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había dejado bajo nuestro árbol Santa Claus. Mi hermano Gabriel, seis años mayor que yo,
con la maldad recurrente entre los hermanos mayores y buscando terminar con mi ilusión
me dijo: “Santa Claus es mi papá”.
Casi sin respirar acudí al dormitorio de mis padres para preguntarle a mi somnoliento papá
“¿Es verdad que tú eres Santa Claus?”. La cara de tristeza por romper con mis sueños de
infante se dibujó en su rostro “Sí, soy yo” ¿Cuál no sería su sorpresa al escuchar mi
ingenua, feliz y emocionada reacción? “¿Y cuándo me llevas a volar en tu trineo?”