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Es mala noticia que la Ley de Memoria Democrática haya recibido apoyos tan ajustados y,
en particular, que las fuerzas políticas de la derecha conservadora y liberal (PP y Cs)
hayan optado por ponerse enfrente de ella. Es una rémora para la ley, porque pierde el
impulso propio de las leyes consensuadas y es percibida por parte de la población como
una ley de bando, cuando, por su objetivo de justicia restaurativa, pierde buena parte de
su sentido si no es una ley de todos, o de casi todos.
Pero también es una mala noticia para la derecha democrática de este país, que ha
perdido otra oportunidad para alinearse con consensos inequívocamente europeos,
especialmente fraguados en países como Alemania, Francia e Italia y articulados en el
Parlamento Europeo con el consenso de los partidos conservadores. Mi impresión, puede
que no acertada, es que los partidos de la derecha democrática española comparten los
objetivos y principios de la ley pero han preferido rodearla de polémica para presentarla
como una pieza más de la política “radical y sectaria” a la que conducen los aliados de la
mayoría gubernamental.
Sale gratis oponerse a una ley “sectaria”, “revanchista”, “pactada con terroristas para
mantenerse en el sillón presidencial”, que “oficializa una verdad parcial” y una “versión
histórica de la transición escrita con la mano de ETA”, y que es “contraria a la concordia” y
la convivencia de los españoles. Pero a lo que 159 diputados han votado “no” es a otra
cosa. Han votado “no” a una ley que se apoya en fundamentos compartidos en la Unión
Europea, homologable con la de otros países que comparten la premisa de que un Estado
constitucional tiene derecho a basarse en un juicio negativo sobre sus precedentes
antidemocráticos.
Han votado no, en concreto, a reconocer como víctimas de la guerra y la dictadura a las
personas que se relacionan en el artículo 3 y a reconocer el derecho a sus familiares a la
verdad, es decir, a la verificación, mediante procedimientos administrativos y también
judiciales –con respeto a la Ley de Amnistía– para el esclarecimiento de los “hechos y la
revelación pública y completa de los motivos y circunstancias en que se cometieron las
violaciones del Derecho Internacional Humanitario (…) ocurridas con ocasión de la
guerra y de la dictadura” (art. 15); a repudiar el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y la
dictadura franquista (art. 1.3); a declarar la nulidad de todas las condenas y sanciones
producidas por razones políticas, ideológicas, de conciencia o creencia religiosa durante
la guerra, así como las sufridas por las mismas causas durante la dictadura (arts. 4 y 5),
aunque sin consecuencias patrimoniales; a conceder a las víctimas el derecho a obtener
una Declaración de reparación y reconocimiento personal (art. 6); a convertir en política
de Estado, a cargo de la Administración, la búsqueda de “las personas desaparecidas
durante la guerra y la dictadura” (art. 16), así como a la “adquisición, protección y
difusión de los documentos de archivo y de otros documentos con información sobre el
golpe de Estado, la guerra y la dictadura” (art. 26) y la accesibilidad de los mismos (art.
27); a la creación de la figura de un Fiscal de Sala de Derechos Humanos y Memoria
Democrática (art. 27); a la retirada en lugares públicos de símbolos y elementos “en los
que se realicen menciones conmemorativas en exaltación, personal o colectiva, de la
sublevación militar y de la Dictadura, de sus dirigentes, participantes en el sistema
represivo o de las organizaciones que sustentaron la dictadura” (art. 35); a la supresión de
subvenciones a “aquellas personas físicas o jurídicas, públicas o privadas, sancionadas por
resolución administrativa firme por atentar, alentar o tolerar prácticas en contra de la
memoria democrática” (art. 39); a la resignificación del Valle de los Caídos, que en
adelante se denominará “Valle de Cuelgamuros”, como espacio de memoria democrática
(art. 54). A esto han votado no. En aras de la concordia.
Víctimas
Una legislación que abomine de esos crímenes y esas prácticas de represión, anule las
condenas y dé el estatuto de víctimas a quienes las padecieron no puede percibirse por
una mente sana como resentimiento sectario, ni como revanchismo. No es más que el
pago tardío de una deuda contraída con quienes han tenido que guardar su agravio en la
memoria privada de la infamia.
Guerracivilismo
¿Dónde está el sectarismo, si la ley equipara en su condición de víctima a todos los que,
de uno u otro bando, sufrieron persecución durante la guerra civil? ¿O es que se pretende
una neutralidad en el juicio a las instituciones represoras del franquismo que se
implantaron como resultado de la contienda? ¿Debería la España actual respetar
asépticamente el “principio de legalidad” del franquismo? La Transición y la aprobación
de la Constitución deslegitimaron ya aquel régimen, y está bien extraer decididamente
las consecuencias de esa deslegitimación para completarla.
No es sectarismo, desde luego, que la ley haya elegido el 18 de julio de 1936 como fecha
inicial para la producción de sus efectos de restitución moral de las víctimas. Las víctimas
de los desmanes anteriores al golpe de Estado, en particular si los ejecutores fueron los
movimientos incontrolados de izquierda, fueron o pudieron ser, sin ningún obstáculo
legal, reconocidas como víctimas a partir de 1939, en un contexto que sí fue
inequívocamente sectario y frentista.
La ley de amnistía fue imprescindible para que España pudiera pasar página. Aquella
amnistía impide la persecución penal de los hechos delictivos contemplados en ella, salvo
acaso los delitos de lesa humanidad, que no admiten leyes de punto final según el
derecho internacional. Pero la amnistía no impone un olvido ni impide la investigación,
incluso judicial, de aquellos hechos, al margen de toda consecuencia penal, como modo
de dar satisfacción a las víctimas. Esta es la más importante aportación de la ley que
acaba de aprobarse.
La excusa de EH-Bildu
La Ley de Memoria Histórica de 2007 fue un primer paso que demostró sus
insuficiencias. Asociaciones y movimientos insistieron en afilar las genéricas previsiones
de aquella ley para alcanzar una verdadera justicia restaurativa con las víctimas, y crearon
complicidades con organizaciones internacionales para reclamar “más memoria”. Para la
elaboración de esta nueva Ley se contó desde el principio con el protagonismo de las
asociaciones memorialistas. El anteproyecto de ley recibió, en el trámite de consulta
pública, más de 1.900 aportaciones de este movimiento, muchas de las cuales “subieron al
marcador” de la ley. Tras ese periodo de consulta, el Gobierno aprobó el 20 de julio de
2021 el Proyecto de Ley de Memoria Democrática, que todavía recibió relevantes
aportaciones en su tramitación parlamentaria. Ha habido mucho trabajo de muchas
personas en su confección. No es justo para estas personas asignar a la ley por la que han
trabajado el sello de “ley Bildu”.
Entiendo el enojo que el recurso a ETA debe producir en la Plataforma por la Comisión
de la Verdad, integrada por más de cien organizaciones y asociaciones memorialistas y de
derechos humanos; en la Fundación Cultura de Paz, en la Fundación Internacional
Baltasar Garzón (FIBGAR), en la Asociación de la Memoria Social y Democrática
(AMESDE), en la Fundación Francisco Largo Caballero, en la Fundación 1º de Mayo, en el
Movimiento por la Paz (MPDL), etc. Los 159 noes en la votación de la ley, y sobre todo sus
explicaciones, no sólo han dado la espalda a estas entidades, sino que las ha abofeteado
dándole el protagonismo a EH Bildu, que llegó a última hora y cuyos votos ni siquiera
eran necesarios para aprobar la ley.
Es cierto que una disposición adicional de la ley lleva la marca de Bildu: una comisión
técnica estudiará las violaciones de derechos humanos en el periodo comprendido entre
la aprobación de la Constitución y el 31 diciembre 1983, si bien no se reconocen como
víctimas de memoria democrática a aquellos cuyos derechos se hubieran vulnerado en tal
periodo. Puede discutirse la idoneidad de la fecha tope elegida (en mi opinión habría
estado más justificado situarla en el 23 de febrero de 1981, fecha del último gran grito
franquista dado desde el poder postconstitucional), pero nada de perverso hay en
reconocer que hubo inercias policiales franquistas aún después de la Constitución.
¿Quién teme a Virginia Woolf?
Y un pronóstico optimista.
Seguramente el tiempo dejará las cosas en su lugar. Es probable que, una vez pasado el
momento de espuma, las olas de la memoria democrática fluyan con naturalidad y sin
estridencias. Es probable también que un cambio en las mayorías parlamentarias no
comporte la anunciada derogación de la ley, sino acaso alguna modificación técnica o
simbólica. Los consensos que no permite el momento político actual podrán irse
formando en la acción conjunta entre Administración central y administraciones
autonómicas en el desarrollo y ejecución de la ley, una vez apagados los ecos del ruido
con que nos han querido confundir. No es pensable que la derecha democrática española
siga arrinconándose fuera de un consenso y de unas políticas que, más aún que
nacionales, son europeas e internacionales. La concordia entre los españoles, que
necesitó aquella imprescindible Ley de Amnistía, merece estar basada en la memoria, y
no en el olvido. La dignidad de las víctimas impone un deber de memoria, y la amnistía
no impuso un deber de amnesia. La memoria no puede tener punto final. Ojalá en unos
años la memoria democrática sea un patrimonio común de los españoles.