Uno (1) Lanusse mira desde la ventana del despacho de Edgardo Sajón, el secretario de prensa, a un grupo de no más de trescientos muchachos que levantan carteles hechos a mano con la inscripción Cámpora al Gobierno. Perón al Poder. El Rolex de Lanusse marca las diez y diez de la mañana. Se acomoda la banda presidencial, estirándola hacia abajo. Levanta el mentón y señala a los pibes que saltan y saltan y no dejan de saltar. Así son los peronistas, Edgardo, le dice a Sajón mientras asiente con el pedazo de cabeza grande que sostiene sobre los hombros fornidos. El Bebe Righi, el ministro de interior a punto de asumir, con solo treinta y cinco años de intensa vida, lo saluda con un buen día carraspeado. Lanusse está de espaldas al recién llegado. Demora unos instantes en darse vuelta y le tiende la derecha. Mucho gusto, ¿ministro? Y sonríe. Apenas le suelta la mano, el Cano Lanusse, increpa al futuro funcionario: sus compañeros de lucha lo acaban de escupir en la cara al Contralmirante Coda mientras cruzaba la plaza. ¿Va a hacer algo, ministro? Se equivoca General. No soy todavía ministro. Acá el que puede hacer algo es usted que todavía es presidente. Reprima, General, si se anima. Un día largo, emotivo, peleado, confrontativo. Un día único, inolvidable, histórico. Hoy es 25 de mayo de 1973. Vamos por Triunvirato hacia el Oeste. Somos muchos y nos confundimos en los abrazos, los gritos y los saltos. Vamos a Devoto. Vamos a esperar a los compañeros. Ahora todo va a cambiar. Un gobierno nacional y popular. Se van los milicos, se termina la persecución, nos vamos a dejar la barba y el pelo largo y también vamos a juntarnos obreros y estudiantes, unidos como antes. Se viene la felicidad. Se acaba el terror. Trelew es una marca. La libertad de los compañeros y compañeras presos es una señal de que la lucha continúa y que sí Evita viviera sería montonera y que el Che vive y que Fidel llegó y se terminó la fiesta. Está Salvador Allende y está Dorticós. Esto es una fiesta. Salen todos por las puertas de rejas de fierro abiertas. Hay de todo. Hay libertad. No se puede creer. Cámpora cumple. Cámpora es montonero, como Evita montonera. Ahora queremos lo mismo para toda la América. La puta madre que felicidad. Dos (2) Liliana me dice que es hora de comprometernos con la lucha. Con la lucha. Hace diez años, cuando me despedí de Pupi en Corrientes y Paraná él me dijo algo parecido. Me dijo que dejaba todo para luchar por la revolución. En esos tiempos eso quería decir que mi amigo de la adolescencia pasaba a la clandestinidad. Y se fue a la clandestinidad, a Orán, a Salta, como aspirante a guerrillero del EGP, el Ejército Guerrillero del Pueblo. Ahí fue donde el Comandante Segundo o Jorge Masetti dio la orden para ejecutarlo por desobedecer los fundamentos básicos de la guerra revolucionaria. Por eso, quizás por eso, me repican las palabras de Liliana. Comprometernos con la lucha. Por un instante me imagino agazapado a orillas de un río con una ametralladora ligera KPV apuntando a un horizonte con enemigos invisibles. Pero es un instante. O menos. Un pensamiento tipo vientito que apenas se percibe como una imagen tipo un fotograma que el ojo humano no capta. Vuelvo a la realidad. Ahí está Liliana esperando que le conteste. Voy o no voy a comprometerme con la lucha, Parpadeo. Es una manera de ganar tiempo para no contestar lo que estoy pensando: ¿qué lucha? Sin palabras asiento con un movimiento de cabeza. Me voy a comprometer. No puedo defraudarla. Liliana espera de mí que me comprometa con la lucha. Y si ella se va a comprometer con la lucha como yo no me voy a comprometer con la lucha. ¿Qué soy yo? O, pienso, ¿quién soy? Caminamos hacia Reconquista y Paraguay y bajamos la escalera del restaurante El Pulpo y en una mesa del fondo está esperándonos Carlos. En una jarra pingüino queda un cuarto de manzanilla que nos repartimos los tres. ¿Vos venís de la publicidad?, avanzó Carlos mientras toma lo que queda en la copa. No le contesto. Me parece que no es necesario. Él tampoco espera mi respuesta para sacar de un sobre papel madera varias hojas manuscritas. Se trata de una nota de investigación. Durante la dictadura, en el sur, en La Matanza, se torturaba. Carlos levanta la vista de los papeles, nos mira fijo a los dos que estamos sentados frente a él y a mí me da la sensación de que espera una reacción, una señal. No la encuentra. Liliana y yo mantenemos la vista fija en sus ojos. Carlos enciende un Particulares y nosotros no aceptamos el convite. Liliana saca del bolso de cuero rojo un atado de Marlboro, me ofrece, acepto y saco de mi bolsillo un encendedor cricket con el que prendemos nuestros rubios con filtro. Tres (3) El Fiat 600 necesita tener la tapa del motor trasero abierta para que enfríe. Es un defecto conocido de los fititos pero casi no se tiene en cuenta con todos los beneficios de este autito gaucho. Vamos por el Camino Negro atentos a un desvío con un cartel hecho a mano que dice Villa Verde. Villa Verde es un barrio de la Matanza con una calle con negocios, peluquería y una casa de forraje que siempre está concurrida. También hay un bar de esquina con mesas en la vereda. Justo ahí, nos bajamos y preguntamos al pibe que lava copas detrás del mostrador si sabe cómo podemos encontrar al pelado Costa. Nos dice que hace unos días que no pasa por el café pero que si tenemos suerte lo vamos a encontrar a la tarde en la peluquería de Albert. Dice Albert, no Alberto. Averiguamos algo más. Costa es un militante gremialista cervecero, que vive en Villa Verde, trabaja en la planta de Quilmes y estuvo desaparecido un par de días después de una marcha que pedía que la empresa retomara a un compañero que fue despedido sin otra causa que la de ser peronista. Eso que averiguamos se trata de una charla que tenemos con el dueño del kiosko que está pegado al bar. Liliana compra un atado de Marlboro y como quien no quiere a la cosa le pregunta por el pelado Correa. Así es como el kioskero nos pasa el dato. ¿lo conocés al pelado? Acá nos conocemos todos. ¿Ustedes no serán canas, no? Nos reímos los tres, pero el kioskero es el que recupera la seriedad del asunto. ¿Son o no son? Como un boludo le digo que como podrá ver no tenemos pinta de canas. El kioskero pone cara de piola y arremete: los canas ahora tienen pinta de cualquier cosa. O no viste Sérpico, vos, flaco. Para sacarlo de dudas y seguro con una gran imprudencia le decimos que somos periodistas, que estamos buscando al pelado porque tenemos datos que estuvo secuestrado y torturado, acá en Villa Verde. El kioskero le da el vuelto a Liliana y pregunta si queremos algo más. Le contestamos que no, gracias. El tipo dice que tiene cosas que hacer y nos hace señas claras acerca de que da por terminada la conversa. Vamos hacia el Fiat 600 en silencio. Todavía nos quedan por lo menos seis horas para encontrar al pelado Correa en la peluquería y nos preguntamos que podemos hacer mientras esperamos. Nos miramos y subimos al fitito. Cuatro (4) Liliana desparrama sobre la cama todo lo que tiene en su bolso rojo de cuero: el estuche de los anteojos, una “pupa” de maquillaje, un pañuelo se seda, varias fotos de las nenas, la billetera, un cuaderno Facultad anillado, una factura de Gas del Estado, una hoja milimitrada, un apunte de Literatura inglesa y un libro de Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo. Vamos a leer esto ¿te parece? Me río. ¿Por qué te reís?, dice. Se te ocurre venir a un hotel a esperar que se haga la hora de encontrarlo al pelado Correa, me preguntás que me parece y me parece, digo, me parece bien. Encontramos este “telo” en medio del ruta. Me pregunto si esta mina tiene alguna intención de aprovechar la espera para encontrar al obrero torturado, cogiendo. No me parece nada mal. Estamos acá en esta pieza de hotel con paredes pintadas de verde, con una tele así de chiquita colgada de la pared y aspirando un perfume de colonia barata salida de un aerosol de desodorante y lo primero que hacés es sacar un libro de Simone de Beauvoir y proponerme que lo leamos. - Y eso te causa gracia - Desconcierto – digo – - Cagazo – contesta – Liliana se baja de la cama, vuelve a meter todo en el bolso de cuero rojo menos el libro de Simone de Beauvoir, tira el bolso a la silla que está cerca de la puerta del baño y de un solo movimiento se quita el vestido floreado y vuelve a sentarse en la cama. Se saca las medias y el corpiño, abre la colcha de la cama, se tapa con la sábana, se calza los anteojos, abre el libro y comienza a leer. “Lo que es seguro es que ahora es muy difícil para las mujeres asumir a un tiempo su condición de individuo autónomo y su destino femenino; es la fuente de estas torpezas y malestares que a veces las presenta como "un sexo perdido". Y sin duda es más cómodo sufrir la esclavitud ciega que trabajar por la liberación: los muertos también están mejor adaptados a la tierra que los vivos” Se quita los anteojos. Se sienta lentamente. Abre los brazos. Nos juntamos. Ya es hora de irnos. Se pasó el tiempo volando. ¿Era lo que te imaginabas? Nos reímos. No te olvides de la Beauvoir. Jamás lo olvidaría. Y menos acá. Apurate que tenemos que encontrarlo al pelado. Dame un beso más. Muchos más. Apurate. No te olvides nada. Nada. Nada se olvida. Cinco (5) El fitito no arranca. Liliana se sienta al volante Yo empujo mientras le doy instrucciones como por ejemplo soltá el embrague despacio. Ya está, arrancó. Acelero a fondo para que pase nafta y el desperfecto se arregle. Lo conseguimos. Son las seis y cuarto y cuando estacionamos frente a la peluquería de Albert, justo, vemos salir a un tipo pelado. Al unísono decimos: ese es Correa. Nos bajamos y vamos hacia el pelado que está por cruzar la calle. Perdón, ¿vos sos Correa?, pregunta Liliana. Eh, si soy yo, ¿por? Ahora estamos los tres sentados en la mesa que da sobre la ventana del café de Villa Verde, ahí mismo dónde el lavacopas nos dio la información sobre Correa. - Él y yo somos periodistas y nos encargaron averiguar acerca de probables torturas, acá, en Villa Verde y pensamos que quizás vos puedas ayudarnos sobre este asunto. - ¿Y yo que voy a saber sobre eso? - Y…como sos de acá, de Villa Verde y también sos delegado sindical de la Cervecería Quilmes… - Yo soy peronista, aclaro, por las dudas. Justamente, Correa, por eso es por lo que queremos charlar con vos, porque con Liliana trabajamos para una revista peronista y tenemos la información que acá, en tu barrio, a algunos peronistas como vos fueron apretados… - (interrumpe Correa) pero ahora mandamos nosotros, los peronistas. El pelado Correa no tiene ganas de acordarse por lo que pasó unos meses antes. O quizás se acuerde pero tiene miedo de hablar del tema. A vos te apretaron feo, pelado, le digo. Si, pero yo no marqué a nadie, contesta. La situación es tensa. Por momentos pienso que Correa no quiere decir quienes fueron los que lo torturaron. Son tipos del barrio, dice Correa después de pensar un poco. ¿Pero son contreras?, agrego. ¡Qué van a ser contreras! Laburan de eso, laburan. Liliana pide un café. Correa, una ginebra. Yo lo acompaño. Nos quedamos los tres callados. Cada uno con sus propios pensamientos. ¿Querés hablar con alguno de los muchachos?, pregunta Correa. Pero ¿son amigos tuyos? Amigos no, pero jugamos al fútbol los domingos. Yo para los cerveceros, ellos para Villa Verde. Seis (6) Llegamos a la casa de Liliana a las once de la noche. Estaciono sobre la avenida Las Heras antes de llegar a Scalabrini Ortiz. Vive en un edificio de más de veinte pisos y con cientos de ventanas que dan a las dos calles. Algunas están iluminadas. Venimos callados desde la general Paz. Un poco antes de tomar la Avenida del Libertador Liliana me propuso volver a Villa Verde y aceptar la invitación del pelado Correa para entrevistar a uno o dos de los muchachos que le habían puesto la picana en los huevos. No le contesté. Me quedé pensando. Que mierda es todo esto. Este tipo juega a la pelota con los que le hicieron rogar para que paren de pasarle electricidad. Liliana no vuelve a preguntar y yo sin decir ni mu lo agradezco. ¿De qué se trata todo esto? - Tenemos que darle las gracias a Simone de Beauvoir, ¿no te parece? (se ríe) - La próxima vez llevo a Roberto Arlt - ¿Hay próxima? - Entrevistar al tipo que le pasó la picana al pelado es un buen motivo. Antes de bajar del Fiat 600 Liliana me abraza y nos besamos. Quedamos en hablarnos al día siguiente. Se baja del auto y se lleva el bolso de cuero rojo casi a la rastra. Espero que abra la puerta de entrada del edificio. El Fiat 600 está vez arranca sin problemas. En vez de ir a mi casa enfilo hacia Santa Fe y Pueyrredón. En el Olmo deben estar los muchachos hablando de política.