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Esmeralda y yo

Esmeralda y yo
Vivíamos mi familia y yo en la Ciudad de Monterrey, era el
año 1948, tenía yo 10 años y mi colegio estaba a 6 cuadras de
mi casa, asistía a clases de ocho a doce, y de dos a cinco de
la tarde. Un día, no recuerdo de que mes, sólo recuerdo que
estaba muy caluroso, salí de clases a las doce de la mañana,
caminé para regresar a mi casa. En la banqueta frente a
cada casa estaban los botes de la basura, los camiones eran
de los que cargan material de construcción y llevaban tres
personas: el chofer, un joven que iba en el camión y otro que
le pasaba los botes de la basura. Ese día no había pasado la
basura y vi un bote lleno de pasto que acaban de cortar, algo
se movía en la parte de arriba, así que me acerqué, entonces
vi la cabeza ensangrentada de una tortuga, con la punta de
mi lápiz retiré el pasto y era una tortuga grande, del
tamaño de un plato mediano, estaba herida, tenía el
caparazón (concha) partido por en medio y su sangre estaba
seca, sentí mucha pena por ella y sin pensarlo más arranque
unas hojas de mi cuaderno y levanté a la tortuga y la cubrí
con las hojas, me fui lo más rápidamente a mi casa pidiendo
que no estuviera muerta.
Llegué a mi casa, mi abuelita me abrió, yo escondí la tortuga,
y ella me dijo:
-¿Qué traes escondido?
Después le enseñe a la tortuga y me dijo:
- Lávala en el patio
Había una llave del agua donde lavábamos los trapeadores, la
puse en una tina pequeña y la lavé hasta que quedó limpio su
caparazón, estaba partida en dos y su piel estaba cortada,
afortunadamente su cabeza no estaba herida. La llevé con mi
abuelita y ella trajo un trapo limpio y la secamos, entonces
trajo una botellita con un líquido que se llamaba Mercuro
Cromo que servía para curar las heridas, después la pusimos
en una cajita con unos trapos, tenía los ojos cerrados, pero su
piel estaba caliente y latía su corazón; por la tarde me fui al
colegio y cuando regresé a verla, estaba con los ojos cerrados y
no se movía.
Al día siguiente, regresé a las doce
treinta, y la tortuga seguía igual, mi
abuelita me dijo que la lavara
nuevamente, y así lo hice, la tortuga
abrió los ojos cuando la puse en el
agua, repetimos la curación,
intentamos darle de comer, pero ella
sólo tomó un poco de agua.
Los días transcurrieron y la tortuga se fue mejorando,
comía hojitas de lechuga y agua, y mi abuelita le compró
un granulado especial, cuando cerró su piel, la dejamos
salir al patio.
Cuando hacía mucho sol, entraba a
la cocina hasta donde estaba una
ventana que daba a la calle, y ahí
se quedaba mucho tiempo.
Cuando la vi bien, le puse el nombre de Esmeralda, yo la
llamaba siempre que estaba conmigo, ella se quedaba
quietecita todos los días, y mientras yo comía, la metía en
su tinita y a ella le gustaba mucho estar en el agua,
después se secaba con un pedazo de toalla; muchas veces
leía en voz alta para que ella me oyera, creo que si conocía
mi voz.
En el invierno desaparecía, en mi casa había muchas macetas
y creo que se escondía ahí, no se si las tortugas invernan como
los osos, pero ella aparecía de nuevo en primavera.
Dicen que las tortugas viven muchos años, y así fue, yo me casé
y me fui a vivir con mi esposo a Chiapas, seguido me escribían
mi mamá y mi abuelita, y me contaban que Esmeralda
entraba a la casa y se quedaba hasta que refrescaba la tarde.
Para mi fue una gran satisfacción que ella viviera tantos años
más, después de que estuvo a punto de morir.
Siempre que veo una tortuga con su caparazón verde como ella,
recuerdo a mi amiga Esmeralda.

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