflejar, de alguna manera, ese movimiento de la per- plejidad que me he propuesto defender aqui, La primera vez que se me aparecié la cuestién de la Jectura, la pregunta acerca de la lectura, no fue en mi calidad de lectora (en tanto lectora, a lectura era para ‘mi algo natural, nunca me habia parecido un proble- ‘ma}, sino, paradgjicamente, en mi calidad de escrito- ra, en particular de escritora de libros para nifios. Fue en ese cardcter que recibien pleno rostro por primera ‘ver la famosa pregunta —falsa pregunta, en realidad, oafirmacién disfrazada— acerca de por qué los nifios no een, © por qué ya no leen (entiéndase “ya no tan- to como antes”). La pregunta suele ir acompanada de tuna escenita de contrariedad que incluye algin mo- hhin compungido, un movimiento apesadumbrado de cabeza: por qué sera que ya no leen, ay, pobrecitos, qué barbaridad, qué pena la enfermedad que los aqueja, Una pregunta incémoda, que olia a mentira, pero que de todos modos siempre llevaba la batuta. Se la pda negar, escamotear, replantear, pero, en tiltima instancia era la pregunta que mandaba. Me Hlevé algiin tiempo entender hasta qué punto esa pregunta habia resultado eficaz para ocultar fa verdadera cuestién detrés de un falso decorado. El primer plano lo tendrian los nifios, Los nifios, como buenos chivos expiatorios que son —siempre lo han sido—, se harian cargo de las pérdidas de los adul- tos. Ellos, que no tenfan una reputacién que defender, purgarian el crimen. Con Ia valiosa ayuda de algunos pensamientos muy claros —el de Marc Soriano, que me enseiid a historizar y a contextualizar los temas, el de varios psicoanalistas, Winnicott sobre todo, e! de Jos histo- riadores de la infancia—, y la ayuda ademas de algu- nas preguntas, esas s francas y frescas, de mis lectores nifios que querian saber por qué me gustaba tanto leer ‘cuando era chica (;por qué serfa?) y como fue que me metia escritora (tienen razén, jc6mo fue que me meti en esto’), pude correr de lugar la cuestidn (s6lo para iy en mi propio pensamiento hubo corrimiento; los entrevistadores improvisados no se movieron un dpi- ce y aun hoy siguen repitiendo, con céndida estupidez, la misma cantilena) Algo sucedia en torno a la lectura, puesto que to- dos se preocupaban casi etnogrificamente por ella Seria una prictica en peligro de extincién? Habia algo sobre lo que redlexionar, pero no pasaba puntualmente por Jos nifios. Tena més bien la forma de una paradoja hist6rica: la cultura escrita habia al- canzado una extensidn maxima, como nunca antes en el planeta (se espera, 0 se propicia, un analfabetis- mo cero para dentro de quince aos), pero ese triunfo, con el que habian sofiado educadores y revoluciones, se producia, al parecer, en medio de un creciente des- interés por la lectura. Para cuando estuve en Madrid, a fines del 98, se ‘me habia hecho muy evidente la pérdida de la sig- nificacién social de la lectura. Vela que la lectura no ‘ocupaba tun lugar en el imaginario colectivo como el ‘que antes habia ocuupado, o al menos el que habia ocu- pado en ciertos lugares del planeta y en ciertos secto- res sociales. Comparaba esta situacién de hoy con la de otros momentos histéricos en los que la lectura sf habia sido significativa, habia representado un gesto social fuerte, incluso un desafio y hasta una transgre- sién. Digamos momentos en los que los que lefan sa- bian que estaban leyendo y sabfan lo que hacfan cuan- do estaban leyendo. Esta contextualizacin social dela ‘cuestidn dela lectura —que cobré nuevo sentido para m(a partir della lectura de grandes historiadores de la 3 cultura, como Roger Chartier 0 Raymond Williams 6 George Steiner— debi leerse a la haz de esa demo- cratizacién extraordinaria al parecer “desperdiciada” puesto que los alfabetizados no tenian “interés” en leer y leian sdlo lo que se vetan forzados a leer para abrirse ‘paso en la vida cotidiana, (Qué extrao y complicado parecia todo, qué desconcertante! jNo seria que habria ‘que redefinir la palabra “leer”, y “lectura’, haciéndola entrar en juego con las nuevas condiciones? ‘Al mismo tiempo traté de echar un vistazo a mi propia practica de lectura, eso que no habia hecho al comienzo, cttando la cuestidn era otra y parecia ve- nir desde afuera. Tal vez porque les seguia debiendo a mis lectores una respuesta a eso de por queé lea, y por ‘qué me gustaba tanto leer cuando era chica. Recalé en Janocion de “frontera’, un “sitio” —asociado de algu- zna manera al juego— donde yo estaba cuando leia, y ‘cuando me lefan, y también, después, cuando escri- ba. Un sitio que no era ni yo misma ni el mundo, sino otra dimensién, que en esa prictica y con esa practica se volvia habitable y acogedora. ‘También se me aparecié la nocién de enigma, de acertijo. Leer era las dos cosas. Por un lado, era sen- tirse “en casa”, habitar un sitio, y por otro perseguir algo. Habia algo de bisqueda en lo que prometia el texto, algo de promesa de revelacidn en el abrir un libro, en el intemarse en una historia, Un misterio, algo escondido. Leer no me lo resolvia —el enigma «8, por definicién, insoluble— pero me acercaba a él, ‘me permitia rodearlo, explorar sus bordes. Ademds, ‘me sentia menos sola, més acompaiiada por otros que también habian constatado su presencia y explorado. sus bordes, Esta biisqueda —busqueda sin hallazgo, en realidad—, este perenne acertijo, esta provisoria construccién de sentido que significaba la lectura para mi se me aparecia muy contrapuesta a los “ins- tructives”, ya las consignas muy precisas con que al- gunos regulaban la lectura y que parecian anular de antemano esa confrontacién con el enigma. La con- signa escamoteaba el enigma. Pero el enigma era necesario, Una cierta confur- sién, un cierto desconcierto hacfan falta, Recordando mi propio pasado de lectora, y pensando siempre en dar una respuesta honesta a quienes honestamente me preguntaban por él, tuve por primera vez la sen- sacién clara de la perplejidad necesaria, Yo, al menos, lefa desde la perplejidad. La perple- jidad era para mi mejor motor de lectura que el mé- 26 todo y la garantia. ¥, silo que me paseba a mi tam- biéa les pasaba a otros, tal vez éste no fuese un mal sino un buen momento para la lectura, a pesar de las tormentas, Motivos de perplejidad no nos faltaban, Pienso en Ia irrupcién en nuestras vidas del espacio virtual de la computadora, por ejemplo. La pantalla y todas sus asombrosas consecuencias. Anulacidn del espa- cio real. Caricter “alado” de las noticias. Y esa nueva promiscuidad —o nuevo Caos— en el que uno podia zambullirse con s6lo dasle el sia una tecla. Era para sentirse perplejos. Por otra parte, se habia producido tuna especie de inversién generacional: nosotros, los adultos, experimentados lectores, pareciamos torpes recién Hegados, y los nitios —nuestros disefpulos— daban la sensacién de ser los verdaderos expertos. Este stbito cambio de roles, de alguna manera, tam- bign contribuia a la perplefidad reinante. Y la perplejidad nos obligaba —al menos a me obligaba— a seguir pensando. Si era cierto que ‘buena parte de la Iectura futura se iba a producir ali, en el espacio evanescente de la pantalla, sno habria que redefinir “lectura” tomando en cuenta ese des- Jumbrante Nuevo Continente? No habria que releer ala luz de esa situacién nueva todo el pasado de la lectura y, a la vez, leer este nuevo presente a la luz de ‘ese pasada? Pensemos en tn cuento, por ejemplo. Un cuento habia empezado a ser en la voz del que lo con- taba, ligado indisolublemente a su lengua, al flujo de su sangre, al palpitar de sus visceras. En ese sentido estaba vivo. Pero, a la vez, era evanescente como el presente mismo, “en un punto ido y acabado”, como decia Manrique. Después el cuento habia sido letra y libro, hecho cuerpo él a su vez, ambicioso de derro- tar el tiempo. Los libros, la biblioteca, el gran triunfo de la memoria. ;¥ ahora? Ahora de pronto todo era pura descorporizacién, con una nueva memoria y ‘una nueva evanescencia. ;Cémo no suponer que esa novedad acarrearia consecuencias generales para la lectura? Como no imaginar que la lectura deberia ser “leida” de nuevo? ‘Tave la suerte de intercambiar algunas ideas con Emilia Ferreiro, pensadora muy vigorosa, y de leer Ja conferencia que dio en el Congreso de Editores que tuvo Tugar en Buenos Aires en mayo de 2000. Lo admirable de esa conferencia de Emilia Ferteiro —que se daba en un marco de panico, en el que los enviados de Microsofi Corporation, como arcangeles a8 informiticos, amenazaban a los editores tradicionales con la pronta extincida y los editores tradicionales se abroquelaban, con gesto ofendido, en sus tradiciones Iibreras— es que puso la cuestién adentro de la histo- sia, sin quitar el conflicto ni la perplejidad que genera ‘en todos, sino més bien montandose en esa perpleji- dad y obligindonos a apretar pedal a fondo. Y aqui estoy hoy, viendo si puedo pensar un poco més, 0 desde otro sitio, esta cuestidn de lalectura que, desde hace aiios, se me arma, se me desarma y se me ‘vuelve a armar de manera diferente a cada rato. Lo primero que se me aparecié fue la palabra esa: “perplejidad’. Una palabra que siempre me gust6 bas- tante, No estaba muy segura de que fuera una palabra respetable, seria, porque tenia que ver més bien con ‘un estado de énimo, una especie de “emocién intelec- tual”, Pero se me ocurrié que tal vez no fuera del todo irrelevante desde un punto de vista epistemoldgico, Tal ver fuese incluso una condicién para la lectura, ‘Todo esto me pasé por la cabeza durante la noche (pensar problemas es una buena manera de mantener el insomnio a raya). “Perplejidad” era mi palabra. De perplexus: enma- rafiado, mezclado, tortuoso, Hleno de vueltas (como ton laberinto), y del griego pleko: trenzar, rizar, anu- dar con lazos; dicese también de la voluta del humo, del repliegue del cuerpo de la serpiente, de las voces ue se entrelazan en coro y de los discursos que se tejen con palabras. Bravo por “perplejidad”, era una Jinda palabra. Lo intuido de noche en el insomnio quedaba corraborado de dfa en el diccionario. Fue entonces que se me aparecié el viejo Caos. Si todo era confuso, no habia més que apoyarse en la confusién misma. Sin intentar resolverla de un plu- ‘mazo, sino més bien dejéndose flotar en ella. Yendo y viniendo por el laberinto, yendo y viniendo por la biblioteca. Asi que empecé por el Caos. Retomé Hesiodo y Aristéfanes, los dos en edicio- res muy viejas. Hacia rato que no los leia y volvi a sentir un carifio agradecido por ellos. Tuve un mo- mento de zozobra al pensar: jay!, gy silos olvidaran?, sera posible que los futuros los olviden? Los dejé so- bre la mesa, no quise volver a colocarlos en el estante. Busqué referencias a viejas cosmogonias en enci- clopedias fisicas y virtuales, y cosmogonias nuevas en libro de Carl Sagan, donde hubo algunas image- nes —Ias de los cuadros de Jon Lomberg— que me ae hicieron pensar otra vez eri ef “huevo luminoso” de Aristéfanes, Inquietante coincidencia. ‘Me asomé apenas a los llamados “cientificos del Caos” a través del articulo de una revista de divulga- cidn y un par de capitulos del libro de James Gleick, Caos, la creacién de wna ciencia. Las primeras noticias del Caos de los cientificas me habfan legado de una ‘manera muy incidental, en la mesa, mientras cendba- ‘mos con mi familia, ya través de los comentarios de mi marido —una persona abierta a la perplejidad y Jos enigmas nuevos— y, después, de mis hijos; los tres son muy curiosos de la ciencia. La lectura de Gleick ime resulté dificil. No terminé de entender si, como decfan algunos, se trataba de encontrar cosmos en el ‘ca0s (cierta predictibilidad, algtin “disedio” en el des- orden que tarde o temprano se repetfa) o si mas bien, como decian otros, la teoria no hacia sino demostrar que todo cosmos contiene en si mismo el caos, Me parecid de buen augurio que también los cientificos, tan confiables ellos, se sintieran perplejos. ‘Navegu algunas horas por Internet montada solo en la palabra “perplejidad’, y legué a algunos sitios sorprendentes. En particular a uno, de un tal Donald Justice (nueva emocién por el juego involuntario de palabras), que se llamaba Benign obscurity (oscuridad benigna) y que trataba jde poesia! Decia: "Hay poe- mas que toman posesién de uno mucho antes de la comprensién” (¢l autor los comparaba con una sibi- ta rafaga de viento). En esos casos la comprensién (al ‘menos la analitica) quedaba suspendida en el rapto. Contaba también cémo el poeta T.S. Eliot decia ha- berse sentido apasionadamente atraido por la poesia francesa mucho antes de ser capaz de traducir una linea siquiera. Justice el “hombre justo”—- me de- cia desde la pantalla: “Creer 0 sospechar que abi, de- tras de esa cortina de palabras, hay algin significado oculto es importante, creo, para todos los lectores”. ‘Aunque, a su modo de ver, no todas las oscuridades fueran benignas; bondadosas eran las que daban se- ‘ales de que no nos iban a dejar caer en el desconsue- Jo, de que algo tenfan que hacfa que valiera la pena el esfuerzo de penetrarlas. Seguia una delicada puesta en valor de un poema de Gerard Hopkins. La “buena” oscuridad, {Una proximidad con el enigma? jEstarian esos buenos y apretados poemas en los arrabales del cosmos y, entonces, tocdndose casi con el caos, de ahi la perplejidad y el furibundo: atractivo? En ese punto —vean ustedes lo perpleja que estaba yo, cémo iba y venia por mis bibliotecas, Ja de mi casa, la de mis redes, la de mi memoria— me acordé de una cita de Borges que tuve que ir 2 corro- borar para ver sino me fallaba el recuerdo. Hice bien cen ir porgue sf me fallaba, algunas cosas me habian venido recortadas y dadas vuelta. Es una frase muy borgeana —Borges era maestro en perplefidades— que esti al final de La muralla y fos libros: 1a msica, Jos estados de felicidad, la mitologa las caras trabajadas por el tiempo, certs crepisculos ycierlos lx- gates quieren deciens algo, o alg dijon que no hubiéra- mos debido perder, o estin por decir algo; esta inminencia de una revelacién, que no se produce, es, quizs, el hecho cto, “La inminencia de una revelacién, que no se pro- duce”, a, sobre todo, era la imagen que yo buscaba Algo para entender, que nunca se entiende del todo. ‘Algo para atrapar, que nunca se atrapa. La vispera ex- pectante, que mueve al lector, lo acucia, lo hace desa- fiar el Caos y lo oscuro. jHabré un lugar para la oscura perplejidad en la prédica contemporanea en favor de la lectura? 0 ha- bré quedado erradicada por la brillante eficacia? Los argumentos que se dan en favor de la lectura suclen ser del tipo tranquilizador. La lectura da ac- ceso al saber. La lectura favorece la apropiacién de la Jengua. La lectura da a uno la posibilidad de criticar, de pensarse. La lectura ensancha horizontes, permite la polifonfa cultural, lo hace ingresar a uno a circa- los de pertenencia cada vez més amplios. Le lectura es eficaz socialmente, un excelente instrumento para otros logros. ‘Todos esos argumentos son cierto. ¥, sin embargo, lalectura es algo mds y algo mucho menos tranquiliza- dor, o tan tranquilizador como asomarse a un abisino. Ja lectura lo pone a uno frente al acertijo, Lo “perple- jea” digamos (pido permiso para un neologismo). Lo deja al borde de la inminencia. ¥ es ese acertijo, esa inminencia, esa primera oscuridad con la que uno confronta lo que lo lleva alee, justamente. Es ése el va- cio que llenar. fs el silencio que se llena con palabras. Es asi como respira la lectura, El aire no entra por st cuenta a nuestros pulmones, es el vacio que se hace en Jos pulmones el que arrastra hacia adentro el aire (to- dos los que hemos tenido crisis asmiticas conocemos el ‘misterio) ¥ com la lectura es igual. Tiene que haber un vvacio que se llenaré leyendo. Sil vaco no esta, de nada a vale empujar hacia adentro la lectura. Esa es la condi- ciGn previa. El vacto, metaforicamente la pregunta, lo ‘que no se sabe, lo que a uno le falta. Que, por supuesto, como demostraba Sécrates, es el inicio de todo saber bien parido, ya que —y ahora nos potlemos acordar de Nietzsche en el Ecce Homo— “en ultima instancia nadie puede escuchar en las cosas, incluidos los libros, nis de lo que ya sabe", Se podria decir que la lectura (en el sentido en que Ja usamos cuando nos preguntamos jquiénes son los lectores? o jqué va a pasar con la lectura?) es un perid- dico y saludable regreso al viejo bostezo desconcer- tante, al Caos, ala “inminencia del huevo". ‘Sin embargo, el argumento de la perplejidad y de la oscura necesidad de completarse de algiin modo en Io leido rara vez era esgrimido, Los argumentos que se esgrimian siempre eran otros. Mirandolos més de cerca parecia posible agruparlos en dos familias, 0 dos corporaciones: estaban Ios argumentos précticos (que insistian en lo instrumental dela lectura) y esta- ban los argumentos emocionales (que insistian en el placer de la lectura). Los argumentos instrumentales eran muy fuertes. El aspecto instrumental de la lectura era innegable. Buscar el nombre de una calle, el mimero de teléfon0 e un tal Garcia, desentratar lo que pide un formula- rio, enterarse de las noticias, leer un instructive o las contraindicaciones para un cierto medicamento eran instancias précticas en las que ser analfabeto podia acarrear feas consecuencias, ‘Que en nuestra sociedad habia un sitio para la lec- tura instrumental era sencillo de demostrar. ;Lo ha- bia para la Jectura Hamada “placentera”? a lectura habia sido una “distraccién’”, un entre- tenimiento, una actividad de tiempo libre desde fines del siglo xvuit y sobre todo en el siglo xtx, cuando se habia vuelto masiva. En alguna medida-lo seguia siendo, aunque el cine primero y Inego los medios de comunicacién audiovisuales, la radio y la telev sidn, con sus teleteatros y, ms modernamente, sus “noticias noveladas’, habjan terminado por ocupar ese lugar emocional y por satisfacer las necesidades de ficcidn de millones de personas que antes devora- ban folletines. Pero de todas formas la gente seguia hojeando revistas y devorando best sellers. Aunque habia que reconocer que se parecian tanto la postura de un lector de folletin y la de un espectador de un ‘eleteatro que uno se preguntaba si no era un poco BLOGiO DE La PERDLESIDAD 6 injusto que la idea de “lector de tiempo libre” actual se vinculase s6lo al cédigo escrito, En todo caso, tanto la postura instrumental como Ja postura placentera quedaban justificadas. Uno po- dia ficilmente imaginar un lector préctico, que deco- fica para abrirse paso en la vida, y también un lector “enganchado”, que sigue las peripecias de wna historia en un libro, como podria seguislas en una pantalla. Pero seguiria faltindonos algo. Otra postura de lector. Cuando decimos de alguien que “es tun lector” y lo imaginamos como alguien audaz y avisado, al- zado contra los discursos paternalistas o represivos, alguien inquieto, curioso, hurgador de ideas y lo bas- tante valiente para entrar sin guias de turismo en los Inberintos (como pedia Nietzsche), no parecemos es- tar pensando exactamente en un lector de instructi- ‘vos, y tampoco posiblemente en tin devorador de fo- Iletines. No porque no sea necesario saber leer un ins- tructivo para abrirse paso en la vida 0 no sea grato y feliz. devorar las peripecias de un folletin sino porque la lectura es algo més, Si ese algo mas es materia de diseminacién, transmision 0 contagio, ya se veré, Ya se verd sies posible, o no, “educar” en esa otra lectura Pero que es algo mas, parece indudable. Y ese “algo mis’, segiin mi modo de ver la cosa, no es periférico, ‘ agregado —una especie de plus— sino primario, el verdadero motor del lector auténomo. Pensando en ese lector auténomo, que se apropia delalectura, recordéalos humanistas. El Humanismo habia sido un momento hist6rico y cultural especial- mente propicio a la lectura independiente, en que la lectura —es cierto que limitada todavia alos eruditos pero a punto ya de extenderse por efecto de la im- prenta— se habia definido como una prictica audaz y en rebeldia contra los paternalismos represivos, el sitio donde se recogia toda la memoria de la especie, la experiencia de la ciencia y del arte, Ahi resolvi que llamaria a esta pequefa chara en torno ala perplejidad “Flogio de la perplejidad’”, como homenaje directo a Desiderio Erasmo de Rotterdam y su Blogio de la locura, Erasmo, en tiempos todavia escolisticos, habfa hablado de la locura, o dela tonte- ia —los ingleses dirian tal ver del nonsense—, habia hablado del Caos y le habia dado cabida, Habs dicho: “Hasta el sabio més sabio tiene que hacerse el loco para engendrar a un nifo”, jHabia sitio en nuestro mundo para una lectura “loca” y desprejuicieda, una lectura que no tranquili- BR v x za sino que ms bien desasosiega, que lo pone a uno en suspenso y en vilo? jNo tendrian razén los que se limitaban a darle un valor instrumental, practico, efi ciente,o bien el estatuto de pasatiempo? A qué tanto misterio? {Tendria sentido detenerse, como yo queria detenerme, en la “oscuridad perpleja’, en Ia vispera, anterior al para qué de Ja lectura? gCémo justificar eso que intuia? Ms lo pensaba y més claro vela que esa “otra pos- tura”, que aparecia al final —la del lector intrépido que se enfrenta con el acertijo— no era en realidad la tiltima, sino la primera y; en el fondo, las presuponia a todas. Que el deseo de penetrar un misterio venia antes que nada, incluso antes que la dlestreza. Que en realidad la lectura habia sido primero cercania con el enigma, misterio (el origen ritual de los cédigos escritos parecia certificarlo) Se lefa para revelar un misterio, aunque nunca se lo tevelara. Sélo eso po- dia explicar la historia de nuestra cultura escrta, la biblioteca de Alejandria, los pequetios y grandes cos- mos de nuestra literatura, nuestras polémicas y nues- tras utopias, nuestros teoremas, nuestros versos. Perplejo, confrontado a los enigmas, uno lee. Primero lee sefiales diversas (gestos, escenas, tonos, dichos), luego leer la escritura. Leyendo se construi- ri pequetios universos. Universos precarios, inesta- bles, que se arman y desarman y rearman sin cesar. Por eso hay que seguir leyendo. El lector es incansa- ble, va y viene, va y viene, haciendo su laberinto. La pregunta por la alfabetizacién que se hace nuestra sociedad jresponde a la pregunta por el lector pleno? La extensién de la escolaridad obligatoria, que es un hecho — incluso, aunque con muchos traspiés, va siendo un hecho en los paises mas pobres— ga qué clase de alfabetizacin apunta? yCon el desciframien- to del alfabeto alcanza? ;Qué tipo de lectura se propi- cia? La instrumental? gla de entretenimiento? {Hay sitio para la perplejidad y la brisqueda? $i todos pue-

También podría gustarte