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El niño mudo

Pedrito era un niño muy callado y al que todos en la escuela asumían como mudo. Incluso lo
apodaban ‘el mudito’. Él parecía vivir al margen de todas las burlas; como si habitara en otro
espacio. Le gustaba quedarse observando a las hormigas, fascinado con esas que iban a paso
lentísimo. Sus compañeras las pisoteaban en su enloquecida marcha del hormiguero a las
rosas ida y vuelta, pero ellas seguían a su ritmo, haciendo su trabajo que consistía en algo
mucho más importante que aprovisionar el hormiguero para el invierno. Su vida era
contemplar y comprender el ir y venir de sus hermanas para interpretar la esencia de las
hormigas. Y eso también hacía Pedro.

Una tarde Pedrito estaba jugando en el recreo con un ramita en forma de T. Observaba de
reojo a una hormiga que se había quedado a mitad de camino, y hacía firuletes en el suelo
húmedo. Hablaba para sí, pero algunas de sus sílabas iban hacia fuera, aunque eran
incomprensibles para el resto de los humanos. Sus compañeros fueron a molestarlo, deseosos
de un poco de diversión cruel. Pedrito se escuchó a sí mismo diciéndoles que se metieran en
sus asuntos, mientras seguía dibujando círculos en la tierra. Los niños se quedaron
sorprendidos al oír una frase entera saliendo de la boca de Pedrito; no obstante, comenzaron a
golpearle, quizás por haber roto aquel pacto con el silencio.

Después de aquel suceso pasaron varios días y Pedrito no regresó al colegio. Preocupada la
maestra intentó hablar con su madre, quien le dijo que Pedrito ‘es un ángel ahora’. Su madre
lo había encontrado ahogado en el estanque que había al fondo de la casa. Sobre la arena del
colegio todavía se podían observar aquellos círculos que simulaban ser olas que había dibujado
el niño. Las hormigas continuaban llevando el alimento al hormiguero, y aquella rebelde a la
que el niño observara, se encontraba separada del grupo, agujereando las olas que había
dibujado Pedrito.

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