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Sinopsis
Sarai sólo tenía catorce años cuando su madre la desarraigo para vivir en
México con un notorio capo de la droga. Con el tiempo se olvidó de lo que era vivir
una vida normal, pero ella nunca soltó la esperanza de escapar del recinto donde ha
estado durante los últimos nueve años.

Victor es un asesino a sangre fría que, como Sarai, sólo ha conocido la muerte y la
violencia desde que era un niño. Cuando Victor llega al compuesto para recoger datos

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y el pago de un contrato, Sarai lo ve como su única oportunidad para escapar. Pero las
cosas no salen según lo planeado y en lugar de encontrar el transporte de regreso a
Tucson, ella se encuentra libre de un hombre peligroso y atrapada en las garras de
otro.

Mientras huye, Victor se aleja de su naturaleza primitiva, sucumbiendo a su


conciencia y decide ayudar a Sarai. A medida que se van acercando, se encuentra
dispuesto a arriesgarlo todo para mantenerla con vida; incluso su relación con su
hermano devoto y su vínculo, Niklas, que ahora como todo el mundo, quiere a Sarai
muerta.

Mientras Victor y Sarai construyen lentamente una confianza, las diferencias entre
ellos parecen disminuir, y una atracción poco probable se intensifica. Pero las
habilidades y la experiencia brutal de Victor pueden no ser suficientes al final de
salvarla, mientras que el poder que sin saberlo tiene sobre él, en última instancia,
puede ser lo que consiga que la maten.
Índice
Sinopsis Capitulo 22
Capítulo 1 Capítulo 23
Capítulo 2 Capítulo 24
Capítulo 3 Capítulo 25
Capítulo 4 Capítulo 26
Capítulo 5 Capítulo 27
Capítulo 6 Capítulo 28

3
Capítulo 8 Capítulo 29
Capítulo 9 Capítulo 30
Capítulo 10 Capítulo 31
Capítulo 11 Capítulo 32
Capítulo 12 Capítulo 33
Capítulo 13 Capítulo 34
Capítulo 14 Capítulo 35
Capítulo 15 Capítulo 36
Capítulo 16 Capítulo 37
Capítulo 17 Capítulo 39
Capítulo 18 Capítulo 40
Capítulo 19 Capítulo 41
Capítulo 20 Capítulo 42
Capítulo 21 Sobre La Autora
CAPÍTULO 1
Algún lugar en México

ƸӜƷ ƸӜƷ

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Han pasado nueve años desde que vi el último americano aquí. Nueve años.
Estaba empezando a pensar que Javier los había matado a todos.

—¿Quién es él? —Mi única amiga, Lydia pregunta mientras trata de ver mejor—.
¿Cómo sabes que es americano?

Presiono el dedo índice contra mis labios y Lydia baja la voz a un susurro, sabiendo
tan bien como yo que Javier, o esa terrible hermana suya nos oirán y nos castigará por
escuchar a escondidas. Siempre paranoica. Siempre asumiendo lo peor. Siempre
aproximándose a todo con cautela y armas, y con toda razón. Tal es el esa manera de
vivir cuando está llena de drogas, asesinatos y esclavitud.

Me asomo a través de la grieta en la puerta, permitiendo que mi visión se centre en el


hombre blanco alto y esbelto que parece que nació con la incapacidad de sonreír.

—No lo sé —susurro—. Sólo puedo intuirlo.

Lydia entrecierra los ojos como si eso pudiera ayudarla a oír mejor. Puedo sentir el
calor de su aliento calentando la piel de mi garganta mientras se presiona más fuerte
contra mí. Observamos al hombre desde las sombras de la diminuta habitación que
hemos compartido desde que ellos la trajeron aquí hace un año. Una puerta. Una
ventana. Una cama. Cuatro paredes deslustradas y un estante con unos pocos libros
en inglés los cuales he leído más veces de las que puedo contar. Sin embargo no
estamos encerradas con llave y nunca lo hemos estado. Javier sabe que si alguna vez
intentamos escapar, no llegaríamos muy lejos. Ni siquiera sé en qué parte de México
estoy. No obstante sé que donde quiera que este, no sería fácil para una joven como
yo encontrar el camino de regreso a los Estados Unidos sola. En el segundo en que
salga por esa puerta y logre alcanzar ese oscuro y polvoriento camino sola es el
segundo en que escoja el suicidio como opción.

El Americano, vistiendo una larga y negra chaqueta sobre su ropa negra se sienta en
una silla de madera en la sala, con la espalda recta y la mirada fija examinando
expertamente cada emoción dentro de la habitación. Pero nadie parece notarlo
excepto yo. Algo me dice que a pesar de que Lydia y yo estamos completamente
escondidas dentro de nuestra habitación en un oscuro pasillo el cual apenas nos
permite ver la sala, este hombre sabe que lo estamos viendo. Sabe todo lo que sucede
a su alrededor: uno de los hombres de Javier que está de pie en las sombras al lado
opuesto del pasillo con un arma escondida y lista para disparar. Seis hombres de pie
esperando en el porche. Los dos hombres justo detrás de él con rifles de asalto en las
manos. Esos dos no han apartado sus ojos de la espalda del Americano, aunque él no
los mire a la cara, ve más de ellos de lo que ellos ven de él. Y luego están las personas

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más obvias en la habitación: Javier, un peligroso narcotraficante mexicano que se
sienta justo frente del Americano. Sonriente, seguro y sin miedo alguno. Y luego está
la hermana de Javier, vistiendo su habitual vestido de puta tan corto que no necesita
inclinarse para que todos en la habitación vean que no lleva bragas. Ella desea al
Americano. Quiere a cualquiera del que pueda abusar sexualmente, pero este
hombre… hay algo más que obsesivo en los ojos de ella cuando lo ve. Y el Americano
también lo sabe.

—Sólo acordé reunirme contigo —dice el Americano en fluido español—, porque


estaba seguro que no me harías perder el tiempo. —Echa un breve vistazo a la
hermana de Javier. Ella se lame los labios. Él está imperturbable—. Sólo hago
negocios contigo. Deshazte de la puta o no tenemos nada de qué hablar. —Su pasiva
expresión nunca vacila.

La hermana de Javier, Izel, parece como si le hubieran dado una bofetada en la cara.
Ella empieza a hablar, pero Javier la calla con una mirada y luego mueve la cabeza
ligeramente hacia atrás exigiendo que deje la habitación. Ella hace lo que le dicen,
pero como siempre no sin una serie de maldiciones que siguen hasta la puerta
principal.

Javier sonríe al Americano y levanta un tazón de café a sus labios. Después de tomar
un sorbo dice:

—Mi oferta es de tres millones, Americano. —Coloca el tazón en la mesa que los
separa y después se inclina casualmente hacia atrás contra la silla con una pierna
cruzada sobre la otra—. ¿Entiendo que tu precio era de dos millones? —Javier vuelve
su barbilla ladeándola, observando el reconocimiento del Americano a su generosa
oferta.

El Americano no le da ninguna.

—Sigo sin entender cómo puedes comprender lo que ellos están diciendo tan
fácilmente —susurra Lydia silenciosamente.

Quiero callarla para que pueda oír todo entre Javier y el Americano, pero no lo hago.

—Vive solamente entre personas que hablan español por años y aprendes a
entenderlos —digo, pero nunca quito mis ojos de ellos—. Con el tiempo, llegarás a
dominarlo como yo.

Siento el cuerpo de Lydia ponerse tensa. Quiere ir a casa tanto como lo hacía yo
cuando me trajeron aquí a los catorce. Pero ella sabe tan bien como yo lo hice que

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estará aquí por siempre y el gran peso de esa realidad es lo que finalmente hace que
se calle de nuevo.

—La única razón por la que un hombre como tú —comienza el Americano—,


ofrecería más de la tarifa promedio sería para asegurar algún tipo de poder sobre mí.
—Deja salir un pequeño y molesto suspiro y se inclina hacia atrás contra la silla,
dejando sus manos deslizarse por sus rodillas—. O es eso, o estás desesperado, lo que
me lleva a creer que mi objetivo, el que quieres que mate, estaría dispuesto a pagarme
más para matarte a ti.

La confiada sonrisa de Javier desaparece de su rostro. Traga saliva y se endereza con


torpeza, aunque trata de conservar algo de confianza sobre la situación. Por todo lo
que sabe, esa podría ser justamente la razón por la que el Americano está aquí ahora
mismo.

—Mis razones no son importantes —dice Javier.

Toma otro sorbo del tazón para esconder su malestar.

—Tienes razón —dice el Americano tranquilamente—. La única cosa importante aquí


es que tú le digas a Guillermo ahí atrás que baje la pistola detrás de mí y que si él no lo
hace dentro de tres segundos estará muerto.

Javier y uno de los hombres que están detrás del Americano traban miradas. Pero los
tres segundos van tan rápido y escucho un casi silencioso disparo resonar y un ¡pop!
de cómo la sangre salpica al otro hombre que está parado junto a él. “Guillermo”
golpea el piso, muerto. Nadie, ni siquiera yo, parece saber cómo el Americano llevó a
cabo ese disparo. Él ni siquiera se movió. El hombre parado cerca del cuerpo se
congela en su sitio, con sus ojos negros muy abiertos bajo su grasoso cabello negro.
Javier frunce los labios y traga de nuevo, costándole ocultar su molestia en cada
perturbador segundo que pasa. Sus hombres sobrepasan en número al Americano,
pero es obvio que Javier no lo quiere muerto. No ahora. Levanta una mano con la
palma arriba para ordenar a los otros que bajen las armas.

El Americano saca su mano del interior de su gabardina y coloca su arma sobre su


pierna para que todos lo vean. Sus dedos se mantienen en el gatillo. Javier echa un
vistazo a la pistola una vez.

Lydia está hundiendo sus uñas en mis costillas. La alcanzo con cuidado y aparto sus
manos, sintiendo su cuerpo relajarse ahora que se da cuenta de lo que está haciendo.
Su respiración es rápida. Rodeo sus hombros con mi brazo y la atraigo hacia mi pecho.

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No está acostumbrada a ver gente morir. No aún. Pero un día lo estará. Ahuecando un
lado de su cabeza con mi mano, presiono mis labios contra su cabello para
tranquilizarla.

Javier indica con un gesto de rechazo de dos dedos y dice—: Limpia este desastre —al
otro hombre armado de pie detrás del Americano. El hombre armado parece más que
feliz de complacerlo, sin querer terminar como su camarada. Todos los ojos en la
habitación están en el Americano. No es que no estuvieran antes, sino que ahora son
más evidentes, mucho más perspicaces.

—Hiciste tu punto —dice Javier.

—Estaba tratando de hacer uno —lo corrige el Americano.

Javier asiente en reconocimiento.

—Tres millones de dólares Americanos —dice Javier—. ¿Aceptas la oferta?

Es obvio que el Americano ha hecho más que bajarle un poco los humos a Javier.
Podría no estar huyendo de miedo o encogiéndose en una esquina, pero está claro
que lo ha puesto en su lugar. Y esto no es fácil de hacer. Me preocupa lo que Javier
podría hacer en represalia cuando sienta que tiene la oportunidad. Me preocupa
solamente porque necesito que el Americano me saque de aquí.

—¿Qué están diciendo? —pregunta Lydia, frustrada de tener aún mucho por
aprender antes de ser capaz de entender algo de lo que dicen en este lugar.
No respondo, pero aprieto su hombro una vez para indicarle que necesito que pare de
hablar.

—Tres y medio es mi precio —dice el Americano.

El rostro de Javier cae y creo que sus fosas nasales se ensanchan. Él no está
acostumbrado a ser el segundo mejor.

—Pero dijiste…

—El precio subió —dice el Americano, inclinando su espalda contra la silla de nuevo y
dando golpecitos a la culata suavemente contra sus pantalones negros. No ofrece más
explicaciones y no necesita darlas. Javier ya parece aceptarlo.

Javier asiente.

—Sí. Sí. Tres millones y medio. ¿Puedes hacerlo en una semana?

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El Americano se pone de pie, su largo chaleco negro cae de su cuerpo. Es alto e
intimidante con cabello marrón corto rozando su cuello y ligeramente más largo y en
puntas en la coronilla.

Aparto a Lydia de la puerta y la cierro suavemente.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta mientras me precipito sobre la destartalada


cómoda que tiene toda la ropa que ella y yo compartimos.

—Nos vamos. —digo mientras meto todo lo que puedo dentro de la funda de una
almohada—. Ponte los zapatos.

—¿Qué?

—Lydia, no tenemos tiempo para esto. Solamente ponte tus zapatos. Podemos salir de
aquí con el Americano.

Abarroto la funda casi llena y me muevo para ayudarla puesto que es lenta para
entender qué es exactamente lo que está pasando. La agarro del brazo y la empujo
contra la cama.
—Te ayudaré —digo mientras me arrodillo frente a ella y me dispongo a meter sus
desnudos pies en los zapatos. Pero me detiene.

—No… Sarai, yo-yoo no puedo ir.

Dejo salir un profundo suspiro. No tenemos tiempo para esto pero necesito encontrar
el tiempo suficiente para convencerla de que ella necesita salir conmigo. La miro a los
ojos.

—Vamos a estar a salvo. Podemos salir de aquí… Lydia, él es el primer Americano que
he visto en años. Es nuestra única oportunidad.

—Es un asesino.

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—Estás rodeada de asesinos. ¡Ahora vamos!

—¡No! ¡Estoy asustada!

Salgo disparada de mi posición de rodillas y coloco mi mano sobre su boca.

—¡Shhhh! Lydia, por favor escúchame…

Coloca sus dedos sobre los míos y saca mi mano de sus labios.

Lágrimas corren de sus ojos y niega con la cabeza rápidamente.

—No iré. Nos atraparán y Javier nos dará una paliza. O peor, Izel nos torturará y nos
matará. Me quedo aquí.

Sé que no puedo hacer que cambie de opinión. Tiene esa mirada en los ojos. Esa que
dice que ha estado rota y que probablemente siempre lo estará. Pongo mis manos en
sus hombros y la miro a los ojos.

—Métete bajo las sábanas y pretende que has estado dormida —digo—. Quédate así
hasta que alguien entre y te encuentre. Si ellos saben que sabías que escapé y no se lo
dijiste a nadie, te matarán.
Lydia asiente con movimientos nerviosos.

—Regresaré por ti. —La sacudo por los hombros, esperando que me crea—. Lo
prometo. La primera cosa que haré cuando cruce la frontera es ir a la policía.

—Pero ¿cómo me encontrarás?

Las lágrimas ahogan su voz.

—No lo sé —admito—. Pero el Americano sabrá. Me ayudará.

Esa mirada en sus ojos, es de desesperanza. Ella no cree ni por un segundo que este
loco plan mío vaya a funcionar. Y probablemente no lo hubiera hecho nueve años
atrás, pero la desesperación lleva a una persona a hacer cosas locas. El rostro de Lydia

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se endurece y alcanza a limpiarse las lágrimas de las mejillas. Es como si supiera que
esta es la última vez que volverá a verme.

La beso fuerte en la frente.

—Volveré por ti.

Asiente lentamente y me abro paso a través de la diminuta habitación con la funda de


la almohada sobre la espalda.

—Métete bajo las sábanas —le siseo mientras abro la ventana.

Al tiempo que Lydia se oculta bajo la manta, me trepo a la ventana y me adentro al


calor de mediados de Octubre. Me agacho abajo detrás de la casa y me abro camino
por un lado y a través del agujero de la valla que rodea el lado sur del recinto. Javier
tiene hombres armados por todos lados, aunque siempre los he encontrado bastante
lerdos y descuidados en vigilar el recinto por alguna fuga debido a que raras veces
alguien trata de escapar. La mayor parte de los guardias andan por ahí hablando y
fumando cigarros y haciendo gestos vulgares a las otras chicas que están esclavizadas
aquí. El que está parado en la entrada de la armería es el que trató de violarme hace
seis meses. La única razón por la que Javier no lo mató es porque ese es su hermano.
Pero hermano o no, ahora está castrado.

Serpenteo por los pequeños edificios, lo hago hasta la línea de árboles y me detengo
en las sombras proyectadas cercanas a la casa. Me pongo de pie derecha y presiono la
espalda contra el estuco y me hago camino cuidadosamente alrededor de la fachada
donde la valla de alambre de púas de seis metros da comienzo a la verja del frente. A
los forasteros siempre les hacen aparcar sus vehículos más allá de donde ellos son
escoltados dentro del recinto a pie.

El Americano no habría sido dejado entrar de cualquier otra manera. Estoy segura de
eso. Espero.

Una larga franja de luz del poste cubre el espacio entre yo y el área de la verja a la que

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necesito llegar. Hay un guardia apostado ahí, pero es muy joven y creo que puedo
encargarme de él. He tenido bastante tiempo para resolver estas cosas. Toda mi vida.
Robé una pistola del dormitorio de Izel el año pasado y la he mantenido escondida
bajo una tabla del piso del cuarto de Lydia y mío desde entonces. Al segundo en que vi
al Americano entrar en casa había retirado la tabla del suelo para recuperarla y la
metí en la parte trasera de mis pantalones. Sabía que la necesitaría esta noche.

Tomo una profunda respiración y me lanzó a la luz completamente expuesta y


solamente espero que nadie me note. Corro con fuerza y rápido con la funda de la
almohada golpeando contra mi espalda y la pistola sujeta en mi mano tan firmemente
que me hace daño los huesos de los dedos. Llego a la valla y lanzo un suspiro de alivio
cuando encuentro otra sombra en la que esconderme. Las sombras se mueven en la
distancia, viniendo de la casa que acabo de dejar. Me siento mal del estómago y podría
vomitar ahora si no supiera que tengo cosas más importantes que hacer y rápido. Mi
corazón martillea contra mis costillas. Diviso al guardia delante de pie cerca de la
verja frontal y recostado contra un árbol. El caliente ámbar de un cigarro arde cerca
de su rostro de color cobrizo y luego se desvanece mientras aleja sus labios del filtro.
La silueta de su rifle de asalto da la impresión de que tiene la correa del arma sobre
uno de los hombros. Afortunadamente él no la está sosteniendo en las manos. Camino
rápidamente a lo largo del extremo de la valla, tratando de permanecer escondida en
las proyecciones de las sombras de los árboles del otro lado de esta. Mis gastadas
sandalias se mueven sobre la suave arena sin hacer sonido alguno. El guardia está tan
cerca que puedo oler el hedor de su olor corporal y ver la brillante grasa en su sucio
cabello.

Me acerco sigilosamente, esperando que el movimiento no llame su atención. Estoy


justo detrás de él ahora y estoy a punto de hacerme pis encima. Mis piernas están
temblando y mi garganta se ha cerrado al punto que casi no puedo respirar. Con
cuidado y tan silenciosamente como me es posible, saco el arma y le pego en la cabeza
con la culata tan fuerte como puedo. Un ruidoso whack! y un crunch! revuelve mi
estómago. Cae inconsciente y su cigarro todavía encendido golpea la arena bajo sus

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rodillas. Agarro su arma, teniendo prácticamente que arrancársela de los brazos
debido a lo pesado de su cuerpo, y luego echo a correr a través de la agrietada verja y
fuera del recinto.

Como había esperado hay un vehículo estacionado al frente: un impecable auto negro
que es probablemente el objeto más fuera de lugar en esta zona en kilómetros. Donde
no hay nada más que barrios pobres y basura. Este es un muy caro auto de ciudad con
brillantes aros y actitud.

Un obstáculo más. Aunque al ver el auto mi confianza en que el Americano hubiera


dejado las puertas sin seguro son mínimas. Seguramente no lo haría en estos lugares.
Coloco mi mano en la puerta de atrás del lado del pasajero y contengo el aliento. La
puerta se abre. No tengo tiempo de sentirme aliviada cuando escucho voces que
vienen de la verja frontal y capto un destello de un movimiento en las sombras por el
rabillo del ojo. Me meto a gatas en el suelo de la parte de atrás y cierro la puerta
rápidamente antes de que se aproximen lo suficiente para oírla cerrarse.

Oh no… la luz del techo.

Aprieto los dientes observando la luz desvanecerse por encima de mi tan lentamente
que es torturador, hasta que finalmente parpadea desvaneciéndose y dejándome en la
oscuridad. Después de poner la funda debajo del asiento del conductor, intento
esconder el rifle robado detrás del asiento entre el cuero y la puerta. Lo que me deja
tiempo suficiente para meter mi pequeño cuerpo apretujándome en el piso tanto
como puedo. Rodeo con mis brazos fuertemente alrededor de mis rodillas, las cuales
están presionadas contras mi pecho y arqueo la espalda y mantengo la incómoda
posición.

Las voces se desvanecen y todo lo que queda es el sonido de un par de piernas


llegando al auto. El maletero se abre y segundos después se cierra otra vez. Contengo
la respiración cuando la puerta delantera del lado del conductor se abre y las luces
del techo se encienden de nuevo. El Americano cierra la puerta detrás de él y siento el
auto moverse mientras él se coloca en el asiento delantero. Uno. Dos. Tres. Cuatro.

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Cinco. Seis. Finalmente las luces se apagan. Escucho la llave ser deslizada en el
contacto y luego el motor se enciende.

¿Por qué no nos estamos moviendo? ¿Por qué estamos sólo sentados aquí? Quizás
está leyendo algo.

Y entonces dice en voz alta en español.

—Loción de mantequilla de cacao. Aliento cálido. Sudor.

Le toma unos minutos a mi cerebro procesar el significado detrás de sus extrañas


palabras y me doy cuenta de que me está hablando a mí.

Me levanto rápidamente de detrás del asiento y agarro el arma, presionando el cañón


contra la parte trasera de su cabeza.

—Sólo conduce —digo en inglés, mis manos tiemblan al sostener el arma en su sitio.
Nunca he matado a nadie antes y no quiero hacerlo, pero no voy a regresar al recinto.

El americano lentamente levanta las manos. El destello de su reloj de plata llama mi


atención pero no le permito distraerme. Sin otra palabra él coloca una mano en el
volante y la otra en la palanca de cambio, poniendo el auto en marcha.
—Eres americana —dice tranquilamente, pero detecto una muy diminuta onza de
interés en su voz.

—Sí, soy americana, ahora por favor simplemente conduce.

Mantengo la pistola en su cabeza, maniobro en el asiento trasero y alejo el arma de su


alcance. Le atrapo dándome un vistazo en el espejo retrovisor, pero está tan oscuro
dentro del auto con la poca luz del tablero que todo lo que puedo ver son sus ojos por
un breve momento cuando me recorren.

Al final el auto se pone en movimiento y pone ambas manos en el volante. Está


calmado y cauteloso, pero tengo la sensación que no está en lo más mínimo
preocupado por mí o de lo que podría ser capaz de hacer. Esto me asusta. Creo que lo

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prefiero rogando por su vida, tartamudeando palabras de súplica, prometiéndome el
mundo. Pero se ve tan peligroso e indiferente como lo estaba allá dentro de la casa
incluso cuando puso una bala en la cabeza de ese hombre armado que tan
casualmente llamó Guillermo.
CAPÍTULO 2
ƸӜƷ ƸӜƷ

Hemos estado rodando por veintiocho minutos. He estado observando el reloj


en el tablero, los brillantes números azules ya empiezan a consumir mi subconsciente.
El Americano no ha dicho ni una palabra. Ni una. Sé que no tiene nada que ver con

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tener miedo. Soy la que tiene el arma pero soy la única de nosotros que tiene miedo. Y
no entiendo por qué no ha hablado. Quizás si simplemente encendiera la radio…
algo… porque el silencio me está matando. He estado tratando de mantener mis ojos
en él mientras que al mismo tiempo trato de hacerme alguna idea de mi paradero.
Pero hasta ahora las únicas señales que he visto son tres y la ocasional casa de estuco
o edificio en ruinas, todo se ve como el recinto.

Treinta y dos minutos después y me doy cuenta que he bajado el arma en algún
momento. Mi dedo sigue en el gatillo y estoy lista para usarla si tengo que hacerlo,
pero era estúpida en pensar que podría aguantar apuntando directamente hacia él
por más que unos pocos minutos.

No sé lo que voy a hacer cuando me canse. Afortunadamente la adrenalina me está


manteniendo despierta por ahora.

—¿Cuál es tu nombre? —le pregunto, esperando remover el silencio.

Necesito conseguir que confíe en mí, que quiera ayudarme.

—Mi nombre es intrascendente.


—¿Por qué?

No responde.

Trago un nudo en la garganta, sin embargo otro se forma en su lugar.

—Mi nombre es Sarai.

Sigue sin responder.

En cierto modo se siente como tortura, la manera en que me ignora. Estoy empezando
a pensar que es exactamente lo que está haciendo: torturándome con el silencio.

—Necesito que me ayudes —digo—. He sido prisionera de Javier desde que tenía

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catorce años.

—Y supones que te voy a ayudar porque también soy americano —dice simplemente.

Vacilo antes de responder.

—Yo, yo… bien, ¿por qué no lo harías?

—No es mi asunto interferir.

—Entonces ¿cuál es tu asunto? —pregunto con un rastro de disgusto—. ¿Matar gente


a sangre fría?

—Sí.

Un temblor me recorre la espalda.

Sin saber qué decir a algo como eso, o incluso si debería, decido que es mejor cambiar
de tema.

—¿Puedes llevarme hacia la frontera? —pregunto, volviéndome más desesperada—.


Yo… —bajo mis ojos con vergüenza—. Haré lo que quieras. Pero por favor, por favor
simplemente ayúdame a llegar a la frontera. —Siento lágrimas tratando de forzar su
camino a la superficie, pero no quiero que me vea llorar. No sé por qué, simplemente
no puedo dejarlo. Y sé que entiende lo que quiero decir con hacer lo que quiera. Me
odio por ofrecerle mi cuerpo, pero como dije antes sobre la desesperación…

—Si te refieres a la frontera con los Estados Unidos —dice y por alguna razón su voz
me sorprende—, entonces debes saber que la distancia es más de lo que pretendo
tenerte en mi auto.

Levanto la espalda de mi asiento solamente un poco.

—Bi-Bien, ¿qué tan lejos puedes llevarme?

Fijo la mirada en sus oscuros ojos a través del espejo retrovisor otra vez. Se traban
con los míos y esto envía un escalofrío en mi espalda.

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No responde.

—¿Por qué no me ayudarás? —pregunto, aceptando finalmente el hecho de que no


importa lo que le diga, es en vano. Y cuando sigue sin responder digo con
exasperación—: Entonces estaciónate y déjame salir. Caminaré el resto del camino
por mi cuenta.

—Necesitarás más que las seis balas que tienes en esa arma.

—Entonces dame más balas —digo, enojándome aún más—. Y esta no es la única
arma que tengo.

Eso parece haber despertado su interés, aunque muy pequeño.

—Tomé el rifle del guardia al que golpeé en la cabeza cuando conseguí atravesar la
cerca.

Asiente una vez, tan ligeramente que si hubiera pestañeado en ese momento nunca lo
hubiese visto.
—Es un buen comienzo —dice y entonces regresa sus oscuros ojos al camino de tierra
por un momento y voltea a la izquierda al final—. Pero, ¿qué harás cuando se acaben?
Porque lo harán.

Lo odio.

—Entonces correré.

—Y te atraparán.

—Entonces los apuñalaré.

De repente, el Americano vira lentamente de la carretera y detiene el carro.

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¡No, no, no! Esto no es como se suponía que sucedería. Esperaba que siguiera
conduciendo porque él sabía que si me dejaba aquí sola de esta manera, cualquier
cosa que me pasara estaría en su consciencia.

Pero supongo que no tiene algo parecido a una. Sus oscuros ojos me miran fija y
serenamente a través del espejo, sin rastro de compasión o preocupación en ellos.
Quiero dispararle en la parte trasera de la cabeza por cuestión de principios. Él
simplemente me mira fijamente con esa mirada de ¿qué estás esperando? y no me
muevo. Echo un vistazo con cautela a la puerta y luego a él y luego bajo la mirada a mi
arma y la vuelvo nuevamente a él.

—Puedes usarme a tu favor —digo porque es todo lo que tengo.

Sus cejas apenas se mueven, pero es suficiente para que haya captado su atención.

—Soy la favorita de Javier —continuo—. Soy… diferente… de las otras chicas.

—¿Qué te hace pensar que necesito tu favor? —pregunta.

—Bueno, ¿Javier te pagó los tres millones y medio?

—Así no es como funciona. —dice.


—No, pero yo sé cómo trabaja Javier y si él no te dio el monto completo antes de que
te fueras entonces nunca lo hará.

—¿Vas a salir?

Suspiro pesadamente y doy un vistazo fuera de la ventana de nuevo y luego levanto el


arma y digo:

—Vas a llevarme a la frontera.

El Americano lame la sequedad de sus labios y luego el auto empieza a moverse


nuevamente. Estoy improvisando. Todas las partes del plan de mi escape se acabaron
cuando logré entrar a este auto.

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Cuando el Americano habló de la frontera de los Estados Unidos, me pareció como si
estuviera más cerca de la frontera de otros países que de la de los Estados Unidos y
esto me aterroriza. Si estoy más cerca de Guatemala o Belice que de los Estados
Unidos entonces dudo mucho de que salga con vida de esto. He observado mapas. Me
he sentado en esa habitación tantas veces y recorrí con la punta del dedo sobre los
caminos entre Zamora y San Luis de Potosí y entre Los Mochis y Cuidad Juárez. Pero
siempre me negué a la posibilidad de estar mucho más al sur porque nunca quise
aceptar que podría estar así de lejos de mi hogar.

Hogar. Eso realmente es como una etiqueta. No tengo hogar en los Estados Unidos
después de todo. No creo que de verdad la tuviera alguna vez. Pero de todas formas,
era donde nací y crecí, aunque poco hizo mi madre para criarme realmente. A pesar
de ello quiero ir a casa porque siempre será mejor que donde he pasado los últimos
nueve años de mi vida.

Coloco mi espalda parcialmente contra la puerta y contra el asiento así puedo


mantener los ojos directamente sobre el Americano. Cuanto tiempo puedo mantener
esto es incierto. Y él lo sabe.
Quizás debería simplemente dispararle y tomar su carro. Aunque por otro lado, poco
bien hará que conduzca sin rumbo fijo en este país extraño del que no he visto nada
más que violencia, violaciones, asesinatos y todo lo inimaginable. Y Javier es un
hombre poderoso. Muy rico. El recinto es asqueroso y engañoso. Él podría ser como
los narcotraficantes que vi cuando solía tener el lujo de la televisión estadounidense;
de los que tienen dinero, inmaculadas casas con piscina y diez baños, pero Javier
parece preferir la apariencia. No sé en qué gasta su fortuna, pero no es en bienes
raíces por lo que sé.

Ha pasado más de una hora. Estoy cansada. Puedo sentir ardor detrás de los ojos,
extendiéndose casi alrededor de los bordes de mis párpados. No sé a quién pienso
que estoy engañando. Tengo que dormir en algún momento y en el segundo en que

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me quede dormida es cuando despertaré, o de regreso en el recinto atada a la silla de
la habitación de Javier, o que no despierte después de todo. Necesito mantenerme
hablando para ayudarme a permanecer despierta.

—¿Puedes solamente decirme tu nombre? —Trato una vez más—. Mira, sé que no
lograré salir viva de este país. O tu auto para lo que importa. Sé que mi intento de
escape se echó a perder al segundo que salí de esa puerta. Así que, lo menos que
puedes hacer es hablarme. Piensa en ello como mi último deseo.

—No soy bueno siendo el hombro sobre el que llorar, me temo.

—Entonces ¿en qué eres bueno? —pregunto—. Además de matar gente, por
supuesto.

Me doy cuenta de que su mandíbula se mueve ligeramente, pero no me ha mirado en


el espejo retrovisor hace un rato.

—Manejando —responde.

Bien, esto no va a ninguna parte.

Quiero gritar de frustración.


Quince minutos más de silencio pasan y noto que los alrededores están empezando a
sentirse demasiado familiares. Estamos yendo en círculos y lo hemos estado todo este
tiempo. Por una fracción de segundo comienzo a decir algo sobre ello, pero decido
que es mejor que no le deje saber que lo sé.

Me inclino un poco del asiento y apunto el arma a él y digo:

—Da vuelta a la izquierda aquí. —Y hago esto por los próximos veinte minutos,
forzándolo a ir a mi manera incluso aunque no tengo ni idea de donde nos estoy
dirigiendo.

Y él sigue el juego, sin sudar ni una gota, sin darme la más ligera impresión de estar
preocupado o aterrado de tener un arma en la espalda. Cuanto más tiempo hacemos

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esto, más empiezo a darme cuenta que aunque soy yo la que tiene el arma, él tiene
toda esta situación bajo mayor control del que yo pensé que tenía.

¿En qué me he metido?

Más minutos pasan y he perdido la noción del tiempo. Estoy tan cansada. Mis
párpados son cada vez más pesados. Separo bruscamente mi cabeza del asiento
detrás de mí y presiono mis dedos contra el botón de la ventana para bajar el vidrio.
El cálido aire de la noche se precipita dentro del auto, sacudiendo mi cabello castaño
rojizo en mi cara. Fuerzo a mis ojos a mantenerse abiertos y me acomodo en la
posición más incómoda para ayudarme a seguir despierta, pero no toma demasiado
hasta que noto que nada está funcionando. El Americano observa cada movimiento
que hago desde el espejo. Noto que lo hace de vez en cuando.

—¿Qué es lo que te hace su favorita? —pregunta y me aturde.

Estaba segura de que había estado esperando todo este tiempo para que me quedara
dormida, si hubiera esperado unos pocos minutos más eso es probablemente lo que
habría pasado. ¿Ahora está hablándome? Estoy totalmente confundida, pero lo
tomaré.
—No fui comprada —respondo.

Finalmente me hace una pregunta directa la cual podría llevar a una conversación y
quizás a su ayuda, pero irónicamente el tema hace difícil tomar ventaja de esta
oportunidad. Es difícil de hablar de ello a pesar de que soy la que inicialmente saqué
el tema. Espero por un largo tiempo antes de continuar.

—Fui traída aquí hace largo tiempo… por mi madre. Javier vio algo en mí que no vio
en las otras chicas. Lo llamo obsesión enfermiza, él lo llama amor.

—Ya veo —dice y aunque sus palabras son escasas, puedo decir que tienen más peso
de lo que parece.

—Soy de Tucson —digo—. Todo lo que quiero es regresar allí. Te pagaré. Si no me

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quieres… a mí… encontraré la forma de pagarte en efectivo. Te doy mi palabra. No
trataré de esconderme de ti. Al final pagaré mi deuda.

—Si un narcotraficante cree que está enamorado de ti —dice despreocupadamente—,


no seré de quien tengas que esconderte.

—Entonces sabes que estoy en mucho peligro —digo.

—Sí, pero eso sigue sin hacerte mi problema.

—¿Eres humano? —Lo odio más cada vez que habla—. ¿Qué clase de hombre no
querría ayudar a una indefensa mujer salir de una vida de cautiverio y violencia,
especialmente cuando ella ha escapado de sus captores y está suplicando por tu
ayuda?

No responde. ¿Por qué eso no me sorprende?

Suspiro pesadamente y presiono la espalda contra el asiento otra vez. Mi dedo en el


gatillo está acalambrado de estar en la misma posición curvada por tanto tiempo
contra el metal. Bajo más el arma lejos del asiento para que no pueda ver, cambio de
manos el tiempo suficiente para mover los dedos por un momento y luego coloco mi
pulgar sobre la punta de cada dedo individualmente y presiono hacia abajo para
aliviar el agarrotamiento. No te das cuenta de qué tan pesada es un arma hasta que la
sostienes sin parar por un largo periodo de tiempo.

—No te estoy mintiendo —digo—. Sobre Javier y su dinero.

Atrapo sus ojos mirándome en el espejo de nuevo.

—He tenido mucho tiempo para ver cómo hace negocios —continuo y agarro el arma
en mi mano derecha otra vez a pesar de la protesta de mis adoloridos dedos—. Te
matará en lugar de pagarte.

Sus ojos son color azul verdoso. Puedo verlos más claramente ahora que estamos
conduciendo a través de un pequeño pueblo con luces en las calles. Y lo de pequeño es

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un eufemismo porque en menos de un minuto somos tragados por la oscuridad de la
desolada carretera nuevamente con nada a la vista excepto el paisaje desértico
iluminado por las estrellas.

Y luego simplemente empiezo a hablar; mi último intento de mantenerme despierta.


Ya no me importa si se une a la conversación unilateral, solamente necesito
permanecer consciente.

—Supongo que si tuvieras una hija o una hermana te preocuparías un poco más. Tuve
algo parecido a una vida antes de que mi madre me trajera aquí. No se parecía mucho
a una, pero era una, no obstante. Vivíamos en un diminuto remolque con cucarachas y
paredes tan delgadas que se sentía como dormir justo sobre el suelo del desierto en el
invierno. Mi madre era dependiente de la heroína. Crack. Metanfetamina. La que sea a
ella le gustaba. Pero no a mí. Quería terminar el colegio y obtener una beca en
cualquier universidad que quisiera y hacer mi vida por mi cuenta. Pero luego me
trajeron aquí y todo eso cambió. Javier estuvo acostándose con mi madre por un
tiempo, pero siempre tenía sus ojos en mí…

Pienso que me he quedado adormecida por un segundo.


Abro bruscamente los ojos y tomo una profunda respiración, presionando mi cara
cerca a la ventana para dejar que el aire me golpee.

Y la próxima cosa que sé, es que siento un abrasador dolor a un lado de mi cabeza y
todo se vuelve negro.

24
CAPÍTULO 3

25
El sonido del agua goteando me despierta. Mis ojos se abren, agitándose
por la luz entrando a través de alguna ventana cercana. Puedo decir que estoy en un
cuarto en alguna parte. Mi visión es borrosa y mi cabeza se siente como si hubiese
sido golpeada contra una pared de ladrillo la noche anterior. El lado izquierdo de mi
rostro se siente hinchado.

Trato de levantarme pero algo está amarrado alrededor de mis muñecas y tobillos.
Cuando mi ojos se enfocan, veo que estoy yaciendo sobre una cama en una lúgubre
habitación con el papel tapiz pintado de marrón y polvorientos muebles que no
combinan. La televisión luce como la del recinto: antigua y probablemente solo agarra
un canal el cual, estoy segura, es el que pasa las dramáticas novelas en español. En mi
línea de visión directa veo las gruesas cortinas verdes sobre la ventana y empujada
contra ella hay una pequeña mesa cuadrada con solo una silla de madera. Un largo
abrigo negro está sobre el respaldo de ella.

Dándome cuenta de lo que debió haber pasado y mis instintos finalmente poniéndose
al día, fuerzo mi cuerpo sobre mi espalda para poder ver el resto del cuarto. Así puedo
encontrar a el Americano quien sé, me trajo aquí, donde sea que este.
Él me amarró. Oh no… me amarró.

Cuando lo noto sentado en una silla en el otro lado de la cama, me asusto, grito y caigo
de la cama al piso, mis manos y piernas unidas, así que no puedo hacer nada para
evitar el impacto. Golpeo duro el piso y el dolor se dispara por mi cadera y sobre mi
espalda.

—¡Ufff! —gimo en voz alta. En un santiamén estoy retorciendo la tela de mis muñecas
para liberarme mientras me retuerzo por el piso.

El Americano se para sobre mí como si un fantasma viniese de la nada.

—¿Por qué me amarraste? —Estoy temblando tanto pero espero que no lo note. No
quiero que sepa el verdadero nivel de mi miedo.

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Se inclina, me levanta del piso y me pone en la cama de nuevo. Trato de patearlo y
golpearlo hasta que me doy cuenta lo estúpido que es porque lo único que tal vez
haga es causar que caiga al piso de nuevo. Sin responder, se va al otro lado donde
estaba sentado y pone sus manos en el tazón de agua sobre la mesa de noche.
Exprime el agua de un trapo y lo trae hacia mi rostro, pero trato de alejarme de él. Eso
no lo perturba. En realidad, nada parece hacerlo. Sé que no voy a ir a algún lado justo
ahora, así que solo me quedo ahí muy quieta, mirando directamente sus ojos a pesar
de que él no está mirando los míos.

Quiero que me vea, que vea el enojo en mi rostro, pero no se preocupa en mirar.

—¿Me pegaste? —No puedo creerlo, pero entonces, lo creo.

—Sí. —Frota el trapo frio y húmedo sobre mí ojo izquierdo y alrededor del hueso.

—¿Entonces eres un asesino y un golpeador de mujeres?

Sus oscuros ojos finalmente miran directamente los míos y su mano deja de moverse
como si mi acusación lo golpease de la manera equivocada.
—No golpeo a mujeres —dice—, a menos que tengan un arma apuntada a mi cabeza.

No respondo a eso. Tiene un argumento notable, si puede ser llamado un argumento.

—¿Tengo el ojo negro?

—No —dice, alejando el trapo mojado—. No te pegué tan fuerte. Solo un poco
hinchado.

Lo miro como si estuviese loco—. ¿No? ¿Pero si me pegaste lo suficientemente fuerte


para mantenerme inconsciente la noche entera?

Se levanta de la cama, su alta estatura cerniéndose sobre mí, y camina hacia el abrigo
colgando sobre el respaldo de la silla. Alcanza dentro de un bolsillo y saca una botella

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de píldoras.

—Te despertaste un poco después de que te noqueé —dice mientras gira la tapa de la
botella—. Tuve que drogarte.

Parpadeo alejando el aturdimiento.

Deja caer una pequeña píldora blanca en la palma de su mano y la sostiene para mí.
Todavía lo miro como si estuviese loco, tal vez ahora más que antes.

—¿Me drogaste? ¿Qué es eso?

Quiero abofetearlo. Si mis manos no estuviesen atadas, lo haría.

—Pastilla para dormir —dice, poniendo la píldora en mis labios—. No hace daño. Yo
la tomo. Tú, por otro lado, solo necesitas la mitad de una, ahora lo sé.

Escupo la píldora en la amarillenta sabana debajo de mí.

—Creo que he dormido lo suficiente.


—Como tú quieras. —Desliza la botella de nuevo en su abrigo y se mueve hacia la
puerta.

—¿A dónde vas?

Se detiene en la ventana y jala la cortina para que se cierre lo que falta, pero se queda
ahí, observando fuera a través de una abertura en la gruesa tela. Con su espalda hacia
mí, trato calladamente de liberar mis muñecas.

—A ningún lado de momento —dice y luego se voltea de nuevo y paro de luchar con
mis ataduras en un instante para que no se dé cuenta.

—Bien… ¿Entonces que estamos haciendo aquí y por qué estoy amarrada?

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Me mira directamente—. Esperando a los hombres que Javier envió aquí para
buscarte.

Trago. Las lágrimas brotan al instante de las esquinas de mis ojos. Comienzo a
retorcerme, tratando muy fuerte de liberar mis manos y piernas, pero es en vano. Me
amarró mejor de lo que amarran a los puercos en el recinto.

—¡Por favor! No puedes dejar que me lleven. Te lo ruego…

—Está fuera de mis manos —dice mirando de nuevo por la ventana—. Por eso te
ofrecí la píldora. Pensé que preferirías estar inconsciente cuando llegaran.

Siento como si fuera a vomitar. Mi corazón está latiendo muy rápido, mis entrañas se
están endureciendo y siento que no puedo respirar. Fuerzo mi cuerpo para sentarse
derecho y tiro mis piernas sobre el lado de la cama y trato de ponerme de pie.

—Siéntate —dice, volteándose para mirarme.

Lágrimas corren de mis ojos y levanto mis manos unidas hacia él.

—Por favor… —Me ahogo con mis lágrimas, mi pecho temblando y sacudiéndose con
respiraciones irregulares—. ¡No dejes que me lleven de vuelta allá!
—Preguntaré una vez más —dice, volteando su rostro completamente hacía mí—.
¿Quieres estar despierta para lo que está a punto de pasar?

—¡No quiero que pase! —grito.

Llevo mis brazos hacia arriba y trato de soltar la tela de mis muñecas con mis dientes.
El Americano me ignora y se mueve hacia un maletín plano sentado en el suelo
apoyado contra la pared. Agarrándolo por las asas, la pone sobre el borde de la cama
cerca de mí y abre los pestillos para levantar la tapa, bloqueando mi mirada de lo que
está dentro.

Un fuerte destello de rayos de sol golpea contra la parte posterior de la cortina y el


sonido de unos frenos chirriantes fuera retuerce mi estómago en más nudos. Me

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congelo en el borde de la cama, mis dientes aun apretados alrededor de la tela, mis
ojos abiertos y llenos de miedo. Miro a la puerta y de vuelta al Americano, quien está
parado al pie de la cama retorciendo una larga cosa de metal al extremo de un arma
de fuego negra. Y luego tan rápido, sin embargo tan casual como una caminata
matutina, cierra el maletín y lo desliza debajo de la cama y fuera de la vista.

Viene hacía mí.

Trato de patearlo de nuevo pero mis tobillos amarrados evitan que haga algo, excepto
casi caerme de la cama.

—¡No! ¡Déjame en paz! ¡Por favor, no hagas esto!

Con su mano libre me agarra por el codo y me jala con dureza a mis pies, el arma
apuntando al suelo en su otra mano y luego me lleva torpemente a través de una
pequeña habitación y hacia un pequeño baño.

Hay un golpe en la puerta pero el Americano no le presta atención. Me arrastra dentro


del baño y prácticamente me empuja dentro de la asquerosa tina. Creo que mi cabeza
va a golpear un lado, pero me sostiene por la tela de mis muñecas y me baja el resto
del camino lentamente.
—Quédate abajo. No levantes la cabeza y no te muevas.

—¿Qué? —Parpadeo alejando la confusión. Estoy tan asustada que siento que voy a
perder el control de mi vejiga en cualquier momento.

—¿Entiendes? —pregunta, cerniéndose sobre mí. La seriedad en sus ojos es palpable.

Dudo porque, no, no entiendo, pero luego solo asiento en rápidos movimientos.

Alcanza la parte de atrás de sus pantalones y saca un cuchillo de alguna parte. Mis
ojos se hacen más grandes mientras la afilada plata se mueve hacía mí. Justo cuando
pienso que va a cortarme, a pesar de que no sé por qué pasó por todo esto solo para
matarme, corta las ataduras de mis tobillos.

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—Quédate abajo —demanda una última vez.

Y solo así, deja el baño y cierra la puerta detrás de él.

Me congelo en shock, me toma un momento componerme. Miro hacia mis desatados


pies y me pregunto por qué lo hizo. ¿Por qué mis manos siguen atadas pero me
permitió usar mis piernas de nuevo para poder escapar? No importa. Necesito liberar
mis manos también. Muerdo los apretados nudos de nuevo, tratando furiosamente de
desatarlo pero solo frustrándome. Apenas levanto mi cabeza de la tina pero obtener
una mejor vista del baño, buscando por algo que tal vez sirva como un cuchillo o tijera
para que pueda tratar de cortarlas en su lugar. Nada. Solo un lavabo de plástico
profundo completamente seco con pintura, manchas de aceite y tierra y un asqueroso
inodoro sin tapa.

La puerta se abre en la habitación del motel y escucho voces dentro.

—¿Dónde está?

Oh no… ¡esa es la voz de Izel!


Mi corazón se acelera tan rápido que me siento mareada mientras la sangre se
apresura rápidamente a mi cabeza. Muerdo la tela más fuerte, torciendo los
imposibles nudos con mis dientes hasta que duele.

—Javier se pregunta por qué no la trajiste de vuelta tú mismo —añade Izel con su
singular sensual tono sarcástico.

Hay más voces, hombres, hablando español entre ellos mientras Izel habla solo con el
Americano. Sus voces están amortiguadas. No puedo entender lo que están diciendo.

—Toma asiento —dice el Americano calmadamente.

—No vinimos de visita —se rehúsa Izel—. Dame a Sarai… o… —La imagino
caminando hacia el Americano como la deslizante serpiente que es—. O, tú y yo

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podemos estar juntos, solo, por un rato primero. Me gustaría eso.

Su voz se detiene abruptamente y su tono seductor desaparece en un instante.

—¡Bien! ¡Bien! Maldito puto. ¿Prefieres dispararme que cogerme?

—Sí, lo prefiero —responde el Americano.

—Tráela aquí —demanda Izel, su voz mezclada con desprecio.

—Siéntate primero —dice el Americano.

De repente escucho pistolas amartillándose e instintivamente bajo mi cuerpo en la


tina de nuevo tan plana como puedo hacerme. Estoy comenzando a entender por qué
me forzó a estar aquí así.

—Hay cinco de nosotros y tú solo eres uno —dice Izel venenosamente.

Entonces suena un disparo y me pongo rígida contra el duro plástico debajo de mí.
Más disparos. Las balas salpican la pared; dos se mueven directamente a través de la
pared del baño donde yazco acurrucada. Escucho vidrios haciéndose añicos y lo que
suena como cuerpos estampándose a través del cuarto más allá de mí. Más disparos
suenan e Izel grita maldiciones sobre el caos. Las paredes tiemblan a mí alrededor,
golpeando las gruesas capas de mugre de la bombilla de luz colgando del techo
dañado por el agua. Escucho un fuerte crunch y luego el sonido de la gran ventana en
el cuarto destrozándose como si alguien la hubiese atravesado.

Todo se queda en silencio. Todo lo que puedo escuchar ahora es mi corazón latiendo
fuerte y violentamente. Estoy tan asustada que ni siquiera puedo llorar y mi cuerpo
deja de temblar. Estoy paralizada con miedo.

El olor acre de los disparos permanece en el aire.

¿Está muerto el Americano? Es todo en lo que puedo pensar. Tal vez todos están
muertos y puedo salir viva de aquí.

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Comienzo a salir de la tina pero entonces escucho a Izel:

—Vete a la chingada. ¡No diré ni una mierda!

Hay un breve episodio de silencio y luego escucho al Americano decir


calmadamente—: Ya me has dicho más de lo que necesito saber.

—¿Cómo es eso?

—Si Javier me quería vivo para matar a Guzman, tus hombres nunca hubiesen
recurrido a mí.

—Él sí quería que lo mataras.

—Entonces tus hombres son simplemente estúpidos.

Izel no respondió nada, pero puedo imaginar la expresión que usa: amargura
mezclada con maldad.

En silencio, salgo de la tina, cuidadosa de no hacer ningún movimiento abrupto y


alcanzo la manija de la puerta. Se abre en el segundo en el que mis dedos la tocan
como si no hubiese estado abierta todo este tiempo, a pesar de que sabía que no lo
estaba. Debe de haberse sacudido cuando escuché a alguien estrellarse contra ella
durante la pelea.

La abro apenas un poco. El espejo sobre el lavabo junto a la puerta está a la vista.
Todo lo que queda de él son tres grandes fragmentos irregulares de cristal roto
apenas colgando en la pared.

Puedo ver la espalda del Americano a través del reflejo.

—Debería decirte —dice él—. Habrá un nuevo trato ahora.

—No eres el indicado para hacer tratos —Izel escupe las palabras.

—Creo que lo soy —responde—. Primero, me dices cuales son los planes del Javier

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para traerme al recinto.

—¡No te diré pura mierda!

Un disparo ahogado hace un rápido sonido de fuddup y luego Izel grita con dolor.

—¡Me disparaste, maldición!

El Americano se mueve fuera de la vista del espejo, dejándome ver a Izel sentada
sobre a la silla junto a la pared. Su rostro brilla con sudor y sangre sale de la herida
sobre su muslo, sus manos presionando sobre él tratando de detener el flujo. Su
bronceado rostro está retorcido en agonía y enojo. Escupe el piso, desafiante.

—Simplemente una herida leve —dice el Americano.

Me empujo más contra la puerta. Un par de manos están cerca de los pies de Izel: uno
de los hombres que el Americano acaba de matar. Trago duro y trato de calmar mi
respiración. La puerta se mueve mientras mi cadera cepilla contra ella y exhalo
fuertemente una respiración. La cabeza de Izel se dispara hacia un lado mientras ella
encara el espejo. Sabe que estoy escondida aquí. Trato de alejarme de la puerta y me
muevo de vuelta a la oscuridad del baño, pero ella me ve. Una sonrisa se extiende por
su rostro.

—Sal, Sarai —dice armoniosamente—. Javier te extraña.

No me muevo. Tal vez si permanezco quieta, va a comenzar a creer que lo que ve en el


reflejo del espejo es solo un truco de luz en sus ojos.

Ella voltea su mirada lejos de mí como si el Americano hubiese hecho algo para
recuperar su atención

—Javier quiere muerto a Guzmán —dice Izel—. No te hubiese contratado y dejarte


con ese dinero si no quisiese. —Se burla y sacude la cabeza al Americano y añade—:
Eres un tonto.

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Escucho la cama crujir como si él se acabara de sentar en el borde, encarándola.
Mientras está distraída, me posiciono lejos del borde de la puerta, pero de una
manera en la que puedo obtener una mejor vista del cuarto a través del reflejo en el
espejo. Veo otro cuerpo yaciendo tirado contra la pared en el otro lado de ella.

—Y si mato a Guzmán —dice el Americano—, no tendré problema obteniendo la otra


mirad de mi dinero. —Fue una declaración, pero al mismo tiempo, una pregunta.

Izel sonríe—. Por supuesto. —Inclina su cabeza a un lado—. Ella te ha convencido.

Sin respuesta. Sé que Izel se está refiriendo a mí.

—La chica no se compra ni se vende, solo para que sepas —añade.

—No pregunté.

—No necesitabas preguntar.

Izel mira hacia el espejo de nuevo sin mover la cabeza.

—¿Vas a ser el héroe? —dice con sarcasmo atado a su voz.


—Difícilmente —dice el Americano—. Voy a usarla como palanca.

Trago fuerte.

Debí haber mantenido mi boca cerrada…

—Eso no le caerá bien a Javier. Ella no era parte del trato. Te quedas con la chica y
Javier no estará feliz. —Una tira de cabello negro cae de su rostro. Llega como si fuese
a apartar todo su cabello, pero su mano se detiene a medio camino y la baja de nuevo
a su lado. De alguna manera, el enojo ayuda a esconder el miedo en su rostro. Sabe
que él le volará los sesos.

—La chica se queda conmigo hasta que mate a Guzmán y luego haremos el cambio:
ella por el resto de mi dinero.

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—¿Y qué si a Javier le importa una mierda?

—No estarías aquí si no le importara.


CAPÍTULO 4

Izel gira la barbilla, desafiante, la piel alrededor de sus ojos salpicada con
manchas de sangre.

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—Estás cometiendo un error —escupe, la derrota está en su voz—. Si quieres una
chica, Javier te dará una. Solo que no esa. Solo lo convertirás en tu enemigo si haces
esto.

Conozco esa preocupación en su voz bastante bien. Cuando Javier no está feliz, tiende
a culpar a Izel. Si no regresa al recinto conmigo, la golpeara hasta que pierda el
sentido. Por mucho que la odie por las cosas que me ha hecho, no puedo evitar sentir
lástima por ella también.

—Tu oferta ofende mi inteligencia —dice el Americano—. Ella es a la que quiero


porque es a la que él atesora más. Si Javier no tiene malas intenciones, entonces no
debería tener nada de qué preocuparse. —Izel mira rápidamente hacia la puerta del
baño mientras él habla—. Me quedo con la chica hasta que mate a Guzmán. Javier me
paga lo que falta de mi dinero. Regreso a la chica. Todos nos vamos con lo que
queremos.

Quiero salir del baño y tratar con uno de los automóviles afuera, pero sé que no lo
lograré. Mis palmas están sudando y duelen. Me corte la mano izquierda en algún
lugar. No puedo recordar cuando pasó.
Izel lo insulta en español y presiona las palmas de sus manos sobre el asiento debajo
de ella y comienza a elevarse para levantarse.

Muy casualmente, el Americano levanta su arma y ella se congela, la ira y la


resistencia están en el rostro de Izel.

—Dobla tus manos detrás de la silla —dice el Americano.

—Jódete.

¡Thwap! El cuerpo de Izel se sacude a un lado, casi tirando la silla con ella—. ¡Hijo de
puta! —grita, presionando sus manos sobre una nueva herida de bala en el muslo
opuesto para que coincida con el otro.

37
El Americano nunca se mueve, su expresión y postura siempre casual y controlada.

—Dobla tus manos detrás de la silla —dice una vez más con la misma cantidad de
calma que antes.

Esta vez, Izel hace caso. Renuente y desafiante, pero hace caso.

—Sal del baño —escucho decir al Americano.

No quiero. Tranquilamente empujo mi espalda contra la pared, empujando mis manos


amarradas sobre mi pecho y trabando mis dedos juntos frente a mí. Sorbo las
lágrimas, el sabor de la sal drenándose por la parte de atrás de mi garganta. ¿Qué
debería hacer? Si me quedo parada aquí, parada así, solo prolongará lo inevitable. No
hay forma de salir de este baño excepto por esa puerta.

Finalmente, hago lo que dice.

Tratando de empujar la puerta para abrirla más, tengo que asumir que es difícil por el
cuerpo yaciendo en el piso en el otro lado. Trato de no mirar cuando paso alrededor
del brazo izquierdo del hombre, contorsionado antinaturalmente detrás de él, pero
miro lo suficiente para hacer que mi estómago se revuelva. Especialmente cuando veo
sus ojos. Siempre son los ojos, sin vida, y vacíos, y vidriosos, eso me hace querer
vomitar. Tomo una respiración profunda, y paso sobre él. Izel me sonríe, no tan
afectada por dos heridas de arma como imagine que alguien estaría. Su respiración es
dificultosa y se esfuerza por mantener la compostura por el bien de burlarse de mí.

—Ven aquí —dice el Americano y lo hago.

Saca el cuchillo de su bolsillo de nuevo y sus ojos viajan a mis muñecas brevemente.
Asumiendo… y esperando… que sea lo que quiere, sostengo mis temblorosas manos
hacia él. Desliza la hoja detrás de la tela y la corta para liberarme.

—¿Le dijiste que eres una puta? —pregunta Izel.

Trago la saliva que queda en mi boca. No soy una puta, pero siempre tiene una

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manera de hacerme sentir avergonzada con sus acusaciones. Pretendo estar
concentrada con mis muñecas ahora que ya no están amarradas.

Izel se voltea hacia el Americano, sus manos siguen dobladas sueltas detrás de su
espalda. Dice con una sonrisa maliciosa:

—Si sientes lástima por ella, no lo hagas. Esa pequeña puta1 es tratada mejor que
nadie, incluso mejor que yo y soy hermana de él. Javier la tiene cada vez que quiere. Y
ni siquiera tiene que tomarlo.

Siento mis dedos enterrarse en mis palmas que ahora están a mis lados, pero la
vergüenza eclipsa mi enojo. Lo que dices solo es mitad verdad, pero ahora no es el
momento para defenderme. Nada de lo que diga importará. No a el Americano, y
ciertamente no a ella. Solo me interesa lo que piense el Americano porque necesito
que me ayude. Si piensa en mí como una puta, estará menos inclinado luego. Si puedo
convencerlo de que me ayude, eso es lo que es dudoso.

1
En español original.
Sin mostra ningún interés en el obvio intento de Izel de estropear mi personaje, el
Americano señala su bolsa sobre la mesa cerca de la ventana y me dice—: Cierre
izquierdo, en el bolsillo interior encontrarás una cuerda.

Camino a través del cuarto con cuidado, mi corazón golpeando violentamente contra
mis costillas cuando voy entre los dos, los pelos de mis brazos y de la parte de atrás
de mi cuello se erizan mientras los paso. Como que esperaba que Izel usara la
oportunidad para alcanzarme y agarrarme, pero estoy aliviada cuando no se atreve a
moverse. Haciendo mi camino a través de más cuerpos y escombros esparcidos por la
pequeña área, esta vez estoy muy asustada de los dos que quedan vivos como para
notar los muertos ojos mirando directo al suelo. Huelo la sangre. Al menos, creo que
el débil hedor metálico es sangre. Hay mucho de eso a mí alrededor. La cortina sobre

39
la ventana rota sopla hacia el interior como una pequeña ráfaga de cálido viento.
Llego dentro de la bolsa negra del Americano y busco la cuerda. Estoy muy nerviosa
para mirar dentro de la bolsa. No se sabe lo que lleva en esta cosa.

Con el montón de cuerda en mi mano, brevemente me pregunto por qué no usó sus
cosas más duras conmigo en vez de tiras de tela de la sabana de la cama. Me volteo y
solo veo a el Americano, esperando por lo que sea que me vaya a decir que haga,
tratando de hacer tan poco contacto visual con Izel cómo es posible. Nunca le toma
mucho intimidarme.

El Americano asiente hacia Izel.

—Amarra sus manos detrás de la silla, en sus muñecas —instruye.

Mi corazón salta. Aun tratando de evitar mirarla, mi intento es tirado por la ventana
con sus palabras y mirarla es exactamente lo que hago. Seguramente me agarrará si
estoy parada tan cerca.

El conflicto en mis ojos le dice a el Americano todo lo que las palabras no dichas no
pueden.
Mueve el arma en su mano sutilmente hacia Izel, su muñeca todavía apoyada sobre su
pierna.

—Ella no te tocará —dice, mirándome—. Si se mueve solo un centímetro en una


manera amenazante, la mataré y lo sabe.

Por el rabillo de mi ojo, veo las fosas nasales de Izel llamear y su boca se retuerce con
enojo.

El Americano asiente hacia ella de nuevo para indicar que debería proceder.

Tentando la cuerda con mis dedos, camino sobre los cuerpos de nuevo y lentamente
hago mi camino hacia Izel, encontrando imposible no mirarla mientras más cerca
llego. Su sonrisa se ensancha. Mis manos están temblando visiblemente que se da

40
cuenta; sus ojos marrones las miran brevemente si mover la cabeza.

—Realmente lo hiciste esta vez —se burla—. ¿Cómo saliste de la cerca? ¿Lydia te
ayudó?

Casi estoy detrás de ella cuando dice el nombre de Lydia y me detengo en seco. Izel
nota mi reacción exactamente por lo que es: preocupación. Y va con ella.

Una sonrisa incluso más sádica tira de las comisuras de su boca.

—Ah, ya veo —dice—. Ella sí te ayudó. —Chasquea la lengua—. Por desgracia para la
pobre Lydia, será castigada. Pero ya sabías eso, ¿verdad, Sarai?

—¡Lydia no tuvo nada que ver con esto! —grito en español, como si estuviera de
vuelta en el recinto.

Sé que está tratando de llegar a mí, pero también sé que lo que está diciendo sobre el
castigo de Lydia es verdad y ya me estoy arrepintiendo de mi reacción. Porque es
exactamente lo que quiere ver. Toda esta situación acaba de cambiar en la peor
manera. Ya no es solo sobre mí. Debí haberlo sabido mejor antes de arrastrarme por
esa ventana. Javier e Izel sabían lo cercanas que Lydia y yo nos convertimos en su
corto tiempo ahí.

Una gran parte de mí quiere rendirse y regresar, pero ahora con el Americano
controlando la situación, eso ya no va a ser posible.

—Deja de hablar y amarra sus manos detrás de ella —dice el Americano desde atrás.

—Bien. Adelante. Haz lo que quieras con ella —le digo a Izel mientras camino detrás
de la silla—. Salí. Ella no. Es triste, pero no hay nada que pueda hacer al respecto. No
voy a regresar a ese lugar, ni siquiera por ella. —Espero que me crea, que no me
importa lo que le pase a Lydia, así tal vez no la usen contra mí.

—Dije que dejaras de hablar.

41
La frustración no natural del tono del Americano, aunque restringido, es suficiente
para que ambas le prestemos atención. Izel y yo lo miramos al mismo tiempo.

Hago exactamente lo que dice, teniendo miedo de que me dispare en la pierna a mí, y
me agacho detrás de Izel y comienzo a amarrar sus muñecas. El Americano mira a Izel
aparentemente sin parpadear, esperando a que ella cometa un desliz y le dé más
razones para dispararle. Ato bien las muñecas, envolviendo la cuerda semi elástica
tres veces, empatando cada uno en un nudo. Una vez que la cuerda aprieta su piel, Izel
lanza su cabeza a un lado intentando verme, sus dientes se aprietan con enojo.

—Con cuidado —dice y su largo cabello negro cae a un lado alrededor de su rostro.
Amarro el último nudo más fuerte, solo porque puedo. Si las miradas mataran, estaría
muerta diez veces.

—Ahora aléjate de ella —instruye el Americano.

Se levanta de la cama y desliza su alargado maletín de debajo de ella.

Me alejo y con la inclinación de su cabeza, continúo siguiendo sus instrucciones y voy


a su lado. Toma mi muñeca en una mano y su maletín en la otra y camina hacia la
puerta. Solo deja ir mi muñeca lo suficiente para agarrar su bolsa de la mesa y ponerla
sobre su hombro.

Deja su largo abrigo negro. Seguramente lo ve, pero tengo la sensación de que lo está
dejando sobre el respaldo de la silla a propósito.

—Te mataré si me dejas aquí así —gruñe Izel a través de sus dientes apretados, pero
su amenaza sale densamente con desesperación. Comienza a luchar en la silla,
trabajando de liberar sus manos—. ¡No me dejes así! ¿Cómo puedo decirle a Javier lo
que quieres si estoy atrapada en este cuatro?

La luz del sol llena el cuarto cuando el Americano abre la puerta con dos dedos de la
mano con la que sostiene el maletín.

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—Te liberaras a su momento —dice él y camina fuera del cuarto conmigo a su lado—.
Infórmale a Javier que estaré en contacto y que no pierda o descarte el número de
celular por el que llamé la última vez. —Cierra la puerta con los mismos dos dedos y
escucho la furiosa voz de Izel gritando maldiciones desde adentro mientras la
dejamos ahí.

Me guía en torno al asiento del pasajero delantero y cierra la puerta detrás de mí una
vez que estoy dentro. La cajuela se abre y esconde su maletín y la bolsa de lona negra
dentro de ella.

Escucho cuatro disparos apagados fuera del auto mientras saca dos llantas de cada
una de las camionetas estacionadas en el frente.

Cierra la puerta del lado del conductor y me mira.

—Ponte el cinturón de seguridad —dice y aleja la mirada de mis ojos, girando la llave
en el contacto.

El auto zumba a la vida mientras abrocho rápidamente el cinturón.

—Le disparas a las mujeres —digo en voz baja.


Sale del espacio cubierto de tierra frente al extraño motel de carretera, el cual en
realidad luce como una choza de cinco habitaciones.

El Americano presiona su pie en los frenos y me mira.

—Heridas de carne —dice y cambia el auto a Drive—. Vivirá. Y esa difícilmente era
una mujer. —Se aleja, el elegante automóvil negro agitándose detrás de una nube de
polvo.

Tiene razón en ese aspecto. Izel es una mujer, pero no merece ser tratada como una y
es su culpa.

Mientras aceleramos por la polvorienta carretera y lejos del motel, el Americano


alcanza la consola entre nosotros y saca un pequeño teléfono negro. Pasando sus

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dedos sobre la pantalla, el altavoz se activa y de repente la voz de Izel llena el auto.
Estoy confundida al principio, pero luego lo entiendo, si no me equivoco, después de
todo, si hay una razón por la que dejó su largo abrigo en el cuarto.

Escucho la voz de Izel salir a través del pequeño altavoz:

—¡Se ha ido! ¡Párate y desátame! ¡Apúrate!

Un crujido amortigua su voz y luego otros extraños e identificables ruidos.

—¡Sácame de estas cuerdas!

¿Uno de los hombres quedó vivo?

Miro al Americano cuyos ojos permanecen pegados en la carretera pero sus oídos
están completamente abiertos a las voces en su mano. Lo sabía. Supo todo el tiempo
que uno de ellos yacía ahí pretendiendo estar muerto. Me estremezco al pensar que
caminé sobre su cuerpo, o alrededor, tan cerca que pudo haberme agarrado por el
tobillo y bajarme con él.
Más sonidos amortiguados y de crujidos se canalizan a través del altavoz. Escucho a
Izel decirle al hombre que le dé su celular y segundos después está hablando con
Javier:

—Sí, Javier. Él se la llevó. Los mató. No.

Se queda callada mientras Javier, lo sé sin escucharlo, la amenaza al otro lado del
teléfono.

—Sí —dice con voz ronca como si obligarse a estar de acuerdo tomara todo de ella.

Luego escucho un fuerte disparo seguido de un ¡thump! y solo puedo asumir que
acaba de matar al hombre que la ayudó, probablemente enojada por lo que Javier
acaba de decir.

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Todo se queda callado ahora. Tal vez Izel dejo el cuarto. Varios segundos pasan y aún
nada, solo la baja estática del zumbido del altavoz. El Americano, aunque no famoso
por sus expresiones faciales, parece decepcionado. Cuelga el teléfono, baja la ventana
a su lado y lo lanza en la carretera. Luego hace da una vuelta en U y maneja en la
dirección opuesta.

—¿Supongo que no escuchaste lo que querías? —pregunto cuidadosamente.

Su mano derecha cae del volante y se apoya en la parte superior de su pierna.

—No —responde.

—Aún dudas de lo que te dije —digo.

En mi visión periférica, lo observo girar ligeramente su cabeza para mirarme. No


estoy lo suficiente cómoda con él para encontrar sus ojos cuando los instiga. Nunca lo
estaré.

Pero no responde.
Un minuto después, digo—: No soy una puta. Ella solo estaba tratando de llegar a ti en
caso de que tuvieras lástima por mí.

Tal vez estoy insultando su inteligencia, justo como lo hizo Izel en algún punto, pero
esta es mi manera de defenderme de su acusación. Quiero que lo sepa. Y no quiero
que piense de esa manera sobre mí.

Continúo, finalmente mirándolo ahora que sus ojos han vuelto a la carretera.

—Pero para empezar, nunca tuviste lástima por mí.

De nuevo, mi intento para entablar una conversación con él parece pasar inadvertido
y me rindo y descanso mi cabeza contra la ventada del coche.

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—Sé que no eres una puta —dice.
Capítulo 5

Ha sido en raras ocasiones que he visto cualquier otra parte de México durante
el día, que no sea el recinto. A Javier no le gustaba mucho el turismo, o un viaje por la

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mañana temprano el domingo. Pasé gran parte de mi vida encerrada detrás de las
vallas, dejándolo sólo cuando Lydia y yo éramos reubicadas con las otras chicas antes
que otros peligrosos capos de las drogas vinieran a reunirse con Javier. Era la manera
de Javier de mantenernos "seguras" en caso de que un acuerdo saliera mal. Pero
siempre viajamos por la noche, así que a pesar de la difícil situación en que estoy
ahora, me encuentro con menos temor cuando miro por la ventana del automóvil,
mientras que el brillante paisaje mexicano pasa volando.

Hemos estado conduciendo durante dos horas.

—Tengo hambre —le digo.

Unos segundos pasan antes de que responda.

—No tengo nada que comer en este auto.

—¿Bueno, no podemos pararnos en algún lado?

—No.
Si pudiera al menos hacer que deje de responder a mis preguntas de esa manera, casi
estaría satisfecha.

—Si estás preocupado acerca de mí tratando de huir —le digo, volviéndome hacia los
lados para verlo mejor—, entonces ve a un autoservicio. No he comido nada desde
ayer por la mañana. Por favor....

—No hay un autoservicio por aquí.

—¿Dónde es aquí , de todos modos? —De repente, mi hambre queda al margen—. Por
lo menos dime dónde he pasado los últimos nueve años de mi vida.

Vi una señal de tráfico varios minutos atrás, pero no reconocí el nombre de algo que
haya visto en los mapas que he revisado una y otra vez, la mayoría son mapas de un

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libro de texto de escuela secundaria estadounidense de 1997.

—Ahora estamos a cinco millas al sur de Nacozari de García.

Suspiro, frustrada conmigo misma por no tener ni idea de dónde está eso, tampoco.

—Estás a menos de dos horas de la frontera con Estados Unidos —dice y me aturde.

Volteo la cabeza rápidamente, girando totalmente en el asiento, la espalda


presionando contra la puerta del coche.

—Pero dijiste que yo estaba... lo hiciste sonar como si estaba a días de la frontera.

—No. Yo simplemente expresé que la distancia era más lejos de lo que te quería en mi
compañía.

Cruzo los brazos con furia sobre mi pecho. No tengo ni idea de por qué incluso me
enojaba en absoluto con alguien como él, e incluso remotamente mostrarlo.
Recordándome rápidamente dónde estoy y con quién estoy, puse mi cara tímida de
nuevo.
—¿Es ahí donde vamos? —pregunto—. ¿Está este hombre, que se supone que mates
para Javier, en los Estados Unidos?

—Sí.

Silencio.

Me echo a llorar. Las lágrimas vienen de la nada, quemando detrás de mis ojos y a
través de mi nariz. Pero no estoy llorando porque estoy tan cerca de casa, estoy
llorando porque su extraña estoica personalidad y respuestas de una palabra es
suficiente para hacerme, en sentido figurado, querer dispararme a mí misma. Sollozo
en las palmas de mis manos, dejando que el miedo y la frustración por el americano
saliera, junto con todo lo demás enterrado en el interior: el alivio de que por fin

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conseguí alejarme, el temor de ser devuelta de nuevo allí, preocupación por lo tanto
que Izel golpeará a Lydia, el simple hecho de que estoy en una situación nada fácil de
resolver, el hambre en el estómago, la sequedad de la garganta, no haber tenido un
baño en dos días, el hecho de que podía morir en cualquier momento. La única cosa
buena que puedo contar es que estoy, de hecho, aún viva y no tan lejos de casa como
yo pensaba que estaba.

Siento el automóvil virar a la derecha mientras que él se mete a otra carretera.

Lo miro, sorbiendo el resto de mis lágrimas. Estiro mi mano y me limpio las mejillas
con las palmas. Él nunca dice nada, él no trata de consolarme o hacer preguntas. Él no
parece importarle y no me importa mucho, tampoco, que no lo haga. Nunca esperé
que lo hiciera. Otros treinta minutos más o menos y estamos yendo a la parte
delantera de una vieja tienda de conveniencia de carretera. Sólo un camión está
estacionado en el frente, un Ford blanco con óxido a lo largo de las puertas.

—Si quieres comida —dice el americano, apagando el motor—, entra y come.

Estoy por completo sorprendida de que hemos parado, y mucho más, para darme de
comer. Camina a mi lado del automóvil y abre la puerta, probablemente sólo para
asegurarse de quedarse a mi lado en todo momento, en lugar de ser un caballero. Él
está allí, esperando pacientemente a que yo salga. Por fin, lo hago, justo después de
resbalar mis pies descalzos en mis sandalias en el piso.

Este lugar no puede ser llamado un restaurante de carretera; creo que necesitaría un
par de mesas más para eso, pero hay un lugar para sentarse y comer en un rincón
oscuro cerca de una simple puerta negra. Consigo un sándwich de pollo hecho al
microondas sacado del congelador; el americano, nada más que café negro. Los dos
nos vemos fuera de lugar aquí. Ambos, obviamente, sin genes hispanos, en un lugar
que claramente no es un pueblo turístico; él, vestido con pantalones y zapatos negros
caros, que probablemente fueron brillantes en un tiempo, pero ahora están cubiertos
de una fina capa de tierra. Sé que debo oler muy mal. No recuerdo la última vez que

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me puse desodorante.

Me como la mitad del sándwich de pollo y trago el agua embotellada hasta que está
casi vacía. Aprendí hace mucho tiempo no volver a beber el agua en estas partes, si no
es de una botella sin abrir, probablemente me enfermará.

El americano sorbe su café gradualmente, leyendo el contenido de un periódico local.


Si yo no lo supiera, casi podríamos pasar por una pareja casada no convencional
desayunando en cualquier típico pueblo americano. No convencional porque yo sólo
tengo veintitrés años, y el americano, él es mayor que yo. En medio de los treinta y
tantos años, tal vez. Si yo no supiera lo que él era y sólo lo viera sentado aquí un día, al
igual que ahora está con los dos pies en el suelo y sus codos cubiertos con la camisa
en la mesa, lo encontraría atractivo para un hombre mayor. Él no tiene barba, aunque
con un rastrojo en un patrón a lo largo de su cara. Tiene pómulos afilados y
penetrantes ojos turquesa que parecen contener todo, pero sin revelar nada. Y es muy
alto, delgado y aterrador. Me parece notable la forma en que me asusta más que lo
que Javier nunca lo hizo, pero sin tener que decir una palabra. Al mismo tiempo, me
siento como que estoy mejor con el americano de lo que nunca estuve con Javier... al
menos, por ahora. Eso cambiará, estoy segura, cuando el trate de devolverme a él.
Pero moriré antes de permitir que eso suceda.

—¿Alguna vez me vas a decir tu nombre? —pregunto.

Él levanta la vista del periódico, sin mover la cabeza.

Puedo sentir inmediatamente que no le importa decirme, para que eso sea personal
con su “rehén”, pero finalmente me tira un hueso.

—Victor.

Estoy tan asombrada de que incluso me lo dijo, que me toma un segundo para pensar
en qué decir a continuación.

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Me tomo mi agua.

—¿De dónde eres? —pregunto.

Vale la pena intentarlo.

—¿Por qué no terminas tu comida? —sugiere y mira hacia abajo al periódico.

—Conoces mi nombre. ¿Sabes de dónde soy. ¿Por qué no me dices algo tonto y me
haces feliz, Victor? —La amargura en el tono no fue un accidente.

Me imagino que si él iba a matarme, ya estaría muerta, así que no tengo realmente
tanto miedo de él como mi conciencia me dice que debo.

Él suspira con fastidio y sacude la cabeza sutilmente.

—Nací en Boston —dice—. Tengo una hermana. Un año más joven que yo. Mi madre
está en algún lugar en Budapest. Mi padre, está muerto. Él fue mi primera muerte.

Esa pequeña onza de coraje que convoqué se evapora directo de mis poros. Miro con
cuidado a ambos lados de mí, buscando al hombre detrás del mostrador que nos
vendió la comida. Está en el lado opuesto de la tienda, barriendo el piso y no nos
presta ni una pizca de atención.

Miro de nuevo a... Victor, nerviosamente tragando lo que queda de saliva en mi boca.

—¿Mataste a tu padre? —Tengo que creer que era por alguna razón obvia: su padre
golpeaba a su madre, algo por el estilo.

Él asiente.

—¿Por qué? ¿Qué edad tenías?

—Creo que sabes lo suficiente acerca de mí —dice y toma un sorbo de su café, sus
dedos largos y bien cuidados curvados suavemente alrededor de la pequeña taza de

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plástico blanco—. Pediste saber más sobre mí y yo te dije. Fue una concesión. No una
invitación a hacer más preguntas.

Me pregunto por qué me dijo algo así, para empezar. Tal vez estaba tratando de
asustarme hasta la sumisión por lo que dejaría de hablar por completo.

Me levanto de la pequeña mesa. Él levanta la vista del periódico de nuevo.

—Tengo que ir al baño —le digo.

Colocando el periódico sobre la mesa al lado de su café, se pone de pie para unirse a
mí. Toma mi muñeca suavemente en la mano y la alejo, sacudiendo la cabeza.

—Puedo ir yo sola —insisto.

—Sí, pero yo voy a ir contigo.

Cruzo los brazos sobre el pecho y parpadeo de sorpresa.

—No puedes estar hablando en serio. No lo voy a usar contigo parado allí.

—Entonces, no vas a usarlo.


Mi boca cae abierta con un soplo de aire. Miro hacia atrás y adelante entre él y la
puerta detrás de él que estoy esperando sea un baño... no hay signos evidentes que
indiquen nada. Puedo detectar su enfado conmigo, débilmente en su rostro; me hace
sentir como si hubiera interrumpido su nocturna historia de amor con una copa de
vino y música clásica.

No me tomó mucho tiempo para comprender, de verdad.

—Dudo que será como lo es en las películas —le digo—. Tratar de salir por la ventana
después de que tomaste la decisión de novato de dejarme ir sola. —No estoy tratando
de ser bocazas, sólo estoy afirmando lo obvio. Espero que entienda eso.

—Lo tomas o lo dejas —dice—. Si no vas ahora, podrías estar aguantando un rato.

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Me muerdo en el interior de la mejilla.

—Bien —cedo y paso alrededor y frente a él.

Él camina detrás de mí en el baño. Hay un inodoro que se ve como si no hubiera ni


una vez sido limpiado en las décadas que ha estado aquí. Cuatro paredes sucias con la
pintura descascarada y una marca de quemadura, cerca de la pequeña ventana que
dudo que hubiera sido capaz de pasar a través de ella si me hubieran dado la
oportunidad de probar. La habitación es tan pequeña que puedo estirarme y tocar a
Victor mientras él está frente a la puerta, de espaldas a mí, con las manos cruzadas
delante de él. Sintiendo solo un poco de vergüenza... por desgracia, orinar en frente de
un loco no es nuevo para mí, bajo... tanto mis pantalones cortos y bragas y me siento.
Cuando he terminado, tengo que esperar a secarme. El papel higiénico realmente es
un lujo que los estadounidenses dan por sentado.

Mientras estoy subiendo mi ropa, me doy cuenta desde atrás, que los hombros de
Victor se tensan. Y entonces oigo voces como si alguien acaba de llegar dentro de la
tienda.
Victor llega a la parte trasera de sus pantalones y desliza su mano por debajo de su
camisa, tirando de un arma a la vista, su fuerte dedo índice ya enrollado alrededor del
gatillo.

—¿Qué es? —pregunto, temerosa; Ya me tiemblan las manos.

Victor abre un poco la puerta y mira afuera, colocando la mano libre detrás de él
como si fuera a decirme que me callara.

Luego gira la cabeza hacia mí brevemente y susurra:

—Quédate aquí —y antes de que pueda cuestionar o protestar, desaparece por la


puerta y me quedo escondida dentro de otro baño. Sólo que éste no tiene una bañera
para ayudar a protegerme de las balas y no encuentro consuelo en ello.

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A pesar de mis temores, yo no puedo dejar de tratar de obtener una visión de lo que
está pasando, así que doy un paso hasta la puerta y la abro un poco como Victor hizo y
presiono mi cuerpo contra ella, mirando hacia afuera. Mi aliento caliente y
tembloroso llena el espacio cerrado entre la puerta y mi cara. Apenas puedo
distinguir el mostrador donde el dueño de la tienda se encuentra a un lado con la
escoba todavía aferrada en sus viejas manos regordetas. Pero no puedo ver su cara. Y
no puedo ver a Victor. Varios segundos llenos de ansiedad largos pasan y todavía no
hay disparos. Lo tomo como una buena señal. Me doy cuenta de una figura que pasa
por mi línea de visión, pero no es Victor. Y entonces otro hombre pasa por allí. Oigo
voces en español, aunque no del todo claro para mí desde mi posición detrás de la
puerta. Algo sobre una pieza del automóvil y unos segundos más tarde, el dueño de la
tienda dice que tiene una, pero que va a tener que dar la vuelta atrás para conseguirla.
Todavía no veo ninguna señal de Victor. ¿Me dejo aquí? Ese pensamiento
extrañamente me hace sentir aún más miedo y abro la puerta un poco más, tratando
de obtener una mejor visión. Al principio, mi pánico fuera de lugar de quedarme sola
aquí me hace dudar de mi cordura, pero luego me doy cuenta una vez más que a pesar
de que Victor sea un asesino y el hecho de que estoy siendo utilizada como
intercambio en un peligroso juego de pagar o morir, sigo siendo una chica sola en las
partes más peligrosas de un país del que no soy nativa.

Me guste o no, Victor es mi única protección hasta que pueda llegar a esa frontera y
voy a seguir con él durante tanto tiempo como pueda a pesar de mi desesperada
necesidad de alejarme de él, también.

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Capítulo 6

Finalmente, vislumbro los rostros de ambos hombres, aliviada de que no


luzcan para nada familiares. Empiezo a pensar que sólo están de paso. Volviéndome

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un poco claustrofóbica, me atrevo a abrir por completo la puerta. Inhalo
profundamente para serenarme y luego salir del baño con tanta naturalidad como
cualquier otro cliente que acabe de hacer uso el inodoro.

Victor está sentado de nuevo en nuestra mesa leyendo el periódico como lo hacía
antes, cuando alcanzo a pasar la esquina.

Apenas me mira, lo suficiente para que sólo yo sepa que no está contento.

—¿Estás listo? —pregunto en inglés—. Yo ciertamente lo estoy. Ese baño es asqueroso


—agrego, fingiendo desagrado por las instalaciones con la actitud de una arrogante
chica americana.

Espero ser lo suficientemente convincente.

Victor se levanta y me toma de la mano en lugar de la muñeca esta vez, entrelazando


sus dedos con los míos. El gesto al principio me sorprende. Pero pronto me doy
cuenta de que sólo está siguiéndome la corriente.

Los dos clientes y el propietario de la tienda miran directamente hacia mí y de alguna


manera me da la sensación de que mi pequeño acto de turista está llamando más la
atención que disuadiéndola. Y tal vez es porque los turistas nunca vienen a estas
zonas.

Victor me aprieta la mano con desaprobación.

Segundos más tarde, en un movimiento aparentemente demasiado rápido de seguir


para mí, cada uno de los dos clientes recibe un solo disparo en la cabeza y caen
muertos frente a mí en el suelo. Trastabillo hacia atrás contra el pecho de Victor,
tapándome los oídos en una reacción tardía para acallar el sonido de los disparos.
Victor suelta mi mano y me agarra por la cintura, atrapándome con un brazo, su
pistola aferrada en la otra mano.

Oigo una puerta cerrarse de golpe a un lado de la tienda y miro hacia arriba todavía

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presionada contra Victor, utilizando su cuerpo como apoyo, para ver al dueño de la
tienda a través de la ventana sin vidrio huyendo a quien sabe dónde. Victor me
empuja hacia un lado y apunta su arma al hombre a través de la ventana. Un solo
disparo lo derriba antes de que consiga alejarse demasiado, su cuerpo golpeando el
suelo y el polvo volando a su alrededor antes de ser llevado por el viento.

Me abro paso a través de la tienda, sobre los dos cuerpos y hacia Victor, con el
corazón latiendo erráticamente.

—¿Por qué fue eso?

Agarra mi muñeca de nuevo y me arrastra con él hacia los cuerpos. Trato de alejarme,
pero su agarre es demasiado apretado.

—Eran inofensivos —digo con exasperación, sintiendo las lágrimas quemando en la


parte posterior de mi garganta—. Y el dueño... qué... ¡¿por qué lo mataste?!

Nos detenemos junto a uno de los cuerpos y Victor me suelta la muñeca para poder
ponerse de rodillas a su lado. Metiendo la mano en el bolsillo trasero de los
pantalones vaqueros del hombre, saca un fajo de dinero mejicano. Escudriñando los
billetes y sin encontrar nada de importancia, lanza el dinero en la espalda del hombre
muerto y hurga el resto de sus bolsillos, encontrando una pistola escondida detrás de
su cinturón. Pero no hay nada fuera de lo normal en eso. Hace lo mismo con el otro
hombre, todavía sin encontrar nada digno de mención, salvo un juego de llaves que
decide guardar en su bolsillo.

—¿Qué estás buscando?

—Deberías haberte quedado en el baño como te dije.

Estoy sorprendida por la acusación en su voz; es tan raro en él demostrar tanta


emoción, aunque todavía no es mucha.

—Ellos no eran hombres de Javier —protesto—. Estuve ahí el tiempo suficiente como
para recordar a cada uno de ellos.

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Victor se levanta hasta quedar de pie, pareciendo aún más alto que antes, pero sé que
es sólo mi temor a él jugándole una mala pasada a mis ojos.

—Recuerdas a los que has visto —dice—. Pero eres una niña tonta si piensas que ellos
son sus únicos hombres.

Suspiro.

—Pero ellos sólo estaban preguntando por repuestos. Tal vez tenían problemas con el
auto. Los escuché hablando.

—Los escuchaste hablar en código —me corrige—. Él le preguntó al dueño por un


repuesto que no corresponde a esa camioneta. —Mira hacia la ventana del frente de
la tienda donde otra camioneta está estacionada delante—. Cuando el dueño de la
tienda dijo que sí que tenía el repuesto, él les estaba diciendo que estabas aquí.

Sintiéndome tonta, sigo fingiendo, tratando de regresar de mi momento de estupidez.

—Entonces, ¿por qué no hicieron nada?


Sacude la cabeza ligeramente hacia mí.

—Estaban vigilándonos —dice—. O bien, iban a tratar de entretenernos, el tiempo


suficiente para que más hombres llegaran aquí. Ahora vamos. Tenemos que irnos.

Cuando no lo sigo lo suficientemente rápido, toma mi mano y me lleva fuera de la


tienda y nos dirigimos directamente hacia la camioneta más nueva estacionada al
frente, todavía nada más que un trozo de metal viejo, pero más nueva que esa vieja
Ford oxidada que tenía que haber pertenecido al dueño.

Él abre la puerta del lado del pasajero.

—Entra —exige.

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Confundida, sólo me quedo mirándolo, pero lo siguiente que sé es que me está
levantando del suelo y obligándome a entrar a la cabina. Sin atreverme a pelear con él
en esto, o a perder más del poco tiempo que sé que nos queda, espero hasta que toma
sus armas y maletas de su auto y lo empuja todo entre nosotros en el asiento. Cierra
de golpe la pesada puerta de metal una vez que se mete en el otro lado.

—¿Qué estamos haciendo exactamente?

Él encuentra la llave correcta para arrancar el motor en el primer intento y la


camioneta retumba y escupe al encenderse. Alcanza la palanca de cambios al lado del
volante y de golpe pone en marcha la camioneta, pasando muy cerca del desvencijado
toldo de madera cubriendo la parte delantera de la tienda cuando hace un amplio giro
cerrado y se aleja a toda velocidad.

—El auto es demasiado delator —dice—. Tenía que deshacerme de él antes, pero
toparse con un vehículo por aquí que no se descomponga en treinta kilómetros es un
asunto de ensayo y error.

—Me preguntaba por qué conducías algo tan bonito como eso aquí para empezar —
digo.
—Yo no era un objetivo en ese entonces.

—Pero por mi culpa ahora lo eres.

Miro por el espejo lateral, observando la tierra arremolinarse caóticamente a la estela


de la camioneta. Viajamos rápidamente sobre el paisaje árido, la camioneta dando
tumbos y rebotando sobre los agujeros hasta que volvemos a una carretera
pavimentada.

—¿Victor? —pregunto, y él me echa un vistazo como si el llamarlo por su nombre


hubiese afectado a algún enigmático nervio.

Decido no decir lo que tenía intención de decir porque ya lo he dicho antes y no hizo
ninguna diferencia entonces.

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Aparto la mirada y siento sus ojos abandonarme también.

—Olvídalo —digo.

Apégate al nuevo plan, Sarai, me digo a mí misma y me siento ridícula cuando durante
una fracción de segundo me preocupa si él también puede oír mis pensamientos.

Esperaré hasta que lleguemos a la frontera y entonces haré lo que sea necesario para
alejarme de él, incluso si tengo que matarlo.

Dos horas más tarde, conseguimos atravesar la frontera y entrar a Arizona sin ningún
tipo de problemas por parte de la patrulla fronteriza. Victor habló con un inspector de
la patrulla fronteriza, quien claramente vio que teníamos una maleta de aspecto
sospechoso y dos bolsos de lona yaciendo entre nosotros en el asiento.
Intercambiaron palabras en español, aunque fueron pocas y no tenían mucho sentido
para mí, lo que me llevó a creer que, como los hombres allá en la tienda de abarrotes,
todo era algún tipo de código.
Ni la maleta, ni los bolsos o incluso la camioneta son inspeccionados. No me importa
saber por qué. No hace ninguna diferencia para mí si Victor tiene conexiones de algún
tipo con la patrulla fronteriza que le permite un fácil acceso para entrar y salir de los
Estados Unidos. Eso sigue siendo obvio para mí. Pero no me importa. Todo lo que me
importa es mi próximo movimiento.

Hago un gran esfuerzo para ocultar mi alivio y ansiedad, sabiendo que después de
nueve años finalmente estoy en territorio de EE.UU. de nuevo. Quiero abrir la puerta
de esta camioneta que justo ahora se desplaza a ochenta kilómetros por hora por la
autopista y saltar, rodar magullada y sangrienta por el paisaje desértico e ir hacia mi
libertad. Pero no puedo. Tengo que esperar un poco más, al menos hasta que nos
detengamos en un sitio donde haya lugares en los que pueda ocultarme. Una ciudad,

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tal vez. Una pequeña gasolinera solitaria en medio de la nada no es suficiente. Si era lo
suficientemente afortunada como para conseguir alejarme, el único lugar al que podía
ir es al extenso exterior, el cual abarca cada espacio en todas direcciones hasta donde
yo puedo ver.

No quiero terminar como el dueño de la tienda, boca abajo en el suelo con una bala en
la espalda.

Finalmente, veo un pequeño grupo de luces y edificios en el horizonte,


empequeñecido por una cascada de montañas en el fondo. Pronto llegamos a una
parada en un estacionamiento detrás de un hotel de cinco pisos en Douglas, Arizona.

Salgo de la camioneta y cierro la puerta mientras Victor agarra sus maletas del
asiento delantero. Examinando la zona, buscando la mejor forma de huir que pueda
proporcionarme un lugar para esconderme cuando él venga tras de mí, veo que la
única forma de hacerlo es a través de la calle donde se encuentran más edificios.

Echo un vistazo disimuladamente por encima del hombro hacia Victor y uso ese
segundo en el que él está echándose al hombro sus bolsos de lona para salir corriendo
hacia la calle. Atravesando rápidamente el ligero tráfico y esquivando fácilmente los
autos, llego a la otra orilla, corriendo a toda velocidad más allá de un pequeño edificio
con ventanas arqueadas. Mis chancletas golpetean bajo mis talones mientras corro.
Casi me tropiezo cuando mis pies caen con fuerza en la acera y la gastada goma se
tuerce bajo ellos. Pero recupero el equilibrio a tiempo y empujo con más fuerza,
mirando hacia atrás una sola vez para ver si Victor viene detrás de mí. Lo veo,
corriendo a través de un pequeño grupo de personas y mis piernas empiezan a
funcionar a toda marcha, tratando de llegar lo más lejos de él que pueda. Ya casi sin
aliento, obligo a mi cuerpo a avanzar, corriendo junto a una fila de autos estacionados
y detrás de otra serie de edificios. Veo a una mujer que lleva un bolso en un hombro,
saliendo por delante de mí.

—¡Señora! ¡Por favor, ayúdeme!

Ella levanta la vista cuando me acerco, su cabello rubio cayendo sobre sus hombros.

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—¡Por favor, tiene que ayudarme! Llame a la…

Victor sale por mi derecha, habiendo ido alrededor del otro lado del edificio más
cercano en lugar de quedarse directamente detrás de mí. Él permanece al lado del
edificio dejando que éste oculte su paradero. Sólo yo puedo verlo. Vislumbro el arma
en su mano sujeta a su lado, presionada contra el costado de su pierna.

—¿Qué pasó? ¿Está bien? —pregunta la mujer, poniendo su bolso firmemente debajo
de su brazo, probablemente en caso de que yo trate de quitárselo.

Mis ojos se desvían entre ellos dos, de ida y vuelta, y en un punto la mujer voltea a su
izquierda para ver lo que estoy mirando, pero Victor permanece oculto en las
sombras.

Sé por qué no se está moviendo. Sé por qué el arma está en su mano y no oculta en la
parte trasera de sus pantalones. El que esta mujer viva o muera depende totalmente
de mí.

—¿Señorita? —pregunta otra vez, pareciendo preocupada, pero recelosa de mí de


igual forma—. ¿Tengo que llamar a la policía?
Trato de recuperar el aliento, apretando la mano en mi pecho, pero me doy cuenta de
que ya no es correr lo que me lo está quitando. La idea de Victor disparándole a esta
mujer por mi culpa...

Ella mete la mano dentro de su bolso y saca un teléfono celular.

Victor levanta la pistola sólo un poco.

—¡No! —grito y la mujer se detiene en seco con el teléfono aferrado en su mano


decorada con un anillo.

Hago un gesto violentamente hacia ella.

—Lo siento. Pensé que era otra persona.

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No parece convencida. Entrecierra sus ojos hacia mí.

Finjo una pequeña risa.

—De verdad, lo siento mucho. Mis amigos y yo estábamos... no importa. Me tengo que
ir. —Me giro y empiezo a trotar ligeramente de regreso por donde vine, dejándola ahí
parada estupefacta.

Minutos más tarde, estoy parada contra el costado de la camioneta, con los brazos
cruzados mientras espero. Dos personas más me pasan caminando, uno incluso
cabecea y me sonríe, pero tampoco puedo pedirles ayuda. No quiero correr el riesgo.

Victor se acerca tan casual como si acabara de regresar de un temprano paseo


matutino. Él abre la puerta del lado del conductor de nuevo y se echa al hombro sus
bolsos de lona. Con mi espalda hacia él, siento sus ojos en mí desde el otro lado de la
camioneta.

—Eres un bastardo asesino —digo con calma, presionando mis dedos nerviosamente
alrededor de mis bíceps.
—Vamos a entrar —dice, pero luego añade en el último momento—: y si intentas huir
de nuevo o hacer cualquier otra cosa, me aseguraré de que llegue la noticia sobre
cómo esa amiga tuya... ¿Lydia es que era?... sí te ayudó a escapar.

La puerta de la camioneta se cierra de un golpazo mientras permanezco ahí


paralizada.

Voluntariamente lo sigo al hotel.

El vestíbulo es un vasto espacio decorado por tragaluces y hermosas pinturas. Un


mural de cristal de colores se extiende varios metros a través del entresuelo en la
parte superior de la escalera de mármol. Los enormes techos están sostenidos por
altas columnas de mármol. En el interior, este edificio parece impropio de la pequeña

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ciudad polvorienta que lo rodea. Victor me lleva por las escaleras después de
registrarnos y mi interés en los alrededores disminuye con su voz.

—Puedes ducharte si quieres.

Deja caer un bolso de lona en el suelo entre las camas, el otro en la mesa junto a la
ventana con vistas a la ciudad. Su brillante maleta en cuyo interior estoy suponiendo
que están sus armas de fuego, la pone al pie de la cama matrimonial más cercana a la
puerta.

Estira ambos brazos y abre las cortinas a lo ancho de la ventana. Se está haciendo más
oscuro afuera. Veo el débil resplandor de las pocas farolas en el exterior.

—Victor —digo, pero él me detiene.

—Preferiría que no me llames por mi nombre.

—¿Por qué no? Es tu nombre. ¿Cómo más se supone que voy a llamarte? —Me
sorprendo cada vez que lo desafío en lo más mínimo. Porque en el interior, estoy
absolutamente aterrorizada de lo que podría hacerme.
—No importa —dice, sentándose en la mesa y abriendo la cremallera de su bolso—.
Sólo ve a ducharte.

—Mira —digo, caminando alrededor de las camas hacia él—. Estoy asustada. Tú me
asustas como el infierno. No voy a fingir lo contrario. Estoy aterrorizada de lo que me
está pasando...

—Tienes una extraña manera de demostrarlo —dice, ni siquiera ofreciéndome el lujo


de sus ojos. Él saca un dispositivo digital de algún tipo, más pequeño que una
computadora portátil—. Diría que has estado demasiado adormecida por el trauma
para dejar que te afecte la forma en que debería. —Coloca el dispositivo sobre la mesa
y luego el bolso de lona en el suelo junto a sus pies. Creo que el dispositivo es una de
esas tabletas digitales.

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Trago, redondeando mi barbilla.

—Tal vez es así. En cierto modo. Pero, ¿qué tiene que ver eso con que te llame por tu
nombre? —De lo que él me acusa da en el blanco, pero por lo que he pasado no es
asunto suyo. No a menos que tenga la intención de ayudarme, lo cual ya hemos
establecido como nada más que una ilusión—. ¿Y por qué te importa?

—Nunca dije que lo hiciera.

—Entonces no indagues —digo bruscamente.

El mero hecho de que ni siquiera me mire la mitad del tiempo cuando me está
hablando, me hace enojar. Y cuanto más lo hace, actuar como si no fuese digna de
mirar a los ojos, más me enfurece. Y cuando me enojo, siempre lloro. Es la forma en
que he sido por tanto tiempo como puedo recordar. Y lo odio. Nunca grito ni maldigo
ni golpeo cosas o personas. Lloro. Cada maldita vez.

Cuando las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos, le doy la espalda y marcho
rápidamente hacia el baño. Pero me detengo y me volteo para enfrentarlo una vez
más, con las uñas clavándose en las palmas de mis manos a mis costados.
—¡Vete al infierno! —Es todo lo que puedo decir, mi pobre intento de arremeter con
palabras en lugar de lágrimas.

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Capítulo 8
Victor

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Me despiertan a las 3:42 a.m mirando el cañón de mi 9MM.

—¿Cuál es la contraseña? —demanda la chica.

Está manteniendo una distancia respetable. Impresionante.

—La contraseña —repite ella con severidad, señalando con la cabeza hacia la mesa
donde se encuentra mi iPad.

No me muevo. Ella puede tener agallas, pero está aún nerviosa y sería desafortunado
si ella me dispara por accidente.

—F mayúscula, seis, ocho, k minúscula, tres, cero, cero, cinco, L mayúscula, P


mayúscula, w minúscula, seis. —Yo fácilmente podría quitarle el arma antes de que
disparara por el ángulo en que está parada, pero no estoy listo para hacerlo. Todavía
no.
Trata de recordar cada carácter que le dije. Sin ella tener que pedirlo, se lo repito e
incluso ese gesto parece confundirla.
Con cuidado, levanto mi espalda de la cama y ella agarra el arma más fuerte. Si ella
aprieta el gatillo, sólo golpearía mi pómulo. La bala puede pasar a través de mi
mandíbula. Estaría desfigurado, pero viviría.

—No quieres ver lo que hay en esa computadora —le digo.

—Lo admites, entonces —dice ella, nerviosa—. Algo pasó. Te enteraste mientras yo
estaba en la ducha.

Estoy parado ahora. Todavía no me ha disparado. No va a hacerlo a menos que yo


trate de ir tras ella. Aunque ya no estoy tan impresionado. Si yo fuera ella, para este
momento, habría metido una bala en mi cráneo.

Asiento, en respuesta a su pregunta. Me sorprende solamente un poco que ella se

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imaginara eso. Nunca debí haber preguntado por su madre. Es una chica inteligente,
aunque todavía es demasiado amable y humana para salir sola de esto con vida.

Dejando la pistola en su mano derecha y con los ojos fijos en mí, ella retrocede tres
pasos y medio y alcanza el iPad, mirando entre el y yo, cada segundo, el tiempo
suficiente para escribir la contraseña. Después de un minuto lleno de frustración,
incapaz de encontrar nada, la chica apunta el arma al iPad y se aleja unos pasos de la
mesa acercándose a la pared.

—Hazlo tú —exige ella—. Sea lo que sea.

Sus manos, ambas ahora agarrando el mango de la pistola, están temblando.

—Te lo diré por última vez: no quieres verlo.

—¡Sólo muéstramelo!

Ella está llorando ahora. Las lágrimas ruedan por sus mejillas. Me doy cuenta de que
su labio tiembla en el lado derecho. Probablemente está mal del estómago, los nervios
deshilachados a la nada. Vislumbro las cuerdas con que la até tiradas en el suelo. No
han sido cortadas. Ella tiene las manos pequeñas, pequeñas muñecas. Como una
artista del escape atareada en librarse de los nudos por sí misma. Vislumbro el reloj
entre las camas. Pero le tomó demasiado tiempo para llevarlo a cabo, ya veo.

—¡Rápido!

Sus ojos están rojos y brillantes con la humedad.

Doy vuelta al iPad en torno a la mesa para ponerlo de frente a mí. Usando mi dedo,
abro mi cuenta de correo electrónico privada y luego la carpeta donde archivé el
mensaje adjunto que recibí anoche de mi enlace:

—¿Qué has hecho? —preguntó Fleischer la noche anterior a través de la señal de video
en vivo—. La chica no era parte del trato. —Su acento alemán siempre sangrando
profusamente a través de su inglés.

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—La hija de Guzmán estaba allí —dije—. La vi en el recinto antes de entrar en la casa.
—Miré una vez hacia el baño donde la chica todavía estaba duchándose después de
quince minutos—. Javier Ruiz cuenta con un operativo impresionante.

—¿Estás seguro de que viste a la misma chica?

Estaba ofendido por la falta de confianza de Fleischer en mí, que después de años de
trabajar juntos y nunca estar equivocado en mis evaluaciones, él todavía desmerezca
mis conclusiones.

—Era la misma chica —confirme de manera uniforme—. Tomé la mitad del dinero que
Javier acordó y me fui, como se me ordenó hacer.

—Y entonces, ¿cómo acabaste con la otra chica?

—Se escapó del recinto y se escondió en mi automóvil.

—¿Y no sabías que ella estaba allí? —Él pareció sorprendido.

—Sí, lo sabía —confirmé.


—Entonces explícame por qué...

—Recuerda, Fleischer, que no eres mi jefe. Sería prudente que no me hables como si lo
fueras.

Fleischer se tragó su orgullo y levantó la barbilla para parecer más confiado en su


momento por debajo de mí.

—¿Qué ofreció Javier para conseguir a Guzmán muerto?

—No es una fracción de lo que Guzmán ofreció por matar a Javier e Izel y por el regreso
seguro de su hija. —Añadí—: Yo podría haber cumplido con el contrato, mientras que
estuve allí.

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—Sí —dijo Fleischer—. Pero eso no era parte del plan, lo mismo que mantener a la
fugitiva contigo.

—La chica será útil.

—Sin embargo hasta el momento, ella no ha demostrado nada —dijo Fleischer,


recuperando la confianza que le quité antes—. Todo ha cambiado. El plan. El contrato.
Tus órdenes.

—¿Cuáles son mis nuevas órdenes —le pregunté.

—Vonnegut no ha dado nuevas órdenes todavía —dijo—. El espera que yo haga


contacto. Sus nuevos pedidos dependerán de la información que reciba de ti ahora.

Fleischer y yo nos miramos a los ojos en ese momento, los dos compartiendo los mismos
pensamientos: Eres mi hermano y yo no haré nada para traicionarte, no importa la
profesión o las órdenes que nos hayan dado.

Nadie más que nosotros dos sabíamos que compartimos el mismo padre. Pero en los
años transcurridos desde nuestra recluta por la Orden cuando éramos muchachos
jóvenes, habíamos crecido aparte. A menudo es fácil olvidar que compartimos la misma
sangre, especialmente por Fleischer, primer nombre: Niklas, que ha vivido a mi sombra
en la Orden desde hace tantos años. Yo simplemente asentí, sabiendo que Niklas
transmitiría a nuestro empleador, Vonnegut, lo que sea que yo necesitaba.

Para conservar la relación entre mi hermano y yo, le ofrecí información que nunca pidió.

—La chica será útil, Niklas —repetí, llamándolo por su nombre de pila para ofrecer una
tregua—. Parece que ella es más para Javier de lo que quiere que sepamos.

Niklas asintió en respuesta, comprendiendo mi intención.

—Te refieres a usar a la chica para negociar por la hija de Guzmán —indicó.

—Si todo se reduce a eso, sí —le dije—. Dile a Vonnegut que lo tengo bajo control, pero

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que voy a esperar cualquier orden que quiera.

—Se lo diré —concordó Niklas.

A continuación hice clic en el botón “Reproducir” para ver el vídeo que Javier envió a
Vonnegut, en el cual a Fleischer, como mi enlace, se le ordenó que me lo pasara.

Es así como pensé, Javier tiene a la amiga de la chica, Lydia, en una posición
comprometedora. Él quiere que la chica lo vea, para que sepa que si ella no se entrega o
me convence de que la lleve de nuevo a él, Lydia va a morir. Supe entonces, mientras
veía la escena desplegándose en el video ante mí, que este señor de la droga de México
era mucho más brutal de lo que la Orden sabía.

Oí la ducha cerrarse y corrí mi dedo sobre la pantalla para apagar el vídeo, cerrando el
iPad después.

La chica estará devastada. Si ella se entera de esto, la hará inestable.

Pero puedo usar esto también a mi favor.


Con el vídeo grabado ahora reproduciéndose en la pantalla, volteo el iPad encima de
la mesa para hacer frente hacia la dirección de la chica. Ella mira hacia abajo en el
durante unos segundos, el arma temblando en su agarre, y luego de regreso mí otra
vez, temerosa de que yo podría hacer un movimiento. Pero cuando ve a su amiga,
Lydia, ella vuelve su atención exclusivamente en el video, abandonando su posición
de ventaja. No me aprovecho de ello. Deslizo mis manos en los bolsillos de los
pantalones y me quedo ahí mirando los ojos de la chica ensanchándose con temor
mientras se reproduce el vídeo.

Javier rodea a Lydia que está sentada atada a una silla, un pañuelo rojo metido en su
boca. Las lágrimas y el sudor empapándole la cara. Su ojo izquierdo está hinchado y
magullado. Un hilo de perlas de sangre saliendo de una fosa nasal.

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—Para ti, Sarai —dice Javier en la cámara mientras Izel se encuentra junto a Lidia, su
cabello torcido fuertemente en el puño de Izel—. Te quiero de regreso aquí en treinta
y seis horas. —La chica pone su mano libre sobre sus labios temblorosos; el arma no
ha apuntado directamente a mí en los últimos segundos—. O ella va a morir y va a ser
tu culpa.

Izel tira hacia atrás el puño y lo entierra en la cara ya magullada y golpeada de Lydia.
El cuerpo atado de Lydia se tambalea hacia atrás y más lágrimas brotan de sus ojos.
La sangre brota de su labio inferior.

La chica deja caer el arma en el suelo y se estira por el iPad, tirándolo de la mesa y
entonces cae al suelo sobre sus rodillas, sollozando en sus manos.

Me siento en el borde de la cama, dejando el arma en el suelo y a la chica sola en su


momento de desesperación.
Capítulo 9
Sarai

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No puedo ver bien. No a través de las ardientes lágrimas, a través de la niebla
frente a mis ojos, a través de la ira y el odio y el dolor disparándose a mi sistema
nervioso. De alguna manera, mi cuerpo ha encontrado su camino al suelo. Yazco con
mi rostro presionado contra la alfombra.

No Lydia… cualquiera menos ella. Es inocente y frágil. Nunca será capaz de soportarlo.
No como yo…

Me toma demasiado tiempo darme cuenta que ya no soy la que está sosteniendo la
pistola, que ya no estoy en control. Un movimiento de debilidad, traumatizada por el
sufrimiento de mi amiga, ha despojado ese privilegio de mí. Y lo merezco. Me merezco
cualquier castigo que el destino considere conveniente porque salí y Lydia no. Debí
haber usado el teléfono que no está ni a dos metros de mí sobre la mesa de noche
entre las camas para llamar a la policía. Debí haberlos llamado antes de obligarlo a
despertarse, pero estaba muy insistente en saber qué información sabía Victor que no
lo hice. Todavía espero que tal vez me ayude, al menos diciéndome la locación del
recinto para tener algo que decirles a las autoridades.

Debí haberle disparado cuando tuve la oportunidad.


Por el rabillo de mi ojo, veo los calcetines negros de Victor plantados inmóviles sobre
el piso. Inclinando mi cabeza hacia atrás un poco, mis ojos viajan desde la parte final
de sus pantalones hasta su cintura. Sus antebrazos están descansando a lo largo de la
longitud de la parte superior de sus piernas, las palmas de sus manos ahuecando
cuidadosamente sus rodillas. Se sienta con la espalda bastante recta, su mirada fija
hacia adelante.

Finalmente, su cabeza se mueve mientras mueve sus ojos a mí.

—Lo siento —dice con ninguna emoción en sus palabras, sin embargo, de alguna
manera, detecto el mínimo rastro de emoción escondida detrás de sus ojos.

—Tienes que llevarme de vuelta —digo, elevándome para ponerme de pie—. No

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puedes dejar que muera. —Mi voz tiembla.

Victor toma asiento en la mesa de nuevo y comienza a buscar a través de su bolsa de


lona. No me importa saber lo que está haciendo o que planea hacer de ahora en
adelante. Mayormente, en lo que pienso es en Lydia y en lo que vi en ese video; la
imagen estará guardada en mi mente por siempre. Una parte de mí quiere culpar a
Victor por todo esto; simplemente porque él es lo que es y que podría convertirse en
humano lo suficiente para ayudarme a sacarla de ahí. Pero regreso a culparme
porque, la verdad, ni siquiera una vez le pedí a Victor que me ayudara a liberarla. Se
rehusó a ayudarme a mí, así que supe que no regresaría por ella.

Todo es mi culpa. Pude haber hecho esto de diferente manera, planear mi escape
diferente. Pude haber forzado a Lydia a que saliera por esa ventana conmigo esa
noche.

Parece que hay un montón de cosas que podría y debí haber hecho. Nunca imaginé
que sería la tonta chica en la película de terror corriendo dentro de la casa o tropezar
con mis propios pies mientras me tambaleo a través del oscuro bosque. Supongo que
por defecto somos lo que sacudimos nuestra cabeza a la estupidez de otros hasta que
somos forzados a vivir experiencias traumáticas.
Los rayos de sol de la temprana mañana lentamente comienzan a inundar el cuarto. El
único movimiento que hice en toda la noche fue voltearme sobre el otro lado sobre el
piso para mantener a Victor en mi vista. No le tengo miedo. Ya no. No obstante, no
pude evitar dejar de saber dónde estaba.

Mi espalda duele y mi rostro pica por la huella que la alfombra desaliñada dejó en mi
piel.

Victor se sienta en la silla junto a la mesa ahora, con sus zapatos puestos como si
hubiese estado esperando tranquilamente a que el día llegara.

Levanto mi adolorido cuerpo del piso y me empujo a ponerme de pie.

—Ya no me importa lo que hagas conmigo —digo—. Solo por favor, llévame de vuelta

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con Javier. No tengo mucho tiempo.

El rostro del Victor revela curiosidad—. No regresarás al recinto.

Pestañeo para alejar el aturdimiento de sus palabras—. ¿Qué? No… —Sacudo mi


cabeza en protesta—. No, ¡tienes que llevarme de vuelta! ¡Viste el video! ¡La matarán!

Se levanta de la silla y endereza las mangas de su blanca camisa de vestir ahora


metida perfectamente en sus pantalones y la abotona alrededor de sus fuertes
muñecas.

—El plan ha cambiado —dice calmadamente.

Prácticamente me lanzo hacia él, deteniéndome solo a centímetros de su cuerpo, mis


ojos abiertos, feroces e incrédulos—. ¡No, Victor! —Se estremece—. ¡Tengo que
regresar! ¿No lo entiendes? Tenemos… ¡tengo que ayudarla! ¡Quiero a Izel muerta!
¡Quiero a Javier muerto por lo que ha hecho!

—Lo estará —dice Victor.

Se voltea a un lado y cierra la bolsa de lona.


Me muevo los últimos centímetros de espacio entre nosotros y lo empujo con ambas
manos—. ¡Voy a regresa con o sin ti! —Me atrapa por la muñeca, asegurándolas
firmemente en su agarre—. Por favor… —Las palabras salen con cada onza de
desesperación en mí.

Escanea mi rostro, tan cerca que puedo sentir su cálida respiración emanando de sus
fosas nasales.

—Solo sé paciente —dice, aturdiendo mi quietud.

Suelta mi muñeca cuando me siente comenzando a tomar pasos hacia atrás,


alejándome de él.

—¿Paciente? —No puedo creer lo que me está diciendo—. ¡No hay tiempo de ser

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paciente! ¿Cómo puedes decir eso?

Se inclina y mete sus manos debajo del colchón de la cama cerca de la ventana y lo
levanta sobre su lado revelando un espacio hueco debajo rodeado por marcos de
madera que sostienen la cama. Agarra la bolsa de lona, escondiéndola dentro y luego
el maletín, poniendo el colchón de vuelta después de todo.

—Estoy esperando escuchar palabras —dice.

—¿Palabras de quién?

Suspira, molesto por mis preguntas—. De Javier.

—¿Por qué?

No sé qué decir, o que creer, todo lo que sé es que mi mente está girando con todo lo
que está pasando y no puedo mantener el ritmo.

Victor camina a la puerta y voltea para mirarme.

—Ven —dice, asintiendo con la inclinación de la parte de atrás de su cabeza para que
lo siga.
—¿Qué, no vas a amarrar mis manos, o arrastrarme por el pasillo por la muñeca? ¿Y si
escapo?

—No lo harás.

—¿No crees que lo haga? —contrarresto.

Sacude su cabeza una vez—. No, no lo harás porque soy el único de los dos que sabe el
camino de vuelta hacia Javier.

Solo me quedo parada ahí.

Victor coloca la mano sobre la palanca de plata y abre la puerta—. ¿Vienes o te quedas
aquí?

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Lo miro a través del cuarto sin comprender.

Después de todo, quizá va a ayudarme. Quizá después de ver lo que Izel y Javier le
están haciendo a Lydia, Victor ha recordado como se siente estar arrepentido, si es
que alguna vez lo ha sentido.

—¿A dónde vamos? —pregunto, sabiendo que no puede ser lejos si está dejando su
bolsa aquí.

—A desayunar.
Capítulo 10
Victor

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Más de dos horas han pasado y no ha habido ninguna noticia. Nada de Niklas o
Vonnegut. Nada de Javier o Guzmán. La chica está más allá del punto de inquietud.
Compré su desayuno en el hotel, pero apenas comió un bocado, sólo picoteó su tortilla
con el tenedor. Puede ser el resultado de su preocupación por su amiga, pero
encuentro refrescante su repentina incapacidad para hacer preguntas continuas o
tratar de conversar conmigo.

Me pregunto por qué ella todavía no ha tratado de ponerse en contacto con miembros
de su familia. Me resulta difícil creer que, a pesar de la grave situación con su querida
amiga, tampoco mostrara interés en llamar a una hermana, una abuela o una tía. Que
no aprovechara la oportunidad que tuvo anoche mientras yo dormía.

Esto me deja con dos teorías: ella se preocupa más por la vida de su amiga, o ya no le
queda familia. Tal vez las dos cosas. Estoy bastante seguro de que eso es.

Siento mi teléfono celular vibrando contra mi pierna y me levanto de la mesa en el


vestíbulo y meto la mano dentro para recuperarlo.

La chica está instantáneamente atenta a mí.


El nombre en clave de mi hermano aparece en la pantalla.

—¿Quién es? —pregunta la chica, parándose conmigo.

Paso mi dedo sobre la barra de respuesta, pero sostengo el teléfono boca abajo sobre
mi pecho. Haciéndole señas a la chica que vuelva a sentarse, digo:

—Quiero que te quedes aquí. Voy a ir justo fuera a atender esta llamada. Confío en
que estarás aquí cuando regrese. —Sé que no va a ir a ninguna parte.

Claramente deseando nada más que seguirme y estar pendiente de cada una de mis
palabras, ella toma una profunda y pesada respiración, se cruza de brazos y toma su
asiento de nuevo.

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—OK. —Rechina los dientes detrás de sus labios suavemente apretados.

Salgo caminando por las puertas delanteras y me pongo el teléfono al oído.

—Voy a poner a Javier en esta llamada —dice Niklas—. ¿Estás preparado?

—Sí —respondo y espero mientras Niklas hace la transferencia.

La voz de Javier hierve de ira apenas contenida cuando es conectado:

—Morirás por lo que has hecho —dice en inglés—. ¡Sarai debería haberme sido
devuelta en el segundo en que la encontraste!

—Lo hecho, hecho está —digo—. Di la razón de tu contacto.

Lo oigo respirar pesadamente en la llamada entre tres personas. Niklas se queda


escuchando en silencio.

Por último, Javier se contiene a sí mismo.

—Todavía quiero el asesinato de Guzmán efectuado por el precio que acordamos,


pero te daré otro millón americano por matar a Sarai también.
¿Matarla? No esperaba que mi comunicación con Javier me causara sorpresa.
Ciertamente, esto es muy interesante.

—¿Por qué la quieres muerta? —pregunto.

—Eso no importa —dice—. Las razones nunca importan en este negocio. Deberías
saberlo.

Sí lo sé, y esta es la primera vez en mi vida que le he preguntado a un cliente por qué
quería muerto a un objetivo.

—Tengo una oferta mejor para ti —anuncio—. Trae a la amiga de la chica, Lydia y a
otra chica en tu recinto... una foto será enviada inmediatamente después de esta
llamada... a Green Valley, Arizona, en veinticuatro horas. Te intercambio a esta chica

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por esas dos y entonces después de eso mataré a Guzmán y luego te devolveré a las
chicas una vez que me hayan pagado en su totalidad.

No tengo que escuchar el comentario de Niklas para saber que está en completo
desacuerdo con esto, pero él permanece callado.

—¿Te refieres a la hija de Guzmán? —indaga Javier, a sabiendas—. ¿Estoy en lo


cierto?

—Sí —digo—. Si no es obvio ya, Guzmán pagó para que se la regresara.

Javier se echa a reír.

—¡Y todo este tiempo pensé que estaba tratando de matarme a mí! —Se saca a sí
mismo de su humorística revelación—. Eres bueno —dice—. Te doy eso. Eliminas dos
contratos a la vez. Le muestras a Guzmán su hija, tomas el dinero por regresársela,
luego das la vuelta y lo matas, y tomas el dinero que pagué para que lo mataras. —Se
echa a reír de nuevo.

Permanezco tranquilo y sin emociones.


—¿Es un trato, o no?

—¿Entonces estás rehusando el contrato para matar a Sarai? —pregunta.

—En este momento —comienzo—, ella es mi única influencia. Una vez que haga
aquello para lo que me pagaste y te la devuelva, has lo que quieras con ella. No es de
mi incumbencia.

Niklas termina la llamada cuando hemos llegado a otro acuerdo. Él me devuelve la


llamada una vez que sabe que la línea de Javier ha sido desconectada.

—Victor, no puedes hacer esto —afirma Niklas—. Estás haciendo tratos sin...

—¿Cuáles son las nuevas órdenes de Vonnegut? —pregunto.

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Echo un vistazo por la ventana para ver a la chica todavía sentada ansiosamente en el
vestíbulo del hotel.

—No las ha dado todavía —dice Niklas—. No estás autorizado a pactar tales acuerdos,
sólo a ejecutarlos.

—Entonces dile a Vonnegut que yo sólo estaba tratando de sacar ventaja —explico—.
En el momento en que Javier se dé cuenta de que no tengo ninguna autoridad para
ofrecer y aceptar dichos términos es el momento en que creerá que puede salirse con
la suya y exigir más. No quiero ser irrespetuoso, pero Vonnegut debe confiar en mí en
esto. Él siempre ha confiado en mis decisiones antes. No se le ha dado ninguna razón
para dejar de hacerlo ahora.

Niklas permanece callado. Creo que él sostiene este hecho en mi contra, que la Orden
confía en mí, sin embargo, nunca le han dado el mismo lujo.

—Muy bien —acuerda Niklas—. Le diré a Vonnegut. Pero Victor, te estás volviendo
ingobernable. —Hace una pausa, como para decidir si debe o no continuar—. Desde la
misión en Budapest el año pasado. He notado la diferencia en ti. Creo que la Orden no
lo ha hecho, pero es sólo cuestión de tiempo.
—Niklas —le digo cuidadosamente como mi hermano y no como mi enlace—. Te
agradezco por tu discreción. Ahora, ¿harías algo por mí?

—¿Cuándo me he negado?

Dejo a Niklas, metiendo el teléfono en mi bolsillo y me dirijo al interior para encontrar


a la chica.

Había estado yendo y viniendo por el piso y cuando me nota, se detiene y sus brazos
se descruzan y caen a sus costados, con una mirada de interrogación pesando en su

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rostro.

—Ven conmigo —digo, agarrándola por el codo.

—¿A dónde vamos? —Ella sigue a mi lado sin preguntar ni discutir.

—A Green Valley.

—¿Pero por qué, Victor? ¿Qué está pasando?

Echo un vistazo hacia ella momentáneamente y tiro de su brazo cuando cruzamos la


esquina en la parte superior de las escaleras.

—Te lo diré pronto —digo—, pero primero, hay algunas cosas que tú necesitas
decirme.

Nos abrimos paso por el pasillo y nos paramos frente a la puerta de nuestra
habitación mientras busco en el interior de mi bolsillo la llave electrónica.

La chica se ve desconcertada.

—Tienes que decirme por qué Javier Ruiz te querría muerta.


Su expresión cae bajo un velo de conmoción.

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Capítulo 11
Sarai

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Victor camina rápidamente, pero casualmente pasa por encima del colchón y
los resortes levantados. Con un brazo sujetándolos, se estira y agarra cada bolsa, una
por una y las coloca a un lado.

—No entiendo —digo, cruzando los brazos y frotándolos con las manos opuestas,
hacia arriba y hacia abajo como si hubiera frío en el aire—. ¿Él dijo que iba a
matarme?

Victor abre la cremallera de la bolsa de lona sobre el tablero y revisa


concienzudamente los contenidos.

—No, él me ofreció un millón para matarte por él.

Parpadeo de nuevo aturdida y sólo me quedo allí parada con incredulidad, más piel
de gallina estalla por todo mi cuerpo.

Victor aparece delante de mí y coloca ambas manos sobre mis hombros. Me empuja
suavemente hacia abajo sobre el borde de la cama donde me siento voluntariamente.
Luego toma asiento en una de las sillas debajo de la mesa, girándola por completo
para que pueda mirarme de frente.
—¿Por qué Javier te querría lo suficientemente muerta para pagar tanto para que te
maten?

Distraídamente, levanto los ojos para mirarlo, todavía un poco perdida en mis
pensamientos.

—Yo… yo no lo sé —tartamudeó.

—Sí, lo sabes —insiste—. Tal vez no directamente, pero algo me dice que en el fondo
una parte de ti tiene alguna idea… creo.

Aparto la mirada de sus ojos, tratando de recordar mi tiempo en el complejo,


buscando por lo que podría ser la respuesta. Cuando muchos largos segundos pasan y
no he encontrado nada, Victor levanta su trasero de la silla lo suficiente para moverse

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más cerca de mí. Eso atrae mi atención de nuevo.

—Necesito que me lo digas todo —dice Victor decididamente suave—. Háblame de tu


relación con Javier. Dijiste que él cree que está enamorado de ti.

Asiento en un rápido y lento movimiento.

—Sí. Él me dijo una vez que estaba enamorado de mí, pero lo conozco mejor. Él está
loco. Es posesivo. Pero me protegió de otras cosas que el resto de las chicas tuvieron
que pasar.

No me gusta pensar en estas cosas, mucho menos hablar abiertamente de ellas. Me


avergüenzo y me odio por lo que ellas tuvieron que soportar.

—¿Él te protegió? —pregunta Victor, necesitando más información.

—Sí. Yo estaba fuera de los límites de los hombres de Javier. E Izel, bueno, Javier casi
la mató cuando me golpeó en el rostro una vez. Después de eso, ella no tenía
permitido tocarme. Y también se me permitieron lujos que a las otras chicas no.
Duchas calientes, buena comida y llegar a ver lugares fuera del complejo. Incluso volé
en un pequeño avión con él varias veces. Javier raramente me dejaría fuera de su
vista. Izel me odiaba por ello, acusando a Javier de “ser suave”, enamorándose de una
“estúpida chica americana”.

Una chispa de intriga atraviesa los rasgos de Victor.

—¿A qué tipo de lugares fuiste llevada?

Me encojo suavemente de hombros y dejo que mis manos caigan entre mis muslos,
mis dedos cerrándose nerviosamente entre sí.

—A veces —comienzo—, me llevaría con él a casa de otros hombres ricos, con


brillantes piscinas azules en forma de herraduras y otras cosas extrañas. Javier decía
que era sólo para mezclarse, pero yo sabía que estábamos allí por el tráfico de drogas.
Y las chicas. A veces regresábamos con una nueva. A él le gustaba vestirse con un

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buen traje y zapatos negros brillantes como los tuyos. —Miro brevemente los zapatos
de Victor—. No se parecía a la escoria que viste el otro día, viviendo en la inmundicia.
Él es rico, a pesar de lo que viste.

—Lo tengo muy entendido.

Continúo:

—Y por supuesto, él también me hacía arreglar.

Bajo los ojos vergonzosamente, sobre todo porque a veces lo disfruté, arreglarme y
ser tratada como una princesa. Así es como siempre pensé en ello: una princesa, tan
perturbadoramente como las circunstancias eran.

—Me sentía como un trofeo del brazo.

—Eso es exactamente lo que eras —dice y miro de nuevo hacia él, silenciosamente
ardida por sus palabras—. ¿Recuerdas algo de los hombres a cuyas casas fuiste
llevada?
—Sí —digo con una inclinación de cabeza—. Pero creo que eran casas vacacionales, o
algo así.

—¿Por qué?

—Porque mencionaban cosas sobre cómo estaban en México por sólo unas semanas,
o cómo se dirigían de regreso a California, Nevada o Florida, lugares así.

—¿Eran estadounidenses?

—Algunos de ellos lo era, estoy bastante segura de que lo eran —digo—. De todos
modos no tenían acento extranjero. Definitivamente no eran mexicanos, eso es
seguro.

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Ellos podrían haber sido americanos, pero sabía que no me ayudarían como esperaba
que Victor lo hiciera. Eran tan malvados como Javier. Dos de ellos incluso trataron de
comprarme con él. No, ninguno de ellos me habría ayudado a escapar, es por esto que
considero a Victor el primer americano que he visto en nueve años. Aquellos hombres
perdieron ese privilegio por asociación.

—¿Recuerdas alguno de sus nombres?

Victor se ve más molesto ahora de lo que lo he visto alguna vez, sin embargo, se las
arregla para mantener su perfecta fachada libre de emociones.

Vuelvo a pensar, tratando de recordar y es insuficiente.

—No —digo, frustrada conmigo misma—, no en este momento, pero escuché sus
nombres en una ocasión cuando uno de ellos presentaría a otro. —Hago una pausa y
lo digo con más emoción—: Victor, ¿qué es esto?

Sus peligrosos ojos azulados fijos en los míos.

—En el complejo, o en cualquier lugar Javier podía mantenerte vigilada o controlarte,


no eras una amenaza para él. Pero ahora que has escapado, eres una gran amenaza
más que nadie porque sabes demasiado. Es evidente que Izel tenía razón en pensar
que él era un tonto por sus sentimientos por ti; él probablemente nunca anticipó que
huyeras. Estando viva y libre eres una amenaza para toda su operación y para
cualquiera involucrado en ella.

Pienso en ello un momento, dejando que la evidente verdad en las palabras de Victor
se hunda en mi mente. Puede que nunca haya sabido en dónde me quedé en México e
incluso ahora mismo no sería capaz de decirle a las autoridades americanas dónde
Lydia y las otras chicas están siento retenidas en contra de su voluntad, pero sí sé los
nombres, todavía están escondidos en el fondo de mi memoria, pero no obstante,
están ahí. Y recuerdo los rostros y las conversaciones, aunque de forma casual ellos
todavía retuvieron muchos pequeños trozos de información que, supongo, dadas a las

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personas adecuadas podrían exponerlos como traficantes de droga y sexo.

—Larsaw, o tal vez Larsen —digo de repente mientras su nombre aparece en la punta
de mi lengua—. Gerald Larsen. Recuerdo que fue el primer estadounidense al que fui
“mostrada” cuando Javier me llevo a mi primera casa. Él tenía el cabello blanco. Era
regordete. Pero nunca me presentaron directamente a nadie. No tenía permitido
hablar. Aprendí sus nombres escuchando sus conversaciones.

Victor se ve profundamente concentrado y niega con la cabeza de repente.

—John Gerald Lansen es el presidente ejecutivo de Balfour Enterprises y el fundador


de la organización caritativa más prestigiosa para ponerle fin a la violencia contra las
mujeres en Estados Unidos. —Mi mira directamente—. La información que tengas, no
importa lo insignificante que creas que sea, podría derribar a un montón de personas
de alto perfil. Imagino que si se corre la voz de que has escapado y la persona
adecuada… una hermana vengativa, tal vez —dice, sé que se refiere a Izel—, decide
contarle a las personas correctas, Guzmán pagará más para que Javier sea asesinado y
Javier lo sabe.

Eso me golpea como una descarga eléctrica, saltó de la cama y trato de hacer una
carrera hacia la puerta. Victor me atrapa en media zancada, agarrándome por la
cintura. Me retuerzo alrededor de él, golpeándolo ciegamente. Me las arreglo para
pegarle, pero no estoy segura de dónde, mientras mis puños se mueven torpemente
en un movimiento tan caótico que mis ojos no pueden seguir el rumbo de la pelea.

Mi espalda golpea el piso y levantó la vista, mi cabello castaño rojizo alborotado


salvajemente alrededor de mi cara, para ver a Victor sujetándome, a horcadas sobre
mi cintura.

—¡Suéltame! ¡Suéltame, maldita sea! —Me retuerzo bajo su peso, incapaz de hacer
mucho con mis piernas, mis manos clavadas en el suelo encima de mi cabeza,
sujetadas por él.

—¡Él va a matarme! ¡Alguien ayúdeme!

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Se las arregla para unir mis dos muñecas con una mano, la otra presiona mi boca para
ahogar mis gritos. Lágrimas se disparan de mis ojos. Le ruego una y otra vez, mi voz
casi completamente apagada por el peso de su mano.

—No voy a matarte —dice tranquilamente—. Si esa fuera mi intención, ya estarías


muerta.

Él espera a que mi cuerpo tenso se relaje un poco antes de sentir que su mano se
afloja ligeramente.

—¿Vas a estar en silencio?

Asiento porque todavía no puedo hablar con su mano sobre mi boca.

Finalmente, después de un largo momento, Victor retira su mano lentamente.

—¿Por qué no me matarías? —pregunto, mi voz aún temblorosa y entrecortada por


las lágrimas—. ¿Todavía me estás usando como ventaja?

—En cierto modo, sí —responde.


Quiero gritar otra vez mientras aún tengo oportunidad, pero sus palabras evitan que
lo haga:

—Y yo no mato a gente inocente.

El silencio llena el pequeño espacio entre nosotros.

—Nadie es inocente —suelto, sorprendiéndome a mí misma—. Mucho menos yo.


Durante años dejé que ese asqueroso asesino me violara y nunca dije que no. Me
senté y observé en silencio mientras él, sus hombres y esa puta hermana suya
golpeaban, violaban y vendían a las chicas a las que me volvía cercana. Y no hice nada.
Nunca grité, peleé o me puse de pie por ninguna de ellas. Ni una sola vez. —Escucho
que mi voz comienza a elevarse con ira, pero no me importa. Aprieto los puños juntos

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sobre mi pecho, mirándolo a los ojos mientras él permanece sentado encima de mí—.
¡Hice como si nada me molestara, que las manos de Carmen siendo destrozadas por
ese martillo no me perturbaban! ¡No me inmuté cuando Marisol fue forzada a tener
un aborto por un médico asesino que la dejo morir desangrada sobre la mesa! ¡No
derramé ni una sola lágrima cuando la chica del cabello rojo y pecas fue asesinada
justo frente a mí porque el hombre que fue a comprarla no le gustó lo que vio! —
Levanto mis puños y voy a golpearlas sobre la parte superior de mis piernas por la
ira, pero él atrapa mis muñecas y las sostiene sólidamente—. ¡No soy inocente! —rujo.

Siento sus manos torcer mis muñecas, pero mi cabeza está demasiado nublada por la
emoción para que me importe.

Las cosas que he admitido son cosas que me han atormentado durante demasiado
tiempo. Han estado enterradas en mi alma, quemando mi esencia misma, dejándome
sin emociones y convirtiéndome en alguien completamente diferente de lo que se
suponía que fuera.

Dejo caer mi cabeza hacia un lado, sintiendo la punzada de la derrota. Ya no puedo


mirarlo. No por la ira, el odio o la venganza, sino por la vergüenza. No puedo mirar a
un asesino a los ojos porque simplemente no soy mejor que él, es posible que yo sea
peor.

—Eres muy fuerte —dice y levanta su cuerpo del mío—. Con un fuerte instinto de
supervivencia. Eso es lo único que te separa de las otras chicas. Al igual que ellas,
todavía fuiste retenida allí en contra de tu voluntad. Fuiste forzada a hacer cosas
contra tu voluntad. Fuiste física y emocionalmente abusada. No deberías culparte por
su debilidad.

Él camina de regreso a la mesa.

Me levanto del piso y sólo miro hacia él, tratando de darle sentido a sus palabras. O tal
vez la culpa que he albergado durante tanto tiempo simplemente está tratando a

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forzarme a no creer en ellas.

Me mira y añade—: Hiciste lo correcto.

Niego con la cabeza.

—No. No lo hice. Debería haber hecho algo para ayudarlas.

Victor carga sus bolsas de lona en un hombro y levanta la maleta en el otro.

—Lo hiciste —dice, de pie delante de mí ahora—. Mantuviste la calma. Esperaste por
tu oportunidad. Fingiste el punto de la aceptación y la confianza. Estás arriesgando tu
vida justo ahora para regresar por esa chica.

Camina junto a mí y va hacia la puerta, girándose para mirar hacia atrás una vez más
y hacer que llegue allí.

—Eres inocente —dice—. Y es por eso que todavía estás viva.

Entonces abre la puerta y, con vacilación, lo sigo afuera.


Capítulo 12
Sarai

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Llegamos a Green Valley cerca de tres horas más tarde. Los dos nos sentamos
en silencio durante la mayor parte del viaje. Había demasiado en qué pensar,
demasiadas cuestiones sin resolver con que trabajar, lo cual no veía cómo hacerlo en
tan poco tiempo. Y me va a tomar un tiempo muy largo poner mi culpa a descansar, si
alguna vez puedo. No me importa que las cosas que Victor dijo tenían sentido, todavía
me siento como la persona más egoísta del mundo por lo que hice. Probablemente me
voy a sentir de esta manera para siempre.

Y le pregunté a Victor por qué íbamos camino a Green Valley. Él había dicho antes que
me iba a decir lo que estaba pasando, pero cuando llegó a ello, fue vago. Me dijo que
tiene un intercambio que hacer cerca de Green Valley, pero no quiso entrar en
detalles. Supongo que todo lo que habló allá en el hotel en Douglas pasó su límite
conversacional. Porque de nuevo se había retraído en sí mismo con tanta rapidez, el
tranquilo, reservado, intimidante asesino con el que, por razones desconocidas para
mí, me sentía completamente segura.

Nos detenemos en un estacionamiento al final de un camino bordeado por


residencias. He estado aquí antes, una vez con mi mejor amiga cuando su hermana
mayor nos recogió en la escuela en su nuevo auto. Nos habíamos perdido y utilizó este
lugar para dar la vuelta. Fue semanas antes de que mi madre me obligara a ir a México
con ella y Javier. Este lugar familiar me recuerda que estoy muy cerca de casa. Estoy
tan cerca que podía ir andando. Se necesitarían varias horas, pero podía hacerlo.

Pero, ¿dónde puedo ir?

Victor apaga motor del camión. Me asomo a través del parabrisas para ver una
sección de árboles y arbustos separando el estacionamiento de la interestatal. Un
automóvil pasa volando cada pocos segundos. Pero el estacionamiento está vacío
excepto un auto solitario en la distancia estacionado al lado de un contenedor de
basura. En el otro lado del lote, sin embargo, sobre un muro de hormigón bajo, hay
muchos autos aparcados fuera de un centro comercial.

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Me pregunto por qué eligió un lugar público, aunque en la actualidad el lugar parecía
tranquilo y abandonado, para hacer lo que sea que hemos venido a hacer. Debido a
que Javier no se preocupa por el público o arriesgar un espectador inocente de
quedar atrapado en su fuego cruzado.

—Quédate en la camioneta —dice Victor justo antes de cerrar la pesada puerta de


metal.

Camina hacia la parte trasera mientras un SUV negro elegante entra en el


aparcamiento de detrás de las casas. Mi corazón comienza inmediatamente a latir
fuerte. Me escabullo en el asiento, pero me muevo a su lado para que pueda tener una
mejor visión de la ventana. Quiero ver pero no quiero que me vean.

Victor se encuentra con el SUV a medio camino, a unos cincuenta metros de donde
estoy y se detiene en el centro de la carretera. Veo a un hombre. Un hombre blanco,
parece, y estoy confundida por esto. Victor asiente y luego veo sus labios moviéndose.
Me estiro y bajo la ventana por la antigua manivela. Se adhiere al principio, pero
entonces la ventana se desatasca y me las arreglo para abrirla varios centímetros.
Pero están demasiado lejos para escuchar algo de lo que están diciendo. Victor
comienza a caminar hacia el camión y el SUV lo sigue. Trago saliva y me encuentro
prácticamente todo el camino en el piso ahora, la parte superior de mi cabeza
presionando contra el volante con fuerza. Se abre la puerta del lado del conductor,
exponiéndome en mi posición incómoda. Ese otro hombre está de pie junto a Victor,
ambos mirándome.

El hombre extraño, que me doy cuenta se parece en algo a Victor con su alta estatura,
cabello castaño, ojos azules y pómulos esculpidos, asiente con la cabeza hacia mí
como si fuera su manera de decir hola. No hace falta decir que estoy demasiado
asustada e insegura de él para darle la misma cortesía.

El hombre, aunque sin dejar de mirarme como si yo fuera un espécimen peculiar del
tipo que merece estudio, le dice algo a Victor en otro idioma. No es español. Victor le
responde en el mismo idioma, que estoy empezando a pensar que es probablemente

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alemán. El hombre mira finalmente a Victor.

—Este es Niklas —me dice Victor—. Vas a ir con él y seguirme a otro lugar cerca.

Al instante, siento que mi cabeza se sacude de un lado a otro negando.

Victor extiende su mano hacia mí, pero la rechazo. En su lugar, empiezo a salir del
suelo e ir hacia el otro lado de la camioneta. Siento la mano de Victor envolverse en
parte de mi muslo.

—Él no te hará daño —dice Victor—. Este camión no es seguro para ti si Javier o sus
hombres abren fuego contra nosotros.

Echo un vistazo a través de la ventana trasera hacia la SUV, suponiendo que tiene
algún tipo de ventanas a prueba de balas, quizás. No me importa preguntar;
simplemente no quiero que me dejen a solas con ese hombre, vehículo más seguro o
no.

—Esta no es muy cooperativa —dice el hombre llamado Niklas en Inglés.


Definitivamente tiene un acento, a diferencia de Victor, que parece hablar con fluidez
en cualquier idioma que conozca.
—Sarai. —Victor dice mi nombre y me aturde dejándome inmóvil; nunca me ha
llamado por mi nombre antes—. Te estoy pidiendo que cooperes.

Miro a los ojos duros de Victor y mantengo mi mirada por un momento, dejando que
mi mente se aclare por la reacción inesperada que decir mi nombre ha puesto allí. Mi
cuerpo se relaja y luego poco después los dedos de Victor se deslizan lejos de mi
muslo. Miro del uno al otro lentamente, todavía insegura, pero ahora más dispuesta.

—¿Me dirás lo que va a pasar? —le pregunto, mirándolos a los dos, pero Victor sabe
que la pregunta era para él.

Niklas sostiene sus fríos ojos azules fijos en mí, pero parece más de carácter
observador que uno posesivo.

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—Vamos a encontrarnos con Javier, no muy lejos de aquí, en una zona más apartada.
Allí, nos entregaran a tu amiga.

Un sentimiento oscuro de incertidumbre crece repentinamente dentro de la boca de


mi estómago.

Entrecierro mi mirada sobre Victor.

—¿Sólo así? —pregunto con escepticismo—. No, Javier no sólo la dará. Él... —
retrocedo otra vez contra la puerta del lado del pasajero, mi mano ya en el mango por
si necesito salir huyendo—... No hay manera de que él haría eso. Estás negociándola
por mí, ¿no es así? —Mi voz se eleva—. ¡Lo estás!

—Sí —dice Victor.

Niklas permanece silencioso y tranquilo y siempre muy atento. Está empezando a


ponerme nerviosa.

Pero entonces vuelvo a mis sentidos y aparto la mirada de los dos. Miro fijamente a
través del parabrisas al paisaje y los automóviles en el otro lado del muro de
hormigón, pero realmente no veo nada de eso. Todo lo que veo es la cara de Lydia en
mi mente, la forma en que la vi por última vez en ese video: magullada,
ensangrentada, asustada y manchada de lágrimas. Sé que esto es lo que hay que
hacer. Un intercambio: yo por Lydia. Eso es algo que sé que Javier aceptaría, ahora
más que nunca.

Pero él me quiere muerta...

Mis manos aprietan el asiento de cuero hecho jirones por debajo de mí, mis dedos se
clavan en el cojín expuesto. Todo mi cuerpo tiembla de terror. Pero luego
obstinadamente fuerzo el miedo al fondo de mi mente. Tal vez él no me va a matar
una vez que me tenga de nuevo. Podría seguir fingiendo que estar con él es donde
quiero estar. Incluso podía pretender que Victor me secuestró. Sé que puedo engañar
a Javier. ¡Sé que puedo! ¡Lo hice por años! Le hice confiar en mí, hasta el punto de que

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él creía que me amaba. Puedo hacerlo de nuevo.

El tiempo suficiente hasta que llegue mi primera oportunidad de matarlo.

Sí, eso es exactamente lo que haré. Debido a que ya sólo me preocupan dos cosas: la
seguridad de Lydia y matar a Javier. Sé que una vez que lo haga, voy a firmar mi
propia sentencia de muerte. Izel o uno de los hombres de Javier me van a cazar antes
de que pueda conseguir alejarme un kilómetro y medio del recinto y que me van a
disparar a matar, igual que Victor le hizo a aquel dueño de la tienda en México.

Pero, al menos, Javier estará muerto.

Y yo no le temo a la muerte.

Abro la puerta de la camioneta para encontrar a Niklas pie allí esperando por mí.
Estaba tan pérdida en mis pensamientos que ni siquiera lo vi salir y caminar a mi lado
de la camioneta.

Cierro la puerta y miro por encima del capó de la camioneta a Victor en el otro lado.
Nunca he sido capaz de leer su cara porque sus emociones, si tiene alguna, parecen
impenetrables, pero en este momento detecto el más leve indicio de algo antinatural
en sus ojos. ¿Podría ser arrepentimiento? No, tal vez es la indecisión o... no, eso no
puede ser.

—Lo haré —anuncio, sin apartar los ojos de Victor—. Si puedes conseguir alejar con
seguridad a Lydia, lo haré.

Victor asiente. Luego se va a abrir la puerta de la camioneta y lo detengo.

—Pero Victor, por favor llévala a casa. Te lo ruego. Solo llévala a casa. Ella vive en El
Paso, Texas. Con sus abuelos. Por favor.

Victor no asintió ni contestó verbalmente esta vez, pero sé, solo por esa mirada en sus
ojos que él lo hará. No estoy segura de por qué creo eso, pero lo hago.

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Después de transferir sus maletas desde el camión hasta la SUV, se mete en el interior
del camión y el estruendo del motor de encendido sigue segundo después.

—Ven —dice Niklas, tomándome por el brazo, sus dedos se cerraron un poco más
duramente alrededor de mi bíceps de lo que Victor nunca hizo.

Él me guía en torno al asiento de atrás, abriendo la puerta y se queda de pie justo


detrás de mí, como si él está asegurándose que entre y no trate de huir. Una vez que
estoy dentro, el olor a cuero nuevo y ambientador de auto llena mis sentidos. Una
jaula de metal separa el asiento trasero de la parte delantera, al igual que un oficial de
policía podría tener en su auto patrulla. Ya me siento atrapada. Oigo un sonido de clic
cuando Niklas bloquea todas las puertas después de que él está adentro. Echo un
vistazo a mi izquierda y derecha para ver que no hay interruptores de bloqueo dentro
de cualquiera de las puertas de los asientos traseros. Me siento verdaderamente
atrapada aquí.

Terminamos en la carretera interestatal 19, seguidos de cerca por Victor en el viejo


camión destartalado.
—Te has convertido realmente en una piedra en el zapato —dice Niklas desde el
asiento del conductor.

Echo un vistazo para mirarlo a los ojos en el espejo retrovisor.

No me gusta mucho. No es que debería gustarme en absoluto teniendo en cuenta la


situación, pero al menos con Victor, a pesar de ser un asesino, sentía una sensación de
seguridad. Incluso en el recinto mientras lo miraba por la rendija de la puerta con
Lydia, me dio la sensación de que podía confiar en él, que él me ayudaría. Mis
corazonadas eran completamente erradas, lo admito, pero él nunca me lastimó.
Independientemente de lo que es o lo que ha hecho y qué complicaciones le he
causado, nunca me trató mal.

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Niklas, por otro lado, me da la sensación que es un poco más intolerante.

Trato de mantener mis ojos en el camino por delante, pero es difícil no encontrar su
mirada en el espejo de vez en cuando. Porque siempre está mirando. Trago saliva y le
digo:

—No fue mi intención causarte a ti y a Victor ningún problema. —Sus ojos se


estrechan repentinamente en el espejo y atrapo su atención de inmediato—. Pero no
entiendo por qué es un gran inconveniente para ustedes dos, ayudarme. —Traté de
ocultar la amargura en eso, pero no lo hice tan bien.

—Victor —dice Niklas fríamente, lo que me llama la atención de la peor manera—. Ya


que se llaman con su nombre de pila, debería haberte arrastrado de nuevo a Javier
Ruiz en el segundo que te encontró.

Odio a este hombre.

Aprieto los dientes y respiro fuertemente a través de mis fosas nasales.

—Pero no lo hizo —espeto—. Y eso me dice que es más humano de lo que tú eres
aparentemente.
Mis palabras ácidas no lo perturban como había esperado que lo hiciera. En cambio, él
hace algo que era lo menos que esperaba. Sonríe.

—Oh, ya veo lo que crees que es esto —dice con ese acento alemán evidente—. ¿Crees
que lo has encantado de alguna manera con tus artimañas de niña inocente. No has
hecho nada por el estilo, para que lo sepas. Victor, todo lo que hace, lo hace por el bien
de nuestra Orden. Si él cree que es mejor no liberarte o entregarte, no tiene nada que
ver con tu bienestar.

No quiero creer en él a pesar de que una pequeña parte de mí lo hace, pero me niego a
dar a Niklas la satisfacción de saber que él tuvo éxito en meterlo bajo mi piel.

Ruedo la barbilla y alejo la mirada de él, poniendo mis ojos únicamente en el camión

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que Victor maneja delante de nosotros. Pronto, nos desviamos a la derecha y
entramos en una polvorienta carretera sin asfaltar a la derecha de la autopista
interestatal. El camino serpentea a través de varias secciones de arbustos de bajos y
árboles jóvenes, pero sobre todo no hay nada más que tierra y una interminable
extensión de terreno casi estéril trescientos sesenta grados alrededor de mí. Algunas
casas se encuentran encaramadas en la distancia en la cima de las colinas, pero me da
la sensación de que esta parte de la tierra no se ha recorrido en un tiempo muy largo
por aquellos que son dueños de ella, o cualquier otra persona para el caso.

La parte delantera de la SUV se eleva más alto sobre la tierra mientras nos dirigimos a
una colina. Una vez que nos nivelamos en la cresta y el polvo empieza a asentarse Veo
cuatro camiones viejos, como el que conduce Victor, estacionados al descubierto,
esperando por nosotros.
Capítulo 13
Sarai

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Ocho hombres están de pie fuera de las camionetas, con fusiles en sus
hombros, todos ellos hombres de Javier. Agarro el asiento de cuero debajo de mí,
resulta más difícil de penetrar con mis dedos que los asientos gastados del viejo
camión. Nos paramos a unos treinta metros de distancia.

Pero no veo a Javier. O a Izel.

Empiezo a sentir pánico cuando al principio no veo a Lydia, tampoco, pero luego la
veo dentro del Ford color crema. Por lo menos, estoy bastante segura de que es Lydia.
Presiono mi cara contra la jaula de metal lo más cerca que puedo, tratando de ver
mejor, pero no ayuda mucho.

Niklas gira la cabeza para mirarme.

—Siéntate y mantente fuera de vista —exige.

Hago lo que dice, no porque él me lo ordenase, sino porque probablemente era lo


mejor.

La puerta de la camioneta se cierra. Victor camina hacia delante directo a ellos. Uno a
uno, miro a cada uno de los hombres, preguntándome cuál fue enviado aquí para
hablar en nombre de Javier ya que no está aquí él mismo, pero luego veo el pelo negro
de Izel deslizándose más allá de la ventana de la camioneta verde mientras sale de él.

—Esta es la segunda vez que Javier ha sido demasiado cobarde para venir él mismo
—digo en voz alta, no necesariamente a Niklas.

—Ahora sabe que Victor le puede matar con poco esfuerzo —dice Niklas, mirando por
la ventana—. Yo diría que es un movimiento inteligente por parte de Javier.

Izel intenta acercarse a Victor con su acostumbrado andar sensual, pero está
claramente dolorida por las heridas que él le dejó en sus piernas y tropieza justo
cuando pasa el capó oxidado. Uno de los hombres se acerca rápidamente para
ayudarla, pero ella lo golpea con fuerza en la cara y le grita maldiciones, diciéndole

100
que retroceda. Ella odia la lástima. Creo que ella lo odia todo, incluso a sí misma.

Palabras se intercambian entre Izel y Victor. No puedo escuchar lo que están diciendo,
pero por el lenguaje corporal, puedo decir que es lo habitual: Izel tratando de
asustarlo con amenazas sobre Javier y de cómo se ha hecho un enemigo muy
peligroso... la misma conversación que tuvieron en el motel ese día. Y al igual que
antes, Victor no se inmuta por ella y sólo añade más leña al fuego en su expresión.

Trato de escuchar lo que dicen aunque sé que no puedo, pero sobre todo, trato de ver
a Lydia.

En contra de las órdenes de Niklas, me muevo más cerca de la jaula de nuevo,


tratando de vislumbrarla a través de la ventana. Estoy segura de que ella está sentada
en el lado del pasajero. Pero creo que hay alguien sentado a su lado.

Izel levanta la mano a los hombres al lado del camión detrás de ella y uno de ellos
corre a abrirle la puerta. Llega el interior y coge la que creo que es Lydia y la arrastra
hacia fuera.

—¡Es ella! —le digo con entusiasmo, aliviada.


Niklas gira su cabeza.

—He dicho que te quedes sentada —gruñe con los dientes al descubierto—. No lo
fastidies más de lo que ya lo has hecho.

Me congelo oír esto y me caigo hacia atrás contra el asiento de nuevo, aunque sólo lo
suficiente para que esté satisfecho y se aleje.

Lydia se ve fatal, pero por lo menos es capaz de caminar. Por lo menos está viva. Está
vestida con la misma ropa sucia que llevaba puesta cuando la vi en ese video. Las
manchas de sangre dejadas por su boca y nariz son evidentes en la parte delantera de
su fina camiseta blanca, incluso desde aquí en la distancia. Sus manos están atadas
por las muñecas por delante de ella. Su pelo rojo claro está desaliñado y sucio y

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enmarañado. Está llorando, mirando perdidamente hacia nosotros en el SUV y sólo
puedo imaginarme que ella se está preguntando si estoy o no estoy aquí. Quiero salir
corriendo hacia ella, para hacerle saber que estoy bien y que finalmente se va a casa,
mas deseando poder hacerlo y sabiendo que es todo lo que puedo hacer.

El hombre que la sacó de la camioneta la hala por su codo, tirando de ella con dureza
de un lado a otro.

Victor le dice algo a Izel y ella sonríe con astucia. Luego mira hacia atrás sobre su
hombro desnudo y le indica con el giro de dos dedos para que el otro hombre a quien
acababa de abofetear, hiciera algo. Él responde rápidamente dando la vuelta para
abrir la puerta de la camioneta de donde Lidia fue sacada y él busca en el interior por
la otra figura que vi que estaba sentada junto a ella.

—Oh, Dios mío —digo también más a mí misma—. Esa es Cordelia. ¿Por qué la
trajeron? —Miro a Niklas por la respuesta, pero no ofrece ninguna.

Cordelia y Lydia están de pie codo con codo ahora, ambas temblando con sus rostros
surcados por las lágrimas, ambas incapaces de dejar de mirar hacia el SUV.
Victor agita dos dedos hacia nosotros.

Niklas se da la vuelta—. ¿Estás lista?

Trago saliva—. Sí.

Niklas abre su puerta mientras quita los cerrojos ocultos del SUV con un clic de nuevo.
Abre la puerta de atrás y extiende su mano hacia mí. De mala gana la cojo.

—¡Sarai! —Oigo la voz de Lydia en el aire una vez que salgo de la camioneta.

Miro hacia arriba mientras me muevo alrededor de la puerta abierta para ver al
hombre que la sujetaba por el codo, empujarla contra el suelo cubierto de polvo y
sobre sus rodillas. El otro hombre hace lo mismo con Cordelia sólo porque puede.

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Empiezo a recorrer lentamente la corta distancia hacia Victor, mis piernas temblando
más con cada paso. Siento los ojos de Izel en mí, tan fríos y depredadores, pero no voy
a mirarla. Me niego a darle la satisfacción. En su lugar, sólo miro a Victor y aunque él
me está mirando directamente a los ojos, sé que ni una onza de su vigilante atención
se ha apartado de los que le rodean.

Entonces él mira hacia otro lado, levantando su mano hacia mí e instintivamente me


detengo.

—Haz que uno de tus hombres las traiga —Victor instruye a Izel.

Izel se burla, sus fosas nasales dilatadas, dándole un aspecto aún más odioso. Luego,
con una inclinación de cabeza hacia atrás, ordena al hombre de pie junto a Lydia que
haga exactamente eso. Él mueve el rifle colgado de la correa hacia su espalda y luego
extiende sus dos manos, agarrando Lydia y Cordelia cada una en una mano,
poniéndolas sobre sus pies.

Victor me mira de nuevo. Extiende su mano y mientras camino hacia él siento su


mirada aparentemente sin emociones penetrar la mía. Hay algo en sus ojos, algo
tranquilo y misterioso y siento como si estuviera intentando hablar conmigo a través
de ellos. Pongo mi mano en la suya y sus dedos se cierran a su alrededor, al principio
con cuidado.

Algo no se siente bien, la forma en que se veía esa mirada que vi en sus ojos hace unos
segundos.

A medida que el hombre se acerca, la mano de Victor se estrecha alrededor de la mía.


Sólo veo los ojos de Lydia ahora, llenos de miedo y esperanza y alivio mientras se
acerca. Y luego, cuando están al alcance de Victor, con un rápido, casi invisible
movimiento, soy empujada al suelo y veo a Victor moverse tan rápido, agarrando al
hombre por su cabeza y rompiéndole el cuello. Lydia y Cordelia caen de rodillas y lo
siguiente que sé, es que Victor tiene el rifle semiautomático del hombre y está
rociando las balas hacia Izel y los otros.

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Lydia y Cordelia tratan de aferrarse a mí mientras el sonido de las balas cortan
ruidosamente el aire en todas las direcciones, pero las empujo sobre sus estómagos y
empujo sus rostros contra el suelo con mis manos.

—¡Abajo! —grito, el polvo azuzando en mi boca—. ¡Síganme! ¡Vamos!—Y arrastro mi


cuerpo tan rápido como puedo por el suelo hacia el SUV como un soldado
arrastrándose por el fuego enemigo.

Más disparos resuenan, dos o tres golpean la arena cerca de nosotros, unos estallan a
un lado de la puerta abierta del SUV. Y a pesar de que el SUV está a cinco metros,
siento como si estuviera demasiado lejos y que nunca lo fuéramos a lograr. Una bala
golpea el suelo a dos metros de mi cara, haciendo que me congele y llegue a un punto
muerto. He perdido de vista a Victor, pero veo a Niklas saliendo del SUV con un arma
sujetada con las dos manos mientras dispara varios tiros en una rápida sucesión.

—¡De prisa! —grito sobre el caos, girando mi cabeza para poder ver si Lydia y
Cordelia todavía me están siguiendo, mis brazos presionados aún más duro en la
tierra.
Lydia está gritando y vislumbro sangre en la arena cerca de su pie. Cordelia,
aterrorizada, se mueve rápidamente delante de mí, forzando a su cuerpo a través de
la arena, incluso con sus muñecas atadas. Pero Lydia está estancada y me doy la
vuelta para ayudarla. Si tengo que arrastrarla por el suelo sola y a través de una lluvia
de balas, eso es lo que voy a hacer.

—¡Mi pie!—me grita Lydia.

—¡No te detengas, Lydia! ¡Sobreponte a ello! ¡Tienes que seguir avanzando!

Finalmente llego a ella y me cubro su cabeza con ambos brazos cuando otra bala pasa

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zumbando, fallando por poco. Ella entierra su cara en el hueco de mi brazo ahora.
Sollozos recorriendo su cuerpo.

Las balas se detienen, pero el extraño silencio es casi tan aterrador como el ruido. Por
lo que parece una eternidad, no me atrevo a levantar la cabeza y mientras el polvo
empieza a asentarse, sólo veo dos cuerpos verticales entre los muertos.

Viktor y Niklas.

Sollozos de absoluto alivio me recorren completamente, haciendo que mi pecho se


contraiga una y otra vez hasta que siento ganas de vomitar. Ni siquiera me doy cuenta
de que me las he arreglado para sentarme derecha con mis talones desnudos
hundidos en la arena. En algún momento había perdido mis sandalias. Lydia se lanza
sobre mí y envuelvo mis brazos alrededor de ella con tanta fuerza que siento que mis
dedos se clavan en su espalda. Ella haría lo mismo si sus manos no estuvieran atadas
por esa cuerda.

—¡Sarai! ¡Sarai!—llora Lydia en mi hombro. Mi nombre es todo lo que puede decir.

—¡Lo sé, Lydia! Siento tanto haberme ido sin ti. ¡Lo siento tanto!—Mi nariz quema de
llorar tanto y con tanta fuerza.
Lydia se aparta y me mira, sacudiendo la cabeza.

—No, no, lo intentaste —dice ella mientras trabajo furiosamente con los nudos de la
cuerda hasta que por fin consigo liberar sus muñecas—. Fue mi decisión quedarme.
Pero mira, mira Sarai, mantuviste tu palabra. Prometiste volver por mí.

La envuelvo en mis brazos otra vez y simplemente nos sentamos así, aquí, juntas, en
el suelo sin ninguna preocupación en el mundo acerca de las personas muertas
estiradas no muy lejos. Sólo nos separamos cuando veo a Niklas caminando hacia
nosotros.

Brevemente miro detrás de mí al SUV y estoy aliviada de que Cordelia escapase con
seguridad, también. Ella se sienta acurrucada en el asiento trasero, con las piernas

105
levantadas hacia el pecho mientras se balancea hacia atrás y hacia delante en un
estado de shock.

Me vuelvo hacia Lydia y ahueco su cara magullada y sucia con mis manos, quitando su
pelo largo y rojizo de su boca y las mejillas con mis pulgares. Aprieto los labios contra
su frente.

—Vamos a llevarte a casa —le digo y una suave y temblorosa sonrisa se desata en mi
cara.

Ella me devuelve la sonrisa.

Un solo disparo resuena, rasgando a través del amplio espacio abierto. La sonrisa de
Lydia se desvanece cuando vuelvo a mirarla a los ojos.

Ese misterioso, silencio premonitorio está de vuelta, bañándonos en su infinita


crueldad. Siento como si el tiempo se hubiera desacelerado, que de alguna manera el
mundo a mi alrededor se ha ido volando y me ha dejado atrás para sufrir este
momento. Es sólo yo y Lydia, mirándonos fijamente la una a los ojos de la otra. Los
míos con incredulidad. Los suyos vidriosos con algo que envía escalofríos a través de
mí.
Siempre son los ojos...

Miro esos ojos insondables hasta que la vida sale completamente de ella y su cabeza
cae hacia atrás como un muelle roto.

Un tiro más resuena. Aunque veo la bala pasar por la parte frontal del cráneo de Izel,
y Victor, mientras su arma cae de nuevo lentamente a su lado, me siento como si
nunca hubiera alejado mis ojos de Lydia cuyo cuerpo cuelga precariamente en mis
brazos.

Y luego, en un torbellino de color, movimiento y sonido, el mundo me alcanza de


nuevo y grito hacia cualquier cosa que esté escuchando y empujo el cuerpo sin vida
de Lydia contra mi pecho, meciéndome hacia adelante y hacia atrás con ella en mis

106
brazos. Sus flácidos brazos caen y se mecen bajo ella. Siento su sangre caliente y
espesa mientras se estanca debajo del tejido de su camisa y resbala de mis manos
sosteniendo su espalda.

Lloro en su pelo hasta que siento su cuerpo siendo separado de mí.

—¡No! —grito a quien quiera que sea—. ¡Aléjate de mí! ¡Déjala en paz!—. Mi voz se
quiebra y se tensa por el peso de la emoción, que no sabía que poseía.

—Tenemos que irnos —la voz de Victor dice desde algún lugar por encima de mí—.
No podemos quedarnos aquí más tiempo.

—¡No! —le grito , dándole con una mano y tratando de apartarlo.

—Ahora, Victor —Niklas dice por detrás—. No hay tiempo para esto.

Victor me agarra por la cintura y me recoge con facilidad y me arroja, boca abajo,
sobre su hombro. Pateo y grito y lo golpeo en la espalda con los puños mientras me
lleva hacia el SUV y lejos del cuerpo de Lydia.

—¡No podemos simplemente dejarla aquí!


—Tenemos que hacerlo.

Me coloca en el asiento trasero con Cordelia.

—¡Victor! ¡No puedes! ¡Por favor, no la dejes aquí de esta manera!

Hay remordimiento en sus ojos. Lo veo, aunque escondido detrás del siempre
presente rostro de misterio, lo veo ahí tan claro como como el agua.

Él cierra la puerta y las cerraduras hacen clic de nuevo. Me siento en absoluto silencio
a donde sea que nos estén llevando.

107
Capítulo 14
Victor

108
Niklas nunca ha sabido cuándo guardar silencio. Le falta disciplina y debido a
esto, nuestra Orden ha tenido siempre más afinidad por mí.

Estábamos juntos cuando fuimos reclutados en las edades de siete y nueve años, pero
también lo estaban otros dos chicos de barrio que fueron buenos amigos nuestros.
Jugábamos a la pelota en el campo detrás del patio de la escuela, como lo hacíamos
todos los sábados por la tarde, cuando llegaron los hombres. Niklas y yo no sabíamos
que éramos hermanos en ese momento. Pero éramos los mejores amigos.
Inseparables, como los hermanos deben ser. Así que tal vez en el fondo una parte de
nosotros lo sabía desde el principio.

No fue sino hasta cuatro años más tarde, después de que mi madre fuera asesinada
durante una misión, que nos enteramos de la verdad. La madre de Niklas nos lo dijo
en secreto.

Se mantuvo en secreto desde entonces.

—¿Qué has hecho, Victor? ¿En qué pensabas? ¿Dónde está tu cabeza?
Niklas apretaba fuertemente el volante. Él se gira para mirarme a cada momento,
esperando que le dé una respuesta que no puedo dar.

En silencio, soporto el dolor punzante en mi cadera.

Miro a Niklas.

—Debes informarle a Vonnegut que ellos dispararon primero —le digo y me veo el
debate nublar su rostro al instante—. Dile que no tuve otra opción.

—Victor. —Él niega con la cabeza y luego golpea el volante con la palma de su
mano—. ¿Qué te sucedió? —Aprieta los dientes, conteniendo el tipo de palabras que
quiere decir, pero sabe que sería mejor no decirlas.

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Él golpea el volante de nuevo.

—Siempre he hecho todo lo que me has pedido. Ni una sola vez me he negado. Rara
vez te cuestiono. Pero no lo hago porque confío en ti como debo. —Inhala una
bocanada de aire y me doy cuenta de sus ojos se desvían hacia el espejo retrovisor. Y
entonces me mira—. Pero esto es diferente. Estás arriesgando todo: Tu lugar en la
Orden, tu relación con Vonnegut, tu vida, mi vida —Él corta el aire entre nosotros con
la mano—. Todo por esa chica.

—No estoy haciendo nada por el estilo.

—Entonces, ¿cómo lo llamarías? —espeta—. Si no fuera por ella, entonces ¿por qué?
¡Hazme entender, Victor!

Él se desvía hacia el carril contrario de la carretera para rebasar a un auto de lento


movimiento.

—¿Y por qué le dijiste tu nombre? Te has vuelto inestable. Eliminan a los inestables,
Victor, tú lo sabes.
Obliga a sus ojos a volver a la carretera después de haber tocado su propia fibra
sensible. Su madre era una de los “inestables”.

—No voy a dejar que te pase nada por mi culpa —le digo—. Si sientes que debes
decirle a Vonnegut la verdad, lo entenderé. No voy a utilizar eso contra ti.

Sacude la cabeza con desaliento.

—No. Como siempre lo he hecho, voy a decirle lo que necesitas que le diga.

Hace una pausa y agarra el volante con ambas manos, moviendo la palma de una
mano sobre las rugosidades del cuero, como para evitar que su mano golpee otra
cosa.

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—Espero que algún día me digas la verdad —añade, sin mirarme—. Sobre lo que te
está pasando. Sobre lo que realmente sucedió en Budapest. Y si eso tiene algo que ver
con lo que estamos haciendo ahora.

—No hay nada que decir —le digo.

—¡Maldita sea! ¡No soy Vonnegut!

—No, eres Niklas, la única persona en este mundo en quien confío. —Señalo hacia
adelante—. Déjanos allí. Voy a tener que conseguir un auto nuevo.

A pesar de no nada querer más que gritarme todo el día hasta que le diga algo
satisfactorio, Niklas cede por completo. Disciplina. Algo que él nunca tendrá.

Nos detenemos en la puerta principal de un concesionario de autos.

—Da la vuelta al lado —le digo—. Espérame allí.

Sin objeciones, Niklas hace lo que yo digo y se estaciona en un costado del edificio al
lado de otro vehículo de un cliente.
Antes de salir, miro hacia atrás una vez a la chica, Sarai. Ella está inmóvil y perdida.
Sus ojos están abiertos, pero donde sea que esté mirando, de alguna manera sé que
ella realmente no ve. Quiero que me vea, sólo por un momento. Pero nunca lo hace y
me alejo.

111
Sarai

Me siento como si debería ser como Cordelia, sentada a mi lado despierta todavía
inconsciente de sí misma. Sé que va a llevarle sus meses de terapia superar lo que ha
pasado. Lo sé porque pasé por lo mismo después de ver morir a mi madre.

La única manera en que no me parezco a la pobre Cordelia es que no puedo encontrar


la voluntad de hablar. Me siento aquí, dejando que el tiempo pase y siendo
completamente incoherente de eso, insensible a sus esfuerzos de causarme molestias.

112
Quince minutos podrían ser dos horas, y realmente no sabría la diferencia.

A diferencia de Cordelia, soy consciente de todo lo que me rodea. Es sólo que no me


importa.

Algún tiempo después, Victor emerge del edificio y abre mi puerta de la camioneta. Él
sólo me mira por un momento como si estuviera esperando algo, supongo que para
que yo salga.

Miro hacia él, dejando caer la cabeza hacia los lados contra el asiento.

—No tenías que dejarla allí.

—Sí, tuve que hacerlo—dice y toma mi mano—. Será encontrada pronto, si no lo han
hecho ya. Te doy mi palabra.

Tomo la mano de Victor, pero Miro a Cordelia antes de salir.

—¿Qué pasa con ella?

Victor vuelve su mirada sobre Niklas en el asiento del conductor.


—No hay largas paradas de intermedio —instruye—. Encontrar a Guzmán en el
punto marcado que discutimos. El dinero para su hija. Informarle de la evolución de
los acontecimientos y que no hemos podido controlar la ausencia de Javier, pero se
terminará el trabajo.

—Lo que tú digas, Victor —Niklas acepta de plano, sus palabras teñidas de amargura
y decepción.

Victor tira de mi mano y yo salgo de la camioneta.

Mientras nos alejamos, Niklas nos detiene:

—¿A dónde vas a ir? —pregunta, colgando parcialmente por la ventana con el brazo

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apoyado en la puerta.

—Por ahora —dice Victor—, Tucson. Espera mi contacto para el resto.

Niklas se aleja.

Mientras Victor camina junto a mí hacia un nuevo auto gris oscuro brillante, me alejo
detrás de él por un momento.

—¿Por qué vamos a Tucson?

Él se detiene a mitad de un paso y se da la vuelta para mirarme.

—Te voy a llevar a casa.


Capítulo 15
Sarai

114
Cuando veo “casa” en el horizonte muchos minutos después, no me afecta la
manera en que siempre soñé que sería. Ni siquiera levanto la cabeza desde la ventana
del lado del pasajero para mirla mientras pasamos. Porque sé que no hay nada para
mí aquí.

En lugar de mirar hacia la ciudad, observo el asfalto negro moverse rápidamente


mientras nos deslizamos sobre él.

—¿Dónde vives? —pregunta Victor.

Finalmente, levanto mi cabeza y me giro para mirarlo.

—¿Por qué haces esto?

Victor suspira y pone sus ojos de regreso en la carretera.

—Porque creo que has visto lo suficiente.

Lleva el auto a un estacionamiento al lado de la carretera de una tienda de


conveniencia y lo estaciona. Está empezando a oscurecer en el exterior.
—Tienes que decirme a dónde te llevo —dice y detecto el más leve indicio de molestia
en su rostro.

—¿Tu padre? —apremia cuando no contesto.

Distraídamente, sacudí mi cabeza.

—Mi padre podía ser uno de los cien hombres en Tucson. Nunca lo conocí.

—¿Una abuela? ¿Una tía? ¿Un primo lejano? ¿A dónde le gustaría ir?

Literalmente no tengo familia. Ya que no conozco a mi padre, no sé nada de mi familia


por su lado. Nunca he tenido hermanos; mi madre se ligó sus trompas después de
tenerme. Mis abuelos murieron cuando yo era una adolescente. Mi tía, Jill, vive en

115
algún lugar de Francia ya que podía darse el lujo de vivir allí y repudió a mi madre
cuando yo tenía trece años. Y a su vez, me repudió, me acusó de ser como mi mamá a
pesar de que yo era tan diferente de ella como la noche es del día.

Sin querer darle a Victor alguna razón para creer que no me debe nada más, dije la
única persona que me vino a la mente para que él pueda llevarme y dejarme a
cualquier tipo de vida que puedo hacer por mí misma.

—La Sra. Gregory —susurro en silencio, perdida en el recuerdo de la última vez que la
vi—. Ella vive aproximadamente a unos diez minutos de aquí.

Capturo los ojos de Victor mirándome de perfil y los míos se encuentran con ellos por
un momento. ¿Qué está esperando? Parece estar estudiando mi rostro, pero no sé por
qué.

Aparto la mirada y señalo en la dirección que debe seguir luego.

Victor pone el auto en primera y nos dirigimos al parque de remolques en donde yo


solía vivir.
Luce exactamente como lo hizo cuando me fui, con juguetes rotos esparcidos
alrededor del patio, viejos automóviles destartalados aparcados en diferentes lugares
con pasto crecido alrededor de las ruedas pinchadas. Aires acondicionados de
ventanas zumbaban un barullo en el aire del anochecer y los perros ladran desde sus
cadenas cortas envueltos alrededor de los árboles. Cuando pasamos por el pequeño
remolque azul donde viví la mayor parte de mi vida, apenas lo veo. Pero me pregunto,
sólo por un momento, quién vive allí ahora y si alguna vez se las arreglaron para
deshacerse de la infestación de cucarachas incesante que mi madre nunca pudo.

—Por aquí —digo en voz baja, señalando lo que espero que siga siendo el hogar de la
Sra. Gregory dos remolques abajo.

Pero al ver el brillante Bronco rojo estacionado al frente, estoy empezando a pensar

116
que no es así. Después de nueve años no me esperaba que lo fuera.

Voy a salir, pero Victor me detiene.

—Toma esto —dice, metiendo la mano en el bolsillo interior de su chaqueta.

Él saca una pila gruesa envuelta de billetes de cien dólares y me los entrega. Lo miro y
luego al dinero, dudosa sólo porque es muy inesperado.

—Sé que es dinero sucio —dice, acercándomelo aún más—, pero quiero que lo tomes
y hagas lo que necesites hacer con eso.

Asiento agradecidamente y tomo el fajo de billetes en mis dedos.

—Gracias.

Empiezo a alejarme pero me detengo y digo—: ¿Qué pasa con Javier? Si él está
dispuesto a pagar tanto para que me asesinen, enviará a alguien más para
encontrarme si no lo haces.
—Estará muerto antes que eso suceda.

—¿Vas a matarlo? —le pregunto, pero luego agrego—: quiero decir no por mí, por
supuesto, ¿pero para ese otro hombre? —Quiero que diga que, sí, es por mí, pero sé
que esa es no la razón.

—Estarás a salvo para vivir tu vida ahora —dice con sencillez.

Compartimos un momento tranquilo y salgo del automóvil, cerrando la puerta


suavemente detrás de mí. Y entonces veo a Victor alejarse, sus luces de freno
penetrando en la oscuridad parcial al final de la carretera. Y luego se fue. Sólo así.

¿Qué acababa de pasar?

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Dudo que alguna vez sea capaz de asimilar los últimos nueve años de mi vida y más
aún, el último par de días. Mientras estoy aquí de pie en el final de un camino de un
lugar familiar aún tan extraño para mí, me doy cuenta que no puedo sentirme. Por lo
menos la persona que solía ser, o la persona que se suponía que era pero oportunidad
me fue arrebatada por Javier. Por mi madre.

He vivido una vida de reclusión y esclavitud, una prisionera de un traficante mexicano


que aunque me trató con una extraña especie de bondad, abusó de mí en otras
formas. Me he acostado con un hombre al que no amaba y con el que no quería
dormir la mayor parte de mi juventud. Y Javier es el único hombre con quien he
estado sexualmente. He visto violación y secuestro y abuso en todas las formas
posibles. Y he visto muerte. Mucha muerte. Mi única amiga murió en mis brazos hace
apenas unas horas. Vi la vida abandonar su cuerpo mientras me miraba.

Después de todo esto, mientras examino esos recuerdos de forma casual como si
escaneara una mano de cartas, siento como si nada de eso está afectándome de la
forma en que debe ser, la forma en que lo haría una chica normal. Y sé la razón. Odio
admitirlo a mí misma: con los años me acostumbré a ello. Así es cómo era mi vida. Mi
mente se conformó y se adaptó de la mejor manera que sabía hacerlo.
Pero ahora aquí estoy de regreso a casa en Tucson, libre de hacer lo que quiero. Podía
caminar unas pocas cuadras a la pequeña tienda que solía ir todos los días después de
la escuela y comprar un refresco y una bolsa de Doritos. Si quisiera, podría ir a mi
antigua escuela primaria en la misma calle y mecerme en los columpios o recostarme
en el campo que rodea el edificio y sólo mirar hacia las estrellas hasta que me
duerma. Podría robar esa bicicleta en el patio delantero de la parcela número doce e
ir a la casa de mi viejo amigo a veinte millas de distancia. Pero el remolque detrás de
mí al final de la agrietada calzada de cemento es igual de bueno. Y está justo allí. Me
está tomando más tiempo de lo que pensaba caminar hasta la puerta y averiguar si la
única persona que sabía que podía ayudarme ahora sigue viviendo allí.

Puedo hacer lo que quiera, pero me parece eternamente difícil elegir por dónde

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comenzar. O si comenzar del todo.

Supongo que ahora sé lo que se siente cuando una persona ha pasado la mitad de su
vida en la cárcel y es liberada de regreso al mundo. No saben qué hacer con ellos
mismos, porque no saben cómo encajar en la sociedad. Constantemente miran por
encima de sus hombros. No pueden dormir pasadas las cinco de la mañana o creer
que pueden elegir qué comer y cuándo comer. Violencia y oscuridad y confinamiento
es una parte tan importante de ellos que la mitad nunca aprende otra manera.

No quiero ser así. Pero ahora mismo, mientras estoy aquí mirando hacia la centellante
luz en el porche delantero y dejándole traer puntos en frente de mis ojos, siento que
así estaré para siempre aún si quiero o no.

Una sombra se mueve a través de la ventana del frente.

Meto la pila de dinero en la parte trasera de mis shorts, bajo mi camiseta por encima
de ellos y luego tomo una respiración profunda.

Subo los escalones de madera y llamo suavemente a la puerta.


—¿Quién es? —pregunta la voz de un hombre desde el otro lado.

Ahora estoy bastante segura de que ella hace mucho se fue de este lugar.

—Es... Sarai. Solía vivir en la parcela quince.

La cadena en la puerta se arrastra y luego la puerta se abre. Un hombre bajo y


regordete se asoma hacia mí.

—¿Cómo puedo ayudarte?

Está sin camisa y su vientre redondo cuelga sobre el elástico de sus shorts hasta la
rodilla. El olor de palomitas de maíz se filtra por la puerta y más allá de mí.

119
—¿La Sra. Gregory ya no vive aquí? —Se siente incómodo preguntar porque ya sé que
no lo hace.

El hombre sacude su cabeza.

—Lo siento, pero he vivido aquí desde hace dos años —dice—. Y nunca conocí a una
Sra. Gregory.

—Está bien, gracias.

Le doy la espalda y desciendo las escaleras.

—¿Estás bien? —grita el hombre.

Miro hacia él momentáneamente—. Sí, estoy bien. Gracias por preguntar.

Él asiente y cierra la puerta mientras me voy, el sonido de la cadena deslizándose en


su lugar es breve.

Mis pies descalzos se mueven sin dolor sobre la arena y en el camino lleno de rocas
del parque de remolques. Las luces de la calle montadas en lo alto de los postes de luz
empiezan a disminuirse y a bañarme en oscuridad mientas llego al final del camino y
dejo la propiedad. Un automóvil pasa frente a mí y estoy instantáneamente en el
borde, pensando que podría ser Javier viniendo a matarme. Pero sigue de largo y me
deja sólo con un irregular latido del corazón y pensamientos paranoicos. Al menos sé
que Izel está muerto. La imagino en su último momento acostada boca abajo en la
arena con el arma en su mano. No me estremecí ni retrocedí cuando vi la bala de
Victor pasar a través de su cráneo y la parte superior de su cuerpo golpear el suelo
boca abajo como un niño pequeño durmiéndose en su torta de cumpleaños. No, sólo
sentí la satisfacción de venganza. Me alegré de verla morir. Porque ella se lo merecía.

Sólo deseo haber sido yo quien la matara por lo que hizo a Lydia.

Paseando por delante de una línea de aproximadamente una docena de buzones, veo
la señal de alto adelante donde recuerdo que si voy a la izquierda me llevaría a la

120
escuela primaria. Decido en este momento que es donde iré porque no tengo otro
lugar adonde ir. Y después de muchos largos minutos de caminata llegué, contenta de
que nada en el parque de juegos haya cambiado, por lo menos. El mismo viejo
balancín oxidado que recuerdo estaba cerca de los columpios con un asiento en alto
en el aire. Tres jinetes de primavera: un delfín, un león y una morsa, están alineados
uno junto al otro dentro de un mar encajonado de piedras. Me abro paso a través de la
hierba seca y me siento en el mismo columpio al que siempre iba a la hora del recreo.
Y afortunadamente se siente lo mismo, también. La manera en que enrosco mis dedos
en las cadenas justo por encima de mi cabeza, cómo el asiento de plástico confortable
encaja a la perfección en contra de mis muslos. Pero soy mucho más alta de lo que era
en ese entonces, así que mis piernas están dobladas torpemente debajo de mí.
Empujo mis pies en las piedras frías y observo una pequeña luz blanca de un avión
moverse en el cielo lejano, sin hacer ruido.

Y el único rostro que veo en mis pensamientos es el de Victor. Él me ayudó, después


de todo, incluso cuando había aceptado que nunca lo haría. Pienso en la conversación
que tuvo con Niklas en la camioneta y sólo crea para mí más preguntas sobre Victor.
Me pregunto por qué disparó primero. Me pregunto por qué no siguió el plan original
de entregarme, cambiarme por Lydia y, aparentemente, Cordelia, que no tenía ni idea
de que formara parte de esto en absoluto. Tal vez él sabía que Izel me habría matado
de todos modos, y después trataría de matar a Victor y tomar de regreso a Lydia y
Cordelia. Es muy plausible que Javier le ordenara Izel continuar, hacer el intercambio
y luego cuando tuviera la oportunidad, empezar a dispararnos. No lo sé; hay muchas
maneras en las que todo podría haber tomado su curso. Y hay muchas razones por las
cuales Victor podría haber hecho lo que hizo.

Todo lo que estoy segura es que estoy viva gracias a Victor. Estoy en casa en Tucson,
gracias a Victor. Estoy libre de una vida que no elegí, gracias a Victor.

Asesino a sangre fría a sueldo o no, él me salvó la vida.

Hurgo y tomo el dinero de la parte de atrás de mis shorts. Paso los dedos rápidamente

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en los bordes, dejando que cada billete caiga rápidamente en el siguiente, expulsando
una pequeña ráfaga de aire en mi rostro. Tiene que haber por lo menos cinco mil
dólares aquí. Empiezo a contar los extremos de cada billete, pero me detengo a un
cuarto de camino y simplemente acepto que hay un montón. Lo suficiente como para
alquilarme una habitación para la noche así puedo conseguir una ducha y descansar
un poco. Acuerdo hacer precisamente eso, aliviada que he llegado con una sólida
primera parte de un plan muy largo. Pero luego me doy cuenta de que ni siquiera
tengo una licencia de conducir. No tengo una sola pizca de identificación para
demostrar que yo soy yo, o cualquier otra persona. Tendré suerte en encontrar un
hotel para alquilarme una habitación sin identificación, sin importar la cantidad de
dinero con la cual tratara de sobornarlos. Y tengo que gastar este dinero sabiamente,
hacer lo que tengo que hacer para estirarlo. Porque es todo lo que tengo.

En el fondo de mi mente sé que simplemente podría ir a la policía, decirles mi historia


y ellos me ayudarían. Pero me siento tan abrumada por las cosas más simples que con
trabajo, lo sé, podría remediarse que me siento totalmente derrotado por todo.

Suspiro miserablemente, dejando caer mi cabeza en el medio de mis hombros


encorvados y presiono mis pies en las piedras un poco más, moviéndolos en patrones
circulares.
Y entonces, por primera vez en lo que se siente como una eternidad, lloró con
lágrimas de autocompasión. No de ira, angustia, frustración. Lloro por mí misma. Los
sollozos ruedan a través de mi cuerpo. Dejo caer el dinero en el suelo al lado de mis
pies descalzos y agarro las cadenas a mis lados y dejo salir todo.

Cuando termino unos minutos después, levanto la cabeza y limpio las lágrimas de mi
cara.

Un par de faros viran en la calle en el lado opuesto del edificio de la escuela y observo
el auto hasta que se detiene en la carretera, a unos cincuenta metros de mí.

Es Victor.

122
Capítulo 16
Sarai

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No me levanto de inmediato. Sólo miro sobre la hierba hacia el auto, sabiendo
lo que quiero hacer pero teniendo dificultades en averiguar si eso es lo que debería
hacer. Pero entonces finalmente me pongo de pie, cediendo a ese deseo y recojo el
dinero del suelo y me dirijo al auto.

La ventana se desliza hacia abajo segundos antes de que llegue ahí.

—¿Quién era la Sra. Gregory? —pregunta Victor con ambas manos descansando
casualmente en el volante.

Abro la puerta y entro; no hay necesidad de que ninguno de nosotros pregunte o


explique por qué él está aquí. Ya ambos lo sabemos. En su mayor parte.

Cierro la puerta.

—Ella fue más como una madre para mí que mi verdadera madre.

Una suave brisa pasa a través de la ventana abierta y roza mi cabello.


Victor permanece en silencio mirándome, dejándome revivir los momentos.
Mantengo mis ojos apuntados hacia adelante, mirando hacia la oscuridad a través del
impecable parabrisas.

—Pasaba la mayor parte de mi tiempo con ella —continué, viendo sólo el rostro de la
Sra. Gregory en mi mente ahora—. Me daba de comer la cena en las noches y veíamos
CSI juntas. Le encantaba hornear su propio Chex Mix aliñado. —Le echo un vistazo,
riendo suavemente—. Era una anciana ruin. No conmigo, por supuesto, pero varias
veces le dijo a mi mamá que se fuera. Y una vez, uno de los novios de mi mamá se
acercó a casa de la Sra. Gregory buscándome... —Le echo un vistazo otra vez
bruscamente y digo—: era uno de los imbéciles que pensaban que porque estaba
durmiendo con mi mamá podía decirme qué hacer. De todos modos, él golpeó con

124
fuerza a la puerta de la Sra. Gregory, gritando mi nombre. Fue muy divertido. —Me
río de nuevo, apoyando mi cabeza en el reposacabezas—. Ella fue a la puerta con una
escopeta en la mano. No estaba cargada, pero no tenía que estarlo. Ese sujeto lucía
como si alguien acabara de patearle las pelotas. Él nunca pasó por allí buscándome de
nuevo.

Siento la sonrisa desvanecerse de mis labios cuando otros recuerdos aparecen.

—Una vez se puso muy enferma —digo fríamente—. Necesitaba tener algún tipo de
cirugía arterial, no sé, pero recuerdo haber estado muy asustada de que fuese a morir.
Pero ella lo superó. —Mi cabeza cae hacia un lado, aún apoyada en el reposacabezas, y
miro directamente a los ojos de Victor—. Pero en mayor parte lo que siempre
recordaré de ella fue que me enseñó a tocar el piano. Durante cinco años, desde que
tenía ocho años de edad cuando la conocí, hasta que empecé a pasar más tiempo con
mi mejor amiga, la Sra. Gregory me enseñó por lo que parecieron casi todos los días.
Me dirigía hacia allá después de la escuela, a veces olvidándome de mi tarea, y tocaba
hasta que me dolían los dedos. —Miro hacia abajo al tablero de instrumentos,
arrepentida—. Ojalá nunca hubiera conocido a Bailey. Todavía me siento mal al día de
hoy por sustituir a la Sra. Gregory con mi amiga.
No puedo hablar más de esto. Me lo saco de encima e inhalo profundamente,
levantando la cabeza del asiento. Y luego paso el dinero hacia él, instándolo a tomarlo.

—Quédatelo —dice Victor, poniendo el auto en marcha—. Lo necesitarás más


adelante.

Lo meto entre mi asiento y la consola.

—Sabes, estás en peligro de convertirte en un miembro de confianza de la sociedad —


bromeo.

Veo sus ojos moverse hacia mí brevemente sin mover la cabeza.

—Tal vez —dice, saliendo a la autopista—. Sólo que se sepa que si ese es el caso,

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tendré que atarte de nuevo. —Él me mira y aunque sus labios no están sonriendo, veo
que sus ojos lo hacen.

Me giro hacia la ventana a mi lado porque, a diferencia de Victor, no tengo


absolutamente ningún control sobre la sonrisa en mi rostro y no puedo arriesgarme a
dejar que él la vea.

Nos detenemos en un hotel a las afueras de Tucson, y en lugar de huir esta vez lo
ayudo a llevar sus bolsos habituales a nuestra habitación en el tercer piso. Nuestra
habitación. Dos palabras juntas que hace días atrás nunca me habría imaginado
usando tan casualmente. Yo había pedido tener la mía propia, pero insistió en que
permaneciera cerca mientras estuviera con él. No tengo que preguntar por qué.
Estando prófuga con alguien como él, me imagino que es mejor de esa manera, pero
siento que hay algo más que él no me está diciendo. Estoy distraída por esos
pensamientos cuando veo la sangre en el faldón de la camisa de vestir de Victor
mientras se la saca de la parte superior de sus pantalones.
—¿Estás sangrando? —Me acerco a él, tratando de conseguir una mejor visión de ese
lado de su cuerpo.

—Sí, pero estaré bien.

—Pero por qué... ¿te dispararon?

Se desabrocha la camisa por completo, exponiendo los bien definidos músculos de su


pecho y los abdominales debajo, pero todo lo que noto es más sangre.

Ahora entiendo por qué él tenía tanta prisa por llegar a la habitación, por qué parecía
inusualmente inquieto desde antes de que nos separáramos de Niklas y Cordelia.

—Baja a la recepción y pide una botella de agua oxigenada, gasa y alcohol. Deberían

126
tener un botiquín de primeros auxilios.

Sigo mirando desde sus ojos hacia la sangre, tratando de ver la herida real. Se termina
de quitar la camisa y la deja caer en el suelo.

Finalmente, tomo nota de su físico.

—¿Sarai?

Levanto la vista hacia él.

—OK, ya vuelvo.

Salgo a prisa por la puerta, no corriendo sino caminando a paso rápido, para no
llamar demasiado la atención. Dios, me siento como una fugitiva.

Le toma varios minutos a la recepcionista encontrar todo lo que pedí después de


tener que dejar el vestíbulo y mirar en la sala de limpieza. Porque ella sólo tenía un
pequeño kit de primeros auxilios con algunas curitas y una pomada antibiótica,
cercano detrás del escritorio.
—Lo siento, no pude encontrar ninguna de agua oxigenada, pero aquí está una botella
completa de alcohol. —La chica me entrega la botella y una caja sin abrir de gasa
enrollada por encima del mostrador—. ¿Qué pasó? ¿Está todo bien?

Le doy las gracias y tomo las cosas en el mostrador.

—Sí, todo está bien. Mi uh, novio, se cortó la mano con su navaja. —Niego con la
cabeza y pongo los ojos en blanco dramáticamente—. Estaba tratando de abrir uno de
esos paquetes de plástico a prueba de humanos. Le dije que iba a venir aquí y pedir
unas tijeras, pero él insistió en que “lo tenía”. —Pongo los ojos en blanco nuevamente
para un poco de efecto añadido.

La chica se ríe ligeramente.

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—Suena como mi novio.

Me río con ella, le doy las gracias de nuevo y me dirijo hacia el ascensor sintiendo
como que no puedo alejarme de ella lo suficientemente rápido.

Victor tiene los pantalones abajo sobre un lado de su cadera en el momento en que
vuelvo. Está de pie delante del espejo, girando la cintura torpemente para poder
conseguir una mejor visión de la herida, la cual veo claramente ahora. Hay un
pequeño agujero en la carne más gruesa justo detrás de la parte superior de su
cadera. Ya no parece estar sangrando mucho, aunque hay un montón de sangre en su
camisa, prueba que ya ha sangrado su justa parte.

Me acerco y pongo los suministros en el gran televisor ubicado delante del espejo.

—¿La bala todavía está ahí? —pregunto, mirando la herida con más atención.

—Sí —dice él alcanzando el alcohol para fricciones—: pero no está profunda.

Sacando la tapa con un giro, vierte un poco sobre la herida. Hace una mueca y cierra
los ojos momentáneamente hasta que el ardiente dolor se alivia.
—¿La dejaste allí todo este tiempo? —pregunto, sin encontrar ninguna potencial
razón aceptable—. ¿Por qué no hiciste esto antes? ¿O ir a un hospital?

Se me ocurre ahora que ni siquiera se ocupó de esa herida después de que me dejó,
que esperó hasta después de...

—¿Victor? —pregunto al darme cuenta.

Él se acerca a su bolso de lona en la mesa junto a la ventana y mete la mano.

—¿Sí? —Apenas me mira, más ocupado con el cuchillo que acaba de sacar del bolso.

En el último segundo decido no decir en voz alta mis suposiciones. Porque


probablemente estoy bastante equivocada y no quiero parecer tonta creyendo algo

128
tan absurdo.

—No importa —digo—. ¿Necesitas ayuda?

Contempla la oferta.

—No, puedo hacerlo. Lo he hecho antes.

Tal vez esa mentira que le dije a la recepcionista tenía algo de verdad en ella, después
de todo. Sonrío débilmente pensando en ello y luego me muevo por la habitación
hacia él con el alcohol y la gasa en mis manos.

—Ni siquiera puedes verla en su totalidad —señalo—. Puedo ayudar. Sólo dime qué
hacer. No soy completamente inútil.

Una vez más, su rostro luce imperceptiblemente contemplativo y luego, para mi


sorpresa, él se quita los pantalones y se pone delante de mí prácticamente desnudo,
vistiendo sólo un par de ajustados bóxer cortos negros que se aferran a cada curva
masculina y hendidura desde la parte inferior de su cintura a la parte superior de sus
muslos. Es natural que me fije un poco en él, sobre todo porque está en tan buena
forma física, pero no dejo que eso me distraiga. Esa bala merece toda mi atención y
me aseguro de dársela.

Él calienta la hoja de su cuchillo con un encendedor durante un tiempo y me lo tiende.


Nunca antes he hecho nada como esto y me siento un poco aprensiva sólo de
pensarlo, pero trato de no dejar que eso se muestre en mi rostro. Tomo el cuchillo por
el mango y espero a que me instruya.

—Como he dicho, no está demasiado profunda. Sólo sácala con el extremo de la hoja.

Me estremezco con la imagen que sus palabras crean en mi mente.

—¿Y si te corto?

129
—No puede ser peor de lo que hizo la bala. Ahora date prisa —dice, estirando el
elástico alrededor de su ropa interior más hacia abajo sobre el hueso de su cadera
para darme un mejor acceso.

Disimuladamente, vislumbro la rígida curva del musculo superior de su hueso pélvico


y luego me pongo a trabajar.

Vacilante, llevo el cuchillo hasta su piel y levanto la mirada hacia él, con la esperanza
de que cambie de idea y lo haga él mismo, después de todo. Porque la verdad es que
no creo que pueda hacer esto.

—Vamos —me urge—. No vas a hacerme más daño del que ya hace.

Me arrodillo para que mis ojos estén al nivel de la herida y siento mi rostro sonrojarse
al rojo vivo cuando noto el contorno de su virilidad a través de sus muy ajustados
bóxers. Pero aun así, no dejo que sus evidentes buenos genes me distraigan del
asunto en cuestión.

Cuidadosamente, inserto la punta de la hoja en la herida, mi rostro apretándose y


retorciéndose en algo horrible. Nerviosa al principio, me toma demasiado tiempo
para empujarlo más adentro y no lo hago hasta que él se cansa de esperar.
—Es como halar una curita de una llaga, Sarai —dice con irritación—. Sólo hazlo y
acaba de una vez. Cuanto más tiempo lo prolongues peor se siente.

Me muerdo el labio inferior, presiono los dedos de mi mano libre alrededor de la


parte posterior de este duro muslo para conseguir un mejor agarre en la zona y luego
hundo el cuchillo más profundamente. Siento sus músculos contraerse bajo mi mano,
pero estoy demasiado nerviosa para mirar hacia arriba y ver el dolor que sé que está
en su rostro.

—¿Por qué volviste por mí? —pregunto, en parte para apartar mi mente de lo que
estoy haciendo, el resto de mí realmente queriendo saber.

—Nunca me fui —dice, y levanto la vista para ver sus ojos. Él mira hacia otro lado y

130
luego añade—: Pensé que estabas siendo seguida. Tenía planeado quedarme atrás y
esperar a que Javier o quienquiera que mandara por ti, se presentara en donde
estabas.

Desconcertada por su admisión, saco el cuchillo de su carne e inclino mi cabeza hacia


atrás para mirarlo a los ojos.

—¿Estabas utilizándome como cebo? —No sé si ese dolor que repentinamente siento
es porque él arriesgó mi vida para atrapar a Javier, o si es porque no se preocupa por
mi bienestar tanto como yo había empezado a creer que podría.

Victor suspira levemente, aunque todavía irritado, pero parece aún más debido a lo
que le dije que el que esté tomándome mi tiempo en halar la maldita curita.

—No —dice—. Poco después de salir a la calle principal, vi otro auto pasar. Un
Cadillac nuevo de paquete. Negro con una bonita etiqueta de precio. Pensé que no
encajaba del todo con el barrio.

Me siento tonta incluso antes de que termine de explicarlo.

—Así que di la vuelta y estacioné en el camino y lo observé para estar seguro.


Recuerdo ese auto ahora, el único que pasó por delante de mí y me puso
inmensamente nerviosa.

Vuelvo a trabajar en la búsqueda de la bala, tratando de ser extra cuidadosa.

—Lo siento —digo.

—¿Por qué?

Por último, veo la bala en medio de la sangre y la saco con el final de la hoja.

—Por acusarte.

La bala cae en el suelo y un chorro de sangre brota de la herida.

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—Consigue la gasa —dice casualmente, apuntando a ésta en la mesa.

Hago lo que dice, mientras él vierte más alcohol en la herida sangrante, apretando los
dientes incluso más que antes.

Agarro la gasa de la mesa y la separo de la envoltura, desenrollándola por completo,


la cual no es suficiente para envolverla alrededor de su cintura dos veces mucho
menos tantas veces como que se necesite para evitar que la sangre drene.

—¿No tengo que coserla o algo así? —pregunto.

—No en este momento —dice—. No tengo nada con que coserla. Tendrás que llenarla
con la gasa.

—Pero eso no va a...

—Estará bien —me asegura, señalando a la gasa colgando de mi mano.

—Supongo que Izel se vengó de ti por esas heridas de carne que le diste —digo
mientras me arrodillo a bajar al nivel de la herida.
—Supongo que lo hizo —dice—. Sólo usa tu dedo para meterla dentro. Pon mucha
presión en ella.

Sin siquiera pensar en mis manos ensangrentadas, empiezo llenar el agujero con la
gasa hasta que no puedo meter más. Pero ahora veo que en realidad no es tan
profunda, tal vez un par de centímetros como máximo, y realmente parece peor de lo
que es.

Después de cortar el exceso de gasa, él vuelve a subirse su ropa interior hasta donde
descanse justo debajo de su cadera.

—Voy a ducharme —dice caminando hacia el baño—. No le abras la puerta a nadie. Y


mantente alejada de la ventana. Gracias por tu ayuda.

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—Claro. Cuando quieras —digo sin emoción.

Desearía que fuera un poco más conversador. Voy a tener que remediar eso.

Él se desliza en el interior del baño y segundos después oigo el agua corriendo.

Me dejo caer en el extremo de mi cama y enciendo la televisión, buscando las noticias


locales. Cuando las encuentro, no puedo hacer otra cosa que mirar fijamente a la
mujer de cabello negro mientras ella está fuera de la zona en la que “se encontraron
diez cuerpos asesinados a tiros esta mañana”, y el resto de lo que dice se desvanece
en la parte posterior de mi mente. Duele pensar en Lydia, la horrible forma en que
murió. Duele saber que no pude ayudarla como le prometí y que sus abuelos pronto
sabrán de su muerte y estarán desconsolados.

Lo único bueno que saco de este noticiero es saber que el cuerpo de Lydia fue
encontrado, que no fue dejado ahí afuera para pudrirse y convertirse en polvo para
nunca ser identificado.
Capítulo 17
Victor

133
La chica está dormida cuando salgo de la ducha. Apago las luces de la habitación
y vuelvo a comprobar la puerta antes de detenerme al lado de su cama. Ella está
acurrucada en posición fetal con una almohada aplastada contra su pecho. Está sucia
y podría haber usado la ducha, pero estaba agotada por todo lo que ha sucedido.

Analizo la forma en que su cabello largo y castaño rojizo, aunque desaliñado, delinea
los contornos de su rostro. Parece tranquila acostada allí, inocente. A pesar del
agotamiento, después de todo por lo que ha pasado, encuentro interesante que ella
pueda dormir en absoluto.

Voy a tener que conseguirle nueva ropa y nuevos zapatos pronto.

Cuidadosamente, tiro de la colcha sobre su cuerpo y la dejo con su profundo sueño,


sentándome en la mesa al otro lado de la habitación.

Estoy rompiendo mis propias reglas manteniéndola alrededor de esta manera. Sé que
debí haberla dejado en el parque de casas rodantes y debí haber esperado a que
Javier viniera por ella… porque seguramente este es uno de los primeros lugares que
revisará… haciéndome más fácil el eliminarlo. Pero siento como si le debiera a ella
mantenerla con vida. Al menos por ahora. Al menos hasta que Javier Ruiz esté muerto.
Ella ha visto mucho, experimentado demasiado. Muestra todos los signos de haber
perdido la capacidad de reaccionar ante el miedo y el peligro de forma apropiada. Es
insensible al peligro y eso en sí mismo es una sentencia de muerte.

Una vez que esto termine, la liberaré por su cuenta de nuevo. Tal vez encontrará su
camino, aunque sus posibilidades son escasas. Pero es un riesgo que debo tomar. Ella
no puede estar conmigo por más tiempo; la vida que llevo sólo conseguiría que la
maten.

Hago contacto con Niklas a través de una transmisión de video en mi iPad, poniendo
un solo auricular en mi oído para que pueda controlar el volumen de mi voz mientras
hablo con él.

134
—¿Ella todavía está contigo? —pregunta Niklas, incrédulo.

No esperaba menos de él.

—Voy a deshacerme de ella una vez que elimine a Javier Ruiz —digo—. Por ahora, la
necesito cerca. No puedo perseguir a Javier si él se está moviendo de lugar a lugar
persiguiéndola a ella.

—¿Entonces la estás utilizando como cebo? —Parece aceptar más la perspectiva.

Le echo un vistazo a Sarai para asegurarme de que no está despierta.

—Sí —respondo regresando la mirada, pero al instante siento como si estuviera


engañando a mi hermano y a su vez, a nuestro empleador.

Tomar el asunto en mis propias manos y romper el protocolo por el bien de una
misión exitosa, es algo por lo que soy conocido. Con el tiempo mis decisiones basadas
puramente en el instinto habían sido aceptadas y respetadas por Vonnegut. Porque
nunca me había equivocado. Pero romper el protocolo por engañar abiertamente a la
Orden es un territorio nuevo para mí.

Y aun no entiendo del todo por qué lo estoy haciendo.


—Bueno —dice Niklas—. En otras cuestiones. El último paradero conocido de Ruiz
fue a las afueras de Nogales. Tenía problemas para cruzar la frontera hacia Arizona,
pero finalmente se le concedió el permiso una vez que sus infiltrados plantados en la
patrulla fronteriza llegaron para verlo cruzar. Creemos que está en camino a Tucson,
si no es que ya está allí.

Niklas añade:

—¿Cuál es tu próximo movimiento? Vonnegut prácticamente te ha pasado las riendas


de la misión por completo a ti. Todo lo que él pide son noticias. Y como seguramente
puedes entender, cree que te está tomando demasiado tiempo concluir. Javier debería
haber sido eliminado ayer y tú deberías estar en un avión rumbo a tu siguiente misión
ahora.

135
—Soy consciente de ello —señalo—. Cuarenta y ocho horas más es todo lo que
necesito.

Niklas acepta, asintiendo en respuesta.

—Llevaré a la chica conmigo a Houston por la mañana —continuó—. Infórmale a la


Casa de Seguridad Doce de mi llegada.

—¿Por qué la Doce? —Niklas me mira cautelosamente—. Siempre eliges la Casa de


Seguridad Nueve. La Doce no es tu… ¿debería decir tipo?

—No voy allí para eso —le digo.

Él lo cree, pero puedo sentir que no está particularmente de acuerdo con ello.

Algo es diferente acerca de mi hermano como mi intermediario y mi hermano e


intento averiguar qué.

—¿Por qué vas a Houston? —pregunta, pareciendo completamente irritado con mis
decisiones—. Podrías esperar que fuera por ti y acabar con esto. ¿Por qué, Victor,
estás alargando esto? —La ira y la frustración se elevan en su voz.
—Me estoy llevando a la chica allí para mantenerla a salvo —digo y no hay más que
suficientes interrogantes en su rostro para demostrar que él está fuera de sí por mi
razonamiento. Así que, por el bien de la relación con mi hermano, agrego—: Niklas
esto es sólo temporal, te lo aseguro. Debes confiar en mí.

—Muy bien —agrega Niklas con desconfianza suprimida—. Voy a avisar a la Casa de
Seguridad Doce de tu llegada. Ella te estará esperando.

Y entonces la transmisión del video se acaba.

Paso mi dedo sobre una serie de teclas táctiles, irrumpiendo en el sistema a través de
la base de datos. Elijo una larga serie de comandos, limpiando el dispositivo de toda
evidencia de correspondencia y luego bloqueo el sistema. Camino tranquilamente

136
pasando a Sarai y llevo el iPad al baño, limpiando mis huellas digitales de cada
centímetro de él, usando lo que queda del alcohol de antes. Y entonces dejo el
dispositivo en la parte de atrás del inodoro.

Me meto a la cama junto a la ventana y me acuesto de espaldas, mirando hacia el


techo en la oscuridad.

—A él no le agrado mucho. ¿Verdad?

Estoy en silencio, aturdido de que ella se las haya arreglado para fingir estar dormida
sin que lo supiera.

¿Estaba fingiendo? ¿O me estoy volviendo demasiado desconcentrado debido a ella?

—No, no le agradas —respondo sin mirarla.

—¿Pero a ti te agrado?

La pregunta me deja perplejo.

Se levanta de la cama y mi cabeza cae hacia un lado para verla mientras se acerca. Sin
saber qué hacer, incapaz de leerla porque estoy confundido por sus acciones, no
hablo. Ella se acuesta a mi lado. Sus rodillas se aproximan y se aprietan juntas, sus
manos ocultas entre ellas, y me mira.

—Deberías regresar a tu propia cama —digo.

—Sólo quiero dormir aquí. No es lo que piensas. Sólo estoy asustada.

—No le temes a nada —digo, mirando nuevamente hacia el techo.

—Estás equivocado —replica—. Le temo a todo. Al qué pasará mañana y si estaré viva
para ver el final del día. Tengo miedo de Javier o de cualquier otra persona
atravesando esa puerta y matándome mientras duermo. Tengo miedo de no ser capaz
de vivir una vida normal. Ya ni siquiera sé lo que se siente ser normal.

137
—Hay una gran diferencia entre el miedo y la incertidumbre, Sarai. No le temes a
nada, pero estás insegura de todo.

—¿Cómo puedes creer eso? —Parece realmente confundida por mi análisis sobre ella.

La miro y respondo:

—Porque no fuiste a la policía. Porque no hiciste ningún esfuerzo por ponerte en


contacto con alguien que conocías y has tenido docena de posibilidades para hacerlo.
Porque volviste a entrar al carro. Conmigo. Un asesino. Porque sabes que te mataría
sin pensarlo dos veces y no me arrepentiría, aunque estés acostada a mi lado. Aquí en
esta cama. Sola y por voluntad propia.

Me estiro y saco la pistola del piso al lado de la cama y antes de que ella sepa lo que
está pasando, el cañón está presionado debajo de su barbilla, empujando su cabeza
hacia atrás. Presiono mi cuerpo contra el suyo, nuestros hombros tocándose, el peso
de mi pistola sostenido por su pecho. Mis ojos la analizan, la pregunta y la sorpresa en
ellos, aunque apenas visible. Miro su boca, sus suaves e inocentes labios apretados
suavemente.

Me inclino y susurro al lado de su boca:


—Porque no estás temblando, Sarai. —Y lentamente, alejo el arma, nunca apartando
mis ojos de los suyos.

—Yo no soy Javier —digo—. Te equivocas si crees que puedes manipularme como lo
hiciste con él.

Parece ofendida, aunque es apenas visible en sus ojos, lo noto. Esta es exactamente la
reacción que quería. La que necesitaba, para saber que la acusación es falsa.

Sin discutir, aparta la mirada y se da la vuelta hacia el otro lado. No se levanta o se


mueve de regreso a su cama.

Y no la obligo a hacerlo.

138
—No estaba con Javier por voluntad propia —dice, de espaldas a mí—. No tengo
ninguna razón para manipularte.

Un minuto de silencio pasa; sólo el arrastrar de pies moviéndose por el alfombrado


del pasillo fuera de la puerta interrumpiéndolo.

—Me alegra que hayas vuelto —dice en voz baja—. Y Victor… debería decirte, he sido
una mentirosa durante los últimos nueve años de mi vida. Todo lo que dije, hice y
expresé fue una mentira. Me gustaría pensar que lo he dominado por ahora. —Hace
una pausa y no tengo que preguntarme qué tan lejos va a ir con esto—. Me he dado
cuenta de que cada vez que hablas con ese hombre, Niklas, sobre mí, le estás
mintiendo. —Estira la cabeza hacia atrás para verme—. Gracias por ayudarme.

Y entonces se da la vuelta de nuevo y no me dice nada por el resto de la noche.


Sarai

Me despierto a la mañana siguiente enredada en las sábanas en medio de la cama de


Victor.

Me pregunto si él durmió aquí anoche.

—Vámonos —dice desde algún lugar detrás de mí—. Tenemos dos horas antes de que
nuestro avión salga y necesitas algo de ropa nueva.

Me doy la vuelta para verlo de pie en la habitación, completamente vestido con su

139
traje y su camisa blanca con sangre, esperándome.

Le echo un vistazo a la camisa metida dentro de sus pantalones, viendo la mancha de


sangre.

—No soy la única que necesita ropa nueva.

Me acercó a él y me estiro para levantar su camisa, pero él cierra la chaqueta del traje
abotonando un solo botón, para ocultar el obvio rojo contra el blanco de la tela.

—¿Cómo te sientes? —pregunto, sólo un poco dolida de que me negara la


oportunidad de inspeccionar su herida.

—Estoy bien.

—Pero tienes que cambiar por lo menos la gasa.

—Lo sé —dice a la ligera—. Y va a ser atendida cuando lleguemos a Houston.

Nos dirigimos a una tienda departamental cercana, donde él se estaciona en la parte


de enfrente y sale. Me quedo sentada, sin esperar que él me haga entrar sin zapatos y
luciendo de la manera en que lo hago.
Antes de que él cierre la puerta, digo:

—Probablemente debería decirte qué talla uso.

Cierra la puerta sin dejarme terminar y camina hacia mi lado, abriendo mi puerta y
esperando por mí.

—Eres talla seis —dice, sorprendiéndome—. Ahora sal. No puedes quedarte aquí
afuera sola.

—Tampoco puedo entrar. —Señalo mis pies descalzos, que ahora son de color negro
en la parte inferior por caminar por allí sin zapatos desde ayer—. Estoy descalza. Sin
camisa, sin zapatos, no hay servicio.

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Pareciendo molesto, Victor toma mi mano y me jala fuera del carro.

Apenas protesto.

Sólo estamos en la tienda durante quince minutos como mucho antes de que
salgamos nuevamente, yo con un nuevo par de pantalones grises de yoga, una
camiseta blanca lisa y un par de zapatos para correr. Él también me dejó agarrar un
paquete de calcetines blancos de corte bajo y un paquete de seis bragas de algodón
blancas. Todo el tiempo sentí como si estuviera olvidando algo, pero no es hasta que
estamos de regreso en el interior del carro cuando lo recuerdo: debería haber
comprado un sostén. Ha pasado tanto tiempo desde que tuve uno que realmente me
olvidé de su importancia.

Había esperado llegar a un aeropuerto normal y volar en un avión de pasajeros, pero


en lugar de eso nos dirigimos a un sitio en Green Valley y abordamos un jet privado.
Sólo tiene sentido cuando lo comprendo, dado que él no puede pasar la revisión de
seguridad de cualquier aeropuerto público con una maleta llena de armas, una bolsa
de lona con un montón de dinero en efectivo y otra llena de elementos sospechosos.
Mientras que abordo del pequeño avión Victor me presenta con mi propia licencia de
conducir falsa, la cual se ve tan real que fácilmente podría pasar por algo del
Departamento de Tránsito. Me pregunto de dónde la sacó, pero nunca lo cuestiono,
suponiendo que temprano en la mañana justo antes de que saliéramos él bajó a la
recepción del vestíbulo para recoger un “paquete”.

Actualmente soy Izabel Seyfried de veintiocho años de edad, de San Antonio, Texas.

Y la fotografía, ni siquiera estoy segura de cómo se las arregló para tomarla, pero sin
duda soy yo y es tan reciente que estoy usando la misma camiseta sucia sin mangas
que había estado vistiendo desde que escapé del complejo. El fondo natural de la foto
ha sido eliminado y reemplazado con el fondo azul opaco del Departamento de
Tránsito, por lo que tampoco tengo idea de dónde estaba cuando él tomó la foto. No lo

141
sé, pero tengo una licencia de conducir y eso es suficiente para mí.

—El lugar al que vamos —dice Victor—, es seguro, pero la mujer no debería saber tu
verdadero nombre. Nadie debería saberlo aquí afuera. Me voy a referir a ti como
Izabel y tienes que responder a ese nombre con tanta naturalidad como si fuera el
tuyo.

—Está bien —accedo—. ¿Quién es esta mujer?

—Ella es un enlace… de todo tipo. Aunque es más como un contacto.

Confundida, pregunto:

—Pero si ella es uno de los tuyos, ¿por qué mentirle?

Toma un sorbo de agua y pone el vaso sobre la pequeña mesa que sobresale de la
pared del avión debajo de la ventana en forma elíptica.

—Es sólo una medida de precaución —dice, apoyando su cabeza contra el respaldo—.
Cuando una persona es buscada por muchos ricos, casi cualquiera puede dejarse
persuadir.
Levanto la espalda del asiento.

—Espera un momento, ¿qué estás diciendo? ¿Crees que alguien más sabe que escapé
de Javier?

—No he recibido ninguna confirmación de eso, pero lo mejor es prepararse con


anticipación.

Como si ya no estuviera lo suficientemente nerviosa…

142
Capítulo 18
Sarai

143
Nuestro vuelo aterriza en Houston justo después de las doce y hay un auto azul
común —se parece a algo que mi madre solía conducir— esperando por nosotros en
el frente. Victor agarra los tres bolsos y los oculta en el interior del maletero. La mujer
que conduce estoy asumiendo que es el contacto. Pero luce tan común y corriente, al
igual que su auto. Esperaba más sofisticación, como Victor con su traje negro y
zapatos caros, pero en realidad ella se parece más a mí.

—No te he visto en años —dice la mujer después de que Victor consigue instalarse en
el asiento delantero. Me siento en la parte trasera, justo detrás de él.

—Sí, ha pasado un tiempo —responde Victor.

Cuando la mujer le sonríe, unas profundas líneas se forman alrededor de las


comisuras de su boca. Ella tiene el cabello rubio, su edad mostrándose a través de su
cabello por encima de todo, a juzgar por la cantidad de gris mezclado en él. Y es
mucho mayor que Victor, por lo menos unos diez años. Pero es muy bonita y decente
y me siento avergonzada comparándome con ella en mi estado actual.
Nos alejamos del edificio cerca de la pista de aterrizaje privada y nos dirigimos a la
autopista.

—Me pregunto qué te trajo por estos lares —añade. Entonces brevemente echa un
vistazo atrás hacia mí—. ¿Y a quién trajiste? Linda chica. Tengo la sensación de que
ella no es...

—No, no lo es —interrumpe Victor.

¿No soy qué, exactamente?

Luego comienza a hablar con ella en francés.

¿Español, alemán, francés? ¿Cuántos idiomas habla este hombre?

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Odio no poder entender lo que están diciendo, pero sé que están hablando de mí. La
mujer me echa un vistazo por el espejo un par de veces, con una pequeña sonrisa de
complicidad tirando las comisuras de sus labios. Pero incluso en un idioma que no
puedo entender, puedo decir que él no está siendo totalmente honesto con ella. O,
quizás no puedo. Tal vez es sólo porque en el fondo sé que no tengo nada de qué
preocuparme cuando se trata de Victor.

Ese hecho me sorprende cada día más.

—Es un placer conocerte, Izabel —dice ella.

Le sonrío escasamente y decido, dado que no tengo idea de todo lo que Victor acababa
de decirle de mí, que lo mejor es no hablar mucho para no contradecir su historia.

Muchos minutos más tarde paramos en la entrada de una pequeña casa humilde
situada junto a otras casas similares. Dos muchachos pasan a toda velocidad por la
calle en sus bicicletas cuando salimos. Justo al otro lado de la calle un hombre lava su
auto en el camino de entrada. La mujer con la que estamos levanta la mano y lo saluda
y él la saluda también. Es un vecindario muy típico, de esos en los que vivían todos
mis amigos de la escuela cuando yo era niña y era más respetado por las chicas
populares que un camping para casas rodantes.

La mujer abre el maletero con un botón en el interior del auto y me uno a Victor en la
parte de atrás mientras él agarra sus bolsos. Pero no tengo la oportunidad de
preguntarle en privado sobre lo que podría haberle dicho cuando ella se nos une
segundos más tarde.

—Tendrán que disculpar el desorden —dice ella, toqueteando sus llaves; un bolso
cuelga del otro hombro—. La limpié, pero si tuviera un par de días más para
prepararlo habría contratado a una agencia de limpieza. —Nos hace señas para que la
sigamos—. Vamos a entrar. Mi pobre Pepper va a romperme las persianas cuanto más
tiempo estemos aquí.

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Escucho el ladrido de un perro pequeño amortiguado por una ventana lateral
mientras nos acercamos a la puerta debajo del estacionamiento techado. La persiana
se mueve erráticamente detrás de la cortina. Hay otro auto estacionado en la entrada,
bajo la cubierta del estacionamiento techado, pero es viejo y parece que ha estado
parado así durante varios años. Cuando ella abre la puerta, el olor a comida, comida
deliciosa, instantáneamente hace que mi estómago suene y duela.

—El almuerzo está listo —dice la mujer conduciéndonos a la cocina. Ella pone su
bolso sobre la encimera; ya su Pomerania ladradora está haciendo sus rondas,
decidiendo la pierna de quien olfatear más tiempo, la mía o la de Victor.

—Tomen asiento —dice señalando hacia la mesa de la cocina.

Sin tener que decírmelo dos veces, me siento en la silla más cercana, donde un plato
vacío me espera.

Victor toma la silla junto a mí.


La mujer se pasea con un tazón de cerámica lleno de puré de patatas en una mano y
un plato lleno de pollo frito en la otra y los coloca frente a nosotros. Los siguen un
tazón más pequeño de maíz y una cesta de panecillos.

Sin sentir correcto el ser la primera, espero a ver si Victor alcanzará algo antes que yo.

—¿Qué les gustaría beber? —pregunta la mujer—. Tengo refresco, té, leche, limonada.

—Agua está bien —dice Victor y luego me mira, casualmente asiente con la cabeza
hacia la comida, dándome permiso para empezar a llenar mi plato—. Del grifo —
añade en el último segundo.

Alcanzo el pollo primero y recojo una pieza con unas tenazas.

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—Voy a querer agua, también —le digo, mirándola mientras dejo caer una pata de
pollo en mi plato—. Gracias.

Ella sonríe dulcemente y camina alrededor de la barra hacia el refrigerador y


comienza la preparación de las bebidas, regañando al perrito verbalmente para
sacarlo pavoneándose de la cocina y lejos de nosotros.

En el momento en que ella regresa con nuestros vasos, Victor y yo ya hemos puesto
toda la comida que queremos en nuestros platos.

Ella coloca nuestras bebidas en frente de nosotros.

Le doy las gracias de nuevo y sintiéndome mejor acerca de “ir primero” ahora, recojo
mi cuchara y empiezo a comer, pero Victor me detiene, colocando dos dedos en mi
muñeca y bajando mi mano de nuevo sobre la mesa. Mi cara se ruboriza y bajo los
ojos, esperando que la mujer no piense que tengo los peores modales en la mesa. Me
imagino que ella debe ser del tipo religioso, que tenemos que mantener las manos
alrededor de la mesa con torpeza mientras ella habla con Jesús y le dice lo
agradecidos que estamos por esta comida y por la compañía y todas esas cosas.

—Oh Victor —dice en broma—, no puedes hablar en serio.


Él no dice nada.

Lo miro a mi derecha, frunciendo las cejas. Tal vez él es el que siente la necesidad de
orar.

Seguramente no....

La mujer suspira y pone los ojos un poco en blanco mientras ella se acerca y desliza el
plato lejos de mí.

Estoy completamente confundida ahora. Doblo mis manos en mi regazo por debajo de
la mesa, porque no estoy segura de qué más hacer con ellas.

Me volteo hacia Victor, momentáneamente perdida en las misteriosas profundidades

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de sus ojos bajo la luz brillante de la lámpara centrada encima de la mesa. Trago
saliva con nerviosismo y vuelvo a la realidad cuando oigo la voz de la mujer.

—Él no confía en nadie —me dice mientras toma una cucharada de patatas de mi
plato en su boca. Señala con la cuchara hacia mí y continúa con la boca llena—. Nunca
lo ha hecho. Pero es de esperar. —Ella traga—. Y completamente comprensible,
estando en su línea de trabajo y todo eso.

Sus ojos se desvían a Victor y de repente cambia el tema como si él le dio alguna
mirada de advertencia que me perdí por el momento que me volví la cabeza para
verlo, también.

—De todos modos —continua ella, ahora toma un bocado de mi pollo—, ustedes dos
pueden quedarse aquí todo el tiempo que necesiten. La habitación está al final del
pasillo. —Ella toma un bocado de mi maíz y, finalmente, pasando la comida con su té.
Luego desliza el plato de nuevo hacia mí. Lo tomo vacilante, tocando el borde del
plato y sintiéndome incómoda acerca de comer cualquier cosa donde ella por dos
veces hundió la cuchara.

Victor desliza su plato hacia ella y hace lo mismo con su comida.


Me preocupa que en la casa de uno de sus contactos él sienta la necesidad de tenerla
probando la comida primero para demostrarle que no va a envenenarlo. Me pregunto
brevemente sobre nuestra agua, pero debe ser por eso que la solicitó del grifo. Había
estado observando cada movimiento que la mujer hacía todo el tiempo mientras yo
estaba metafóricamente babeando sobre mi primera comida hecha en casa desde que
me quedaba en la casa de la señora Gregory.

Victor me asiente, dejándome saber que está bien comer ahora. Y no doy otro
pensamiento al intercambio de gérmenes y voy directo a ello.

La mujer, cuyo nombre me entero que es “Samantha”, hace la mayor parte de la


conversación durante los próximos treinta minutos, mientras que comemos. De vez
en cuando Victor agregará algunos comentarios aquí y allá, pero me parece que su

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buena disposición a la conversación es aún más carente de lo que era conmigo o
Niklas. Pero a ella no parece importarle. De hecho, es más tolerante de lo que yo sería.
Si ellos dos fueran a una cita en este momento, sería obvio para todo el mundo en el
restaurante que él no está en absoluto interesado en ella y ella es completamente
ajena a este hecho. Pero esto no es una cita y me da la sensación de que soy la única
en esta sala que es ajena a lo que está pasando.

Mi teoría se confirma cuando, después del almuerzo las cosas entre los dos comienzan
a... cambiar.

—¿Van ustedes dos a compartir una cama? —pregunta desde la puerta de la


habitación de invitados.

Sólo hay una cama aquí. Es una pregunta que me he estado haciendo desde que entré.

—Sino —ella sigue, mirando a Victor de una manera, que tal vez no esperaba que me
diera cuenta—, entonces puedo hacer una cama para uno de ustedes en el sofá.

—Eso no será necesario —responde Victor, y no sé por qué, pero mi corazón salta
dentro de mi pecho—. No voy a dormir.
Entonces mi corazón vuelve a la normalidad. Aburrido, un aleteo normal.

Samantha se ve satisfecha.

Y por alguna razón, estoy al instante... celosa.

Tratando de familiarizarme con esta estúpida emoción, absurda que se infiltró en mi


cabeza, me obligo a quitármela de encima. Empiezo a mirar objetos al azar dentro de
la sala: la colcha color crema, que cubre la cama de tamaño matrimonial, la cómoda a
juego y una cómoda colocada contra la pared opuesta, la cajonera de roble situada a
los pies de la cama con un caballo tallado en la ladera, la ventana con cortinas blancas
igualmente claras con algún collar de cuentas que de algún tipo cuelga de un extremo
de la barra de la cortina.

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—Muy bien, entonces —dice ella de pie en la puerta con las manos mecidas delante
de ella—. Están en su casa. Y Victor... —ella echa un vistazo por debajo de su
cintura—, cuando estés listo para arreglar eso, ya sabes dónde encontrarme.

—Voy a estar allí pronto —dice Victor y luego sonríe cortésmente a los dos y camina
por el pasillo, dejándonos solos en la habitación.

—¿Por qué estamos aquí exactamente?

Victor abre su maleta de armas en la cama y saca dos elegantes pistolas negras. Pone
una debajo del colchón y la otra en una pequeña mesa en la esquina de la habitación.
Luego abre el armario, saca un traje nuevo, después deja caer de nuevo otros varios
colgados en las perchas. Pantalones primero, luego una camisa de botones de manga
larga, por último, una chaqueta a juego.

—Te vas a quedar aquí —dice—, hasta que mate a Javier. Voy a ir de nuevo a Tucson
tarde esta noche, o donde sea que me digan que Javier fue visto por última vez y luego
lo voy a encontrar y lo mataré.
—¿Pero por qué Houston? —le pregunto, sentada en el borde de la cama—. ¿No había
una “casa segura”... en Arizona o un lugar más cerca? Sabes, tal vez deberías
utilizarme como cebo, después de todo. Podría ayudarte. Quiero decir, lo más
probable es que todo el que me está buscando, que uno de los primeros lugares que
van a comprobar es donde yo vivía, alrededor de la gente que conocía. —Hago una
pausa, pensando para mis adentros lo contenta que estoy ahora que la señora
Gregory ya no viva donde solía.

—Tienes razón —dice—. Y es por eso que lo más probable es que voy a volver de
regreso a Tucson. He visto donde una vez vivías, donde, la mujer con la que pasaste la
mayor parte de tu tiempo, una vez vivió. Al llevarte allí la noche anterior, ya me has
ayudado, al mostrarme precisamente donde podría encontrarse Javier. No hay

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necesidad de arriesgar tu vida manteniéndote allí.

—Así que sí tenías otra agenda al llevarme a casa —le digo, sintiéndome muy
pequeña en estos momentos—. Sólo querías ver la ubicación.

Victor niega con la cabeza y cierra el cajón superior de la cómoda. Se vuelve hacia mí y
algo desconocido es evidente en sus ojos azul-verdosos.

Un largo suspiro emite por la nariz.

—Te llevé a casa porque es lo que querías —dice y se va a la puerta con todas sus
ropas envueltas cuidadosamente en un brazo.

—¿A pesar de que sabías que irían allí a buscarme?

Se detiene en la puerta, de espaldas a mí, con los dedos colocados en el picaporte, listo
para abrirlo. Su cabeza se inclina hacia atrás un poco y sus hombros se caen.

Al instante, me siento como si le he ofendido.

—Voy a usar la ducha en la habitación de Samantha —dice y ordena—. Deberías


limpiarte, cambiarte en tu ropa nueva.
Y entonces él se marcha, y me deja aquí sola.

151
Capítulo 19
Sarai

152
En lugar de una ducha, me remojo en un largo, baño caliente. Mis músculos
duelen horrible y no pasó mucho tiempo después de que me metiera en el agua que
empecé a sentir los pequeños rasguños y cortes por todo el cuerpo que no había
notado allí antes. Estoy sorprendida de no tener una herida de bala que fuera con
ellos.

En el momento en que salgo, estoy más limpia de como siento que nunca estaré,
ahora que tengo ropa nueva para ponerme y que he llegado a afeitarme. Victor me
dijo al volver a la tienda departamental que podía elegir lo que quisiera y que no
importaba cuánto costara, sólo que tenía que ser rápida. Elegí la ropa casual más
pasada de moda que pude encontrar. Porque no me preocupo por la moda y
honestamente no puedo recordar la última vez que algo como eso me importó.

Después de vestirme levanto mi pelo mojado en una cola de caballo y luego revuelvo
en las cosas que quedan fuera en el lavabo del baño. Desodorante, pasta de dientes y
cepillo de dientes, varias botellas de loción y otros tipos de cremas aleatorias se
alinean cuidadosamente contra el espejo. Todo es nuevo y no sé cuánto tiempo se ha
encontrado todo aquí esperando a que un invitado como yo que venga y los use. Y
definitivamente los usaré, empezando por el primer desodorante, un lujo que pocas
veces tuve en el complejo. Javier, en su mayor parte, se aseguró de que tuviera lo
necesario y cosas bonitas, pero le dejo las compras a Izel y como ella me despreciaba
enormemente, a propósito, se desviaba para comprar lo más barato, las cosas más
inútiles que podía encontrar. Cuando se trataba de desodorante, el mejor que recibí
fue una extraña marca de roll-on líquido que dejaba manchas rojas, inflamadas debajo
de mis axilas.

Me cepillo los dientes e incluso utilizo la seda dental por primera vez en años y luego
me encuentro de pie sin expresión en frente del espejo. No me veo realmente, pero
pienso en Victor y lo que está haciendo en la habitación de Samantha. Imágenes
explícitas de él follándola brotan en mi mente y eso me molesta más de lo que quiero
admitirme.

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Realmente no puedo sentirme atraída por un hombre como él, ¿verdad? Un hombre
que ha matado no se sabe cuánta gente. No importa que me sienta segura con él, o que
confíe en él; la verdad es que él es lo que es y yo sería estúpida al pensar alguna vez
que él no me mataría si lo encontrara de alguna forma, necesario.

Pero me siento atraída por él. Sí tengo extrañas, desconocidas sensaciones por él.

¡Y odio eso!

Sacudo mi cabeza con enojo hacia mí misma, finalmente notando mi propio reflejo. El
área alrededor de la parte exterior de mi ojo derecho se ha amarilleado por una
contusión. Mis labios están secos y agrietados. Hay un pequeño corte a lo largo del
hueso de la ceja izquierda. Luzco cansada y... agotada.

Sólo el sonido de algo que cae al suelo en otra habitación por el pasillo me despierta
de mi auto-odio.

Abro una rendija de la puerta del baño primero para mirar por el pasillo. Oigo la voz
de Samantha, pero no puedo entender lo que está diciendo. Dejando finalmente el
baño, camino en silencio a lo largo del pasillo hacia su habitación, de puntillas por la
alfombra lo más cuidadosamente posible. Su puerta está cerrada, así que presiono mi
oreja contra la madera y trato de escuchar, pero en el momento en que la toco, cruje
abriéndose un poco y mi corazón cae en mi estómago. Cierro los ojos con fuerza y
contengo la respiración hasta que sé que no me he revelado.

No debería estar haciendo esto, me digo, pero no puedo evitarlo.

Miro dentro de la habitación con poca luz. Una televisión está encendida, pero ha sido
realmente bajada o silenciada, el resplandor de ella provee a la habitación con la
mayor parte de su luz. Veo la camisa ensangrentada de Victor y el resto de su traje
colgando parcialmente sobre el lado de una cesta de ropa, presionada contra la pared
cerca del baño principal. Esa puerta está entreabierta, también.

154
Empujando la puerta del dormitorio un poco más, solo lo suficiente para poder pasar
a través de ella, entro en la habitación de Samantha. Y cada paso que doy me hace
sentir mucho más grosera y tosca. Pero tengo que saber. Debido a que el pensamiento
de él con ella me está torturando en el interior. Tal vez más tarde voy a tratar de
averiguar por qué. En este momento, sólo quiero saber.

Me abro paso a través de la habitación y hacia la puerta del baño, donde espero afuera
de la misma, mi corazón late con fuerza en mi pecho, preocupada de que ellos me
vayan a atrapar espiando. Cuando unos segundos pasan y Samantha habla de nuevo,
me siento lo suficientemente segura para mirar dentro para tener una mejor visión,
sólo con la esperanza de que la oscuridad parcial de la sala ayude a que yo no sea
vista.
Victor

Me quedo de pie con las manos apretadas contra el mostrador, una toalla envuelta
alrededor de la parte inferior de mi cuerpo después de haber tomado una ducha. Miro
el espejo sobre el lavabo, inclinando la barbilla hacia un lado y luego al otro, sintiendo
que probablemente debería afeitarme, pero decido no hacerlo. Samantha se sienta en
el asiento del inodoro cerrado con una aguja e hilo de sutura en una mano, dispuesta
a suturarme.

—¿Vas a dejar caer la toalla? —pregunta—. No puedo hacer esto muy bien con eso en
el camino. Y no es que no te haya visto antes.

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Empiezo a quitar la toalla justo cuando ella dice eso, pero luego me doy cuenta de un
sonido tan débil, como el sonido de una respiración fuerte, que me sorprende
escuchar en absoluto. Echo un vistazo en el espejo y miro detrás de mí en la puerta sin
ver nada, pero sabiendo que Sarai está en el otro lado de la misma.

—¿Victor? —me presiona Samantha, poniéndose molesta con mi respuesta lenta.

—No —contesto finalmente, dándome la vuelta para que el lado dónde está la herida,
esté frente a ella. Me agacho y estratégicamente ajusto la toalla sobre la parte
posterior de mi cadera para que pueda acceder a la herida, luego ato los lados
firmemente en el otro lado para mantenerla en su lugar.

—Si insistes —dice Samantha y va derecho al trabajo.

Siento la aguja deslizarse una vez y aprieto los dientes por un momento hasta que el
dolor se desvanece.

—Nunca me dijiste por qué dejaste de venir aquí —dice Samantha.

—Fue lo mejor.
—Mentira. Fue algo que hice, o dije, o tal vez fue algo que no hice. Sólo quiero saber.
Sin resentimientos. Sin torpeza. Sólo tienes que responder a la pregunta que ha
estado molestándome durante diez años. Me merezco eso.

Después del segundo paso de la aguja a través de mi piel, ya no la siento.

—Te respetaba —le digo—. No se sentía bien utilizarte más.

—Cariño, lo sabes mejor que eso. —Ella me sonríe brevemente—. No me importó;


infiernos, me gustó mucho.

—Pero me importó a mí.

Samantha empuja la aguja a través de nuevo, siempre con cuidado. Entonces niega

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con la cabeza.

—Me pregunto cómo te las arreglas para cumplir este trabajo con esa conciencia tuya.
Creo que eres el único que tiene una conciencia que puede.

—Bueno, no fue nada que hicieras dejaras de hacer —le digo, ignorando su
comentario en su totalidad—. Por lo tanto, espero haber respondido la pregunta lo
suficiente para satisfacerte.

—Deja de ser tan técnico conmigo, Victor. Sabes que lo odio.

Ella se levanta del asiento del inodoro y toma el yodo, derramando una pequeña
cantidad en un paño. Ella lo frota sobre y alrededor de la herida de bala cosida.

—Oí que comenzaste a quedarte en el Refugio Nueve otra vez en Dallas cuando venías
a estos lares —continúa y puedo predecir dónde va con el resto—. ¿Es por qué esa es
más joven que yo? Quiero decir, está perfectamente bien. Estoy envejeciendo con los
años, lo admito.

Es exactamente lo que predije que diría.


Suspiro y me apoyo contra el mostrador, cruzando los brazos. Ella saca un gran
cuadrado de gasa de un paquete para preparar el próximo.

Miro directamente a sus ojos, con la esperanza de poder decir lo que voy a decir sin
que ella se vuelva en mi contra. No voy a dejar a Sarai a solas con ella si piensa que
elegí el Refugio Nueve sobre ella, por algo tan absurdo como su edad. Samantha es
una asesina. Y una mujer que se siente despreciada quien también es una asesina, es
una combinación fatal.

—Elegí a la Nueve porque ella era una puta y estaba orgullosa de ello —le digo,
disponiendo la verdad de la manera en que debe ser, para hacerla entender—. No
podía utilizarte como ella me permitió usarla. Porque eras y sigues siendo mi amiga.
Espero que lo entiendas.

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Ella se ríe a la ligera.

—Tú no tienes ningún amigo, Victor.

Su mirada me rodea mientras coloca una gasa sobre la herida y presiona dos tiras de
cinta de vestir a lo largo de sus bordes. Luego se levanta y me mira con ojos
pensativos verdes. Siento lo mismo en sus ojos que siempre me sentí cuando llegué
aquí, cuando me acosté con ella. Podría haber sido alguien que podría enamorarse de
mí, si lo hubiera dejado ir tan lejos. Ella comenzó a acercarse demasiado y no podía
dejar que eso pasara. Siempre había sido amable conmigo. Era diferente de las otras
que eran más como yo y sólo están interesadas en el sexo. Porque algo más no sólo es
imprudente y peligroso y tonto, sino que es totalmente inaceptable.

—¿A quién crees que engañas, Victor? —pregunta con una sonrisa juguetona, pero
inofensiva.

Tiro de la toalla de regreso sobre mis caderas, insertándola en la cintura.

—¿Qué quieres decir? —pregunto, mirándola con curiosidad.


Samantha comienza a limpiar el mostrador de las sobras de vendaje y enjuagando la
sangre y el yodo en el fregadero con un chorro de agua.

—Esa chica en el pasillo —dice ella—. Izabel. Por supuesto, los dos sabemos que no
es su verdadero nombre, pero sin tener eso en cuenta, ¿qué demonios estás haciendo
con ella? —Deja caer un puñado de pañuelos ensangrentados en la papelera al lado
del inodoro.

—Te lo dije —le digo—. Sólo estoy usándola hasta eliminar mi objetivo. Después de
eso, está por su cuenta.

Nunca pude hacerme el tonto por completo con Samantha, pero lo que me sorprende
más ahora mismo es que parece saber más sobre lo que está pasando conmigo de lo

158
que yo sé. Y no me agrada esa idea.

Echo un vistazo hacia la puerta del baño a varios metros de distancia, preguntándome
si Sarai todavía se esconde allí, escuchando todo entre nosotros. Sé que lo está. Puedo
sentirlo. Pero Samantha tiene que parar. Ahora mismo. Porque no puedo llenar la
cabeza de Sarai con cosas que podrían causarle confusión. La chica está lo
suficientemente confundida como es.

—Tengo que vestirme —digo, con la esperanza de disuadirla del el tema. Estiro la
mano para tomar mis bóxeres limpios que cuelgan cerca, pero Samantha pasa por
delante de mí.

Ella se cruza de brazos y la sonrisa que llevaba antes ha sido reemplazada por la
determinación.

—No puedes hacer esto. Lo sabes.

La rodeo y agarro mis bóxeres de todos modos, dejando caer la toalla al suelo y
poniéndomelos.
—Victor —insiste—, no puedes ser el héroe. No con ella o con cualquier otra persona.
Sabes que esto. Lo que haces, lo que sientes sólo hará que te maten.

Quito mis pulgares del elástico, dejando que golpee contra mis caderas y callo a
Samantha con una mirada.

—Estás lejos de la realidad, Sam —le digo, mirándola—. Crees ver algo en mí hacia
ella porque es lo que solías creer que viste en mí hacia ti. —Al instante, me arrepiento
de mis palabras.

Samantha me mira con frialdad, sus dedos presionando agresivamente sus bíceps.

—¿Qué estás diciendo? Eso es lo que crees que.... —Ella no puede mirarme más y sus

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ojos se apartan hacia la ducha. Porque sabe que tengo razón. No debería haber dicho
eso, pero no puedo negar la verdad.

Finalmente me mira de nuevo, hay dolor y admisión en sus rasgos.

—Tienes razón —dice ella—. Siempre he pensado en ti de esa manera. Leí mal las
cosas entre nosotros y vi cosas que no estaban allí.

Guardo silencio para dejarla terminar, pero parece que lo ha hecho.

—Realmente lamenté todo lo que te he hecho —digo, y lo digo en serio con


sinceridad.

Ella niega con su canosa cabeza rubia.

—No, Victor, hiciste todo bien. Viste que estaba desarrollando sentimientos por ti
antes de que me diera cuenta yo misma e hiciste lo correcto.

Pongo mis manos debajo de sus codos y se relaja un poco.

—Espero que....

Descruzando sus brazos, mis manos se apartan.


—Victor —dice ella, colocando ambas manos entre nosotros—, por favor, no te
disculpes por no tener los mismos sentimientos por mí que yo sentía por ti. Eso no es
algo que se puede controlar, lo sé. Y espero que me creas cuando digo que siempre
puedes confiar en mí. Eres la única persona en la Orden en quien confío y puedo
llamar realmente... mi amigo.

—¿Pensé que dijiste que no tengo amigos? —Sonrío débilmente.

Relajando un brazo contra su pecho, ella me da palmaditas en el hombro con la otra.

—Está bien, tal vez solo me tienes a mí —dice ella, sonriéndome. Pero entonces
vuelve a ponerse seria—. Y porque soy tu única amiga, tienes que confiar en mí,
escúchame cuando te digo que lo que estás haciendo con esta chica va a causar que te

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exilien, o te maten, o ambas cosas.

Empiezo a abotonarme la camisa.

Tenía la esperanza de que ella lo soltara todo, sobre todo si Sarai todavía está
escuchando desde la otra habitación, aunque tengo la extraña sensación de que ella
no está y eso relaja mi mente un poco.

—No estoy haciendo nada con ella más que mantenerla a salvo hasta que todo esto
termine —insisto—. Merece una oportunidad de una vida normal después de lo que
ha pasado y decidí en algún momento tratar de darle eso.

Me pongo mis pantalones negros, metiendo mi camisa. Samantha tira de la corbata de


la percha en la pared y la envuelve alrededor de la parte trasera de mi cuello.

Suspira.

—Bien —dice, rindiéndose—. Pero dime, y se honesto contigo mismo antes de


contestar... —ella duda, sus dedos se detienen en el nudo. Asiento—. Dado que ha
estado contigo, ¿puedes decirte que ella será diferente de como eras tú años después
de que fueras tomado por la Orden?
Su pregunta en voz baja me sorprende. No la esperaba en absoluto.

—Incluso yo lo veo, Victor, y sólo he pasado una tarde con ella, sé que lo ves, también.

Ahora sé a lo que se refiriere, pero todavía estoy muy sorprendido por la revelación.
Samantha detecta esto, mi necesidad de escuchar más de lo que ya sé que es verdad
de los labios de otra persona en lugar de los míos. Necesidad subconsciente de
confirmación.

—Sé que no me puedes decir nada acerca de dónde vino, de quién está huyendo o
cuánto tiempo estuvo con quienes de los que está huyendo, pero a juzgar por lo que
veo en ella ahora te puedo decir dos cosas. —Ella endereza mi nudo terminado y deja
una mano caer a su lado, la otra brevemente sostiene dos dedos. —Uno —cae un

161
dedo—, ya está tan anestesiada a lo que es normal que quizá nunca podrá vivir una
vida normal. Sabía que probaba su comida por ella, porque me aseguraba de que no
estuviera envenenada, pero no se perturbó. Se sentó en la mesa con nosotros, comió
ese almuerzo como si fuéramos una familia de tres compartiendo una comida de la
tarde en los suburbios.

Se apoya en el mostrador, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Y dos —continúa—, para que sea de esa manera, sé que tuvo que haber sido una
prisionera, esclava sexual o no-sé-qué desde hace varios años, no menos de cinco. Y, a
su corta edad... ¿qué edad tiene veintitrés, veinticuatro? (Hace un gesto con las manos
delante de ella brevemente)... eso significa que tuvo que ser bastante joven cuando
fue tomada. Al igual que tú. Y ambos sabemos que mientras más joven, más fácil es
moldearlos en quienquiera o lo que quieran que sean. También como tú.

Cada palabra que dijo Samantha es verdad y yo lo sé. Lo sé mejor que nadie.

Deslizo mi chaleco de encima de mi camisa y corbata y abotono de los cuatro botones.

—Ella está en la zona del cincuenta por ciento —le digo—. Puede ir en cualquier
dirección con la misma oportunidad. Y es lo suficientemente fuerte. E inteligente. —
Por último, me pongo mi chaqueta—. Sólo estoy dándole su única oportunidad. Qué
dirección decide tomar, será su decisión. Y no voy a estar allí para verlo. Estará por su
cuenta para entonces.

Samantha ladea la cabeza hacia un lado. Probablemente no me cree, pero finalmente


ha agotado sus advertencias.

Se acerca a mí, la misma sonrisa dulcemente seductora que siempre llevaba minutos
antes de que consiguiera lo que quería de ella en el pasado. Se detiene justo frente a
mí y sus dedos danzan a lo largo de la tela de mi chaqueta. Descansa sus manos a
ambos lados de mi cuello, rozando ligeramente mi piel.

—Un último beso —dice mirándome a los ojos—, por los viejos tiempos. Sólo quiero

162
sentirme joven otra vez, como siempre me sentí cuando me visitabas.

Levanto mis manos y acuno su rostro con ellas, besándola en la frente lentamente
primero.

—Nunca se trató de que fueras mayor que yo, Sam. Hoy sigues siendo tan sexy como
eras hace diez años. —Y entonces toco con mis labios los suyos, arrastrando la punta
de la lengua suavemente por su labio inferior, y dentro de su boca.
Capítulo 20
я

Sarai

163
Estuvieron en el baño durante mucho tiempo. Pero no es asunto mío lo que
hicieran. Me fui de la habitación antes de que Samantha empezara a coser a Victor,
resuelta a volver a mis sentidos y dejarlo estar. Me siento como si debiera haberme
quedado para escuchar las cosas sobre las que hablaron al menos, ya que estoy
bastante segura de que una parte era sobre mí y tengo derecho a saber, pero era
demasiado entrometido. Y lo admito, no quería verlos juntos.

A pesar de sentir algo de celos por Victor, lo cual me doy cuenta de que es natural
dado lo extraordinario de la situación a la que he sido tirada con él, sé que él nunca
podría estar interesado en alguien como yo, o en nadie en absoluto, realmente.

Excepto Samantha y otras como ella, supongo.

Independientemente de su diferencia de edad, sé que han sido íntimos antes. La


escuché decirlo justo antes de que abandonara la habitación y me gusta pensar que
soy lo suficientemente lista como para recomponer el resto de la imagen por mi
cuenta, sabiendo lo poco que sé. Cualquiera que fuera su relación pasada siento como
si aunque ella es atractiva y obviamente una mujer buena y lista, aquellas
probablemente no fueran las cosas que le trajeron aquí. Y no fue solo el sexo,
tampoco. Fue que Samatha siempre supo que el sexo sería todo lo que alguna vez
habría.

No soy ninguna experta, pero simplemente es lo que creo en mi corazón. Samantha es


como él, tal vez no exactamente en los papeles que juegan en su mundo secreto de
crimen y peligro y muerte, pero ella sabe que él es demasiado disciplinado y sin
emociones para implicarse.

Victor probablemente nunca podría confiarse con alguien de “fuera”. Y cuando se


trata de compararme a mí con ellos, soy el epítome de fuera.

Miro hacia la ventana cubierta con la cortina del cuarto de invitados donde Victor me
dejó antes. Está totalmente oscuro fuera aunque ni siquiera son las nueve todavía. Me

164
tumbo sobre mi costado en la cama, un brazo doblado bajo mi cabeza bajo la
almohada. Mis pies están fríos, pero no me preocupo por levantarme y ponerme un
par de calcetines del paquete que Victor me ha traído, así que junto mis pies por los
tobillos y los deslizo bajo la manta.

Victor entra a la habitación. Deja la puerta abierta para dejar que la luz del pasillo se
filtre dentro en vez de encender la luz. Tengo la sensación de que al principio ha
pensado que podría estar dormida.

Está vestido de pies a cabeza con una sofisticación refinada, más de lo que alguna vez
le he visto y no puedo evitar mirar a través de la habitación a su peligrosa belleza. Su
alta forma se mueve a través del camino de luz en la puerta y entonces se queda
bañado en las sombras cuando se acerca a la cama donde estoy tumbada.

—Te vas, ¿no es así?

—Sí —dice y se sienta junto a mí, su espalda recta, sus manos descansando a lo largo
de la parte posterior de sus piernas.

—¿Vas a volver?
Le toma un momento responder. Mantiene sus ojos clavados en la ventana delante.

—Probablemente sería lo mejor si no lo hiciera —dice.

Mi corazón se acelera. Trago saliva.

—Cuando Javier esté muerto, o bien Samantha te llevará a donde tengas que ir, o
enviaré a Niklas por ti.

La parte posterior de mi garganta está empezando a arder, la punta de mi nariz, justo


entre mis ojos está empezando a picar.

Fuerzo las lágrimas hacia atrás.

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No quiero que se vaya, y mucho menos que nunca vuelva. Quiero quedarme con él,
aunque no sé por qué.

—¿Pero y si otros lo saben? —le recuerdo, esperando cambiarle de parecer sin que él
sepa la verdadera razón—. ¿Qué hay de John Lasen? ¿Qué hay de todos los otros
hombres a los que vi? Victor, ellos pueden saberlo y tal vez Javier no será el último
que venga buscándome. —Realmente no me importa si lo hacen. Eso no es lo que
temo. Temo que Victor salga por esa puerta y nunca más vuelva a verlo.

Finalmente, me las arreglo para sentarme, el enfado retorciendo mis rasgos al


principio, hasta que me doy cuenta y dejo que se suavicen.

Cruzo mis pies al estilo indio en la cama y estiro la mano para coger su muñeca,
agarrando la manga de su chaqueta. Mitad esperaba que se retraiga, pero no lo hace.
Descansa su mano sobre mis tobillos cruzados y solo ese toque, ese gesto, causa que
mi garganta se cierre con emoción. Miro abajo a su mano, mis dedos temblando
nerviosamente contra el puño de su camisa.

No ha apartado la mano…, sigo pensando.

Lágrimas se asoman en mis párpados, pero las aspiro rápidamente.


—Lo siento, Sarai —dice mirándome a los ojos mientras se revuelve entre el conflicto
y la indecisión.

Tengo la sensación de que no quiere dejarme aquí. Lo siento… lo sé…

Lentamente se levanta de la cama. Me siento ahí, congelada en un abismo de auto


derrota, ira y miedo. ¡Miedo! ¿Cómo puede acusarme de no temer a nada? Quiero
gritarle, decirle lo equivocado que está mientras se pone sus bolsos en el hombro y
coge el maletín de las armas en una mano.

En su lugar, me limpio unas pocas lágrimas que se las han arreglado para caer por mis
ojos y le digo a través de la habitación suavemente:

166
—Victor, estabas equivocado.

Vuelve solo la cabeza para mirarme.

—Estabas muy equivocado cuando dijiste que no temo a nada. Estabas muy
equivocado…

Sostiene su mirada en mí durante solo un segundo y luego se da la vuelta y se aleja,


cerrando la puerta y dejando que la oscuridad de la habitación me consuma otra vez.

Samantha me dejó sola durante la siguiente hora y media. Supongo que quería darme
tiempo para mí misma porque cuando finalmente entró a la habitación hace minutos,
pude decir que sintió algo por mí mientras estaba tumbada acurrucada en la cama,
mirando a esa ventana. Hace que me pregunte de qué hablaron en su cuarto de baño
más pronto, hace que me arrepienta de no quedarme más para haberlo averiguado.

La odiaría por saber más que yo, si fuera una persona fácil de odiar.

Pero me doy cuenta de que me gusta demasiado para eso.


—Ya sabes, Victor hace esto todo el tiempo, Izabel. —Me palmea en la cadera con la
palma de su mano. Está sentada en el mismo sitio junto a mí donde se sentó Victor
por última vez.

—Estará bien. —Sonríe—. Y estoy segura de que sabe que le estás agradecida por
ayudarte.

—¿Qué puedes decirme sobre él? —pregunto.

Ella inhala profunda y concentradamente y sus cejas se levantan con esa expresión
llena de preguntas.

—Bueno, supongo que ya sabes lo que hace para vivir, así que probablemente puedes

167
imaginar que he jurado que mantendré una cierta cantidad de secretos y si rompo el
juramento podría meterme en muchos problemas.

Verdad, pero está sonriendo y realmente parece como ansiosa por hablar conmigo,
independientemente. Puede que no resulte ser mucho, pero algo es mejor que nada,
supongo.

Me siento recta, dejando caer mis piernas por el lado de la cama para sentarme como
ella. Descanso mis manos en mi regazo.

Me sonríe en una mirada corta y estira su mano.

—hablemos de ello con una taza de café.

Se levanta y pongo mi mano en la suya y acepto.

—Juro que está perfectamente libre de veneno —bromea mientras le sigo al salir por
la puerta al pasillo.

—Te creo.

La creo mayormente porque si Victor confiaba en ella lo suficiente para dejarme sola
con ella entonces eso es suficiente para mí.
Me siento en la mesa de la cocina mientras ella prepara el café en el mostrado donde
está la máquina de café junto un enorme microondas viejo.

—Supongo que está bien que te diga que ha sido de la forma en que es casi toda su
vida. —Echa unas cucharadas de café en el filtro y cierra la tapa de la cafetera—. Pero
realmente solo sé las cosas que él me ha contado. Nada más que eso.

—¿Qué tipo de cosas?

Echa el agua en la parte posterior de la cafetera mientras permite que las diferentes
conversaciones que ha tenido con Victor se materialicen.

—Bueno, sé que ama su café negro. —Sonríe—. Le encanta la cocina tailandesa y no

168
va a tocar el atún ni con la lengua de otra persona. Prefiere una buena cerveza antes
que un buen vino, pero solo la mejor cerveza, preferiblemente alemana. —Se sienta
en la mesa conmigo y descansa un lado de su cabeza sobre una mano, pareciendo
pensativa—. Para decirte la verdad, Victor preferiría ir hasta Alemania antes que
beber cerveza aquí. —Sacude la mano hacia mí una vez, quitándola de su mejilla—. Es
un hombre muy particular.

—¿Pero qué hay de su familia? —pregunto—. Me dijo que tenía una hermana y que
mató a su padre y algo sobre su madre estando en… Budapest, ¿creo?

Samantha niega con la cabeza, sonriendo y tal vez encontrando lo que le he contado
un poco divertido. Pero no se regodea de ello.

—No, muñeca —dice—. Si eso fue lo que te dijo, probablemente fuera solo para hacer
que dejases de hablar. (Bueno, en eso tiene razón, lo sé). Nunca le contaría a nadie
nada que tenga que ver con su vida personal, especialmente sobre su familia. Ni
siquiera a mí. Ni siquiera sé si tiene familia.

Me mantengo tan lejos del tema de ellos dos como puedo.


—Tienes que saberlo, Izabel —me mira con intensidad para que me encuentre con su
mirada—, que Victor está arriesgando mucho… no, lo está arriesgando todo al
ayudarte. Y aunque se ha ido hoy a la noche y no pretende volver por ti, lo que ya ha
hecho en lo que a ti concierne, aunque no tengo ni idea de qué puede ser eso, puede
haber sellado ya su destino.

Mi estómago se aprieta y tengo esta horrible sensación en el centro de mi garganta.

Su mirada se mueve suavemente y siento como si estuviera llorándome a mí, o a mis


sentimientos de alguna manera privada.

Se reclina en la silla. El café gorgotea y gotea a la taza detrás de ella.

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—¿Pero cómo sabes que eso es lo que está haciendo? —pregunto—. ¿Cómo sabes que
me está ayudando y que no soy simplemente parte de su misión?

—Porque nunca te habría traído aquí —dice casi con simpatía—. Y no me habría
pedido que no se lo diga a nadie, a nuestro jefe, a nadie, que lo ha hecho.

Levanto mi mirada de la mesa para mirarla, sorprendida por la información que


acaba de darme.

Asiente hacia mí para confirmar mis pensamientos aunque no las haya dicho en voz
alta.

—Sí —dice—. Aparte de Niklas, yo soy la única en la que confía. Tal vez no
completamente porque Victor no es capaz de eso, pero confía en mí. Y al esconderte
aquí y pedirme que arriesgue mi vida manteniéndote en secreto, así es como lo sé.

Está diciendo la verdad. No puedo obligarme a creer otra cosa sin importar lo mucho
que lo intente. Y lo intento. Creo que subconscientemente estoy intentando encontrar
alguna razón para que no me guste ella o para tener sospechas por mis celos de antes.

Pero no encuentro nada.


No puedo evitar preguntarme si me tiene rencor por eso, si hay alguna amargura
persistente hacia mí porque Victor le pidió que arriesgara su vida por mí. Pero tengo
la sensación de que no la hay. Hace que de alguna manera me sienta avergonzada.

Se levanta de la mesa y vuelve a la cafetera.

Pero luego se detiene a medio camino y se congela al final del mostrador como si
estuviera a un centímetro de chocarse con una pared de cristal. Su mano derecha toca
el borde del mostrador, sus dedos curvándose en un puño mientras su cabeza se
dirige hacia mí. Sus ojos están muy abiertos y alertas y verla así hace que salte en mi
propia piel.

Y entonces escucho algo también, y mi corazón empieza a latir violentamente contra

170
mis costillas, reverberando por mis huesos a mis oídos. Sombras se mueven a través
de la ventana de la cocina y en ese momento, Samantha se deja caer al suelo, aunque
todavía está sobre sus pies, y se apresura hacia mí, sacándome de la silla. Pasa tan
rápido que no consigo caer con tanta gracia como ella. Casi me caigo sobre mi trasero,
pero mi pie derecho me mantiene en tierra donde me doy la vuelta precariamente
hasta que recupero el equilibrio y luego la sigo por el pasillo.

—¿Quién es? —susurro.

Agarra mi brazo y me da la vuelta frente a ella. Su perro, Pepper, corre a la puerta


trasera, ladrando furiosamente.

—¡Mantente abajo y vuelve a tu habitación! —sisea—. ¡De prisa!

Arrodillada tan bajo en el suelo como posiblemente puedo sin realmente sentarme,
siento como si estuviera corriendo a través de la alfombra hacia la puerta abierta de
la habitación. Una vez que estoy dentro, Samantha entra justo detrás de mí y
dejándose caer sobre sus rodillas, estira ambos brazos y presiona sus manos contra el
enorme baúl de madera que está a los pies de la cama. Mientras está moviendo el
baúl, más sombras se mueven por la ventana y escucho voces susurrando fuera.
Y están hablando español.

Me doy la vuelta hacia Samantha, apartando los ojos de la ventana justo a tiempo para
verla levantando una pequeña puerta de metal en el suelo que ha estado oculta bajo el
baúl.

—¡Entra! ¡De prisa! ¡Ahora!

En el último segundo, el cual realmente no creo que tenga tiempo de gastar, estiro la
mano bajo la cama y cojo el arma que Victor ha dejado ahí, metiéndolo en la parte
posterior de mis pantalones. Samantha agita su mano hacia mí para que me dé prisa y
cuando estoy lo suficiente cerca agarra mi brazo y me ayuda el resto del camino
prácticamente tirándome al agujero bajo el suelo.

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La puerta de metal se cierra sobre mí, dejando fuera la única luz que tenía la cual
había estado brillando escasamente a través de la única ventana de la habitación de la
farola exterior. Y luego escucho que el baúl es devuelto a su sitio sobre la puerta de
metal y mi corazón se hunde como una piedra ante el pensamiento de estar atrapada
aquí abajo, independientemente de lo que pase ahí arriba.

Haz de eso una cosa más que temo, Victor: estar atrapado en un sitio pequeño.

Escucho que los pasos de Samantha se mueven a través del suelo arriba y luego el
sonido de la puerta de la habitación cerrándose una vez que sale.

Todo está en un inquietante silencio: la pesadez de mi corazón, el bombeo de sangre


en mis orejas; no puedo escuchar ninguno de los dos aunque sé que ambos deberían
ser estridentes en el pequeño espacio cerrado que me oculta. No puedo ver nada, así
que estiro mis manos frente a mí y empiezo a sentir mis alrededores. Dolorosamente
cuento tres paredes a mi izquierda, derecha y frente a mí, pero estoy aliviada porque
detrás de mí no hay una cuarta pared para mantenerme confinada. Es un pasillo
estrecho.
No tengo tiempo para investigarlo más cuando oigo el primer disparo, aunque
silenciado como siempre suenan los de Victor, pero sé que esta vez no es Victor.

Pepper ya no está ladrando.

Escucho una voz. Suena lejos pero hace eco desde alguna parte encima de mí. Ahí es
cuando siento una pequeña corriente en el nacimiento de mi cabello y subo mi mano
para sentir el techo. Hay una abertura, aunque demasiado pequeña para que me
quepa la cabeza mucho menos el resto de mi cuerpo, pero es una abertura y sé que así
es como he escuchado el eco de la voz.

Hay otro disparo silenciado y esta vez cuando escucho la voz que lo precede, sé que
pertenece a Javier.

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Capítulo 21
Sarai

173
—Me quedan cuatro balas en esta arma —dice Javier a Samantha en algún lugar
de la casa—. Y voy a poner una en ti cada dos minutos que mi dulce Sarai este todavía
en la clandestinidad.

Mi mano se acerca involuntariamente y se aprieta en mi corazón.

—Victor va a volver —dice Samantha en una voz débil y tensa.

Me llena de pavor pensar en donde Javier ya le ha disparado.

—¡Mientes, puta! Apestas a mentiras. Ahora dime dónde está Sarai. Porque yo sé que
ella está aquí.

¿Cómo sabía que estaba aquí?

Luego, en español Javier grita:

—¡Busquen en la casa! Cada habitación. ¡Pónganla patas arriba y encuéntrenla!


Dos segundos después, el sonido de los muebles volcándose, cristales rotos y pies
pisando fuerte por el suelo se hace eco a través de las paredes.

—Ella no está aquí —dice Samantha como si empujara las palabras a través de sus
dientes—. Victor estaba aquí antes. Con una chica. Una niña de pelo negro que él
llamaba Izabel. Pero se la llevo con él cuando se fue.

¡Bang!

Suena otro disparo y Samantha grita de dolor, pero luego sus gritos son sordos y sólo
puedo imaginar que es por la mano de Javier. O tal vez alguien más en la habitación.
Las lágrimas caen por mis mejillas calientes. Hay una frialdad en el aire al estar tan
cerca del suelo frío fuera, pero mi presión arterial es tan alta por la increíble cantidad

174
de estrés en mis nervios que se siente como si mi cabeza estuviera en llamas.

—Sé que está aquí —dice Javier con frialdad—. Sé que ella no se fue con él, porque
estaba observando. Ahora tienes seis minutos más. La última bala la voy a poner en tu
cerebro.

Entonces la voz de Javier se eleva:

—¿Has oído eso, Sarai? —dice en voz alta para mí—. En seis minutos más la matarás.
Al igual que mataste a Lydia. Todo lo que quiero es llevarte a casa. Yo nunca te haría
daño, ya sabes eso.

Me tiemblan las piernas.

Después de que los ruidos de saqueo finalmente se detienen, hay juegos adicionales
de pasos, dos a juzgar por el patrón, y vuelven de nuevo en la habitación con Javier.

—Ustedes dos vayan afuera —exige Javier—. Miren por todas partes, busquen por el
barrio pero no llamen la atención. ¡Vayan!

No puedo dejar a Samantha allí con él a morir.


—¡Te dije que no hay nadie aquí! —grita.

El ruido que escucho esta vez sé es la mano de Javier en su rostro y luego su cuerpo al
caer al suelo. Las vigas del piso se sacuden encima de mí con la fuerza de la caída.

Me vuelvo a mi espalda y empiezo a sentir mi camino por el estrecho pasaje, con la


esperanza de salir. Porque no voy a dejarla así. Javier me puede recuperar. Él puede
matarme si quiere, pero no voy a esconderme aquí debajo como una cobarde y
dejarla morir por mí.

¡Bang!

Mi aliento se corta y mis huesos se bloquean, pero siguen avanzando y, finalmente,

175
llego al final. Aquí no hay nada, nada más que más paredes y el mismo pasaje por el
que acabo de entrar. Busco por encima de mí y busco alrededor en el techo por otra
escotilla de la puerta de metal. Y, por supuesto, que hay una. Y justo cuando creo que
no hay manera de que pueda levantar esa tapa todo el camino y subir por cuenta
propia sin hacer ruido suficiente para decirle a Javier exactamente donde estoy, toco
con el dedo del pie unas escaleras móviles de cuatro escalones en la esquina.

Cojo las escaleras en vez de empujarlas por el suelo para evitar hacer ruido
innecesario y los pongo debajo de la escotilla. Al subir al tercer escalón, tengo que
agacharme hacia adelante para evitar golpearme la cabeza en el techo. Llego con las
dos manos, apretando mis manos contra la escotilla y cierro los ojos mientras empujo,
con la esperanza de que no está bloqueado por nada y que dondequiera que se
encuentre, no sea en algún lugar donde Javier pueda verme.

Se abre la escotilla, crujiendo, por lo que hago una mueca de dolor y me congelo
sosteniéndolo parcialmente abierta por encima de mí. Empujo de nuevo y camino
hasta el cuarto escalón y mi cabeza emerge dentro de un armario. Veo que un colchón
de espuma doblado y colocado en la parte superior de la puerta de la escotilla para
ocultarlo y hay alfombra en la parte superior de la escotilla que coincide con la
alfombra en el suelo del armario; lo siento con mis dedos mientras levanto la escotilla
el resto del camino y la dejo apoyarse contra la parte posterior de la pared del
armario.

Salgo y silenciosamente empujando a través de la ropa colgada en la barra de arriba.

¡Bang!

—¡Dos minutos más, Sarai! —oigo a Javier advertir desde la sala de estar.

Abro la puerta del armario y hago mi camino más rápido ahora a través de la
habitación de Samantha, por el pasillo y en la sala de estar, donde Javier está a la
espera de mí, todos los huesos y músculos de mi cuerpo temblorosos.

—¡Ah, y ahí está! —Javier levanta las dos manos a su lado, con el arma colocada en la

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derecha. Él sonríe y se ve realmente emocionado de verme. Está loco....

Sus manos se caen a los costados.

—Te he echado de menos, Sarai. —Él ladea la cabeza hacia un lado para parecer
sincero—. Si eras infeliz, ¿por qué no lo dijiste? Habría hecho cualquier cosa que
quisieras, lo sabes.

No me importa lo que tenga que decir, todo lo que importa es asegurarse de que
Samantha está bien. Tratando de mantener mis ojos en Javier, mi mirada explora
cuidadosamente la habitación por delante de mí, en busca de ella.

Por último, veo sus pies desnudos que salen de detrás de la silla del otro lado de la
habitación, su piel manchada de sangre.

—Samantha, ¿estás bien?

Ella no responde, así que sé que está muy mal herida.

Miro de nuevo hacia Javier, suplicando con mis ojos.

—Vámonos. Por favor. Javier por favor, no le hagas más daño.


Me sonríe, pareciendo reflexivo pero divertido.

Está vestido de negro de arriba a abajo: camisa de manga larga negra, cinturón negro,
pantalón negro, zapatos negros. Corazón negro. Él levanta su arma y me hace un gesto
para que vaya a él.

Él curva su dedo—. Deja que te vea.

Camino más cerca, mis pies descalzos moviéndose sobre las revistas de Good
Housekeeping esparcidas por el suelo. El reloj del abuelo en la esquina suena
ominosamente detrás de mí.

—Javier, ella va a morir si no llamamos a una ambulancia —le ruego mientras me

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acerco—. Voy a llamar al 911. Entonces podemos salir.

Veo sus rodillas ahora, pero es todo lo que puedo ver ya que el resto de ella es
oscurecida por la silla y la oscuridad.

Javier toca mi mano.

—¿Te cogió? —pregunta y tira de mí hacia él por mis dedos—. ¿Lo dejaste cogerte, o
todavía eres mía? —Se inclina hacia adentro e inhala mi aroma, jugando con la punta
de sus dedos con un mechón de pelo salido de mi cola de caballo.

—No —le digo con voz entrecortada—. Yo siempre seré tuya.

Lleva colonia, el mismo tipo que siempre usaba cuando él había venido a mí en la
noche. Y su pelo, un poco largo en la parte superior, está limpio y arreglado, la forma
en que siempre lo llevaba cuando me había arreglado y llevado con él a las casas de
los ricos.

—No me mientas — dice en voz baja y siento su aliento en mi cuello—. No sabes lo


que me has hecho. No deberías haberte ido.
Acerco mi mano izquierda y hundo mis dedos suavemente por la parte trasera de su
cuello. Me apoyo en él, el lado de mi cara navegando por los botones abiertos en la
parte superior de su camisa hasta que siento su pecho en mi mejilla.

—Lo sé y lo siento. — Beso su piel ligeramente—. Lo siento mucho por haberte


dejado así —agrego en español.

Me estremezco, tanto de placer y como de disgusto, cuando desliza su mano por la


parte delantera de mis pantalones y pone dos dedos dentro de mí. No importa que él
está loco o que es un asesino o que él me podría matar en cualquier momento, el
toque todavía me hace mojar. Es mi cuerpo traicionándome, la naturaleza humana
traicionándome, no mi mente o mi corazón. Me acostumbre a reaccionar a él de esta
manera hace años. Un instinto de supervivencia retorcido que no enseñan en clases

178
de defensa personal. Javier tenía que creer que me estaba encendiendo o sabría que
todo lo demás sobre mí era una mentira, también, por lo que mi cuerpo aprendió a
reaccionar de la manera que sabía que iba a mantenerme viva.

Saca sus dedos y los lleva a sus labios, inhalando profundamente, con los ojos
cerrados como si fuera a saborearlo. Luego les pone en su boca.

Doy un paso hacia atrás mientras está distraído, para poner la mayor distancia entre
nosotros como puedo manejar, aunque sea pequeña.

—No estoy seguro de quererte más —dice.

Mi corazón se endurece. Si él no me quiere entonces yo sé que me va a matar, sobre


todo después de todo lo que he hecho, todos los problemas que he causado.

—Javier —le digo, tratando de ocultar el nerviosismo en mi voz—, vamos. Estoy lista
para volver.

Su labio superior se frunce y niega con la cabeza.


—Izel está muerta —dice exploratoriamente, preguntando si lo hice—. Sé que la
odiabas. No te culpo. Pero ella era mi hermana.

Niego con la cabeza y empiezo a retroceder un poco más.

—Yo… yo no la maté — le digo—. Yo no lo sabía.

Javier se ríe.

Doy otro paso atrás y dos hacia mi derecha, pisando una fuerte pieza de plástico de
algún objeto al azar, pero no rompe la piel. Aprieto las manos contra la pared detrás
de mí.

Y entonces la veo, Samantha, mucho más clara desde este ángulo. Abandono mi

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extrema necesidad de ver cada movimiento de Javier mientras me acerca lentamente,
burlonamente, y todo lo que puedo ver ahora es Samantha. No se mueve. Ella se
sienta desplomada con la espalda contra la pared. Sus piernas ensangrentadas están
extendidas hacia el suelo. Sus brazos se encuentran sin fuerzas a ambos lados de ella,
sus dedos no están curvados.

Sus ojos. Están abiertos. Y están muertos.

La bilis se agita en mi estómago, mis manos empiezan a solidificarse, duro como el


metal, abajo a mis costados. Estoy temblando con toda la ira, el odio y la culpa, y
maldita sea, miedo.

—La mataste —le digo, mi labios temblorosos.

—Lo hice —admite Javier con orgullo—. En el quinto tiro.

—Pero dijiste... — Yo miro hacia y desde él y el cuerpo de Samantha, mi corazón se


siente como si se estuviera cerrando sobre sí mismo. —Dijiste que si yo no...

Javier levanta su arma hacia mí, esa última bala que ahora sé por qué no la utilizo en
ella.
Me quedo congelada, una mano todavía en la pared detrás de mí, y la otra de alguna
manera hizo su camino a mi estómago, como si pudiera mantener el vómito por estar
allí. Me tropiezo con más escombros y luego presiono mi espalda contra la pared para
dejar que me sostenga. Debido a que mi cuerpo me sigue traicionando, mis piernas
débiles e inestables, que amenazan con ceder por debajo de mí en cualquier
momento.

Miro a través del pequeño espacio que separa Javier y a mí. Miro en sus ojos fríos y
oscuros sin fondo, no al cañón de su arma apuntando directamente a mí, si no sus
ojos. Oigo un clic, sólo un clic, y nos miramos fijamente en la cara del otro, los dos
confundidos por lo que acaba de suceder. Entonces suena un disparo y mi cabeza cae
contra la pared con mi espalda. Siento mi cuerpo deslizarse hacia abajo hasta que

180
estoy sentada en el suelo al igual que Samantha. Floja y gastada, al igual que
Samantha. La habitación da vueltas en mi visión como una espesa bruma gris.

Y cierro los ojos y dejo que la oscuridad me lleve.


Capitulo 22
Victor

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Estoy a cuarenta mil pies sobre el paisaje de Texas cuando recibo la llamada.

—Victor —dice Niklas en el teléfono—, Javier no está en Tucson. Fue reportado que
uso una conocida tarjeta de crédito con un viejo de alias, a las afueras de La Grange,
Texas.

Levanto mi espalda con rigidez del asiento.

—Eso es menos de dos horas en carro a Houston —señalo, más para mí—. ¿En qué
momento se registró la tarjeta?

—A las tres y doce de esta tarde.

Mi cuerpo se vuelve rígido.

Colgando el teléfono, lo aplasto con mi puño hacia abajo a mi lado mientras me dirijo
a la cabina.

—Da la vuelta —exijo.

Menos de una hora más tarde estoy conduciendo a través del tráfico
descuidadamente, llamando atención innecesaria en mí. Pero conduzco rápidamente,
pasando un número de semáforos, sin saber cómo me las arreglé para conducir todo
el camino de regreso a la casa de Samantha, sin tener que perder un policía o dos en
una persecución a alta velocidad en mi camino.

Hay un vehículo aparcado en el frente, en la calle entre la casa de Samantha y la de al


lado . Yo no recuerdo haberlo visto cuando los pase. Con mi arma en mi mano, me
mantengo bajo mientras salgo y corro por el camino, utilizando el vehículo de
Samantha como escudo por si acaso. No hay luces en el interior de la casa. Es
inusualmente tranquilo. El perro de Samantha normalmente estaría enredado en la
ventana blindada para ahora, tratando de ver hacia fuera después de escuchar un
vehículo pararse.

Oigo otro perro más grande, ladrando en el patio trasero del vecino de enfrente y me

182
quedo agachado, haciendo mi camino por debajo de la marquesina y al lado del
vehículo antiguo estacionado allí.

Una figura emerge desde el lado de la casa justo después de que me muevo en silencio
a través del espacio y llego a la pared de ladrillo debajo de la marquesina. Lo tumbo
por la garganta demasiado rápido para que reaccione y lo tiro al suelo. Su arma
golpea el hormigón y en el mismo momento, pongo una bala en su sien antes de que
tenga la oportunidad de disparar.

Otro hombre dice su nombre, buscando al hombre que acabo de matar. No espero a
que venga por el lado. Doy un paso justo en frente de él, levanto mi pistola en su cara
y consigo mi tiro antes de que él me vea completamente. Su cuerpo golpea la hierba.
Espero unos segundos en caso de que haya más y entonces me lanzo dentro de la casa
por la puerta lateral por debajo de la marquesina.

La casa ha sido destruida; el perro de Samantha, muerto a tiros en el piso de la cocina.


Huelo humo de los disparos, sangre, café recién hecho y colonia desconocida.

El primer cuerpo que veo es el de Samantha . El segundo, el de Javier.


—¿Sarai ? —digo cuando la veo sentada contra la pared a mi izquierda, parcialmente
oculta por la oscuridad. Me quito los guantes negros y los empujo dentro de mi
bolsillo de la chaqueta y voy hacia ella—. ¿Sarai?

Ella no me mira, así que me agacho delante de ella.

El arma que dejé debajo de su colchón se encuentra junto a su pie. La deslizo en la


parte de atrás de mis pantalones. Ambas rodillas están atraídas hacia arriba contra su
pecho, sus manos yacen palma hacia arriba a su lado en el suelo.

—Está muerto —dice ella, sus palabras distantes, como si todavía estuviera tratando
de procesar la verdad. Levanta la vista hacia mí; el dolor y la confusión y
desorientación residen dentro de ellos—. Yo lo maté, Victor.

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Extiendo la mano y la levanto en mis brazos.

—Voy a sacarte de aquí.

Apretándola contra mi pecho, la llevo a través de la muerte y la ruina y fuera de la


casa. No habla, pero ella me sostiene apretadamente como si estuviera aterrorizada
de que la deje. O, tal vez, aterrorizada de que dejaré que se vaya intencionalmente.
La pongo con cuidado en el asiento del pasajero.

Tres vehículos de policía pasan volando hacia la casa de Samantha ,una manzana
antes de dejar la escena, pasando el límite de velocidad en esta ocasión.

Sarai esta silenciosa e inmóvil, sin emociones, todo el camino de vuelta al aeropuerto,
donde el avión privado nos espera.

Sólo hay un lugar para llevarla ahora. Casa. A mi casa en la costa de Nueva Inglaterra.
Mi conductor nos recoge del aeropuerto horas después. Sarai estuvo todo el camino a
mi casa en la playa con la cabeza apretada contra la ventana del asiento trasero. Ella
no se movió. Es la primera vez desde que la encontré en mi vehículo en México que
daría la bienvenida a su locuaz conversación unilateral y preguntas molestas. Pero no
consigo nada de ella. Y me encuentro silenciosamente anhelándolo.

La primera muerte es siempre la más difícil, esa que nunca se olvida. Pero la primera
muerte es también la que te da las posibilidades de vivir una vida normal más o
menos.

Sarai ya no está en la zona de cincuenta por ciento.

No debería haberla dejado allí....

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Llevándola a través de la calzada de adoquines y en la casa, me la llevo dentro y la
acuesto en mi sofá. Ha pasado un mes desde que estoy aquí y todavía huele tan limpio
como el día que me fui y salí en un trabajo para matar a un hombre en Colombia. Es a
causa de trabajos como estos que puedo permitirme estos lujos. Pero es una pena que
debido a lo que le ha ocurrido a Sarai voy a tener que salir de aquí pronto, también.
Pensé que podría permanecer en un lugar durante al menos un año en esta ocasión,
pero así es la vida que llevo , un camino oscuro y solitario forrado sólo con la soledad
de la muerte.

Sarai se acuesta de lado, con la cabeza apoyada en un almohadón del sofá.

Me quito mi chaqueta de traje y la dejo en el respaldo de la silla junto a mí y luego


empiezo a ir a la cocina a buscar un poco de agua, pero su voz me deja congelado.

—El arma se trabó.

De pie en la entrada de la cocina, me vuelvo para mirarla a graves de la extensión de


baldosas de mármol y muebles caros. Camino hacia ella otra vez, lentamente,
rompiendo el botón del puño de mi camisa.
Espero pacientemente a que ella continúe. Ella en silencio no se fija en mí; ella mira
hacia delante, viendo sólo la escena mientras la revive.

—Yo estaría muerta si no fuera por eso.

Camino más cerca, manteniendo mi distancia, como si una parte de mí no quisiera


interrumpir sus pensamientos con mi presencia. Rompo el botón del puño izquierdo y
enrollo las mangas.

—Me quedé helada —dice ella , recordando—. Pensé que estaba muerta. Me quedé
allí esperando la muerte. —Ella mueve la cabeza hacia atrás lo suficiente para
finalmente verme—. No sé cómo he reaccionado tan rápido, pero su arma se trabó...
esa mirada en su cara... lo siguiente que sé que el arma en la parte de atrás de mis

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pantalones está en mi mano y Javier está en el piso. No lo dudé. Era como si alguien
más estuviera dentro de mi cabeza en el momento que lo hice. Ella fue quien cogió el
arma. Ella fue quien apretó el gatillo. Porque yo no me di cuenta lo que había pasado
hasta que acabó. —Mira distraídamente de nuevo—. Yo lo maté —añade distante.

—Se lo merecía —le digo con calma.

Su cabeza se mueve bruscamente hacia atrás para verme, haciéndome pensar que
cuando me miró hace unos momentos, ella no estaba realmente viéndome en
absoluto. Es como si mi voz la despertara.

Ella se levanta del sofá.

La miro con curiosidad con una mirada de soslayo vaga. Vislumbro sus manos
temblorosas y las comisuras de la boca temblando. Ella curva sus dedos en sus palmas
hasta que sus manos se apretaron en puños. Y entonces ella se abalanza sobre mí.

—¡Te fuiste! ¡Hijo de puta! ¡Te fuiste! —grita, golpeando sus puños contra mi pecho lo
más fuerte que puede.
La dejé. Me quedé inmóvil y la deje hasta que no pudo hacer más y su cuerpo comenzó
a caer de manera exhausta a mis pies. Pero la atrapo antes de que caiga al suelo,
envolviendo mis brazos alrededor de su pequeño cuerpo. Ella solloza en mi pecho,
ahogándose en sus lágrimas, agarrando las costuras de mi chaleco con sus dedos
temblorosos.

—Te fuiste... —repite una y otra vez hasta que las palabras se desvanecen en un
susurro en sus labios—. Te fuiste...

La abrazo fuertemente. Torpemente. Porque nunca he hecho esto antes. Nunca he


experimentado este tipo de pena y dolor y nunca he sido el que se espera que ayude a
arreglarlo. Mi madre fue la única que alguna vez se había ocupado de mí así cuando
era un niño y no puedo recordar la forma en que se sentía.

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Me siento como queriendo presionar mis labios contra la parte superior de su cabello.
Pero no lo hago. Tengo ganas de apretarla un poco más fuerte y ponerla
completamente contra mí. Pero no puedo. Es que no me atrevo a hacerlo.

—Sarai —le digo, alejándola suavemente para así poder ver sus ojos—. Necesito que
me digas lo que pasó. Cuéntamelo todo. ¿Hizo Samantha alguna llamada telefónica?
¿Recibió llamadas extrañas que haya mencionado?

La expresión de Sarai se distorsiona con ofensa.

—¿Crees que tuvo algo que ver con esto? —Se aleja de mí—. ¡Ella murió
protegiéndome! ¿Cómo puedes pensar que tenía algo que ver con esto?

Suspiro profundamente.

—No, yo no puedo creer que ella lo hiciera. Samantha era digna de confianza. Pero
ella y Niklas son las únicas dos personas además de ti y yo, que sabía dónde estabas.
—Doy un paso hacia adelante y pongo mis manos sobre la parte superior de sus
brazos en un intento de hacerle entender y cuando ella no me empujó lejos estuve
aliviado—. Tuvo que haber sido uno de ellos y sólo estoy tratando de entender los
hechos.

—Entonces fue Niklas —gruñe con enojo al pensar en él. Sus ojos son salvajes y se
estrechan—. Él me odia, Victor. Odia que me hayas estado ayudando. Casi lo dijo
cuando estaba en la camioneta con él. ¡Sé que fue él!

Doy un paso lejos de ella, mis manos alejándose de sus brazos y cruzo un brazo por
encima de mi estómago, apoyando el otro sobre el mismo. Froto la mano por la corta
barba de mi cara, contemplo la situación. Sarai tiene razón. Niklas es la respuesta
obvia y aunque a menudo lo obvio resulta no ser la respuesta, después de todo, esta
vez tiene que serlo. Porque es lo único que tiene sentido.

187
Mi hermano me traicionó.
Capítulo 23
Sarai

188
—¿Qué estás haciendo? —pregunto mientras Victor avanza por su chaqueta en
la silla.

Busca dentro del bolsillo y saca un teléfono celular que nunca antes lo he visto usar y
marca un número.

—Voy a traer a Niklas aquí.

Sorprendida, al principio me lo quedo mirando. Pero luego empiezo a entrar en


pánico.

Corro hacia él, sujetándolo por el codo.

—No, no puedes dejarle saber dónde estamos —digo en susurros—. ¿Por qué traerlo
aquí? ¿Qué vas a hacer?

Mi mente se encuentra frenética con los escenarios, ninguno de los cuales puedo
imaginar con un final feliz.
Cierro la boca cuando alza la mano para silenciarme a la vez que Niklas responde en
el otro extremo del teléfono.

—Javier Ruiz ha sido eliminado —dice Victor, tan calmo y profesionalmente como en
cualquier otro momento que lo he escuchado hablar a Niklas.

—Sí —responde una pregunta que no puedo escuchar pero aun así empujo
estupefacta mi cabeza un poco hacia adelante como si eso amplificara el volumen de
alguna manera—. La policía llegó a la escena antes de que consiguiera salir del
vecindario. No fue una muerte limpia. —Escucha a Niklas por un momento y luego
continúa—: Creo que Samantha los llevó allí. La chica estaba viva cuando llegué justo
antes de eliminar a Javier. Él le había disparado, pero ella consiguió decirme que
escuchó a Samantha en el teléfono con alguien justo antes de que yo dejara Tucson. Sí.

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No, Samantha está muerta. Informa a Vonnegut que la Casa de Seguridad Doce ha sido
comprometida. Un Limpiador debería ser enviado inmediatamente para confiscar sus
archivos. Sí. Sí. —Me mira—. No será necesario. La chica murió de la herida. La dejé
allí.

Mi estómago se retuerce en nudos. Cruzo mis brazos por encima.

—Niklas —dice, dejando caer el profesionalismo en su tono un grado—. Ven a mi


ubicación en Nueva Inglaterra tan pronto como puedas. Conseguiremos el pago fijado
y luego… quiero contarte lo que sucedió en Budapest.

Inclino mi cabeza suavemente a un lado para escuchar las últimas palabras. Todo lo
demás que Victor le dijo a Niklas, lo entiendo todo por lo que fue: una mentira, una
estratagema para traerlo aquí. Pero la última parte se sentía real, personal. El hecho
de que lo dijera frente a mí me golpea como algo particular. Sé que no tiene nada que
ver conmigo, entonces ¿por qué lo incluiría en esta conversación en particular? Es en
este momento que empiezo a darme cuenta que Niklas es algo más para Victor que su
intermediario, más que alguien con quien trabajaba y que lo que sea que sucedió en
Budapest tiene que ser dicho porque su consciencia necesita ser limpiada.
Eso es lo que las personas hacen cuando se despiden.

No sé por qué, pero a pesar de que Niklas está intentando asesinarme, siento este
dolor y tristeza en mi interior. Porque sé lo que Victor hará. Sé que va a matarlo. Sin
embargo, siento que es lo último que quiere hacer…

Pone el teléfono en la mesa de cristal junto a la silla y aparta los botones de su


chaleco.

—No tengo a donde más ir —le digo desde el sofá una vez más—. Sé que he sido una
carga y lo lamento. Samantha me dijo que lo estabas arriesgando todo, incluso tu vida
por ayudarme y no tengo nada que darte a cambio. Más que mi gratitud y sé que eso
no es mucho. —Suspiro y agrego—: Y siento lo de Samantha.

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Lanza su chaleco y luego su corbata sobre el respaldo de la silla junto con la chaqueta.

—Fue mi decisión ayudarte —dice mientras saca la camisa de vestir fuera del
pantalón—. Y Samantha fue una buena mujer.

—¿Te amaba?

Doblo mis manos juntas sobre mi regazo.

—No —dice, sin mirarme—. Quiso, pero fue incapaz.

Mi ceño se frunce con confusión.

—¿Incapaz de amar? —pregunto—. Nadie es incapaz de eso.

—No puedes enamorarte de alguien que no está ahí —dice de manera casual—. Me
fui antes de que tuviera la oportunidad.

—¿La amaste? —Mentalmente contengo el aliento.

—No, no la amé. El amor es un impedimento en este negocio. Sólo conseguirá que te


maten.
Aunque su respuesta deja un sabor amargo en mi boca, no puedo negar que quizá él
tenga razón. Aunque pienso en cómo Victor, o cualquier otro de hecho, podría pasarse
la vida sin amar a alguien. Pero entonces me doy cuenta que yo nunca he amado a
nadie, tampoco.

—Y sé que no tienes ningún lugar a dónde ir —agrega—, pero cuando esto acabe y
sepa que estás a salvo, estarás por tu cuenta. Te ayudare a instalarte, darte un
comienzo decente. —Se detiene y me mira con intensidad, sus ojos trabándose en los
míos como apoderándose de toda mi atención—. Pero esto termina pronto. Has
estado conmigo mucho tiempo ya así como estamos.

Se siente como si de repente estuviera enojado conmigo, o al menos enojado consigo


mismo por ayudarme. Quizá tiene que ver con lo que sea que está sucediendo entre

191
Niklas y él, nunca podría saberlo, pero desde su llamada con Niklas, Victor está
diferente.
Y eso me llena de temor.

Se da la vuelta y atraviesa un arco de mármol que lleva a otra parte de esta enorme
casa. En cierto modo me recuerda a los lugares que Javier solía llevarme vestida de
gala y de su brazo, pero esta casa, aunque es enorme por lo que he visto, es más
pequeña que las otras. Y más oscura, con suelos oscuros de madera de cerezo tan
brillantes que puedo ver mi reflejo, y cubierto con costosas alfombras de los rojos,
marrones y grises más profundos. Altas cortinas de color rojo ladrillo engalanan las
amplias ventanas que cubren la totalidad de una de las paredes del techo al piso y con
vistas al turbulento océano de debajo. Incluso afuera la playa no es un brillante
paraíso junto al mar con arenas blancas y cielos azules. Aquí es gris y sombrío y las
olas impactan con furia contra las rocas muchos metros debajo, y ni siquiera hay una
tormenta.

Por las siguientes horas, Victor permanece fuera de vista. No siento que me esté
ignorando intencionalmente, pero sé que quiere estar solo.
Pienso mucho en Samantha. Y en Lydia. Y en Izel. Y en Javier. He visto tanta muerte.
He matado a un hombre esta noche, sin embargo, lo único que pica en mi mente más
es el hecho de que yo ya lo superé. En su mayor parte, es decir; todavía no puedo
sacarlo de mi mente. Todavía veo los ojos oscuros de Javier, casi negros mirándome
con esa arma atascada en la mano. Todavía tiemblo... Estoy temblando ahora mismo...
cuando pienso en apretar el gatillo, cuando sus ojos siguieron los míos todo el camino
hasta que su cuerpo cayó al suelo. Y nunca olvidaré lo que me dijo antes de morir:

—Sabía que lo tenías en ti, Sarai.

Y me odio por ello, pero... bueno, siento una sensación de tristeza fuera de lugar por
Javier. Un vacío. Esa parte de mí que lo aceptó como la única vida que tenía, si yo lo
quería o no, lo echaba de menos. Supongo que porque estaba acostumbrada a él

192
después de tanto tiempo.

—¿Sarai? —La voz de Victor me saca del trance en mi memoria.

Levanto la vista hacia él de pie junto a mí. Nunca le oí subir o me di cuenta de su alta
figura acercándose al sofá, estaba tan absorta.

—Niklas estará aquí en unos veinte minutos —dice—. Tendrás que permanecer fuera
de vista. Irás a mi habitación y mantendrás la puerta cerrada. ¿Lo has entendido?

—Sí.

Odio cuan frío se siente de nuevo, al igual que se sintió cuando lo conocí. Todos los
rastros de la empatía y la apertura que sentía crecer dentro de Victor durante el
tiempo que hemos estado juntos se han ido.

—¿Qué vas a hacer?

—Lo que tengo que hacer.


Camina junto a mí llevando una camisa jersey negra de manga larga y pantalones
negros. Es refrescante verlo vestido con algo tan casual después de sólo verlo en
trajes. Él es atractivo en todo lo que elige usar, tengo que reconocerlo.

Lo sigo a cualquier parte de la casa que va.

—¿Victor? —pregunto a sus espaldas, pero él sigue caminando—. Yo… yo podría


ayudarte. —No puedo creer que esté diciendo esto—. ¿Alguna vez... has entrenado a
alguien? Ya sabes, ¿para ser como tú?

Victor se detiene a mitad de un paso por debajo de la entrada de alguna amplia sala
con suelo de mármol por delante.

193
Veo que sus hombros suben y bajan. Luego se vuelve hacia mí.

—No —dice—, y nunca lo haré.

Él deja las cosas así, y entra en la habitación donde continúo a seguirlo y una vez que
estoy en el interior, la belleza de ella me quita el aliento. Hay cuatro estatuas de
tamaño natural de mujeres griegas que llevaban vestidos que fluyen, de pie en todas
las esquinas de esta redondeada sala en forma de cúpula. A mi derecha otra ventana
del tamaño de la pared da al tumultuoso océano y frente a él, reposado con orgullo
esta exhibido el piano más hermoso que he visto en mi vida.

Trato de apartar los ojos de el.

—Pero ¿por qué no? —le pregunto, viniendo detrás de él—. ¿Qué otra cosa voy a
hacer con mi vida? No puedo volver allí. No tengo educación, ni siquiera llegué a
graduarme. No tengo amigos, ni familia, ni historia laboral. Victor, no tengo ni
siquiera una licencia de conducir real o un certificado de nacimiento y tarjeta de
seguro social. No tengo ni identidad, al menos no una legal.

Él sale de la habitación con el piano, camina a través de una salida en el otro lado y me
quedo cerca de él.
Ahora estamos en una habitación más bien pequeña, con una estantería del techo al
piso situada en la pared del fondo, lleno hasta el borde con los libros... sobre todo con
tapas de cuero... y un escritorio lacado negro de aspecto antiguo en una pared. Un
sillón reclinable de cuero se encuentra en el centro de la habitación con una pequeña
mesa y una lámpara al lado de él.

—Puedes recuperar esas cosas —dice caminando hacia la mesa al lado de la silla—.
Va a tomar algo de tiempo, pero se puede conseguir. En cuanto a la educación, puedes
obtener un examen capacitador, ir a una universidad pública. —Él me mira y añade—
: Va a ser difícil, pero es tu única opción.

Toma un libro de los de la mesa y empieza a hojear las páginas de bordes


desgastados.

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—Pero eso no es lo que quiero —le digo. Yo quiero... hacer lo que haces. Sé que suena
ridículo, pero...

—Es ridículo —dice, cerrando totalmente el libro en su mano—. La respuesta es no.


Siempre va a serlo, así que no pierdas tu tiempo ni el mío hablando sobre eso otra vez.

Camina junto a mí de nuevo.

Y lo sigo de nuevo, a través de la habitación con el piano y de nuevo en la sala de estar.

Él empieza a me dejarme aquí de pie de nuevo, pero lo detengo.

—Quiero quedarme contigo.

De espaldas a mí, sólo está allí parado, tranquilo e inmóvil como si mi admisión robó
sus movimientos y voz. No quise decir eso en voz alta, pero me pareció que era lo
único que me quedaba para lanzarle.

Durante un largo momento, creo que va a responder, incluso si acaba de decirme que
no otra vez y regañarme sobre cómo no sé lo que estoy diciendo o lo que estoy
pidiendo. Pero no dice nada. Y, finalmente, rodea la esquina de regreso a su
habitación.

Sintiéndome derrotada, me siento en un taburete en la cocina y veo la televisión de


vídeo vigilancia fija dentro de la pared a mi izquierda; una pantalla dividida cuatro
maneras de mostrar cuatro áreas diferentes de la propiedad a la vez. Y cada cuadrado
individual también cambia a otra cámara cada pocos segundos para mostrar todavía
más áreas de la propiedad.

Minutos más tarde, un vehículo negro elegante, muy parecido al que Victor tenía en el
que me escondí al salir del recinto, se detiene en la puerta principal.

Victor, probablemente viendo la misma pantalla en otra habitación, entra en la cocina.

195
—Él está aquí —anuncia y me hace señas con una mano—. Recuerda lo que dije:
permanece en silencio y no salgas de mi habitación hasta que yo te diga.

Asiento con la cabeza nerviosamente.

Mi estómago está nadando de nuevo, mi corazón está palpitando el doble de duro que
segundos atrás.

Me deslizo del taburete y camino rápidamente dentro de la habitación inmaculada de


Victor, donde hay, como era de esperar, otra ventana del tamaño de la pared. Una
enorme cama tamaño king se presiona contra otra pared, vestida con ropa de cama de
color negra y gris tensada sobre el colchón de manera que no hay arrugas o
imperfecciones que se puedan encontrar. Parece que es el mismo caso en todas las
habitaciones que he visto hasta ahora: carece de imperfecciones y señales del más
mínimo desorden.

Victor cierra la puerta detrás de mí y trato de prepararme mentalmente para lo que


está a punto de suceder.
CAPÍTULO 24
Victor

196
Cuando Niklas y yo éramos solo niños, antes de ser tomados por la Orden, él
era mi mejor amigo. Peleábamos mucho, mano a mano, siempre tratando de
compararnos, y a pesar de que siempre salimos con narices sangrientas y una vez una
muñeca rota, nada podía hacer que nos pusiéramos en contra. Saldríamos caminando
del campo de batalla, preocupándonos porque nuestra madre habría estado
esperando por nosotros para la cena cuando llegáramos a casa. Y despertaríamos e
iríamos a la escuela con ojos negros que combinaban.

Los que les daba yo eran más grandes, por supuesto, pero entonces Niklas diría lo
mismo sobre lo que él me daba a mí.

Después de que fuimos tomados por la Orden, las cosas entre nosotros comenzaron a
cambiar. Vonnegut, a pesar de que rara vez daba la cara… y eso no había cambiado
incluso a este día… dijo que yo mostré promesa. Pero no dijo nada sobre Niklas. Y la
primera vez que vi el rostro de Niklas cuando Vonnegut me promovió… más joven
que cualquier otros asesino al que haya promovido… a Agente Completo cuando tenía
solo diecisiete años, vi algo en Niklas que me endureció contra él: un corazón celoso.

Supe en ese momento que un día tal vez sería forzado a matarlo.
Niklas es la única familia que me queda. Y por mucho que deseo que no tenga que ser
de esta manera, de que pudiera estar equivocado sobre él y regresar a como las cosas
eran, sé que eso no es completamente posible. La verdad es que, he estado cuidando
mi espalda a lo que mi hermano se refiere desde el año pasado.

Y nuestro padre es el culpable por eso.

Supongo que debería haberlo escuchado…

Me encuentro con Niklas en la puerta principal. Entra, calmado y colectivo como


siempre, excepto cuando está enojado conmigo por tener mente propia y escoger
hacer cosas que crea convenientes.

197
Cierro la puerta detrás de él.

—Este lugar es mucho mejor que el anterior —dice, mirando los techos en escala con
sus manos dobladas juntas detrás de su espalda.

Me encuentro estudiando privadamente sus facciones, buscando rastros de mí y mi


padre en él. Tenemos los mismos ojos, sin embargo los de él son más azules que los
míos; los míos tienen a parecer más verde que azul algunas veces. Su rostro es más
redondo, el mío más delgado. Pero creo que lo que más nos separa son nuestros
acentos. Nuestro padre y su madre eran alemanes. Yo nací en Francia, mi madre una
espía francesa de la Orden. Mi padre nos llevó a Alemania cuando yo tenía dos años y
conocí a Niklas hasta que tenía seis. Lo ayudé a aprender hablar inglés y francés, pero
él no tenía el don de la lingüística como yo, así que nunca fue completamente capaz de
perder el acento. Pero a pesar de las diferencias que tenemos, sigo viendo una versión
más joven de mí cuando lo veo. Especialmente ahora mientras trato de aceptar el
hecho de que voy a matarlo. No quiero. Quiero caminar lejos de esto y olvidar de que
alguna vez pasó, pero esa no es una opción.

Me sonríe.

También tenemos la misma sonrisa. Recuerdo a mi padre diciéndome esto.


—Sí —digo sobre la casa—. Pensé que era tiempo de dormir en algo más exclusivo.
Tenía la esperanza de poder quedarme aquí por un tiempo.

—¿Eso ha cambiado? —pregunta con curiosidad, teniendo razón de creer eso a juzgar
por mi tono.

—Desgraciadamente.

Señalo hacia la sala—. Vamos a sentarnos —digo y me sigue—. Tenemos mucho que
discutir.

Toma la silla junto a la mesa de mármol.

Yo me quedo de pie.

198
Tengo la sensación de que se pregunta por qué no me siento, pero la curiosidad
desaparece de sus ojos y es remplazada con atención cuando comienzo.

—Niklas —digo—, el año pasado en mi misión a Budapest, no fui completamente


honesto contigo.

Niklas ríe ligeramente, ajustando su espalda contra la silla. Sube su tobillo izquierdo a
su rodilla derecha y entrelaza los dedos frente a él, sus codos apoyados en el
reposabrazos de la silla.

—Bueno, esa no sería la primera vez —dice, todavía sonriendo como si esta fuera otra
conversación casual entre dos hermanos—. Nunca fuiste de los que cuentas tus
secretos, incluso a mí.

—Fui a ver a nuestro padre —anuncio.

La sonrisa cae de su rostro. Voltea su barbilla ligeramente a un ángulo, claramente


confundido por mi admisión.

—Mandó por mí—añado.


—¿Para qué? ¿Por qué mandaría por ti, Victor? Después de todos estos años de no
verlo ni una vez, ¿por qué mandaría por ti y no por mí?

No respondo. Encuentro más difícil decirle la verdad de lo que imaginé que sería.
Siempre supe que sería duro, pero no así de duro.

—¿Victor? —Los ojos de Niklas de llenaron con preocupación y… dolor.

Se levanta de la silla.

—Solo dime, hermano, por favor.

Trago duro y tomo una respiración para calmarme.

199
—Niklas —finalmente continúo—, tu madre fue eliminada por la Orden porque se
encontraron pruebas de que estaba vendiendo información. Ya sabes esto. —
Asiente—. Pero después de eso, ya que ella era tu madre, la Orden ya no podía confiar
en ti. Incluso Vonnegut sintió que eras inestable, que un día, tarde o temprano,
vengarías la muerte de tu madre y traicionarías a la Orden.

Continúa escuchando, su rostro oscureciéndose más y más por el dolor y el rechazo. Y


me mata por dentro verlo.

—Fui a Budapest para encontrarme con él —digo y ya no puedo mirar a mi


hermano—. Él habló con Vonnegut y ambos acordaron que deberías ser eliminado
incluso solo por precaución, para prevenir lo inevitable. Se me dio la orden para
llevarlo a cabo.

La cabeza de Niklas se voltea instantáneamente.

Encuentro sus ojos.

—Vonnegut, por supuesto —continúo—, no sabía que éramos hermanos y siendo su


Número Uno, él sabía que podía llevar a cabo el trabajo porque éramos tan cercanos,
tu como mi enlace. Padre quería que yo fuera quien te matara porque sintió que sería
algo honorable, que si alguien debería tomar tu vida, debería ser yo porque somos
familia y nadie debería tener ese privilegio.

Niklas apenas y puede poner sus pensamientos juntos. Apenas puede hablar, pero
finalmente se las arregla y cuando lo hace, lastima mi corazón tanto como su
expresión.

—¿Padre quería que me mataras?

—Sí —digo gentilmente.

El comienza a pasearse y luego lleva sus manos a la cima de su cabeza, empujándolas


duramente sobre su cabello. Me mira, sus ojos brillando con lágrimas. Nunca en

200
nuestras vidas he visto llorar a mi hermano. Nunca. Ni siquiera cuando éramos niños,
o cuando su madre fue asesinada.

Rechino la mandíbula, forzando a mis propias lágrimas a que no caigan. Aprieto mis
dientes tan fuerte que siento la presión en mi cráneo. Pero mantengo un rostro serio,
tanto como puedo manejar.

—¿Entonces por qué no lo hiciste? —arremete—. ¿Por qué sigo vivo? Dime eso,
Victor. —La primera lágrima cae por su mejilla e instintivamente la limpia, enojada
con ella por traicionarlo—. ¡Debiste haberme matado!

—Me rehusé —digo—. Tú fuiste el trabajo que no pude llevar a cabo, Niklas. Así que
Padre solo tenía una cosa que hacer: iba a hacerlo él mismo.

El cuerpo de Niklas se congela rígidamente, más lastimado por esta verdad que la
anterior. Otra lágrima escapa de su ojo, pero esta vez no tiene mente para limpiarla.

—Lo maté —dije finalmente—. Padre me dijo que tendría que hacerlo porque era la
única manera en la que él no terminaría el trabajo. Así que le disparé en donde estaba
de pie.
Él no puede mirarme. Siento el conflicto dentro de él, su mente y su corazón tratando
de escoger cual emoción sentir y cuales rechazar: su dolor por lo que nuestro padre
hizo, o su amor por su hermano, porque ambas son demasiado para aceptarlo de una
vez.
Continúo.

—Siendo el Número Uno de Vonnegut, lo convencí de perdonar tu vida y le hice creer


que nuestro Padre estaba desquiciado, paranoico, y que eso fue por lo que tuve que
matarlo. Le dije a Vonnegut que valía la pena confiar en ti y que quería una
oportunidad para probárselo a él y al resto de la Orden. Prometí asumir toda la
responsabilidad por ti...

—Toda la res… —me mira—, ¿toda la responsabilidad por mí? ¿Qué? ¿Soy un maldito

201
niño? Todo lo que hecho desde que tenía siete años, lo he hecho por la Orden. Fui el
único de los dos que siempre hizo lo que le dijeron, el que nunca cuestionó las
ordenes de Vonnegut, ¡el que nunca le ha dado a él o a alguien razones para
cuestionarme! —Aprieta sus manos en puños a sus lados—. ¡He luchado para llegar a
ser como tú, Victor, para ser respetado y de confianza y ser bañado con la misma
gloria que Vonnegut te ha mostrado desde antes de que fueras promovido a Agente
Completo! No he hecho nada para merecer…

—Le has estado mintiendo a Vonnegut por mí por años, Niklas. ¿Qué se puede decir
de que te pongas en mi contra cuando fuera el momento adecuado? Has estado
pretendiendo ser el soldado confiable de Vonnnegut, el enlace a la espera de ser
promovido a Agente Completo, todo mientras le mientes cuando sea que yo te lo pida.

—¿De eso se trata esto? —Señala hacia arriba y luego baja sus manos agresivamente a
sus lados—. ¿Me has estado probando todo este tiempo? ¡Eso es lo que has estado
haciendo! ¿Verdad?

—No —digo—. Nunca te usaría de esa manera, Niklas. Maté a nuestro padre para
salvar tu vida. ¿Entonces por qué arriesgaría tu vida poniéndote una trampa?
No tiene una respuesta. Solo me mira confundido, dolido, enojado y sin saber qué
hacer con todo esto. Colapsa en la silla, sus piernas extendidas en el piso, la parte
superior de su cuerpo hacia adelante apoyando su frente en su mano.

—¿Por qué me estás diciendo esta ahora? —pregunta, levantando sus ojos hacía mi—.
¿Qué te hizo decidir que hoy iba a ser el día que ibas a poner mi vida de cabeza? ¿Solo
despertaste esta mañana y te dijiste: “Hoy creo que voy a joder la mente de mi
hermano porque no tengo nada mejor que hacer”?

—Sentí que te lo debía —digo—. Deberías saber la verdad antes de morir.

Se ve ligeramente aturdido, como si tratara de averiguar si me escuchó bien.

202
Su mano cae de su frente y endereza su espalda contra la silla.

—¿A qué te refieres?

—Niklas —voy directo al grano—, sé que tú le dijiste a Javier Ruiz donde escondí a la
chica. Donde estaba con la chica.

Sus ojos se arrugan con confusión.

—¿De qué estás hablando?

Doy un par de pasos a mi derecha, mis manos ahora detrás de mi espalda para que
parezca que están descansando ahí. Mi arma está escondida seguramente en la parte
de atrás de mis pantalones.

—Cuando me llamaste mientras estaba de regreso en Tucson, dijiste que el último


paradero conocido de Javier fue alrededor de las tres doce de la tarde. —Inclino mi
cabeza a un lado—. ¿Por qué te tomó siete horas darme esa información?

Aún no se ha movido o vacilado. Estoy comenzando a encontrar su habilidad para la


actuación más efectiva de lo que alguna vez creí.
Piensa sobre la pregunta por un momento—. Te llamé tan pronto como me enteré.
Victor, sabes que no siempre conseguimos ese tipo de información justo cuando
ocurre.

—Puede que sí —digo—. Pero tú y Samantha eran las únicas dos persona que sabían
dónde estaba y donde planeaba dejar a la chica.

Me señala, su expresión torcida con incredulidad—. Pero me dijiste que Samantha fue
la que te traicionó. Dijiste que la chica te dijo que Samantha recibió una llamada…

—Mentí.

Todavía no se mueve o vacila.

203
¿Está diciendo la verdad?

Levanto mi arma hacia él.

Los ojos de Niklas se agrandan y saca su mano hacia mí.

—Victor, yo no te traicioné. ¡Te lo juro por mi vida, no le dije nada a nadie!

Mi dedo presiona cuidadosamente el gatillo.

—¡Eres mi hermano! —grita—. ¡Siempre he hecho lo que me has pedido, he


mantenido tus secretos, he jugado tu juego entre Vonnegut y los otros que te ha dado!
Moriría antes de traicionarte.

Cuando los ojos de Niklas se mueven detrás de mí, sé que Sarai está parada ahí.

—Te dije que no salieras. —Mantengo mis ojos en Niklas.

Mira de ella hacía mí, sus facciones llenas de shock y traición por mi parte.

—Dijiste que ella murió.

—Mentí sobre eso también.


Presiono el gatillo un poco más.

—¿Entonces quién le está mintiendo a quién? ¿Quién está traicionando a quién?

Sus ojos tiran dardos de ida y vuelta.

—¡Victor! ¡No. Fui. Yo! —ruge. Está más enojado que asustado, su rostro torcido con
angustia e incredulidad, sus manos apretadas en puños a sus lados—. No rogaré por
mi vida. No lo haré, hermano. ¡Si debes matarme, entonces mátame, acaba de una vez,
pero quiero que sepas que no te traicioné!

En los últimos segundos, bajo mi arma y tomó la respiración que he estado


conteniendo por los últimos minutos.

204
Luego me siento en la silla más cercana y me desplomo contra ella.

El silencio llena el cuarto. Nunca había estado tanto confundido en mi vida sobre algo.

—Creo que está diciendo la verdad —dice Sarai suavemente detrás de mí. La siento
ahí, de pie, con sus dedos envueltos alrededor del respaldo de mi silla. Por un
momento, casi alzo mi mano para tocar sus dedos.

Finalmente, levanto mis ojos hacia Niklas y le digo a Sarai—: Yo también creo que está
diciendo la verdad.

—¿Cómo es que ella está viva? —pregunta Niklas, más preocupado por ella que por el
hecho de he decidido no dispararle. Parece estar viéndola más a ella que a mí. Aun no
puedo saber qué nivel de descontento está sintiendo sobre esto, pero quizá una vez
que el shock desaparezca, seré capaz de leer su rostro un poco más.

—Samantha tampoco le dijo a Javier donde estábamos —digo—. Solo te dije eso para
traerte aquí porque estaba seguro de que tú fuiste quien nos traicionó. Tú eras el
único que quedaba.

—Samantha fue asesinada tratando de defenderme —dice Sarai.


Desearía que dejara de hablar y regresara al cuarto.

—Javier la mató —añade con tristeza en su voz.

—Y Sarai mató a Javier antes de que yo llegara —digo.

Niklas nos mira ambos por un largo tiempo, tal vez está tratando de acomodar todas
las piezas en su mente, y probablemente todavía se siente picado por engañarlo para
traerlo aquí.

—Bien —dice cortando el aire delante de él con la mano—. Samantha no lo hizo, pero
tampoco fui yo.

Los dedos de Sarai se mueven de la parte de atrás de mi silla y toca la parte de atrás

205
de mis hombros, probablemente involuntariamente porque está muy nerviosa. Por un
momento, me encuentro queriendo sus dedos ahí, pero me levanto rápido antes de
que mi hermano tenga una idea equivocada, si es que no lo ha hecho ya.

—¿De qué se trata todo esto? —pregunta Niklas—. Dime, Victor; ¿qué tiene que ver
esta chica contigo? —Comienza a pasearse de nuevo, mirándome a cada rato, su
mente en marcha—. Fuiste a México a escuchar la oferta de Javier, para ver cuál
oferta valía la pena, la suya o la de Guzmán. Y luego, a la salida, encontraste un polizón
en tu carro que claramente pertenecía a Javier Ruiz…

—No pertenezco a nadie —dice Sarai ácidamente—. Y mi nombre no es chica, es


Sarai.

Levanto mi mano hacia ella y deja de hablar, pero su dura mirada se pone más oscura
mirando a Niklas. Cruza sus brazos.

Niklas la mira de vuelta, pero me dice:

—Ya he reportado a Vonnegut las mentiras que me dijiste para traerme aquí. —Se
sienta de nuevo en la silla—. Sabes tan bien como yo que retractar esa historia
levantara todo tipo de preguntas. No puedes mantenerte escondido por siempre. Tal
vez decidas solicitar a otro nuevo enlace porque te asignaran a alguien más
simplemente por nuestra “falta de comunicación”, si es que decidimos decirlo. —
Sacude la cabeza hacia mí, una leve sonrisa de incredulidad en sus labios—. Has
hecho todo esto, le has mentido a la Orden, has puesto la misión completa en peligro,
de hecho, la has destruido, todo por esta chica… —Se burla—. La Casa de Seguridad
Doce se vio comprometida por su culpa.

Niklas mira directo a Sarai, de pie detrás de mí y, sin tener que verlo yo mismo, puedo
sentir el resentimiento hirviendo dentro de ella.

—Muchos están muertos por su culpa —dice Niklas—. Samantha. La chica allá en
Arizona. Los reportes dicen que ella solo tenía dieciséis años. Muerta por culpa de…
Sarai. —Sonríe.

206
Veo el cabello rojo de Sarai moverse detrás de ella mientras se apresura a caminar,
pasándome. Podría haberla alcanzado y detenerla, pero Niklas se merece cualquier
desquite que ella pueda repartir antes de que él le golpee el culo.
Capítulo 25
Sarai

207
Mi cara arde del desprecio, las lágrimas brotan de mis ojos en masa mientras
atravieso la corta distancia hacia Niklas.

No me importa que se vea sorprendido y ligeramente divertido mientras me lanzo


hacia él, blandiendo los puños caóticamente delante de mí, directo en su cara.

En un instante, estoy en el suelo sobre mi espalda y Niklas inclinado de mí, la mano


apretada alrededor de mi garganta, dejándome incapaz de recuperar el aliento.
Agarro su muñeca con ambas manos y trato de darle una patada, pero no hay manera
en que me mueva de este lugar. Él mira hacia abajo y mueve la mano de mi garganta a
mis mejillas, agarrando mi mandíbula con sus dedos como una tenaza. Con la otra
mano, junta mis muñecas, forzándolas contra mi pecho. Gira mi barbilla hacia un lado
y luego el otro y yo degusto los productos químicos sobrantes de su colonia cuando su
dedo índice se presiona contra el borde de mis labios.

—¡Suéltame! —gruño bajo el peso de su mano.

—Niklas —dice Victor tranquilamente por detrás—. Déjala en paz.


Los ojos azules de Niklas se clavan en los míos y me sostienen en esa posición durante
tres segundos más insoportablemente largos antes de hacer lo que dijo Victor.

Trato de recuperar el aliento cuando él me libera, pero creo que solo aguanto la
respiración hasta que se ha alejado de mí por completo.

Levanto la espalda del suelo, pero me quedo sentada en él. Estoy tan herida, tan
indignada por las cosas que dijo Niklas, pero mi orgullo duele peor que cualquier
cosa.

Porque sé que tiene razón.

Miro al suelo en lugar de a cualquiera de ellos. No quiero que vean la vergüenza y la

208
culpa en mi cara, aunque sería evidente para cualquiera que está allí.

—Niklas —dice Victor con calma—: Lamento haberte comprometido.

Levanto la mirada al instante. Siento un cambio de estado de ánimo en la sala y,


aunque no estoy muy segura de cuál, puedo decir por la pausa en la voz de Victor que
es algo que cambia vidas.

—Podríamos idear un plan —continúa con la total atención de Niklas—. Que


Vonnegut crea que Sarai está, de hecho, muerta...

—O podríamos matarla para que sea cierto.

Giro mi cabeza hacia un lado para mirar a Niklas, que está mirándome directamente
con la misma condescendencia.

Victor niega con la cabeza, oponiéndose a su propuesta mordaz aun totalmente serio.

—Podríamos idear un plan en conjunto —continúa Victor en el mismo tono estoico—,


o yo podría hacerlo por mi cuenta y tú puedes irte y no ser parte de este.

Los ojos Niklas se amplían, su cuerpo se tensa firmemente. Parece no tener palabras.
Y yo también. Puedo no entender cómo funcionan este tipo de cosas en su negocio,
pero realmente no necesito saber que lo que Victor acaba de proponer es algo muy
peligroso. Es un suicidio.

Me las arreglo para levantarme del suelo.

—Tienes una opción —dice Victor—. Continuar con mi plan de contarle a Vonnegut
que está muerta, o decirle la verdad, dile todo lo que pasó aquí para asegurar tu lugar
en la Orden. No voy a tomar ninguna represalia contra ti. Yo la llevaré conmigo, la
dejaré en algún lugar para que pueda seguir con su vida. Y luego seguiré con la mía. Es
tu elección, Niklas. Pero no voy a matarla, y si Vonnegut se entera de que está viva va,
con razón, a cuestionar mi lealtad. Y sabes de primera mano lo que ocurre cuando
cualquiera de nuestras lealtades es cuestionada.

209
—Eliminado por precaución —digo en voz alta, aunque sobre todo a mí misma,
recordando lo que dijo Victor hace unos momentos acerca de por qué ordenaron la
muerte de Niklas.

Niklas está en shock. Niega con la cabeza varias veces como si estuviera tratando de
sacudir las palabras traicioneras de Victor fuera de su mente.

—Tú de todos los agentes —se las arregla para decir Niklas—: ... no entiendo por qué
estás haciendo esto, por las desecharías todo y te esconderías.... —Él niega con la
cabeza, incapaz de terminar la frase.

—No sería la primera vez que arriesgara mi posición y mi vida para seguir mi
conciencia en lugar de mis órdenes.

Niklas toma una respiración profunda y aparta la mirada hacia el techo. Luego me
mira y compartimos un momento suspendidos dentro de esta intrincada red de
mentiras, desprecio y resentimiento, un momento en que, a pesar de todo eso, nos
damos cuenta de que tenemos algo en común: Victor nos salvó ambos por igual, y por
eso somos uno solo.

Al mismo tiempo, miramos hacia a Victor.


Niklas finalmente rompe el espeso silencio.

—Como siempre he dicho, hermano, nunca te traicionaría.

Victor asiente y veo el alivio oculto dentro de sus ojos verde-azulado. Me pregunto si
habría matado a Niklas desde su posición si Niklas hubiera optado por tomar la ruta
alternativa.

—Estoy contigo —dice Niklas y me mira de una vez—. Cualquier cosa que quieras
hacer. Pero antes de hacer algo hay que averiguar quién le dijo a Javier a donde la
llevaste.

Cuando los ojos Niklas caen sobre mí otra vez, se quedan allí, y de repente siento que

210
me está culpando.

Mis cejas se arrugan en mi frente. Cruzo los brazos sobre mi pecho.

—Bueno, te aseguro que no le dije —escupí—. No me mires así.

Victor camina entre nosotros y me toma por la muñeca, me lleva a la silla más cercana
donde me siento de buena manera. Mi estómago se retuerce nerviosamente. Levanto
la vista hacia los dos, mis manos agarran los extremos de los brazos de la silla.

—¡No fui yo!

—Sé que no fuiste tú —dice Victor—. Pero necesito que pienses en este momento,
Sarai. ¿En cualquier momento hablaste con alguien desde que dejaste el complejo?
Cualquier persona. ¿Viste algo que a lo mejor no parecía correcto, algo aparentemente
insignificante?

Niego con la cabeza, mis dedos índices haciendo un movimiento circular nervioso
contra los surcos de madera de cerezo en el diseño de la silla.

—No lo sé —digo con voz entrecortada, tratando desesperadamente de recordar algo,


cualquier cosa que pudiera estar buscando.
Pero no puedo.

—Victor, no lo creo.

Camina una vez y luego mira a Niklas. Entonces, como si acabara de ocurrírsele una
teoría, gira su cuerpo rápidamente de nuevo hacia mí.

—Quítate la ropa —demanda Victor.

Mi corazón se detiene.

—¿Qué?

—Sarai, quítate la ropa. —Él me tira de la silla por mi mano. Trato de hacer que la

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suelte, pero él se aplica más presión.

—¡No voy a quitarme la ropa! ¿Por qué me pides...? —Lo golpeo con mi mano libre,
justo en el lado izquierdo de su cara.

Él agarra mi muñeca.

—Necesito que confíes en mí. Te he traído hasta aquí ahora haz lo que te digo y
quítate la maldita ropa.

Su uso impropio de esa vulgaridad me aturde a la apacibilidad. Mis ojos se mueven


atrás y adelante entre ellos otra vez, apretando mi mandíbula, mi aliento es expulsado
de mis fosas nasales, pesado y breve.

—Está bien —le digo, señalando con la mano de la suya—. Pero no delante de él.

Victor me toma por la muñeca y camina conmigo lejos de Niklas y hacia la entrada de
su habitación.

—No tienes nada que quiera ver —oigo a Niklas decir justo antes de que Victor cierre
la puerta.
Ya me siento desnuda de pie en la gran habitación amplia con vista al mar de Victor y
ni siquiera me he quitado la ropa todavía. Quiero entretenerme el mayor tiempo
posible, prolongarlo de modo que tal vez cambie de idea o al menos me diga qué se
trata todo esto, pero él no pierde más tiempo. Y no me deja perder más, tampoco.

—Quítatelas. Ahora.

Empiezo con mi camisa, tirando de ella sobre mi cabeza y exponiendo mis pechos
desnudos. Dejo caer la camisa en el suelo, junto a mis pies. Él me mira, no con lujuria
en sus ojos, sino con determinación. Me inclino y deslizo mis pantalones y todo lo que
queda son mis bragas.

Da un paso hacia mí.

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No me atrevo. El espacio entre nosotros es de aproximadamente cincuenta
centímetros, pero se sienten como cinco. No quiero quitarme las bragas, no porque le
tenga miedo, sino porque... me da vergüenza para que me vea de esa manera.

Cuando da un paso más cerca y no exige que me quite las bragas, doy un suspiro
silencioso de alivio.

—Acuéstate en la cama —dice, y ese suspiro es regresado a mis pulmones antes de


que pueda expulsarlo por completo.

Cuando no actúo con suficiente rapidez, envuelve sus manos alrededor de mis brazos
y me empuja suavemente contra su caro edredón de diseñador.

Me trago un nudo en la garganta.

Como empiezo a levantar los brazos a mis pechos para cubrirlos, siento las manos
calientes de Victor en mí. Me congelo, mis ojos muy abiertos y sin parpadear. Levanta
mis brazos sobre mi cabeza y comienza a tocar cada centímetro de mi piel,
presionando sus dedos a lo largo de la parte inferior de mis brazos primero y luego
hacia abajo, hacia mis costillas antes de dirigirse a mis pechos.
Sus ojos atrapan los míos brevemente.

Tal vez quisiera aliviar mi miedo a él con esa mirada, pero lo único que hizo fue
hacerme desear que me tocara más.

La culpa de ese pensamiento me abruma. Pero el toque de sus manos en mis pechos,
amasado sólo una pequeña parte de ellos con los dedos, hace algo completamente
diferente.

Imagino su boca en mi pezón...

Aparto ese pensamiento ridículo y lo miro, sus ojos fijos y cómo con habilidad, y al
mismo tiempo, agresivamente, sus manos se mueven a través de cada centímetro de

213
mi cuerpo. Furtivamente aspiro el aroma de su piel, su olor natural que de alguna
manera me hace desear que me bese. Se inclina hacia arriba y se aleja de mí, pero no
ha terminado. Él va por mis muslos luego, empezando por el izquierdo y amasando
sus dedos en la carne con las dos manos. Y a continuación, el otro muslo.

Cuando sus dedos tocan la piel sensible del interior de mis muslos, justo en mi línea
de mi ropa interior, jadeo.

Se detiene. Él me mira, a través de la desnuda vista de mi cuerpo. Sólo puedo


preguntar que está pensando, pero esta vez tengo la sensación de que su mirada no es
para aliviar mi miedo hacia él, sino para estudiar mi reacción de sus manos sobre mí,
tan cerca de mi parte más íntima. Me pregunto por qué siquiera estudiaría mi rostro,
por qué no ignoraría mi reacción obvia y la rechazaría al alejar sus manos como
esperaba que hiciera. Pero en cambio, las deja allí, siento la yema de uno de sus dedos
rozar la carne en la curva de mi pierna justo en el borde de mi ropa interior, en
conflicto sobre lo que debía hacer. Lo que puede desear hacer.

Él se aleja y de repente me da la vuelta sobre mi estómago.

—¿Qué estás haciendo exactamente? —pregunto, adaptándome al rápido cambio del


momento.
Él baja mis bragas hasta la mitad sobre mis nalgas, mueve sus manos aquí y allá, de la
misma manera y luego regresa a mis caderas.

—Estoy buscando algo.

—¿Qué? — pregunto.

Entonces, de repente se detiene, el pulgar hace un movimiento circular en un punto


en particular por encima de mi nalga derecha, en la parte de atrás de mi hueso de la
cadera. La misma área general donde quité su bala.

—Un dispositivo de seguimiento —dice—. Tienes uno.

Trato de girar mi cabeza para verlo mejor, pero me duele el cuello.

214
El destello de una hoja plateada me llama la atención. Me entra el pánico cuando
vislumbro el cuchillo en su mano y empiezo a retorcer mi cuerpo torpemente. Pero él
me sostiene, poniendo el peso de su mano en la parte baja de mi espalda, la mano con
el cuchillo lucha con mi hombro izquierdo.

—¿Qué vas a hacer? —grito.

—Tengo que quitarlo.

—¡Victor, no!

Me retuerzo más violentamente, tratando de darme la vuelta sobre mi espalda para


poder levantarme. De repente él se encuentra totalmente encima de mí, y su cercanía,
la calidez de su aliento en el lado de mi cuello, me quita el aliento. Todo mi cuerpo, se
solidifica debajo de él y luego comienza a relajarse, fundiéndose con su cuerpo y su
voz recorre el exterior de mi oreja.

—Voy a ser amable —susurra y mi piel se estremece desde mi oreja hacia abajo por
toda mi columna vertebral.
Se aprieta contra mí por detrás, su dureza es obvia detrás de la capa delgada de sus
pantalones que nos separa.

—Lo prometo —dice en mi oído—. Pero eso tiene que salir. ¿Entiendes? ¿Confías en
mí? —Aprieta sus caderas contra mí y me siento moverme contra él
involuntariamente. Cierro los ojos cuando la sensación de hormigueo entre mis
piernas se mueve hacia mi espalda y mis párpados.

—Sí —susurro—. Confío en ti.

—Bien —dice en voz baja y lentamente se levanta y se aleja de mí.

Me quedo muy quieta, pensando mucho más acerca de Victor y lo que acaba de

215
hacerme que en la amenaza más urgente. Una parte de mí ni siquiera se preocupa por
lo que va a hacer, que esté a punto de cortarme con un cuchillo, que va a doler como el
infierno. Y tal vez esa es la única razón por la que hizo lo que hizo, sabiendo de alguna
manera que podía controlar mi estado de ánimo, mis emociones, con la esperanza de
tocarme más de lo que ya ha hecho. Me siento como un juguete y Victor conoce que
botón presionar, tocar, para obligarme a hacer lo que quiera, sentir lo que él quiera
que sienta. Y no me importa. No sé cómo lo hizo, pero no me importa en absoluto.

—Muerde la almohada si es necesario —dice.

Estiro la mano y agarro la almohada más cercana a mí, aplastándola contra mi pecho.
Aprieto mis ojos cerrados fuertemente.

La hoja entra y yo grito de dolor antes de enterrar mi cara en la almohada, mi cuerpo


entero está endurecido como un bloque de cemento.

En segundos, el dispositivo está fuera y Victor se encuentra a los pies de la cama


mirando al espacio entre sus dedos ensangrentados, a algo tan pequeño como un
grano de arroz.
Con su mano libre, toma la toalla que usó para secarse después de la ducha, que había
estado en el suelo cerca. Él me la da.

—Pon presión sobre ella para detener la hemorragia —dice y cruza la habitación
hacia su cuarto de baño.

Mientras presiono la toalla en la parte posterior de mi cadera, oigo el agua correr en


el lavabo y luego el sonido de él hurgando en su botiquín. Con una mano sosteniendo
la toalla en su lugar, me levanto de la cama para encontrar mi camisa, dejando caer la
toalla sólo el tiempo suficiente para ponérmela.

Victor sale del baño con un frasco de pastillas de color naranja estrechado entre sus
dedos y camina junto a mí hacia la puerta.

216
Capítulo 26
Victor

217
—Niklas —digo saliendo de la habitación—, ¿esto te resulta familiar? —Voy
directo hasta él y le ofrezco el frasco de pastillas con el dispositivo de rastreo en el
interior.

Él lo toma entre sus dedos.

Escucho suaves pasos detrás de mí cuando Sarai emerge de la habitación, pero


mantengo mi atención en Niklas.

Él mira por un lado del frasco primero pero luego gira la tapa y tira el dispositivo a su
mano.

Me mira.

—El mismo tipo de dispositivo que usan con las chicas en Dubai —dice. Mira a
Sarai—. ¿Has encontrado esto en ella? —Luego lo deja caer de vuelta en el frasco y lo
cierra—. Odio preguntar dónde.

Niklas se limpia la mano en su chaqueta.


—Si es uno de ellos —digo—, esto significa que Javier Ruiz tiene una operación
mucho más grande de lo que alguno de nosotros sabía. Nunca he sabido de un capo de
la droga como Javier que tenga acceso a este tipo de tecnología.

—No les importa la tecnología —dice Niklas—. Todo con lo que tratan son drogas,
armas y chicas.

—Tuviera —dice Sarai y me doy la vuelta para verla—. Que Javier tuviera una
operación mucho más grande. Está muerto, ¿recuerdas?

—Sí —digo—, pero eso no significa que su operación lo esté. Significa que será
pasado a quien sea que estuviera en línea para controlarlo.

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—¿Bueno qué tiene que ver eso con nosotros? —pregunta Sarai.

Siento el impulso de decirle que se ponga pantalones delante de Niklas, pero me


detengo.

—No hay un nosotros —dice Niklas.

Sarai le fulmina con la mirada y reajusta la toalla sangrienta contra su cadera.

—Entonces, ¿qué tiene que ver eso conmigo? —espeta—. O, ¿cualquiera de ustedes?

—No tiene nada que ver contigo —digo—. Ya no. Era de Javier y si él te hubiera
vendido o prometido a otro comprador no hubieras estado en su posesión durante
tanto tiempo como lo estuviste. No tenía ninguna intención en dejar que otro te
tuviera. Ahora que está muerto no tienes nada más que temer. —Hago una pausa—.
En cuanto a lo que tiene que ver con nosotros… —Me detengo justo ahí, sabiendo que
no debo decirle más de lo que ya sabe o soy yo el que la pondrá en mayor peligro con
la Orden.

Y juzgando por la expresión en el rostro de Niklas ya he dicho demasiado, en su


opinión.
Desliza el frasco de pastillas en su bolsillo.

—Deshazte de eso —dice, luego sin mover la cabeza veo que sus ojos se desvían a
Sarai durante una milésima de segundo. Su odio por ella hirviendo debajo de la
fachada de calma y disciplina que lleva puesta—. ¿Entonces cuál es nuestro próximo
movimiento? ¿Voy a estar cubriéndote ante Vonnegut, o vas a irte en solitario?

Sé qué respuesta quiere que le dé y por ahora, es lo que elijo hacer.

—Dile a Vonnegut que estoy preparado para mi siguiente misión —digo,


inventándome los detalles según la marcha—. Y que ponga esta casa en el mercado
otra vez. Nos iremos por la mañana.

219
Sarai me mira con una mirada de confusión. Niklas asiente y acepta, porque a
diferencia de ella, sabe que esta casa ha sido comprometida por el dispositivo de
localización que lleva en el bolsillo. Puede que Javier Ruiz esté muerto, pero el
dispositivo todavía está en funcionamiento y alguien está y ha estado vigilando sus
ubicaciones desde que Sarai escapó del recinto. Así es cómo Izel nos encontró tan
rápidamente en el motel en México. Cuando contacté con Javier y le di mi ubicación
para que viniera por la chica, Izel llegó media hora antes de lo que debía dada nuestra
distancia desde el recinto. En aquel momento, asumí que ya había estado en la
carretera con sus hombres buscándonos, y de hecho, lo había estado. Peor no había
sabido hasta ahora que era porque ya sabía dónde estábamos.

También fue por el dispositivo que los dos hombres entraran a la tienda pretendiendo
ser clientes y hablando con el dueño de la tienda en código. Dado el hecho de que
maté a todos los hombres que vinieron con Izel la primera vez, presumo que Javier
Ruiz quería ir sobre seguro enviando solo dos la segunda vez. Solo fueron enviados
para recabar información y seguirnos hasta que Javier ideara un plan mejor.

Cuando llevé a Sarai al otro lado de la frontera fue más difícil seguirnos. Imagino que
envió más hombres para que nos siguieran, posiblemente incluso para que nos
emboscaran en algún momento, pero eso nunca pasó y tengo que creer que fue
debido a que nosotros ya estábamos en los Estados Unidos. Fue incluso difícil para
Javier pasar la patrulla de la frontera y tiene incluso influencia poderosa con algunos
funcionarios estadounidenses corruptos.

—Me pondré en contacto contigo tan pronto como reciba nuevas órdenes de
Vonnegut.

Niklas da un paso hacia mí.

Se despoja de la parte de enlace sin emociones y se parece más a mi hermano ahora.

—Lo siento por lo que hizo nuestro padre —le digo.

Niklas baja la cabeza brevemente.

220
—Haré cualquier cosa por protegerte porque eres mi hermano —dice—. Igual que tú
lo hiciste por mí.

Compartimos un momento silencioso de entendimiento, asentimos y nos separamos.

—Me odia, como he dicho antes —habla Sarai desde detrás—. Pero es leal a ti.

He estado mirando por la gran ventana al otro lado de la habitación, perdido en mis
pensamientos escuchando las olas chocando contra las rocas.

—Sí —digo—. Lo es.

Ella da un paso a mí y coloca su mano en mi muñeca.

—No podías haberlo sabido —dice—. Que no fue él. Pero eso no importa ahora. Creo
que has calmado los aires con tu hermano en más de una forma.

—Tal vez —digo y me alejo—. Pero no puedo preocuparme con eso ahora. —Ella me
sigue a mi habitación—. Deberíamos hablar sobre ti.
Entro al cuarto de baño y ella se queda en la puerta, la toalla todavía presionada
contra su cadera.

—Ven aquí —digo.

Lo hace sin preguntar.

Pongo mis manos en su cintura y le doy la vuelta para que enfrente al espejo.
Instintivamente, pone las manos en el borde del mostrador, dejando que la toalla
sangrienta caiga al suelo. Metiendo mis dedos tras el elástico de sus bragas, los
deslizo hacia abajo por sus caderas, dejando que descansen a medio camino en el
centro de su trasero.

221
—¿A dónde querrías ir? —pregunto mientras abro el armario a mi derecha—. Te
instalaré donde sea que quieras, pero tenemos que hacer esto pronto. Espero tener
mis nuevas órdenes antes de que termine el día mañana y no tendré mucho tiempo
para malgastar entre llevarte a donde tengas que ir y cuando tenga que irme.

Vuelvo con mi kit médico y lo dejo sobre el mostrador.

Sarai no responde al principio, tal vez está decidiendo sobre el sitio, pero mi instinto
me dice que ese no es el caso en absoluto.

Puedo ver su reflejo en el espejo, pero no levanta la cabeza para mirarme.

—Pero quiero quedarme contigo —dice con cuidado—. Ya te lo he dicho, no tengo a


dónde ir, ni identidad…

—Y yo te lo he dicho —le recuerdo—, que todo eso puede ser remediado. Tú elige el
sitio y yo me haré cargo del resto. Por ahora, tienes el permiso de conducción que te
di.

Limpio la herida de cuchillo con peróxido y cubro el área alrededor con yodo. Ella
apenas se estremece por el dolor punzante.
—No necesito tu ayuda instalándome en una vida que ya no quiero —dice.

Meto la aguja y empiezo a coserla. Ni siquiera este dolor, aunque apenas obvio en su
rostro, puede disuadirla de las cosas que quiere decir. Esperaba que lo hiciera, pero
su determinación es inquebrantable ahora mismo.

—Solía soñar con ello —dice, su mirada levantada en el espejo pero todo lo que ve es
el ensueño—. Aunque apenas podía recordar siquiera cómo era Arizona, me solía
imaginar viviendo en ese espantoso tráiler con mi novio y amigas al lado. Un sueño
realmente inspirador, lo sé —se burla de sí misma—. Pero ese lugar, después de un
tiempo, era todo lo que podía recordar. Habría dado cualquier cosa por ser capaz de
volver ahí y continuar con la vida que me quitaron. Pero después del tercer año más o
menos con Javier, dejé de soñar con ello. Me rendí deseando poder encontrar una

222
forma de escapar. Lentamente con el tiempo aprendí a aceptar mi vida tal y como era.
Lo odiaba al principio, por supuesto. Odiaba a Javier. Odiaba que aunque nunca me
violó, al menos no como esperas que pase una violación; sabía al principio que yo no
quería, que solo se lo di porque tenía miedo y aun así tuvo sexo conmigo y yo digo que
eso es violación. Pero le odiaba y odié entregarme a un hombre al que no quería.

Vislumbro que su garganta se mueve en el espejo cuando traga el doloroso recuerdo y


hace una pausa antes de continuar, intentando poner en orden sus pensamientos.

—En algún momento —dice—, incluso dejé de odiarle. Ss… sé que suena loco, y… y…
nunca le amé —tartamudea con sus palabras y siento que está en conflicto con las
palabras que está diciendo—. Pero dejé de odiarle…

Atrapa mis ojos en el espejo.

—¿Eso me convierte en una enferma? Quiero decir… —Lame la sequedad de sus


labios. Coso el último punto y limpio el área otra vez con alcohol, solo apartando la
mirada de ella lo suficiente para asegurarme de mi técnica—. Quiero decir, porque
dejé de odiarle, ¿significa eso que algo está mal conmigo?
Quiere desesperadamente que le diga que no.

Vuelvo a ponerle las bragas sobre sus puntos y voy a limpiarme las manos.

—Significa que eres humana —digo.

Intentando evitar su deseo de permanecer conmigo, la dejo de pie en el baño y no


ofrezco más de mis propios pensamientos sobre dicha cuestión.

Pero ella es implacable y me sigue fuera.

Yo continúo con mis cosas, en conseguir un poco de sueño muy necesitado. Me quito
la camisa y los pantalones, apagando la luz mientras paso, dejando la habitación
bañada en un resplandor azul oscuro.

223
—Victor —dice suavemente detrás de mí—. Por favor llévame contigo. Te lo he dicho
antes, puedo ayudar. Puedes enseñarme, entrenarme para ser lo que sea que piensas
en lo que seré buena.

—No quieres realmente eso, ¿no? —pregunto, conociéndola mejor de lo que se


conoce. Tiro de mi edredón y sábanas y me deslizo en mi cama—. Simplemente no
quieres que te deje. Sola en el mundo. Libre para ser quien quieras ser, para tomar tus
propias decisiones. Para tener sexo con los hombres que elijas tú. Para tener una vida
normal. Porque es extraño para ti. —Hago una pausa—. Si te dijera que mates a
alguien por el bien del trabajo, no serías capaz de hacerlo. No serías capaz de matar a
un ser humano a sangre fría, sin saber nada de sus crímenes o sus familias o incluso
por qué están siendo asesinados. Nunca podrías ser como yo. Ninguna cantidad de
entrenamiento podría hacerte una asesina, Sarai. —Me tumbo sobre mi almohada,
llevando las sábanas hasta mi cintura—. Ahora duerme un poco. Nos iremos a las seis
a.m. y espero que hayas elegido un lugar al que quieras ir para entonces.

Parece derrotada. Preciosa y suave y dañada de pie ahí delante de mí parcialmente


vestida a la luz de la luna brillando por la alta ventana. Preciosa, pero derrotada. Esa
mirada en sus ojos, de alguna forma se traba en mi alma y todo lo que quiero es que
ella se dé la vuelta y se aleje. Porque sé que si no lo hace, si me presiona más con esos
suaves labios y tristes y vulnerables ojos sucumbiré al momento y o bien me la follaré
o la mataré.

Se vuelve y camina hacia la puerta.

La detengo.

—Sarai —digo, pero no se da la vuelta—. Nunca aceptaste tu vida con Javier, o no


estarías… aquí conmigo ahora. —Había empezado a decir: O no le habrías matado,
pero decido no hacerlo.

Ella no dice nada y cierra la puerta al salir.

224
Estoy tumbado aquí mirando a las gruesas nubes que cubren el cielo y pienso en las
cosas que le he dicho, las mentiras que le he contado.

Podría matar a sangre fría. Cada parte de mí me dice que puede y que lo haría. En una
forma, me duele creerlo, saber que le quitaron su inocencia hace tanto tiempo y que
aunque todavía tiene una oportunidad decente de vivir una vida normal, el hecho de
que decida mi vida, es difícil de digerir.

Es difícil más que nada porque casi quiero dárselo.


Capítulo 27
Sarai

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Escucho los truenos y la lluvia durante una hora, sin poder conciliar el sueño. A
pesar del clima está muy tranquilo en esta casa, tan amplia y vacía. Vacía en casi todos
los sentidos de la palabra. Me acuesto sobre las sábanas frescas en la habitación de
invitados, viendo las nubes oscuras agitarse en el cielo a través de esa enorme
ventana. Oigo las olas rompiendo abajo y veo el océano sin fin en un flash
espeluznante como rayitos de luz en el cielo turbulento.

Vacía.

Esta casa. Mi alma. El alma de Victor. Es la única palabra adecuada para lo que siento,
la forma en que creo que Victor se siente, aunque él más que yo.

¿Cómo alguien puede ir por la vida de manera subrepticia, sin emociones, tan
apegado a nada ni a nadie? Cuando miro en sus ojos veo algo allí, aunque latente y
completamente confuso, sé que está ahí. Y es de gran alcance. Quiero entenderlo,
sentirlo, probarlo en mis labios.
Como el trueno comienza a desvanecerse a medida que avanza en la distancia, la
lluvia se vuelve una llovizna suave. No puedo escuchar más, pero todavía puedo verla
golpeando contra el vidrio en riachuelos poéticos. El frío en el aire levanta la piel de
gallina en mis piernas desnudas, incluso por debajo de las mantas, que evoca visiones
de Victor acostado a mi lado para ayudarme a mantener el calor.

Decido levantarme.

Me siento tonta e imprudente por lo que voy a hacer, pero no me importa. Si él va a


deshacerse de mí mañana, ¿qué importa cómo termine esto?

Mis pies descalzos se mueven en silencio a través de los pisos de madera y luego a
través del centro de la casa. Colocando las puntas de mis dedos renuentes en la

226
palanca de la puerta fuera de la habitación de Victor, me detengo antes de empujar
suavemente hacia abajo. La puerta hace clic al abrirse y camino al interior. Lo veo a
través el espacio grande, acostado sobre su espalda, con la cabeza caída hacia un lado,
frente a mí. Sus ojos están cerrados, su respiración constante. La sabana cubre sólo su
abdomen y muslos, dejando el resto de su cuerpo desnudo expuesto al frío en el aire.
Recuerdo al principio de la noche cuando estaba encima de mí, apretándose contra mí
por detrás y hace que mi estómago y caderas tiemblen.

Me acerco, tratando de permanecer lo más silenciosa posible, pero al mismo tiempo


me preguntaba por qué estar en silencio en absoluto. Él va a saber que estoy aquí con
el tiempo, y bueno, ese es prácticamente el punto.

Adelantándome al lado de su cama, lo observo por un momento, cómo se eleva su


pecho tonificado y baja con cada respiración tranquila. Cómo sus labios están sin
abrir, presionados suavemente el uno contra el otro, lo que significa que todo lo que
está soñando, si está soñando en absoluto, es tranquilo, sin ser molestado por la
violencia que eclipsa su vida. Al igual que yo, las pesadillas de sus experiencias se han
desvanecido, dejando sólo un morboso sentido de normalidad a la que las pesadillas
ya no consideren aptos para visitar.
Deslizo mi camisa y la dejo caer en el suelo.

Presionando mis manos y rodillas contra la cama, me arrastro sobre él, a horcajadas
sobre su cintura.

En sólo unos segundos, la parte posterior de mi pelo es jalado en una mano y su arma
se metió debajo de mi barbilla, forzando mi cuello hacia atrás tan lejos que me temo
que si me muevo va a zafarse.

No digo una palabra, pero no tengo miedo. No sé a ciencia cierta si él me va a matar o


no, pero yo no le temo en ambos sentidos.

Él aprieta sus dedos más contra mi cuero cabelludo y siento el cañón frío de la pistola

227
deslizarse por el centro de mi cuello. Pero más que eso siento su dureza entre mis
piernas y el conocimiento del arma en cualquier parte de mi cuerpo pasa a un
segundo plano.

—Si vas a dejar que me vaya —le susurro, sin poder ver a sus ojos—, entonces déjame
tener ésta última cosa de ti.

Él jala mi cabeza hacia atrás aún más. La pistola está presionando en mi estómago
ahora.

—Nunca he estado con un hombre con el que quisiera estar —le digo—. Quiero estar
contigo. Sólo una vez. Quiero saber lo que se siente ser el que está en control.

Está en conflicto, lo siento en el calor que emite de su piel, en sus tensos, movimientos
inciertos. En una ocasión el arma profundiza en mis entrañas y siento como si mi pelo
está a punto de salir en su mano. Pero luego se arrepiente, aflojando su agarre sólo un
poco, permitiéndole a mi cuello una calma temporal. Puedo ver sus ojos ahora,
mirando hacia mí tan letales y a la vez tan seductores, aunque sé que no lo está
haciendo a propósito.

—No puedes estar aquí —dice, también en un susurro.


Siento sus ojos en mí, barriendo por encima de mi cuerpo, mis pechos desnudos, hacia
abajo a donde mis muslos desnudos están enganchados libremente alrededor de sus
caderas.

—No me importa, Victor.

Su mirada se mueve de nuevo a mi cara donde estudia la curvatura de mis labios.

Entonces soy testigo de algo más rápido sobre sus ojos, algo aterrador que nunca he
visto antes en él y me pongo tensa a su alcance. Me estudia en silencio como si yo
fuera algo para ser devastada y en última instancia... matada. A pesar de mi creciente
temor, yo todavía quiero estar donde estoy, atrapada en los brazos de un asesino sin
piedad.

228
Sin soltarme levanta su espalda de la cama, el brazo con el que su mano se clavó
dolorosamente en mi pelo se presiona contra mi hombro. Estoy sentada a horcajadas
sobre su regazo, ambos de mis muslos desnudos tocando sus costados lo que calienta
mi piel de la misma manera en que imaginé. Puedo decir que está completamente
desnudo debajo de esa delgada sabana que nos separa.

—Si quieres matarme, entonces hazlo.

Sus labios se mueven más cerca de la míos.

—Pero si lo hace —le digo con voz entrecortada—, déjame estar contigo primero, por
favor...

Mis ojos se cierran por sí solos. Espero por lo que va a suceder; la muerte o el sexo
son bienvenidos, mi cuerpo rígido contra el suyo, mi corazón latía tan rápido que lo
siento en mi cabeza y en mis dedos. Cuando siento que su cepilla sus labios contra los
míos, me relajo.

Pero cuando siento el frío metal contra mi sien, mis ojos se abren lentamente para
mirarlo de nuevo.
—Esto no puede suceder, Sarai —dice.

Bajo mis labios a los suyos.

—Sí, si puede —le susurro en ellos antes de cubrirlos con los míos.

Mis muslos se tensan alrededor de su cintura y me siento a mí misma presionando


contra su erección, temblores moviéndose a través de mi pelvis y hacia abajo en mis
rodillas. Me levanto y arranco la sábana de entre nosotros, estableciéndome de nuevo
en su regazo desnudo, al instante siento la diferencia que la sabana hacía. Me
estremezco contra su polla, sintiendo su dureza a través de la tela de mi ropa interior
y me hace temblar.

229
Pero puedo decir que no quiere esto. Él no me alejara, pero está en conflicto.

—Por favor, déjame hacerlo contigo —le digo, mirando hacia abajo en sus hermosos
ojos.

Él busca mi rostro, sus dedos tocando suavemente mis mejillas, una mirada de
incertidumbre en sus facciones, como si este intercambio entre nosotros es algo
totalmente nuevo para él. Puedo decir que él probablemente nunca ha estado con una
mujer a la que no podía asolar, saquear y dominar. Y si bien creo que lo prefiero así,
ahora mismo en este momento quiero ser la que hace todas las decisiones.

No estoy segura por qué, pero eso no importa.

Siento su cuerpo ceder aún más.

Presiono las palmas de mis manos contra su pecho duro como una piedra y lo empujo
suavemente contra la cama, con la esperanza de que me va a dejar.

Él lo hace. Se acuesta, dejando sus manos descansar en la parte superior de mis


muslos. Nos miramos el uno al otro y no hay palabras habladas. No son necesarias.
Metiendo el dedo medio detrás del elástico de mis bragas, las deslizo, una pierna a la
vez, y nunca muevo mis ojos de los suyos.
Sintiéndolo entre mis piernas, piel contra piel, solo es abrumador. Me acuesto hacia
adelante, con ganas de todo de él, el calor de su pecho contra el mío, el calor de su
aliento en mi cuello. Todo. Lo beso duro y profundo, su lengua enredándose con la
mía en una danza de la dominación, sus dedos presionando en la parte posterior de
mi cabeza hasta que arrastra una mano a lo largo de mi cuerpo y de mi cadera. Él
aprieta, empujando sus caderas hacia mí. Él quiere tanto el control, pero le recuerdo
que es mío, empujando las caderas de nuevo contra él y manteniéndolas allí.

Cuando él me devuelve el control, lo beso ligeramente en los labios y luego en ambos


lados de la línea de la mandíbula.

Él mira mi cara, vislumbrando mis labios, con ganas de probarlos.

230
Y entonces me pongo a llorar.

Siempre lloro cuando estoy enojada.

Me estoy convirtiendo en alguien más, esa chica perdida a los catorce años de edad,
obligada a vivir una vida de esclavitud, dolor y sueños rotos. Destellos de la cara de
Javier pasan por mi mente errática. Me siento como si estuviera en un carrusel y está
girando tan rápido, todos los rostros de Javier aparecen y desaparecen antes de que
pueda alcanzarlos y agarrar uno. No puedo poner mis manos en uno solo para que
pueda golpearlo hasta la muerte. Y solo lloro con más fuerza, gritando en la noche y
antes de que me dé cuenta de lo que estoy haciendo, Victor se ha convertido en el
rostro de Javier que no puedo tomar. Balanceo mis puños contra él, golpeándolo una y
otra vez en el pecho y en los brazos y él no me detendrá. Porque sé que sólo él puede
entender por qué necesito este momento tan desesperadamente.

Gritando en la noche, lo dejé todo salir. Lagrimas salen de mis ojos.

Me dejo caer sobre él y me envuelve en sus brazos. No puedo recuperar el aliento


mientras sollozo en el hueco de su cuello.
Capítulo 28
Victor

231
Hermosa pero derrotada y rota. Rota por el resto de su vida, y ninguna
cantidad de mutilación emocional jamás le devolverá completamente su inocencia. La
chica es una bomba de tiempo, un peligro para sí misma y muy posiblemente para
otros. No estaba seguro, pero ahora sé que ella es más inestable de lo que jamás
podría haber imaginado. Y porque ella es muy hábil en ocultarlo, no sólo de mí sino
también de sí misma, es más peligrosa de lo que yo soy. Soy disciplina. Sarai es rabia.
Soy consciente de mis opciones en todo momento. Las opciones de Sarai son más
conscientes de ella, al acecho de decidir por ella sobre la base de la gravedad de su
estado de ánimo, sin ninguna intención de dejarle ningún control consciente sobre
ella.

Yo sé lo que tengo que hacer.

Acuno la parte de atrás de su cabeza en la palma de mi mano, mi arma descansa a mi


lado en la cama de al lado. Siento las lágrimas empapar mi hombro, su cuerpo
sacudiéndose por los sollozos que siento en mis músculos. Y su punto dulce todavía
presiona contra mi polla cada vez que su cuerpo se tensa. Pero la dejo allí a pesar de
la necesidad moral de apartarme.
—Sarai —le susurro contra el costado de su cabeza—. Lo siento.

Levanto la pistola lentamente detrás de ella.

Ella inclina la cabeza y apoya su mejilla contra mi pecho y yo hago una pausa, a la
espera, aunque no sé de qué. Sus sollozos comienzan a tranquilizarse, la mano
izquierda se queda cerca de su barbilla, donde sus dedos queden rozando mi
clavícula.

—Tengo una tía en Francia —dice en voz baja, distante—- La hermana mayor de mi
madre. Sé que ir a Francia es un largo camino, pero no tienes que llevarme allí, sólo
ayúdame a llegar al avión.

232
Levanto el arma un poco más alto, colocando el cañón en la parte posterior de su
cabeza, pero sin tocarla. No quiero que ella tenga miedo antes de morir y aunque sé
que ella no teme a nada, la muerte es algo que todos tememos en nuestro momento
final aunque sólo la parte más pequeña de nosotros es consciente de ello. Yo no
quiero que tema en absoluto y no puede si no sabe que está sucediendo.

—¿Qué edad tenías cuando te convertiste en lo que eres? —pregunta ella.

Cogido por sorpresa por la pregunta y tal vez más por el cambio de estado de su
ánimo, dudo antes de contestar.

—Yo tenía nueve años.

Ella esnifa y se seca los ojos con la mano cerca de su mejilla.

—Eras muy joven —continúa. —Supongo que de una manera como yo, nunca has
tenido la oportunidad de vivir una vida de tu elección. Supongo que tal vez no somos
realmente tan diferentes el uno del otro. —Hace una pausa—. Salvo que podría ser
más como tu hermano de lo que quisiera admitir. Está tan enojado como yo.

Libero mi dedo del gatillo y poco a poco, sin que ella lo sepa, muevo el cañón de la
parte posterior de su cabeza.
—Debe haber sido difícil crecer con Niklas —dice ella.

Pongo la pistola en la cama junto a mí y antes de que saber lo que estoy haciendo,
estoy acunando la parte posterior de su cabeza en mi mano de nuevo.

—Sí —le respondo—, teniendo en cuenta las circunstancias no convencionales.

—En lugar de ver quién es el mejor jugador de béisbol era saber quién es el mejor
asesino.

—No —le digo—. Niklas nunca trató de ser mejor que yo, él sólo quería ser mi igual.
Nunca hemos competido entre nosotros, pero ha estado compitiendo con todos los
que han estado siempre cerca de mí durante todo el tiempo que ha vivido.

233
—¿Cerca de ti? —pregunta ella.

Asiento con la cabeza y ligeramente peino con mis dedos su pelo.

—Vonnegut, Samantha, mi madre, nuestro padre —digo lejanamente mientras me


imagino estos acontecimientos, mirando hacia el techo de escala—. Y ahora tú.

Oigo un suspiro, pero no levanta la cabeza.

—Ves que tienes una cosa que yo no —dice ella con cuidado, aunque tengo la
sensación de que ella está diciéndolo más que para sí misma—. Hay alguien que te
ama y que es leal a ti y que va a matar por ti. —Levanta su cuerpo contra el mío y se
levanta de la cama. Entonces me mira—. Eres muy afortunado de contar con él, Victor.

Toma sus bragas desde el extremo de la cama y se las pone. Luego agarra su camisa
del suelo y tira de ella sobre su largo cabello, despeinado y sobre sus pechos.

—Estoy muy agradecida —dice ella mirando hacia atrás —, por todo lo que has hecho
por mí. Supongo que al final nada de eso realmente importa, ni salvar mi vida, o
perdonármela. Pero siempre estaré agradecida.

Sarai sale de mi dormitorio, pero en cierto sentido me ha llevado con ella.


Durante un período de tiempo desconocido para mí, me quedo mirando al techo,
imaginando el aspecto que tenía antes de que ella se fuera, como ella me usó para
vengarse de Javier. Al principio, yo sé que ella no vino a mi habitación para eso. Ella
quería estar conmigo. Quería sentir algo que nunca ha sentido antes, pero la rabia y la
venganza no eran parte de su plan. La autodestrucción no era parte de su plan, y a
pesar de utilizar ese momento para liberar parte del odio dentro de ella, lo único que
siento que hizo fue que se diera cuenta de lo jodida que realmente está.

El sonido oscuro, melódico del piano va suavemente a través de la casa, rompiendo mí


trance, como aturdido. La pieza se detiene tres veces y comienza de nuevo mientras
trata de tocar las notas correctas. Al cuarto intento, sus dedos se mueven con más
confianza sobre las teclas, fluida y cuidadosamente y perfecta. Y en poco tiempo me

234
encuentro de pie junto a mi cama y en mi ropa interior. La pieza continúa, tan
elegante y hermosa y desgarradora que me saca de mi habitación y yo soy incapaz de
luchar contra ella. Tomo el pasillo en un paso tranquilo, siguiendo el sonido. La
música se hace más fuerte, Moonlight Sonata en su interpretación más triste de todas,
llenando el vasto espacio vacío a mi alrededor.

Me quedo en silencio y aún en la entrada arqueada que conduce a la sala de piano. Y la


veo como nunca antes la he visto. Ella se adueña de mí en este momento.

Cierro los ojos y dejo que el curso de música pase a través de mí; escalofríos barren
sobre mi piel como ondas débiles en la superficie del agua.

Pero me despierto con demasiada rapidez.

La música se detiene mientras Sarai se confunde por las notas. Aunque decepcionado
de que llegó a su fin de manera abrupta, me quedo donde estoy esperando que ella
continúe donde lo había dejado y termine la pieza. Su forma suave parece vulnerable
y frágil en la luz de la luna tenue que la envuelve desde la ventana, una luz-halo
alrededor de su cuerpo, iluminando las puntas de su cabello.

Por favor, sólo toca, Sarai. No pienses en ello, sólo tócala.


Ella vuelve a empezar desde donde se detuvo, pero después de unas cuantas teclas se
da por vencido. Frustrada con ella misma, arquea la parte superior del cuerpo hacia
delante, sus manos tocan suavemente la frente.

Me siento a su lado en el banco.

—Te voy a enseñar —le digo, arqueando los dedos en las teclas—. Si eso es lo que
quieres.

Vuelve la cabeza para mirarme y mientras ella lo hace, yo sé que ella está
preguntando si yo sólo me refiero a la música.

Ella asiente con la cabeza lentamente.

235
Empiezo desde el principio y toco la pieza todo el camino hasta el punto donde se
detuvo. Y entonces ella lo intenta de nuevo. Y otra vez, hasta que mi orientación la
guía y ella tiene el control de las teclas como antes, de la forma en que me trajo a esta
habitación. Me hechiza, cada segundo sombrío de la misma, hasta el punto de que mis
ojos cerrados rebosan de lágrimas, pero sólo mi corazón puede manejar derramarlas.

La pieza termina al final esta vez y el silencio llena el espacio alrededor de nosotros
dos.

—No quiero dormir sola —dice suavemente.

Y no la fuerzo. Sarai cae profundamente dormida acurrucada a mi lado en mi cama.


Justo donde la quiero.
CAPÍTULO 29
Sarai

236
Cuando me despierto por la mañana siguiente, el sol es brillante a través de la
enorme ventana a pesar de que las cortinas están cerradas. Estoy sola en la cama,
pero sé que no estoy sola en la casa. Fueron los zapatos de vestir de Victor, marcando
sus pisadas contra el piso fuera de la habitación, lo que me despertó. Mi corazón está
exhausto, pero mi mente y mi cuerpo están descansados. No puedo recordar la última
vez que dormí profundamente.

No creo haberlo hecho jamás.

Levanto mi cuerpo del colchón, desenredándome de las sabanas. No puedo creer lo


que hice ayer por la noche, pero lo hice y se acabó, tengo dos opciones, encarar a
Victor y no avergonzarme, o esconderme dentro de la habitación por el resto de mi
vida.

Elijo lo más realista.

A medida que salgo de la habitación, me pregunto por qué no nos levantamos antes
del amanecer para salir como lo había planeado.
Está sentado solo, en la sala de estar, en el momento en que entro, completamente
vestido con su mejor traje, con sus bolsas de siempre recostadas en el suelo junto a
sus pies, menos la bolsa con el dinero. Hay un periódico en sus mano y una taza de
café negro en la mesa de al lado de la silla.

—¿Por qué no nos fuimos antes? —pregunto a medida que me adentro en la


habitación.

Él baja el periódico y luego decide doblarlo por la mitad y lo pone sobre la mesa al
lado del café.

—Pensé que te caería bien dormir.

237
Mi cara se sonroja internamente, fallando en mi intento de no avergonzarme de mi
diatriba sexual, pero realmente dudo que su respuesta tuviera que ver con eso.

—Gracias —le digo.

Levanto mis ojos hacia él de nuevo.

—Parece que me vas a tener que comprar otro par de zapatos —señalo, presionando
los dedos de mis pies descalzos en el suelo helado y duro, con las manos entrelazadas
descansadas en la curva de mi trasero.

Los zapatos que me compró antes se quedaron donde Samantha cuando tuvimos que
salir de allí a toda prisa. No he tenido mucha suerte con los zapatos últimamente.

—Ya me hice cargo de eso —dice cruzando una pierna sobre la otra y enderezando su
chaleco.

Miro alrededor de la habitación, en busca de bolsas de tiendas por departamento o tal


vez ropas de mujer que hayan sido dejadas aquí por cualquier razón.

Una mujer de mediana edad que llevaba un uniforme de bata azul marino se acerca a
través de la puerta principal con un bolso llamativo en un brazo y varias bolsas de
gran tamaño del almacén, por otro. Un juego de llaves le tintinea en la mano después
de que cierra la puerta con la cadera. Se las arregla para dejar caer las llaves en su
bolso, torciendo la muñeca con torpeza para llegar a él.

—Oh, tú debes ser Izabel —dice la mujer de ojos brillantes—. Soy Ophelia. Es un
placer conocerte. —Asiento con la cabeza y me presento aunque al parecer ya sabe mi
nombre, bueno, el nombre que Victor me dio, de todos modos.

Ella deja caer su bolso en el centro del piso y se acerca a mí, atravesando el gran
espacio de la sala de estar, las bolsas de las tiendas todavía le cuelgan en el brazo y
por su aspecto, le comienzan a cortar la circulación.

—Tenías razón sobre el tamaño —dice mirando a Victor. Pone las bolsas en el

238
inmaculada sofá—. Y tengo una hija de tu tamaño —dice dirigiéndose a mí—, así que
espero haber elegido sabiamente. Meleena fue difícil creciendo, eso te lo aseguro. —
Hace gestos dramáticos con las manos. Unos anillos adornan sus dedos—. Por
supuesto, fue mi culpa por criarla en Versace y Valentino, pero es la chica más
envidiada en cualquier sitio, así que supongo que la mierda que me aguanté y mi
cuenta bancaria valieron la pena. Ven, deja que te vea. —Trato de ocultar la incómoda
mirada con la que le miraba mientras ella saca un lindo vestido sin mangas de volados
de una bolsa y lo sostiene contra mí.

En su lugar, decido mirar a Victor, con la esperanza de que tal vez me dirá
exactamente quién es esta mujer y lo que está haciendo aquí.

Sus ojos me sonríen.

Mire de nuevo. ¿Acababa de sonreírme?

—Perfecto —dice Ophelia.

Pero luego pone el vestido a un lado y comienza a sacar otras prendas de vestir de la
misma bolsa. La siguiente bolsa está llena de cajas de regalo, de las cuales abre una a
una y desenvuelve un conjunto envuelto extravagantemente en papel de seda y tul
que tal vez le cuesta más de lo que debería. Mientras ella sigue y sigue hablando de su
consentida, pero aun "merecida" hija, va inspeccionando cada uno de los conjuntos
sosteniéndolos contra mí, como para imaginarse como luciría en ellos. O, tal vez,
imaginándose como "Meleena" podría lucir en ellos.

Ella era muy extraña.

—Por supuesto, después de que su padre nos dejó, yo tenía que conseguir un trabajo.
—Ophelia sacude la cabeza y me mira, como si tener un trabajo es la cosa más
lamentable—. Así que, para apoyar Meleena y su sentido caro de la moda, entré en el
negocio. Aquí, pruébate este. Es un día bonito por lo que debe usar algo que le
combine.

239
—¿Qué negocio exactamente? —pregunto.

Me doy la vuelta para que mi espalda les dé frente a ellos y luego me saco la camisa.
Apenas miro el vestido que Ophelia me ofrece, siento más curiosidad por ella, de
verdad.

Victor sorbe su café y finge estar leyendo su periódico. O, tal vez él no está fingiendo.
No se descifrarlo a veces.

—Ama de llaves —responde ella.

Estoy un poco confundida y estoy segura de que se dio cuenta.

—¿Se puede... estar al alcance de comprar Versace y Valentino con el salario de un


ama de casa? —pregunto con incredulidad—. Sin ofender.

—No lo has hecho —dice ella, deslizando el vestido por encima de mi cabeza—. Pero
sí, sí puedo. Sólo trabajo para aquellos que pueden permitirse el lujo de pagarme.
Celebridades, músicos; ya sabes, la gente que tiene más dinero del que necesitan. La
gente rica es rápida al contratar a alguien para hacer las cosas más insignificantes
porque pueden. Yo aprovecho su necedad. —Ella mira hacia Victor—. Sin ofender.
—No lo has hecho —dice y toma otro sorbo de su café.

—Ah, ya veo —digo mientras que la fresca y fina tela se desliza por mi piel.

Me doy la vuelta una vez que estoy vestida.

—Sí, diría que éste es perfecto —dice ella, apoyando las manos en las caderas,
mirándome de arriba a abajo—. Aunque deberías usar un sujetador sin tirantes.

Ophelia saca otra bolsa de dentro, mientras mira por encima a Victor.

—Parece que tenías razón acerca de su tamaño de la copa, también —dice ella y
siento mi cara sonrojar de nuevo.

240
Considerándolo bien, supongo que tendría una idea bastante buena de mi tamaño.

—La ropa interior fueron las únicas piezas por las que tuve que parar y comprarlas en
el camino hacia acá. Saqué el resto de la habitación de mi hija. Hay un bolso y un par
de otras cosas necesarias en ella también. —Pone el sujetador en mi mano—. Apuesto
a que hay suficiente dinero en las cosas que tiene en su habitación que nunca ha
usado como para comprar un Bentley.

Me puse el sujetador sin tirantes que me dio después de arrancar la etiqueta y ella me
ayuda a fijarlo en la parte trasera ya que estoy teniendo problemas para hacerlo sola.
Luego sube la cremallera en la parte trasera del ligero vestido floral de encaje en mi
espalda, intente admirarme en él. Es muy corto, cesando a un par de centímetros por
encima de las rodillas. Y me pica en toda la parte del escote. No estoy acostumbrada a
llevar este tipo de cosas, por lo menos no en cualquier lugar, nada más un par de
horas a una reunión social, donde todo lo que tenía que hacer era estar allí en silencio
y lucir bonita. Con Victor, corro más por mi vida que estar por ahí en silencio.

Lo siguiente son los zapatos.

—Yo… yo no creo que nada con tacones sea una buena idea —protesto amablemente
mientras abre la primera caja.
No hay manera de que use esos. Son hermosos zapatos, sí, pero no va a pasar.

Ophelia mira a Victor de nuevo. Él le asiente como diciéndole que está bien.

Ella cierra la parte superior de la caja, decepcionada y abre otra.

—No es exactamente lo que yo hubiera escogido para usar con este vestido en
particular —dijo ella—, pero al menos combinan.

Pone las sandalias color crema en el piso, frente a mí y me las pongo. El sostén es
incómodo, cualquiera sostén lo sería después de no haber usado uno por tanto
tiempo, enterrándose en la piel bajo mis brazos. Trato de pelear la urgencia de
ajustarlo, pero pierdo la batalla después de seis segundos. Sé que debo lucir poco

241
femenina justo ahora, jalando el apretado elástico con mis brazos hacia abajo y mi
cara arrugada por la incomodidad. Cuando creo que me las he arreglado para
acomodarlo, relajo mis brazos a mis lados y me quedo de pie torpemente.

—Te ves bien —dice Victor desde la silla, el periódico descansando sobre sus piernas.

Entonces, te gu…

—Gracias —digo y alejo la mirada.

Nunca había tenido tanto miedo de hacer contacto visual con él antes. La humillación
es más fuerte de lo que pensé. Entre más me mira, más paranoica me pongo sobre lo
que está pensando en estos momentos. No sé lo que me pasó anoche. Fui a su cuarto
con pasión y lujuria en mis ojos pero en algún punto que no puedo determinar, me
convertí en una masoquista psicótica.

Pero él me dejo serlo. Y no estoy segura de cómo sentirme respecto a eso. Sé que no
obtuvo ningún placer de eso y no esperaba que lo obtuviera, pero el único de los dos
que parecía sentirse incomoda por eso era yo.

Victo se levanta de la silla y deja el periódico en la mesa. Alcanza su bolsillo derecho y


saca un fajo de billetes.
—Por la ropa de tu hija —dice, poniendo el dinero en la mano de Ophelia—. Y hay
suficiente para pagarte por tu tiempo.

Ella tira el rollo en su bolsillo.

—Entonces, supongo que esto es todo —dice Ophelia—. Si alguna vez decides
mudarte de nuevo a esta área, ya sabes dónde encontrarme. Mis tarifas se
mantendrán igual para ti.

Victor asiente.

—Haré eso —dice él.

Ophelia se voltea hacia mí con una enorme sonrisa que no muestra sus dientes.

242
—Mantenlo en la línea —dice ella—. Y trata los tacones. Lucirías fabulosa con ellos.

Sonrió de vuelta—. Lo pensaré.

Me da palmaditas en el brazo y camina más allá de mí, levantando su bolso del piso
mientras se dirige a la puerta.

Mucho después de que Ophelia se va, todavía estoy mirando la puerta, sin ella en mi
mente, pero no puedo obligarme a ver a Victor.

Camina frente a mí y agarra mis codos con sus manos. Me quedo de pie con mis
brazos cruzados sobre mi estómago.

—Sarai —dice.

Levanto mis ojos para mirarlo y antes de que pueda decir lo que sea que tenía
planeado decir, dejo escapar suavemente—: Lo siento tanto por… Victor, no estoy
loca o… bueno, en verdad lo siento.
—No lo sientas —dice.

Solo lo miro.

—Tocas hermosamente —continúa—. ¿Alguna vez has considerado tocar


profesionalmente?

Muchos segundos pasan antes de que pueda responder.

—Sí pensé en estar sobre un escenario en alguna parte —digo y sus manos dejan mis
codos—. Pero en realidad ya no tengo interés en nada de eso. Solo me gusta tocar
para mí misma.

Para evitar el contacto visual de nuevo, camino hacia el sillón y comienzo a organizar

243
la ropa en la pila ordenada sobre el cojín.

Con mi espalda hacía él, continúo—: No tengo idea de lo que haré cuando llegue a
casa de mi tía, pero se me ocurrirá algo. Algún tipo de educación y después de eso tal
vez entraré a… —No puedo terminar porque no sé qué decir. Lo esquivo, jugueteando
ansiosamente con la tela en mis manos—. Al menos, luciré bien cuando la vea. Tal vez
me acepte ahora que no estoy usando ropa que vienen de una tienda de menos de un
dólar.

—¿Puedes prometerme una cosa? —pregunta Victor.

Me giro para mirarlo.

—Supongo que te debo eso —digo—. ¿Qué?

—Solo que tocarás para mí de vez en cuando.

—¿A qué te refieres?

Se inclina alado de un estante y jala otra maleta en su mano. Luego camina hacia mí y
la pone sobre el sillón, moviendo dos pestillos.
Cuando la abre, está vacía. Señala brevemente la pila de ropa.

—Nuestro avión sale en una hora —dice—. De aquí en adelante, hasta que te diga lo
contrario, eres Izabel Seyfried y tienes la certeza de que lo eres. Tienes una mente
fuerte y una lengua afilada pero me dejas hablar, excepto cuando sientas la necesidad
de decir tu opinión sobre cualquier asunto que decidas, incluso cuando no es
requerido. No le tienes miedo a nada, sin embargo, exudas una sensación de
vulnerabilidad que tú sabes, en privado por supuesto, impulsará la necesidad de un
hombre poderoso de saber cómo es ser el que te rompa. Eres adinerada, aunque
nadie tiene que saber de dónde viene tu dinero, solo que tienes lo suficiente para
limpiar tu trasero con un billete de cien dólares cada vez que vas al baño. Y el único
hombre en cualquier habitación que puede domarte soy yo, lo que haremos, casi con

244
toda seguridad, tendrás que demostrarlo por lo menos una vez en esta misión. Así
que, mantén en mente que lo que sea que te haga, sígueme el juego. Y cualquier cosa
que te diga que hagas, hazlo sin dudar porque podría ser la diferencia entre la vida y
la muerte. ¿Me entiendes?

Lo miré en blanco.

—¿Me vas a llevar contigo? —Habían alrededor de cincuenta preguntas girando


alrededor de mi cabeza, pero esa fue la única que pude arrancar del caos.

Da un paso hacia mí—. Sí —responde—. Te llevaré conmigo en una misión porque


quiero que veas como es. Necesitas entender que la vida que llevo no es la vida para
ti. —Toma mi mano en la suya y se sienta conmigo en el sillón, empujando el maletín
a un lado—. Esperemos que esto te ayude a aceptar una vida allá fuera; una con la
universidad, un trabajo y amigos, y novios.

Junta más firmemente sus dedos alrededor de mis manos y comienzo a mirar más allá
de él, pensando en lo que dijo, sobre su razón para hacer esto. Momentáneamente, me
pregunto a cuál de los dos está tratando de convencer.
—Sarai, escúchame atentamente —dice—. Si decides venir conmigo, necesitas saber
que puedes ser asesinada. Haré todo lo que esté en mi poder para mantenerte a salvo,
pero no es una garantía porque, no importa lo mucho que confíes en mí, nunca, bajo
ninguna circunstancia, deberías confiar completamente en alguien. Al final, solo
puedes confiar en ti misma. No soy tu héroe. No soy la otra mitad de tu alma, quien no
podría dejar que algo malo te sucediera. Siempre confía primero en tus instintos, y si
lo deseas, después en mí.

Asiento aprehensivamente.

—Entonces, ¿cuál será? —pregunta—. ¿Francia o Los Ángeles?

En realidad no tengo que pensar sobre eso porque ya sé lo que quiero, pero pretendo

245
pensar sobre eso para hacerme ver menos irracional.

—Los Ángeles —digo, dejando salir un respiro.

Victo me mira a los ojos por un momento, una mirada de contemplación e incluso un
poco de vacilación se asienta en su expresión.

Se pone de pie y estira su traje.

—Entonces empaca tus cosas —dice y se aleja—. Nos vamos en diez minutos.
Capítulo 30
Victor

246
Tenía la esperanza de que elegiría Francia, pero yo sabía que iba a optar por ir
conmigo. Todavía podía muy bien llevarla a Francia y e instalarla con todo lo que
necesita y mi conciencia estaría limpia. Pero evitaba el significado de racional a lo que
Sarai concernía hace mucho tiempo. Ella bien podría morir en Los Ángeles, pero le di
una opción. Hice todo menos concretar las posibles consecuencias de su decisión. No
le dije todo exactamente, pero hay un método para mi locura. No puedo permitir que
se tome el tiempo para contemplar lo que podría hacer, porque en este negocio a
veces una decisión de vida o muerte llega cuando menos te lo esperas. Y ese es el tipo
de escenario que tiene que experimentar.

Tal vez una parte de mí espera que ella no pase por la misión, porque entonces voy a
ser libre de mis... fallas cuando se trata de ella. Pero la otra parte de mí, la parte con la
que todavía estoy luchando que la trajo conmigo a lo largo de todo esto...

Esa es una cuestión totalmente diferente.

Si ella vive entonces me parecerá necesario hacerle frente.


Si ella muere... si ella muere entonces volveré a mi vida normal y nunca me
encontraré en una situación como esta de nuevo.

—Su nombre es Arthur Hamburg —le digo, dejando un sobre de manila en el regazo
de Sarai a mi lado en el avión privado—. Él es dueño de Hamburg y Sthilz, la más
exitosa agencia inmobiliaria en la costa oeste. Pero su negocio más lucrativo es más
subterráneo.

Atraída por mi silencio, ella levanta la vista de la foto que sacó del sobre.

—¿Cuál es su otro negocio? —pregunta, como yo sabía que haría.

—Eso no importa —le digo—. La información que escojo para darte es todo lo que

247
necesitas.

Ella inclina la cabeza hacia un lado.

—Pero sabes más —acusa.

—Sí, sé más —admito—. Pero como tu patrón, nunca hagas preguntas acerca de la
naturaleza personal de cualquier signo a menos que no tengas claro en cuanto a cómo
vas a eliminarlo. Lo que hace él para ganarse la vida, quien es su esposa, sus hijos, si
los tiene, sus crímenes, si los tiene, no importan. Cuanto menos sepas de su vida
personal, menos riesgo de que te veas involucrada emocionalmente. Te doy una foto,
te informo de sus paraderos frecuentes y hábitos, te designo una manera en la que
prefiero que el golpe sea dado: desordenado y en público para enviar un mensaje, o
discreto y accidental para evitar una investigación, y luego tú te haces cargo de los
demás.

Ella lo piensa un momento, la foto de Arthur Hamburg apretada en sus dedos.

—Espera —dice—, entonces estás diciendo que no solo matas a gente mala, ¿si no
que también matas a gente inocente?

Una pequeña sonrisa, admito que es impropia de mí, levanta los bordes de mi boca.
—Nadie es inocente, Sarai —repito algo que me dijo ella una vez—. Los niños, sí, pero
todos los demás, son tan inocentes como tú o yo. Piénsalo de esta manera si te hace
sentir mejor: para tener un blanco puesto en ti, debes haber hecho algo o estar
involucrado en algo ilegal o "malo" como tú lo llamas.

—Pensé que habías dicho que yo era inocente —me recuerda—. Y es por eso que no
me mataste.

—Lo eras —le digo—. Y no tenía ordenado matarte por mi patrón. La oferta de Javier
fue considerada un blanco privado, que no pasó por mi patrón primero. Los blancos
privados son los que hacen que muera gente inocente. Esposas que quieren que las
muertes de sus maridos parezcan accidentales para que puedan cobrar su herencia.
Amantes despreciados que pagan particulares para matar a sus novias por celos y

248
venganza. Yo no tomo trabajos como ésos y mi patrón nunca me lo ha dado. Mis
Orden sólo se ocupa de la delincuencia, la corrupción gubernamental y una serie de
otras cosas que hacen que la gente mala sea mala. Y a veces, eliminamos a gente que
podrían ser considerados inocentes, pero que son una amenaza para un gran número
de personas inocentes, o una idea.

Sus cejas se arrugan con suavidad mientras me mira para que lo explique con más
detalle.

—¿Habrías matado a Robert Oppenheimer si hubieras sabido que iba a la cabeza de la


invención de la bomba atómica? ¿O, eliminar a una científica antes de que completara
su búsqueda de toda la vida para crear un virus mortal en su laboratorio que sólo es
destinado para ser usado contra un país enemigo en tiempos de guerra?

—Sí, supongo que sí lo habría hecho —dice ella—. Aunque algo como eso es algo así
como jugar a ser Dios con la vida de las personas. Estás condenando a alguien de un
crimen antes de que ocurra.

No respondo a eso porque eso es exactamente lo que es.


—Entonces, si todos ellos merecen morir —continúa—, ¿qué importa lo que sepa de
sus vidas personales? ¿Qué importa lo que sepa sobre este Arthur Hamburg? —Mira
la foto.

—Porque para algunos, los medios no justifican al fin.

—¿Quieres decir que podría sentirme mal por alguien porque sus delitos no
constituyen una sentencia de muerte?

—Exactamente —digo—. Y no es para ti hacer esa llamada.

—¿Y qué te hace pensar que sería tan blanda? —pregunta ella con los ojos llenos de
intención y curiosidad.

249
—No lo hago —le digo—. No a ciencia cierta. Pero para alguien que no ha sido criado
así, que no ha estado matando gente desde que tenía trece años, sería una cosa muy
difícil a la que acostumbrarse.

Sarai mira hacia abajo a la foto una vez más y luego se vuelve hacia mí.

—¿Lo haces desde hace tanto? —pregunta con simpatía—. No me puedo imaginar...

—Tuve que soportar varios años de entrenamiento como un niño antes de que fuera
enviado a una misión con mi mentor. A esa edad, es fácil ser moldeado en lo que sea
que quieran. Mi primera muerte fue limpia. Y dormí profundamente esa noche.

Ella mira hacia otro lado, con la mirada perdida en la nada, perdida en sus
pensamientos.

Justo cuando creo que podría empezar a dudar de toda esta misión, me sorprende.

—Está bien, ¿y qué se supone que debo hacer yo?

Le cojo la foto de las manos.


—Este blanco fue designado limpio —empiezo—. Pero Arthur Hamburgo raramente
está solo en su finca. Da fiestas elaboradas tres o cuatro noches a la semana, sólo para
los más ricos y siempre por invitación solamente. La seguridad en su finca es de
primera clase. Hamburg ha seleccionado cuidadosamente a cada uno de ellos. No son
guardias de seguridad no calificados contratados a fruto de la casualidad. No va a ser
como en las películas, donde entro en la propiedad sin ser visto y saco a todos sus
hombres antes de que puedan disparar. No funciona de esa manera en este caso.

Su cara ha cambiado a cansada y ansiosa en el transcurso de los últimos segundos.

—¿Entonces cómo entras?

—Entramos por invitación —digo—. Hamburg tiene una debilidad, como todos los

250
hombres, y tú y yo vamos a usarla a nuestro favor.

Ahora ella se ve un poco nerviosa.

—¿Cuál es su debilidad?

—El sexo, por supuesto —digo como si debería saber ya la respuesta. Y sé que lo
hacía.

Se estremece un poco por debajo de esa piel suave.

—¿Esto está yendo a donde creo que está yendo?

—Probablemente no —le digo—, pero todavía va a ser desagradable.


Sarai

Mi estómago se ata en un nudo. Victor pone la foto del anciano en el interior del
sobre. Y parece que no puedo quitarme esas repugnantes imágenes de la cabeza de él
desnudo encima de mí, las arrugas y pliegues de su problema de peso obvio
asfixiándome como demasiada jalea en una galleta. Me estremezco. Seguramente
Victor no esperaría que me acostara con este hombre, incluso por el bien de una
misión. No soy una prostituta de cualquier manera y seré condenada si me convierto
en una. Ni siquiera por esto. Puede que me haya acostado con Javier todas las noches

251
durante años a pesar de que yo no quería, pero eso era diferente. Esa era mi manera
de sobrevivir. Y Javier, me atrevería a decir, era atractivo a pesar de sus defectos
imperdonables.

Eso era sin duda diferente...

No puedo mirar a Victor ahora mismo, no porque esté enfadada con él por esto,
aunque me sienta como que debería estarlo, sino porque... maldita sea, todavía estoy
contemplándolo. Tiene que haber algo más que eso, algo que separe lo que hacen las
putas de lo que él espera que yo haga.

Él no dejará que vaya tan lejos, me resuelvo a creer. Sí, eso es. Tiene que ser así.

Unas pocas turbulencias sacuden el avión y me sacan de mis pensamientos. Estoy


agarrando los apoya brazos cuando me giro para mirar a Victor otra vez.

—Entonces, ¿cuál es el plan? Es obvio que me trajiste porque encajo perfectamente en


lo de ser la chica.

Él asiente con la cabeza.


—Sí, ser mujer tiene sus ventajas en casos como estos. Sólo recuerda lo que te dije
antes: eres sumisa para mí, pero a veces tu lengua te mete en problemas. Eres una
zorra rica y presumida y más que nada, no le temes a nada.

Me río con sorna.

—Bueno, de acuerdo contigo, tengo esa cosa del miedo controlado.

—Sí —dice reteniendo su expresión seria—, pero podrías sentirse de manera


diferente una vez que estés allí, y la amenaza esté a todo tu alrededor. Necesitas
asegurarte de que nada va a romperte del control que tienes sobre tu miedo.

252
Hamburg dejará de sentirse atraído por ti en el momento que lo sienta. El miedo para
él es débil y le gustan las mujeres jóvenes fuertes y temerarias. E incluso los hombres
más fuertes.

Siento que mi cara se distorsiona con disgusto y una leve sorpresa, pero yo no
pregunto sobre lo obvio. Sólo trato de que todo penetre, qué es exactamente lo que
vamos a hacer y cómo vamos a hacerlo. Porque todas las teorías que había hecho
antes acaban de ser lanzadas por la ventana.

Victor había dicho que lo que yo supusiera que pasaría probablemente no estaba en lo
cierto, pero sólo estoy ligeramente aliviada por la verdad en eso. Y “ligeramente”
seguirá siendo la medida porque él también dijo que aún sería desagradable.
Capítulo 31
Sarai

253
Llegamos a Los Ángeles poco después de las seis de la tarde. Nos registramos en
el hotel más extravagante que la ciudad tiene que ofrecer y Victor se encuentra en
personaje antes de que siquiera llegáramos a nuestra habitación en la planta superior
con vistas al paisaje urbano. Él exige, con la barbilla en alto y su actitud dominante
obtener la mejor suite y no aceptará nada menos. Y la recepcionista, hechizada por
sus oscuros ojos parpadeantes, borra una reserva, un huésped que había reservado
para esta noche y le da a Victor las llaves de la suite. Él es tan bueno fingiendo ser otra
persona que casi me engaña en que crea que él es un hijo de puta rico que no le
importa la gente debajo de él, que da la casualidad de ser todos. Pero lo hace con tanta
gracia y compostura que su rica actitud arrogante no induce aversión por él, pero al
instante exige respeto.

Estoy seriamente empezando a dudar de mi capacidad de actuar en comparación con


la de él. Lo hice por nueve años con Javier. Toda mi vida fue una actuación y me gusta
pensar que tengo la suficiente experiencia, pero Victor me intimida.

Enderezo la espalda y camino junto a él en mi vestido de Valentino y sandalias planas


con la cabeza bien alta. Soy fuerte, poderosa, rica, y no puedo ser tocada.
Al menos eso es lo que espero que estoy logrando.

—Inicia esta noche —dice Victor estableciendo sus bolsas en el extremo de la cama y
luego cuelga una bolsa de ropa negra alta con una cremallera en la parte delantera de
un gancho en la pared. —Si todo va según lo previsto, terminará mañana en la noche.
Tendrás que usar maquillaje y recoger tu pelo. Hay que lucir como el personaje, así
como interpretarlo. Ah, y ponte tacones. —Moviendo de un tirón los pestillos de la
caja del arma recupera una de sus armas de fuego y comienza a conectar un supresor
en el extremo del cañón.

—¿Cuál es el plan entonces? —le pregunto, haciendo caso omiso de mi necesidad de


quejarme de los zapatos que él quiere que me ponga con los que espero poder
caminar.

254
—Esta noche vamos a su restaurante —comienza, todavía inspeccionando la
pistola—. Antes de que podamos entrar en la mansión, necesitaremos una invitación
y el restaurante es donde la obtendremos. Voy a interpretar mi parte e interpreta tu
papel como Izabel, no como Sarai. Recuerda eso siempre que estemos en público,
incluso cuando pienses que nadie está mirando. —Él me mira y vuelve a inspeccionar
el arma—. Hamburg está en este restaurante cada noche de viernes como un reloj.
Pero nunca vamos a verlo. Se esconde en una habitación privada con otros dos
hombres: su auxiliar y el gerente del restaurante. Pero Hamburg está siempre atento
a lo que sucede en el restaurante. Y él está siempre evaluando a los comensales. No
podemos verlo, pero es una certeza que nos va a ver.

—¿Evaluándolos?

Victor pone la pistola en la cama y se cierra la caja.

—Sí —dice—. Él va a estar buscando una pareja. Tenemos que hacer una buena
impresión.

Esto me está preocupando más cada segundo.


—Bueno, estoy segura de que habrá un montón de parejas en un restaurante de Los
Ángeles —trataba de sonar sarcástica, pero él no es perturbado por ello.

—Por supuesto que habrá —dice—. Pero a diferencia de todos los demás en el
restaurante, sé exactamente lo que está buscando.

Él señala a mi bolsa.

—Ahora prepárate. Salimos en media hora.

Saco el kit de maquillaje que Ophelia incluyó con toda la ropa que me dio y lo llevo al
cuarto de baño. Estoy un poco emocionada de usarlo. No tenía ese lujo mientras
estaba con Javier excepto cuando él me llevaba con él a partes y tal. Y siempre me

255
tomé mi tiempo de ponerlo porque quería que fuera perfecto. Quería saborear mi
único momento a solas donde me sentía como una adolescente promedio, de pie
delante del espejo arreglándome a mí misma antes de otro día en la escuela. Yo
siempre pretendí que eso es para lo que me estaba preparando y logré hacérmelo
creer. Eso fue hasta que Izel irrumpía en la habitación sin ser invitada y me arrastraba
por el brazo porque estaba tomando demasiado tiempo.

Pero esta vez, no pretendo que estoy en algún lugar donde preferiría estar. Estoy
centrada y determinada y, naturalmente, nerviosa. Aplico mi maquillaje en un tiempo
récord y cepillo mi pelo hasta que se siente como seda fresca contra mi espalda y
luego de pasar más tiempo de lo que quiero, trato de recogerlo. Después de luchar
durante quince minutos, finalmente me las arreglo para que se vea "perra rica"
agradable, clavado en la parte posterior de la cabeza con bonitas pinzas plateadas
para el cabello.

Victor está vestido como habitualmente cuando salgo del baño, pero de alguna
manera se las arregla para ser aún más sexy. Me quedo boquiabierta al verlo allí de
pie con su traje de Armani, zapatos negros pulidos y estatura elevada. Echo un vistazo
a mi vestido y aunque tuvo que costar unos cuantos miles de dólares, me siento como
que no se pueden comparar de pie junto a él.
Quizás sean las sandalias, quizás una vez que me ponga los zapatos de tacón va a
hacer que me sienta más como su igual.

—Sin confianza —dice y levanto la vista—. Apestas ahora mismo. Es necesario


revertir eso antes de que salgamos de esta habitación. —Él se acerca a mí. Huele un
poco a colonia y yo inhalo profundamente de su olor. —Sabes que eres la chica más
hermosa y la más importante en la sala —dice y por un momento me pierdo en esas
palabras, no queriendo aceptarlas como mera instrucción—. Siempre estás en
competencia con otras mujeres, lo que demuestra a todo el mundo a tu alrededor que
nunca se pueden comparar, y si una lo intenta, siempre la sacaras de la imagen con el
movimiento de tu muñeca. No sonríes, finges sonreír o sonríes con suficiencia. No
dices gracias, supones que estás siendo agradecida por la oportunidad de servirte. Y

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nunca levantas la voz porque no tienes que hacerlo con el fin de hacer su punto. Y
recuerda que siempre cedes ante mí. No importa lo que pase.

Lo miro fijamente.

—Soy todo un personaje —le digo—. Casi tengo ganas de golpearme a mí misma.

Victor sonríe y envía un escalofrío por mi espalda.

Levanta un dedo.

—Una cosa más —dice, y mete la mano en su bolsa de lona. Él saca una caja de joyería
de marfil pequeña y me la da. Abro el pestillo y miro dentro. Hay varios anillos
espectaculares instalados en entre los pliegues de terciopelo de un lado, dos collares,
uno de oro, uno de plata, con piedras preciosas colgantes y pulseras a juego y
pendientes.

—¿De dónde sacaste todo esto?

Él esconde su arma dentro de su camisa, rompiendo los tres primeros botones para
revelar una correa negra en un lado del pecho que sólo puedo asumir está unido a una
funda de pistola.
—No quieres saber.

Lo dejo en eso y deslizo cuatro anillos, dos a cada lado, y luego me pongo la pulsera a
juego, collar y aretes. Entonces agarro mi pequeño bolso de mano blanco y Victor
engancha mi brazo dentro del suyo justo antes de salir por la puerta.

L.A .es igual que lo es en el cine: una vasta infraestructura en auge con luces y
edificios altos, vehículos caros y carreteras blancas bordeadas de palmeras y casas de
varios millones de dólares. Montamos en un negro convertible Mercedes-Benz
Roadster, aunque con la capota arriba, a través de la ciudad en expansión. Estaba
aparcado en la parte delantera del hotel esperando por nosotros cuando llegamos
afuera. Supongo que hacer lo que él hace tiene sus ventajas. No es todo acerca de
matar a la gente por dinero, sino que tiene todo lo que necesita a su disposición que

257
garantice que pueda llevar a cabo todos los trabajos que le han dado.

Llegamos al restaurante en la parte más rica de la ciudad, sin duda, bien entrada la
noche. Un ballet parking abre la puerta para mí. Empiezo a sonreír y decirle gracias
una vez que salgo, pero me sorprendo a mí misma de forma rápida y trago mi error
antes de que nadie lo note. En cambio, levanto la barbilla e incluso no le ofrezco al
hombre una mirada a los ojos, y mucho menos una sonrisa o un gracias.

Victor, vuelve a mi lado del vehículo y toma mi brazo a través del suyo nuevo
mientras me lleva dentro.

El restaurante es de dos pisos con un balcón que da a las escaleras al piso inferior. La
conversación alrededor de mí suena como un zumbido constante, pero no está tan
lleno que cada mesa está llena. Aparte de las voces, es tranquilo aquí con poca
iluminación y las paredes semi-oscuras para crear un ambiente tranquilo. Victor me
tira a su lado con cuidado a medida que seguimos al camarero a una cabina en forma
circular con brillantes asientos de cuero negro cerca de la parte posterior. Me siento y
luego Victor se desliza junto a mí.
El camarero nos presenta dos menús encuadernados en piel, pero antes de que pueda
colocar la mía completamente sobre la mesa frente a mí, barró mi mano hacia él,
alejándola con una expresión de aburrimiento.

—No voy a comer —le digo, como si la comida de alguna manera podría arruinar mi
camino hacia la iluminación—. Pero voy a tomar vino.

El camarero mira el menú en su mano y luego a mí brevemente, pareciendo


confundido.

Victor me da una mirada que no puedo ubicar del todo, pero sé que no es una buena.
Él abre su menú y después de estudiarlo por un momento, se lo devuelve al camarero
y le dice:

258
—La Serena Brunello di Montalcino. —El camarero asiente, toma el menú, que es al
parecer la carta de vinos y estoy a punto de morir de la vergüenza, y él se aleja.

—Lo siento —le susurro.

Los ojos de Victor se mantienen en mí en señal de advertencia. Me toma un segundo,


pero entiendo lo que estoy haciendo mal y limpió la mirada avergonzada de mi cara
rápidamente, enderezando la espalda contra el asiento y cruzando las piernas debajo
de la mesa. Puse mi bolso en la mesa a mi derecha.

Esto de quedarse en personaje es algo más difícil de lo que pensaba, pero ahora que
ya he metido la pata dos veces en cuestión de minutos, estoy más decidida que nunca
a hacer las cosas bien.

En segundos, me vuelvo totalmente Izabel Seyfried.

Meto la mano en mi bolso y saco un espejo compacto y un tubo de lápiz labial de color
rosa, y comienzo a aplicarlo en la mesa. Me aseguro de mirarme mucho a mi misma,
volviendo la cabeza sutilmente en diferentes ángulos y suavemente frunciendo los
labios.
—Guarda el lápiz labial —dice Victor como el rico imbécil y no el hombre que
conozco.

Lo miro suavemente y hago lo que dice, pero me tomo mi tiempo en ello.

El camarero vuelve a nuestra cabina con una botella de vino y con las dos manos la
pone a la vista de Victor. Victor la inspecciona visualmente y luego asiente con la
cabeza al camarero, que luego saca el corcho y la coloca sobre la mesa delante de
Victor. Inspecciona eso, también, y mientras estoy en silencio preguntándome por qué
se está poniendo tanto esfuerzo por ambas partes, no digo nada y finjo que no me
importa. El camarero vierte una pequeña cantidad en la copa de Victor y luego da un
paso atrás. Victor arremolina el vino alrededor en la copa por un momento y luego la
lleva a su nariz y lo huele antes de tomar un sorbo. Después de que Victor lo aprueba,

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el camarero llena mi copa y luego la de Victor.

Yo no miro el camarero a los ojos porque al igual que el servicio de aparcacoches, no


es digno de mi preciosa atención.

Victor declina la comida para los dos y el camarero deja nuestra mesa.

—Nunca me gusta esta ciudad cuando vengo aquí —dice, tomando un sorbo de su
vino.

Encajo mis dedos delicadamente alrededor de la curva de copa y hago lo mismo,


después de colocarlo con cuidado sobre la mesa.

—Bueno, yo personalmente preferiría Nueva York, o Francia —le digo, sin tener idea
de a dónde voy con esto.

—No te pregunte lo que preferías. —Él no se fija en mí.

Él pone su vaso abajo.


—¿Por qué me traes contigo entonces? —pregunto, ladeando la cabeza—. Yo sólo
estaba tratando de entablar una conversación. —Miro hacia otro lado, cruzando los
brazos sobre el pecho.

Victor me mira directamente.

—Izabel, no te sientes con los brazos cruzados así. Te hace ver como una niña
testaruda.

Poco a poco, mis brazos caen y se doblan las manos juntas en mi regazo, enderezando
la espalda.

—Ven aquí —dice en un tono más suave.

260
Me deslizo en los pocos centímetros que nos separan y me siento a su lado.

Sus dedos bailan a lo largo de la parte trasera de mi cuello mientras que él tira mi
cabeza hacia él. Mi corazón late de manera irregular cuando cepilla sus labios contra
el costado de mi cara. De repente, siento su otra mano deslizándose entre mis muslos
y mi vestido. Mi respiración se engancha. ¿Tengo que separarlas? ¿Me congelo y la
dejo en su lugar? Yo sé lo que quiero hacer, pero no sé lo que debo hacer y mi mente
está a punto de huir conmigo.

—Tengo una sorpresa para ti esta noche —susurra en mi oído.

Su mano se acerca a la calidez entre mis piernas.

Yo jadeo ligeramente, tratando de no hacerle saber eso, aunque estoy segura de que
definitivamente sabe.

—¿Qué tipo de sorpresa? —le pregunto, mi cabeza inclinada hacia atrás, descansando
en su mano.
En ese momento, otra pareja se acerca a la mesa, una alta mujer de pelo rubio con las
piernas desnudas, muy largas, y un hombre aún más alto con la mano alrededor de la
parte posterior de su cintura.

Victor se pone de pie para saludarlos. Me quedó donde estoy, permaneciendo en


personaje, pero al mismo tiempo realmente no tengo que fingir estar decepcionada
con su presencia, porque yo estaba disfrutando el momento con Victor antes de que
nos interrumpieran; por unos minutos me había olvidado por qué estábamos incluso
aquí.

—Aria —se presenta la mujer.

—Es un placer —digo con evidente disgusto.

261
Se sienta en el otro lado de la cabina redondeada. El hombre toma el asiento fuera de
ella, al igual que se sienta Victor.

—Ha pasado tiempo, Victor —dice el hombre con un acento que no puedo colocar.

¿Cómo se conocen?

—Sí, lo ha sido, amigo mío —dice Victor mientras hace un gesto al camarero.

El camarero viene en seguida y toma la orden de vino del hombre.

—Izabel —dice Victor—, este es mi viejo amigo Fredrik de Suecia. Él va a estar


dirigiendo mis oficinas en Estocolmo, cuando la expansión entre en vigor el próximo
mes.

—Oh, ya veo —le digo, tomando otro sorbo de mi vino, dimensionamiento a “Aria”
mientras la miro por encima del borde de la copa.

Sus pechos están prácticamente reventando de la parte superior de su vestido y me


siento inadecuada de repente. Pero no dejo que se muestre. Soy la chica más hermosa
y la más importante en la habitación, me recuerdo a mí misma. No importa en lo más
mínimo que su doble D opaque mi C y que ella es muy hermosa y tiene los ojos azules
más magnéticos que he visto nunca en una mujer antes.

Vuelvo la barbilla con orgullo y miró lejos de ella.

—¿Cuál es mi regalo, Victor?

Los labios de Victor se alargan sutilmente y coloca el vaso de nuevo sobre la mesa.

—Fredrik y Aria, por supuesto —dice—. Has estado muy bien últimamente y he
estado descuidándote mientras que estaba en Suecia, así que quería celebrarte esta
noche.

Fredrik sonríe seductoramente través de la mesa hacia mí con los labios apretados

262
contra el borde de la copa. Es muy guapo, con el pelo oscuro y ondulado y los pómulos
fuertes.

—¿No podríamos celebrar solos? —le pregunto, no dándole a Fredrik más de mi


atención—. No entiendo lo que quieres decir. Seguro que no quieres decir que los
folle.

La sonrisa de Victor es abiertamente astuta pero secretamente orgulloso por la


facilidad con que cogí el plan.

Sólo espero que no vaya más allá de esta mesa...

Su mano se aleja de entre mis piernas y coloca los brazos sobre la mesa, con los codos
doblados.

—No, por supuesto que no —dice, y eso me sorprende—. Nunca te compartiría, lo


sabes.

Aria me sonríe, continuamente tratando de hacer contacto visual lo que me dan ganas
de mirarla menos. La mano izquierda de Fredrik desaparece debajo de la mesa y,
probablemente, entre sus muslos como Victor tenía la suya entre los míos hace
apenas unos segundos.

—Victor nos dijo —Fredrik se inclina hacia adelante un poco y baja la voz—, que
prefieres público. A Aria y a mí nos gustaría mucho ver. Si esto es algo que estarías
dispuesta a permitir.

No estoy segura de cuando el acto terminó para mí, pero ahora mismo estoy luchando
para nadar mi camino a través de los sentimientos de lujuria y placer, encontrando mi
camino de vuelta al mundo real. Durante largos pocos segundos no digo nada. Todo lo
que puedo pensar es en Victor saliéndose con la suya conmigo y Fredrik y Aria viendo
como lo hace. De repente tengo un hormigueo entre las piernas. Pero me avergüenzo
de mis propios pensamientos y trató de forzarlos a salir de mi mente.

263
—¿Izabel? —Oigo a Victor decir.

Regreso de nuevo en el momento, no del todo segura de nada de cómo se supone que
debo actuar. Quizás Victor debería haberme preparado mejor al darme los detalles de
los detalles importantes como esto. Busco a tientas sobre mis pensamientos, con mi
copa de vino como una distracción mientras toco el tallo de la copa con la mano
derecha a la vez que todavía está tratando de irradiar esta personalidad dueña de sí
misma de Izabel Seyfried que no estoy exactamente sintiendo ya.

—Me gustaría eso —le digo. Pero entonces miro fríamente a Aria y añado—: Pero ella
no. Sólo Fredrik.

El rostro de Aria cae y luego se tuerce ligeramente en algo amargo.

La expresión de Victor sigue siendo normal y tomo eso como un signo secreto de su
aprobación por mi decisión de excluirla.

Antes de que pierda la confianza, mantengo el diálogo fluyendo.

—Deberías haber pensado mejor antes de invitarla, Victor.


Él toca mi muñeca sobre la mesa.

—Muy bien —dice y luego mira a Fredrik—. Nos vemos en mi hotel en dos horas.
Solo.

Aria va a ponerse de pie y ella airadamente le hace gestos a Fredrik para que se
mueva más de lo posible para que pueda salir de la cabina. Se pone de pie y él se hace
a un lado, pero cuando llega a ayudarla ella empuja su mano y le grita:

—Aléjate de mí —y ella trota sobre los tacones de seis pulgadas de alto lejos de la
mesa.

Es extraño cómo me siento realmente mal por "herir sus sentimientos",

264
independientemente de la naturaleza de la situación.

Fredrik se sienta otra vez y el estado de ánimo en la mesa cambia, mientras él y Victor
empiezan a hablar de esta expansión de la empresa a Suecia que no tengo
absolutamente ninguna idea de lo que están hablando. Lo que me confunde aún más
es qué grado de fluidez la conversación de ficción sobre una cosa ficticia también pasa
entre ellos. Parece como si hubieran discutido todo este escenario largamente e
incluso tenido tiempo para ensayar antes de que nos reuniéramos. Pero he estado con
Victor durante todo el tiempo y no ha tenido la oportunidad de ir por algo como esto
en detalle con nadie más que conmigo. Fredrik parece saber más sobre lo que está
pasando que yo.

Y francamente, eso me hace enojar un poco.

—Estoy lista para irme —le digo con frialdad tanto como Izabel y Sarai.

—Nos iremos cuando esté listo —dice Victor.

—Pero me quiero ir ahora —chasqueo—. No me gusta este restaurante. Es


jodidamente oscuro. Siento como que estoy en un calabozo. —Tomo mi bolso de la
mesa y me pongo de pie.
Victor me agarra del brazo y me empuja hacia atrás en el asiento.

—Dije que nos iremos cuando esté listo. Y deja de hablar o puedes sentarte en tus
rodillas debajo de la mesa entre las mías.

Trago saliva, una mirada de asombro consume mis características. Al ver a Fredrik en
mi visión periférica, recojo mi compostura rápidamente.

Pongo mi bolso sobre la mesa y cedo ante Victor plenamente.

Y otra vez, estoy tratando de alejarme nadando de mis pensamientos sucios.

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Capítulo 32
Sarai

266
El camarero vuelve a nuestra mesa y nos ofrece más vino y para comprobar las
cosas. Victor le indica con un gesto que necesitamos nuestras copas hasta el tope.
Mientras el camarero vierte más vino a la mía, noto la mano de Victor moverse a lo
largo del borde de la mesa hacia mí y cuando el camarero aleja la botella, mi vaso se
cae derramando el vino sobre mi vestido. Sucedió tan rápido que si no hubiera estado
observando a Victor nunca hubiera sabido que fue él quien lo hizo y no el camarero.

Jadeo y mi boca se abre. Y mientras entro al modo Izabel por completo, el camarero se
apresura a limpiar el vino de la mesa y se disculpa profusamente en el proceso.

—In-creíble —le digo, poniéndome de pie de la cabina con mis manos elevadas y mi
boca abierta, los ojos lleno de ira—. Eres un idiota; mira lo que le hiciste a mi vestido.

—Yo… yo lo siento mucho —dice el camarero.

—Quiero hablar con el dueño —exige Victor, de pie en la mesa, también.

Hemos causado exitosamente una escena, por lo menos.


—Sí, señor —dice el camarero—. Voy a hacer traer a mi gerente de inmediato.

Él empieza a caminar rápidamente, pero Victor dice:

—No, dije el dueño. No me hagas perder el tiempo con nadie más.

Un poco aterrado, el camarero se inclina y se escabulle fuera a través del restaurante.

Quedándome en mi personaje, no hago caso de mi necesidad de preguntar sobre lo


que está pasando. Fredrik sigue sentado con nosotros, después de todo, y hasta donde
sé... ¿a quién engaño? No sé nada, en realidad.

—¡Mira mi vestido, Victor!

267
Victor recoge la servilleta de tela de la mesa delante de él y empieza a limpiar mi
vestido con ella.

—Está arruinado —siseo entre dientes.

—Te voy a comprar uno nuevo —dice—. O mejor aún, el dueño de este restaurante te
comprará uno nuevo.

Fredrik está sentado tranquilamente bebiendo su vino.

En menos de dos minutos, el camarero está acercándose a nosotros de nuevo


siguiendo detrás a un hombre alto, de hombros anchos, con cabello entre canoso y un
hoyuelo en el centro de la barbilla. El hombre camina con la cabeza bien alta y las
manos cruzadas juntas por delante de él.

—Pido disculpas por el accidente del camarero —dice él—. Su vino y su comida si
tienen una esta noche serán a cuenta de la casa.

—Oh, pero eso no acaba de compensarlo —dice Victor parándose justo enfrente del
hombre—. Y me ofende que no ofrezca pagar por el vestido, junto con la cena. ¿Qué
tipo de restaurante es este? Sin duda, uno al que nunca vendré de nuevo. ¿Eres el
propietario de este… establecimiento?
El hombre extiende su mano para saludar a Victor pero Victor declina.

—Soy Willem Stephens —dice él, retirando la mano—. Dirijo este restaurante en
particular.

—¿Así que no eres más que el gerente? — acusa Victor.

El camarero mira hacia el suelo para evitar la mirada airada de Victor.

—Pregunte por el dueño —añade Victor.

Willem Stephens asiente.

—Sí, Marcus aquí me informó de su solicitud, pero me temo que no es posible esta

268
noche. El Sr. Hamburgo no está aquí.

Fredrik se levanta de la mesa ahora y todos nuestros ojos se desvían a él. Él toma un
último sorbo de su vino.

—Me disculpo —dice Fredrik a Victor—, pero debo irme. —Entonces él me mira
brevemente—. Me reuniré contigo en tu hotel en dos horas.

No le ofrezco ninguna mirada secreta o sonrisa, asiento con la cabeza y giro de vuelta
a Victor y el problema con mi vestido.

Fredrik y Victor intercambian despedidas rápidas y luego Fredrik nos deja en la mesa
con el gerente.

—En nombre del Sr. Hamburgo —dice Willem Stephens—, el vestido será pagado en
su totalidad y le invitamos a disfrutar de una comida a cuenta de la casa.

La mano de Victor golpea la mesa y de repente un gorila en un traje está de pie junto a
Willem Stephens como si hubiera aparecido de la nada. El camarero flaco utiliza esta
oportunidad para retroceder varios pasos para poner distancia entre él y el resto de
nosotros.
—Por favor, señor —dice Willem Stephens, gesticulando una mano hacia Victor y
tratando de calmar la situación—. No hay necesidad de una escena. ¿Le gustaría
hablar conmigo en algún lugar más privado?

Victor camina justo hasta él, confianza e intolerancia emanando de cada poro. De
igual forma el gorila se para justo enfrente de Victor. Dos segundos de tensión
silenciosa pasan entre los dos, pero ninguno de ellos hacen un movimiento. Sé que
Victor fácilmente podría derribarlo y todo esto es parte del plan.

—Quiero que el vestido pagado esta noche —exige Victor—. Tres mil quinientos
dólares. Efectivo. Y yo voy a pensar en no demandarlo ni a usted ni al Sr. Hamburg por
el vestido y la angustia de mi novia.

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Encuentro eso ridículo, pero al mismo tiempo, he escuchado de personas que
demandan a cosas más tontas y se salen con la suya.

Willem Stephens asiente.

—Muy bien —dice—. Voy a ir a buscar sus fondos. Si me disculpan.

El firme asentimiento de Victor coincide con el suyo y luego Willem Stephens se aleja,
el camarero y el gorila siguiéndolo de cerca. Una vez que se abren camino a través de
las mesas mirando en silencio, Victor se vuelve hacia mí y hace gestos para que me
siente con él.

—Me encantaba este vestido —dije con los dientes apretados.

Con la misma servilleta de tela, como antes, Victor da golpecitos delicadamente en el


tejido en el pecho para el espectáculo.

—Todo va a estar bien una vez que nos vayamos de aquí —dice. Entonces él me besa
en la frente—. Creo que te gustará Fredrik. Él tiene control. —Él me besa de nuevo un
poco más bajo entre los ojos—. Él va a esperar hasta que hayamos terminado antes
que él se masturbe.
—¿Cómo lo sabes?

—Porque lo conozco desde hace mucho tiempo —dice.

No puedo creer que incluso estoy teniendo esta conversación. O que cada pedacito de
ella es un espectáculo. No entiendo por qué estamos siquiera haciendo un espectáculo
en absoluto con nadie aquí para presenciarlo. Pero lo que me confunde aún más que
eso es lo fácil que me he estado olvidando que se trata de un espectáculo en absoluto.
Ya sea que estoy teniendo demasiada diversión jugando este juego peligroso con
Victor, o algo está seriamente mal conmigo.

Victor traza mi ceja con la yema de su pulgar y me pierdo completamente en sus ojos.

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—¿Qué vas a hacer conmigo? —le pregunto tímidamente. —Dijiste que he sido buena.

Él besa ligeramente la ceja que acaba de tocar.

—Todo lo que quiera hacer contigo —dice tranquilo, controlando su voz.

Acaricia la otra ceja con la yema de su pulgar y lo arrastra a lo largo de mi mandíbula.

Cierro los ojos suavemente e inhalo su aroma, saboreando su cercanía y tratando de


obligarme a no creer la verdad, que nada de lo que él me está diciendo es real.

Sus labios acarician los míos.

—¿Tienes un problema con eso, Izabel?

—No, —me estremezco al decirlo, los ojos todavía cerrados.

Pero ellos saltan abiertos cuando Willem Stephens hace su camino de regreso a
nuestra mesa.

—Por sus inconvenientes —dice él, tendiéndole un sobre a Victor—. Hay cuatro
grandes aquí.
Victor toma el sobre en su mano y lo mete en el bolsillo de su chaqueta del traje
escondiéndolo en el interior.

Willem Stephens enseña entonces otro sobre, más de forma cuadrada de su propio
bolsillo y lo presenta a Victor siguiente.

—El Sr. Hamburg quisiera extender sus disculpas invitándolo a su mansión mañana
por la noche —dice.

Victor toma el sobre vacilante, mirándolo con escepticismo y desinteresado al


principio.

—Es un asunto privado —continúa Willem Stephens—. Les puedo asegurar que si

271
deciden asistir, el Sr. Hamburg hará que financieramente valga la pena.

—¿Parezco necesitar asistencia financiera en forma alguna? —pregunta Victor,


fingiendo estar ofendido por la idea.

Willem Stephens niega con la cabeza firmemente.

—En absoluto, señor —dice—. Pero uno nunca puede tener demasiado. ¿No está de
acuerdo?

Victor lo contempla un momento y luego extiende su mano en busca de la mía. La


tomo y nos paramos fuera de la mesa.

—Voy a considerarlo —dice Victor y salimos del restaurante.

—¿Cómo sabías que iba a funcionar? —pregunto con entusiasmo en el segundo en


que nos metemos en el Roadster y cerramos las puertas. No puedo contenerlo más.
Sólo espero que esté bien estar fuera del personaje ahora.
—No lo sabía —dice.

—Pero, ¿cómo....?

Él mira hacia mí, con una mano descansando casualmente en la parte superior del
volante.

—Todas las mesas del restaurante están cableadas —dice y mira de nuevo el camino.
—Hamburg se encuentra en esa habitación privada de él observando a los clientes ir
y venir, seleccionando parejas de la multitud basándose primeramente en cómo se
ven. Cuando ve a una pareja que despierta su interés, la próxima fase es escuchar su
conversación.

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Estoy totalmente entendiéndolo todo ahora.

—Pero, ¿por qué no me lo dijiste antes de ir? Probablemente podría haberlo hecho
mejor si supiera que el tipo estaba escuchando.

—Bueno, técnicamente no sabía si él estaba escuchando. Y no te dije algunas cosas,


porque quería ver qué tan bien podías improvisar bajo presión y teniendo
información limitada sobre lo que está pasando.

—Eso explica tu conversación con Fredrik —dije, y su nombre en mi lengua como


Sarai abre un tema completamente diferente—. Si ese es su verdadero nombre. —Me
detengo y digo con las mejillas calientes—. Él realmente no va a estar en nuestro
hotel ¿o sí?

La mirada lenta de Victor esta vinculada con diversión.

—No, Sarai, él no va a estar en el hotel esperando por nosotros.

Bueno, eso es un alivio. Sin embargo, el pensamiento de Victor....


—Entonces, ¿quién era él entonces? Obviamente, él sabía más de lo que estaba
pasando que yo.

Nos dirigimos hacia otra calle bien iluminada y pasamos a través de una luz amarilla
justo antes de que se pusiera en rojo.

—Sí, su nombre es Fredrik y sí, él es realmente sueco. Trabaja para mi Orden, aunque
no haciendo lo que hago. Él simplemente nos ayuda en tiempos como estos.

—¿Y la mujer, Aria?

—Estoy seguro que era sólo una mujer al azar que Fredrik recogió en alguna parte. —
Él me lanza una sonrisa—. Él es bueno en ese tipo de cosas.

273
Me sonrojo y miro hacia otro lado.

—¿Estás decepcionada? —pregunta Victor.

Miro hacia de vuelta hacia él, nerviosa por su pregunta. Y esa leve sonrisa aún está
enterrada detrás de sus ojos.

—Umm, no —le digo—. ¿Por qué preguntarías eso?

Victor mira de vuelta al camino.

—¿Qué, no encuentras a Fredrik atractivo?

Creo que él está jugando conmigo.

—Bueno, sí, te estaría mintiendo si dijera que no era atractivo, pero no estoy atraída
por él, si eso es lo que estás pensando.

Me siento atraída por ti, Victor, sólo por ti...

Él sonríe y no dice nada más al respecto.


Mi cara se pone más y más caliente, cada vez que lo veo sonreír completamente o
hacer sólo un intento de sonrisa, porque totalmente no estoy acostumbrada a ver eso,
y sólo me hace sonrojar más y se siente como que un centenar de mariposas
borrachas están teniendo una orgía en mi estómago.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —pregunto.

—Disfrutamos el tiempo de inactividad hasta mañana en la noche —dice.

Y eso es exactamente lo que hacemos.

Victor me lleva a comprar un vestido nuevo con esos cuatro mil dólares que estafó del
gerente. Regresamos a nuestro hotel el tiempo suficiente para cambiarnos de ropa. Lo

274
miro boquiabierta cuando lo veo completamente vestido. Lleva una chaqueta ceñida
al cuerpo de punto gris con cuello en V sobre una camisa de botones blanca de manga
larga. Muy casual, y unos inusuales pantalones de mezclilla oscura. Un par de zapatos
de cuero negro con cordones adornan sus pies. Sólo lo he visto usar trajes caros y
zapatos de vestir, así que es un poco un shock verlo en cualquier otra cosa. A pesar de
que se las arregla para lograr sofisticación y riqueza, sin problemas.

Yo usó en vestido veraniego de seda y otro par de caras sandalias planas, contenta de
estar fuera de esos dolorosos tacones.

Nosotros en realidad terminamos reuniéndonos con Fredrik, después de todo,


aunque es del todo inocente. Los tres salimos a un cóctel en la terraza de otro hotel de
lujo y aunque tengo que permanecer en el personaje de Izabel Seyfried todo el
tiempo, me da la sensación que Fredrik sabe que no soy realmente la perra que
presumo de ser. Lo encuentro refrescante y mientras más tiempo estamos Victor y yo
con él durante toda la noche, más me gusta su compañía.

Casi se siente... normal, como he encontrado alguna pequeña manera de disfrutar de


las cosas que me rodean, como todos los demás y para encajar en la sociedad. En el
fondo de mi mente sé que no va a durar, pero al menos lo estoy experimentando sin
tener que mirar constantemente por encima de mi hombro.

Nos separamos de Fredrik justo después de la medianoche, cuando Victor siente que
es mejor que regresemos a nuestro hotel y descansar un poco. Mañana por la noche
va a ser muy diferente de esta noche y debería tenerme preocupada. Pero ya estoy
jugando el juego. Estoy en demasiado metida, demasiado involucrada con mi alter ego
que he tenido más diversión en una noche de la que Sarai ha tenido en toda su vida.
Estoy ansiosa y emocionada para que el mañana llegue, no temerosa y teniendo dudas
como creo que Victor secretamente quiere que esté.

No, este mundo subterráneo que él me está abriendo lentamente, no está teniendo el
efecto en mí que él había planeado.

275
Sólo me hace quererlo más.
CAPÍTULO 33
Victor

276
—Fredrik me dice que tenías a una chica contigo —dice Niklas al teléfono—.
Izabel, ¿era ella?

—Sí —respondo—. Obviamente era necesario.

Él lo sabe. Nunca había estado tan dividido con anterioridad. ¿Niklas o Sarai? Siento
esta terrible necesidad de ser selectivo acerca de lo que le digo de aquí en adelante.
Pero no puedo mentirle acerca de Izabel y Sarai siendo una misma porque hay
muchas maneras de que se entere de la verdad. Él probablemente ya tenga las
pruebas que necesite. Si le miento él sabrás que no confío en él con ella, y eso puede
poner a Sarai en más peligro aún.

—Le di a Sarai una opción de dónde le gustaría vivir y escogió California. Esa es la
única razón por la que la llevé conmigo.

Oigo a Niklas tomar una respiración concentrada.

—¿Pero la llevaste contigo en una misión? ¿Por qué?


—Porque por ahora, es conveniente —digo—. Considerando la corta cantidad de
tiempo que me dieron para llevar a cabo este ataque, no había tiempo para llevar a
alguien más.

Sé que esta no es la más grandiosa explicación. Hay varias mujeres en los Ángeles que
trabajan para la Orden como Fredrik y una de ellas pudo tomar fácilmente la parte de
Sarai y desempeñarla perfectamente así como Fredrik desempeñó la suya. Pero con
suerte él creería en mi palabra. Él no se desempeña en el campo como lo hago yo. No
era tan íntimo con el proceso de llevar a cabo un contrato como este como
actualmente lo hago yo. Ha matado gente justo como yo, pero no al mismo nivel, y no
posee mi experiencia.

—Sólo conseguirá que la maten —dice Niklas.

277
—Sí, tienes razón. —Me detengo y contemplo mis palabras, y luego decido un
acercamiento diferente—. Es la razón por la que la traje, si quieres saber la verdad.

Puedo darme cuenta que sus preocupaciones han cambiado, que finalmente le he
ofrecido una explicación con la que puede contentarse con aceptar.

—No me atrevo a matarla —continúo como si finalmente lo aceptara ante él—. Lo


haré si tengo que hacerlo, pero estás en lo cierto, Niklas, en creer que he sido afectado
por ella en cierta manera. Sólo que lo notaste antes de que yo lo hiciera, o mejor
dicho, lo notaste antes de que yo me lo permitiera creerlo. La chica tiene que ser
eliminada del panorama.

—Podría matarla por ti —dice Niklas con sinceridad y no con rencor u odio, para
variar. Está empatizando conmigo y mi plan está funcionando—. A pesar de tu
naturaleza, Victor, eres humano. Entiendo. Puedo ayudarte. Déjame matarla por ti.

Suspiro ligeramente hacia el teléfono.


—No. Es mi problema y lidiaré con ello. Quiere ser lo que somos nosotros. —Niklas
tose al oír eso—. No hay mejor manera de hacerle entender que es totalmente
inviable que mandándola a una misión en primer lugar. Dejaré que la misión la mate.

—¿Y qué pasa si no lo hace?

—Entonces yo lo haré —digo—. No importa lo que suceda, Sarai morirá en California


mañana por la noche.

—Lo siento, hermano —dice con simpatía real—. Tener relaciones con mujeres
aparte de sexo, nunca funciona, sabes eso. No lo hacemos por una razón, y la situación
en la que te has metido con ella sólo prueba la validez de esa razón.

278
—Soy consciente, Niklas —digo, y cambio de tema rápidamente—. Dame los detalles
de la mansión.

Después de una breve pausa y percibo la aceptación de mis mentiras, Niklas


comienza:

—Hay diez habitaciones y una suite principal donde se encuentra la habitación de


Arthur Hamburg en el cuarto piso. Seis baños. Un cuarto con Jacuzzi en la planta baja,
lado este. Una sala de juegos con cinco mesas de billar. Una sala de teatro se
encuentra localizada en el extremo norte atrás de la mansión. Hay una salida
escondida detrás de la pantalla que lleva debajo de la casa hacia afuera cerca de las
puertas traseras. Hay otra puerta oculta en el tercer piso, al sur y cerca del pasillo con
el mármol negro. Esa no estamos seguros a dónde lleva, pero la criada dijo que esa,
como el cuarto secreto en la suite de Hamburg, está bloqueada con un teclado. Ella no
tiene el código de acceso. No tendrás tiempo o la oportunidad para desbloquear el
código de acceso de ambas puertas, así que tendrás que hacerlo a la manera antigua.

—¿Qué hay acerca de las cámaras? —pregunto.


—Hay una en cada habitación excepto en la suite de Hamburg.

—Supongo que no habría —digo—. No puedo imaginar a uno como él lo


suficientemente tonto como para grabar las pruebas necesarias para encerrarlo de
por vida. Eso funciona a mi favor.

—Sí —Niklas acepta—. Lo que sea que pase en esa habitación sólo los que estén en
esa habitación lo sabrán.

—¿Y la criada?

Mentalmente anoto toda la información que me está dando.

—A la que deberías buscar es una mujer llamada Manuela. Lleva una tarjeta de

279
identificación como todo el staff. Encuéntrala cerca del cuarto de Jacuzzi, exactamente
a las ocho en punto. Pero no hables con ella. Estará trabajando cerca de los estantes
de las toallas donde el sobre ha sido escondido. Cuando hagas contacto visual con ella,
simplemente asiente una vez para reconocerla y ella colocará una pila de tres toallas
encima de las toallas donde el sobre puede ser encontrado. Pero no puede llevarse a
cabo hasta las ocho en punto, así que si Hamburg los invita a su cuarto antes de eso,
tendrás que entretenerlo.

—¿Y nada de lo que discutimos anoche ha cambiado? —pregunto.

—No. Todo se llevará a cabo a como está planeado. El arma de Hamburg está
localizada en la mesa de noche sobre el lado de la cama que está más cerca a la
ventana. Hay otra arma en un maletín sin seguro sobre el piso del closet.

Dejo que la escena pase por mi mente por un momento.

—Esta es una primera vez para mí —digo—. Y pensé haber visto de todo.

—Estoy de acuerdo —dice Niklas—. Pero es lo que es y no es diferente de cualquier


otro contrato desde nuestra perspectiva.
Tiene razón sobre eso. A pesar de las circunstancias únicas, no tengo problema
llevando a cabo este trabajo. Sarai, por otro lado, dudo que sea capaz de soportarlo.

—Contáctame tan pronto como el trabajo esté completo —dice Niklas—. Me gustaría
darle la información a Vonnegut tan pronto como sea posible. Espero que compense
los retrasos y problemas que encontraste y creaste en la misión con Javier y Guzmán.
—Escucho la débil acusación en sus palabras, pero es de esperar y lo de dejo pasar.

—Lo haré —digo.

Antes de que termine la llamada, Niklas dice—: Victor, sabes que se tiene que hacer.
Por tu bien e incluso por el de ella.

280
No mataré a Sarai y haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme de que nadie
en la mansión lo haga, pero muy en fondo, sé que lo que dice mi hermano es verdad.
Debería matarla por mi bien y por el de ella. Pero no puedo. Y no lo haré.
Sarai

Es la noche de la misión y mi adrenalina ya está subiendo tan apresuradamente que


no puedo estar quieta. Después de ducharme, me visto después de que Victor escoge
que vestido debería usar y una vez más, regreso a estar sin sostén.

—Me siento desnuda —digo, mirando el delgado, casi transparente vestido de seda.
Instintivamente, trato de jalar la parte de abajo del vestido para cubrir más piel,
decepcionada de que el esfuerzo no haga que la tela se expanda por arte de magia. Si
fuera a doblarme solo un poco, cualquiera parado detrás de mí será capaz de ver todo.
Afortunadamente, al menos estoy usando bragas.

281
Victor se queda ahí, mirándome, aparentemente perdido en sus pensamientos. Parece
algo preocupado, incluso triste.

—No voy a echarme para atrás —le digo, sintiendo que de eso se trata la expresión—.
Quiero hacer esto. Cualquier cosa que me pase, no va a ser tu culpa.

Quizá es un poco presuntuoso pensar que le importa e insinuarlo en voz alta, pero en
verdad creo que se preocupa a su manera. Y no me importa mucho dejarle saber
cómo me siento. A cerca de todo lo que ha pasado entre nosotros. A cerca de mis
sentimientos, a pesar de que ni yo misma sepa que son. A cerca de sus sentimientos, a
pesar de que los suyos han estado más reservados que los míos.

Doy un paso hacia él y curvo mis dedos alrededor de la solapa de la chaqueta de su


traje a cada lado. Luego me pongo sobre los dedos de mis pies y lo beso suavemente
en los labios.

—Puedo hacer esto —digo—. Tal vez estoy siendo imprudente y no sé en lo que me
estoy metiendo. No, retiro eso. Estoy siendo imprudente y sé exactamente en lo que
me estoy metiendo. Estoy loca por seguir con esto, por querer ser parte de esto. Pero
sabes tan bien como yo que no soy como el resto. E incluso si tuviera una oportunidad
en serlo, incluso su pudiera alejarme justo ahora y tratar de ser como todos los demás,
no lo quiero. Tengo miedo de morir. No puedo negarlo. Y no quiero morir, pero estoy
preparada para morir.

Por un momento, parece que Victor va a decirme algo, tal vez va a tratar una vez más
de hacerme cambiar de parecer, pero en vez de eso, se aleja de mí y agarra las llaves
del coche de la mesita de noche.

—Necesitamos irnos —dice y camina hacia la puerta de nuestra suite de hotel.

Me siento decepcionada, incluso un poco dolida. Quería que me dijera algo, cualquier
cosa que verificara en mi mente y en mi corazón que en verdad no quiere que pase

282
por esto. Tal vez, en el fondo sé que voy a ser asesinada y esa última parte
desesperada de mí quiere saber antes de que muera si le importa a alguien. Que le
importa a Victor. Porque en verdad, él es la única persona que tengo en el mundo.
Capítulo 34
Sarai

283
En dirección a la mansión, Victor me recuerda una última vez:

—Nunca te salgas del personaje. Sin importar lo que suceda, o lo incómodas que las
cosas puedan volverse para ti. No te salgas del papel.

—Entiendo —digo—. Sin importar qué, no me saldré del papel. Lo prometo.

La mirada que me da, aunque indiferente, me dice que tiene sus dudas.

Llegamos a la propiedad de Arthur Hamburg a las siete y media y somos recibidos por
una alta reja electrónica y un guardia de seguridad. Victor le tiende nuestras
invitaciones a través de la ventanilla del vehículo. El guarda primero las inspecciona y
luego se dirige a un panel puesto a un lado de una pequeña estación de seguridad de
piedra y se lleva un teléfono al oído. Los escucho débilmente a través de la ventana
abierta dando una descripción de nosotros y luego haciendo lo mismo con las
invitaciones. Unos segundos después, cuelga y devuelve las invitaciones a Victor.

Regresa a su estación y pronto la reja de hierro se abre permitiéndonos acceder a la


enorme propiedad. Luego de pasar el camino de entrada empedrado de una longitud
como de tres acres al menos, estacionemos nuestro auto en frente de la mansión,
junto a una plétora de autos igual de costosos.

Salimos y Victor envuelve su brazo a través del mío y caminamos hacia la casa. Nos
acercamos a las gigantes puestas dobles delanteras, pasando junto a dos columnas de
mármol a cada lado y luego debajo de un balcón ascendente. Fuimos recibidos en la
puerta por un guardia de seguridad armado y así es cuando me doy cuenta de todos
los otros guardias de seguridad apostados por la propiedad. Recuerdo lo que Victor
me dijo acerca de ellos y empiezo a sentirme un poco incómoda. Pero luego de que
nuestras invitaciones son revisadas una vez más y entramos, la incomodidad
desaparece, reemplazada por el temor. He estado en muchas casas adineradas antes,
pero está es la más impresionante por mucho, con altos techos que se elevan cuatro

284
pisos en el centro de la mansión, abriéndose a una enorme claraboya circular.
Hermosas estatuas griegas están exhibidas en el piso inferior a ésta. Cada vez que
alguien pasa caminando, el sonido de sus zapatos repiquetea suavemente sobre el
mármol, resonando como si estuviera dentro de un museo en vez de una mansión
privada de California. Escucho lo que suena como una pequeña cascada y después
noto a mi derecha, debajo de un arco de quince pies que hay una hermosa fuente de
piedra blanca situada en el centro de esa sala.

Antes de ser atrapado mirando en este lugar de una manera que una chica nunca hay
visto tanta riqueza en su vida, cambio mi expresión para parecer más distraída,
entrecerrando los ojos suavemente como si una parte de mí estuviese aburrida. Y
cuando alguien llama mi atención, escojo a quién darle un pequeño asentimiento de
reconocimiento y a quién ignorar. Sobre todo, ignoro a las mujeres, o las miro
brevemente con ojos de desaprobación.

Victor me lleva a través de la enorme sala y luego somos recibidos por un hombre,
aunque este hombre no es Arthur Hamburg. Es mucho más joven con cabello marrón
arena y ojos marrones.
—Bienvenidos a la finca Hamburg —dice. Extiende una mano y Victor la estrecha—.
Soy Vince Shaw, el asistente del Sr. Hamburg.

—Soy Victor Faut y esta es mi señora, Izabel Seyfried.

Extiendo mi mano hacia el hombre con la palma hacia abajo, y la toma entre sus
dedos y se inclina para besar la cima.

Me pregunto si ese es el verdadero apellido de Victor. No parece preocupado por usar


su nombre verdadero… a menos que “Victor” no sea su nombre tampoco…

No puedo pensar en eso en este momento.

“Vince” toma una copa de champán de una bandeja cuando un camarero pasa

285
llevándola. El camarero presenta la bandeja frente a nosotros.

—Por favor, tomen una copa —dice Vince y Victor toma una de la bandeja y me la da
antes de conseguir una para sí mismo.

—Me disculpo —dice Vince—, pero tenía curiosidad por saber cómo obtuvieron tu
invitación.

Victor da un sorbo y es lento para responder como si fuera lo bastante importante


como para hacer esperar al hombre por ella.

—Izabel y yo fuimos invitados en el restaurante del Sr. Hamburg anoche. Hubo un


incidente.

—Oh, sí, por supuesto —dice Vince con una sonrisa conocedora, pero respetuosa.
Luego se vuelve hacia mí—. Fue compensada con interés por su vestido, ¿supongo?

—Sí, lo fui —digo y doy un sorbo—. Pero debo decir, creo que debería haberse
manejado de manera diferente.

—¿oh? ¿De qué manera se refiere?


—Bueno, resulta que es mi vestido preferido. Sentimental para mí, si debo decirlo. El
camarero debería haber sido relevado de su trabajo.

—Ah, sí —dice Vince—. Bueno, eso sin duda puede arreglarse. Hablaré con el Sr.
Hamburg sobre ello personalmente. Eso es, si no quiere hablarlo usted misma cuando
se encuentre con ustedes dos más tarde.

—No —digo y aleteo mis pestañas—. Confío en que me ahorrará tener que repetirlo.

Miro a Victor, quien parece satisfecho con mi actuación.

—Por supuesto —dice Vince—. No se diga más. Estará hecho. —Sonríe, revelando
unos dientes parejos y blancos.

286
Me siento terrible por ser la razón por la que ese pobre hombre será despedido, pero
me siento mejor al repetirme que él no debería estar trabajando para un hombre
como Hamburg de todas maneras. Después de todo, si nos enviaron aquí a matarlo
sólo puede significar que es un bastardo de alguna manera, forma o estado.

Nos relacionamos con Vince por un corto tiempo, pero en su mayor parte yo sólo
bebo mi champán y escucho mientras ellos dos hablan. De vez en cuando, levanto la
mano, doblando mis uñas y viéndolas, estudiándolas por aburrimiento. Noto que
Victor le echa un vistazo a su reloj una vez.

—El Sr. Hamburg bajará a saludar a sus invitados en nada de tiempo —dice Vince—.
Por el momento, siéntanse libres de disfrutar de la champaña y hors d’oeuvres. ¡Ah,
allí está ella! —Ondea una mano hacia nosotros y nos damos la vuelta—. Me gustaría
presentarles a Lucinda Graham-Spencer. —Le sonríe a Victor—. Seguro la conoce.

Una impresionante mujer usando un vestido ajustado blanco que abraza sus curvas
de reloj de arena se aproxima con un hombre en un traje.

—Sí, la he escuchado tocar —dice Victor—. En un concierto en Londres el año pasado.


Es brillante.
—Carrrriño, ¿cómo estás? —pregunta la mujer llamada Lucinda Graham-Spencer
extendiendo sus brazos dramáticamente hacia Vince. Victor y yo damos un paso al
costado y ella va de prisa entre nosotros para plantar casi dos besos en cada una de
las mejillas de Vince.

Pongo mis ojos en blanco. No tan metida en el personaje, tampoco.

—Lucinda —dice Vince, volviéndose hacia Victor—, te presento a Victor Faust y —me
señala—, a Izabel Seyfried. Son invitados del Sr. Hamburg.

Lucinda se inclina hacia Victor de la misma manera que hizo con Vince y le besa
ambas mejillas. Luego se vuelve hacia mí. Los ojos de Victor se estrechan en mí en
privado, pero no es suficiente para darme una pista y estoy bastante segura de que no

287
puedo leerle la mente.

Por lo que, actúo como mi instinto me dice.

—Un placer conocerte —digo cortésmente, sin dejar que mi aire de soberbia
disminuya. Beso sus mejillas a cambio, mis manos ajustadamente suavemente
alrededor de sus brazos cuando los de ella están sobre los míos.

Los ojos de Victor me sonríen ahora, aprobando mi decisión y probablemente aliviado


por ella. Al parecer, esta mujer es de una estatura mucho mayor de la que yo podría
alguna vez tener, y aunque no tengo idea de qué tipo de músico es o por qué es tan
importante, sé que debe ser famosa por derecho propio y sólo me haría ver como una
idiota si rechazo a alguien tan respetado como ella. De hecho, probablemente
consiguiéramos ser echados a patadas si lo hacía.

Vince deja a Victor y a mí a solas mientras camina con la mujer a través de la sala para
presentarla a los otros invitados. Lo escucho, notando que dice lo mismo que nos dijo
a nosotros a todo el mundo y que todos aquí son presentados como “invitados del Sr.
Hamburg”. Empiezo a preguntarme cómo planea Victor conseguir la atención
exclusiva del Sr. Hamburg con tantas personas aquí, parejas incluidas, con quien
competir.

Victor rodea con su mano libre la parte posterior de mi cintura y caminamos a través
de la sala lentamente, fingiendo hablar sobre las pinturas y las estatuas. Señala
sutilmente a esto y aquello y comenta el detalle o el color o la emoción que retrata.
Todas son observaciones sin sentido, poco interesante que no merecen
reconocimiento verbal de mi opinión, pero de todas maneras sigo la corriente. Pronto,
veo que está usando ese tiempo para conseguir atravesar la sala sin parecer perdido o
como si necesitáramos la compañía de alguien más para sentirnos bienvenidos.

—Tengo que ir al baño —dice Victor, depositando su copa de champán en una mesa
en la entrada al corredor—. ¿Estarás bien sola?

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—Por supuesto —digo con un aire de molestia—. Soy perfectamente capaz de estar
sola.

Me besa en los labios y luego camina corredor abajo. Lo observo hasta que dobla en la
esquina al final. Sé que no está buscando el “baño” y empiezo a ponerme nerviosa
cuando se ha ido por más de unos pocos minutos y sigo parada allí sola. Espero no
verme en necesidad de un rescate social.

De todas maneras, lo recibo.

—Soy Muriel Costas —dice una mujer dando un paso adelante con otra mujer y un
hombre más joven—. Nunca antes te he visto.

—Izabel Seyfried —digo y bebo de mi champán con mucha lentitud, dejándole saber
que el vaso tiene más de mi atención que ella—. Y supongo que no lo harías ya que
nunca antes he estado aquí.

Sonríe con suficiencia, llevando su propia copa a sus labios pintados de rosa. Tiene un
largo cabello negro azabache cayendo en cascada sobre ambos hombro que termina
justo por debajo de sus rollizos pechos, su escote es empujado al frente por el
ajustado vestido gris que usa. La mujer parada junto a ella me mira una vez,
probablemente preguntándose si va a dejarme con la actitud que le di. Le sonrío con
suficiencia yo también y regreso mi atención al hombre joven que no puede ser más
joven que yo.

Le ofrezco una sonrisa seductora y ligera sólo para fastidiar a Muriel y él la capta.
Pero entonces su mirada se desvía sumisamente cuando ella lo mira.

—¿De dónde viene? —me pregunta ella.

—¿De dónde viene qué?

Ella y la otra mujer se miran entre sí con suaves sonrisas, obviamente compartiendo

289
una opinión respecto a mí.

—Tu dinero —dice Muriel como si debería conocer la jerga.

Sorbe su champán.

“Eres rica, aunque nadie tiene que saber de dónde proviene”.

Todo mi rostro se ensombrece con una sonrisa confiada.

—Sólo alguien que se siente amenazado hace esa clase de pregunta —digo y miro a
los otros dos brevemente para presumir tranquilamente mi victoria de control. Es
evidente para mí que ellos son perros perdidos de Muriel Costas y dependiendo de
cuál mano le ofrezca los mejores restos, no son inmunes a la influencia.

Victor resurge del corredor.

El rostro de Muriel se ilumina cuando lo ve. Se presenta a sí misma inmediatamente,


ofreciéndole su mano por el beso de costumbre, el cual sé que no tiene nada que ver
con la costumbre y todo con el desafío. Victor se presta al gesto y mira en los ojos
oscuros de ella mientras él se dobla en un medio arco, el cual sostiene un poco más de
tiempo del que me gusta. Pero Muriel está complacida y va al grano al mirarme
directamente a los ojos para dejarme saber cuánto.

Se presentan y empiezan una conversación insustancial nuevamente. Pero en vez de


mostrar una pizca de celos, porque sé que nada satisfará a Muriel más, me aparto de
los cuatro con la barbilla alzada de manera importante y encuentro mi propio grupo
de hombres con quien mezclarme. No estoy segura si esto es un acto que Victor
apruebe, pero no los vuelvo a mirar ni una sola vez para averiguarlo. Si lo hago, me
haría pasar como celosa tanto como exhibirlo descaradamente haría. E Izabel Seyfried
no se pone celosa fácilmente. Se queda tranquila.

No le ofrezco mi mano a los otros tres hombres, sólo mi encantadora y segura


conversación que nunca ofrecería una mujer. Al menos esperaba a que esto pasara,

290
pero es en este momento cuando tomo las riendas completamente veo que no sólo
estoy más en el papel de lo que pensé que estaría, sino que estoy empezando a darle a
Izabel Seyfried sus propios rasgos. Rasgos que Victor nunca me dijo técnicamente que
le diera. Yo escojo… porque se siente correcto… hacerla despreciar a las mujeres
mucho y amar a los hombres más intensamente.

Después de todo, si voy a interpretar el papel de alguien más, bien podría llenar todas
las piezas faltantes de su personalidad y hacerla completamente realista.

Durante mi conversación con estos hombres cuyos nombres ya he olvidado, Victor se


nos une. Siento su mano rodear mi brazo, apretándolo con fuerza.

—Sabes que no me gusta cuando te alejas de mí —dice.

Los hombres no dicen nada, pero nos escuchan intensamente como intrigados por la
exhibición de Victor de su dominación sobre mí.

Sonrío solapadamente.

—Sé que no te gusta —digo—, pero se estaba tornando… aburrido allí con tu abuela.
Los ojos de Muriel se quedan fijos en los míos escuchando y sonrío con suficiencia a
cambio. Ella y sus secuaces caminan en dirección opuesta hacia otro grupo pequeño
de personas.

Victor gira mi brazo, causando que el champán en mi vaso se desborde.

La sonrisa rencorosa desaparece de mi rostro un instante.

Se inclina hacia mi oído y dice en voz baja:

—No puedo soportar el pensamiento de hacerlo, Izabel, pero si tengo que hacerlo, te
dejaré ir. —Su respiración bailotea a lo largo de mi cuello, dándome piel de gallina.

—No lo volveré a hacer —digo entre susurros, volviendo mi cuello en ángulo para

291
que mi boca alcance la suya.

Cierro los ojos para besarlo y siento sus labios cerca de los míos, tan cerca que casi
puedo saborearlos, pero luego se aparta. Los hombres parados junto a nosotros están
mirando en su propia manera privada cuando mis ojos se vuelven a abrir.

Arthur Hamburg emerge desde la sala de la fuente con cuatro hombres en traje y la
atención de todos se vuelve hacia él.
Capítulo 35
Sarai

292
El hombre se ve aún mayor de lo que se ve en su foto. Y más pesado. Estimo
que debe estar en los finales de sus sesenta, de altura media, pero no llegaba a los uno
ochen de alto y no menos de ciento treinta kilos, la mayor parte en el estómago y las
mejillas. Mientras el permanece allí al frente de la sala con sus secuaces a los
costados, no veo a un sencillo hombre con sobrepeso de edad madura, veo un hombre
malvado que va a morir esta noche. Es todo lo que puedo pensar: él va a morir. Y yo
voy a estar allí para presenciarlo. De repente, mi interior se bloquea, mi pecho se
constriñe, mi estómago un nudo duro, y me siento como si no pudiera respirar. Inhalo
aire a través de mis labios entreabiertos y lo dejo salir muy lentamente a través de mi
nariz. Calma Sarai. Sólo mantén la calma.

No pensé que me afectaría de esta manera, conocer el destino de un hombre,


prácticamente controlando el si vive o muere simplemente por tener el conocimiento
de que él no tiene. Pero a pesar de la ansiedad que siento mientras la realidad de la
situación me pone al día, no me arrepiento de venir aquí. Puede que no sepa lo que
Arthur Hamburg ha hecho para merecer la muerte, pero confío en las palabras de
Victor y yo sé que él está lejos de ser inocente o no estaríamos aquí.
Arthur Hamburgo se dirige a sus clientes, agradeciendo a todos por venir esta noche y
sigue y sigue sobre cosas superfluas a las que todo el mundo asiente y acepta y sonríe
y ofrece su propio comentario. Y él hace bromas por las que se ríe antes que nadie,
pero ellos siempre se ríen también, porque sería descortés no hacerlo, por supuesto.
Incluso me encuentro riendo ligeramente a una broma que todo el mundo parece
encontrar divertida y que yo realmente no.

Victor me mueve para quedar delante de él, presionando la parte posterior de mi


cuerpo contra el frente del suyo. Su boca explora mis hombros desnudos, y sus manos
descansan en mis caderas. Pero el afecto es breve, sólo para el espectáculo, y su
atención está de vuelta en Arthur Hamburg, el cual me doy cuenta en ese personal
espacio tiempo tiene con la mirada fija en nosotros a través del cuarto. Puedo ver la

293
deliberación en sus ojos, el cambio repentino en su comportamiento. Después de unos
cuantos anuncios, termina la pequeña charla y deja a todos a reunirse y disfrutar ellos
mismos de la forma en que habían estado haciendo antes que él entrara en la
habitación.

Lo siguiente que sé, es que él está caminando en línea recta hacia nosotros.
Victor

Arthur Hamburg me estrecha la mano mientras me presento yo y a Izabel.

—Mi asistente me dice que se han encontrado un problema en mi restaurante anoche.

Él sabe muy bien que éramos nosotros dos. Él nos observó desde esa habitación
privada suya, escuchó nuestras interacciones en la mesa a través del pequeño
micrófono situado en el interior del centro de mesa.

294
—Sí —le digo con un asentimiento de cabeza—. Perdóneme por decir esto, pero creo
que un cambio en la manera en que su gerencia contrata a su personal es necesario.

Hamburg sonríe para ocultar lo que está haciendo en realidad: estudiándonos a mí y a


Sarai, obteniendo una impresión de nosotros más de la que ya tenía en el restaurante,
imaginándonos con él en su habitación. A él no le importa nada el incidente en el
restaurante o ser demandado. Eso no tiene nada que ver con el porque nos invitó
aquí.

—¿Es usted de Los Ángeles? —pregunta.

—No —le digo, tirando a Sarai más cerca de mí con un brazo alrededor de la parte
posterior de la cadera, mi mano descansando en su hueso pélvico. Los ojos de
Hamburg se desvían para verla allí—. Estocolmo.

Él parece intrigado.

—No suena como extranjero —dice.

Respondo diciendo en sueco:

—Soy fluido en siete idiomas. —Y entonces lo repito en inglés, para que lo entienda.
Él asiente con una sonrisa impresionado. Luego mira a Sarai.

—¿Y qué hay de ti?

—Ella es de Nueva York —le respondo por ella.

Sarai se mantiene en silencio esta vez.

Hamburg se vuelve hacia mí de nuevo y pregunta:

—¿Ella es tu… —él busca en su mente la forma más segura de hacer la pregunta.

—¿Mi propiedad? —digo por él, haciéndole saber que es perfectamente aceptable

295
hablar de las cosas de algún modo tabú—. Sí, lo es. Y en su mayoría, ella lo disfruta.

Él levanta una ceja canosa tupida.

—¿En su mayoría? —pregunta con curiosidad—. ¿Qué pasa con el resto de su pensar?

Él mira a Sarai, una leve sonrisa en los bordes de sus labios envejecidos.

—El resto de mi tiene una mente propia —dice Sarai como Izabel.

Suspiro y sacudo la cabeza, rozando mis dedos a lo largo del hueso de su cadera.

—Sí, así es, lo admito —le digo—. Prefiero una mujer que da pelea.

—Así que, ¿ya han estado por el otro camino, lo entiendo? —pregunta Hamburg y sé
que él se está refiriendo a la sumisión completa, ser dueño de una mujer que hará
cualquier cosa y todo lo que le dicen sin que se agriete la más mínima expresión de
malestar o rechazo.

—Una vez —le respondo—. Estoy contento con Izabel, independientemente de su


boca a veces.
Hamburg la observa con más atención ahora, así como a mí. Le gustan tanto las
mujeres y los hombres, después de todo. Y él también le gustan las mujeres que dan
pelea, como Izabel. La única diferencia es que los que él ha disfrutado fueron
forzados aquí en contra de su voluntad.

De repente, Hamburg levanta la barbilla con orgullo y dice—: Me gustaría mucho


hablar con usted en privado. En mi suite. Si está interesado en ofertas lucrativas.
Usted está interesado en ofertas lucrativas, ¿no es así? —Sonríe y moja sus labios
brevemente con su lengua.

Pienso en ello un momento, jugando con su cabeza, haciéndole saber sólo por la
mirada en mis ojos que me interesa, pero no estoy desesperado.

296
—Estoy dispuesto a escuchar la oferta, por lo menos —le digo.

Sus ojos se iluminan. Se vuelve hacia el hombre del traje a su lado, le susurra algo al
oído y se vuelve de nuevo a nosotros mientras el hombre toma el ascensor de cristal
hasta la planta superior.

—Caminen conmigo—dice Hamburg y los dos lo seguimos hacia el ascensor.

Hamburg nos habla de la construcción de su mansión mientras esperamos a que el


ascensor de cristal regrese hacia abajo vacío. Y él divaga sobre la cantidad de dinero
que ha puesto en ella como si me explicara de forma encubierta que él puede
prescindir del que sea mi precio. Puedo sentir a Sarai ponerse más nerviosa a medida
que nos elevamos hacia el piso superior. En un momento dado, ella agarra mi mano y
mirar hacia abajo para ver sus delicados dedos enredados en los míos. Aprieto su
mano suavemente, haciéndole saber que estoy aquí y que voy a hacer todo lo que esté
a mi alcance para mantenerla a salvo. Le echo un vistazo para ver sus ojos y ahora
mismo lo único que veo es Sarai mirándome, la chica valiente, pero ansiosa y
complicada de la que me he vuelto muy protector.
Caminamos por un pasillo enorme donde adelante está la entrada a su habitación,
intrincada y exagerada como el resto de la casa. Dos hombres de traje montan guardia
fuera de ella. Cada uno de ellos, como los de la planta baja, llevan armas ocultas bajo
la ropa. Pero yo no. No esta vez. Porque sé que Sarai y yo seremos revisados antes de
que entremos y encontrar una en cualquiera de nosotros, dos individuos ricos pero
por lo demás comunes que no tienen ninguna razón para estar portando armas de
fuego, cambiarían las hipótesis iniciales de Hamburg sobre nosotros. Él podría
sentirse amenazado y cambiar de opinión acerca de dejarnos entrar.

Nos detenemos en la entrada y levanto mis brazos extendidos a los lados para
permitir que uno de los guardias me registre.

Sarai hace lo mismo, pero no es tan silenciosa en esta ocasión.

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—¿Es esto realmente necesario? —Sisea mientras el otro guardia la registra.

—Lo siento, querida —Hamburg dice mientras abre las puertas de su suite—, pero sí.
No se puede ser demasiado cuidadoso.

Cuando los guardias no encuentran nada, se hacen a un lado y justo antes que
Hamburg nos encierre a los tres de nosotros dentro de su habitación, él dice a los
guardias:

—Pueden irse. Voy a necesitar un poco de privacidad para la próxima hora más o
menos.
Los dos guardias asienten en reconocimiento y dejan sus puestos fuera de su
habitación.
CAPÍTULO 36
Sarai

298
En el segundo en el que las puertas dobles se cierran detrás de nosotros,
siento mi corazón hundirse en el hueco de mi estómago. Pero lo sacudo y hago lo
mejor que puedo para mantener mi fachada de Izabel Seyfried.

Mientras dejo que mi mirada barra el vasto cuarto, estoy sorprendida de lo rápido
que Arthur Hamburg llega directo al punto.

—Te diré lo que me gustaría y te daré la oportunidad de que me digas tu precio. —


Señala para que Victor se siente en la silla de cuero más cercana.

Victor se sienta y me encuentro siendo dejada de pie, sola.

Las máscaras se han caído ahora que los dos están juntos en la privacidad de este
cuarto. Arthur Hamburg ya no es el distinguido y encantador hombre que pretendió
ser allá fuera frente a todos. No, es el malvado y enfermo bastardo por el cual Victor
fue enviado aquí a matarlo. Ya no me está viendo como un invitado a su mansión
quien merece copas de champán y respeto; soy simplemente un peón en su juego
sexual que ya no vale que la vean o que le saquen conversación. Solo Victor es digno
de tales lujos. Victor es al que quiere. Ahora lo veo. Pero hay mucho más ahí de lo que
sé. Y no toma nada de tiempo para que el resto de nosotros se entere.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunta Victor calmada y astutamente.

Descansa su espalda contra la silla y sube su tobillo izquierdo a su rodilla derecha.

Arthur Hamburg toma la silla que combina con la otra frente a Victor, una diabólica
sonrisa se desliza a través de sus agresivos rasgos.

—Me gusta observar —dice—. Pero no esa mierda de posición de misionero. —Hace
una pausa y añade—: Folla a la chica, de vez en cuando hazle lo que te pida y
viceversa, si quieres… y por dinero extra, me pondré de rodillas frente a ti.

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Sonríe, y por primera vez desde que entré aquí, sus ojos me rodean.

Mientras estoy teniendo un ataque de pánico en secreto, Victor reflexiona por un


momento, haciendo que parezca que está tomando la oferta en consideración.

Victor me mira.

—De ninguna manera —le digo en ese momento—. Él es asqueroso Victor. No estoy
de acuerdo con esto.

Victor se pone de pie y me agarra casualmente por el codo.

—Harás lo que te diga —dice.

Sacudo la cabeza de un lado a otro, mirándolos, tratando de no salirme del personaje,


pero encontrando más y más difícil de lograrlo.

Puedo hacer esto, me digo mientras los fuertes latidos de mi corazón se elevan sobre
la voz en mi cabeza. Victor no me lastimará. De ninguna manera. Tengo que creer eso.
¿Por qué no solo mata al cerdo ahora? No lo entiendo…

Con mi codo aun agarrado en su mano, Victor se voltea hacia Arthur Hamburg y
dice—: Cincuenta mil. —Y el rostro de Hamburg de ilumina—. Y será otros cincuenta
si dejo que te pongas de rodillas frente a mí.

Siento mis ojos agrandarse en mi cráneo.

—Es un trato.

—No —digo y trato de soltar mi brazo, pero entonces Victor estrecha sus ojos hacia
mí y me rindo.

—Inclínate sobre la mesa —dice Victor.

300
¿Qué?...

Mira a la pesada mesa cuadrada de mármol a mi derecha, moviendo nada más que sus
ojos.

—Ahora, Izabel —demanda.

Oh por Dios.

Vacilante, camino hacia la mesa y pongo mi estómago y pecho sobre ella de la cintura
para arriba. Ya siento el aire del cuarto contra la tela de mis bragas. Trago duro.

Victor viene encima de mí y levanta mi corto vestido hasta mi trasero, dejándolo en


mi espalda baja. Una de sus manos aprieta mi nalga.

—Hazla llorar —dice Arthur Hamburg desde la silla detrás de mí—. Tengo cosas que
podrías usar si quieres.

—Puedo hacerla llorar sin ellas —dice Victor, bajando mis bragas y dejando de caigan
alrededor de mis tobillos. Jadeo incómodamente mientras estoy expuesta—. Pero
quizá las use. Ha pasado un tiempo desde que en verdad la lastimé.
Arthur Hamburg hace un extraño sonido que nunca había escuchado antes.

—Oh, sí, me gustaría mucho ver eso. —Golpea sus manos y añade con un
espeluznante deleite—: ¿Qué tan chica es? Tengo un bate de goma.

Me congelo contra la mesa, su comentario sacando el aire de mis pulmones.

Maldición, ¿está de broma?

Estoy lista para matarlo ahora. Él podría ser mi primer asesinato. ¡Estoy lista para
hacerlo!

Mis manos comienzan a temblar debajo de mi pecho.

301
Quédate en el personaje, Sarai… sin importar que.

Entonces, de repente, como si ya no estuviéramos en este cuarto con este maldito


bastardo enfermo, siento los dedos de Victor deslizarse dentro de mí y me mojo
instantáneamente. Jadeo bruscamente, el cálido aliento emanando de mis labios
recubre la mesa a centímetros de mí con humedad. La observo aparecer y
desaparecer con cada respiración rápida que tomo.

—Abre las piernas —instruye Victor.

Al principio, no lo hago, pero cuando mete ambas manos entre mis muslos y los
fuerza a separarse, exponiéndome completamente, no peleo con él, solo agarro el
borde de la mesa con la punta de mis dedos y enderezo mi espalda.

Mi mente lucha con lo que está mal con esto. Sé que está mal y es asqueroso porque
ese hombre está sentado ahí, observando esto. Pero la otra parte de mí, la parte que
está comenzando a bloquear completamente de mi mente la presencia de Arthur
Hamburg, quiere que Victor haga esto conmigo. Trato de cerrar mis ojos e imaginar
solo a Victor en el cuarto y funciona por un minuto o dos hasta que escucho de nuevo
la voz de Arthur Hamburg.
—Sí, es bastante rosa. Muy pequeña —dice y aprieto los dientes.

Victor comienza a detenerse.

—Sabes —dice él—, tal vez podrías mostrarme lo que tienes. La follaré un poco
primero, abrirla un poco, y luego…

—No digas más —dice Arthur Hamburg con una sonrisa sádica en su voz.

Lo escucho levantarse de la silla y luego sus zapatos de vestir golpean contra el piso
mientras camina. Veo que sus pantalones ya están desabrochados, su camisa fuera del
pantalón, descuidadamente sobre su grotesco estómago. Ya se había estado tocando.
Mientras se aproxima a lo que parece un gran closet, se detiene a medio camino y se

302
voltea hacia Victor. Parece estar contemplando intensamente hasta que dice—:
¿Estaría bien si permito que mi esposa mire conmigo?

Después de una momentánea pausa, Victor responde.

—Una persona más no era parte del trato. —Reflexiona—. Pero supongo que estaría
bien. ¿Está abajo?

—Oh, bien —dice Arthur Hamburg, frotando sus gordas manos. Continúa caminando
hacia el closet, abriendo las enormes puertas para revelar una entrada más grande
que la de una habitación promedio—. No, la mantengo aquí.

¿Ah? ¿La mantiene ahí?

Sintiendo que esto ha llamado algo más que la atención de Victor, miro hacia arriba
mientras pasa por mi lado. No tengo ni idea de lo que él está haciendo, no estoy
segura de sí debería quedarme como estoy, o de hacer lo que preferiría hacer y
levantarme para que mi vestido vuelva a caer sobre mi trasero. Espero unos cuantos
minutos más.
—No estés tan sorprendido cuando la veas —dice Arthur Hamburg. Parece que como
si él estuviese presionando en una serie de números sobre un teclado plateado en la
pared, en el interior del armario. —En cierto modo, mi Mary es como tu Izabel.

—¿En serio? — Victor dice ingresando en el armario con él.

Otra puerta maciza se abre de la pared en el interior del armario para revelar otra
habitación.

—Sí —continúa Arthur Hamburg—. Aunque ella es mucho más sumisa que la tuya.

Entonces oigo un ruido fuerte y un bang mientras los dos desaparecen en algún lugar
dentro de la habitación oculta. Me doy prisa en subir mi ropa interior y me apresuro a

303
cruzar el espacio para ver qué es lo que está pasando, casi tropiezo en mi camino
debido a los tacones.

—¡Victor!

—¡Entra, Izabel, ahora! —le oigo gritar y a pesar de que me llamó Izabel, sé por el
tono de urgencia en su voz que está hablándome como Sarai.

Una vez que pude abrirme camino más allá de los altos estantes dentro del armario e
irrumpo en la habitación oculta, estoy sorprendida y confundida de lo que veo,
incapaz de formar ideas mucho menos palabras.

Victor tiene presionado la cara de Arthur Hamburg contra la pared con una apretada
corbata envuelta alrededor de su grueso cuello. Su cara se hincha sobre la restricción
del tejido, su piel se está poniendo de un rojo oscuro y púrpura. Una mujer yace en un
catre junto a la pared usando un transparente vestido largo de algodón blanco y está
manchado de sangre y orina.

—En el armario —dice Victor, presionando su cuerpo contra el hombre que está
luchando—, hay un maletín en el suelo con una pistola. Tómala.
Le asiento rápidamente y corro de regreso al armario detrás de mí para buscar el
maletín, encontrándolo en cuestión de segundos. Saco la pistola y corro de regreso al
interior de la habitación.

Él libera una mano y se lo entrego.

Victor empuja el cañón de la pistola contra la sien de Arthur Hamburg y suelta su


cuerpo. Él jadea por aire, haciendo sonidos desesperados de ahogamiento mientras
intenta recuperar el control de su respiración. Después Victor lo chequea, buscándole
algún arma. Cuando se encuentra satisfecho de que no tiene ninguna, Victor alcanza el
bolsillo de su pantalón y saca un par de guantes de goma y me los arroja, indicándome
que me los ponga.

304
Lo hago rápidamente.

—Ahora las cosas van a suceder de esta manera —le dice Victor a Arthur Hamburg—.
Por desgracia, vas a vivir. Si fuera mi elección, te hubiera dado muerte anoche en el
restaurante, o cualquier otro viernes por la noche antes de esta. Pero vas a vivir.

¿Qué. Está. Pasando? No puedo asimilar de este inesperado giro de acontecimientos.

—Si no viniste aquí a matarme —dice Arthur Hamburg, su voz temblando de miedo
pero mezclada con diversión—, ¿entonces para qué diablos estás aquí? ¿Dinero?
Tengo un montón de dinero. Te daré todo lo que quieras.

Victor empuja a Arthur Hamburg hacia el piso y mantiene la pistola apuntándole. El


sudor mana de la cara y cuello del hombre, empapando su blanca camisa de vestir.
Luego Victor busca dentro del bolsillo oculto de su chaqueta y me entrega un pequeño
sobrecito amarillo.

—Ábrelo —indica.

Mientras estoy haciéndolo, Victor se vuelve hacia él.


—La muerte se manejará como un suicidio —dice Victor y estoy todavía más
confusa—. Ella dejó una nota firmada por su mano. Todo lo que tienes que hacer es
esperar una hora después de que nos vayamos para que lo llames.

—¿De qué diablos estás hablando? —espeta Arthur Hamburg, a pesar de que una
pistola le está apuntando.

No me puedo decidir a quién mirar más, al enfermo hombre en el suelo o a la pobre


mujer acostada en el catre.

De repente ella me mira con ojos tristes, débiles y atormentados y un escalofrío


recorre mi cuerpo.

305
—Victor tenemos que ayudarla. —Comienzo a moverme hacia ella.

—No —dice Victor—. Déjala.

—Pero…

—Saca el contenido del sobre —interrumpe.

Saco en primer lugar una doblada hoja de papel, tratando de captar la sensación a
través de los guantes de goma sellados firmemente en mis manos.

—Léelo —dice.

Con cuidado, lo despliego y miro hacia abajo a la bonita escritura de una rúbrica tinta
azul. Y cuando empiezo a leer la carta en voz alta, empiezo a sentirme mareada y mi
corazón duele.

A mi amado esposo,

Ya no puedo hacer esto contigo. He avergonzado a mi familia, a

nuestros hijos, nos hemos avergonzado a nosotros mismos, Arthur. Ya

no te amo. Ya no me amo. No amo a nadie porque no puedo. No he


sido capaz de sentir una emoción valida en doce años de los treinta

que he estado casada contigo. Ya no puedo vivir de esta manera.

Muchas veces quise buscar ayuda, tal vez ser medicada. No lo sé, pero

después de tanto tiempo, después de años de querer ayuda esto

comenzó a no importarme.

Siento tanto que tengas que verme de esta manera. Siento tanto que

no pudiera acudir a ti en busca de ayuda. Pero no quería ayuda.

Solo quería que terminara.

Y eso es lo que estoy haciendo.

306
Lo estoy terminando.

Adiós, Arthur.

Atentamente,

Mary

El hombre no puede dejar de ver a su esposa. Su floja barbilla vibra mientras trata de
retener las lágrimas. Pero todavía no siento una pizca de remordimiento por él. No
solo porque todavía estoy luchando para entender que ha pasado, sino porque sé que
es un hombre enfermo y no se merece remordimiento.

—¿Por qué estás aquí? —pregunta él, su ronca voz estremeciéndose.

Victor me mira.
—Dame la tarjeta SD —dice.

Saco la diminuta tarjeta cuadrada de la esquina en el fondo del sobre y la coloco en la


mano libre de Victor. La sostiene para Arthur Hamburg metida entre su pulgar y su
dedo índice.

—Toda la información ya ha sido transferida a mi empleado. Los nombres de tu larga


lista de clientes, las locaciones de tus operaciones subterráneas, el video de evidencia
que tu querida esposa grabó del que no sabías nada. Todo está aquí. —Tira la tarjera
SD hacia el pecho de Arthur Hamburg—. Si alguien viene a buscarme a mí o a Izabel
por la muerte de tu esposa y no se maneja como un suicidio, toda esa información se
dará a conocer al FBI. Tenemos que salir de aquí sanos y salvos y tan bienvenidos
como cuando entramos por tus puertas. ¿Está entendido?

307
Estoy temblando, tan confundida, y nerviosa e insegura. Insegura de todo.

Arthur Hamburg asiente, el sudor sigue cayendo de su barbilla y cejas.

La mujer estira su mano, pero luego cae de nuevo a su lado. Dos jeringas vacías yacen
cerca de sus piernas. Está fuertemente drogada. Mis ojos barren el resto de su cuerpo,
viendo la curvas de sus brazos y alrededor de sus tobillos manchadas con marcas de
agujas.

Ya no puedo evitarlo más, me apresuro hacia ella con toda la intención de ayudarla a
levantarse. Pero Victor se estira y me agarra por el brazo, deteniéndome. Me mira
ferozmente a los ojos, el arma sigue apuntando a Arthur Hamburg.

—Ella es el objetivo —me dice, jalándome cerca de él—. Ve al cuarto, a la mesita de


noche sobre el lado de la cama que está más cerca de la ventana. Hay otra arma en el
cajón. Tráemela.

Quiero decir que no, que no lo haré, pero la postura que tomo solo va tan lejos como
mi mente. Lo hago porque una parte de mí todavía confía tanto en Victor como el
resto de mi quiere evitar que esto vaya más lejos.
—Está bien —digo y corro al cuarto principal. Encuentro el arma justo donde Victor
dijo que estaría, la tomo nerviosamente por la mango y la llevo cuidadosamente al
cuarto escondido como si tuviera terror de que vaya a explotar en mi mano. Quizá es
porque sé lo que va a hacer con ella. Se siente más pesada, más mortal, más ominosa
que cualquier otra arma que he sostenido. Incluso la que usé para dispararle a Javier,
no se sintió así.

Siento mi corazón acelerarse en la planta de mis pies.

—Ahora cambia conmigo —dice Victor.

Está usando un par de guantes negros ahora.

308
Camino hacia él, tambaleándome en mis temblorosas piernas, y le entrego el arma.
Tomo la otra y me aseguro de seguir apuntando a Arthur Hamburg. Apenas y puedo
mantenerla derecha. Me siento como cuando me escondí en el carro de Victor, el arma
pesa tanto en mi mano que solo quiero tirarla y liberarme de ella.

Victor me mira, sus ojos verde azulados intensos y con un poco de empatía.

—¿Confías en mí?

Asiento lentamente—. S..sí. Confío en ti.

—Cubre tus oídos —instruye y no dudo.

Sin otra palabra, camina sobre la esposa y se inclina hacia adelante, levantándola del
catre a una posición sentada. Su cuerpo está tan débil y desconectado que apenas
puede mantenerse derecha por sí sola. Sus ojos se abren y cierran aparentemente por
cansancio o las drogas mientras Victor pone el arma en su mano, doblando sus dedos
alrededor del mango y su dedo índice en el gatillo. Me siento como si fuera a vomitar,
pero la adrenalina no me dejará.
Victor posiciona su cuerpo frente a ella y mete el arma bajo su barbilla y aprieta el
gatillo con su dedo. Oigo el disparo reverberar a través del cuarto con gruesas
paredes, pero mis ojos se cierran antes de ver la sangre.

Arthur Hamburg grita el nombre de su esposa y luego se desploma contra el suelo, su


cuerpo de gran tamaño temblando con emoción.

Victor se para detrás de mí en una manera que me hace pensar que está protegiendo
mis ojos del horrible espectáculo de la esposa. Es un tranquilo gesto que encuentro
inesperado y me da refugio.

—Tienes una hora —dice Victor—. Tal vez quieras armar tu historia.

309
—¡Vete a la mierda! ¡Vete a la mierda! —grita Arthur Hamburg, saliva sale de su boca.
Nos señala, apenas levantando su rostro unos centímetros de suelo—. ¡ Vete a la
mierda!

—Nunca hubiera pasado —añade Victor.

Luego envuelve un brazo alrededor de mis hombros y me saca del cuarto, aun
protegiéndome de la vista lo mejor que puede. Quiero separarme de él solo lo
suficiente para correr de regreso y patear en el estómago al asqueroso bastardo con
mis tacones, pero no puedo sabiendo que la mujer yace muerta solo a unos metros de
él. No es verla sangrando lo que hace mirarla tan escalofriante… he visto tanta muerte
como para estar afectada en esa manera… sino la terrible sensación de ella siendo
inocente y necesitando ayuda lo que lo hace insoportable.

¿Qué ha hecho Victor?


Capítulo 37
Victor

310
Detengo a Sarai en las puertas de la suite y la giro para encararla, mis manos
están sobre sus brazos. La sacudo.

—Escúchame —digo y ella alza sus ojos—. Todavía sigues en el personaje cuando
salgamos de aquí. Actúa como lo hiciste antes de que algo de esto sucediera.
¿Entiendes? —La vuelvo a sacudir.

Ella asiente erráticamente para después inhalar hondamente mientras yo pongo el


cerrojo en el interior de la puerta de la suite antes de cerrarla. Cuán salvos salgamos
de esta propiedad, yace todo en manos de Hamburg. Si decide que nos quiere ver
muertos más de lo que quiere permanecer fuera de prisión y perder toda su fortuna,
entonces los siguientes cinco minutos serán muy complicados. Tengo un arma, la
pistola de la maleta del armario. Nueve balas en la cámara. No tengo plena confianza
en sí puedo ser capaz de derribar a los guardias que nos dispararán solo con nueve
balas. Si estuviese solo y no tuviese a Sarai junto a mí, podría conseguirlo.

—Cabeza arriba —le susurro con dureza a Sarai a mi derecha.


Alza la barbilla y deslizo mi mano alrededor de su cintura a la vez que avanzamos
casualmente hacia el elevador de cristal. Los dos guardias que están posicionados
afuera de la habitación de Hamburg no están a la vista, pero hay uno al final del
pasillo. Al igual que los otros, éste lleva un auricular. Pasamos a su lado con
desinterés y Sarai trabaja su encanto, sonriendo un poco viperina hacia él. Seducido
por ella, él le sonríe como un idiota hasta que el elevador nos hace descender hasta
debajo de su piso.

—Ah, allí están —dice Vince Shaw, el asistente de Hamburg, cuando salimos del
elevador en la planta baja—. ¿Ya se van? Deberían quedarse un momento más,
Lucinda va a tocar para nosotros esta noche. —Está de pie con ambas manos
dobladas meticulosamente frente a él.

311
Sonrío y meneo la cabeza.

—Me encantaría, pero tengo un vuelo a primera hora que abordar.

—Pero quiero quedarme —dice Sarai como Izabel y con un pequeño gimoteo en su
voz.

—Esta vez no —digo—. Sabes que siempre pierdo los vuelos a primera hora de la
mañana si no consigo dormir al menos seis horas la noche anterior.

—¿Por favor, Victor? —Apoya su cabeza en mi brazo.

Ignoro sus esfuerzos artificiales y extiendo la mano para estrechar la de Vince.

—Fue un placer conocerlo —digo.

—A usted también. Quizá pueda disfrutar de la fiesta un poco más la próxima vez.

—Quizá.
Tiro de Sarai junto a mí a la vez que nos acercamos a la salida. Justo antes de lograr
llegar a las altas puertas dobles, escucho la voz de Hamburg llegar a través de la
mansión desde el balcón del cuarto piso y nos detenemos en seco.

—Victor Faust —grita por encima de la multitud.

Siento el corazón de Sarai latiendo en su mano cuando agarra la mía.

Me aparto un paso de la puerta y regreso a la luz para poder verlo completamente. Se


ha limpiado bien en muy poco tiempo, su camisa de vestir metida dentro de sus
pantalones, su cabello gris que había estado empapado por el sudor , peinado hacia
atrás por encima de su cabeza probablemente con sus dedos en lugar de un peine.

312
El momento de silencio, aunque sólo fueron unos meros segundos a lo sumo, es tenso.
Creo que Sarai ha dejado de respirar.

Hamurg nos sonríe desde arriba, sus manos apoyadas sobre la barandilla del balcón.

—Espero verlo nuevamente —dice.

Asiento.

—Hasta entonces —digo.

El portero gira un lado de la puerta para abrirla para nosotros cuando salimos de la
mansión. Ninguno de los dos se siente seguro hasta que conducimos la longitud de la
entrada de dos acres y se nos permite ir más allá de la reja sin ser detenidos o que nos
dispararan.

Manejo por la ciudad por unos treinta minutos antes de regresar al hotel para
asegurarme de no estar siendo seguidos. Sarai se encuentra en silencio todo el
tiempo, mirando fijamente por el parabrisas. No tiene la mirada de alguien
traumatizado. Ella está dudando de mí. Lamentando su decisión de haber participado
en lo que pasó.
—Sarai…

—¿Qué fue eso? —grita, su cabeza girando bruscamente para mirarme—. ¿Por qué
esa mujer era el objetivo? Era inofensiva, Victor. ¡Necesitaba nuestra ayuda! ¡Era
inocente! ¡No podía ser más obvio!

—¿Estás segura al respecto? —pregunto, manteniendo mi actitud calmada.

Sarai empieza a gritarme de nuevo, pero se detiene y baja la barbilla.

—Quizá no —dice, dudando de sí misma ahora—. Pero él la mantenía en esa


habitación. Estaba drogada. Indefensa. Una prisionera. No entiendo… —Mira
nuevamente por el parabrisas.

313
—Parecía de esa manera, sí —digo—. Pero Mary Hamburg se lo merecía tanto como
Arthur.

—Entonces, ¿los dos ordenaron el asesinato? —pregunta, su mirada fija en mí—. ¿Por
qué asesinarla y a él no?

—Mary Hamburg ordenó el asesinato —digo y los ojos de Sarai se empañan con
incredulidad—. Los dos han estado involucrados en numerosos casos de violación y
asesinato, muertes accidentales causadas por asfixia erótica, pero no obstante
asesinatos, todos cubiertos por sus grandes cuentas bancarias. Han estado
involucrados en este estilo de vida la mayor parte de su matrimonio. Hace un año,
Mary Hamburg… de acuerdo a ella… decidió que no quería ser parte de esa vida más
tiempo. Sus demonios la alcanzaron. Cuando intentó hablar con Arthur sobre salirse
de eso, buscar ayuda y enderezar sus vidas, se volvió contra ella. Resumiendo, él la
volvió adicta a la heroína y la mantuvo encerrada en ese cuarto para que ella no
pudiera destruir todo lo que tenían. Pero él la amaba. En su propia manera retorcida,
la amaba. Eso fue evidente al ver su reacción ante la muerte de ella.

Sarai niega con la cabeza lentamente, intentando asimilar la verdad.


—¿Cómo sabes todos esto?

—Leí el expediente —digo—. No suelo hacerlo, pero en este caso pensé que era
necesario.

—Porque yo estaba contigo —dice y asiento—. Sabías que tendría preguntas.

—Sí.

Aparta la mirada.

—¿Cómo pudo mantenerla alejada de la mirada pública por tanto tiempo? Alguien
tendría que saber algo. Sus hijos. La carta decía que tenía hijos.

314
—Sí, los tienen —digo—. Dos chicos que viven en alguna parte de Europa y no
quieren tener nada que ver con ellos. Y Hamburg no mantuvo a Mary fuera del ojo
público completamente. Dijo que ella se encontraba en su lecho de muerte. Cáncer
terminal. De vez en cuando, cuando una aparición pública era necesaria para
mantener alejadas las sospechas, él la vestiría, la llenaría de drogas y la conduciría
fuera para sentarla junto a él en una silla de ruedas no más que unos pocos minutos.
Era suficiente una aparición para que las personas vean que Mary Hamburg de
verdad parecía estar muriéndose de cáncer debido al peso y los efectos que la heroína
tenía en ella. Nadie hizo preguntas.

Evité al valet y me detuve en la plataforma de estacionamiento de nuestro hotel y


apagué el motor.

Nos quedamos sentados en silencio por un instante, envueltos en la tenue iluminación


azul grisácea incrustada en las vigas de concreto por encima de nosotros.

—Pero, ¿cómo ordenó el asesinato? —Se pasa las manos por la cima de su cabeza—.
No…

—Había pocas personas que tuvieran permitido el interior de la habitación donde ella
estaba escondida. Sólo las criadas. Inmigrantes ilegales. Temerosas de ser devueltas a
sus países, y probablemente por sus vidas, Arthur Hamburg sabía que ellas no
hablarían. Al menos, eso es lo que pensó porque fue una de las criadas la que ayudó a
Mary Hamburg a montar el golpe.

—Debió haberse suicidado —dice Sarai—. Si se tratara de mí, no pasaría por todos
estos problemas.

—Lo harías si no pudieras animarte a quitarte tu propia vida. Hay muchas personas
así allá afuera, Sarai. Listas para morir, pero temerosas de hacerlo por sí mismos.

Ella no responde.

—¿Crees que vendrán tras nosotros? —pregunta.

315
Abro la puerta y salgo para moverme a su lado y abrir la de ella.

—Ahora no. Lo habría hecho antes de que nos fuéramos si hubiese sido el caso. —
Extiendo mi mano hacia la de ella. Entrelaza sus dedos con los míos y la ayudo a salir
del auto.

Luego de cerrar la puerta, agrego:

—Hamburg tiene mucho que perder. Pero eso no quiere decir que no ideará algún
plan para vengarse de mí de alguna manera que crea que no pueda ser asociada a él.

—O a mí —dice y me mira desesperada—. Podría vengarse de mí.

Golpeo la alarma del llavero dos veces y el vehículo hace un pitido, resonando
fuertemente a través del estacionamiento.

Esta vez no respondo.

Camino con ella hacia elevador y subimos a nuestra habitación en la planta superior.
No pienso para nada en Arthur y Maru Hamburg o lo que pasó esta noche. Sobre todo,
pienso en Sarai y lo que pasó conmigo. No murió, pero siento como si otra parte de
ella sí lo hiciera. Y es cien por ciento mi culpa. Sabía que no debí traerla aquí. Soy
plenamente consciente de mis propias acciones y lo inexcusables que son. Lo acepté
en el momento en que Sarai no se echó para atrás en la última oportunidad que le di.
Debería haber sido yo, en ese entonces, quien le pusiera un fin a que ella se
involucrara más en esto.

Elegí un camino diferente.

Y no lo lamentaba.

Haya algunas cosas de las que Sarai y yo tenemos que hablar y espero que la manera
en que la toqué en la suite de Hamburg sea una de las primeras. Me preparo para ello,
pero cuando entramos en la habitación y se quita los tacones, me sorprende diciendo:

316
—Quiero matarlo. —Se sienta en el extremo de la cama y vuelve su cabeza para
mirarme, resolución habitando en sus ojos—. Ese hombre tiene que morir, Victor.
Tiene que pagar por lo que ha hecho. Tiene que pagar con su vida, al igual que ella,

Esta es mi prueba. Sarai tiene la sangre de una asesina; ya no hay ningún error al
respecto. Sé que yo no la hice de esa manera. La vida lo hizo, no yo. Pero sé que soy
quien finalmente retiró el velo de sus ojos para hacerla verlo.

—Es sólo cuestión de tiempo antes de que un golpe sea ordenado contra él también
—digo.

Me quito la chaqueta y la corbata, cubriendo el respaldo de una silla con ellos.

—Deberíamos haberlo hecho cuando tuvimos la oportunidad —dice.

Retirando los botones de mi camisa de vestir, la miro sentada allí, mirando la pared, y
me pregunto de qué manera se está imaginando matar a Hamburg. Es sangrienta. Es
vengativa. Estoy seguro de ello.

Pongo mi camisa encima de la silla junto a la chaqueta y camino hacia ella,


quitándome los zapatos en el camino.
—Si lo hubiésemos hecho esta noche —digo, sentándome en el extremo de la cama a
su lado—, no habríamos logrado salir con vida. No era parte de la misión. Cada misión
debe ser planeada con precisión. Aléjate de lo planeado y triplicarás tus chances de
exponerte o ser asesinada.

Nos quedamos sentados en silencio, ambos mirando hacia adelante, ambos enredados
en nuestros pensamientos. Me pregunto si los de ella son sobre mí. No puedo evitar
que los míos sean sobre ella.

317
CAPÍTULO 38
Sarai

318
No quiero que Victor me deje nunca. No podía soportar pensar en eso antes,
pero ahora… ahora las cosas son muy diferentes. Nuestras almas se han vuelto
íntimas, ya sea si quiere admitirlo o no. Somos uno y no quiero imaginar estar por mi
cuenta sin él. Nunca.

—Sarai, discúlpame por lo que hice.

Lo miro. Sé a lo que se refiere, pero todavía no estoy segura de que responder.

—Espero que me creas cuando digo que no conseguí nada de ello. Fue solo por el
espectáculo. Espero que entiendas eso.

Sí le creo. Sé que no podría mirar a los ojos a la gente normal y decirles lo que sucedió
sin que piensen que estoy loca, o que he sucumbido al síndrome de Estocolmo. Pero
Victor pudo haberlo hecho muchas veces antes. Pudo haberme violado. Podría
haberse rendido a mí las pocas veces que he mostrado una atracción hacia él. Pero
nunca lo hizo y siempre me alejó. Hasta hace unas noches cuando me deslicé en su
cama. No me alejó, pero en el fondo sabía que estaba más en sintonía con la rabia que
sentía en ese momento de lo que yo estaba.

Sin mirarlo. Pregunto en una calmada voz—: ¿Si él no hubiera puesto el código de
acceso al cuarto pronto… ¿me hubieras follado?

Lo noto mirándome pero no encuentro sus ojos.

—No —responde en una calmada voz que combina con la mía. Suspira—. Sarai, no
podía forzarlo a abrir el cuarto. Podría haber insertado un código de emergencia y
alertar a los guardias en la casa o…

Finalmente lo miro, trabando mis ojos con los suyos—. ¿Pero hubieras querido?

319
Se queda callado. Miro la lucha en su rostro.

—No ahí —dice—. No de esa manera.

Levanto mi vestido sobre mi cabeza y lo tiro al suelo.

—¿Lo harías ahora? —pregunto.

No responde, pero ya he aprendido que la única manera de conseguir lo que quiero de


él es no cediendo.

Me levanto de la cama y me muevo para ponerme entre sus piernas. Sus dos manos se
mueven a mis muslos lentamente y mete sus dedos detrás del elástico de mis bragas.
Sus labios tocan mi vientre, la punta de su lengua rozando la piel entre mis costillas
tan lento que me da escalofríos por todo el cuerpo. Paso mis dedos por su cabello
mientras desliza mis bragas sobre mis caderas y las baja por mis piernas.

Luego me siento a horcajadas en su regazo.

Lo beso lentamente y susurro una vez más:


— ¿Lo harías, Victor Faust? Si es que ese es tu nombre. —Empujo el lado de su rostro
con mi barbilla.

—Solo con una condición —susurra con vehemencia en mi boca.

—¿Cuál condición?

Besa mis labios lentamente.

—Que esta vez yo tengo el control.

Abro mi boca cerca de la suya, jugueteando con un beso que quiero que tome de mí,
las puntas de mis dedos se cierran gentilmente en su mandíbula. Me mira a los ojos
por un momento, leyendo mis pensamientos. Y luego sus dos brazos se envuelven

320
posesivamente alrededor de mi cuerpo, aplastándome contra él. Su beso es voraz, sus
fuertes dedos clavándose en la piel de mi espalda y puedo sentir la distintiva dureza
de su polla a través de la tela de sus pantalones que me hace temblar. Mis labios se
abren y todo mi cuerpo se estremece solo por sentirlo ahí, queriéndolo dentro de mí
más de lo que alguna vez pensé querer algo en mi vida.

Lanza una mano dentro de la parte de atrás de mi cabello, forzando mi cuello hacia
atrás y exponiendo mi cuello para él. Besa mi garganta hacia arriba en una perfecta
línea recta hasta que encuentra mi boca de nuevo y toma mi labio inferior entre sus
dientes.

Siento dos de sus dedos deslizarse dentro de mí.

Jadeo, mi cabeza sigue hacia atrás en su agarre, y muevo mis caderas gentilmente
contra sus dedos.

—Te quiero dentro de mí —digo sin aliento.

Maldición, ya no puedo soportarlo más.


Con mis labios sobre él, nuestras cálidas lenguas se enredan, busco a tientas el botón
de sus pantalones y luego bajo el cierre.

Me voltea sobre la cama, arrastrándose sobre mí y nunca rompe el beso mientras se


quita los pantalones con una mano. Y cuando siento el calor de su cuerpo desnudo,
envuelvo mis piernas a su alrededor, aplastándolo con mis muslos, empujándome
hacia él para poder sentir la hinchazón de su polla contra mi humedad. Su boca busca
mi cuello y mi pecho hasta que sus dientes encuentran mis pezones y los muerde lo
suficientemente duro para hacerme gemir.

—Esto va en contra de todo lo que soy, Sarai —dice y luego me besa.

—No, no es así —susurro y le devuelvo el beso—. Eres tú convirtiéndote más en lo

321
que en realidad eres.

Y entonces desliza su polla dentro de mí lentamente. Apenas puedo mantener mis


ojos abiertos. Mis piernas tiemblan y mi cuerpo se estremece con pequeños temblores
que explotan y se infiltran en mis entrañas. Jadeo y muevo mis caderas hacia adelante
para forzarlo a ir más profundo.

Nunca imaginé que el sexo podía sentirse así, que la manera en la que mi cuerpo está
reaccionado a él podría jamás sentirse así.

Levanta su cuerpo del mío, todavía de rodillas entre mis piernas, y agarra fuerte mis
muslos en sus manos, jalándome hacia él. Al principio me folla lento, tan lento que me
vuelve loca. Con cada empuje, va más profundo hasta que mis muslos están
temblando y ya no puedo mantenerlos estables alrededor de su cuerpo. La parte de
atrás de mi cabeza se arquea contra la almohada y gimo, jadeo y entierro mis dedos
en la carne de sus caderas. Comienza a follarme más fuerte y agarro la almohada
sobre mi cabeza antes de presionar mis manos contra el cabezal, forzándome contra
él, sintiendo su polla hincharse dentro de mí.
Colapsa sobre mí de nuevo y siento la humedad de su boca sobre mi pecho. Mi
garganta. Mis labios. Su pecho se mueve con respiraciones rápidas y puedo sentir su
corazón latir contra el mío. Comienza a ir y venir y mientras me folla lentamente, su
beso profundo, caliente y hambriento, lleva una mano entre mis piernas y mueve sus
dedos en un movimiento estable y persistente sobre mi clítoris. Enrollo mis dedos en
su cabello, apretándolo fuerte, gimiendo en su boca, saboreando su lengua.

Tan en sintonía uno con el otro, nos venimos juntos. Se sale para terminar, pero no
detiene el movimiento de sus dedos hasta que mi cuerpo deja de estremecerse y mis
temblorosas piernas se disuelven en papilla a sus lados.

Descansa su sudada cabeza alrededor de mis pecho y cepillo su cabello con mis dedos.
Nos quedamos de esta manera la mayor parte de la noche, en silencio y pensando.

322
Y todo en lo que puedo pensar es en como nunca quiero dejar este cuarto con él.

Yazco enredada en las sábanas con Victor. Las cortinas de la ventana están
completamente abiertas y echo un vistazo a través de la habitación hacia el cielo
negro azulado débilmente iluminado por las luces de la ciudad por debajo de él.
Victor se quedó dormido en algún momento después de que me hizo el amor. ¿Me
hizo el amor? No estoy segura de entender el verdadero significado de esa frase. No
creo que esta cosa entre nosotros sea amor, o incluso lujuria. Es algo más, algo
poderoso e inconfundible que ninguno de nosotros ha sido capaz de ignorar. Pero no
tiene un rostro. O un nombre. Tal vez él no hizo el amor conmigo, pero tampoco me
folló.

Definitivamente fue algo más.

Escucho su corazón latiendo calmadamente en mi mejilla. Siento su aliento emanar


ligeramente contra la parte superior de mi cabello. Su cuerpo es tan cálido, casi
caliente, mientras yazco envuelta entre sus brazos. Su aroma natural, es casi
imperceptible pero reconfortante y me acerca más a él como una abeja al néctar.
—¿A dónde voy a partir de aquí? —susurro en voz alta mis pensamientos privados y
luego me entierro más junto a él cuando no tengo una respuesta.

—Lo averiguaremos —dice Victor y su brazo se aprieta suavemente a mí alrededor.

No tenía idea de que estaba despierto. Levanto la cabeza de su pecho y la apoyo en su


brazo para poder ver su rostro.

—¿No te vas a ir?

Es una apuesta arriesgada, pero estoy esperanzada.

Un segundo de silencio pasa entre nosotros y su pecho desnudo sube y baja con una
respiración profunda y constante.

—Sarai, sabes que no puedo llevarte conmigo —dice y mi corazón se hunde—. Es que
simplemente no es realista. Mi vida es en la Orden. Siempre lo ha sido. No es como si

323
despertara un día y decidiera que odio mi trabajo y quiero encontrar algo mejor. Si
tuviera que dejar mi Orden... porque eso es precisamente lo que tendría que hacer... el
próximo asesinato que sería organizado sería el mío. Y el tuyo.

Quiero llorar, pero no lo hago.

Pongo mi cabeza de nuevo en su pecho, demasiado desanimada para mirarlo más. Me


quedo mirando la espaciosa habitación, mis dedos arqueados en el músculo superior
de su pecho.

—Creo que la única cosa que puedo hacer es dejar que vivas tu vida...

—Pero...

Él me aprieta de nuevo.

—Dejar que vivas tu vida —continúa—, pero te visitaré de vez en cuando.


Asegurarme de que te está yendo bien, que estás a salvo y tienes todo lo que
necesitas.

No estoy satisfecha con eso, pero también sé que es todo lo que voy a conseguir de él.
Y es mejor que nada. Tiene razón y no puedo negarlo. Quiero estar siempre con él, en
cualquier forma en que vaya a permitirse tenerme, pero no puedo esperar que
arriesgue cualquiera de nuestras vidas para que esto suceda.

Tengo que dejarlo ir...


—Eso es si quieres que te visite —dice.

Detecto un cambio en el momento a algo más alegre. Esto me parece extraño viniendo
de él. Me levanto de su brazo y apoyo el peso de la parte superior de mi cuerpo de un
brazo, mirándolo.

Está sonriendo. No sólo sus ojos, sino también sus labios. Es tan hermoso para mí. Tan
peligrosamente hermoso.

Me dejo llevar por el momento y empujo mi mano libre juguetonamente en su


costado, riendo suavemente en voz baja.

—Por supuesto que quiero —digo.

Luego toma mi muñeca y cuidadosamente me hala hacia su pecho. Él pasa la punta de


sus dedos por un lado de mi rostro y luego el otro, todo el tiempo mirándome a los

324
ojos, aunque más allá de ellos. Me pregunto qué es lo que está buscando en sus
profundidades. Sea lo que sea, espero que nunca lo encuentre, para que podamos
quedarnos así para siempre.

Coloca ambas manos a los lados de mi rostro y acerca mis labios a los suyos.

—¿Qué me has hecho? —dice.

—Iba a hacerte la misma pregunta.

Mordisqueo su labio inferior. Él presiona su polla contra mí con suavidad.

—Parece que hemos creado un pequeño un problema —dice y la empuja contra mí un


poco más fuerte.

Hago lo mismo. Suspiro ligeramente, mi piel estallando en escalofríos y calor.

Me besa, pero luego aleja su boca unos centímetros de la mía, provocándome. Me


inclino más hacia adelante, presionando mis senos contra su pecho, queriendo probar
su boca pero él sólo me da un poco. Empuja sus caderas de nuevo, apretando su polla
contra mí, sus manos firmes aferrando mi trasero. Está tan jodidamente duro. Lo
deseo. Mi boca se separa hasta la mitad y mi respiración sale temblorosa entre mis
labios.

—¿Quieres que te folle? —susurra—. ¿Es eso lo que quieres?


Jadeo ante sus palabras en mi oído. No puedo responder. No puedo pensar con
claridad.

—¿Lo quieres, Sarai? —añade, el calor de su aliento bailando en mis labios


entreabiertos.

Fuerzo mis caderas contra él, tratando de colocarme en su polla de una manera en
que pueda empujarlo dentro de mí sin que ninguna de nuestras manos tenga que
hacerlo.

—Sí… —suspiro—. Fóllame como habrías follado a Izabel.

—¿Estás segura?

—Sí...

No puedo respirar.

325
—Dilo de nuevo... Izabel.

Mis ojos se abren pesadamente mientras bajo la mirada hacia él. Respiro
entrecortadamente a través de mis labios. Él los toca con los suyos.

Antes de que pueda responder, él se incorpora en la cama a una posición sentada,


manteniéndome en su regazo. La punta de su lengua se mueve a lo largo de mi
clavícula. Mis dos senos están aplastados en sus manos.

—Dilo, Izabel —exige y chasquea la lengua contra un pezón—. Dime que quieres que
te folle.

—Quiero que me folles.

Retuerce la parte posterior de mi cabello en su mano y se levanta de la cama con mis


piernas a horcajadas alrededor de sus esculpidas caderas.

Me lleva a la mesa junto a la ventana y me coloca boca abajo a la fuerza en ella. Mis
brazos salen por delante de mí mandando de golpe su teléfono celular y su arma al
suelo, con las manos aferrándose al borde redondeado de la mesa. Sus dedos se
clavan en mis caderas mientras hala hacia atrás mi cuerpo con brusquedad hacia él.
Me aprieta el trasero. Con fuerza. Inhalo bruscamente cuando siento sus manos entre
mis piernas, separándome para él. El calor de su duro cuerpo me rodea cuando se
inclina hacia adelante a lo largo de mi espalda, arrastrando la punta de la lengua por
la parte de atrás de mi cuello. Siento su polla justo ahí esperando por mí y trato de
forzarme hacia atrás contra él, pero su mano se apuntala en la parte trasera de mi
cuello, obligando mi mejilla contra la mesa.

—Por favor, Victor —digo con voz entrecortada, cada parte de mí abriéndose a él.

Jadeo y gimo ruidosamente cuando empuja su polla dentro de mí, mis dientes ciñendo
su dedo índice cuando su mano se presiona suavemente contra un costado de mi
rostro.

No, nunca me imaginé que el sexo pudiera ser así...

326
Capítulo 39
Sarai

327
Se nos pegaron las sabanas la mañana siguiente y despertamos por el ama de
llaves llamando a la puerta fuera de la habitación. Supongo que él no trataba de hacer
un espectáculo en la mansión de Hamburg cuando dijo que siempre pierde los vuelos
tempraneros si no duerme lo suficiente la noche anterior. O, tal vez era sólo culpa
mía. Supongo que lo he desviado completamente de sus rutinas normales.

Victor sale de la cama y no puedo dejar de admirar su cuerpo desnudo antes que él se
vista rápidamente. Él abre la puerta para decirle al ama de llaves que nos vamos a ir
tarde y que no vuelva por lo menos una hora. No quiero ir a ninguna parte. Después
de anoche, sólo quiero...

—Prepárate para partir ─dice caminando de nuevo en la habitación conmigo—. Voy


a llevarte para que te quedes con una señora que conozco en San Diego. Estarás a
salvo hasta que pueda resolver el resto, y conseguir instalarte en un lugar propio.
Pero en este momento, tengo que hacer una llamada a Niklas para hacerle saber lo de
anoche. Y estoy bastante seguro que voy a estar haciendo un viaje a Alemania antes
de reunirme con mi jefe.

Yo sólo quiero hablar de la noche anterior, o repetir la noche pasada otra vez en estos
momentos.

—Eso no suena bien —le digo mientras me levanto de la cama. Tengo un mal
presentimiento cuando dijo la parte sobre reunirse con su empleador.
Él se pone sus zapatos y baja su bolsa sobre los pies de la cama.

—No, por lo general no lo es —dice, hurgando en la bolsa—. Estas dos últimas


misiones han creado un montón de preguntas sobre mí y mi capacidad de llevarlas a
cabo según lo ordenado. Voy a tener que reportarme cara a cara para darle una
explicación más a fondo de lo que pasó y por qué las cosas sucedieron como lo
hicieron.

—¿Qué vas a decirle sobre mí? ¿Crees que él sabrá que todavía estoy viva?

Él encuentra un pequeño puñado de balas y empieza a cargar su 9MM.

—Deduciré eso en el camino.

Eso también me da mala espina.

—Está bien, entonces ¿quién es esta señora en San Diego? —Lo miro ahora con una

328
mirada cautelosa—. Ella no es alguien que tu...

—No —dice él, escondiendo el arma en la parte trasera de sus pantalones—. Ella no
tiene nada que ver con mi orden y no sabe nada de lo que hago. Ella es sólo una amiga.
La conocí a ella y a su marido en una misión cinco años atrás. Es una larga historia,
pero no, no es nada de eso.

—¿Y su marido?

Él me mira de una vez.

—Él ya no está allí —dice.

—¿Por qué no? ¿Murió? ¿Son mayores?

No puedo dejar de preguntar todas estas preguntas; quiero saber todo lo que pueda
sobre el lugar al que va a llevarme.

Victor hace una pausa y luego dice—: Sí, está muerto. Él era mi objetivo.

—Oh...

Ya no me siento tan confiada en ir allí.

—Vas a estar bien —dice Victor, al ver la preocupación en mi cara—. Ella no sabe que
fui yo.
Él se acerca a mí, poniendo sus manos sobre mis hombros.

—Voy a bajar a la recepción, darme de baja en la habitación y llamar a Niklas. —Él se


inclina y me besa en la frente—. Tómate tu tiempo. Volveré en corto tiempo y luego
nos iremos.

Asiento con la cabeza, mirándolo a los ojos—. Está bien.

Victor sale de la habitación y agarro un vestido más informal esta vez y un par limpio
de bragas y me dirijo a la ducha.

329
Victor

Niklas está enojado conmigo. Puedo escucharlo en su voz, aunque está tratando de no
ser demasiado obvio, lo que en sí mismo está fuera de carácter para él.

—Dijiste que me contactarías tan pronto como la misión terminara —dice Niklas en el
teléfono—. Si se llevó a cabo ayer por la noche como estaba previsto entonces, ¿por
qué apenas ahora me llamas medio día más tarde?

Dejé escapar el aliento a través de mi nariz.

—Tómalo por lo que es, Niklas —digo, volviéndome tan irritado con él como él lo ha
estado conmigo—. Tienes que parar de preocuparte tanto conmigo.

330
—Yo soy tu enlace —dispara él.

—Sí, pero la parte de ti que se ha vuelto tan dolorosamente persistente sobre cómo
elijo hacer las cosas, es mi hermano. Tal vez deberías volver a familiarizarte con tu
mitad enlace, de esa manera los dos podemos volver a una relación estrictamente
profesional más simple.

—Ya veo —dice—. Ya no necesitas un hermano ahora que tienes esa chica.
Obviamente ella todavía está viva.

Debería haber visto eso venir, pero no lo hice.

—No has sido reemplazado, y menos por una mujer —le digo.

Quizás Sarai no ha reemplazado a mi hermano, pero se ha convertido en algo mucho


más para mí y no puedo explicarlo. No a mí y definitivamente no a Niklas.

—Tengo nuevas órdenes —anuncia Niklas, dejando el tema resentido de lado—. Son
de último minuto, pero creo que lo mejor es terminar con ellas antes que te dirijas a
Alemania para reunirte con Vonnegut. No le des más razones para dudar de tus
capacidades.

—¿Es una misión?

—Va a ser una —dice—. El cliente está allí en Los Ángeles y le gustaría reunirse
contigo personalmente.
—Eso no es lo normal —le digo—. Primero Javier Ruiz, ¿ahora éste quiere
encontrarse cara a cara?

Prefiero ir solo a través de Vonnegut y nunca conocer a un cliente en persona, pero


por desgracia, a veces se deben tomar mayores riesgos.

—Ella es una mujer muy meticulosa —dice Niklas.

—¿Cuáles son las órdenes?

—Reunirse con ella afuera en el número 639 de South Spring Street. Ella lleva una
blusa blanca con un broche de plata de mariposa en el pecho izquierdo. Ella va a estar
allí a la una y media.

—Eso es en menos de una hora —le digo, mirando el reloj en lo alto de la pared en el
vestíbulo.

331
Bajo mi voz a un susurro cuando un huésped del hotel pasa por allí.

—Tienes un montón de tiempo para llegar desde el hotel —dice—. Y, por favor ponte
en contacto conmigo... esta vez en el momento en que la reunión haya terminado.

Suspiro en silencio.

—Lo haré —le digo, y cuelgo el teléfono.

Después de pagar por otro día completo para el uso de la habitación ya que parece
que estaremos aquí por más de una hora, tomo el ascensor de nuevo hacia arriba para
dejarle saber a Sarai de nuestro pequeño cambio de planes. Después salgo, dejándola
en la habitación para que pueda conocer al cliente de forma privada. Conduzco hacia
el lugar, llegando con varios minutos de sobra y me estaciono en un aparcamiento
lateral a pocos metros de donde voy a encontrarme con ella.

Me quedo en el interior del vehículo y espero.

Y todo lo que puedo pensar es en Sarai.


Sarai

Nunca he estado en San Diego antes. Técnicamente, esta es mi primera vez en


California. Me pregunto cómo será esta señora, lo que sabe, cómo ella y Victor son
amigos. Tengo un montón de preguntas, como de costumbre, de las que no voy a dejar
a Victor escapar sin contestar durante el camino.

Paso mi mano sobre el espejo en el baño, abriendo un camino a través de la humedad


empañando el cristal. Y sonrío a mi reflejo. Por primera vez desde que conocí a Victor,
me estoy empezando a sentir satisfecha, aliviada con la perspectiva de mi futuro.
Porque antes, todo lo que podía ver de él era oscuridad, un vacío que no tenía
principio ni fin, todo colgando ahí con incertidumbre. Pero ahora tengo algo que
esperar con interés. Tengo un propósito. Y no voy a perder ni un segundo de él.

332
Escurro el agua de mi pelo con una toalla y luego la fijo descuidadamente en la parte
posterior de mi cabeza. Después de secarme y vestirme, me dirijo a la habitación
principal y empiezo a encender la televisión cuando hay un golpe en la puerta de la
habitación. Echo un vistazo al reloj junto a la cama.

No ha pasado una hora aún.

Colocando el control remoto de nuevo en la cama, me acerco a la puerta para


responder, pero justo cuando pongo mi mano sobre la manija, la voz del otro lado me
congela en el lugar.

—Es Niklas. Victor me ha enviado para llevarte.

Mis dedos se alejan de la manija muy lentamente. Me alejo un paso de la puerta.

Él toca ligeramente de nuevo.

—¿Estás ahí? ¿Sarai? Ven y déjame entrar. Sé que me desprecias, y honestamente


prefiero estar tomando una cerveza en un bar pequeño y pintoresco en algún lugar,
pero Victor necesitaba mi ayuda.

Está mintiendo. Victor me habría dicho si hubiera enviado a Niklas aquí. Me hubiera
dicho antes de irse, o me habría llamado.

Miro el teléfono junto a la cama. Tal vez el sí llamó mientras estaba en la ducha.
Doy otro paso lejos de la puerta, mi instinto me tira hacia atrás como una docena de
manos extendidas. Hay una serie de golpes más y entonces esta es silencio. Yo estoy
en el centro de la habitación, perfectamente inmóvil, perfectamente tranquila. El
único sonido que escucho es un débil zumbido proveniente de una bombilla.
Moviéndome rápidamente por la habitación presiono mi cara cerca de la puerta y
trato de ver por la mirilla. Lo que puedo ver del pasillo está vacío. Él se ha ido. Pero
entonces, si él ha ido de verdad, ¿por qué todavía estoy tan temerosa de que él está
justo fuera de la puerta en alguna parte, esperando a que yo saque la cabeza y mire?
Presiono mi ojo en un ángulo contra la mirilla, tratando de obtener una mejor vista
hacia la izquierda y la derecha. Entonces oigo voces y veo una sombra moverse a lo
largo de la pared. Mi latido del corazón se acelera y contengo la respiración hasta veo
a dos hombres pasar caminando. Dejo salir una respiración larga y profunda.

Pero el alivio dura poco cuando veo a Niklas de nuevo.

Salto hacia atrás y lejos de la puerta rápido y corro hacia la bolsa de Victor, hurgando

333
en ella para encontrar el arma de Arthur Hamburg. Victor la dejó para mí. Sólo por si
acaso. Pero tengo la sensación que él la dejó en el caso de Arthur Hamburg. No de su
hermano.

No hay donde esconderse en este lugar. Absolutamente ninguna parte en la que


Niklas no pueda encontrarme fácilmente en menos de un minuto.

Aspiro una respiración rápida y afilada cuando escucho el diminuto sonido de clic de
una llave de tarjeta deslizarse por la puerta y desbloquearla. Debe haber tomado la
clave maestra del ama de llaves. En la mitad de un segundo, y demasiado tarde para
darme cuenta de mi error y remediarlo, veo la cadena de la puerta todavía sin poner.
Hago una carrera para hacerlo, sabiendo en mi corazón que no voy a llegar a la puerta
a tiempo para deslizar el candado de cadena en su lugar antes que Niklas está dentro
de la habitación. Y justo mientras se abre la puerta, estoy cayendo contra la pared
detrás de ella, sujetando la pistola con ambas manos contra mi pecho, mi corazón
bombeando tan rápidamente a través de mis venas que mis ojos dan un tirón cerca de
las esquinas y siento mi yugular palpitando.

La puerta se cierra y bloquea automáticamente y Niklas y yo quedamos frente a


frente, cada uno con una pistola apuntando al otro.

—Ah, estás ahí —dice con esa mirada deslumbrante en sus ojos que muestra lo
mucho que me odia.
Mantengo mi dedo apretado contra el gatillo y aunque estoy temblando, me las
arreglo para sostener el arma firme y apuntando directamente a su cabeza.

—Voy a matarte —le advierto.

—Sí, lo sé —dice, exudando más confianza que yo, por mucho—. Tú fuiste la que le
disparó a Javier Ruiz, después de todo. —Suspira dramáticamente y niega con la
cabeza—. Sarai, quiero que sepas que no me satisface esto, matar a mujeres
inocentes. Nunca quise matarte o hacerte daño para el caso, pero lo que le has hecho a
mi hermano... bueno, no puedo aceptar eso.

Manteniendo la pistola apuntándole y mi dedo firmemente en el gatillo, comienzo a


alejarme de la puerta. Él se mueve con mis movimientos.

—¿Por qué te importa lo que Victor hace con su vida personal?

334
Él ladea la cabeza hacia un lado.

—Victor no tiene una vida personal. Ninguno de nosotros puede tenerla. Es como el
agua y el aceite. Seguramente lo sabes ahora.

—Él me va a llevar a algún lugar hoy —digo rápidamente, perdiendo toda la confianza
que tenía, que no era mucha, para empezar—. Está deshaciéndose de mí. Ya me dijo
que no me puedo quedar con él. ¿Por qué no puedes simplemente dejar las cosas así?
Está haciendo lo que quieres.

—No es lo que quiero, Sarai. —Nos las hemos arreglado para mantenernos lejos de la
puerta y nos encontramos en el centro de la habitación ahora—. Sólo estoy tratando
de protegerlo. ¡Es mi puto hermano! —Su repentina ira me hace temblar. Me doy
cuenta de que su dedo en el gatillo se sacude.

—Niklas, por favor, sólo déjame ir. Tienes razón y lo sé. Lo he sabido por un tiempo,
que yo sólo estoy haciendo las cosas más difíciles para Victor.

—¡Vas a hacer que lo maten! —grita, empujando las palabras a través de sus dientes
y el cañón de su arma hacia mí—. Incluso si él te deja sola hoy, incluso si nunca te ve
otra vez... mierda, incluso si él te mata... ¡lo que ya ha sucedido es suficiente para que
la Orden lo mate! ¿No lo ves? —Su cara está al rojo vivo con rabia, su expresión
distorsionada por el dolor—. ¡Lo matarán! Si él va a Alemania está muerto, Sarai. ¿Él
no te dijo eso? Apuesto a que no te lo dijo.
No quería creerlo. Niego con la cabeza y casi pierdo el enfoque, apretando más mi
arma.

—Tú no sabe eso —le digo, pero en el fondo le creo—. Si eso es cierto, entonces ¿por
qué iba a ir incluso?

Una mueca arruga el borde de la boca Niklas. Sus dientes se muelen juntos detrás de
sus labios cerrados.

—Porque Victor es terco —dice—. Y un poco demasiado confiado cuando se trata de


Vonnegut. Victor ha sido siempre su número uno, siempre ha sido el mejor. Él es
mejor en lo que hace que todos los otros bajo Vonnegut que vinieron antes que él, y él
sigue siendo el mejor. Pero ser el mejor no lo hace inmune al Código. Él lo ha jodido
tanto desde que ha estado involucrado contigo que no habrá exoneración.

—Entonces déjame hablar con él...

335
—¡Ya has hecho suficiente! —ruge.
Capítulo 40
Victor

El cliente está atrasado. Cinco minutos tarde, pero incluso un minuto por una

336
persona que Niklas describió como “meticuloso” me sienta mal. Dos minutos más y
me voy.

Veo a la gente caminar por la calle y los estudio desde la ropa que llevan a la forma en
que mantienen las cabezas cuando hablan con los que caminan junto a ellos. ¿Son en
realidad sólo turistas y residentes? ¿O son distracciones? ¿Espías? Nunca se es
demasiado cuidadoso. Esto podría ser una trampa, como en cualquier misión, pero
son estas las que me ponen un nudo de incertidumbre en la boca del estómago...

Espera...

Recuerdo mi conversación telefónica con Niklas antes:

—Encuéntrate con ella en 639 South Spring Street. Estará llevando puesto una blusa
blanca con un broche de plata de mariposa en el pecho izquierdo. Estará allí a la una y
media.

—Eso es en menos de una hora —digo.

—Tienes bastante tiempo para llegar desde el hotel.

Tenía bastante tiempo para llegar desde el hotel...

Agarro el volante con las dos manos, mi mente corriendo cien kilómetros por
segundo. ¿Cómo Niklas podría haber sabido eso? No tenía idea de en qué parte de Los
Ángeles Sarai y yo nos estábamos quedando. No podría haber sabido que iba a esa
dirección desde donde yo estaba en esa cantidad de tiempo.

A menos que él supiera exactamente dónde estábamos todo el tiempo.

337
Sarai

—Niklas... si me matas, vas a hacer un enemigo de tu hermano. —Mi garganta está


seca como el papel de lija, mis pulmones pesados—. Si todo lo que dices es cierto, si el
destino de Victor ya está sellado, entonces, ¿qué lograrías matándome? —Levanto la
voz por la desesperación y el miedo—. ¡No va a resolver nada!

Él no quiere matarme. No sé si es por lo que he dicho, sobre lo de hacer a Victor su


enemigo, o si sólo está en conflicto, pero sea lo que sea es lo único que me mantiene
con vida en este momento.

—¡Mira lo que has hecho! —empuja la pistola en el aire en mi dirección, su mano

338
agarrando el mango tan fuerte que sus nudillos están blancos.

Se mueve hacia adelante. Me muevo hacia atrás.

—Niklas... por favor —le ruego. No quiero dispararle. Sé que es más probable que me
mate, pero yo no quiero dispararle.

La ira parpadea por sus ojos en un instante y dobla la barbilla desafiante, su


mandíbula apretada, sus ojos estrechos y sus fosas nasales dilatadas.

Sí, él quiere matarme después de todo.

La puerta se abre y oigo un disparo justo cuando Niklas gira la cabeza para ver a
Victor asaltando por la habitación. Y luego otro disparo suprimido silba a través de la
habitación, pero Niklas, también corriendo ya hacia Victor, se las arregla para evitar
ser golpeado y oigo el movimiento de la bala por el aire a pocos metros de mí e
incrustándose en la pared.

Se me cae el arma de la mano y me caigo de rodillas. Tardo unos segundos en darme


cuenta de que me han dado, y una vez que lo hago, siento el dolor abrasador en el
estómago. Sangre caliente empapa la tela de mi vestido. Me acuesto sobre mi lado,
ambas manos presionando firmemente sobre la herida.

La mesa por delante de mí se tambalea en su base de madera mientras Victor y Niklas


se estrellan contra ella. Mi pequeña caja de joyería cae de ella y golpea el suelo,
rompiéndose el cerrojo y esparciéndose la joyería. Victor, encima de Niklas, llueve los
puños sobre él, golpe tras golpe hasta que la mesa ya no puede mantener su peso y
cae sobre sobre su lado, enviándolos a ambos estrellarse contra el suelo con ella. La
lámpara de altura que se alzaba sobre el respaldo de la silla golpea la mesa, el cable
arrancado de la pared y la bombilla de luz rompiendo en pedazos.

Niklas está encima de Victor ahora, golpeándole repetidamente en la cara, pero Victor
lo alcanza y agarra la garganta de Niklas y lo levanta de encima de él, golpeando su
espalda contra el piso. Victor se pone de pie y comienza a patear a Niklas en la cara
antes de forzar su camino a través de la habitación para conseguir el arma.

En segundos, está de pie sobre el cuerpo rendido de su hermano con el cañón


apuntando a su cara.

—¡Victor, no lo mates! —Me las arreglo para gritar a través del dolor.

Parpadea para centrarse por haber perdido momentáneamente en una rabia ciega, y

339
me mira.

—Por favor, no lo mates —repito en voz baja, desesperada.

—Intentó matarte —dice, mirándome con una expresión confusa, como si no pudiera
creer lo que estoy diciendo—. Te disparó.

Aprieto mi mano derecha más fuerte sobre la herida, la sangre se mueve en-entre
todos mis dedos. Estoy empezando a sentirme desfallecer.

—Victor, es tu hermano. Está aquí sólo porque estaba tratando de protegerte.

Mira hacia atrás y adelante entre Niklas y yo, ambos yaciendo sangrientos e
indefensos en el suelo a ambos lados de la habitación. Su rostro está consumido por el
conflicto y el dolor y cosas que no me son posibles de entender porque nunca he
tenido un hermano o una hermana, no sé lo que se siente al ser amado de esa manera.
Quizás Victor nunca lo supo bien, hasta ahora.

Trato de levantar la cabeza, pero estoy tan débil que mi mejilla se mantiene
presionada contra la alfombra desaliñada.

—Niklas es todo lo que tienes, la única familia que te queda —digo—. Haría lo que sea
por tener a alguien que se preocupara por mí tanto como él se preocupa por ti. Lo que
sea.

La habitación queda muy tranquila. Veo los ojos de Victor, nublándose con... no estoy
segura. ¿Realmente me está mirando en absoluto? Siento como que puedo oír hablar a
Niklas, pero suena apagado y distante en mis oídos. Ahora veo el techo. Sólo el techo.
Miles de minúsculos agujeros se abren en mí desde el interior del material y siento
como que puedo ver todos y cada uno a medida que se impulsan hacia abajo en mí
desde lo alto. Ese calor. ¿Qué es ese calor que siento a mí alrededor como una manta?

—¿Sarai? —Oigo una voz decir, pero cuál voz es no puedo decirlo.

Todo lo que veo es oscuridad. Trato de levantar los párpados, pero son demasiado
pesados.

Oigo la voz de nuevo y un disparo de dolor irradia a través de mi cuerpo cuando me


siento como que estoy siendo levantada en el aire. Intento grita, pero no creo que
nadie realmente pueda oír mi voz.

Intento chillar…

340
Capítulo 41
Sarai

341
Siento como si he estado soñando durante días. La misma serie constante de
imágenes y voces alrededor de mí siempre sonando calmadas pero persistente. Las
imágenes, son las que me dicen que no es real porque a todos los que veo ya están
muertos. Javier. Izel. Lydia. Samantha. Mi madre. Caminan a mi lado en una especie de
estado silencioso, contemplativo como si yo ni siquiera estuviera aquí. Casi puedo
tocar el cabello de mi madre cuando ella pasa.

Debo estar soñando.

Pero los sueños lentamente se desvanecen y las voces extrañas, desconocidas que
escucho se vuelven más claras. Siento que estoy atrapada dentro de mi propia mente
y que ha olvidado que controla mi cuerpo. Porque no puedo moverme. Ni mis ojos o
mis labios o mis manos. Ni siquiera puedo precisar si estoy respirando por mi cuenta.
Pero en lo que más pienso en es las voces, lo claras que se están volviendo. Me
encuentro esforzándome tanto como puedo para así poder concentrarme en las
palabras, pero nunca voy más allá del sonido.

Al menos hasta que escucho la voz de Victor en la distancia.

—No me quedaré mucho tiempo el día de hoy —lo escucho decirle a alguien.

Intento despertar, pero creo que el esfuerzo tiene el efecto opuesto porque en un
instante me encuentro consumida por la oscuridad y todas las voces desaparecen.
Más tiempo pasa. Más sueños. Más voces.

Y luego de repente como si un interruptor hubiera sido encendido en mi cerebro, mis


párpados se separan y veo que estoy tendida en la cama de un hospital.

Victor está entado junto a mí en una silla.

—Estás despierta —dice y me sonríe.

—¿Cuánto tiempo no lo he estado? —Sigo intentando recomponer mi cerebro.

—Tres días —dice—. Pero vas a estar bien. Te mantuvieron sedada la mayor parte del
tiempo que has estado aquí.

Intento levantar mi espalda de la almohada, pero el dolor en mi estómago es


demasiado. Hago una mueca y llevo mis manos a ejercer presión en la zona, pero
Victor toma mis manos y las baja.

342
—No puedes moverte todavía —dice y se pone de pie. Toma una almohada extra de
una silla cercana y la ubica en la parte posterior de mi cabeza. Luego pulsa un botón a
un lado de la cama para levantarla y que me permita sentarme erguida. Una
intravenosa serpentea en el dorso de mi mano, pegado a mi piel por una cinta blanca.
Pica muchísimo.

—La bala falló todos los órganos —dice Victor mientras se vuelve a sentar en la
silla—. Fuiste afortunada.

El rostro de Niklas destella en mi mente.

—O tu hermano hizo un mal tiro.

Bajo la mirada a mis brazos apoyados en la cama a mis costados. Quiero saber qué le
pasó a Niklas y siento que debería esperar que esté muerto, pero no puedo.

—¿Él está…?

—No —dice Victor—. Una parte de mí quiso matarlo, pero la otra no pudo. Sólo me
pregunto qué parte habría ganado si no hubieses estado con vida en ese momento.

Atravieso la cama unos cuantos centímetros con mi mano en busca de la suya y


entrelaza sus dedos con los míos.
—Me alegra que no lo hicieras —digo, empujando una débil sonrisa a través de la
superficie de mi cara—. No podría haber vivido conmigo misma si hubiese sido la
razón por la que mataste a tu hermano. Yo… nunca debí haberme metido entre
ustedes. No sé lo que estaba haciendo, Victor. Lo siento mucho.

Aprieta mi mano.

—Hiciste algo que nadie más pudo —dice y espero con impaciencia que me diga que
pude haber hecho—. Me hiciste recordar que tengo un hermano, Sarai. Él y yo
prácticamente hemos estado sentados lado a lado en una mesa como extraños por los
últimos veinticuatro años. Y ahora veo que a pesar de sus defectos, nunca me ha
traicionado.

Hace una pausa y su mirada se desvía.

Luego vuelve a mirarme.

343
—En un sentido me traicionó cuando fue allí a matarte —continúa—. Me traicionó
cuando me engañó para poder llegar a ti. Sí, eso es una traición. Pero es un tipo muy
diferente de traición.

—Lo sé —digo—. Mírame. —Lo hace—. Hiciste lo correcto. Independientemente de lo


que me hizo, hiciste lo correcto y no quiero que creas que lo sentiré de otra manera.

No habla, pero conozco esa mirada en su rostro, es el conflicto que siempre está allí.
Me pregunto si alguna vez se librará de ello.

Entonces dice:

—Pero hiciste algo más que nadie nunca pudo. —Sus rasgos se suavizan y mi corazón
se está derritiendo lentamente—. Me hiciste sentir emociones reales. Me liberaste.

Extiendo la mano y toco sus labios con mis dedos, mi mano acunando su barbilla. El
tema cambia demasiado rápido.

—Niklas nunca más te hará daño —dice—. Me dio su palabra. Y además, sabe que si
alguna vez lo intenta no dudaré en matarlo la siguiente vez. —Entonces de repente
agrega—: Eres tan importante para mí como lo es él.

Me quedo en silencio sorprendida.

Victor se pone de pie y camina hacia la ventana, cruzándose de brazos mirando el día
brillantemente iluminado. Puedo ver que hay muchas más cosas que quiere decir,
tantos cabos sueltos que quiere atar conmigo. Pero las cosas han cambiado desde que
Niklas me disparó. Puedo sentirlo. Y ya no pelearé más con él porque sé que tiene que
ser de la manera que es, que tiene que terminar de la manera en que va a terminar.

—No espero volver a verte, Victor, y lo entiendo. —Trago saliva con fuerza. No quiero
decir estas palabras—. Es mejor de esta manera, lo sé.

—Sí, desafortunadamente lo es —dice distante con la espalda hacia mí—. No puedo


mantenerte a salvo con la vida que llevo. Quise, pero al final, no pude. Lo sabía bien,
pero…

Espero en silencio.

—…pero estaba equivocado —dice, aunque siento que quiere decir otra cosa—. Lo
siento, pero no hay otra manera.

344
Mi corazón se está rompiendo…

—Prométeme algo —digo y da la vuelta sólo la cabeza para mirarme—. No vayas a


Alemania. No vayas con ese hombre, tu empleador o lo que sea. Niklas me contó lo
que sucederá si vas. Por favor, no vayas…

Lo escucho suspirar suavemente y vuelve a mirar por la ventana.

—No puedo prometerlo —dice y mi corazón se desploma—. Pero puedo prometerte


que no me quedaré ahí de pie y dejaré que alguien me mate.

Eso no me hace sentir mejor, pero sé que es todo lo que me concederá.

Abandona la ventana y saca un paquete de un maletín puesto sobre la mesa cercana.


Se acerca a mi lado y lo pone en mi mano. Es una caja negra alargada metida dentro
de paquete de papel andrajoso que ha sido cubierto con cinta en algún momento.
Retiro la caja del paquete y abro la tapa. Hay dentro una pila de dinero en efectivo
junto con un sobre que ha sido doblado a lo largo para poder caber y otras cuantas
hojas de papel.

—¿Qué es todo esto?

—Tu certificado de nacimiento verdadero, tarjeta de seguridad social. Registros de


vacunación, el cual está atrasado un poco así que deberías ocuparte de eso pronto. —
Señala al sobre doblado mientras lo voy abriendo para ver el contenido.
Miro mi certificado de nacimiento primero. Sarai Naomi Cohen. Nacida 18 de julio,
1990. Tucson, Arizona. Digo mi nombre completo en mi cabeza tres veces para que
pudiera sentirse real para mí, real como solía sentirlo.

No es así.

—¿Cómo conseguiste esto? —Alzo la mirada hacia Victor.

—Tengo mis métodos —dice con una sonrisa detrás de sus ojos—. También te abrí
una cuenta bancaria. Los detalles están en el resto de documentos en la caja.

—Gracias, Victor —digo, bajando mi certificado a mi regazo—. Por todo.

Es en serio lo que le estoy diciendo. Habría muerto muchas veces de no haber sido
por él. Pero decirle estas cosas a él, estas despedidas, está triturando cada poco de lo
que queda de mi corazón.

345
—¿Cuándo te vas? —pregunto.

No quiero saber realmente la respuesta.

Vuelvo a poner los documentos en el sobre y lo cierro dentro de la caja.

—En unos minutos —dice y contengo las lágrimas. Quiero ser fuerte para él, porque
sé que esto es difícil para él también—. Pero hay una cosa más antes de irme.

Se acerca a la puerta y la abre. Entra la Sra. Gregory. Estoy tan sorprendida que la
única parte de mi cuerpo que se mueve son las lágrimas bajando por mi rostro. Mi
mano se acerca a mi boca. Miro entre ellos dos. Ambos sonríen. Victor no tanto, pero
sonríe no obstante.

La Sra. Gregory, pareciendo mucho más mayor de lo que la recuerdo, camina hacia mi
cama con los brazos abiertos y me envuelve en un abrazo. Huele al perfume Sand &
Sable. Ella siempre lo usaba.

—Oh, Sarai, te he extrañado tanto. —Me aprieta suavemente, sabiendo cómo sin
lastimarme. Su voz está cargada de emoción, pero vibrante de alegría.

—También te extrañé —digo, apretándola de regreso—. Nunca pensé que te vería de


nuevo.

Se aparta y sienta a mi lado en la cama, pasando sus dedos largos y envejecidos a


través de mi cabello.
Pero entonces mi sonrisa se desvanece y mi corazón finalmente muere
completamente cuando vuelvo a mirar hacia donde Victor estaba de pie para ver que
se ha ido. Por un largo momento, las cosas que la Sra. Gregory me está diciendo
suenan apagadas, forzadas en algún lugar lejano en el fondo de mi mente. Quiero
saltar fuera de los confines de esta cama y correr detrás de él. Trago saliva,
presionando mis emociones llenas de cicatrices en lo más profundo de mí ser y me
recompongo tanto como puedo por el bien de la Sra. Gregory.

Me vuelvo hacia ella y disfruto de nuestro encuentro.

346
Capítulo 42
Sarai

347
Eso fue hace seis meses.

Hoy la vida es muy diferente. La cuenta bancaria que Victor preparó para mí tenía dos
millones de dólares en ella. Cuando me subí al avión con la Sra. Gregory cuatro días
después de que Victor se fuera, solo entonces encontré la fuerza para mirar los otros
documentos que dejó dentro de la caja. Uno era la información de mi cuenta bancaria
y en la parte posterior, garabateado con la caligrafía de Victor:

Tus beneficios por ejecutar el trabajo.

Atentamente,

Victor

Me dio su porción del dinero que le pagó Guzmán por matar a Javier. Supongo que es
justo ya que técnicamente fui yo que le mató.

Pero la vida es definitivamente diferente. Estoy viviendo en Arizona con la Sra.


Gregory. En Lake Havasu City. Y tengo tanto dinero que no tengo que trabajar, pero
para mantener mi mente ocupada e intentar conformarme con esa vida de
normalidad trabajo por las noches en una tienda. A la Sra. Gregory no le gusta. Dice
que es peligroso trabajar en sitios como ese que están abiertos toda la noche.

Resultó que tenía razón.


Fui atracada mi segunda semana ahí, pero mientras el tipo estaba al otro lado del
mostrador apuntándome con esa arma, todo lo que pude hacer fue mirarle a los ojos.
Cuando bajó la mirada al dinero que puse a su vista, tiré el arma a un lado, me las
arreglé para arrebatársela de la mano y luego le golpeé en el rostro con él. Fue
estúpido, realmente. Pero fue el instinto. No estoy muy intimidada por adictos a las
metanfetaminas de los bajos fondos que atracan a mujeres jóvenes en tiendas.

Eso es un juego de niños.

Pero definitivamente tampoco soy una especie de agresiva reformada creada por mis
extraordinarias experiencias. Solo pregunta a la araña que trepó sobre mí la otra
noche mientras estaba leyendo un libro en la cama. La Sra. Gregory casi tu un ataque
al corazón porque grité muy fuerte.

Fui a la escuela para obtener mi Diploma de Equivalencia de Bachillerato y pasé el


examen hace dos meses. No fue muy difícil para mí, aunque tuve problemas con las

348
matemáticas. Ahora estoy inscrita en el colegio comunitario tomando Informática,
aunque no sé por qué. Realmente no tengo interés en ello allí en el “mundo real”,
pero… bueno, normalidad. Esa es mi excusa para todo estos días, para pasar el rato
con mis nuevos amigos, para pretender que estoy interesada en sus metas de la vida.
Me hace sentir como una persona horrible que tenga que pretender estas cosas, pero
no puedo forzarme a que me guste algo solo porque debería.

Pero no todo es tan insoportable. Amo a la Sra. Gregory y paso la mayor parte de mi
tiempo con ella. Tiene una artritis tan grave que sus dedos están retorcidos y ya casi
no puede tocar el piano, pero todavía me enseña y yo todavía toco, a veces durante
horas hasta que mis dedos están contraídos y mi espalda rígida. Por fin domino la
Sonata de Claro de Luna. Y cada vez que la toco pienso en Victor y la noche en la que
se sentó conmigo en el piano.

La salud de la Sra. Gregory está empeorando. Cuido de ella, pero sé que no estará
alrededor para siempre y ese día estaré sola otra vez. Me gusta pensar que tal vez
Victor todavía está ahí fuera observándome y a veces engaño a mi mente para que
crea que lo está. Pero la realidad es que ni siquiera sé si sigue vivo. Intento no pensar
en eso, pero termina siendo todo en lo que pienso excepto cuando estoy perdido en el
piano.

Le echo de menos. Le echo mucho de menos. Algunas personas creen que cuando dos
personas se separan con el tiempo se curan. Empiezan a interesarse por otras
personas. Continúan con sus vidas. Pero ese no ha sido el caso conmigo para nada.
Siento un vacío más profundo ahora que el que sentía cuando vivía en el complejo.
Este es más doloroso, más insoportable. Echo de menos todo sobre Victor. Y sería una
mentirosa si dijera que no pienso en él sexualmente cada día. Porque lo hago. Creo
que estoy adicta a él.

Ha sido muy difícil para mí ajustarme a casi todo, pero en el gran esquema de las
cosas, seis meses no es mucho tiempo. No comparando con los nueve años que estuve
en el complejo. Así que, espero que para cuando pasen otros seis meses, estaré mejor.
Seré “normal”. Mis amigos, aunque no pueda contarles sobre mi vida… y creo que es
por eso por lo que se me ha hecho tan difícil acercarme a ellos… son realmente
geniales. Dahlia tiene un año más que yo. Una belleza promedio. Inteligencia
promedio. Carro promedio. Trabajo promedio. Somos iguales en cuanto a lo
promedio, pero no podríamos ser más distintas en cuanto a todo lo demás. Dahlia no
salta ante cualquier sonido que remotamente se parezca a un disparo. Yo sí. Dahlia no
mira sobre su hombro en todos los sitios a los que va. Yo sí. Dahlia quiere casarse y
tener una familia. Yo no. Dahlia nunca ha matado a nadie. Yo lo haría otra vez.

349
Pero estoy agradecida sin importar lo a menudo que sueño con estar en otra parte.
Con ser otra persona. Estoy agradecida porque conseguí escapar. Estoy agradecida
porque estoy en casa. Aunque “agradecida” es muy diferente de “satisfecha” y a pesar
de finalmente tener una vida normal que a mucha gente le encantaría tener, estoy tan
lejos de estar satisfecha como lo podría estar.

Victor Faust hizo mucho más que ayudarme a escapar de una vida de abuso y
servidumbre. Me cambió. Cambió el paisaje de mis sueños, los sueños que tenía cada
día de vivir normalmente y libre yo sola. Cambió los colores de la paleta de primarios
al arco iris… tan oscuros como los colores del arco iris puedan ser… y no pasa un día
en que no piense en él o en la vida que podría haber tenido con él. Aunque peligrosa y
fundamentalmente corta, es lo que quiero. Porque habría sido una vida que me habría
ido mejor y, bueno, habría sido una vida con Victor.

Simplemente no estoy lista para dejarle ir…

—Ahí estás —dice la Sra. Gregory desde la entrada de mi habitación—. ¿Vas a venir y
comer?

Parpadeo de vuelta a la realidad.

—Oh, sí, estaré ahí en un segundo. Tengo que limpiarme las manos muy rápido.

—Está bien —dice; su sonrisa brillante.


Realmente soy la hija que nunca tuvo. Y, supongo que es seguro decir que ella es la
madre que nunca tuve.

La Sra. Gregory, o Dina, siempre cocina perritos calientes los viernes por la tarde. Nos
sentamos juntas en la mesa de la cocina viendo la televisión HD montada en la pared
de la cocina. Están dando las noticias. Siempre lo están a estas horas.

—Así que, ¿Dahlia y tú se han decidido ya sobre un sitio al que ir de vacaciones este
verano?

Trago mi comida con un sorbo de refresco. Empiezo a responder cuando algo en las
noticias me llama la atención. Un periodista está de pie fuera de una mansión muy
familiar hablando con un hombre muy familiar.

Distraídamente pongo mi tenedor en mi plato.

350
—Realmente deseo poder unirme a ustedes —continúa Dina—. Pero ya soy
demasiado vieja para esas cosas.

Estoy demasiado absorta en la televisión para dedicarle mi atención:

—Sí señora —dice Arthur Hamburg al micrófono—. Cada año hago todo lo que puedo
para contribuir. Este verano estoy planeando un evento para recaudar un millón para
mi nueva organización benéfica, El Proyecto Prevención, en honor a mi esposa.

El periodista asiente y parece levemente arrepentido, reposicionando el micrófono


delante de él.

—¿Y es prevención de drogas o de suicidio?

—Prevención de drogas —dice Arthur Hamburg—. En mi corazón mi Mary no se


suicidó. La adicción a la droga es lo que le mató. Quiero hacer mi parte ayudando a
otros quienes son adictos a las drogas y también ayudar a prevenir el abuso de las
drogas antes de que empiece. Es una enfermedad terrible en este país.

También lo son mentir y la violencia sexual y el asesinato, cabrón.

—Sí que lo es, Sr. Hamburg —dice el periodista—. Y hablando de enfermedad,


entiendo que también ha estado dando dinero a la investigación sobre el cáncer
porque…

—Lo he hecho —le corta Arthur Hamburg—. Todavía me siento mal por haber
mentido a todo el mundo sobre la enfermedad de mi mujer y dudo que alguna vez me
sienta como si me hubiera disculpado lo suficiente por ello. Pero como he dicho antes,
solo la estaba protegiendo. La gente puede aceptar el cáncer, pero no están tan
dispuestos a aceptar el consumo de drogas e hice lo que tenía que hacer para proteger
a mi esposa. Pero sí, creo que es justo también que le dé a la investigación del cáncer.

Eres un trozo de mierda.

Aprieto mis dientes.

—¿Sarai? —dice Dina desde el otro lado de la mesa—. ¿Te has decidido si Florida o
Nueva York?

El resto de las palabras de Arthur Hamburg se desvanecen a la parte posterior de mi


mente. Pienso en la pregunta de Dina durante mucho tiempo, mirando a través de
ella.

351
La mira finalmente y cojo mi tenedor y respondo:

—No, en realidad creo que vamos a hacer un viaje a Los Ángeles este verano. —Corto
un trozo de perrito caliente del bollo en mi plato y lo cojo con un poco de chili y tomo
un bocado.

—¿Los Ángeles? —dice Dina inquisitivamente y luego toma un bocado—. ¿A hacer la


cosa de Hollywood, no?

—Sí —digo distante—. Va a ser genial.

Tengo asuntos sin acabar ahí.

Sonrío para mí misma pensando en ello y lo cubro con otro trago de refresco.
Busca la continuación de la historia

de Victor y Sarai en…

REVIVING IZABEL
Sólo en Bookzinga

Decidida a vivir una vida oscura en la


compañía del asesino que la liberó del cautiverio, Sarai
emprende por sí misma un ajuste de cuentas con un
sádico malvado. No calificada y sin formación en el arte
de matar, los acontecimientos que se desarrollan la
dejan colgando precariamente al borde de la muerte

352
cuando nada sale como estaba previsto.

Las decisiones imprudentes de Sarai la envían a un camino del que sabe que nunca
podrá volver atrás por lo cual se le presenta a Victor con un ultimátum: ayudarla a ser
más como él y darle la oportunidad de luchar, o ella lo hará por sí sola, sin importar
las consecuencias. Sabiendo que Sarai no puede convertirse en lo que ella quiere de la
noche a la mañana, Victor comienza a entrenarla e inevitablemente su relación
complicada se calienta.

Mientras la mano derecha de Arturo Hamburgo, Willem Stephens, se acerca a su


cruzada para destruir a Sarai, ella se queda con la sensación de que está cargando con
más de lo que puede manejar. Pero Sarai, asumiendo el nuevo y mejorado rol de
Izabel Seyfried, todavía tiene un conjunto de habilidades mortales de su lado que
resultan ser todo lo que necesita para asegurar su lugar al lado de Victor.

Pero hay una prueba que Izabel debe enfrentar y que tiene el potencial de destruir
todo por lo que ella está trabajando tan duro para lograr. Una prueba final que no sólo
le hará cuestionar su decisión de querer esta vida peligrosa, sino que hará que
cuestione todo lo que ha llegado a confiar sobre Victor Faust.
353
Sobre la Autora
J. A. Redmerski nació el 25 de noviembre de 1975. Vive en
North Little Rock, Arkansas, con sus tres hijos y un maltés.
Apasionada de la televisión y de los libros, sus obras aparecen
regularmente en las listas de los más vendidos del New York
Times, USA Today y Wall Street Journal. Es una gran fan de The
Walking Dead.

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Créditos
Moderadoras
Fanny
ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ

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Traductoras
Aяia nelshia
Flochi Auroo_J
Helen Jane.
Fanny Emii_Gregori
martinafab Liebemale
ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ Otravaga
Apolineah17 maphyc

Corregido, Recopilado y Diseñado por


ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ
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