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Alicia en el Pais de las maravillas Lewis Carroll Version de Beatriz Actis ILUSTRACIONES bE Dieco Moscato @|estrada azulejos Editora de la Coleccién: Karina Echevarria Editora: Pilar Mufioz Lascano Traduccién y adaptacién: Beatriz Actis Autora de secciones especiales: Plar Mufoz Lascano Corrector: Mariano Sanz Coordinadora de Arte: Natalia Otranto ustraciones: Diego Moscato Diagramacién: Laura Barrios Diserio de tape: Ana Sanchez Gerente de Preprensa y Produccién Editorial: Carlos Rodriguez Titulo original: Alice 's Adventures in Wonderland Carroll, Lewis ‘Alicia en el Pats de las maravilas / Lewis Caroll adaptado por Beatriz Acts; lustrado por Dego Moscato.- 1a ed, la remp- Boulogne Estrada, 2016. 128 pus 1Ga1$ om. -(Azvigjos, Naranja $9) ISBN 978-950-01-1722-? 4. Narrative Inglesa. 2. Novela. Actis, Beatr2, adapt. Il, Moscato, Diego, ilus Il Titulo COO 823, & CoLECCION AZULEJOS - SERIE NARANJA 159 | © Editorial Estrada S.A. 2015. Editorial Estrada S. A. forma parte del Grupo Mecmillan. ‘Avda, Blanco Encalada 104, San Isidro. provincia de Buenos Aires, Argentina, Internet: wwweditorialestrada.comar Queda hecho el depésito que marca la ley 11.723, Impreso en Argentina, / Printed in Argentine. ISBN 978-950-01-1722.7 No se permite la reproduccién parcial o total, el almacenamiento, el alquila, la teansmisign 0 ta transformacién de este libro, en cualquier forma o por cualquier media, sea electrénica 0 mecévico, mediante fotocopias, digitalizaciin y otros métodos, sin el permiso previa y escrita del editer. Su infraccién esté penada por ls leyes 11.723 y 25.446. Rg PAE at Charles Lutwidge Dodgson (mas co- Len nocido por su pseudénimo literario: Lewis Carroll) nacié el 27 de enero de 1832 en Daresbury, Inglaterra. Fue el primer hijo var6n de un clérigo y crecié en una familia numerosa de clase media, en plena épo- ca victoriana. Asistié a la escuela de Richmond, y en 1851 ingres6 a Christ Church, Universidad de Oxford. En 1855 obtuvo un puesto de profesor de Matematica y alli se qued6 por el resto de su vida. Vivid en Oxford con una vida social normal para un hombre de su clase, apuntalada por costumbres rigidas y pasatiempos peculia- res. Coleccionaba cajas de misica y lapiceras; clasificaba y archivaba cuidadosamente todas las cartas que escribia y recibia; llevaba un registro de todas las cenas a las que asistia en el que incluia el meni y la distribucién de los comensales. Entre sus principales intereses estaban los juegos y las reglas de los juegos, y el tiempo y los relojes. Los juegos légicos, los acertijos, las adivinanzas y los juegos con el lenguaje eran sus favoritos; esto queda bien demostrado en su obra. Algunos de sus titulos, ademas de Alicia en ef Pais de fas mara- villas (1865), son: A través def espejo y lo que Alicia encontré alli (1871), La caza def Snark (1876), Alicia para los pequerios (1889). Dodgson murié el 14 de enero de 1898 en The Chesnuts, con- dado de Guilford. Alicia en el Pais de las maravillas |S | Las aventuras de un libro Para Dodgson, las nifias eran fa esencia de lo romantico y un permanente recuerdo de la infancia, de abi que disfrutara compartir su tiempo con ellas. En 1856 llegé a Christ Church un nuevo decano, Henry Liddell, Charles entab{6 amistad con las hijas, especialmente con Alice; y era frecuente que las llevara de paseo por los jardines y el rio, conversara con ellas, les inventara historias y acertijos. Segiin su diario, ef 4 de julio de 1862, durante una de estas ex- cursiones de fa que participaban las hermanas Liddell (Lorina, Alice y Edith) y su amigo el reverendo Duckworth, para entretener a las nifias Carroll conté fas aventuras de Alicia en el mundo subterréneo. {as jovencitas se entusiasmaron can la narracién improvisada y Ali- ce le pidié que le escribiera esa historia. Carroll escribié ¢ ilustré el manuscrito que titulé Los aventuras subterraneas de Alicia (Alice ‘s Adventures Under Ground) y se lo regalé en fa Navidad siguiente. Este manuscrito desperté tanto interés en los lectores que tres afios més tarde, en 1865, Dodgson le levé el libro al editor de Mac- miflan, La obra se publicé con el titulo Las aventuras de Alicia en el Pais de fas maravillas (Alice “s Adventures in Wonderland) y las ilustraciones pertenecian a Sir John Tenniel, quien en varias image- nes se bas en los dibujas de Carroll. Desde entonces Las aventuras de Alicia en el Pais de fas mara- viffas ha sido traducida a muchos idiomas; fue publicada en version 6) Lewis Carroll integra y en adaptaciones para lectores de diversas edades; ha con- tado con {as ifustraciones de los mas reconocidos ilustradores de la literatura infantil; fue llevada al cine, la dpera y el ballet; y ha inspirado cuadros, esculturas y otros textos literarios. | En la madriguera del Conejo El estilo de Carroll es nico y maravilloso, y mucho se ha dicho al respecto. En Las aventuras de Alicia en el Pais de las maravillas pareciera que nada tiene légica. Sin embargo, en esta obra hay una atianza tédica con el lenguaje que le da a Carroll el lugar, junto a Edward Lear, de maestro del nonsense. LY a qué se llama asi? Suele utilizarselo como sinénimo de “disparate”. En el nonsense se cons- (vuyen mundos planificados y basados en la légica, pero se trata de leyes propias que provocan una arbitrariedad invertida y absurda. Aljunas de sus reglas son: inversion de leyes cientificas, invencién de sus propios animales y plantas, y transformacién de cuerpos en joco tiempo. Ademas hay una serie de recursos que suelen apa- tecer, juegos de palabras, enumeraciones y juegos con nimeros, onomatopeyas, hipérboles (ponderaciones exageradas), verdades clo Perogrullo (frases que afirman un hecho por demas evidente) y jalabra-valija 0 portmanteau (unién de palabras conocidas en una forma diferente para generar un significado nuevo). ivi en et Pais de las maravillas | 7 Por otra parte, pareciera que en el mundo subterraneo de Alicia todo es fantasia, No obstante, muchos de los personajes de esta historia estan inspirados en los personajes y objetos que rodeaban al autor en Christ Church. Los morillos de bronce que protegen del fuego en las chimeneas de! comedor poseen unos cuellos alargados, semejantes al estirado cuello de Alicia luego de comer el pastel, Dodgson solia abservar por fa ventana de fa biblioteca a Dinah, el gato de las hermanas Liddell, quien se convierte en el Gato de Cheshire, aunque en la novela aque! nombre lo recibe la gata de la protagonista. Los animales que caen en el mar de lagrimas aluden a los amigos del autor. el Pato (Duck) es el reverendo Duckworth, el Loro (Lory) es Lorina Liddell, ef Aguilucho (Eaglet) es Edith Liddell y el Dodo es el propio Dodgson, quien muchas veces tartamudeaba y pronunciaba “Do-do-dodgson”. No hay dudas de que a Carroll fe gustaba jugar con ef lenguaje pero también observarlo con detenimiento. Este interés Hlevd a Bor- ges a afirmar que el verdadero protagonista de las novelas de Alicia es él lenguaje. 8 | Lewis Carroll Alicia en el Pais de las maravillas Lewis Carroll Version de Beatriz Actis |. Por la madriguera del Conejo Alicia comenzaba a cansarse de estar sentada a orillas del rio cuando pensd que podia recoger margaritas y tren- var una guirnalda. Sin embargo, la sola idea le dio pereza porque hacia demasiado calor. También se le ocurrié leer junto a su hermana, pero en el libro que ella tenia sobre la falda no habia didlogos ni dibujos que le llamaran la atencién. Entonces, simplemente mantuvo la mirada fija en el campo, en medio de la tarde soleada. En ese mismo momento, un Conejo Blanco con ojos ro- sados pas6 corriendo a su lado y logré despabilarla. Aquel animal en el campo, cerca del rio, no tenia por qué llamar tanto la atencidn de Alicia. Pero lo que tenia de particular era que el Conejo lleva- ba un reloj colgando del bolsillo del chaleco y se quejaba, mientras consultaba la hora: —Caramba, caramba, qué tarde voy a llegar... La curiosidad pudo més que la modorra de la siesta y Alicia se levanté para correr detras del apuradisimo Conejo. Alicia en el Pais de las marevillas | 12 Al lado de un cerco habia una madriguera y el animal se escabullé por ahi. Casi sin darse cuenta, Alicia también cayo en ef pozo. A medida que cafa se daba cuenta de que era muy, muy profundo, o bien, de que estaba descendiendo muy, muy despacio hacia las profundidades. —Estaré por llegar al centro de la Tierra —pensé Alicia, mientras alld abajo no habia ninguna sefial del Conejo y, en verdad, nada se veia. S{ se vefan a los costados tas paredes del tunel, que es- taban cubiertas por estantes con libros, cuadros, mapas. Alicia tuvo tiempo de tomar de una repisa un frasco de mer- melada de naranja, ipero estaba vacio! Mientras seguia cayendo, dejé el frasco en otro estante. En tanto, pensaba: —2Cudntos kilometros habré bajado? ZY si termino en Australia 0 en Nueva Zelanda? ¢A qué latitud y a qué lon- gitud habré llegado? (No tenia la menor idea de qué era aquello, pero le encantaba pensar en esas raras palabras que habja lefdo en alguna enciclopedia). A todo esto, mientras en su cabeza surgian los nombres de lejanas lugares del mundo adonde podria estar llegando a través del tunel, Alicia seguia cayendo y cayendo... 12 | Lewis Carroll Se sentia adormecida, casi al borde del suefio. Recordé entonces a su gata Dinah: {Quién le dard su plato de leche? Quisiera que Dinah estuviera acd, conmigo, ahora. No hay ratones en el aire, aunque sf murciélagos. Los gatos cazaran murciélagos? En todas esas cosas (y en muchas otras mas) pensaba Alicia mientras cafa. De pronto, ipum!, Alicia fue a dar con bastante ruido so- bre un montén de ramas y hojas secas, aunque por suerte no se hizo ningdn dafo. Al fin la caida habia terminado. Se puso de pie dando un saltito. Miré hacia arriba y vio que todo estaba muy oscuro. Miro hacia adelante y vio un largo pasillo. Miré hacia el fondo del pasillo iy vio al mismisimo Conejo Blanco que se alejaba, caminando veloz! Alicia lo siguid porque esta vez no iba a escaparsele. El Conejo doblé en una curva, mientras protestaba: —iPor mis orejas y mis bigotes, qué tarde se me esta ha- ciendo! Alicia lo persiguid, pero al doblar, el Conejo habia desaparecido. Estaba sola otra vez, en medio de una sala enorme con una hilera de lmparas que colgaban del techo. En el lugar Alicia en el Pais de las maravillas | 13 habia muchisimas puertas. Alicia traté de abrirlas una por una para poder salir, pero todas estaban cerradas con llave. De golpe se dio vuelta y encontré, en el centro de la sala, una mesa de cristal con tres patas, Sobre ella estaba apo- yada una llave de oro chiquita. Alicia probé la llave en cada puerta. iA veces las cerraduras eran demasiado grandes y otras veces, la llave era demasiado pequena! Sin embargo, en un segundo intento, descubrié una puer- ta chiquitisima detras de una cortina. Tenfa menos de medio metro de altura y en su cerradura sf entré la llavecita de oro. EI problema era que la abertura conducia a un pasadizo muy estrecho, como la cueva de un ratén. Alicia se arrodillé y espid a través de él. Vio el jardin mas maravilloso, lleno de flores de todos los colores y de fuentes de aguas saltarinas, Quiso entrar al jardin pero su cabeza ni siquiera pasaba por la abertura. ~iAy! —dijo Alicia—, icémo me gustaria poder achicarme como un telescopio! Volvid al centro de la sala y se fijé sobre fa mesa si no habia algan manual de instrucciones con un titulo de este tipo: “Cémo encoger pronto para cumplir alguna clase de propésito como, por ejemplo, conocer bellos jardines secre- tos”, pero no encontr6 ninguno. 14 | Lewis Carroll Lo que sf encontré fue una botellita con una etiqueta que decia: “Bébeme”. Alicia la revis6 por arriba, por abajo, y la dio vuelta giran- dola sobre si misma para estar bien segura de que no era veneno. Porque si llegaba a ser veneno, estaba segura de que, tarde o temprano, eso le iba a ocasionar algtin tipo de problema, iy no queria tenerlo! Asi que finalmente se atrevié a beber de la botella y sin- tid una mezcla de gustos diferentes, pero todos mezclados en un Gnico sabor: almibar, anand, torta de cerezas, pavo asado, caramelo, tostadas calientes con manteca. Ni bien tragé el Ifquido, sintié que se encogia: imedia apenas veinticinco centimetros! Enseguida se puso contentisima porque tenia el tamafio adecuado para atravesar la puertita e ingresar al jardin ma- ravilloso. Pero entonces miré hacia arriba y vio que habia olvidado la llave sobre la mesa, que ahora era demasiado alta para ella (habria necesitado una escalera para subir). Se puso a llorar. Después se consolé a si misma: —De nada sirve llorar, ihay que hacer algo! Alicia siempre se daba buenos consejos a si misma, aun- que no siempre los segufa. En esta ocasi6n, si lo siguid. Alicia en el Pais de las maravillas | 15 Miré otra vez a su alrededor porque aquel lugar siempre estaba lleno de sorpresas y vio, debajo de fa mesa, una caji- ta de cristal que si estaba a su alcance. Adentro habfa una porcidn de torta que tenia escrito “Co- meme” con unos pequerios frutos rojos de aspecte delicioso. Alicia /e dio un mordisco sin saber si iba a crecer 0 a achi- carse alin mas. Pero no naoté ningtin cambio. Se tocaba la cabeza para ver si crecia hacia arriba o hacia abajo, iy nada! Asi que se comié el resto de {a porcién de torta. CQué otra cosa podia hacer? Alicia en ef Pais de tas maravillas | 37 I. En un mar de lagrimas Alicia sintié que su cuerpo comenzaba a crecer y crecer.., Su cabeza chocé contra el techo de la sala. —iCuriosifico y rarifero! —dijo Alicia, que estaba muy sor- prendida por lo que estaba sucediendo y se equivocaba al Pronunciar algunas palabras. (Y pensar que tan solo ayer las cosas sucedian como de costumbre), Miré su nuevo Cuerpo, tan largo. iMedia dos metros! Se detuvo en sus pies, ahora lejanos. “Adiés, pies —pens6—. Quién les pondra, en el futuro, las medias y los zapatos... Estamos tan lejos. En Navidad, por ejemplo, deberé enviarles regalos y una carta Para saber cémo estan”: Al Sr. pie derecho de Alicia: felpudo peludo enfrente de la chimenea con carifio, Alicia. Alicia en el Pais de las meravillas | 19 Tras aquellos pensamientos, Alicia se enfrenté con un nuevo problema: era demasiado grande para atravesar la puertita y llegar al jardin. Lloré otra vez, pero lloré y {lord y llord, sin seguir sus pro- pios consejos sobre dejar de hacerlo y buscar alguna solucién. ord tanto que la sala se inund6 con un auténtico mar de lAgrimas. Y entonces, cuando menos se lo esperaba, ireaparecid el Conejo Blanco! Estaba vestido de modo muy elegante. Ademas del cha- leco que {levaba puesto en el campo, tenia guantes blancos y un abanico. Al ver a Alicia que pedia ayuda, rodeada por tantas lagri- mas, escapé corriendo, y al irse dejé caer el abanico y los guantes, mientras decia: —Oh, la Duquesa, la Duquesa, como se va a poner si la hago esperar... Se lo notaba muy preocupado. Alicia también lo estaba. Pensé: “Estoy tan cansada de estar aqui sola” (“Tan grande y tan sola”, pensd, en verdad). Y volvié sobre su cuerpo que habfa cambiado: “Pero si no soy la misma, la pregunta es: ‘LQuién soy yo?’ iAh! Eso si que es un misterio”. 20 | Lewis Carroll Mientras reflexionaba, también se abanicaba porque ha- ely calor tan cerca del techo y, mientras lo hacia —y a pesar del calor— se calzé los guantes del Conejo. “La pregunta siguiente es: Como pudieron entrarme los juantes, si el Conejo es tan pequerio? éMe habré encogido otva vez?”. Todo era demasiado raro en aque! mundo de abajo... Alicia Negé a la conclusién de que el abanico la habia he- cho volver a su version anterior, tamafio pequefio. Lo solté cle inmediato, para no desaparecer por completo. “iY ahora al jardin!”, se dijo Alicia. Pero: fa puertita se- guia cerrada, la llave seguia sobre la mesa y ella misma seguia siendo pequena... “Todo esté peor que nunca”, pensé, y agregé en voz alta: -iDeclare que no me gusta nada como estan las cosas! Al decir esto, resbalé y cayé en el agua salada que la rodeaba, como si se estuviese dando un chapuzén en sus propias l4grimas. En ese mismo momento, oyé un chapoteo cercano. Pens6é que podia tratarse de un hipopétamo o de una morsa, aunque después recordé que era otra vez muy pequeia, asi que debia tratarse de un ratén. Lo vio y sf, era un raton, que ademas la estaba mirando fijo y le guifiaba un ojo. Alicia en el Pais de fas maravillac | 7% Como todo era posible en aquel lugar, también fo era que el Ratén hablase, asf que Alicia pens6 en qué idioma lo haria. Probé con el francés, idioma que estaba aprendiendo en la escuela: —~€Dénde esta mi gata? —eligid esa pregunta porque era fa primera frase de su libro de francés. Ademis, habia vuelto a recordar a su gatita Dinah. EI Raton, al oir esto, huyé espantado, nadando a gran velocidad, hasta que salid del agua y se quedé temblando en fa orilla. —Oh, le ruego me disculpe —e dijo Alicia de inmediato, cuando se dio cuenta de su falta de amabilidad al hablar de gatos nada menos que enfrente de un raton. Y continud: —Me gustarfa que conociera a mi Dinah, es tan simpati- ca... Tal vez asi podrian gustarle los gatos. —iGustarme los gatos? —grité el Ratén con voz chillo- na—. éTe gustarian, acaso, si estuvieras en mi lugar? Pero Alicia sole podia pensar en Dinah, asi que mientras nadaba por el pequefio mar, siguid diciendo: ~Es tan graciosa cuando ronronea, acurrucada al lado del fuego, lamiendo sus patitas y, luego, con ellas, lavando su cara... Y su pelo se siente tan suave contra los brazos al 24 | Lewis Carroll (enerla alzada... Y es tan buena cazando ratones... iOh, no, Je ruego que me perdone! £| Raton habfa vuelto a temblar sin control. Ante esto, dijo Alicia, arrepentida: _No volveré a hablar sobre gatos, si lo prefiere. —dQue si lo prefiero? —contesté el Ratén, enojadisimo—. Como si yo fuera a elegir hablar sobre semejante tema... En mi familia nadie quiere a criaturas tan odiosas. iQue no vuelva a oir esa palabra otra vez! —Nunca mas la mencionaré —prometié Alicia, y cambid. de tema—. 2A usted fe gustan los perros? El Ratén no contesté, Alicia siguié diciendo: —Cerca de mi casa, hay un perrito marrén lindisimo. Jue- fa y corre todo el dia. Es de un granjero. El dice que le resul- ta muy util para atrapar a las ratas... Oh, no!, lo he ofendido otra vez —dijo Alicia con voz entristecida. Exactamente eso era lo que haba sucedido. E| Ratén, ofendido, se alejé nadando a toda velocidad, mientras Alicia lo llamaba: —iOiga, Raton, regrese! No volveré a hablar ni de gatos ni de perros, si no le gustan. Al oir esto, el Raton dio fa vuelta y volvid hasta donde se encontraba Alicia. Ten/a la cara palida. Dijo en voz baja: Alicia en el Pais de las maravillas | 25 ~Salgamos del agua. Te contaré mi historia. Entonces vas a comprender por qué odio tanto a los gatos como a los perros, Mientras esto sucedia, e! pequefio mar se habia ido Ile- nando de aves: un pato, un dodo, un loro, un aguilucho. Habia, ademas, otros animales que a Alicia le resultaron ex: trafos. Todas juntos nadaron hacia la orilla. 26 | Lewis Carroll J. Una carrera loca y una historia que trae cola El grupo, en la orilla, tenia en coman su malhumor. Los “pajaros con las plumas sucias y los demas animdles con el pelo pegado al cuerpo, todos, se sentian incomodos, moja- dos y friolentos. Lo primero por hacer era... isecarse! A Alicia le parecia de lo més natural encontrarse en medio de la reunion y hablar con familiaridad con aque- Yas criaturas, como si las conociera de toda la vida. Es- taban conversando sobre cual seria la mejor manera de secarse. Alicia se puso a discutir con el Loro, que a cada rato repetia: —Soy mas viejo que tu y por eso tengo que saber mas. Alicia se neg a darse por vencida sin saber antes cual era la verdadera edad del Loro. El Loro se nego a confesarla. Asi que ahi se acabé la conversacion. A\ fin, el Raton grité con todas sus fuerzas: _iFscuchen! Tengo una idea para que Nos sequemos. Todos callaron y s¢ sentaron en circulo para escuchar al Ratén, que estaba parado en el centro. —iEjem! —dijo el Ratén antes de hablar—. Esta es la histo- ria mas aburrida y, por lo tanto, mas seca que conozco. Les pido que escuchen con atencién: —Guillermo el Conquistador, cuya causa era apoyada por el Papa, fue aceptado muy pronto por los ingleses, que ne- cesitaban un jefe y habfan sufrido desde hacia tiempo usur- paciones y conquistas, Edwin y Morcar, duques de Mercia y Northumbria... —iUfl —interrumpié el Loro, aburrido. —Perdén —dijo el Ratén, frunciendo el ceno, aunque amablemente-, éha dicho usted algo? —iNo, no! —respondié el Loro. —Ah, me habia parecido... —dijo el Ratén—. Entonces, contintio: Edwin y Morcar, duques de Mercia y Northumbria, se declararon a su favor, e incluso Stigandio, el arzobispo de Canterbury, lo encontro conveniente... —cEncontré qué? —pregunté el Pato. —Encontré conveniente —repitio el Ratén, un poco eno- Jado por la interrupcién del Pato—. Pero usted sabe lo que eso quiere decir... —iClaro que sé lo que quiere decir! —se ofendio el Pato—. Pero cuando yo encuentro algo, es casi siempre una rana o un gusano. La cuestién es: Cqué encontré el arzobispo? 28 | Lewis Carroll EI Raton hizo como si no hubiera escuchado la pregunta y continué con la historia: —... ¥ decidié marchar junto a Edgard Atheling al encuen- tro de Guillermo para ofrecerle la corona. El Ratén miré a Alicia y le dijo: —éCémo te sientes ahora, querida? 2Ya estas completa- mente seca? —No —dijo Alicia—. Sigo completamente mojada. iNo me sequé nada con esa historia! —En tal caso —dijo el Dodo— propongo otra solucién, porque la propuesta del Ratén no ha dado resultado. EI Ratén quiso protestar, pero los demas animales estu- vieron de acuerdo y el Dodo continué con su idea: —iHagamos una carrera loca! —€Y qué es una carrera loca? -pregunté Alicia. —La mejor manera de explicar algo es haciéndolo —dijo el Dodo. Lo primero que hizo fue dibujar una pista para la carrera con una forma parecida a un circulo. —La forma exacta no importa demasiado —explico. Luego, todo el grupo se fue ubicando en distintos lugares sin seguir ningun orden. Nadie dio el anuncio de largada, diciendo por ejemplo: “iA la una, a las dos y a las tres!”. 30 | Lewis Carroll ( sea: cada uno empez6 a correr cuando se le dio la yuna. Era muy dificil saber cuando iba a terminar la carrera, ya que no habia lugar adonde llegar. Después de haber corrido mas 0 menos media hora, y como ya se encontraban bien secos debido al movimiento, el Dodo exclamé: iTerminé la carrera! Los participantes se agruparon, atropellandose, alrede- dor de él, y preguntaron al mismo tiempo: -iQuién gand, quién gand? Pero no parecia que el Dodo pudiera contestar enseguida una pregunta como aquella. Estuvo pensando un largo rato, con un dedo puesto sobre la frente, mientras los demas es- peraban su respuesta en el mas completo silencio. Finalmente, dijo: —iTodos hemos ganado y todos recibiremos premios! Varias voces preguntaron: —2Y quién va a dar los premios? _Flla, naturalmente —dijo el Dodo, y sefalé a Alicia con el dedo. El grupo entero rodeé a Alicia, atropellandose entre si y reclamando a viva voz: —iPremios, premios! Alicia en el Pais de las maravillas | 31 Alicia no sabia qué hacer. Metié la mano en el bolsillo y encontré una caja de confites que, por suerte, el agua del mar de lagrimas no habia estropeado. Alcanz6 a repartir un confite a cada participante de la ca- Trera a modo de premio. Todos quedaron contentos, a pesar de que a algunos les resultaba dificil masticar la golosina y otros se atragantaron y hubo que darles palmaditas en la espalda. —iElla se quedo sin premio! —dijo el Raton. —éNo tienes nada mas? —pregunto el Dodo. Alicia volvié a revisar su bolsillo y solo encontré un de- dal. Los animales la rodearon. El Dodo dijo: —Querida amiga, te rogamos aceptes como distincién este elegante dedal. En el acto de entrega, los animales Sritaron: “iHurra!”. A Alicia aquello le resultaba bastante absurdo, pero como nadie refa, tampoco se atrevié a hacerlo. Realizé, en cambio, una reverencia Para estar a la altura de las circunstancias. Terminada la ceremonia, volvieron a agruparse alrededor del Ratén y le pidieron que continuase contando historias, aunque ya estaban secos. Alicia le pidié: 32 | Lewis Carroll a Prometiste contarme tu vida, éte acuerdas? Y, en espe- cial, por qué odias a los G. y a los P. —agregé, en voz baja, sin atreverse a nombrar con todas las letras a los gatos y a Jos perros para no ofender nuevamente al Ratén. Muy larga y muy triste es mi historia... iY trae mu- cha cola...! —suspir6 el Raton, dando a entender que tenia consecuencias desagradables. Alicia observé con atencién la larga cola del Raton y dijo: Verdaderamente, debe ser una historia con mucha cola, (pero por qué dices que es triste? Y tan convencida estaba de que el Ratén se referia a su cola y no a las consecuencias desagradables de la historia, que, cuando él comenzé a hablar, se representd la historia de esta forma: Alicia en el Pais de las maravillas | 33 Una Furia dijo a un Ratén que encontrd en su casa: “Vamos a ir juntos ante la Ley: Yo te ocusaré y ti te defenderas. iVamos! No aceptaré mas discusiones. Tendremos un proceso, porque esta manana no he tenido ninguna otro cosa que hacer”. Ef Ratén respondis a fa Furia: “Ese pleito, sefiora, no secvird sino tenemos juez y jurado, ysola logrard que nos gritemos uno a otro inatilmente”. Y repficé fa Furia: “Yo seré al mismo tiempo el juezy ef jurado”. Lo dijo de modo taimada fa vieja Furia. “Yo seré la que diga toda la que haya que decir, y también quien a muerte con- de- ne”. 34 | Lewis Carcall Hvonto, Alicia perdié el hilo del relato. iNo me estas escuchando! —protesté ef Raton, dirigién- dove a Alicia—. ED6nde tienes la cabeza? Por favor, no te enojes —dijo Alicia. No fue asi, y el Ratén se levanté y se fue protestando. iMe distraje sin querer! —se disculpé Alicia. EI Ratén no respondié y siguié alejandose del lugar. iVuelve, por favor, y termina tu historia! —le pidieron a coro Alicia y los animales. Pero el Ratén no les hizo caso y ya no regresd. Una Cangreja aproveché para decirle a su hija: —Que esto te sirva de leccin: no hay que dejarse tlevar por el mal caracter... —iCAllate la boca, marna! —protest6 la Cangrejita, que por lo visto no iba a aprender la leccién—. iEres capaz de hacerle perder la paciencia a una ostra! ~iQjald estuviese Dinah aqui! —dijo Alicia—. ifila nos traeria al Raton de vuelta! —iQuién es Dinah? —quiso saber el Loro. —Dinah es mi gata —contesté Alicia—. iINo pueden imagi- nar fo astuta que es para cazar ratones! iY me gustaria que la vieran correr tras los pajaros! iSe come un pajarito en un abrir y cerrar de ojos! Alicia en ¢ Pais de las maraviltas { 35 Estas palabras causaron una impresién terrible entre las aves que fa rodeaban. La Urraca dijo: —Me tengo que ir a mi casa. El frio de la noche le hace mucho mal a mi garganta. Y levanté vuelo to mas rapido que le permitieron sus alas. El Canario reunié a sus pichones, mientras les decia con una vocecita temblorosa: —iVamos, es hora de irse a la cama! De ese modo, con distintos pretextos, todos se fueron de all’, y en poco tiempo Alicia se quedd completamente sola. —iOjal4 no hubiese nombrado a Dinah! —dijo, melancédli- ca—. Como extraiio a mi gata. Aqui abajo, parece no gustar- le a nadie. Me pregunto si volveré a verla alguna vez... La pobre Alicia valvié a echarse a llorar, porque se sentia muy sola. Al rato, oy6 un ruidito de pisadas a lo lejos y levanto la vista, creyendo que tal vez el Ratén se habia arrepentido y regresaba a hacerle compaiiia, a terminar de narrar su historia. 36 | Lewis Carroll IV. El Conejo envia al Pequefio Bill Alicia estuvo poco tiempo sola porque, de golpe, hizo su ‘paricién el Conejo Blanco (que, por lo visto, entraba en escena cuando ella menos lo esperaba). EI Conejo Ileg6, mirando hacia todos lados, con gesto an- sioso, y diciendo: IAh, la Duquesa, la Duquesal!, va a mandar que me cor- ten la cabeza, como que los grillos son grillos... 2Dénde dia- blos pude haberlos dejado caer? Alicia comprendié que se referfa a los guantes y al abani- 0, y Se puso a buscarlos también para ser de alguna ayuda. Pero resulta que todo habia cambiado en aquel rato y ya no estaban ni la sala con la hilera de lamparas, ni la mesa de cristal, nila puertita que conducia al jardin. EI Conejo vio a Alicia y le pregunt6, con tono bastante enojado: ~Pero... équé estas haciendo aqui, Mary-Ann? Corre in- mediatamente a casa y traeme unos guantes y un abanico, ide prisa! Alicia en el Peis de las maravillas | 37 Alicia le hizo caso porque creyé que la habia confundido con su ayudante, y corrié en direccién a una pequefia casa en cuya entrada habia una placa de bronce que decia: “Co- nejo Blanco”. Entré a la sala y subié la escalera, con temor de que la auténtica Mary-Ann apareciera. En el dormitorio del Conejo encontré lo que buscaba. Pero también estaba alli, sobre uno de los muebles, al lado de los guantes y el abanico, una botella parecida a la que habfa encontrado, antes, en la mesa de cristal. Aunque no tenfa escrito el letrero “Bébeme”, Alicia no pudo resistir la tentacidn y tom el contenido de la botellita. De inmediato, empez6 a crecer y a crecer, de tal manera que su cabeza choco contra el techo de la habitacién del Conejo. Tuvo que inclinar el cuello y ponerse de rodillas; finalmente, sacd un brazo por la ventana y metid un pie dentro de la chimenea, diciendo: —Ahora si que no puedo hacer nada mas, pase lo que pase. Qué va a ser de mi... Estaba muy apretada y, ademas, se sentia nostalgica. “Me gustaria estar en mi casa”, penso. “Alla, al menos, no estarfa agrandandome y achicandome todo el tiempo, ni siguiendo las ordenes de ratones y de conejos. A veces 38 | Lewis Carrol desearfa no haberme metido en aquella madriguera, aun- que debo reconocer que esta forma de vivir es bastante cu- tiosa e interesante...”. Interrumpié sus pensamientos la voz del Conejo: —iMary-Ann, Mary-Ann! Traeme enseguida lo que te pedi. Alicia decidié no contestar. Al rato, escuché los pasitos del Conejo por la escalera y cémo intentaba abrir la puerta de la habitacién (no pudo hacerlo porque el codo de Alicia lo impedfa). Mientras el Conejo bajaba, su voz se iba desvaneciendo, pero de igual modo Alicia alcanz6 a entender lo que decia: —No importa. Entraré por la ventana. “Eso sf que no”, pensé Alicia. Y como le parecié escuchar al Conejo en el jardin, justo debajo de la ventana, estiré la mano para atraparlo. No lo logr6, pero oyé un ruido de vidrios, como si alguien (el Conejo, seguramente) hubiera cafdo sobre un invernadero o algiin lugar parecido. Enseguida, la voz alterada del Conejo pregunté: —Pat, Pat, idénde estas? —Aqui, sefior, cavando en busca de manzanas —dijo quien deb/a ser Pat. —Cavando en busca de manzanas, tenia que ser... |Ayd- dame a salir de aqui! —pidié el Conejo, entre mas tuidos de 1 Pais de las maravillas | 39 vidrios que se resquebrajaban. Y continud—: éQué es eso que se asoma por la ventana? _Creo, sefior, que es un brazo (aunque pronuncié algo parecido, tal vez “blazo”). —iCémo puede ser un brazo, tonto? Si casi tiene el ta- mafo de la ventana. Quién ha visto nunca un brazo tan enorme... Sea lo que sea, Pat, ve y quitalo. —Pero, sefior, esto de veras no me gusta para nada... (no dijo pero sino algo parecido a “pelo”, ni dijo de veras sino algo que soné como “de velas”). —iVe y trae la escalera inmediatamente! Después de un rato, Alicia escuché el ruido de un carrito que se acercaba a la casa. Pensé: “éQué intentaran hacer? En cuanto a sacarme por la ventana, ojala pudieran hacerlo iporque estoy harta de estar apretujada aqui adentro! Lo que no quiero es que me saquen de cualquier manera”. También escuché varias voces que parecian discutir qué pasos seguir. Una se destacé, y era la del Conejo: _iDénde esté la otra escalera? Bill, traela y atala a esta para poder llegar hasta el tejado. —iCuidado con esa teja suelta! —dijo Pat. Y agrego—: ZQuién subird al tejado? (dijo algo que soné como “subila”, por eso Alicia supo que se trataba de Pat). Alicia en el Pais de las meravillas (41 —Pequeiio Bill, por supuesto —respondié el Conejo—. Y no solo al tejado, sino a través de la chimenea. Al oir esto, Alicia introdujo atin mas su pie en la chimenea. Mientras tanto, se escuchaban ruidos en el techo de la casa. Cuando Alicia se dio cuenta de que habia llegado el mo- mento en que el animal (no sabfa atin de qué tipo) inten- taba entrar por alli, le dio una patada y Pequefio Bill salié volando por los aires, como impulsado por un resorte. Lo siguiente que oy6 fue la voz del Conejo y de Pat, di- ciendo: —iAN{ va Bill...! Y Pequefio Bill cayé al suelo, agarrandose fa cabeza. Por cierto, Pequenio Bill era un lagarto. £n medio de las voces, Alicia oyé al Conejo ordenando: ~Ahi, al lado de la cerca... iLevantenle la cabeza, denle un trago de alguna bebida fuerte! Y después: —Hey, amigo, dqué te ha pasado? Cuéntanos todo. Alicia escuché una voz algo confundida, que debia ser la del lagarto Pequeiio Bill: —No recuerdo muy bien... Estaba entrando por la chime- nea y algo me empujo hacia las alturas, desde adentro, asi que sali disparado como un mufieco en una caja de sorpresas. 42 | Lewis Carroll iHay que prender fuego la casa! —exclamé el Conejo. Alicia, entonces, grité desde adentro a modo de amenaza: iSi lo hacen, traeré a Dinah y los espantara a todos! Se produjo un silencio. Al poco rato, nuevamente la voz del Conejo ordend: iAqu{, pronto, con esta cantidad sera mas que suficiente! Alicia se pregunto, intrigada: “Cantidad de qué...?”. Y pensd que si el Conejo, Pat y Pequefio Bill tuvieran un poco cle cabeza, lo que hubiesen hecho seria levantar el tejado. De inmediato, una lluvia de piedritas, como granizo, em- pez6 a caer dentro de la habitacién, a través de las ventanas, mientras Alicia gritaba: “No, no” y “Ay, ay”, pero, a medida que llegaban a su lado, las piedritas se convertian en masas. iY Alicia no tuvo mas remedio que probarlas! Asi, empezé a achicarse hasta volver al tamafio que tenia cuando entré a la casa del Conejo Blanco para buscar el abanico y los guantes. Alicia bajé corriendo las escaleras y cruzé el jardin a toda velocidad para que los animales que alli estaban no pudie- sen detenerla. Tanto corrié, y tan rapidamente, que no solo evité que la persiguieran, sino que llegé a un bosque. Alli se eché a des- cansar un momento, al lado de un hongo, que tenia casi su Alicia en el Pais de las maravillas | 43 misma altura. Lo examiné: primero por debajo, después por los costados, y finalmente se puso en puntas de pie y espid Por encima de él. En esa posicién estaba Alicia cuando sus ojos se encontraron con los ojos de una gran Oruga Azul, que estaba sentada arriba del hongo con los brazos cruza- dos. La oruga fumaba tranquilamente un narguile (que es una larga pipa de agua) y no le prestaba atencion ni a Alicia ni, en verdad, a ninguna otra cosa a su alrededor. V. Consejos de la Oruga Azul Alicia y la Oruga Azul se miraron largo rato sin decir nada. Al fin, la Oruga se quité de los labios la boquilla del narguile y hablé con una voz somnolienta: —éQuién eres tu? —Pues vera, sefiora —respondié Alicia—, yo estaba segura de quién era cuando me levanté esta mafiana, pero he su- frido varios cambios desde entonces y no estoy segura de quién soy ahora... —Explicate, no entiendo a qué te refieres. —Tal vez no lo entienda ahora, sefiora Oruga, pero cuan- do se convierta en crisdlida, y después, de crisdlida en ma- riposa, seguro lo hard. Porque todas esas transformaciones le resultaran extrafas y la llevardn a plantearse quién es realmente, que es por lo que estoy pasando yo ahora. —Ti, ta... CQuién eres tu? iY asf volvieron al principio de la conversacién! Parecian no entenderse, y Alicia comenzaba a sentirse un poco incémoda. Entonces, le dijo a la Oruga: Alicia en el Pais de las maravillas | 45 SS Loft ‘" } } } Wy mi —Creo que es usted quien debe decirme antes quién es. —é¢Por qué? —respondié la Oruga. Esa era otra pregunta desconcertante para Alicia, igual que la primera que le habia formulado la Oruga (“ZQuién eres ti?”), porque eran preguntas a las que no estaba acos- tumbrada a responder. Como no sabia qué contestarle y, ademas, la Oruga se habfa mostrado bastante maleducada durante la conversa- cidn, Alicia dio media vuelta y se fue. La Oruga la llamé: —iVuelve! Tengo algo importante que decirte. Alicia regres6 en direccién al hongo, esperanzada, por- que lo que queria era salir del bosque y llegar al jardin ma- ravilloso que habia visto antes, detras de la pequena puerta. —iQué quiere decirme, sefiora? —Cuidate de tu mal genio. —iEso era todo lo que tenia para decir? —pregunté Ali- cia, tratando de no parecer enojada, para no darle la razon. La Oruga siguié fumando durante algunos minutos, sin decir una palabra. Alicia se qued6 alli, esperando, porque, de todas maneras, no tenfa otra cosa que hacer. Después, la Oruga abrié sus brazos azules —porque antes los tenia cruzados sobre el pecho— y dijo: Alicia en.el Pais de las maravillas | 47 —¢Asi que ti crees que cambiaste, eh? —Es evidente... Algo en lo que cambié es que no me acuerdo de cosas que antes sabia muy bien. —tNo te acuerdas de qué cosas, por ejemplo? —Bueno, intenté recitar unos versos que antes sabia de memoria, pero ahora me los confundo y me salen distintos. —Pues bien, probemos. Recitame los versos de “Has en- vejecido, Padre William...” —le dijo a Alicia la Oruga Azul. Alicia comenzé a recitar el poema: —Has envejecido, Padre William —dijo el muchacho— y tu pelo esté Meno de canas. Sin embargo, siempre haces piruetas cabeza abajo. > 2 > a —¢Por qué? —quiso saber Alicia. —Todo acontecié durante el concierto que ofrecié la Rei- na de Corazones. Yo estaba cantando —explicé el Sombre- rero, con tanto realismo en su relato que se puso a cantar: iBrilla, brilla, pequerio murciélago! Me pregunto: éen qué andardas? Por sobre ef mundo vas volando, como una bandeja de té en el cielo, brilla, brilla... —No habfa finalizado de cantar la primera estrofa, cuan- do la Reina vociferé: “iEsa es una forma estiipida de matar el tiempo!”. Y, desde ese dia, el Tiempo esta convencido de que quise acabar con su vida. —Qué cosa tan terrible —se lamenté Alicia. —No solo eso. Desde ese mismo dia, el Tiempo no quiere hacer nada por mi —agregé el Sombrerero, con tristeza—. Ahora son siempre las seis de la tarde. —éPor eso hay tantos juegos de té sobre la mesa? —pre- guntd Alicia. —Si, es por eso —respondié el Sombrerero, dando un sus- piro—. iAqui siempre es la hora del té! 74 Lewis Carrot —iNo tienen tiempo de lavar las tazas y, por eso, ustedes van dando wueltas alrededor de la mesa? —pregunto Alicia. —Asi es. —éY qué ocurre cuando llegan al principio de la mesa otra vez? —ZY qué tal si cambiamos de tema? —propuso la Liebre de Marzo—. iQue alguien narre un cuento! iLir6n, despierta! El Lirdn abrié los ojos porque estaba recibiendo pellizcos de parte de la Liebre de Marzo y del Sombrerero. —No estaba dormido —aseguré el Lirén. —Cuéntanos una historia —se sumé Alicia. —Habja una vez tres nifas que eran hermanas —comenz6 a relatar el Lirén—. Sus nombres eran Elsie, Lacie y Tillie. Vivian en el fondo de un pozo... —£Y cémo se alimentaban? —Comian melaza —respondid el Lirén. _Pero si hubiesen comido melaza todos los dias, ise ha- brian enfermado! —Justamente, fue eso lo que sucedis: las tres hermanitas se enfermaron. —Toma un poco mas de té —dijo la Liebre de Marzo a Alicia. —No puedo tomar “un poco mas” de té porque hasta ahora no tomé nada. Alicia en el Pais de las maravillas | 7S —Querrds decir que no puedes tomar “menos” —la co- rrigié el Sombrerero—. Si no tomaste nada, lo mas facil es tomar mas. —Nadie le estaba pidiendo su opinién —dijo Alicia. —i.Quién esta haciendo ahora observaciones personales? —pregunté el Sombrerero con cierto tono de triunfo o de revancha. Alicia se quedé callada porque no supo qué responderle, asf que se sirvié una taza de té. Después, le pregunts él Lir6n: ~cY por qué {as nifas vivian en el fondo de un pozo? El Sombrerero y la Liebre de Marzo Ia hicieron callar: —~iChist! iChist! El Lirén se quejé, indignado: —Si no puedes comportarte con la debida educacién, sera mejor que termines ti este cuento. —No, por favor, icontintie! ~suplicd Alicia—. Ya no volve- ré a interrumpir. —Bien... Nuestras tres hermanitas... estaban aprendiendo a dibujar, sacando.... ~iQué sacaban? —pregunté Alicia, que habia olvidado muy Pronto su promesa de no interrumpir. —Melaza ~contesté con rapidez el Lirén. 76 | Lewis Carroll —Quiero una taza limpia —interrumpié el Sombrerero—. Corramonos, cada uno, un sitio. Ahora, enseguida, ivamos acambiar de silla! Asi lo hizo mientras hablaba, y el Lirén también. De ese modo, la Liebre de Marzo pas6 al lugar del Lirén, y Alicia ocupé —sin mucho entusiasmo— el asiento de la Liebre de Marzo. El Sombrerero fue el Gnico que salié favo- recido con el cambio. Alicia era, entre todos, la que se en- contraba peor que antes, porque la Liebre habia derramado la leche en el plato. Alicia no queria ofender nuevamente al Lirén, asi que dijo con suma delicadeza: —Lo que no comprendo es de dénde sacaban las nifas la melaza... —Del pozo —dijo el Lirdn. —No hay tal cosa, un pozo de melaza —objetd Alicia. —iClaro que si! —intervino el Sombrerero—. Uno puede sacar agua de un pozo de agua y, entonces, por qué no va a poder sacar melaza de un pozo de melaza? iNo seas tonta! El Lirén, ajeno a la discusién entre Alicia y el Sombrerero, bostez6 y avanzé con el relato: —Las tres hermanas, segtin ya conté, estaban apren- diendo a dibujar... -Y agregd pausadamente, mientras se Alicia en el Pais de las maravillas | 77 frotaba los ojos—: dibujaban todo aquello que... comenzara con la letra “m”... —¢Por qué con “m”? —pregunté Alicia. —éPor qué no? —respondié la Liebre de Marzo. Alicia se quedé en silencio. EI Lirén cerré los ojos y empez6 a cabecear. El Sombrere- to lo pellizcé un poco y el Lirén volvié a despertar; entonces, continud: —... Si, dibujaban todo lo que empieza con “m’”, por ejem- plo: mano, murciélago, memoria, mas de lo mismo... Has visto alguna vez algo tan impresionante como un mds de fo mismo bien dibujado? Alicia contesté: —En verdad, ya que me lo pregunta, yo no pienso... —iSi no piensas, no hables! —grité el Sombrerero. Cansada de tanta mala educacion, Alicia se levanté de la mesa y se alejé de alli, muy disgustada. EI Lirén se durmié de inmediato. Mientras se alejaba, Alicia vio cémo el Sombrerero y la Liebre de Marzo, sin darse cuenta de que ella ya no estaba alli, intentaban meter al Lirén dentro de la tetera. Alicia camino en direccién al bosque y encontré un sen- dero que la guio hacia un drbol que le llamé la atencién: 7B | Lewis Carroll tenia una puerta en el tronco, que conducia a su interior, Entré y se encontré, nuevamente, en el gran salén con fa mesa de cristal en el centro. Pero esta vez lo pensé mejor y primero tomé la pequena Nave de oro que estaba sobre fa mesa. Recién después, mor- did un trozo de hongo que todavia guardaba en el bolsillo y asf se achicd. Cuando su estatura fue reducida como para poder pene- trar por la puertita secreta, la abrié con fa ilave dorada y, ial fin!, pudo conocer el jardin que mas habfa deseado visitar, con sus flores coloridas y sus sonoras fuentes. Alicia en et Pais de las maravillas | 79 Vill. La partida de croquet de la Reina Cerca de la entrada del jardin, Alicia se detuvo a con- templar un gran rosal de flores blancas. Lo que le llamé la atencion fue que tres naipes, que oficiaban de jardineros, estaban pintando las rosas de rojo. Alicia les pregunté por qué lo hacfan y ellos, después de hacerle reverencias, explicaron que se habian equivocado de color al plantar el rosal. El Siete suspiré: —Tengo tanto miedo de que la Reina se dé cuenta y diga: “iQue les corten la cabeza!”. El Cinco dijo: ~Yo también, porque a la Reina le gusta mucho mandar a decapitar... ipero no por eso voy a permitir —chilld, diri- giéndose al otro naipe— que me salpiques con pintura! El Dos alerto: —iSilencio, llega el cortejo! Los tres naipes, asustadisimos, se echaron al suelo para que no los vieran, mientras exclamaban: Alicia en el Pais de lac maravillas | 81 —iLa Reina, la Reina! Se oyeron pisadas que se acercaban. La Reina y el Rey de Corazones encabezaban el cortejo, escoltados por los soldados, que eran los naipes de basto. Después iban los cortesanos, que eran los naipes de dia- mante. Mas atrds, cerraban la marcha los infantes reales, que eran los naipes de corazones. Todos ellos, al igual que los jardineros, tenian una forma aplanada, y sus manos y pies se asomaban por fas esquinas. Alicia vio que el Conejo Blanco formaba parte del séqui- to, entre los invitados. Iba charlando con todo el mundo, aunque se dirigia un rato a unos y un rato a otros. Sonrefa, y pas6 al lado de Alicia sin reconocerla. Quien s{ presté atencidn a Alicia fue la Reina, que al verla pregunté: —éQuién es esta? ~—Me llamo Alicia, si le place a Su Majestad —contesto Ali- cia, aunque intimamente pensé que no era necesario tanto protocol porque solo se trataba de un pufiado de cartas. ~¢Sabes jugar al croquet? —pregunts la Reina. ~Si —respondié Alicia, con entusiasmo. —Pues, ia jugar! —grité la Reina, con voz potente~. iTodos a sus puestos! 82 | Lewis Carroll Los naipes del mazo comenzaron a atropellarse entre si. Corrian de un lado para el otro de modo enloquecido. Alicia se encontré cara a cara con el Conejo Blanco, que la miraba con ansiedad y esta vez sf parecié reconocerla. Entonces Alicia le pregunto por la Duquesa. —Calla —pidié el Conejo, con precaucién—. Ha sido con- denada a muerte. —éPero por qué? —quiso saber Alicia. —Golpeé a la Reina en la cara... Lo que sucedié fue que fa Duquesa flegé con bastante retraso y entonces la Reina le dijo... Pero el desorden era tan grande que fa conversacion se vio interrumpida por el ruido que hacian los naipes, que continuaban su atropellada carrera de un sector a otro. Sin embargo, apenas un rato después cada uno logré ubicarse en el campo, que estaba desnivelado y repleto de monticulos, y comenzé la partida. Alicia, sin saber muy bien como, quedé dentro del juego. Cuando le tocd jugar, se encontré con la primera dificul- tad: en lugar de un palo de croquet, debia utilizar un fla- menco vivo, y en lugar de pelotas, en aquella partida habia erizos, también vivos. Cada vez que Alicia tomaba el palo, es decir, el flamenco, 84 [ Lewis Carroll este la miraba con tal expresidn de extrafieza que a ella le causaba gracia y no podia dejar de reir. Los erizos aprovechaban la situacidn, se estiraban y esca- paban antes de que Alicia pudiera golpearlos. El resto de los jugadores se movia al mismo tiempo, sin coordinacién ni orden alguno, intentando sin éxito enviar las pelotas-erizo a los arcos (los arcos eran otros naipes, pero doblados y puestos en cuatro patas). A cada rato, la Reina, furiosa ante aquel juego desquicia- do, les gritaba a los presentes, de a uno a la vez: —iQue le corten la cabeza! Alicia pensé que fo mejor serfa irse de alli... Hasta que apa- reciO, dibujada en el aire, la sonrisa del Gato de Cheshire. Al ratito, pudo verse fa cabeza completa. Alicia pensé, aliviada: “Al menos, ahora tendré con quien conversar”. F) Gato pregunté a Alicia, en voz baja: —tQué te parece la Reina? —iNo me gusta nada! Es tan, tan... —contest6 Alicia, pero en ese mismo momento se dio cuenta de que la Rei- na estaba detras, asi que improvisé~... tan habilidosa y mimada por la suerte, que no tiene sentido terminar fa partida. Alicia en e) Pais de las maravillas | 85 La Reina, complacida, pregunté con quién estaba hablan- do y Alicia respondié: —Con el Gato de Cheshire. La Reina y el Rey se acercaron al Gato, o sea, a la cabeza con sonrisa del Gato de Cheshire. Sentian, al parecer, gran curiosidad ante aquella aparicién. El Rey le dijo al Gato que podia besarle la mano. E| Gato rechazé el honor: —Preferiria no hacerlo, Esta respuesta enojd muchisimo a fos reyes, que orde- naron que cortaran la cabeza al Gato. Ahi se presento un obstaculo: no habia cuerpo del cual separar dicha cabeza. El verdugo, a quien habian encargado la tarea, confes6 que nunca habia tenido que enfrentarse con un caso igual y que estaba confundido. Por eso se neg6, de modo terminante, a cortar una cabeza privada de su cuerpo. La Reina seguia gritando: —iQue le corten la cabeza! Pero no habfa manera de cortarle la cabeza al Gato. Y tam- poco habia manera de cortarle la cabeza al verdugo, que no cumplia la orden, ya que... ino podfa cortarsela a si mismo! El problema parecfa no tener solucién. Alicia propuso buscar a la Duquesa, que era la duefia del Gato. 86 { Lewis Carroll —Esta en la cdrcel —dijo la Reina. Y ordené a los soldados: —iTréiganla para aca! Mientras esto sucedia, el Gato comenz6 a desvanecerse en el aire, segtin (Alicia eso ya lo sabia) era su costumbre. Alicia en el Pais de las maravillas | 87 IX. Historia de la Falsa Tortuga Cuando ta Duquesa Hlegé, su Gato ya no se encontraba alli. La Duquesa comenzé a perseguir a Alicia de un modo exa- gerada, diciéndole: —iQuerida amiga, querida, querida, no sabes ef gusto que me da verte de nuevo! Alicia no sabia por qué fa Duquesa le expresaba de aquel modo tanto carifio: caminaba pegadita a ella y le apoyaba su mentén, muy puntiagudo, en ef hombro, (Se habia vuelto verdaderamente fastidiosa). Alicia tlegé a esta conclusién: “Ella, ahora, es asi de simpdtica porque ya no est en su cocina. La pimienta es, sin duda, la culpable de poner a fa Bente de mal genio”. Y después continué con su razonamiento: “Del mismo modo, el vinagre las vuelve agrias. El azticar, en cambio, convierte en dulces a las personas, por ejemplo a los nitios, que comen todo el dia golosinas”. La Duquesa interrumpid sus pensamientos: Alicia en el Pais de Jas maravillas | 89 —iCémo va {a partida de croquet? —Mejoré un poco —respondid Alicia, pero eso no era cier- to; solo lo dijo por ser amable y para tener un motivo de conversacién. —De Jo cual se extrae una moraleja —afirmé la Duque- sa—: “El amor hace girar al mundo”. —Pero usted no parecia tener esa opinién cuando conver- samoas en su casa —objeté Alicia—, ya que alli me dijo que el mundo giraria mas rapido si la gente no se metiera en lo que no le importa. —Todo es mas o menos lo mismo... Y la moraleja es: “So- famente cuida el sentido, que los sonidos se cuidan a sf mismos”. Alicia pensé: “Qué ganas tiene de extraerle a todo una moraleja...”, mientras el mentén puntiagudo de la Duquesa se le clavaba cada vez mas en el hombro. —Gracias —dijo Alicia—, no se moleste en mencionar cada una de las moralejas, —Acepta todo lo que te he dicho hasta ahora como un regalo de mi parte —respondié la Duquesa. “Qué regalo tan barato”, pensé Alicia, “por suerte en los cumpleaiios no suelen hacer obsequios de este tipo”, pero No se atrevid a comentario en voz alta. 90} Lewis Carroll En tanto, la partida de croquet terminé con todos los participantes condenados a muerte, excepto el Rey, la Reina y, Seguramente porque no se encontraba en el campo sino hablando con la Duquesa, también Alicia. En medio del desorden general, la Reina abandoné el campo de juego. Sin aliento, le pregunté a Alicia: —dHas visto a la Falsa Tortuga? —No —dijo Alicia—. Ni siquiera sé lo que es... —Es de lo que se hace la sopa de Falsa Tortuga —explicd la Reina. Alicia recordé la sopa que parece de tortuga pero en rea- lidad se cocina con otros ingredientes. La Reina la llevé a conocer a la Falsa Tortuga, lo que sig- nificé para Alicia un buen modo de escabullirse de la com- pania de la Duquesa. Mientras marchaban, Alicia escuché que el Rey perdona- ba a todos los condenados, y eso la tranquiliz6. Para llegar a donde estaba la Falsa Tortuga, Alicia debi conocer primero al Grifo, que dormia al sol. La Reina tuvo que despertarlo: —iA levantarse, haragan! —dijo la Reina—. Lleva a la se- forita a donde se encuentra la Falsa Tortuga para que ella le cuente su historia. Yo debo volver a ocuparme de unas Alicia en el Pais de las maravillas | 91 cuantas ejecuciones que he ordenado y me quedaron pen- dientes. Y, diciendo esto, se marché. Alicia quedé a solas con el Grifo. Al principio, su aspecto fe dio temor porque era una mezcla de aguila y de ledn. Ademés, al hablar lanzaba unos graznidos graves que, por momentos, parecian rugidos, pero enseguida se pusieron a conversar y Alicia recuperd fa calma. Juntos, marcharon por la playa hasta que !legaron al lu- gar en donde se hallaba la Falsa Tortuga (también conocida como Tortuga Artificial o Tortuga de Imitacién), que en ese momento estaba durmiendo. Cuando se desperté, el Grifo realizé una presentacién for- mal. Casi Hlorando, con voz quebrada, ta Tortuga dijo: ~—Hubo una época en que fui una verdadera tortuga. Y después recordé la esmerada educacién que habia re- cibido en la Escuela de Tortugas a la que habia asistido, a cargo de un viejo maestro, debajo del mar. —Modestamente —dijo— ibamos a la escuela todos los dias. ~Yo también voy todos los dias a la escuela —dijo Alicia— y no creo que eso sea para ponerse vanidosa. 92 | Lewis Carroll ~£Y también tienes lecciones extra? ~Si, de Musica y de Francés. —LY de Lavado? —pregunté la Falsa Tortuga. —dLavado? —pregunté Alicia, sorprendida—. iCiertamen- te que no! —En ese caso, la tuya no es una buena escuela —dijo la Tortuga, y el orgullo tornd su voz firme y no llorosa—. El certificado que me atorgaron al recibirme decia: “Masica, Francés y Lavado: Asignaturas Escolares Extra”. —2Y cuantas horas de clase tenian al dia? —-quiso saber Alicia. —Diez horas el primer dia —respondio la Falsa Tortuga—, nueve al dia siguiente, ocho el otro, y asi. —iQué raro! —exclamé Alicia—. Entonces, el dia numero once no habia clases. —Claro —dijo ta Falsa Tortuga. —€Y qué hacian al otro dia? —pregunté Alicia. En ese momento, el Grifo interrumpio la conversacion y fe pidié a la Falsa Tortuga: ~iYa basta de hablar sobre las clases! Cuéntale algo so- bre fos bailes y los juegos en el recreo. 94 | Lewis Carroll X. La cuadrilla de la Langosta La Falsa Tortuga suspiré profundamente y se limpié los ojos, que lagrimeaban, con el reverso de una aleta. Luego dijo a Alicia, con la voz entrecortada por el Ilanto: —Tal vez, no hayas vivido mucho tiempo debajo del mar. —Claro que no —dijo Alicia. —Y quizas no te hayan presentado a una langosta —con- tinué la Tortuga. —Una vez vi una, pero... Alicia estuvo a punto de mencionar que habia sido du- rante el almuerzo, que la langosta estaba sobre una bandeja y que ella apenas la habia probado, pero cambié de idea y continud: —Tanto como habérmela presentado, inunca! —Eso quiere decir que no tienes ni idea de lo entretenido que puede ser el baile llamado “La cuadrilla de la Langosta”. No, en lo mas minimo... —dijo Alicia-. CQué clase de baile es ese? A modo de respuesta, dijo el Grifo: Alicia en el Pais de las maravillas | 95 —Se baila de esta manera: se hacen dos filas en la orilla, con focas, salmones, tortugas, pero sin medusas, y enton- ces se avanza un par de pasos... —Cada uno con su langosta de compafiera —agregé la Falsa Tortuga. —Después de formar pareja —continué el Grifo—, se cam- bia de langosta. Y hay que retirarse en el mismo orden. —Luego —dijo la Falsa Tortuga, cada vez mas entusiasma- da con su explicacién—, hay que arrojar las langostas lo mas lejos que se pueda, mar adentro. —iY nadar tras ellas! —grité el Grifo, pegando un brinco que demostraba su exaltaci6n. —iDar unas vueltas y hacer unas piruetas en el mar, y cambiar de langosta una vez mas, en la costa! —dijo la Falsa Tortuga, saltando de modo enloquecido. —éTe gustaria ver un poquito cémo se baila? —pregunté el Grifo, con ansiedad. Alicia asintié con la cabeza. La demostracién se extendid durante bastante tiempo. la danza consistia en seguir el ritmo de una cancion que entonaba la Falsa Tortuga, que trataba sobre un baile de langostas en el fondo del mar y repetia el estribillo: 96 | Lewis Carroll Querrds, querrias, querrds, querrias, éno querrds td bailar también? Querrds, querrias, querrds, querrias, éno querrias tu también bailar? El Gnico problema era que, mientras danzaban, el Grifo y la Falsa Tortuga se acercaban demasiado a Alicia y le pisaban, a cada momento, los pies. Habian empezado a bailar, de modo solemne, dando vueltas y més vueltas alrededor de Alicia, y llevando el compas con sus patas delanteras. En tanto, la Fal- sa Tortuga cantaba lentamente y su voz sonaba melancélica. Alicia escuché en silencio toda la cancién y ademas siguid con la vista, sin perderse ningiin detalle, los pasos que reali- zaban la Falsa Tortuga y el Grifo. —Muchas gracias —les dijo, una vez que terminaron—. Es un baile, en verdad, interesante de observar. —Cuéntanos ahora alguna de tus aventuras —pidié la Fal- sa Tortuga, mientras descansaba del baile y del canto. —Si, podria contarles algunas de mis aventuras, pero solo las que comenzaron esta mafana. No vale la pena em- pezar por las de ayer, porque entonces yo era una persona diferente —dijo Alicia, reconociendo que todo lo vivido re- cientemente la habia transformado. Alicia en el Pais de las marevillas | 97 Después, les conté sus Peripecias desde que cayé por la madriguera del Conejo Blanco hasta el encuentro, en el bosque, con la Oruga Azul, El Grifo y la Falsa Tortuga opinaron que todas aquellas eran historias muy extraiias. Les llamé la atencién, especial- mente, que Alicia se hubiese equivocado al recitar, ante la Oruga, los versos de “Has envejecido, Padre William...”. La Falsa Tortuga no dejaba de repetir: —Todo lo que has dicho alli era un verdadero disparate. —Si —asintié el Grifo-, nunca he escuchado una ver- sién tan enredada. —Y de inmediato afiadié—; éTe parece que bailemos otra figura de “La cuadrilla de la Langosta” o prefieres que la Falsa Tortuga entone otra cancién? —Oh si, que ella cante otra cancién —respondié Alicia, entusiasmada. EI Grifo, ofendido, pidié a la Falsa Tortuga: —¢Por qué no cantas “Sopa de tortuga”? La Falsa Tortuga asf lo hizo. La cancién comenzaba diciendo: “Hermosa sopa bella, tan rica y tan verde, /c6mo nos aguarda en calientes tazones...! Sopa del crepiisculo, bellaaaa, hermooooosa sopa- aaaaa...”. 98 | Lewis Carroll De golpe, fueron interrumpidos por un grito lejano, que anunciaba: —iComienza el juicio! El Grifo tomé a Alicia de la mano y la Ilevé corriendo hacia el sitio del juicio, mientras la Falsa Tortuga se queda- ba sola y continuaba tarareando, con melancolfa, su tltima canci6n. Alicia en el Pais de las maravillas | 99 XI. éQuién robé las tartas? El juicio estaba presidido por el Rey, que en la cabeza llevaba la peluca de juez y sobre ella, la corona. A su lado se encontraba la Reina, quien también presidia el juicio. Ambos se hallaban rodeados por una multitud, com- Puesta por varios animales y por un mazo completo de cartas. Alicia vio que, en un costado, una Sota de Corazones estaba encadenada, custodiada por dos soldados. En el centro del tribunal habia una mesa y, sobre ella, una bandeja con tartas. —Tengo hambre —susurré Alicia al ver las tartas. El jurado estaba formado por doce criaturas —verias aves y otros animales—, entre las que Alicia reconocié al lagarto Pequeiio Bill. Cada una tenia una pizarra en la que escribfa su nombre para no olvidarlo, segdin le explicé a Alicia el Grifo (“Pero qué tontos son”, pensd Alicia). Los miembros del jurado también aprovechaban la pizarra y hacfan algunas cuentas. Alicia en el Pais de las maravillas | 101 Alicia se senté al lado del Lirén y de la Liebre de Marzo. EI Conejo Blanco era el heraldo del juicio y por ello Ile- vaba una pequefia trompeta. También sostenia entre sus manos un pergamino. El Conejo exclamé: —iSilencio en la corte! (Eso sucedié cuando el Grifo y Alicia estaban conversan- do sobre el jurado y sus pizarras). Luego, el Rey ordend: —iHeraldo, lee la acusacién! EI heraldo, es decir el Conejo, leyé del pergamino lo siguiente: La Reina de Corazones hizo varias tartas en un dia de verano. La Sota de Corazones se las ha robado y, con ella, se fas ha flevado. Dijo entonces el Rey, dirigiéndose al jurado: —Y ahora, idicten el veredicto! Alicia en el Pais de las maravillas | 103 —No, todavia no —pidid el Conejo— porque, antes, que- dan varios pasos por seguir. El Conejo hizo sonar la trompeta para anunciar la entra- da del primer testigo. Era el Sombrerero, quien aparecié en el centro de la es- cena; tenfa una taza de té en una mano y una tostada con manteca en la otra (la tostada estaba bastante mordisquea- da). EI Rey grité, acomodandose los anteojos y mirandolo con fijeza: —iSu testimonio, 0 lo hago decapitar! El Sombrerero empalidecié: —Lo Unico que sé es que... mi taza de té comenzé a tinti- near hace, tal vez, una semana, y que ademas mi té comen- z6 a titilar... —éQué quiere decir con “tintinear” y “titilar”? —volvid a gritar el Rey. —Lo tinico que sé es que, para mi, todo comienza con té... —iYa sé que “todo” comienza con la letra “t” (y también “tintinear” y “titilar”)! —se encolerizé atin mas el Rey—. éAcaso me toma por tonto? (y, al pronunciar, parecié darse cuenta de que “tonto” también comenzaba con *e"), —Soy un pobre hombre —dijo el Sombrerero. 104 | Lewis Carroll —Es un pobre orador —dijo el Rey. Unos Conejillos de Indias del publico empezaron a feste- jar la ocurrencia del Rey, pero, de inmediato, dos oficiales los metieron dentro de una gran bolsa. Los pusieron alli, cabeza abajo, ataron la bolsa con una cuerda y luego se le sentaron encima. Alicia se puso a pensar en una expresion que habia escu- chado algunas veces: “Hubo amago de aplausos, que fueron reprimidos de inmediato”, y crey6 que a eso, justamente, se referfa aquella frase. Sintid, entonces, una sensacién muy extraiia: habia co- menzado a crecer, y pronto regres6 a su tamajio normal. Esto hizo que tuviera que alejarse de la Liebre de Marzo y del Li- r6n, sus vecinos de asiento, a quienes ya estaba asfixiando. El Sombrerero finalizé su declaracién: —Me gustaria ir a terminar mi té. Lo dijo mientras observaba de reojo a la Reina. Parecia que ella lo habia reconocido, porque le habia pedido a un soldado que le trajera la lista de cantantes del ultimo con- cierto y la revisaba, mientras lo miraba con insistencia. EI Rey permitié que el Sombrerero se retirara. En eso, la Reina gritd: —iQue le corten la cabeza! Alicia en el Pais de las maravillas | 105 Pero el Sombrerero ya se habia ido. El juicio deb/a seguir adelante. El Conejo Blanco llamé al proximo testigo: —iAlicia! Y Alicia tuvo que subir al estrado para prestar declara- cién. XII. El testimonio de Alicia —iPresente! —grité Alicia. Al ponerse de pie, derribé a los doce miembros del jura- do del mismo modo que en una ocasién, en su casa, habia volcado la pecera. Los doce pequefios animales rodaron entre medio del publico y Alicia tuvo que volver a colocarlos en su lugar, mientras decia a cada uno: —Oh, lo siento mucho. Pequefio Bill qued6 patas para arriba, asi que ni bien Alicia se dio cuenta volvié sobre sus pasos y lo dio vuelta. EI Rey pregunté, con voz de trueno: —tQué sabe usted sobre este asunto? —Nada —dijo Alicia. —Nada... Cpero nada de nada? —Nada de nada. —Esto es muy importante —concluyo el Rey, y miré en direcci6n al jurado. EI Conejo no estuvo de acuerdo y corrigié al Rey: Alicia en el Pais de las maravillas | 107 —Habra querido decir: “poco” importante. E| Rey, entonces, comenz6é a murmurar: —Poco importante, muy importante... Ala vez, algunos integrantes del jurado repitieron: “Poco importante” y eso anotaron en sus pizarras. Otros, en cam- bio, anotaron: “Muy importante”. Alicia pensé en aquel sinsentido: “Al fin de cuentas, da lo mismo lo que escriban”. EI Rey, que también habia estado tomando notas en su libreta, exclamd: —Decreto Numero 42: “Toda persona que mida mds de un kilémetro de alto sera expulsada del tribunal”. Alicia protest6: ~Yo no mido un kilémetro. Y ademés ese decreto no exis- te, lo acaba de inventar. De todas maneras, ime voy de aqui! En ese instante hablé el Conejo, dirigiéndose al Rey: —Acaba de hallarse una nueva prueba. Es un papel que acusa directamente a la Sota. —éQué dice el papel? —pregunté la Reina. —Todavia no lo lef, pero parece ser una carta que la pri- sionera escribié a alguien, y por eso es una prueba en su contra. La Sota se defendié: 108 | Lewis Carroll ~Yo no lo escribi. No lleva mi firma. EI Rey intervino, dirigiéndose a la acusada: —Si no lo firmé, eso se vuelve contra usted. Es porque se- guramente ya sabia que se trataba de algo prohibido. Tenia mala intencién. Hubo un aplauso general, ya que a todos les parecié que aquella era la primera cosa sensata que habia dicho el Rey durante el juicio. El Conejo ley6 en voz alta el contenido del papel. No se trataba de una carta, sino de unos versos: Me dijeron que estuviste con ella y que le hablaste de mi; ella elogié mi cardcter y yo anadar no aprendi. Yo di una a ella; ellos, dos a él, tu nos diste tres o mas. Todo volvié a él oa ti, y todo era mio tiempo atras. No dejes que él sepa que ella los queria mas, pues esto tendrd que ser siempre Alicia en el Pais de las maravillas | 109 un secreto entre tu y yo, escondido ante todos fos demas. Tras la lectura, se escuché un murmullo creciente en el tribunal. Sobresalié la voz del Rey: —iEsta es la prueba mas importante que se ha presenta- do en este proceso! La Sota dijo: —dTengo aspecto, acaso, de saber nadar? (Alicia pensé que, en verdad, era poco probable que un naipe de cartén supiera hacerlo). Todos se pusieron a opinar sobre lo leido y sacaron sus conclusiones. Por ejemplo, alguien afirmé que los versos aludfan a la Reina, cuando se decfa “ella”; alguien mas ex- presé que se hablaba alli, sin dudas, sobre las tartas, y otras interpretaciones de ese tipo. Solo fue diferente el comentario de Alicia: —Todo esto me suena a disparate. Los miembros del jurado escribieron en sus pizarras: “Me suena a disparate”. EI Rey ordené que el jurado diera el veredicto, pero la Reina cambié la orden y pidid que primero fuera dada la sentencia. 110 | Lewis Carroll —Es absurdo —dijo Alicia—. No puede haber sentencia antes que veredicto. —iQue le corten la cabeza! —ordené la Reina. Finalmente, Alicia se cansé y dijo que nada de aquello tenia sentido. —A quién le importa lo que digan ustedes —dijo—, si son solo un mazo de cartas. Ofendidos por sus palabras, los naipes se abalanzaron en picada sobre el rostro de Alicia, que solté un grito y, con la mano, comenzé a quitérselos. Entonces, Alicia se dio cuenta de que estaba recostada en la orilla, con la cabeza apoyada sobre la falda de su hermana, y que esta le estaba sacando de la cara, con mucha suavidad, unas hojas que habian caido de los 4r- boles. —Despiértate, Alicia —dijo la hermana—. Dormiste un lar- go rato. —No sabes el suefio rarisimo que tuve —dijo Alicia, tras abrir los ojos y contemplar el paisaje a su alrededor. Y narré las aventuras que habia vivido mientras dormia. Su hermana la escuché y, luego, asintié: —Si, ha sido muy raro tu suefio, Alicia. Ahora, ve a tomar el té, que ya es tarde. Alicia en el Pais de las maravillas | 111 Alicia asf lo hizo pero, mientras corria, siguid pensando en su suefio maravilloso. La hermana continué sentada en la ribera del rio, ante la puesta del sol, y de a poco se fue quedando dormida. Esta vez fue ella quien sofid. Y en su suefio, fa pequena Alicia volvia a relatarle la historia de las sigilosas pisadas de! Conejo Blanco; del Ra- tén que chapoteaba en un mar de lagrimas; del tintinear incesante de las tazas de té de la Liebre de Marzo y sus compajieros... Sin olvidar a fa Reina, siempre ordenando cortar cabezas, al nifiito-cerdo y a la Duquesa, al Grifo ya la Falsa Tortuga, al lagarto Pequefo Bill y a los Conejillos de Indias presentes en el juicio... De ese modo, can los ojos cerrados, la hermana de Ali- cia también creyé hallarse en el Pais de las maravillas, aunque sabia que al abrirlos se encontraria otra vez junto al rio, recostada en la orilla, inmersa en fa misma escena cotidiana. Y el tintinear de las tazas de !a merienda de locos se transformaria en los cencerros de las vacas de un rebajio cercano; los gritos de la Reina, en la voz del pastor que las cuidaba, y asi, aquellas criaturas del suefio se tornarian voces de la hierba susurrando en el viento. Alicia en el Pais de las maravillas | 113

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