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LA GRANJA PENTAGRAMA

Había una vez una linda granja llamada Pentagrama con muchos

animales como patos, cerdos, pájaros, caballos, lobos y demás, y

todos podían construir sus propias casas, nadar y todos también

podían tocar sus propios instrumentos musicales.

Cada animalito luchaba día a día con sus propios problemas,

además se ayudaban a salir todos juntos adelante.

En el caso de la familia pato, se vio envuelta en una historia muy

complicada. Todos esperaban en la granja el gran acontecimiento.

El nacimiento de los polluelos de mamá pata. Llevaba días

empollándolos y podían llegar en cualquier momento.

El día más caluroso del verano mamá pata escuchó de repente…

¡cuac, cuac! y vio al levantarse cómo uno por uno empezaban a

romper el cascarón. Bueno, todos menos uno.


- ¡Eso es un huevo de pavo!, le dijo una pata vieja a mamá pata.

- No importa, le daré un poco más de calor para que salga.

Pero cuando por fin salió resultó que ser un pato totalmente

diferente al resto. Era grande y feo, y no parecía un pavo. El resto

de animales del corral no tardaron en fijarse en su aspecto y

comenzaron a reírse de él.

- ¡Feo, feo, eres muy feo!, le cantaban

Su madre lo defendía, pero pasado el tiempo ya no supo qué decir.

Los patos le daban picotazos, los pavos le perseguían y las gallinas

se burlaban de él. Al final su propia madre acabó convencida de

que era un pato feo y tonto.

- ¡Vete, no quiero que estés aquí!

El pobre patito se sintió muy triste al oír esas palabras y escapó

corriendo de allí ante el rechazo de todos.

Acabó en una ciénaga donde conoció a dos gansos silvestres que a

pesar de su fealdad, quisieron ser sus amigos, pero un día

aparecieron allí unos cazadores y acabaron repentinamente con


ellos. De hecho, a punto estuvo el patito de correr la misma suerte

de no ser porque los perros lo vieron y decidieron no morderle.

- ¡Soy tan feo que ni siquiera los perros me muerden!- pensó el

pobre patito.

Continuó su viaje y acabó en la casa de una mujer anciana que

vivía con un gato y una gallina. Pero como no fue capaz de poner

huevos también tuvo que abandonar aquel lugar. El pobre sentía

que no valía para nada.

Un atardecer de otoño estaba mirando al cielo cuando contempló

una bandada de pájaros grandes que le dejó con la boca abierta.

Él no lo sabía, pero no eran pájaros, sino cisnes.

- ¡Qué grandes son! ¡Y qué blancos! Sus plumas parecen nieve.

Deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, pero abrió los ojos y

se dio cuenta de que seguía siendo un animalucho feo.

Tras el otoño, llegó el frío invierno y el patito pasó muchas

calamidades. Un día de mucho frío se metió en el estanque y se

quedó helado. Gracias a que pasó por allí un campesino, rompió el

frío hielo y se lo llevó a su casa el patito siguió vivo. Estando allí


vio que se le acercaban unos niños y creyó que iban a hacerle

daño por ser un pato tan feo, así que se asustó y causó un revuelo

terrible hasta que logró escaparse de allí.

El resto del invierno fue duro para el pobre patito. Sólo, muerto de

frío y a menudo muerto de hambre también. Pero a pesar de todo

logró sobrevivir y por fin llegó la primavera.

Una tarde en la que el sol empezaba a calentar decidió acudir al

parque para contemplar las flores, que comenzaban a llenarlo

todo. Allí vio en el estanque dos de aquellos pájaros grandes y

blancos y majestuosos que había visto una vez hace tiempo. Volvió

a quedarse hechizado mirándolos, pero esta vez tuvo el valor de

acercarse a ellos.
Voló hasta donde estaban y entonces, algo llamó su atención en su

reflejo. ¿Dónde estaba la imagen del pato grande y feo que era?

¡En su lugar había un cisne! Entonces eso quería decir que… ¡se

había convertido en cisne! mejor dicho, siempre lo había sido.

Desde aquel día el patito tuvo toda la felicidad que hasta entonces

la vida le había negado y aunque escuchó muchos elogios

alabando su belleza, él nunca acabó de acostumbrarse.

Ahora todos en la granja estaban muy felices porque tenían junto

a ellos un hermoso cisne, por eso era la granja más famosa de

todo el mundo.
Al cabo de un tiempo nuevamente otro suceso muy interesante

pasaba en la granja, esta vez con la familia cerdo, los tres

hermanos cerditos que vivían en el bosque.

Como el malvado lobo siempre los estaba persiguiendo para

comérselos dijo un día el mayor:

- Tenemos que hacer una casa para protegernos de lobo. Así

podremos escondernos dentro de ella cada vez que el lobo

aparezca por aquí.

A los otros dos les pareció muy buena idea, pero no se ponían de

acuerdo respecto a qué material utilizar. Al final, y para no

discutir, decidieron que cada uno la hiciera de lo que quisiese.

El más pequeño optó por utilizar paja, para no tardar mucho y

poder irse a jugar después.

El mediano prefirió construirla de madera, que era más resistente

que la paja y tampoco le llevaría mucho tiempo hacerla. Pero el

mayor pensó que, aunque tardara más que sus hermanos, lo

mejor era hacer una casa resistente y fuerte con ladrillos.


- Además así podré hacer una chimenea con la que calentarme en

invierno, pensó el cerdito.

Cuando los tres acabaron sus casas se metieron cada uno en la

suya y entonces apareció por ahí el malvado lobo. Se dirigió a la

de paja y llamó a la puerta:

- Anda cerdito se bueno y déjame entrar...

- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!

- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!


Y el lobo empezó a soplar y a estornudar, la débil casa acabó

viniéndose abajo. Pero el cerdito echó a correr y se refugió en la

casa de su hermano mediano, que estaba hecha de madera.

- Anda cerditos sed buenos y dejarme entrar...

- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!, dijeron los dos

- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!

El lobo empezó a soplar y a estornudar y aunque esta vez tuvo

que hacer más esfuerzos para derribar la casa, al final la madera

acabó cediendo y los cerditos salieron corriendo en dirección hacia

la casa de su hermano mayor.

El lobo estaba cada vez más hambriento así que sopló y sopló con

todas sus fuerzas, pero esta vez no tenía nada que hacer porque la

casa no se movía ni siquiera un poco. Dentro los cerditos

celebraban la resistencia de la casa de su hermano y cantaban

alegres por haberse librado del lobo:


- ¿Quién teme al lobo feroz? ¡No, no, no!

Fuera el lobo continuaba soplando en vano, cada vez más

enfadado. Hasta que decidió parar para descansar y entonces

reparó en que la casa tenía una chimenea.

- ¡Ja! ¡Pensaban que de mí iban a librarse! ¡Subiré por la chimenea

y me los comeré a los tres!

Pero los cerditos le oyeron, y para darle su merecido llenaron la

chimenea de leña y pusieron al fuego un gran caldero con agua.


Así cuando el lobo cayó por la chimenea el agua estaba hirviendo y

se pegó tal quemazo que salió gritando de la casa y no volvió a

comer cerditos en una larga temporada.

Todos en la granja felicitaban al cerdito por su arduo trabajo y

aprendieron que todos trabajos que tenían que hacer, debían

hacerlos bien hecho, para que su trabajo valga la pena.

Los cerditos también admiraban al hermoso cisne y lo invitaron a

tomar una tasita de café frente a la chimenea para abrigarse del

frío.

Hasta el pájaro flautista fue invitado por los 3 cerditos para

preparar una rica torta porque este era muy famoso, ellos iban a

celebrar una fiesta en la casa de los cerditos, ya que iban a

celebrar que todos los animales de la granja pentagrama juntos

habían firmado un documento para expulsar al lobo.


El pájaro flautista era muy popular que todos lo admiraban por su

talento. El pájaro era invitado a todas las fiestas y siempre

animaba a todos a su alrededor entonando canciones maravillosas

con su flauta. Cuando daba conciertos, los tickets se agotaban en

instantes, y las personas se abarrotaban cerca de la entrada para

poder admirar la gracia con que el distinguido pájaro manipulaba

la flauta.

Cierta mañana, el pájaro despertó como de costumbre en su

habitación y, cuál fue su sorpresa al encontrar que su preciada

flauta ya no estaba. ¿Cómo iba a poder interpretar sus bellas

canciones? ¿Quién habría podido ser capaz de robarle su querido

instrumento?

Entre sollozos y sollozos, el pájaro descubrió una nota muy

extraña sobre la puerta de su casita: “Hemos tomado tu flauta y

no podrás tocarla nunca jamás. Serás la burla de todo el reino”. Al

leer aquella nota, las patas endebles del pájaro comenzaron a

flaquear, sintió un nudo en su garganta y no tuvo más remedio

que inventar un catarro para poder justificar su ausencia en los

conciertos que le esperaban aquel día.


Tras una semana de agonía y lento pesar, el pájaro decidió llamar

a sus tres amigas las urracas. “No lo podemos creer. Que crimen

tan horrendo”, exclamaron al unísono las urracas revoloteando de

furia. “Por favor, amigas, ayúdenme a recuperar mi flauta”,

sollozaba el pájaro con las alas en la cabeza.

“No queda otro remedio que buscarla en todos los rincones del

reino. Incluso debajo de las piedras”, dijo una de las urracas y

todos estuvieron de acuerdo. Sin tiempo que perder, el pájaro se

disfrazó de flor, una urraca de gusano, otra de cucaracha, y la

última se disfrazó de roca, y así salieron cada uno por su lado en

busca de la flauta.

El pájaro vestido de flor visitó todos los teatros y los lugares donde

tocaban los animales, pero ninguno de ellos tenía su flauta. Al

cabo de los días, cansado de tanto buscar, el pobre pájaro se dio

por vencido. “Esto es todo. No busco más”, y dicho aquello se

retiró a su casa para llorar de tristeza.

Mientras tanto, la urraca disfrazada de gusano visitó los talleres de

instrumentos en busca de una flauta llegada recientemente. Sin

embargo, anduvo por horas entre violines, pianos y tambores, y


tampoco tuvo buena suerte con su búsqueda. “Me cansé de

buscar”, gritó quitándose el disfraz y volviendo a casa de su amigo

el pájaro.

Del otro lado del reino, la urraca disfrazada de cucaracha tampoco

pudo regresar a casa con buenas noticias. Tras largo tiempo

visitando las tiendas y los mercados, no pudo encontrar a nadie

que estuviese vendiendo una flauta, así que regresó por el mismo

camino a casa de su amigo el pájaro.

Finalmente, la tercera urraca disfrazada de roca, se quedó inmóvil

en un solo lugar del bosque, y aunque pasó largo tiempo sin

probar bocado ni poder estirar sus alas, un buen día escuchó a dos

topos que cuchicheaban atentamente escondidos en la yerba.

“¿Estás seguro de que nadie nos escucha?”, preguntó el topo más

pequeño. “No te preocupes, estamos solos”, contestó el segundo

más gordo y viejo. “Pronto echarán del reino al pájaro flautista

porque no tiene su instrumento” “Al fin nos libramos de ese

idiota”, decían los topos riéndose en voz baja.

Pero, lo que no sabían aquellos bribones era que la urraca

disfrazada de piedra los estaba escuchando, así que regresó


rápidamente a casa del pájaro para contarle lo sucedido, y una vez

que llegaron a casa de los topos, esperaron a que estos se

quedaran dormidos para entrar y quitarles la flauta que tanto

había añorado el pájaro.

Cuando cayó la noche, y tal como habían planeado, los cuatro

amigos se colaron en la casita de los topos que roncaban y

roncaban sumidos en un profundo sueño. Después de andar un

rato buscando la flauta por fin la encontraron, pero ya era

demasiado tarde. Los topos se habían despertado y habían

trancado la puerta para que el pájaro y las tres urracas no

pudieran salir.

Asustado y temeroso, el pájaro tuvo entonces una brillante idea.

“Tocaré mi flauta como solo yo lo sé hacer y las personas de todo

el reino vendrán enseguida a rescatarnos”. Y así lo hizo el pájaro

flautista. Tocó y tocó melodías hermosas y pronto la guarida de los

topos se repletó de animales que corrían a escuchar las canciones

del pájaro. Cuando llegaron al lugar, los habitantes de Pentagrama

rescataron al pájaro y las urracas, y los topos recibieron un buen

merecido por haberse robado la flauta.


El pájaro flautista recuperó su flauta y juntos pudieron celebrar la

hermosa fiesta en la casa de los 3 cerditos.

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