Cuentos Policiales para Chicos Curiosos - Imprimible

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SOSPOSSCOCVUV II VOVVUVUVYVVOCeseeeee ce EL CASO DE LOS TRES ESTUDIANTES pasado en el cuento “Lo aventura de los tres , de arthur Conan Doyle estudionte: Cuando nos tocé resolver el caso de los tres estu- diantes, Holmes y yo estabamos en Londres. Una tarde, recibimos la visita de Hilton Soames, pro- fesor del Colegio Universitario de San Lucas. Se lo veia muy alterado. Un delito se habia cometido en el Colegio pero el profesor no quiso Hamar a la Policia para evitar un escdndalo. Entonces decidié recurrir a Sherlock Holmes, pues conocia su fama de sagaz y discreto investigador. Asi fue como planted su problema: Lo que ha ocurrido es muy serio y por eso acudo a usted, mi estimado Holmes. Voy a ponerlo en tema y le ruego que haga todo lo posible para ayudarme. Sueede que mafana tres alumnos comenzarin los eximenes que les permitiran obtener la prestigiosa beca Thomson. Yo les tomaré el primero, que consis- te en traducir un texto del griego al inglés. Como los me eeoeoaean duu Cun Lalits scare \ SPeeeeceesonnrannvswvannneace \ PAAR AAAHHDDDODDODDODVIDIDYVH STORE HHHSDHO cuENtos, candidatos no pueden conocer el contenido de los exdménes, estos se mantienen en secreto hasta el dia de la evaluacion. Hoy, a eso de las tres, Iegaron de fa imprenta, Cada uno corresponde a un alumno y lene un texto diferente. Debia leerlos con mucha atencién ya que, como se imaginard, no pueden tener ningiin error. A las cuatro y media todavia no habia terminado. Pero tenia una cita para tomar el té con un amigo, de modo que dejé los examenes apilados sobre el escritorio, cerré mi despacho como hago siempre que salgo y me fui. Estuve ausente mas de una hora y, al volver, vi con asombro una llave en la cerra~ dura. Pensé que yo la habria dejado puesta. Pero no eva asi, pues levaba conmigo el Ilavero completo. Bannister, mi criado, es el tinico que tiene una copia y supuse que la habria olvidado alli, Entré y, apenas miré el escritorio, me di cuenta de que alguien habia estado revolviendo las hojas de los examenes. Solo una de ellas seguia en su lugar. Otra estaba tirada en el suelo y la tercera, en una mesita cerea de la ventana, Holmes, que hasta ese momento habia escuchado impasible el relato, se acomodé en el sillén y, por primera vez, se mostré interesado. _Por un momento —continué el profesor—supuse que Bannister se habfa tomado In imperdonable libertad de examinar mis papeles. No fue asf. Eran sus Ilaves, pero el pobre las habia olvidado al salir del ; departamento. Sin duda alguien mas habia estado en mi oficina. No tardé en descubrir otras sefiales de la presencia del intruso: en mi escritorio habia virutas de un lipiz al que le habia sacado punta, un trozo de mina rota y restos de arcilla negra pegoteados con ase- rrin, Pero no vi huellas de pisadas ni ningiin indicio de su identidad. Cuando Soames terminé, Holmes sonrié de un modo enigmatico, me miré y respondié: —Bien. Creo que el asunto justifica nuestra inter- vencién, verdad, Watson? Vayamos a ver qué nos revela el lugar del hecho. Y partimos los tres hacia el Colegio. Cuando llega- mos, Holmes se detuvo en el jardin. El departamento del profesor estaba ubicado en Ia planta baja del edi- ficio y, a través de un ventanal que se alzaba como aun metro y medio del piso, podia verse su despacho. Desde el jardin también se divisaban los cuartos de los pisos superiores, donde vivian los estudiantes que rendirian el examen. Una vez adentro del departamento, mi amigo Holmes revisé todas las evidencias mencionadas por Soames y planted una hipétesi —Quien intents copiar los eximenes rompié la mina de su lapiz. Busquemos ese lapiz, Soames, y quizé tendremos a su hombre. Luego, analiz6 los restos de arcilla y descubrié que, Oss CsCameduvu COT Ui detrés de un cortinado, habia una especie de monticu- Jo del mismo material. Pero, fiel a su estilo, no hizo mayores comentarios al respecto. Después de haber revisado detenidamente cada rin- cén del departamento, formulé algunas preguntas sobre los estudiantes que debian rendir el examen. —En la primera planta —respondié Soames— vive Gilchrist, un muchacho agradable. muy buen alumno yatleta. Ha representado a la universidad en com- petencias de salto, siempre con éxito. Su padre es el famoso terrateniente Sir Jaberz Gilchrist, quien per- dié su fortuna apostando en las carreras de caballos. Desde entonces, mi alumno quedé en la pobreza. Pero es muy aplicado y trabajador, y saldra adelante. En la segunda planta vive Daulat Ras, un hinds calla~ do ¢ inescrutable como la mayoria de los hindues. Es serio y metédico y le va muy bien en sus estudios, aun- que el griego es su punto d vive Miles McLaren. Es un tipo mejores cerebros de la uni Y en el siltimo piso Jante, uno de los xrsidad, pero inconstante y haragén. Holmes visité a los jévenes y, con la excusa de ser un experto en arquitectura clisica, solicité entrar en sus habitaciones, Supuestamente estudiaba detalles del edificio que, por cierto, era muy antiguo. ‘Alatleta y al hind les pidié un lapiz prestado para hacer unos dibujos en su anotador y, deliberadamente, “ SeSSSSSSHAHHAHAAHHHHMAMS (we les rompié la mina. Pero ninguna era como la encon- tredaen el despacho de Soames. El tercer estudiante Ys ante su insistencia, le respondié es decidio abendonar la investigacién del lapiz. No lo entendi en ese momento, pero supuse que tendria una buena raz6n para hacerlo. Entonces. interrogé a Bannister, quien se mostré afligido por haber olvidado la lave en la cerradura. Pero al mismo tiempo se lo veia nervioso. Algo en su conducta no encajaba. Holmes quedé pensativo. Los afios que levaba compertiendo con él la tarea de investigador aficionado me permitian conocer esa expresin en su rostro. No podia culpar a Bannister pero tampoco crefa total: jente en su version. Después de observar, como he relatado, cada deta- le del lugar y hechas las averiguaciones necesarias, nos despedimos de Soames hasta el dia siguiente. Durante la cena, hice algunos comentarios sobre el caso. Los tres alumnos tenfan motivos para buscar una ventaja en el examen. Gilchrist atravesaba problemas econémicos serios, Daulat Ras los tenia con el griego y Miles McLaren, con su carécter y su falta de cons- tancia en los estudios. Pero como de costumbre, mi amigo investigador no agregé nada y pronto nos fuimos a nuestros cuartos a descansar. “me Alla mafana siguiente, Holmes salié temprano y mado Watson, he solucionado el misterio. Es hora de volver al Colegio. Cuando legamos. Soames estaba muy alterado. En pocas horas comenzarie e! examen y él no sabia si dara conocer los hechos o callarse. En el primer caso, ten- dria que suspender le evaluaci6n hasta preparer nuevas pruebas. En el segundo, permitiria que el culpable tuviera oportunidad de ganar la beca Thomson hacien- do trampa. Ambas posibilidades eran escandalosas. Holmes le recomend6 que se tranquilizara y le pidié que llamara @ Bannister y a los tres estudiantes. Cuando estuvimos todos reunidos en el despacho de Soames, expuso lo que realmente habia sucedido: —En un principio, concentré la atencién en les personas que se verian beneficiadas con el cono: miento previo del examen: los tres postulantes a le beca. Pero los primeros pasos de la investigacion no dieron un resultado favorable: ni Gilchrist ni Daulet Ras usan lépices como el que se empleé ayer en esta habitacién. No puedo decir lo mismo del senior MeLaren, pues no lo sé. Pero su falta de cortesia y su negativa a atenderme me hicieron sacar una conclu- ston: cualquier persona inteligente, y sebemos que el muchacho lo es, habria tratado de pasar inadvertido s1 acabara de cometer un delito. De modo que decidi au ESUdileduv CUI wl continuar mi anélisis del caso por otro camino. Cuands vinimos por primera vez al Colegio, usted, Soames, me vio examinar la ventana desde afuera. Se habré preguntado qué importancia tenia eso, si estaba claro que el intruso habia entrado por la puerta. ‘Tiene razén. Pero, en realidad, yo buscaba calcular qué tan alto debia ser un hombre para poder ver desde alli los papeles que habja sobre su mesa. Sin duda, se necesita ser muy alto. Por lo tanto, alguien muy alto habia visto por la ventana que los eximenes estaban sobre el escritorio. Cuando esa persona pasé por la puerta de su departamento, aproveché el descuido de Bannister, entré y copié los examenes. Esta mafiana recorri el Colegio y, no muy lejos de este despacho, descubri la arcilla que encontramos sobre el escritorio y detras de la cortina. Supe que habia resuelto el enig- maa tiempo. Soames miraba a Holmes con perplejidad y no se atrevia a preguntar lo que no lograba entender. Pero, con evidente fastidio, McLaren le pidié una inmedia-~ ta aclaracién. —Muy bien, caballeros, voy a explayarme. La perso- na que buscamos pasé gran parte del dia de ayer fuera de su departamento. A media tarde regresé para tomar un baso, y vio por la ventana del despacho los papeles que Soames habia dejado sobre el eseritorio. Imaging que eran los eximencs. Al pasar frente a la puerta, am descubrié la lave en la cerradura y entré. Se sacé las zapatillas para no dejar huellas y las puso sobre el escritorio. Supuso que contaba con poco tiempo para copiar los textos. Y como no tenia a mano algo para es cribir, usé uno de sus lépices, profesor. Si usted los compara con la mina rota, vera que son iguales. —Me los envia mi hermana —aclaré Soames. —Bueno, bueno —continué Holmes, a quien no le gustaba ser interrumpido con detalles innecesarios—. Pero déjeme seguir. Cuando usted regres6, el intruso recogié las zapatillas y se escondié. Sobre el escritorio cayé un pegote de tierra que se desprendié de la suela. Un segundo pegote quedé en el piso, detras de la cor tina. Esta mafiana, cuando fui a la pista de atletismo, comprobé que est cubierta de una arcilla negra y aserrin, iguales a los restos encontrados en el escrito rio y en el parquet. Entonces hice algunas preguntas Y averigié que ayer Gilchrist pasé gran parte del dia en las pistas de atletismo. Creo haber aclarado el asun- to. gEstoy en lo cierto, sefior Gilchrist? —Si, fui yo —contesté el muchacho, avergonzado. Estoy arrepentido y no me presentaré al examen. Bannister me ha hecho ver mi error. —Pero claro —intervino Holmes—. aqui es donde entra Bannister en la historia. Antes de trabajar para usted, Soames, este hombre fue sirviente de la fa milia Gilchrist. Dejé esa casa cuando la situacién Mis PRPAAmmeeeeeeoaea® 5 o 2 3 BD 2 B 2 a an e 4 = a ss 3 ss aeonveeennen SASSISOOOM DOI DODIVH DPI®®dEeEOCO>S ARO@ €conémica los obligé a despedirlo, pero conservé un gran afecto por el muchacho. Bannister supuso que él habia cometido el delito porque, si ganaba la beca Thomson, podria completar sus estudios. Hablaron y el joven se sinceré. —éEs asi, Bannister? —pregunté el profesor. —No puedo negarlo. El chico estaba obsesionado con la oportunidad de ganar la beca. Por eso pensé que tal vez habia sido él... Cuando confesd, ya estaba arrepentido y decidido a no presentarse al examen. Entonces intenté cubrirlo para evitar que quedara como un tramposo. —Eso aclara su participacién, Bannister. En cuanto a usted, Gilchrist, ha caido bajo. Pero es la primera vez. Veamos qué tan alto puede llegar en el futuro. Profesor Soames —concluyé Holmes—, hemos resuel- to su pequeiio problema. Aqui ya no tenemos nada mas que hacer. Nos aguarda el almuerzo, asi que nos retiramos. Como siempre, Holmes habia develado el misterio haciendo uso de su mente analitica y con la més absoluta naturalidad. RIN an EL ORO DE LOS OGILVIE Bosado en el cuento “ta honrader de Israel Gow", de Gilbert Chesterton Caja Ia tarde cuando el Padre Brown llegs al castillo de Glengyle, perteneciente a la familia Ogilvie. La antigua construccién tenia techos inclinados y ciispi- des de pizarra negra, semejantes a los sombreros de las brujas. y la rodeaba un bosque de pinos, tan oscuro como una bandada de cuervos. El sacerdote habia dejado sus trabajos en Glasgow. para ira ayudar a Flambeau, su amigo y colaborador, ya muter Craven, inspector de Scotland Yard. Ambos estaban en el castillo investigando la vida y la muer- te del difunto Archibaldo Ogilvie, altimo conde de Glengyle. Perteneciente a una familia famosa por su locura, excentricidad y ambicién, Archibaldo habia hecho lo Xinico original que les faltaba a los Ogilvie: desapare- cer. Aunque su nactmiento constaba en el registro de la iglesia, nadie lo habia visto jams, salvo el inico ESCdileauv CUIl Udlllo sirviente de aquella propiedad. Israel Gow —asi se Hamaba ‘el criado— era un sujeto flaco, pelirrojo, de fuerte mandibula, ojos azules, y tan sordo que algunos Jo tomaban por mudo y otros. por tonto. Siempre se lo veia cultivando papas 0 en la cocina. Por su manera de actuar, parecia estar trabajando para el conde. Pero si alguien le preguntaba por su amo, afirmaba con la mayor seguridad que estaba ausente Una manana, el director de la escuela y el ministro de la iglesia presbiteriana recibieron una cita para acudir a Glengyle. Alli se enteraron de que Israel Gow se habia encargado de meter en un atatid a su noble y difunto sefior. El cadaver del conde (si es que era su cadaver) ya estaba sepultado en la colina. Esto les llamé la atencién y convocaron a musler Craven para que invesugara el hecho. EI inspector de policia conocia la habilidad de Flambeau para resolver casos insélitos y pidié su cola boracién. A su vez, Flambeau se comunicé con su viejo amigo, el Padre Brown, y asi fue como el sacerdote legs desde Glasgow. El cura atravesaba el oscuro jardin para entrar en el castillo, cuando vio a un hombre con traje negro, sombrero alto y una enorme azada al hombro. La combinacién resultaba ridicula. El atuendo era el de un sepulturero y la actividad, la de un labrador: Supuso que se trataba de un sirviente extravagante. Flambeau en persona le abrié Ia puerta. El vestibu- lo del castillo estaba completamente abandonado y casi vacio. Desde las paredes, retratos palidos y burlones de los perversos Ogilvie parecian con- templarlos. Una larga mesa de roble ocupaba gran parte del salén. En un extremo, habia papeles gara~ bateados, botellas de whisky y tabaco. El resto estaba ocupado por varios objetos, formando grupos. El sacerdote distingui6 unos trozos de metal, un pufiado de polvo oscuro y. mas lejos, lo que quedaba de un bastn. —Esto parece un museo geolégico —dijo el Padre Brown, sefialando con la cabeza los metales y el polvo. —No se trata de un museo geolégico, sino mas bien de un musco psicolégico —aclaré Flambeau. —gDe qué habla? —intervino Craven. —Bueno —replicé Flambeau—, quiero decir que estos objetos muestran que el conde era un maniatico. La silueta de Gow, con su sombrero de copa y su azada al hombro, pasé por la ventana. El Padre Brown Jo contemplé risuefio y luego exclam —Obviamente algo extraiio le sucedia. {Permanecié enterrado en vida y se dio mucha prisa para enterrarse al morir! Pero gqué razones tiene, mi querido Flambeau, para suponerlo loco? ~Y. vea lo que el sefior Craven encontré en la casa. ae AAHRAABARABRAROHOBEEOMMANM Wiad SVTTSSSoensn “'ebcaneauv corrcams Ady Ay i ti DOOODGTOVYVE VHOVGHOUHOVYHDDIDIDT9VOO® —Habré que encender una vela —propuso el ins- pector—, Va a caer una tormenta y ya esté muy oscuro para leer. —éHa encontrado usted alguna vela entre todos estos objetos? —le pregunté el Padre Brown, 2 quien la situacién parecia divertirlo. —También esto es curioso. Veinticinco velas y ni rastro de candelabros —respondio Flambeau. En la oscuridad creciente, el Padre Brown bused una vela en la mesa y, al hacerlo, se incliné sobre el polvo oscuro, No pudo contener un estornudo: aquello era rapé. Encendié la vela y la metié en una botella vacia. El aire inquieto se colaba por la ventana desvencijada y agitaba la llama. En torno al castillo podian oirse como un rugido, los centenares de pinos sacudidos por el viento. Voy a leer el inventario de todas las cosas extrafias que hemos encontrado en el castillo —anuncié Craven. Evidentemente uno o dos cuartos han sido habitados por alguien que no es el criado Gow y que llevaba una vida muy simple, aunque no miserable. He aqui a lista: 1. Un verdadero tesoro en diamantes sueltos, como si fueran monedas que se llevan en los bolsillos. Es suiy natural que los Ogilvie tuviesen piedtas precioses, pero no que estén despojadas de sus engarces de oro. 2. Montones de rapé suelto sobre las repisas de les chimeneas, sobre el piano, en cualquier parte, menos guardado en sus estuches. Como si el caballero no hubiera querido tomarse el trabajo de abrir una tapa. 3. Aqui y alla, por toda la casa, pedacitos de metal parecidos a las piezas de un reloj. 4. Por tlumo, las velas, que hemos tenido que ensar- tar en botellas porque no hay un solo candelabro. Y luego de leer el inventario, el inspector se dirigié al Padre Brown: —Estamos investigando si el conde realmente vivi6 aqui, si realmente murié, si este espantajo pelirrojo tuvo algo que ver con su muerte, Ahora bien: supon- ga usted que el criado maté a su amo, o que este en verdad no murié, 0 que el amo se ha disfrazado de criado, 0 que el eriado ha sido enterrado en lugar del amo. Invente usted la tragedia que més le guste. Todavia asi le sera imposible relacionarla con Ia ausen- cia de candelabros, el rapé desparramado por todas partes y las piezas de relojeria trituradas sin un motivo. —Yo creo ver la conexién —dijo el sacerdote sin inmutarse—. El difunto conde de Glengyie era un ladrén, Llevaba una oscura vida paralela. No tenia candelabros, porque cortaba las velas en trozos. pequefios y los usaba en la linternita que llevaba cuan- do salia de fechorias. El rapé lo arrojaba a los ojos de sus perseguidores para evadirlos. Y la prueba més nae : CSCdMeauy CUI Udlllo concluyente son los diamantes y las rueditas de acero. Con estos elementos se pueden cortar las vidrieras. —Diamantes y rueditas de acero —repitié Craven—. & solo eso tiene en cuenta usted para considerar correcta su explicacién? —No dije que lo fuera —replicé el sacerdote serena~ mente—. Pero ustedes aseguraban que era imposible establecer la menor conexién entre esos cuatro obje- tos... Resulta muy fécil elaborar diez falsas teorias sobre las pistas encontradas en el castillo de Glengyle. Pero lo que necesitamos es la verdadera explicacion del misterio. Vamos aver, gno hay mas documentos? Graven rié y Flambeau sefialé a lo largo de la mesa: Documentos nimero cinco, seis, siete: todos muy variados. Aqui hay una curiosa coleccién de trozos de grafito sacados de algin portaminas: més alla, el resto de un bastén sin empufiadura, que bien pudo ser el arma usada en el crimen. Solo que no sabemos si hubo crimen. Y lo demés: algunos antiguos misales. Los hemos incluido en nuestro museo porque fueron extrafiamente dafiados. ‘Afuera, la tempestad arreciaba y la oscuridad era completa, El Padre Brown, que examinaba las pégsnas de los misales, volvié a hablar, aunque ahora su voz sonabe alterada: Seftor Craven, usted tiene autorizacién para examinar la sepultura, {verdad? Entonces, hagémoslo ahora. Asi entraremos de Ileno en este horrible misterio. Ahora? —pregunt6, asombrado, el inspector—- gPor qué tiene que ser ahora? {Con esta tormenta! Porque este asunto es grave, Ya no se trata solo de rapé o de diamantes sueltos. Estas estampas reli- giosas han sido dafadas de un modo muy sospechoso: el nombre de Dios y el halo en torno a la cabeza del Nino Jestis fueron raspados en cada lugar donde aparecen. Asi que vamos ahora mismo a abrir ese ataid. —éQué sospecha? —pregunté Flambeau. Estoy pensando —contesté el sacerdote, y su voz vencié el ruido de la tempestad— que el Diablo puede estar sentado en el torreén de este castillo en este ‘mismo instante. Solo hay un medio para llegar de una ver al centro de estos enigmas y es ir al cementerio de la colina. Y alli fueron. Craven, con un hacha en la mano y la autorizacién para abrir la tumba en el bolsillo. Flambeau Ilevaba la azada del jardinero y el Padre Brown, un libro de donde habia desaparecido el nom- bre de Dios. A medida que avanzaban, parecia que el bosque impenetrable que rodeaba el camino daba aullidos furiosos y errabundos. —¢Saben? —dijo el sacerdote mientras caminaba—, __ yo creo que los Ogilvie adoraban a los demonios. MO O0eaeesas? HHHADADBDADBHD|® aoe eeeeen ‘ESUalleauU COITCAaMTTS Serge reer nearer Enfrascados en esta conversacién. pector C: tura de Archibaldo Ogie. y Flambeau hincé la azada en le uerr En ese moi cardos grises y marchitos y los errojé contra los inves- taban profanando un lugar sagrado. uaron. Flambeau cavé hasta que de pronto . apoyéndose en le ezada como en un bastén. sacerdote—. Estamos en el teme usted? —Le temo 2 la verdad —respondié Flambeau. Craven traté de parecer valiente y tomé le palabra: —gPor qué se esconderia tanto el conde? ¢Seria muy feo? —O algo peor —susurré Flambeau. y siguis cavan- do en silencio. Pero después agregé—: Tal vez era deforme... Entre tanto, Ie tempestad habie errastrado poco a poco las nubes y comenzaban a divisarse algunas estrellas. ‘Al fin, Flambeau descubrié un gran atatid de roble y lo levanté un poco sobre los bordes de la fosa. aa CsCalleduo Coll cairns Craven lo golpeé con su hacha hasta romper la tapa. Y asi,rel interior del cajén aparecié a la luz de las estrellas. —Huesos. jY son de hombre! —dijo Craven asom- brado. Pero al inclinarse sobre el esqueleto grité—: iOh, Dio: —gLe falta la cabeza? —pregunté el Padre Brown—. No tiene cabezal Su tono de voz daba a entender que no le sorprendia que al esqueleto le faltara algiin miembro, solo que no esperaba que fuera el erdneo. Y los tres imaginaron que en el castillo de Glengyle habia nacido un niiio sin cabeza. Imaginaron un joven sin cabeza, ocul- tandose de la vista de todos... La suposicién era tan ridicula que la voz sensata del Padre Brown rompié el silencio: —{Qué estamos pensando? Nosotros somos los hombres sin cabeza si se nos ocurren cosas tan absurdas. Graven abrié la boca para decir algo, pero contem- pl el hacha que tenia en la mano, como si aquella mano no le perteneciera, y la dejo caer. —Padre —dijo Flambeau, con voz grave e infantil—. Qué hacemos? La respuesta de su amigo fue tan rapida como inesperada —Dormir. Hemos llegado al final del camino. gSabe usted lo que es el sueiio, Flambeau? Es un acto <0 de nutricién, y lo necesitamos. Ha sucedido algo muy importante y que muy pocas veces ocurre. Los labios de Craven, que atin permanecian abier- tos, se unieron para preguntar: —gQué quiere usted decir? —Que hemos descubierto la verdad —respondio el sacerdote. E, inmediatamente, eché a andar con un paso inquieto y precipitado, muy raro en él. ‘Apenas llegaron al castillo, el Padre Brown se acos- t6y se durmié con tanta naturalidad como un perro. Ala mafiana siguiente, se desperté mas temprano que sus camaradas investigadores. Y cuando estos se levantaron, lo encontraron fumando su pipa y observando a Israel Gow, quien trabajaba en la huerta. El dia estaba soleado. El jardinero habia conversado un rato con el Padre Brown pero, al ver a los detecti- ves, clavé la azada en un surco, murmuré algo sobre el almuerzo y se encerré en la cocina. —Ese hombre cultiva muy buenas papas, pero tiene sus fallas. Bueno, gquién no las tiene? Por ejemplo, anduvo metiendo la azada por todas partes, menos en este surco. Seguramente ahi se esconde una papa gigantesca —comenté el cura como al pasar. Flambeau, que conocia muy bien sus “comentarios al pasar”, tomé la azada y la clavé en aquel sitio. Al revolver la tierra, asomé algo que no parecia una papa, sino un hongo monstruoso y enorme. Cuando an CSCdiNeauv CUIl Udllls ¢ € « « ¢ € € « « « € € € € € 2OOCCOOGCHOS OO ODDOVGDHIDI®ZZIZB000 090005 lo. y el extraito objeto rodé como una pelota, dejando ver la mueca de un crineo. —Archibaldo Ogile —dijo el Padre Brown, melan- célicamente—. Conviene ocultarlo otra vez. la azada cayé sobre él, se escuché un chi Y sin agregar nada mas, volvié a enterrar el erdneo. —iBueno, yo renuncio! —exclamé Flambeau~. Esto no me entra en la cabeza. Rapé, misales estropeados, interiores de relojes 0 cajas de musica, bastones rotos y qué sé yo qué més... Pero el Padre Brown lo interrumpié: —iCalle, calle! Si eso esta mas claro que el dia. Esta maiiana, al abrir los ojos, entendi todo. El rapé, las rueditas de acero y lo demés. Y después me he puesto a probar un poco al viejo Gow, que no es tan sordo ni tan esttipido como aparenta. No hay nada de malo en todos esos objetos encontrados. Solo esto tiltimo me inquie- ta... Profanar tumbas y robar las cabezas de los muertos no es nada bueno. Quizis es algo de magia negra Amigo mio —lo interrumpio Flambeau—, entién- dame. Esto no termina de aclararse y esperar es demasiado para mi impaciencia francesa. Para mi todo tiene que suceder de inmediato. Ni siquiera demoro para ir al dentista... El Padre Brown dejé caer la pipa, que se rompié en tres pedazos sobre el suelo, y sus ojos se abrieron mostrando una expresién de enorme sorpresa. 2 —iDios mio, qué estipido soy! {Pero qué estuipido, Sefior! jEI dentistal jAhi esta la clave! Amigos, hemos pasado una noche infernal. Pero ahora se ha levanta- do el sol, los pajaros cantan y la radiante mencién del dentista devuelve la tranquilidad al mundo. Todo esto es de lo mas inocente, apenas un poco extravagante. iAqui no hay ningin crimen! Al contrario: se trata de un caso de honradez absoluta. Se trata, quizd, del nico hombre en la Tierra que sélo ha cumplido con su deber. gSaben la vieja cancioncita que cantan por aqui sobre los Ogilvie? Dice asi: El oro para ls Ogilue una obsesién es Jarnds lo olvies, amas lo olvides. Significa que para ellos el oro no solo era una muestra de riqueza; también se refiere a que coleccio- naban oro, que tenjan una enorme cantidad de cosas de este metal. {Que eran, en suma, maniaticos del oro! Revisemos ahora todos los objetos sueltos encon— trados en el castillo: diamantes sin engarees de oro, velas sin sus candelabros de oro, rapé sin estuches de oro, grafitos sin sus portaminas de oro, un bastén sin mango de oro, piezas de relojeria sin las cajas de oro de los relojes. ¥, aunque parezca un rasgo de locura, el halo del Nifo Jesis y el nombre de Dios de log Vigjos misales solo han sido raspados porque eran cscameauo con vais de oro legitumo. Gomo sabrin, antiguamente se usaba oro para escribir el nombre de Dios y para dibujar la aureola del Nifio Jestis en los libros sagrados. Mientras el Padre Brown hablaba, el jardin parecié Menarse de luz. El sol era ya mis vivo y la hierba res plandecia. La verdad se habia revelado. Todo ese oro ha sido sustraido. pero no robado —continué el sacerdote—. Un Indrén nunca hubiera dejado rastros semejantes. Se habria Ilevado los estu- ches con rapé y todo, los portaminas, sin quitarles el grafito y. por supuesto, las joyas completas. No se hubiera tomado el trabajo de separar una cosa de otra. Sin duda, estamos frente a un hombre que tiene una conciencia muy singular, pero que tiene conciencia. Esta mafiana, Israel Gow me conté una historia que me permite reconstruirlo todo: el difunto Archibaldo Ogilvie era Ia persona mas buena que jamés haya nacido en Glengyle. La codicia de sus antepasados lo torturaba, y se prometié a si mismo que, si encontraba un hombre absolutamente honesto, lo haria duefio de todo el oro de su familia, Pero como estorno parecia probable, se encerré en su castillo sin la menor expe ranza. Sin embargo, una noche un muchacho sordo y, al parecer, medio tonto llegé desde la aldea a tracrle un telegrama. Ogilve le quiso dar de propina un cuarto de penique que llevaba en el bolsillo. Pero mis tarde. ‘cuando examiné las monedas que le quedaban, vio que aiin conservaba el cuarto de peniquey que le faltaba una mucho mis valiosa: una libra esterlina. Convencido de la avaricia del muchacho, se fue a dormir. Pero a media noche, alguien golpeé a la puerta y el conde tuvo que levantarse a abrir. Era el muchacho que venia a devolverle, no la libra esterlina, sino la suma exacta de diecinueve chelines, once peniques y tres cuartos de penique. Es decir que se habia quedado con el cuarto de penique que el conde habia querido obsequiarle. Este acto impresions al caballero: habia descubierto al hombre honrado que buscaba. Entonces. trajo a su enorme y abandonado castillo al muchacho, lo hizo su criado y lo declaré heredero de sus bienes en un tes- tamento que vi esta mafiana. Este hombre de escasa inteligencia entendié muy bien las dos ideas fijas de su sefior: la primera, que en este mundo lo esencial es ser honesto, y la segunda, que ¢l seria el duefio de todo el oro de Glengyle, justamente por ser honesto. Esto es todo. El hombre ha tomado de la casa todo el oro que habia y ninguna otra cosa que no fuera oro. Por eso raspé los viejos misales, convencido de que dejaba el resto intacto. Pero algo faltaba para cerrar el caso. Y cuando Craven estaba a punto de interrumpirlo con una pre- gunta, el Padre Browm continu —Esta mafiana comprendi lo sucedido. Pero habia algo que todavia me atormentaba y mi buen amigo nn col ee 4S AMAAAMAAAAAMARAMAAAAMAAMMAAOMND yessesss 0229999 99900% Flambeau vino a resolverlo sin querer. gPor qué Israel Gow quité la cabeza del cadaver de su amo y la enterré entre las papas? {Por qué habria de hacer semejante cosa un hombre realmente bueno? La respuesta esté en el material que utilizan los dentistas para hacer las dentaduras postizas: el oro. Seguramente este hombre devolveré el créneo a la sepultura en cuanto le haya extraido las muelas de oro. Y asi fue. A la mafiana siguiente, los tres vieron que el extraiio criado se dirigia al cementerio. Llevaba en una mano una bolsa con el créneo; en la otra, la azada y se habia puesto el tétrico sombrero de copa en la cabeza. Luego, el Padre Brown se despidi sus compaiieros y partié por el camino del valle, con la misma serenidad que lo acompafiaba cuando llegé al castillo. eo Je amablemente de < Ss a o 2 2 e s ECCTCECSCCBGOGSCSED hombre comtin esconderia una carta. Si embargo, el ministro no es un hombre comin. Silo fuera, el método detallista de Girard habria dado resultado. Pero esos escondrijos rebuscados solo se utilizan en ocasiones ordinarias, y son elegidos por delincuentes igualmente ordinarios. —¢Entonces usted, como el chico aquel del juego, ha estudiado el modo de razonar del ministro y ha descubierto el escondite de la carta? —Me he metido en su cabeza. Quiero decir, he tra~ tado de pensar como él. Deduje que, por su trabajo en el gobierno, conoceria los métodos policiales més comunes. Entonces debié imaginar que buscarian la forma de revisarlo disimuladamente. Por eso no Ievaba encima la carta cuando fue asaltado. También se habra imaginado que examinarfan su casa. Estoy convencido de que sus legadas tarde por la noche fueron a propésito. De esa forma facilitaba que ins- peceionaran su hogar con ojos, agujas y lupas. Asi descartarfan pronto la posibilidad de encontrar alli la carta. Vi, por iltimo, que Dumond recurriria alo mas simple. Quiz recuerde usted como se rié el prefecto en su primera visita, cuando sugeri que tal vex el mis terio lo perturbaba por ser simple y evidente. —Me acuerdo muy bien —respondi. Bueno, al prefecto jamas se le ocurrié que el ministro podria haber dejado Ia carta delante de sus 40 canta noon narices, para impedir que la viera—continué Dupin— ‘Cuanto mas pensaba en el ingenio de Dumond y en Ia seguridad del prefecto de que la carta no se hallaba en la casa, mas seguro me sentia de que, para escon- derla, el ministro habia usado el mas simple y, ala vez, sagaz de los recursos: no ocultarla. Dispuesto a confir- mar estas ideas, me puse un par de anteojos oscuros y fui, como por casualidad, a su casa. Hallé a Dumond sin hacer nada y quejandose de un malestar fisico. Para no ser menos, le hablé del mal estado de mi vista y de la necesidad de usar anteojos. El color de los cristales me permitié observar disimulada pero deta~ Madamente la sala, mientras aparentaba seguir con atencién la conversacién. Miré con especial cuidado un escritorio en el que aparecian mezcladas algunas cartas y papeles. Alli no habia nada sospechoso. pero Tuego detecté tin pequeio tarjetero en la repisa de la chimenea. En él habia tarjetas y un sobre muy arru- gado y manchado. Apenas lo vi, me di cuenta de que era el de la cartd-que buscaba, Por cierto, tenia un aspecto totalmente distinto del que habia descripto el prefecto. En este caso, el sello era grande y negro; en el otro, chico y rojo. La letra con que estaba escrito era pequefia y femenina, muy diferente de los carac- teres firmes y decididos del original. Solo el tamafto era igual. Esas mismas, diferencias tan exageradas lo hacian sospechoso, Ademés, la suciedad, el papel a Estdieauv cull Ualris arrugado sugerian la intencién de engafar sobre el verdadera valor del documento. $i a todo esto suma~ mos que estaba insolentemente colocado ante los ojos de cualquier visitante, entender que mis sospechas se hicieran cada vez més firmes. Esperé un rato y me fui, dejando sobre la mesa una tabaquera de oro que me sirmié como pretexto para volver al dia siguiente. Ya estaba nuevamente en la casa del ministro, cuando se oyeron unos gritos espantosos y las voces de una mul- titud aterrorizada que llegaban desde la calle. Dumond se asomé a la ventana. Aproveché para acercarme al me la guardé en el bol: tarjetero, saqué la cart y la reemplacé por otra igual que habia llevado prepara da. Inmediatamente después, yo también me ubiqué lboroto calleyero habia sido cau- que acababa de amenazar a un en la ventana. EI sado por un homb: grupo de mujeres y nifios. Sin embargo, se comprobs que su arma no estaba éargada y el hombre, a quien consideraron borracho © loco, quedé en libertad] ‘Apenas se fue el supuesto lundtico, que p a habia contratado, dejamos la ventana y me r ro para qué reemplazé la carta por otra? ¢No ypoderarse de ella en su prime- —éPe —pregunté intrigado Dumond es un hombre resuelto a todo y lleno de Si me hubiera atrevi- coraje —me respondié Dupin—. do a lo que usted sugiere, jamas habria s 50 SM PRAIA Canis DIIWIIAIIIA NA RA KRAAA li in die ee ee ee ee = r,Y. casa con vida. Y Paris no hubiese oido hablar nunca mas de mi. Pero ademas, tenia un segundo objetivo: ayudar a la dama en cuestién. Durante dieciocho meses, el ministro la extorsioné. Ahora es ella quien lo tiene en su poder. El ignora que ya no posee la carta. Cuando ella lo desafie publicamente a mostrar- la, esto lo Hevara al ridiculo y a la ruina politica. Confieso que me gustaria conocer sus pensamientos cuando abra la carta que le dejé en el tarjetero. —gComo? gEscribis algo en ella? —iNo me parecié bien dejar el interior en blanco! Hubiera sido insultante. Cierta vez, en Viena, Dumond me jugé una mala pasada y, sin perder el buen humor, le dije que no la olvidaria. De modo que, como no dudo de que sentira cierta curiosidad por saber quién ha sido mis ingenioso que él, pensé que era una lastima no dejarle un indicio. Como conoce muy bien miletra, me limité a escribirle un pequeiio mensaje. BINS 2M EL MEDALLON DE ORO Basado en el cuento “La pesquisa”, de Poul Groussac Una nocke, Enrique M., que habia sido comusario en Buenos Aires, afrmeé: "En la mayor parte de las pesquisa, la caswalidad es la que nos da a pst. Solo hace falta un buen olfato”. ¥ para probarlo, cont a hustonia de uno de sus casos. Ustedes recordaran un suceso trigico que ocurrié en la Recoleta. En una casa donde vivian una anciana y su hija adoptiva, se cometié un crimen horrible durante una noche del invierno de 188... Yo era por entonces el comisario de ese barrio y me tocé hacerme cargo del caso. Llegué al lugar a las einco de la mafiana, avisado por un vigilante. Desde la calle, gotas de sangre mancha- ban el suelo. El cadaver de un hombre estaba tendido en las escaleras del vestibulo y el de la dueiia de casa, en uno de los dormitorios. Junto a ella, sobre la alfombra, habia un revélver. mss La hija, que declaré lamarse Elena C.,. permanecia aturdida en un sillén del cuarto vecino. Tenia veinte afios, era bonita, alta, de ojos claros y cabellos rubios. Hablaba con pausa y precisién aunque, por momen- tos, el Ilanto la obligaba a interrumpir su relato. La historia de Elena era triste. Habia quedado huér- fana muy pequefia. y la sefiora de C. y su marido la adoptaron. Los tres vivieron sin sobresaltos hasta la muerte del seHior C. Si bien la anciana siempre habia sido inteligente y préctica, luego de enviudar cayé en una especie de mania: sentia terror por las casas bancarias. Por ese motivo, poco a poco habia ido retirando del banco la modesta fortuna que tenia depositada. Las dos mujeres vivian con austeridad. Cada mes, la sefiora de C. cambiaba un billete de cien pesos y distribuia ese dinero para los gastos de esos treinta dias. Elena suponia que su madre guardaba sus bienes en un bat, detras de la cama. Pero nunca la habia visto hacerlo. Declaré que sentia temor porque la gente hacia circular rumores sobre la fortuna que escondia la anciana en la casa. Y ellas vivian solas. Era la combinacion ideal para tentar a un ladrén. Con él fin de tranquilizar a Elena, la anciana habia comprado un revélver que colocaba debajo de su almohada. Pero como siempre sucede, este no sirvié para nada. ie Luego de que me contara su historia, la interrogué sobre lo ocurrido esa noche. La muchacha lo expli- 6 asi: A las diez, después de rezer juntas, dejé a mi madre en su dormitorio y me fui al mio. Estaba entre- tenida con la lectura de una novela, cuando un grito de mujer interrumpié el silencio nocturno. Di un salto. pero después me quedé inmévil por el terror. Aquello duré unos segundos... Entonces retumbé un Aisparo, pereibi otro grito ahogado. ruido de gente que luchaba, de un cuerpo que caia al suelo, y ense- guida, un lamento que fue apagéndose lentamente. Al fin, pude salir de mi pardlisis... Corri al dormitorio. La puerta y la ventana que da a la galerie estaban abjertas. Mi madre, sin vida. al pie de la cama. Un médico constaté la doble muerte: la del hom- bre, producida por una bala y Ie de la mujer. por un arma cortante. Yo procuraba reconstruir la tragedia, cuando dos puntos oscuros despertaron en mi una vaga desconfianza y puse en alerta mi instinto de sabueso policial. Los asesinos seguramente habian sido dos. Para hacer esta afirmacién tuve en cuenta las Pisedas que habia en el jardin. Supuse que. en un prin- ipio, los delincuentes se habrian quedado al acecho. en algin lugar oscuro, a la espera del momento ade- cuado para irrumpir en la casa. Luego. mientras uno entraba valiéndose de una ganzia, el otro hacia de ae nanaanaanm aan VI9999IIZIDZRAOOHO SSOSCGHOGDODGIIGGG eo campana. La vieuma, que don siempre con una luz encendida y su revélver bajo la almohada. se desperté al sentir la garra feroz que le tapaba la boca. Y en el. instante mismo en que el cucl ganta, ella hacia fuego sobre su m le abria la gar- Asi habia construido la escena en mi mente cuando adverti el revélver tirado sobre la alfombra. Lo examiné Ys Para mi sorpresa, descubri que tenia sus seis cartu- chos intactos. Luego recordé las manchas de sangre en la entrada de la casa. Como el asesino habia quedado rado en la escalera del vestibulo. mi hipétesis se derrumbé. Entoness, la sefiora de C. no habia dispa~ rado el tiro que maté al hombre. El problema se planteaba més extrafio y enigmatico que antes. Lo indudable eran el cadaver de una mujer asesinada en su cuarto y el de un extrafio que. luego de degollarla, habia intentado escapar. Pero gquién lo habia deteni- do en su fuga? ¢Quién habia matedo al matador? gDe quign era la sangre que llegaba hasta la calle? Mientras vagaba alrededor de la casa envuelto en estas preguntas, un detalle llamé mi atencién: unas pisadas de hombre partian de la ventana del cuarto de Elena. Por la profundidad de las huellas parecia que hubiera saltado desde alli. La joven habia declarado que en cierto momento oyé un ruido afuera, pero que no pudo ver nada porque los postigos estaban cerrados, y no se atrevié a abrirlos. 56 escaneauy con vans El asesino habia revuelto la habitacién de la sefiora. La ropa y otros objetos estaban desparramados sobre Taalfombra. En un cajén de la cmoda se encontré un testamento que declaraba a Elena nica heredera. Una de sus clausulas mostraba el espiritu algo extraviado de la victima. Deeia exactamente: Recomicude- a mi amada Elena que uo se separe del medallor. que Mevo en ch cuctlo: alli este mi verdadera fortuna, si ella la sabe buscar. Ese medallén no se encontré. Por la marca en el cuello de la victima, estaba claro que el asesino se lo habia arrancado con violencia. Tampoco se hallé dinero en el lugar en el que Elena creia que su madre lo guardaba. El robo, evidentemente, habia sido el ‘inico mévil del erimen y los culpables se escapaban de todas las pesquisas. Tuve que ausentarme de la ciudad durante unos meses y a mi vuelta, ya nadie hablaba de la tragedia. Pero el caso volvié a interesarme cuando lei en un diario el siguiente aviso: Se pagarén mil pesos a la persona que devuelva un meda- lien de oro con forma de candadito. No tiene valor econémico pero si afectivo, por ser un recuerdo de familia. Dirigirse a Concepci6n Lisa Garay. Poste restante. ‘Yo no conoefa a esa mujer, pero el dinero ofrecido por Ia joya parecia superior a su valor. Presenti que aquel podia ser un misterio interesante de investigar. 0 Y de repente, encontré la conextén: el medallén de oro y el crimen de la Recoleta. Desde ese momento intui que estaba en la pista de una solucién para el caso. No disefié un plan de Investigacion, pues el desarrollo de los acontecimien- tos no me lo permits. Més bien, las cosas fueron cocurriendo, y yo fui tras ellas. En primer lugar, necesitaba saber si Elena habia publicado el aviso en el diario con un nombre falso. El paso siguiente seria encontrar al poseedor de la Joya robada. cémmplice. Entre mis agentes, habia un belga llamado Hymans, tan discreto como atrevido. A él le encargué que investigara cémo vivia Elena y si entre sus amigas habia alguna llamada Concepcion Lisa Garay. —Elena tiene una sirvienta vasca, Concepcion Lisagaray —me informé Hymans al dia siguiente. Nunca reciben visitas y viven con sencillez ra evidente que ese era el ladrén o un —Vigilelas y aviseme si van al correo —le ordené. Pero Hymans ya tenia ese dato: el dia anterior, una mujer exhibiendo su pasaporte espaitol habia retirado de alli una carta. Indudablemente, habia perdido la oportunidad de saber quién habia contestado el avso, pues Elena ya tenia la respuesta en su poder. Pero era imposible que el famoso medallén estuviera en el sobre. Seguramente ms 9999999999879 art “E AAAS AAAAMAAARAMRMAAAMA SCdNeauV CUI! Udlllso AO CCOODOUODDIDIIGIIDI9II92I9000000 eo cl autor de la carta propondria una cita para devolver 12 Joya. Si era asi, lo sabria por mi agente, que conti- nuaba vigiléndolas. Hymans se presenté en mi casa la tarde siguiente. Parecia no traer muchas novedades. —éNada nuevo? —grité con ansiedad cuando lo vi. —iHay algo, sefior! Hace un rato la tal Concepeién, fue a dejar una carta en el buzdn de Cinco Esquinas. Luego... —éConsiguis el nombre y la direccién del desti- natario? —La carta llevaba estos datos: Sr. Cipriano Vera, calle Victoria 158 —me informé Hymans. —iBien hecho, hijo mio! {Cuéntemelo todo! —le grité con alegria. En sintesis, supe que hacia dos dias que mi agente enamoraba a Concepeién y por eso no habia tenido mucha dificultad para conseguir el dato buseado. Al saber que la mujer levaria una carta al buzén, se ofrecié para acompatiarla, Ella acepts y él aproveché la oportu- nidad para espiar la direccién y grabarla en su memoria. Me despedi de Hymans en la puerta de calle, con esta recomendacién: —Siga usted al acecho y avise en la comisaria si ocurre algo. Yo voy a ver qué encuentro en Ia calle Victoria. ot Subj a un coche para dirigirme a la direccién indi- cada en Ia carta, Pero algo surgié en mi cabeza que me hizo cambiar de idea. Entonces ordené al chofer: "jA. Recolet Eran las nueve de la noche del veinticuatro de diciembre, visperas de Navidad. Me bajé en Cinco Esquinas y continué mi camino a pie. Estaba Ilegando ala casa, cuando un bulto negro se desprendié de Ia pared y vino hacia mi, Era Hymans. Nada nuevo habia ocurrido, pero sabia que Goncepeién iria a la misa de Nochebuena. Comprendi que Elena necest- taba quedarse a solas y por eso no iba a acompafiarla. Llamé a la puerta, Pasaron algunos segundos. Of un ruido de pasos, y una mujer con acento vasco pregunté: —éQuign es? —Cipriano Vera —contesté en vor baja. La puerta se abrié y entré sin agregar una palabra. La sirvienta me indicé el camino y salié. Subt las escaleras del vestibulo. La sala estaba en penumbras, Entonces Elena aparecié y, con una voz que me pare €i6 emocionada, murmuré aa estis aqui, Cipriano? No te esperaba tan pronto, Y se adelanté hacia mi con los brazos abiertos. alverme, dio un grito de panico y un paso hacia mientras yo balbuceaba una confusa disculpa: Pero atrés, ma escameauy Cull Udiiis —Elena, no se asuste. Siento un sttuacign. Ese hombre, Ci objeto de gran valor rect nterés sincero por no Vera, a usted. Por lo que ha dicho comprendo que e apor qué necesita poner ‘0 suyo, Pero entonces. wiso en el diario pa ? comuntcarse con él y reeuperar la Joy —Ci nen —respondio sin titubear y 0 se Ilevé el medallén de oro la noche del rando hacia abajo. 1c del asesino? Apenas escucho mis iiltmas palabras, la muchacha —Entonees... ges el eémp se levanto bruscamente y exclamé: Cipriano?! no es un asesinol... Voy a confesarle todo. La de Elena era la vigja historia de un amor incom- prendido. Un dia se vieron al salir de la iglesia y desde entonces se amaron. Cipriano tenia veintiséis altos y vivia con su madre, a quien mantenia con un pequenio sueldo de guardia. Elena, feliz por primera vez en su vida, les cont a sus padres adopuvos su romance. Pero ellos eran egoistas y no querian compartitla con nadie. reron que lo vie de modo que le pro! A pesar de esto, los jvenes se encontraban a escondidas. Después de la muerte del sefior C., cuando todas las luces de la casa se apagaban, el muchacho comenzé a entrar en el cuarto de la joven por la ventana del jardin. Solo esperaba un aumento de sueldo para coneretar el matrimonio. Entonces Elena volveria a hablar con su a madre pero, si se negaba a dar su aprobacion, se casarian de todos modos. Como siempre, Ia noche del asesinato el muchacho gio al cuarto de su escalé la reja de la calle y se di novia. A las dos de la madrugada, Ia muchacha escu~ Ao en el dormitorio de su madre y ché un ruido extr: le Pi grito de la victuma retumbé en el silencio nocturno. 16 a Cipriano que se eallara. El joven la abrazé Pero en ese momento, el estridente serenar Elena salié de su cuarto mientras Cipriano. revélver en mano, saltaba por la ventana para ver st algo ocu~ rria afuera. Cuando volvié a entrar, esta vez por el frente, se topé en la escalera del vestibulo con un hom= bre que huia. Chocaron y en ese momento sintié un dolor agudo. Cipriano dis 6 para salvar su vida y cl hombre se desplomé. Un objeto metilico rods y el joven lo levanté. Al colocarlo en su bolsillo, nots que habia recibido una punalada. Con el agresor muerto, el peligro habia terminado y debia irse para no com- prometer a Elena, Sangrando. aleanzé a tomar un coche que lo deyé en su casa, casi desmayado. Escuch¢ el relato con profunda emocién. No podia dudar- su explicacién era tan verdadera como sus igrimas. Le hice una altima pregunta: —Entiendo todo, pero s1 el asesino sélo se Ilevé el medallén, gdénde estara la fortuna de su madre? Mss DARA AAAAAAAAADAABABABAA AM AAAAAAMBMBMAD ° e e e a g Q e Q e a 3 3 a 2 2 @ 2 @ 2 2 2 2 2 2 @ e e @ C e @ \e —Mi madre oculté su dinero en algin lugar de esta casa. Ignoro dénde, pero estoy segura de que el meda- Uén de oro nos lo revelara. Ahora sé que Cipriano lo trene. |Cuanto he padecido en estos meses sin expli- carme su silencio y su abandono aparente! Pero una carta suya, que recibi ayer, me revelé la verdad. En. ella me cuenta que su herida fue grave. Pensé que iba a morir y no quiso causarme otro dolor. Pero sand, Justo cuando yo publiqué el aviso en el diario y él lo leyé. Entonces me escribié explicindolo todo y fijan- do el reencuentro para esta noche. En ese momento se oyé lamar a la puerta de calle. Elena me tomé la mano murmurando: —Es Cipnano... —Abrale, Elena. Ya terminamos —la animé. Sali6 y volvis un momento después, seguida por un muchacho pilido y delgado todavia. Me saludo, escu- cho de boca de Ia joven algunas explicaciones y luego, toméndola de la mano carifiosamente, le dijo: —Celebremos. Elena. No solo te traigo el famoso medallén, sino el secreto que encierra. Lo sacé de su bolsillo. Era redondo y liso, sin mas roseta de brillantes en el centro. La y me parecié incomprensible jovenes le daban. Entonces, adorno que una joya no tenia gran valor Ja importancia que los “aM Cipriano lo apreté con fuerza y la tapa se abrid. Nos aproximamos a la luz, y leimos estas palabras grabadas en el interior: TRAS DE MI COMODA ELENA. La joven dio un gnito de alegria y nos condujo ala pequeiia cémoda del dormitorio. La movimos y detris aparecié la puerta de una caja de hierro embu- tida en Ia pared. No tenia una cerradura comin, sino una rueda de acero con las letras del alfabeto grabadas en el contorno. Una semana atrés, Elena habia descu- bierto el singular escondite. Su instinto femenino le decia que la clave para abrirla era el medallén de oro. Cipriano hizo girar la rueda siguiendo el orden de las letras del nombre de su amada. La caja se abrié. En su interior, una enorme eartera de cuero contenia cuarenta mil pesos. Un mes después, Cipriano y Elena se casaron... RIN EL MISTERIO DEL TREN ESPECIAL Basado en el cuento “él tren especial desaparecido”, de Arthur Conan Doyle Sin duda, la vida de un investigador esta lena de imprevistos y sorpresas. Pero Collins, el jefe de detecti- ves de la Compafia Real de Transportes, Llevaba veinte aitos haciendo un trabajo rutinario. Diariamente se enfrentaba con intentos de robo a pasajeros distraidos y de contrabando de mercaderias, pero tenia distin- tos métodos para evitarlos. Y si el delito se cometia de todos modes, ponia en marcha un plan ya elaborado para dar con los responsables. Todo funcionaba como un mecanismo de relojeria, tal como el horario de los trenes. Hasta que la irrupeién de un caso quebré esa rutina, Lo oeurvide fue tan desconcertante que recién pudo explicarse ocho atios después. La confesién de un delincuente, Herbert Lernac, sentenciado a muerte en Marsella, eché luz sobre el delito mas misterioso cometido en los ferrocarriles ingleses. as ANAIAMBAAAWMMMND SCdNedauV CUI! Udlllso an AABWDAAAAAANRANA RAR AA “Ee SOCOOOOGOOVODYDVIDIVIIGIIZIIZZGDGOOOS ‘Todo comenaé el 3 de junto de 1890. Un eaballe- ro francés que dijo lamarse Louis Caratal pidié una entrevista con James Bland, superintendente de | estacion de ferrocar en Liverpool. Caratal era de baja estatura, edad mediana, pelo negro y espalda encorvada, Lo acompafiaba un hombre de fisico impo- nente, al parecer, su empleado. Su nombre no se dio @ conocer pero, por su tez morena y su acento, parecia ser espafiol o sudamericano. Llevaba un portafolios de cuero negro, sweto ala mufeca 1zquierda por medio de una correa. Y si bien esto no lamé la atencién en ese momento, los acontecimientos posteriores demos- traron que sila tenia. Caratal entré en el despacho de Bland y le conté que habia Hegado Liverpool aquella misma tarde proveniente de Centroamérica. Ciertos asuntos de maxima importancia exigian su presencia urgente en Paris y, como habia perdido el expreso de Londres, necesitaba contratar el servicio de un tren especial. Bland, siempre dispuesto a dar una solucién a los pasajeros en problemas, llamé al director de trafico y dejé arreglado el asunto en cinco minutos. El serneio especial saldria tres cuartos de hora mas tarde, pues ese era el tiempo que se requeria para asegurarse de que la linea estuviera libre. Inmediatamente Potter Hood, el director de trifi- co, hizo preparar el tren que Ilevaria a Caratal. Lo “@ conduciria una poderosa locomotora, a la que se le engancharon dos coches y un furgén detras para un guarda. El primer vagén solo servia para disminuir las molestias producidas por Ia oscilacién de la formacién. El segundo estaba divdido en dos compartimientos: uno de primera clase y otro de segunda. El de prime- ra fue reservado a los viajeros. El otro quedé vacio. Se designé a James McPherson como jefe del tren. pues contaba con mucha experiencia, y como fogonero a William Smith, quien era nuevo en su oficio. Caratal y su acompaiiante se instalaron de inmedia- to enl tren. Y mientras esto sucedia. en el despacho de Bland ocurrié una curiosa coincidencia. El hecho de que alguien solicitara un tren especial no era cosa extraordinaria en una estacién tan comercial como Lwerpool. Pero que la misma tarde se pidiesen dos, eso si resultaba extraiio. En la oficina del superintendente se presenté otro pasayero, Horace Moore. que también necesitaba viajar con urgencia. Explicé que su esposa, quien se hallaba en Londres, habia sufrido una enfermedad grave y repentina, Era tan evidente su angustia, que Bland decidié hacer todo lo posible para complacerlo. Pero como los trenes especiales complican el servicio normal, no podia agregarse otro mis. Solo quedaba una opcié: que Moore compartiese los gastos y el tren contratado por Caratal. ae escaneauy con vans AA pesar de las explicaciones del director de trafico, Caratal nechazé rotundamente el pedido. El tren seri de su uso exelusivo. Cuando Horace Moore supo que su Unica posibilidad era esperar la partida del tren comin de las 18 horas, abandoné la estacién muy afligido. Como estaba arreglado, el semncio especial partié de Liverpool a las 16.31 en punto. No haria ninguna escala y arribaria a Manchester antes de las 18. Pero a las 18.15, los empleados de la estacién de Liverpool se levaron una gran sorpresa: un telegrama enviado desde Manchester anunciaba que el tren no habia arribado todavia. De inmediato consultaron a la estacién de St. Helens, a un tercio de distancia entre Liverpool y Manchester, y desde alli recibieron le siguiente informacién: Bl especial pasé por aqui a las 16.52, segiin lo previsto. A las 18.50 se recibis desde Manchester un segun- do telegrama. sin noticias del especial amunciado por ustedes. Y diez minutos més tarde, un tercer telegrama todavia mds desconcertante decia: 7M Suponenos algin error de intornacidn, 31 tren comin procedente de St. Helens, que debia llegar después del especial, acaba de arribar y no sabe nada de este iltino. Wanchester. Parecia dificil que el tren programado pudiera hacer el mismo recorrido, usando las mismas vias, sin encontrarse con el especial. Si a este le hubiera ocu~ rrido algun accidente, deberian haberlo advertido. Pero gen qué otra cosa podia pensarse, sino en un accidente? gDénde podia encontrarse el tren en cues- tién? gLo habrian desviado a alguna via secundaria por alguna causa? El misterio debia aclararse de inmediato, pues un tren, con locomotora y todo, no desaparece asi como asi. Ymenos uno de la Compaiiia Real de Transportes Britdnicos. Por ese motivo se enviaron telegramas a todas las estaciones intermedias entre St. Helens y Manchester. El superintendente y el director de trafi- co esperaron las respuestas de cada estacién, que no tardaron en llegar. Especial pasé por aqui a las 17. Collins Green, Especial pasé por aqui 17.05. Zarlestown. Especial pasé por aqui 17.15. Newton. ‘eScaneauu con Lain DADMAMAADAAAMAAAANAARAAAADIAMAMAAMAAMAAD i Hl ad OO PEELE DE AEE SS Especial pasé por aqui 17.20. Empalne de Kenyon. Ningiin especial pasé por aqui. Barton Moss. Después de leer este ultimo telegrama, los dos fun- clonarios se miraron aténitos. —No me ha ocurrido cosa igual en mis treinta aftos de servicio —confesé el superintendente Bland. —Esti claro que algo le ha pasado al especial entre Empalme de Kenyon y Barton Moss —afirmé Hood, el director de tréfico. —Pero no existe una playa de maniobras entre ambas estaciones, asi que el especial no pudo salir de la via principal —razoné el superintendente. —Entonces. gcémo es posible que el tren comin haya pasado por la misma linea sin chocar con él? g¥ sin siquiera verlo? —pregunté el director de trafico. —Debis descarrilar. Telegrafiemos a Manchester pidiendo informes, y que la gente de Empalme de Kenyon revise la via hasta Barton Moss —decidis Bland. Los telegramas se enviaron y las respuestas, nueva~ mente, no se hicieron esperar: Sin noticias del especial desaparecido. liaquinista y jefe del tren comin airman 2@ rotundamente que ningun descarrilamiento ha ocurrido entre Empalme de Kenyon y Barton loss. La via, completamente libre, sin nada fuera de lo corriente. lanchester. fabra que despedir a ese maquinista y a ese jefe de tren! —exclamé Bland, a punto de verse traicionado por los nervios—. Ha ocurrido un descarrilamiento y ni siquiera lo notan. Ya vera, Hood. pronto aparecera la maquina en el fondo de algin barranco. Pero media hora después legé la respuesta de Empalme de Kenyon. Sin ningtin rastro del especial desaparecido. Ia linea completamente libre, sin sefial de accidente. —iParece cosa de locos! —exclamé Bland—. gPuede esfumarse un tren, en Inglaterra, a plena luz del dia? Asi estaban las cosas aquella tarde, hasta que ocurrié algo lamentable que agregé otro elemento al caso. Un nuevo telegrama de Empalme de Kenyon informaba: Gaddver de John Slater, maquinista tren especial, encontrado a dos millas de este empalme. CayS de locomotora, rods barranco abajo y tue hallado entre arbustos. No hay rastros de tren. az Las noticias corren como reguero de pélvora pero. en un juicio . Se acusaba de corrupeién francés. Este tema ios del gob as de los periédicos y la extraiia desapa~ Escdileduy CUI! Ue ren no desperté atencién. La Compa je Transportes Br: nicos aproveché la situacién, para no preocupar a los pasajeros y decidié enviar al westigara el caso jefe de detectives Collins para que con prudencia, Ala mafana siguiente, ya en Liverpool, Collins se entrevisté con Bland. Este le confirmé que no ex rastro del tren desapareeido y que, ademas, resultaba imposible explicar el hecho. El detective se dirigié a Empalme de Kenyon yal comprobé que, en el trayecto comprendido entre esa estacién y Manchester, habia siete vias laterales que conducian a las minas de carbon. Cuatro de ellas esta~ ban fuera de servicio, asi que habian sido levantadas sus conexiones con la via principal. Quedaban tres en condiciones de ser usadas. Una terminaba en un gran depésito vacio. Averigué que el 3 de junio, la segunda linea estuvo bloqueada por dieciséis vagones cargados de hierro. En la tercera y mas importante, cien- tos de hombres habian trabajado durante ese dia. Los interrogé a todos y nadie pudo aportar datos sobre Li ua cl tren desaparecido ni sobre sus pasajeros. el jefe del tren 0,el fogonero. Collins estaba desconcertado. Solo tres hechos eran Seguros: el tren salié de Empalme de Kenyon, no llegé a Barton Moss y el maquinista murié. Era sumamen- te improbable, pero cabia dentro de lo posible, que el tren hubiera sido desviado por una de las siete vias laterales existentes. Pero cuatro de ellas estaban fuera de uso, por lo tanto las alternativas se reducian a las tres vias en actividad. Sin embargo, ya habia comprobado que el tren no habia pasado por ninguna de ellas. La investigacién estaba estancada, cuando ocurrié un. nuevo incidente: el 14 de julio la esposa de McPherson, el jefe del tren especial, recibié una carta con fecha § del mismo mes. La mujer ya habia dado por muerto a su marido, pero la carta provenia de Nueva York y estaba escrita por el mismisimo James McPherson. Le pedia que viajara a Estados Unidos para encontrarse con él. De inmediato, la mujer se comunicé con Collins. Dudaba del origen de la carta, pero estaba segura de que la letra y Ja firma eran las de su marido. El detective supuso que esta novedad conduciria al esclarecimiento del caso, pero su optimismo no duré demasiado. Decidié utilizar a la mujer como cebo. De modo que arregl6 todo siguiendo las instrucciones de la carta. La sefiora McPherson se embarcé rumbo a Nueva York y, sin que lo supiera, junto con ella también viajé uno 76M de los agentes de Collins. Una vez en esa ciudad. se hospedé en el hotel que su marido le habia indicado y aguard6 durante dos semanas su legada. El agente la vigilaba dia y noche, pero finalmente la mujer regresé a Liverpool sin que nadie se contactara con ella. Nada nuevo sucedié a partir de entonces. Durante ocho aiios no hubo noticia alguna sobre la extraordi~ naria desaparicion del tren especial. El caso se cerré. Pero Collins no podia aceptar que algo tan extrafio, pudiera suceder sin que tuviera una explicacién légica. Por ese motivo, si bien el asunto no formaba parte de su trabajo cotidiano, se mantuvo atento ante cualquier novedad que pudiese relacionarse con él. Asi supo que Caratal era un francés que desarrollaba sus actividades comerciales y politicas en Centroamérica. Y que su acompafiante, Eduardo Gémez, era su guardaespaldas. Aquel 3 de junio de 1890, Caratal necesitaba llegar a Paris con gran urgencia. Y Paris en ese entonces era la sede de un escandalo financiero y politico, su especia- lidad. Este detalle no parecia casual, pero gen qué medida estaria vinculado Caratal con los conflictos franceses? El detective intentaba encontrar una conexién entre estos datos. Parecia improbable que un tren desapare- cieva de la faz de la tierra, sin dejar rastros. La légica indicaba que la solucién debia estar cerca de las vias de Inglaterra, pero la vinculacién con Paris estaba siempre a Escaneado con Lams presente. Sin embargo, las pistas se perdian en la des- aparicién del tren y de las personas que viajaban en él. Y nada nuevo aparecia Collins era un buen detective, famoso porque no dejaba nada librado al azar, Pero este caso probable- mente nunca se hubiera resuelto, de no ser por una casualidad. Y esa casualidad se dio ocho aftos después de cerrada la investigacién. En ese tiempo, Collins se encontraba de vacaciones en Marsella. Un dia, leyendo el perisdico local, legé a la seccién de las cartas de lectores y descubrié una muy enigmitica, Era de un tal Herbert Lernac, juegado por asesinato y que aguar- daba en prisién su condena a muerte. Mas que una opinién, parecia un mensaje 0 una amenaza. Decia: “Estoy en la cércel y me espera la muerte. No tengo nada que perder. Pero hay quienes si tienen, y mucho. A cambio de un indulto, guardaré informacién sobre ciertas personalidades de la politica, involucradas en el crimen del financista Caratal. No revelaré sus nom- bres por el momento, a la espera de una respuesta de los interesados. jReflexionen, caballeros de Paris, sobre todo lo que puedo llegar decir!”. La relacién con la desaparicién del tren especial era evidente. Habia sido planeada para matar a Caratal, y aquel habia sido un erimen por encargo. Sin duda, los, destinatarios de esas amenazas eran unos politicos fran~ ceses que se verian en serios problemas si Lernac abria 7a laboca. ¥ aunque era importante descubrirlos, Collins seguia siendo el jefe de detectives de la Compafia Real de Transportes Britanicos: lo que més le interesaba era dilucidar como habia desaparecido el tren. Enton~ ces fue a la prisién, mostré sus credenciales, explicé el motivo de su presencia y consiguié ver al reo. ‘Al principio, Lernac no quiso dar ningun detalle. Pero cuando supo que Collins era un detective del ferrocarril que durante ocho afios habia tratado de descubrir el misterio, se sintié orgulloso de su plan. Entonces confirms algunas de las sospechas del detec~ tive y le revelé el resto. Era cierta la relacién entre el caso y el juicio por corrupeién que se Ilevé a cabo en 1890. Quien acu- saria a los hombres mas destacados de Francia era Caratal, que debia viajar a Paris para atestiguar. Con su declaracién, todos ellos terminarfan en Ia cércel, de modo que habia que interrumpir su viaje. Asi que buscaron a alguien capaz de hacerlo desaparecer. Ese hombre fue Herbert Lernacy, sin duda, acertaron en su eleccién. Lernac planed paso por paso el operativo que le impedirfa a Caratal Hegar a Paris. El plan para dete- nerlo comenzé antes de que el testigo partiera hacia Europa. Envié a un hombre de confianza a Centro~ américa para que se embarcara con él, lo liquidara durante la travesia y destruyera sus documentos. a YW es qn «5 ee i" o A 5 OS BD <3 8 «5 a ed € ee a wee € ee AAAAAAAARA AAA AA Ve ee es e e 2 SOVVDDINIIZIGRI? Lernac sabia que Caratal viajaba acompafiado de un individuo de apellido Gomez, que iba bien armado. Este levaba los documentos confidenciales en un portafolios sujeto a su museca y los protegeria, como a su jefe. Por desgracia, el asesino legé cuando el barco ya habia zarpado. Ante este contratiempo, alqui- 16 un pequefio bergantin armado para cortar el paso al buque, pero tampoco tuvo éxito. Lernac era un profesional. Los contratiempos lo estimulaban y cuanto més dificil era lograr su objetivo, mejor se sentia. Por eso habia preparado distintas alternativas que se ejecutarfan si una fallaba. Y asi lo hizo. Con el orgullo de un estratega, le conté a Collins que tenia seis planes para matar a Caratal a partir de su legada a Liverpool. Todo estaba dispuesto por si viaja~ ba en un tren ordinario o especial. De cualquier modo le saldrian al cruce. Habia sobornado a varios funcio- narios del ferrocarril. Uno era McPherson porque. si el viaje se hacia en un tren especial, seguramente él seria el jefe. También Smith, el fogonero, estaba a sus érdenes. El maquinista John Slater resulté ser dema~ siado terco, por lo que prescindieron de él. ‘Aquel Horace Moore que solicits otro tren especial era cémplice de Lernac. Suponia que le ofrecerian compartir el tren contratado por Caratal, pero este. temiendo por su seguridad, no quiso que nadie viajase con él. Entonces Moore salié de la estacién, luego 20 ingresé en ella por una puerta lateral y, sin ser visto, se ubicé en el furgén. Mientras tanto, Lernac esperaba en el Empalme de Kenyon. Sabia que alli siete Iineas secundarias se conectaban con la principal, y que las investigaciones se centrarian en las tres que seguian en uso. Por eso, la via que eligié para desviar el tren fue una de las cua~ tro que estaban fuera de servicio y que terminaba en una vieja mina de carbén abandonada. Para volver a conectarla, solo hizo falta que se colocaran unos pocos rieles sin Hamar la atencién. Asi, cuando el especial Megs. se desvié hacia la linea lateral tan suavemente, que los dos viajeros no lo advirtieron. Smith, el fogonero, debia dormir con cloroforme al maquinista, para que desapareciera con los pasajeros. Pero el hombre se manejé con tal torpeza que John Slater cayé de la locomotora al resistirse. Segan Lernac, su muerte anticipada fue el unico error. Por entonces, el tren especial ya iba rumbo a la mina abandonada. El fogonero redujo la velocidad. McPherson y Moore saltaron del tren a tierra. El fogo- nero lo hizo justo después de acelerar la locomotora a su maxima potencia. Los tnicos pasajeros que quedaban se asomaron a la ventanilla, alertados por el repentino cambio de velocidad. La formacién ya se desplazaba sin control y las ruedas chirriaban sobre los rieles. Lernac pudo Cr) ~—esvareauo cor vants divisar a Caratal, que hacia gestos desesperados y a Gémez, que arrojaba por la ventana el portafolios con los documentos. Estaba claro lo que querian decir: si les perdonaban la vida, ellos prometian no hablar. Pero el tren ya no podia detenerse. En otros tiempos. esa mina de carbén habia sido una de las mas grandes de Inglaterra. Por eso, las vias del ferrocarril llegaban hasta el montacargas, que ahora estaba desmantelado. Solo quedaba el pozo y el tren caeria alli. La explo- sién que provocaria el impacto cubriri carbén toda evidencia. con tierra y Ni Lernac ni sus cémplices lo vieron, pero si escu- charon una sucesién de traqueteos, ruides y golpes producidos por el choque de la locomotora y lot vagones contra las paredes del enorme hueco. Después sintieron un estruendo escalofriante: el tren habia tocado fondo. Solo faltaba borrar cualquier rastro y retirarse. Levantaron los rielesy, sin demoras, todos Jos involucrados salieron del pais. La mayoria hacia Francia, Moore hacia Manchester y McPherson se embarcé a Norteamérica. Collins estaba sorprendido por la precisin con la que habia actuado la banda. Por un momento, llegé a pensar que Lernac era un artista, pero esa imagen se desvanecié cuando le revelé lo sucedido a McPherson en Nueva York: 2M El torpe cometié el error de escribirle a su esposa. No podiamos confiar en él, de modo que hicimos lo necesario para que nunca llegara a entrevistarse con ella. A veces pienso que seria amable escribirle a esa mujer y asegurarle que no hay ningdn impedimento para que vuelva a casarse. Finalmente la desaparicién del tren especial estaba aclarada, Antes de dejarlo, Collins le pregunté qué habia ocurrido con los documentos de Caratal. —Los entregué a quienes me encomendaron la misién. Pero me quedé con algunos, por si algo me rrabajo” posterior me trajo a respondis ocurria, Un error en un la cdrcel. Ahora estoy dispuesto a usazlos Lernac. —¢Entonces piensa dar a conocer esos documentos? Seguro. No voy a dejar que me leven a la guillo- tina sin hacer todo lo posible por salvarme. Si tiene usted un poco més de tiempo, le daré algunos datos interesantes. Collins volvié a Inglaterra con la respuesta al enig- ma que lo habia inquietado durante ocho afios y con Ja satisfacci6n de la tarea cumplida. Apenas llegé, ley en el periédico que Lernac habia muerto, luego de revelar los nombres y apellidos de los que habian contratado sus servicios. aa a staneauy con Cains A i ARAAAASAAAAAANARARRAARADRMRAROD AAS S . ® s 8 v v . . e . . Aquellos poderosos funcionarios se opusieron a que se aceptaran como verdaderas las pruebas presentadas Por un delincuente. Pero no contaban con el aporte de un sabueso mglés como Collins. con buena memo- via y antecedentes intachables. El detective declaré os Hosa Tat Escaneado con CamS

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