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CENTRO DE ESTUDIOS UNIVERSIDAD NACIONAL DEL CENTRO

INTERDISCIPLINARIOS EN DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES


PROBLEMÁTICAS FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS
INTERNACIONALES Y LOCALES
LICENCIATURA EN RELACIONES
INTERNACIONALES

“LA GUERRA DEL CHACO (1932-1935).


Variables internas y externas, y la postura de la Argentina ante
el conflicto”.

MAXIMILIANO ZUCCARINO

TANDIL- Mayo 2010


“LA GUERRA DEL CHACO (1932-1935).
Variables internas y externas, y la postura de la Argentina ante el conflicto”.

Maximiliano Zuccarino

Dirección: Lic. José María Araya (Mag.)

Tesis presentada en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad


Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires para la obtención del
título de grado de la Licenciatura en Relaciones Internacionales

TANDIL- Mayo 2010

2
A mis padres y hermanos. Sin su amor y su apoyo, nada de esto
hubiera sido posible.

A José María Araya y a todo el personal del CEIPIL, por su dedicación y


acompañamiento en este proceso en el cual aprendí a crecer humana e
intelectualmente.

A la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires y a la Facultad


de Ciencias Humanas, y muy especialmente dentro de ella a los docentes de la carrera
de Licenciatura en Relaciones Internacionales, por el adecuado marco institucional y
la dedicación prestados a lo largo de este camino.

Al Estado argentino, por establecer y conservar a lo largo de la historia la educación


universitaria pública y gratuita que permite que miles de estudiantes podamos
acceder a una formación superior. Esta es mi manera de retribuirle, esperando que el
presente trabajo constituya un aporte positivo al campo de la política exterior
argentina.

3
"Están en guerra Bolivia y el Paraguay. Los dos pueblos más pobres de
América del Sur, los que no tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan
mutuamente por un pedazo de mapa. Escondidas entre los pliegues de ambas
banderas, la Standard Oil Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible
petróleo del Chaco. Metidos en la guerra, paraguayos y bolivianos están obligados a
odiarse en nombre de una tierra que no aman, que nadie ama: el Chaco es un
desierto gris, habitado por espinas y serpientes, sin un pájaro cantor ni una huella de
gente. Todo tiene sed en este mundo de espanto. Las mariposas se apiñan,
desesperadas, sobre las pocas gotas de agua. Los bolivianos vienen de la heladera al
horno: han sido arrancados de las cumbres de los Andes y arrojados a estos
calcinados matorrales. Aquí mueren de bala, pero más mueren de sed.
Nubes de moscas y mosquitos persiguen a los soldados, que agachan la cabeza
y trotando embisten a través de la maraña, a marchas forzadas, contra las líneas
enemigas. De un lado y del otro, el pueblo descalzo es la carne de cañón que paga los
errores de los oficiales. Los esclavos del patrón feudal y del cura rural mueren de
uniforme, al servicio de la imperial angurria". (Galeano, 1986:113-114).

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ÍNDICE

Introducción ................................................................................................................... 7

Apartado inicial.

Actualidad y vigencia de la pasada Guerra del Chaco


(o ¿por qué estudiar la Guerra del Chaco?) ................................................................... 28

Capítulo I. El contexto interno y externo de la guerra.

Parte I: El contexto internacional .................................................................................. 36

Parte II: La región del Chaco: una historia conflictiva .................................................. 45

Parte III: Situación en el Paraguay y en Bolivia en los años previos al conflicto


La situación en Bolivia .................................................................................................. 58
La situación en Paraguay ............................................................................................... 66

Parte IV: Aspectos militares y estratégicos ................................................................... 71

Reflexiones finales del capítulo ..................................................................................... 81

Capítulo II. La rivalidad argentino-brasileña y argentino-norteamericana y las


“dos vías” empleadas por el Gobierno argentino. Su influencia en la Guerra del
Chaco y en las negociaciones de paz.

Parte I: La rivalidad argentino-brasileña ....................................................................... 84

Parte II: La rivalidad argentino-norteamericana .......................................................... 103

Parte III: La “doble vía” empleada por el Gobierno argentino .................................... 125

Reflexiones finales del capítulo ................................................................................... 130

Capítulo III. Historia del petróleo y de las principales multinacionales del sector, y
cómo éstas llegaron al Paraguay y a Bolivia.

Parte I: Los albores de una gran industria ................................................................... 133

Parte II: Nace un coloso: Rockefeller y la Standard Oil .............................................. 136

5
Parte III: La Standard ya no está sola: fusión Royal Dutch-Shell e inicio de
la competencia por el control de las reservas internacionales de petróleo .................. 143

Parte IV: Los “locos” años ’20: entre la rivalidad extrema y la cooperación.
Conformación del cartel internacional del petróleo .................................................... 158

Parte V: La Standard Oil of New Jersey en Bolivia y la Royal Dutch-Shell


en Paraguay: crónica de una guerra anunciada (y premeditada) ................................. 165

Parte VI: Bolivia y la Standard Oil of New Jersey ...................................................... 172

Reflexiones finales del capítulo ................................................................................... 193

Capítulo IV. Historia del petróleo argentino y su incidencia en el conflicto del


Chaco.

Parte I: Del descubrimiento del yacimiento de Comodoro Rivadavia


al golpe de Estado de 1930 .......................................................................................... 195

Parte II: Las empresas extranjeras del petróleo en la Argentina (1907-1937) ............ 217

Parte III: La lucha por el petróleo salteño y su importancia en el marco


de la Guerra del Chaco ................................................................................................ 240

Reflexiones finales del capítulo ................................................................................... 253

Capítulo V. Consecuencias y conclusiones.

Las consecuencias de la guerra .................................................................................... 255

Reflexiones finales sobre “Las consecuencias de la guerra” ....................................... 273

Conclusiones finales del trabajo .................................................................................. 275

Bibliografía ................................................................................................................. 285

Anexos

Anexo 1 ........................................................................................................................ 294

Anexo 2 ........................................................................................................................ 296

6
INTRODUCCIÓN

El presente trabajo ha sido realizado en un momento muy especial de la vida


nacional argentina, encontrándonos a las puertas del bicentenario de la Revolución de
Mayo de 1810. El mismo, se centra en uno de los muchos episodios políticos y
diplomáticos acaecidos a lo largo de estos 200 años de historia argentina: la
participación de nuestro país en la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia (1932-
1935), no sólo como principal mediador en dicho conflicto, sino también como parte
interesada en el desenlace final de la contienda.
De esta manera, este estudio, eminentemente de política exterior, pretende poner
de relieve la necesidad de un nuevo marco teórico y la generación de nuevos
paradigmas que permitan interpretar la política exterior de países como la Argentina,
dejando en claro la postura desde aquí adoptada (y esto no es parte del análisis concreto
abordado en el trabajo) de que siempre fue, es y será conveniente para toda Nación con
tales características, llevar adelante una política exterior autónoma, independiente de los
dictados emanados de los grandes centros desarrollados de poder mundial, siendo
mucho más sano para la salud de la patria evitar todo tipo de alineamientos automáticos
y acríticos, tal como se ha pretendido en algunos tramos de nuestra rica historia, y
encarar las diversas situaciones que la arena internacional presenta atendiendo a los
intereses nacionales propios.
En función de lo previamente indicado, hay que aclarar que la justificación para
la realización de este trabajo se halla, no en intentar llenar ese vacío teórico
mencionado, sino más bien en dar acabada cuenta de su existencia de cara a futuros
trabajos analíticos en materia de política exterior, a través de un estudio de caso como lo
constituye la participación argentina en la Guerra del Chaco. Por otra parte, en relación
a lo anterior, es necesario destacar que si se considera que el espectro teórico existente
resulta insuficiente para explicar adecuadamente la actuación de la Argentina en dicho
conflicto, esto surge del estudio de algunos de los principales teóricos que se han
dedicado a analizar los diferentes tipos de inserción y actuación internacional posibles
para países como la Argentina.
Entre estos teóricos, se ha decidido tomar en consideración los aportes de Juan
Carlos Puig, Helio Jaguaribe y Carlos Escudé, a fin de dar cuenta que ninguna de sus
teorías planteadas contempla el particular rumbo adoptado por la política internacional
argentina en los sucesos del Chaco, la cual será desmenuzada a lo largo del presente

7
trabajo pero que, en pocas palabras, podría definirse como una política, por un lado,
independiente, en tanto perseguía frustrar los intentos norteamericanos de establecer una
hegemonía hemisférica, pero, al mismo tiempo, elaborada en gran medida en función de
los intereses británicos, a lo que hay que agregar, claro está, la existencia de intereses y
objetivos propios de la dirigencia nacional y de los sectores política y económicamente
más influyentes en el país.
En definitiva, ¿se trató de una política exterior independiente? En ese caso
¿independiente respecto a quién? ¿O fue una política dual, que combinaba cierta dosis
de independencia nacional, respecto a Estados Unidos por ejemplo, a la vez que
incorporaba elementos de dependencia respecto a Gran Bretaña? Al tipificar los
diferentes modos de inserción y actuación internacional, los autores citados omiten esta
última posibilidad planteada, la cual no se enmarcaría dentro de ninguna de las
explicaciones por ellos brindadas.
Escudé, por ejemplo, en su obra El realismo de los Estados débiles1, al analizar
la historia de la política exterior y de la diplomacia argentina, se encuentra con un
camino plagado de confrontaciones. Según él, la Argentina sistemáticamente antagonizó
con los Estados Unidos en foros diplomáticos, rechazó la Doctrina Monroe y fue neutral
durante ambas guerras mundiales (Escudé, 1995). Luego el autor enumera otras tantas
actitudes desafiantes llevadas adelante por nuestro país, que por cuestiones cronológicas
no incumben al presente trabajo. De todas formas, lo que aquí interesa es lo que el autor
pretende demostrar: que esa actitud argentina hacia los Estados Unidos generó una
“memoria histórica” negativa en la potencia del norte respecto a nuestro país, la cual se
tradujo, a partir de la segunda post-guerra, en un boicot norteamericano hacia la
Argentina, haciendo que los costos de ese permanente desafío resultaran altísimos. Todo
ello queda resumido en la siguiente frase:

“(...) con frecuencia, los costos para los débiles de no hacer lo que ‘deben’ (es decir, los costos de desafiar
a los fuertes) son mayores que los costos del consentimiento”. (Escudé, 1995:19).

De la afirmación precedente, se desprende, como corolario,

“(...) la sabiduría elemental de evitar las confrontaciones con las grandes potencias aun cuando tales
confrontaciones no generan costos inmediatos para el Estado periférico, siempre que dichas

1
Escudé, Carlos (1995) “El realismo de los Estados débiles. La política exterior del primer Gobierno
Menem frente a la teoría de las relaciones internacionales”, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires.

8
confrontaciones no estén vinculadas a los intereses económicos directos o a los intereses políticos más
inmediatos”. (Escudé, 1995:162).

En consecuencia, el autor construye su teoría del “Realismo periférico”, que


implicaría un tipo ideal de política exterior basado en la premisa de que el objetivo
prioritario de un Estado periférico debe ser el desarrollo económico, en contraposición
con la premisa realista según la cual los Estados bregan principalmente por poder
político-militar y/o seguridad, evitando los costos de confrontaciones políticas y
cualquier desafío al liderazgo estadounidense que no esté vinculado al desarrollo y a los
intereses materiales del país (Escudé, 1995).
A mi entender, y jugando con la definición que en ese mismo libro Escudé
brinda acerca de la autonomía, el “Realismo periférico” que plantea sería algo así como
“elegir autónomamente” de quién depender, con lo cual no concuerdo en absoluto en
cuanto a estrategia a la hora de encarar las relaciones internacionales de ningún país.
No obstante, el objetivo de incluir estos fragmentos de la obra de Escudé no es
criticar su concepción de la política exterior más conveniente a adoptar por un país
como la Argentina, sino dar cuenta de que en su análisis, el autor, al abordar las
relaciones entre nuestro país y los Estados Unidos, pasa de remarcar un estado de
confrontación extrema (que según él se mantuvo hasta la llegada de Menem al poder en
1989) a proponer, como solución a la misma un alineamiento automático con los
Estados Unidos, lo cual efectivamente se llevó a cabo en los años ’90 del pasado siglo,
en gran medida debido a su influencia. Es decir, que Escudé no contempla en su análisis
un término medio en las relaciones bilaterales con la potencia hegemónica y, menos
aun, la posibilidad que se planteó durante los años de la Guerra del Chaco: una postura
por parte de nuestro país que fuese al mismo tiempo autónoma y dependiente
simultáneamente, respecto a dos centros de poder diferenciados y en pugna. Por tanto,
recurrir a este autor no aclararía el panorama de hasta qué punto la postura argentina en
la contienda entre paraguayos y bolivianos fue un acto representativo de autonomía o de
dependencia internacional.
El nuevo escenario internacional2 es una rica producción teórica elaborada por
el eminente politólogo brasileño Helio Jaguaribe. La misma contiene una estratificación
del sistema internacional por parte del autor, quien, analizando el mundo de la segunda
post-guerra, designa al nuevo orden resultante como “sistema interimperial”, en virtud

2
Jaguaribe, Helio (1985) “El nuevo escenario internacional”, Fondo de Cultura Económica, México.

9
de la preeminencia que llegaron a ostentar por aquellos años los Estados Unidos y la
Unión Soviética. El primero de estos dos países ocupaba el más alto de los cuatro
niveles en los que Jaguaribe divide al nuevo escenario mundial, denominado primacía
general, la cual gradualmente estaba siendo alcanzada por la Unión Soviética, que se
hallaba aun en el segundo nivel: primacía regional, al cual también estaba accediendo
China (Jaguaribe, 1985). Pero lo que más nos interesa en el presente análisis son los dos
últimos niveles, a saber: la autonomía y la dependencia. En cuanto a la primera, dice
Jaguaribe que

“La condición de autonomía, sin asegurar la inexpugnabilidad del territorio, se caracteriza por el hecho de
que los titulares disponen de medios para imponer severas penalidades materiales y morales a un eventual
agresor. Disponen además de un margen bastante amplio de autodeterminación en la conducción de sus
negocios internos y de una apreciable capacidad de actuación internacional independiente. En este nivel
se sitúan los países de la Europa Occidental (...) como también el Japón y China”. (Jaguaribe, 1985:27-
28).

El autor complementa la explicación distinguiendo otros tipo de autonomía, la


regional, restringida a una zona determinada sin adquirir aun vigencia mundial; y la
sectorial, ejercida sólo en el plano económico en virtud de la posesión de determinadas
ventajas comparativas (Jaguaribe, 1985).
En cuanto a la dependencia, Jaguaribe sostiene que en este estado se encuentra la
gran mayoría de los países del mundo, los cuales

“(...) poseen nominalmente la condición de Estados soberanos, dotados de órganos propios de gobierno y
acreditados como interlocutores independientes ante los otros Estados y organismos internacionales. A
pesar de esta situación esos países dependen, dentro de diversas modalidades de control, de decisiones y
factores que les son externos y emanan de países que están dotados de primacía general o regional, y en
algunos casos y en forma más limitada de potencias medias autónomas”. (Jaguaribe, 1985:28).

Antes de adentrarnos en lo anteriormente expuesto, es justo reconocer que el


autor basa su análisis en el contexto internacional de los años posteriores a 1945,
mientras que la Guerra del Chaco aconteció en la década de 1930, por lo tanto la
transpolación de sus ideas de una época a otra para el estudio de sucesos que no
pretendían ser analizados bajo ese marco teórico es, sin dudas, arbitraria. No obstante,
podría considerarse que los mayores cambios acontecidos en la arena internacional tras
la Segunda Guerra Mundial se dieron, principalmente, en los dos niveles más altos (a
los cuales no caben dudas la Argentina nunca perteneció), pudiendo quizás ser

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aplicables los criterios señalados por el autor en función de los dos niveles más bajos,
que son los que en definitiva interesan a los fines de este trabajo. Hecha esta salvedad,
podría afirmarse que al analizar bajo la óptica de Jaguaribe la participación argentina en
la Guerra del Chaco, nos encontramos nuevamente con una marcada insuficiencia para
explicarla fielmente. Si consideramos el grupo de países que Jaguaribe califica de
“autónomos”, claramente la Argentina no podría caer bajo esa denominación, ya que se
trata de Naciones más avanzadas en muchos aspectos respecto de la nuestra. Tanto es
así que el propio autor no menciona a nuestro país entre los “autónomos”.
Sin embargo, quizás sí podría caberle a la Argentina tal calificativo en el sentido
de ejercer una “autonomía regional” o una “autonomía sectorial”. En cuanto a la
primera, se analizará a lo largo del presente trabajo la histórica rivalidad argentino-
brasileña por ganar influencia en la zona y erigirse allí como Nación dominante.
Respecto de la “autonomía sectorial”, sin dudas la Argentina cuenta con enormes
“ventajas comparativas” para la producción de cultivos de clima templado y la
ganadería. Por tanto, de acuerdo a esta clasificación, podría tomarse a la Argentina
como un país relativamente autónomo (regional y/o sectorialmente) antes de la Segunda
Guerra Mundial. Pero al mismo tiempo se observa que la Argentina de aquellos años
también presentaba notorios rasgos de dependencia, en tanto su economía, tan
estrechamente ligada a la británica, podría decirse que en gran medida dependía de
factores externos emanados, en este caso, de una “potencia media autónoma”. Una vez
más aparece aquí el inconveniente de la tipificación: si la Argentina de los años ’30 no
cuajaba adecuadamente en los parámetros ni de la autonomía ni de la dependencia
señalados por Jaguaribe, se hace evidente que su accionar en un conflicto internacional
desatado en 1935 como el del Chaco, que incluyó una compleja maraña de intereses
cruzados, tampoco es susceptible de ser correctamente explicado por esta teoría.
Por último, Juan Carlos Puig encara la situación desde otro ángulo, pero su
análisis también resulta fallido a la hora de intentar explicar la política exterior
argentina durante la Guerra del Chaco. En su obra América Latina: políticas exteriores
comparadas3, en vez de tomar un espacio y un tiempo determinados como lo hace
Jaguaribe (escenario internacional, años posteriores a 1945), Puig opta por trabajar con
el proceso que lleva a una Nación de la dependencia a la autonomía, distinguiendo
cuatro fases:

3
Puig, Juan Carlos (1984) “América Latina: políticas exteriores comparadas” Tomo I, Grupo Editor
Latinoamericano, Buenos Aires.

11
“I) Dependencia para-colonial. En este escalón, el Estado posee formalmente un gobierno soberano (o
sea, órganos nacionales de decisión) y no es una colonia, pero en realidad los grupos que detentan el
poder efectivo en la sociedad nacional no constituyen otra cosa que un apéndice del aparato gubernativo y
de la estructura del poder real de otro Estado (...) II. Dependencia nacional. La dependencia es nacional
cuando los grupos que detentan el poder real (...) racionalizan la dependencia, y por tanto, se fijan fines
propios que pueden llegar a conformar un ‘proyecto nacional’ (...) la situación de dependencia se acepta,
pero sometida a la aspiración de sacar el máximo provecho de ella; a veces, porque se considera que es lo
más conveniente, dados los condicionantes existentes, desde el punto de vista de la élite; a veces porque
se la visualiza como un paso indispensable para el logro de una mayor autonomía en el futuro. Por eso, se
imponen algunos límites a la acción (...) de la potencia dominante. (...) Si los dominantes trataran de
ultrapasarlos, provocarían una resistencia (...) III. Autonomía heterodoxa. En este estadio (se sigue)
aceptando la conducción estratégica de la potencia dominante, pero (...) (se discrepa) abiertamente con
ella por lo menos en tres cuestiones importantes: a) en el modelo de desarrollo interno (...) b) en las
vinculaciones internacionales que no sean globalmente estratégicas; c) en el deslinde entre el interés
nacional de la potencia dominante y el interés estratégico del bloque (...) IV. Autonomía secesionista. La
secesión significa el desafío global. El país periférico corta el cordón umbilical que lo unía a la metrópoli:
(...) (se decide) sin tener en cuenta (...) los intereses estratégicos globales de la potencia dominante como
conductora del bloque del cual se retira”. (Puig, 1984:74-79).

El hecho de definir Puig tan tajantemente cada uno de los estratos, tal como
sucede también en el caso de la clasificación elaborada por Jaguaribe, hace que sea
imposible encuadrar políticas exteriores eclécticas como la llevada adelante por la
Argentina durante el conflicto por el Chaco Boreal y las posteriores negociaciones de
paz en tan sólo uno de esos ítems. Respecto del análisis de Puig, por ejemplo, quizás la
“dependencia nacional” es la que más se ajusta a la realidad de la época para nuestro
país, ya que, en gran medida, la estrecha relación que se mantenía con Gran Bretaña era
funcional a los intereses de la oligarquía nacional, la cual, por así decirlo, aceptaba (y
hasta festejaba) esa situación de dependencia.
Puig, decididamente ubica a la Argentina dentro del marco de la “dependencia
nacional”, pero unos años antes, en el siglo XIX, y sostiene que por aquel entonces la
vía autonomista fue descartada racionalmente por los más conspicuos arquitectos del
proyecto decimonónico argentino (Puig, 1984). Pero al mismo tiempo, existían también
rasgos de “autonomía heterodoxa”, en tanto y en cuanto, si bien no se terminaba de
aceptar la conducción estratégica de la potencia dominante en el plano hemisférico
(Estados Unidos), sí se discrepaba abiertamente con ella en múltiples cuestiones (muy
especialmente en el punto “c” referido por Puig), tal como se podrá apreciar a lo largo

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del presente trabajo, sin por eso llegar al extremo de la “autonomía secesionista”. La
teoría demuestra en este caso, una vez más, ser insuficiente.
De todo lo anteriormente expuesto, vuelvo entonces a lo indicado al principio: si
bien todas tienen elementos para rescatar, ninguna de las teorías mencionadas permite
por sí misma explicar concienzudamente la postura exterior argentina durante la Guerra
del Chaco.
Ahora bien, yendo al análisis concreto del cuerpo del presente trabajo, cabría
mencionar que el mismo consta de un breve apartado inicial y de cinco capítulos, el
último de los cuales contiene las conclusiones a las que se ha arribado tras la realización
del mismo.
El apartado inicial pretende brindar una perspectiva actual de la Guerra del
Chaco, al abordar la firma, en abril del año 2009 en nuestro país, bajo los auspicios de
la Presidente Cristina Fernández y con la participación de los Presidentes Evo Morales,
de Bolivia, y Fernando Lugo, del Paraguay, y sus respectivos Cancilleres; del Acta
definitiva de límites entre estas dos hermanas Repúblicas, la cual fue fruto de la labor de
una Comisión Mixta encargada de delimitar el terreno. Tanto la conformación de dicha
Comisión como los límites definitivos que ésta habría de fijar, fueron consecuencia
directa de la guerra que enfrentó a bolivianos y paraguayos en la década de 1930, la cual
es eje central del presente trabajo. Esto, permite no sólo constatar que los efectos de
aquella devastadora contienda aun perduran, sino también, y más importante para los
fines de esta tesis, que el rol jugado por la Argentina en las negociaciones de paz que
pusieron fin a dicho conflicto fue tan gravitante que se escogió una vez más a nuestro
país, más de 70 años después, como sede para la firma del acuerdo definitivo.
El primer capítulo está destinado al análisis de los principales antecedentes
vinculados al estallido de la Guerra del Chaco, así como también al contexto en que la
misma se produjo. En lo referido a los antecedentes, se hace un racconto de los diversos
intentos previos de dar una solución efectiva al diferendo por el Chaco Boreal entre el
Paraguay y Bolivia, destacando cómo en la mayor parte de los mismos la Argentina
jugó un papel de gran relevancia y en qué medida las tesis sostenidas por cada una de
las partes, sobre las cuales apoyaban sus reclamos territoriales, eran no sólo diferentes
sino, peor aun, inconciliables. Respecto del contexto en que se desenvolvió el conflicto
y los años previos al mismo, se trabaja sobre dos vías: el contexto internacional y el
contexto interno tanto del Paraguay como de Bolivia.

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En lo que se refiere al contexto internacional, se otorga preponderancia al
análisis de cómo influyeron en el estallido de la guerra, en el resultado de la misma y en
la situación interna tanto de los contendientes como de la Argentina, cuestiones tales
como el crack de la bolsa neoyorquina de 1929 y la posterior “Gran depresión”
mundial; el cambio de potencia hegemónica global, ubicándose los Estados Unidos
como principal rector de los asuntos internacionales; el cambio de rumbo adoptado por
este último en cuanto a su política exterior con la llegada de Roosevelt al poder y su
estrategia hemisférica de la “Buena vecindad”; y el fundamental cambio de paradigma
energético internacional que colocó al petróleo por encima del carbón como principal
insumo.
Por otra parte, en cuanto al contexto interno de los países involucrados, se hace
hincapié en que ambos se hallaban en periodos de recuperación post-bélica (Paraguay
tras la Guerra de la Triple Alianza y Bolivia luego de la Guerra del Pacífico), lo cual
condicionó no sólo la situación y desarrollo interno de estas Repúblicas, sino que
también las obligó a establecer vínculos estratégicos para poder salir adelante. Mientras
Bolivia se inclinó por recibir ayuda de los Estados Unidos y manifestar una persistente
desconfianza hacia la Argentina, el Paraguay se vio mucho más atado a esta última, la
cual disputaba el control político y económico en el país guaraní acérrimamente con el
Brasil.
Hacia el final del capítulo, a fin de brindar una perspectiva integral de la
situación imperante, se realiza un somero análisis acerca de la situación estrictamente
militar en que cada bando se hallaba al momento de iniciarse las hostilidades, dando
cuenta, entre otras cosas, de la carrera armamentista desatada entre paraguayos y
bolivianos en los años previos al conflicto.
En el segundo capítulo se trabaja sobre tres ejes principales: la rivalidad
argentino-brasileña, la rivalidad argentino-norteamericana, y los dos caminos diferentes
que decidió transitar el Gobierno argentino para satisfacer sus intereses en el Chaco;
todo ello en virtud de la implicancia que tales cuestiones tuvieron en el devenir de las
alternativas del conflicto que se está analizando. En lo referido al primero de los tres
puntos señalados, el capítulo destaca la histórica influencia que ambas Naciones
ejercieron en la región, fundamentalmente en el Paraguay, lo cual es motivo de
profundas reflexiones al respecto en tanto tuvo una incidencia directa en el desarrollo
del país guaraní en los años previos a la guerra y, más aun, en los intereses en juego en
dicha contienda. Paralelamente se hace referencia a las distintas instancias por las que

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atravesaron las negociaciones de paz, que acabaron encontrando a la Argentina y al
Brasil de un mismo lado.
En cuanto a la competencia entre nuestro país y los Estados Unidos, se señala
que la misma proviene de situaciones anteriores y totalmente ajenas a la Guerra del
Chaco, constituyendo las tratativas de paz para poner fin a ese conflicto bélico un
eslabón más en la larga cadena de desentendimientos y rivalidad entre ambas Naciones.
Así, los vaivenes experimentados durante las negociaciones son nuevamente retomados
en este segmento del segundo capítulo. Simultáneamente, se intenta poner de relieve en
qué medida la pugna entre argentinos y norteamericanos fue, en parte, una
manifestación más de la lucha sin cuartel que por aquella época estaban librando los
capitales estadounidenses y británicos por ganar mercados e influencia, en América
Latina en general y en la Argentina en particular.
La tercera y última parte del capítulo aborda la cuestión de la existencia de dos
vías diferentes empleadas por el Poder Ejecutivo argentino para encarar la cuestión del
Chaco: por un lado, la vía diplomática, cuyo paradigma fue el Canciller Saavedra
Lamas y sus infatigables gestiones por alcanzar la paz entre los contendientes, y por
otro, la grosera ayuda prestada desde el Ministerio de Guerra argentino al Paraguay,
violando abiertamente la neutralidad; siendo ambas estrategias consecuentes, como se
verá, con el manifiesto propósito de la dirigencia argentina de intentar lograr un
incremento de su prestigio internacional, apareciendo como el mentor de la paz,
produciendo al mismo tiempo un beneficio concreto para el Paraguay en la disputa, ya
que este país se había siempre mostrado como un aliado de los capitales argentinos y
británicos instalados en la región.
Dada la enorme importancia que, como se podrá apreciar en el cuerpo del
trabajo, tuvo la cuestión del petróleo en la Guerra del Chaco, se consideró conveniente
incluir dos capítulos que reflejaran en toda su dimensión la trascendencia de este punto.
Uno de ellos es el tercer capítulo, en el cual se realiza una detallada descripción, a modo
de contexto, del desarrollo de la industria petrolera desde sus orígenes hasta el momento
del mencionado conflicto. En el marco de esta descripción, se ha hecho hincapié en el
nacimiento y crecimiento de las dos principales empresas que por aquel entonces
dominaban el sector: la Royal Dutch-Shell, de capitales anglo-holandeses, y la Standard
Oil (luego Standard Oil of New Jersey), de capital estadounidense. Si se ha decidido
poner el acento en estas firmas es por el hecho de que las mismas se hallaban instaladas
operando en el Paraguay y en Bolivia respectivamente, y se las considera como unas de

15
las principales instigadoras del conflicto por el Chaco Boreal, con el objetivo de
acaparar para sí tierras presuntamente ricas en petróleo.
Tras dar cuenta de su establecimiento en suelo paraguayo y boliviano y del
desmesurado crecimiento e influencia que adquirieron allí, se procede a conceder
especial atención a los manejos que la Standard Oil of New Jersey llevó a cabo en
Bolivia en los años previos e incluso posteriores a la guerra, apoyando primero a su
anfitrión en búsqueda de una salida atlántica para su producción encerrada, y
boicoteando sus esfuerzos bélicos después, ante las escasas perspectivas de triunfo, lo
cual le valió su expulsión del país del Altiplano años más tarde.
El cuarto capítulo está elaborado en la misma tónica que el tercero, en tanto y en
cuanto continúa con el análisis petrolífero de la cuestión, haciéndose referencia a los
mismos dos grandes trusts del petróleo mundial. Mas en este caso el análisis se centra
en la actuación que estas empresas tuvieron en la Argentina, y cómo esto influyó en la
postura adoptada por nuestro país frente al problema limítrofe entre paraguayos y
bolivianos. Para comprender cabalmente la trama de intereses tejida en torno a esta
cuestión, se hace necesario conocer lo más acabadamente posible el proceso al que
estuvo sujeta la industria petrolera nacional, desde el descubrimiento de petróleo en
1907 en Comodoro Rivadavia hasta el límite cronológico impuesto a este capítulo, es
decir, 1937/1938.
Primeramente, el capítulo intenta poner de manifiesto la diferente situación,
respecto de otras experiencias, con la que se encontraron los trusts extranjeros del
petróleo luego de instalarse en territorio argentino, habida cuenta de la existencia en
nuestro país de una empresa estatal, Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF de aquí en
más), que competiría con ellos, iniciándose así una doble pugna por el mercado y la
producción locales entre las empresas privadas y la estatal por un lado, y entre las
firmas anglo-holandesa y norteamericana entre sí, por otro.
En este contexto, se decidió poner énfasis en la política contraria a la
introducción de capitales extranjeros y de nacionalización del petróleo encarada desde
la repartición fiscal y desde los sucesivos Gobiernos radicales de la época, y en la
consiguiente lucha desatada entre éstos y las firmas foráneas que pretendían, a través de
múltiples ardides, continuar explotando nuestro petróleo.
En consecuencia, se aborda en forma detallada el manejo que las empresas
petroleras extranjeras llevaron adelante en el país durante aquellos años, otorgando gran
relevancia a en qué medida las mismas influyeron en el golpe de Estado de 1930.

16
Vinculado a lo anterior, un lugar destacado dentro del capítulo lo ocupa el estudio del
caso salteño y la lucha por el manejo del petróleo en esa Provincia entre la Standard Oil
of New Jersey e YPF, el cual es analizado en profundidad, no sólo por ser
paradigmático en lo que respecta a la injerencia de los trusts petroleros en nuestro país,
sino también debido a la enorme influencia que su desarrollo tuvo en el devenir de los
acontecimientos acaecidos en el Chaco Boreal. Las vicisitudes del mismo, así como de
la política adoptada por la Argentina respecto de las compañías extranjeras, intentan ser
retratados fielmente al analizar los evidentes cambios registrados entre el periodo previo
a 1930 y los años posteriores, culminando con la firma de los acuerdos de 1936 y 1937
en los cuales YPF pacta con los trusts.
De igual modo, se busca evidenciar en qué medida el año 1930 constituyó una
bisagra en lo que respecta a la política llevada adelante por las autoridades nacionales en
la cuestión puntual del Chaco Boreal, más específicamente en lo atinente a la
explotación del petróleo regional y al tendido de oleoductos, y cómo esto influyó
concretamente en el estallido de la guerra; política que, por otra parte, también sufrió
alteraciones aun en el transcurso del lapso post-golpe de Estado en función de la
inclinación pro-británica o pro-norteamericana de los Gobiernos sucesivos.
El quinto y último capítulo está destinado por entero a realizar un balance, en
primera instancia, de lo que dejó la Guerra del Chaco y de si los objetivos que se
planteó la Argentina al decidirse a participar activamente en la resolución de la
contienda se vieron o no satisfechos. En relación al planteo inicial, se especifica que, si
bien es discutible si el resultado final del fallo arbitral tras el conflicto armado favoreció
al Paraguay o a Bolivia, lo que no admite dudas es que este dramático acontecimiento
significó un hito en la historia de ambas Naciones sudamericanas, provocando grandes
cambios políticos, sociales y económicos en ellas.
En el Paraguay sobrevino, pocos años después, la dictadura más larga de la
historia latinoamericana, la cual fortaleció allí la posición de los intereses brasileños y
norteamericanos, en detrimento de los argentinos. En Bolivia, si bien al principio del
periodo post-bélico se adoptaron medidas nacionalistas, como la expulsión de la
Standard Oil of New Jersey, y por momentos se produjo un acercamiento a la
Argentina, incluso más firme que antes y basado en la riqueza petrolera que había
quedado en sus manos; se siguió una tendencia similar, con el gradual desplazamiento
de los intereses rioplatenses del país del Altiplano. En lo político, la caída del régimen

17
de los barones del estaño fue una consecuencia lógica de la derrota militar y de la crisis
de 1929, asumiendo el control del Estado los militares derrotados en el Chaco.
En cuanto a la Argentina, lo que se intenta explicitar es, como se mencionara,
hasta qué punto el país alcanzó los objetivos que lo llevaron a inmiscuirse directamente
en la resolución de la controversia, concluyendo que estos sólo se satisficieron
parcialmente, ya que si bien el país logró una dosis de prestigio internacional importante
con el otorgamiento del Premio Nobel a Saavedra Lamas (lo cual es notoriamente
resaltado, entre otras cosas, debido al espíritu pacifista demostrado, más allá de que en
muchos periodos las negociaciones de paz se vieron entorpecidas por el propio Canciller
argentino en virtud de la situación más o menos favorable del Paraguay en la
contienda); en cuestiones más concretas los intereses argentinos se vieron perjudicados
al conseguir Bolivia una salida indirecta vía Brasil para su petróleo y al alejarse, tanto
este país como el Paraguay, gradualmente de su esfera de influencia, asegurándose para
los intereses anglo-argentinos en la región chaqueña tan sólo la explotación de grandes
quebrachales que, de todas formas, ya poseían antes del conflicto armado.
Por último, el capítulo incluye las conclusiones generales del trabajo, las cuales
retoman muchos de los puntos señalados en esta introducción, a fin de realizar un
balance integral del mismo y de corroborar (o no) las hipótesis aquí planteadas.

Fuentes utilizadas

En cuanto a las fuentes utilizadas y a la bibliografía consultada para realizar este


trabajo, cabe señalar que las hay de distinto tipo. Si bien se ha procurado hacer hincapié
en obras escritas (de hecho la mayor parte del material utilizado para la realización de
este trabajo es de esa índole), también se ha recurrido con cierta asiduidad a
información disponible en internet. Este último medio resultó especialmente útil para la
realización del apartado inicial, ya que permitió a quien escribe acceder a las
publicaciones periódicas de los diversos países relacionados con la cuestión que se está
analizando (Argentina, Bolivia, Brasil, Estados Unidos y Paraguay).

Enfoque teórico adoptado

Para la realización de este trabajo, como se ha visto, se ha utilizado una vasta


bibliografía (81 obras o artículos consultados en total). Sin embargo, algunos autores

18
podrían ser considerados, por diferentes motivos, como el sustento teórico más
importante. Entre las razones que permiten distinguir y colocar a algunos sobre otros en
la consideración general, se encuentran la afinidad que el pensamiento de los mismos
tiene respecto de mis propias opiniones, así como también la reiteración con la que han
sido citados, la diversidad de capítulos y ejes temáticos en los que se ha decidido
recurrir a sus análisis, y el número de obras de cada autor que han sido consultadas. De
esta manera, podría decirse que autores tales como Efraím Cardozo, Beatriz Figallo,
Mario Rapoport, Gabriela Dalla Corte, Beatriz Solveira, Enrique Mosconi, Carl Solberg
y Nicolás Gadano constituyeron importantes fuentes a la hora de llevar a cabo la
presente investigación. Todos ellos cubren, por separado, uno u otro de los puntos
señalados. Sin embargo, tres autores (o grupo de autores) se destacan por el hecho de
abarcar, cada uno, la mayoría de esos ítems, lo que me ha llevado a considerarlos el
principal soporte teórico de esta obra. Ellos son Mayo, Andino y García Molina, Sergio
Almaráz, y Carlos Escudé. Tanto los tres primeros autores citados como Almaráz basan
sus respectivas obras en la cuestión del petróleo, mientras que Escudé (de ahí su
importancia) elaboró una obra dentro de la cual se encuentra el tema central que atañe a
esta tesis plasmado con gran precisión y extensión.
En cuanto a Mayo, Andino y García Molina, en su obra La diplomacia del
petróleo: 1916-19304 abordan no solamente las vicisitudes de nuestra industria
petrolera, sino también la postura de los Estados Unidos (clave para entender muchas de
las situaciones analizadas a lo largo del trabajo) ante la cuestión del petróleo y, más
concretamente, de sus empresas petroleras en el exterior, particularmente la Standard
Oil of New Jersey, y dentro de ella, su reacción ante el programa de nacionalización
petrolera auspiciado por el radicalismo entre 1927 y 1930 (Mayo, Andino y García
Molina, 1983). Además, tal como los propios autores reconocen, al llevar adelante la
investigación se vieron forzados a rozar otros asuntos relativos a las relaciones
exteriores que, aunque distintos al que los ocupaba, tuvieron parte en el resultado final
de su obra (Mayo, Andino y García Molina, 1983), lo cual hizo que su labor resultara
muy provechosa en diversos ámbitos a los fines del presente trabajo. No obstante, la
importancia concedida a la producción de estos autores no radica solamente en ello, sino
que también se basa en el enfoque que los mismos decidieron imprimirle a su análisis.
Según sus palabras, ellos se abocaron a

4
Mayo, Carlos; Andino, Osvaldo y García Molina, F. (1983) “La diplomacia del petróleo: 1916-1930”,
Centro Editor de América Latina, Buenos Aires.

19
“Hacer historia científica, esto es, con la verdad como objetivo prioritario de la investigación (...) a
menudo dolorosa y ciertamente menos grata que la tentación de fabricarse un pasado a la medida de las
propias convicciones. (...) En historia, creemos es siempre preferible la precisión del diagnóstico, por más
doloroso que nos pueda resultar, a la inexactitud de la mentira piadosa”. (Mayo, Andino y García Molina,
1983:8).

Idéntico enfoque es el que pretende darse a este trabajo, por lo que, desde el
vamos, no puedo dejar de identificarme con la postura adoptada por los autores. Esa
identificación llega a ser completa desde el momento en que los mismos, en la
introducción de su obra, señalan que

“Como ciudadanos sentimos la necesidad de confesarle al lector que nos contamos entre quienes
sostienen que nuestra riqueza petrolífera debe estar controlada por el Estado, por medio de Y.P.F., y libre,
por tanto, de la influencia de los grandes consorcios petroleros”. (Mayo, Andino y García Molina,
1983:9).

Si bien es cierto que esta temática no constituye el eje central de la tesis, sí lo es


el espíritu que se desea proporcionarle, por lo que, sin dudas, es éste otro de los motivos
que me han llevado a considerar a estos autores como imprescindibles a la hora de
realizar mi investigación.
Sergio Almaráz ha sido otro de los autores claves a la hora de la elaboración de
esta obra. Si bien, como se ha señalado, su libro Petróleo en Bolivia5 se centra,
lógicamente, en los aspectos referidos al mencionado hidrocarburo, el análisis de este
historiador boliviano es decididamente amplio, lo que lo ha hecho susceptible de ser
incorporado en diversos puntos del trabajo. Además, y en el mismo sentido que los
autores previamente citados, Almaráz sostiene para su país la defensa de la explotación
petrolífera estatal y, lo que es aun más trascendente a los fines de este trabajo, la
necesidad de autonomía y el carácter popular (en el sentido de contar con la aprobación
de la ciudadanía) que debe tener la adopción de decisiones en materia de políticas
públicas, dentro de las que se enmarca, claro está, la política exterior.

“Cuanto más pronto se arme la conciencia nacional con los conocimientos necesarios para comprender la
naturaleza de nuestro problema petrolero, tanto más fácil y naturalmente se encontrarán las soluciones
adecuadas que aseguren el carácter nacional de la explotación de esta riqueza. No podemos olvidar que en
éste, como en todos los órdenes de la vida nacional, la última palabra tendrá que ser dicha por el pueblo
boliviano”. (Almaráz, 1958:VIII).

5
Almaráz, Sergio (1958) “Petróleo en Bolivia”, Editorial. Juventud, La Paz.

20
El tercer autor que considero crucial para la realización del presente trabajo es
Carlos Escudé, con quien no concuerdo en muchas de sus apreciaciones, especialmente
en sus análisis de política exterior, como es el caso de lo analizado previamente en esta
introducción. No obstante, la riqueza de su obra Historia General de las Relaciones
Exteriores de la República Argentina6 es innegable, y de la misma me he servido para
extraer numerosos pasajes y citas que contribuyeron a la construcción de esta tesis. En
su libro, Escudé analiza cuestiones directamente vinculadas a lo que constituye materia
de análisis de este trabajo, y lo hace dedicando subtítulos específicos de su obra a temas
tales como Las relaciones de la Argentina con Bolivia y Paraguay, y Las relaciones
argentino-brasileñas en el contexto de la guerra del Chaco. En la introducción del
primero de estos dos títulos, Escudé esgrime una idea con la cual concuerdo, y que
resulta clave a la hora de entender una de las razones del por qué de la presente obra.
Dice el autor:

“Los estados ‘débiles’ como Bolivia, Paraguay y Uruguay jugaron un rol crucial en el delicado equilibrio
de poder entre las naciones ‘fuertes’ de la subregión, es decir, la Argentina, Brasil y Chile. (Escudé,
2000).

Como es evidente, resulta imposible soslayar la importancia y la relación directa


que el mencionado segmento de su obra mantiene con ésta, máxime proviniendo de un
respetado analista, el cual avala muchas de sus afirmaciones con numerosas citas y
referencias a otros autores, en muchos casos especialistas en la materia. Persiguiendo la
intención de evitar todo tipo de polémicas, me limitaré simplemente a transcribir lo que
Escudé ha decidido plasmar al referirse, en una suerte de introducción de su obra, a los
propósitos que la misma persigue. Sostiene que esta

“(...) aspira a llenar un vacío importante en la bibliografía especializada en las relaciones exteriores
argentinas. Hasta ahora, las escasas publicaciones generales sobre el tema fueron fragmentarias,
incompletas y muchas veces obsecuentes con el Estado. Para suplir este déficit, esta colección busca
compendiar información procedente de las más diversas fuentes”. (Escudé, 2000).

De ser esto tal cual lo plantea el autor, es decir, un análisis exento de


obsecuencias e intereses personales, bienvenido sea. Pero, como se ha mencionado, no
ha sido precisamente el enfoque dado por Escudé a los asuntos tratados, ni su
concepción general de la historia y de las relaciones internacionales de nuestro país lo

6
Escudé, Carlos (2000) “Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina”, en
http://www.cema.edu.ar/ceieg/arg-rree/9/9-047.htm

21
que me condujo a incluirlo entre los autores e historiadores más destacados a la hora de
abordar la temática de la participación argentina en la Guerra del Chaco, sino más bien
el irrefutable carácter serio e investigativo de su obra y la abundancia de temáticas
estrechamente vinculadas a esta tesis que la misma brinda.
Por último, y en otro orden de cosas, quisiera hacer mención a un autor, el cual
me ha servido como guía, ya que de él me he valido a la hora de adoptar un enfoque
analítico adecuado con el cual encarar el presente trabajo de tesis. Se trata de Alberto
van Klaveren, más específicamente su obra El análisis de la política exterior
latinoamericana: perspectivas teóricas7. En dicho trabajo, este autor pone énfasis en el
hecho de que el comportamiento externo de los países latinoamericanos no responde a
una sola variable, sino que, por el contrario, es resultado de una multiplicidad de
factores, que clasifica en externos (incluye perspectivas sistémicas, de política del
poder, de la dependencia, y cuantitativas sobre dependencia y política exterior) e
internos (orientación del tipo de régimen, procesos de toma de decisiones y política
interna, política burocrática y liderazgo) (van Klaveren, 1984).
En cuanto a los factores externos, van Klaveren señala, en términos generales,
que los mismos tienden a concentrarse en variables originadas fuera de los países
latinoamericanos para explicar sus comportamientos externos (van Klaveren, 1984).
Una vez hecha esta introducción, el autor se detiene en el análisis particular de las
perspectivas sistémicas, respecto de las cuales afirma que

“Pocos especialistas en América Latina estarían en desacuerdo con la afirmación de que el sistema
internacional determina en gran medida el comportamiento externo de la región”. (van Klaveren,
1984:20).

Luego, concluye que

“En general, los enfoques sistémicos han ofrecido aportes sumamente valiosos para el estudio de las
relaciones internacionales de América Latina, en especial porque han demostrado la sensibilidad y
vulnerabilidad de la región a las variables externas. (...) De ahí que nos parezca que el enfoque sistémico
representa un claro aporte teórico para el estudio de las relaciones internacionales de la región, pero que
por su mismo nivel de generalización debe ser complementado por otras perspectivas”. (van Klaveren,
1984:23).

7
van Klaveren, Alberto (1984) “El análisis de la política exterior latinoamericana: perspectivas teóricas”,
en Muñoz, Heraldo y Tulchin, Joseph (comp.) “Entre la autonomía y la subordinación. Política exterior de
los países latinoamericanos” Tomo I, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires.

22
Es así como se centra, acto seguido, en las políticas del poder. Dice el autor:

“El enfoque de política del poder considera a las acciones de otras naciones como los principales factores
condicionantes de las decisiones de política exterior de un país dado. (...) Una de las perspectivas que
caen dentro de esta descripción general es el análisis tradicional de equilibrio de poder, que ve a América
Latina como un escenario típico de competencia regional, donde países como Brasil y Argentina rivalizan
en la Cuenca del Plata (definida en términos muy amplios) y en el Atlántico Sur (...) se estima que la
competencia entre las potencias latinoamericanas repercute con especial fuerza en los países más débiles
y pequeños de la región, tales como Bolivia, Paraguay, Uruguay (...) cuyos sistemas económicos y
políticos son constantemente penetrados por sus vecinos más poderosos”. (van Klaveren, 1984:24-25).

Respecto de las perspectivas de la dependencia, van Klaveren explica que, de


acuerdo a estos enfoques, la posición de la región latinoamericana en el sistema
económico internacional y los vínculos establecidos históricamente entre las estructuras
externas e internas condicionan los procesos económicos y políticos internos,
destacando el papel crucial desempeñado en este proceso por las élites
internacionalizadas de estas sociedades dependientes, las cuales se encuentran
estrechamente asociadas con los grupos centrales del sistema económico mundial. La
penetración externa se materializa en estas Naciones a través de inversiones directas en
los sectores más estratégicos y dinámicos de la economía, las relaciones comerciales
asimétricas, una fuerte dependencia financiera respecto de fuentes controladas por los
países desarrollados, etc. Pese a esta descripción, el autor concluye que la de la
dependencia definitivamente no es una teoría de política exterior, por lo que sólo ofrece
una guía muy general para el estudio específico de la misma para países en desarrollo.
(van Klaveren, 1984).
En última instancia en lo referido a los factores externos, el autor hace referencia
a las perspectivas cuantitativas sobre dependencia y política exterior, las cuales, en su
mayoría, son elaboradas desde el norte, intentando determinar las relaciones que se
establecen entre los vínculos asimétricos entre dos Naciones y el comportamiento de
política exterior del país más débil. Lo que buscan comprobar, en definitiva, es hasta
qué punto el dominio económico y la superioridad de recursos le permiten al país más
desarrollado obtener decisiones de política exterior por parte de la Nación más débil que
sean favorables a sus intereses. Según destaca van Klaveren, en general, los autores que
han investigado la cuestión, tienden a indicar que no existe una relación tan clara entre
estas variables (van Klaveren, 1984).

23
Pasando al análisis de los factores internos, el autor, acertadamente, asevera que

“(...) es problemático identificar fuentes puramente domésticas de política exterior en una región donde
actores transnacionales de naturaleza tan diversa han establecido vínculos estrechos con grupos locales.
Sin embargo, el solo hecho de que estas fuerzas transnacionales actúen a través de agentes locales y que,
en consecuencia, ejerzan una influencia mediatizada, indica que todavía es posible hablar de variables
internas. Además, resultaría absurdo buscar fuerzas externas tras cada decisión de política exterior en la
región”. (van Klaveren, 1984:34).

Tras esta afirmación, con la cual coincido plenamente, el autor comienza a


explicar cada uno de los aspectos internos que considera relevantes en materia de
política exterior. Inicialmente, señala la importancia de la orientación del régimen,
poniendo especial énfasis en la distinción entre regímenes democráticos y autoritarios,
es decir, la existencia de diferencias básicas entre los comportamientos externos de los
países democráticos y los autoritarios (van Klaveren, 1984), para lo cual brinda una
serie de ejemplos que no son relevantes a los fines del presente estudio.
Continuando dentro de la variable “orientación del régimen”, el autor apunta
otro aspecto, referido a la estrategia de desarrollo adoptada, es decir, una estrategia no
evaluada sólo en términos de su contribución a la obtención de las metas económicas
tradicionales, sino también como un medio para modificar variables internacionales en
términos más favorables a los objetivos de la estrategia de desarrollo nacional. Este
enfoque puede resultar útil, por ejemplo, para analizar la política exterior en los
procesos de nacionalización de empresas extranjeras en América Latina (van Klaveren,
1984).
La tercera y última variable incluida dentro del análisis de la orientación del
régimen es aquella referida al estilo y enfoque característico de política exterior por un
país, proveniente de una cierta tradición histórica, aunque el autor se encarga de aclarar
que la inalterabilidad y estabilidad en el tiempo de las políticas exteriores en los países
latinoamericanos es un rasgo que tiende a desaparecer (van Klaveren, 1984).
Ahora bien, retomando la clasificación inicial, la segunda variable dentro de las
internas, es decir, los procesos de toma de decisiones y política interna, es definida por
el autor como

“(...) similar a la anterior en el sentido que se concentra en las fuentes domésticas de la política exterior.
Sin embargo, se diferencia de ella debido a que tiende a desagregar más el contexto interno, centrándose
en participantes, tipos de procesos de toma de decisiones e influencias domésticas que intervienen en el
campo de la política exterior”. (van Klaveren, 1984:39).

24
Según van Klaveren, la cantidad de actores intervinientes en las decisiones
externas varía de acuerdo al país y a la época, pero hay una tendencia a que los actores
gubernamentales sean más numerosos en los países mayores y más desarrollados de la
región como es el caso de la Argentina o del Brasil. Asimismo, algunos grupos de
interés también desempeñan papeles relevantes en ese proceso (van Klaveren, 1984:39).
Otra de las variables consignadas por el autor dentro de los factores internos es
la política burocrática, la cual explica, siguiendo a Allison, de la siguiente manera:

“(...) esta perspectiva tiende a considerar a la política exterior como el resultado de procesos de
negociación entre diversas agencias gubernamentales, dotadas de distintos valores, percepciones y estilos.
De acuerdo a este enfoque, la política exterior no es vista como un proceso racional, coherente y
orientado hacia ciertos objetivos generales, sino como el resultado de las interacciones y negociaciones
entre agencias rivales”. (van Klaveren, 1984:43).

A pesar de incluirla en su análisis, el autor considera, al igual que quien escribe,


que sería un error considerar a las políticas exteriores latinoamericanas como el mero
resultado de rivalidades y competencias dentro de la burocracia, aunque admite que el
enfoque de la política burocrática puede entregar aportes útiles en un nivel más
restringido de análisis (van Klaveren, 1984).
Por último, al autor incluye al liderazgo como variable de análisis para
interpretar el comportamiento de los países latinoamericanos, aunque admite que es un
punto de vista muy poco trabajado y que la importancia de los factores psicológicos de
los líderes al respecto tiene un alcance limitado (van Klaveren, 1984).
En función de todo lo anteriormente expuesto acerca de la obra de van Klaveren,
es necesario resaltar que esta tesis aborda la actuación internacional de la Argentina en
la Guerra del Chaco, dando debida cuenta de la mayoría de los múltiples factores
determinantes del comportamiento externo de los Estados latinoamericanos señalados
por el autor. De esta manera, el análisis expuesto por van Klaveren ha resultado de una
utilidad invalorable a la hora de realizar el presente trabajo. Llegada la hora de las
conclusiones finales, se retomarán todas estas cuestiones planteadas, y se hará un
análisis pormenorizado de las mismas a fin de determinar hasta qué punto estas se
condicen con la realidad y son viables para explicar adecuadamente los factores que
llevaron a la Argentina a participar tan activamente en la Guerra del Chaco.

25
Hipótesis general

El espectro teórico existente en materia de relaciones internacionales y política


exterior es inadecuado para explicar la actitud adoptada por la Argentina ante el
diferendo limítrofe y posterior conflicto armado -Guerra del Chaco (1932-1935)- entre
el Paraguay y Bolivia.

Hipótesis particulares

1- La posición internacional de la Argentina ante la Guerra del Chaco fue la


resultante de una combinación de aspectos autonomistas (respecto a los Estados
Unidos), dependientes (respecto a Gran Bretaña), e internos (propios de la dinámica
política y económica nacional).

2- Las rivalidades argentino-brasileña y argentino-norteamericana, por el


dominio regional y hemisférico respectivamente, resultan claves para comprender el
accionar de la Argentina en el marco de la Guerra del Chaco.

3- La históricamente buena relación de la Argentina con Gran Bretaña y los


intereses que ambas Naciones tenían en el Paraguay determinaron en gran medida la
postura adoptada por nuestro país en el transcurso del conflicto, la cual fue claramente
favorable a éste último país.

4- La decisión de apoyar al Paraguay en la guerra fue, pese a las diferentes vías


empleadas para llevar adelante ese apoyo, coherente respecto de los objetivos
planteados por el Poder Ejecutivo Nacional.

5- Los intereses de los grandes trusts petroleros internacionales instalados en


Bolivia (Standard Oil of New Jersey, de origen estadounidense), en Paraguay (Royal
Dutch-Shell, de origen anglo-holandés), y en la Argentina (ambas), jugaron un rol
preponderante (aunque no excluyente) en la iniciación de las hostilidades y en la postura
de esta última ante el conflicto.

De esta manera, y tras todo lo expuesto, sólo resta señalar que, a 200 años de la
conformación de nuestro Primer Gobierno patrio, el presente trabajo aspira a ser un
humilde aporte que, a partir del análisis de un suceso histórico puntual en el cual se

26
analiza el rol desempeñado por nuestro país, por las empresas multinacionales y por las
principales potencias internacionales, contribuya a engrosar el cuerpo bibliográfico
destinado a colaborar en la tarea de dar forma a una política exterior argentina cada día
más autónoma y más nacional, tal como soñaron algunos de aquellos hombres de mayo.

27
APARTADO INICIAL

ACTUALIDAD Y VIGENCIA DE LA PASADA GUERRA DEL CHACO (O


¿POR QUÉ ESTUDIAR LA GUERRA DEL CHACO?)

Como bien se sabe, los hechos históricos, precisamente por su carácter de tales,
trascienden las fronteras del tiempo y del espacio en que tuvieron lugar, teniendo
muchas veces una importancia capital en el postrero desarrollo de los pueblos a los que
incumben; ya sea promoviendo o condicionando una determinada línea de acción, si no
en la sociedad toda, al menos en el campo en el cual más directa implicancia poseen. Un
conflicto de la índole y magnitud como el que se aborda en este trabajo (el más cruento
e importante desatado en territorio sudamericano a lo largo de todo el siglo XX), que
hunde sus raíces más profundas en una compleja maraña de intereses políticos,
militares, económicos y geoestratégicos, tanto nacionales como extranjeros, no podía
ser la excepción: la guerra fratricida que enfrentó, en la década de 1930, a las vecinas
Repúblicas del Paraguay y de Bolivia dejó, tanto de un lado como del otro, marcas
indelebles que han influido de manera notable en el destino de ambas Naciones
sudamericanas. No obstante, eso será materia de análisis en los siguientes capítulos. Lo
que en este apartado inicial se intenta explicitar es hasta qué punto es capaz de cobrar
actualidad un conflicto como éste, habiendo tenido lugar hace ya más de 70 años. Esto,
no sólo posibilitará corroborar las aseveraciones vertidas en los renglones iniciales, sino
que también permitirá responder a la pregunta planteada en el título: ¿Por qué estudiar
la Guerra del Chaco? Tal es el objetivo de los próximos párrafos.
Para ello, se ha indagado exhaustivamente en las publicaciones de los
principales medios de prensa de los dos países implicados, así como de la Argentina,
país en el cual, en virtud de su activa participación en las negociaciones de paz durante
el transcurso del conflicto, se firmó en abril del año 2009 el acuerdo definitivo de
límites entre las Repúblicas del Paraguay y de Bolivia. Se ha decidido, además,
incorporar la opinión de un diario norteamericano (dirigido a los latinos) y de medios
brasileños, teniendo en cuenta el importante rol que jugaron estas dos Naciones en el
conflicto de la década de 1930. Fuentes más directas, como lo son los comunicados
elaborados por las cancillerías boliviana y paraguaya, han sido también adjuntados al
presente trabajo.

28
Comenzando el análisis a partir de lo publicado por estos órganos oficiales de
Gobierno, cabe destacar la manifiesta similitud existente entre los textos de ambos8.
Muy probablemente, los mandatarios o Cancilleres tanto del Paraguay como de Bolivia
hayan acordado, de manera extraoficial, emitir comunicados semejantes, a fin de evitar
cualquier eventual discrepancia. El principal punto de coincidencia es, como puede
advertirse con la sola lectura de dichos documentos, destacar la finalización de las tareas
por parte de la Comisión Mixta Paraguayo-Boliviana Demarcadora de Límites, creada
tras la finalización del conflicto del Chaco, a partir de la suscripción, en 1938, del
Tratado de Paz, Amistad y Límites; y la entrega de un informe final por parte de la
misma. Es digno de mención, también, que en ambos textos se hace hincapié en el
hecho de que dicha Comisión Mixta tan sólo se limitó a fijar en el terreno los límites
establecidos por el laudo arbitral del 10 de octubre de 1938.
En este punto vale la pena detenerse y realizar una breve digresión. La pregunta
surge por sí sola: ¿A qué se debió esta larga demora, de alrededor de 70 años, en
delimitar el terreno, si tomamos en cuenta que en 1938 se creó la Comisión Mixta, y
recién en 2009 se hace entrega de la memoria final como resultado de sus tareas? Una
explicación al interrogante planteado la brindó el Ministro de Relaciones Exteriores del
Gobierno de Cristina Fernández, Jorge Taiana, en su discurso del 27 de abril de 2009 en
el Salón Libertador del Palacio San Martín, sede de la Cancillería del país del Plata.
Dijo entonces el Ministro argentino:

“Las inhóspitas y difíciles condiciones del terreno a demarcar, exigieron un esfuerzo logístico de
proporciones. A las dificultades propias del funcionamiento de la comisión mixta demarcadora, se sumó a
lo largo de los años, la muy variable prioridad asignada por las partes intervinientes durante épocas
signadas por dictaduras, enfriamiento en la vocación por los vínculos bilaterales y regionales y, en fin, las
secuelas de un tiempo que estamos dejando en el pasado (…) la superación de estos inconvenientes es un
motivo adicional por el cual la tarea realizada constituye un aporte significativo a la consolidación de las
relaciones fraternas y constructivas entre países de la región. Quisiera destacar que, en los últimos años, el
recurso de la tecnología satelital hizo posible precisar con mayor exactitud la ubicación de los hitos
fronterizos, en un entorno prácticamente inaccesible, permitiendo la terminación de los trabajos en el año
2007. Hoy podemos asegurar que la demarcación es, además, científicamente correcta”. (Discurso del
Canciller argentino Jorge Taiana del día 27/04/09, en sitio web oficial del Ministerio de Relaciones
Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina).

8
Ver Anexos (Anexo 1).

29
Hecha esta necesaria aclaración, a continuación se retoma el hilo central del
argumento. Tras analizar el contenido de los comunicados de las cancillerías boliviana y
paraguaya, se concluye que, a pesar de lo valioso que sin dudas resulta el aporte de
fuentes tan directas como esas, es sin dudas mucho más rico el análisis susceptible de
ser extraído de los medios de comunicación que cubrieron el evento. Esto se debe a que,
a diferencia de los breves comunicados oficiales, los medios de prensa tienen la
posibilidad de explayarse en el examen de diferentes cuestiones que atañen a la firma
del acuerdo definitivo, se remontan en la historia del conflicto y, lo más interesante de
todo, emiten juicios de valor y realizan apreciaciones subjetivas, lo cual está excluido de
las posibilidades de un comunicado de prensa de un organismo de Gobierno y hace
mucho más controvertido e interesante el análisis, al brindar la posibilidad de
contraponer perspectivas diferentes de la cuestión.
Los medios bolivianos, por ejemplo, dieron amplia repercusión al asunto. El
periódico digital Hoy Bolivia se refirió al acto celebrado en la Casa Rosada como “un
tratado de paz de la guerra” que enfrentó a su país con el Paraguay en los años ’30, en el
cual, rescatando un informe previo del Ministerio de Relaciones Exteriores argentino,
“los presidentes destacarán el significado especial de esta ceremonia y para la
convivencia armónica de nuestra región”. El artículo remarca, asimismo, la importancia
diplomática del encuentro al afirmar que “el ministro de Exteriores argentino, Jorge
Taiana, recibirá a las 15:00 locales a sus homólogos de Bolivia, David Choquehuanca, y
de Paraguay, Alejandro Hamed Franco, quienes darán por finalizadas las tareas de la
Comisión Demarcadora”, la cual hará entrega de la memoria oficial, finalizada ya en el
año 2007. Luego, el diario realiza una breve semblanza histórica en la cual pone de
manifiesto cierto dolor y resentimiento por parte del pueblo boliviano ante el desenlace
de la pasada guerra, a la vez que intenta quitar méritos a la victoria paraguaya. Ello se
desprende del fragmento en que se asevera que “el tratado que puso fin al conflicto
otorgó a Paraguay 120.000 kilómetros cuadrados de territorio. En esta guerra murieron
unas 100.000 personas, casi el doble de bolivianos que paraguayos, aunque gran parte
de las bajas de Bolivia fueron por deshidratación”. Finalmente, deja en claro la
importancia geoestratégica de la región en disputa para ambos bandos y los intereses
que estaban en juego en el conflicto, cuestión que se irá desmenuzando a lo largo del
presente trabajo en instancias posteriores: “la Guerra del Chaco (1932-1935) enfrentó a
los vecinos sudamericanos por el control del Chaco Boreal, una región rica en petróleo,
aunque en su momento se enarbolaron otros objetivos como el deseo de Paraguay de

30
acceder a la costa del Pacífico y el de Bolivia de tener un puerto sobre el río Paraguay,
en la cuenca del Río de la Plata”.
Otro diario del país del Altiplano, El Deber, que también como el anterior hace
escuchar al mundo la voz de la región más rica y más cercana al Paraguay, Santa Cruz
de la Sierra, destaca la trascendencia de lo acontecido en Buenos Aires en abril de 2009
al afirmar que el acuerdo logrado por “los presidentes de Bolivia, Evo Morales, y de
Paraguay, Fernando Lugo, reafirmó la paz y amistad entre ambos países”; y al referirse
a la ceremonia como “histórica y solemne”. Posteriormente, el artículo explica cómo
estaba formada la Comisión que se encargó de delimitar la frontera boliviano-paraguaya
tras el conflicto, al informar que la misma estaba presidida por el delegado argentino y
Presidente de la Comisión, el General retirado Luis María Miró, quien realizó la labor
técnica de la demarcación; y compuesta por representantes de los Estados que
propiciaron la suscripción del Tratado de Paz de 1938, es decir, Argentina, Brasil,
Chile, Estados Unidos, Perú y Uruguay. Luego, hace especial hincapié en la labor
llevada adelante durante el conflicto por el Canciller argentino del momento, Carlos
Saavedra Lamas, quien como reconocimiento a dicha tarea “fue galardonado en 1936, a
los 58 años, con el Premio Nobel de la Paz”. Para cerrar, quizás movida por el mismo
sentimiento que Hoy Bolivia, la gente de El Deber, tocada en su orgullo boliviano y
santacruceño, destaca también la cantidad de kilómetros cuadrados que le fueron
otorgados al Paraguay tras la contienda...
El último periódico boliviano analizado, uno de los más populares del país, La
Razón, de la ciudad capital, La Paz, se refiere a la cuestión en términos de “lío
limítrofe” y subraya que tanto los Presidentes del Paraguay y de Bolivia, como la
Presidente argentina, Cristina Fernández, “festejaron” tras la entrega por parte de esta
última de la memoria final, la cual, dice el artículo, delimita definitivamente nada
menos que 700 kilómetros de frontera compartida paraguayo-boliviana y que demandó
74 años de esfuerzos hasta poder ser finalizada.
Pero lo más jugoso del artículo puede leerse cuando el mismo, despojado del
tinte de resentimiento advertido por los periódicos santacruceños, recoge algunas de las
palabras de los tres mandatarios que participaron del encuentro, todos ellos apuntando a
la hermandad y a la integración y, sobre todo, destacando el papel jugado por los actores
externos en el conflicto del Chaco. Es, por tanto, de sumo interés reproducir los breves
fragmentos que La Razón publicó en su edición virtual del 28/04/09: “Es un día
histórico para Bolivia y Paraguay, un tiempo de amistad y paz, de solidaridad entre los

31
pueblos”, dijo el Presidente boliviano Evo Morales, quien luego añadió que “la guerra
entre Paraguay y Bolivia no fue provocada por sus pueblos, sino impulsada por las
transnacionales para controlar los recursos naturales”. Su par paraguayo, Fernando
Lugo, definió el acuerdo como un “paso trascendental” para ambos países, reflejo de un
espíritu de “pacificación y confraternidad”. Abogó por la integración y se refirió al
fuerte potencial energético de los dos países en estos términos: “Si este empeño sincero
de fronteras abiertas se concreta, si ese potencial puede ser desarrollado por ambos
países sin ninguna intervención de soberanía, servirá también para que pueblos
hermanos puedan valerse de la misma para utilizarla en su desarrollo integral”. También
la Presidente argentina, Cristina Fernández, celebró el final de un “enfrentamiento sin
sentido” y consideró que la guerra “tuvo olor a petróleo” y “llevó agua a los molinos
que no estaban precisamente en América del Sur”. Sin lugar a dudas, los mandatarios se
referían a la intervención de las petroleras extranjeras, Standard Oil of New Jersey, de
los Estados Unidos y Royal Dutch-Shell, de capital anglo-holandés, que en su momento
instigaron el conflicto armado para hacerse con los recursos naturales y energéticos de
la zona del Chaco Boreal.
Los Cancilleres de los tres países también vertieron frases, todas ellas en el
mismo sentido que sus Presidentes, poniendo especial énfasis en la integración y en una
mirada positiva acerca del futuro: Jorge Taiana (Argentina): “Este acto significa un paso
más en el proceso de integración regional. Concluye un evento histórico que refuerza el
proceso de hermandad y cooperación que hoy viven y que construyen nuestros
pueblos”. David Choquehuanca (Bolivia): “En algún momento de la historia, las
fronteras eran para dividir”, pero “ahora los límites están orientados a estimular la
integración entre los países”. Alejandro Hamed Franco (Paraguay), por su parte, afirmó
que la demarcación de los límites: “fortalecerá la confianza mutua para una efectiva
integración entre los pueblos (de Paraguay y Bolivia)”.
A continuación se procederá al examen de algunas publicaciones paraguayas. El
periódico Última Hora hace referencia, en un artículo publicado en su página web, a la
solución definitiva de la cuestión limítrofe con Bolivia como a un “acontecimiento
histórico”, para luego destacar la presencia de Lugo en el Chaco (remarcando la
ausencia de Morales), donde en un discurso el Presidente paraguayo, antes de viajar a
Buenos Aires, aseveró que sería muy lindo “que nuestras banderas se levanten juntas y
que nuestras acciones sean normales. Derribemos las fronteras para poder trabajar
juntos paraguayos, bolivianos, argentinos”.

32
La publicación digital Viva Paraguay, por su parte, brindó una cobertura un
poco más extensa del caso, aunque en gran medida coincidiendo en sus observaciones
con los anteriormente citados periódicos bolivianos, en particular en cuanto a la
reproducción de las palabras de los Presidentes en el acto protocolar del 27 de abril de
2009, y en lo que a las funciones de la Comisión Mixta e historia del conflicto se
refiere. El único punto a destacar es la referencia a un dato, no menor por cierto, que no
había sido mencionado por las demás fuentes consultadas: el hecho de que la Guerra del
Chaco enfrentó a los dos únicos países mediterráneos de Sudamérica.
Por su parte, el periódico ABC, uno de los más leídos del Paraguay, destacó el
hecho de que en la ceremonia a la que se viene haciendo referencia, ambos mandatarios
se mostraron a favor de la renuncia al militarismo y al intervencionismo, lo cual no sólo
es un mensaje en pos de la integración latinoamericana, sino que también podría leerse
como un llamado de atención hacia los Estados Unidos y, por qué no, a la principal
potencia regional en expansión: el Brasil, máxime teniendo en cuenta que el encuentro
tuvo lugar nada menos que en la Argentina, con la cual la diplomacia brasileña desató,
como será posible advertir en instancias posteriores de este trabajo, una sorda
competencia por dirimir la cuestión del Chaco allá por los años ’30 del siglo pasado, la
cual estaba teniendo su punto culminante con la mencionada jornada de abril de 2009.
Luego, el artículo destaca el discurso de la Presidente argentina, en los mismos términos
que lo hicieran los periódicos ya citados, añadiendo sus dichos respecto a que “Si Lugo
y Evo eran presidentes de Paraguay y Bolivia, respectivamente, la Guerra del Chaco
entre los años 1932 y 1935 no se hubiese producido”. Por último, esta interesante nota
periodística incluye palabras del Presidente boliviano, Evo Morales, que ningún otro de
los medios hasta aquí analizados tomó en consideración, y que son por demás
significativas: “Nuestros pueblos son pobres y la guerra no es una solución. Ya no más
agresiones; no a la guerra con países vecinos”. Según la interpretación del diario, el
Primer Mandatario boliviano se vio obligado a lanzar este mensaje para intentar
apaciguar las críticas por la decisión de reforzar militarmente la frontera con Paraguay y
Brasil; situación que deja serias dudas respecto al verdadero estado de la cuestión.
Una publicación digital estadounidense, dirigida a los latinoamericanos
residentes en el país del norte, también se ocupó del asunto. Sin embargo, en su artículo
del 29 de abril de abril de 2009, El Diario NY no hace más que reproducir en sus
páginas casi textualmente lo publicado dos días antes por Viva Paraguay, por lo que no
merece un análisis mucho más profundo, a no ser sólo por el título de la publicación:

33
“Por fin zanjan conflicto del Chaco”, como si la conclusión del mismo fuese un anhelo
de larga data, desde siempre esperado y frustrado por los norteamericanos...
La prensa brasileña otorgó bastante repercusión al acontecimiento, aunque sin
conceder demasiada importancia a la participación de su país en la Comisión encargada
de delimitar las fronteras, tal como se desprende de la lectura del periódico carioca O
Globo. Otro importante jornal brasileño, Folha de São Paulo, resume, en tan sólo un
párrafo, el espíritu que reinó durante la reunión, incorporando las ideas con que se venía
ya trabajando en los artículos previamente citados: “Lugo, Morales e Kirchner (Cristina
Fernández) destacaram em seus discursos a atual unidade e paz entre os países sul-
americanos e que a origem do conflito entre Paraguai e Bolívia foi o interesse
estrangeiro nos recursos energéticos da região”9. Como bien se puede apreciar, los
principales diarios brasileños parecieron optar por abordar la cuestión con cautela y
objetividad.
En el mismo sentido, los más leídos periódicos argentinos, si bien dedicaron
atención al acontecimiento, al igual que los brasileños no pronunciaron importantes
apreciaciones ni juicios de valor al respecto, limitándose, como en el caso del diario
Clarín (abiertamente opositor al Gobierno de la Presidente Cristina Fernández), a tildar
de histórico al acuerdo que puso fin al conflicto limítrofe boliviano-paraguayo; o, como
hiciera el diario La Nación, a reproducir frases de los mandatarios que tomaron parte en
el evento, más allá que no aportan nada nuevo a lo hasta aquí citado. He aquí, no
obstante, algunos extractos. Lugo: “Paraguay y Bolivia tienen un destino de grandeza
que han empezado a compartir”; Cristina Fernández: “Estamos viviendo una etapa
inédita en la región”. Como se puede advertir, la cobertura realizada por los medios
argentinos consultados es por demás objetiva en cuanto al tratamiento de la mediación
argentina en el conflicto del Chaco, lindando con la ausencia de interés por la cuestión,
en tanto ni siquiera incorporan en sus análisis una perspectiva histórica del diferendo.
Evidentemente, si bien el acuerdo definitivo de límites celebrado en el año 2009
en la Argentina significó un importante hito en la historia de recelo y desconfianza
mutuos entre las hermanas Repúblicas del Paraguay y de Bolivia, y contribuyó a sellar
en gran medida un capítulo oscuro y olvidable en la vida de estos dos países
sudamericanos; resulta a la vez claro que resabios de resentimiento aún persisten en la

9
“Lugo, Morales y Kirchner (Cristina Fernández) destacaron en sus discursos la actual unidad y paz entre
los países sudamericanos y que el origen del conflicto entre Paraguay y Bolivia fue el interés extranjero
en los recursos energéticos de la región”. (Traducción del autor).

34
memoria nacional de ambos (y muy especialmente traslucido en los informes de los
periódicos de Santa Cruz de la Sierra que, como ya se mencionara previamente, es la
región boliviana más próxima al Paraguay y rica en hidrocarburos, por lo que sus
intereses se vieron seriamente involucrados durante el conflicto que se está analizando),
lo cual hace pensar que las históricas aspiraciones de cada una de las partes, en
particular las de la Nación boliviana de obtener una salida al litoral atlántico, puedan en
un futuro ser retomadas en caso de repetirse alguna de las condiciones imperantes en la
década de 1930. No obstante, por el momento, si bien no hay que dejar de tomar en
consideración el anteriormente citado reforzamiento militar boliviano de sus fronteras
con Paraguay y Brasil; tal perspectiva parece muy poco probable. Esperemos que el
importante acontecimiento analizado en este apartado inicial ayude a evitar, de aquí en
adelante, tal eventualidad, y que la cordura y el espíritu de hermandad latinoamericana,
tan mentado por los Presidentes en sus discursos del 27 de abril, definitivamente reine,
no sólo entre las Repúblicas del Paraguay y de Bolivia, sino en todo el continente; y que
este gesto de poner fin a un viejo y absurdo litigio, que en esa dirección se encamina,
sirva como ejemplo de tolerancia, paz y entendimiento, no sólo ya en América Latina,
sino en el mundo entero.

35
CAPÍTULO I

EL CONTEXTO INTERNO Y EXTERNO DE LA GUERRA

Parte I: El contexto internacional

Antes de comenzar el análisis concreto de la Guerra del Chaco, quizás sea


conveniente realizar un esbozo de las características del sistema internacional de los
años ’20 y principios de los ’30 del siglo pasado, partiendo de la base que el contexto en
que interactúan los Estados, es decir el orden global, constituye un marco esencial que,
en muchos casos, determina o condiciona la actuación de los mismos. En el caso del
conflicto del Chaco, el marco internacional jugó un papel relativamente importante a la
hora de comprender los acontecimientos.
En primer lugar, cabe destacar que hacia 1932, momento en que se inician las
hostilidades, el mundo se encontraba en medio de la denominada “Gran Depresión” que
siguió al estallido de la bolsa de Wall Street en 1929. Sus rasgos principales fueron:

“(...) su carácter mundial; su larga duración; su intensidad, es decir, la amplitud del retroceso de la
producción industrial o del PBI, sin equivalente en otras crisis del sistema; la enorme contracción del
comercio mundial; la espiral deflacionista; y la caída radical del empleo, que afectó, en mayor o menor
medida, a todos los países”. (Rapoport, Madrid y Musacchio, 2000:206).

En lo que a América Latina respecta, la crisis se hizo sentir duramente y provocó


una serie de cambios, quizás positivos a largo plazo, que Halperín Donghi explica en los
siguientes términos:

“(...) la catástrofe coyuntural que ésta representó, atenuada para América Latina por la segunda guerra y
sus efectos a plazo corto, dejó en herencia cambios de efectos menos inmediatos, pero a la larga muy
graves. La relación entre el centro industrial de la economía y su periferia orientada a la producción
primaria cambiaba decisivamente (...) En el siglo XIX la periferia no había cumplido tan sólo papel de
proveedora, sino también -y acaso sobre todo- de consumidora de parte importante de la producción
industrial (...) luego de la crisis y la segunda guerra mundial se da (...) la expansión del mercado
consumidor interno (...) De allí el relativo divorcio entre las economías metropolitanas y las periféricas”.
(Halperín Donghi, 1980:357).

Sin dudas, esta modificación sustancial de las relaciones comerciales y de los


aparatos productivos internos de los países latinoamericanos es crucial para entender el
desarrollo posterior de sus economías, y por ello ocupa un lugar destacado en el

36
presente análisis. Luego, el autor enumera otras variables que la crisis de 1929 afectó en
los países de esta parte del mundo, tales como los intentos de readaptación al nuevo
sistema por parte de los países más desarrollados de la región, en los cuales se
experimentaron procesos económicos, sociales y políticos nuevos (mientras los más
pequeños, como el Paraguay y Bolivia, se limitaron a sufrir pasivamente la depresión
económica); la caída de los precios en el sector primario y de la producción en el
secundario; el deterioro de los términos de intercambio; el inicio de la industrialización
sustitutiva de importaciones en los países más importantes de la zona; la mayor
intervención estatal en los asuntos económicos (regulación de importaciones y
exportaciones, subvenciones crecientes al sector primario, proteccionismo industrial); la
diversificación productiva en oposición a la tradición del monocultivo, etc. (Halperín
Donghi, 1980).
A lo que toda esta situación llevó, amén del análisis de Halperín Donghi, fue a
que, salvo la Argentina, todos los países de la región suspendieran, por periodos más o
menos largos, el pago de los servicios de la deuda, con consecuencias negativas para la
futura obtención de financiamiento externo. Esto, sumado al hecho de que de todo el
mundo subdesarrollado, América Latina era la región más integrada a la división
internacional del trabajo, lleva a algunos autores a afirmar que en Latinoamérica la
crisis alcanzó dimensiones catastróficas (Gaggero, Farro y Mantiñan, 2006).
Estos mismos autores, luego de una breve explicación de las causas del descenso
de los precios internacionales de las materias primas, brindan algunos ejemplos
concretos que resultan de suma utilidad a los fines del presente trabajo:

“El descenso de la actividad en las economías industrializadas produjo elevados niveles de desempleo, y
llevó a una acentuada política proteccionista y a la suspensión de sus inversiones externas. (...) y, por
consiguiente, una reducción drástica de las importaciones, con lo que aceleró el proceso de deterioro de
los precios de las materias primas. Solamente entre diciembre de 1929 y el mismo mes de 1930, el precio
del (...) estaño (...) se redujo más del 30% (...) y el petróleo un 23% de promedio”. (Gaggero, Farro y
Mantiñan, 2006:164).

Teniendo en cuenta lo anterior, en el caso particular de Bolivia, el drástico


descenso del precio de productos tan sensibles para su economía, como es el caso del
estaño, tendría enormes implicancias en una economía cada vez más dependiente de las
exportaciones de este mineral.

37
“Bolivia alcanzó en 1929 su récord histórico de exportación de estaño (...) pero a un precio que estaba por
debajo del que había tenido en los primeros años de la década (...) y todavía alcanzaría su punto más bajo
en 1932 (...) Con la caída de los precios también vendría aparejada la de los ingresos gubernamentales,
cuya base fundamental era el impuesto a la exportación de estaño. En 1929, el 37 por 100 del presupuesto
gubernamental se empleaba en el pago de la deuda exterior y otro 20 por 100 en gastos militares,
quedando muy poco para las estrictas necesidades gubernamentales, sin hablar ya de las obras públicas o
el bienestar social”. (Bethell, 2000:225).

No es difícil imaginar, tras lo expuesto, el duro golpe que significó para el país
del Altiplano toda esta situación, máxime ante la proximidad de un conflicto armado y
la imposibilidad de obtener financiamiento externo, constituyendo estas dos áreas (el
armamentismo y la deuda), a su vez, sus principales egresos monetarios. Este panorama,
a su vez, tuvo su correlato en la situación política y estabilidad internas, al producirse el
lógico y anunciado fin de la intervención directa en los asuntos nacionales por parte de
los magnates estañíferos, como Simón Patiño (Bethell, 2000). Por lo pronto, cabe
señalar que, luego de la crisis, todo el presupuesto nacional del país fue poco más que
los gravámenes fijados sobre los bonos de propiedad extranjera, lo que da cuenta de la
precariedad extrema en que se había sumido la economía boliviana (Gaggero, Farro y
Mantiñan, 2006).
Hasta aquí lo referido, básicamente, al estaño. En cuanto al caso del petróleo y la
disminución de los precios internacionales del mismo a la que se hiciera referencia
previamente, esto resultó sumamente significativo e involucró por igual a paraguayos y
bolivianos. En este contexto de disminución del precio internacional del petróleo y, por
consiguiente, de búsqueda de nuevas zonas de explotación para cubrir las pérdidas
ocasionadas por la crisis, la noticia de la supuesta existencia de vastas reservas de este
hidrocarburo sin explotar en la región del Chaco, zona litigiosa entre el Paraguay y
Bolivia, atrajo fuertemente la atención de las empresas petroleras que operaban en la
región: la Standard Oil of New Jersey, de capitales norteamericanos, instalada en
Bolivia, y la Royal Dutch-Shell, de capitales anglo-holandeses, asentada en el Paraguay;
lo cual, como se verá, está íntimamente vinculado al estallido del conflicto armado entre
estas hermanas Repúblicas sudamericanas.
Por su parte, la economía paraguaya no sintió tan crudamente los efectos del
crack del ‘29, dado que gran parte de la misma estaba conformada por campesinos
autosuficientes. Además, a fin de que el impacto fuera menor, al sufrir el país una leve
disminución en sus exportaciones, especialmente por el declive de las compras

38
argentinas, el Gobierno decidió recortar las importaciones, medida cuya austeridad
resultaba imprescindible a fin de preparar al país para la guerra10 (Bethell, 2000 y
Levene, 1949). No obstante, como advierte el propio Bethell, en Asunción

“(...) los precios bajaron entre 1928 y 1932, lo cual induce a pensar que hubo cierta contracción en el
mercado local”. (Bethell, 2000:152).

En lo tocante a la Argentina, antes de comenzar con el análisis de las


consecuencias que la crisis de 1929 trajo aparejadas, se hace necesario explicar una
cuestión. La “Gran Depresión” que por entonces afectaba a la economía mundial

“(...) llevó a la quiebra del sistema multilateral de comercio y pagos, incluyendo el patrón cambio oro, y
dio lugar a un retorno a los sistemas de preferencia imperial y a los convenios bilaterales”. (Rapoport,
Madrid y Musacchio, 2000:206).

¿Qué significa esto? Pues bien, entre otras cosas, se refiere a la necesidad por
parte de Gran Bretaña de refugiarse dentro del Commonwealth11. Ante esta situación, la
Argentina optó por tomar una decisión que repercutiría directamente en las relaciones
preferenciales que esta mantenía con Gan Bretaña, lo cual a su vez (y es materia de
análisis de capítulos posteriores) tendría una incidencia importante en la postura
adoptada por nuestro país en relación a la contienda entre el Paraguay y Bolivia. Esa
decisión fue la de reafirmar el vínculo comercial con el país europeo a cualquier precio,
lo cual, a juicio de muchos autores, constituyó un grave error, pues quizás era ese el
momento ideal para encarar una industrialización plena, o para, de una vez por todas,
encolumnarse detrás del nuevo líder mundial, los Estados Unidos.
Para la opinión nacionalista de la época, por ejemplo, el Pacto Roca-Runciman,
expresión de la decisión adoptada, se convirtió en un emblema del sometimiento a los
intereses del Reino Unido. No hay que dejar de lado, sin embargo, que los grandes
estancieros y exportadores presionaron al Gobierno para que negociara directamente el
tema en Londres (Quesada, 2001). Ello no justifica, sin embargo, declaraciones como

10
Según datos de Bethell, el valor total de las exportaciones paraguayas bajó de 15,9 a 13,9 millones de
pesos oro, mientras que el recorte de las importaciones implicó una reducción de 14,3 a 6,5 millones de
pesos (Bethell, 2000). Esto demuestra en qué medida el Paraguay optó por una estrategia más prudente
que Bolivia de cara al conflicto, lo cual se vio reflejado en el resultado final de la contienda.
11
El Commonwealth es un bloque político y económico que reúne a todas las colonias y ex colonias de
Gran Bretaña, en el marco de la cual se negocian, principalmente, preferencias arancelarias entre sus
miembros. “En la Conferencia de Ottawa (Canadá), Gran Bretaña se comprometió a comprar productos
de sus dominios a fin de que éstos a su vez le compraran productos industriales. Esto representaba, por
caso, importar carne producida en Australia y Canadá, en vez de los ‘bifes’ argentinos”. (Quesada, 2001).

39
las del Presidente Justo, quien sostuvo, encubriendo un evidente servilismo, que “La
misión Roca respondió a una idea de carácter general, fundamental, de la que ella era el
paso inicial y el más importante. La nueva orientación política comercial internacional
debía comenzar precisamente por buscar un entendimiento con la Gran Bretaña, en
primer lugar, por ser ella la secular e invariable amiga de nuestro país, a cuyo progreso a
contribuido con capitales considerables aun en horas de gran incertidumbre” (Rapoport,
2000); o palabras como las del Vicepresidente Roca, celebrando el acuerdo, en el
sentido de que Argentina era, “por su interdependencia recíproca, desde el punto de
vista económico, una parte integrante del Reino Unido” (Rapoport, 2000). Todo hace
pensar que, por más que las presiones por parte de la Sociedad Rural Argentina y de los
principales estancieros nunca hubieran tenido lugar, la decisión del Poder Ejecutivo
hubiese sido la misma.
Así analiza, crítico con la decisión gubernamental argentina, Juan Carlos Puig la
situación:

“(...) el esquema de inserción argentino en el régimen internacional (...) se profundizó después de la Gran
Depresión de 1929 (...) Para paliar sus efectos, no se encontró mejor solución que acentuar la dependencia
respecto de Gran Bretaña, con una serie de medidas adoptadas en la década del 30 que favorecían
estrechamente al capital británico (...) Su paradigma fue el famoso tratado concertado entre Gran Bretaña
y la Argentina, en 1933, llamado Pacto Roca-Runciman, según el cual Gran Bretaña se comprometía a
comprar no menos de 390.000 Tn. anuales de carne enfriada argentina, pero se otorgaban rebajas
arancelarias a las manufacturas de procedencia británica, se obligaba a reservar la cantidad necesaria de
divisas provenientes de sus ventas a Gran Bretaña para el pago de las importaciones procedentes de ese
país y de los dividendos y ganancias obtenidos por el capital británico. Asimismo se establecía un
régimen de licencias de importaciones de carne que el propio gobierno británico controlaba en un 80%”.
(Puig, 1980:187-188).

Romero nos ofrece más datos acerca del acuerdo, que reafirman lo beneficioso
que el mismo resultó para Gran Bretaña, la cual:

“(...) se aseguró de que la totalidad de las libras generadas por este comercio se emplearían en la propia
Gran Bretaña: en el pago de la deuda, en la importación de carbón, material ferroviario o textiles -para los
que se establecía un tratamiento arancelario preferencial- y en la remisión de utilidades de empresas
británicas. A la vez se estipulaba un ‘tratamiento benévolo’ para esas empresas”. (Romero, 1994:77).

Sin dudas, la firma de este acuerdo, en medio del debate en el Senado por la
cuestión del comercio de carne y las denuncias de Lisandro de la Torre, generó (y sigue
generando) mucha controversia. No obstante, ello no es materia de análisis del presente

40
trabajo, por lo que la cuestión no será profundizada más de lo que hasta aquí se ha
hecho. Si se decidió dar cierta relevancia al estudio de la misma esto se debe a que ésta
puede ser considerada la consecuencia de la crisis que más vinculación encuentra en
nuestro país respecto de la rivalidad anglo-norteamericana y la consiguiente inclinación
de la Argentina a favor de los europeos. Sólo resta señalar, en relación a esta cuestión,
que, tal como aseveraba Puig, la crisis de 1929 no hizo más que profundizar el
estrechamiento de los lazos comerciales entre argentinos y británicos, optando nuestro
país por dejar de lado y desafiar, una vez más, a la ascendente potencia internacional,
los Estados Unidos, con todo lo que ello implica, y llevando incluso ese desafío a las
negociaciones de paz en el Chaco, lo cual será abordado en capítulos venideros.
Por otra parte, la crisis de 1929 repercutió en muchos otros aspectos en nuestro
país, más allá de la relación comercial con el Reino Unido. La brusca disminución de
los precios internacionales de las materias primas que nuestro país producía redundó en
una fuerte contracción de los ingresos. Por ello, y ante la decisión del Gobierno de
mantener el servicio de la deuda externa, debieron reducirse drásticamente tanto las
importaciones como los gastos del Estado, cuyo déficit pasó a convertirse en un
problema grave (Romero, 1994).
Otra consecuencia derivada de la situación reinante tras la crisis fue la creación
del Banco Central, en 1935, a fin de estabilizar la moneda y hacer previsible la política
monetaria. También se registraron avances, a partir del nombramiento de Pinedo al
frente del Ministerio de Hacienda en 1933, en el sentido de una mayor regulación de la
economía por parte del Estado a través de la creación de numerosas juntas reguladoras y
el cierre progresivo de la economía (Quesada, 2001 y Romero, 1994).
Además, tal como afirma Quesada,

“Al margen de la iniciativa oficial, y como consecuencia de la disminución de las importaciones, se


fundaron centenares de industrias (...) por lo general filiales de fábricas norteamericanas”. (Quesada,
2001:507).

La afirmación anterior no sólo da cuenta del inicio de la denominada


“industrialización sustitutiva de importaciones”, que en nuestro país alcanzó niveles
relativamente importantes, sino que, además, demuestra que, pese a las preferencias del
Gobierno Nacional, el capital estadounidense ya estaba iniciando la lenta pero
inexorable penetración en nuestro país que, a la larga y como en el resto del mundo,
acabaría con los sueños de dominación británicos.

41
Dejando de lado el análisis referido puntualmente a nuestro país, aunque
también vinculado a lo anterior, se hace necesario destacar que el desplazamiento de
Gran Bretaña por los Estados Unidos como potencia hegemónica a nivel global, el cual
ya se venía insinuando desde la finalización de la Primera Guerra Mundial, cobró un
nuevo impulso tras la crisis de 1929 (pese a las tremendas consecuencias que esta tuvo
en la economía norteamericana), tendencia que acabó por consolidarse tras la segunda
conflagración mundial. Sin embargo, como afirma Halperín Donghi,

“(...) Estados Unidos no podría asumir el papel que tuvo hacia mediados del siglo XIX Gran Bretaña: su
tendencia a limitar las importaciones, que viene de lejos y que la crisis acentúa, hace que para rubros muy
importantes de las economías exportadoras latinoamericanas el mercado norteamericano siga entrecerrado
o totalmente clausurado”. (Halperín Donghi, 1980:368).

Aunque con las diferencias señaladas por el autor, este cambio de hegemón a
nivel mundial no es un dato menor si se tiene en cuenta que serían, como se señalara
anteriormente, empresas provenientes tanto de la potencia en ascenso como de la
potencia en declive las implicadas en la Guerra del Chaco.
Existe también otro aspecto derivado del incremento de la supremacía
norteamericana por sobre la británica, el cual se iría acentuando con el correr de los
años, y marcaría un quiebre a nivel industrial y energético internacional: se trata, en lo
industrial, de la consolidación del automóvil por el ferrocarril como principal medio de
locomoción, y en lo energético (derivado directamente de lo anterior y viceversa) la
sustitución del carbón por el petróleo como principal fuente de abastecimiento. Esto
adquiere una mayor relevancia aun si se tiene en cuenta que puntualmente en América
Latina, tal como afirma Prieto Rozos,

“La penetración norteamericana se facilitó (...) por el final de la llamada ‘era del ferrocarril’, motivado
por el extraordinario auge de la construcción de vehículos automotores estadounidenses. Esto significó
para Inglaterra la pérdida de un instrumento muy valioso de dominación mercantil y financiera” (Prieto
Rozos, 1982:42).

Pero el ocaso de la “era del ferrocarril” no tuvo como única consecuencia la


progresiva pérdida de posiciones británicas en gran parte de Sudamérica a manos
norteamericanas. El hecho que las firmas instaladas en Bolivia y Paraguay fueran
precisamente empresas petroleras, permite introducir una cuestión extra de análisis que
hace cobrar aún más importancia a la lucha por la posesión de los territorios en disputa,
en el marco de la cada vez mayor pugna internacional por hacerse con el control de las

42
principales fuentes hidrocarburíferas mundiales que caracterizó a los años
inmediatamente posteriores a la finalización de la Primera Guerra Mundial12.
Por último, no hay que dejar de señalar la relativa proximidad de la Segunda
Guerra Mundial, que no sólo incrementaría la necesidad de abastecimiento de petróleo
por parte de las Naciones que participaron en ella, sino que también llevó a un
desentendimiento prematuro de los Estados Unidos del conflicto del Chaco (virtual
retiro con Roosevelt y aceptación de una conducción compartida con la Argentina en la
resolución del diferendo), siendo que en un principio había participado activamente,
incluso con propuestas concretas de mediación, a fin de encontrar una salida al conflicto
acorde con sus intereses, lo cual será analizado con mayor detenimiento en capítulos
posteriores.
Esta actitud por parte de los Estados Unidos se enmarca también dentro del
contexto de una nueva política hemisférica que el mismo decidió encarar por aquellos
años, atendiendo a múltiples objetivos. Uno de ellos era el de fortalecer la seguridad
continental, dada la proximidad del nuevo conflicto mundial y la expansión que las
ideas fascistas y comunistas estaban experimentando entonces en Europa. Por otra parte,
como señalan Mayo, Andino y García Molina,

“Hacia fines de la década del veinte, algunos políticos y financistas norteamericanos empezaron a
reclamar un cambio en la política exterior de los Estados Unidos hacia América Latina. Los críticos del
presidente Calvin Coolidge cuestionaban, fundamentalmente, la tradicional línea intervencionista que la
Casa Blanca mantenía en sus relaciones hemisféricas. El recurso de la intervención armada comenzó a ser
puesto en tela de juicio. No sólo se dudaba ya de su legitimidad, sino también de su eficacia para
mantener la hegemonía norteamericana en el continente”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:59).

Sin embargo, estos autores adjudican al sucesor de Coolidge, Hoover, la mayor


parte del mérito respecto a la iniciación de esta nueva política hemisférica. De esta
manera se expresaba al respecto el ex mandatario norteamericano:

“Como secretario de Comercio había abrigado una creciente insatisfacción con nuestra política hacia
América latina (sic). Estaba convencido que a menos que exhibiéramos una actitud totalmente diferente
nunca podríamos aventar las sospechas y temores hacia el ‘coloso del norte’ ni ganar el respeto de esas
naciones... Más aún, nuestra ‘diplomacia del dólar’, mediante amenazas e intimidación de parte de
nuestros ciudadanos especuladores cuando sus inversiones iban mal, añadían (sic) más combustible al
fuego... Los Estados Unidos, para decirlo en palabras suaves, no eran populares en el resto del hemisferio.

12
Para profundizar acerca de esta cuestión y de la actitud que el Gobierno de los Estados Unidos tuvo
respecto a sus empresas petroleras en el exterior, ver capítulo III.

43
Yo consideraba especialmente vital un mejoramiento en estas relaciones, porque me parecía, según se
presentaba el panorama del futuro del mundo, nosotros, en el hemisferio occidental no sólo compartíamos
intereses mutuos, sino también amenazas comunes a esos intereses”. (Hoover, citado en Mayo, Andino y
García Molina, 1983:61-62).

Elocuentes palabras las de Hoover, quien, sin embargo, bajo su mandato no llegó
casi a poner en práctica estos preceptos. No obstante, sus ideas fueron continuadas por
quien lo sucediera en el Poder Ejecutivo norteamericano. De esta manera, es como

“El gobierno de Roosevelt, que inició su primer periodo en 1933, hizo un esfuerzo por cambiar la política
de sus predecesores, caracterizada por la intervención directa”. (Rapoport, 1988:11).

Los Estados Unidos inauguraron así la política denominada “del buen vecino”
para con los países latinoamericanos.

“Pragmática, oportuna y audaz, la ‘buena vecindad’, como visión de las relaciones interamericanas tenía
la ventaja que dejaba de lado los aspectos menos gratos del intervencionismo tradicional y sabía adaptarse
a las nuevas exigencias de la expansión norteamericana en una América latina (sic) preñada de
aspiraciones nacionalistas. El paulatino abandono de la intervención armada no implicaba, por cierto, un
repliegue del dólar ni el propósito por parte de la Casa Blanca de abandonar otras formas de intervención,
más sutiles si se quiere, en la vida interna de sus vecinos”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:63).

Por su parte, Halperín Donghi, poniendo más el acento en el sistema político que
pretendían edificar los norteamericanos a partir de su nueva postura, analiza que la
“Buena vecindad” implicaba no solamente la renuncia a la intervención armada directa,
sino también

“(...) el apoyo creciente a las organizaciones panamericanas (...) Este interés es compartido, de modo cada
vez más amplio, dentro de Latinoamérica. (...) Pero si el eco latinoamericano del panamericanismo se
acrece, ello es sobre todo consecuencia de la crisis europea (...) la ruina del sistema internacional centrado
en la Liga de las Naciones (en el que muchos latinoamericanos habían visto una alternativa válida para un
panamericanismo condenado a reflejar la hegemonía estadounidense) se hace evidente”. (Halperín
Donghi, 1980: 368-369).

La Argentina era uno de esos países que se aferraba a la Sociedad de las


Naciones como estrategia para frenar el expansionismo norteamericano en el
hemisferio, oponiéndose reiteradamente a la implantación de una hegemonía continental
norteamericana incontestable, fundada en su histórico europeísmo y por temor a la
instalación de un nuevo monroísmo. Lo importante de todo esto es, por el momento,
tener en claro que dentro de esta política anti-norteamericana seguida por la Argentina,

44
se enmarca y entiende la puja esta última sostuvo contra los Estados Unidos en cuanto a
ser el artífice de la paz del Chaco, objetivo finalmente alcanzado por la diplomacia
argentina y que puede interpretarse como clara expresión de dicha política. En qué
medida influyó la tendencia anti-norteamericana y pro-británica que anidaba en el seno
de la dirigencia argentina de principios de los años ’30 en las negociaciones de paz entre
paraguayos y bolivianos, claro está, será analizado con exclusividad más adelante.
En definitiva, y a modo de resumen, es en el contexto descripto en que se llega
al año clave de 1932: crisis económica internacional; bajos precios para las materias
primas, entre ellas el petróleo y el estaño; búsqueda de nuevas reservas
hidrocarburíferas a nivel global por parte de las principales empresas del sector;
sustitución del petróleo por el carbón como principal insumo energético; reemplazo de
Gran Bretaña por Estados Unidos como potencia hegemónica mundial; nueva política
por parte de este último en relación al subcontinente latinoamericano; y la consiguiente
oposición de la Argentina a la expansión de los intereses estadounidenses en América.
Todas y cada una de estas variables incidirán, en mayor o menor grado, en los sucesos
que, entre 1932 y 1935 (e incluso más), involucrarán a paraguayos y bolivianos, por lo
que se ha considerado necesario exponerlas, aunque más no sea brevemente, a fin de
contextualizar la situación para un mejor entendimiento de los hechos posteriores.

Parte II: La región del Chaco: una historia conflictiva

La región por cuyo dominio se desató el conflicto que se analiza en el presente


trabajo ha sido un espacio territorial desde siempre reclamado, no sólo por Bolivia y el
Paraguay, sino también en parte por la Argentina. Se trata de un triángulo enmarcado
por el río Parapetí al norte, el río Pilcomayo al oeste y el río Paraguay al este. Estos dos
últimos cursos de agua hacen vértice en la capital paraguaya, Asunción. Por lo tanto,
toda la región abarca lo que es hoy el sudeste de Bolivia, todo el occidente paraguayo y
parte del norte de la Argentina, mientras la porción concretamente disputada entre
paraguayos y bolivianos representa unos 228.100 kilómetros cuadrados, lo que significa
casi un quinto del territorio que Bolivia consideraba suyo y nada menos que el 60% del
territorio nacional paraguayo actual. El territorio reivindicado por Bolivia se extendía
hasta el propio límite de Asunción, a la vez que las pretensiones paraguayas llegaban

45
hasta el río Parapetí (Mesa Gisbert, 2009 y Dalla Corte, 2007).13 Es de importancia
remarcar que

“Las posibilidades ofrecidas por el Chaco eran mayores en el territorio ocupado por el Paraguay, el cual
poseía un sistema natural hidrográfico especialmente apto para las actividades extractivas al estar situado
sobre las riberas de un río navegable, el Paraguay, tributario del Plata. El Chaco ocupado por Bolivia era,
geográficamente, mediterráneo y esencialmente seco”. (Dalla Corte, 2007:185).

Lo anteriormente apuntado constituyó, desde siempre, un fuerte incentivo para


que Bolivia codiciase en gran medida la zona correspondiente al Chaco paraguayo. Sin
embargo, sus aspiraciones y reclamaciones, siempre frustradas, acabarían por empujar
al país del Altiplano a la guerra con su vecina República.
Tras el conflicto, el denominado Gran Chaco quedó distribuido entre la
Argentina, Paraguay y Bolivia, siendo el límite entre estos últimos una línea de frontera
seca. Pero para llegar a los límites actuales, hubieron de superarse numerosas
situaciones conflictivas que, brevemente, se reseñarán a continuación, a fin de dar el
marco histórico adecuado precedente a la guerra iniciada en 1932. Según el militar
paraguayo Fulgencio Yegros,

“Desde 1537, el Paraguay, siendo aún Real Provincia Española, por decisión de sus adelantados, Juan de
Ayolas el primero y sus gobernadores que le sucedieron, realizó su penetración en el Chaco Boreal con la
intención de llegar al Perú, país del oro y de la plata. Las múltiples expediciones realizadas con el mismo
objeto durante los siglos XVII y XVIII, fueron aprovechadas para la conversión al cristianismo y la
fundación de reducciones de las numerosas tribus autóctonas pobladoras de dicho territorio. El gigantesco
esfuerzo realizado dio al Paraguay el derecho de incorporar a su patrimonio geográfico que fuera
consagrado con motivo de la declaración de su Independencia entre el 14 y 15 de Mayo de 1811 sin
ninguna resalvo (sic) de parte de Bolivia que, a la fecha, no había obtenido aún la suya (...)
Posteriormente, todos los gobiernos que se sucedieron en Bolivia, no disimularon su deseo de apoderarse
de algún modo de ese Chaco que nosotros considerábamos como de nuestra legitima propiedad.”.
(Yegros, 2009).

Si bien contundente en cuanto a afirmar la absoluta legitimidad del reclamo


paraguayo, la visión de Yegros peca de una marcada e innegable parcialidad. En virtud
de la opinión que ha podido recabarse de diferentes autores, si se quiere, un poco más
“ajenos” a la cuestión, es posible señalar que el diferendo por el Chaco Boreal suscitó
numerosos idas y vueltas diplomáticos, incontables situaciones de tensión y distensión,
y persistentes desacuerdos en cuanto a la interpretación de la demarcación limítrofe,

13
Ver Anexos (Anexo 2).

46
tanto por parte de gobernantes como de intelectuales de ambas Naciones y de otras
también; lo cual evidencia que la situación, al menos desde el punto de vista del
derecho, no favorecía tan claramente al Paraguay como lo indica el citado militar. En
relación a esto, como comenta Escudé,

“Debido a que el Chaco no tenía metales preciosos, ni mano de obra indígena, ni tierras ricas para la
explotación agrícola, durante la época colonial los españoles nunca delimitaron claramente la región”.
(Escudé, 2000).

Esta imprecisión en la demarcación original de las fronteras hizo que, durante las
últimas tres cuartas partes del siglo XIX, la región chaqueña fuera explorada por unos y
otros, lo cual les permitiría en las reclamaciones futuras arrogarse el derecho de
ocupación y poblamiento originales, aunque esta tesis fue mucho más fuertemente
empleada del lado paraguayo y se vio gradualmente dejada de lado por los Gobiernos
bolivianos para apoyarse, como se verá, en cuestiones de derecho más que de hecho. Sin
embargo, los antecedentes relativos a la ocupación de esos territorios nunca fueron del
todo dejados de lado por parte de la literatura y la opinión pública del país del Altiplano.
Según un escrito boliviano titulado Los derechos inobjetables de Bolivia al Chaco
Boreal, que circuló allá por el año 1934, en pleno auge de la contienda bélica con el
Paraguay, éste último

“(...) sólo se ocupó del Chaco pasada la primera media centuria decimonona. En cambio, el gobierno
boliviano fundó a los dos años de su independencia -en 1827- los establecimientos de Narváez, San
Diego, San Luis, Carapari, etc.; se preocupó en 1833 de la navegación de los Ríos chaqueños y de la
exploración del Otuquis; concedió una década después grandes extensiones de tierra a una compañía
belga colonizadora; fundó, autorizado por el Congreso de la República, en 1846, una población, Villa
Marco, en las riberas del río Paraguay; adjudicó a Victoriano Taboas, de la Sociedad Progresista de
Bolivia, unos terrenos con tal de que abriese un camino de Santa Cruz al río Paraguay -Taboas fue
asesinado de manera harto extraña en Asunción-; contrató con Orestes Mendoza la navegación en el
Pilcomayo, desde el embarcadero de Magariños hasta su desembocadura; facilitó al francés Creveaux
todo lo necesario para su intento de exploración del Chaco en 1882, y un año más tarde nombró a Daniel
Campos Comisario nacional para el mismo objeto, con el encargo de fundar colonias y efectuar una
expedición que llegase al río Paraguay; decretó en 1885 organizar la expedición Thouar-Ortiz al Alto
Paraguay, etc. etc.” (González Blanco, citado en Dalla Corte, 2007:198).

Los paraguayos, por su parte, tenían sus propios antecedentes que oponer a sus
pares bolivianos.

47
“(...) en 1888 (...) la marina paraguaya (...) izó la bandera paraguaya en Puerto Pacheco, tomó posesión
del territorio, y forzó la primera lucha real en el combate de Karikari. El presidente boliviano, Aniceto
Arce, se vio impedido en ese momento de defender Puerto Pacheco por la carencia de fondos públicos.
(...) la precaria situación boliviana en el contexto de la Guerra del Pacífico (...) fue (...) aprovechada por el
gobierno paraguayo para penetrar en el Chaco y vender a precios ínfimos, partes de su territorio a los
extranjeros”. (Dalla Corte, 2007:164).

Como se verá más adelante, esa venta de tierras chaqueñas a inversores


extranjeros, el consiguiente poblamiento de las zonas aledañas, y la construcción de
algunas obras de infraestructura, serán el principal argumento esgrimido por los
paraguayos para justificar sus aspiraciones en el Chaco Boreal. Ahora bien, a toda esta
situación de desorden antes descripta, producto de exploraciones y asentamientos en la
zona, tanto paraguayos como bolivianos, y de confusas demarcaciones territoriales que
databan de la época colonial, hay que agregar que los límites establecidos después de la
independencia, recién comenzaron a precisarse mediante tratados a partir de 1879.
Siguiendo a Dalla Corte se puede afirmar que esta tardanza en intentar fijar los límites
definitivos se debió a que recién hacia el año 1870, aproximadamente, América Latina
conoció un primer momento clave en la construcción de sus Estados nacionales,
momento que implicaba, entre otras cosas, la necesidad de afianzamiento territorial. A
partir de esta nueva concepción de los Estados Nacionales en esta parte del mundo es
que se disparó el interés por el llamado Chaco Boreal, considerado hasta entonces como
un espacio desértico (Dalla Corte, 2007).
Pero dicho “momento”, por sí solo, quizás no hubiera sido suficiente como para
involucrar a Bolivia y Paraguay en reclamaciones mutuas y progresivamente acaloradas
sobre los límites de la región chaqueña. Lo que sucede es que el mismo coincidió con
una serie de circunstancias que afectaron el panorama geográfico y económico de los
dos países en cuestión. Esta combinación de factores, sin dudas, hizo de un vulgar y
desapasionado diferendo limítrofe una bomba de tiempo, que estalló en 1932.
Una de las circunstancias a las que se hacía referencia, que contribuyó al
agravamiento de la cuestión chaqueña, fue la pérdida del litoral boliviano en el Océano
Pacífico, tras la derrota en la denominada “Guerra del Pacífico”, que enfrentó en 1879 a
Bolivia y Perú, por un lado, y a Chile por el otro, por la posesión de unos territorios
ubicados en el sur boliviano, ricos en nitratos. Muchos autores coinciden en destacar la
influencia que esta pérdida de la salida al mar por parte de Bolivia tuvo en los

48
posteriores sucesos vividos en el Chaco. Entre estas opiniones se encuentra la de Beatriz
Solveira, quien afirma que

“La disputa en torno a la frontera común entre Bolivia y Paraguay surgió a fines del siglo XIX a raíz de la
pérdida del litoral del Pacífico por parte de la primera. En efecto, producida esa pérdida, el gobierno de
La Paz procuró compensarla mediante la adquisición de una salida al mar a través de una franja del litoral
fluvial paraguayo”. (Solveira, 1995:37).

Así, Bolivia tenía, dada su nueva situación geopolítica, un nuevo y profundo


interés en el hasta entonces olvidado Chaco Boreal. Paraguay, por su parte, también
vivía momentos de turbulencia. Pocos años antes de la Guerra del Pacífico, el Paraguay
había librado la suya, mucho más despareja por cierto: la Guerra de la Triple Alianza, la
cual lo enfrentó nada menos que a la Argentina, Uruguay y el Imperio del Brasil.
Naturalmente, Paraguay fue derrotado, su población masculina fue casi exterminada, su
economía quedó exhausta y sus fuerzas productivas destrozadas. Pero ya se hará
referencia a esta situación con más detalle en una instancia más avanzada del presente
capítulo. Lo que en este punto es de interés señalar es que, tras el conflicto, se decidió
que la cuestión de límites entre la Argentina y Paraguay en la zona del Chaco fuese
confiada al arbitraje del Presidente norteamericano Rutherford B. Hayes quien, a fines
de 1877, falló en favor de las pretensiones paraguayas. Así describe la situación Escudé,
haciendo hincapié en que la Guerra de la Triple Alianza y la resolución de Hayes fueron
el inicio de las disputas por el Chaco entre bolivianos y paraguayos. Dice el autor:

“El litigio sobre el Chaco apareció por primera vez durante la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870),
que enfrentó a los gobiernos de la Argentina, Brasil y Uruguay contra el de Paraguay. En el tratado previo
a la guerra firmado entre los aliados, el gobierno argentino dejó sentado su reclamo del Chaco Boreal
hasta Bahía Negra. Terminada la guerra, y luego de largas negociaciones, se llegó a un acuerdo argentino-
paraguayo por el cual el Chaco Boreal fue dividido en dos partes: la zona comprendida entre el río Verde
y Bahía Negra era otorgada al Paraguay; la sección entre los ríos Pilcomayo y Verde sería sometida al
arbitraje del presidente de Estados Unidos. En la última se encontraba ubicada la localidad de Villa
Occidental pretendida por el gobierno argentino. El presidente norteamericano Rutherford Hayes falló en
favor del Paraguay, otorgando a este país toda la última zona, incluida la villa, que pasó a llamarse Villa
Hayes. El fallo Hayes se convirtió en un argumento fuerte para las autoridades paraguayas en las tensas
negociaciones sobre la cuestión del Chaco mantenidas con el gobierno de Bolivia entre 1927 y 1933. Con
dicho fallo parecieron cesar los reclamos argentinos en el Chaco, pero no los bolivianos”. (Escudé, 2000).

En efecto, así fue. Al hacerse público el acuerdo de límites que firmaron la


Argentina y Paraguay tras el conflicto, Bolivia contempló la posibilidad de perder sus

49
reclamos sobre el Chaco Boreal, lo cual se veía agravado por el implícito consenso
estadounidense, al haber fallado Hayes a favor del Paraguay, a pesar que Bolivia se
había dirigido, a través de un memorándum cursado en 1878, al Gobierno
norteamericano destacando que

“(...) para Bolivia era ‘cuestión de vida o muerte’ al acceso a los linderos de los ríos Paraguay y Bermejo
para no ‘dejarla morir de asfixia’ ”. (Dalla Corte, 2007:163).

Pero Hayes hizo caso omiso de las súplicas bolivianas, con lo cual se
completaría el preanunciado y nefasto panorama de asfixia para el país del Altiplano al
perder luego éste su salida al mar por el Océano Pacífico. Esto, a su vez, permitiría que
Paraguay completase su proyecto de ocupación del Chaco e iniciase el proceso
privatizador del mismo a manos de los capitales extranjeros.

“El proceso privatizador se consolidó en pocos años, entre 1886 y 1893 y signó los destinos del Chaco al
tiempo que determinó la suerte que corrieron Bolivia y el Paraguay en su contienda entre 1932 y 1935”
(Dalla Corte, 2007: 164).

Con estas palabras, la autora hace referencia a lo decisivo que fue para el
Paraguay, durante la Guerra del Chaco, el apoyo del Gobierno (y detrás de él, el
empresariado) argentino, lo cual será convenientemente analizado en capítulos
posteriores.
Como se puede apreciar, tanto la Guerra del Pacífico como la de la Triple
Alianza, ambas ocurridas en la segunda mitad del siglo XIX, tuvieron una influencia
capital en el futuro desenvolvimiento del diferendo por el Chaco Boreal. Pero esa
injerencia no fue sólo de carácter geopolítico, sino que también, tal como se insinuara
previamente al hacerse referencia al “proceso privatizador” que tuvo lugar en el Chaco
paraguayo; lo fue desde el punto de vista económico. La finalización de la Guerra de la
Triple Alianza marcó el inicio de una nueva etapa histórica en el Paraguay, en la cual
este último se encontraría muy ligado a los destinos de la Argentina y de sus proyectos
empresariales. Este dato resulta de suma importancia si tenemos en cuenta que,
fundamentalmente gracias a las inversiones realizadas por el mayor latifundista que
conoció la región, el español Carlos Casado del Alisal, quien tenía residencia en
Rosario, Argentina; se concretaron numerosas obras que permitirían al Gobierno
paraguayo, más adelante, reclamar la región chaqueña fundado en su dominio de hecho

50
del lugar14. Estas obras consistieron en la instalación de algunos aserraderos y
ganaderías en la zona (en su mayor parte propiedad de Casado del Alisal) y,
fundamentalmente, de media docena de líneas ferroviarias de 50 a 100 kilómetros
tendidas también por Alisal con colaboración del Gobierno paraguayo; así como
también los consecuentes asentamientos establecidos en la zona15, destinados en su
mayor parte a la explotación del quebracho para la obtención del tanino, actividad ésta a
la que se dedicaba el empresario hispano-argentino (Dalla Corte, 2007). De esta manera,

“(...) la ocupación de la región del Chaco paraguayo (...) se sostuvo en parte en la interesada actuación de
agrimensores, técnicos, ingenieros y topógrafos que, claramente puestos al servicio de los intereses
empresariales volcados a la explotación extensiva del quebracho y a la actividad extractiva taninera,
avanzaron sobre territorios fiscales actuando, inclusive, contrariamente a la normativa conformada por las
leyes de remate de tierras fiscales y por los principios del uti possidetis vigentes”. (Dalla Corte, 2007:157-
158).

Se incorpora así otra cuestión de peso a la hora de analizar la historia de las


reclamaciones sobre la región chaqueña: el uti possidetis. Ante la evidencia de que el
interés de Bolivia por ocupar el sector sudeste del país fue siempre bastante escaso (al
menos hasta fines del siglo XIX)16, y que el Paraguay hizo mucho más que ellos por
ocupar de hecho la región (aunque sin hacer grandes esfuerzos tampoco), la
intelectualidad boliviana recurrió al principio del uti possidetis para deslegitimar el
expansionismo paraguayo. Su fundamento principal era que, en la época colonial, el
enviado de la corona española para delimitar sus posesiones en la América meridional,
ubicó al Gran Chaco dentro de los límites de la Real Audiencia de Charcas, de la cual
Bolivia es la principal heredera. (Dalla Corte, 2007).

14
Un ejemplo de ello es que, como afirma Dalla Corte, años después, “El ministro paraguayo en el
Uruguay, Higinio Arbo, (...) identificó la ‘obra civilizadora del Paraguay en el Chaco Boreal’ con la
actividad productiva y ferroviaria desarrollada por los Casado al occidente del río hacia el corazón del
Chaco, situación que legitimaba, según Arbo, las pretensiones paraguayas”. (Dalla Corte, 2007:191).
15
La instalación de asentamientos permanentes en la región en litigio fue a la vez una de las estrategias y
argumentos principales utilizados por el Paraguay para reclamar los territorios del Chaco boreal. Este
hecho es corroborado y explicado con más detalle por Zook: “En 1921 el propio Paraguay empezó a
establecer colonias militares adyacentes a sus puestos avanzados del Chaco, dándoles así un doble papel,
de centinelas y precursores de la civilización”. (Zook, 1962:44). Luego agrega: “Con el propósito de
fortalecer su posición en la región occidental, el Paraguay aceptó en 1924 el establecimiento en el Chaco
de 1.765 colonos menonitas procedentes del Canadá”. (Zook, 1962:45). Evidentemente, se trataba de una
campaña totalmente premeditada y dirigida que perseguía fines muy específicos.
16
En la segunda mitad del siglo XIX, muchos fueron los intentos bolivianos para sentar soberanía en los
extensos y despoblados territorios que había heredado de la colonia. Hasta entonces el desconocimiento
del Chaco Boreal era tal que recién en 1884 alguien lo atravesó: los “Colorados” que llegaron hasta
Asunción con la expedición de Daniel Campos. (Sánchez Guzmán, 2008).

51
Pero los bolivianos no sólo se limitaban a justificar la posición de su país en el
pleito, sino que también descalificaban las pretensiones paraguayas. Esto puede
advertirse claramente en la literatura boliviana de la época de la guerra. Decía entonces
un escritor boliviano refiriéndose a la política paraguaya de poblamiento del Chaco:

“(...) han seguido llamando a extranjeros de cualesquiera parte, pues los paraguayos que no tienen
personal ni capitales para poblar ni el Paraguay auténtico, creen ocupar así el Chaco, y dar apariencia de
derecho a sus pretensiones”. (Molina, citado en Dalla Corte, 2007:166).

El tono de la campaña era, evidentemente y por momentos, duro y peyorativo.


Lo concreto es que, mientras los paraguayos basaban sus pretensiones sobre el Chaco en
cuestiones de ocupación de hecho, Bolivia reclamaba los territorios centrándose en
argumentos de derecho. Partiendo de esta base resulta comprensible que nunca llegaran
a buen puerto todos los intentos de acuerdo y mediación que se sucedieron a lo largo de
los 50 años que precedieron a la Guerra del Chaco. El primero de ellos consistió en la
firma en Asunción del

“(...) primer tratado de límites el 15 de octubre de 1879. En este tratado, más conocido como Tratado
Decoud-Quijarro, ambos países trataron de llegar a una solución equitativa pero el intento se malogró
porque no fue ratificado”. (Solveira, 1995:38).

Así explica lo sucedido el ex-diplomático paraguayo Efraím Cardozo:

“La esperanza de atraer el comercio boliviano, como un medio de reanimar la economía nacional que a
duras penas estaba restableciéndose, llevó al presidente Barreiro (...) a ceder a Bolivia, por el tratado del
15 de octubre de 1879, más de la mitad del Chaco, tan briosamente ganado en la batalla diplomática17.
(...) El tratado no fue ratificado, por la resistencia que despertó en la opinión pública, pero sus términos
estimularon a Bolivia en sus posteriores intentos de obtener una salida sobre el río Paraguay, como modo
de compensar la pérdida de su litoral sobre el Pacífico” (Cardozo, 1965:113).

Luego de este primer intento frustrado de acercamiento,

“(...) y a iniciativa de Bolivia, se reanudaron las negociaciones tendientes a lograr la firma de un nuevo
tratado de límites. Se trata del acuerdo que el 16 de febrero de 1887 firmaron también en la capital
paraguaya el plenipotenciario Isaac T. Tamayo y el canciller paraguayo Benjamín Aceval y que tampoco
fue ratificado”. (Solveira, 1995:38).

17
Con estas palabras el autor hace referencia a los territorios negociados por el Paraguay con la Argentina
tras la Guerra de la Triple Alianza y los ganados luego a partir del fallo Hayes.

52
Según Cardozo, este nuevo tratado también otorgaba grandes concesiones a
Bolivia. Es por ello que este autor afirma que

“Estimulados por las repetidas cesiones territoriales, los bolivianos ocuparon Bahía Negra, sobre el río
Paraguay, que bautizaron con el nombre de Presidente Pacheco. Una expedición militar los desalojó el 13
de setiembre de 1888. Bolivia protestó y por primera vez alegó su exclusiva propiedad sobre el Chaco”.
(Cardozo, 1965:115).

Solveira, por su parte, destaca que este fue el primer incidente serio en la disputa
por el Chaco entre paraguayos y bolivianos, al cual le otorga una especial relevancia en
virtud de que

“(...) ocasionó una muy violenta protesta de la cancillería de la Paz que proclamó a favor de Bolivia su
indefectible derecho de propiedad a todo el territorio del Chaco, por ser la heredera de los antiguos
dominios correspondientes a la jurisdicción de la audiencia de Charcas. En respuesta el canciller
paraguayo delimitó bien la cuestión al advertir que el diferendo no se basaba en una reivindicación
boliviana sobre el río Paraguay sino que, en todo caso, se reducía a la delimitación de las fronteras en los
confines del Chaco. Es decir, en esa ocasión Juan Crisóstomo Centurión definió claramente lo que en
adelante sería la posición del Paraguay en su disputa con Bolivia”. (Solveira, 1995:38).

Un tercer tratado de límites, negociado nuevamente a instancias de Bolivia, fue


suscripto en Asunción el 23 de noviembre de 1894. Se trata del acuerdo Benítez-Ichazo,
el cual, al igual que los anteriores, tampoco fue elevado por el Ejecutivo paraguayo al
Congreso. A partir de entonces se dejó de lado la vía diplomática por un tiempo y se
inició un periodo de tensión que gradualmente fue en aumento. Solveira adjudica la
culpabilidad de esta escalada a Bolivia al afirmar que

“(...) siempre deseosa de abrirse paso hacia el mar, después del tratado de 1904 con Chile, que ratificó la
pérdida de su litoral marítimo, dirigió toda su actividad diplomática en el sentido del Atlántico, sin
preocuparse ya del Pacifico, y obviamente fue el rico Chaco Boreal el campo propicio para desarrollar
esta nueva política. Consecuentemente, a partir de entonces el país del Altiplano adoptó una nueva
estrategia de penetración que se basó en la construcción de una serie de fuertes militares en la zona
litigiosa (...) Frente a esta política de penetración, Paraguay no se dejó estar y en contraposición alentó la
expansión de las explotaciones quebracheras que estaban en manos de capitales angloargentinos”.
(Solveira, 1995:38-39).

De acuerdo con Cardozo, en respuesta, el Paraguay además encargó importantes


armamentos a Europa. La situación era por demás complicada y comenzó a preocupar a
la Cancillería argentina, la cual decidió tomar cartas en el asunto. De esta manera,

53
“En 1907 se firmó el protocolo Pinilla-Soler, que contó con la mediación del canciller argentino
Estanislao Zeballos. No obstante, las autoridades bolivianas demandaron una revisión del protocolo,
acusando al gobierno argentino de parcialidad en favor de los paraguayos. El protocolo Ayala-Mujía de
1915 canceló el protocolo Pinilla-Soler, pero obligaba a las partes a mantener el statu quo en el Chaco”.
(Escudé, 2000).

El acuerdo Soler-Pinilla18, además, había establecido someter el litigio al


arbitraje del Presidente argentino, a la sazón Figueroa Alcorta. Pero éste renunció a tal
compromiso luego de un incidente con Bolivia a raíz del laudo arbitral que él mismo
había pronunciado en la cuestión de límites peruano-boliviana, que llevó incluso a la
ruptura de las relaciones diplomáticas entre Bolivia y la Argentina el 20 de julio de
1909. Por su parte, la opinión pública paraguaya también hizo lo suyo para frustrar las
negociaciones, ya que el país guaraní no estaba dispuesto a ceder la más mínima parte
de su litoral. Así, las negociaciones se vieron nuevamente estancadas. No obstante, no
deja de ser digno de ser resaltado el nuevo y activo rol desempeñado por nuestro país en
el diferendo entre paraguayos y bolivianos, papel éste que será de suma gravitación a lo
largo de todo el conflicto posterior.
En fin, luego de estos nuevos desentendimientos,

“Entre 1916 y 1918 las diplomacias boliviana y paraguaya firmaron una serie de protocolos extendiendo
el período para llegar a un acuerdo directo sobre la disputa territorial. Tras dos fracasados intentos de
acercamiento diplomático en 1919 y 1921, las relaciones entre ambos países sufrieron un serio desgaste,
que se reflejó en enfrentamientos militares”. (Escudé, 2000).

Una nueva escalada de tensión se vivió durante aquellos años. Como


adecuadamente describe Solveira,

“(...) Bolivia mantuvo en reserva sus aspiraciones portuarias y, ante el poco éxito que tuvo la reclamación
que entablara durante los años 1919-1921 ante la Liga de las Naciones para recuperar la faja costera sobre
el Pacífico y aprovechando la guerra civil paraguaya, desde 1923 los bolivianos comenzaron a sembrar de
fortines las márgenes del Pilcomayo. Por su parte, Paraguay, durante la presidencia de Eligio Ayala
(1924-1928) no se limitó a protestar sino que decidió hacer lo mismo en varios sectores del Chaco Boreal
impulsando la ocupación militar de esa región. Se inició así la carrera de los fortines”. (Solveira, 1995:39-
40).

Resulta por demás interesante observar, lo cual se deduce de la cita anterior,


cómo distintos factores concomitantes influyen en las decisiones adoptadas en materia

18
La demarcación limítrofe propuesta tanto por este como por los otros tres acuerdos previamente
mencionados, puede ser consultada en la sección “Anexos” (Anexo 2).

54
de política exterior, hasta el punto de casi llegar a determinarlas por sí mismos. Así, la
finiquitación de sus aspiraciones en el Pacífico y la situación interna del Paraguay
fueron, como se advierte, factores claves que empujaron al Gobierno boliviano a
decidirse a incrementar sus actividades y su presencia militar en el Chaco Boreal.
A toda esta tirante situación se vinieron a sumar acusaciones cruzadas. Mientras
los bolivianos cuestionaban la colonización chaqueña paraguaya a partir de la
inmigración menonita desde el Canadá, la prensa paraguaya se encargó de criticar
acerbamente la política seguida por el país del Altiplano en relación a sus concesiones
petrolíferas a la Standard Oil of New Jersey, hecho éste que será conveniente y
detenidamente analizado en capítulos venideros.
Mientras tanto, la Argentina seguía expectante el curso de los acontecimientos,
en especial a través de sus representantes en La Paz y Asunción. En virtud de ello, y
atendiendo a la complicada situación reinante, la administración Alvear ofreció, a fines
de 1924, sus buenos oficios ante las dos Repúblicas hermanas, los cuales, si bien fueron
aceptados, nunca llegaron a concretarse debido a múltiples factores, entre ellos la falta
de colaboración brasileña en la cuestión19.
Pero un nuevo hecho haría necesaria, una vez más, la intervención argentina. Se
trata del arresto de militares paraguayos por parte de una guarnición boliviana asentada
en el denominado Fortín Sorpresa, el 27 de febrero de 1927. Pese a que el hecho en sí
mismo no fue de gran importancia, tuvo una importante repercusión.

“(...) aunque este primer choque sangriento fue solucionado mediante un cambio de notas y la liberación
de los prisioneros, sirvió sin embargo para crear el malestar entre los pueblos y entorpecer las
negociaciones diplomáticas porque a los gobiernos de Paraguay y Bolivia les fue imposible impedir que
en La Paz y Asunción se produjeran importantes manifestaciones callejeras, hostiles a uno y otro país,
que pidieron la guerra. Ante estos graves incidentes creció la preocupación del gobierno argentino y se
renovó su interés por mediar entre las partes y así se llegó a las Conferencias de Buenos Aires”. (Solveira,
1995:43-44).

Dichas conferencias, llevadas a cabo entre septiembre de 1927 y julio de 1928


bajo los auspicios del consejero legal de la Cancillería argentina, Isidoro Ruiz Moreno,
no lograron ningún tipo de acuerdo entre bolivianos y paraguayos. Sin embargo es
importante destacar este hecho como un nuevo hito en los intentos de la Argentina por
dirimir la disputa por el Chaco entre estas dos Naciones vecinas. También se hace
necesario apuntar una cuestión de suma importancia: la trascendencia que ya por ese
19
Para profundizar sobre este punto, ver capítulo II.

55
entonces nuestro país le otorgaba al incremento de su prestigio regional e internacional,
utilizando la mediación en el conflicto entre paraguayos y bolivianos como un medio
para lograrlo, así como también la imparcialidad con la que abordó la cuestión, ambos
hechos correctamente enunciados por Solveira:

“En el acta de suspensión ambas delegaciones dejaron constancia de su reconocimiento al gobierno


argentino por la imparcialidad con que había asistido a las deliberaciones (...) Para la redacción del acta,
el observador argentino propuso una fórmula de declaraciones en la que se incluían algunos principios
que habían sido aceptados por las dos delegaciones; el objetivo perseguido por Ruiz Moreno con esto era
que la conferencia no apareciera ante el mundo como habiendo fracasado. Por eso la propuesta también
sugería que al acta en vez de llamarla de clausura se la denominara acta de suspensión”. (Solveira,
1995:48).

De esta manera, la solución de la disputa quedó en manos de una Comisión de


Neutrales conformada a tal efecto en Washington e integrada por cinco países no
limítrofes. Nuestro país, ya con Hipólito Yrigoyen en la Presidencia, reiteró su
ofrecimiento de buenos oficios, el cual fue aceptado por el Paraguay pero rechazado por
Bolivia. La situación se mantuvo en una tensa calma hasta que, en diciembre de 1928

“(...) el gobierno paraguayo decidió ocupar el fortín La Vanguardia, mientras Bolivia atacaba el fortín
Boquerón. Estos hechos podrían haber desembocado entonces en una contienda abierta, pero la rápida
intervención de M. Aristide Briand, presidente del Consejo de la Sociedad de las Naciones, y del Comité
de Arbitraje y de Conciliación de Washington, frenó temporalmente el litigio”. (Dalla Corte, 2007:187).

Esta mediación resultó un verdadero alivio para el Paraguay, el cual, ya por ese
entonces bajo la Presidencia de José P. Guggiari, no estaba en absoluto preparado para
afrontar una guerra. Tal como afirma Bethell,

“El gobierno no había trazado planes para la defensa del país y había depositado toda su confianza en que
sería capaz de persuadir a los bolivianos a comportarse razonablemente. Ahora, al quedar en evidencia, la
administración Guggiari tuvo que retroceder y firmar un tratado humillante que, entre otras cosas, exigía
que Paraguay reconstruyese el Fortín Vanguardia. Se evitó la guerra por el momento, pero los liberales
nunca se repusieron de este golpe al orgullo de la nación”. (Bethell, 2000:151).

Por si toda esta situación no fuera ya de por sí harto complicada, la literatura y la


prensa de ambos bandos contribuía a agravarla y a hacer que la guerra apareciese ante
los ojos de la población como la única salida posible. Dice Zook al respecto:

“En ambos países una abundante cosecha de escritos polémicos empezó a llenar las columnas de los
periódicos y los estantes de las librerías. Los propagandistas no perdieron de vista ningún nivel de la

56
sociedad. Desde los niños de las escuelas hasta los intelectuales, para todos había material apropiado
escrito por los contenciosos publicistas de ambos estados. (...) En el Ministerio de Relaciones Exteriores
de La Paz, una sección de propaganda se encargó de difundir en el exterior el conocimiento de los
derechos bolivianos. Se formó el Centro de Propaganda y Defensa Nacional para dirigir una campaña de
propaganda doméstica, que pronto conocerían muy bien el aymará y el quechua: ¡había que expulsar del
Chaco al antiguo enemigo de los llanos! Este fervor emocional dificultó toda transacción”. (Zook,
1965:45-46).

El clima de hostilidad era ya palpable en todos los ámbitos de la sociedad. Y la


inevitabilidad de la guerra se hizo más patente aun luego del Tratado de Paz y Amistad
firmado entre chilenos y peruanos, en 1929, el cual cerró definitivamente cualquier
aspiración de Bolivia en cuanto a reclamar su costa en el Pacífico. En consecuencia, la
actitud boliviana fue progresivamente más y más hostil. El 2 de julio de 1931 se produjo
un nuevo rompimiento de las relaciones entre ambos países, y el 17 de octubre de ese
año, en una resolución secreta, la Cámara de Diputados de Bolivia se dirigió, de un
modo poco más que elocuente, al Poder Ejecutivo:

“1. Evite en lo posible suscribir con el Paraguay un pacto de no agresión. 2. Si esto no fuera posible, el
pacto que se suscriba no tenga ninguna zona, línea o prescripción de inmovilización de nuestras fuerzas
armadas en el Chaco”. (Resolución secreta de la Cámara de Diputados de Bolivia al Poder Ejecutivo del
17 de octubre de 1931, en Zook, 1965:86).

Zook completa la cita previa analizando que lo que, después de todo, en realidad
buscaba Bolivia con su participación en la Conferencia de Washington era simplemente
ganar tiempo para completar su preparación para el combate. La guerra ya estaba
diseñada. Tanto es así que, como asevera el mismo autor,

“(...) el Estado Mayor General elaboró su ‘Plan General de Penetración al Chaco’ (fechado el 15 de enero
de 1932). Este documento proponía, mediante la ocupación de facto del Chaco Boreal: (1) fortalecer la
posición jurídica de Bolivia; (2) contener los avances paraguayos; y (3) ganar posiciones favorables para
un futuro arbitraje o una solución militar”. (Zook, 1965:86-87).

Entretanto, nuestro país, continuaba inmiscuido en la cuestión y en los intentos


de lograr una solución pacífica de la disputa. Tal como afirma Solveira,

“Durante la presidencia del general Agustín P. Justo, la cancillería argentina hizo nuevos intentos de
obtener la terminación del conflicto y con ese fin apoyó abiertamente los esfuerzos de la Comisión de
Neutrales reunida en Washington. Cuando en marzo de 1932 las negociaciones se hallaban estancadas, el
presidente de la Comisión de Neutrales formuló reiteradas sugestiones para que el gobierno argentino
entrara a formar parte de esa comisión. (...) Fiel a la política de discreto alejamiento, el gobierno de Justo

57
se excusó de intervenir en la Comisión de Neutrales y adoptó una actitud de prudente expectativa. Poco
después, en junio de 1932, luego de producirse las primeras contingencias bélicas entre Bolivia y
Paraguay, sus respectivos gobiernos dieron por concluidas las negociaciones ante la Comisión de
Neutrales”. (Solveira, 1995:52).

De esta manera, la última esperanza de frenar el estallido de la guerra se


desvanecía. Al fin y al cabo, puede extraerse la triste conclusión de que por más
voluntad conciliadora que haya por parte de actores externos, cuando los implicados en
un conflicto se niegan a llegar a un avenimiento, cuando se empecinan en aferrarse a
posiciones irreductibles que de antemano saben inaceptables para la otra parte, en
definitiva, cuando no existe un compromiso real de intentar evitar una salida pacífica y
razonable a las controversias, todo empeño pacificador resultará siempre insuficiente.
Al final de cuentas, lo cierto es que, tras varios intentos fallidos de resolución a
lo largo de la historia, la cuestión del Chaco Boreal entre paraguayos y bolivianos quedó
en litigio, dando paso a la más sangrienta guerra que tuvo lugar en América del Sur a lo
largo de todo el siglo XX. No obstante, después de lo analizado, podría afirmarse que
dicho conflicto no justificaba por sí solo una guerra. De hecho, permaneció durante
décadas sin resolución, sin menoscabo de ninguna de las partes implicadas. Los
sucesivos Gobiernos, tanto paraguayos como bolivianos (y especialmente estos últimos)
no le prestaron la debida atención durante largos periodos, permaneciendo el Chaco
como una región desértica y despoblada. Tampoco provocó nunca la pasión de los
pueblos a lo largo de la historia, más allá de las circunstancias señaladas y sólo a partir
del acicateo de una prensa belicosa y malintencionada y de unos Gobiernos que,
hundidos en sus propias crisis y miserias, recurrieron vilmente a un falso nacionalismo,
fundado en una todavía inexistente identidad nacional, para sacar rédito político y
económico de la situación. Por tanto, seguramente esta disputa entre hermanos no
hubiera concluido del trágico modo en que lo hizo si la coyuntura interna de cada uno
(que será analizada a continuación) hubiese sido diferente y, sobre todo, si hacia 1910
no se hubiera comprobado (o mejor dicho, supuesto) la existencia de grandes
yacimientos petrolíferos en el Chaco. Pero esa es otra historia, cuyo análisis quedará
pendiente para páginas posteriores.

Parte III: Situación en el Paraguay y en Bolivia en los años previos al conflicto

LA SITUACIÓN EN BOLIVIA

58
Hasta el año 1880 predominó en Bolivia un tipo de régimen de caudillaje. Pero
la Guerra del Pacífico, que como bien se señalara en la sección anterior, marcó un
importante cambio de rumbo en la política exterior boliviana, también resultó
trascendental para el país del Altiplano en cuanto a su organización política interna. El
caudillismo pasó a ser historia y se estableció, en cambio, el primer Gobierno
republicano viable de naturaleza oligárquica civil (Bethell, 2000). A partir de entonces,
y hasta 1920, la Nación boliviana osciló entre dos tendencias en torno a su organización
política: los liberales y los conservadores, los cuales, sin embargo, en los hechos no
presentaban mayores diferencias El apoyo por parte de ambos a la industria minera (la
cual cada vez más se estaba volcando desde la tradicional explotación de plata a la
pujante extracción del estaño20), el anti-indigenismo, y la indiferencia ante la cuestión
de la iglesia fueron las continuidades más importantes entre conservadores y liberales.
Por otra parte, si bien ninguno de ambos bandos era verdaderamente democrático en el
sentido cabal del término, en todo caso este nuevo régimen bipartidista significó una
superación del anterior. Pero este sistema comenzaría a resquebrajarse cuando en 1914
el Partido Liberal se escindió, dando lugar al surgimiento de uno nuevo, denominado
Partido Republicano, el cual reunía una heterogénea miscelánea de personalidades21.
Pues bien, tras una prolongada hegemonía de 21 años, en 1920 los liberales
abandonaron el poder para dejarlo en manos de los republicanos, quienes venían
pergeñando desde hacía ya mucho tiempo conspiraciones y revueltas para acceder al
Gobierno, y lo consiguieron ese año mediante una Revolución relativamente pacífica
(Levene, 1949). El nuevo régimen republicano se mantendría en el poder hasta 1934,
momento en que ya se había iniciado la Guerra del Chaco, lo cual torna imprescindible
analizar este periodo de la política boliviana para comprender mejor el accionar de los
diferentes Gobiernos que se sucedieron durante la década de 1920, y que llevaron al
estallido del conflicto con el Paraguay.

20
“(...) nació lo que los analistas políticos posteriores llamarían ‘la rosca’, un gobierno de políticos
profesionales que trabajaban primordialmente en los intereses de los barones del estaño, líderes de la
nación. (...) Los productores de estaño pudieron así concentrarse completamente en la intensa y
competitiva batalla por el dominio de las minas de estaño bolivianas. No hubo restricciones a las
inversiones extranjeras (...) Los capitales europeo, norteamericano e incluso chileno, compitieron con los
capitalistas bolivianos locales (...) y establecieron cientos de compañías”. (Bethell, 2000:216).
21
De acuerdo con Bethell, “(...) este último era un calco del Partido Liberal. Extraía su fuerza de las
mismas clases; apoyaba incondicionalmente todas las demandas de las clases mineras dirigentes; y era tan
racista y oligárquico como sus oponentes”. (Bethell, 2000:221).

59
Pero casi inmediatamente luego de la Revolución triunfante, y como suele
suceder en el caso de alianzas circunstanciales, con individuos provenientes de
diferentes sectores, con distintos intereses y escasos puntos de contacto ideológico entre
sí más allá del odio al Gobierno de turno; el Partido Republicano sufrió una división en
dos ramas opuestas.

“(...) la primera de ellas, dirigida por el intelectual de la clase media urbana, Bautista Saavedra, y la otra,
por el hacendado y político de Cochabamba, Daniel Salamanca. Por fin, fueron Saavedra y sus seguidores
los que en 1921 se hicieron con la iniciativa y el control del gobierno y el partido. Salamanca y sus
fuerzas fundaron una nueva organización, el Partido Republicano Genuino, y empezaron a actuar contra
el nuevo régimen”. (Bethell, 2000:222).

Esta cerrada oposición, que incluía entre sus filas a la mayor parte de los
estudiantes, se manifestó, desde un principio

“(...) con la obstinación de todos en no querer aceptar las carteras que les ofrecía Saavedra (...) Entonces,
ante la oposición coaligada, no tuvo más remedio que decretar el estado de sitio y usar de los mismos
procedimientos empleados por los gobiernos anteriores y que él había condenado (...) comienza por
ganarse la confianza de los militares y les aumenta sus sueldos, hace cerrar periódicos, destierra y confina
a periodistas, políticos estudiantes y artesanos”. (Levene, 1949:111-112).

No obstante, tras la primera gran huelga ferroviaria, en 1921, el Presidente


boliviano inauguró una política social casi sin precedentes en América Latina,
concediendo numerosos beneficios a los obreros y asalariados, lo cual le valió un fuerte
apoyo popular. De esta manera, Saavedra anticipó una posteriormente típica paradoja de
algunos Gobiernos latinoamericanos: el péndulo entre la represión y las medidas
sociales de avanzada (Mesa Gisbert, 2009).
Por aquél entonces, Bolivia contaba con una población de 2,1 millones de
habitantes y su principal ciudad, La Paz, con 135.000, la cual vivía una relativa pujanza,
que permitía a la sociedad comenzar a conocer los atisbos de una clase media urbana
(Mesa Gisbert, 2009). ¿A qué se debía este moderado crecimiento? La causa
fundamental del mismo era el ya señalado auge del estaño, habiéndose erigido como
triunfadores los capitales locales por sobre la inversión extranjera, en particular quien
era el indiscutido mandamás en el sector, Simón Patiño, el cual era ya a mediados de los
años ‘20 uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. El volumen de
producción de sus minas de estaño era clave en un mercado mundial que él mismo

60
controlaba desde su sede empresarial en Estados Unidos22. Además, era propietario de
minas en Malasia, de fundiciones de estaño en Estados Unidos y Gran Bretaña, y del
más importante complejo minero del país. De su mano, Bolivia se convirtió en el
segundo productor mundial de estaño, industria que generaba numerosos puestos de
trabajo en las minas.
En otro orden de cosas, hay que señalar que Saavedra apeló al crédito externo,
especialmente de los Estados Unidos, con los objetivos principales de pagar deudas
anteriores, reducir el déficit fiscal y culminar obras de infraestructura como el
ferrocarril a la Argentina por la vía de Villazón, lo cual integró más a Bolivia, en lo
físico y en lo económico, a su vecino del sur (Mesa Gisbert, 2009). El más importante
de esos préstamos fue el denominado “Nicolaus”, en 1922, que fue inmediatamente
reprobado por la opinión pública dado el ya alto endeudamiento del país al momento de
solicitarlo, como así también las condiciones humillantes que el mismo imponía, entre
otras cosas otorgando el control directo a los Estados Unidos sobre los servicios
tributarios bolivianos.
Ahora bien, atendiendo a lo que más interesa en el presente trabajo, cabría
mencionar que

“Bautista Saavedra (...) decidió hacer suya la responsabilidad de ocupar físicamente el Chaco. Merced a
ello se levantó (sic) una gran cantidad de fortines en la región. Como era lógico, se agravaron los roces
diplomáticos y, lo más grave, también las escaramuzas militares. Los impulsos saavedristas coincidieron
con el descubrimiento del petróleo en la región. Ingrediente fatal para el cocido”. (Sánchez Guzmán,
2008).

Esto demuestra que el estaño no era todo en la vida económica boliviana: tal
como se analizará con detenimiento más adelante, los intereses petroleros comenzaban a
ejercer cada vez mayor influencia, no sólo en la economía, sino también en la política
del país del Altiplano. De hecho fue bajo la Presidencia de Saavedra que la Standard Oil
of New Jersey se instaló en suelo boliviano.
Es así como se llega al año 1926, en el cual Saavedra se ve forzado a ceder el
Gobierno a Hernando Siles, miembro de su propio partido pero adversario interno.
Lógicamente, Siles se deshizo prontamente de la figura de Saavedra y creó el Partido
Nacionalista, con el cual intentó prorrogarse en el poder (Levene, 1949). En uno de sus

22
“En 1924 Patiño concentró sus actividades en la ‘Patiño Mines and Enterprises Consolidated Inc.’,
radicada en el estado de Delaware, Estados Unidos, con capital de 6.250.000 libras esterlinas”. (Beyhaut,
G. y Beyhaut, H., 1986: 182).

61
primeros actos de Gobierno, Siles pidió un nuevo empréstito, atando aún más la
economía boliviana a la estadounidense. Analizando la cuestión con los hechos
consumados, no es de extrañar que el principal destino que se dio al dinero ingresado al
país a través de ese préstamo haya sido la adquisición de armamentos para la
modernización del parque bélico del Ejército.
Bajo la gestión de Siles se produjo otro hecho digno de destacar, atendiendo al
propósito del presente trabajo: la misión del norteamericano Walter Kemerer, la cual
creó el Banco Central, estableció una ley de presupuesto, y creó la Contraloría para el
control y fiscalización de la administración estatal. Otro de los proyectos que llevó
adelante la administración Siles, en este sentido continuando con la política de su
predecesor, fue el de la efectiva ocupación de la semi-desierta región oriental del país.
De esta manera, se profundizó la penetración hacia el este, la cual estuvo principalmente
vinculada a la construcción del camino a Santa Cruz, y el plan Grether para la
colonización agrícola en la zona (Mesa Gisbert, 2009).
En 1928, poco antes de abandonar el poder, Siles vivió la antesala de lo que sería
el conflicto armado con el Paraguay. En el Chaco Boreal, como ya se ha mencionado, se
produjo el incidente del fortín Vanguardia, el cual fue atacado por tropas paraguayas, en
respuesta a la política de ocupación y colonización boliviana de la región. En represalia,
Bolivia tomó los fortines Boquerón y Mariscal López, aunque luego de ello Siles
prefirió la negociación, logrando la paz en esa oportunidad, una paz débil a la luz de los
acontecimientos, pero paz al fin.
Tras estos incidentes, Siles intentó, frustradamente, prolongar su mandato
presidencial, lo cual desembocaría en su anticipada salida del Gobierno:

“El intento errado de prolongarse en el gobierno llevó a Siles al desastre. En mayo de 1930 renunció y
dejó el mando en manos de su gabinete para habilitarse en las elecciones. En junio el gobierno fue
derrocado por un movimiento militar apoyado por civiles, el expresidente (sic) fue exilado y su casa
saqueada. Se instaló en el poder una junta militar presidida por Carlos Blanco Galindo”. (Mesa Gisbert,
2009).

Esta junta dio paso a la celebración de elecciones, que fueron ganadas por
Daniel Salamanca, republicano disidente que, como ya se ha visto, se alejó de la
conducción partidaria durante la gestión de Saavedra. Sería él a quien le cabría la
responsabilidad de conducir las acciones de una nueva guerra internacional para
Bolivia.

62
Pese al exilio al que fue confinado, Siles ya había hecho suficiente: había dejado
sembrada tras de sí la semilla de la más cruenta de las guerras que asolarían su país, no
sólo por los sucesos del fortín Vanguardia, sino más aún por el cada vez mayor
compromiso que Bolivia asumía respecto a la potencia del norte, los Estados Unidos,
que desde las sombras manipularía la situación y condenaría al país del Altiplano a
precipitarse al abismo de la destrucción mutua con su hermana República del Paraguay.
Basta tan sólo una breve enumeración para corroborar el enorme poderío e influencia
con que para ese entonces ya contaban los Estados Unidos en Bolivia: fuertes lazos con
su personalidad más influyente, Patiño, el patrono del estaño; control económico y
financiero del país a partir de constituirse en su mayor acreedor y de fundar los
principales organismos de regulación en esas áreas y, por sobre todas las cosas,
posesión de la principal empresa petrolera en operaciones en la República, lo cual
maximiza su importancia dada la cada vez mayor trascendencia del petróleo a nivel
internacional. Si a ello sumamos la colonización agrícola y la penetración en oriente, y
la compra de armas, todo conduce a un solo y único camino: la guerra.
Según algunos autores, en las motivaciones que llevaron a Bolivia a reclamar la
posesión de toda la zona del Chaco y que la condujeron a embarcarse en la guerra contra
el Paraguay, influyeron diversos factores. El más mentado de todos ellos, y al cual ya se
ha hecho referencia, era el de la necesidad de encontrar una salida al mar por vía fluvial
(río Paraguay) a fin de compensar la pérdida de su litoral sobre el Pacífico tras la guerra
del mismo nombre. Dice Figallo al respecto:

“El problema de la salida al mar de Bolivia había constituido una cuestión importante para Sudamérica, y
se habían (sic) erigido en causa nacional en el país del Altiplano. A pesar del acuerdo firmado con Chile
en 1904 que le permitía hacer su comercio internacional por las aduanas chilenas, Bolivia se veía cercada
por sus vecinos y convertida en zona de influencia, además, privada de inmigración, sus fuerzas
productivas no crecían. (...) Bolivia quería afirmar su soberanía territorial sobre unas tierras que
consideraba heredadas de España y recuperar una salida propia hacia el Atlántico a través de los ríos
Paraguay y Pilcomayo”. (Figallo, 1998:261).

De lo anterior se deduce la real importancia que la posesión del Chaco Boreal


tenía para Bolivia. Pero existían otros factores que pesaban, y mucho, más aun en la
mente de un desmedido nacionalista como resultó ser el Presidente Salamanca: la
necesidad de obtener prestigio internacional a través de un triunfo en el campo de
batalla contra el único vecino al que podría vencer militarmente en una eventual
contienda. Decía Salamanca:

63
“Bolivia tiene una historia de desastres internacionales que debemos contrarrestar con una guerra
victoriosa, para que el carácter boliviano no se haga de día en día más y más pesimista. (...) los países
como el nuestro que han cometido errores de política interna y externa, debemos y necesitamos
someternos a la prueba del fuego, que no puede ser otra que el conflicto con el Paraguay”. (Salamanca,
citado en Cardozo, 1965:134).

Era moneda corriente, en la Bolivia de aquellos tiempos, una frase escrita por un
publicista de la época:

“ ‘Hay que pisar fuerte en el Chaco’ (...) Y la frase, mal interpretada por el presidente, fué (sic) tomada
como punto de partida para una política de acción basada en el exclusivo empleo de la fuerza. Salamanca
fué (sic) a la guerra escuchando los precipitados consejos de militares sin preparación y de políticos y
periodistas sin responsabilidad”. (Levene, 1949:119).

Así lo explica Bethell:

“Conforme la situación política y económica iba haciéndose más tensa, Salamanca empezaba a poner sus
miras en la cuestión de la frontera del Chaco. Así, elaboró el programa de penetración militar en el Chaco
más ambicioso y caro abordado jamás por un presidente boliviano. (...) El 1 de julio de 1931, Salamanca
utilizó un nimio incidente fronterizo como pretexto para romper las relaciones diplomáticas con
Paraguay”. (Bethell, 2000:228).

De esta manera es como Salamanca decidió llevar a Bolivia a la guerra, no


obstante la endeble situación en la que se encontraba. Porque, tal como sugiere Bethell y
como ya se ha analizado, en los primeros años de la década de 1930 la economía
boliviana, a consecuencia de la crisis económica mundial tras el crack de 1929, de la
enorme e impagable deuda externa, que se venía engrosando desde hacía unos años, y,
sobre todo, de la constante caída de los precios del estaño; atravesaba grandes
problemas, incluyendo desempleo y tensiones sociales (Bethell, 2000).
Todo esto sugiere que, quizás, más allá del “fervor patriótico” de Salamanca, de
la necesidad de redención del pueblo boliviano a través de una victoria militar y de la
real urgencia de encontrar una salida atlántica para su país; el nuevo Presidente actuó
muy influido por la coyuntura del momento, intentando, como ha sucedido tantas veces
en la historia, desviar la atención de los problemas internos a partir de involucrar al país
en un conflicto internacional que acapare toda la atención, eleve el patriotismo y lleve a
todos los ciudadanos, movidos por el irreprochable consenso que la unidad nacional
entraña en vísperas de una guerra contra una Nación extranjera, a apoyar a un Gobierno
como el suyo, debilitado políticamente desde un comienzo y haciendo cada vez más

64
agua en lo económico. Esto demuestra por sí solo el por qué de la necesidad de dedicar
una sección especial al análisis de la situación interna imperante en cada uno de los
contendientes, ya que el mismo nos brinda una perspectiva susceptible de explicar
diferentes motivaciones por parte de los actores que, eventualmente, contribuyeron a
que los acontecimientos se sucedieran del modo en que lo hicieron. En opinión de
Bethell, hasta tal punto incidió la situación interna que atravesaba Bolivia en el estallido
de la guerra, que no vacila en afirmar que

“Hoy día no hay duda, a partir de toda la documentación que ha ido apareciendo desde la guerra, de que
Salamanca y el gobierno boliviano inflaron de manera desmesurada un típico incidente fronterizo hasta
llegar a la guerra total, para sorpresa incluso de los propios paraguayos (...) La causa de la guerra hay que
buscarla más bien en el complejo conflicto político interior de Bolivia y en las tensiones provocadas por
la depresión mundial en un sistema político frágil”. (Bethell, 2000:231).

Lo cierto es que, responsabilidad o no de Salamanca, hacia mediados del año


1932 la guerra había estallado. Las tropas bolivianas, con el correr de los días, iban
perdiendo gradualmente sus posiciones. Es así como, en noviembre de 1934, el
Presidente boliviano, que desde un principio había tenido pésimas relaciones con el alto
mando de la guerra, fue derrocado cuando visitaba el frente de batalla en Villamontes,
rodeado por todo el mando en campaña que lo obligó a dimitir. Su Vicepresidente, José
Luis Tejada Sorzano, se hizo cargo de la Presidencia, la cual conservó hasta la
finalización de las hostilidades. La situación militar (que será analizada con más
detenimiento ya finalizando el presente capítulo), al momento de asumir el nuevo
mandatario era poco menos que desesperada. Como bien señala Levene,

“La ofensiva paraguaya era más intensa que nunca en el mes de enero del 35. Las líneas habían
retrocedido considerablemente y el ejército boliviano tocaba ya los contrafuertes de la cordillera, el
optimismo del comando no decaía; pero la guerra había tomado un aspecto grave a ojos del pueblo, que
acabó de ver y darse cuenta que sólo servía para edificar fortunas gigantescas (...) y que el deseo y la
resolución de los militares era el de rehuir toda responsabilidad en los fracasos de la guerra y hacer que
los negocios públicos fuesen manejados por ellos”. (Levene, 1949:122-123).

Y, en efecto, así fue. Los militares irrumpirían de modo espectacular en la vida


política boliviana tras la Guerra del Chaco, lo cual será analizado a su debido tiempo.
Más allá de todo lo hasta aquí expuesto, hay que tener en claro que no sólo
Bolivia y los intereses norteamericanos allí radicados fueron los que empujaron a la
guerra. A diferencia de Bethell, quien atribuye al Gobierno del país del Altiplano la

65
responsabilidad total de lo acontecido, desde aquí se defiende otra hipótesis, y es que
este conflicto, como cualquier evento histórico, tiene múltiples factores causales,
hundiendo sus raíces en variables de distinta índole. Es por ello que a lo largo del
presente trabajo se pueden encontrar capítulos y secciones dedicados a analizar
cuestiones que van desde la búsqueda de prestigio regional por parte de actores estatales
externos hasta los intereses petrolíferos privados, pasando, por supuesto, por la
situación interna del Paraguay, donde también se dieron las condiciones necesarias para
que madurase una situación que, como se verá, tuvo varios puntos coincidentes con la
de Bolivia.

LA SITUACIÓN EN PARAGUAY

Así como en el caso boliviano que se acaba de analizar la Guerra del Pacífico
significó un hecho crucial, en tanto y en cuanto redefinió el panorama político interno y
la estrategia exterior de Bolivia, una experiencia análoga fue la que padeció el Paraguay
tras el conflicto de la Triple Alianza. Dicha contienda, que lo enfrentó a argentinos,
brasileños y uruguayos, significó un punto de quiebre para la Nación guaraní,
especialmente en lo referido a los cambios políticos que dejó tras de sí, es decir: la
importancia desmesurada que a partir de entonces adquirieron el Brasil y la Argentina
en el manejo de los asuntos internos paraguayos, colocando y deponiendo Gobiernos a
su antojo y de acuerdo a las conveniencias de cada uno. A este respecto cabe mencionar
que, al igual que en Bolivia, en el Paraguay existían dos tendencias políticas bien
definidas: los colorados, de histórica tendencia pro-brasileña y dominados por los
intereses de este país; y los liberales (que, al igual que sus pares bolivianos, se hallaban
escindidos, en este caso entre cívicos y radicales) bajo influencia de la Argentina. Sin
embargo, esta cuestión será puntualmente abordada en la sección del presente trabajo
destinada al análisis de la incidencia que la rivalidad argentino-brasileña tuvo en la
Guerra del Chaco, por lo que en esta instancia todo ello será pasado por alto, aunque no
podía dejar de ser, cuanto menos, mencionado, ya que proporciona una imagen real
acerca de las condiciones que imperaban en el Paraguay en los años previos a su
contienda con Bolivia.
Ahora bien, siempre teniendo presente lo antes mencionado, demos un salto en
el tiempo para ubicarnos a fines de la década de 1910. Este periodo histórico encontró
un Paraguay en permanente cambio y crecimiento bajo el Gobierno de un liberal radical,

66
Manuel Franco quien, según Bethell, fue uno de los mandatarios más populares de la
historia paraguaya. Este autor nos brinda su perspectiva sobre la vida en el Paraguay de
aquella época:

“(...) la sociedad paraguaya de entonces presenta un carácter de belle époque. Al menguar los conflictos
partidistas23, pocas cosas había que perturbasen el orden social: ninguna división religiosa, racial o
lingüística. Paraguay era un país unánimemente católico; su pueblo era una mezcla homogénea de español
e indio guaraní, y la combinación de las dos culturas se reflejaba en el bilingüismo casi universal que
daba a los paraguayos la sensación de ser un pueblo único. Había estratos sociales, por supuesto, pero las
líneas no estaban trazadas con rigidez. La antigua clase alta cuyo linaje se remontaba a la época colonial
se había visto empobrecida por la guerra y la revolución; por otra parte, hasta el paraguayo más
aristocrático tenía sangre india en las venas. Además de la antigua clase alta, que se dedicaba
principalmente al derecho, la política o la agricultura, había una elite comercial nueva y emprendedora en
la que predominaban los inmigrantes italianos, españoles, alemanes, franceses y británicos. Estos recién
llegados eran aceptados rápidamente en la sociedad del país y en el plazo de una generación se integraban
completamente. Debajo de estos dos grupos principales se hallaba la gran masa campesina”. (Bethell,
2000:147).

Un país, como se ve, en plena reconstrucción económica y social. Pero esta


relativa pujanza se vería bruscamente interrumpida, no sólo por la inesperada muerte de
Franco sino, principalmente, por

“(...) la aguda crisis que produjo la restricción del mercado europeo al cese de las hostilidades. Los
frigoríficos se cerraron y quebraron varias instituciones bancarias”. (Cardozo, 1965:122).

En efecto, la finalización de la Primera Guerra Mundial trajo aparejada consigo


la drástica disminución de las exportaciones paraguayas, principalmente consistentes en
algodón y derivados cárnicos y del quebracho, provocando serias complicaciones
económicas. En vistas de esta situación, y de la desaparición de Franco, los radicales se
apresuraron a nombrar al jefe de su partido, Manuel Gondra, como Presidente de la
Nación. A partir de allí comienza una etapa de permanente inestabilidad interna y
guerras civiles que asolaron a la hermana República. Gondra tenía una fuerte oposición
interna, y muy especialmente del Ejército, por lo que su Gobierno fue derribado por otro
radical, Schaerer. Se llegó entonces a un acuerdo entre las fracciones radicales
disidentes para nombrar a Eusebio Ayala como Presidente interino. Pero este, a poco
andar, mostró su filiación gondrista, lo que motivó que en mayo de 1922 el Comandante

23
Los colorados, desde hacía años y en forma de protesta contra las irregularidades electorales de los
liberales, practicaban una política abstencionista, mientras que los liberales cívicos habían sido declarados
fuera de la ley, por lo que la discusión y las luchas políticas prácticamente no existían.

67
en Jefe del Ejército, Adolfo Chirife, apoyado por colorados y schaereristas, se sublevara
y depusiese al Gobierno de Ayala (Bethell, 2000 y Cardozo, 1965). La progresión de los
hechos posteriores es perfectamente descripta por Bethell:

“(...) transcurrirían trece meses de combates encarnizados durante los cuales se librarían batallas en toda
la República. (...) Eusebio Ayala dimitió y Eligio Ayala (no eran parientes) (...) ocupó su puesto. (...) las
fuerzas del gobierno se mantuvieron firmes una vez más y los atacantes tuvieron que levantar el cerco.
Con el fracaso de esta segunda ofensiva, la revolución quedó agotada. Schaerer y sus seguidores huyeron
al exilio y finalmente se restauró la paz. Eligio Ayala, el presidente interino, fue elegido para servir un
mandato completo al año siguiente”. (Bethell, 2000: 149).

En otro orden de cosas hay que mencionar que, por aquel entonces, la situación
que había venido desarrollándose desde décadas atrás en la región del Chaco no tenía
miras de modificarse: los paraguayos continuaban impasibles ante los avances
bolivianos, basados en la construcción de fortines en la región, la cual, no obstante,
permanecía bajo jurisdicción del Paraguay. Quizás la guerra civil de 1922-23 hizo que
este último desviara incluso más su atención hacia los conflictos políticos internos,
permitiendo a los bolivianos avanzar en su sigilosa conquista.
Una vez superada esa breve fase de confrontaciones internas a la que se ha
hecho referencia, el Paraguay comenzó a conocer el camino del progreso. Así, a
diferencia de Bolivia, reinó allí durante la segunda mitad de la década de 1920 un
ambiente de paz y estabilidad, tanto en lo político como en lo económico, siempre bajo
la égida de los Gobiernos liberales. Como afirma Cardozo,

“El auge de la producción algodonera y la reapertura de los frigoríficos, restauraron pronto las heridas de
la guerra civil. Eligio Ayala inició una política de austeridad administrativa y de estabilización financiera.
(...) Por primera vez en muchos años, hubo superávit presupuestales que se aplicaron principalmente a la
adquisición de armamentos, dado el peligroso cauce que estaba tomando la cuestión con Bolivia”.
(Cardozo, 1965:122-123).

En similares términos, Levene da cuenta de esa situación. Dice este autor al


referirse a Eligio Ayala:

“Sin apelar a medidas de fuerza, sin estado de sitio, sin clausurar diarios, gobernó cuatro años en paz.
Saneó las finanzas, enjugó el déficit de cien millones que venía arrastrándose en los presupuestos,
estabilizó el tipo de cambio de la moneda y preparó la defensa nacional con más de dos millones de pesos
oro de superávit.”. (Levene, 1949:308).

68
Luego, el autor agrega otra serie de medidas progresistas adoptadas por Ayala,
especialmente en materia de educación, sanidad y comunicaciones, y el hecho de que
fue el mismo Ayala quien contrató una misión militar francesa y el que impulsó la
ocupación militar sistemática del Chaco. Si bien las cuestiones estrictamente militares
son materia de análisis del siguiente segmento del presente capítulo, se hace imposible
soslayar, a los fines del presente trabajo en general, que fue Eligio Ayala quien comenzó
con el rearme paraguayo ante la eventualidad de un conflicto armado con Bolivia.
Ahora bien, ¿a qué se debía tanto interés por parte de los paraguayos en la
inhóspita región del Chaco Boreal? Más allá de que la situación interna impediría a los
liberales, tras su renuncio en el episodio del fortín Vanguardia, permanecer con vida al
frente del Gobierno en caso de seguir tolerando tan pacíficamente los avances
bolivianos, la cuestión iba mucho más allá de la coyuntura e intereses políticos del
momento, estando íntimamente vinculada a aspectos geoestratégicos y, más aun, de
supervivencia para el país guaraní. Como afirma Cardozo,

“De la parte paraguaya, había no solo (sic) la conciencia de los derechos, sino la necesidad de defender
las bases físicas de la nacionalidad, ya que las pretensiones bolivianas abarcaban más de la mitad del
territorio nacional, donde se encontraban las fuentes principales de su economía”. (Cardozo, 1965:135).

Zook, por su parte, completa la afirmación anterior al aportar que alrededor de la


tercera parte de las rentas fiscales del Paraguay y la mayor parte de sus divisas
internacionales (especialmente fruto de la operación en la zona de capitalistas británicos
y argentinos) provenían del Chaco (Zook, 1962). Desde este punto de vista, dicha
región adquiría una importancia vital para los intereses geográficos y económicos
paraguayos.
Retornando al terreno político, cabe señalar que el sucesor de Ayala fue otro
liberal radical, José P. Guggiari, a quien no sólo le tocó lidiar con una situación ya
verdaderamente explosiva en el Chaco Boreal, sino que, además, dada la falta de
preparación de sus fuerzas armadas para afrontar un combate inminente, se lo identifica
con la humillante reconstrucción del fortín Vanguardia. Al respecto, tal como asevera
Zook,

“Después de Vanguardia el Paraguay vivió ‘en un clima de guerra’. Empezó una fuga de oro a la
Argentina y declinó el comercio, porque los hombres de negocios, ignorantes de los aprestos, estaban
seguros de que Bolivia aplastaría a su país”. (Zook, 1962:90).

69
Si bien, como se verá a continuación, el comercio y la economía paraguayos no
se vieron tan afectados durante aquellos años, lo más importante del párrafo precedente
es destacar que cuando el autor se refiere al ‘clima de guerra’ y, fundamentalmente, a
‘los aprestos’, está implícitamente reconociendo una realidad: que Guggiari, pese a su
agachada en el episodio del fortín Vanguardia, continuó de algún modo con la política
de su predecesor en cuanto al diferendo limítrofe con Bolivia. Fue bajo su Presidencia
que se adquirieron las cañoneras Paraguay y Humaitá y que se creó la Escuela Superior
de Guerra a cargo de una misión militar argentina, lo cual en sí mismo no es un dato
menor teniendo en cuenta la futura progresión de los acontecimientos (Levene, 1949).
En materia económica, la época de bonanza que venía viviendo el país desde los
años de Ayala se profundizó bajo la administración Guggiari, como ya oportunamente
se ha visto, aun pese a la crisis económica internacional de 1929.
En lo tocante a la política, Guggiari es reconocido como el propulsor de la
pacificación y democratización paraguayas. La libertad de prensa, el respeto a la
oposición y la transparencia de los comicios eran marcadas características en el
Paraguay de aquel entonces, todo en el marco de una apacible paz social (Baruja y
Pintos, 2008). Sin embargo, esta situación de tranquilidad y relativo bienestar del
pueblo paraguayo no significaba que no existiera una enorme pobreza y grandes
diferencias sociales entre sus habitantes:

“Las políticas liberales de ‘laissez-faire’ permitieron a un puñado de hacendados ejercer un mando casi
feudal en el campo, mientras los campesinos no poseían tierra alguna en propiedad y los intereses
extranjeros manipularon las fortunas económicas de Paraguay”. (Baruja y Pintos, 2008).

Y esos intereses extranjeros no eran, ni más ni menos, que los británicos y los
argentinos. Los primeros, especialmente en el rubro del petróleo, a partir de la
instalación en suelo guaraní de la Royal Dutch-Shell, y los segundos en diversos rubros,
especialmente las explotaciones de quebracho.
Esta era la situación imperante cuando en octubre de 1931, luego de un acto
represivo perpetrado por tropas del Gobierno contra manifestantes opositores, muchos
de ellos estudiantes, el propio Guggiari, a pesar de lo auspicioso de su Gobierno,
presentó su renuncia. Al poco tiempo, Guggiari retoma el poder, pero decide finalmente
entregar el mando, ya en vísperas del conflicto armado, a Eusebio Ayala, quien era
conocido por su pacifismo. Ayala colocó a un civil, Justo Pastor Benítez, en la Cartera
de Guerra y Marina, un caso insólito en medio de una contienda bélica. Luego otorgó el

70
mando práctico de las tropas al Coronel Estigarribia, que se convirtió en una
preponderante figura durante la guerra (Baruja y Pintos, 2008). Juntos, Ayala y
Estigarribia llevaron adelante el comando de las acciones bélicas, en las que obtendrían
una victoria sin atenuantes24.
Pese a la victoria en la guerra, al año siguiente de finalizadas las hostilidades
Ayala sería depuesto. Y junto con él cesarían nada menos que 32 años de dominio
liberal y de Gobiernos ininterrumpidos de ese mismo signo en el Paraguay. Pero estas
incidencias serán convenientemente atendidas y profundizadas llegado el momento de
analizar las consecuencias que dejó tras de sí el conflicto bélico más importante que
conoció la América Latina a lo largo de todo el siglo XX.

Parte IV: Aspectos militares y estratégicos

Resulta interesante adentrarse, aunque más no sea brevemente, en algunas


cuestiones vinculadas a la forma en que ambas Naciones llegaban preparadas para la
guerra al momento de iniciarse las hostilidades. A este respecto, muchos son los que
opinan que Bolivia se encontraba en una posición de ostensible ventaja respecto a su
rival. Quienes apoyan esta hipótesis, lo hacen, entre otras cosas, basándose en una
situación real y objetiva: al momento del conflicto, la población total paraguaya era de
unos 880.000 habitantes, mientras que la de Bolivia era de 2.153.000. De esta manera,
el Paraguay tenía una mucho menor disponibilidad de personal para sus fuerzas
armadas. De hecho, los soldados paraguayos que combatieron en el Chaco fueron unos
150.000, debiéndose enfrentar a más de 200.000 bolivianos (Mesa Gisbert, 2009).
Matthew Hughes, historiador británico que estudió minuciosamente el conflicto
del Chaco por considerarlo una especie de “campo de pruebas” para la Segunda Guerra
Mundial25, es otro de los autores que consideran que, en una primera impresión, Bolivia
estaba mejor parado que el Paraguay para afrontar un conflicto armado:

24
La victoria lograda por Ayala, hay que decirlo, no fue solamente dedicada por él al pueblo paraguayo.
Este personaje jugó en el Chaco un papel estratégico a lo largo de la primera mitad del siglo XX al
defender y patrocinar a algunos empresarios instalados en la región, en particular a la familia Casado del
Alisal (Dalla Corte, 2007). Seguramente, al afirmar el dominio del Paraguay sobre aquella región, el
Presidente paraguayo habrá recordado también que con el triunfo estaba favoreciendo los intereses de sus
amigos argentinos, lo cual permite corroborar, a su vez, el estrecho vínculo existente entre las clases
dirigentes paraguayas de la época (liberales todos) con los capitales argentinos instalados en su país.
25
Al referirse a la Guerra del Chaco, dice Hughes: “It saw the mobilization of war economies, the use of
French and German military advisory teams, large-scale battlefield engagements, the development of
war-time alliances and the deployment of the sorts of modern weaponry that would become commonplace
in the Second World War. It was a training ground (...) for the Second World War”. (Hughes, 2005:1).

71
“At first sight, Bolivia seemed well prepared for a war over the Chaco. It had three times Paraguay’s
population, an army three times as big and a rich minerals base with which it could sustain itself and earn
foreign currency to buy arms. By contrast, Paraguay was extremely poor, had a very weak economy and
the British War Office was not alone in concluding that ‘unless the Argentine takes a hand, Bolivia
should win’ ”. (Hughes, 2005:3-4).26

Resultan por demás interesantes dos factores señalados por Hughes. Uno de
ellos es la importancia que el autor concede, a diferencia de otros historiadores que no
dan cuenta de esa situación, a la posesión por parte de Bolivia de grandes explotaciones
mineras, las cuales no sólo le permitían autosustentarse en cuanto a diversos
requerimientos bélicos, sino que además le brindaban una mayor capacidad de compra
de armamentos que el Paraguay. Por otra parte, la cita que añade hacia el final al
Ministerio de Guerra británico no tiene desperdicio. La misma no sólo sirve para
corroborar la superioridad que de hecho tenía Bolivia en los momentos previos al
conflicto, sino que además, y principalmente, brinda la perspectiva que los británicos
tenían acerca de esta contienda, incluyendo sus conocimientos acerca de una probable
intervención argentina en favor del Paraguay, así como sus posibles implicancias en el
desarrollo de un conflicto que, como se ve, en alguna medida les interesaba.
Zook, por su parte, a la hora de justificar la superioridad boliviana, pone el
acento en otro aspecto, mucho más vinculado a lo estrictamente militar:

“En vísperas del conflicto, las fuerzas permanentes y el potencial de guerra parecían favorecer a Bolivia.
Contaba ella con un ejército moderno (...) basado en el servicio militar obligatorio y encuadrado por una
oficialidad que, en su mayor parte, era instruida en el país bajo la dirección de misiones extranjeras. La
modernización empezó en 1905 con una misión militar francesa, a la que sucedió en 1911 otra alemana,
encabezada por el Coronel Hans Kundt (...) Kundt introdujo los reglamentos alemanes en el Altiplano y
creó una fuerza imponente, que muchos temían como una amenaza a la paz del hemisferio”. (Zook,
1962:81).

“En ella se vio la movilización de economías de guerra, el uso de equipos de asesores militares franceses
y alemanes, combates en el campo de batalla a gran escala, el desarrollo de alianzas en tiempos de guerra
y el despliegue de diversos armamentos modernos que serían comunes en la Segunda Guerra Mundial.
Fue un campo de entrenamiento (...) para la Segunda Guerra Mundial”. (Traducción del autor).
26
“A primera vista, Bolivia parecía estar bien preparada para una guerra en el Chaco. Tenía tres veces
más población que Paraguay, un ejército tres veces más numeroso y una rica base de minerales con la
cual podría abastecerse a sí misma y obtener divisas para comprar armas. Por el contrario, Paraguay era
extremadamente pobre, tenía una economía muy débil y el Ministerio de Guerra Británico no era el único
en concluir que ‘a menos que la Argentina le dé una mano, Bolivia debería triunfar’ ”. (Traducción del
autor).

72
Sin embargo, otros autores, como es el caso de Almaráz, encuentran
precisamente en este aspecto destacado por Zook, entre tantos otros, una de las
explicaciones del fracaso boliviano en la contienda:

“La falta de vías de comunicación y otras serias dificultades materiales, la impreparación (sic) de un
ejército que hasta entonces había sido formado de acuerdo al molde prusiano con desconocimiento de la
tradición y la realidad bolivianas, la ineptitud y la mentalidad atrasadas de los mandos militares, y sobre
todo, la ausencia de una causa justa y nacional que hiciera posible el sacrificio del pueblo puesto a la
defensa de sus derechos nacionales, eran obstáculos insalvables para un país atrasado y pobre cuya suerte
estaba en manos de los monopolios extranjeros y de los terratenientes”. (Almaráz, 1958:110).

Alberto Crespo, boliviano al igual que Almaráz, a partir de un interesante


trabajo, profundiza las apreciaciones de este último, explicando detalladamente los
diversos factores que, a su juicio, hicieron perder la contienda a Bolivia:

“Entre los factores adversos para Bolivia estuvo la geografía. (...) nuestros gobernantes civiles y militares
no supieron ‘leer’ el documento que era el territorio del Chaco. No tuvieron en cuenta los obstáculos que
opondría la naturaleza geográfica de las cosas ni lo que significaría que, antes de enfrentarse con el
enemigo, los soldados bajados del altiplano tenían que entrar a una tierra desconocida, un clima mortífero
y enfermedades ignoradas. (...) soldados bolivianos muertos por sed se contaron por millares. (...) Otra de
las causas que explican el resultado: la desinteligencia producida desde un primer momento entre el
gobierno y los comandantes militares (...) Mientras tanto, cabe mencionar que el Presidente paraguayo
Eusebio Ayala visitó más de treinta veces el frente de batalla y que para todas las operaciones de su
ejército hubo un acuerdo común y unas relaciones de cordialidad con su comando. Otro equívoco fatal fue
la creencia en la debilidad militar del Paraguay. (...) en todas las esferas de Bolivia, civiles y militares, se
difundió un convencimiento de nuestra aplastante superioridad militar. (...) En el cuadro de la política
interna, el cuadro no podía ser más negativo. Como si no hubiera guerra, los partidos políticos se
obstinaban en conservar sus prerrogativas o ganar réditos, por encima del interés nacional que estaba en
juego. A lo largo de los tres años que duró el conflicto, hubo en los partidos una intensa y ciega pugna por
ocupar espacios de poder. Los partidos Liberal y Republicano se empeñaron tenazmente por adjudicar al
gobierno todas las responsabilidades. (...) En medio de este cúmulo de factores adversos, no se podría
omitir los insuperables problemas y dificultades ocasionados por la diversidad lingüística de la población
boliviana (...) la comunicación entre soldados quechuas y aimaras era poco menos que imposible, lo cual
restaba la indispensable unidad a sus movimientos y la transmisión de órdenes e instrucciones (...) En esas
condiciones se tenía que combatir contra un ejército cohesionado íntegramente por la lengua guaraní”.
(Crespo, 1996: 136-139).

De esta manera, el autor hace referencia a factores geográficos, militares,


políticos e incluso culturales que afectaron las aspiraciones bolivianas de alzarse con la
victoria. Por último, Crespo menciona, como otra causa de la derrota boliviana, la ayuda

73
que el Paraguay recibió de la Argentina. Así, la ausencia de una política exterior
coherente que logre el apoyo de aliados estratégicos, como lo fue Argentina del
Paraguay, significó un escollo insalvable para el país del Altiplano.
Otros autores, como Baruja y Pintos, atribuyen el éxito del Paraguay, entre
muchas otras razones, a que las tropas de este país lucharon con más ahínco nacionalista
que las bolivianas, pues sabían por qué luchaban: proteger su integridad territorial,
situación ésta que se encargan de contrastar con la experiencia vivida por los grupos
aborígenes reclutados por Bolivia para el conflicto (Baruja y Pintos, 2008). Esta
conciencia les otorgó a los paraguayos, sin dudas, un plus psicológico a la hora de
combatir, lo cual, evidentemente, pesó y mucho a la hora de la contienda.
Hughes, por su parte, da cuenta de cómo Paraguay se alzó con la victoria, pese a
su inferioridad de condiciones. Dice este autor al respecto:

“(...) a far superior logistical infrastructure27 built up before and during the war helped to determine
Paraguay’s eventual victory. This is not to say that logistics was the determining factor in Paraguay’s
victory. During the war, Paraguay had a superior officer corps, better senior command and a far more
favourable grand strategy position surrounded as it was by broadly sympathetic neighbouring states. By
contrast, Bolivia had a chaotic internal political system, weak military command at all levels, a poorly
motivated army with low morale and was isolated internationally”. (Hughes, 2005:1-3).28

Una vez más, el acento aparece, entre otros factores, en la mejor organización de
las tropas paraguayas, en la ventaja anímica y moral que las mismas ostentaban sobre
sus pares bolivianos, y en la inestimable ayuda que algunos Estados vecinos (en
especial la Argentina) brindaron al Paraguay.
Como se puede apreciar en todo lo anteriormente expuesto, las condiciones no
parecían ser tan auspiciosas para Bolivia como insinuaran los primeros autores citados,
más allá de la superioridad numérica y la aparente mayor modernidad de su Ejército,
hechos estos últimos que motivaron, como bien señalan Crespo y Baruja y Pintos, la
firme creencia por parte de las autoridades y militares bolivianos de la segura victoria en

27
La cursiva es mía, ya que los factores logísticos fueron, a juicio del autor, los que marcaron la gran
diferencia entre paraguayos y bolivianos, propiciando la victoria de los primeros.
28
“(...) una muy superior infraestructura logística contribuyó antes y durante la guerra a determinar una
eventual victoria del Paraguay. Esto no significa que la logística fue el factor determinante en el triunfo
paraguayo. Durante la guerra, Paraguay tuvo un cuerpo de oficiales superior, mejores comandos de alta
graduación y una mucho más favorable posición estratégica, rodeado como estaba por estados vecinos
que, en términos generales, le eran favorables. Bolivia, en cambio, tenía un caótico sistema político
interno, débiles comandos militares en todos los niveles, un ejército escasamente motivado y con una baja
moral, y estaba internacionalmente aislada”. (Traducción del autor).

74
el combate, lo cual los impulsó a provocar al Paraguay primero e iniciar las hostilidades
después sin ningún tipo de reparos.
Pero además de todos los factores ya señalados que contribuyeron a que el
conflicto se resolviera a favor del Paraguay, hubo otro factor trascendental, el cual ha
sido mencionado hasta aquí sólo circunstancialmente, y es el referido a los altos mandos
militares a los que cada Nación había encomendado la defensa. El Comandante del
Ejército guaraní durante todo el transcurso de la guerra fue el Coronel José Félix
Estigarribia, un egresado de academias militares de Chile y Francia. Era un oficial
carismático, disciplinado y estudioso. Estigarribia era partidario del empleo de unidades
pequeñas y maniobrables y de una guerra de movimiento, una especie de “guerra de
guerrillas”, la cual a su vez le serviría para compensar la inferioridad numérica de las
tropas paraguayas. Excelente conductor y gran táctico, Estigarribia supo ganar y
conservar la iniciativa durante el desarrollo del conflicto, explotando los errores
bolivianos con gran efecto.
Bolivia, en cambio, no contaba con oficiales tan brillantes y debió recurrir a
expertos extranjeros. Su jefe era un oficial alemán, el General Hans Kundt, veterano de
la Primera Guerra Mundial, que comandaba al Ejército boliviano desde los inicios del
programa de rearme en 1920, y que lo condujo durante la mayor parte de la Guerra del
Chaco. Excelente como organizador y administrador militar, era sin embargo un pésimo
táctico, que adhería ciegamente emplear criterios perimidos, tales como los ataques
frontales, intentando forzar al adversario a un enfrentamiento directo, que Estigarribia,
inteligentemente, siempre rehuyó. Al poco tiempo demostró carecer de la flexibilidad de
su par paraguayo: no tuvo en cuenta que en el Chaco, entonces, casi no había caminos.
Cuando comenzó el avance boliviano, sus fuerzas debieron dejar sus camiones atrás. Su
armamento era de muy buena calidad, pero no estaba preparado para soportar las
extremas condiciones climáticas. Y, además, no supo hacer uso adecuado de su fuerza
aérea, una de las mejores del continente.
De esta manera podría encontrarse en los párrafos anteriores otro de los motivos,
no menor, que ayudó a decidir el destino de la guerra.
Cambiando de tema, y centrándonos ahora en la carrera armamentista encarada
por Bolivia, resulta muy interesante la investigación encarada por Hughes, quien
proporciona datos importantes acerca de la única gran compra de armamento por parte
del país del Altiplano en los años previos al conflicto.

75
“(...) in 1926, Bolivia signed a huge arms deal with the British arms manufacturer Vickers-Armstrong (...)
(furthermore) a Bolivian team would go to Britain to train with the new weapons (...) the Vickers arms
deal was the only major arms contract that Bolivia signed with a foreign arms company before or during
the Chaco War. (...) There were, however, four problems with the arms that Bolivia thought that it had
acquired: firstly, Vickers for various reasons never sent the full £1,870,000-worth of equipment29;
secondly, the matériel that did arrive was often of dubious quality; thirdly, neighbouring states such as
Argentina30 and Chile blocked the trans-shipment of Vickers consignments (...) finally, the Bolivians
were unable to transport the matériel that did arrive to the Chaco front because of a poor internal transport
system. (...) (apart of these) Bolivia (...) was having trouble paying Vickers and the Bolivian Minister of
Finance went to America to try and float another loan with which to pay the company. (...) (for that
reason) in 1929, the Vickers arms deal was reduced to £1,200,000”. (Hughes, 2005:4-5).31

En este caso, las dificultades de concretización en los términos acordados del


convenio de armamentos, así como también las propias dificultades de transporte
interno del material recibido, fueron en alguna medida causales del desastre boliviano
en la guerra. Pero, a mi entender, lo más interesante que se desprende de las palabras de
Hughes es la evidente contradicción existente: ¿acaso no es curioso que, para enfrentar
en una guerra al Paraguay, el Gobierno boliviano haya decidido nutrir su arsenal con
material bélico comprado casi exclusivamente a Gran Bretaña, la cual, como será
largamente demostrado en el transcurso del presente trabajo, tenía sobrados motivos
para desear el triunfo de su rival en la contienda, especialmente a partir de las grandes

29
“It is apparent that Bolivia received a fraction -probably about a quarter, maybe a third– of the original
1926 deal and that much of the reduced figure arrived too late to have any effect on the battlefield
performance of the Bolivian army”. (Hughes, 2005:4). “Aparentemente Bolivia recibió sólo una fracción
-probablemente alrededor de un cuarto, tal vez un tercio- de lo acordado en el contrato original de 1926, y
gran parte de la misma llegó muy tarde como para tener algún efecto en la performance del ejército
boliviano sobre el campo de batalla”. (Traducción del autor).
30
Para ello, Argentina utilizó la excusa de la declaración de guerra mutua en 1933, por lo que, como país
neutral, no podía ni debía dejar transitar armamentos por su territorio que fueran destinados a alguna de
las Naciones en disputa. El cierre de la frontera con la Argentina fue especialmente duro para Bolivia, no
sólo por la complicación que ello implicaba en cuanto al arribo del armamento comprado en Gran
Bretaña, sino también por la paralización del comercio y las comunicaciones en general.
31
“(...) en 1926, Bolivia firmó un enorme contrato de armamentos con la fábrica británica Vickers-
Armstrong (...) (además) un equipo boliviano iría a Gran Bretaña a entrenarse con las nuevas armas (...) el
acuerdo de armamentos con la casa Vickers fue el único gran contrato de compra de armas que Bolivia
firmó con una compañía extranjera antes o durante la Guerra del Chaco. (...) Había, sin embargo, cuatro
problemas con las armas que Bolivia pensó que había adquirido: primeramente, Vickers, por varias
razones, nunca mandó el total de £1,870,000 que valía el equipamiento; segundo, el material que llegó a
Bolivia era, en la mayoría de los casos, de dudosa calidad; tercero, estados vecinos como Argentina y
Chile bloquearon los embarques enviados por la Vickers (...) finalmente, los bolivianos eran incapaces de
transportar el material recibido hasta el frente en el Chaco debido al precario sistema de transportes
interno. (...) (aparte de eso) Bolivia (...) estaba teniendo problemas en el pago a la casa Vickers, por lo que
el Ministro de Economía boliviano viajó a los Estados Unidos a intentar conseguir otro préstamo con el
cual pagar a la compañía. (...) (por ese motivo) en 1929, el acuerdo con Vickers-Armstrong fue reducido a
£1,200,000”. (Traducción del autor-ver citas 29 y 30).

76
inversiones en el petróleo y el quebracho que capitalistas británicos habían decidido
realizar, precisamente en la región del Chaco en disputa? Esto, sin dudas, nos lleva a
suponer que a Gran Bretaña le redituaba mucho más una victoria paraguaya en la
guerra, a fin de que sus inversiones se vieran resguardadas y/o ampliadas. Partiendo de
ese supuesto... ¿Es descabellado pensar que la casa Vickers-Armstrong incumplió
deliberadamente con el acuerdo de venta de armas (no sólo en cuanto a la cantidad sino
también a la calidad del armamento enviado) a fin de perjudicar a Bolivia en su guerra
contra el Paraguay? La postura de Argentina y Chile de bloquear el ingreso de las
partidas de material bélico es también sugestiva, más aun en el caso argentino, dada la
abierta simpatía hacia el Paraguay que políticos, militares y empresarios de nuestro país
manifestaron durante toda la contienda, a fin de salvaguardar sus intereses.
De esta manera, siguiendo a Hughes, el único ingreso efectivo de armamentos a
Bolivia se produjo a través de Brasil, vía Santos, pero las comunicaciones ferroviarias
entre ambos países, así como las que unían los distintos frentes de guerra bolivianos,
eran sumamente deficientes, por lo que sólo una fracción del material enviado por la
compañía Vickers-Armstrong pudo efectivamente ser utilizado por tropas bolivianas
durante el combate (Hughes, 2005).
Con el transcurso de la guerra, y ante la cada vez más desesperada situación, el
Gobierno boliviano, que, como ya se ha mencionado, había encomendado el comando
de las tropas al General Kundt, lo depuso de su cargo y dejó la tarea en manos de la
oficialidad boliviana y de una misión militar checoslovaca, que llegó al país a mediados
de 1934. La misma habría sido bastante exitosa, en tanto y en cuanto, en opinión de
algunos autores, ayudó a sacar al Ejército boliviano de la crisis en que se encontraba y
contribuyó también para que las partes beligerantes concertasen, en 1935, la tregua, y
procedieran a la desmovilización de las tropas (Manhetova, 2001) .
La intervención de la misión checoslovaca no hace más que demostrar la
multiplicidad de intereses que giraban en torno al conflicto del Chaco, ya que
presuntamente el Gobierno de la Nación europea habría aceptado la propuesta de su par
boliviano a fin de probar determinados armamentos en esta parte del globo, en virtud
del cada vez mayor y más preocupante armamentismo encarado por su vecina República
alemana (Manhetova, 2001). Asimismo, este hecho demuestra también lo desorientadas
que se encontraban las autoridades bolivianas, que ya no sabían a qué ni a quién recurrir
a fin de intentar salvar una situación que se les había ido por completo de las manos.

77
En resumidas cuentas, para cerrar esta cuestión y a la vez resaltar la
significación del gasto militar boliviano, sólo basta con consultar los siguientes datos
recogidos por Bulmer-Thomas:

“Los desequilibrios fiscales bolivianos se intensificaron en 1932 ante la necesidad de aumentar el gasto
militar al estallar la guerra con Paraguay. Los gastos de la defensa se octuplicaron en 1932 y 1933, y el
ingreso sólo cubrió el 25 % del total”. (Bulmer-Thomas, 1998).

El Paraguay, por su parte, al momento de iniciarse las hostilidades aun no se


hallaba listo para combatir ni mucho menos. Tal como afirma Levene,

“El país no se encontraba equipado materialmente para la guerra. Su ejército de guerra era un cuadro
reducido dotado de material bélico moderno pero escaso”. (Levene, 1949:322).

Esto no significa que, durante los años previos, la República guaraní no viniera
realizando esfuerzos para llegar bien preparada ante un eventual conflicto armado. Tal
como se ha venido mencionando a lo largo del presente capítulo,

“El Paraguay mandó construir dos cañoneros en Italia y ordenó otras adquisiciones militares. Sus
principales jefes -entre ellos, José Félix Estigarribia- fueron enviados a Europa para estudios de
perfeccionamiento”. (Cardozo, 1965:123).

Entrando un poco más en detalle, Hughes sostiene que

“Paraguay began acquiring foreign arms -from the French firm Schneider- in 1921 and thereafter
embarked on a clever multi-source arms buying strategy that would take it to victory in the Chaco War”.32
(Hughes, 2005:9).33

Ese habría sido el inicio del armamentismo pre-bélico paraguayo. Pero para dar
cuenta de una nueva situación en el acelerado progreso de dicho armamentismo, Hughes
decide recurrir a Zook, y lo hace en los siguientes términos:

“As Zook noted, the turning point for Paraguay came in 1925 when its President, Eligio Ayala, ‘launched
a program of arms acquisition for Paraguay designed to equip a modern army of 24,000 with the latest
equipment’ ”

32
“Its shrewd policy of multi-sourced arms buying before the war provided the right mix of weaponry
that equipped the men who went rapidly by river, rail and foot to the Chaco front”. (Hughes, 2005:13).
“Esta astuta política de comprar armas de distintas fuentes antes de la guerra, dio al Paraguay la
combinación adecuada de material bélico que equipó a sus hombres, quienes fueron rápidamente por río,
por tren y a pie al frente en el Chaco”. (Traducción del autor).
33
“Paraguay comenzó adquiriendo armas en el exterior -de la firma francesa Schneider- en 1921 y a partir
de entonces se embarcó en una inteligente estrategia de compra de armamento de diferentes orígenes que
lo conducirían a la victoria en la Guerra del Chaco”. (Traducción del autor-ver cita 32).

78
equipment’ ”. (Hughes, 2005:9).34

De la siguiente manera es como el propio Zook explica todo este proceso de


militarización vivido en el Paraguay a mediados de los años ’20 del siglo pasado:

“Mientras Bolivia realizaba, y con mucha publicidad, sus contratos de armamentos en Inglaterra; mientras
mantenía, presuntivamente (sic), poderosas y numerosas fuerzas en el Chaco y contaba ya con un plan
comprensivo de incorporación de la mayor parte del territorio en disputa, las actividades del Paraguay
eran poco conocidas, y según creencia general, insignificantes. Pero tratábase de una ilusión hábilmente
fomentada. Los gobiernos liberales de Eligio Ayala y José P. Guggiari habían en rigor invertido el 60 por
ciento de sus ingresos en la preparación del país para un ajuste de cuentas con Bolivia”35. (Zook,
1962:88).

Este enorme gasto militar paraguayo no estaba dirigido a un único mercado de


importación, lo cual, en opinión de Hughes, le reportaba al país una gran ventaja:

“(...) the Paraguayans (...) negotiated for multiple orders of military equipment from America, Argentina,
Belgium, Britain, Chile, Denmark, France, Germany, Holland, Italy, Spain, Sweden and Switzerland. (...)
The policy adopted by the Paraguayans allowed them to buy the best from each European country”.
(Hughes, 2005:10-11).36

Esta política de diversificación de las importaciones militares, que a la postre


resultó exitosa para el Paraguay, pudo ser llevada adelante con suceso, hay que decirlo,
gracias a diversas circunstancias. Entre ellas, Hughes destaca tres principales, dos de las
cuales están directamente vinculadas a los factores que previamente había mencionado
como conspirativos en contra de las aspiraciones bolivianas. Dice Hughes:

“(...) firstly, Paraguay’s neighbours, notably Argentina, trans-shipped matériel before and during the
Chaco War; secondly, it established a workable internal transport network to take matériel to the Chaco
front; finally, Paraguay made intelligent use of local Mennonite communities in the Chaco to help its war
effort”. (Hughes, 2005:11).37

34
“Tal como señala Zook, el momento decisivo para el Paraguay fue en 1925, cuando su Presidente,
Eligio Ayala, ‘lanzó un programa de adquisición de armamentos diseñado para formar un moderno
ejército de 24.000 hombres con lo último en equipamiento’ ”. (Traducción del autor).
35
Según datos de este mismo autor, el Paraguay gastó, entre 1923 y 1932, 4.730.733 dólares en
armamentos (Zook, 1962).
36
“(...) los paraguayos (...) negociaron múltiples órdenes de equipamiento militar desde Estados Unidos,
Argentina, Bélgica, Gran Bretaña, Chile, Dinamarca, Francia, Alemania, Holanda, Italia, España, Suecia
y Suiza. (...) La política adoptada por el Paraguay le permitió comprar lo mejor de cada país europeo”.
(Traducción del autor).
37
“(...) en primer término, los vecinos del Paraguay, especialmente la Argentina, transportaron hacia su
territorio embarques de material antes y durante la Guerra del Chaco; segundo, el país estableció una
viable red de transporte interno para llevar ese material hasta el frente del Chaco; y finalmente, Paraguay

79
Tal como asevera el autor, la ayuda argentina fue inestimable para los
paraguayos, en especial teniendo en cuenta que nuestro país negaba sistemática a
Bolivia el ingreso de armamentos a su territorio, mientras que respecto al Paraguay las
mismas gozaban de “libre tránsito”. En cuanto a los otros dos puntos señalados por
Hughes, si bien son de una importancia nada desdeñable (en particular el referido al
buen sistema interno de transportes paraguayo), en tanto y en cuanto fueron factores que
ayudaron a que la balanza se inclinara del lado guaraní; no dejan en sí mismos
demasiada tela para cortar.
Pese a lo anteriormente expuesto, está claro que el Paraguay no invertía sólo en
armamentos. Tal como afirma el mismo Zook completando su análisis de la situación y
profundizando acerca de cuestiones señaladas páginas atrás,

“(...) escogidos oficiales paraguayos estudiaban en las mejores academias de guerra de Europa. De 1926 a
1930 una misión militar francesa instruyó a la infantería, revisó los reglamentos militares, desarrolló la
artillería paraguaya, abrió escuelas de aviación militar y naval e impartió enseñanzas sobre fortificaciones
y táctica defensiva, como la empleada en Verdun. En 1931, una misión militar argentina siguió a la
francesa y creó un Colegio de Guerra”. (Zook, 1962:90-91).

También algunos emigrados rusos que habían huido tras la victoria bolchevique
en la guerra civil, como los generales Belaieff y Ern y el oficial aeronáutico Vladimir
Porfenenko, colaboraron sirviendo en las milicias paraguayas.
Ahora bien, más allá de la situación particular de cada uno, que se ha venido
exponiendo hasta aquí, lo cierto es que ambos países, en los años previos al estallido de
la guerra, se embarcaron en una carrera armamentista sin precedentes para sus
respectivas historias económicas y militares, carrera ésta que, junto a otras
contingencias y gastos de guerra, tuvo serias repercusiones en el erario público tanto
paraguayo como boliviano una vez finalizado el conflicto. Al respecto, y en algún punto
resumiendo todo lo hasta aquí señalado, Fleitas nos ilustra con los siguientes datos:

“En 1930, dos años antes del inicio de la Guerra del Chaco, Bolivia y Paraguay obtuvieron créditos por
más de 352 millones de dólares para la compra de armas de guerra. Bolivia se endeudó por US$ 228
millones y Paraguay por US$ 124 millones. En esa época, la deuda externa de ambos países no
sobrepasaba ni el 40% de ese total. Así que, imagínense, el impacto que esa decisión habría de tener en la
economía de ambos pueblos luego de la guerra (...) según las cifras oficiales, Paraguay movilizó 150.000

aprovechó inteligentemente a las comunidades Menonitas locales establecidas en el Chaco para ayudar en
el esfuerzo de guerra”. (Traducción del autor).

80
hombres y Bolivia 200.000, quedando prisioneros 25.000 bolivianos y 2.500 paraguayos. Todo esto
formó parte de un inmenso gasto adicional en alimentos y combustibles” (Fleitas, 2009).

De acuerdo con el análisis de Hughes, esta carrera armamentista era por demás
necesaria si es que ambas Naciones estaban dispuestas a llegar al extremo de la
confrontación armada, ya que

“Neither Bolivia nor Paraguay had a domestic arms industry before it went to war (...) all had to be
sourced, ordered, paid for, imported from Europe and America, and then transported to the flat, desolate
waste of the Chaco. The lack of matériel was the decisive factor that pushed back the start of the war to
1932. In the 1920s, especially in 1927-28, there were military clashes in the Chaco, but neither side felt
able to escalate these border skirmishes until they had acquired the means to fight a full-scale war. From
1921 to 1932, Bolivia and Paraguay busily prepared for war”. (Hughes, 2005:3).38

Este análisis, no sólo corroboraría las palabras de Fleitas respecto a los enormes
gastos en material bélico que paraguayos y bolivianos afrontaron en los años previos a
la Guerra del Chaco a partir de abundantes importaciones, sino que, además, brinda una
interesante perspectiva respecto a en qué medida la falta de preparación y armamentos
pudo haber retrasado el comienzo de una guerra que, de haberse encontrado ambas
Naciones en mejores condiciones, militarmente hablando, quizás hubiera tenido lugar
varios años antes.

Reflexiones finales del capítulo

Numerosos factores han sido analizados en el presente capítulo, el cual es de


suma importancia en el marco general de la totalidad del trabajo. En una primera
instancia se analiza una cuestión fundamental para entender el conflicto del Chaco, que
fue el contexto internacional de la época, signado por la crisis económica mundial de
1929, la cual repercutió mucho más duramente en Bolivia que en Paraguay, dada la
drástica disminución de los precios del estaño, entre otros factores; lo cual implicó
también serias consecuencias políticas en el país del Altiplano. En la Argentina, por su
parte, la crisis tuvo como principal consecuencia a los efectos de este trabajo el

38
“Ni Bolivia ni Paraguay tenían una industria militar doméstica antes de ir a la guerra (...) todo tenía que
ser fabricado, pedido, pagado, e importado desde Europa y Estados Unidos, y luego transportado hasta el
monótono, desolado yermo del Chaco. La carencia de material bélico fue el factor decisivo que retrasó el
comienzo de la guerra hasta 1932. En la década de 1920, especialmente en 1927/28, hubo
enfrentamientos militares en el Chaco, pero ninguna de ambas partes se sentía capaz de superar el límite
de las escaramuzas hasta adquirir los medios necesarios para afrontar una guerra a gran escala. Desde
1921 a 1932, Bolivia y Paraguay se prepararon con afán para la guerra”. (Traducción del autor).

81
estrechamiento de los vínculos con Gran Bretaña, ejemplificado en el Pacto Roca-
Runciman de 1933, y el consiguiente reforzamiento del anti-norteamericanismo.
Por otra parte, por aquellos años el mundo estaba asistiendo al cambio de
potencia hegemónica internacional, pasando los Estados Unidos a ocupar el primer
puesto en detrimento de Gran Bretaña. El cambio de paradigma energético, con el
petróleo sustituyendo definitivamente al carbón como principal insumo, aspecto que
interesa particularmente en el presente análisis, fue uno de los factores que colaboraron
al ascenso estadounidense, a la vez que tuvo una implicancia directa en los sucesos del
Chaco dado el carácter de elemento cada vez más codiciado que adquirió aquel
hidrocarburo. En ese marco de mayor predominio de los Estados Unidos, no puede ser
soslayado el cambio de rumbo en su política internacional, en especial hacia
Latinoamérica a partir de la implementación de la “Buena vecindad”, factor éste que
también tuvo una incidencia directa en la postura adoptada por el país del norte en la
contienda entre Paraguay y Bolivia.
En cuanto a estos dos países, cabe destacar que sostenían diferentes posturas en
cuanto al litigio fronterizo que los enfrentaba. Mientras los bolivianos basaban sus
pretensiones en el uti possidetis, los paraguayos lo hacían en su previa y constante
ocupación de hecho del lugar. Estas diferentes posturas que acabaron por confrontar a
ambas Naciones, en verdad respondían a cuestiones históricas y políticas, más
profundas las primeras, casi coyunturales las segundas. En el primer sentido, tanto el
Paraguay como Bolivia se encontraban en periodos post-bélicos. El país del Altiplano,
tras su derrota y pérdida del litoral Pacífico con Chile en 1879 que lo empujó a buscar
una salida atlántica a su encierro; y el Paraguay, que aun recuperándose de la
devastadora guerra de la Triple Alianza finalizada en 1870, había logrado un acuerdo
limítrofe con la Argentina que complicaba aun más las aspiraciones bolivianas en el
Chaco. Así, el interés de Bolivia por esa región en disputa fue aumentando con el
tiempo, lo que llevó a este país a múltiples roces con el Paraguay, y a la firma de
sucesivos acuerdos limítrofes, nunca definitorios, en los cuales casi siempre la
Argentina jugó un papel importante como mediador.
Paralelamente, la situación tanto en una como en otra de las Naciones
contendientes en los años previos a la guerra, tuvo una significación importante a la
hora de entender el estallido de la misma. Una Bolivia cada vez más atada a los Estados
Unidos y con un extremo nacionalista en el poder que buscaba redimir tanto a su país en
una guerra victoriosa como a su propio y cada vez más impopular Gobierno ante su

82
gente; y un Paraguay bajo la égida de los Gobiernos liberales, históricamente vinculados
a la Argentina (y por ende a Gran Bretaña); ayudan a comprender más acabadamente la
trama de intereses bajo la cual se tejió la Guerra del Chaco.
Por último, un esbozo de la situación militar del Paraguay y de Bolivia y de la
carrera armamentista librada por estas Naciones en las décadas de 1920 y principios de
la del ‘30, contribuye a redondear un análisis de los antecedentes y años previos a la
contienda por el Chaco Boreal, que aspira a ser satisfactorio.

83
CAPÍTULO II

LA RIVALIDAD ARGENTINO-BRASILEÑA Y ARGENTINO-


NORTEAMERICANA Y LAS “DOS VÍAS” EMPLEADAS POR EL GOBIERNO
ARGENTINO. SU INFLUENCIA EN LA GUERRA DEL CHACO Y EN LAS
NEGOCIACIONES DE PAZ

Parte I: La rivalidad argentino-brasileña

Analizar y comprender la importancia del rol jugado tanto por la Argentina


como por Brasil en el contexto de la Guerra del Chaco, implica necesariamente
adentrarse en la historia de una rivalidad que ambos países han mantenido durante
importantes tramos de su vida independiente. Como es lógico advertir, países como
Bolivia y Paraguay, lindantes ambos con los territorios de las dos Naciones más grandes
de Sudamérica, han sido desde siempre focos trascendentales en la puja por acrecentar
la influencia y preponderancia regionales que durante décadas ha alentado a los
Gobiernos de Buenos Aires y Río de Janeiro/Brasilia.
Partiendo de esa premisa, lo que en esta primera parte del capítulo se pretende
explicitar es la manifiesta rivalidad y competencia ya existentes entre argentinos y
brasileños y de sus respectivos intereses, tanto en Bolivia como en el Paraguay,
anteriormente a las desatadas en virtud del conflicto por el Chaco Boreal, el cual, como
también se analizará, contribuyó a maximizar el recelo y desconfianza mutuas. Por ello,
se hace necesario desarrollar una primera parte introductoria, en la cual se adviertan los
mencionados antecedentes de rivalidad en la zona en cuestión, en particular aquellos
más próximos a la fecha de inicio del conflicto, y que de una manera u otra tuvieron
incidencia en la actitud adoptada posteriormente por el Brasil y por la Argentina durante
las negociaciones de paz en el marco de la guerra que se está analizando.
Desde muchos años antes que se desatara la Guerra del Chaco, la Argentina
venía ofreciendo sus buenos oficios para gestionar una salida pacífica a la disputa por el
Chaco Boreal entre paraguayos y bolivianos, haciéndolo con especial ahínco en los años
’20 del pasado siglo. De esta manera, durante el año 1924 y en virtud de la ruptura de
relaciones diplomáticas entre el Paraguay y Bolivia a causa del diferendo limítrofe, la
Argentina realizó múltiples gestiones a fin de acercar a las partes, las cuales se vieron
entorpecidas por el reestablecimiento de las relaciones normales paraguayo-bolivianas

84
en agosto de ese año y el inicio de las conversaciones directas, lo cual implicaba poder
prescindir de los servicios argentinos.
Esta situación de “doble vía” para resolver la cuestión llevó, hacia mediados de
1925, a una virtual paralización de las negociaciones promovidas por el Gobierno
argentino el cual, ante esto, decidió buscar la colaboración brasileña para renovar el
ofrecimiento de buenos oficios en forma conjunta y, de esta manera, conseguir un
importante aval en las negociaciones. Si bien el Canciller brasileño Toledo en un
principio vio con buenos ojos la propuesta argentina, Itamaraty demoró su respuesta
hasta mediados de septiembre de ese año, subordinando su aceptación a participar de
una solución junto a la Argentina a las conversaciones que esperaba mantener
unilateralmente con las autoridades de La Paz. De esta manera, ya a mediados de la
década de 1920 comenzaba a quedar en claro que, en la cuestión limítrofe entre
Paraguay y Bolivia, el Brasil no deseaba actuar de manera conjunta con la Argentina
(Solveira, 1995).
Un antecedente de esta política unilateral brasileña puede advertirse ya a
principios del siglo XX. Por ese entonces (1899-1904) gobernaba Bolivia José Manuel
Pando, primer Presidente liberal que tuvo el país del Altiplano, tras un prolongado
predominio conservador en la política local. Sin embargo, la administración de Pando es
más conocida y recordada en la historia boliviana por haber padecido serias dificultades
en cuanto a su política exterior, siendo Brasil el responsable de uno de los desastres
internacionales que contribuyeron a ello. Tras producirse una revuelta de los
trabajadores del caucho en la región boliviana de Acre, el Gobierno de Pando envió sus
tropas para sofocarla, pero un apoyo encubierto brasileño permitió a los rebeldes resistir
los embates de las fuerzas nacionales bolivianas, que acabaron por ser completamente
vencidas. Tras el incidente, el territorio de Acre fue anexado al Brasil, por una suma de
dos millones y medio de libras, lo cual fue rubricado por el tratado de Petrópolis, en
1903 (Escudé, 2000).
Ese fue, sin dudas, un claro ejemplo de intervención directa por parte de un
Estado poderoso en un vecino débil, en busca de acrecentar su influencia regional y su
superficie territorial, el cual, además, deja en claro hasta qué punto el Brasil estaba
interesado en llevar adelante un rol activo e influir abiertamente en cuestiones internas
bolivianas. No obstante, la puja por ganar espacios de poder entre la Argentina y Brasil,
no tuvo en Bolivia su escenario principal, sino que se centró, fundamentalmente, en el
Paraguay. Podría decirse que, más allá del antecedente político-diplomático enunciado

85
al comienzo del presente capítulo y de la citada intervención brasileña en Bolivia, los
cuales permiten apreciar la postura de unilateralidad del Brasil en materia de manejo de
las situaciones regionales durante el primer cuarto del siglo XX, la rivalidad argentino-
brasileña venía manifestándose en la zona con cada vez mayor intensidad y desde hacía
ya mucho más tiempo, persiguiendo el objetivo de lograr el dominio económico
regional, y muy especialmente en el Paraguay. De hecho, la competencia por ganar
influencia de esa índole en dicho país fue tal, que merece especial atención dentro del
presente análisis.
La rivalidad argentino-brasileña en el Paraguay tuvo, quizás, su momento de
mayor intensidad a partir de la finalización de la Guerra de la Triple Alianza, que entre
1865 y 1870 enfrentó a la Argentina, Brasil y Uruguay contra el Paraguay de Francisco
Solano López. Tanto es así, que

“(...) una vez muerto López, los argentinos y los brasileños volvieron a rivalizar como antes. Hasta cierto
punto, esto dio a los paraguayos más espacio para maniobrar, pero, al mismo tiempo, hizo que sobre ellos
recayeran presiones de distintas procedencias” (Bethell, 2000:136)

En estos términos clarificadores lo explica la historiadora argentina Beatriz


Solveira:

“Al final de la guerra de la Triple Alianza, el Paraguay era un país deshecho y a mereced de la
penetración económica extranjera. En efecto, para posibilitar su reconstrucción, Paraguay debió abrirse al
capital extranjero, sobre todo al inglés pero también de la Argentina y del Brasil, países que obtuvieron
considerables ventajas, principalmente en lo tocante a navegación y comercio. (...) A ello se agregó a
finales de siglo la extracción del tanino de quebracho y el aprovechamiento de los bosques de maderas
duras por empresas inglesas, brasileñas y argentinas”. (Solveira, 1995:64).

A este rico análisis, la autora agrega luego un hecho que sin dudas determinará,
en gran medida, el desarrollo de la mencionada rivalidad argentino-brasileña en el
Paraguay. Se trata de que,

“Por su posición geográfica, el Paraguay era un país destinado a mantener su principal vinculación
económica con la Argentina, a donde se dirigían la mayor parte de sus exportaciones y de cuyo sistema de
navegación fluvial dependía en su comunicación con ultramar”. (Solveira, 1995:64).

Partiendo de esta realidad geográfica insoslayable, Solveira explica


admirablemente la situación, por lo que se la citará en forma textual, pese a su
extensión:

86
“(...) si desde el punto de vista político, la consecuencia de la guerra del Paraguay fue la consolidación de
la hegemonía brasileña, en el plano económico el resultado fue la penetración pacífica de la República
Argentina en la economía paraguaya. (...) La República Argentina tenía sobre Brasil una situación
singularmente ventajosa debido a la natural afinidad del idioma y de las tradiciones comunes y a la
influencia que necesariamente deriva de su posición geográfica. La influencia argentina en el Paraguay
era evidente y preponderante debido a su proximidad: estaba más cerca que el Brasil de la parte principal
del país; no había paraguayo medianamente culto que no leyera los grandes diarios porteños, los que a su
vez eran fuente de información para los periódicos paraguayos; era tributario de las líneas telegráficas
argentinas para comunicarse con el resto del mundo y tributario, también, de la bandera argentina y de sus
aguas cuando se trataba de entrar o salir de él39; gran número de profesionales -médicos, ingenieros,
abogados- habían estudiado en Buenos Aires y conservaban el vínculo intelectual con nuestro país. Y
también en el orden material la influencia era muy importante. (...) Buenos Aires actuaba como centro
proveedor por excelencia. Los capitales argentinos invertidos en Paraguay alcanzaban sumas importantes
y se orientaban preferentemente a la producción de ganado, tabaco y yerba y a la explotación de los
bosques para extraer maderas y extracto de quebracho. Para citar algunas cifras, en vísperas del estallido
de la Primera Guerra Mundial, sesenta y ocho compañías angloargentinas poseían 10 millones de
hectáreas en el Chaco boreal dedicadas a la explotación ganadera y maderera (incluido el quebracho) y
los primeros frigoríficos funcionaban como simple prolongación de los existentes en Argentina, país que
ya acaparaba el 90% del comercio exterior”. (Solveira, 1995:64-65).

Las cifras son contundentes. Ante esta realidad, el predominio económico y


comercial argentino (o anglo-argentino si se quiere) aparecía por entonces como
indisputable. Sin embargo, pese a la manifiesta disparidad de fuerzas en este aspecto,
Brasil nunca cejó en su empeño de intentar atraer hacia su esfera de influencia al
Paraguay. Estos intentos se intensificaron desde fines de la década de 1910 mediante
actos tales como la intención de establecer una sucursal del Banco del Brasil en tierras
paraguayas, la negociación de un tratado de librecambio entre ambos países o la
instalación en Asunción de una exposición permanente de productos industriales
brasileños (Solveira, 1995). Tales actos tendían, probablemente, a dar una orientación
más práctica y palpable a la influencia política con la que contaba el Brasil en Paraguay,
canalizándola y complementándola a través del estrechamiento de los vínculos
económicos. Pero la estrategia del Brasil en suelo guaraní respecto a sus propios
intereses y a los de la Argentina no terminaba ahí. Como bien señala Solveira,

“Aunque nuestras relaciones con Paraguay se venían desenvolviendo desde hacía muchos años en un
marco de absoluta cordialidad era frecuente que nuestros representantes en Asunción hicieran notar a la

39
El tráfico fluvial de y desde el Paraguay era efectuado por tres compañías de navegación, dos de las
cuales eran argentinas, cuyos dueños eran Nicolás Mihanovich y Domingo Barthe respectivamente, y la
restante de capitales brasileños (Solveira, 1995).

87
cancillería que el pueblo paraguayo era contrario a Argentina y que recelaba de los porteños porque lo
consideraban inferior y lo menospreciaban y que ese sentimiento de hostilidad hacia nuestro país era muy
bien aprovechado por la astuta diplomacia brasileña que siempre lo explotaba para hacernos daño. (...)
Según un informe de Luis S. Castiñeira, por entonces encargado de negocios en Asunción, el desarrollo
sistemático de esa política hábil y firmemente orientada hacia un fin determinado complacía a los
paraguayos que no tenían reparos en apoyar la política de acercamiento al Brasil a pesar de saber que el
ferrocarril transparaguayo era un proyecto fantástico e irrealizable por falta del capital necesario; que
tanto el tratado de librecambio como la instalación en Asunción de una sucursal del Banco del Brasil sólo
beneficiarían al Brasil y que la creación también en la capital de una exposición permanente de productos
de la industria brasileña era más bien una introducción de estas industrias en el mercado paraguayo que
un acto de desinterés inspirado por la amistad hacia el pueblo paraguayo”. (Solveira, 1995:66-67).

De esta manera, las intenciones del Brasil de ganar influencia económica,


financiera y comercial en el Paraguay en detrimento de las posiciones argentinas en
aquél país resultan manifiestas y, como se advierte, provenían ya desde la segunda
mitad del siglo XIX. Sin embargo, resultaría por demás injusto adjudicar al Brasil la
totalidad de la responsabilidad en el incremento de la competencia y tensión bilaterales
con nuestro país. La Argentina también hacía lo suyo al respecto y actuaba de un modo
absolutamente desconfiado, siendo muchas de sus acciones en el Paraguay fruto del
temor a un aumento desmedido de la influencia brasileña allí. Tanto es así que algunas
importantes iniciativas que el Gobierno del Plata promovió en Paraguay surgieron pura
y exclusivamente en respuesta al accionar brasileño en el país guaraní, como es el caso
de la negociación de un tratado propio de libre comercio con el Paraguay. Para
corroborarlo, basta con leer detenidamente el siguiente apartado:

“Nuestro representante aseguró que ese accionar brasileño podía ser fácilmente neutralizado por una
política de cortés atención, hecha por supuesto con toda aparatosidad, y sugirió entonces que un tratado
de librecambio con Argentina sería beneficioso para el Paraguay porque nuestro país compraba varios de
sus productos -yerba, madera, fruta, tabaco- mientras que Brasil no sólo no le compraba demasiado sino
que además lo inundaría con su producción industrial que establecería un indisputable señorío comercial
en el mercado paraguayo con pocos o ningún beneficio para el Paraguay. Es decir, un tratado de
librecambio sólo podía concebirse en base a determinadas condiciones que asegurasen la equidad de sus
efectos sobre el desenvolvimiento comercial de los países y esas condiciones sólo estaban dadas en las
relaciones entre Paraguay y Argentina y no respecto del Brasil”. (Solveira, 1995:67)

No obstante, importantes sectores de la clase dirigente paraguaya de la época se


mostraron reticentes a aceptar tal acuerdo porque sostenían que el mismo favorecería
mucho más a la Argentina que al Paraguay, y, en tal caso, preferían negociar un tratado

88
similar con el Brasil, a pesar de que este último mantenía una alta tarifa proteccionista
para con el Paraguay, especialmente aplicada a la región norte del país, lo cual trababa
en gran medida el comercio bilateral. Pero el Brasil no se quedó sólo con la negociación
de este tratado, sino que buscó incrementar su influencia en el Paraguay a través de dar
mayor impulso a los esfuerzos que venía realizando para prolongar las vías férreas
paraguayas hasta el Iguazú, para de esa manera empalmarlas con el ferrocarril brasileño,
lo cual, además, favorecería el intercambio bilateral.
Preocupado ante este intenso accionar brasileño en la región, y refrendando su
postura de que nuestro país no podía permanecer indiferente ante esas actividades, en
diciembre de 1922, Castiñeira aconsejó al entonces Ministro de Relaciones Exteriores
argentino Gallardo, que era necesario

“(...) destruir la temible influencia brasileña sobre todo por el hecho de que eran los Estados Unidos los
que orientaban todas las acciones del Brasil. Si desde Buenos Aires no se obraba con eficacia, se
permitiría que la Casa Blanca ampliara su radio de acción con perjuicio directo para Argentina”.
(Castiñeira, citado en Solveira, 1995:67)

Este último párrafo es por demás interesante y abre nuevos caminos de


investigación al incluir en las variables a analizar a los Estados Unidos de América. Una
vez más es posible advertir el permanente temor y oposición por parte de la dirigencia
argentina a la posibilidad de la implantación de una hegemonía definitiva de esa Nación
en el hemisferio. Si se partiese de esa hipótesis como centro de análisis para entender la
rivalidad argentino-brasileña, habría que comenzar a poner en duda hasta qué punto el
objetivo de la misma era ganar espacios de poder e influencia regionales, para comenzar
a adoptar una perspectiva más amplia, trasladando esos objetivos a todo el hemisferio
occidental, y ubicando al Brasil como un mero peón en la estrategia norteamericana en
Sudamérica.
En mi opinión, si bien el temor a la posibilidad de una incontestable hegemonía
norteamericana en toda América fue una real preocupación de una dirigencia nacional
por entonces mucho más estrechamente vinculada a Europa, no considero que este
factor haya sido determinante a la hora de comprender el por qué de la rivalidad
argentino-brasileña, la cual hunde sus raíces en cuestiones cronológicamente mucho
más antiguas, allá por la década de 1820, llevando a una guerra por la posesión de la
Banda Oriental del Uruguay, o quizás cabría ubicarla incluso antes, partiendo de la
rivalidad luso-española en la época de la colonia, atravesando a lo largo de su historia

89
por momentos de alta tensión, como lo fue, por ejemplo, la carrera armamentista de
comienzos del siglo XX. Por ello, puede afirmarse que las motivaciones de la centenaria
rivalidad entre estos países del Cono Sur son propias y exclusivas del relacionamiento
bilateral argentino-brasileño y de la lógica de las relaciones políticas, económicas y
militares regionales, que los ubicaban como claros aspirantes a ejercer un papel
protagónico a nivel sudamericano; por lo que, aun prescindiendo de la intervención
norteamericana en los intereses de uno u otro, la rivalidad entre ambas Naciones existía
per se.
Más allá de ello, resulta llamativo como, por entonces, cada acontecimiento
acaecido en el Paraguay, o cada decisión tomada por el Gobierno del Brasil o de la
Argentina respecto a ese país, provocaba una inmediata reacción de la otra parte. Otro
ejemplo de esta lucha de prestigio e influencia en tierras guaraníes se suscitó, como se
mencionó previamente, debido a la instalación de una sucursal del Banco del Brasil en
Asunción, que volvió a poner en el tapete la histórica competencia argentino-brasileña.
A principios del año 1923 una sucursal de dicha entidad financiera se instaló en la
capital paraguaya, lo cual

“(...) preocupó al gobierno argentino sobre todo porque había causado muy buena impresión en el
Paraguay; en su comercio, porque veía en ella un lugar seguro para sus depósitos y una fuente importante
de crédito para sus operaciones, y entre sus políticos inclinados al Brasil, porque les permitía demostrar la
sincera amistad del Brasil hacia el Paraguay y contrastarla con la indiferencia de la República Argentina”.
(Solveira, 1995:69).

Hasta aquí, se ha desarrollado, principalmente, el devenir de las relaciones


económicas del Paraguay con la Argentina y el Brasil desde la Guerra de la Triple
Alianza hasta la Guerra del Chaco, y la puja por ganar influencia económica, comercial
y financiera por parte de las dos últimas Naciones mencionadas en el país guaraní. Por
lo tanto, para tener una perspectiva más acabada de la situación real por aquellos años,
es necesario un análisis de la influencia política que, tanto Buenos Aires como Río de
Janeiro, intentaron ejercer sobre el Paraguay en los años previos al conflicto que es el
centro de análisis de este trabajo.
Tan sólo dos puntos principales merecen ser mencionadas, previamente al
análisis pormenorizado de la cuestión: en primer lugar, que la lucha por ganar influencia
política en el Paraguay fue, no sólo más equilibrada que la competencia económica, en
tanto hubo periodos de predominio de los intereses políticos argentinos a la vez que

90
también hubo etapas en que primaron los brasileños; sino que también fue mucho más
despiadada que aquélla, en tanto y en cuanto se llegaba a recurrir a los métodos más
violentos con tal de imponer un régimen adicto, sea a la Argentina, sea al Brasil. En
segundo lugar, y tal como se menciona al comienzo en una cita a Solveira, así como la
Argentina predominó por aquellos años en el Paraguay, a la larga, el dominio político
brasileño terminó por imponerse al de nuestro país.
Así como para abordar el sesgo económico de la rivalidad argentino-brasileña en
el Paraguay antes de la Guerra del Chaco se concedió especial importancia al trabajo de
Solveira; para analizar en profundidad los aspectos políticos de la misma se tomará
como principal referencia a un verdadero clásico en lo que a historia latinoamericana se
refiere: Leslie Bethell. Este autor, a partir de un profundo análisis de la situación del
Paraguay en la posguerra de la Triple Alianza, nos demuestra hasta qué punto el Brasil y
la Argentina manejaban los destinos del Paraguay, y en qué medida la política interna
paraguaya se había constituido, por entonces, en un escenario clave en la lucha por el
poder regional entre argentinos y brasileños. Las maniobras de unos y otros, detalladas a
la perfección por el autor, no dejan lugar a dudas al respecto:

“Figura central en todas estas intrigas de la posguerra fue Juan Bautista Gill, ministro del Tesoro con
Rivarola40. Político brillante pero despiadado, pronto convenció a los brasileños que era más capaz de
gobernar al país como ellos querían que el rústico e inepto presidente. Con el apoyo de los brasileños
expulsó a Rivarola de su puesto y en su lugar puso al vicepresidente Salvador Jovellanos. Sin embargo,
antes de que pudiera expulsar a Jovellanos y apoderarse de la presidencia para sí mismo, Gill fue
súbitamente detenido y expulsado del país (...) Jovellanos continuaba ocupando la presidencia, lo cual
representaba un aumento de la influencia argentina. (...) Una vez más, intervinieron los brasileños. En
lugar de hacerse con el poder, los lopistas trajeron a Gill de vuelta a Paraguay en un barco de guerra
brasileño y finalmente le instalaron en el palacio presidencial” (Bethell,2000:137-138).

Como se puede apreciar, la puja por la dominación política del Paraguay fue
intensa ya desde un principio, una vez concluida la Guerra de la Triple Alianza. Sin
embargo, argentinos y brasileños coincidían en el diagnóstico de la situación, a la vez
que encararon diferentes estrategias para afrontarla:

“En 1876 tanto los argentinos como los brasileños ya habían decidido que los costes de ocupar Paraguay
estaban resultando demasiado elevados. Como precio de la firma de un tratado de paz, los argentinos
habían pedido grandes concesiones territoriales por parte de Paraguay, las cuales, si eran aceptadas, les

40
Cirilo Rivarola, quien a la sazón fue impuesto en 1870 por el Brasil para defender sus intereses en el
Paraguay, fue el primer Presidente relativamente estable de dicha República tras la Guerra de la Triple
Alianza.

91
hubiesen proporcionado la mayor parte de la región situada al oeste del Río Paraguay y conocida por el
nombre del Chaco. Ahora, sin embargo, accedieron a que se sometiera el asunto a un arbitraje
internacional, y cuando éste falló finalmente a favor de Paraguay, aceptaron el fallo y se retiraron. Los
brasileños, que ya habían negociado un tratado por el cual el Paraguay renunciaba a sus pretensiones a
ciertos territorios del norte y del este, no vieron ningún otro motivo para quedarse. También ellos
retiraron sus tropas de Paraguay. El régimen de Gill no pudo aguantar mucho tiempo sin la protección de
los brasileños. Gill murió asesinado el 12 de abril de 1877”. (Bethell, 2000:138).

Tras la muerte de Gill y los sucesos descriptos, podría decirse que comienzan
dos periodos sucesivos en la vida política paraguaya que se identifican claramente, uno
con el dominio brasileño y otro con la preponderancia argentina. El primero de éstos, va
desde 1880 a 1904 y es conocido como el “periodo colorado”, en que los intereses
brasileños predominaron en forma notoria. No obstante, durante ese lapso tuvo lugar el
germen tanto de los conflictos políticos paraguayos de las décadas siguientes como de la
futura dominación argentina en la vida política paraguaya. En 1887 se fundó un
movimiento opositor que adoptó el nombre de Centro Democrático, del cual formaban
parte, entre otros, antiguos legionarios que desde siempre estuvieron vinculados a los
intereses argentinos. En respuesta a ello, el entonces Presidente Caballero advirtió la
necesidad de organizar más eficientemente a sus propios partidarios, con lo que un mes
después creó un partido oficial, denominado Asociación de la República Nacional.

“Como la Asociación de la República Nacional adoptó el rojo como color de la bandera del partido, a sus
afiliados los apodaron ‘colorados’. Mientras tanto, el Centro Democrático, que en 1894 cambió su
nombre por el de Partido Liberal, hizo del azul el color de la oposición. Pocas cosas más distinguían un
grupo del otro. Aunque los colorados agitaban la camisa ensangrentada de López y decían ser sus
herederos políticos, la política del gobierno seguía los mismos principios del liberalismo que profesaban
los liberales”. (Bethell, 2000:141)

Pocas dudas caben, a esta altura, de la enorme importancia que la Argentina y el


Brasil tuvieron en la organización política de fines del siglo XIX y principios del siglo
XX. Los hechos hablan por sí solos: los dos principales partidos políticos del país por
aquél entonces (y me atrevería a decir que en la actualidad, de una manera u otra,
continúan siéndolo) surgieron a imagen, semejanza y en virtud de los intereses
argentinos y brasileños. No es poca cosa. Lo que no deja de resultar extraño es que
hayan sido justamente los colorados, financiados y apoyados por el Brasil, quienes
reivindicaran la figura de López, héroe nacional paraguayo asesinado apenas décadas
atrás por tropas brasileñas, que lo buscaron desesperadamente hasta el último rincón de

92
territorio guaraní para darle muerte, en el marco de la contienda bélica que enfrentó
justamente al Brasil y sus aliados contra el Paraguay. Evidentemente, paradojas y
contradicciones las hubo, las hay y la habrá en la historia y en la política en todas las
épocas y en todos los lugares.
En definitiva, el fin de la hegemonía brasileña en el Paraguay y del Gobierno de
Caballero comenzó a delinearse, como no podía ser de otra manera, a partir de que la
Argentina empezó a molestarse por el excesivo carácter pro-brasileño de los
caballeristas que, hacia 1902, habían logrado imponer en el Gobierno, golpe militar
mediante, al Coronel Juan Antonio Ezcurra. De esta manera, con ayuda argentina, una
heterogénea coalición de diferentes sectores del liberalismo paraguayo se alzó en una
violenta Revolución, en 1904, la cual, tras cuatro meses de combates y la inexorable
presión diplomática proveniente desde Buenos Aires, acabó por otorgarles el poder
(Bethell, 2000).
Así comienza el segundo periodo al que se hacía mención previamente, el cual
estuvo signado por una mayor influencia de los intereses argentinos en la política del
Paraguay. Antes de comenzar con la caracterización del mismo, se hace necesario
señalar que algunas de las cuestiones que se leerán a continuación quizás ya hayan sido
indicadas en algún punto del primer capítulo, aunque desde una perspectiva diferente,
por lo que se considera de suma utilidad repasar, bajo otra óptica, algunas de ellas.
Hecha esta aclaración, podría comenzarse diciendo que este nuevo periodo en la
historia paraguaya, caracterizado por el liberalismo y la anarquía, se extiende, siguiendo
a Bethell, entre 1904 y 1923, aunque los Gobiernos liberales siguieron en el poder
varios años más. Tras ser expulsados del Gobierno, los colorados adoptaron una política
oficial de abstencionismo ya que no confiaban en que los liberales llevaran a cabo
comicios limpios. Por lo tanto, y no es un dato menor, hasta 1927, momento en que
deciden reiniciar la lucha electoral41, los colorados no tuvieron representación ni en el
Parlamento ni en la administración local (Bethell, 2000). Por ello, durante el periodo
mencionado, la hegemonía de los intereses políticos liberales (entiéndase, argentinos) en
el Paraguay, fue absoluta, al menos respecto a los brasileños, ya que, como se verá a
continuación, sectores militares continuaron jugando un activo papel en la vida
institucional paraguaya.

41
En consecuencia, en las elecciones presidenciales de 1928, según Bethell, fue la primera vez en la
historia del Paraguay en que la Presidencia se disputó realmente (Bethell, 2000).

93
En tanto, el Partido Liberal se hallaba por entonces dividido en dos grandes
facciones: los cívicos, cuyo líder era el General Ferreira, y los radicales, bajo la égida
del ilustrado Cecilio Báez, que en 1910 logró imponer en la Presidencia a Manuel
Gondra, el cual duró muy poco tiempo en el cargo, ya que fue destituido por un golpe
militar al mando del Coronel Jara, hecho éste que inauguró uno de los periodos más
anárquicos de la historia paraguaya. Tal es así, que el Gobierno militar no duraría
mucho en el poder: una coalición de cívicos y colorados (y detrás de ellos, como
siempre, el Brasil), que por lo visto habían abandonado la lucha electoral pero no las
armas, derribó al Gobierno de facto de Jara.

“Al frente del nuevo gobierno estaba Liberato M. Rojas, cívico que continuaba disfrutando del respaldo
de los colorados. Entretanto, los radicales se habían reagrupado en Argentina, a poca distancia de la
frontera con Paraguay. Finalmente, en noviembre, comenzaron la invasión. Esta vez su líder era un
arrojado caudillo que se llamaba Eduardo Schaerer”. (Bethell, 2000:145).

La Revolución de Schaerer triunfó, y los liberales radicales, junto con los


intereses argentinos, volvieron a acceder al poder en Paraguay. En esta ocasión, como
puede apreciarse, el apoyo argentino fue por demás explícito para con esa línea del
Partido Liberal paraguayo. No obstante, los enfrentamientos continuarían y se desataría
una prolongada guerra civil que no concluiría hasta la elección de Eligio Ayala, en
1923, como Presidente definitivo de la República tras haber realizado un breve
interinato. Al respecto, un dato no menor corrobora la real preponderancia de la
Argentina, por aquél entonces, en la política paraguaya:

“Era frecuente que, luego de su elección, los presidentes paraguayos visitaran Buenos Aires. En 1924, el
presidente electo Eligio Ayala, antecesor de Guggiari, también efectuó una visita de cortesía a la capital
argentina. Ambos huéspedes fueron debidamente agasajados por el gobierno argentino y esas visitas
sirvieron para acrecentar la cordialidad oficial existente entre ambos países” (Solveira, 1995:68).

Como se desprende del párrafo anterior, el sucesor de Ayala en la Presidencia


paraguaya fue otro liberal, José P. Guggiari. Tal como se evidenció en el primer
capítulo de este trabajo, dos episodios marcaron al Gobierno de Guggiari: la humillante
reconstrucción del Fortín Vanguardia y la represión en la protesta estudiantil. Los
mismos, si bien no implicaron una intervención directa de la Argentina, constituyeron
los dos hitos fundamentales que llevaron al progresivo descrédito de la administración
liberal paraguaya, marcando el comienzo del fin, no sólo de la hegemonía del Partido
Liberal, sino también, junto con ello, de la preponderancia argentina en la vida política

94
del Paraguay que, como se apreciará más adelante, irá acompañada de un paulatino e
inexorable deterioro de la posición e influencia económica de los intereses rioplatenses
en el vecino país, en favor, al igual que en el caso de la pérdida de la influencia política,
tanto del Brasil como de los Estados Unidos.
En definitiva, como se puede advertir tras la exposición de los numerosos
antecedentes expresados, la rivalidad y el enfrentamiento, fundamentalmente instigados
por el Brasil (aunque, hay que decirlo, a veces exacerbados luego por la Argentina) al
saberse en una situación, durante largos años y hasta no antes de la finalización de la
Guerra del Chaco, de hecho desventajosa para sus intereses, principalmente los
económicos, en la zona en cuestión, y muy especialmente en el Paraguay; ya venían de
larga data y escapaban a lo estrictamente vinculado al conflicto limítrofe por el Chaco,
que fue tan sólo un eslabón más en la compleja relación bilateral oscilante entre el
conflicto y la cooperación entre argentinos y brasileños a escala regional.
A continuación, me centraré en el análisis de cómo influyó la descripta rivalidad
argentino-brasileña en forma concreta en las negociaciones directas y posturas de cada
uno de estos dos grandes países sudamericanos en el conflicto por el Chaco. Para
hacerlo, se ha decidido encarar la cuestión, fundamentalmente, en base a los aportes de
un autor que la aborda en forma específica. Por lo tanto, de aquí en más y en lo que
resta de esta primera parte del presente capítulo, se concederá especial atención al rico
análisis de este importante y controvertido intelectual argentino al cual se hace
referencia: Carlos Escudé. No obstante esto, es necesario destacar que la gran mayoría
de los historiadores que se han detenido a analizar lo que en este capítulo se pretende,
coinciden en un punto: la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay aumentó la
desconfianza entre los Gobiernos de la Argentina y Brasil. Claro está que siempre
existen excepciones. Ricardo Levene, por ejemplo, no concuerda con dicha afirmación,
y pone énfasis en la celebración de numerosos tratados bilaterales entre la Argentina y
Brasil a comienzos de la década de 1930, a fin de demostrar que las relaciones
bilaterales entre ambos países eran amistosas. Entre los mencionados tratados,

“Merecen (sic) destacarse el pacto antibélico, por el que Brasil y la Argentina se comprometen a no
reconocer la legitimidad de territorios ocupados por las armas”. (Levene, 1949:152).

Más allá de si uno está o no de acuerdo con la perspectiva de la existencia de


buenas relaciones entre ambas Naciones por aquél entonces, lo que resulta insoslayable
es la gran trascendencia que la firma del mencionado Pacto Antibélico tendría en la

95
definición de la cuestión chaqueña. Al adherir la Argentina a la idea del no
reconocimiento de adquisiciones territoriales por vía de la fuerza, a la hora de las
negociaciones finales tras la guerra, nuestros diplomáticos se vieron obligados a llegar a
algún tipo de transacción que no otorgara al Paraguay, país al cual el Gobierno Nacional
apoyó directa o indirectamente durante la mayor parte de la contienda, la totalidad de
los territorios conquistados militarmente. Quizás ésta constituya una de las claves que
permiten dilucidar por qué nuestro país, habiéndose erigido como paladín de la paz del
Chaco, no pudo satisfacer enteramente sus propias aspiraciones geopolíticas y
económicas una vez concluido el conflicto; a lo que hay que sumar, claro está, la
sustitución de Saavedra Lamas por Cantilo al frente de la Cancillería argentina.
Salvando esta breve digresión y retomando el hilo central del argumento, se hace
necesario observar que Levene, a fin de demostrar la existencia de relaciones amistosas
y de confianza mutua entre los dos principales países sudamericanos, no sólo se apoya
en la firma de los citados tratados. Según el autor, la visita oficial del Presidente
argentino, Agustín P. Justo, al Brasil,

“(...) que se realizó en octubre de 193342, dió (sic) lugar a grandes manifestaciones de simpatía del pueblo
de la nación hermana para el pueblo argentino. (...) En mayo de 1935, el Presidente del Brasil Dr. Getulio
Vargas retribuyó la visita. (...) El pueblo de esta capital43 recibió la delegación con gran júbilo,
afianzándose la tradicional amistad entre Brasil y la Argentina”. (Levene, 1949:152).

En la vereda de enfrente, y como principal referente de aquellos que sostienen


que las relaciones con el Brasil en aquel periodo de nuestra historia fueron, cuanto
menos, tensas, Carlos Escudé dice:

“Las políticas competitivas, originadas en la tradicional rivalidad y desconfianza mutua, se dieron en la


búsqueda de prestigio para el propio país, implícita en los intentos de los ministros de relaciones
exteriores por ser los motores de la paz en la guerra del Chaco; y en el intento de expansión de la
influencia, que ambos gobiernos llevaron a cabo para conseguir acceso a la riqueza petrolífera del Oriente
boliviano”. (Escudé, 2000).

42
El motivo principal de ese viaje fue la concreción y firma de un Tratado de Comercio y Navegación
con el Brasil, que servía para formalizar el sostenido crecimiento del intercambio bilateral impulsado por
la complementariedad de las economías argentina y brasileña. Brasil ya era, para ese entonces, el cuarto
socio comercial de la Argentina (Rapoport, Madrid, Musacchio y Vicente, 2000). Esto puede llevar a
pensar, tal como sugiere Levene, que las relaciones bilaterales no eran de hecho tan tirantes como
sostiene la mayoría de la historiografía que ha analizado la cuestión.
43
El autor se refiere a la ciudad de Buenos Aires.

96
La desconfianza, como bien señala Escudé y puede apreciarse en los dos
siguientes fragmentos, era mutua:

“Las preocupaciones brasileñas respecto de las ambiciones geopolíticas de la Argentina aumentaron en


gran medida durante la década de 1930. El aumento del gasto militar en la Argentina, a partir del golpe
militar de 1930, era considerado una señal ominosa por las autoridades de Río de Janeiro”. (Hilton, citado
en Escudé, 2000).

Desde la óptica argentina, y tomando en consideración las memorias dejadas por


el ex Embajador paraguayo en nuestro país, Vicente Rivarola, podría decirse que

“Así como los gobiernos radicales habían mostrado un fuerte respaldo civil al Paraguay, los de Uriburu y
Justo serían exponentes de un respaldo militar decidido al gobierno de Asunción, que valoraron los
aspectos estratégicos que representaba de una victoria paraguaya (sic): privarle a Bolivia de un puerto de
río, y la amistad y alianza de los gobiernos de Asunción en un caso de eventual conflicto con Brasil”.
(Figallo, 1998: 263)

Este último punto analizado resulta muy interesante a la hora intentar


comprender una de las posibles causas del firme apoyo de la Argentina a la causa
paraguaya en la Guerra del Chaco. ¿Habrá sido, como sugiere Figallo, para hacerse de
un aliado regional seguro en una eventual guerra con el Brasil? ¿Eran las acciones
bélicas contra este país realmente evaluadas por los Gobiernos militares argentinos de la
década de 1930? ¿Con qué propósito?
En este contexto, no es de extrañar que, por aquél entonces, se desprendieran
declaraciones como las del Ministro de Guerra del Brasil, General Pedro de Góes
Monteiro, quien señalaba, en 1934, que el Gobierno argentino deseaba que el conflicto
del Chaco continuara porque significaba un avance en sus aspiraciones de conquistar su
largamente deseada hegemonía en el Cono Sur (Escudé, 2000). Incluso, agentes de
inteligencia militar de nuestro vecino luso-parlante llegaron a afirmar, en 1935, que
probablemente los intereses argentinos habían sido responsables de la iniciación de la
guerra.

“La opinión de los funcionarios brasileños era unánime en cuanto a las intenciones del gobierno
argentino: éste buscaba establecer un predominio económico sobre los países vecinos, buscando alcanzar
su objetivo histórico de aislar a Brasil”. (Escudé, 2000).

A ello se debía, en opinión de numerosos observadores brasileños de la época,


el fuerte apoyo brindado por Buenos Aires al Paraguay, con el objetivo de atraerlo aun

97
más a la esfera de influencia argentina, alejándolo del Brasil.44 Pero no solamente el
Gobierno argentino ayudaba a Paraguay, sino que, según señalaba el propio Presidente
del Brasil, Getúlio Vargas, en 1934, la cuestión iba mucho más allá pues, de acuerdo a
informes por él recibidos, nuestro país estaría

“(...) concentrando fuerzas en la frontera con Bolivia con vistas a anexar este país, dado que ésta
constituía un desprendimiento del Virreinato del Río de la Plata. Las autoridades argentinas, continuaba el
presidente, trataban de transformar a Buenos Aires en un gran emporio de materias primas y hacer
tributarias de ese puerto a todas las regiones cuyas producciones pudieran ser canalizadas hacia la cuenca
del Plata”. (Escudé, 2000).

Contradiciendo los temores de Vargas, algunos autores, si bien reconocen el


incremento de la presencia militar argentina en la zona de frontera por aquellos años, lo
atribuyen a la necesidad del Estado argentino de evitar que tanto bolivianos como
paraguayos cruzaran la frontera internacional hacia la Argentina, escapando de los
horrores de la guerra. (Rodríguez Mir, 2007).
No obstante, retomando el pensamiento algo paranoico que se había apoderado
de la dirigencia brasileña de la época, resulta lógico que, dado el apoyo del Gobierno
argentino al paraguayo, demostrando que no toleraría en su frontera norte una Bolivia
extendida hasta el río Paraguay, y las eventuales intenciones expansionistas argentinas
en Bolivia; el Brasil volcara sus simpatías hacia el país del Altiplano. Esto motivó, en
un principio, una conducta por parte de Bolivia cada vez más cercana al Brasil y por
momentos hostil y desconfiada hacia la Argentina, lo cual tendrá sus implicancias en el
terreno comercial, como se analizará más adelante.
Las mencionadas “mayores simpatías” bolivianas para con el Brasil se
evidencian, por ejemplo, en la reacción de las autoridades de La Paz ante un intento
mediador conjunto por parte de la Argentina y Chile, los cuales acordaron, entre el 1 y 2
de febrero de 1933, lo que se dio en llamar el “Acta de Mendoza”, consistente en una
fórmula para buscar la finalización de la guerra ya iniciada entre el Paraguay y Bolivia.
La misma fue puesta en conocimiento de las Cancillerías peruana y brasileña y
presentada en forma conjunta por los cuatro países limítrofes. Tanto La Paz como
Asunción rechazaron los términos del Acta, aunque tras unas pequeñas modificaciones,
las autoridades paraguayas retiraron sus reservas. Ante la impasibilidad de Bolivia, la

44
Tanto es así que “El embajador brasileño, Oswaldo Aranha, llevó el mensaje a Washington, advirtiendo
al Departamento de Estado que el nudo del problema era el apoyo de la Argentina a Paraguay” (Escudé,
2000)

98
Cancillería brasileña se dirigió a la de este país, el 16 de abril, haciéndole notar la
responsabilidad en la que estaba incurriendo al dilatar las gestiones (Solveira,1995). Lo
más interesante puede observarse al analizar la respuesta boliviana. En ella, la
Cancillería del país del Altiplano no sólo

“(...) rechazó la propuesta, sino que además acusó a los gobiernos de Argentina y Chile de parcialidad en
favor de la tesis paraguaya y de presionar diplomáticamente a Bolivia al anunciar que sobre ella recaería
la responsabilidad del fracaso. Es más, la nota boliviana también reprochaba a sus vecinos el haber
adoptado una actitud sin la participación de Brasil y Perú”. (Solveira,1995:56).

Como se puede apreciar, más allá de haber sido la propia Cancillería brasileña la
que exhortó a Bolivia a cooperar en pos del destrabe de las negociaciones (lo cual
evidenciaba que Itamaraty estaba al tanto de las gestiones argentino-chilenas); las
autoridades paceñas arremetieron duramente contra la Argentina y Chile en los términos
descriptos, que evidentemente no se condicen con la realidad. La pregunta, entonces,
surge por sí sola: ¿A que se debieron las fuertes acusaciones a dos países que tan sólo
buscaban la solución pacífica de un diferendo, a la vez que se omiten calificativos
similares para con el país que verdaderamente instó a Bolivia a no entorpecer las
negociaciones conjuntas? El encono hacia Chile (por la pasada Guerra del Pacífico) y
hacia la Argentina (por su actual ayuda al Paraguay en la Guerra del Chaco) puede ser
comprensible, pero la no inclusión del Brasil en las protestas de la Cancillería boliviana
no puede ser interpretada de otra forma más que como la manifiesta simpatía de un
Gobierno ante quien consideraban, por entonces, su único “protector” en la contienda.

“No obstante, las esperanzas de las autoridades de La Paz respecto de un rotundo apoyo brasileño nunca
se concretaron. El gobierno de Vargas no permitió al de Bolivia pasar armas por su territorio, como el
último había solicitado. Dos factores explican la renuencia de Itamaraty a un mayor compromiso con las
autoridades del Altiplano: el desacuerdo del gobierno norteamericano con un eventual apoyo brasileño a
Bolivia, y el deseo del gobierno de Brasil de no llegar a una peligrosa tensión con el de la Argentina”.
(Scenna, citado en Escudé, 2000).

Así, el apoyo brasileño se limitó a vagas expresiones que muy poco hicieron
para ayudar a las autoridades de La Paz en sus desesperados esfuerzos por detener los
avances paraguayos. Una vez retirado de la Liga de las Naciones, Brasil promulgó su
propio embargo de armas en 1934, y participó en todos los esfuerzos de los Estados
limítrofes para negociar la paz entre Bolivia y Paraguay (Escudé, 2000).

99
Tal es así que, al comprender esto, las autoridades bolivianas incluso rechazaron
una posterior solución ofrecida por el Canciller de su supuesto “aliado”, el brasileño
Afranio de Mello Franco, ya que el país del Altiplano exigía la previa entrega de un
puerto soberano sobre el río Paraguay, lo cual no estaba contemplado en esta nueva
propuesta brasileña (Escudé, 2000). Otro ejemplo del alejamiento del Brasil respecto a
Bolivia se vislumbra en el apoyo dado por parte de las autoridades brasileñas (y también
de las norteamericanas) a un proyecto de paz muy general formulado por la Argentina
en 193445. De esta manera, Bolivia se fue quedando sola, sin la inicial colaboración
estadounidense primero (por cuestiones ya analizadas en el capítulo previo), y sin el
apoyo brasileño después. A su vez, de toda esta situación es posible extraer otras dos
conclusiones: el permanente (a veces fundado, a veces infundado) temor de las
autoridades brasileñas al posible accionar de la Argentina, y la manifiesta subordinación
del Brasil a los Estados Unidos en los asuntos hemisféricos y, particularmente, en las
negociaciones del Chaco.
A esta altura del análisis, resulta evidente que las relaciones exteriores de las
Naciones no siguen un curso lineal, y la actuación argentino-brasileña en la solución del
conflicto del Chaco no fue la excepción. Impulsos cooperativos se matizan con férreas
luchas por ganar espacios de poder e influencia regional. Así es como, por un lado, el 11
de octubre de 1933 se firmó el “Acta de Río” por los Cancilleres argentino, brasileño,
boliviano y paraguayo que proponía la solución arbitral para el conflicto, lo cual fue
acogido por Bolivia pero rechazado rotundamente por el Paraguay.
Tal actitud evidencia cómo estaba planteada la situación: ante una propuesta
brasileña, rechazo paraguayo; ante una propuesta argentina, rechazo boliviano. Esta
especie de alianzas que de una manera u otra se habían tejido, hablaban a las claras de
cómo era el panorama reinante y conducían, casi indefectiblemente, a un punto muerto
permanente en las negociaciones, a la vez que demostraban un cierto espíritu de
colaboración en búsqueda de la paz por parte de los dos principales países de
Sudamérica. Por otra parte, y a pesar de ello, siempre persistió un recelo brasileño
respecto a la Argentina, y una competencia encubierta entre ambas Naciones por lograr
la paz antes que lo consiguiera la otra. En este contexto de relativo acercamiento,
aunque limitado a la búsqueda de prestigio nacional por cada parte,

45
Tal proyecto, según Figallo, incorporaba la idea del Presidente paraguayo Ayala de realizar una
conferencia económica, una fórmula que satisficiera las necesidades de Bolivia sin la pérdida del Chaco
para el Paraguay, y una transición gradual al estado de paz (Figallo, 1998).

100
“(...) se inserta también la actitud del nuevo ministro de relaciones exteriores brasileño, José Carlos de
Macedo Soares, quien asumió su cargo en julio de 1934. Cuando las gestiones conjuntas argentino-
chilenas por la paz en dicho conflicto se hallaban bastante adelantadas, el canciller brasileño invitó a sus
colegas de Bolivia y Paraguay a reunirse en Río de Janeiro a fines de mayo de 1935, para acordar la
suspensión de hostilidades, antes de que se discutieran en Buenos Aires los detalles del arreglo definitivo.
El canciller argentino Saavedra Lamas se apresuró a desbaratar la maniobra de su par brasileño, que
‘apuntaba a terminar la guerra en Río de Janeiro y dejar lo más difícil del problema para las conferencias
de Buenos Aires’. Con habilidad diplomática, Saavedra Lamas argumentó ante el gobierno de Brasil que
la estrecha relación existente entre la suspensión de hostilidades y las cuestiones de fondo ‘hacían
inconveniente desdoblar y fragmentar en dos conferencias separadas la solución de un problema que
requería una apreciación integral’. De esta manera, la reunión de los cancilleres se suspendió”. (Escudé,
2000).

No obstante, Macedo Soares, aun habiendo viajado a Buenos Aires para formar
parte de las negociaciones de paz, continuó intentando ser él quien manejara los hilos de
la cuestión. En consecuencia, propuso a los Cancilleres del Paraguay y de Bolivia

“(...) la inmediata suspensión de las hostilidades como condición previa a cualquier discusión del
problema territorial, y amenazó con el retiro de Brasil del grupo mediador si las partes no aceptaban su
propuesta de tregua. La delegación boliviana apoyó esta iniciativa de Macedo Soares, ya que le inspiraba
más confianza que cualquiera proveniente de Saavedra Lamas. Pero el ministro de relaciones exteriores
brasileño se topó con la oposición paraguaya. Ante la actitud autónoma asumida por el canciller brasileño,
Saavedra Lamas insistió en que la Argentina era el país anfitrión y que todas las reuniones debían tener
lugar en el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino, lo cual fue aceptado por el resto de las
delegaciones. El canciller argentino logró así frustrar las aspiraciones de Macedo Soares de ser el mentor
de la paz”. (Escudé, 2000).

En definitiva, como se analizará más detalladamente en la segunda parte de este


capítulo, las negociaciones de paz se terminaron llevando a cabo íntegramente en
nuestro país, lo que significó el triunfo (parcial) de la diplomacia argentina, cuyos
esfuerzos en las tratativas posteriores serían apoyados por el Brasil. Esto constituiría el
inicio de las largas pero definitivas negociaciones que concluyeron con la paz en los
áridos desiertos del Chaco Boreal. Pero significó más que eso: significó el triunfo,
quizás relativo y quizás momentáneo, pero triunfo al fin, de la cooperación por sobre el
conflicto y la rivalidad en las relaciones argentino-brasileñas. Esto fue en parte
refrendado por Gobiernos posteriores, ya que desde 1938, con la llegada de Roberto
Ortiz a la Presidencia argentina y de José María Cantilo a la Cancillería, en reemplazo
de Saavedra Lamas, pareció inaugurarse una etapa más cooperativa en las relaciones
bilaterales, lo cual se evidenció en una cada vez mayor concordancia en los términos de

101
acuerdo para llegar a un arreglo definitivo de la cuestión chaqueña por parte de los dos
gigantes sudamericanos.
A pesar de estos avances, la competencia aun existía (y mucho menos matizada
con la cooperación) en otros ámbitos, más allá del político, diplomático y militar hasta
aquí analizados. Como siempre, grandes intereses económicos se escondían detrás de
todo este escenario. De esta manera,

“(...) mientras el año 1937 transcurría con infructuosas discusiones entre los mediadores del problema del
Chaco, los gobiernos de la Argentina y Brasil libraron una silenciosa pero enérgica lucha en La Paz por el
desarrollo económico del Oriente boliviano. En octubre de dicho año, se firmó un acuerdo preliminar para
la construcción, por parte de Brasil, de un ferrocarril que uniría la localidad boliviana de Santa Cruz con
la brasileña de Corumbá, otorgando a Bolivia una salida al Atlántico y al gobierno brasileño la eventual
entrada en la región petrolera del Oriente boliviano. Sin embargo, el canciller Saavedra Lamas y su
ministro en La Paz, Horacio Carrillo, habían aventajado a sus competidores brasileños en las
negociaciones con las autoridades bolivianas, logrando en septiembre y noviembre de 1937 la firma de
dos convenciones, una sobre el tendido de una línea ferroviaria y la otra sobre tráfico petrolero”. (Rout,
citado en Escudé, 2000).

Lo que anunció el Gobierno argentino, cada vez más interesado en las riquezas
de la región, fue la construcción del ferrocarril Yacuiba-Santa Cruz y la prolongación
del ferrocarril de Formosa, esta última ya prevista en unos convenios firmados por
Bolivia y la Argentina en 1922. Pero, como afirma Escudé, la firma de esos acuerdos
resultó ser todo un problema para el Gobierno argentino, ya que parte del proyectado
ferrocarril entre Yacuiba y Santa Cruz debía pasar a través de territorio ocupado por
fuerzas paraguayas. Las autoridades de Asunción se opusieron vigorosamente a los
pactos económicos argentino-bolivianos de 1937. Para calmar las sospechas
provenientes del Paraguay, Saavedra Lamas comenzó a negociar un nuevo tratado
comercial argentino-paraguayo, lo cual indignó a su vez a las autoridades de La Paz
que, ya bajo la Presidencia de Germán Busch, hicieron saber a la Argentina que si
esperaba la ratificación de los convenios de petróleo y ferrocarril, debía inducir a la
retirada paraguaya del oeste del Chaco (Escudé, 2000 y Figallo, 1998).
En este complicado contexto para la diplomacia argentina, las autoridades de
Río procuraron avanzar en su propio acuerdo petrolero y ferroviario. El 15 de marzo de
1938, el Gobierno de Bolivia ratificaba este tratado, no así el firmado con la Argentina
en noviembre del año anterior, lo cual, a su vez, responde a una realidad del momento:
la creciente cercanía de Bolivia al Brasil, que estaba expandiendo sus fronteras hacia el

102
oeste. Así analizaba la situación el entonces Embajador boliviano en la Argentina,
Enrique Finot, que al referirse a los recientes acuerdos firmados con el Brasil, decía:

“(...) tendrán la virtud doble de vincularnos con el Brasil; y de aumentar el interés argentino por una
aproximación económica efectiva con Bolivia, con positiva ventaja para nuestro país”. (Finot, citado en
Figallo, 1998: 266).

De esta manera, poco a poco se diluía el sueño de la diplomacia argentina de


contar con el monopolio del Oriente boliviano. Mientras tanto, otra batalla paralela se
estaba librando: la rivalidad histórica que enfrentaba a los Estados Unidos con la
Argentina, hacía eclosión en los llanos del Chaco y en los despachos de Buenos Aires,
casi 50 años después de lo que constituyó el punto de inflexión en la relación bilateral
entre ambas Naciones: la Conferencia Panamericana de 1889. Al análisis de la historia
de este desigual enfrentamiento y su incidencia en los sucesos sudamericanos de la
década de 1930 me abocaré en la segunda parte del presente capítulo.

Parte II: La rivalidad argentino-norteamericana

Como ha podido advertirse en algunos pasajes de las páginas precedentes, los


intereses brasileños respondían en gran medida a los designios norteamericanos en esta
parte del continente, siendo nuestra vecina República la punta de lanza en Sudamérica
del coloso del norte. Teniendo en cuenta esto, no es de extrañar que, durante las
negociaciones de paz de la Guerra del Chaco, los Estados Unidos también tuvieran una
postura claramente diferenciada de la argentina y mucho más en sintonía con la del
Brasil. Pero para entender ese juego cruzado de intereses es preciso remontarse en el
tiempo, puesto que no se trataba de una rivalidad circunstancial, dictada por la
coyuntura política y económica del Chaco, sino que venía de varias décadas atrás.

“La historia de las relaciones argentino-norteamericanas no se caracterizó nunca por su armonía (...) Lo
que va a predominar desde fines del siglo pasado y sobre todo en el terreno diplomático, salvo periodos
relativamente breves, es una serie de enfrentamientos de diverso tipo. En distintos momentos en torno a la
constitución de un sistema panamericano; en las dos guerras mundiales como consecuencia de la posición
de neutralidad asumida por la Argentina”. (Rapoport, 1988:10).

Como señala el autor, las pretensiones norteamericanas de organizar un sistema


panamericano bajo su égida serían una de las fuentes principales de conflicto entre
ambas Naciones. De hecho, a ello responde el origen de tal confrontación.

103
“Esta tendencia se perfiló desde la Conferencia de Washington de 1889, en la que el país del Norte
promovía una unión aduanera continental en función de ampliar su influencia más allá del Caribe y de
horadar la hegemonía inglesa y europea sobre América del Sur. (...) En este aspecto, la elite argentina (...)
optó por proteger los vínculos privilegiados con Europa en general y con Gran Bretaña en particular. Esta
será durante largo tiempo la línea de la elite tradicional argentina en materia de política exterior”.
(Rapoport y Spiguel, 2005:18).

Así, en realidad, la confrontación argentino-estadounidense no era otra cosa que


el reflejo de la pugna entre los intereses británicos y norteamericanos en Sudamérica.
De esta manera lo explica Puig:

“Lo ocurrido así en la Conferencia de Washington tiene sus explicaciones profundas. La pretensión
estadounidense de convertir a América Latina en un mercado natural y privilegiado para la absorción de
sus manufacturas (a la sazón la industria norteamericana no podía competir con la europea) fracasó en
gran medida debido a que Gran Bretaña no estaba dispuesta a permitir intrusos en su coto de caza. La
Argentina (...) era el país al que correspondía naturalmente defender esa posición”. (Puig, 1980:182).

Así como en las primeras líneas de esta segunda parte del presente capítulo se le
ha adjudicado al Brasil el mote de “punta de lanza” de los Estados Unidos en América
del Sur, lo mismo cabría decir respecto a nuestro país en relación a los intereses
británicos instalados en esta parte del mundo. Así, la rivalidad asumida entre brasileños
y argentinos no sería más que una pugna regional, con sus propias y particulares
motivaciones, como se ha dejado en claro, pero con el verdadero telón de fondo de la
puja anglo-norteamericana. De todas maneras, esta situación derivó en una
confrontación prolongada y directa entre los Estados Unidos y la Argentina, más allá de
si la postura de ésta última era funcional a los intereses británicos o simplemente
respondía, como aseguraban muchos norteamericanos, a los deseos de nuestro país de
instaurar un dominio regional que compitiera abiertamente con las aspiraciones
hemisféricas estadounidenses.

“(...) la disputa con los Estados Unidos estuvo envuelta a veces, como señalaban los norteamericanos, en
las pretensiones de liderazgo argentino en el sur del continente (...) respaldadas (...) en la seguridad que
ofrecían los fuertes lazos con el Viejo Mundo”. (Rapoport, 1988:10).

De ser esto así, la lógica sería la inversa: la Argentina se aprovecharía de sus


fuertes vínculos con Gran Bretaña para apuntalar sus propios sueños de expansión y
dominio continental, para lo cual los Estados Unidos representaban el principal
obstáculo a sortear. Así, la constante oposición argentina a los planes norteamericanos

104
puede ser analizada tanto como una acabada expresión de desafiante autonomía
nacional o, por el contrario, como una clara muestra de alineación automática a los
intereses británicos, lo cual es mucho más probable.
En definitiva, las disputas argentino-norteamericanas iniciadas en 1889 no
cesarían. Más aun, alcanzarían un nuevo punto de relieve en 1902, con motivo del
bombardeo de las costas venezolanas por flotas europeas de las potencias acreedoras
que pretendían de ese modo cobrar la deuda externa de ese país. En respuesta a ello
surgió la conocida “Doctrina Drago”, la cual

“(...) se expresa en una comunicación del canciller argentino a la Casa Blanca, en la que pone de
manifiesto la ilegitimidad del empleo de la fuerza para el cobro de las deudas. Esto refleja el temor de uno
de los Estados más endeudados, y sienta un importante precedente en el cuerpo anti intervencionista de la
doctrina de la política exterior argentina, además de intentar comprometer en esa posición a Estados
Unidos, que había comenzado a ejercer su política intervencionista y a desplegar su influencia sobre el
hemisferio”. (Rapoport y Spiguel, 2005:20).

Como se advierte, una vez más la Argentina demostraba estar pronta para cerrar
el paso al expansionismo estadounidense en América Latina. Pero la oposición
continuaría. El fin de los Gobiernos conservadores y la llegada de Yrigoyen al poder no
alterarían, en lo sustancial, el anti-norteamericanismo en la clase dirigente nacional.

“En este periodo, las relaciones con Estados Unidos fueron tan distantes como en el anterior y, por
momentos, mucho más antagónicas. Con todo, los argentinos hicieron algunos esfuerzos por obtener una
razonable vinculación con el país del norte, pero, nuevamente, las aspiraciones culminaron en una total
frustración debido a los problemas económicos estadounidenses y a la presión de los intereses afectados
por la posible concurrencia argentina”. (Puig, 1980:188).

La afirmación anterior demuestra que no sólo de parte de la Argentina existían


reticencias a una vinculación bilateral provechosa, sino que también en los Estados
Unidos numerosas voces se alzaban en contra de estrechar lazos con nuestro país. Esta
mutua aversión se vio plasmada en actitudes de uno y otro lado, que fueron desde gestos
románticos como la negativa a saludar el pabellón estadounidense por parte del crucero
argentino Nueve de Julio al entrar al puerto de Santo Domingo, ocupada por el país del
norte (Puig, 1980) hasta cuestiones mucho más concretas como la neutralidad en la
Primera Guerra Mundial. Así, como explican Rapoport y Spiguel,

“Con la entrada de EE.UU. en la contienda, al cuestionamiento de la neutralidad se sumó una ofensiva


diplomática a favor de la beligerancia que Washington proyectó sobre todo el continente (...) La política

105
internacional de Yrigoyen se manifestó en otras acciones diplomáticas. Por ejemplo, en el modo en que
impulsó un congreso continental de países neutrales, iniciativa que naufragó por la oposición de EE.UU.”
(Rapoport y Spiguel, 2005:25).

En resumen, podría decirse, citando una vez más a estos autores, que

“Los aspectos autonomistas en política exterior de Yrigoyen aprovechaban la rivalidad existente entre
EE.UU. y Gran Bretaña y cuestionaban la hegemonía y el intervencionismo de Washington en el
hemisferio. Mientras, la política exterior respecto de Londres y Europa mantenía un bajo perfil,
compatible con el peso económico de esos vínculos y su base en núcleos privilegiados de la elite
nacional”. (Rapoport y Spiguel, 2005:26).

Y el peso económico de esos vínculos con el Reino Unido, así como el beneficio
concreto que de ellos extraían los sectores terratenientes argentinos, eran muy
importantes. De esa manera, la existencia de estrechas relaciones con Gran Bretaña por
parte de la oligarquía vacuna nacional era una consecuencia lógica y natural.

“Los estrechos lazos entre ambas naciones, que hicieron alguna vez definir a la Argentina como ‘colonia
informal’ del imperio británico, obedecieron fundamentalmente a una ‘feliz’ asociación de intereses entre
la oligarquía terrateniente local (...) y el poder industrial y financiero de la City. (...) en vísperas de la
Primera Guerra Mundial (...) Gran Bretaña predominaba claramente en el comercio argentino de
exportación e importación, y sus capitales representaban casi un 60% de la inversión extranjera en el país,
monopolizando el sistema de transportes interno y marítimo, y gran parte del sector industrial, de los
servicios públicos, del comercio y de las finanzas. Sobre esta base se tejía la trama más sutil de las
relaciones políticas y diplomáticas”. (Rapoport, 1988: 12).

En este contexto, no es difícil comprender que las clases dirigentes argentinas se


inclinasen por Gran Bretaña (que, además era la principal potencia económica y política
mundial) y no por los cada vez más agresivos estadounidenses. Sin embargo, la
situación comenzó a cambiar y tras la primera Gran Guerra, los Estados Unidos se
erigieron, como ya se ha visto, en la potencia internacional dominante, aunque
demoraría unos años en asumir ese papel íntegramente. No obstante, a pesar de este
cambio de situación, nuestro país siguió aferrado a su histórico vínculo británico. Esta
persistencia en permanecer bajo la esfera de influencia del país europeo es explicada por
Rapoport de la siguiente manera:

“Aun cuando hacia 1920 las relaciones comerciales y económicas con los Estados Unidos se estrecharon
en forma notable y ese país llegó a ser el primer proveedor de la Argentina y su principal financista
(dando lugar a lo que se denominó ‘comercio triangular’ entre la Argentina, los Estados Unidos e
Inglaterra, que expresaba en verdad la rivalidad anglo-norteamericana por los mercados argentinos), la

106
situación no desembocó, como podía preverse y como sucedió con otras naciones del continente, en la
incorporación de la Argentina a la esfera de influencia estadounidense. Las economías de ambos países
no eran complementarias sino competitivas y las altas barreras aduaneras y un embargo de las carnes
argentinas por presuntas razones sanitarias en 1926, impidieron la colocación de los productos
agropecuarios locales en el mercado norteamericano creando un fuerte malestar entre los ganaderos y
otros sectores internos influyentes, que levantaron el lema ‘comprar a quien nos compre’, e iniciaron una
campaña que culminaría en el conocido Pacto Roca-Runciman y en un nuevo fortalecimiento de los lazos
económicos con el Reino Unido”. (Rapoport, 1988: 10-11).

De esta manera se advierte que la cuestión de fondo que enfrentaba a argentinos


y estadounidenses era de índole esencialmente económica. Pese a todo, y como insinúa
Rapoport, los intereses norteamericanos irían gradualmente ganando terreno en nuestro
país en relación a los británicos.

“Mientras las inversiones inglesas se mantienen estacionarias, las yanquis crecen a ritmo acelerado. En
1916 las inversiones británicas sumaban 1900 millones de dólares y las yanquis 100 millones (...) en 1929
las inglesas se mantienen en 2140 millones y las yanquis suben a 770”. (Larra, 1981:68)

Este es, pues, el panorama político y económico en que se hallaba la relación


bilateral argentino-estadounidense al finalizar la década de 1920. La disputa entre
ambos países se agudizaría en los dos aspectos mencionados en los años siguientes. En
lo económico, tras las crisis de 1929, la Argentina, como se ha tenido la posibilidad de
observar, reafirmaría su “vínculo especial” con Gran Bretaña a través de la firma del
Pacto Roca-Runciman, el cual tuvo como efecto inmediato la disminución brusca de las
importaciones de otros países, como los Estados Unidos, que vieron disminuir el monto
de las mismas a 107 millones de pesos oro, cuando en 1929 habían alcanzado la cifra de
516 millones, pudiendo recuperarse recién a partir de 1938 (Rapoport, Madrid,
Musacchio y Vicente, 2000).
Sin embargo, estos autores, a diferencia de lo que pregona la historiografía
tradicional, sostienen que ya con Pinedo en el Ministerio de Hacienda la política
económica global de la Argentina

“(...) se hizo eco de las dificultades estructurales de las relaciones económicas con el Reino Unido y,
consecuentemente, su sesgo no fue tan ‘pro británico’ como habitualmente se sugiere. Por el contrario,
abrió un espacio para mejorar las relaciones con otras naciones, entre las que los EE.UU. consiguieron
importantes beneficios”. (Rapoport, Madrid, Musacchio y Vicente, 2000:262).

De esta manera es como, industrialización sustitutiva de importaciones


mediante, llegaron al país, como se viera en el capítulo inicial, importantes firmas de

107
origen norteamericano, especialmente en la rama textil, de electrodomésticos,
farmacéutica y química, que comenzaron a desplazar a los intereses británicos aquí
instalados. Por aquellos años, una de las más acabadas expresiones de la competencia
anglo-norteamericana en el país, que también serviría para ejemplificar el
desplazamiento gradual de los intereses británicos, fue la batalla desatada en torno al
sistema de transporte nacional, en la cual las compañías ferroviarias inglesas verían
derrumbarse su dominio a manos del transporte automotor y la construcción de rutas y
caminos. Por todo lo anteriormente mencionado es que

“Algunos autores comienzan a preguntarse hoy si la continuidad del flujo de capitales norteamericanos en
los años ’30, incluyendo los vinculados al transporte automotor, no eran el producto de una política
deliberada de los gobiernos conservadores, o de algunos sectores de los mismos. Las dudas no son
infundadas, porque si bien en la esfera comercial se respetaron los acuerdos firmados con Gran Bretaña y
hubo numerosos desacuerdos con el gobierno de Washington, las medidas adoptadas estimulaban también
el ingreso de capitales, terreno en el que la primacía norteamericana era inocultable. Por eso no resulta
casual que a fines de la década de 1930 (...) algunos dirigentes o gerentes de compañías británicas en la
Argentina se quejasen del tratamiento incorrecto que le dispensaba el régimen conservador, o que,
durante el gobierno del general Justo, la expansión de la red vial, impulsada por ese gobierno, haya
asestado un duro golpe a los intereses ferroviarios ingleses”. (Rapoport, Madrid, Musacchio y Vicente,
2000:265).

Esto demuestra que la relación triangular en que la Argentina había participado


desde principios del siglo XX no era estática, sino que la importancia de los Estados
Unidos tendía a crecer al tiempo que la de Gran Bretaña a disminuir, por lo que se hacía
evidente la necesidad de una modificación de la política económica internacional del
país (Rapoport, Madrid, Musacchio y Vicente, 2000). Así lo entendieron algunos
sectores dirigentes, encabezados por Pinedo, quien llegó a manifestar públicamente:

“Nosotros, argentinos, figuramos entre aquellos que con más frecuencia han incurrido en el grave error de
mirar a Europa como el modelo principal y casi exclusivo, (...) pero no traduciría mi verdadera opinión si
expresara que son sólo motivos de estricto carácter económico (...) lo (sic) que nos aconsejan buscar con
premura un acercamiento con los Estados Unidos y con los demás países del continente”. (Pinedo, citado
en Rapoport, Madrid, Musacchio y Vicente, 2000:268).

El plan económico presentado en 1940 por Pinedo, que reflejaba estas cuestiones
planteadas y que, en consecuencia, era elogiado en Norteamérica, acabaría por
naufragar en un Congreso con una inquebrantable vocación pro-británica. Sin embargo,
a esta altura ya se hace evidente en qué medida, hacia finales de la década de 1930, el

108
rumbo de la política económica internacional de la Argentina se iba orientando
progresivamente hacia la órbita estadounidense.
Pero si en materia económica, luego de una reafirmación de los lazos con Gran
Bretaña en 1933, nuestro país fue tendiendo, gradualmente, a un acercamiento con los
Estados Unidos, hay que decir que en cuestiones políticas y diplomáticas el
enfrentamiento fue cada vez mayor, y el desafío argentino a los planes norteamericanos,
más abierto. La lucha por el liderazgo en la conducción de las negociaciones de paz en
la cuestión del Chaco Boreal entre paraguayos y bolivianos marcaría el punto más
crítico de esta confrontación durante la década de 1930, en un marco de oposición por
parte de la Argentina a la estrategia continental del país del norte.

“(...) la política exterior conservadora se manifestó durante la década del ’30, en lo esencial, en posiciones
agudamente discrepantes con la estrategia panamericana de Washington, a través de confrontaciones
diplomáticas que revelaban la fuerte conexión con Gran Bretaña y Europa”. (Rapoport y Spiguel,
2005:28).

“(...) la Argentina llegó a convertirse en el escollo principal de los planes norteamericanos. (...) en la
mayoría de las reuniones continentales hasta el estallido de la guerra46, el enfrentamiento entre los dos
países constituyó la nota característica. Así ocurrió (...) en las distintas negociaciones que se realizaron
para terminar con la Guerra del Chaco”. (Rapoport, 1988:11).

Pero no es momento aun de adentrarnos en el análisis especifico de lo que


fueron las negociaciones de paz. En similares términos a lo expresado en la última cita a
Rapoport, Halperín Donghi sostiene que

“(...) los obstáculos al panamericanismo siguieron proviniendo sobre todo de los países más ligados a
metrópolis europeas; en este aspecto la Argentina mantuvo el papel que se había asignado desde 1889;
pero la debilidad creciente de su resistencia reflejaba demasiado bien la decadencia inexorable del influjo
británico, incapaz ya de rivalizar abiertamente con el estadounidense”. (Halperín Donghi, 1980:371).

Una vez más se hace hincapié en la Argentina como el socio privilegiado en


Sudamérica que representaba y defendía los intereses británicos en su pugna con los
estadounidenses. Este papel de permanente obstrucción a los planes norteamericanos en
América Latina por parte de la Argentina tuvo uno de sus contrapuntos más destacados
en el año 1936, en plenas negociaciones de la cuestión chaqueña. Respondiendo a los

46
Aquí el autor se refiere a la Segunda Guerra Mundial.

109
nuevos intereses y objetivos hemisféricos de su administración47, el entonces Presidente
estadounidense Franklin D. Roosevelt, propuso

“(...) al gobierno argentino la realización de una Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la


Paz, que tuvo lugar en Buenos Aires, en diciembre de 1936. A ella concurrió el mismo Roosevelt, que
insistió en su transcurso en la unidad continental y en la necesidad de que los países americanos
adoptasen mecanismos de consulta para su defensa común (...) Pero Justo y Saavedra Lamas fueron
reacios a apoyar estas propuestas, manifestando su desacuerdo con respecto a la creación de bloques o
agrupaciones continentales48. La reticencia argentina hacia todo compromiso que consolidara el sistema
panamericano fue planteada sosteniendo la necesidad de respetar, por el contrario, los mecanismos de la
Sociedad de las Naciones”. (Rapoport, Madrid, Musacchio y Vicente, 2000:228).

Tal como afirma Rapoport,

“Los cancilleres argentinos de la época, Saavedra Lamas y Cantilo, privilegiaban los lazos con Europa y
sostenían la vigencia de la Sociedad de las Naciones, organización predominantemente europea, donde
los Estados Unidos no participaban y ya en notoria decadencia, sobre la creación de un sistema
panamericano”. (Rapoport, 1988: 11-12).

Así, la apelación a la Sociedad de las Naciones como único organismo


internacional válido fue una de las estrategias que los conservadores de la década del
’30 emplearon para contrarrestar el avance de la hegemonía estadounidense en el
hemisferio; lo cual, por otra parte, los distinguía claramente de la política seguida por el
Gobierno radical yrigoyenista (fundamentalmente en su primera Presidencia), quien se
había mantenido alejado de dicha organización. De hecho, fue el propio Justo quien

“(...) hizo ingresar al país en la Sociedad de las Naciones (...) (bajo su gobierno) La política exterior
siguió la línea tradicional de la Cancillería, apoyada en Gran Bretaña, reacia a aceptar las exigencias de
Estados Unidos y con aspiración a un cierto liderazgo sudamericano. (...) Justo era más proclive a un
entendimiento con Washington que el ministro Saavedra Lamas y (...) seguía con especial interés la
política reformista de F. D. Roosevelt”. (Quesada, 2001:508).

Quizás haya sido este aparente menor encono hacia la potencia del norte que
profesaba el Presidente de la Nación el que haya posibilitado, no sólo, como sugiere

47
Para profundizar sobre este punto, ver capítulo I.
48
Finalmente, en la siguiente conferencia panamericana, celebrada en Lima en 1938, nuestro país, ya con
Ortiz en el poder, acabó por adherir, muy a regañadientes, a una declaración que, promovida por los
Estados Unidos, proclama el principio solidaridad continental en caso de verse amenazada la paz y
seguridad hemisféricas (Rapoport, Madrid, Musacchio y Vicente, 2000). De esta manera, también en el
ámbito político los Estados Unidos comenzaban a establecer su supremacía por sobre los intereses
argentinos y británicos en América Latina.

110
Rapoport, el progresivo acercamiento con los intereses económicos estadounidenses
hacia el final de la década, sino también que haya habido algunos periodos de distensión
incluso en las relaciones político-diplomáticas bilaterales durante los años de su
Gobierno. Como ejemplo de esto cabe citar la conferencia panamericana de Montevideo
de 1933, la cual

“(...) dejó como fruto un tratado de no agresión y conciliación49, de iniciativa argentina, que recibió el
apoyo inesperado de los Estados Unidos; a cambio de él, el secretario de Estado norteamericano, Cordell
Hull, logró evitar una condena masiva del proteccionismo aduanero de su país”. (Halperín Donghi,
1980:371).

Este entendimiento entre argentinos y estadounidenses permitió distender


mutuamente las históricas divergencias de sus políticas exteriores, despertando, al
mismo tiempo, ciertas inquietudes en el Brasil (Rapoport, Madrid, Musacchio y
Vicente, 2000). Pero ese acercamiento coyuntural sería como un oasis en el desierto.
Argentina y los Estados Unidos, como ya se ha visto, volverían a rivalizar. De hecho ya
lo estaban haciendo, desde hacía unos años, en las negociaciones por ser los mentores
de la paz entre Paraguay y Bolivia en el Chaco. De esa forma,

“En cuestiones concretas también se hizo presente el desafío a la política de Washington. La Paz del
Chaco se logró en base a los buenos oficios argentinos, interpuestos por el entonces canciller, Carlos
Saavedra Lamas. Una comisión de países limítrofes (Argentina, Brasil, Chile y Perú) desplazó en la
práctica a la Comisión de Neutrales, liderada por Washington”. (Puig, 1980:190).

Pero vayamos por parte. Como ya se ha podido apreciar en capítulos previos, los
intentos por parte de nuestro país de mediar en la disputa entre paraguayos y bolivianos
venían desde mucho tiempo atrás, y continuaron bajo las administraciones de Alvear e
Yrigoyen. Una vez caído el Gobierno de éste último, el Presidente de facto Uriburu
también se interesó por encontrar una salida pacífica al conflicto. Su Primer Ministro de
Relaciones Exteriores, Ernesto Bosch, intentó poner fin al mismo ofreciendo sus buenos
oficios el 10 de julio de 1931. Las autoridades de Asunción aceptaron la propuesta de
mediación argentina, pero las de La Paz, movidas por sus característicos temores y
recelos hacia el Gobierno argentino, la rechazaron (Escudé, 2000).
Se sucedieron, luego, múltiples intentos fallidos de resolver el diferendo, como
el ya mencionado del “Acta de Mendoza”, en 1933, y el envío de una comisión por

49
No es otra cosa que el famoso Pacto Antibélico por el cual Saavedra Lamas obtuvo el Premio Nobel de
la Paz.

111
parte de la Sociedad de las Naciones al año siguiente; entre otros. De todos ellos se ha
decidido simplemente tomar en consideración aquellas gestiones que contribuyeron
efectivamente a la solución de la disputa y que, a su vez, estuvieran vinculadas de una u
otra manera a la rivalidad argentino-norteamericana.
Para comprender la resolución final, la cual comenzó a perfilarse en 1935, es
necesario remontarse a fines del año 1928, momento en que, como ya se ha visto,
fuerzas paraguayas atacaron el Fortín Vanguardia, se rompieron las relaciones
diplomáticas entre Bolivia y el Paraguay, y éste último llamó a una movilización
general de su Ejército. En ese preciso momento, estaba reunida en Washington la
Conferencia Americana de Conciliación y Arbitraje, la cual inmediatamente se ofreció a
mediar para evitar que el conflicto desembocase en acciones bélicas (Solveira, 1995).
En dicha conferencia quedó constituida una Comisión de Neutrales, la cual se dispuso a
resolver el conflicto, a pesar de no contar con el apoyo argentino.

“(...) pronto se evidenció la renuencia argentina a participar en un esfuerzo multilateral liderado por el
gobierno norteamericano. Originalmente la Comisión de Neutrales constituida en dicha Conferencia para
ocuparse del problema del Chaco debía estar integrada por la Argentina, Brasil, Cuba, Uruguay y Estados
Unidos, pero el gobierno argentino declinó participar de la Conferencia. Las autoridades de Brasil
también rehusaron sumarse a la reunión. Como resultado del alejamiento de la Argentina y Brasil, la
Comisión de Neutrales estuvo integrada por cinco países no limítrofes de las partes en pugna -Estados
Unidos, Colombia, Cuba, México y Uruguay”. (Escudé, 2000).

La fórmula de solución propuesta por dicha Comisión fue rechazada por el


Paraguay debido a que afectaba sus intereses fundamentales (Levene, 1949). Esto
aparenta ser así en un primer análisis acrítico de la cuestión. En realidad, es factible
suponer que detrás de la negativa paraguaya se hallaba la influencia de su máximo
aliado, la Argentina, que se proponía desbaratar los planes norteamericanos. ¿Cómo lo
hizo nuestro país? Esta es la explicación que brindan algunos autores:

“Como la Argentina quedó excluida de estas negociaciones al no haber concurrido a la conferencia de


Washington, el gobierno organizó una comisión paralela a la de los Neutrales integrada por los países
limítrofes: Argentina. Brasil, Chile y Perú, conocida como ‘ABCP’. La Comisión de Neutrales propuso a
Bolivia y Paraguay terminar las hostilidades y someter sus disputas a un arbitraje, pero si alguno de los
beligerantes violaba el armisticio, debía considerarse como país agresor, y en consecuencia los demás
países del continente debía (sic) retirar todas sus representaciones diplomáticas. De esta manera, el
conflicto quedaba englobado bajo las posiciones panamericanistas de Washington y facultaba a la
Comisión de Neutrales, en la que la Argentina no participaba, a solucionar el conflicto. El canciller
argentino Saavedra Lamas maniobró para contrarrestar la iniciativa norteamericana de búsqueda de la paz

112
en el Chaco boreal, al no admitir la intervención colectiva del continente por falta de instrumentos legales
y al plantear como alternativa su solución en el marco de la Sociedad de las Naciones”. (Rapoport,
Madrid, Musacchio y Vicente, 2000:226).

Inteligente maniobra. En los siguientes términos es que se manifestó la


diplomacia argentina respecto a este particular

“(...) esta cancillería no acompañará a la Comisión de Neutrales en ningún acto que, ultrapasando los
límites de los buenos oficios y del influjo moral de la opinión de todo el continente, pudiera aproximarse
a una intervención aunque ésta fuera meramente diplomática, por cuanto tal actitud sería contraria a las
tradiciones y doctrinas argentinas”. (Conil Paz y Ferrari, citados en Escudé, 2000).

Así, invocando cuestiones principistas, la Argentina logró desbaratar este intento


de los Neutrales por solucionar la cuestión. En realidad, más allá de esta notificación
puntual, nuestro país, a través de distintos comunicados y con su adhesión a una
declaración del 3 de agosto de 1932 emanada desde Washington y firmada por todas las
Repúblicas americanas exhortando a los contendientes a someter el litigio a un arreglo
pacífico, formalmente apoyaba los esfuerzos encarados por la Comisión de Neutrales
(Escudé, 2000 y Solveira, 1995). Pero, como se puede apreciar, los hechos demuestran
que la oposición al accionar de ese grupo era manifiesta. No obstante, la Comisión de
Neutrales insistió y presentó sus propuestas finales el 15 de diciembre de 1932, con el
apoyo de diecinueve países del continente. Dos días después, Paraguay rechazaba sus
términos y retiraba a su representante en Washington. A su vez, la respuesta de Bolivia
fue ambigua debido a sus planes de contraofensiva en marcha (Escudé, 2000).
De esta manera, tras sus reiterados fracasos, la Comisión de Neutrales dio por
finalizados sus esfuerzos por mediar en el conflicto, no sin antes endilgar parte de la
culpa de aquellos a la evidente falta de colaboración de la Argentina.

“Los intentos argentinos de estorbar los esfuerzos del Comité de Neutrales se vieron coronados por el
éxito, pues el Comité se disolvió el 27 de junio de 1933, anunciando su decisión en un comunicado que
no ocultaba la interferencia argentina: ‘en vista de las actuales negociaciones en otros lugares entre
Bolivia y Paraguay para un arreglo de la cuestión del Chaco, la Comisión de Neutrales no tenía nada más
que hacer en el asunto, y que podía contribuir mejor al establecimiento de la paz, único objeto que había
tenido en vista durante las largas y enojosas negociaciones que había llevado a cabo pacientemente,
retirándose de la situación. La experiencia ha demostrado que, cuando hay más de un centro de
negociación, la confusión y la falta de acuerdo son los resultados inevitables (...) De este modo, las
negociaciones pueden ser concentradas en Ginebra, si otros agentes de paz adoptan una actitud similar,
permitiendo al Comité de la Liga que trabaje con el apoyo universal por la paz’ ”. (Conil Paz y Ferrari,
citados en Escudé, 2000).

113
La oposición argentina a los intentos norteamericanos había triunfado. De esta
manera, el país del norte se desentendería (aunque no del todo) de las negociaciones en
el Chaco, en parte también debido a otras motivaciones ya analizadas en el primer
capítulo del presente trabajo. Entretanto, el Paraguay declaró oficialmente la guerra a
Bolivia, el 10 de mayo de 1933. Eso ocasionó que el país del Altiplano no pudiese
aprovisionarse libremente a través del río Pilcomayo y del Océano Pacífico a través de
Chile, a la vez que obligó a los vecinos de la región a adoptar una postura al respecto. Si
bien todos se declararon neutrales ante el conflicto, la Argentina ejerció una neutralidad
“benévola” hacia el Paraguay, lo cual será explicado y ampliado hacia el final del
presente capítulo.
Retomando el hilo central, cabría decir que si la disolución de la Comisión de
Neutrales representó una victoria para la diplomacia argentina, esta sería aun más
rotunda cuando, como ya se ha mencionado, los intentos de mediación encarados por la
Sociedad de las Naciones resultaran infructuosos50. Tras el rechazo a las proposiciones
de esta organización internacional, una nueva instancia de mediación quedaba
descartada y Buenos Aires aparecía, ahora sí en forma definitiva, como el centro en
donde persistían las últimas esperanzas en pos de un entendimiento pacífico que pusiera
fin a la guerra. No obstante, antes de erigirse como el principal mentor de la paz,
Saavedra Lamas debió enfrentar, por un lado, la desconfianza boliviana a causa del
apoyo que la Argentina estaba prestando encubiertamente al Paraguay en la contienda; y
por otro, un nuevo foco de competencia liderado por su par chileno Cruchaga Tocornal.
Pero finalmente, ambos países acabaron por cooperar en búsqueda de una salida
50
Algunos autores afirman que el fracaso de las tratativas encaradas por la Sociedad de las Naciones se
debió a que ambos contendientes rechazaron su mediación (Levene, 1949 y Solveira, 1995); otros,
sostienen que fue el Paraguay quien lo hizo, en protesta por una supuesta arbitrariedad por parte de esta
organización internacional en favor de Bolivia debido a la gravitación de los intereses económicos de ese
país en las negociaciones (Cardozo, 1965). También están quienes sostienen que fue Bolivia la que recusó
a dicha entidad como negociadora (Rapoport, Madrid, Musacchio y Vicente, 2000). Por último, Escudé
afirma que en una primera instancia fue Bolivia quien rechazó la intervención de este organismo, pero
que, en febrero de 1934, la Sociedad de las Naciones ofreció un nuevo plan a los beligerantes sin
consultar a Saavedra Lamas acerca de la fórmula de la propuesta, a sabiendas de los manejos que el
mismo estaba llevando adelante. En consecuencia, el Gobierno boliviano aceptó la nueva propuesta, pero
el de Paraguay, con el supuesto respaldo del Canciller argentino, la rechazó. Tanto los miembros de la
Sociedad de las Naciones como el Gobierno norteamericano percibieron en este rechazo paraguayo las
maniobras del Canciller argentino (Escudé, 2000). No deja de ser extraño que un organismo mucho más
vinculado a la Argentina y a Gran Bretaña que a los Estados Unidos, al cual nuestro país había invocado
en un principio para ayudar en la solución del diferendo, acabase por intentar maniobrar por su cuenta, a
espaldas de su supuesto “país aliado” en la región; resultando a su vez paradójico que la Argentina haya
quedado como única alternativa viable para la resolución de la disputa tras el fracaso, precisamente, de la
entidad a la cual se supone que apoyaba.

114
consensuada al diferendo, incluso junto con el Brasil y los Estados Unidos. El Pacto
Antibélico propuesto por Saavedra Lamas en 1933, y suscripto por todos estos países, es
una clara muestra de ello.
Al quedar la cuestión en manos de Saavedra Lamas, éste formuló una nueva
propuesta de paz el 12 de julio de 1934, a la cual ya se ha hecho referencia, que
consistía en la aceptación del principio que prohibía la adquisición de territorios por
medios bélicos, a la vez que establecía que el diferendo debía ser resuelto pacíficamente
por medio de la conciliación y el arbitraje conforme al Derecho Internacional. Al mismo
tiempo que presentaba la propuesta, el Canciller argentino se contactaba con los
representantes de Brasil y Estados Unidos para generar un esfuerzo tripartito. Ambos
Gobiernos aceptaron y comenzaron a presionar diplomáticamente sobre el de Bolivia
para que aceptara la propuesta argentina. Las autoridades de La Paz, reacias a cualquier
cosa que estuviese diseñada por Saavedra Lamas, primero vacilaron, pero acabaron por
aceptar. Sin embargo, para sorpresa del resto de los mediadores, el Canciller argentino
perdió rápidamente interés en su propia propuesta. Ubicados en una incómoda posición
a partir de este giro de la diplomacia argentina, Brasil y Estados Unidos se retiraron del
esfuerzo mediador (Escudé, 2000).
Ahora bien, ¿a qué se debió este cambio de actitud por parte del Ministro
argentino? Una explicación plausible puede ser que

“(...) el momento no era aún propicio para un arreglo entre los beligerantes, pues las fuerzas paraguayas
estaban en situación ofensiva, y cualquier dilación implicaba mayor territorio para las autoridades de
Asunción. Además, habiendo aceptado Bolivia condicionalmente la propuesta tripartita, la presión para
modificar su posición caería sobre Paraguay más que sobre Bolivia. De este modo, como probablemente
las negociaciones estuvieran afectando los intereses paraguayos, Saavedra Lamas, aliado de estos
intereses, decidió echar a pique el esfuerzo”. (Escudé, 2000).

De esta manera, la coyuntura de las acciones bélicas parecía marcar el ritmo de


las negociaciones diplomáticas. Tanto es así que recién en abril de 1935 es cuando
quedó conformado el grupo mediador definitivo, bajo el liderazgo de la Argentina.
Atendiendo a lo antes mencionado, no resulta extraño que dicho grupo se haya
constituido precisamente en un momento en el cual, si bien la guerra estaba siendo
todavía ampliamente ganada por el Paraguay y se desarrollaba por completo en
territorio boliviano; las fuerzas paraguayas, que, pese a todo, no habían podido alcanzar
el control de la zona petrolífera, ya casi no disponían de hombres, armas, alimentos ni
del dinero suficiente para adquirirlos. Eso explica la enorme diligencia argentina y las

115
infatigables gestiones de su Canciller por conseguir cuanto antes la paz en ese momento
y no antes, habiéndose dedicado hasta entonces a entorpecer otras iniciativas. Así,

“El 11 de mayo quedó constituido en Buenos Aires el grupo mediador, bajo la presidencia del canciller
Saavedra Lamas, y con representantes de Argentina, Estados Unidos, Brasil, Chile, Perú y Uruguay. El 26
de mayo se incorporaron el canciller del Paraguay, Luis A. Riart, y el de Bolivia, Tomás A. Elío”.
(Cardozo, 1965:143).

La aceptación de los beligerantes de este nuevo esfuerzo mediador se debió a la


situación de estancamiento que resultaba de la falta de capacidad de ambos bandos para
seguir costeando las operaciones militares. Además, tal como deseaban argentinos y
paraguayos, las negociaciones de paz se dilataron lo suficiente como para permitir al
país guaraní consolidar sus posiciones en los territorios ocupados (Escudé, 2000). Es así
como el 12 de junio de 1935 se firmaron dos protocolos, en presencia del Presidente
argentino Justo y de la comisión de mediadores, los cuales disponían el fin de las
hostilidades sobre la base de las posiciones alcanzadas por los respectivos Ejércitos, y la
inmediata convocatoria a una Conferencia de Paz para la solución del diferendo por
acuerdo directo entre las partes o vía arbitraje (Cardozo, 1965). De esta manera, la
Argentina y el Paraguay consiguieron, en un principio, que se reconocieran los
territorios conquistados en combate por el Paraguay, pese a que esto contradecía la letra
del Pacto Antibélico elaborado por el propio Canciller argentino. Sin ignorar esta
situación, los bolivianos manifestaban abiertamente sus temores respecto a ello. Al
autorizar a su Canciller Elío a firmar los protocolos, el Presidente boliviano Tejada
Sorzano le advertía que las

“(...) aclaraciones que le sugerimos no hacen sino interpretar nuestra angustia patriótica frente a la
posibilidad de que el Paraguay (...) trate de burlar este acuerdo obteniendo la cesación de las hostilidades
y la desmovilización (...) para quedarse en posesión de todo el territorio del Chaco y deferir (sic) luego
(...) el arreglo de fondo de la cuestión territorial”. (Querejazu Calvo, citado en Escudé, 2000).

En cambio, los paraguayos quedaron satisfechos con la firma de los protocolos.


La ratificación de los mismos fue cumplida en Asunción sin contratiempos. El Gobierno
paraguayo, al someterlos a la consideración del Congreso, señalaba:

“El protocolo consagra el triunfo de la tesis paraguaya sobre la cesación previa de las hostilidades (...) en
el sentido de no depender ni en su estipulación, ni en su ejecución, del compromiso arbitral por
concertarse. Y este es un punto capital, la consagración de una realidad, de un statu posesorio, con todas
las ventajas que de la posesión legítima se deriva (...) La línea de separación de los ejércitos que la

116
Comisión Militar Neutral terminará de fijar en breve, tiene un doble valor: el valor de una protocolización
oficial y cartográfica de nuestra victoria y de una demarcación provisoria de nuestros límites en el Chaco
con Bolivia (...) Al arbitraje irá sólo lo arbitrable, es decir, lo dudoso”. (Querejazu Calvo, citado en
Escudé, 2000).

Evidentemente, al iniciarse las negociaciones de paz, éstas parecían favorecer


netamente al Paraguay, lo cual implicaba, a su vez, el triunfo de la diplomacia argentina.
Pero con el transcurso de las mismas la situación se iría modificando. La Conferencia de
Paz, que comenzó el 1º de julio de 1935 presidida por Saavedra Lamas, demoraría
largamente sus gestiones, lo cual provocaría modificaciones en las situaciones políticas
de la mayoría de los países implicados, al mismo tiempo que daría lugar a una
multiplicidad de situaciones que a continuación serán descriptas.
Desde un principio, las negociaciones se vieron estancadas debido a las posturas
extremas e inflexibles que tanto paraguayos como bolivianos defendían.

“Bolivia y Paraguay siguieron aferrándose a sus posiciones, sin lograr ponerse de acuerdo. La delegación
boliviana se empeñó en compensar su derrota militar con la victoria diplomática de obtener un puerto en
el río Paraguay, y un arbitraje que le diese posibilidades de recobrar aunque fuera algo del territorio
perdido por las armas. Por su parte, la delegación paraguaya siguió firme en su convicción de no querer
desprenderse del territorio conquistado por su ejército y evitar la concesión de un puerto a favor de
Bolivia”. (Escudé, 2000).

Ante este empantanamiento, se decidió dejar de lado de momento todo lo


referido a aspectos territoriales y abordar la cuestión de los prisioneros de guerra.
Paradójicamente, el accionar de Saavedra Lamas al respecto le valió, además de un
notorio desgaste en sus relaciones con el delegado paraguayo, el reconocimiento del
Gobierno boliviano, quien premió al Canciller argentino con la medalla del Cóndor de
los Andes, por su contribución al intercambio de prisioneros. Pero una vez solucionado
este tema, las negociaciones avanzaron lentamente. Lo más destacable fue la
reanudación de las relaciones diplomáticas entre el Paraguay y Bolivia en febrero de
1936. Poco realizó la Conferencia de Paz durante el resto de ese año debido a los
cambios de Gobierno en Paraguay (la llegada del Coronel Rafael Franco, en febrero) y
en Bolivia (el golpe de Estado del Coronel David Toro, en mayo), por lo que buena
parte del tiempo y la energía de los miembros de aquélla fue dedicada a la cuestión del
reconocimiento de los nuevos mandatarios. Durante todo el año 1937, la Conferencia
continuó con el proceso de estancamiento, debido a la indiferencia pública tanto en
Bolivia como en Paraguay y al cansancio de los delegados que la integraban. En el

117
medio, Saavedra Lamas condujo su estrategia de demorar el tratamiento de la cuestión
territorial, que si bien inicialmente era coincidente con los intereses paraguayos, terminó
por molestar a todos los miembros de la Conferencia de Paz. Al estilo del Canciller
argentino, se sumaba la competencia entre los integrantes del grupo mediador (Escudé,
2000). Al respecto, el Ministro boliviano ante el Gobierno argentino, Enrique Finot,
comentaba:

“Hay en la conferencia una pugna abierta de intereses entre los países mediadores y hasta
incompatibilidades personales entre los delegados, agravadas por el carácter preponderante del canciller
argentino”. (Finot, citado en Escudé, 2000).

A lo que probablemente se refería el Ministro boliviano era a la manifiesta


rivalidad existente entre el delegado de los Estados Unidos, Spruille Braden, y el
Canciller argentino. De esta manera, la competencia argentino-norteamericana parecía
reavivarse luego de haberse mantenido apaciguada tras la disolución de la Comisión de
Neutrales a mediados de 1933, con el solo contrapunto de la Conferencia de Buenos
Aires, en 1936. El propio Braden hacía referencia a esta rivalidad en su autobiografía de
1971 al señalar que

“Los argentinos se consideran ellos mismos como nuestros rivales por el liderazgo político de América
latina (sic). Ellos también aspiran a dominar militarmente el continente”. (Braden, citado en Rapoport,
2009).

Tal era el espíritu, parece ser, con el cual el delegado estadounidense había
venido a nuestro país a dirimir el asunto chaqueño, lo cual, de más está decirlo,
complicaba mucho cualquier eventual posibilidad de entendimiento entre las partes
mediadoras. Más episodios respecto a la actuación de Braden en las negociaciones del
Chaco y a sus intereses existentes en la región serán expuestos a lo largo del trabajo. En
cuanto a lo que lo relaciona al tema que se está abordando puntualmente en esta parte
del capítulo, el norteamericano confiesa que

“(...) redactó en 48 horas, en julio de 1938, el documento paraguayo. Irritado con las soluciones
propuestas, que consideraba perjudiciales para su país, el doctor Zubizarreta, jefe de la delegación del
Paraguay, se negó a aceptarlas, lo que le valió su desplazamiento de la jefatura en una operación
aparentemente digitada por el mismo Braden”. (Rapoport, 2009).

Lógicamente, las proposiciones de Braden jamás serían favorables al Paraguay,


dados sus estrechos vínculos con la Standard Oil of New Jersey. En las negociaciones

118
“Spruille Braden, intentó asegurar a la Standard Oil la pervivencia de sus privilegios en el Chaco,
procurando obtener por procedimientos diplomáticos y la influencia del país que representaba, lo que el
resultado de la guerra había negado a aquélla. Debemos tener en cuenta que Spruille Braden, más que
representante del gobierno estadounidense, era un viejo gestor de los intereses de la Standard Oil en sus
negocios por América Latina (...) Pero las gestiones de Spruille Braden en favor de la Standard Oil
fracasaron debido al movimiento revolucionario popular (...) de 1937”. (Frondizi, 1954:391).

Pero más allá del resultado final, lo que es destacable a los fines de este tramo
del trabajo es que, de ser verídica la versión de la propuesta de Braden a Zubizarreta a
espaldas del Canciller argentino, resultaría útil para demostrar dos cosas. Por un lado,
que los dichos del Ministro Finot eran ciertos respecto a la rivalidad existente en el seno
de los mediadores, ya que si la Conferencia de Paz estaba presidida por Saavedra
Lamas, esta propuesta elaborada unilateralmente por Braden, aunque rechazada,
constituía una manifiesta intrusión en los quehaceres del Canciller argentino y un
desafío a su investidura como Presidente de la Conferencia. Por otra parte, el hecho de
que el representante norteamericano mantuviese reuniones secretas con el delegado
paraguayo, tuviese la osadía de presentarle una solución, y hasta se atreviera
impunemente a maniobrar para que el mismo fuese removido, quizás constituya una
muestra del nuevo rumbo que estaban adquiriendo las relaciones paraguayo-
estadounidenses como resultado de la guerra, las cuales tenderían a estrecharse en
detrimento de los intereses argentinos en el Paraguay, todo lo cual será analizado en el
capítulo final.
Pues bien, luego de este prolongado impasse en las negociaciones, se retomó la
cuestión de fondo al plantear el Canciller paraguayo una nueva exigencia: la
participación del Paraguay en la explotación del petróleo del Chaco Occidental, que
había quedado bajo jurisdicción boliviana. Si bien la alternativa quedó en la nada, es de
notar una vez más la gravitación permanente de la cuestión del petróleo como interés
fundamental a lo largo del desarrollo del conflicto.
En el año 1938 se produce un quiebre en la situación de parálisis en que se
hallaba la Conferencia de Paz, llegándose a una resolución del diferendo. Esto se debió,
entre otras cosas, al alejamiento de Saavedra Lamas del Ministerio de Relaciones
Exteriores argentino y su reemplazo por José María Cantilo, tras asumir Roberto Ortiz
la Presidencia de la Nación en Argentina. Acababa así lo que Querejazu Calvo calificó
como la “dictadura” de Saavedra Lamas en la Conferencia de Paz (Escudé, 2000). Qué
hubiera sucedido si éste hubiese continuado al frente de la Cancillería (tal como se lo

119
solicitó al nuevo Presidente), es un misterio. ¿Se habría equilibrado la balanza a favor
de Bolivia como finalmente terminó ocurriendo? Tengo mis serias dudas al respecto.
Volviendo a lo concreto, por ese entonces, el grupo de mediadores estaba
ejerciendo una fuerte presión sobre el país del Altiplano a fin de que dejara de lado su
petición de un puerto sobre el río Paraguay. El nuevo representante boliviano ante la
Conferencia, David Alvéstegui, respondió a los delegados de los países mediadores:

“Si ustedes entienden que deben llenar su cometido oponiendo obstáculos a la salida de Bolivia sobre el
río Paraguay en vez de ayudarla a obtener esa salida, es preferible que, de una vez, hagan desaparecer a
mi país del mapa. Ya fue encarcelado, hace tiempo, y desde entonces no vive, sino agoniza; por eso ha
quedado rezagado en el camino del progreso (...) Es preferible que de una vez por todas convengan en el
reparto de Bolivia entre sus vecinos (...) Los bolivianos no podemos seguir soportando el encarcelamiento
(...) Si no se nos reconocen los más elementales atributos de vida preferimos desaparecer”. (Alvéstegui,
citado en Escudé, 2000).

Las palabras son de un tono durísimo y, evidentemente, van dirigidas a la


conducción que la Argentina venía realizando en las gestiones de paz, puesto que fue
éste el único país que se pronunció abiertamente en contra de la entrega de un puerto a
Bolivia sobre el río Paraguay, y porque la dilatación de las negociaciones,
aparentemente, favorecía los intereses del país guaraní. Esta posición boliviana, que
hasta hace poco tiempo atrás intentaba ser revertida por parte del grupo mediador, se vio
fortalecida con la firma del tratado de vinculación ferroviaria con Brasil ya analizado en
la primera parte del presente capítulo. Así, la representación brasileña en la Conferencia
de Paz, probablemente bajo la influencia norteamericana y cada vez más interesada en
el petróleo boliviano, acabó por respaldar la petición de un puerto para Bolivia.
Mientras tanto, durante los años que demoró la Conferencia en arribar a la solución
definitiva, las autoridades del Altiplano aprovecharon para entablar gestiones con la
Argentina, ofreciendo facilidades comerciales sobre la base de sus ricas minas de estaño
y de su petróleo, lo cual fue progresivamente llevando a nuestro país a interesarse por
un acercamiento con Bolivia (Solveira, 1995 y Escudé, 2000). Alarmado por esta
situación y por los alcances de esta competencia argentino-brasileña por el petróleo
boliviano, el delegado paraguayo Zubizarreta escribió a su Gobierno:

“El petróleo le ha servido a Bolivia a maravilla para ir creando intereses en algunos países representados
en la conferencia y por ese camino se propone conquistar su voluntad en la cuestión del Chaco”.
(Zubizarreta, citado en Escudé, 2000).

120
Es así como la tendencia dentro del grupo mediador se fue perfilando en favor
de los intereses bolivianos o, al menos, de que existiese cierto equilibrio en la
resolución final, más allá del completo triunfo militar paraguayo.

“(...) se vio que la Argentina y el Brasil, que llevaban la voz cantante entre los mediadores, estaban de
acuerdo en impedir que el Paraguay cosechara todos los frutos de la victoria (...) y se decidió no
reconocer al Paraguay su calidad de país vencedor”. (Cardozo, 1965:145).

De esta forma,

“El 9 de julio de 1938 las delegaciones paraguayas y bolivianas procedieron con los mediadores a firmar
el proyecto de Tratado que estipulaba el arbitraje de los presidentes de las naciones mediadoras de las
zonas en que no se había llegado a un acuerdo. Se consentía en entregar a Bolivia un territorio ocupado
por Paraguay pues era para aquel país de una necesidad vital porque la topografía montañosa al occidente
de los hitos haría muy difícil la construcción de carreteras o ferrocarriles (...) Se le concedería a Bolivia
un puerto franco en el río, en Casado, bajo la soberanía paraguaya”. (Solveira, 1995:265).

El Tratado de Paz, Amistad y Límites definitivo entre Paraguay y Bolivia fue


firmado el 21 de julio de 1938. La zona definitiva que sería sometida al arbitraje de los
Presidentes de la Argentina, Brasil, Chile, Perú, Estados Unidos y Uruguay resultó ser
una faja de 41.500 kilómetros cuadrados, extendida desde el río Pilcomayo hasta el río
Paraguay, a la altura que ocupaban los Ejércitos al terminar la guerra. Además de lo
señalado por Solveira respecto a las concesiones territoriales y al puerto franco, el
tratado estipulaba que las partes debían nombrar inmediatamente una Comisión Mixta
compuesta de cinco miembros, dos nombrados por cada parte, y un quinto designado de
común acuerdo por los seis Gobiernos mediadores, con el fin de aplicar en el terreno la
línea divisoria trazada por la sentencia arbitral y colocar las marcas limítrofes (Escudé,
2000). Como se ha visto, dicha Comisión acabó su labor recientemente, en el año 2009.
El día 10 de octubre de 1938 los árbitros trazaron la frontera definitiva entre
Paraguay y Bolivia, con lo cual finalizó el litigio sobre el Chaco Boreal (Levene, 1949).

“(...) el Colegio Arbitral (...) Trazó una línea que, partiendo de la desembocadura del río Negro en el río
Paraguay, termina en Esmeralda sobre el Pilcomayo. El Paraguay confirmó su soberanía sobre el doble
del territorio chaqueño que establecía cualquiera de los tratados de 1879, 1887, y 1894, y Bolivia quedaba
definitivamente excluida del litoral, aunque se le aseguraba libre tránsito y un puerto libre en la zona de
Puerto Casado. La Conferencia de Paz se disolvió, el 23 de enero de 1939, después de concertar la ayuda
económica y financiera interamericana a los ex beligerantes”. (Cardozo, 1965:150).

121
Claro está que la mirada que ofrece Cardozo no es del todo parcial, ya que formó
parte de la delegación paraguaya que negoció por aquellos días en Buenos Aires, con lo
cual se supone que siempre intentará resaltar sus conquistas. No obstante, hay muchas
cuestiones objetivas que no pueden ser soslayadas, siendo la principal la negativa de
acceso a Bolivia al río Paraguay, y la entrega del puerto franco (no soberano) a este país
sobre el mencionado río. Pero el balance del conflicto y el análisis respecto a quien
favoreció más este desenlace es un tema que será abordado al momento de analizar las
consecuencias que trajo aparejadas la Guerra del Chaco. Como último dato de color
respecto a las negociaciones de paz, cabría señalar que

“(...) un documento descubierto en Paraguay en 1965, titulado ‘Paraguay-Bolivia. Acta rubricada en la


ciudad de Buenos Aires, 9 de julio de 1938’, parece demostrar que hubo un entendimiento previo entre
los beligerantes de fijar la línea divisoria que sería aceptable para ambos. La importancia de dicho
documento, como señala Rout, radicaría en que la solución del conflicto del Chaco se habría alcanzado
por medio de la diplomacia secreta y no por arbitraje”. (Rout, citado en Escudé, 2000).

De ser esto así, a mi entender no tornaría estéril todo lo hasta aquí analizado ya
que, más allá de cómo se haya llegado a la solución final, las negociaciones previamente
descriptas existieron, y evidencian cómo era la trama de intereses encontrados en torno
a la cuestión del Chaco, tanto respecto de sus contendientes como de los países
mediadores; las cuales se desarrollaron de un modo totalmente independiente a la
existencia o no del documento mencionado por Rout.
Más allá de todo lo hasta aquí analizado, hay que decir que la rivalidad
argentino-norteamericana rebasó los límites de las negociaciones del Chaco y continuó
aun después de terminado el conflicto, más aun teniendo en cuenta el estallido de la
Segunda Guerra Mundial y la nueva actitud de neutralidad adoptada por la Argentina.

“La política de ‘contactos’ desplegada por Alberto Ostria Gutiérrez, canciller del presidente Enrique
Peñaranda, manifestaba su preferencia por interesar a los países vecinos del Atlántico en el
establecimiento de vínculos basados en el aprovechamiento de su riqueza natural, en especial la que
procedía del Oriente boliviano. Sin embargo, las contingencias de la Segunda Guerra Mundial
comenzaron a requerir aquellos productos bolivianos, logrando que los Estados Unidos y Gran Bretaña
acapararan gran parte de la producción nacional (...) El gobierno de Peñaranda firmó, a principios de
noviembre de 1940, un acuerdo con los Estados Unidos por la venta de estaño, como así también de
cooperación económica para la construcción del ferrocarril de Cochabamba a Santa Cruz de la Sierra y la
conformación de comisiones técnicas para el cultivo científico de la goma (caucho) y para el estudio de la
mineralogía boliviana. (...) El gobierno de Washington, convertido en cliente preferencial, junto con los
intereses mineros, irían imponiendo la política internacional de Bolivia a cambio de cooperación

122
económica y de facilidades para el equipamiento militar; y, después de 1942, lograrían interferir con éxito
las posibilidades de abastecimiento de la Argentina neutral, a pesar de ser ésta el mercado abastecedor de
artículos de primera necesidad de Bolivia”. (Figallo, 1996).

Como se puede apreciar, quizás a modo de venganza por lo ocurrido en las


recientes negociaciones por la paz en el Chaco, los Estados Unidos continuaron
operando en Bolivia buscando causar perjuicio a los intereses argentinos, a la vez que
presionaban al Poder Ejecutivo argentino para abandonar la neutralidad en la segunda
conflagración mundial. Tal como afirma la misma autora en otra de sus obras,

“Los Estados Unidos parecían empeñados en utilizar su influencia económica sobre Bolivia y Paraguay,
para alejarlos del neutral gobierno argentino”. (Figallo, 1998:267).

A todo este panorama habría que sumar la campaña que Yacimientos


Petrolíferos Fiscales, la empresa petrolera estatal de la Argentina, estaba llevando
adelante en pos de que Bolivia controlase su propia producción petrolera en detrimento
de los intereses norteamericanos representados por la Standard Oil of New Jersey; lo
cual tuvo lugar bajo el Gobierno de Toro, y representó un episodio más en la pugna
argentino-norteamericana, que será analizado en profundidad en un capítulo específico
sobre la cuestión petrolera en la Argentina. Para ese entonces la posición boliviana era
totalmente ambivalente, oscilando entre un mayor acercamiento a la Argentina o a los
Estados Unidos, según lo ameritaran las circunstancias.
Pero el hecho paradigmático que marcó un hito en la rivalidad argentino-
norteamericana en Bolivia en los años post-Chaco fue el de la Revolución del 20 de
diciembre de 1943 en el país del Altiplano, la cual, pese a encontrar gran parte de su
explicación en la postergación social y económica de la población trabajadora boliviana,
despertó fuertes suspicacias continentales alimentadas por el Departamento de Estado,
que afirmaba la existencia de una decisiva intervención argentina con intenciones
expansivas en la región (Figallo, 1996). El golpe militar,

“(...) instaló en la presidencia al mayor Gualberto Villarroel, quien inmediatamente tuvo problemas
internos y externos. Entre estos últimos, el gobierno norteamericano demoró seis meses su
reconocimiento, acusando a los golpistas de fascistas y al movimiento inspirado por las condenables
autoridades de Buenos Aires”. (Gaggero, Farro y Mantiñan, 2006:214).

Por lo visto, la rivalidad entre argentinos y estadounidenses, ahora instigada por


el país del norte perduraba, a la vez que demostraba no ser una cuestión coyuntural
vinculada a la Guerra del Chaco, sino que, como se ha visto, hundía sus raíces en

123
acontecimientos de larga data, y amenazaba con proyectarse hacia el futuro si es que la
Argentina no se dignaba a ceder y acatar los mandamientos norteamericanos en el
hemisferio. El hecho de que las alternativas en Bolivia, por aquel entonces, fueran
planteadas en términos similares a “o con la Argentina o con los Estados Unidos” habla
a las claras de hasta qué punto los intereses de nuestro país eran contrarios a los de la
Nación del norte del continente. Dice Figallo:

“Crecía en la opinión pública boliviana una reacción contra la política de ‘entrega’ a los Estados Unidos,
que iba ganando terreno a través de la prédica del grupo parlamentario del MNR51; opuestos (sic) a la
presión norteamericana para absorber la economía del país y más inclinados (sic) a propiciar una política
de acercamiento a la Argentina, cuyas necesidades industriales no eran favorecidas (...) Enajenado a los
intereses de Washington, el gobierno de Peñaranda decepcionaba a la Argentina. (...) ninguna de las
compañías bolivianas que tenían compromisos con Estados Unidos podrían vender estaño a la Argentina:
coincide esta actitud, con la expresión del Cónsul general norteamericano en Bolivia, quien (...) habría
expresado en una conversación ‘Para la Argentina nada’ ”. (Figallo, 1996).

Por su parte, algunos diarios chilenos hablaban de un complot destinado a privar


a los Estados Unidos de los productos del subsuelo de Bolivia (...) sindicándose a la
Argentina como la responsable. El Siglo, órgano del partido comunista, informaba “que
el coronel Luis (sic) Perón, secretario de Trabajo de la Argentina, considerado muy a
menudo como el hombre fuerte del régimen militar de La Plata (sic) alardeó de ser el
instigador del golpe de Estado de Bolivia y de tener contactos con otros grupos amigos
en varias Repúblicas americanas y por medio de los cuales se conseguirán pronto
cambios fundamentales de gobierno”. Otras versiones señalaban las conexiones de Paz
Estenssoro52 con el Club del Plata, una entidad nacionalista de Buenos Aires que
propiciaba la consolidación de un bloque anti-yanqui y anti-brasileño. (Figallo, 1996).
Nuevamente aparece, explícita, la idea de las rivalidades existentes entre nuestro
país con el Brasil y con los Estados Unidos. Más allá de las especulaciones, lo cierto es
que Buenos Aires reconoció al Gobierno de Villarroel el 3 de enero de 1944 (...) Para
aumentar las suspicacias, poco antes de ser relevado de su cargo, el Ministro de
Relaciones Exteriores boliviano, Costa du Rels, informaba a su reemplazante, José
Tamayo:

51
Se trata del Movimiento Nacional Revolucionario, agrupación político-militar promotora de la llegada
de Villarroel al Gobierno de Bolivia (Gaggero, Farro y Mantiñan, 2006).
52
Diputado boliviano que apoyó el movimiento revolucionario de diciembre del ’43.

124
“La impresión que tuve desde el primer momento fue de que el Gobierno argentino no tardaría en
reconocer al nuevo gobierno y, aún más, que estaba interesado en dar el ejemplo”. (Costa Du Rels, citado
en Figallo, 1996).

En consecuencia, el nuevo Gobierno boliviano (y también el paraguayo) optaron


por desconocer las indicaciones del Departamento de Estado norteamericano y
reconocieron al Gabinete presidido por el nuevo mandatario argentino, el General
Edelmiro Farrell (Figallo, 1996).
Pero sería sólo un efímero triunfo argentino. Bolivia, aislada en la práctica, no
podía resistir mucho una política independiente. Los principales hombres del MNR
debieron abandonar sus posiciones en el Gabinete como condición necesaria exigida
para el reconocimiento del Gobierno. Con la progresiva eliminación del mismo de todos
los elementos vinculados a nuestro país, los Estados Unidos acabaron triunfando en esa
sorda disputa librada entre argentinos y estadounidenses por el control político y
económico boliviano. Y detrás de los Estados Unidos, como siempre, el Brasil
aprovecharía para sacar rédito de la situación y lograr un acercamiento cada vez más
profundo con Bolivia. Luego de la Segunda Guerra Mundial, la recuperación por parte
de la Argentina de su influencia en Bolivia y en el Paraguay, sería una quimera jamás
concretada.

Parte III: La “doble vía” empleada por el Gobierno argentino

Así como las rivalidades argentino-brasileña y argentino-norteamericana son


indispensables para comprender muchos de los aspectos cruciales del por qué la
Argentina actuó del modo en que lo hizo en la Guerra del Chaco, ciertos aspectos de la
política interna también resultan esenciales para comprender algunas de las actitudes del
Poder Ejecutivo Nacional en lo referido a esa cuestión. No obstante, no me detendré en
análisis políticos internos que no estén directamente vinculados a la cuestión del Chaco,
puesto que ello será materia de análisis de capítulos subsiguientes. De esta manera, esta
tercera parte del capítulo será breve, pero no por ello menos importante.
Para comenzar, cabe señalar que la Argentina intervino en este conflicto por dos
vías claramente diferenciadas, más en sus métodos que en sus objetivos: la mediación y
las gestiones de paz, activas, por parte de la Cancillería, las cuales ya han sido
analizadas con detenimiento; y la continua ayuda brindada al Paraguay durante el

125
transcurso de la contienda, lo cual constituyó una clara violación de la neutralidad,
habiendo sido esta política llevada adelante por la Cartera de Guerra.

“Para adquirir urgentemente los pertrechos que hacían falta, se autorizó a Rivarola a acercarse al gobierno
argentino. El canciller Carlos Saavedra Lamas no quería de ningún modo comprometer la neutralidad
argentina, pero Rivarola, a espaldas de él, se entendió con el presidente Justo”. (Zook, 1962:104).

Podría argumentarse que esta actitud aparentemente contradictoria de las


autoridades argentinas era poco seria y que conspiraba contra sus posibilidades de éxito
final en la mediación que se había propuesto encarar. Tal vez esto último sea cierto,
puesto que el marcado accionar pro-paraguayo del Ministerio de Guerra, como se verá,
complicó la posición internacional argentina, poniendo a las autoridades en un aprieto
en cuanto a su declaración de neutralidad. Sin embargo, sería muy ingenuo suponer que,
como asevera Zook, la Cancillería no estuviese al tanto de lo que otras reparticiones del
Poder Ejecutivo llevaban adelante. Un Gobierno Nacional es una unidad, cuyas
decisiones emanan del Presidente de la República, estando los distintos Ministerios
sujetos a los dictámenes de quien está al mando. Por lo tanto, si bien en los hechos
aparecen como actitudes contradictorias, ambas perseguían los mismos fines e intereses
(a saber, el mejor posicionamiento internacional de la Argentina y la defensa de sus
intereses económicos) desde el momento en que un unívoco Poder Ejecutivo las
tomaba. Seguramente, el objetivo perseguido con la mediación en la guerra era el de
acrecentar el prestigio internacional argentino, cuidando las formas y aparentando
neutralidad, mientras que a hurtadillas se favorecían abiertamente los intereses
paraguayos, dado que esto, como se ha visto y se verá a lo largo de todo el trabajo,
favorecía de diversas maneras a la Argentina y, especialmente, a los inversores privados
nacionales y británicos asentados en el Paraguay. De esta forma, los ejemplos que
demuestran la activa ayuda prestada por nuestro país al Paraguay durante los años de la
contienda son numerosos. Tal como afirman algunos autores,

“De los vecinos, solo (sic) Argentina ayudaba bajo la mesa a los guaraníes con proyectiles, combustible y
recursos varios. Hasta el futuro presidente argentino Perón, entonces mayor del ejército vecino, había sido
coordinador de esos traspasos en Paso de los Libres en el sudoeste paraguayo vestido de coronel
paraguayo para evitar una probable captura y fusilamiento como violador de la ‘neutralidad’ argentina (a
causa de esa colaboración, Perón años después fue general honorario del Ejército Paraguayo)”. (Baruja y
Pintos, 2008).

126
Al respecto, escribió el Embajador Rivarola a su Presidente, en 1932,
informando que al Gobernador de Formosa, lugar desde el cual se habían iniciado las
mencionadas operaciones de cooperación e inteligencia argentino-paraguayas previas al
conflicto, le pareció perfectamente factible la ejecución de las indicaciones de Perón
(por entonces secretario del Ministro de Guerra), en pos de elaborar una estrategia
conjunta para vencer a los bolivianos en un eventual conflicto. De hecho, para algunos,
el cerebro de esa estrategia fue el Coronel argentino Abraham Schweizer, destinado al
Paraguay entre 1931 y 1934.
De esta manera, la guerra fue en gran medida diseñada a la distancia, desde
Buenos Aires, por el Estado Mayor del Ejército Argentino que, además, planificó las
necesidades de armamentos del Paraguay, organizó las líneas de crédito para que el
Gobierno de Asunción pudiera comprarlas53, suministró las bodegas para transportarlas
y lo abasteció de proyectiles, a menudo provenientes de los propios arsenales del
Ejército Argentino. Así, la infraestructura de las Fuerzas Armadas se puso a disposición
del Paraguay y hasta se ocupó de la compra de aviones de combate para la aviación
paraguaya a la industria de Francia y, gracias a una nueva gestión argentina, oficial en
este caso, ante el Gobierno fascista de Mussolini, Italia envió a Paraguay varios aviones
modernos y una misión de entrenamiento. Debido a toda esta cooperación, la guerra
aérea comenzó a ser ganada por el Paraguay, siendo que hasta entonces, aviones
bolivianos dominaban los cielos del Chaco (Zook, 1962).
La actitud de la administración Justo de clausurar, tras la declaración formal de
guerra, los puertos del Pilcomayo por los cuales Bolivia hacía frente a sus necesidades
de aprovisionamiento para sus fuerzas del sudoeste, fue otro de los ejemplos de la
evidente parcialidad por parte del Presidente argentino, en tanto el Paraguay hacía uso
del puerto de Buenos Aires y hasta de los ferrocarriles argentinos (Zook, 1962). En
relación a este último punto, dice Dalla Corte:

“(...) las líneas ferroviarias privadas construidas por los Casado desde el río Paraguay hacia el interior
chaqueño permitieron, durante la contienda de 1932 y 1935, la entrada de las tropas y de los víveres
necesarios para sostener al ejército paraguayo”. (Dalla Corte, 2007:157).

53
“En Buenos Aires (...) tuvieron un término feliz las secretas negociaciones financieras de Rivarola con
el gobierno argentino, que culminaron con un depósito de 180.000 libras en la cuenta del Paraguay, en
París. A un préstamo directo sin interés del gobierno de Justo al Paraguay, por un plazo indeterminado,
siguió otro, haciendo en conjunto un total de 4.000.000 de pesos argentinos. (...) Este dinero capacitó al
Paraguay a comprar más camiones y otros elementos esenciales para dar renovada energía a la maquinaria
bélica”. (Zook, 1962:305).

127
No obstante, la citada autora destaca no sólo la ayuda que el Gobierno argentino
prestó al Paraguay durante la contienda, sino también la otorgada por los empresarios
argentinos establecidos en el Chaco:

“Eusebio Ayala, el patrocinador de Genara Casado54 contra la Sociedad Rosarina de Campos y Bosques,
y contra el Estado paraguayo entre 1909 y 1916, se convertiría durante la guerra del chaco en presidente
del Paraguay. Quizás por ello, su gobierno se vio beneficiado por el permiso concedido por los Casado a
las tropas paraguayas para penetrar en el Chaco haciendo uso de las vías férreas de la empresa taninera”.
(Dalla Corte, 2007:200).

La neutralidad, como se ve, era burdamente violada por todos los flancos
posibles. Tras lo expuesto, resulta difícil disimular que el Gobierno del General Agustín
P. Justo jugó abiertamente por la causa paraguaya. Otros autores van incluso más allá de
los datos hasta aquí puntados y llegan a afirmar que todo el trigo, la nafta y el fuel-oil
que consumió el Ejército paraguayo durante los tres años de guerra le fueron facilitados
gratuitamente por el Gobierno argentino. No resulta extraño, pues, que Rivarola llegara
a calificar a Justo, en alguna ocasión, como a “un noble y generoso amigo del
Paraguay” (Zook, 1962). Tan desembozada fue la colaboración argentina para con el
Paraguay que despertó la alarma internacional. Francia y Gran Bretaña (sí, nada menos
que Gran Bretaña) advirtieron a Saavedra Lamas que denunciarían a nuestro país ante la
Sociedad de las Naciones por esta irregular situación. El Canciller argentino puso al
Presidente al corriente de esta intimación y Justo decidió, a partir de entonces, guardar
más cuidadosamente las formas. Pero la colaboración con el país vecino y la violación
de la neutralidad no cesaron. La misma, no sólo respondía al imperativo de proteger los
intereses de capitales argentinos radicados en Paraguay, sino también los británicos.

“(...) el gobierno anglófilo de Justo no descuidó ni por un momento, en el terreno diplomático y militar, el
apoyo y la defensa de los intereses económicos británicos que estaban en peligro por la guerra”.
(Frondizi, 1954:390).

En vista de lo acaecido, parece no haber dudas de que fue así. No obstante, toda
esa descarada ayuda otorgada al Paraguay por el Gobierno argentino llevó, en 1934, a
un choque frontal entre el Canciller Carlos Saavedra Lamas y el Ministro de Guerra, el
Coronel Manuel Rodríguez, hombre de confianza de Justo, al enterarse el primero de
que las radios militares de frontera descifraban los códigos bolivianos y entregaban a los

54
Hija de Carlos Casado del Alisal, a quien ya se ha hecho referencia en el primer capítulo del presente
trabajo.

128
paraguayos los mensajes; y hasta de que se mencionaban misiones de la mismísima
aviación militar argentina sobre territorio boliviano. Seguramente, el motivo del
conflicto no fue la cuestión de fondo, es decir, la ayuda al Paraguay, que nadie discutía;
sino más bien la forma poco disimulada en que ésta se estaba prestando. Esto puede
apreciarse en el capítulo inicial, en el cual se expone en qué medida los intereses y
capitales argentinos estaban sumamente vinculados al Paraguay y a Gran Bretaña,
instalada con capitales en ambos países; y, a partir de ello, no resulta difícil interpretar
la postura de Justo en favor del apoyo a la causa paraguaya, más allá que haya decidido
hacerlo utilizando dos caminos diferentes.
Ahora bien, partiendo de la base de que los vínculos con el Paraguay eran
sumamente estrechos, cabría plantearse el siguiente interrogante: ¿Qué vínculos tenía en
esa época la Argentina con Bolivia? Desde hacía ya unos cuantos años atrás, durante la
etapa previa al estallido de la Guerra del Chaco, el petróleo constituía el principio y el
fin de las relaciones bilaterales argentino-bolivianas (Almaráz, 1958), dado que la
Argentina (ya por aquel entonces) sufría periódicas crisis energéticas e importaba
petróleo boliviano para paliarlas, a cambio de productos agropecuarios. Esta situación
es determinante, en tanto explica la persistencia en los intentos de mediar por parte del
Canciller argentino Saavedra Lamas, en pos de obtener una solución que satisficiera las
aspiraciones argentinas, no sólo en cuanto a sus intereses en el Paraguay, sino también
en relación al petróleo. Saavedra Lamas comenzó a percibir que la verdadera cuestión
que se empezaba a debatir era económica (Figallo, 1998).
Como se advierte, la visión de la dirigencia nacional iba mucho más allá de los
intereses concretos y actuales argentinos existentes en el país guaraní en aquella época,
advirtiendo la capital importancia que el petróleo estaba adquiriendo en la economía
mundial, por lo cual el Poder Ejecutivo decidió transitar, paralelamente a la
colaboración con el Paraguay, el camino de la pacificación y la mediación. Sin
embargo, el éxito de los esfuerzos mediadores de Saavedra Lamas llegó a ponerse en
duda precisamente

“(...) en razón de las alegaciones de Bolivia, ampliamente difundidas, de que Rivarola, ‘debajo del
poncho’, obtenía ayuda de los arsenales argentinos. El presidente Ayala rechazó desdeñosamente estas
acusaciones (...) Bolivia, pues, permaneció en una actitud de viva desconfianza respecto a la mediación de
Buenos Aires”. (Zook, 1962:156).

129
Otros ejemplos de este accionar paralelo o de “doble vía” que generaron
aparentes contradicciones y complicaciones a la posición argentina en el conflicto por el
Chaco Boreal fueron el hecho de que se haya promovido un Pacto Antibélico que, entre
otras cosas, condenaba las adquisiciones territoriales por vía de la fuerza, para terminar
apoyando la tesis paraguaya de negociar la cuestión limítrofe respetando el statu quo
tras el combate, es decir, convalidando lo adquirido militarmente por ese país; o el haber
evocado en más de una ocasión, durante las negociaciones, a la Sociedad de las
Naciones como organización respetable y competente para dirimir el diferendo, y que
ésta acabe maniobrando a espaldas del país que la apoyó y, más aun, que su fracaso en
las negociaciones haya sido lo que posibilitó la resurrección de nuestro país como
última esperanza para alcanzar la paz. Ante esto, resulta verdaderamente loable el haber
arribado a una solución en una guerra que evidenció, como pocas, en qué medida la
política exterior de un país es en gran parte funcional a los intereses económicos y
políticos internos, siendo a la vez dinámica y cambiante acorde a la coyuntura del
momento.

Reflexiones finales del capítulo

El desempeño argentino como principal país mediador en el conflicto del Chaco


requiere de una explicación integral para poder ser comprendido cabalmente, a la cual
sólo puede arribarse indagando acerca de las razones más profundas del por qué de la
activa participación de la Argentina en las negociaciones de paz previas, durante y post-
conflicto. Para ello, se hace imprescindible recurrir al análisis de las históricas
rivalidades que nuestro país mantuvo con el Brasil y con los Estados Unidos por la
influencia regional y hemisférica respectivamente (aunque me permito dudar de, en
algún momento de nuestra historia, haber contado con posibilidades serias de encarar el
segundo de esos desafíos); así como también de los intereses existentes en el seno del
Gobierno Nacional que por aquel entonces comandaba los destinos de nuestro país.
Tomando en consideración lo anteriormente expuesto, este segundo capítulo fue
dividido en tres partes. La primera, consistente en un análisis exhaustivo de la historia
de las relaciones de la Argentina con el Brasil en torno a la cuestión chaqueña y a la
vinculación que tanto uno como el otro tuvieron con el Paraguay (principalmente) y con
Bolivia, en especial en los años previos a la guerra y también durante el transcurso de
las negociaciones que pusieron fin a la misma. En ese marco es que se pueden apreciar

130
las diferentes iniciativas promovidas y/o apoyadas por cada uno, los temores y los
intereses políticos (influencia regional) y económicos (control del Oriente petrolero
boliviano) que estos perseguían, así como las múltiples alternativas por las que fue
atravesando la situación, que llevaron a estos vecinos sudamericanos desde la
confrontación a la cooperación en pos de llegar a una solución definitiva del problema.
La segunda parte, muy similar a la primera, aborda prácticamente las mismas
cuestiones, aunque referidas a la competencia entre los Estados Unidos y la Argentina.
Si bien en un principio se hace referencia a la historia de esa rivalidad, presuntamente
originada en aquella Conferencia Panamericana de 1889, ese segmento se dedica,
básicamente, al análisis, por un lado, de la competencia económica argentino-
norteamericana como expresión de la verdadera pugna entre británicos y
estadounidenses por ganar terreno en América Latina en general y en la Argentina en
particular, y por otro de las negociaciones concretas para pacificar el Chaco Boreal, en
cuyo contexto llegó a su máxima expresión el enfrentamiento diplomático entre estas
Naciones. Esto incluye numerosas incidencias tales como la creación y posterior
disolución de la Comisión de Neutrales, la conformación del ABCP, el rol protagónico
de Saavedra Lamas y su anti-norteamericanismo/pro-britanismo, la oposición de nuestro
país a las propuestas panamericanistas estadounidenses, etc.
Por último, la tercera parte, mucho más reducida en extensión, pretende no sólo
dar testimonio de las diferentes vías empleadas por el Poder Ejecutivo argentino ante la
cuestión del Chaco (mediación por la paz del Canciller Saavedra Lamas, por un lado, y
ayuda desembozada al Paraguay por parte de la Cartera de Guerra, violando
abiertamente la neutralidad declarada, por otro), sino, y fundamentalmente, evidenciar
en qué medida las mismas respondían a los intereses coincidentes de un cohesionado
Poder Ejecutivo y de los principales inversores privados (nacionales y extranjeros), y
por tanto perseguían un mismo objetivo: que el Paraguay se viera beneficiado. También
se intenta demostrar hasta qué punto el desarrollo de una de las dos vías mencionadas
condicionó la realización de la otra. Quizás, si la ayuda prestada al Paraguay durante el
conflicto hubiese sido más disimulada, la tarea de mediación encarada por el Canciller
argentino se hubiera visto facilitada.

131
CAPÍTULO III

HISTORIA DEL PETRÓLEO Y DE LAS PRINCIPALES MULTINACIONALES


DEL SECTOR, Y CÓMO ÉSTAS LLEGARON AL PARAGUAY Y A BOLIVIA

“La historia del petróleo es parte de la historia del capitalismo contemporáneo:


la lucha por el reparto de los mercados y las fuentes de materias primas, una de las
causas más hondas y constantes en el desencadenamiento de conflictos internacionales;
el crecimiento de gigantescos monopolios cuyos intereses se entrelazan y se confunden
con los del Estado capitalista; el desenvolvimiento desigual del capitalismo en los
diferentes países, la división de las naciones entre las que poseen un alto desarrollo
industrial y las naciones vasallas, abastecedoras de materias primas y en cuya
economía subsisten formas de producción atrasadas en cuatro o cinco siglos; estos
aspectos y otros del desenvolvimiento del capitalismo, constituyen la base histórica de
la industria petrolera. La historia del petróleo es, pues, la historia del fenómeno
económico denominado imperialismo.
Es una historia dramática como la vida misma de la sociedad moderna; en
ninguna otra hay tantas injusticias y desventuras para los pueblos, como en la historia
de este hidrocarburo. En la mayor parte del mundo capitalista, los monopolios han
despojado a los pueblos de su derecho de propiedad sobre el petróleo, usurpando los
beneficios que rinde la explotación industrial de la materia prima más rica de nuestro
siglo. Los consorcios petroleros poseedores de un enorme poder económico, han puesto
al servicio de sus luchas y ambiciones a gobiernos y estados, han armado a naciones
enteras provocando conflictos y guerras internacionales, recurriendo a la guerra civil y
a otros métodos brutales para aplastar los movimientos populares que pudieron haber
puesto en peligro su poder. Son incalculables las devastaciones y los daños causados
por esta sorda disputa. Su vastedad puede medirse en términos de millones de vidas,
enormes pérdidas a consecuencia de las ‘guerras de precios’, cientos de yacimientos y
pozos destruídos, choques políticos sangrientos, guerras, revoluciones y
contrarrevoluciones. Muchas veces, debido a la rivalidad de los trusts y, más
frecuentemente, al acuerdo entre ellos, se ha obstruído el progreso técnico y científico
del hombre”. (Almaráz, 1958:21-22).

132
Parte I: Los albores de una gran industria

Estudiar la historia de la industria del petróleo implica adentrarse en el análisis


de una verdadera Revolución. Su descubrimiento y el de sus propiedades energéticas
significó un auténtico cambio de paradigma energético, valga la redundancia, hacia
fines del siglo XIX y comienzos del XX. Si en este trabajo se ha decidido incluir un
capítulo exclusivamente dedicado a este combustible, los orígenes de su explotación, y
el nacimiento, desarrollo y organización de la industria derivada del mismo; esto se
debe a que existen fundamentos inobjetables que demuestran la capital importancia que
el desarrollo de la industria petrolera, y el modo de organización empresarial derivado
de la misma, tuvieron a la hora de entender algunos aspectos claves del conflicto que
envolvió a Paraguay y Bolivia en el dramático conflicto por el Chaco Boreal.
En un principio, el petróleo, derivado del latín petra oleum, es decir, aceite de
piedra, tenía un uso muy diferente al que conocemos hoy en día: era principalmente
conocido por sus supuestas propiedades medicinales, y se lo consideraba muy caro y
escaso para emplearlo como iluminante, lo que da muestras, al menos, que ya desde un
principio se tenía conocimiento de sus propiedades inflamables. Para darse luz, la gente
utilizaba velas, y los más acomodados económicamente, aceite de ballena. Sin embargo,
ante la creciente demanda de este mercado de la iluminación, a partir del incesante
crecimiento de las ciudades, un empresario norteamericano de mediados de siglo XIX,
Bisell, creyó conveniente iniciar exploraciones en búsqueda de mayores cantidades de
ese “aceite de piedra”, para lo cual creó una modestísima empresa, la “Pennsylvania
Rock Oil Company”. El 27 de agosto de 1859, la historia de la humanidad comenzaría a
cambiar a partir del hallazgo, por parte de Edwin L. Drake, enviado por la empresa a
perforar en las cercanías de la localidad de Titusville, Estado de Pennsylvania, Estados
Unidos; de un importante yacimiento de petróleo ubicado a tan sólo 21 metros de
profundidad (Durand, 1965).

“Como resultado, se obtuvo por primera vez ‘aceite de piedra’, es decir, petróleo, en cantidades
abundantes. La noticia se extendió con rapidez y la colina se llenó rápidamente de nuevos pozos. Quince
meses después, en Noviembre de 1860, había 75 pozos funcionando (...) La fiebre del petróleo había
comenzado”. (Yergin, 1992).

Esta misma idea, es ratificada por Durand en los siguientes términos:

133
“Muy rápido, el anuncio del descubrimiento del coronel Drake provoca un alud de aventureros ávidos de
petróleo que perforan lo más rápidamente posible el mayor número de boquetes a fin de obtener el
máximo de petróleo. El resultado era previsible: el petróleo, que valía dos dólares el barril55 en 1859, vale
solo (sic) diez cents en 1862”. (Durand, 1965:5).

Pero la mentada “fiebre del petróleo” alcanzó su auge apoyada también en otras
razones. El descubrimiento de Drake no habría tenido la resonancia que se conoce si el
desarrollo considerable de las necesidades de la iluminación no hubiera conducido a un
encarecimiento de los aceites animales” (Durand, 1965).
De esta manera es como el mundo asistió al inicio de la historia moderna del
petróleo. Y la industria de él derivada, ya desde un comienzo, demostraría la
importancia que tendría a lo largo de la historia, aunque tras un inicial receso a causa de
la Guerra de Secesión estadounidense. Tras ella,

“En 1865, en el curso de una semana, se registraron 20 compañías con un capital de 12 millones de
dólares. La situación de los Estados Unidos, facilitó la rápida expansión de la naciente industria; había
dinero y un número de aventureros ávidos de negocios fáciles. En poco tiempo los capitales dedicados a
esta actividad, se elevaron a 350 millones de dólares”. (Almaráz, 1958:24-25).

Como se puede apreciar, desde sus albores se iban ya perfilando algunas


características que serían distintivas de la industria del petróleo a lo largo de la historia:
en primer lugar, su imponencia en cuanto a cifras y trascendencia; pero también su
carácter especulativo, así como su teatro principal de acciones e inversiones: los Estados
Unidos de América, haciendo de ésta una industria eminentemente norteamericana.
Pues bien, como hasta aquí puede advertirse, en un principio el petróleo apareció
en el mundo de la economía y los negocios como un sustituto del aceite de ballena o de
las velas para servir tanto a la iluminación de los hogares como al alumbrado público en
las ciudades en rápida expansión. El petróleo produjo, por tanto, un primer cambio de
paradigma en materia energética, aunque en el rubro de la iluminación sería
prontamente desplazado por la energía eléctrica, más práctica y barata56:

“El cambio de siglo consolidó el uso de la electricidad como medio de iluminación, lo que supuso un
grave problema para el sector del petróleo. De hecho, el uso que se había hecho hasta entonces era
fundamentalmente de queroseno para iluminación. Esto ponía en peligro todo el negocio”. (Yergin,
1992).

55
“El barril es una unidad de volumen equivalente a 159 litros. Tomando en cuenta la densidad del
petróleo, 7,4 barriles pesan cerca de una tonelada”. (Durand, 1965:5).
56
En 1879, Thomas Alva Edison presentó su revolucionario invento de la bombilla eléctrica.

134
Pero si en algo estaba destinado a perdurar y ser un verdadero suceso este
hidrocarburo, era para su utilización como combustible para locomoción. Su gradual
imposición por sobre el carbón en este rubro provocaría el cambio de paradigma
energético crucial al que se hacía referencia al comienzo. Para ello, tuvo un invalorable
aliado: el empresario norteamericano Henry Ford quien, en 1896, fabrica su primer
automóvil. El principal negocio del refino comenzará a ser, a partir de entonces, la
gasolina para los vehículos, como hasta la aparición de la energía eléctrica lo venía
siendo el kerosene para las lámparas. Hasta entonces,

“(...) la gasolina era un engorro. La kerosena producía dinero pero no había empleo para la gasolina. (...)
Pero muy pronto después de que Henry Ford perfeccionó el modelo T, la kerosena volvió otra vez a ser
un buen negocio. En 1911 (...) había 619,000 automóviles y se vendía mucha gasolina en bombas de
mano, en la banqueta de tiendas de víveres. Pero en 1930 había 23 millones de automóviles en los
caminos y la industria había construído ya sus propias instalaciones para la venta de gasolina (...) La
gasolina llegó a constituir un medio de rápido enriquecimiento para las compañías petroleras,
especialmente para las nuevas de los campos occidentales”. (O’Connor, 1956, 29-30).

Reafirmando la postura de O’Connor, Durand sintetiza la cuestión de la


siguiente manera:

“Ford lanza la fabricación en gran escala del automóvil: por consiguiente, va a desarrollarse el consumo
de nafta, que, de subproducto molesto del petróleo refinado, se convierte en el producto noble cuya
necesidad se acrecienta sin cesar”. (Durand, 1965: 7).

Yergin también expresa su opinión en términos similares. No obstante, aun antes


de la aparición de Ford y la gran industria automotriz, todavía en plena era del
ferrocarril, el petróleo ya había desplazado al carbón como principal insumo energético.
Tal como afirma O’Connor,

“(...) el petróleo hizo a un lado con el codo al carbón de piedra y se transformó en la mayor fuente de
energía para ferrocarriles y servicios públicos, y aun sobrepasó al alquitrán de hulla en la creciente
industria de los petroquímicos. El petróleo subterráneo se extrae más fácilmente que el carbón y es más
manejable”. (O’Connor, 1956:23).

En definitiva, luego de los párrafos precedentes, sería ingenuo ignorar la


importancia capital que, para la humanidad en general y para la industria petrolera en
particular, significó este cambio de paradigma energético, el cual, evidentemente,
adoptó su mayor impulso a partir del inicio de la era del automóvil. Un segundo

135
acontecimiento contribuyó a fortalecer la supremacía del petróleo: la Primera Guerra
Mundial, ya que para la industria petrolera, la misma supuso la consolidación del motor
de combustión interna. El uso de éste y la disponibilidad de petróleo fueron decisivos
para decantar la guerra del lado aliado (Yergin, 1992), lo que proporciona una idea de lo
clave y estratégica que resultaba ya por ese entonces la posesión del preciado
hidrocarburo.

Parte II: Nace un coloso: Rockefeller y la Standard Oil

Tal como se ha expuesto en la primera parte de este capítulo, poco tardó el


petróleo, desde su descubrimiento en grandes cantidades, en transformarse en una
industria de mediana importancia, aunque principalmente destinada a la iluminación de
los estadounidenses. En ese contexto, aparece la figura de un personaje que resultará
trascendental en el devenir de la industria petrolera: John Davidson Rockefeller, quien
se transformó en uno de los más exitosos capitalistas de la historia. Como
acertadamente afirma O’Connor,

“En 1959, Drake encontró la forma de sacar petróleo de la tierra, pero John D. Rockefeller descubrió
cómo sacar dinero del petróleo”. (O’Connor, 1956:21).

El ascenso de Rockefeller a la cima fue vertiginoso. Su iniciación en el mundo


de los negocios fue precoz: a los 16 años. En 1862 comenzó a incursionar en la industria
del petróleo. Su primera organización fue la “South Improvement Co.”, formada con un
grupo de amigos. Al año siguiente, montó una refinería junto a un socio, Maurice Clark,
a quien en 1865 compró su parte, pasando de ese modo a poseer la mayor refinería de
las treinta que había en Cleveland (Almaráz, 1958 y Yergin, 1992). Pero no se contentó
con eso, siempre buscó acrecentar su fortuna, y el contexto político y económico de los
Estados Unidos le sería favorable. Así lo explica Daniel Yergin:

“J. D. R. era ya por aquel entonces un hombre rico, gracias a sus negocios anteriores. La Guerra Civil,
con su necesidad de suministros, lo hizo aún más, lo que le permitió construir una segunda refinería.
Rápidamente fue destinando todos los beneficios y el dinero que conseguía al nuevo negocio. (...)
Además, apoyado en una fuerte posición de tesorería, se mantuvo aislado de las presiones de los bancos.
En 1867 se asoció con Henry Flagler, que fue quien ideó el sistema de transporte. Realizado con el mayor
secreto, obtuvo sustanciosos beneficios por parte de las compañías, lo que le reportaba una situación de
privilegio respecto a los competidores”. (Yergin, 1992).

136
El crecimiento industrial que experimentaban los Estados Unidos por aquel
entonces, sumado al auge de la construcción de ferrocarriles, ayudarían aun más a
Rockefeller a consolidar su posición en el mercado petrolero. De esta manera, a finales
de los años 60 del siglo XIX, Rockefeller y su socio comenzaron a pensar en la idea de
controlar la producción total de kerosene.

“Para ello (…) fundaron el 10 de enero de 1870 la ‘Standard Oil’ (Standard hacía referencia a que se
garantizaba la calidad del petróleo proporcionado). Así, comenzaron la compra secreta de las refinerías de
las Regiones Petrolíferas. El procedimiento a seguir, normalmente, era el siguiente: instalaban una
refinería en teoría ‘independiente’, en la que bajaban los precios, llevando a la ruina a los competidores.
Entonces iban adquiriendo en secreto a las demás. Con esta manera de funcionar, para 1879 la Standard
Oil controlaba el 90% de la capacidad refinadora de EEUU”. (Yergin, 1992).

El nombre original de la empresa fue el de “Standard Oil Co. of Ohio”, y


cimentado en la misma, como acertadamente afirma Durand,

“Rockefeller domina la industria petrolera norteamericana y mundial durante medio siglo. (...) Pero
aparece un nuevo medio de transporte, que no tarda en volverse mucho más económico que el ferrocarril,
el oleoducto: Rockefeller se apodera entonces de ese nuevo instrumento que se va a convertir en el
instrumento esencial de dominación de toda la industria petrolera norteamericana”. (Durand, 1965:6).

El progreso de la compañía fue meteórico. En 1871, el capital de la misma


ascendía a dos millones y medio de dólares, y en 1899 ya era de alrededor de 110
millones (Almaráz, 1958). Así, poco a poco, la Standard Oil fue transformándose en una
empresa cada vez más monopólica en el mercado del petróleo y sus derivados. Basta
con observar las siguientes cifras, que dan cuenta de ello:

“De 1899 a 1907 la Standard Oil con sus subsidiarias produjo más de un décimo de todo el aceite crudo
de los Estados Unidos; transportó sobre cuatro quintos del petróleo de los campos de Pennsylvania e
Indiana; refinó mas de tres cuartas partes del aceite crudo elaborado en la citada Nación; era propietaria y
operaba más de la mitad de los carros tanques usados para distribuir productos y vendía más de cuatro
quintos de todo el aceite de alumbrado que se exportaba, más de cuatro quintos de toda la nafta adquirida
en los Estados Unidos y más de nueve décimos de todo el aceite lubricante comprado en las compañías
ferrocarrileras del propio país”. (Ise, citado en Almaráz, 1958:26).

Por si eso no fuera suficiente, podría añadirse que, hacia 1899, el conglomerado
de la Standard Oil Company abarcaba 70 compañías y 23 refinerías que controlaban
alrededor del 84% del crudo refinado en los EE.UU. El objetivo que se persigue con
esta pormenorizada caracterización de esta empresa es demostrar su magnitud e

137
importancia, para entender cómo es posible que, años después, una derivación de la
misma (La Standard Oil of New Jersey) tuviera la gravitación que tuvo en lugares tan
distantes como lo es, por caso, Bolivia. El peso específico y el poderío económico de
semejante coloso industrial era, seguramente, varias veces superior al del propio Estado
boliviano, con lo cual no resulta difícil de entender que, una vez habiendo echado raíces
en el suelo del país del Altiplano, su influencia sobre el Gobierno y la opinión pública
fuera muy importante, por momentos desmesurada.
Resulta de sumo interés, también, dar cuenta de cuáles eran los métodos
empleados por dicha compañía y sus formas de manejo y operación, en tanto y en
cuanto también éstos se manifestarían luego, en forma evidente, durante la Guerra del
Chaco y el reinado de la Standard Oil of New Jersey en Bolivia. Como se decía
anteriormente, la Standard Oil (siempre aun dentro del mercado norteamericano pues
todavía no se había lanzado a la conquista de los mercados mundiales) iba adquiriendo
características cada vez más acentuadas de un monopolio. Este hecho fue
cuidadosamente planificado por Rockefeller, quien

“Sabía muy bien que el poder monopolista era una fuente de enormes utilidades y combatió con
extraordinaria tenacidad en contra de todos los obstáculos que se levantaban en su camino. Rockefeller
fue siempre implacable con sus adversarios y más temprano o más tarde, cuando así le convenía, se daba
maña para adquirir sus propiedades o los servicios de aquellos hombres cuya inteligencia respetaba. No se
limiten -decía el gran hombre a sus colaboradores- a comprar propiedades; compren también cerebros.
Rockefeller advirtió la importancia de tener amigos dentro de la maquinaria política y encaminó sus
esfuerzos para obtener nombramientos gubernamentales a favor de quienes estaban dispuestos a servir a
la Standard Oil. Lo mismo compró políticos en el Partido Demócrata que en el Republicano”. (Rochester,
citada en Almaráz, 1958:27).

Puede advertirse, a esta altura, que la falta de escrúpulos por parte de este
capitalista voraz y de su engendro más preciado, la Standard Oil, no conocía límites. No
es de extrañar, por tanto, que se inmiscuyera del modo que lo hizo años más tarde en los
asuntos internos de Bolivia, ni que lo hiciera a partir de apostar, en gran medida, a la
“compra de los cerebros” de muchos de sus principales dirigentes. En el mismo sentido,
demostrando las perversas artimañas de esta súper-empresa, O’Connor afirma que

“Los competidores fueron comprados o arruinados; los legisladores y empleados públicos también fueron
comprados (y muchos de ellos arruinados); las leyes fueron burladas con impunidad y tenebroso sigilo”.
(O’Connor, 1956:23-24)

138
Una célebre investigación de la época, llevada adelante por una periodista
norteamericana, causó revuelo y sensación y brinda una muestra más de los métodos
empleados por la Standard. Se trata de Ida Tarbell, y sus entregas mensuales en la
revista McClure’s, durante 1902-1903, aparecieron más tarde, en 1904, reunidas en un
libro bajo el título Historia de la Standard Oil Company. En ellas, la periodista sostenía
que Rockefeller

“(...) ha jugado sistemáticamente con dados cargados y es muy dudoso que haya habido una sola ocasión,
desde 1872, en que haya participado en una carrera con un competidor y jugado limpio desde la partida”.
(Tarbell, citada en Martínez, 2001).

Pues bien, lo cierto es que, en gran parte gracias a estas acciones desleales, y en
parte debido a la probada capacidad administrativa e intuitiva de su jefe, la Standard Oil
se convirtió en un verdadero monstruo. Tanto es así que, hacia principios de la década
de 1880, la empresa da un importante paso adelante en cuanto al engrandecimiento de
su monopolio:

“En 1882, Rockefeller adopta para sus actividades la forma jurídica del trust: los accionistas con quienes
se asocia conservan la propiedad de sus títulos, pero abandonan a los trusts sus derechos de voto:
Rockefeller puede, de ese modo, controlar un gran número de empresas de transporte, de refinamiento y
de distribución y acrecentar su poder con menores gastos. Está por entonces en el apogeo de su carrera sin
par: controla, en efecto, fácilmente el 80% de la industria del refinamiento del país y el 90% de los
transportes por oleoducto”. (Durand, 1965:6-7).

Además de eso, aunque en un principio la empresa había visto la producción


directa como un negocio excesivamente especulativo, la compañía también entró en él a
finales de los ‘80, controlando ya en 1891 el 25% de la producción de todo el país.
Según otros autores, como Yergin, el objetivo que perseguía Rockefeller al
organizar a la Standard oficialmente como un trust, era el de proteger los intereses
familiares en caso de muerte, ya que hasta entonces eran los dueños de la Standard los
que a título personal poseían las distintas compañías (Yergin, 1992). Sea como fuere, lo
cierto es que el nuevo trust se hacía cada vez más preponderante, ya no sólo en el
mundo del petróleo, sino en la economía norteamericana en general. Tenía por entonces
un peso específico sin par en el mundo de los negocios. De esta manera, el apabullante
dominio ejercido por la empresa

“(...) creó muchas tensiones en la sociedad, y empezaron a lanzarse cada vez mayores acusaciones contra
la Standard de actuaciones ilegales. El malestar fue en aumento, y se iniciaron varios procesos legales en

139
diversos estados contra la entidad. (...) La Standard Oil tenía a una gran parte de la opinión pública en su
contra, aunque Rockefeller se retiró de su dirección en 1897. El clamor popular en contra de los trust (sic)
era tremendo, y cuando Roosevelt subió al poder en 1901, tuvo como uno de sus lemas acabar con la
explotación de esos grandes conglomerados”. (Yergin, 1992).

Pero ese ambiente de repudio generalizado no se dio sin razones. Como bien
afirma Ibsen Martínez, sin dudas, publicaciones como la de Ida Tarbell, por ejemplo,
contribuyeron a espesar la atmósfera, lo cual allanó el camino para que el nuevo
Presidente de los Estados Unidos, cumpliendo con su palabra, solicitara, en 1901, una
investigación sobre las actividades de la Standard por parte del Congreso y de varias
agencias del Gobierno federal. Y tenía motivos para hacerlo, que iban más allá de los
deseos de “libre concurrencia en los mercados”:

“Teddy Roosevelt anticipaba que la máquina bélica del incipiente imperio americano, en especial la
Armada, no debía estar expuesta a los tejemanejes monopólicos de un único proveedor doméstico. En
consecuencia, el juez Landis impuso a la verticalmente integrada Standard Oil Co. la pena máxima: una
multa entonces sin precedentes de 29 millones de dólares. La Standard apeló y la decisión fue revocada.
Pero el juicio más gordo todavía estaba por venir”. (Martínez, 2001).

La situación de avasallante dominio se había tornado ya intolerable por parte de


numerosos sectores de la sociedad norteamericana y, como se advierte, también a juicio
del propio Gobierno. Es por ello que, hacia 1911, desde la esfera gubernamental, se
decide poner fin al monopolio de la Standard:

“Cuando llegó a ser obvio que este monolítico monopolio no podía ser controlado por la ley, el gobierno
lo cortó en pedazos, con la esperanza de que por fin había encontrado defensa ante un poder más allá del
dominio de la misma fantasía”. (O’Connor, 1956:24).

Una primera explicación del por qué de los hechos y sus consecuencias se
deduce del siguiente fragmento de la obra de Ibsen Martínez:

“Esta vez el mismísimo gobierno federal se querelló con la Standard por múltiples y muy graves
violaciones a la Ley Sherman57. Así, en 190958, la Standard fue obligada por la Suprema Corte de los
Estados Unidos a desagregarse, esto es, liquidar su estructura monopólica y «desconstituirse» en una

57
La “Ley Sherman”, aprobada por el Congreso de los Estados Unidos en 1890, establecía que todo
contrato o conspiración tendiente a restringir el comercio entre Estados o Naciones era ilegal, y además
estipulaba que cualquier tentativa de monopolio, tuviese éxito o no, sería considerada una falta leve.
(“Ley Sherman”, en http://www.eco-finanzas.com/diccionario/L/LEY_SHERMAN.htm).
58
Mientras todos los demás autores trabajan con el año 1911 como fecha de referencia para abordar la
cuestión de la disolución del trust petrolero de la Standard Oil, Martínez lo ubica en el año 1909. La
diferencia cronológica, a mi entender, probablemente se debe a que unos autores toman la fecha en que la
Corte dictaminó su sentencia, mientras que otros se basan en el momento de ejecución de la misma.

140
verdadera pléyade de «pequeñas» Standard Oil Companies: la de New York, la de New Jersey, la de
California, la de Ohio, la de Indiana, y así. Al cabo de unos años, el pool de las Standards había casi
multiplicado por diez sus beneficios”. (Martínez, 2001).

Como se extrae del último comentario, y como se analizará a continuación, si


bien se dio oficialmente muerte a la Standard Oil en 1911, no se puso fin a su reinado
De esta manera lo explica Sergio Almaráz:

“La resolución de la justicia norteamericana no tuvo el efecto deseado, pues se permitió que la compañía
matriz, la Standard Oil of New Jersey, distribuyera las acciones de las compañías subsidiarias (...) (de esta
manera) El grupo Standard extendió su poder a diversas corporaciones, muchas de ellas en otros campos
de actividad. Adquirió intereses en el gran trust del acero, la United Steel Corporation, en las grandes
compañías de alumbrado y gas, en la Amalgamated Cooper y para completar su desarrollo de gigante
monopolista, se vinculó con la alta banca de Wall Street”. (Almaráz, 1958:27-28).

Yergin reafirma esta postura, demostrando que la disolución, muy por el


contrario del supuesto objetivo deseado, contribuyó al progreso y expansión de estas
compañías petroleras:

“El conjunto de empresas creció mucho más de lo que lo había hecho la Standard independiente, y los
antiguos dueños, que también lo eran de las nuevas compañías, se hicieron mucho más ricos tras la
separación. J. D. Rockefeller, unos años después de la separación, había doblado su fortuna”. (Yergin,
1992).

Así, desde 1911, las distintas unidades en que se dividió la primitiva Standard,
crecieron de forma magistral, constituyendo, en conjunto, el imperio petrolero más
poderoso de los Estados Unidos y probablemente del mundo también. Pasaron a ser, no
obstante, 33 compañías que ya no tenían un lazo jurídico entre sí. La principal heredera
de todas ellas fue la Standard Oil of New Jersey, cuyas características serían un tanto
peculiares y cuya magnificencia continuaría siendo admirable:

“Esta maravilla del mundo occidental, este coloso que cabalga sobre la avalancha de petróleo proveniente
de los más ricos campos, tanto del este como del oeste, cuyos engarabatados dedos recaudan mayores
ingresos que cualquier otra corporación bajo el sol, ni produce, ni refina, ni transporta, ni vende en el
mercado una sola gota de petróleo. Es demasiado grande para tomar en cuenta semejantes problemas
cotidianos. Jersey (como se autodenomina tiernamente) sólo retiene, piensa y planea. Retener el control
de 332 compañías (según la última cuenta) ya es ciertamente faena. Cuando algunas de tales subsidiarias -
como la Humble y la Creole mismas- se clasifican entre las más altas corporaciones del mundo, pensar y
planear viene a ser mucho más importante que retener (...) A través de sus subsidiarias la Jersey realiza

141
cerca de una quinta parte de los negocios petroleros del mundo, y lo hace alrededor del globo con la
ayuda de 155,000 personas bajo sueldo”. (O’Connor, 1956:36-37).

Claro está que el autor se refiere a la empresa ya en los años ’50 del siglo XX,
cuando escribió su obra El imperio del petróleo.59 No obstante, esas cifras, aunque no
correspondan al periodo analizado en este trabajo, dan una cabal muestra del progreso
experimentado por la compañía aun después de la disolución de la Standard “original”,
y prueban una vez más el inmenso poderío que mantenía dicha empresa, más allá del
transcurrir de los años y los acontecimientos. Sin embargo, no habría que soslayar una
cuestión: el autor se refiere a los negocios petroleros de la empresa “alrededor del
globo”. Esto da indicios acerca de que, más tarde o más temprano, la Standard Oil of
New Jersey, expandió sus actividades. Y en el marco de esa expansión, le llegó el turno
a América Latina de abrir sus puertas (voluntaria o forzosamente) al coloso del norte.
Pero ya se llegará a ese punto del análisis. Por lo pronto, cabe mencionar que, hacia
mediados del siglo XX, casi la mitad de las ganancias de la Standard de New Jersey
fueron obtenidas de América Latina (principalmente Venezuela). Esto brinda un claro
panorama de la importancia vital que fue adquiriendo esta parte del globo a lo largo de
los años para la mega-empresa norteamericana.
Almaráz también da cuenta de los progresos que la Standard Oil of New Jersey
realizó durante sus primeros 20 o 30 años de existencia, contando desde 1911 en
adelante, así como también de la ampliación de su campo de acción a diversas áreas del
planeta durante ese periodo; al aseverar que, hacia 1940:

“La Standard Oil Company de Nueva Jersey es la industria más grande de los Estados Unidos (...) Su
activo total es de 2.000.000.000 de dólares (...) Produce alrededor del 10% del petróleo crudo del mundo,
refina algo más del 14% del mismo. Opera el 12,5% del total mundial del tonelaje de barcos-tanques y
posee la más numerosa flota dentro de la marina mercante de los Estados Unidos. Tiene en números
redondos 36 millones de acres60 en distintos países y calcula sus reservas en 5.700 millones de barriles de
petróleo. No es un monopolio, sino un mastodonte física y financieramente”. (Almaráz, 1958:29-30).

Claro está, por otra parte, que aunque ya no ejercieran el control directo de la
empresa, los Rockefeller se siguieron manteniendo durante largos años en el centro de
la escena económica de los Estados Unidos, aunque lo hicieran entre bambalinas. Sólo
después de analizar el siguiente párrafo de Almaráz, se puede estar en condiciones de

59
O’Connor, Harvey (1956) “El imperio del petróleo”, América Nueva, México.
60
36 millones de acres equivalen exactamente a 145.690 Km2.

142
comprender, no sólo la importancia de este grupo empresarial en la economía
norteamericana, sino el grado extremo de concentración existente en la misma:

La Standard de Nueva Jersey, la corporación más grande del grupo Standard, sólo constituye una parte
del poder del grupo Rockefeller. El grupo Rockefeller es uno de los ocho grandes grupos financieros que
detentan el 28,9% del capital activo perteneciente a todas las corporaciones norteamericanas. En la
órbita de influencia de estos ocho grandes grupos, ingresa más de la mitad de la economía de los
Estados Unidos”. (Almaráz, 1958:31).

Luego de estas palabras, evidentemente es sencillo comprender por qué, entre


otros motivos y especialmente durante la década 1920, el Gobierno norteamericano, a
través de la llamada “diplomacia del petróleo”, apoyó la expansión de estos grupos
económicos defendiendo sus intereses en el exterior, cobijándolos bajo la bandera del
Estado norteamericano y poniendo a su disposición todos los resortes disponibles desde
el Departamento de Estado ante cualquier eventual agresión que sufrieren sus personas
y/o capitales durante su acelerado proceso de multinacionalización.
En definitiva, con la disolución de la Standard Oil Company, y su diseminación
en una pléyade de numerosas empresas vinculadas económica aunque no jurídicamente
entre sí, como bien afirma Durand,

“Un primer período de la historia petrolera moderna se cierra: el del genial constructor que ha sabido,
según la expresión de uno de sus biógrafos, ‘transformar lo que amenazaba con permanecer aún largo
tiempo como una explotación azarosa de aventurero en una industria metódicamente organizada’ ”.
(Durand, 1965:7).

Ahora bien, a continuación se analizará de qué manera esta industria se


transformó en el centro de la escena del poder económico, las disputas y las rivalidades,
empresariales y estatales, durante la segunda y tercera década del siglo XX, dando lugar
a situaciones de tensión y competencia que llevaron a la expansión de sus actividades
por el mundo llegando hasta América Latina, y, finalmente, condujeron al conflicto por
la posesión del petróleo y los mercados mundiales.

Parte III: La Standard ya no está sola: fusión Royal Dutch-Shell e inicio de la


competencia por el control de las reservas internacionales de petróleo

Hasta aquí se ha analizado el surgimiento del petróleo como una industria


organizada, y la aparición de la primera gran empresa en el sector. Lo que en esta parte

143
se analizará es de qué manera, ya en el siglo XX, comienzan a surgir una multiplicidad
de empresas petroleras de envergadura, capaces de inquietar el hasta entonces
incontestable monopolio de la Standard Oil, haciendo hincapié en el surgimiento, a
partir de la fusión de ambas, de la Royal Dutch-Shell. ¿Por qué concentrarse
específicamente en esta empresa, y no en otras importantes que también aparecieron por
aquellos años? Pues bien, esto se debe no sólo al hecho de haber sido la principal
competidora a nivel internacional de la Standard en aquel entonces, sino también a que
precisamente en el marco de esa competencia es que estas dos principales empresas
petroleras comenzaron una sorda disputa por el petróleo del Chaco Boreal.
Antes de comenzar con la caracterización de esa empresa, y como hasta ahora se
ha dado relevancia tan sólo al desarrollo de la industria en los Estados Unidos, sería de
gran utilidad comenzar por presentar un panorama general de cómo venía
desenvolviéndose la actividad en el resto del mundo (es decir, Europa, ya que en los
demás continentes el petróleo no era aun explotado hacia finales del siglo XIX por
empresas que no fueran del viejo continente). Hasta ese momento, el mercado mundial
del petróleo era netamente dominado por los Estados Unidos (entiéndase, por la
Standard Oil). Tal como asegura O’Connor,

“El siglo XIX era más sencillo. Solamente John D. Rockefeller vertía petróleo sobre las olas regidas por
Britania. Hasta finales de siglo no había otra fuente mayor de petróleo que los Estados Unidos, y en
Estados Unidos no había más fuente del producto que la Standard. Sus barcos tanques surcaban los siete
mares, y descargaban en puertos desde Londres hasta Shangai. En aquellos días se trataba principalmente
de kerosena para las lámparas de China e India, y de aceites lubricantes para todas las naciones”.
(O’Connor, 1956:335-336).

Pero esta situación cambiaría radicalmente en el transcurso de pocos años.

“El boom del petróleo tuvo lugar en Europa en Rusia, en la región de Bacú (sic) (...). En la puesta en
explotación de los recursos petroleros rusos fueron una pieza fundamental los hermanos Nobel (Ludwig y
Robert, los hermanos de Alfred, fundador de los premios). A principios de 1880 había casi 200 refinerías,
y Bacú (sic) era conocida como ‘la ciudad negra’ Los Nobel eran en 1876 los refinadores más importantes
de Bacú (sic), y la producción rusa de petróleo superó incluso durante un tiempo a la estadounidense. El
principal problema era que había una gran distancia entre las zonas productoras y las consumidoras. Por
aquel entonces, en 1886, entraron también en el petróleo ruso los Rothschild. El petróleo ruso poco a
poco, y de la mano de estos dos grupos, fue ganando posiciones en el mercado europeo, y la Standard Oil
se enfrentó por primera vez a un enemigo de mediana envergadura”. (Yergin, 1992).

144
Pero el verdadero competidor destinado a hacer sombra a la Standard Oil
surgiría en otra parte del mundo. Se trataba de un tal Marcus Samuel, dedicado a la
extracción y venta de conchas marinas en Londres. Según puede leerse en el sitio web
oficial de la empresa Shell en internet, todo comenzó cuando el hijo de Marcus Samuel,
en una visita al Mar Caspio, tuvo la oportunidad de reconocer, al tratar con la gente de
la zona, que existía una enorme y rentable posibilidad de exportar petróleo al Lejano
Oriente. De esta manera, los Samuel adquirieron el primer tanque especial para
transportar petróleo en 1892 y enviaron unas 4.000 toneladas de kerosene ruso a
Singapur y Tailandia (Sitio web oficial de la empresa Shell, 2008). Corroborando la
“historia oficial” publicada por la empresa, Yergin constata que

“Los hermanos Samuel (Marcus y Samuel) tenían una compañía que comerciaba con distintos productos
del Lejano Oriente. Aprovechando sus contactos con las casas comerciales de los distintos países,
decidieron comerciar parte del petróleo ruso en aquella zona. Para ello era necesario hacerlo con el
máximo secreto, ya que la Standard podría arruinar el negocio utilizando distintas medidas de presión,
como bajar los precios de la zona hasta hacerlo no rentable económicamente. Y en 1892 partió el primer
petrolero de la nueva compañía (...) que atravesando el Canal de Suez y con petróleo procedente de los
campos de los Rothschild, supuso la primera amenaza seria del dominio internacional de la Standard Oil.
Tras muchas dificultades, la Shell, apoyada por las casas comerciales de Oriente, se fue afirmando hasta
convertirse en la única compañía capaz de enfrentarse a la líder”. (Yergin, 1992).

Como se puede observar, al parecer, a la gigantesca Standard Oil le había


surgido un rival que poco a poco iba haciéndose más peligroso y poderoso. Ya para el
año 1897, los hermanos Marcus y Samuel Samuel fundaron oficialmente una empresa
petrolera, íntegramente con capitales ingleses, a la cual llamaron “Shell Transport and
Trading Company” en honor a la tradición familiar de comerciar con conchas marinas.61
Paralelamente a esto, otra empresa iba realizando, apoyada por el Gobierno
holandés, una prolija tarea en cuanto al comercio del petróleo internacional. Se trata de
la Real Compañía Holandesa de Petróleos. Esta compañía había sido fundada en 1890
por Jean Baptiste Kessler, junto con Henry Deterding y Hugo Loudon, cuando un
charter real fue concedido por la reina Wilhelmina a una pequeña compañía de
exploración petrolífera, conocida como “Royal Dutch”, la cual venía operando desde
1883, para que continuara con sus labores exploratorias en Asia. Ya para 1892, con el
apoyo de la corona holandesa, el Presidente de la Royal Dutch, Kessler, logra hacer

61
“Shell”, en inglés, significa precisamente “caracol o concha marina”, de ahí también el diseño del
conocido logotipo de la empresa.

145
rentable a la compañía y quintuplicar sus negocios en Asia (especialmente en Sumatra).
Debido a esta serie de éxitos iniciales, durante los primeros años desde su fundación, la
Royal Dutch tuvo que resistir numerosos embates de la Standard Oil, siempre fiel a su
táctica empresarial, que se acercó a la empresa holandesa primero con el objetivo de
buscar una fórmula de asociación y luego abiertamente intentando comprarla. No
obstante, es necesario decir que el volumen de negocios manejado por la Royal Dutch
era ínfimo: no producía más de 40.000 toneladas, o sea, el 0,2% del total mundial,
cuando, en 1900, Henry Deterding se puso a su cabeza”. (Durand, 1965).
A la vez que en el escenario internacional asomaban nuevos competidores para
la Standard, la situación no era mucho más cómoda para esta empresa en el propio
mercado interno de los Estados Unidos. Así describe Yergin la situación:

“Hacia principios del siglo XX, se halló petróleo en Texas. Se produjo en grandes cantidades,
contribuyendo al desarrollo económico de la zona. De nuevo hicieron (sic) acto de presencia la acción
especulativa, y en unos pocos meses se habían instalado ya 214 pozos. El suministro era tan intenso, que a
mediados del verano de 1901 el petróleo bajó a 3 centavos de dólar el barril (para hacernos una idea, el
vaso de agua se cobraba a 5 centavos). Las riendas principales de la explotación las había tomado James
Guffey, el principal explorador de petróleo, y su compañía, la Gulf. Pero la producción era demasiado
grande, y muy difícil encontrar mercados para ella. Sin embargo, encontró un cliente al otro lado del
Atlántico. La Shell aprovechó la oportunidad para introducirse en el mercado estadounidense. Pero lo que
se conoció como ‘el contrato del siglo’ se vino abajo cuando en 1902 empezó a descender la producción
de la zona”. (Yergin, 1992).

Sea como fuere, el dato no es menor. Si bien el poder de la Standard seguía


siendo casi inconmovible dentro del territorio de los Estados Unidos, el hecho que la
Shell haya osado entrometerse en la propia casa del gigante norteamericano habla a las
claras de qué es lo que se venía: se dio allí, por primera vez, el enfrentamiento directo
entre las dos empresas que, pocos años más tarde, comenzarían a protagonizar una
abierta lucha por el control de los negocios petroleros en la mayor parte del globo. Y tal
enfrentamiento se hacía cada vez más inevitable pues, como afirma O’Connor,

“La Royal Dutch Shell, en el curso de sesenta años, vino a ser la corporación industrial más grande de
Europa Occidental. La Standard de Nueva Jersey, ascendió a igual posición en el nuevo mundo”.
(O’Connor, 1956:332).

De esta manera, la expansión unilateral de los intereses de cada una, en algún


momento, más tarde o más temprano, encontraría un punto de colisión. Y ese momento
no tardaría en llegar:

146
“Los primeros choques con la Standard se produjeron por los mercados del Extremo Oriente,
especialmente por el mercado chino. La primera fase de la lucha epilogó en un acuerdo para el reparto de
mercados y zonas de influencia. La victoria correspondió a la Royal Dutch. Fue rápida la expansión de
esta última: llevó la lucha al propio terreno de la Standard, a los Estados Unidos, donde organizó filiales y
construyó oleoductos y refinerías, penetró en Venezuela, Trinidad, México y la Argentina; sus negocios
se extendieron por toda Europa y los dos Orientes; y la compra de los intereses petroleros de los
Rothschild, le dio el dominio sobre el petróleo rumano y ruso. Al iniciarse la primera guerra mundial, la
mayor parte de los yacimientos petroleros del mundo, estaban bajo su bandera62”. (Almaráz, 1958:39-49).

Por lo pronto, lo que queda en claro es que la situación de la Standard Oil,


después de todo lo apuntado, no era ya de extrema comodidad, ni dentro ni fuera del
territorio norteamericano. Así resume hábilmente Yergin la situación que se intentó
plasmar en los párrafos anteriores:

“A pesar de esta explosión de compañías, éstas parecían simplemente pequeños anexos que poco podían
hacer frente a la Standard. Sin embargo, la inundación del mercado internacional de petróleo ruso, y la
creciente producción texana, que no podía ser controlada, empezó a ser un quebradero de cabeza para los
planes de control absoluto de la Standard Oil”. (Yergin, 1992).

Retomando la cuestión del petróleo fuera de los Estados Unidos, podría decirse
que, luego de unos años de fuerte crecimiento, las ganancias de la Royal Dutch
comenzaron a decrecer. A partir de aquí, aparecen dos diferentes interpretaciones de por
qué se llegó a la fusión de la empresa Royal Dutch con la Shell. O’Connor, afirma que

“La Compañía de Transporte y Comercio de Concha-Nácar (Shell Transport & Trading Company) de los
Samuel, se vio envuelta en una guerra de tres frentes con la Royal Dutch y con la Standard, con gran
congoja de los Rothschild, quienes en 1902 arreglaron de manera que las dos compañías europeas
vivieran amistosamente. Cinco años después se habían fusionado en una alianza, en relación de 60:40,
siendo la Royal Shell63 el socio mayoritario, para combatir mejor a la Standard en la pugna mundial por
los mercados”. (O’Connor, 1956:336).

De las palabras de O’Connor se deduce que la fusión Royal Dutch-Shell tuvo


lugar casi exclusivamente por decisión y deseo de los Rothschild y con un único y/o
principal objetivo: combatir a la Standard Oil. Otros autores, como Yergin, plantean una
explicación un tanto más heterodoxa del por qué de la unión de estas dos empresas:

62
Para ese entonces ya no se trataba de la Royal Dutch, sino de la Royal Dutch-Shell. Es por ello que se
decidió analizar la expansión de los intereses tanto de la Shell como de la Royal Dutch, antes de la fusión,
en forma paralela y hasta por momentos como si ya constituyeran una misma empresa respecto a la
competencia que ya libraban para con la Standard Oil previo a 1907.
63
Presumo que aquí el autor quiso decir “Royal Dutch”, en vez de “Royal Shell”.

147
“Marcus Samuel, el líder de la Shell, necesitaba a finales del XIX más petróleo. Su capacidad
comercializadora era grande, pero el petróleo ruso obtenido de los Rothschild no era suficiente. Intentó
diversas exploraciones en el Lejano Oriente, pero con reducido éxito. Por ello, cuando la Royal Dutch
atravesó problemas financieros, intentó su adquisición. Sin embargo, no fructificó. Deterding, nuevo
director de la empresa holandesa, la sacó adelante y la hizo crecer. Marcus Samuel, por su lado, descuidó
algo sus negocios para centrarse en su carrera política, lo que propició que finalmente llevaran a cabo una
fusión, pero en la que la Royal tenía más importancia. Había nacido así un gran grupo internacional, a la
altura de la Standard de New Jersey, la Royal Dutch-Shell (…) dirigida por Deterding”. (Yergin, 1992).

Por otra parte, así analiza aquella fusión la actual empresa Shell:

“In time, it became obvious that the competing Dutch and British companies would do better working
together”. (Sitio web oficial de la empresa Shell, 2008).64

Sea como fuere, lo cierto es que la fusión de la Shell con la Royal Dutch, para
conformar la Royal Dutch-Shell, se llevó a cabo en 1907, y a partir de entonces, este
grupo empresario se consolidó definitivamente como el principal competidor de la
Standard Oil: bajo la administración de Deterding, quien tenía una impresionante
capacidad de trabajo, el nuevo grupo se introdujo en Estados Unidos, y en 1911
comenzó negociaciones para adquirir todo el negocio petrolero de los Rothschild en
Rusia. El progreso de la compañía resultaba asombroso y extendía poco a poco sus
operaciones alrededor del mundo. Tal como lo describe la propia empresa Shell,

“Throughout the early twentieth century, the Group expanded with acquisitions in Europe, Africa and the
Americas”. (Sitio web oficial de la empresa Shell, 2008).65

Como correctamente afirma Almaráz,

“Reorganizado y fortalecido así el trust holandés, extendió su poder a Rusia, Rumania, México,
Venezuela, al Extremo Oriente y a los propios Estados Unidos (...) acentuando el encarnizamiento de la
lucha contra la Standard, extendió su influencia por todo el mundo. Esta contienda ha sido y sigue siendo,
la causa para la mayor parte de los conflictos internacionales de nuestro tiempo”. (Almaráz, 1958:38).

De esta forma, Almaráz introduce la cuestión de la gravitación de la


competencia de las dos principales empresas petroleras del mundo en el estallido de
conflictos armados, aludiendo principalmente, claro está, al desatado entre Bolivia y

64
“Con el tiempo, se hizo evidente que holandeses y británicos podrían hacerlo mejor trabajando juntos
que compitiendo”. (Traducción del autor).
65
“Durante todo el comienzo del siglo XX, el Grupo se expandió con adquisiciones en Europa, África y
las Américas”. (Traducción del autor).

148
Paraguay. Hay otras dos cuestiones que son dignas de señalamiento: una es cómo todos
los autores coinciden en el incremento de la competencia por el petróleo internacional,
principalmente de los mercados y no aún de las reservas, a partir de la fusión Royal
Dutch-Shell, y cómo también todos ubican inmediatamente en calidad de contrincantes
a una empresa con la otra y las destacan como las principales, por lejos, en el mundo de
los negocios petroleros internacionales. Otra de las cuestiones a las que también hace
referencia Almaráz en el breve párrafo citado, es a la expansión del trust anglo-holandés
por el mundo. En el mismo sentido, aunque más categóricamente y haciendo hincapié
en el ingreso de esta firma en territorio norteamericano, O’Connor asevera:

“La Shell llegó a invadir Estados Unidos en 1912 con su California Oilfields, Ltd. y su firma Roxana, en
la parte central del continente. Fué (sic) tan rápida su expansión, que en el curso de unos pocos años la
mitad de toda la producción mundial de la Royal Dutch-Shell provenía de pozos norteamericanos. Desde
entonces, la Shell ha sido productor principal en Estados Unidos. Los británicos también se abrieron lugar
en el patio trasero del Tío Sam, en México”. (O’Connor, 1956:337).

Similar opinión es la que vierte sobre el asunto Daniel Durand, respecto a la


formidable expansión del volumen de negocios y operaciones de la Royal Dutch-Shell
en los primeros años después de su creación:

“Bajo la dirección del audaz Deterding, llamado el Napoleón del Petróleo, la Royal Dutch-Shell acrecentó
su producción y extendió sus mercados en detrimento de su poderosa rival, la Standard Oil of New Jersey.
El nuevo grupo buscó sistemáticamente asegurarse las fuentes de abastecimiento dispersas a través del
mundo, en Extremo Oriente, en México, en América del Sur, entre otros”. (Durand, 1965:8).

Llegado este punto del análisis, hay una cuestión que resulta imposible obviar: lo
diametralmente opuesto de los métodos empleados por una y otra empresa para crecer y
ganar posiciones en el mercado del petróleo. Mientras la Standard Oil primero y la
Standard Oil of New Jersey después se centraron, hasta ya entrado el siglo XX, pura y
exclusivamente en el mercado interno norteamericano y en la extracción de reservas del
propio subsuelo, concediendo una importancia marginal a sus negocios en el exterior, y
totalmente nula a las reservas existentes fuera de la jurisdicción estadounidense; la
Royal Dutch-Shell conoció su progreso en base a la extracción de petróleo en el
extranjero (fundamentalmente ruso en el comienzo, pero tanto de Asia, África como
América después), lo cual, al mismo tiempo que le aseguraba abastecerse de la cantidad
de crudo requerida, le facilitaba el ingreso a esos mercados a precios más accesibles
dado que los costos de transporte eran ínfimos, lo cual la colocaba en una situación

149
ventajosa respecto a su gran rival (Frondizi, 1954). Estas diferentes maneras de
producir, comerciar y, en definitiva, competir, acabarían por dar la razón a la firma
anglo-holandesa cuando, especialmente a partir de la década de 1920, los Estados
Unidos comiencen una cada vez más frenética procura del hidrocarburo en diferentes
partes del globo. Tal diferencia de estrategias es bien analizada por Almaráz en estas
líneas que merecen la pena ser transcriptas en su totalidad, ya que no tienen desperdicio:

“En los primeros tiempos la política de la Standard se fundaba en la explotación del petróleo de los
Estados Unidos y en la conquista de nuevos mercados de venta. Siguiendo esta línea, como ya vimos,
monopolizó refinerías, oleoductos y ferrocarriles, sometiendo a los productores independientes. En los
mercados extranjeros, empleó la guerra de precios, y el dumping para derrotar a los productores rivales.
Con estos recursos, a fines del siglo pasado, consiguió desalojar de la mayor parte del mercado europeo a
los petroleros rumanos y los obligó a darle participación en sus negocios. La Política de la Standard tuvo
como fundamento, en los primeros tiempos, la conquista de mercados más que el control de las reservas.
Deterding, a la cabeza de la Royal Dutch, se orientó hacia el control de las fuentes del petróleo, sin
descuidar los mercados que serían mejor abastecidos desde yacimientos próximos. Esta política probó ser
la más acertada, pues la Royal Dutch ganó terreno en todo el mundo”. (Almaráz, 1958:39).

Pero el hecho que la Royal Dutch-Shell haya optado por obtener su petróleo en
el extranjero y haya invertido millones y millones de libras en exploraciones fuera de
Gran Bretaña y de Holanda, quizás obedezca, más que a una estrategia premeditada, a
un imperativo de la naturaleza. Tal como afirma O’Connor,

“Con pródigas manos la Providencia almacenó el petróleo, sin orden ni concierto alrededor del globo,
(…) con absoluto desprecio de las necesidades de las naciones industrializadas de la vigésima centuria.
Entre las grandes potencias, solamente Estados Unidos y la Unión Soviética fueron favorecidos con
grandes depósitos (...) Las principales naciones de Europa Occidental, con Japón, China y la India, tienen
todas que buscar por otros lados la mayor parte del indispensable combustible. (...) La dispar distribución
del gran recurso natural, en una intrincada madeja de soberanías conflictivas sujetas en su mayor parte a
los arbitrios de empresas privadas, superestados en sí mismas, garantizaba la inflamabilidad política y
diplomática del petróleo. (...) A la caza del petróleo alrededor del mundo, estas grandes corporaciones
aplicaban a su presa la ley del res ferae naturae, que es como decir la ley de la captura”. (O’Connor,
1956:331).

Una mirada parecida sobre la cuestión, aunque tal vez hasta un poco más crítica,
es la que brinda Durand:

“El petróleo está repartido de manera muy desigual entre los continentes: una gruesa parte de las reservas
conocidas está concentrada en regiones pobres y débiles consumidoras. Pero esas determinaciones, de

150
hecho, han sido explotadas por los Siete Grandes66 (...) monopolizando en su provecho las reservas de las
zonas extranjeras más ricas, y (...) (reforzando) su predominio sobre el comercio mundial instaurando un
astuto sistema de precios”. (Durand, 1965:25).

Resulta muy interesante este análisis de Durand, en tanto ayuda a comprender un


poco más el por qué de este absurdo conflicto entre bolivianos y paraguayos que se está
analizando en este trabajo, instigado desde los directorios de estas grandes empresas del
petróleo, y que en parte deriva de la realidad geográfica a la que hace mención el autor:
en muchos casos, enormes reservas petrolíferas se hallaban en el subsuelo de países
débiles y pobres, por lo que las grandes empresas multinacionales del petróleo,
apoyadas en general por los Gobiernos de sus países de origen, actuaban impune y hasta
delictivamente en remotas regiones, aprovechando la situación de estar operando bajo la
jurisdicción de un país que no tenía medios ni recursos para imponerles sanciones, o
cuyo poder relativo era muchas veces inferior al de las propias empresas. Y los casos
paraguayo y boliviano (muy especialmente éste último) no serían la excepción.
Retomando el hilo central, es materia de debate si la Royal Dutch-Shell siguió su
política de expansión en el extranjero por habilidad estratégica y dirigencial, o
simplemente por necesidad. Pero más allá de eso, hay otra enorme diferencia que marcó
el rumbo dispar que ambas compañías recorrerían y que no admite dudas acerca de la
intencionalidad con la que fue puesta en práctica por parte del trust anglo-holandés y
por la que conscientemente decidió no optar la Standard Oil of New Jersey. De esta
manera lo explica Harvey O’Connor, al hacer referencia a la Royal Dutch-Shell:

“A diferencia de la Standard en esa época, este consorcio creía en la producción y se hacía de ella en
cualquier parte del mundo. La Standard, que disfrutaba de acceso a los mejores campos petrolíferos del
mundo en los propios Estados Unidos, no sentía la necesidad de avizorar horizontes más que en búsqueda
de mercados. La autosuficiencia económica de producción iba de la mano con el aislacionismo político,
con el resultado de que el mundo se convirtió en ostra de la Concha Real Holandesa (Royal
Dutch/Shell)”. (O’Connor, 1956:337).

De esta manera queda claro que, sea por el motivo que fuere, en la primera
década y media del siglo XX, la Royal Dutch-Shell aventajaba por lejos a la Standard
Oil en lo que hace a la exploración y explotación de reservas petrolíferas en el
extranjero, llevándole también una cierta ventaja en cuanto a la comercialización del

66
El autor se refiere a las siete empresas principales que manejaban el negocio del petróleo internacional
en forma oligopólica, dentro de las cuales se encuentran, claro está, tanto la Standard Oil of New Jersey,
como la Royal Dutch-Shell.

151
producto en el exterior. Pero hubo un hecho que hizo cambiar bruscamente la situación
y que motivó a que se intensificase la hasta entonces relativamente incipiente lucha por
el petróleo mundial entre la Standard (y, como se verá a continuación, detrás de ella el
ahora firme apoyo por parte del Gobierno de los Estados Unidos) y el consorcio anglo-
holandés (que disfrutaba desde siempre de la ayuda de sus respectivos Gobiernos); y ese
hecho fue nada menos que la Primera Guerra Mundial. Por una parte, esta hizo cobrar
renovada importancia al petróleo como fuente energética estratégica en el contexto del
conflicto:

“Las exigencias de la guerra, todavía más imperativas que las necesidades de la industria, elevaron el
petróleo en la segunda y tercera décadas del siglo a la categoría del más preciado botín de la civilización,
tesoro estratégico que, más que cualquiera otra mercancía, rige las tensiones que pueden volar al mundo
en pedazos”. (O’Connor, 1956:331).

Queda clara, pues, la relevancia superlativa que adquirió, por aquellos años, el
suministro de petróleo. Tan decisivo fue éste durante el transcurso de la guerra que,
como, se ha señalado páginas atrás, su posesión por parte de los aliados determinó en
gran medida su victoria final. Quizás el más categórico al intentar demostrar la
trascendencia que implicaba contar con el control de las reservas y la producción de este
hidrocarburo haya sido el comisionado del petróleo francés durante la guerra, Henri
Berenguer, cuando decía:

“Quien sea dueño del petróleo será dueño del mundo, porque imperará en el mar por medio de los aceites
pesados, en el aire por medio de los aceites ultrarefinados y en la tierra por medio de la gasolina y los
aceites de alumbrado. Y además de esto dominará a sus congéneres en un sentido económico, por razón
de la fantástica riqueza que derivará del petróleo, la maravillosa sustancia más buscada y más preciosa
hoy día que el oro mismo”. (Berenguer, citado en O’Connor, 1956:341).

Tras esas declaraciones, y si se deduce de ellas que era ese el pensamiento


dominante en aquella época acerca de la importancia del petróleo, no es de extrañar que
en los años subsiguientes se desatara la más despiadada competencia por hacerse con su
dominio. Pero lo principal de todo fue que, a partir de los sucesos de la Gran Guerra,
que lo llevaron a tomar verdadera conciencia de la extrema importancia y valor del
petróleo en su justa magnitud, los Estados Unidos y la Standard Oil of New Jersey
decidieron por fin modificar su estrategia internacional en cuanto a la producción de
este hidrocarburo y a la búsqueda y toma de control de las grandes reservas del mismo
existentes y diseminadas a lo largo y ancho del planeta.

152
“La Primera Guerra Mundial reveló a los países contendientes y, muy especialmente a los Estados
Unidos, el valor del petróleo como combustible de uso bélico y la importancia estratégica derivada del
control de los yacimientos a nivel mundial. Hasta entonces la Casa Blanca y más de una compañía
norteamericana habían manifestado escaso interés por obtener concesiones petrolíferas más allá de zonas
que, como México, se encontraban al alcance de la mano”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:32).

Sin embargo, esta política de desentendimiento respecto a las fuentes mundiales


de petróleo por parte de los Estados Unidos estaba destinada a cambiar próximamente.
Esto se debió, en gran medida, tal como apuntan Mayo, Andino y García Molina, y
como acertadamente complementa Durand, a que

“La Primera Guerra Mundial hace nacer en los Estados Unidos el temor del agotamiento de los
yacimientos indígenas y una escasez de petróleo. Las grandes sociedades norteamericanas, deseosas de
asegurarse fuentes de producción en el extranjero, advierten entonces que las sociedades británicas
poseen la mayoría de los yacimientos situados fuera de los Estados Unidos”. (Durand, 1965:9).

Refrendando la postura de Durand, O’Connor sostiene que

“Al final de la Ia Guerra Mundial se hizo en Estados Unidos el aterrador descubrimiento de que el país no
solamente estaba amenazado en su preeminencia en el mercado mundial del petróleo, sino que en realidad
confrontaba una escasez de sus propios recursos internos. Gracias a la política de la Standard y a la
estrechez de miras de Estados Unidos, la nación había pasado por alto la existencia de cuantos depósitos
en otras partes”. (O’Connor, 1956:340).

Luego completa su aseveración anterior de la siguiente manera:

“Confrontada con estas nuevas condiciones, la Standard revisó con prontitud su política de producción.
Extendió su alcance a la Humble en Texas y a la Carter en las Rocosas. Empezó enseguida sus propias
pesquisas por todo el mundo, respaldada por el Departamento de Estado”. (O’Connor, 1956:341).

En opinión de otros autores, no fue tanto la Primera Guerra Mundial la que


desencadenó esta furia desenfrenada por parte de la Standard Oil of New Jersey de
hacerse con las reservas de petróleo en el extranjero; sino que mediaron otros factores,
incluso previos al gran conflicto internacional. Por ejemplo, en opinión de Ibsen
Martínez, ya desde principios de siglo XX el coloso norteamericano comenzó a
extender sus garras por el subcontinente latinoamericano. Señala el autor que, tras las
reiteradas demandas en su contra, el trust norteamericano empezó a ser

“(...) presa de una fobia característica del negocio petrolero. Comenzó a identificar lugares donde, además
de petróleo, no hubiesen jueces Landis, ni leyes Sherman, ni gente obcecada con la libre competencia

153
como Ida Tarbell. La Gran Emigración -así la llaman algunos historiadores económicos- de la industria
petrolera estadounidense tuvo su primera escala en México, donde había -y aún hay- muchísimo petróleo
y un corrupto régimen dictatorial presidido por un senecto general amigo de los buenos negocios, Porfirio
Díaz. (...) Pero muy pronto vino la Primera Revolución Zapatista y la cosa habría de ponerse turbia, muy
turbia, durante las siguientes dos décadas. Mudaron otra vez el negocio y esta vez el mejor indicio
geofísico de que en Venezuela había petróleo fue el que la Royal Dutch Shell ya hubiese obtenido
concesiones merced a intermediarios locales”. (Martínez, 2001).

Al mismo tiempo, según otras fuentes, como la Red Oilwatch, la historia


petrolera en América Latina se inició a principios del siglo XX, cuando la Standard Oil
empezó a explotar los campos del Lago de Maracaibo”. (Boletín de la Red Oilwatch,
2004). Yergin, mientras tanto, sostiene que la expansión de la Standard Oil of New
Jersey por el mundo fue en respuesta, más que a necesidades generadas por la guerra, al
incremento de la competencia por parte de la Royal Dutch-Shell a nivel internacional:

“La respuesta de la industria ante la nueva situación (incremento de la competencia internacional), fue la
de abrir filiales. La Standard se convirtió en una auténtica multinacional, asociándose con los
distribuidores locales más importantes”. (Yergin, 1992).

Esta misma perspectiva es sostenida por Mayo, Andino y García Molina,


quienes afirman que

“La rivalidad británico-norteamericana no hizo más que acelerar la toma de conciencia por parte del
gobierno de la Unión en relación al valor del petróleo y su vinculación con la defensa nacional. Las
compañías norteamericanas, por su parte, alarmadas por la expansión de sus rivales europeas, sembraron
un terreno fértil cuando intentaron convencer al Departamento de Estado de que la defensa nacional y los
intereses particulares ligados al petróleo tenían objetivos coincidentes y debían marchar unidos en el
exterior”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:34).

De todas maneras, si bien está comprobado que la rivalidad entre la Royal


Dutch-Shell y la Standard Oil of New Jersey (y entre Gran Bretaña y los Estados
Unidos) existía ya desde antes de la Primera Guerra Mundial; y si bien es probable
también que aun antes de dicho conflicto ya la Standard Oil hubiese realizado algunas
operaciones en el extranjero como las descriptas en los párrafos precedentes; a esta
altura resulta indudable que el conflicto armado desatado en 1914, tras su finalización,
fue el que marcó el punto de partida de la expansión en gran escala de los intereses
petroleros norteamericanos por el mundo. A partir de entonces, pues, no sólo la
principal multinacional estadounidense comenzó a extender vorazmente sus tentáculos
por el planeta, sino que para ello contó con el apoyo del Departamento de Estado en su

154
aventura expansionista, el cual hasta entonces se había desentendido de la cuestión.
Hasta ese momento, mientras la Royal Dutch-Shell había contado con el decidido
respaldo oficial para sus andanzas por el mundo, la Standard Oil of New Jersey había
tenido que arreglárselas sola en el extranjero. La primera de estas afirmaciones es
corroborada por O’Connor, cuando asevera que

“Respaldada por el Ministerio del Exterior y con entrada preferente a tierras y mercados británicos y
holandeses, la Royal Dutch Shell navegó con viento en popa antes de la Ia. Guerra Mundial”. (O’Connor,
1956:336-337).

Paralelamente, Silvia Herzog da cuenta también de ello, a la vez que lo contrasta


con el hasta entonces nulo apoyo brindado por parte del Gobierno de los Estados
Unidos a su principal empresa multinacional del petróleo, al asegurar que tanto la Royal
Dutch-Shell como la Standard Oil son empresas comparables o de similar envergadura e
importancia en el mercado internacional del petróleo,

“(...) con la diferencia de que mientras la primera (...) se mueve bajo la celosa mirada del Almirantazgo
(la segunda) no tiene una flota británica para respaldar sus demandas, ni siquiera ha contado en todos los
casos con la aprobación del Departamento de Estado. La Standard es la más importante compañía que ha
representado a los Estados Unidos en el explosivo juego internacional del petróleo, y ha jugado sola”.
(Herzog, citada en Almaráz, 1958:1958).

Así lo explican Mayo, Andino y García Molina:

“Desde principios de siglo, compañías inglesas habían penetrado en los ricos campos petrolíferos del
Cercano Oriente y, con el franco apoyo del Foreign Office, vencido las primeras resistencias. Más aún, el
gobierno británico, empeñado en la renovación de su poderío marítimo, había iniciado la rápida
conversión de sus barcos al uso del petróleo -dejando atrás al carbón- y parecía decidido a procurarse
reservas estratégicas en distintas partes del mundo. El interés británico por el problema petrolero quedó
claramente evidenciado con la creación de la Anglo-Persian67, poderosa compañía en la cual el gobierno
inglés tenía participación directa. El avance británico, en un momento en que Londres y Nueva York se
disputaban el control financiero, creó profundo malestar en los Estados Unidos, sobre todo cuando la
Casa Blanca y las empresas comprendieron que Inglaterra intentaba monopolizar importantes áreas
petrolíferas”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:33-34).

67
“La BRITISH PETROLEUM, que llevó sucesivamente los nombres de Anglo-Persian y después de
Anglo-Iranian, ha nacido de la intervención en 1913 en Irán del Almirantazgo británico (...) El Estado
británico posee desde esa época el 55% del capital”. (Durand, 1965:21). Esta empresa era considerada, en
aquel entonces, como la tercera más importante del mundo y tenía sus principales centros de operaciones
en Kuwait, Irán e Irak.

155
Esta toma de conciencia haría, como se viene anticipando, que la situación se
modificase. La llegada de Harding a la Presidencia de los Estados Unidos tras la Gran
Guerra, significó también la llegada de Rockefeller al poder, que fue quien pagó gran
parte de los gastos de la campaña de los republicanos en las elecciones. Tanto es así que

“Hughes, un director de la Standard Oil, es nombrado Secretario de Estado. Este ‘Secretario del Petróleo’
como fuera llamado en los Estados Unidos, pone la diplomacia norteamericana al servicio de los
petroleros. (...) Durante el gobierno de Mr. Harding en medio de escándalos sin precedentes, los intereses
petroleros norteamericanos van extendiéndose en todo el mundo”. (Almaráz, 1958:71-72).

Una muestra de ello es el discurso pronunciado por el Presidente norteamericano


Coolidge, en 1927, en el cual se advierte ya claramente el cambio de rumbo en cuanto a
la política exterior norteamericana respecto al apoyo prestado a las empresas
estadounidenses en el extranjero. Decía Coolidge:

“La persona y la propiedad de un ciudadano (norteamericano) son parte del dominio de la Nación, aun
cuando estén en el exterior” (Coolidge, citado en Almaráz, 1958:23).

Tal como opina Almaráz luego de citar ese párrafo, desde ese momento

“Los petroleros norteamericanos cubren sus campamentos con bandera propia; la nación está donde están
ellos. He aquí una nueva forma de derechos extraterritoriales y de monroismo (sic) mundial”. (Almaráz,
1958:23)

Almaráz tiene razón. A partir de entonces se comenzó a preparar el asalto a


escala planetaria y la expoliación de los recursos naturales más preciados de las
Naciones más débiles sobre la faz de la tierra, y la intromisión en sus asuntos internos, y
las intervenciones directas, y las presiones a los Gobiernos, y las guerras
deliberadamente orquestadas...
Lo cierto es que, tras la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos,
especialmente a través del Departamento de Estado, comenzaron a respaldar
abiertamente el accionar de sus empresas en el extranjero, y en particular a los intereses
petroleros y a la Standard Oil of New Jersey, lo cual, como se ha mencionado
anteriormente en algún punto de este capítulo, se ha dado en llamar la “diplomacia del
petróleo”. Los autores del libro que precisamente lleva ese nombre, son sin dudas los
más indicados para explicar la cuestión:

“Confiado en su condición de primer productor, ese país (los Estados Unidos) demoró su entrada en la
lucha mundial por el dominio de las reservas de crudo hasta fines de la década de 1910. En efecto, es sólo

156
a partir de 1918 cuando empieza a percibirse en el plano de la acción gubernamental estadounidense un
interés decidido por respaldar la penetración de las compañías norteamericanas en los yacimientos
lejanos. Fue entonces cuando comenzó a delinearse lo que hemos dado en llamar la diplomacia petrolera
del Departamento de Estado, esto es, una política exterior que se caracterizaría, en el ámbito de nuestro
interés, por una íntima vinculación entre las actividades de los grandes consorcios petroleros y la red
diplomática norteamericana, vinculación que se expresaba en el apoyo que esta última brindaría a nivel
internacional” (Mayo, Andino y García Molina, 1983:32-33).

A partir de entonces, los intereses de la Casa Blanca y de la Standard Oil of New


Jersey marcharían a la par, lo cual tendría nefastas consecuencias para los países en los
que la colosal empresa norteamericana posaba sus garras, como fue el caso de Bolivia.
Pero continuando con las ideas de los autores previamente citados, ellos explican cómo
es que surgió esto de la “diplomacia petrolera del Departamento de Estado”

“La idea de coordinar una colaboración más definida entre la acción diplomática y las actividades de los
consorcios petroleros en el extranjero -en otras palabras, laissez faire en casa e intervencionismo en el
exterior- fue tomando cuerpo a medida que los grupos dirigentes de la política y la industria petrolífera
advirtieron que una cosa era el dominio de la producción -que aún detentaban-, y otra diferente el de las
reservas que amenazaban quedar en manos rivales. La obsesión giró, entonces, en torno de la necesidad
de forzar el paso de los Estados Unidos hacia la obtención de reservas extranjeras. Articular, en otras
palabras, una política exterior que facilitara y gestionara para los consorcios norteamericanos importantes
concesiones, o bien la supresión de medidas que lesionaban los intereses de éstos. (...) Washington debía
respaldar a las compañías y ayudarlas a vencer los obstáculos que se interponían en su avance sobre los
yacimientos mundiales”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:34-35).

Similar apreciación sobre la cuestión es la que tiene Sergio Almaráz:

“Si hasta la iniciación de la guerra la Standard había enfrentado a la Royal Dutch con un relativo respaldo
por parte del gobierno norteamericano, la experiencia de la guerra enseñando el alto valor estratégico del
petróleo, le valió a la Standard el apoyo del gobierno norteamericano en su lucha por una redistribución
de los yacimientos y mercados”. (Almaráz, 1958:40).

Así, hacia fines de la década de 1910, una vez dejados atrás los horrores del
sangriento conflicto bélico que envolvió a gran parte del planeta, el Gobierno de los
Estados Unidos de América se lanzaba al apoyo total a sus empresas petroleras en el
exterior, y lo hacía de la siguiente manera:

“La reacción del Departamento de Estado fue lenta pero inequívoca. El 11 de agosto de 1919, al enviar
instrucciones a los cónsules afectados al servicio exterior, reconoció expresamente ‘la importancia vital
de asegurar suministros adecuados de petróleo para los requerimientos actuales y futuros de los Estados
Unidos’. En atención a ello, solicitaba a sus agentes que remitieran toda la información que pudiera (sic)

157
obtener acerca de las actividades de grupos rivales en los países donde prestaban servicios, a la vez que
los exhortaba a prestar a las compañías norteamericanas ‘todo tipo de ayuda legítima’ en sus gestiones
para obtener concesiones”. (Mayo, Andino y García Molina, 1982:35).

De este modo está en marcha, ya oficialmente, la maquinaria de un poder


conjunto, el de las grandes compañías petroleras norteamericanas y el del mismísimo
Gobierno de los Estados Unidos, en pos de un mismo objetivo. Y cuando poderes de tal
envergadura trabajan a la par, suele ser muy difícil detenerlos. La Gran Guerra había
quedado atrás, pero un sordo conflicto, casi tan despiadado e intenso como el que
acababa de expirar estaba en ciernes: el de la lucha por el control del petróleo mundial.
¿Los protagonistas? Los mismos de siempre, la Standard Oil of New Jersey y demás
empresas norteamericanas, ahora con el firme apoyo de Washington, por un lado, y la
Royal Dutch-Shell y los intereses de las coronas británica y holandesa por otro. ¿Las
víctimas? Las mismas de siempre también: los consumidores y Gobiernos de los países
más atrasados, especialmente en aquellos en los que, como Bolivia y Paraguay, los
intereses petroleros llegarían hasta las últimas consecuencias con tal de sacar un ápice
de ventaja a su contrincante en la disputa global por el hidrocarburo más deseado.

Parte IV: Los “locos” años ’20: entre la rivalidad extrema y la cooperación.
Conformación del cartel internacional del petróleo

Tal como se mencionó en la tercera parte del presente capítulo, luego de la


Primera Guerra Mundial, se dio la principal ofensiva norteamericana por acaparar
mercados y zonas petroleras en cualquier parte del mundo lo cual, a la larga, llevaría al
país del norte y a sus empresas a lograr el tan ansiado predominio en el rubro. Pero lo
cierto es que, inmediatamente finalizado el conflicto bélico, la situación de preguerra
aun mantenía su tendencia, ya que en ese momento es cuando la Royal Dutch-Shell está
en el máximo de su potencial: proporciona el 75% de la producción mundial, sin contar
los Estados Unidos (Durand, 1965). Esto se debía, en parte, a que si bien

“The First World War years saw many of Shell's operations closed down or confiscated; (...) others were
added or expanded, particularly in North America”. (Sitio web oficial de la empresa Shell, 2008).68

68
“Los años de la Primera Guerra Mundial vieron a muchas de las operaciones de la Shell cerradas o
confiscadas; (...) otras fueron añadidas o expandidas, particularmente en Norteamérica”. (Traducción del
autor).

158
Pero, como se ha dicho, tras la Gran Guerra la situación cambiaría, no sólo por
el ya señalado apoyo del Gobierno norteamericano a sus empresas en el extranjero, sino
también por la posición en la que el conflicto había dejado a los contendientes.

“(...) la correlación de poder cambió con la primera guerra mundial. Este conflicto operó la aparición de
nuevas condiciones, enriqueció a los Estados Unidos y favoreció el desarrollo de los monopolios
norteamericanos. (...) La guerra impuso un ajuste en la estrategia petrolera mundial cuyas líneas
fundamentales fueron dictadas por la Standard Oil. Lo que hasta entonces tenía el aspecto de una batalla
comercial, por el acrecentado poder de los trust norteamericanos, se convirtió en un enfrentamiento de
estados en abierta pugna imperialista”. (Almaráz, 1958:40).

De esta manera, la década de 1920 se caracterizaría por el incremento


permanente de la rivalidad y competencia, no sólo entre los dos grandes trust petroleros
mundiales, sino también entre los propios Estados de Gran Bretaña y los Estados
Unidos. Por entonces,

“La lucha mundial por el petróleo gira en torno a la dominación de los mercados y las reservas. Los trusts
internacionales libran una batalla por el dominio de las reservas, porque quieren asegurar la continuación
de su monopolio protegiéndose contra la eventual aparición de rivales. Esta lucha, casi siempre
sangrienta, ha sido protagonizada por la Standard Oil y la Royal Dutch, ocasionando frecuentemente, el
enfrentamiento mundial de Inglaterra y Estados Unidos, las dos mayores potencias imperialistas”.
(Almaráz, 1958:39).

Una mirada semejante es la que nos ofrece Durand al respecto:

“Una competencia muy severa se lleva a cabo, durante una decena de años, entre las compañías inglesas y
las compañías norteamericanas para asegurarse nuevas reservas en todas partes del mundo; los principales
terrenos de lucha son México, después Venezuela y el Medio Oriente”. (Durand, 1965:9).

De hecho, la disputa por el petróleo venezolano que libraron la Standard Oil of


New Jersey y la Royal Dutch-Shell, fue particularmente intensa, siendo ésta la primera
“gran batalla” entre ambas que tuvo como escenario el subcontinente sudamericano, en
el cual habría de desatarse la que más incumbe a este trabajo entre esas mismas
empresas al instalarse una en Paraguay y la otra en Bolivia. Es por ello que se considera
de interés profundizar, aunque sea mínimamente, en ella. Para hacerlo, a continuación
se reproduce un breve párrafo de la obra de Yergin, en la cual describe someramente la
situación del petróleo en Venezuela en la década de 1920:

“La explotación del petróleo venezolano corrió a cargo, primero, de la Royal Dutch-Shell (que
diversificaba su imperio mundial) y la Pan American, adquirida en 1925 por la Standard de Indiana. A su

159
vez, ésta vendió sus activos extranjeros a la Standard de Jersey en 1932. Venezuela pasó de producir 1,4
millones de barriles en 1921 a 137 millones en 1929, lo que le colocaba como segundo mayor productor
mundial. Casi toda su producción se destinaba a EEUU”. (Yergin, 1992).

La competencia prácticamente no dejaba lugar del mapa sin ser sometido a las
tensiones generadas por la misma. En este contexto es que los Estados Unidos realizan
una furibunda ofensiva a fin de aniquilar al capital británico en cuanta región del mundo
se cruzase en su camino. La descripción por parte del historiador boliviano Sergio
Almaráz de este furioso avance norteamericano es, sin dudas, de mucha utilidad:

“Los intereses de la Royal Dutch en los Estados Unidos fueron reducidos. Los petroleros americanos en
1922, impusieron sus intereses en Venezuela tendiendo al desplazamiento del capital británico. En 1927,
apoyados por Francia, obligaron a Inglaterra a darles participación en Irak. En todos los países donde
existían posibilidades de encontrar petróleo, efectuaron inversiones. Atacaron en todo el frente: Polonia,
Rumania, India, Egipto y Palestina; en América, en Canadá, Venezuela, Perú, Colombia, Bolivia (en esta
época la Standard llega a nuestro país). Trabajando firmemente para el desplazamiento definitivo de los
ingleses, obtuvieron concesiones y otras formas de participación en los yacimientos de Arabia Saudita,
Kuwait, en la Península de Katar (sic), es decir en el corazón petrolero del Imperio Británico. La furiosa
disputa por el dominio de los yacimientos y los mercados, fue sembrando conflictos internacionales,
intrigas y choques sangrientos. Estallaron guerras civiles en varios países; Estados Unidos procedió a la
intervención armada en México; precipitaron la guerra entre Grecia y Turquía; con sus intrigas
convirtieron en un polvorín la Europa Oriental y los Balcanes; empujaron a Bolivia y al Paraguay a la
guerra. Los ingleses invadieron Persia, intrigaron en el Medio Oriente y atizaron la guerra civil entre los
árabes. Este es el periodo más sangriento de la historia del petróleo”. (Almaráz, 1958:40-41).

Son perceptibles, llegado este punto del análisis, la absoluta inescrupulosidad


con que estas empresas y Gobiernos, especialmente la Standard Oil of New Jersey y los
Estados Unidos, se manejaban; y hasta dónde eran capaces de llegar en persecución de
sus intereses. Los ejemplos mencionados permiten comprender que lo que aconteció
apenas años después en Bolivia y Paraguay, no fue un hecho casual o aislado, sino que
más bien se trata de la consecuencia lógica de un accionar premeditado y sistemático
con el cual estos verdaderos monstruos capitalistas operaban alrededor del mundo.
Volviendo a la cuestión central, cabe destacar la perspicaz visión que un escritor
de la época realizó acerca de la situación, la cual resume en gran medida algunas de las
cuestiones anteriormente planteadas:

“(...) (Esta guerra del petróleo) es significativa solamente como parte de una lucha mayor por el dominio
del mundo, entre dos grandes imperios económicos. Vista aisladamente parece fantástica, imposible; pero
contra el telón de fondo del más amplio conflicto aparece trágicamente inevitable. No habría una guerra

160
seria del petróleo si América (Estados Unidos, N. Del T.) no se hubiera convertido repentinamente en un
imperio que amenaza la antigua supremacía comercial y naval de la Gran Bretaña”. (Denny, citado en
O’Connor, 1956:342).

No es casual que el título de la obra de Denny, publicada en 1928, fuese We fight


for Oil, es decir, Luchamos por el petróleo... Es que la realidad demostraba que, entre
mediados y fines de la década de 1920, la competencia entre británicos y
norteamericanos por el control del petróleo mundial estaba en su punto álgido. Al
advertir esto, el intuitivo autor citado presagió un oscuro final ante tal escalada, si es
que la tendencia no se modificaba:

“La guerra es posible. La guerra es probable -salvo que los dos imperios por medio de sacrificios mutuos
traten de conciliar sus numerosos intereses en conflicto. Esto implicaría que compartieran materias primas
y mercados, y dividieran la supremacía marítima, sin violar los derechos de naciones más débiles. Si se
realizara un milagro tal de diplomacia, el petróleo podría dejar de ser un explosivo internacional”.
(Denny, citado en O’Connor, 1956:342).

Lo que seguramente Denny no esperaba (y me atrevería a decir que pocos lo


esperaban) era que ese milagro sucedería. Lamentablemente para pueblos como el
boliviano y el paraguayo (y tantos otros), parece que los máximos dirigentes de las
empresas petroleras llegarían a leer a medias el párrafo recientemente citado, puesto que
si bien llegaron a un acuerdo sobre el reparto de mercados, zonas de influencia y demás,
conformando un verdadero cartel internacional del petróleo, no sólo lo hicieron sin
observar los derechos de las Naciones más débiles, sino que lo hicieron más bien a
expensas de ellas. Porque a partir de ese momento, aquellos Estados en los que estas
grandes multinacionales se habían instalado, pasarían a ser una suerte de rehenes (si no
lo eran ya) de la correspondiente empresa que estuviese ya instalada en su territorio.
El primer punto de acuerdo entre la Standard Oil of New jersey y la Royal
Dutch-Shell se dio, a modo de antecedente, incluso antes que se llegara al clímax de la
competencia entre ambas. Tan magnífico acontecimiento de cooperación intercapitalista
tuvo lugar nada menos que en Rusia. Allí,

“Tras la Revolución, la Jersey adquirió los activos de los Nobel, lo que le proporcionó el 40% de la
capacidad de refinería y el 60% del mercado ruso. Sin embargo, las propiedades fueron expropiadas. Para
luchar contra esto, la Shell y la Jersey formaron un frente con el fin de negar la entrada a los mercados al
crudo ruso. Sin embargo, otras compañías lo adquirieron, lo que las ponía en desventaja”. (Yergin, 1992).

161
Luego de haber fracasado en su primer intento de trabajar juntas persiguiendo un
mismo objetivo, estas dos empresas volvieron a rivalizar, incluso en forma más
encarnizada que antes. Pero la semilla de la cooperación había sido sembrada. Si bien en
ese caso no consiguieron su cometido, tanto la Royal Dutch-Shell como la Standard Oil
of New Jersey comprendieron que era posible trabajar en equipo. Y cuando se
convencieron de que esa táctica era en realidad la más ventajosa a la hora de destruir
competidores y ganar mercados, sencillamente dejaron de pelear. Llegaron a la
conclusión de que la competencia las iba desgastando a ambas y que, a su vez, permitía
la intromisión de terceras compañías que, beneficiadas por las guerras de precios de las
dos principales empresas del sector, podían llegar a acaparar pequeñas porciones del
mercado. De esta manera, el acuerdo entre los dos grandes trust se fue perfilando.
Incluyeron en las negociaciones, además, a la tercera empresa en importancia en el
sector petrolero a escala internacional: la Anglo-Iranian, en la cual, como ya se ha
mencionado anteriormente, el Estado británico tenía grandes intereses. Así,

“(...) en lo más recio de la lucha, en los primeros meses de 1928, numerosas conferencias reúnen a los
representantes de los Tres Grandes internacionales: la Standard Oil of New Jersey, la Royal Dutch-Shell y
la Anglo-Iranian. A fines del verano, Sir Henry Deterding invita a los presidentes Teagle, de la Standard,
y Cadman, de la Anglo-Iranian, a su castillo escocés de Achnacarry. (...) Un acuerdo es adoptado por los
Tres Grandes, el 17 de setiembre de 1928, como consecuencia de ese encuentro”. (Durand, 1965:12).

En la declaración preliminar que antecede al acuerdo, los representantes de estas


tres compañías enumeran los motivos que los llevaron a llegar a un arreglo:

“(...) hasta el presente cada gran unidad se ha esforzado por preocuparse de su propia superproducción y
de acrecentar sus ventas en detrimento de alguna otra. El efecto ha sido una competencia destructiva más
que conservadora, que condujo a precios de venta mucho más elevados (...) deben hacerse economías, el
despilfarro debe ser eliminado, la costosa multiplicación de inversiones reducida.”. (Declaración
Preliminar del Acuerdo de Achnacarry, en Durand, 1965:12).

Tras la voracidad demostrada por aquella misma época y durante el transcurso


de la Guerra del Chaco, no pareciera que la Standard Oil of New Jersey y la Royal
Dutch-Shell hubiesen hecho mucho caso del acuerdo, aunque sí en lo referido a la
cuestión de las inversiones, ya que, como se podrá apreciar más adelante, la cantidad
invertida por el trust norteamericano en Bolivia desde su instalación resultó varias veces
inferior a lo estipulado en el contrato firmado con el Estado boliviano. Existe otra
cuestión que tampoco deja lugar a dudas: la parcialidad de los enunciados en los que

162
afirmaban basarse estas empresas para lograr el acuerdo. Si bien es cierto que la
competencia era tremenda y que esto afectaba en alguna medida las ganancias de cada
una de ellas, existían otros motivos, no expresados en la declaración preliminar, por los
cuales estos “Tres Grandes” se entrelazaron en turbias negociaciones. El principal de
ellos, inspirado por el temor que siempre asalta a los poderosos ante la perspectiva de
que sus ganancias se vean disminuidas, era que los nuevos descubrimientos de campos
petroleros en los Estados Unidos, en el Medio Oriente y la rápida expansión del petróleo
venezolano, amenazaban con una caída catastrófica de los precios (Almaráz, 1958). En
consecuencia, lo que el “Convenio de Achnacarry” hizo fue, por un lado, trazar la
política a seguir en materia de precios

“(...) dando el mismo valor a los productos cualquiera que fuese su lugar de origen; la producción
excedente se ‘encerraría’ evitando en todos los casos vender petróleo a un precio inferior al establecido
por el cartel. Como los costos de producción más altos correspondían al petróleo norteamericano, serían
los precios del Golfo de Texas los que regirían el precio mundial. Esta era una ventaja para los
productores británicos que obtendrían ganancias más elevadas vendiendo su petróleo barato del Medio
Oriente”. (Almaráz, 1958:41).

Por otra parte, y siendo la cuestión que más interesa para el presente trabajo, el
acuerdo significó, como sostiene Almaráz, la base para la formación del cartel mundial.
En el cuerpo del mismo se enumeran siete principios, de los cuales el primero es sin
dudas el más importante ya que aborda esta cuestión. El mismo hace referencia a la
aceptación, por parte de los grupos negociantes, de su actual volumen de negocios, el
cual serviría, además, como punto de referencia para el cálculo de futuros incrementos.
Tal como lo expresa Durand, este primer principio

“(...) es un verdadero acuerdo de cartel que comporta una repartición muy precisa de mercados; no solo
(sic) consagra las posiciones adquiridas por cada uno de los grupos, sino que aun las consolida, fijando
los porcentajes de acrecentamiento para el futuro”. (Durand, 1965:13).

Resulta llamativa la enorme capacidad de manipulación que estos tres grupos


empresarios tenían sobre los negocios del petróleo a escala global. Manejaban los
precios y el acceso a los mercados a conveniencia y sin necesidad de reparar en los
intereses de otras compañías o Estados, incluso sin incluirlos en las negociaciones y sin
consensuar nada con ellos. Se trataba, en verdad, de colosos de un poder
inconmensurable. Tal era su control del mercado y de las reservas de petróleo a escala
planetaria que tan sólo tres años después, en 1931, Kessler, dirigente de la Royal Dutch-

163
Shell, proponía nada menos que asegurarse un reparto mundial de la producción de
crudo. Sin embargo, tal tentativa no habría de prosperar. No obstante, el simple hecho
de haberlo pensado como una alternativa viable, ya habla a las claras de la capacidad de
dominio que estos grupos tenían sobre los negocios petroleros mundiales.
No es casual ni mucho menos que en 1931 se haya producido este intento por
parte de los principales trusts petroleros del mundo de repartirse la producción de
petróleo de un modo similar al que se habían repartido los mercados del mismo. Lo que
sucedió fue que se descubrió petróleo en un campo al este de Texas, que resultó ser un
verdadero gran lago de crudo de buena calidad.

“En una zona del este texano, que los geólogos habían descartado, fue encontrada la mayor reserva
petrolera de EEUU, a principios de 1931. La producción era tan brutal que las grandes compañías
esperaban que la presión de los pozos caería muy pronto. Pero no fue así. En agosto de 1931, la
producción de East Texas estaba por encima de un millón de barriles diarios: más de la mitad de la
producción estadounidense”. (Yergin, 1992).

Este hecho inauguró lo que Harvey O’Connor, en su obra ya citada, denominó


como “era actual del petróleo”. Esta denominación se debe a que, como el citado autor
afirma,

“La avalancha de petróleo barato a través de refinerías ‘cafeteras’ amenazó la estructura del precio,
erigida tan laboriosamente por los grandes. Casi cualquiera pudo -y lo hizo- perforar un pozo y sin
grandes gastos instalar una refinería para separar la gasolina del petróleo residual. La gasolina barata
fluyó en ciudades en las que los propietarios de automóviles, golpeados por la depresión, se alegraron de
economizar al usarla en sus carcachas, sin pensar en los nombres de las marcas”. (O’Connor, 1956:33).

Cabe destacar que, si bien los “Grandes” no consiguieron organizarse para


controlar ellos mismos la producción, lograron la colaboración suficiente para que sus
intereses no se siguieran viendo perjudicados por el constante desplome de los precios:
fiel a su nueva política de ayudar a sus grandes multinacionales, el Gobierno de los
Estados Unidos, antes de finales de 1931, a través de la Guardia Nacional y los Texas
Rangers, paralizaron la producción de los pozos.
Pues bien, este era el panorama petrolero internacional y la situación del
comercio y explotación del cotizado hidrocarburo a escala mundial en los años
inmediatamente anteriores al inicio del conflicto del Chaco. Lo que a continuación se
analizará, en la quinta parte, es la llegada concreta de la Standard Oil of New Jersey a

164
Bolivia y de la Royal Dutch-Shell al Paraguay y sus modus operandis en estos países en
los años previos a la Guerra del Chaco y durante el transcurso mismo del conflicto.

Parte V: La Standard Oil of New Jersey en Bolivia y la Royal Dutch-Shell en


Paraguay: crónica de una guerra anunciada (y premeditada)

“Allí, frente a los mapas que había diseñado, el general Baldrich69 mostró de
qué manera la Standard Oil había fijado sus reales en el territorio boliviano, y de qué
manera la Royal Dutch ejercía aquel dominio en el Paraguay y cómo tal distribución
de potencias e intereses encontrados permitía predecir que la peligrosa presencia de
estos dos enemigos, uno frente a otro a través de las fronteras, significaba a corto plazo
una segura guerra devastadora entre aquellas dos naciones hermanas”. (de la Vega,
citado en Larra, 1981:95-96).

Mucho se ha escrito y hablado respecto de la participación de las principales


firmas internacionales del petróleo en el conflicto entre paraguayos y bolivianos, pero
son pocos los autores que han encarado la cuestión a partir de análisis serios,
investigaciones profundas y opiniones fundadas. La gran mayoría destaca la incidencia
de los intereses petroleros en la Guerra del Chaco, pero se queda en apreciaciones
demasiado generales (y habitualmente sin fundamento), y persisten en realizar
acusaciones descalificadoras hacia las grandes empresas del sector que operaban en
Bolivia y en Paraguay, identificando en ellas a las principales causantes del conflicto. Y
esto suele darse por igual hacia ambos lados, es decir, tanto a la Standard Oil of New
Jersey como a la Royal Dutch-Shell se les imputa por igual la corresponsabilidad por lo
ocurrido en los años ’30 del siglo pasado entre nuestros vecinos y hermanos países. Sin
embargo, a la hora de investigar e hilar fino, se observa una total ausencia de pruebas,
documentos o tan siquiera análisis, que demuestren, por ejemplo, en qué consistió la
instigación que la compañía anglo-holandesa realizó desde el Paraguay, o cuáles fueron
sus políticas en dicho país, sus métodos de operaciones allí, etcétera.

69
El General argentino Alonso Baldrich fue uno de los más fervientes defensores de la nacionalización
del petróleo nacional en la campaña de fines de los años ’20. Mano derecha del General Mosconi, a quien
se hará referencia profusamente en el capítulo siguiente; fue, desde los estrados públicos, una de las
figuras más salientes en la historia de la defensa de los intereses petroleros nacionales y de la lucha en
nuestro país contra la dominación por parte de los trusts internacionales. Visionario como pocos, Baldrich
“(...) preanunció que las rivalidades imperialistas por las reservas de petróleo entrañaban un verdadero
peligro de guerra para América”. (Larra, 1981:95).

165
Por ello, en el presente apartado, se concederá escasa atención a la labor de la
Royal Dutch-Shell radicada en Asunción, no sólo por la falta de información y fuentes
confiables al respecto, sino también, como ya se mencionara, por los débiles o
inexistentes fundamentos esgrimidos por quienes acusan al consorcio anglo-holandés de
una activa participación en la cuestión. No obstante, no hay que dejar de señalar que, de
una u otra manera, la mayoría de los autores consultados la señalan como una de las
responsables de la escalada del conflicto. Desde aquí de modo alguno se intenta una
defensa de dicha empresa ni se niega su participación o responsabilidad en alguna de las
cuestiones mencionadas. Por el contrario, el hecho de que existiesen estrechos vínculos
entre la Argentina y Gran Bretaña, y que esta empresa, que operaba en el Paraguay,
fuese de propiedad anglo-holandesa, y en vistas del manifiesto apoyo de nuestro país a
la causa paraguaya durante el conflicto, no es ilógico pensar que durante el mismo se
procuró defender, tanto por parte de argentinos como de británicos, los intereses por ella
representados; lo cual ya la convierte de por sí en partícipe, pasiva o activa, de los
entretelones de la guerra, aunque sin implicar ello su participación directa y explícita
como prácticamente todos los autores sugieren.
Tan sólo un trabajo de los consultados apunta directa y casi exclusivamente a la
Royal Dutch-Shell como responsable principal del conflicto del Chaco, y esgrime algún
tipo de argumentación seria para avalar tal acusación; y para llevarla adelante le es
necesario a la autora remontarse incluso hasta la Guerra de la Triple Alianza. Se trata
del análisis realizado por la estadounidense Cynthia Rush, la cual escribe:

“Lo cierto de esta guerra vergonzosa, es que los mismos intereses financieros angloholandeses que
operaban en la región desde hacía 150 años usaron a las dos naciones más vulnerables como peones, para
apoderarse de las materias primas de la región -el petróleo del Chaco- y garantizar que nunca surgiera
algo parecido al Sistema Americano de economía política, que desafiara su libre comercio feudal. Su
salvaje guerra de la Triple Alianza de 1865-1870 -de Brasil, Argentina y Uruguay contra un Paraguay
próspero e industrializado-, daba fe de su empeño en nunca permitir que surgieran Estados nacionales
soberanos en la región. Para 1865 Paraguay se había convertido en una amenaza al Imperio Británico. El
Gobierno de Carlos Antonio López (1840-1860) y el de su hijo, Francisco Solano López, comprobaron el
éxito de las políticas proteccionistas identificadas con los Estados Unidos, y enfurecieron a los británicos
al no someterse al libre cambio y, en especial, a la libre navegación de sus ríos”. (Rush, 2005).

Es notoria la parcialidad de la autora en favor de su propio país a la hora de


abordar la cuestión, a la vez que no brinda ningún sustento a sus afirmaciones. No
obstante, no deja de ser un análisis interesante y una óptica a tener en cuenta en tanto

166
introduce variables habitualmente poco tenidas en cuenta por los autores clásicos que
trabajan en el tema, como aquella que hace referencia a la oposición por parte de Gran
Bretaña a que surgiera en estas latitudes algo parecido a lo que Rush denomina “Sistema
Americano de economía política”. Sin embargo, objetivamente, resulta difícil creer que
en algún momento de la historia el Paraguay haya sido visto como una real amenaza por
parte de Gran Bretaña, tal como sugiere la escritora. Ésta, no se contenta con los
cuestionamientos hasta aquí expuestos y profundiza su ataque:

“A estos depredadores financieros no les bastaba que el caos político y económico que siguió al fin de la
guerra desmembrara, despoblara y arruinara de forma tan terrible a Paraguay. Para mediados de los 1920
ya estaban azuzando un conflicto entre un Paraguay aún devastado y su vecino rico en recursos, Bolivia,
por la desolada región del Chaco boreal”. (Rush, 2005).

Luego de embestir frontalmente contra el consorcio anglo-holandés, y de


hacerlo, como se puede apreciar, a partir de adjetivos calificativos muy duros, la autora
incorpora por fin al análisis a los intereses norteamericanos, y reconoce su participación
en la preparación del terreno para el conflicto bélico, aunque sin dejar de atribuir la
principal culpabilidad, incluso por viejos litigios, a la Corona y el Estado británicos:

”En la región abundaban las disputas fronterizas y territoriales, y las tensiones políticas derivadas de
guerras previas auspiciadas por los británicos. Los carteles internacionales del petróleo y las armas, entre
ellos los dos que empujaron a Bolivia y Paraguay a la guerra, Standard Oil de la familia Rockefeller y
Royal Dutch Shell, se alistaban para la guerra mundial. Estos animaron a las dos naciones a solicitar
grandes préstamos y las ayudaron a comprar armas”. (Rush, 2005).

Pero otra vez Rush se centra en las críticas al accionar de la Royal Dutch-Shell:

“(...) cuando la Standard Oil descubrió petróleo en Sanandita en 1926, y en Camiri en 1927, cerca de la
región del Chaco en disputa, desencadenó una serie de sucesos que llevaron al estallido oficial de la
guerra unos años después. Del lado paraguayo operaba la Shell, a la que Paraguay le había cedido
derechos de perforación en la parte de la región del Chaco que reclamaba como suya. Poderosos intereses
bancarios y de las materias primas angloargentinos que habían entrado a Paraguay después de la guerra de
la Triple Alianza, esperaban sacar provecho político y económico de una región del Chaco bajo total
control paraguayo, y apoyaron a la Shell en fomentar el conflicto”. (Rush, 2005).

Resulta interesante destacar cómo Rush advierte, acertadamente, la fuerte


conexión existente entre los intereses argentinos y británicos en el Paraguay, los cuales
sin dudas eran mucho más confluyentes que contradictorios. Pero este vínculo, así como
la preponderancia de capitales argentinos en el Paraguay, y el modo en que esto

167
interfirió en el desarrollo de la guerra y las posturas de cada una de las partes en la
misma, es materia de análisis que no compete al capítulo actual. Por lo pronto, lo que
resulta útil señalar es que este análisis de la cuestión por parte de Cynthia Rush
constituye el único intento de explicación hallado, aunque un tanto parcial por cierto,
del por qué los intereses “anglo-holandeses”, como los describe la autora (y léase en
ello una referencia encubierta a la Royal Dutch-Shell), tenían motivos para intervenir
activamente en el conflicto entre Paraguay y Bolivia. Sin embargo, el cómo efectuaron
esa intervención en forma concreta, continúa sin ser suficientemente aclarado.
Una explicación plausible al hecho de que existan muy pocos (o ningún)
análisis profundo sobre los manejos de la Royal Dutch-Shell en Paraguay, podría ser la
escasa importancia, en términos económicos y en términos absolutos, de la producción
paraguaya de petróleo y del volumen presumido de sus reservas, menores que las de su
par del Altiplano, hecho por el cual no sólo reviste menor importancia la actuación de
una empresa petrolera en dicho territorio, sino que hace también menos escandaloso su
comportamiento, más allá de que este pudiera, eventualmente, ser tan o más fraudulento
o delictivo del que tuvo la Standard Oil of New Jersey en Bolivia.
Por el contrario, respecto a esta última y sus actividades en suelo boliviano, se
ha escrito mucho y con mayor documentación y explicaciones de carácter analítico, las
cuales refrendan las múltiples críticas que recibió la actuación del trust norteamericano
en América del Sur. Es por esa razón, principalmente, que lo que resta del presente
capítulo ha de centrarse casi con exclusividad en los manejos de dicha empresa en
Bolivia desde su radicación y hasta incluso más allá de la finalización de la Guerra del
Chaco, en la cual tuvo activa (y nefasta) participación. Dentro de ese pormenorizado
análisis, se concederá especial atención al trabajo de Sergio Almaráz, quien investigó a
fondo todo lo vinculado a los manejos de la firma norteamericana en su país, Bolivia.
Hechas estas aclaraciones iniciales y ya introducido el tema que se abordará en
las siguientes páginas, se comenzará el análisis concreto de la cuestión. Como se venía
mencionando, son muchos los autores que afirman que tanto la Standard Oil of New
Jersey como la Royal Dutch-Shell tuvieron una activa incidencia en los acontecimientos
acaecidos en el Chaco Boreal entre paraguayos y bolivianos. De hecho, la mayor parte
de los intelectuales coinciden en que la guerra fue apoyada desde el extranjero por
dichas multinacionales que se disputaban, no sólo la explotación de los yacimientos
petrolíferos, sino además (y no menos importante) su vía de salida fluvial. En ese
sentido, quien sería luego Presidente argentino, Arturo Frondizi, escribió:

168
“En primera línea aparecen las repúblicas de Bolivia y Paraguay, pero detrás de ellas están: de la primera,
la Standard Oil of New Jersey; detrás de la segunda, los intereses económicos generales del capital anglo-
argentino invertido en el Chaco Boreal (...) y los intereses especiales de la Royal Dutch-Shell”. (Frondizi,
1954:390).

Pero no sólo eso. Ambos países también fueron peones en el tablero de ajedrez
que constituía la pugna entre los intereses más generales entre británicos y
norteamericanos tanto a escala global como regional, así como del juego de poder de los
gendarmes regionales, Argentina y Brasil, cuya incidencia ya ha sido analizada en
capítulos previos. En este contexto, Bolivia y Paraguay lucharían, entre otras cosas y
quizás principalmente, por el petróleo. Los paraguayos eran el arma de la Royal Dutch-
Shell aliada a la Argentina. Los bolivianos, el arma de la Standard Oil of New Jersey,
que tuvo igualmente la ayuda del Brasil. Podría decirse, por tanto que detrás de cada
bando bélico, actuó la fuerza efectiva de un bando capitalista, estando la Royal Dutch-
Shell encubierta por la neutralidad activa y vigilante, favorable al Paraguay, de la
Argentina (Frondizi, 1954). Después de todo, si la guerra era ganada por Bolivia, con
ella ganaría el trust estadounidense, pero en caso contrario, serían los bolivianos, y no la
empresa, quienes la perderían. Idéntica lógica es aplicable para el caso del Paraguay. En
definitiva, serían bolivianos y paraguayos los que lucharían y morirían en combate.
Todo se precipitó cuando, entre 1927 y 1928, técnicos de la compañía
norteamericana descubrieron petróleo en la zona occidental del Chaco, en las
estribaciones de los Andes. Comenzó a sospecharse que los yacimientos se extendían
hacia el este, ya en territorio paraguayo (donde, como se ha dicho, los derechos de
exploración eran propiedad de la Royal Dutch-Shell). En ese contexto volvió a cobrar
importancia la cuestión de la salida al mar de Bolivia, dado que, de no contar con ella, la
única manera de exportar el crudo sería a través de Argentina. Pero si aquella contaba
con una salida (aun indirecta) al Atlántico, el control de la exportación del petróleo
quedaba en sus manos (y en las norteamericanas) en detrimento de los intereses
británicos y de sus aliados en el establishment argentino. Es esta una de las principales
motivaciones que determinó los alineamientos durante la guerra y que llevó a la
Argentina a participar tan activamente del conflicto a favor de los intereses paraguayos.
Por su parte, desde el propio Gobierno boliviano se veía la cuestión con
pesimismo, ya que consideraban que su petróleo tenía por salida natural el río Paraguay,
por lo que la explotación del hidrocarburo no podría reportar nunca grandes beneficios a

169
su país de mantenerse el estado de situación de aquel entonces, en tanto la producción
sólo podía ser allí envasada, mientras que la comercialización se efectuaría siempre e
inevitablemente en Buenos Aires, con lo que quedaría para la Argentina el grueso de las
ganancias. Además, el país del Plata se dedicaría siempre a bloquear su salida a través
de altos aranceles. Si se buscara como alternativa la evacuación de la producción por el
río Paraguay, la República del mismo nombre, detentadora de territorios bolivianos a
entender de la dirigencia del país andino, también le cerraría el paso.
Continuando con la cuestión central, otra opinión en el sentido que se venía
señalando respecto al rol jugado por las empresas multinacionales en el conflicto del
Chaco es la de Mario Rapoport, quien afirma que

“Existen diversas interpretaciones respecto de la guerra, que señalan justamente en su origen una disputa
de intereses petroleros de los Estados Unidos, a través de la Standard Oil y de Gran Bretaña, por medio de
la Royal Dutch Shell”. (Rapoport, 2009).

Mario Rodríguez, por su parte, se refiere a la cuestión en los siguientes términos:

“La propia Guerra del Chaco fue impulsada por intereses transnacionales. El petróleo fue el gran
detonante, la Royal Dutch Shell holandesa y la Standard Oil estadounidense eran las verdaderas litigantes.
La primera tenía el control del gobierno y de los contratos paraguayos, también contaba con la
complicidad de las élites locales. La segunda hacía lo mismo en Bolivia. Ambas empujaron (a) la guerra
(...) Una guerra con mucha herencia colonial e impulsada por esa otra forma de colonialismo llamada
empresa transnacional ”. (Rodríguez, 2009).

En consonancia con las opiniones vertidas por los autores citados, Poppe Inch
asevera que

“El Chaco no despertaba interés alguno entre los gobernantes bolivianos, los cuales se hallaban metidos
en asuntos ajenos al país. Fue hasta el descubrimiento de yacimientos petrolíferos en que la región
comenzó a cobrar importancia. En aquel entonces la empresa petrolera Royal Dutch Shell se encontraba
en Paraguay, la que no dudó en enfrentar a aquel país con Bolivia para obtener toda aquella región rica en
petróleo, aprovechándose de la creencia que los paraguayos tenían al creerse dueños de aquel territorio.
Es así que las tropas paraguayas invadieron territorio boliviano por intereses más que todo de
transnacionales. En Bolivia por su parte la Standard Oil Company fue quien también -motivada por sus
intereses ajenos a los de Bolivia- insito (sic) a la guerra”. (Poppe Inch, 2003).

Así lo describe Almaráz:

“Dos pueblos empobrecidos disputándose la propiedad de una riqueza que ya habían perdido varios años
antes. Dos pueblos manejados por titiriteros desde Nueva York y Londres”. (Almaráz, 1958:74).

170
En definitiva, el objetivo que ambas compañías perseguían, claro está, era el de
hacerse con los 80 mil kilómetros cuadrados de territorio del Chaco en que se podrían
encontrar hidrocarburos y que estaban en litigio entre Paraguay y Bolivia desde tiempos
remotos. Sin embargo, no todos los autores coinciden con estas apreciaciones. Uno de
los argumentos esgrimidos para afirmar el disenso con la teoría de la activa
participación de la Standard Oil of New Jersey y de la Royal Dutch-Shell en el
conflicto, es el hecho que, hasta 1934, el enfrentamiento en el Chaco se dio en un
escenario ubicado a gran distancia de los principales yacimientos. En ese sentido Crespo
va incluso más allá y señala que

“Algunos políticos lanzaron la acusación de que detrás de los ejércitos y de los gobiernos de Bolivia y
Paraguay estaban los intereses de la Standard Oil, que tenía concesiones en Bolivia, y la Dutch Shell
desde la perspectiva paraguaya. Los hechos demostraron el equívoco de esas apreciaciones. (...) En parte,
se luchó por la engañosa alucinación de un petróleo que no había. El petróleo estaba más atrás, estaba
cerca de las montañas, y el Paraguay quedó con el trauma de no haber llegado a ellas.” (Crespo,
1996:138-139).

Por su parte, el historiador norteamericano Matthew Hughes, si bien en un


principio reconoce que

“The role played by the oil industry in promoting and sustaining the conflict with (...) Standard Oil of
New Jersey and Royal Dutch-Shell clashing over the potential oil wealth of the Chaco, has prompted a
distinct and distracting strand of analysis of the Chaco War”. (Hughes, 2005:2).70

Luego, al emitir su opinión al respecto, afirma que

“In fact, there is little hard evidence available in company or government archives to support the theory
that oil companies had anything to do with causing the war or helping one side or the other during the
war”. (Hughes, 2005:2).71

Una última opinión en favor de esta hipótesis de la no culpabilidad de las


transnacionales petroleras es la de Sánchez Guzmán. Este autor boliviano sostiene que

“Mucho se ha escrito sobre ella (la Guerra del Chaco) y mentido mucho también, por razones de política
partidista las más de las veces. Falacias como: ‘la guerra causada por compañías petroleras’ (...) persisten

70
“El rol jugado por la industria del petróleo promoviendo y sosteniendo el conflicto con (...) la Standard
Oil of New Jersey y la Royal Dutch-Shell enfrentándose por la potencial riqueza petrolífera del Chaco, ha
dado lugar a distintas y distractivas líneas de análisis de la Guerra del Chaco”. (Traducción del autor).
71
“De hecho, hay muy poca evidencia disponible en los archivos de las compañías o de los gobiernos que
den sustento a la teoría de que las empresas petrolíferas tuvieron algo que ver como causantes de la guerra
o ayudando a una parte o la otra durante el conflicto”. (Traducción del autor).

171
hasta ahora junto a varios otros mitos; materializados en una grande y duplicada mancha negra en el
mapa, en la misma proporción que el complejo de inferioridad nacional. (...) el descubrimiento del
petróleo en la región (fue) ingrediente fatal para el cocido. Sin embargo, no fue ésta la causa primigenia
de la escalada del conflicto. (...) Por imperativo geopolítico, Bolivia necesitaba salir al río Paraguay, al
mismo tiempo que salvaguardar su patrimonio territorial; mientras que Paraguay necesitaba territorios y
mantener su supremacía en el río, cuya parte septentrional la consideraba como su tronco vital (la
meridional estaba bajo dominio argentino, que tampoco quería a Bolivia a orillas del curso de agua). Esos
eran los objetivos políticos entrecruzados de ambos rivales y, por tanto, fueron esas -y no otras- las
razones principales que llevaron a ambos países a la conflagración”. (Sánchez Guzmán, 2008).

Tal como apunta Sánchez Guzmán, intereses de tipo político y geoestratégico


también incidieron en el curso de los acontecimientos (y de hecho lo hicieron de modo
capital, como ha quedado demostrado en el primer capítulo de esta tesis), lo cual no
exceptúa a los trusts petroleros de haber tenido su cuota de participación, muy
importante por cierto, en la promoción del conflicto armado. Como puede apreciarse, el
debate en relación a la participación de las multinacionales del petróleo en el conflicto,
es amplio. Pero para despejar todo tipo de dudas al respecto, a continuación se
procederá al análisis minucioso de las actividades de la Standard Oil of New Jersey en
Bolivia, tras lo cual se intentará dar algún tipo de definición a la controversia suscitada.

Parte VI: Bolivia y la Standard Oil of New Jersey

“Hoy tenemos que buscar la manera de que el país conserve su independencia,


su libertad y su autonomía. No debemos alucinarnos con una sola empresa que tenga
en sus manos todo el oriente boliviano, que ha de traer como consecuencia la absorción
de la soberanía del país y la pérdida de su libertad.
Yo no soy enemigo de que vengan a Bolivia empresas extranjeras; lo que pido es
un riguroso control y que se evite que una sola empresa monopolice toda la industria
petrolera. El día que se consume una absorción por una sola empresa, estaremos
perdidos.
Bastan las anteriores reflexiones, para ver el gran peligro que hay en entregar
inmensos yacimientos a compañías yanquis, y lo que es peor, a una sola compañía,
pues, Bolivia puede perder algún día su independencia si no establece medidas de
previsión, las que deben ser estudiadas detenidamente por los hombres que hoy
manejan los grandes intereses del país. El elemento yanqui por lo general, no inspira

172
confianza a los latino-americanos. Es elemento absorbente y avasallador que tiende a
la conquista, primero económica y después política.
En nuestro país no faltan muchos completamente fascinados con el brillo de los
Estados Unidos, que no imaginan ningún progreso, sin confiar enteramente el suelo
boliviano a las explotaciones yankis (sic).
Esto hará ver el grande peligro que entraña para los países débiles, el
acaparamiento de extensiones de terrenos petrolíferos por empresas extranjeras que
tienen un casi absoluto dominio, sin que exista un poder capaz de obligarlas al
cumplimiento de las leyes o de las cláusulas de un contrato.
Después de que obtienen grandes concesiones alucinando con promesas
engañosas a los poderes públicos, se hacen arbitrarias, violan las condiciones del
contrato y llegan a imponer su férrea voluntad a los países débiles, que
candorosamente han sabido condescender en sus proposiciones.
Si acaso por desgracia, van a resultar estériles mis demostraciones y mis
esfuerzos para que no triunfen las desmesuradas pretensiones de la Standard Oil,
entonces podrá decirse más tarde que la Nación Boliviana está perdida”. (Discurso del
Senador boliviano Abel Iturralde en el Congreso de la Nación de Bolivia en el marco
del debate parlamentario de 1921 por la transferencia ilegal del contrato de la Richmond
Levering a la Standard Oil of New Jersey, citado en Almaráz, 1958:85-86).

Si se pretende realizar un análisis serio de las actividades de la Standard Oil of


New Jersey en Bolivia, debería partirse, lógicamente, de responder a la pregunta de
cómo la gran multinacional del petróleo norteamericano llegó a instalarse en dicho país.
Tal interrogante halla parcialmente su respuesta en páginas precedentes, donde se
explica de qué modo el mencionado trust petrolero se expandió por el mundo y llegó a
Sudamérica, contando con el apoyo del Departamento de Estado. La otra cuestión que
permite responder a la pregunta planteada se deduce analizando la situación imperante
en Bolivia, tema que también ya ha sido abordado en otro capítulo. No obstante, a lo
que se hace referencia es, más precisamente, a cómo era la situación del petróleo
boliviano en las décadas previas a la llegada de la Standard Oil of New Jersey, situación
ésta que, como se verá, colaboró en gran medida para que esto suceda.
Los comienzos de la explotación petrolífera en Bolivia datan del año 1895,
momento en que el preciado hidrocarburo fue descubierto en el subsuelo de ese país por

173
un científico local, un tal Ignacio Prudencio72. Al poco tiempo de conocerse la novedad,
se formaron numerosas entidades comerciales con capitales principalmente bolivianos y
chilenos. Sin embargo, tales empresas, estaban destinadas a la ruina y al fracaso, ya que,
debido a su reducida capacidad económica, no pudieron afrontar las múltiples
dificultades que planteaba la producción petrolífera en un país tan atrasado como
Bolivia: enormes distancias, malas comunicaciones, carencia de poblaciones humanas
cerca de las zonas explotables, falta de mano de obra calificada, etc. Ejemplos de este
tipo de fracasos nos los brinda Almaráz:

“Los primeros intentos y los más serios para explotar el petróleo, se realizaron entre 1916 y 1920. La
Farquardt, inglesa y la ‘Calacoto’, chilena, perforaron cuatro pozos (...) Ninguna de las perforaciones dio
resultado, debido a la deficiencia técnica del trabajo. (...) La Farquardt quebró. (...) Muchos años más
tarde, la compañía ‘Aguila Doble’ formada por capitales bolivianos, trató de efectuar perforaciones en
Cochabamba sin resultado alguno”. (Almaráz, 1958: 70).

El autor agrega también que estos fracasos no se dieron solamente por las
razones apuntadas, sino que, además, a través de sus agentes, ya la Standard Oil of New
Jersey estaba detrás de todos estos hechos, puesto que de ese modo le sería más fácil
apropiarse de los yacimientos bolivianos en el futuro (Almaráz, 1958). De esta manera,
ante las reiteradas tentativas fallidas, tanto de capitales nacionales como extranjeros no
norteamericanos, se abría una perspectiva alentadora para que empresas de los Estados
Unidos hicieran el intento. Es así como, a partir de 1920, el capital estadounidense
comienza a interesarse por el petróleo boliviano y obtiene concesiones a lo largo y
ancho del territorio del país del Altiplano, las cuales, habiendo sido otorgadas a
particulares entre 1910 y 1920, pasaron luego a poder de los capitalistas del norte. Por
otra parte, se hace necesario aclarar que el incremento de los intereses petroleros
norteamericanos en Bolivia se dio en un contexto de expansión general de las
inversiones estadounidense en dicho país.

“ ‘Los Estados Unidos tienen ahora probablemente mayores intereses que ningún otro país’, se dice en un
informe del Departamento de Comercio de los Estados Unidos. Se calcula que las inversiones
norteamericanas que hacia 1912 representaban unos 10 millones de dólares, a mediados de la década del
veinte habrían aumentado en diez veces. La influencia británica en el país, representando una inversión de

72
Es de destacar que la versión que al respecto presenta la Cámara Boliviana de Hidrocarburos difiere del
dato señalado. Según la misma, “Las primeras concesiones de petróleo en Bolivia datan de 1865 aunque
estas no tuvieron resultados prácticos. Gracias a las gestiones de un visionario empresario Luis Lavadenz
se perforó el primer pozo descubriendo petróleo en 1913, obteniendo una concesión de un millón de
hectáreas para la exploración de petróleo”. (Cámara Boliviana de Hidrocarburos, 2007).

174
unos 30 millones de dólares en los ferrocarriles y la industria minera, es desplazada por la creciente
influencia del capital norteamericano”. (Almaráz, 1958:73).

Se advierte aquí, una vez más, la tradicional puja entre los intereses británicos y
norteamericanos que, por aquellos años, caracterizaba las relaciones políticas y
económicas mundiales. No es de extrañar, por tanto, que los británicos, resentidos por
su gradual expulsión del territorio boliviano (y, como se verá más adelante,
puntualmente de sus intereses petroleros también en el país del Altiplano), hayan
intentado recuperar parte del terreno perdido, en Sudamérica en general, y en la propia
Bolivia en particular, maniobrando desde el Paraguay.
En capítulos anteriores se ha analizado con detenimiento la relación de
dominación, en todos los ámbitos, existente entre los Estados Unidos y Bolivia durante
el periodo al que se está haciendo referencia. Baste con echar un vistazo a ello para
comprender cuál era la realidad que vivía nuestra hermana República, la cual, a partir
por ejemplo de un empréstito solicitado al país del norte, veía su economía, y su vida
como Nación soberana e independiente, cada vez más comprometida, y amarrados sus
destinos a la voluntad del Gobierno norteamericano. Una sola y breve afirmación de
Almaráz es más que suficiente para caracterizar cómo era la realidad de aquel entonces:

“Lo único que falta en esos días para que la situación de Bolivia sea la misma de Nicaragua y otros países
centroamericanos, es la presencia de la infantería de marina”. (Almaráz, 1958:73).

El comentario resulta por demás elocuente. En este marco claramente descripto


es que una empresa petrolera norteamericana de pequeña a mediana envergadura, la
Richmond, Levering and Co. of New York (Richmond Levering de aquí en más)
solicitó, a principios de 1920, una concesión de tierras para realizar exploraciones.
Como la legislación boliviana vigente en ese entonces prohibía nuevas adjudicaciones
de terrenos para explotación a capitales privados, debido a un giro operado bajo el
Gobierno de Montes, quien de ese modo, en 1916, había decidido poner fin a la
expoliación masiva de los recursos naturales del país; el nuevo Gobierno se apresuró a
dictar una nueva ley, la cual autorizaba ahora al Estado boliviano a otorgar concesiones
por un periodo de hasta 66 años y en las extensiones de territorio que juzgase
conveniente, a fin de poder dar curso a la solicitud de la empresa norteamericana. De
esta manera, el 28 de febrero de 1920, apenas cuatro días después de aprobada la ley
(por lo visto los Gobiernos de aquél entonces ni siquiera se esmeraban en disimular
veladamente sus pérfidas intenciones), se firmó el contrato con la empresa Richmond

175
Levering (Almaráz, 1958)73. Las características de la concesión son poco menos que
vergonzosas para una Nación independiente. El detalle de la misma sirve como ejemplo
de lo que significa estar sometido a la más cruda dependencia:

“Se le concedía el derecho de explorar 3 millones de hectáreas en los departamentos de Santa Cruz,
Chuquisaca y Tarija, para ubicar un millón de hectáreas (…). La concesión fue otorgada por 50 años (...)
La empresa estaba eximida del pago de impuestos por todo el tiempo que durase la concesión, ‘excepción
hecha del impuesto que grava la utilidad de las compañías o empresas mineras con carácter general’. Otra
extraordinaria prerrogativa fue el llamado ‘privilegio de zona’, consistente en la posesión de 50
kilómetros74 de tierra a cada lado del eje de los oleoductos que construyese; de este modo se evitaba toda
forma de competencia en el transporte pudiendo la empresa negar el paso de oleoductos que no fuesen
suyos. Todos estos privilegios fueron establecidos a cambio de pagar al Estado unos centavos por
concepto de patentes, una participación de 15% sobre el producto bruto y la promesa de invertir diez
millones de dólares”. (Almaráz, 1958: 75-76).

Las condiciones del contrato, como se observa, eran abusivas, y para completar
el cuadro, Almaráz afirma que la empresa, para obtener la concesión, empleó
procedimientos ilícitos, exhibiendo un certificado falso sobre su solvencia, el cual le fue
otorgado por la casa bancaria Gutiérrez Guerra, cuyos propietarios eran nada menos que
el Presidente de la Nación y otros dirigentes del Partido Liberal (Almaráz, 1958).
Evidentemente, la clase dirigente boliviana de aquella época carecía, no sólo de
escrúpulos, sino también de patriotismo, lo cual es trágica y decididamente peor para la
salud de cualquier país, sea este rico o pobre, desarrollado o subdesarrollado.
En fin, lo cierto es que poco tiempo después de haber obtenido la concesión, la
empresa petrolera norteamericana solicitó al Estado de Bolivia la modificación de
algunas cláusulas del contrato, teniendo en cuenta, entre otras cosas, que la explotación
del petróleo boliviano demandaría una mayor inversión de la inicialmente proyectada,
principalmente por la inaccesibilidad y lo accidentado del terreno, además de algunas de
las dificultades al principio mencionadas que llevaron a la quiebra de muchas empresas
locales o extranjeras que se habían aventurado a la explotación del hidrocarburo por
aquellas tierras. Huelga decir que la Richmond Levering obtuvo la modificación de la
concesión. Lo que no está de más señalar es que detrás de tal pretensión se movía nada

73
Una vez más, en este caso, la versión de la Cámara Boliviana de Hidrocarburos sostiene una tesis
diferente. La misma, siguiendo coherentemente con sus afirmaciones iniciales, asevera que no fue el
Estado boliviano el que firmó el contrato con la petrolera norteamericana, sino que “Levadenz (sic)
vendió sus intereses y concesiones a la empresa Richmond Levering Company de Nueva Cork (sic) en
1920”. (Cámara Boliviana de Hidrocarburos, 2007).
74
La cursiva es mía.

176
más ni nada menos que la omnipresente Standard Oil of New Jersey. Todo estaba
digitado desde un principio. La Richmond Levering había actuado a modo de testaferro
de la colosal multinacional del petróleo, la cual, el 25 de julio de 1922, adquirió en
Nueva York el millón de hectáreas de su par norteamericana. Las cartas empezaban a
mostrarse, por fin. Así cubría la noticia la prensa norteamericana:

“Organization of the Standard Oil Company of Bolivia, with $5,000,000 capitalization, formed by the
Standard Oil Company of New Jersey, has been announced. This company, it is understood, will develop
and operate oil fields in that country. Some time ago it was reported that the Standard of New Jersey had
acquired concessions in Bolivia from the Braden and Levering interest. (...) (which) are said to be about
7,400,000 acres75 of wich 5,000,000 acres are in the name of the former and 2,400,000 acres are name of
the latter. Inmediate development of the acreage is expected”. (The New York Times, 15 de noviembre de
1921).76

De más está decir que el esperado “desarrollo inmediato de la extensión” no fue


tal. Respecto a la posesión de tierras petroleras en Bolivia por parte de los Braden, la
cuestión será abordada en los párrafos siguientes. Por lo pronto, lo que puede aseverarse
es que, a la luz de los hechos, no resulta extraño el proceder de la Richmond Levering al
momento de firmar ilegalmente el contrato con el Estado boliviano, ni de hacerse con el
monopolio del transporte del hidrocarburo vía oleoductos, pues estos constituían, como
ya se ha indicado, procedimientos típicos de la Standard Oil y de su sucesora, la
Standard Oil of New Jersey. Una vez realizada la transferencia, poco hizo el Estado
boliviano por oponerse al desenvolvimiento de las actividades de la Standard Oil of
New Jersey en su territorio. Esto se debió, en parte, a que la clase dirigente de la época
estaba persuadida de la incapacidad del país para aprovechar la riqueza de su subsuelo.
Así lo explicaba el entonces Presidente boliviano Bautista Saavedra:

“Mientras no se entregase esta explotación a una compañía poderosa que tuviese no sólo los capitales
indispensables para emprender con éxito tal empeño, en un país mediterráneo y sin vías de comunicación
como el nuestro, sino también la capacidad y la experiencia industrial necesarias en este género de
trabajos, no podríamos palpar un beneficio práctico para la Nación en orden a uno de sus mejores
productos”. (Saavedra, citado en Almaráz, 1958:84).

75
7.400.000 acres equivalen exactamente a 29.947,39 kilómetros cuadrados.
76
“La organización de la Standard Oil Company of Bolivia, con una capitalización de $5.000.000,
constituida por la Standard Oil Company of New Jersey, ha sido anunciada. Esta compañía, es sabido, va
a explotar y operar campos petrolíferos en ese país. Algún tiempo atrás se informó que la Standard of
New Jersey había adquirido concesiones en Bolivia de los intereses Braden y Levering. (...) (las que) son
de aproximadamente 7.400.000 acres, de los cuales 5.000.000 están a nombre del primero y 2.400.000 a
nombre del segundo. Se espera el inmediato desarrollo de la extensión”. (Traducción del autor-ver cita
75).

177
Es de subrayar, no sólo la mentalidad escandalosamente entreguista y
escasamente emprendedora que se había adueñado de los gobernantes de la época, sino
también la importancia y preocupación concedida por los mismos al carácter
mediterráneo de su país. Así, como señala Rush, ahora analizando la cuestión desde un
punto de vista un tanto más objetivo,

“Tras sus hallazgos petroleros, la Standard Oil instigó a los bolivianos a buscar una salida al Atlántico,
pues la empresa petrolera también la necesitaba para exportar el petróleo crudo. La Shell se las ingenió
para evitar que la Standard Oil exportara vía Argentina, así que los intereses Rockefeller presionaron a los
bolivianos para penetrar más hacia el este, en la región del Chaco. Desesperada por dinero para comprar
armas y pagar deuda, Bolivia aceptó, ansiosa de que la Standard Oil perforara más pozos”. (Rush, 2005).

El General Baldrich, por su parte, se jacta de haberlo advertido a tiempo:

“Ya entonces en 1928, decíamos que este petróleo de Bolivia necesitaba salida, y que ello planteaba un
grave problema que no consistía solamente en evitar el conflicto armado entre nuestros vecinos, sino en la
llegada limítrofe de Bolivia al río Paraguay, traducido en la vecindad de los Estados Unidos, petrolíferos
imperialistas (...) Si los representantes de Bolivia y el Paraguay no pueden llegar a la solución que todos,
noble y cuerdamente anhelábamos, es porque la Standard Oil interviene subrepticiamente con su
influencia, ejerciendo presión en defensa de las vastas concesiones dada (sic) por Bolivia”. (Baldrich,
citado en Larra, 1981:97).

De esta manera, la Standard Oil of New Jersey llegaba a Bolivia y comenzaba su


campaña pro-bélica. Con el correr del tiempo, el inmenso poder e influencia de la
compañía estadounidense se dejaría sentir más y más. Tal es así que al momento de
discutirse la transferencia en el Congreso, aparecieron artículos en los periódicos que,
seguramente dinero mediante, defendían apasionadamente los intereses del grupo
petrolero. Desde la vereda de enfrente, aludiendo a esta situación, uno de los más
acérrimos defensores de la no privatización indiscriminada de los hidrocarburos, el
Senador Abel Iturralde, advertía premonitoriamente:

“Los manejos que ya se advierten en favor de la Standard, la inclinación que manifiestan por ella dos o
tres diarios, y hasta el silencio de otros, son signos de la influencia que empieza a desplegar esa
compañía, influencia que irá creciendo, como en otros países, hasta convertirse en un factor poderoso en
la administración y en la política misma”. (Iturralde, citado en Almaráz, 1958:85).

Pero como acertadamente advierte el propio Almaráz,

“(...) este sólo fue el primer paso de la Standard Oil en Bolivia. Al amparo de la legislación anterior a
1916, se habían efectuado numerosas concesiones a personas particulares, muchas de las cuales se

178
agruparon en empresas que nunca llegaron a perforar un pozo. (...) Estas concesiones que no tenían otro
objeto que el de especular, fueron a parar a manos del norteamericano Braden77. (...) (quien aunque) se
había comprometido ante una comisión del Congreso a no transferir, vendió sus terrenos a la Standard en
más de 3 millones de dólares en una operación efectuada en Chile (...) Richmond Levering y Braden
actuaron como agentes de la Standard Oil. La Standard Oil con estas dos compras quedó dueña de
3.145.000 hectáreas. Pero no paró ahí el acaparamiento: continuó comprando antiguos títulos de
propiedad y hacia 1926 poseía todo un imperio, alrededor de 7 millones de hectáreas”. (Almaráz, 1958:
80-81).

Dos cuestiones de las apuntadas por Almaráz resaltan por su importancia y


merecen aunque más no sea un breve análisis. Una de ellas es la importancia e
influencia que la familia Braden tenía en el petróleo boliviano y cómo esto fue
determinante a la hora de lograr la Standard Oil beneficiarse de la situación. Pero la
cosa no queda ahí, ya que, más allá de la notoria participación que aun les aguardaba a
los Braden en la resolución del conflicto del Chaco años más tarde, su influencia en el
desarrollo de todos estos acontecimientos fue clave. Corroborando lo dicho por
Almaráz, pero yendo aun más allá, Rapoport, al referirse a quien sería Embajador en la
Argentina años más tarde, afirma que tenía fuertes intereses en la región.

“Estaba relacionado directamente con la creación de la Standard Oil of Bolivia, ya que parte de los
territorios de la compañía fundada en 1921 pertenecían a William Braden, su padre. Algunas versiones
sostienen que este último incluso había insinuado al presidente boliviano Daniel Salamanca la posibilidad
de obtener armas y créditos para apoderarse militarmente del Chaco paraguayo”. (Rapoport, 2009).

De ser esto así, las intenciones de Bolivia de apoderarse efectivamente de la


región del Chaco vendrían desde varios años antes de 1932, momento de la iniciación
del conflicto y, lo que es más importante aun, se estaría confirmando la influencia
directa de los Estados Unidos (o al menos de algunos de sus capitalistas, empresas o
personajes más importantes) en que esas intenciones adquirieran visos de realidad y se
pensara, por parte de la alta dirigencia boliviana, en la posibilidad concreta de llevarlas
a cabo, a sabiendas que contaban con la anuencia del país del norte para hacerlo.
Por otra parte, Cynthia Rush también aporta su análisis respecto a los intereses
de los Braden en Bolivia, aunque resulta difícil de creer y de comprobar la última de sus
afirmaciones:

77
El autor se refiere a William Braden, quien no sólo años más tarde formó parte del directorio de la
Standard Oil of New Jersey, sino que además era padre de Spruille, el cual sería Embajador en nuestro
país en los años del primer peronismo. Este último participaría, además, en las negociaciones de paz por
la Guerra del Chaco como enviado norteamericano a la Conferencia de Paz realizada en Buenos Aires en
1936.

179
“(...) parte de sus propiedades (se refiere a la Standard Oil of New Jersey) vinieron de William Braden, el
magnate minero de Wall Street con sede en Chile que le (sic) había comprado tierras bolivianas ricas en
petróleo a inversionistas chilenos. El hijo de Braden, Spruille, en su calidad de funcionario del
Departamento de Estado en los 1930 y 1940, se esforzó por sabotear la política del ‘Buen Vecino’ de
Franklin D. Roosevelt a nombre de los intereses financieros angloamericanos que su familia representaba.
Los historiadores bolivianos lo identifican como un agente de la Standard Oil, cuyos padrinos en Wall
Street tenían la esperanza de crear un Estado ‘independiente’ del Chaco”. (Rush, 2005).

Desde luego, la autora no presenta ninguna evidencia al respecto, aunque


tratándose de la Standard Oil of New Jersey, todo es posible.
La otra cuestión digna de análisis a la cual se hacía referencia es, claro está, la
cada vez mayor (y desmesurada) envergadura que la Standard Oil of New Jersey iba
adquiriendo gradual y fraudulentamente en Bolivia. Entre otras cosas, y como “daño
colateral”, por llamarlo de alguna manera, de esa situación, tuvo lugar en el país del
Altiplano el surgimiento de un mercado especulativo sin precedentes. Muchos
capitalistas bolivianos solicitaron concesiones con el único interés de venderlas
posteriormente a empresas extranjeras. Pero está claro que no fue ese el principal
perjuicio para Bolivia de la instalación de la Standard Oil of New Jersey en su territorio.
Los métodos empleados por la firma norteamericana, como era de preverse, no fueron
precisamente “limpios”. A menudo, esta empresa, a fin de obtener mayores privilegios,
exageraba las dificultades para la extracción del petróleo boliviano, o preparaba
informes falsos al respecto. De esta manera es que, ante la fragilidad del Gobierno de
Bolivia, la Standard Oil of New Jersey efectivamente obtuvo nuevas ventajas, mayores
incluso que las contenidas en el primer contrato. Logró, entre otras cosas, que los
derechos del Estado boliviano en cuanto a la explotación de su propio petróleo se vieran
aun más limitados, y, aduciendo la falta de mapas, consiguió que se le reconociera el
derecho a explorar otros 4 millones de hectáreas (Almaráz, 1958). Además,

“El convenio original establecía una duración de 50 años, en el nuevo este término fue fijado en 55 años a
contar desde la conclusión del período de exploración que debía durar sólo dos años. La compañía tendría
57 años de término para operar en Bolivia, siempre que respetara el término de dos años para el trabajo de
exploración al cabo de los cuales debía iniciar la producción. Pero diez años más tarde seguía alegando
que no había ingresado en el período de explotación, con lo que prolongaba arbitrariamente el plazo de la
concesión”. (Almaráz, 1958:82).

Sin embargo, el referido a los plazos de explotación no fue el único


incumplimiento por parte de la compañía estadounidense. Almaráz completa el cuadro

180
anteriormente descripto haciendo referencia a que si bien una de las cláusulas del
contrato establecía que, una vez iniciado el periodo de explotación, la empresa estaba
obligada a perforar un pozo cada 50 mil hectáreas y a producir dos millones de barriles
anuales de petróleo; tales exigencias jamás fueron observadas. De más está decir que las
multas con las que estaban penadas estas infracciones nunca fueron aplicadas (Almaráz,
1958). La violación del contrato, por tanto, fue de doble vía: en lo que respecta a los
plazos del acuerdo, pero también en los términos del mismo.
A esta altura es lógico preguntarse: ¿por qué tanto empeño por parte de la
Standard Oil of New Jersey en negar haber ingresado en la etapa de producción? ¿Era
esto realmente cierto? En ese caso, ¿qué objetivo perseguía la empresa al instalarse en
Bolivia si no era el de producir?. Por una parte está claro que, mientras la empresa
negase haber ingresado en la etapa de producción, más tiempo duraría la concesión de
acuerdo a lo establecido por el contrato. A su vez, es posible deducir que el pago de
impuestos, ya de por sí irrisorio, sería aun más bajo mientras se transitara la etapa de
exploración. Pero existe una razón que es incluso más contundente que todas las antes
mencionadas, y se trata de la estrategia internacional de la empresa estadounidense.
Cuando la Standard Oil of New Jersey decide establecerse en Bolivia no lo hace con el
objetivo principal de producir, sino que, fiel a la nueva lógica imperante en los Estados
Unidos tras la Primera Guerra Mundial y luego de comprobar el éxito de la Royal
Dutch-Shell siguiendo esta política; lo que la gran multinacional del petróleo buscaba
era dominar la mayor cantidad posible de yacimientos alrededor del globo a fin de
mantenerlos formando parte de su reserva mundial. Por ello es que, durante los 15 años
en que la empresa operó en Bolivia, si bien se efectuaron perforaciones, se lo hizo casi
exclusivamente para conocer la capacidad productiva de los pozos, sin intención
inmediata de explotarlos mientras no sobreviniera algún imprevisto que impidiera surtir
los mercados latinoamericanos y/o europeos con sus fuentes ordinarias de producción.
De esta manera, entre 1922 y 1937, la Standard Oil of New Jersey apenas invirtió 17
millones de dólares en suelo boliviano, perforando tan sólo 14 pozos productivos
(Almaráz, 1958). Y por si todo esto no fuese suficiente, en relación al primer pozo
productivo, el de Bermejo, descubierto recién en 1924, el trust

“(...) decidió no informar al gobierno y exportar el producto sin pagar impuestos. Seis años estuvo la
empresa exportando petróleo desde Bermejo hasta Argentina, para lo que sólo necesitaba cruzar el río del
mismo nombre. El Estado boliviano reclamó, pero la empresa terminó enjuiciando al gobierno por
pretender cobrarle impuestos”. (Vacaflor, 2004).

181
La exportación clandestina fue denunciada recién en 1934 por dos Diputados
argentinos. Los personeros de la Standard Oil of New Jersey en Bolivia y Argentina
trataron de justificar su proceder admitiendo esta exportación encubierta, pero bajo el
pretexto de que era necesario cooperar con los trabajos que la empresa efectuaba en el
norte argentino, aduciendo que se lo hacía del mismo modo en que los campamentos
ubicados del lado argentino, en Agua Blanca, proporcionaban a los de Bermejo todo
tipo de maquinarias y enseres como acto de “buena vecindad” a causa de las dificultades
de acceso al terreno. En resumidas cuentas, lo cierto es que durante seis años se hizo
pasar como argentina una producción genuinamente boliviana. Por supuesto, las cifras
referidas a esta exportación clandestina que proporcionó el trust norteamericano eran
completamente falsas, muy por debajo de la cantidad verdaderamente “exportada”.
Según cálculos de diversos Legisladores y figuras de la política boliviana de la
época, las defraudaciones que sufrió el fisco por parte de la Standard Oil of New Jersey,
en concepto de patentes impagas y de exportaciones clandestinas, ascienden a unos 85
millones de bolivianos, debiendo añadirse a esta cifra 32 millones gastados por Bolivia
en la importación de combustibles desde el Perú, entre 1925 y 1933 (Almaráz, 1958).
Para culminar el análisis referido a la modificación del contrato, cabe señalar
que se añadió una disposición que establecía que los asuntos que fuesen materia de
arbitraje, a causa de algún tipo de controversia, serían sometidos a consideración de la
Sociedad Geológica de Londres. Este dato es, por un lado, curioso, ya que a través del
mismo la Standard Oil of New Jersey brindó una herramienta de intervención a sus
archirrivales británicos en los asuntos petroleros de Bolivia; pero, por otra parte,
constituye un hecho sumamente peligroso, pues se trataba nada menos que de una
evidente limitación a la potestad de la justicia boliviana, a la vez que un grave
antecedente para el libre ejercicio del derecho de soberanía (Almaráz, 1958).
Como se advierte, la empresa trasladó a Bolivia todas las artimañas que la
habían ayudado a imponerse en los Estados Unidos, con el agregado de que en un país
como Bolivia, la debilidad del Estado y el sometimiento del mismo a los dictados del
propio país de donde provenía la gran multinacional, le facilitaban enormemente su
tarea. Desde luego, en estas circunstancias, poco podía preocuparle a una firma
internacional tan importante como la Standard Oil of New Jersey, que el origen de su
dominio en el país fuera ilegal. La necesidad de incorporar los yacimientos petrolíferos

182
bolivianos a sus reservas se imponía a cualquier tipo de consideración moral, a las
cuales el trust norteamericano no estaba precisamente acostumbrado.
Hasta tal punto se puede dar cuenta de esta situación que el Gobierno del país
del Altiplano tenía razones fundadas para dudar incluso de la rectitud de sus propios
magistrados de la Corte Suprema en caso de litigio78, ya que, por ejemplo, cuando el
Gobierno boliviano intentó obligar a la empresa estadounidense a pagar las patentes de
producción una vez transcurridos los dos años establecidos por el contrato,
amenazándola con recurrir a la Corte Suprema de Justicia, los representantes de la
Standard Oil of New Jersey en Bolivia dijeron estar seguros de ganar el eventual pleito,
ya que contaban con los medios necesarios para corromper a los magistrados, de
acuerdo a lo denunciado años más tarde por el Fiscal General de la República.
Para constatar la extrema influencia con que contaba la Standard Oil of New
Jersey en Bolivia, basta el siguiente fragmento de la obra de Almaráz:

“(...) cuando las oficinas de la compañía fueron allanadas a consecuencia de la nacionalización, se cuenta
que se encontraron papeles en blanco de la correspondencia oficial del Palacio de Gobierno y del
Ministerio de Industria, en los que, presumiblemente, se redactaban proyectos de resoluciones y otros
documentos oficiales”. (Almaráz, 1958:92).

Después de leer el párrafo anterior, sin dudas, sobran las palabras. Pues no
solamente sirve para comprobar el grado de sometimiento al que había llegado el
Gobierno boliviano, sino que también da cuenta, una vez más, de los métodos que el
trust norteamericano implementaba en ese país, es decir, los mismos métodos
bandidescos que la habían hecho ya célebre en todo el mundo, tales como la coacción
económica, la corrupción de funcionarios o la presión política. Claros ejemplos de dicha
coacción económica fueron el préstamo que la Standard Oil of New Jersey otorgó al
Estado boliviano (cobrando los debidos intereses, por supuesto), en 1928, a cambio de
que el entonces Presidente Hernando Siles emitiera una resolución suprema declarando
que hasta ese momento la empresa había cumplido con todos sus compromisos; u otro
préstamo, en este caso percibido por el Presidente Bautista Saavedra quien, como
contraprestación del mismo, se comprometió ante la firma estadounidense a que ningún

78
Era éste el único caso en que las autoridades judiciales bolivianas tenían el derecho de intervenir, ya
que, como se ha mencionado anteriormente, de surgir cualquier otro tipo de controversia debía recurrirse
al veredicto de la Sociedad Geológica de Londres.

183
nuevo pedimento de terrenos petrolíferos pudiera ser concedido por el Gobierno, en lo
sucesivo, sin que la Standard Oil of New Jersey diese su conformidad. Humillante.
De esta manera, gradualmente, nos acercamos a la fecha de iniciación de las
hostilidades entre paraguayos y bolivianos. En el medio, claro está, se suscitaron
diversas alternativas que contribuyeron a profundizar el dominio de la Standard Oil of
New Jersey en Bolivia respecto a los intereses del capital anglo-holandés representados
por la Royal Dutch-Shell. De hecho, en 1927, esta última firma fue desalojada de
Bolivia por su acérrima competidora norteamericana, instalándose ya formalmente un
evidente monopolio del trust norteamericano en territorio boliviano. Bolivia, convertida
de esta manera en un virtual feudo de la Standard Oil of New Jersey, no ofrecía ya
oportunidades para el capital inglés. Así se ponía fin a la presencia británica en una zona
que históricamente la había tenido como importante protagonista. Del siguiente modo
resume Almaráz la participación de los británicos en la historia del petróleo boliviano:

“Los ingleses lucharon vivamente por asegurarse concesiones en Bolivia. Quebraron con la Farquardt
antes de 1920. Trataron de adquirir inútilmente las propiedades de Braden y Jacobo Backus. ‘Fueron los
ingleses -sostiene Natalicio J. Gonzáles- los primeros en apercibirse de la existencia de yacimientos
petrolíferos en el Chaco; existen en la cancillería asuncena (sic) documentos que así lo prueban. Ellos
estuvieron detrás de la revolución liberal del año 12, cuyo resultado fue la entrega pacífica a Bolivia de
150.000 km2 de territorio paraguayo, codiciado por la riqueza de su subsuelo en hidrocarburos. Bolivia
fue teatro por algunos años de una lucha invisible entre dos rivales poderosos’ ”. (Almaráz, 1958:107).

Y esa “lucha invisible”, que culminaba con la contundente victoria de la


Standard Oil of New Jersey tras la expulsión de la Royal Dutch-Shell del territorio
boliviano en 1927, daba paso al inicio de una batalla entre las mismas empresas rivales,
pero ahora en la arena internacional: la guerra entre Bolivia y Paraguay estaba cada vez
más cerca. Sin embargo, luego del desalojo del consorcio anglo-holandés de tierras
bolivianas y de un nuevo impulso a su posición de preeminencia en el país del
Altiplano, la empresa estadounidense se halló poco menos que aislada, teniendo en
cuenta las maniobras realizadas por los británicos desde el Paraguay y la Argentina
(estableciendo altos derechos protectores al petróleo boliviano, negando el tendido de
oleoductos, etc.). Así pues, la situación de la Standard Oil of New Jersey en Bolivia era
en extremo vulnerable, aun pese a su dominio absoluto allí, ya que encontraba todos los
caminos cerrados, no sólo para la evacuación de su producción, sino también para hacer
llegar a Bolivia sus equipos y materiales de trabajo.

184
Esta situación, fomentó que, a través de un apoyo encubierto del Departamento
de Estado, los Estados Unidos y la Standard Oil of New Jersey estimularan a Bolivia en
sus pretensiones en el Chaco, que eran a la vez las suyas, pues con una victoria
boliviana en un eventual conflicto se abriría para la citada empresa una explotación a
mayor escala y la posibilidad de asegurar salida propia a sus productos por el río
Paraguay. A todo este contexto vino a sumarse, como ya se apreciará luego, la defensa
del interés nacional y petrolero argentino que coincidió temporal (y no casualmente) con
los objetivos del capital británico, en tanto y en cuanto el enemigo común estaba
representado para ambos por la Standard Oil of New Jersey. He aquí las bases de un
conflicto entre potencias imperialistas rivales, tanto a nivel estatal como privado-
empresarial, al que se vieron arrastradas las hermanas Repúblicas del Paraguay y de
Bolivia. Así explica esta complicada maraña de intereses, en su libro Petróleo y
política79, Arturo Frondizi:

“La negativa argentina en 1929 a permitir la construcción de un oleoducto que pudiera llevar el petróleo
boliviano de la Standard Oil a encontrar una salida atlántica; la perspectiva de perder parte de sus
concesiones en el Chaco por causa del litigio fronterizo; y la circunstancia de que en el Chaco Paraguayo
operara la Unión Oil Co. subsidiaria de la Royal Dutch Shell que junto con la Stand Co. con concesiones
también en Bolivia, poseía casi todo el llamado Chaco Boreal (haciendo parte algunas firmas argentinas),
movilizaron a la Standard Oil a buscar una salida al petróleo de sus concesiones por el río Paraguay y a
realizar acciones que aseguraran su preeminencia definitiva en esa región. (...) La penetración
norteamericana en el Chaco a través de un probable triunfo boliviano, ponía en peligro las posiciones
económicas que el capital anglo-argentino (además del petróleo inglés) tenía en esa región. Se agregaba
así, un nuevo elemento económicopolítico a la disputa fronteriza que Paraguay y Bolivia mantenían sobre
la aplicación del ‘uti-possidetis’ al Chaco Boreal”. (Frondizi, 1954:389).

De esta manera es como se llega al año 1932, momento en que comienzan las
hostilidades que desembocarán en una guerra abierta entre Paraguay y Bolivia. Como se
viene insinuando, el papel jugado por la Standard Oil of New Jersey en el transcurso de
la misma fue por demás activo. En líneas generales, los autores que se han dedicado a
analizar la temática coinciden en destacar la traición que la firma norteamericana
perpetró contra los intereses de su anfitrión sudamericano. Como se viene señalando, las
defraudaciones de esta empresa en perjuicio del Estado boliviano se iniciaron desde un
comienzo, desde su misma instalación en el país, y se prolongarían aun en la antesala

79
Frondizi, Arturo (1954) “Petróleo y política”, Raigal, Buenos Aires.

185
del conflicto armado. Tanto es así que, según afirma la mismísima Cámara Boliviana de
Hidrocarburos, la Standard Oil of New Jersey

“A partir de 1931 empezó a retirar equipo y maquinaria del país (...). Durante la Guerra del Chaco (donde
se peleó donde hipotéticamente había petróleo con Paraguay) se rehusó a suministrar petróleo al gobierno
boliviano para las Fuerzas Armadas en 1932”. (Cámara Boliviana de Hidrocarburos, 2007).

Corroborando estas afirmaciones, Almaráz sostiene que

“Poco antes del conflicto, la compañía trasladó a la Argentina importantes partidas de material y equipos
que se estaban utilizando en la perforación de pozos. Cuando el gobierno exigió que se elevara la
producción, la compañía adujo que carecía del material necesario”. (Almaráz, 1958:110).

Humberto Vacaflor, analiza la cuestión en similares términos:

“La guerra fue de 3 años y la empresa negó al ejército boliviano una sola gota de petróleo. El pretexto fue
que no tenía combustible pero que podía traerlo desde Perú, por supuesto mucho más caro”. (Vacaflor,
2004).

Tras leer los fragmentos citados, parece quedar fuera de toda duda que la
Standard Oil of New Jersey actuó de un modo perverso en detrimento de los intereses y
necesidades de Bolivia en el marco de la Guerra del Chaco. Después de todo, el trust
norteamericano podía estar satisfecho, ya que de todas maneras, el pueblo boliviano, al
defender su patrimonio nacional durante la contienda, defendía sus intereses privados.
De esta manera, apenas comenzado el conflicto, al ver que las posibilidades de victoria
boliviana eran escasas, la Standard Oil of New Jersey saboteó por completo los planes
de su país anfitrión80, y se dedicó a abastecer a Paraguay, advirtiéndolo como una
eventual futura base de operaciones para sus negocios. Esta aparentemente extraña
actitud de la multinacional norteamericana, ya que se supone que había promovido el
enfrentamiento para hacerse con territorios petrolíferos explotables e incorporarlos a la
jurisdicción boliviana, encontraría una explicación plausible en un aporte de Crespo,
quien, consecuente con su idea de lo escasamente determinantes que fueron en el
conflicto los intereses petroleros, sostiene que

80
Al afirmar que la Standard Oil of New Jersey “saboteó” los planes de guerra bolivianos, concretamente
se hace referencia, además de la mencionada negativa a proveer de petróleo al Ejército, a que, entre otras
cosas, “Hizo arrojar al Río Bermejo las herramientas de zapa que iban a ser requeridas por el ejército;
obstaculizó la movilización del país al negarse a pagar el 50% de los salarios de su personal llamado a
filas (esta obligación fue aceptada y cumplida por todas las empresas comerciales e industriales
establecidas en Bolivia); negose (sic) a readmitir en el trabajo a los obreros y empleados desmovilizados”.
(Almaráz, 1958:111-112).

186
“La Standard Oil sabía perfectamente que el territorio del Chaco carecía de petróleo y por eso no ayudó
en absoluto a Bolivia a ganar la guerra. De la compañía Dutch Shell nunca se supo nada concreto”.
(Crespo, 1996:138-139).

Sin embargo, oficialmente, la Standard Oil of New Jersey se declaró neutral ante
el conflicto armado. Esta posición le permitía, entre otras cosas, vender gasolina a
precios elevados al Ejército boliviano y, eventualmente, llegar a acuerdos con el
Gobierno paraguayo en caso de que Bolivia fuera derrotada en la contienda. Esto lo hizo
partiendo de la acertada premisa (que como se ha visto no era compartida por todos) de
que la guerra estaba perdida de antemano para Bolivia por razones ajenas a la cuestión
del petróleo y que por tanto no serán analizadas en este capítulo. Esta actitud se
entiende, en parte, si consideramos la perspectiva que brinda Almaráz:

“La Standard Oil suponía que el triunfo completo del Paraguay podía determinar el paso de los
yacimientos petrolíferos a ese país, por consiguiente comenzó a trabajar para que sus concesiones fuesen
respetadas si los paraguayos llegaban hasta ellas. La ‘neutralidad’ le permitía vender combustibles y
ayudar económicamente al Paraguay, mientras saboteaba el esfuerzo de guerra de Bolivia”. (Almaráz,
1958:110).

Este autor adjunta en su obra las palabras de quien fuera Canciller boliviano en
1941, Ostria Gutiérrez, las cuales constatan los dichos anteriores y que sin dudas
merecen ser tenidas en cuenta, principalmente por tratarse de una fuente oficial del país
del Altiplano. Decía Ostria Gutiérrez en un informe que presentó al Parlamento:

“Este es un documento que se conoce; (se refería a una carta en la cual la Standard afirmaba que no era
posible refinar gasolina de aviación del petróleo de Camiri81), pero debo agregar aún siempre en
resguardo de la verdad que, hechas las averiguaciones por la Legación de Bolivia en Buenos Aires, se
llegó a comprobar por datos fidedignos, que la Standard Oil vendía petróleo al Paraguay durante la
campaña del Chaco y concedía importantes créditos a este país. Un funcionario de la Legación de Buenos
Aires (...) ha declarado que por entonces la Agencia filial de la Standard Oil en esa capital, hacía
embarques de petróleo al Paraguay durante la guerra del Chaco”. (Ostria Gutiérrez, citado en Almaráz,
1958:110-111).

Sin embargo, estas repudiables actitudes, afortunadamente no pasaron


completamente inadvertidas, especialmente el hecho de haber propiciado, ni más ni

81
Tras esta negativa, el Ministerio de Guerra de Bolivia ordenó la apropiación y control de la producción
en Camiri, tras lo cual fue montada y operada por técnicos bolivianos una pequeña planta con la que se
preparó la gasolina requerida. Este hecho demuestra la vil mentira esgrimida por el personal de la
Standard Oil of New Jersey en Bolivia, y la evidente falta de voluntad de esa empresa en cooperar con el
esfuerzo bélico de este país.

187
menos, que un sangriento conflicto internacional. Tal como, una vez más, afirma
Almaráz, la naturaleza del conflicto, es decir, la participación abierta de los trusts
petroleros y la inútil carnicería desatada, dieron lugar a que en diversas partes del
mundo se condenara a los autores del conflicto. Estas críticas llegaron hasta los propios
círculos de Gobierno de los Estados Unidos. En marzo y junio de 1934 el Senador
norteamericano Huey Long denunció a la Standard Oil of New Jersey de

“(...) promover esta guerra y proveer de fondos a Bolivia. (...) La Standard Oil financia la guerra del
Chaco (...) en la esperanza de obtener dos millones de cuatrocientos mil y pico de acres de territorio que
explota allá (...) Se dice que vamos a impedir la venta de armas. Hay un solo procedimiento mediante el
cual impediremos que la Standard Oil venda armas, y consiste en que los Estados Unidos agarren a esa
criminal, a esa malhechora, a esa asesina, la Standard Oil Co. (…); que agarren por la garganta a esa
fascinerosa (sic), puesta fuera de la ley, y le diga: tú, asesina doméstica; tú, asesina internacional; tú, hato
de salteadores y ladrones rapaces; tú, que has desafiado una sentencia dada bajo la enseña de los Estados
Unidos y pretendes vivir bajo el amparo de sus leyes; tú, conjunto de vándalos y ladrones de este
82
continente, sal de Sudamérica”. (Long, citado en Almaráz, 1958:109) .

Poco afectaban estas críticas a la Standard Oil of New Jersey, la cual continuó,
inalterable, con su accionar desleal e ilícito en perjuicio de Bolivia. Este oscuro
panorama para el vecino país se completó cuando el firme apoyo demostrado hasta
entonces por el Gobierno norteamericano a su causa en la contienda bélica cesó con la
llegada de Roosevelt al poder en 1933. Pero la cuestión del cambio de dirigencia en los
Estados Unidos, y la consiguiente modificación de su política internacional, en especial,
hacia América Latina, ya han sido oportunamente abordados. Hasta aquí pues, llega el
análisis referido a la cuestión central que se pretendía trabajar en el presente capítulo: la
incidencia que las multinacionales del petróleo, y la Standard Oil of New Jersey en
particular, tuvieron en el desarrollo de la Guerra del Chaco.
Sin embargo, seguramente resulta de interés saber cómo continuó la relación
entre el trust norteamericano y el Estado boliviano tras la contienda bélica. Y si acto
seguido se analizará ese ítem, de un modo relativamente somero, es no sólo para
presentar la cuestión de un modo más acabado, sino también porque las consecuencias
de ello, y algunos puntos a destacar dentro del proceso que se detallará a continuación,
resultan de sumo interés para el desarrollo del presente trabajo.

82
Semanas después de esta denuncia, Long murió asesinado (Frondizi, 1954).

188
Tras la guerra, se instaló en Bolivia, especialmente en su clase dirigente, pues el
pueblo ya había advertido esto mucho antes, la idea de que el proceder de la Standard
Oil of New Jersey durante la misma habíase tornado intolerable. Es así como el
Gobierno de Tejada Sorzano ordenó el procesamiento de la empresa y la investigación
de las denuncias sobre los puntos mencionados a lo largo de este capítulo, que
constituían no sólo violaciones por parte de la firma estadounidense del contrato
firmado con el Estado boliviano, sino también, lisa y llanamente, comportamientos
delictivos, como lo fue la cuestión de la exportación clandestina de petróleo o la
coacción política y económica empleadas con asiduidad. Por supuesto, la investigación
reveló lo que todos ya sabemos: la culpabilidad de la empresa. Es en esta instancia en
que el conflicto entre la Standard Oil of New Jersey y el Estado boliviano llega a su
punto crítico, acicateado, además, por una opinión pública que ya no soportaba la
escandalosa conducta de la firma norteamericana. La revelación pública de sus delitos
impedía, ahora sí, al Gobierno, por más que quisiese, llegar a cualquier tipo de acuerdo
sin menoscabo de la dignidad nacional, pese a que esto no les había impedido a
dirigencias anteriores obrar del modo vergonzoso en que lo venían haciendo.
Por supuesto, ante esta preocupante situación para sus intereses, el trust no se
quedaría de brazos cruzados. Tal como afirma Almaráz,

“La Standard Oil empleó su poder, influencias políticas, amenazas y soborno, para evitar la sanción. Para
ablandar el terreno dio a entender que estaba dispuesta a pagar alguna indemnización por los daños
causados, mientras que en el exterior desencadenaba una violenta campaña contra el país y contra el
gobierno del General Toro. Sostenía que Bolivia era un país anarquizado, que los capitales no tenían
garantías, que el gobierno Toro era un gobierno extremista, etc.”. (Almaráz, 1958:115).

Pero los intentos de conciliación internos y la campaña de desprestigio en el


exterior no le fueron suficientes a la multinacional petrolera para alcanzar sus objetivos.
El Presidente David Toro decidió, en 1937, expulsar a la Standard Oil of New Jersey,
nacionalizar sus propiedades y crear la empresa Yacimientos Petrolíferos Fiscales
Bolivianos (YPFB de aquí en más) (Vacaflor, 2004). En términos mucho más complejos
(y jugosos) explica este histórico acontecimiento Carlos Escudé:

“(...) el gobierno de David Toro repentinamente anunció el 21 de diciembre de 1936 la formación de una
compañía de petróleo nacional, Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos. Poco después, el 15 de
marzo de 1937, la petrolera norteamericana Standard Oil descubría que el gobierno había expropiado sus
instalaciones en Bolivia. En las explicaciones dadas por el canciller Enrique Finot a las autoridades
norteamericanas para justificar una actitud tan drástica, aparecía la necesidad de frenar el avance

189
argentino: ‘Ha sido obvio desde el comienzo de la controversia del Chaco que Estados Unidos no
procederá a discutir con la Argentina. Chile es demasiado débil para frenar a la Argentina, y Brasil está
demasiado absorbido por sus disensiones internas como para obstruir el imperialismo argentino. El único
recurso que le queda a una indefensa Bolivia bajo estas circunstancias es el de aplacar a la Argentina
haciendo asequibles los recursos petroleros bolivianos codiciados (por los argentinos)’ ”. (Escudé, 2000)

Una vez más aparece dentro de la escena nuestro país. Según se evidencia en el
documento citado, existía un real temor por parte de la dirigencia boliviana de caer bajo
la esfera de influencia argentina. El juego de poder e influencias regionales adquiere
nuevamente un relieve destacable. Por todo ello es que se considera de vital importancia
añadir un capítulo especial acerca de la situación del petróleo nacional en aquellos años
que condujo a ese accionar, tal como se lo ha hecho respecto de los intereses
involucrados en el conflicto del Chaco que afectaban directamente a nuestro país y la
lucha de poder regional, ejemplificada especialmente en la histórica rivalidad argentino-
brasileña. Como se puede apreciar, la situación y el contexto de análisis son por demás
complejos, y por ello es que se torna imprescindible el examen en profundidad de cada
una de esas diferentes aristas que atañen directamente a la cuestión.
Aun tras estos acontecimientos, la Standard Oil of New Jersey no se dio por
vencida y quiso obligar al Gobierno, a través de la intimidación, a anular la medida. La
empresa amenazó con recurrir a la Corte Internacional de La Haya y con la intervención
del Departamento de Estado, a pesar de la prohibición expresa en el contrato relativa a
las reclamaciones diplomáticas. Finalmente, al comprobar la esterilidad de sus
reclamos, presentó una demanda ante la Corte Suprema de Justicia en contra del Estado
boliviano, reclamando la nulidad de la Resolución Suprema del 13 de marzo de 1937. A
modo de resumen de todo lo previamente vertido en este capítulo, no está de más citar
algunos de los cargos que el Fiscal formuló contra la Standard Oil of New Jersey en el
marco del juicio ante la Corte: se acusó a la compañía de no haber cumplido el contrato
en lo referente a la perforación del número de pozos, a su concesión en sociedad con el
Estado y a las pertenencias que adquirió en propiedad; de haber dado datos falsos a las
oficinas bolivianas con relación a la potencialidad productiva de los pozos y a la
producción diaria real; igual falsedad en cuanto a la calidad del petróleo encontrado;
exageró el monto de sus reales inversiones para el establecimiento de la industria
petrolera en el país; rehuyó intensificar la producción durante la campaña del Chaco e
impuso al Gobierno a pagar precio exagerado por la gasolina proporcionada al Ejército
nacional; omitió la presentación a las dependencias del Gobierno de la descripción

190
detallada de sus instalaciones y actividades; estando el país en guerra dispuso la
traslación de las instalaciones de Camiri a Tartagal; no fijó en la sede del Gobierno
boliviano una oficina seria donde se pudieran obtener todos los datos de que necesiten
en cumplimiento del contrato (Almaráz, 1958); y, por último, tal como textualmente
señaló el fiscal,

“La ‘Standard Oil’ observó hacia Bolivia una conducta inconveniente en su conflicto bélico con la
República del Paraguay; un cartógrafo paraguayo, empleado suyo, entregó copias de los mapas de la
‘compañía’ para provecho del Ejército enemigo; su representante en Tartagal, -en 1935- recibió en larga
conferencia a dos ingenieros enviados por el Paraguay en estudio de los parajes petroleros de la región”.
(Palabras del Fiscal General de la República de Bolivia ante la Corte Suprema de Justicia, el 16 de junio
de 1938, citado en Almaráz, 1958:118).

El 8 de marzo de 1939 la Corte Suprema de Justicia dictó, por fin, un fallo


definitivo para la cuestión. Entretanto, en los meses previos, el país entero estuvo
expectante esperando la sentencia, y el pueblo hizo saber, de un modo inusitado y
fervoroso, que la defensa del petróleo se había convertido en una causa verdaderamente
nacional y defendida por todo un país. El fallo de la Corte fue el siguiente:

“Por tanto, la Corte Suprema de Justicia juzgando en primera y única instancia con la facultad que le
concede la atribución 7ª del artículo 143 de la Constitución Política del Estado, FALLA: Declarando
improcedente e inadmisibles las demandas de fojas 180 y 296, incoadas por la Standard Oil of Bolivia
contra la administración nacional de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos, por falta de personería
legítima en sus representantes, absolviendo en consecuencia a los demandados”. (Fallo de la Corte
Suprema de Justicia de Bolivia del 8 de marzo de 1939, en Almaráz, 1958:120).

Resulta válida, sin dudas, la apreciación que sobre este fallo realiza el propio
autor, quien sostiene que, si bien en una primera lectura podría afirmarse que la
Standard Oil of New Jersey sufrió un claro revés al ser rechazada su demanda, si se
analiza la cuestión entre líneas, podrá advertirse que en el fallo definitivo de la Corte no
se dijo una palabra acerca de la acusación de fraude por parte de la empresa contra el
Estado boliviano, cuestión que, al menos en apariencia, preocupaba a la multinacional,
lo cual hace pensar que, al fin y al cabo, fue esta última la que ganó la partida.
Tras el fallo, se inició una nueva fase en este conflicto: la acción internacional de
la Standard Oil of New Jersey contra Bolivia. Lo hizo, por ejemplo, a través de intrigas
destinadas a impedir que el petróleo boliviano se vendiera en la Argentina. Sin
embargo, el camino más dañino y perdurable lo encontró el trust del norte a través de
las presiones del Departamento de Estado de los Estados Unidos, el cual, en marzo de

191
1940, envió su primera nota al Gobierno boliviano “aconsejando” que iniciase el arreglo
de cuentas con la empresa (entiéndase, permitir que ésta mantuviera sus concesiones o
que se le pagase una elevada indemnización a cambio de ellas). El momento escogido
para enviar esta nota no fue casual. Como acertadamente afirma Almaráz,

“Las condiciones políticas tanto nacionales como internacionales, habían cambiado. La segunda guerra
mundial estaba desencadenada. Los monopolios norteamericanos consideraban llegado el momento de
conquistar nuevos privilegios aprovechándose de la imposibilidad de sus rivales ingleses y alemanes para
defender sus intereses en América Latina. En el orden nacional, los partidos tradicionales habían
retornado al gobierno con Quintanilla y Peñaranda. (...) En este período la reacción pasando a la
contraofensiva, consiguió anular todas las conquistas nacionales y populares de la postguerra. El poder
económico y político de la gran minería sobre el Estado fue plenamente restablecido. (...) se inició el
sabotaje de YPFB preparando el terreno para el retorno de la Standard Oil (...) Los círculos políticos en
los cuales la Standard gozó de influencia, estaban nuevamente en el gobierno”. (Almaráz, 1958:122-123).

Por supuesto, el trust petrolero no desaprovecharía tan favorable situación para


intentar reimponer su dominio. Los abogados de la compañía comenzaron a inmiscuirse
en el Gobierno y, especialmente, en el manejo de la política exterior boliviana. Y la
ocasión propicia llegó pronto. Desde hacía un tiempo el Gobierno de Bolivia estaba
efectuando gestiones diplomáticas para conseguir créditos en los Estados Unidos con el
fin de reconstruir la economía tras la Guerra del Chaco. Entre las obras proyectadas se
encontraba con carácter prioritario la construcción del ferrocarril Cochabamba-Santa
Cruz. En este contexto, la nota enviada en forma calculada por el Departamento de
Estado jugaba un papel trascendental: no hacía otra cosa que dar a entender que la
cooperación económica que Bolivia pretendía estaba sujeta a un arreglo previo con la
Standard Oil of New Jersey. Lisa y llanamente, un explícito chantaje, en defensa de los
intereses privados del gran capital estadounidense en el exterior. La multinacional
norteamericana volvía a contar con el pleno apoyo del Gobierno de los Estados Unidos
de América, y eso sería fatal para los intereses del pueblo boliviano. Pero esto no fue lo
único, ya que los agentes de la Standard Oil of New Jersey en Bolivia iniciaron,
además, una campaña de desprestigio hacia la recién creada YPFB.
Dada esta situación imperante, y esgrimiendo como estandarte la imperiosa
necesidad de construir el ferrocarril Cochabamba-Santa Cruz, es que el Poder Ejecutivo
intentó justificar ante la opinión pública la necesidad de llegar a un arreglo con el trust
petrolero. Pero, curiosamente, una vez satisfechas las demandas de la Standard Oil of
New Jersey, el Gobierno boliviano aceptó sin reparo alguno el criterio de dos ingenieros

192
del Ejército norteamericano de sustituir el tan mentado y urgentemente necesitado
ferrocarril, por una carretera83 (nótese que, como se ha señalado, la construcción de
carreteras permitía afianzar cada vez más la ya por entonces indiscutible posición de los
Estados Unidos en el hemisferio, en detrimento de los intereses británicos y su histórico
caballito de batalla: el ferrocarril).
En definitiva, el 27 de enero de 1942 el Gobierno de turno, aprovechando la
clausura del Congreso, se apresuró a firmar un acuerdo con la Standard Oil of New
Jersey indemnizándola en 1.750.000 dólares por la venta de todos sus derechos,
intereses y propiedades en Bolivia con intereses al tipo del 3% anual, desde del 13 de
marzo de 1937 (Almaráz, 1958). De esta manera, los intereses de un monopolio
extranjero prevalecían, como tantas veces en la historia, por sobre los de una Nación
independiente latinoamericana. Sin embargo, más allá del desenlace de este pleito entre
el Estado boliviano y la Standard Oil of New Jersey, lo que es digno de destacar, en
virtud de los objetivos perseguidos en el presente trabajo, es de qué modo las empresas
petroleras internacionales incidieron en los acontecimientos ocurridos entre bolivianos y
paraguayos en la década de 1930 del siglo pasado en la región del Chaco Boreal.

Reflexiones finales del capítulo

Ha sido este, sin dudas, un capítulo mucho más descriptivo que analítico, y,
como es lógico en toda descripción, se debe comenzar siempre por el principio. Y el
principio de todo esto fue el descubrimiento de petróleo de 1859. A partir de ese
momento la importancia del petróleo a nivel mundial creció sin cesar. La primera gran
empresa del sector que conoció el mundo fue la estadounidense Standard Oil, la cual
dominó rápidamente el mercado de su país y se expandió por todo el orbe hasta alcanzar
notoria primacía. No obstante, su indiscutible dominio encontraría un freno al crearse
años después, tras una fusión de empresas, la Royal Dutch-Shell, de capitales anglo-
holandeses, la cual comenzó a competir abiertamente con la firma estadounidense, por
los mercados mundiales primero y por las reservas petrolíferas después. Tan intensa fue

83
“La obra debía ser construída en 4 años. El banco norteamericano (el autor se refiere al Banco de
Importaciones y Exportaciones de Washington) para conceder el préstamo puso como condición que el
trabajo debía estar a cargo de una empresa norteamericana (...) Doce años más tarde el camino fue
entregado parcialmente concluído. El costo estimado en 7 millones (de dólares), se elevó a más de 25
millones. El gobierno para conseguir un préstamo adicional, que permitiera la conclusión de la carretera,
tuvo que reanudar el servicio de la deuda externa. Con el dinero invertido y el tiempo empleado, no cabe
duda que pudo haberse construído el ferrocarril”. (Almaráz, 1958:130-131).

193
la rivalidad entre estos dos colosos del petróleo y tanto los desgastaba la competencia,
que acabaron por acordar, en 1928, la conformación de un cartel internacional que
repartía los mercados. Sin embargo, nada se dijo acerca de la distribución de las fuentes
productoras, por lo cual la competencia se encauzaría en esa dirección en los años
siguientes. A todo esto, hay que señalar que el consorcio anglo-holandés contaba con el
decidido apoyo del Gobierno británico, mientras que la Standard Oil, por el contrario,
debió sufrir persecuciones en su propio país que la llevaron a su disolución en 1911,
momento en el cual Rockefeller decide concentrar todas sus acciones en la Standard Oil
of New Jersey. Recién luego de la Primera Guerra Mundial la Casa Blanca prestaría su
apoyo político y diplomático a esta última en su accionar externo.
En ese contexto internacional es que la Royal Dutch-Shell y la Standard Oil of
New Jersey se instalaron en el Paraguay y en Bolivia respectivamente y comenzaron la
pugna petrolífera regional que acabaría con la guerra a la cual empujaron a nuestros
países hermanos por el territorio del Chaco, presuntamente rico en petróleo. El accionar
del consorcio europeo en el Paraguay es menos conocido, pero la actuación de la
Standard Oil of New Jersey en Bolivia ha sido por demás analizada, llegándose a
demostrar hasta qué punto la firma norteamericana instigó al país del Altiplano a
entreverarse en un conflicto armado con el Paraguay, buscando no sólo ampliar la
jurisdicción para sus operaciones, sino, fundamentalmente, una salida a su producción a
través del río Paraguay. Pero una vez estallado el conflicto, y ante las escasas
perspectivas de un triunfo boliviano, la Standard Oil of New Jersey saboteó por
completo el esfuerzo de su país anfitrión, persiguiendo quizás futuros réditos derivados
de una eventual victoria guaraní. Tras ese accionar, el trust norteamericano fue
expulsado de Bolivia, pero años más tarde volvería a imponer sus intereses gracias al
apoyo del Departamento de Estado y a la ascensión de Gobiernos bolivianos adictos.

194
CAPÍTULO IV

HISTORIA DEL PETRÓLEO ARGENTINO Y SU INCIDENCIA EN EL


CONFLICTO DEL CHACO

El presente capítulo está destinado al análisis de la particular historia y


desarrollo de la explotación petrolífera en Argentina, tanto a nivel estatal como privado,
debido a la íntima relación que la misma guarda con algunos puntos vinculados al
conflicto del Chaco, muy especialmente la cuestión de la búsqueda de salida al mar por
parte del Estado boliviano y el apoyo brindado por la Argentina al Paraguay durante la
guerra. La existencia de una empresa estatal, YPF, que competía por la producción,
tratamiento y comercialización del petróleo argentino con las mismas grandes empresas
multinacionales, la Royal Dutch-Shell y la Standard Oil of New Jersey, que estaban
instaladas en el Paraguay y en Bolivia respectivamente, agrega a la cuestión un
elemento clave a la hora de entender por qué se hace necesario abordar la situación de la
historia del petróleo argentino a la hora de la contienda, así como también indagar
acerca de los intereses del sector petrolero nacional, que sin dudas jugaron un papel
importante a la hora de delinear la postura que asumiría nuestro país en el conflicto
armado entre paraguayos y bolivianos.
Planteada ya esta situación preliminar, se comenzará a continuación a analizar la
evolución de la explotación petrolífera en la Argentina, desde sus comienzos hasta los
años inmediatamente posteriores a la finalización de la Guerra del Chaco.

Parte I: Del descubrimiento del yacimiento de Comodoro Rivadavia al golpe de


Estado de 1930

El año 1907 marca una fecha clave en la historia nacional del petróleo. El 13 de
diciembre de ese año, una exploración estatal descubrió petróleo en el entonces pequeño
poblado sureño de Comodoro Rivadavia. No obstante, existieron con anterioridad una
serie de iniciativas privadas que tuvieron como escenarios principales al noroeste de
nuestro país y a la Provincia de Mendoza; siendo los principales antecedentes de la
explotación petrolífera en suelo argentino, antes del descubrimiento de 1907.
En el primero de los casos, si bien el furor por el petróleo jujeño y salteño pronto
languideció, tales actividades despertaron el interés de numerosos particulares que se

195
lanzaron a la exploración del hidrocarburo en la región y a los cuales les fueron
otorgadas algunas concesiones. Entre ellos se encuentra el a la postre conocido (ya se
verá más adelante por qué circunstancias) Francisco Tobar, en Salta.
Respecto al emprendimiento mendocino, mucho más tardío84 pero mejor
organizado, Gadano no duda en calificarlo como el antecedente más importante, el cual
merece incluso ser identificado como el origen de la industria petrolera argentina
(Gadano, 2006). A pesar de estos calificativos, la Compañía Mendocina de Petróleo no
tendría un gran suceso, y hacia 1897 prácticamente abandonó sus actividades.
Atendiendo a los objetivos del presente trabajo, dos cuestiones son dignas de
señalarse en relación a la breve reseña anterior: por un lado, la importancia que desde un
principio tuvieron en la explotación del petróleo nacional los yacimientos del noroeste
argentino, los cuales serían el principal foco de conflicto y tensión entre nuestro país y
la Standard Oil of New Jersey años más tarde, hecho éste que está íntimamente ligado a
las operaciones del trust norteamericano en Bolivia y a la actitud adoptada por la
Argentina al respecto. Por otra parte, y vinculado a lo anterior, se encuentra también la
tradición de explotación petrolífera por parte de los privados en esa zona del país, la
cual se hallaba amparada en el Código de Minería85 vigente en aquella época, hecho que
acarrearía enormes dificultades a YPF, Mosconi, Alvear e Yrigoyen en el futuro.
En otro orden de cosas, en lo que a aquellos años se refiere, es para destacar
también la primigenia intervención de los intereses comerciales británicos en detrimento
del desarrollo energético de la Argentina86, hecho que, como se podrá advertir a lo largo
de este capítulo, constituirá una constante a lo largo de la historia de la explotación del
petróleo nacional y sus intentos de independizarse del dominio de los trusts extranjeros.
Por último, para finalizar esta breve reseña acerca de los inicios de la
explotación petrolera privada en nuestro país, es digno de ser señalada la creación, en
1905, de la primera refinería de América Latina, instalada en Campana por la Compañía

84
En el año 1886 se fundó la Compañía Mendocina de Petróleo, mientras que el episodio jujeño había
tenido lugar allá por 1865 (Mayo, Andino y García Molina, 1983).
85
El mismo establecía que los hidrocarburos eran propiedad de las Provincias o de la Nación, de acuerdo
con la localización de los yacimientos, los cuales sólo podían ser explotados por particulares, con expresa
prohibición de que lo hiciera el Estado. Esto significa que en la Capital Federal y en los territorios
nacionales, los permisos de exploración debían ser otorgados por la Dirección de Minas del Ministerio de
Agricultura, en tanto que en el ámbito provincial eran los Gobiernos locales los encargados de administrar
las concesiones dentro del límite de su territorio.
86
Autores como Gadano adjudican cierta responsabilidad en el fracaso de los primeros intentos de
explotación privados en nuestro país, a los que ya se ha hecho mención, a las altas tarifas en materia de
transporte, debido a una supuesta oposición por parte de las compañías ferroviarias, cuya política
obstruccionista respondería a sus nexos con la importación de carbón inglés (Gadano, 2006).

196
Nacional de Aceites, la cual acabaría por responder, años más adelante, a los intereses
de la Standard Oil of New Jersey.
En este contexto es como se llega al año 1907 y el histórico descubrimiento de
Comodoro Rivadavia. Existe una importante controversia respecto al carácter del
mismo. Para algunos, se debió principalmente a la casualidad, puesto que, según
afirman, las máquinas perforadoras del Estado buscaban agua y no petróleo. En esta
amplia corriente de pensamiento (dada la cantidad y diversidad de autores que la
sostienen) se ubican Silenzi de Stagni, Frondizi, Castillo, Gadano, Larra e incluso el
mismísimo Mosconi; mientras que, por otro lado, pueden contarse, entre otros, a
Duplatt, Solberg y Bernal, De Dicco y Freda. El primero, citando a Hermitte, dice:

“El Ing. en Minas Enrique Hermitte, quien fuera encargado de la Dirección de Minas, Geología e
Hidrología en 1904 comentó, años después, que ‘el descubrimiento del petróleo en Comodoro Rivadavia
es una consecuencia, si no directa, por lo menos mediata del superior decreto de octubre de 1904
disponiendo la confección del Mapa Geológico y económico de la República y de la manera cómo se
encaró su resolución’ ”. (Duplatt, 2010).

De ser así, esto confirmaría la tesis de que existía una manifiesta intencionalidad
de hallar petróleo al enviarse la misión exploratoria al sur del país. En esta misma línea,
quienes han encarado una de las defensas más encendidas de la tesis que afirma que el
descubrimiento de petróleo de 1907 no fue en modo alguno casual, han sido los
mencionados Bernal, De Dicco y Freda, quienes además plantean una interesante
justificación de por qué la “historia oficial” se ha encargado desde siempre de tildar al
descubrimiento como fortuito:

“El descubrimiento de petróleo en Argentina, el 13 de diciembre de 1907 en Comodoro Rivadavia, fue el


lógico resultado de al menos cinco años de trabajos geológicos y mineralógicos previos, ejecutados con el
expreso y documentado propósito de encontrar petróleo y carbón. Sus impulsores (...) buscaban sustituir
la principal fuente energética del país (el carbón mineral importado -del Reino Unido- cubría el 95 por
ciento de las necesidades energéticas del país), por un elemento cuatro veces más barato que el anterior y
explotado localmente. Ese recurso fue el petróleo, imprescindible además para la producción industrial a
gran escala. (...) Por este motivo los medios gráficos de Buenos Aires -representantes de la Argentina
antiindustrialista y pro Imperio Británico- censuraron el hallazgo, haciéndose eco desde un comienzo de
su naturaleza accidental. (...) El ‘equilibrio’ comercial entre el Reino Unido y la Pampa Húmeda no
debía ser perturbado, así como tampoco debía ser perturbada la importación de carbón británico. En ese
contexto, el petróleo en manos del Estado era una molestia indeseable, como insensatos y retrógrados
fueron denominados los impulsores de la explotación fiscal”. (Bernal, De Dicco y Freda, 2008:9-10).

197
Más allá de que pueda o no coincidirse con esta explicación, una cuestión resulta
insoslayable: una vez más, los intereses británicos aparecen, en este caso en connivencia
con sus socios locales, como los principales obstáculos al desarrollo de una política
energética nacional e independiente.
En definitiva, sea como fuere, el descubrimiento de 1907 vino a cambiar para
siempre, aunque muy gradualmente, la economía nacional. Podrá discutirse acerca de si
el mismo fue o no casual, pero lo que a todas luces aparece como evidente, y no es un
dato menor, es que fue el Estado argentino el responsable de tal descubrimiento, lo cual
implicó, tal como afirma Montamat, la decidida intervención del Gobierno Nacional en
la explotación de los yacimientos encontrados.

“Como el descubrimiento se había hecho en tierras fiscales, que en aquel entonces pertenecían al dominio
nacional, el Poder Ejecutivo fijó por decreto una zona de reserva87 en torno al descubrimiento, para evitar
que los privados se quedaran con la explotación de lo que no habían descubierto”. (Montamat, 2007).

Esta decisión del Gobierno Nacional fue clave en el devenir de la explotación


petrolera argentina, y Mayo, Andino y García Molina le otorgan su justa relevancia en
los siguientes términos:

“La intervención estatal será decisiva en la medida en que, desafiando dificultades y presiones de toda
clase, sentará las bases sobre las que habrá de levantarse la moderna industria petrolífera nacional. Fue el
Estado el que inició la exploración y explotación sistemática del yacimiento que había descubierto,
creando, además, las obras de infraestructura necesarias para lograr su explotación comercial”. (Mayo,
Andino y García Molina, 1983:11).

Ante esta realidad, aparecen como un poco exageradas las acusaciones de


Bernal, De Dicco y Freda sobre la manifiesta connivencia de intereses porteño-
británicos a fin de impedir el desarrollo petrolífero de nuestro país. Ciertamente, los
Gobiernos conservadores de las dos primeras décadas del siglo XX dieron una relativa
importancia a la cuestión energética y petrolera y en modo alguno buscaron, al menos
desde el Poder Ejecutivo, sabotear su desenvolvimiento. En definitiva, lo cierto y real es

87
El decreto emitido por Figueroa Alcorta “(...) prohibía otorgar concesiones privadas sobre unas 200.000
hectáreas de tierra, cinco leguas (unos 25 kilómetros) alrededor de Comodoro Rivadavia en todas las
direcciones”. (Solberg, 1986:29). Posteriormente, este decreto se convirtió en ley nacional, a fin de dar
mayor sustento jurídico a la norma. Entre otras cosas, la nueva ley destinaba 500.000 pesos para financiar
los gastos de las perforaciones, a la vez que reducía el tamaño de la reserva a menos de 5.000 hectáreas y
la limitaba a un lapso no mayor a cinco años. Además, dicha ley promovía una eventual intervención
privada en el futuro al autorizar la división de la zona de reserva en bloques que podrían ser ofrecidos en
licitación a particulares. Por último, la nueva legislación especificaba que el petróleo fiscal obtenido debía
ser destinado, principalmente, a la Armada y a los ferrocarriles (Gadano, 2006).

198
que, bien o mal encarado, el tema del petróleo fue decididamente abordado por el Poder
Ejecutivo Nacional por primera vez en la historia. La opinión generalizada, amén de la
acerba crítica esbozada por Kaplan a la política energética de los Gobiernos
conservadores (Kaplan, 1957); es que durante un primer periodo fueron bastante
significativos los avances en materia de desarrollo petrolero nacional, no obstante los
múltiples inconvenientes iniciales que se debieron superar. Bernal, De Dicco y Freda
bosquejan una explicación, concordante con sus ideas anteriormente expuestas, al por
qué de la existencia de tales dificultades iniciales:

“(...) la opulenta pampa vacuna, en connivencia con un fundado temor inglés hacia la autonomía
energética nacional y la penetración norteamericana (...) cristalizaba en magros presupuestos para la tarea
exploratoria y de explotación”. (Bernal, De Dicco y Freda: 2008:18).

Pese a estos inconvenientes, y como se venía insinuando, se registraron


importantes avances en el incipiente sector petrolero nacional durante los primeros años
post-13 de diciembre. Entre los principales cabe señalar la creación, a través de un
decreto del Poder Ejecutivo, emitido en diciembre de 1910 por el ya entonces Presidente
Roque Sáenz Peña; de la Dirección General de Explotación del Petróleo de Comodoro
Rivadavia, dependiente del Ministerio de Agricultura, la cual tendría a su cargo la
administración del yacimiento del sur del país. Este ente es considerado por la mayoría
de los autores como el antecedente más directo e inmediato de YPF. De la siguiente
manera se describe el desempeño de esta Dirección, así como otros avances realizados:

“La labor cumplida por esta repartición, antecesora de Y.P.F., fue lenta y ardua pero, a la postre, exitosa.
La escasa producción inicial fue creciendo paulatinamente. (...) En 1913, entretanto, se levanta la primera
destilería fiscal en Comodoro Rivadavia. Al año siguiente, concretada la compra del buque tanque
Wanetta, el Estado inicia, pioneramente, la venta de su producción en el mercado interno”. (Mayo,
Andino y García Molina, 1983:12).

Por otra parte, ya hacia finales de su Presidencia, Roque Sáenz Peña decretó
nulas todas las concesiones en las cuales no se estaba efectivamente trabajando. Así,

“Al forzar la aplicación estricta del Código de Minería, el decreto de Sáenz Peña resultó muy efectivo
contra los especuladores. (...) la norma hizo caducar permisos de cateo por entre 120.000 y 140.000
hectáreas. (...) sólo habían sobrevivido tres concesiones”.88 (Gadano, 2006:52)

88
Hay autores, como Scalabrini Ortiz y Hollander, que consideran que detrás de Sáenz Peña (y su mano
derecha en asuntos petroleros, el ingeniero Luis Huergo) y de su fachada de nacionalismo petrolero, se
escondían los intereses británicos, y para fundamentar sus hipótesis toman este decreto como punto de
referencia. Como comenta Gadano, “De acuerdo con esta interpretación, el decreto de Sáenz Peña de

199
Llegada esta instancia del análisis, se vuelve necesario hacer un punto y aparte,
puesto que, tras la breve Presidencia de Victorino de la Plaza, sobrevino la llegada de
Hipólito Yrigoyen al poder, lo cual significó un importante cambio de rumbo en la
política adoptada por nuestro país en materia petrolera. Como bien señala Frondizi, la
política petrolera que Yrigoyen planteó se basaba

“1) en la intensificación de la explotación fiscal (...) 2) en el principio de que los yacimientos petrolíferos
son bienes privados de la Nación (...) 3) en el mantenimiento de las empresas privadas -sin admitir las
sociedades mixtas-”. (Frondizi, 1954:92).

En consecuencia,

Los dos proyectos de ley que Yrigoyen-Demarchi89 remitieron al Congreso estableciendo el régimen
jurídico del petróleo y la creación de la Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, reflejaron
las ideas directrices del radicalismo frente al problema del petróleo en aquella época”. (Mayo, Andino y
García Molina, 1983:36).

Los autores hacen referencia a dos acontecimientos de suma importancia que


merecen ser analizados con detenimiento. Por una parte, mencionan el proyecto de ley
enviado en 1919 al Congreso a fin de establecer un régimen jurídico para el petróleo
nacional. Dicha legislación proponía:

“1) sacar la administración de las concesiones petroleras del ámbito de los gobiernos provinciales y
otorgar al gobierno nacional poder para supervisar toda exploración y concesión; 2) prevenir el
monopolio de los recursos petroleros por parte de empresas privadas imponiendo la autorización escrita
del presidente para la transferencia de propiedad de cualquier concesión petrolera; 3) autorizar al
presidente a declarar futuras reservas gubernamentales toda vez que lo juzgara necesario; 4) reorganizar
la industria estatal del petróleo en la órbita de la nueva Dirección General de Yacimientos Petrolíferos
Fiscales, dependiente del Ministerio de Agricultura”. (Solberg, 1986:96).

Como puede apreciarse, los contenidos fundamentales de dicha ley tenían un


carácter innovador y progresista en cuanto al rol central que debía jugar el Estado en la
administración de los recursos petroleros. Es por ello que se ha calificado de “nuevo

1913 tenía como objetivo principal bloquear el ingreso de la Standard Oil y de sus afiliadas a la zona.
Como las empresas aún no habían realizado trabajos de exploración, sus permisos caducaron con la
medida. Por el contrario, la norma no afectó a las posesiones de empresas como Astra y la Compañía
Argentina, más cercanas a los intereses británicos. La visión conspirativa se completa con la hipótesis en
la que el bloqueo a la Standard Oil se complementaba con la indisponibilidad de fondos para la
explotación estatal. De esta forma, los ingleses se aseguraban no sólo el bloqueo de la Standard Oil, sino
también una explotación estatal subdesarrollada”. (Gadano, 2006:56).
89
Demarchi fue, hasta 1922, el Ministro de Agricultura de Yrigoyen.

200
rumbo” a aquel adoptado por Yrigoyen en materia petrolera, y es por eso también que
este proyecto de ley no llegó siquiera a ser considerado en el Congreso de la Nación,
donde aun prevalecía una importante mayoría conservadora.
El envío de este proyecto de ley obedeció, según Solberg, a los temores que
Yrigoyen abrigaba acerca de un posible monopolio petrolero por capitales extranjeros,
aunque, por otro lado, el Presidente tampoco desechaba negociar con estos (incluyendo
a la Standard Oil of New Jersey), a fin de aumentar la producción del hidrocarburo en
nuestro país (Solberg, 1986).
Kaplan, sin embargo, contrastando con la mayoría de los autores citados, critica
duramente la política petrolera encarada por Yrigoyen en su primera Presidencia, y a la
vez que desestima la idea del “temor” del Presidente a la expansión de los intereses
extranjeros en el país, pone el acento en su relativamente marcado anti-
norteamericanismo. Dice Kaplan:

“La postura doctrinaria oficial del primer gobierno de Yrigoyen se basa esencialmente en la coexistencia
aceptada y buscada entre el intervencionismo estatal y la actividad privada, recurriéndose al primero más
por necesidad que por principio. La nacionalización y el monopolio estatal brillan por su ausencia. La
crítica del capital extranjero y la resistencia a su penetración serán débiles, ocasionales, casi siempre
acentuadas contra los intereses yanquis mientras se tiende a ‘olvidarse’ de los británicos; sin exclusión
por ello de actitudes complacientes frente a ambos grupos de intereses y frente al capital extranjero en
general”. (Kaplan, 1957:19).

Más allá de que pueda o no coincidirse con las ideas de Kaplan (y en su gran
mayoría particularmente no concuerdo) se desprende de sus afirmaciones que ya desde
esta etapa existía un principio de aversión al capital petrolero norteamericano en nuestro
país, en contraste con una relativa cordialidad hacia el proveniente de Gran Bretaña,
hecho que se acentuaría con el correr de los años (pese al interregno de Mosconi al
frente de YPF, el cual se oponía a la penetración extranjera cualquiera fuese su
procedencia), hasta llegar a ser determinante en los años de la contienda del Chaco.
Por otra parte, retomando el análisis del párrafo citado de la obra de Mayo,
Andino y García Molina, estos destacaban, en segundo término, la creación (por
decreto, ante la imposibilidad de obtener la aprobación de la mencionada ley general en
materia petrolífera) de la Dirección General de YPF, en sustitución de la Dirección
General de Explotación del Petróleo de Comodoro Rivadavia, lo cual constituye un
verdadero hito en la historia petrolera nacional y latinoamericana, siendo probablemente
el hecho más significativo a lo largo de nuestra rica historia hidrocarburífera, junto con

201
el descubrimiento de Comodoro en 1907. ¿A qué se debió tan importante
reestructuración? Gadano, haciéndose eco de las diferentes posturas defendidas por los
autores consultados, plantea la cuestión de la creación de YPF de la siguiente manera:

“La creación de YPF ha estado rodeada de visiones polémicas desde el comienzo. Naturalmente, para los
nacionalistas es un hito fundamental en la construcción de la industria petrolera estatal, que enaltece la
gestión de Yrigoyen. Otros autores, sin embargo, tienen una visión más crítica. James Buchanan, que
estudió minuciosamente la política petrolera del yrigoyenismo, considera que la creación de YPF fue la
respuesta política de Yrigoyen a la profunda crisis administrativa que sufrió la explotación estatal y a las
denuncias de corrupción que se ventilaban en los diarios y en los debates parlamentarios”. (Gadano,
2006:145).

Inmediatamente, el autor vuelca su propia opinión sobre el asunto, y con la cual


concuerdo en gran medida. La misma, no hace más que conjugar las distintas
situaciones planteadas, teniendo como resultante que la decisión de Yrigoyen de crear
YPF fue motivada, por un lado, por convicciones personales, y por otro por cierto
oportunismo político al verse cuestionado el funcionamiento de la repartición de
Comodoro Rivadavia (Gadano, 2006).
En definitiva, más allá de cuál haya sido realmente la intención del Presidente
argentino al determinar la creación de YPF, lo importante del asunto, fue que esta
decisión marcó el final de un largo periodo de indiferencia gubernamental respecto del
destino de la empresa petrolera nacional (Solberg, 1986). Sin embargo, no fueron fáciles
los primeros años para YPF, ya que su sola creación no resolvió por sí misma e
instantáneamente los grandes problemas administrativos y financieros que venía
arrastrando la explotación petrolera estatal. La empresa tenía aun un importante déficit y
seguía siendo un ente muy dependiente del Ministerio de Agricultura. La situación era
poco menos que desesperada, en particular en comparación con los avances que el
sector privado venía realizando. Basta leer el siguiente párrafo de Solberg para
convencerse de ello:

“En 1922 la reputación de la industria petrolera estatal había caído a su nivel más bajo de la historia y
prácticamente había perdido credibilidad como empresa comercial seria. Entretanto, la Jersey Standard, la
Royal Dutch Shell y la Anglo Persian expandían rápidamente sus operaciones en la Argentina. Los
importadores de petróleo todavía controlaban efectivamente el mercado argentino”. (Solberg, 1986:121).

Sin embargo, pese a la difícil coyuntura, los tiempos de la redención estaban


próximos. El año 1922 marcó un punto de inflexión en la vida institucional, económica

202
y organizativa de YPF al hacerse cargo de su dirección el entonces Coronel Enrique
Mosconi. Dadas las circunstancias previamente señaladas, no es de extrañar que,
atendiendo a su nacionalismo innato, éste tuviera desde un principio, el objetivo de
colocar a la empresa estatal en un lugar de privilegio en los asuntos petroleros locales, y
de intentar hacerlo a partir de una decidida iniciativa de combatir a muerte a los grandes
consorcios internacionales que operaban en nuestro país y que amenazaban (y lo estaban
de hecho haciendo) con quedarse con la mayor parte de la torta y, lo que es peor aun,
con someter a nuestro país a una indeseable dependencia energética.
Una vez en su cargo de Director General de YPF, Mosconi realizó un
diagnóstico no sólo del estado de la empresa, sino (y principalmente, para poder actuar
en consecuencia) del origen de sus males. Es así como puso el acento en dos cuestiones
claves que trababan, a su entender, el desarrollo de la empresa: la ausencia de una ley
nacional que rigiera al sector, y la excesiva dependencia de YPF del Ministerio de
Agricultura, siendo el primero de sus reclamos atendido al concedérsele una autonomía
funcional (Gadano, 2006 y Larra, 1976).Una vez hecho el diagnóstico inicial, llegó el
momento de entrar en acción. Y para entender el por qué Mosconi actuó del modo que
lo hizo al frente de YPF, se hace necesario conocer cuáles eran sus ideas. Ante todo, lo
asistía una perenne convicción acerca de la necesidad de que nuestro país gozara de la
mayor independencia energética posible, y el hecho de que la mayor parte del petróleo
consumido en nuestro país fuese importado lo inquietaba sobremanera. Sin embargo, en
su fuero íntimo, albergaba un temor aun mayor: que los grandes trusts internacionales
del petróleo, que ya habían hecho pie en nuestro territorio, acabaran por controlar la
mayor parte de la producción nacional, fortaleciendo la dependencia. Por lo tanto,

“Para Mosconi la ruptura de los trust (sic) era condición indispensable de toda política petrolera
nacionalista. La acción desplegada por las grandes compañías constituía, a juicio del Director de Y.P.F.,
una amenaza constante para la naciente industria petrolífera argentina. (...) Su interés primordial -repetía
una y otra vez- no era explotar intensamente sus concesiones sino mantenerlas en calidad de reservas.
Desde la posguerra, advertía, las grandes compañías internacionales buscaban acaparar la mayor cantidad
posible de yacimientos en el extranjero para consolidar su predominio mundial. No sólo acaparan reservas
de crudo, añadía, sino que también fijan los precios sin atender los factores económicos locales. Su
objetivo es maximizar sus ganancias al margen de las necesidades y recursos de los países donde operan.
‘Los grandes trusts -concluía- son organizaciones insaciables, difíciles de dominar una vez que han
tomado posesión de las tierras y se les han acordado derechos’ ”. (Mayo, Andino y García Molina,
1983:108-109).

203
Como se puede advertir, Mosconi tenía una visión muy negativa respecto al
manejo de los grandes consorcios internacionales del petróleo, y, en consecuencia,
encabezó una encendida crítica contra ellos. Veamos ahora qué es lo que decía respecto
de la situación concreta de la Argentina y, dentro de ella, de las dos grandes firmas
petroleras internacionales que más interesan en el presente trabajo, la Royal Dutch-Shell
y la Standard Oil of New Jersey:

“En la Argentina la lucha ha comenzado y será tanto más aguda cuanto (sic) mayor riqueza evidencien los
depósitos de petróleo de nuestro subsuelo. Los grandes trusts, la Royal Dutch y, especialmente, la
Standard Oil, de reputación funesta en su mismo país, ponen en práctica en todas partes del mundo los
mismos procedimientos para la posesión, el acaparamiento y el dominio de las fuentes mundiales de
combustible líquido. El oro del que disponen enciende las ambiciones malsanas y provoca la infidelidad,
el soborno y la traición de los funcionarios de todo orden y categoría”. (Mosconi, citado en Gadano,
2006:255).

De esta manera, arremetía también en contra de los agentes nativos con que
contaban estas empresas para satisfacer sus demandas en detrimento de los intereses de
YPF, los cuales llevaban a cabo, sin lugar a dudas, un trabajo que, como pocos, podría
perfectamente otorgarles el título de infames traidores a la patria. Tal como el propio
Mosconi dijo en alguna oportunidad,

“Resulta inexplicable la existencia de ciudadanos que quieren enajenar nuestros depósitos de petróleo
acordando concesiones de exploración y explotación al capital extranjero para favorecer a éste, con las
crecidas ganancias que de tal actividad se obtiene, en lugar de reservar en absoluto tales beneficios para
acrecentar el bienestar moral y material del pueblo argentino. Porque entregar nuestro petróleo es como
entregar nuestra bandera”. (Mosconi, citado en Castillo, 2007).

Pero lo más jugoso del discurso de Mosconi respecto a los trusts internacionales
del petróleo es lo que puede leerse a continuación:

“En cierta ocasión, mientras se debatía en el Congreso argentino el proyecto de la ley del petróleo, se me
preguntó cuál de los dos trusts, el anglo-holandés, Royal Dutch, o el norteamericano, Standard Oil, era
preferible por su capacidad técnica, método de trabajo y modalidades. Manifesté que los dos respondían,
como era lógico, a las características especiales que distinguen a la cultura europea de la norteamericana.
(...) Al final de cuentas, los dos grupos son equivalentes y compararía con una cuerda de cáñamo al grupo
norteamericano, y con una de seda al europeo; de modo que, en respuesta a la pregunta que se me hiciera,
manifesté que si las dos cuerdas, ruda la una y suave la otra, han de servir para ahorcarnos, me parecía
más inteligente renunciar a ambas y, concentrando nuestra voluntad y nuestra capacidad en este problema
especial, de características únicas, resolverlo por nuestras propias fuerzas, haciendo con ello un gran bien
que las generaciones futuras agradecerán”. (Mosconi, 1957:230-231).

204
Me he tomado el atrevimiento, como se advierte, de citar sin escatimar renglones
algunos pasajes de discursos del General Mosconi. Sucede que la profundidad de sus
palabras, impregnadas de auténtico nacionalismo y amor a la patria, su clarividencia y
su innegable visión de largo plazo, a mi entender ameritaban ocupar un lugar destacado
en el presente capítulo. No sólo por el hecho de ser, en su gran mayoría, ciertas, sino
también por el simple hecho de que, con su actuación a lo largo de sus ocho años al
frente de YPF, Mosconi siguió estos preceptos, en su accionar diario, con una fidelidad
que no muchos han sabido implementar a la hora de pasar del discurso a los hechos. Por
otra parte, consideré que leer directamente al intérprete de los acontecimientos era el
camino más adecuado para llegar a comprender acabadamente sus ideas.
Si bien, como se puede apreciar, Mosconi se oponía a los trusts petroleros en
general, sin reparar demasiado en su procedencia, la realidad es que la Standard Oil of
New Jersey en particular le generaba un enorme rechazo, especialmente sus peculiares
estrategias de penetración, las cuales ya se estaban dejando sentir en la Argentina de
aquel entonces y que motivaron un arduo combate directo por parte de Mosconi contra
el trust norteamericano:

“Mosconi no se cansó de denunciar los métodos y procedimientos empleados por la compañía de


Rockefeller (...) Allí donde ‘se instala -recalcó- se convierte no ya en un estado dentro de un estado sino
en un estado sobre el estado’ (...) La Standard Oil -expresa- ha puesto en práctica su ya famoso catecismo
de acción: la penetración sonriente, la consolidación cuidadosa y la imposición insolente. Se ha valido
para ello, de ‘los mismos procedimientos y resistencias internas que motivaron el decreto de disolución de
dicha compañía en su propio país’. Así, acusa a la Standard Oil de recurrir al soborno y al pago de
‘hinchados sueldos’ ” . (Mayo, Andino y García Molina, 1983:110).

Pues bien, conociendo ya cuál era la concepción de Mosconi respecto a la


cuestión petrolera nacional, y respecto de los trusts petroleros en particular, sin dudas
podrá abordarse el resto del capítulo, al menos en lo que a él se refiere, de un modo
mucho más cabal. Pero volviendo al terreno un poco más material, cabría mencionar
que la primera arremetida de Mosconi fue contra los especuladores que reservaban
parcelas para vender a las multinacionales del petróleo, las cuales concentraban de ese
modo grandes porciones de territorio explotable:

“Así destruye de entrada la política de reservas seguida por las compañías extranjeras a través de sus
testaferros; más que explotar, aquéllas desean vender petróleo de otras zonas del mundo a un país
esencialmente consumidor como es la Argentina”. (Larra, 1976:42).

205
Otras de las preocupaciones de Mosconi fueron las de patrocinar la publicación
de una revista que difundiera los últimos adelantos de la industria petrolífera y la labor
de YPF; y la de formar técnicos argentinos bien capacitados. Consistía, pues, en un
verdadero plan de largo plazo. Claro está que el ya entonces General no actuaba solo.
Estas iniciativas se dieron en el marco de una política petrolera mucho más amplia,
llevada adelante desde el Poder Ejecutivo, con Alvear a la cabeza. En general los
autores coinciden en destacar la afinidad de Alvear con las ideas de Mosconi, y rescatan
el hecho de que el Presidente dejó mucha libertad de acción al director de YPF en sus
iniciativas y que le otorgó desde un primer momento todo su respaldo. (Gadano, 2006).
Sin embargo, hay quienes ponen de manifiesto una importante contradicción en
las decisiones adoptadas por el Presidente de la Nación en cuanto a la cuestión del
petróleo y a su “decidido apoyo” a Mosconi en su lucha contra los trusts
internacionales. Por un lado, afirman que el Primer Mandatario encaró

“(...) con decisión política una política petrolera propia que incluyó en sus tramos iniciales repetidas
solicitudes al Congreso para que autorizara gastos que impulsen la explotación petrolífera fiscal; el
nombramiento del general Enrique Mosconi, desde octubre de 1922, para el cargo de director general de
Y.P.F.; dos proyectos de ley sobre el petróleo de 192390; el decreto de ese mismo año por el cual se
aprobaba el ‘Reglamento Orgánico de la Dirección de Yacimientos Petrolíferos Fiscales’; y los dos
fundamentales decretos del Poder Ejecutivo de enero de 1924 respecto de las reservas fiscales y normas
para los pedidos de exploraciones91”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:41).

En contrapartida, en otro tramo de su obra, los citados autores sostienen que


Alvear autorizó reformas de estatutos a algunas compañías lo que le permitió a éstas
aumentar su capital, lo cual derivó en una afirmación de los trusts (Mayo, Andino y
García Molina, 1983). Claramente, este último tipo de medidas significaría un evidente
boicot a los planes de Mosconi. Por lo tanto, aun permanece en tela de juicio el real
compromiso de Alvear con el propósito de lograr la independencia energética para la
Argentina, más aun en virtud de su tan mentada “estirpe oligárquica”, que lo acercaría
más a los intereses extranjeros (y particularmente británicos) que a una postura
decididamente nacionalista al encarar cuestiones de la índole de la que se está
analizando92. Sin embargo, algunos autores no advierten en ello una contradicción, sino

90
Los mismos nunca fueron tratados por el Poder Legislativo Nacional.
91
Después de tales medidas, que consistían básicamente en endurecer los requisitos para el otorgamiento
de concesiones, según datos de Gadano, en tres años el Gobierno Nacional logró reducir las solicitudes en
trámite de 7.237 (por 8.116.000 hectáreas) a sólo 72 (por 73.500 hectáreas). (Gadano, 2006).

206
que más bien encuentran una de las claves al por qué Alvear habría respaldado tan
fuertemente los planes de Mosconi de fortalecer YPF con el expreso propósito de
enfrentar a las compañías petroleras extranjeras. Como explica Solberg,

“Tal política no resultaba amenazadora para Gran Bretaña: una vez que menguó la lucha por el petróleo
del primer momento de la posguerra, el gobierno británico se mostró más preocupado por retener su
comercio de exportación de carbón y petróleo a la Argentina que por promover la producción de petróleo
británico en ese país. Asegurados sus vínculos con los británicos, el gobierno de Alvear no tenía mucho
que perder en su posición económica internacional cuando preparó lo que básicamente era una política
petrolera antinorteamericana”. (Solberg, 1986:125).

De ser esto así aparecería, nuevamente, otro síntoma de pro-britanismo y anti-


norteamericanismo por parte de la dirigencia argentina, a menos de diez años del
comienzo de la Guerra del Chaco. Sea por el motivo que fuere, y como ya se
mencionara, la mayoría de los autores otorgan a Alvear una parte del mérito por el
desarrollo de la producción petrolera nacional, pese a que su triunfo en las elecciones de
1922 había generado, en principio, un ambiente generalizado de tranquilidad en los
círculos de las multinacionales petroleras, las cuales se verían decepcionadas con la
futura progresión de los hechos (Solberg, 1986 y Gadano, 2006).
De esta manera, bajo la égida del tándem Alvear-Mosconi, YPF experimentó un
progreso sostenido en sus primeros años de vida. Pasó de contar con 89 pozos en
producción en 1922 a 353 en 1926, aumentando la producción neta en ese mismo
periodo de 276.807 a 596.380 metros cúbicos (Gadano, 2006). Esto, a su vez, fue
acompañado de grandes mejoras en almacenaje y transporte. Pero sin lugar a dudas el
hecho que mayor impacto causó en la economía nacional, y, claro está, en el ambiente
petrolero en particular, fue la inauguración, en diciembre de 1925, de la destilería de La
Plata. Para constatar su importancia, basta con leer atentamente las siguientes cifras:

“Con la puesta en marcha de la refinería y la finalización de las obras complementarias, YPF había
quedado verticalmente integrada, y prácticamente dejó de vender petróleo crudo en el mercado. Entre
1925 y 1928 las ventas de fuel oil crecieron de 25.000 a 434.000 toneladas, las de querosene de 4.500.000
a 25.600.000 litros, y las de naftas de 5.900.000 a 100 millones de litros. El desafío siguiente era
organizar un esquema para comercializar toda esa nueva producción”. (Gadano, 2006:190).

92
“Si bien pertenecía al partido radical al igual que Yrigoyen, Alvear era percibido como un miembro
más de la clase dirigente que había gobernado a la Argentina en los años previos a 1916 y se lo
identificaba con una posición mucho más favorable a los intereses privados”. (Gadano, 2006:148).

207
Esa afirmación de Gadano es completamente cierta, porque, más allá de que la
destilería platense representó un enorme avance en materia de producción petrolera
nacional, según datos del mismo autor, hacia 1928, la producción de naftas de YPF
representó sólo el 14% del mercado, que seguía estando dominado, en primer lugar, por
las importaciones, y, en segundo, por los refinadores privados, cuya producción
conjunta duplicaba a la de YPF, y de los cuales la Standard Oil of New Jersey, a través
de su mencionada refinería de Campana y su comercializadora local, la WICO, era la
compañía líder, fijando además los precios, que eran usados como referencia por la
competencia, incluyendo YPF.
Atendiendo a los problemas de comercialización ya señalados, Mosconi se
planteó como siguiente meta la de convertir a YPF en una empresa altamente
competitiva a nivel local en materia de ventas, a fin de romper con la hegemonía de los
grandes trusts internacionales que, como se ha visto, dominaban el mercado argentino
de los hidrocarburos. Pero antes de analizar esta cuestión, que culminará felizmente con
aquel histórico 1º de agosto de 1929, es necesario centrarse en el importantísimo debate
legislativo de 1927, en torno a la nacionalización del petróleo. Finalmente, tras largas e
intensas jornadas de debate, el 1º de septiembre de ese año se sancionó la ley que, tras
una enmienda incorporada a petición de los yrigoyenistas una semana después,

“(...) nacionaliza los yacimientos, entrega al Estado nacional el monopolio de su exploración y


explotación, y elimina la posibilidad de sociedades mixtas. No se dispone en cambio de expropiación de
los yacimientos ya concedidos a las empresas privadas, ni se establece el monopolio estatal de la
importación y venta”. (Kaplan, 1957:22).

La misma, además, otorgaba al Estado el monopolio del transporte y prohibía las


exportaciones de petróleo. Por su parte, YPF, lógicamente, no se mostró ajena al debate:

“De la mano de Mosconi, YPF participó activamente de la campaña y alentó el proyecto de


federalización, aunque no el monopolio estatal. El Boletín de Informaciones Petroleras (BIP), una revista
editada por YPF y creada por Mosconi algunos años antes, fue un vehículo efectivo de apoyo al proyecto
de nacionalización y a la lucha de YPF contra la Standard Oil”. (Gadano, 2006:227-228).

Pero sin lugar a dudas el mayor apoyo al proyecto de nacionalización del


petróleo fue la Alianza Continental, una modesta organización financiada por sus
propios miembros, entre los que se contaban el propio Mosconi y el General Baldrich.
En contra de la nacionalización se alzaban las voces de las empresas privadas,
obviamente, y de muchos de sus periódicos y medios de prensa adictos, especialmente

208
los diarios porteños, en general anti-yrigoyenistas, así como también numerosas
publicaciones especializadas del exterior y, en un nivel más sobrio y cuidadoso, los
representantes diplomáticos norteamericanos, quienes siguieron de cerca las alternativas
del proceso petrolero argentino. Pero todo ello será materia de análisis en un posterior
segmento de este capítulo destinado a las maniobras de las empresas multinacionales en
el ámbito de la política petrolera nacional.
Fue en este contexto de debates parlamentarios y exaltación del nacionalismo
que tuvo lugar la campaña para las elecciones presidenciales que se avecinaban.
Hipólito Yrigoyen supo aprovechar este clima que estaba comenzando a gestarse para
apuntalar su regreso a la Casa Rosada. Triunfó ampliamente en los comicios de 1928, y
llegó nuevamente al poder con una política petrolera muy definida.

“El triunfo clamoroso del caudillo en la elección presidencial había sido considerado como una
reafirmación del apoyo popular a las ideas sustentadas por el yrigoyenismo en el problema del petróleo y,
al mismo tiempo, como un nuevo compromiso del primer mandatario de llevar hasta las últimas
consecuencias la política iniciada al respecto. (...) el Poder Ejecutivo (...) al tiempo que exhorta al Senado
al tratamiento de la cuestión, impulsa con energía y en la práctica, el desarrollo de Yacimientos
Petrolíferos Fiscales y la lucha que ésta sostiene con las empresas privadas por el mercado local de
combustible”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:80).

De esta manera, con Yrigoyen ya instalado nuevamente en el Poder, se


intensificará, como bien afirman los autores citados, la lucha contra las multinacionales
del petróleo ubicadas en el país. Sin embargo, otros sostienen que esta política de
combate al capital extranjero por parte de Yrigoyen fue muy sesgada, ya que orientó su
nacionalismo económico hacia la Standard Oil of New Jersey, al mismo tiempo que
buscaba estrechar relaciones con Gran Bretaña, adoptando una posición muy distinta de
la que el Presidente y sus seguidores habían presentado al público (Solberg, 1986).
Es verdad que la política económica de Yrigoyen, en su segunda Presidencia, se
volcó mucho más hacia Gran Bretaña que a los Estados Unidos, siguiendo la línea
histórica seguida por nuestro país. El tratado D’Abernon-Oyhanarte, antecedente más
cercano al famoso Pacto Roca-Runciman de 1933, es prueba de ello. Pero esta
afirmación es cierta, fundamentalmente, al analizar cuestiones de política económica y
comercial en general, no siendo ello tan evidente en materia petrolera en particular. La
actitud de Yrigoyen, por ejemplo, de anular un permiso otorgado por Alvear para la
construcción de una refinería por parte de una de las subsidiarias locales de la Royal

209
Dutch-Shell, la Diadema, es un ejemplo útil para ilustrar hasta qué punto el Presidente
no obedecía ciegamente, como algunos insinúan, a los designios del capital británico.
Podrá ponerse en tela de juicio el mayor o menor grado de pro-britanismo de
Yrigoyen, lo que sí es una realidad es que, durante su segundo mandato, se
intensificaron los ataques a la Standard Oil of New Jersey, en particular por sus
maniobras en el norte del país, como luego se analizará. Por lo pronto, cabe mencionar
que la política petrolera llevada adelante por Yrigoyen, al mostrarse favorable a la
expropiación de los activos de las empresas petroleras extranjeras instaladas en nuestro
país, contribuyó al gradual acercamiento de los partidos de oposición en un frente sólido
en contra de la política oficial. De esta manera, pese a su aprobación en la Cámara de
Diputados, la legislación tendiente a la expropiación nunca atravesaría con éxito la
Cámara de Senadores, donde, a diferencia de la Cámara Baja, aun persistía una mayoría
opositora al yrigoyenismo que, al igual que en su primera Presidencia, frustraría sus
planes en materia de política petrolera. Al fin, esta ley de expropiación no sería nunca
tratada por el Senado de la Nación.
Al igual que quien escribe, y en clara oposición a la última referencia a Solberg;
Mayo, Andino y García Molina consideran que

“(...) la política de Yrigoyen respecto del petróleo durante los dos años siguientes mantuvo la tónica
nacionalista iniciada por el radicalismo hacia 1927. La labor del general Mosconi al frente de Y.P.F. (...)
recibió todo el apoyo y la confianza del Presidente” (Mayo, Andino y García Molina, 1983:65-66).

Justamente, una de las principales muestras que dio Yrigoyen, en la práctica,


respecto a su proclamado nacionalismo petrolero fue la ratificación de Mosconi como
Director General de YPF, más allá de haber sido designado en el cargo por Alvear, y,
más aun, a pesar de tener ideas claramente distintas en más de un aspecto importante en
materia petrolífera. No obstante, algunos autores tienen una visión diferente, y hacen
hincapié en las diferencias conceptuales que separaban a uno y otro (Gadano, 2006).
Solberg completa esa postura, distinguiendo claramente las ideas que cada uno sostenía:

“Si bien el apoyo de Mosconi al monopolio petrolero coincidía con un aspecto de la política petrolera de
Yrigoyen, el director general de YPF se oponía al plan presidencial de expropiar las compañías privadas
existentes. (...) En lugar de eso, Mosconi quería que se limitara a las empresas foráneas a las dimensiones
que tenían en ese momento. En cuanto a la organización futura del monopolio, Mosconi también se
apartaba marcadamente de Yrigoyen y se oponía a la solución estatista del presidente. (...) optaba por un

210
plan de empresa mixta93 (...) El programa de Mosconi representaba un intento sincero y realista por
romper con el estancamiento en que se hallaba la discusión por la política petrolera argentina y
combinaba los objetivos básicos de propiedad nacional, máxima eficiencia y rápido crecimiento. Pero
Yrigoyen no hizo caso de las propuestas del general y continuó presionando inflexiblemente para que el
Senado aprobara el monopolio total del Estado”. (Solberg, 1986:199-200).

Es cierto que Yrigoyen desestimó estas alternativas y se empeñó inflexiblemente


en obtener la aprobación de su ley de monopolio estatal y expropiación. Pero, a mi
entender, ello no impidió que, aun con pareceres distintos, Yrigoyen y Mosconi
trabajaran a la par en pos del desarrollo de YPF y de la industria petrolífera nacional.
Ahora bien, atendiendo a lo previamente apuntado, constituía, hacia finales de la
década de 1920, todo un problema (partiendo de la concepción de Mosconi de lo
imperioso de lograr el autoabastecimiento de petróleo), el hecho de que la mayor parte
del petróleo consumido en nuestro país fuese importado y que, en el mercado interno,
fuera una empresa extranjera, la Standard Oil of New Jersey, la que determinara los
precios de venta, empresa que, por otra parte, se regodeaba ante el voraz aumento del
consumo de gasolina para uso automotor que experimentaba la Argentina de fines de los
años ‘20, al cual YPF no podía satisfacer adecuadamente (Solberg, 1986).
Ante este panorama Mosconi se decidió intervenir en el asunto. Y lo hizo de un
modo espectacular, el cual es rescatado y destacado por la totalidad de los autores
consultados. El 1º de agosto de 1929

“Fué (sic) el día en que la diminuta repartición nacional, con un magro capital, obtuvo la fiscalización del
mercado interno de la nafta, rebajándola a $ 0,20 el litro en todo el territorio de la República. Vencidos en
franca lucha comercial, los poderosos consorcios de la Royal Dutch y la Standard Oil, tuvieron que
batirse en retirada y rebajar también sus precios a 0,20. Hasta que en ese fausto día, Mosconi produjo lo
que él mismo llamó la ruptura del frente petrolero anglonorteamericano, las formidables organizaciones
extranjeras controlaban sin oposición los precios, que subían o bajaban ‘según cotizaciones u órdenes
impartidas desde Nueva York’ ”. (González, 1947:XXIV-XXV).

Las obras de Solberg, Gadano y Mayo, Andino y García Molina se refieren al


suceso en términos muy similares. Pero el primero indaga más acerca de cuál fue el
verdadero motivo por el cual Mosconi se decidió a tomar tan radical medida. Solberg
señala que Mosconi perseguía al mismo tiempo múltiples objetivos:

93
El sistema de empresa mixta que proponía Mosconi debía estar compuesto por el Estado en asociación
con firmas de capital nacional. Más adelante, en el año 30 y luego de las experiencias vividas, el General
acabaría por reconocer la necesidad del monopolio estatal.

211
“(...) reducir las cantidades almacenadas, conseguir apoyo público para YPF y, principalmente, reducir el
poder de las compañías internacionales en la Argentina. (...) Al menos en parte tenía razón. A lo largo de
los treinta años que siguieron, el Gobierno argentino mantuvo los precios del petróleo entre los más bajos
del mundo, y la política de Mosconi fijó una imagen duradera de un YPF amigo del consumidor
argentino”. (Solberg, 1986:203).

Pero esta política de expansión de la empresa estatal se vería drásticamente


interrumpida desde 1930 en adelante, a partir del golpe de Estado que el 6 de septiembre
de ese año derrocó a Hipólito Yrigoyen y colocó al General José Félix Uriburu en el
“sillón de Rivadavia”. Así describe aquel acontecimiento y sus implicancias, con
poética prosa, Julio V. González

“Estábamos en camino de conquistar nuestra emancipación cuando el general Enrique Mosconi batía en
sus últimos reductos a las potencias imperialistas y el Congreso argentino tenía ya su media ley de
nacionalización del petróleo. Pero se abrió el ciclo funesto de los salvadores de la patria, de los
dictadores, de los hombres providenciales y se malogró la gran empresa nacional en que todos los
argentinos estábamos empeñados”. (González, 1947:XVII).

El primer golpe de Estado que debería soportar nuestro país aquel nefasto año
30, como era de esperarse, no sólo se llevó consigo a la legalidad constitucional y al ya
débil y cuestionado Gobierno de Yrigoyen, sino también al General Enrique Mosconi en
su cargo de Director General de YPF, quien debió huir del país y murió pocos años
después sin que su labor fuese reconocida por las autoridades de turno. Vieja historia
conocida acerca de cómo terminan sus días los hombres que lucharon por hacer grande
a este país. Así terminaron los Belgrano, los Moreno, los San Martín... y hasta incluso
los Mosconi. ¿Alguna duda cabe de que sólo gobernantes mucho más ligados a intereses
extranjeros que a los nacionales serían capaces de comportarse del modo en que lo
hicieron Uriburu y Justo para con Mosconi?
Enrique Mosconi murió en 1940, pero dejó tras de sí todo un legado, toda una
historia. Tal fue su talla y su trayectoria, que el propio Arturo Frondizi llegó a afirmar
que el General era un jefe petrolero de la envergadura de un Deterding o de un
Rockefeller (Frondizi, 1954). Yo diría que incluso más, porque además de su enorme
capacidad administrativa, agregó a ello honradez, de la cual carecían esos grandes reyes
del petróleo mundial, y trabajó abnegadamente al servicio de los intereses de su patria.
Pero la realidad indica que, más allá de haber perdido a quien fuera su líder
durante ocho años, la vida continuaba para YPF post-Mosconi y también post-Yrigoyen.
El nombre YPF seguiría, durante muchos años y aun a pesar de numerosas

212
determinaciones en su contra por parte de los sucesivos Gobiernos, en lo más alto del
podio en la consideración de la gran mayoría de los argentinos:

“Como las ideas y la acción de Mosconi movilizaron un poderoso apoyo político, YPF sobrevivió al
golpe de 1930, llegó a ser la empresa más grande de la Argentina y se transformó en el símbolo mismo de
la independencia económica nacional. Por otra parte, como se trataba de la primera compañía petrolera
estatal de América Latina, YPF llamó la atención de toda la región y fue el modelo de empresa petrolera
nacional para otros países”. (Solberg, 1986:233).

Y entre esos países hay que contar, claro está, a Bolivia y sus YPFB. Pero vaya
si serían duros los siguientes años para la repartición estatal argentina. Como sostiene
Kaplan, a partir de 1930

“El Estado y los grupos que lo controlan hacen (...) lo imposible por liquidar todo lo que implique una
política energética medianamente eficaz, y por favorecer el mantenimiento del statu quo y de la
consiguiente dominación de los monopolios. Expresión de esta política son: el sabotaje deliberado y
abierto a YPF, el favoritismo hacia las empresas extranjeras, el estímulo a prácticas anti-económicas, el
desaprovechamiento de posibilidades exteriores”. (Kaplan, 1957:23-24).

Gadano, un tanto más cauto, destaca el carácter transicional de la política


petrolera adoptada por Uriburu. Este autor señala que:

“Como esperaban las empresas privadas, el Gobierno de facto enterró el proyecto de nacionalización y
monopolio petrolero de Yrigoyen. El nuevo ministro de Agricultura, Horacio Beccar Varela, puntualizó a
pocos días de asumir que el gobierno provisional dejaría para el gobierno siguiente el problema de la
legislación petrolera”. (Gadano, 2006:291).

Sin embargo, autores como Solberg aseveran que la nueva administración


representó, en muchos sentidos, una continuidad en la política petrolera nacional.

“Muchos observadores habían esperado que el general Uriburu redujera significativamente las actividades
de YPF, dados sus firmes vínculos con las élites de Salta. En realidad, la producción de YPF creció sólo
un 9 por ciento entre 1930 y 1932. Pero, como hombre de armas, Uriburu tenía cierto compromiso con el
nacionalismo petrolero. Decretó la ampliación de la reserva petrolera estatal de 1924 para poder incluir
toda la zona argentina de Tierra del Fuego y acordó a YPF autoridad para explotar y producir petróleo en
Salta y otras provincias, una autoridad por la que Mosconi había luchado y que los gobiernos de Alvear e
Yrigoyen no habían podido acordarle”. (Solberg, 1986:235-236).

Desde mi punto de vista, el golpe de 1930 llevaba implícito, entre otros


objetivos, el de marcar un cambio de rumbo en favor de los intereses petroleros
privados por sobre los estatales, en particular en cuanto a, en lo inmediato, evitar la

213
sanción de la ley de nacionalización, monopolio estatal y expropiación, la cual, de haber
continuado normalmente la vida constitucional, cobraría mayores visos de realidad al
año siguiente, cuando se renovase parte del cuerpo del Senado. Pese a ello, algún punto
de continuidad ha de haber existido entre la política petrolera de Uriburu y la de sus
antecesores. De no ser esto así, en modo alguno podrían explicarse algunos de los
avances que experimentó la explotación fiscal durante el año y medio que duró su
Gobierno. Es decir, si bien YPF no contó con un decidido apoyo por parte de las
autoridades setembrinas, al menos sí pudo continuar con sus actividades de un modo
más o menos normal e independiente. Esto se deduce, por ejemplo, de una resolución de
la Comisión Administradora de YPF del 15 de octubre de 1931, la cual reza:

“Visto que las compañías particulares resolvieron el día 12 de octubre elevar en 4 centavos el precio por
litro de nafta, la Comisión Administradora dispuso mantener sin aumento alguno el precio oficial vigente
para la nafta ‘Y.P.F.’; intensificar la producción de crudo en los yacimientos fiscales para asegurar a la
destilería de La Plata su rendimiento máximo de elaboración y llevar hasta el cien por ciento la capacidad
de distribución de Yacimientos Petrolíferos Fiscales”. (Resolución de la Comisión Administradora de
YPF del 15 de octubre de 1931, en Silenzi de Stagni, 1955:59-60).

Sin dejar de lado que, como se desprende de la resolución de la Comisión, las


empresas privadas volvieron a tener mayor libertad y control sobre los precios del
mercado interno de petróleo; es real que la compañía estatal pudo continuar su progreso
durante este periodo con bastante autonomía. Pero pronto el panorama se modificaría al
asumir, en abril de 1931 y tras el alejamiento de Beccar Varela, el santafecino Arias al
mando de la Cartera de Agricultura, personaje éste que tenía una posición abiertamente
favorable a las inversiones privadas. Decía Arias:

“En materia de petróleo, el país deberá alterar sustancialmente el rumbo de la política que se ha seguido
hasta hoy. Gran parte de Chubut, el norte de Santa Cruz, los territorios de Neuquén y de Tierra del Fuego
en toda su amplitud y parte de La Pampa y del Río Negro son regiones que han quedado vedadas a la
iniciativa particular, todo ello sin contar las reservas establecidas en Salta, Jujuy y Mendoza. Ciertamente
contrasta la magnitud de estas reservas con la insignificancia de las zonas realmente explotadas. Es
preciso estimular la iniciativa privada. Se hace necesario obtener la cooperación de los capitales
privados”. (Arias, citado en Gadano, 2006:296-297).

El discurso, sin dudas, no suena en absoluto nuevo a nuestros oídos. Pero la


reestructuración emprendida por Uriburu, quien ya definitivamente dejaba de lado su
aparente moderación inicial para volcarse al servicio de los intereses extranjeros, claro
está, fue mucho más allá, involucrando a la mismísima Dirección General de YPF.

214
Mientras que en un principio el dictador optó por ser cauto y nombrar a otro militar, el
marino Felipe Fliess, como conductor de la nueva Comisión Administrativa de YPF,
quien siguió lineamientos si se quiere similares a los de Mosconi; a mediados de 1931 el
Presidente de facto lo reemplazó por Enrique Zimmermann,

“(...) un hombre de negocios de la city porteña cuyo perfil ideológico ha estado sujeto a cierta
controversia. García Molina, por ejemplo, considera que Zimmermann era un ‘fervoroso nacionalista’ con
cuya gestión volvió ‘a reinar en YPF el espíritu que le había impreso Mosconi’. Carl Solberg, por el
contrario, lo considera un representante de los intereses de las empresas petroleras extranjeras. La lectura
de las intervenciones de Zimmermann en las reuniones del directorio de YPF muestra un perfil favorable
a la inversión privada y a las inversiones extranjeras en el petróleo”. (Gadano, 2006:298)

Luego de este último fragmento ya pocas dudas caben acerca de lo evidente que
resultó el viraje en la estrategia petrolera nacional con la llegada de Uriburu al poder. A
menos que se interprete que Mosconi había mostrado, a lo largo de su trayectoria al
frente de YPF, “un perfil favorable a las inversiones extranjeras en petróleo”. Nada más
alejado de la realidad. Seguramente, lo único en común que, en este caso, debía tener un
hombre de la city porteña como Zimmermann con Mosconi era su nombre de pila.
En fin, más allá de cuál sea la verdad, si es que de hecho existe una única
verdad, fiel a mi convicción de que los extremismos nunca son aconsejables, mi opinión
es que, probablemente, la política petrolera del General Uriburu no haya sido del todo
nacionalista como algunos insinúan, ni tan abiertamente entreguista como a primera
vista aparenta, aunque sin dudas se encontraba más cerca de lo segundo que de lo
primero. Lo que sí es innegable, ya que constituye un hecho fáctico de la historia, es que
Uriburu no permaneció mucho en el cargo de Presidente de la Nación ya que, en 1932,
fue sustituido por otro militar, el General Agustín Pedro Justo, quien llevó adelante una
política petrolera diferente, de incluso un mayor y más desembozado entendimiento con
los intereses extranjeros, en particular con los británicos, acentuándose el anti-
norteamericanismo. Todo ello es corroborado por la siguiente cita a Solberg:

“En los seis años que estuvo en el gobierno (1932-1938) Justo intentó, por un lado, promover a YPF a
expensas de la Standard y, por el otro, tranquilizar a los inversores británicos, incluso a los del sector
petrolero. Los críticos nacionalistas acusan a Justo de haber sacrificado a YPF a los intereses
importadores”. (Solberg, 1986:238).

El autor añade luego que dicho juicio es demasiado severo, ya que Justo tomó
también determinadas medidas en favor de la petrolera estatal, como fue el caso del

215
incremento de sus zonas de reserva. Esta medida fue tomada ya al amparo de la primera
ley nacional de petróleo, que fue aprobada pocos meses después que el militar asumiera
la Presidencia. La misma, según Solberg,

“Aunque más débil de lo que los nacionalistas del petróleo hubieran querido (...) confirmaba a YPF en su
papel de empresa petrolera gubernamental, le garantizaba el derecho exclusivo de explorar y producir en
las reservas del Estado y le concedía el derecho de importar petróleo”. (Solberg, 1986:238).

Pese a este último avance, el siguiente fragmento de Silenzi de Stagni da cuenta


de la connivencia existente entre el régimen de Justo y las petroleras privadas:

“Para poner remedio a la competencia desleal de las compañías petroleras en lugar de denunciar sus
actividades ante la justicia del crimen por delito de monopolio que reprime la ley Nº 11.210, se busca una
solución más sencilla: capitular ante los trusts, conviniendo Y.P.F. con los grupos Shell, Standard y otras
compañías menores la forma de distribución, comercio y precio del petróleo crudo y de la nafta en todo el
país”. (Silenzi de Stagni, 1955:65).

Esta forma de avenimiento a la que hace referencia Silenzi de Stagni tomó la


forma de dos “acuerdos secretos” que YPF firmó, el primero el 11 de diciembre de 1936
con las compañías más pequeñas y el 28 de junio de 1937 con la Royal Dutch-Shell
(Shell Mex Argentina Ltda.) y la Standard Oil of New Jersey (González, 1947). Tales
convenios, en opinión de Kaplan, fueron la culminación del ya iniciado sabotaje a la
empresa estatal, cuyas principales consecuencias fueron que:

“Se abandona el pleno y directo control del Estado sobre el mercado petrolero. YPF deja de ser ejecutora
de la política nacional del petróleo para convertirse en simple empresa comercial, y el control del
mercado pasa a un trust integrado por YPF y las empresas privadas, y que de hecho constituye una
sociedad mixta (...) Se fija un precio uniforme para la nafta, con prohibición expresa para YPF de
rebajarlo. El Estado abandona la lucha por el mercado y se constituye en garante de los beneficios
monopolistas”. (Kaplan, 1957:24-25).

Pero sin dudas, el más acérrimo opositor a la política petrolera llevada adelante
por el General Justo, y, dentro de ella, particularmente a los convenios a los que se está
haciendo referencia, fue Julio V. González, quien dedicó su obra Nacionalización del
Petróleo94 casi por entero al análisis y crítica de tales acuerdos. Al igual que Kaplan,
González sostiene que el hecho de haber acordado en los términos en que se lo hizo,
implicó haber creado de hecho una sociedad mixta por la cual YPF perdió todos sus
atributos de soberanía y su capacidad como controladora y reguladora del mercado

94
González, Julio (1947) “Nacionalización del petróleo”, El Ateneo, Buenos Aires.

216
petrolero argentino (González, 1947). Luego, al referirse a las consecuencias de los
pactos, afirma González que

“(...) los ‘trusts’ internacionales, que perdían plata u obtenían ganancias insignificantes antes del nuevo
régimen del consorcio mixto, han ganado desde que éste se estableció, sumas que se aproximan, en total,
a los veinte millones de pesos, en el solo año de 1938. Con el agregado de que (...) el consumidor tiene
que pagar precios más altos por algunos derivados del petróleo y la nafta ha inferiorizado su calidad”.
(González, 1947:87).

De esta manera, evidentemente, el “cambio de rumbo” estaba consumado. Pero


no hay que dejar de lado, cuándo y cómo comenzó este periplo. Fue el 6 de septiembre
de 1930. Muchas historias se han tejido en torno al golpe de Estado acaecido ese aciago
día, siendo un lugar común en la historiografía argentina señalar que el mismo tuvo
“olor a petróleo”, y que fue instigado por las multinacionales petroleras instaladas en el
país (a lo cual me permito agregar: al igual que la Guerra del Chaco...). Pues bien, el rol
jugado por las compañías petroleras extranjeras en el golpe de 1930, así como a lo largo
de todo el periodo que se está analizando en el presente apartado, será objeto de un
detenido análisis en el siguiente segmento, destinado exclusivamente al seguimiento del
comportamiento de estas grandes firmas desde su llegada al país, allá por los albores del
siglo XX, prestando especial atención, como es natural, a las maniobras que la Royal
Dutch-Shell y la Standard Oil of New Jersey perpetraron en nuestro país.

Parte II: Las empresas extranjeras del petróleo en la Argentina (1907-1937)

La actividad petrolera privada por parte de empresas extranjeras en la Argentina


tiene sus inicios prácticamente junto con el siglo XX, constituyendo el año 1907, en que
el Estado descubrió el petróleo de Comodoro Rivadavia, un momento clave también
para el desarrollo de estas empresas foráneas en nuestro país. Tal como retratan Mayo,
Andino y García Molina,

“Una vez que la acción oficial permitió advertir la existencia del petróleo patagónico, la iniciativa privada
decidió organizar las primeras compañías en Comodoro Rivadavia. Hasta 1916, empero, sólo fluye
petróleo de los pozos fiscales. A partir de ese año, dos compañías, la Astra y la Compañía Argentina de
Comodoro Rivadavia, inician la extracción particular en el área. Sin embargo, hasta la finalización de la
Primera Guerra Mundial, el hecho dominante en la actividad desarrollada por el sector privado no es la
exploración y explotación sino el acaparamiento con fines puramente especulativos, según lo denunció el
ingeniero Huergo en un célebre informe”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:12).

217
Pero ya se ha hecho referencia en las páginas precedentes a la cuestión de la
especulación por parte de los sectores privados con las tierras potencialmente
explotables. Lo que es interesante destacar en esta ocasión es que desde el momento
mismo en que el Estado nacional descubrió el petróleo del sur, los intereses privados
comenzaron a jugar un rol de importancia en torno a él. En una primera instancia, como
afirma Silenzi de Stagni,

“A partir de esa fecha el petróleo argentino debe hacer frente a una campaña sistemática de desprestigio
hábilmente organizada por los intereses privados, con argumentos -algunos- que aún hoy día se repiten,
para convencernos de nuestra incapacidad para explotar los yacimientos que se encuentran en el
subsuelo”. (Silenzi de Stagni, 1955:49).

Así, el lobby proveniente de los intereses petroleros en nuestro país, que se


analizará al avanzar este segmento y que tanto se haría sentir a lo largo de nuestra
historia; nació conjuntamente con la explotación petrolífera estatal y llevaba implícito el
perverso mensaje de la incapacidad estatal y la infausta marca del engaño y la mentira.
Atendiendo a los objetivos del presente trabajo, cabría señalar cuál fue la
reacción ante el descubrimiento de 1907 por parte de británicos y norteamericanos. Los
primeros se dedicaron, esencialmente, a acaparar la mayor cantidad de yacimientos a
cualquier precio, no con el fin de explotarlos, sino de evitar que los explotara el Estado
argentino o sus rivales norteamericanos (Puiggrós, citado en Bernal, De Dicco y Freda,
2008). Por su parte, la reacción de los capitales estadounidenses, en un principio, fue la
dejar la producción en manos del Estado y de algunas empresas locales, dedicándose
principalmente a controlar la importación, distribución, refinación y venta de crudo y
derivados extranjeros (Mayo, Andino y García Molina, 1983). Así lo explica Gadano:

“El mercado argentino de combustibles, el más importante de América después de los Estados Unidos y
con perspectivas de crecimiento muy alentadoras, comenzó a llamar la atención de las grandes compañías
internacionales. Pese a que la economía argentina estaba más vinculada a Gran Bretaña que a los Estados
Unidos, fue la Standard Oil of New Jersey (SONJ) quien tempranamente ocupó un lugar de liderazgo en
la importación y comercialización de combustibles, como así también en las incipientes actividades de
refinación local. Lo hizo a través de su filial West India Oil Company (WICO).” (Gadano, 2006:46).

Como destaca Jonathan Brown, hay dos elementos principales que explican el
ingreso de esta empresa a la Argentina en el rubro de la comercialización y refinación,
antes que en la exploración y producción. Así cita Gadano a Brown:

218
“En primer lugar, ‘Standard Oil tenía pocas razones para ponerse a producir en el extranjero en tanto tenía
una oferta adecuada de petróleo crudo en los Estados Unidos’95 (...) Adicionalmente, (...) Las compañías
internacionales ‘encontraron más oposición política a sus operaciones en el área de la producción que en
las actividades de refinación y comercialización en América del Sur’ ”. (Brown, citado en Gadano,
2006:46-47).

Es evidente, a esta altura, notar que poco o nada les costó a las empresas
extranjeras ingresar en el mundo de la comercialización y refinación del petróleo en la
Argentina, mientras que les resultó extremadamente ardua la labor de comenzar a
explotar grandes extensiones en suelo nacional, al menos hasta 1930, lo cual fue fruto
de una precavida política llevada adelante por las autoridades nacionales.
Transcurridos unos pocos años llegaría el turno del arribo a nuestras tierras de la
competencia, de la gran rival de la Standard Oil of New Jersey a nivel mundial, la Royal
Dutch-Shell, la cual también lo hizo a través de una subsidiaria local, la Anglo-Mexican
Petroleum Products Company Limited, en lo que al parecer constituía, más que una
moda, una práctica cuidadosamente estudiada a fin de evitar ganarse la antipatía de los
pueblos sobre los que estas multinacionales hincaban sus filosos colmillos, evitando
aparecer con sus verdaderos y temidos nombres. Esta empresa, inmediatamente

“(...) se transformó en la principal competidora de la Standard Oil en la importación de derivados del


petróleo a la Argentina. La Anglo-Mexican (...) no abrió oficinas en Buenos Aires hasta 1913, pero
prosperó rápidamente al estallar la guerra y desorganizarse los embarques de carbón”. (Solberg, 1986:25-
26).

Antes de avanzar en los acontecimientos y consideraciones correspondientes,


juzgo necesario incorporar una cita de Almaráz, quien en sólo dos párrafos resume a la
perfección lo que se ha venido mencionando hasta aquí, a la vez que esboza claramente
cuáles serían las líneas de conflicto que se sucederían a continuación en el devenir de
nuestra historia petrolera. Dice Almaráz:

“El descubrimiento atrajo el interés de los dos grupos petroleros mundiales, obteniendo ambos permisos
para la exploración y explotación, mientras que el Estado decretaba la reserva parcial de los yacimientos.
La subsiguiente penetración extranjera efectuose (sic) sobre dos líneas: en lucha contra los intereses
nacionales representados por YPF o por los organismos fiscales que le dieron origen y en dura pugna
anglo-norteamericana. Pero a diferencia del avance petrolero en países como los del Caribe, Colombia,
Perú y Bolivia, éste tiene lugar en la República del Plata en un campo hegemonizado por el capital

95
Como se ha visto ya en otro capítulo de la presente obra, esta situación cambiaría radicalmente luego de
la Primera Guerra Mundial.

219
británico. Por otra parte, la violencia desencadenada por los intereses yanquis en Hispanoamérica (...)
contrasta con el silencioso acaparamiento británico de reservas mundiales. Estas circunstancias -
posiciones británicas fuertes en la Argentina y violencia norteamericana- hacen surgir un planteo
unilateral antiyanqui del problema”. (Almaráz, 1958:100).

Perfectamente descripto. Pues es un hecho que, durante el periodo que se


analiza, la doble vía de competencia, es decir, la estatal versus la privada por un lado
(cuyo paradigma es, sin dudas, el combate de Mosconi desde YPF contra los grandes
trusts), y la intra-privada, por llamarla de alguna manera, caracterizada por el duro
enfrentamiento entre la Royal Dutch-Shell y la Standard Oil of New Jersey; jugó un
papel determinante, no sólo en el desarrollo de la industria petrolífera nacional, sino
también en la posición adoptada por nuestro país en el conflicto del Chaco, a lo cual
tampoco escapa otro de los puntos acertadamente señalado por Almaráz: el anti-
norteamericanismo cada vez más manifiesto que se estaba consolidando, no sólo en las
clases dirigentes, sino también en el propio pueblo argentino. Así explica el propio
Almaráz esa doble vía de competencia, desde el punto de vista del capital británico:

“Políticamente apoyándose en los partidos conservadores ejecuta un doble juego: por una parte favorece
las denuncias contra la Standard Oil escondiendo o disimulando la propia presencia y, por otra,
sirviéndose del Senado Nacional donde domina una amplia mayoría conservadora, para contener a YPF,
obstaculiza la política independiente de Irigoyen (sic) ”. (Almaráz, 1958:102).

En definitiva, lo concreto es que ya en 1913, tan sólo seis años después del
hallazgo de petróleo en Comodoro Rivadavia, se encontraban instalados en nuestro país
(como se ha remarcado, dedicados por el momento a la comercialización y refinación,
no a la producción) los dos grandes colosos del universo petrolero internacional. Y,
como era de esperarse, estas firmas comenzaron a aplicar sus viejos, conocidos y
deshonestos métodos de trabajo, generalmente tendientes, en esta etapa, a lograr
iniciarse, de una vez por todas, en el campo de la producción del petróleo de nuestro
subsuelo96. Tal como asevera Kaplan,

“Los métodos empleados en la Argentina son similares a los conocidos ya en todo el mundo: creación de
una red de agentes nativos; campañas de descrédito sobre la capacidad del estado y sobre el valor de los
yacimientos y de la tarea realizada; integración y dominio de empresas originariamente nacionales o
creación de sociedades bajo control original exclusivo, etc. La penetración abarca todas las fases del

96
En realidad hubo intentos previos de explotación petrolera por parte de capitales extranjeros en la
Argentina antes de la instalación de la Standard Oil of New Jersey y de la Royal Dutch-Shell, aunque
resultaron ser efímeros y poco exitosos (Mayo, Andino y García Molina, 1983).

220
negocio petrolero, y se manifiesta en el acaparamiento especulativo de derechos de cateo y de
explotación, en la multiplicación de exploraciones -especialmente en zonas donde la acción estatal había
demostrado ya la posibilidad de éxito-, en el comienzo de la extracción del mineral, en la lucha por el
control del mercado interno, en la presión ejercida a fin de que el estado abandone toda actividad
petrolera a favor de las empresas privadas. En este período, finalmente la competencia inter-imperialista
se convierte ya en un rasgo permanente del problema petrolero argentino”. (Kaplan, 1957:17-18).

Pero, lógicamente, no todas las empresas tenían la misma estrategia, llegando a


advertirse una tendencia a utilizar diferentes métodos de acuerdo a la nacionalidad de
las firmas en cuestión. Así, por ejemplo, a diferencia de la frustrada estrategia adoptada
por algunos capitalistas ingleses de intentar llegar a un acuerdo directo con el Gobierno,
ciertos inversores norteamericanos intentaron un camino distinto. De esta manera,

“En 1920 y 1921 una compañía llamada la Bolivia-Argentine Exploration Corporation se propuso el
ambicioso plan de inundar el mercado argentino con petróleo boliviano de bajo costo. El objetivo
inmediato era minar y luego absorber a la empresa petrolera estatal, con el propósito final de dominar la
industria petrolera argentina. Los datos no son concluyentes, pero todo hace pensar que la Bolivia-
Argentine no era más que una fachada de la Jersey Standard”. (Solberg, 1986:102).

Como se advierte, siempre, detrás de todo, de una manera u otra, estaba la


omnipresente Standard Oil of New Jersey dispuesta a intervenir persiguiendo su propio
interés particular. Y, para completar el cuadro de situación, habría que dar cuenta de
otra realidad incuestionable, y es que si bien por aquel entonces aun

“(...) la Nación mantiene el dominio de las fuentes de producción, los ‘trusts’ lo neutralizan con el que
ejercen sobre la industrialización y el abastecimiento del mercado nacional, porque la producción del país
no alcanza a cubrir el consumo. (...) (la diferencia) debe llenarse con crudo de importación, es decir, con
el que le quieren vender de sus yacimientos en el extranjero, los mismos trusts cuyas filiales compiten con
el Estado en su propio mercado nacional. (...) Cualquiera que sea la puerta donde vayamos a golpear en
toda la extensión del orbe, nos recibe un vendedor de la Royal Dutch o de la Standard Oil, para
imponernos precios, cantidad y condiciones”. (González, 1947:XI).

De esta manera, se hacía muy difícil luchar contra la penetración foránea en los
asuntos petroleros nacionales. Y, como era de esperarse, tarde o temprano, el gran
capital ingresaría de lleno en nuestra economía. Mayo, Andino y García Molina afirman
que la irrupción masiva de capitales petroleros foráneos en nuestro país se produjo
inmediatamente finalizada la Primera Guerra Mundial, dando lugar a lo que ellos
mismos han denominado la “fiebre del petróleo argentino”.

221
“Se trata de un periodo relativamente corto, entre 1918 y 1923, pero fundamental, ya que marca la entrada
masiva de los capitales extranjeros en nuestros yacimientos (...) entre 1919 y 1923 se constituyen más de
treinta compañías (...) Las reservas fiscales de Comodoro Rivadavia y Plaza Huincul aparecen
literalmente rodeadas de derechos mineros que el capital extranjero ha adquirido directamente o por
transferencia”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:18).

Ahora bien, los autores elaboran una detallada lista de cuáles fueron las
condiciones que permitieron este auge de las inversiones extranjeras en el petróleo
nacional en ese momento, destacando entre ellas el incremento del consumo de petróleo
tras las Primera Guerra Mundial en la Argentina ante la escasez de carbón importado; el
contexto internacional de incremento de la competencia entre las compañías petroleras
estadounidenses y europeas tras la gran conflagración internacional y su nueva política
de controlar reservas en el extranjero97; el cada vez más detallado conocimiento de las
potenciales riquezas del subsuelo argentino; franquicias concedidas por Yrigoyen para
la importación de maquinarias, entre otras (Mayo, Andino y García Molina, 1983).
A propósito de la política petrolera de la primera Presidencia de Yrigoyen
respecto a los trusts, Kaplan realiza una acerba crítica:

“El proceso de penetración imperialista en el petróleo continúa y se profundiza bajo el primer gobierno de
Yrigoyen. (...) Se evidencia reiteradamente la manifiesta voluntad oficial de no malquistarse con las
empresas petroleras imperialistas, y éstas consolidan y expanden las posiciones conquistadas bajo los
gobiernos oligárquicos, acaparan permisos de cateo y concesiones de explotación y mejoran su posición
en el mercado interno”. (Kaplan, 1957:20-21).

Es innegable que, como sugieren los autores citados, durante el primer mandato
yrigoyenista el gran capital petrolero internacional se afianzó definitivamente en el país,
pese a que en más de una ocasión el caudillo radical demostró su manifiesta hostilidad
para con los trusts extranjeros, particularmente la Standard Oil of New Jersey, lo cual
hace discutibles las duras acusaciones de Kaplan al respecto.
Llegados a este punto, se hace necesario resaltar que ya para ese entonces
(principios de la década de 1920), la Standard Oil of New Jersey ocupaba un lugar
central, por lejos, en la vida petrolera nacional, muy especialmente en el rubro de la
importación y comercialización del preciado hidrocarburo. De esta manera, viendo que
el negocio prosperaba, en 1920 el trust norteamericano abrió oficinas en Buenos Aires.
A partir de entonces, la firma norteamericana comienza a obtener numerosas

97
Para profundizar sobre este punto, ver capítulo III.

222
concesiones en las inmediaciones de Comodoro Rivadavia y Plaza Huincul. Pero como
advierten Mayo, Andino y García Molina,

“(...) el interés de la poderosa compañía no se limita al sur argentino. Está perfectamente informada de la
importancia y valor del petróleo salteño e inicia la solicitud de permisos de cateo. Más tarde penetra en
Jujuy asociándose al ingenio Leach Argentine Estates. El interés de la Standard por el petróleo del norte
es doble: primero, por su alta calidad, y segundo, por la posibilidad de llegar a una explotación unitaria
entre sus propiedades bolivianas, donde posee 1.000.000 de hectáreas, y las concesiones salteñas”.
(Mayo, Andino y García Molina, 1983:25-26).

La empresa fracasará en Jujuy y Comodoro, pero se afianzará en Neuquén y


Salta. Ya para ese entonces el interés por el petróleo argentino trascendía las fronteras
nacionales, y comenzaba a interesar a organismos oficiales norteamericanos. Así,

“En 1922, el Bureau of Foreign and Domestic Comerce de los Estados Unidos publicó en Washington un
reporte especial sobre la industria petrolera argentina. (...) (Al mismo tiempo) el Gobierno norteamericano
(...) advertía: ‘Todos los partidos políticos de Argentina y la población argentina en general tienden a ver
con sospecha a cualquier compañía que parezca ser un trust extranjero, por lo que las compañías
norteamericanas interesadas deberían considerar formar empresas nacionales según la ley argentina’. (...)
En Buenos Aires, los funcionarios de la embajada de los EE.UU. se habían contagiado del optimismo
reinante con respecto al potencial del petróleo argentino, y recomendaban abiertamente el ingreso de las
petroleras norteamericanas en el país”. (Gadano, 2006:123-124).

Como se ve, la cuestión iba tomando un cariz de una relevancia cada vez mayor,
involucrando al propio Gobierno de los Estados Unidos. Pero el apoyo brindado por
este país a sus empresas en el extranjero será abordado más adelante. Lo que por el
momento es necesario aclarar es que, pese a su amplio dominio en nuestro país, la
Standard Oil of New Jersey no operaba sola aquí, y poco a poco la Royal Dutch-Shell,
fue incrementando la competencia. Dice nuevamente Gadano:

“La Royal Dutch Shell también se interesó por los yacimientos argentinos (...) En abril de 1922 envió a
Buenos Aires a Sietze Jas, un ingeniero holandés (...) Jas declaró: ‘La compañía piensa que ha llegado el
tiempo de explotar el petróleo argentino en gran escala’. (...) A fines de ese año fue autorizada a operar la
empresa Diadema Argentina, que poco tiempo después se convertiría en el brazo local de la Shell en el
segmento de exploración y explotación de petróleo y gas”. (Gadano, 2006:123).

De esta manera, con la abierta competencia de las dos grandes multinacionales


del petróleo en ciernes, la cual amenazaba directamente los intereses de YPF, es que
Alvear llegó a la Presidencia. Para Almaráz:

223
“En la presidencia de Alvear (1922-1928) la pugna entre británicos y yanquis se agudizó y, este es el
hecho más significativo, el petróleo boliviano constituyó un nuevo elemento en el escenario político
argentino”. (Almaráz, 1958:102).

A lo que el autor se refiere con su última afirmación es al inicio de la puja entre


YPF y la Standard Oil of New Jersey en Salta, y las implicancias que esto tuvo en torno
a la presencia del trust norteamericano en Bolivia y su constante búsqueda de salida al
mar vía fluvial por nuestro país, cuestión esta que, ya habiendo sido mencionada en
capítulos previos, será profundizada en la última parte del presente. En cuanto a la
política de Alvear respecto a los capitales extranjeros en el país, nos dice Kaplan,
siempre en un tono ácido:

“Como su predecesor, el gobierno de Alvear tolera y fomenta la coexistencia de YPF y de las empresas
privadas, y enfrenta con cierta energía al grupo Standard Oil mientras ‘subestima’ la acción delgrupo (sic)
británico”. (Kaplan, 1957:21).

Más allá de esta insinuación de pro-britanismo, la realidad indica que, en efecto,


la actividad de las empresas extranjeras continuó en aumentó durante los años de la
Presidencia alvearista. Según datos de Gadano,

“La producción petrolera de las compañías particulares había crecido de 106.609 metros cúbicos en 1922,
a 492.245 en 1926. La expansión de la producción privada a un ritmo superior al de la explotación estatal
había elevado su participación en el total de producción”. (Gadano, 2006:224).

En este contexto es digno de mención, para reafirmar lo que se ha venido


exponiendo hasta aquí, que el Departamento de Estado de los Estados Unidos jugó un
rol cada vez más preponderante en los asuntos que atañían a los capitales
norteamericanos en nuestro país, en particular la Standard Oil of New Jersey. Sin
embargo, antes de encarar esta cuestión, resulta de interés dar cuenta de la existencia de
opiniones divergentes, como la de Solberg, quien sostiene que

“(...) hubo un evidente cambio de política en el Departamento de Estado frente a las empresas petroleras
que operaban en el extranjero. Washington se hallaba empeñado en delicadas negociaciones con los
británicos por una política de ‘puertas abiertas’ para las compañías petroleras norteamericanas en el
Medio Oriente y no podía apoyar el establecimiento de un monopolio petrolero controlado por
norteamericanos en la Argentina”. (Solberg, 1986:105).

Pese a Solberg, y en virtud de lo hasta aquí analizado, pocas dudas caben de que
la cuestión del petróleo argentino interesaba, y mucho, al Gobierno de los Estados

224
Unidos. A propósito, resulta por demás interesante la autorizada opinión de Mayo,
Andino y García Molina al respecto, corroborando la afirmación anterior:

“Los Departamentos de Comercio y Estado de los Estados Unidos y la embajada de la Unión en Buenos
Aires, actuando en forma convergente, se convirtieron en base de apoyo para la penetración de las
compañías petroleras norteamericanas en nuestros yacimientos”. (Mayo, Andino y García Molina,
1983:37).

Estos autores brindan luego, con minucioso detalle, un ejemplo en el cual la


Standard Oil of New Jersey solicita los buenos oficios de la diplomacia norteamericana
a fin de solucionar los inconvenientes que tenía en Salta, solicitud que, claro está, fue de
inmediato llevada en consideración por parte del Departamento de Estado y la
Embajada norteamericana en nuestro país.
Ahora bien, pasando a otro aspecto trascendente que hace a la actuación de las
empresas extranjeras del petróleo en la Argentina, se hace necesario mencionar la
intensa actividad que las mismas desplegaron, en diferentes ámbitos e instancias, a fin
de beneficiar sus intereses; es decir, el lobby que los grandes consorcios internacionales
desarrollaron durante todo este periodo. Como se dejado en claro, el lobby extranjero en
los asuntos atinentes al petróleo nacional comenzó desde el descubrimiento mismo de
petróleo por parte del Estado en Comodoro Rivadavia en 1907, y desde entonces nunca
más se detuvo. Es así como, llegados a la instancia del análisis, cronológicamente
hablando, en la que nos encontramos, es importante señalar que, luego del ingreso
masivo del capital foráneo a nuestra industria petrolera, el primer hecho que suscitó una
relativamente importante campaña de las multinacionales del sector en contra de las
políticas gubernamentales fue con motivo de la construcción de la gran destilería de La
Plata, a instancias de Mosconi. Según Gadano,

“El anuncio de la construcción de la destilería fue criticado por varios medios de prensa, incluyendo los
vinculados a las compañías privadas, como la revista Petróleo y Minas. La publicación dudaba de la
capacidad del Estado para administrar una refinería, y destacaba que ningún país productor en el mundo
había instalado una refinería estatal”. (Gadano, 2006:185).

Así es como Larra describe la situación:

“Con Mosconi no se puede contar, saben de su firmeza de roca. Entonces empiezan a machacar arriba, a
influir sobre los hombres de gobierno, a demostrarles que la empresa está colmada de dificultades
insalvables, que afecta aquello y lo otro. ¿Y por una destilería la Argentina se va a malquistar con sus

225
clientes ingleses y norteamericanos? Dejen ustedes eso. No saben los problemas que trae. Elaborar,
refinar el petróleo es cosa seria”. (Larra, 1976:62).

Afortunadamente, en esa ocasión los “cerebros” de los gobernantes de turno no


serían conquistados, y la destilería estaría en pie y produciendo al poco tiempo. Pero no
siempre el resultado sería tan feliz para los argentinos. El hecho paradigmático que
ofrece nuestra historia petrolera acerca de la capacidad de lobby y movilización de los
grandes consorcios internacionales los tendría como ganadores. Al hecho que se está
haciendo referencia es al debate parlamentario por la nacionalización del petróleo de los
años 1927 y 1928, con su nefasto correlato: el golpe de Estado de 1930. En ese periodo,
los trusts extranjeros jugaron todas sus fichas a fin de evitar una nacionalización que los
hubiera, sin dudas, arruinado. Como ya se ha señalado, el debate legislativo de 1927-28
fue apasionado e incierto, y no sólo involucró a los Diputados y Senadores de turno,
sino al pueblo de la Nación Argentina por entero. Y los consorcios extranjeros no iban a
quedarse afuera. Antes de comenzar con el debate en sí, sería interesante contextualizar
cómo se encontraba la explotación privada hacia el año 1927:

“A mediados de 1927 el número de compañías petroleras que explotaban concesiones había quedado
reducido a trece. Según un informe preparado por la Dirección de Minas y publicado en el Diario de
Sesiones de la Cámara de Diputados en agosto de 1927, entre 1907 y 1916 la producción de las
compañías privadas importaba apenas un 3% del total, crece a un 15% entre 1917 y 1922 y llega al 35%
entre 1923 y 1926 (...) Hacia 1927, la distribución geográfica de las áreas de explotación en manos
extranjeras era la siguiente: en Comodoro Rivadavia, fuera de la reserva fiscal, predomina claramente el
capital británico y europeo; en Plaza Huincul y el norte, por el contrario, predomina el capital
norteamericano representado por la Standard Oil y sus subsidiarias locales”. (Mayo, Andino y García
Molina, 1983:28).

Más adelante, los mismos autores añaden que para 1927 el capital británico
invertido en nuestros yacimientos superaba en el total al norteamericano. Arrojados
estos datos, que sirven a modo de parámetros, ahora sí se procederá a narrar la
secuencia de lo sucedido durante el tratamiento de la ley del petróleo:

“Cuando, hacia fines de 1926, se afirmaba la posibilidad de que las respectivas comisiones de la Cámara
de Diputados despacharan los proyectos confiados a su estudio, las compañías petroleras creyeron llegada
la ocasión de manifestar su oposición al contenido de los mismos con la intención de promover la
eliminación de aquellas disposiciones que más amenazaban sus intereses. (...) Cuando la decisión de la
Cámara de Diputados de considerar el proyecto de legislación del petróleo parecía un hecho y las críticas
iniciales de las compañías petroleras se revelaron incapaces de modificar los aspectos fundamentales del
mismo, éstas optaron por unir circunstancialmente sus fuerzas para resistir, en forma coordinada, la

226
puesta en marcha de un régimen legal que afectaba sus intereses. (...) La decisión de llevar una acción
conjunta se concreta al poco tiempo, con la incorporación de las empresas productoras más importantes a
la Unión Industrial Argentina (UIA de aquí en más). El objetivo era valerse del apoyo de esa entidad a los
efectos de operar como un factor de presión ante el gobierno argentino”. (Mayo, Andino y García Molina,
1983:47-49).

Como se puede apreciar, parece ser una respuesta típica y común de los grandes
trusts la de dejar de lado las diferencias y la cruenta competencia mutua ante una
situación que entrañe serios riesgos a su capacidad de seguir incrementando su ya
desmedida fortuna. La misma respuesta tendrían apenas un par de años después los
grandes grupos multinacionales del petróleo al firmar el acuerdo de Achnacarry, tal
como se observó en el capítulo anterior. Continuando con el debate por la
nacionalización del petróleo, Gadano amplía la información al respecto al sostener que

“En julio de 1927 el bloque de compañías productoras privadas, con la notoria ausencia de la Compañía
Ferrocarrilera, presentó una nota al presidente de la Cámara de Diputados alertando sobre los efectos
negativos que provocaría la sanción del proyecto de Ley del Petróleo presentado por la Comisión. Sin
entrar a discutir los detalles del proyecto, el mensaje de las empresas se concentró en demostrar el gran
esfuerzo inversor de las compañías privadas, relativizar la riqueza petrolera de la Argentina, atacar los
decretos de reserva de Alvear y de las provincias, y enfatizar la necesidad de alentar la inversión privada
como única manera de alcanzar niveles de producción que permitiesen abastecer al mercado interno. Las
empresas se cuidaron de no criticar a YPF, señalando ‘La explotación por el Estado y la explotación
privada pueden coexistir perfectamente’ ”. (Gadano, 2006:230).

Solberg, quien no coincide con la idea de que los privados se cuidaron de no


atacar a YPF, agrega:

“Las empresas señalaban la producción rezagada de YPF como evidencia de que la empresa estatal era
técnica, administrativa y financieramente incapaz de conducir efectivamente la industria petrolera. En un
tono menos moderado, el periódico Petróleo y Minas descalificaba el plan de monopolio como ‘fantasía
lunática’ ”. (Solberg, 1986:183).

Luego de innumerables quejas, en particular contra las ventajas impositivas y de


otro tipo de las que gozaba YPF como empresa estatal, el frente conformado por las
petroleras internacionales decidió reanudar sus embates, y lo hizo de un modo peculiar,
emitiendo el siguiente comunicado, al cual luego se agrega una acertada reflexión por
parte de Mayo, Andino y García Molina:

“(...) ‘si se consideraba factible y necesario a los intereses del país el monopolio de la industria del
petróleo por el Estado, debería ser establecido francamente y en forma completa, para lo cual tendría que

227
empezarse por la expropiación inmediata de los cateos, minas e instalaciones actualmente en propiedad de
la industria privada’. (...) No debe haber en toda la historia de las nacionalizaciones petroleras muchos
ejemplos como éste, donde la Standard Oil, la Royal Dutch, la Anglo Persian y otras compañías de menor
importancia sugieren la expropiación como alternativa a continuar con sus concesiones. (...) No es por
tanto, creíble que las compañías ignoraran el riesgo que corrían al hablar públicamente de expropiación.
Más que un peligroso ardid táctico para confundir a la opinión pública, trataban de impresionar al Senado,
donde reinaba un clima hostil a la nacionalización, presentándole una alternativa de hierro: o la nueva
legislación aseguraba plena libertad y garantías a las compañías o de lo contrario el monopolio estatal con
expropiación”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:56-57).

Pero estas mega-empresas no se quedaron con ese descargo, y fueron por más.
Múltiples métodos emplearon, a modo de lobby, a fin de evitar la sanción de la ley. La
Standard Oil of New Jersey, por ejemplo, contaba con personas influyentes que
abogaban por sus intereses:

“Matías G. Sánchez Sorondo, por ejemplo, un aristocrático líder político conservador, que era además
profesor de Derecho Minero en la Universidad de La Plata y consejero legal de la Standard Oil, en 1927
publicó un libro que atacaba la legislación petrolera de Yrigoyen, La palabra de un patriota sobre el
problema de la legislación del petróleo. Elaborado ejercicio de derecho constitucional, el libro sostenía
que si bien el Estado tenía el derecho constitucional de ejercer ‘control y vigilancia’ sobre las minas, la
Constitución prohibía claramente al Estado declararlas de su propiedad”. (Solberg, 1986:184).

Otro ejemplo de lobby, en este caso también por parte de la Standard Oil of New
Jersey, fue el de atacar a las agrupaciones que hacían campaña a favor de la
nacionalización, como es el caso de la Alianza Continental, con el sólo objetivo de
desprestigiarlas a partir de falsas versiones (Mayo, Andino y García Molina, 1983).
Claro está que no sólo las empresas extranjeras eran parte de la campaña. Como se pudo
observar en la primera parte de este capítulo, el radicalismo y sus medios de prensa
adictos también echaban leña al fuego. Así, como bien afirma Solberg,

“Los radicales también pintaban a la Standard Oil y al Senado como socios de una conspiración
inescrupulosa que quería evitar que el pueblo argentino gozara de los frutos de la política petrolera
nacionalista. Durante semanas antes de las elecciones (el autor se refiere a las elecciones presidenciales
de 1928) La Argentina publicó titulares que proclamaban: ‘El Oro Extranjero Busca Votos’, ‘La Standard
Oil Soborna Conciencias’ y ‘10 Mil Millones de Dólares en Juego’. (...) Otro tema de importancia era el
asesinato del presidente mexicano Carranza en 1920, que el director del periódico, el general Baldrich,
atribuía a la Standard. Una intervención similar por ‘los filibusteros que pretenden convertir en una
colonia yanqui a la República’ esperaba a la Argentina si la Standard seguía operando en su territorio,
advertía Baldrich”. (Solberg, 1986:220).

228
Así y todo, como aseveran Mayo, Andino y García Molina,

“La Standard Oil no se limitó, empero, a replicar directamente a sus críticos. Tocó otros resortes. En
Buenos Aires, revistas como Petróleo y Minas e Industrias y Negocios, asumieron solapadamente su
defensa. La última publicación, sobre todo, parecía ser un vocero oficioso de las inquietudes y
aspiraciones de la embajada norteamericana en nuestro país. ‘... No creemos en el fantasma de la Standard
Oil Company, empresa que ha hecho obra progresista -señalaba Industrias y Negocios- ni consideramos
incompatible con la dignidad del país el temor que suscita en determinados círculos y hombres’. La
revista Petróleo y Minas, por su parte, daba cabida a los comunicados de la compañía en sus columnas, y
defendía sus intereses censurando la nacionalización y la obra de Mosconi”. (Mayo, Andino y García
Molina, 1983:115).

Como vemos, las acusaciones fueron cruzadas y el ambiente estaba


verdaderamente caldeado, siendo casi excluyentemente los únicos protagonistas la
Standard Oil of New Jersey y el Gobierno Nacional, primero con Alvear y,
principalmente, con Yrigoyen al retornar éste a la primera magistratura. Planteada la
cuestión en estos términos, cabría recordar que el primer “round” de la contienda (pues
se trataba de una verdadera contienda, dialéctica al menos) fue ganado por el Estado al
aprobarse la ley por la Cámara de Diputados y obtenerse de esa forma la media sanción.
Luego de la aprobación en Diputados, según Solberg, las compañías privadas
reaccionaron amargamente, expresando su descontento una vez más a través de sus
medios de prensa adictos (Solberg, 1986).
Pero felizmente para las transnacionales del petróleo la ley de nacionalización
nunca pasaría del Senado Así describe Kaplan el modo en que el lobby de estas
empresas influyó en los acontecimientos posteriores:

“A su eficaz presión sobre las distintas fracciones y partidos de la burguesía nacional se deben el sabotaje
senatorial de la ley pendiente de sanción y de sus mejoras complementarias (expropiación de
yacimientos) que los yrigoyenistas introducen en 1928, así como una contribución importantísima a la
preparación del frente reaccionario que apoya y ejecuta el golpe militar de 1930”. (Kaplan, 1957:22).

Tras erigirse como las grandes vencedoras, a partir del no tratamiento de la ley
en el Senado, las grandes firmas extranjeras continuarían con su accionar y sus
campañas de agitación y desprestigio. Tal como afirma Kaplan, llegarían a estar incluso
involucradas en el golpe de Estado de 1930 que derrocó al Presidente constitucional
Hipólito Yrigoyen. En las páginas que siguen se abordará esa temática. Pero entre el
debate de 1927-28 y la caída de Yrigoyen, los grandes trusts internacionales del
petróleo no permanecerían inactivos. Nuevamente se los vio salir al ruedo tras la rebaja

229
unilateral de precios perpetrada por YPF en agosto de 1929. Así, en contraste con la
postura de Mosconi, que había decidido darle al suceso un carácter fundamentalmente
político y estratégico, Petróleo y Minas no dudó en atribuir las reducciones de precios
de YPF a sus dificultades de comercialización (Gadano, 2006).
Mientras las críticas y acusaciones continuaban de uno y otro bando, Hipólito
Yrigoyen asumía su segundo mandato como Presidente de la Nación. Y con su llegada
al poder, a pesar de su escepticismo inicial, los intereses británicos recuperarían un
atisbo de centralidad en la disputa por el petróleo argentino, pues, nótese, que en las
últimas páginas se ha hecho referencia casi con exclusividad al rol desempeñado por el
capital norteamericano, y muy especialmente dentro de este, la Standard Oil of New
Jersey. Así, pues, como señalan Mayo, Andino y García Molina, Yrigoyen daría, en
relación al capital británico,

“(...) muestras de una inusual vocación de diálogo y, lo que es más importante, exhibiría, en algunos
aspectos clave, una marcada tendencia a acceder a sus solicitaciones. (...) Las relaciones comerciales entre
Gran Bretaña y el tercer gobierno radical encontraron puntos de convergencia que llevaron a este último a
comportarse como un aliado de aquélla en su lucha contra la penetración del capital norteamericano”.
(Mayo, Andino y García Molina, 1983:119).

La postura de Yrigoyen, en su segunda Presidencia, ya ha sido analizada con


detenimiento, pero lo que es importante destacar del párrafo precedente es,
principalmente, la real y cierta mejor predisposición que el caudillo radical mostró para
con el capital británico respecto al capital estadounidense, lo cual, por otra parte, es
lógico, luego de la accidentada campaña que se desató en los años previos, en la cual los
ataques más frontales a su legislación petrolera provinieron de la Standard Oil of New
Jersey. Este hecho, es decir, la relativa inclinación pro-británica de Yrigoyen, no debe
ser pasado por alto, debido a que por esos años ya se estaba en la antesala del conflicto
del Chaco, y esta tendencia favorable a los británicos por parte del Gobierno argentino,
que se mantendría y hasta por momentos agudizaría en los años posteriores a la caída
del ya anciano Presidente, resultaría decisiva en el desarrollo de dicha contienda bélica.
De esta manera, la llegada de Yrigoyen nuevamente a la Casa Rosada, significó,
al final de cuentas, un alivio para las empresas con participación de capital británico
instaladas en el país, las cuales, por su parte, no tenían mucho que perder ante una
eventual nacionalización del petróleo, ya que

230
“(...) de adoptarse, no afectaba en forma inmediata las concesiones inglesas, localizadas, como estaban, en
territorios nacionales; pero servirían, eventualmente, para contener y acaso eliminar a su rival, la Standard
Oil, del norte argentino.”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:122).

Es digna de ser resaltada la esperanza que abrigaban los británicos de que la


Standard Oil of New Jersey viera comprometidas sus posiciones en el país y,
particularmente, en el norte, donde el trust norteamericano esperaba afincarse
definitivamente para así poder unir su producción salteña con la boliviana, conformar
una única unidad productiva y, llegado el caso, desagotar su producción “encerrada” en
el país del Altiplano a través de los ríos argentinos; a lo cual, se oponían fervientemente
el Gobierno radical y el propio Director General de YPF, Enrique Mosconi. De esta
manera, los objetivos del capital privado británico y del Gobierno argentino, al menos
en cuanto al petróleo del norte, eran concurrentes, lo cual ayuda a explicar, una vez más,
la postura de nuestro país en la guerra por el Chaco Boreal entre paraguayos y
bolivianos, ubicándose del lado de los primeros y favoreciendo de esa manera, directa o
indirectamente, a los intereses anglo-holandeses radicados, no sólo en la Argentina, sino
también en el Paraguay.
Llegados a este punto, se hace necesario recalcar algo que resulta evidente: poco
se ha mencionado, hasta aquí, del lobby llevado a cabo por el capital petrolero británico
en la Argentina, más allá de las consideraciones generales y los petitorios conjuntos que
las empresas extranjeras realizaron a fin de oponerse a la ley de nacionalización del
petróleo. Y es que, ciertamente, las empresas de aquél origen que operaban en nuestro
suelo, encabezadas, como es natural, por la Royal Dutch-Shell, mantuvieron un perfil
sumamente bajo, en una postura de expectante cautela, durante los meses del debate
legislativo. No obstante, eso no significa que fueran totalmente ajenas a las artimañas
empleadas explícitamente por la Standard Oil of New Jersey, como es el caso de la
presión en las altas cúpulas dirigenciales Prueba de ello fue su accionar luego de la
negativa del Gobierno Nacional ante la petición de una concesión para construir una
refinería en Dock Sud, la cual había sido otorgada por Alvear y denegada luego por
Yrigoyen. A través de una merma voluntaria en la producción de sus pozos de
Comodoro y de la intercesión de su Embajada en nuestro país, los británicos dejaron por
un instante de lado su “cuerda de seda” y presionaron abiertamente a la administración
de Yrigoyen, que acabó por ceder. (Mayo, Andino y García Molina, 1983). Por lo visto,
el Foreign Office estaba tan dispuesto como el Departamento de Estado norteamericano

231
a actuar y entrometerse en los asuntos petroleros argentinos ante la sola solicitud de
acción por parte de sus capitales instalados en nuestro país.
Pues bien, ahora sí, ha llegado el momento. La hora señalada para que los
intereses del gran capital petrolero foráneo (norteamericano particularmente) dieran su
golpe maestro. Más de tres años de ensayo, desde aquellos acalorados debates por la
nacionalización del petróleo, fueron considerados suficientes como para poner en
práctica su jugada más perversa, su campaña más vil. Sí, ha llegado el momento de
referirnos al infame golpe de Estado perpetrado el 6 de septiembre de 1930.
A decir verdad, la participación o no de los intereses petroleros extranjeros en el
golpe militar es un tema muy controvertido y que ha suscitado innumerables puntos de
vista en uno u otro sentido. Pero antes de inmiscuirnos en los diversos análisis que
adjudican o descartan la responsabilidad de los grandes trusts en la caída de Yrigoyen,
comencemos por ver cómo fue recibida la noticia del golpe de Estado por las firmas
extranjeras que operaban en nuestro territorio, y por los Gobiernos y algunos medios de
prensa de sus países de origen:

“En principio, no cabe la menor duda que los intereses extranjeros y norteamericanos en especial vieron
con alivio la caída de Yrigoyen y ofrecieron su respaldo al nuevo régimen. La Cámara de Comercio de los
Estados Unidos en nuestro país urgió a Washington el pronto reconocimiento del gobierno provisional.
Más aún, a los pocos días se ofrecía al nuevo gobierno un préstamo de 100.000.000 pesos. (...) el
préstamo (...) evidencia el apoyo de los grandes consorcios financieros a la revolución (...) (que) era bien
vista en el exterior, particularmente en los grandes centros financieros anglo-norteamericanos”. (Mayo,
Andino y García Molina, 1983:155-156).

No sólo en el mundillo financiero se contentaron con la caída de Yrigoyen, los


Gobiernos de los Estados Unidos y Gran Bretaña también lo hicieron. De ningún otro
modo podría explicarse que prontamente, el 18 de septiembre para ser más exactos,
ambas Naciones extendieran su reconocimiento diplomático al nuevo Gobierno de
facto, precisamente con el agravante de haber surgido el mismo de un modo ilegítimo e
inconstitucional. Peor aun fue en el caso de los Estados Unidos, no sólo por el hecho de
que históricamente se ha encargado el país del norte, supuestamente y sin que nadie se
lo solicite, a modo de paladín de la justicia, de defender la democracia en todos los
rincones del planeta, sino también por haberse mostrado tan abierta y descaradamente
complacido con el nuevo régimen, de acuerdo a las palabras cargadas de cinismo de su
Embajador, Mr. Bliss, quien urgía al Gobierno estadounidense a reaccionar ante la
nueva situación imperante en los siguientes términos:

232
“Deseo, nuevamente, destacar la composición civil del nuevo gobierno y que el gobierno de Yrigoyen fue
derrocado por un estallido popular de indignación, y renovar mi previa recomendación de un
reconocimiento temprano que contribuirá a crear un sentimiento agradable hacia los Estados Unidos de
parte del público en general”. (Bliss, citado en Mayo, Andino y García Molina, 1983:160).

Por su parte, los medios de prensa extranjeros también dieron gran trascendencia
al golpe de Estado, especialmente en Norteamérica. Sin ir más lejos, el mismísimo The
New York Times, en una nota publicada pocos días después del suceso, titulada

“ ‘Argentina retira al petróleo de la política. Se terminan los ataques a los Estados Unidos’, los
norteamericanos festejaban el cambio, en particular el reemplazo de Mosconi ‘líder de la cruzada
antiamericana’, por el marino Felipe Fliess, a quien definían como una persona ‘amistosa hacia los
Estados Unidos y con una gran cantidad de amigos entre los residentes norteamericanos’ ”. (Gadano,
2006:276).

Pero más allá del alborozo que causó la caída del caudillo radical, especialmente
en el Gobierno de los Estados Unidos, sin dudas las más beneficiadas fueron las
empresas petroleras que operaban en nuestro país al verse de esta manera liquidado el
programa de nacionalización y monopolio estatal. Las publicaciones especializadas,
tanto locales como extranjeras, se hicieron eco de esta nueva situación en los siguientes
términos:

“La revista Fortune (publicó:) ‘La última revolución (...) derrocó a Yrigoyen, un cruzado fanático contra
todo lo yanqui, incluyendo las compañías de petróleo. (...) Su deposición fortalece la posición de la
Standard Oil en la Argentina’. Oil and Gas Journal, por su parte, señalaba que ‘se espera que la reciente
perturbación política en la Argentina, según se dice, redunde en beneficio de las compañías petroleras
extranjeras operantes en el país’ ”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:156).

“La revista local Petróleo y Minas, vocero habitual de las compañías privadas, saludó al golpe militar con
un artículo editorial de título elocuente: ‘Primavera de Gloria’ ”. (Gadano, 2006:276).

Sobran las palabras. Pero no sólo eso. Hasta las propias empresas, como fue el
caso de Astra, emitieron comunicados oficiales mostrando su conformidad:

“Por las razones que son de dominio público, la situación de las Compañías Petrolíferas parece
presentarse bajo un aspecto más favorable que el año anterior, ya que puede creerse que los proyectos de
nacionalización del petróleo no se llevarán adelante”. (Memoria anual del año 1930 de la Compañía
Astra, publicada en abril de 1931, en Gadano, 2006:276).

233
Por su parte, la empresa Sol, que, al igual que Astra, estaba vinculada al capital
británico, se refería al panorama petrolero en términos similares.
Más allá de todas estas conjeturas previas y del contento inicial despertado, más
que por la llegada de Uriburu, por la caída de Yrigoyen, ¿qué fue, concretamente, lo que
sucedió con las empresas extranjeras en nuestro país bajo el nuevo régimen? ¿Cuál fue
la postura del nuevo Presidente respecto a ellas? Algo referido a este último interrogante
ya ha sido esbozado en el presente capítulo, pero vale la pena profundizar la cuestión.
Para empezar, cabría decir que, por si quedaba alguna duda, se dio marcha atrás con el
proyecto de nacionalización del petróleo. Pero el primer síntoma de cuál sería el camino
a adoptar respecto al capital petrolero extranjero en los años subsiguientes, apareció en
el momento mismo de la asunción de Uriburu, a la hora de conformar su Gabinete de
Ministros:

“Nunca habían tenido las compañías voceros tan encumbrados y directos en las esferas gubernamentales
argentinas como ahora. El gabinete de Uriburu parecía el directorio local de una empresa multinacional.
Se daban cita en él representantes de los intereses económicos norteamericanos, alemanes y británicos
operantes en el país.”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:157).

Es más, como añaden luego estos mismos autores, hasta el mismísimo


Presidente de la Nación representaba intereses financieros alemanes y, lo que es más
importante, tenía parientes vinculados con la Standard Oil of New Jersey, lo cual no es
de extrañar teniendo en cuenta que él mismo provenía nada menos que de una familia
de la élite salteña, clase históricamente vinculada a los capitales petroleros
norteamericanos. De esta manera,

“La presencia de Uriburu en la Casa Rosada representaba, para los Estados Unidos, la promesa de un
retorno argentino al ruedo panamericano, así como un mejoramiento en las relaciones entre ambos países
y la garantía de que los intereses económicos y norteamericanos podrían continuar confiadamente su
avance y consolidación en el extremo sur del hemisferio”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:159).

Por si cabe alguna duda respecto a la buena voluntad del Gobierno de facto en
relación a las petroleras foráneas, y al nuevo clima reinante en el país, sólo basta con
leer el siguiente fragmento de la obra de Solberg:

“Aislando a Mosconi y eliminando la amenaza de la nacionalización, el gobierno de Uriburu creó un


clima favorable para las compañías petroleras extranjeras, que expandieron sus operaciones rápidamente
y casi duplicaron su producción de petróleo crudo en los dos años que siguieron al golpe de 1930”.
(Solberg, 1986:235).

234
La mayor beneficiaria con el cambio de régimen resultó ser la Standard Oil of
New Jersey. Pero el auge del trust norteamericano conocería su fin. Su
desmoronamiento en el país comenzaría en el año 1934, y no es ilógico pensar que la
llegada de Agustín P. Justo al Gobierno, anglófilo declarado, haya tenido mucho que
ver con esto. Tal como describe Solberg,

“En 1937 la Standard ofreció vender al gobierno sus propiedades en la Argentina, pero el Congreso no
consideró la propuesta y la compañía continuó sus operaciones. Su producción cayó violentamente
después de 1934 y la Diadema Argentina, subsidiaria de la Shell, se transformó en el principal productor
petrolero extranjero del país y expandió firmemente su producción en sus concesiones de Comodoro
Rivadavia. La imagen pública negativa que había envuelto a la Standard por más de dos décadas,
combinada a la orientación probritánica del gobierno, relegaron a la compañía norteamericana al estado
de un paria oficial en la Argentina”. (Solberg, 1986:241).

Así lo describe, lacónicamente, González:

“(...) uno de los dos ‘trusts’, la Standard Oil, estaba en retirada: se había ofrecido en venta al gobierno
argentino. Actualmente ha abandonado a la Royal Dutch Shell el campo de lucha en nuestro país, en
razón de quién sabe qué reparto de zonas de influencia en América del Sud convenido entre ellos”.
(González, 1947:47).

González plantea así una nueva variante, generalmente poco trabajada por la
literatura sobre el tema. ¿Existe la posibilidad real de que haya existido un acuerdo
secreto entre los dos grandes trusts del petróleo internacional, en el cual hubiesen
pactado la retirada de la Standard Oil of New Jersey de nuestro país? ¿O simplemente
esta decisión de la firma norteamericana se debió a los malos rendimientos que estaba
obteniendo en los últimos años y a la hostilidad demostrada por la administración Justo?
¿Acaso no fue mayor el enfrentamiento y la amenaza, lindante con la expropiación,
durante la segunda Presidencia de Yrigoyen, y aun así la empresa decidió quedarse en el
país y combatir a sus detractores? Por otro lado, ¿por qué el Congreso Nacional rechazó
luego el ofrecimiento de la Standard Oil of New Jersey de vender sus propiedades? ¿Es
casual que este ofrecimiento se haya dado precisamente en el momento en que se
estaban negociando los acuerdos secretos de 1936-37? ¿Qué vínculo existe entre estos
dos últimos factores mencionados, si es que existe alguno? Son interrogantes que,
además de haber sido poco analizados, aun permanecen sin una explicación convincente
y que sea capaz de abarcarlos a todos. Quedan, pues, planteados en este trabajo a modo
de desafío para futuras investigaciones.

235
De esta manera, lo último que resta por analizar en esta sección es la
responsabilidad, corresponsabilidad o inocencia absoluta de las grandes firmas
internacionales del petróleo en el golpe militar del 6 de septiembre, contando ya para
poder realizar un análisis lo más acabado posible del asunto con todas los datos vertidos
a lo largo de esta segunda parte del capítulo.
Por un lado, se encuentran aquellos autores que sostienen que las empresas
petroleras de capital extranjero no tuvieron en absoluto injerencia en estallido de
septiembre. Gadano nos acerca un poco más a ellos al afirmar que

“En general los investigadores independientes que han analizado en detalle el tema consideran poco
verosímil la teoría del origen petrolero del golpe. Dos reconocidos académicos que han estudiado las
vinculaciones entre el Ejército y la política en la Argentina, Robert Potash y Alain Rouquié, relativizan la
supuesta relación entre el golpe y los petroleros extranjeros. Potash menciona las versiones, pero destaca
que nunca se conocieron pruebas que dieran sustento a esas hipótesis. Rouquié, sin negar los vínculos
entre los petroleros y el nuevo gobierno, descarta la responsabilidad primaria de las compañías petroleras
en el golpe, o incluso una intervención decisiva de éstas. George Philip, por su parte, indica que ‘el
conflicto interno por la política petrolera era mucho menos importante de lo que suele suponerse’. Lo
mismo consideran otros autores extranjeros que han estudiado el período, como James Buchanan y Carl
Solberg, quien minimiza la importancia de la presencia en el gabinete de Uriburu de personas vinculadas
a las empresas petroleras, enfatizando la cuestión de la ‘coincidencia de las personalidades’. Si los
miembros del nuevo gobierno ‘olían a petróleo’, también despedían olor a bancos, ferrocarriles y
compañías de servicios. (...) En su Crítica de las ideas políticas argentinas Juan José Sebreli no
solamente desestima cualquier vínculo entre el golpe contra Yrigoyen y las empresas petroleras, sino que
identifica la hipótesis del ‘golpe con olor a petróleo’ como la primera manifestación ‘de un mito
destinado a perdurar: el complot internacional como causa de todos nuestros males’ ”. (Gadano,
2006:275-276).

Lo que, a mi entender, puede rescatarse de la cita a Gadano son, esencialmente,


dos cosas: por un lado, el carácter, a diferencia de lo que plantea el autor, de poco
“independientes” de los autores que éste enumera, pues la mayoría de ellos,
evidentemente, tienen raíz anglosajona, lo cual desde un principio hace dudar de su
absoluta imparcialidad; y por otro, que, de una manera u otra, son numerosos los
historiadores que adhieren a esta postura de eximir de toda culpabilidad en el golpe
militar a los consorcios petroleros foráneos, lo cual brinda cierto sustento a esa tesis.
En oposición a las posturas planteadas, se encuentra un numeroso grupo de
historiadores que sostienen que las empresas extranjeras de petróleo, y particularmente

236
la Standard Oil of New Jersey, jugaron un papel activo y fundamental en el golpe de
Estado. También en este caso siguiendo a Gadano, podría decirse que

“En uno de los textos más importantes del revisionismo histórico argentino, Raúl Scalabrini Ortiz afirmó
refiriéndose a la revolución del 6 de septiembre: ‘Todos supimos, quizás demasiado rápido, que esa
revolución fue animada por los intereses de la Standard Oil’. En su libro de 1954, el dirigente radical
Arturo Frondizi dijo: ‘Es de toda evidencia que la política del petróleo, decidida por el radicalismo fue
uno de los factores predominantes’ ”. (Gadano, 2006:274).

Luego Gadano cita otros autores, como Eduardo Galeano, Alberto Ciria y
Frederik Hollander, quienes también adhieren a esta perspectiva. Hasta incluso Solberg,
defensor de la primera de las tesis expuestas, reconoce que también puede ser cierto que
la Standard y otras compañías hayan recurrido al soborno o a otros medios para influir
en los militares de modo que actuaran contra Yrigoyen (Solberg, 1986).
Más allá de que, como se puede observar, ambas teorías son sostenidas por una
multiplicidad de historiadores que han abordado la temática, quizás la más plausible de
todas sea la que exponen en su obra Mayo, Andino y García Molina, quienes sostienen:

“Si por golpe petrolero entendemos un conato subversivo que tuvo su foco en las empresas petroleras -
particularmente la Standard Oil- y tuviera por única finalidad impedir la nacionalización, así como
revertir la política petrolera radical, preciso es concluir -hasta que se documente lo contrario- que la
Revolución del 30 no tuvo tal carácter. (...) Pero una cosa es negar la índole exclusivamente petrolera de
la Revolución y otra afirmar que nada tuvo que ver con el petróleo. Fruto de una heterogénea conjura de
fuerzas políticas y económicas, que solo (sic) parecían tener en común su furioso antiyrigoyenismo, el
régimen setembrino también abrigaba en su seno, entre otros, a los intereses petroleros. Quienes han
repasado la nómina de sus ministros no han dejado de señalar, con toda razón, sus vinculaciones con las
compañías. La influencia de éstas sería, evidentemente, nada desdeñable”. (Mayo, Andino y García
Molina, 1983:171-173).

Coherentemente con mi tendencia de evitar las perspectivas extremas y las


consideraciones monocausales de los hechos, no puedo menos que adherir a la postura
de los autores citados. Así, pues, partiendo de la premisa de que el petróleo fue uno de
los factores que condujeron al golpe, me permito afirmar que las empresas extranjeras
que operaban en nuestro país, en particular la Standard Oil of New Jersey, sostuvieron
un rol activo en todo el proceso que se ha venido analizando.
Para llegar a esa conclusión decidí basarme, principalmente, en hechos
concretos, en un análisis de la realidad objetiva de lo que aconteció en 1930 y en los
años previos. Ello me llevó a advertir numerosos puntos claves que, desde mi

237
perspectiva, habrían motivado a las firmas multinacionales a intervenir en favor de la
caída del régimen radical. Entre ellos cabría mencionar los inmediatos beneficios que
estas empresas obtuvieron tras la caída de Yrigoyen (la Standard Oil of New Jersey
durante el mandato de Uriburu y la Royal Dutch-Shell bajo la administración Justo); las
medidas objetivamente lesivas a sus intereses que venía adoptado el radicalismo, en
particular hacia la Standard Oil of New Jersey, y muy especialmente a partir de 1928; la
utilización de métodos inescrupulosos, ilegales y extorsivos que esta última empresa no
había vacilado en emplear a fin de conseguir sus objetivos (cabe resaltar que, por
aquellos años, se le imputaron al trust estadounidense sendos golpes de Estado en
Bolivia y Perú); el nombramiento, por parte de Uriburu, de Ministros que, en su gran
mayoría, tenían algún tipo de vinculación con los grandes consorcios internacionales del
petróleo; el hecho de que el mismísimo Uriburu tuviera parientes trabajando para la
Standard Oil of New Jersey y perteneciera a una familia de la élite de Salta, escenario
en el cual se estaba desatando una virulenta batalla por sus campos petrolíferos entre
YPF y la firma norteamericana, en la cual la empresa del norte había sabido
convenientemente cooptar la voluntad de las clases acomodadas de la Provincia; la
unívoca reacción de alivio y satisfacción por parte de las firmas extranjeras que
operaban en nuestro país (y de sus respectivos Gobiernos) tras la caída del caudillo
radical (¿Acaso es normal que tan sólo doce días después de asumir el poder un
Gobierno dictatorial, el mismo sea reconocido diplomáticamente por dos de las
principales potencias del concierto mundial como lo hicieron Gran Bretaña y los
Estados Unidos?); y el hecho, a mi entender nada casual, de que en 1931 habría
elecciones legislativas con la consiguiente renovación de una buena parte de la Cámara
de Senadores, la cual estaba trabando desde hacía tres años la aprobación de la
nacionalización del petróleo que tanto inquietaba a los capitales foráneos. Para
corroborar esta hipótesis, vale rescatar que

“(...) según los cálculos del encargado de negocios de los Estados Unidos, realizados en abril de 1930,
solo (sic) en 1931 y no antes, podía el gobierno radical contar con una mayoría en el Senado y, por tanto,
con los votos necesarios para sancionar la nacionalización”. (Mayo, Andino y García Molina, 1983:167).

Por lo visto, desde las esferas oficiales norteamericanas parecían llevar muy bien
la cuenta de los escaños de nuestra Cámara de Senadores y tener muy presente los
periodos de renovación legislativa. Vale aclarar, para evitar conjeturas erróneas, que
ninguna otra ley que estuviera en tratamiento acaparaba tanto la atención de la opinión

238
pública y de los intereses privados como la referida a la nacionalización del petróleo,
por lo que sería imposible imaginar un escenario en que el golpe fuese dado antes de
1931 con el sólo objeto de evitar que una eventual mayoría radical en el Senado
permitiera la aprobación de otra ley distinta a la de la nacionalización.
Como último argumento, quisiera destacar un hecho no menor y que atañe
particularmente a los intereses británicos, a los cuales poca referencia se ha hecho en
esta última parte de este segmento, y que, seguramente, también jugaron un papel
importante en la preparación del golpe militar. Aun a riesgo de pecar por exceso de
desconfianza y suspicacia, mi cuestionamiento es el siguiente: ante el riesgo inminente
de expropiación al que estaban sometidas las empresas extranjeras en caso de aprobarse
la ley de nacionalización que se estaba debatiendo en el Congreso, y más aun, luego de
la declaración expresa de las firmas multinacionales de que, en última instancia, les
fueran expropiadas sus posesiones en el país, ¿no es extraño que la Royal Dutch-Shell
haya bregado tan afanosamente como lo hizo y se haya sometido hasta las últimas
instancias para que le fuera aprobada su petición de construir una refinería en Dock
Sud? ¿Qué sentido tenía arriesgarse de tal forma, invertir millones de pesos en la
construcción de una gran refinería, si al otro día la misma podría pasar, sin más, a
manos del Gobierno argentino? Desde mi punto de vista, sólo dos alternativas explican
esa actitud: o los capitales británicos tenían acceso a información confidencial y
contaban con la certeza de que tanto Yrigoyen como el Congreso, pese a sus diferentes
posturas y discursos, no querían ninguno de ambos llegar al límite de la expropiación
(lo cual resulta dudoso dado el énfasis puesto en la campaña presidencial por el caudillo
radical en este punto), o, lo que es más probable, tenían conocimiento y/o participación
en los planes de desestabilización del Gobierno y actuaban con la convicción de que, en
caso de poder construir la refinería, la misma nunca les sería expropiada.
En definitiva, no dejan de ser hipótesis, teorías, conjeturas. La verdad aun
permanece oculta, así como también cualquier tipo de documento que pruebe
fehacientemente la participación directa de las petroleras extranjeras en el golpe de
1930. Sin embargo, mi postura coincide plenamente con la de Mayo, Andino y García
Molina: no puede hablarse de golpe petrolero, porque no fue éste el origen, ni el fin, ni
la única causa que motivó la Revolución del 6 de septiembre. Pero, luego de lo
expuesto, no me cabe ningún tipo de dudas que las multinacionales del petróleo
desempeñaron un rol activo en dicho movimiento. Y dentro de ellas, muy

239
especialmente, la Standard Oil of New Jersey. De ella, precisamente, se hablará en la
próxima sección.
Para cerrar esta cuarta parte, cabría señalar que si se ha dado tanta trascendencia
a la Revolución de 1930 y a la eventual participación en ella de los intereses petroleros
privados internacionales, es porque a partir de comprender cabalmente algunos aspectos
primordiales de la misma pueden llegar a entenderse los sucesos que se narrarán en el
segmento que se presenta a continuación. Porque fue a partir de esa fecha que la política
petrolera argentina adoptó un nuevo rumbo, y porque, en definitiva, fue aquel 6 de
septiembre el que permitió el acceso al poder, de Uriburu primero y de Justo después,
las dos principales figuras de la política argentina de comienzos de los años ’30, y
quienes llevarían adelante distintas políticas en relación a la cuestión petrolera en los
años siguientes, pero siempre en un mismo contexto: el conflicto del Chaco.

Parte III: La lucha por el petróleo salteño y su importancia en el marco de la


Guerra del Chaco

“Tiempos heroicos de 1926. La invasión penetró por el norte argentino. La


Standard Oil había plantado sus banderas de conquista en las provincias de Salta y
Jujuy. Se valió de gobiernos complacientes y de testaferros sin escrúpulos, que
facilitaron la maniobra desde los ministerios, desde los tribunales, desde las
legislaturas. El invasor ha borrado la frontera con Bolivia, a quien ya le arrebató un
millón de hectáreas en campos petrolíferos. Otras noventa mil quieren en nuestro
territorio (...) ¿No hay quién contenga la invasión? El gobernador Adolfo Güemes se
apresta a la defensa. En la capital de la República está Y.P.F. y en Y.P.F., el general
Mosconi. Ya el país ha encontrado quién contenga la invasión”. (González, 1947:15-
16).

El caso del petróleo salteño ha sido, en lo que a la historia petrolera argentina se


refiere, sin dudas, paradigmático. Prueba de ello es el hecho de que la gran mayoría de
los autores consultados han dedicado, cuanto menos, un apartado dedicado a su análisis
detallado. El presente trabajo, por tanto, no podía obviar este importante aspecto de
nuestra historia, máxime teniendo en cuenta que implica directamente a actores que,
como la Standard Oil of New Jersey, son centrales en el desarrollo, no sólo del presente
capítulo, sino de todo el trabajo en su conjunto.

240
Pues bien, ¿qué es lo que sucedió en Salta? Para analizar los acontecimientos es
preciso remitirse a los años de la Presidencia de Marcelo T. de Alvear. Corría el año
1924, y para ese entonces la Standard Oil of New Jersey ya había adquirido el control
sobre un total de 1,2 millones de hectáreas en la Provincia, pese a que aún no habían
comenzado con la producción (Solberg, 1986).
Sin embargo, la arrolladora expansión de la Standard Oil of New Jersey en la
Salta encontraría un límite. Desde 1922 estaba gobernando allí el radical Adolfo
Güemes, quien desde un principio mostró su marcado recelo respecto de las actividades
del trust norteamericano. Es por ello que, en agosto de 1923, Güemes rechazó una
propuesta de esta firma para obtener derechos exclusivos sobre unas 90 mil hectáreas de
tierra petrolífera (Solberg, 1986). Tras el rechazo de Güemes a sus planes de
penetración, la empresa

“(...) intentó sin éxito la aprobación de la propuesta en la legislatura provincial, y continuó trabajando
sobre la base del marco legal vigente, es decir, solicitando y adquiriendo permisos de cateo en las zonas
petroleras más promisorias. Al limitar sensiblemente la posibilidad para los petroleros privados de
conseguir permisos de cateo en territorios nacionales, la sanción del decreto de reserva de Alvear de enero
de 1924 profundizó la estrategia de la Standard Oil de concentrar sus esfuerzos en las provincias de Salta
y Jujuy, que de acuerdo con la legislación vigente, tenían soberanía sobre la administración de sus
recursos mineros”. (Gadano, 2006:215).

Tras estos acontecimientos, es decir, los manifiestos intentos de expansión por


parte de la Standard Oil of New Jersey en Salta, y los decretos de reservas de Alvear,

“Mosconi envió inspectores a principios de 1924 para revisar los registros de las oficinas de minería en
busca de irregularidades. Los inspectores descubrieron evidencias de que no sólo muchas denuncias se
hallaban en conflicto con el código de minería sino también que 563 concesiones que el gobierno de Salta
había otorgado a diversos particulares a partir de 1918 (que totalizaban 1.126.000 hectáreas) habían caído
en manos de la Standard. En general un particular, empleado por la Standard, obtenía una concesión y
luego la cedía a una de las subsidiarias de la compañía o a la misma Standard, que de ese modo obtenía el
dominio de áreas inmensas de Salta sin pedir directamente las concesiones. Cuando Mosconi se enteró de
la extensión de la penetración de la Standard, incitó a Güemes y a Villafañe 98 a dictar los decretos de
reserva de 1924”. (Solberg, 1986:162).

Como afirma Gadano,

98
Villafañe era el Gobernador de Jujuy, Provincia que, en una mucho menor escala debido a la menor
importancia de sus reservas petrolíferas, vivió un proceso análogo al de Salta.

241
“En diciembre de 1924, las recomendaciones de Mosconi tuvieron efecto. En Salta, el gobernador
Güemes emitió dos decretos, uno estableciendo una extensa zona de reserva en la que no se admitirían
nuevos permisos de cateo, y otro reforzando los procedimientos del Código de Minería, con el objetivo de
‘depurar’ el conjunto de permisos en trámite. También se autorizó al Gobierno provincial a negociar con
YPF acuerdos para explorar y explotar la reserva decretada”. (Gadano, 2006:216).

Luego de esta decisión de Güemes, que evidenciaba consonancia con el


Gobierno Nacional y con Mosconi, el trust estadounidense instalado en Salta suspendió
la mayor parte de sus actividades como instrumento de presión. Además, ante la
perspectiva de las elecciones para Gobernador que se avecinaban, con el objeto de que
llegara al poder algún personaje que atendiera mejor sus intereses, y, principalmente,
accediera a firmar el acuerdo frustrado, la Standard Oil of New Jersey comienza a
frecuentar

“(...) las mejores familias salteñas, haciéndoles ver los beneficios a obtener por la provincia si el convenio
le es concedido. Ya vendrá el tiempo en que contratarán a periodistas vocingleros y astrónomos terrestres
y reptadores para que levanten apologías a tanto la línea. Estamos en la época de la ‘penetración
sonriente’ ” . (Larra, 1976:70).

Esta estrategia daría resultado en el corto plazo al ganar las elecciones de 1925
un conservador, Joaquín Corbalán. Para resumir lo que este individuo representaría para
los intereses petroleros, y para brindar una dimensión de hasta qué punto ya por ese
entonces era seguida con atención la cuestión del petróleo salteño en toda la República,
comenta Almaráz:

“En este período (...) Los argentinos tienen los ojos puestos en Salta sobre lo que consideran un peligro
para la seguridad nacional. Las circunstancias se agravan cuando el gobernador Güemes es sustituído por
sectores vinculados al trust petrolero y la oligarquía azucarera. La situación adquiere un peligroso cariz
cuando las nuevas autoridades favorecen en todas sus demandas a la compañía extranjera”. (Almaráz,
1958:103).

Ya con Corbalán instalado en el poder salteño, la situación cambió radicalmente,


en detrimento de los intereses de YPF en la Provincia. Una de las primeras medidas del
nuevo Gobernador fue la de anular los decretos de reservas emitidos por Güemes. ¿Con
qué argumento justificó Corbalán ante Mosconi este accionar?

“Corbalán defendió a la Standard sosteniendo que la actividad de la compañía ‘da vida a miles de
trabajadores’ y revive ‘el estado anémico de la honda crisis económica y comercial que sufre la
Provincia’ ”. (Solberg, 1986:164).

242
Mosconi, entonces, para contrarrestar el avance del trust norteamericano,
propone al Gobernador un nuevo convenio, mucho más ventajoso que el firmado con la
empresa estadounidense, pero Corbalán lo rechaza invocando al viejo Código de
Minería en su defensa. Desde entonces, las relaciones entre el Ejecutivo salteño e YPF
serán por demás tirantes. Como bien afirma Larra, a partir de este suceso,

“Mosconi advierte que para paralizar la penetración de la Standard Oil en el Norte se necesita la ley de
nacionalización, acometer la reforma jurídica para asegurar al país la propiedad efectiva de su riqueza. El
presidente Alvear también lo entiende así (...) El debate se hace público. ¿Pueden las provincias enajenar
a su arbitrio su subsuelo a riesgo de la inseguridad nacional? Se extraen los argumentos constitucionales y
jurídicos más falaces para probar que a Salta le asisten todos los derechos para rechazar el convenio con
Y.P.F. y firmar en cambio otro con la Standard”. (Larra, 1976:71).

Los Gobernadores de Salta y Jujuy, por su parte,

“Convencidos de que el gobierno nacional estaba violando los derechos constitucionales provinciales (...)
defendieron sus políticas de concesiones petroleras autónomas y se negaron a revocar las concesiones ya
otorgadas a la Jersey Standard. (...) Como muchos argentinos del interior, desconfiaban de la burocracia
de Buenos Aires que, creían, había minado los recursos económicos del resto del país. Villafañe y
Corbalán temían que si YPF cobraba ascendencia en la producción provincial también traspasaría la
riqueza al gobierno nacional a cambio de poca compensación”. (Solberg, 1986:169).

Fue en este delicado momento de la cuestión cuando YPF, imprevistamente y


pese a toda esa gran oposición, pudo por fin conseguir afirmarse en Salta. ¿Cómo lo
hizo la empresa estatal? Convenciendo a un ciudadano español, Francisco Tobar, de que
le transfiriera su pozo petrolífero y 29 concesiones que retenía desde 1907 (Solberg,
1986). De un modo un tanto heroico lo describe Celiz Chávez:

“Don Francisco Tobar y sus descendientes, en un gesto patriota que la historia no olvidará jamás, hacen
entrega de todos sus derechos a Y.P.F.”. (Celiz Chávez, 2010).

De esta forma, YPF pudo comenzar con sus operaciones en Salta el 1º de enero
de 1928. No obstante, sin lugar a dudas, la Standard Oil of New Jersey era la completa
dominadora de la situación salteña, aunque se avizoraban vientos de cambio. La
coyuntura política, y junto con ella la suerte del trust norteamericano en Salta, se
modificaría una vez más al ganar las elecciones gubernamentales de 1928 el radical
personalista Julio Cornejo, quien, como bien afirma Solberg,

“(...) inmediatamente anunció su intención de expulsar a la Standard de la provincia. Animado por la


promesa de Yrigoyen de aumentar los fondos para obras públicas y retomar la obra del ferrocarril

243
trasandino, Cornejo revirtió la política petrolera de su predecesor (...) Los decretos del gobernador
forzaron a la Standard a suspender la mayor parte de sus operaciones en Salta”. (Solberg, 1986:209).

Lógicamente, estas actitudes estaban en directa sintonía con los intereses del
Poder Ejecutivo Nacional y con los planes de Mosconi:

“La estrategia de Cornejo tuvo efecto inmediato en YPF. Mosconi resolvió ‘ofrecerle a la provincia las
condiciones más favorables a toda otra que le pudieran proponer, en particular la Standard Oil, a fin de
adquirir los derechos para la explotación’ (…) La Standard, por su parte, rechazó la decisión de Cornejo,
y decidió llevar el caso a la justicia, presentando un recurso ante la Corte Suprema. La empresa
argumentó que el decreto limitaba el ejercicio del derecho de propiedad sobre las concesiones y minas
que había conseguido legítimamente, por lo que resultaba contrario a la Constitución Nacional (…)
Atacando a la Standard, Cornejo derogó en julio de 1928 el decreto firmado tres años atrás por el ex
gobernador Corbalán, restableciendo la vigencia de las normas más duras de 1924 para el procesamiento
de las solicitudes mineras”. (Gadano, 2006:223).

Así estaba planteada la situación, con ataques y contraataques, idas y venidas,


ofensivas y réplicas; mientras ambas partes esperaban la resolución definitiva por parte
de la Corte Suprema. En medio de esta disputa llegó año 1930, momento clave para el
desarrollo de la cuestión petrolera salteña, no sólo por el advenimiento del golpe militar
y la llegada de Uriburu al Ejecutivo Nacional, sino también porque ese mismo año la
Corte comenzaría a dar indicios de su decisión final y a marcar el rumbo para la
resolución del conflicto:

“(...) en junio de 1930 la Corte emitió un juicio preliminar a favor de la Standard. Después del golpe de
septiembre de 1930, la Corte suspendió el estudio del asunto hasta marzo de 1932, cuando declaró nulos y
sin valor los decretos de Cornejo de 1928”. (Solberg, 1986:210-211).

Una vez más, la Standard Oil parecía salirse con la suya. Y, en efecto, así fue,
aunque la historia demostraría, como se analizará más adelante, que los tiempos por
venir no serían tan auspiciosos para el trust norteamericano como la propia empresa
auguraba. Por otra parte, pese a haber perdido luego el pleito judicial, la empresa
petrolera fiscal no quedaba tan mal parada al finalizar los años ’20. Tanto es así que dos
meses luego del golpe de 1930, YPF recibía autorización presidencial para firmar un
acuerdo con la Provincia de Salta, el cual fue rubricado en abril de 1931. Así, después
de todo, como afirma Gadano a modo de balance,

“La década del veinte terminaría con un empate entre YPF y la Standard en Salta. Pese a la falta de
aprobación de la ley petrolera de nacionalización de los yacimientos, la organización estatal logró hacer

244
pie en la provincia y limitar la expansión iniciada por la empresa norteamericana. La Standard, por su
parte, resistió el ambiente adverso derivado del triunfo yrigoyenista en 1928 y empezó a producir petróleo
a escala comercial, consolidando la tenencia de sus concesiones”. (Gadano, 2006:224).

Una vez instalado Uriburu en la Casa Rosada, la situación del petróleo salteño se
volcó en favor del trust norteamericano. No obstante, entre otras cosas debido a lo breve
de su periodo, el Presidente de facto no pudo satisfacer enteramente las demandas e
intereses de la compañía norteamericana en Salta, en particular su apremio por firmar un
nuevo contrato con el Ejecutivo Provincial. El seguimiento de las alternativas del
mismo realizado por Gadano resulta por demás esclarecedor para dar cuenta de cuáles
eran los alineamientos de la política nacional y de los intereses petroleros en danza que
determinaron los avatares que, durante la Presidencia de Uriburu, evidenció el conflicto
salteño, el cual, a su vez, acarreaba consigo un tema de mucha mayor trascendencia para
la política y la paz regionales: los intereses de la Standard Oil of New Jersey de unificar
su producción boliviana con la del norte de nuestro país a partir de la construcción de
oleoductos, que le permitirían, a su vez, dar salida atlántica a su producción. De allí se
deriva la importancia de analizar el mencionado contrato, pues el mismo versaba
precisamente acerca de ello. Así describe Gadano toda la serie de acontecimientos:

“Con un timing poco casual, la Standard Oil presentó su propuesta de acuerdo con la provincia de Salta
pocos días después del reemplazo de Beccar Varela por David Arias al frente de la cartera de Agricultura.
(…) El 6 de noviembre, dos días antes de las elecciones nacionales, el interventor Martínez99 y el
vicepresidente de la Standard Oil, Robert Wells, firmaron el contrato entre la empresa y la provincia. El
contrato comprometía una regalía del 10% e incluía la autorización para el tendido de oleoductos desde la
frontera a la refinería. La cuestión del oleoducto era clave para la Standard, porque no sólo permitiría
transportar el crudo producido en Salta, sino también el petróleo de las importantes concesiones de la
empresa en Bolivia, donde prácticamente no existía un mercado de combustibles (…) Enterada del
contenido de los acuerdos, YPF reaccionó rápidamente para buscar su anulación”. (Gadano, 2006:297-
299).

Luego, el autor analiza otro aspecto de los acuerdos: su repercusión en los


medios de prensa, la cual, sumada a la oposición manifiesta de YPF a los mismos y a la
presión ejercida por ciertos sectores pro-británicos del Ejército, encabezados por el
General Justo, confluyeron para que dichos acuerdos fueran anulados por Uriburu:

99
Erasmo Martínez había sido designado interventor en la Provincia de Salta en nombre del Gobierno
Nacional presidido por José Félix Uriburu, el día 2 de octubre de 1931.

245
“El acuerdo entre Salta y la Standard Oil tuvo una inmediata repercusión negativa en la prensa de Buenos
Aires, especialmente la cuestión del oleoducto y el eventual ingreso de petróleo boliviano (…) Para la
Standard, la presión de YPF fue decisiva para la anulación del contrato. Un funcionario de la compañía
informó al embajador norteamericano que ‘el posterior cambio de frente por el Gobierno Nacional se
debió a la presión de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales’. Sin dudas fue también crucial la influencia
del general Justo, que para entonces ya había sido electo como nuevo presidente argentino. Quienes
asignan una relevancia primordial a la disputa anglo-americana a la hora de explicar la política petrolera
argentina, no dudan en identificar a los intereses británicos detrás de la anulación del contrato que
favorecía a la empresa norteamericana”. (Gadano, 2006:300).

Esa tesis, sostenida por numerosos autores, ayuda a explicar la actitud del
posterior Gobierno de Justo ante la Standard Oil of New Jersey, a la vez que el
comportamiento mostrado por aquél durante la contienda del Chaco. Tras el rechazo, se
sucedieron numerosas tentativas y ofertas de contrato por parte tanto de la Standard Oil
of New Jersey como de YPF para llegar a un acuerdo definitivo con la Provincia
norteña, todas ellas frustradas. En definitiva, luego de que Uriburu dejara la Presidencia
en manos de Justo, el Gobernador, Aráoz, insistió ante la Legislatura Provincial
presentando un contrato muy similar al que fuera anulado por Uriburu entre su
Gobierno y la empresa norteamericana. Esta vez, luego de tantos intentos fallidos de
llegar a un acuerdo y ante la difícil situación económica de las arcas provinciales, el
contrato fue aprobado. Respecto a todos estos acontecimientos, dice Gadano:

“El nuevo contrato entre la Standard y Salta se convirtió en un escándalo nacional. YPF reaccionó con
indignación, acusando al Gobierno de Salta de entregar el patrimonio nacional a los trusts y reclamándole
la suspensión del contrato a la espera de la sanción de la legislación petrolera nacional. La misma
posición tomó la mayor parte de la prensa de Buenos Aires, que le dio una amplia cobertura al asunto. (...)
Sólo los diarios La Fronda y La Prensa, ambos vinculados a la dirigencia de las provincias del norte,
defendieron el contrato. La sociedad salteña apoyó casi unánimemente al acuerdo, en un contexto de
fuertes críticas al tradicional centralismo porteño y a la incapacidad de YPF. La imagen de la petrolera
estatal había decaído notablemente en la provincia, mientras que mejoraba la de la Standard, que
aumentaba la producción petrolera y pagaba los impuestos correspondientes. La empresa americana
avanzó en una agresiva campaña sobre la opinión pública de la provincia, prometiendo que Salta sería ‘la
Chicago argentina’. En el verano de 1933, la Standard comenzó la construcción de su oleoducto y de su
campamento en Tartagal. Pese a la presión de Buenos Aires, los legisladores salteños aprobaron el
convenio con la Standard Oil presentado por el gobernador Aráoz, que entró en vigencia en abril de
1933”. (Gadano, 2006:341-342).

Tras la firma del convenio Standard Oil of New Jersey-Salta, el trust


estadounidense aumentó fuertemente su producción petrolera en la Provincia, generando

246
un gran impacto positivo en su economía, especialmente gracias a los crecientes
ingresos por regalías, lo cual incrementó su popularidad.
Pero más allá de contar con consenso entre la población salteña, y si bien ya para
a esta altura los mecanismos de lobby e influencia de la firma norteamericana estaban
bien aceitados, la presión política era su arma más punzante, y el contar con el favor de
personalidades influyentes en la política nacional, tal el caso de Robustiano Patrón
Costas, le reportó enormes beneficios al trust del norte, a pesar de no contar en absoluto
con la simpatía del Presidente. De otro modo, ¿cómo explicar y entender que un anti-
norteamericano y abiertamente pro-británico como Justo permitiese la expansión de la
Standard Oil of New Jersey en el norte del país y tolerase la firma de un acuerdo entre
esta empresa y el Gobierno salteño? Y más aun si se tiene en cuenta que dicho acuerdo
incluía la construcción de un oleoducto desde Bolivia hacia nuestro país, lo cual de por
sí complicaba la política exterior adoptada por el Gobierno, así como la relación con las
vecinas Repúblicas del Paraguay y Bolivia, habiéndose ya desatado la Guerra del
Chaco. Solberg explica la actitud adoptada por la administración Justo:

“Aunque Justo se oponía firmemente a que la Standard Oil se instalara en Salta, los poderosos políticos
provinciales lo forzaron a acceder a los pedidos provinciales de realizar un contrato con la empresa
norteamericana. (…) Salta pudo llevar adelante ese desafío sin precedentes al poder del gobierno nacional
principalmente porque un salteño, Robustiano Patrón Costas, probablemente el hombre más poderoso de
la provincia, se había transformado en el árbitro de la política argentina en los años del gobierno de Justo.
(…) Justo no se atrevió a intervenir la provincia ni a tratar de anular el contrato por temor a que Patrón
Costas retirara su apoyo al gobierno y provocara una crisis política en el momento en que el presidente se
hallaba negociando el pacto Roca-Runciman con Gran Bretaña100”. (Solberg, 1986:238-239).

Como se puede apreciar, las alianzas en torno a la política doméstica


condicionaron la postura adoptada y, por qué no, la política exterior del Gobierno de
Justo, al menos en lo atinente a la cuestión petrolera. De idéntica manera, el contexto
externo y los planes internacionales de su administración influyeron en la aceptación del

100
“El Pacto Roca-Runciman, en tanto redefinió las relaciones comerciales entre la Argentina y Gran
Bretaña, estaba relacionado con la cuestión petrolera. El principal producto de exportación británica a la
Argentina era el carbón, y las principales inversiones inglesas eran las compañías de ferrocarriles. En el
esquema acordado, la posibilidad de mejorar el volumen de exportaciones agropecuarias a Gran Bretaña
estaba atada a incrementar las importaciones desde ese origen. Un contrato con una empresa americana
que permitiría aumentar la oferta local de combustibles líquidos sustituyendo importaciones parecía a
contramano del acuerdo”. (Gadano, 2006:343). Pero, como se ha visto, Justo se vio obligado a aceptarlo,
lo cual evidencia lo verdaderamente intrincado en la madeja de intereses políticos y económicos cruzados
en la Argentina de los años ’30; intereses que involucraban, colateralmente, al conflicto del Chaco en
ciernes entre paraguayos y bolivianos.

247
convenio entre la empresa norteamericana y la Provincia de Salta. De esta manera, y por
lo apuntado hasta aquí,

“La decisión salteña de acercamiento con los intereses petroleros norteamericanos comprometía dos
aspectos críticos de la política exterior argentina: la negociación con Gran Bretaña, que derivaría en la
firma del acuerdo Roca-Runciman, y la Guerra del Chaco entre bolivianos y paraguayos, conflicto en el
que la Argentina jugó un rol de gran relevancia”. (Gadano, 2006:343).

Pero ha llegado el punto en el cual se hace necesario detenerse en el por qué de


la trascendencia de las operaciones de la Standard Oil of New Jersey en Salta y de la
acérrima oposición a las mismas por parte de Mosconi primero y de Justo después
(aunque éste último en menor medida), profundizando explicaciones previas. La
principal de ellas, quizás, sea que recién en el año 1933, ya iniciada la guerra entre
Bolivia y Paraguay, le fue permitido a la Standard Oil of New Jersey construir el
oleoducto desde la frontera boliviana hacia nuestro territorio, lo cual implica que dentro
de las posibles causales del conflicto armado puede encontrarse la de buscar una salida
atlántica para la producción petrolera del trust norteamericano procedente de Bolivia a
través del Paraguay. ¿Acaso el hecho de que en 1933 se le concediera tal permiso llevó
a que la firma estadounidense boicoteara del modo en que lo hizo a su país anfitrión en
la contienda, ya habiendo alcanzado, por otros medios, el objetivo que más le
interesaba? Es, por lo pronto, tan sólo una hipótesis. Lo cierto es que, al menos hasta
1933, la Standard Oil of New Jersey y su producción de crudo boliviano aun
continuaban encerrados en la Nación mediterránea. Es por ello que

“La Standard se había mostrado interesada en un oleoducto a puertos de aguas profundas sobre el Paraná
ya en 1922, y en 1925 un apoderado de la empresa había sugerido la idea al ministro de Agricultura Le
Bretón y al presidente Alvear, que la habían rechazado, proponiendo, en cambio, que el petróleo
boliviano se embarcara por tren a través del territorio argentino. El gobierno boliviano no vio con buenos
ojos este plan, en parte por los altos costos que entrañaba y en parte porque temía que la vinculación a
través de lazos ferroviarios con la Argentina estimularía tendencias separatistas en la región productora de
petróleo de Santa Cruz”. (Solberg, 1986:221).

Tras esta frustrada tentativa, la cuestión se reactualizó, cobrando nuevo vigor,


hacia finales de la década de 1920, en la antesala del conflicto del Chaco. Según
palabras del mismísimo Mosconi, actor central en este asunto,

“En el año 1929 la Standard Oil por intermedio de la representación diplomática del Gobierno de Bolivia,
inició las gestiones tendientes a obtener del Gobierno Argentino la concesión para construir un oleoducto

248
que partiendo de la frontera argentino-boliviana su terminal llegara hasta un puerto de nuestro litoral
marítimo”. (Mosconi, 1983:196).

La justificación esgrimida, en declaraciones a la prensa de la época, por parte del


Ministro boliviano en la Argentina, J.M. Escalier para llevar adelante el pedido fue que

“(…) la producción petrolera boliviana se estancaría en niveles bajos por falta de salida si la Argentina no
autorizaba la construcción del oleoducto. La propuesta boliviana, sin embargo, no obtuvo el apoyo del
gobierno argentino, y Mosconi rechazó la idea en diciembre de 1929. A pesar de ello, poco antes de las
elecciones La Argentina se aprovechó del proyecto de oleoducto y lo transformó en tema digno de interés
editorial. Bolivia, ‘un dominio yanqui’, de acuerdo con el periódico radical, ‘sirve a los intereses de la
Standard Oil’ y el oleoducto sólo promovería la ‘intervención yanqui’ en la Argentina. El oleoducto daría
probablemente lugar a ‘el dumping o la competencia ruinosa’ contra el petróleo argentino, continuaba el
periódico, y, en consecuencia, debía ser rechazado. (...) posteriormente el gobierno boliviano decidió
abandonar el proyecto”. (Solberg, 1986:221-222).

Cuando la propuesta de construcción de los oleoductos llegó a Mosconi, este la


rechazó de plano, argumentando en una carta enviada al Canciller Oyhanarte, ante la
consulta de éste en torno al petitorio del Ministro boliviano Escalier, que:

“Considero que no conviene a los intereses de nuestro país acordar la concesión de ninguno de los dos
oleoductos en cuestión101, el segundo de los cuales constituye un verdadero corredor de 1.500 kilómetros
de longitud desde la frontera de Bolivia hasta los puertos de nuestro litoral, que se entregaría a la Standard
Oil Co. para el uso de ella y del Gobierno de Bolivia. (...) Conceder lo solicitado por la Standard Oil Co.,
por más que ello interese al Gobierno de Bolivia, importaría, salvo mejor opinión de V.E., una grave
desventaja para nuestro país y el arraigo de una compañía extranjera cuyas modalidades e intereses no
concordarán nunca con los procedimientos e intereses de nuestra Nación”. (Mosconi, 1983:198-199).

La respuesta del Ejecutivo Nacional no se hace esperar, y como bien señala


Larra

“El gobierno hace suyo el informe de Mosconi. Y la Standard Oil busca entonces el camino del Chaco
paraguayo, provocando así la sangrienta guerra que un lustro después envuelve a las dos repúblicas
hermanas”. (Larra,1976:79)

Esto demuestra la verdadera importancia que tuvo en la iniciación del conflicto


del Chaco la postura argentina y la posición adoptada por Mosconi en torno a combatir
a la Standard Oil of New Jersey, en este caso cerrándole el paso por nuestro territorio.

101
En realidad se trataba de dos oleoductos, uno internacional, aunque de tramo corto, destinado a
transportar parte de la producción que la Standard Oil of New Jersey obtenía en suelo boliviano hacia la
Argentina; y un segundo oleoducto, que es al que se refiere Mosconi en la cita.

249
Pero el General, sabiendo de la importancia que los oleoductos tenían para la economía
boliviana, no se mostró insensible a esa solicitud, y propuso una solución alternativa: la
construcción de un oleoducto a cargo del Gobierno argentino con la garantía de que a
través del mismo se transportara un mínimo de toneladas de combustible (Larra, 1976).
De más está decir que el Gobierno boliviano, acicateado como estaba por el trust
norteamericano, no hizo caso a esta propuesta e insistió con su petitorio años más tarde,
cuando Mosconi ya no conducía YPF. La respuesta, sin embargo, fue la misma:

“A mediados de 1932, frente a la caída de la producción de la Standard, el Gobierno boliviano pidió al


presidente Justo que autorizase la evacuación del crudo boliviano a través de territorio argentino.
Consultado por el canciller Saavedra Lamas, YPF se opuso rotundamente a la concesión de oleoductos”.
(Gadano, 2006:343).

Llegado este punto cabe preguntarse: ¿esa sistemática negativa por parte de la
Argentina a permitir el traslado por su territorio de petróleo boliviano, obedecía sólo al
temor al afianzamiento definitivo de la Standard Oil of New Jersey en nuestro país, o
detrás de ella se escondían otros intereses estratégicos y/o energéticos? Un análisis de
Escudé resulta significativamente interesante a la hora de abordar esta cuestión.

“(...) para la Argentina, la posesión paraguaya de los yacimientos petrolíferos del Chaco podía ser una
buena solución a la escasez que sufría en el aprovisionamiento de petróleo, elemento esencial para la
industrialización argentina. Dada la influencia económica de la Argentina en el Paraguay (...) (habría)
mayor facilidad de acuerdos para obtener el petróleo y suministrarlo a las industrias argentinas. Estas
razones económicas, y su potencial vinculación a los endémicos movimientos separatistas de Santa Cruz,
despertaron en el gobierno de La Paz un profundo sentimiento antiargentino”. (Escudé, 2000).

Y no era para menos. Dejando de lado las cuestiones separatistas a las que hace
referencia Escudé, es cierto que con todo este embrollo del petróleo salteño y de los
oleoductos, Bolivia se veía objetivamente perjudicada, máxime en el marco de crisis
que un conflicto internacional como el que estaba llevando adelante representa. Así,
resulta comprensible el “sentimiento anti-argentino” al que se refiere el autor.
Asimismo, las necesidades energéticas nacionales del momento eran reales, así como
también lo era el estrecho lazo que unía a la Argentina con el Paraguay, por lo que no
resultaría descabellado formular la hipótesis de que, deliberadamente, nuestro país privó
a Bolivia de desembocar su producción petrolera a través de nuestro territorio a fin de
facilitar la victoria paraguaya en la contienda, lo cual redundaría en beneficios directos

250
para la Argentina, que pasaría a ser la virtual dominadora del Chaco Boreal en disputa si
este, junto con sus campos petrolíferos, caían en manos del Paraguay.
En definitiva, lo cierto es que, sea por una estrategia económico-energética o por
simple aversión al trust norteamericano, o (hipótesis que más me seduce) por ambas a la
vez, la postura argentina de denegar el acceso a nuestro territorio al petróleo proveniente
de Bolivia complicó la situación de esta vecina República, teniendo una incidencia vital
en la guerra que ésta mantenía con el Paraguay. Ante este panorama:

“(...) la imposibilidad de encontrar una salida razonable para el crudo llevó a la Standard al cierre casi
completo de sus pozos en Bolivia. La decisión afectaba severamente a las finanzas bolivianas, y motivó
un creciente enfrentamiento entre la empresa y las autoridades”. (Gadano, 2006:344).

Esto podría ser otra causal del boicot de la firma estadounidense a Bolivia en
plena contienda, la cual vendría a sumarse a la ya mencionada referida a la demorada
suscripción del acuerdo para la construcción de los oleoductos salteños en 1933.
¿Paradójico, no? Tanto la no firma de los acuerdos, en un principio, como la posterior
firma de los mismos, habrían dado motivos a la Standard Oil of New Jersey para
“cambiarse de bando” durante la Guerra del Chaco, traicionando a su país anfitrión.
Pero esto último que se ha venido mencionando no significaba el fin de la
cuestión entre la Standard Oil y el Gobierno argentino. La situación volvería a tensarse:

“La supuesta existencia de un oleoducto internacional clandestino conectando los pozos de la Standard en
Bolivia y Salta reavivó el enfrentamiento. Las denuncias sobre la conexión internacional fueron
realizadas en septiembre de 1934 por los diputados socialistas durante el debate sobre la nueva ley
petrolera”. (Gadano, 2006:346).

Por si esto fuera poco, Justo rechazó un pedido del trust norteamericano para
fusionar sus compañías y ampliar su capital (Gadano, 2006). Pero la Standard Oil of
New Jersey, si bien principal, no era el único actor en todos estos acontecimientos. La
Royal Dutch-Shell, sabedora de las preferencias de Justo por el capital británico,
también jugó su papel durante la Guerra del Chaco en nuestro país.

“En esos años, circularon rumores de grandes proyectos de asociación, en particular con la empresa
anglo-holandesa Royal Dutch Shell. La revista local Petróleo y Minas dio cuenta de la versión en su
número de mayo de 1934, señalando que el ‘28 de marzo próximo pasado circuló la versión no autorizada
de que por una suma fantástica nuestro Gobierno vendería todos los yacimientos del país a la poderosa
empresa petrolífera Royal Dutch Oil Co.’. Un inesperado acercamiento entre YPF y Diadema, la filial
argentina de la Shell, dio cierta verosimilitud a los rumores. (…) La asociación, sin embargo, no pasó del

251
contrato de procesamiento, y los rumores de adquisición o fusión de YPF con la Shell se disiparon”.
(Gadano, 2006:348).

Tal ejemplo sirve tan sólo para ilustrar que no solamente el capital petrolero
norteamericano en nuestro país permanecía activo por aquél entonces. En definitiva,
llevando en consideración todo lo anteriormente expuesto y casi a modo de cierre y
resumen de esta última parte del presente capítulo, podría decirse que

“Son éstas las condiciones imperantes en la República del Plata al desencadenarse la guerra del Chaco.
Las victorias parciales alcanzadas por la Standard Oil en Salta pierden su significación cuando le es
negado el permiso para construir oleoductos. La derrota política la lleva al embotellamiento en Bolivia.
(…) Ante su fracaso político la Standard Oil aplica el concepto de Clausevitz; ‘La guerra es la
continuación de la política por otros medios’. Frustrada la posibilidad de salir al Atlántico por la
Argentina, el río Paraguay le ofrece la mejor solución, sólo que la República del Paraguay ‘cierra el
paso’, de acuerdo a la expresión de Salamanca, y junto a ella están el gobierno, los ganaderos y
plantadores argentinos apoyándose en la Royal Dutch Shell, la viga maestra del imperialismo británico”.
(Almaráz, 1958:107).

Sería bueno cerrar el capítulo con ese párrafo que resume gran parte de lo que se
ha querido exponer en el mismo. Sin embargo, no puede obviarse una última cuestión
que, por motivos cronológicos, he dejado para ser mencionada en último turno. Se trata
de la enorme influencia que tanto YPF como el Gobierno argentino, éste último a través
de una intervención más o menos directa, ejercieron en la vida petrolífera boliviana:

“Existe una controversia en torno al grado de influencia de la Argentina en la creación de YPFB y la


posterior expropiación de la Standard Oil. Una hipótesis es que la Argentina estaba interesada en el
desarrollo de la producción petrolera boliviana en función de sus propias necesidades de abastecimiento,
siempre y cuando esa producción no estuviese en manos de la Standard Oil. Sobre el final de la guerra del
Chaco, la Argentina habría ofrecido su intervención a favor de Bolivia a cambio de la creación de YPFB
y la expropiación. El acuerdo habría incluido la extensión de las líneas férreas para llegar a los
yacimientos bolivianos. El proyecto de ferrocarril Yacuiba-Santa Cruz se anunció en abril de 1937, un
mes después del anuncio de la nacionalización petrolera”. (Gadano, 2006:344).

En efecto, tras la derrota en la guerra con el Paraguay, Bolivia “echó” a la


Standard Oil of New Jersey de su territorio, lo cual podría verse como un triunfo final
de la Argentina, al menos en el sentido que se está analizando en este capítulo, ya que
en otras cuestiones vinculadas al balance post-conflicto la suerte no le fue tan favorable
a nuestro país. Pero, sin dudas, más importante aun resulta el legado moral e ideológico

252
que YPF fue capaz de dejar al pueblo boliviano, tras su experiencia de nacionalización y
lucha contra los trusts mundiales del petróleo:

“En Bolivia, el régimen militar surgido luego de la derrota en la guerra del Chaco creó en diciembre de
1936 Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), la empresa estatal de hidrocarburos que ya
desde el nombre muestra la fuerte influencia de la experiencia argentina. El primer presidente de YPFB,
Dionisio Froianini, destacó el ejemplo de la YPF argentina y remarcó que ‘sus principios y normas serán
los mismos que perseguirá la entidad similar boliviana’ ”. (Gadano, 2006:280).

Al final de cuentas, más allá de los sucesivos inconvenientes a que fue expuesta
YPF en los años siguientes, gratifica el saber que la semilla de una industria petrolera
nacional e independiente germinó en alguno de los países vecinos, y que, como alguna
vez supo decir Sarmiento: las ideas no se matan. Por ello, sólo resta esperar que algún
día la Argentina sepa rescatar del olvido el pensamiento progresista y nacional de
quienes, como Mosconi, desde su posición de Director General de una empresa
petrolera estatal precaria, desorganizada y recientemente creada, supieron combatir con
tenacidad, esmero y patriotismo a los trusts internacionales del petróleo que, tal como
las múltiples empresas multinacionales que hoy en día se alojan en nuestro país al
amparo de sucesivos Gobiernos permisivos y “distraídos” ante sus maniobras,
corrompen la vida y estabilidad política y económica del país.

Reflexiones finales del capítulo

La historia del petróleo en nuestro país entraña múltiples vicisitudes desde su


descubrimiento por parte del Estado, en 1907, hasta nuestros días; resultando el periodo
reseñado en el presente capítulo (1907-1937/38) particularmente ejemplificador al
respecto. Lo que se ha intentado plasmar en estas páginas es en qué medida esos
vaivenes que nuestra industria petrolera vivió, atada en gran medida a los Gobiernos de
turno, incidieron en la Guerra del Chaco, más específicamente en la postura que la
Argentina adoptara en dicha contienda. De esa última afirmación se desprende que los
intereses petroleros jugaron un rol importante a la hora de determinar la acción a seguir
por nuestro país en el marco de ese conflicto internacional. Y ello es así por múltiples
razones. La principal de ellas es el hecho de que competían en la Argentina las mismas
dos grandes empresas -Standard Oil of New Jersey y Royal Dutch-Shell- que operaban
en Bolivia y en Paraguay, ejerciendo sobre las cúpulas dirigentes nacionales todo tipo
de presiones. Pero al mismo tiempo que estas firmas rivalizaban en este suelo, por el

253
mercado de consumo primero y por las fuentes de petróleo después; existía una empresa
estatal, YPF, que de la mano del General Enrique Mosconi se oponía acérrimamente a la
introducción del capital foráneo en la vida petrolífera nacional. Todo ello implicó una
compleja red de intereses que confluyeron, entre otras cosas, en el golpe de Estado de
1930 en nuestro país y en la expulsión de la Standard Oil of New Jersey de Bolivia años
más tarde, siguiendo YPFB el ejemplo combativo de la petrolera estatal argentina,
llegándose incluso a mencionar la posibilidad de que la relativa modificación de la
postura argentina en la negociaciones de paz, ya no tan abiertamente favorable al
Paraguay como lo fue durante la contienda bélica, obedeció a un eventual acuerdo por el
cual nuestro país adoptaría esa actitud a cambio de la nacionalización del petróleo
boliviano y la consiguiente expulsión de la Standard Oil of New Jersey del país andino.
Por otra parte, como cuestión excluyente, se aborda también el manejo que las
empresas multinacionales del petróleo tuvieron en la Argentina en el periodo analizado
y cómo sus intereses gravitaron permanentemente en la política nacional, desatando una
recia lucha con el segundo Gobierno yrigoyenista. El caso de Salta y la Standard Oil of
New Jersey es particularmente ilustrativo al respecto y por ello se le concede especial
atención. Además, el hecho de ser esta una Provincia lindante con Bolivia hacía que el
interés del trust norteamericano por establecer su predominio en aquellas tierras fuese
mucho mayor que en otras regiones, dadas sus aspiraciones de conseguir una salida
atlántica a su producción del Altiplano.
El combate presentado por el Gobierno de Yrigoyen, por Mosconi, y por algunos
de los Gobernadores salteños adictos al régimen radical contra la Standard Oil of New
Jersey, en el marco de la campaña por la frustrada ley de nacionalización del petróleo;
resulta interesante, teniendo en cuenta la postura de esa dirigencia respecto a la salida
vía Argentina del petróleo boliviano (negación a Bolivia y la Standard Oil of New
Jersey de la construcción de oleoductos a través de territorio argentino, lo cual tuvo
consecuencias directas en el inicio de la Guerra del Chaco) y la posterior actitud de los
Gobiernos militares surgidos tras el golpe de 1930. En ese sentido, los diferentes
matices de la política nacional (mayor acercamiento a Estados Unidos con Uriburu, pro-
britanismo más acentuado con Justo) delinearon la estrategia argentina respecto a las
empresas petroleras instaladas en nuestro país, culminando con la firma de los acuerdos
de 1936-1937; y, lo que es más importante aun, respecto al conflicto en ciernes entre
paraguayos y bolivianos.

254
CAPÍTULO V

CONSECUENCIAS Y CONCLUSIONES

Las consecuencias de la guerra

Está claro que un conflicto de la índole de la Guerra del Chaco dejó enormes
secuelas (en todos los aspectos: político, económico, social y militar), para los países
directamente involucrados en las acciones bélicas. Por lo tanto, este último capítulo
versará, en una primera instancia, acerca de las consecuencias que dicho conflicto
implicó tanto para bolivianos como para paraguayos. No obstante, atendiendo al
objetivo central del presente trabajo y una vez culminado el análisis previamente
mencionado, me abocaré al examen concreto de todas aquellas implicancias que dicha
contienda trajo aparejadas para la Argentina, en virtud de su activa participación en la
misma, con el objeto de realizar un balance y extraer conclusiones acerca de hasta qué
punto fue o no conveniente para el país intervenir en la guerra del modo en que lo hizo.
Así, pues, veamos cómo se sucedieron las cosas en el Paraguay una vez
finalizadas las hostilidades, en 1935, y también tras el cierre de las negociaciones de paz
con la firma del acuerdo definitivo de 1938. Para comenzar, cabría citar unas palabras
de Levene, quien con una breve afirmación sintetiza en gran medida lo que vivió el
Paraguay y lo que significó la finalización de la Guerra del Chaco para ese país:

“El Paraguay terminó el proceso de su demarcación territorial después de dos grandes guerras, a los 137
años de su independencia política”. (Levene, 1949:334).

La trascendencia del hecho es más que evidente y se explica por sí sola. Mas no
se trató sólo de haber afianzado los límites de la Nación en forma definitiva, sino que,
además, se lo hizo ampliando el territorio original paraguayo. Como bien afirman
Baruja y Pintos, se trazaron

“(...) los límites finales más atrás de las líneas militares paraguayas en ese entonces, pero ganando por
cierto bastante territorio nuevo a los bolivianos aunque no se logró retener el río Parapití como frontera.
En un plumazo, los resultados fueron positivos ya que desde la Independencia, el Paraguay no conseguía
efectivizar su posesión sobre el Chaco entero por diversas razones: indios belicosos locales, la derrota en
1870 que priorizó la rápida normalización de la vida cotidiana, contener a la Argentina en sus
pretensiones entre el río Verde y el río Pilcomayo, las pullas entre colorados y liberales... para al final
lograr más tierra más allá del límite más generoso jamás propuesto con Bolivia en tiempos de paz

255
(Pinilla-Soler, 1907) y quedar el puerto Bahía Negra bajo soberanía indiscutible paraguaya A Bolivia se
le cedió unos pocos kilometros (sic) del río Paraguay al norte del puerto Bahía Negra y la entera posesión
del río Parapití para evitar su insastifacción (sic) (y probables y futuros deseos de una guerra revanchista)
y demostrar que el Paraguay pese a la guerra no provocada por él y luego ganada demostraba interés en la
hermandad con sus vecinos”. (Baruja y Pintos, 2008) 102.

Pero tamaña conquista se consiguió a un precio por demás elevado. La


significación de la victoria paraguaya, así como también sus costos, se desprenden de
los siguientes datos arrojados por Cardozo:

“La paz vino en el momento oportuno. El Paraguay había recuperado casi todo el territorio del Chaco
pero estaba al borde del colapso económico. El esfuerzo de la financiación había sido extraordinario. La
guerra le costó 124.503.515 dólares, de los cuales solo (sic) 5.542.126 provinieron de aportes externos.
Todo se pagó al contado. El Estado quedó sin deuda, caso único en la historia. Pero la extenuación
económica era enorme, así como el cansancio general. Las reservas humanas estaban agotadas. En los
últimos tiempos, la reposición de las bajas implicaba problemas insolubles. De los 140.000 movilizados,
36.000 murieron en el Chaco”. (Cardozo, 1965:144).

En un mismo sentido, como afirma Bulmer-Thomas,

“Paraguay, aunque salió victorioso de la Guerra del Chaco contra Bolivia, sufrió pérdidas terribles y el
valor nominal de sus exportaciones siguió cayendo, producto de la guerra, hasta 1940”. (Bulmer-Thomas,
1998).

Como se advierte, las pérdidas humanas y económicas dejaron exhausta a la


Nación guaraní tras el conflicto. Y no es éste un dato menor, ya que tuvo una incidencia
vital, no sólo en las negociaciones de paz, sino también en el futuro de las inversiones
argentino-británicas en el Paraguay.
En cuanto a la incidencia que la precaria situación económica en que se hallaba
el Paraguay al finalizar el conflicto tuvo en las negociaciones definitivas, cabe señalar
que este país acabó por aceptar la concesión de un puerto franco a Bolivia sobre el río
Paraguay, en territorio bajo soberanía paraguaya, pese a que la República guaraní se
oponía fervientemente a tal alternativa. Así explica Figallo, en marcada oposición a lo
señalado por Baruja y Pintos, que atribuyen el hecho a un poco creíble acto de
desprendimiento y hermandad por parte del Paraguay; cómo es que este país debió
aceptar tal imposición:

102
Para corroborar todas estas afirmaciones respecto a cuestiones territoriales, ver Anexos (Anexo 2).

256
“Contra el rechazo paraguayo de aquella propuesta había conspirado la crítica situación económico-
financiera del país, imposibilitado para disuadir o afrontar una nueva guerra”. (Figallo, 1998:265).

Por otra parte, también las inversiones de origen argentino y/o británico
sufrieron en forma clara las consecuencias de la Guerra del Chaco en el Paraguay.

“Ya antes, los capitales argentinos habían sufrido fuertes agitaciones gremiales y huelgas en los asientos
de sus empresas en el Chaco, debido a la intranquilidad que dominó la situación política sensibilizada por
el devenir de las negociaciones de paz y las imputaciones que se le hacían a la Argentina y por la crisis
económica. En mérito a la contienda con Bolivia había crecido el encono de los nativos contra las
empresas extranjeras que eran dueñas de la parte más rica del Chaco paraguayo, lucha en la que habían
vertido su sangre para defender un territorio que era utilizado en provecho de gentes de otras
nacionalidades”. (Figallo, 1998:265).

Es así como, bajo esta idea en expansión de oposición al “imperialismo


capitalista”, se expropiaron, por ejemplo, dos fracciones de tierras pertenecientes a
compañías argentinas (Figallo, 1998).
Los intereses británicos (entiéndase Royal Dutch-Shell) también se verían
directamente afectados, al otorgarse una concesión para explotar el petróleo del Chaco a
una empresa norteamericana por 50 años (Levene, 1949)103. Hay que señalar, no
obstante, que las cantidades de petróleo cuya existencia pudo probarse en el Chaco tras
el conflicto resultaron ser muy inferiores a las sospechadas antes de iniciarse la
contienda y que, como se ha visto, en gran medida suscitaron la iniciación de las
hostilidades, estando las mismas ubicadas sólo en la parte del Chaco que linda con la
Cordillera de los Andes; lo cual restaría gravitación económica (no política) a la
concesión mencionada. Sí había ricos yacimientos de gas, los segundos en importancia
en Sudamérica después de los de Venezuela, que quedaron bajo soberanía boliviana y
que hoy en día constituyen una valiosa herramienta de negociación para el país del
Altiplano en sus relaciones económicas.
De este modo, se cerraba, tras la Guerra del Chaco, un ciclo caracterizado por la
lucha entre dos Naciones hermanas, entre dos compañías rivales y entre dos potencias
extranjeras por un petróleo casi inexistente. No obstante, como se mencionara
previamente, si bien el peso específico del petróleo chaqueño en materia económica
resultó ser casi nulo, las connotaciones políticas de la situación derivada de la retención
por parte de Bolivia de sus tierras presuntamente ricas en petróleo son significativas. A

103
En ningún momento el autor hace referencia al nombre de dicha de empresa, por lo cual me he visto
privado de su mención en lo que resta del trabajo.

257
mi entender, más allá de la existencia o no de petróleo en la zona en disputa, lo que allí
se estaba definiendo era también una de las batallas por la primacía regional entre
norteamericanos y británicos, entre brasileños y argentinos y, hasta si se quiere y en
última instancia (debido a la manifiesta disparidad de fuerzas existente), entre
argentinos y estadounidenses.
De esta manera, así como los pueblos paraguayo y boliviano fueron la carne de
cañón de las empresas petroleras instaladas en sus territorios, éstas, en algún punto,
fueron el instrumento utilizado por los Estados Unidos y por Gran Bretaña para dirimir
sus disputas sudamericanas. El apoyo argentino a la causa paraguaya en la guerra, y la
manifiesta oposición de su clase dirigente a los propósitos del trust norteamericano en
su territorio la incorporan al análisis como parte interesada e interviniente en la puja
librada por las dos Naciones del norte, al tiempo que Brasil, más cauto, se mantuvo
relativamente al margen, preparándose para recibir los beneficios de un eventual triunfo
norteamericano.
Y ese triunfo llegó, y el statu quo petrolífero regional fue una de las muchas
expresiones del mismo. El retorno de la Standard Oil of New Jersey a Bolivia apenas
unos años después de la expropiación a la que fue sometida; el posterior e impensado
control de la escasa producción de petróleo paraguayo por parte de una firma de origen
estadounidense luego de años de hegemonía de la Royal Dutch-Shell en el país guaraní;
la abdicación final de YPF ante los trusts petroleros acordando en 1937 la repartición de
un mercado nacional que podría haber llegado a dominar perfectamente, incluyendo la
no aceptación del retiro de la Standard Oil of New Jersey del país aun cuando esta
empresa había ofrecido en venta sus propiedades; y, por último y más importante, la
obtención por parte de Bolivia (y, sobre todo, de los intereses petroleros
estadounidenses allí instalados, máximos beneficiarios) de su tan anhelada salida fluvial
por vía atlántica, a pesar de ser un puerto franco y no soberano el concedido por el
Paraguay y pese a ser indirecta en el caso de la conexión establecida vía Brasil,
evidencian claramente quién se alzó verdaderamente victorioso tras el conflicto: los
Estados Unidos, y muy particularmente sus capitales petroleros.
En función de todo lo anteriormente analizado, es comprensible, pese a que
desde el punto de vista territorial Paraguay aparezca como el gran beneficiado, y que de
hecho se lo considere como el vencedor en la contienda; que algunos de los autores
bolivianos consultados hayan publicado sus artículos bajo títulos tales como La guerra

258
en el Chaco que Bolivia no perdió del todo104 y ¿Por qué se perdió el territorio del
Chaco pero no la guerra?105, o que sea un lugar común en la historiografía paraguaya
señalar que el país ganó en el campo de batalla pero perdió en las negociaciones. Así se
advierte, pues, la extrema gravitación que los intereses petroleros tuvieron en la Guerra
del Chaco, hasta el punto de considerarse, en el caso boliviano, que, aun pese a las
pérdidas territoriales, el resultado de la contienda no fue tan negativo. Páginas más
adelante, a la hora de analizar las consecuencias que este conflicto internacional trajo
aparejadas específicamente a Bolivia, se retomará en parte la cuestión del petróleo,
volviéndose a ella cada vez que sea necesario, en cuanto constituye uno de los factores
claves para comprender lo acontecido en el Chaco, y por tanto ocupa un lugar central en
el análisis desarrollado en el presente trabajo.
Hecha esta aclaración, y retomando el hilo central, cabría señalar que, amén de
lo acontecido con el petróleo, quizás lo más duro que debería soportar la Argentina en
los años sucesivos, en lo que a su relación con el Paraguay post-conflicto se refiere,
sería el progresivo acercamiento que éste último experimentaría con el Brasil y los
Estados Unidos, en detrimento de su fuerte vínculo con nuestro país. Esto se debe a que,
si bien en el campo de batalla Bolivia había sido derrotado, podría decirse que había
triunfado desde un punto de vista económico, pues, como afirma Ronald Stuart Klain,

“(...) las relaciones económicas y políticas entre Argentina y Paraguay serían mucho menos íntimas en el
futuro (...) (Asunción) tendrá que buscar una relación más íntima con el Brasil” (Klain, citado en Figallo,
1998: 266).

Y en efecto así fue. Tras la Segunda Guerra Mundial el Paraguay logrará un


aumento de los empréstitos por parte de Washington bajo el espíritu de solidaridad
continental, al cual prontamente se sumará Brasil, decidido ya a aportar parte de su
poderío económico en favor de su vecino guaraní; con lo cual, sin prisa pero sin pausa,
irá ganando influencia sobre el Paraguay, en perjuicio de los intereses argentinos. Tanto
es así que

“Los arreglos acordados prometían disminuir el control de la Argentina sobre el acceso y la navegación
fluvial del Plata, evitando la tradicional ruta”. (Figallo, 1998: 266).

104
Sánchez Guzmán, Luis, “La guerra en el Chaco que Bolivia no perdió del todo”, en http://www.la-
razon.com/versiones/20080806_006356/nota_244_646126.htm, 09/12/2008.
105
Crespo, Alberto (1996) “¿Por qué se perdió el territorio del Chaco pero no la guerra?”, en Archivos
bolivianos de historia de la medicina Vol 2- Nº 2- Julio- Diciembre de 1996, en
saludpublica.bvsp.org.bo/textocompleto/rnabhm96222.pdf

259
Pero no toda la culpa por la pérdida del Paraguay como zona de influencia
argentina es atribuible a los ofrecimientos provenientes desde Brasil y Estados Unidos.
La Argentina, por su parte, había descuidado sus posiciones en el Paraguay. La
siguiente referencia a Figallo servirá para despejar dudas al respecto:

“La Argentina de Justo, de Ortiz y de Castillo no habían (sic) hecho lo suficiente por modificar las
relaciones económicas con el Paraguay, aferrándose a mantenerla (sic) en el mismo estado de
dependencia de los capitales de empresas argentinas aún cuando las condiciones regionales e
internacionales aconsejaban un trato que contemplara su pobreza y enclaustramiento. Para 1944, aunque
la Argentina y el Paraguay habían firmado un importante tratado de comercio cuyo propósito consistía en
la concertación futura de una Unión Aduanera, el Brasil y los Estados Unidos habían comenzado el lento
pero inexorable proceso de desplazamiento de los intereses argentinos en aquel país vecino, que no pocos
hombres públicos gobernando desde Buenos Aires consideraban aún como una provincia propia”.
(Figallo, 1998: 266-267).

Resulta, pues, evidente, que en lo sucesivo nuestro país vería muy perjudicados
sus intereses en su histórico “patio trasero”, el Paraguay. La cada vez mayor gravitación
del Brasil en esta República se deduce de los hechos: tras el conflicto, nuestro vecino
luso-parlante otorgó al Paraguay, como bien señala Levene,

“(...) un empréstito de cien mil contos, acordó la conexión ferroviaria Puntaporá-Concepción, declaró
Santos puerto libre para el Paraguay; envió importantes misiones científicas, militares y educacionales.
Estableció una sucursal del Banco del Brasil.” (Levene, 1949:337).

Después de todo lo anteriormente expuesto, se puede concluir que el saldo de la


participación de la Argentina en la Guerra del Chaco, en materia económica y en lo que
al Paraguay respecta, no fue en absoluto beneficioso para sus intereses, máxime
tomando en consideración el fuerte apoyo brindado por la administración Justo a dicho
país durante la contienda. Sin embargo, no todo fue negativo para los capitales anglo-
argentinos instalados en el Chaco paraguayo. Las explotaciones de quebracho quedaron
definitivamente en manos del Paraguay, lo cual produjo grandes beneficios a las firmas
argentinas y británicas que participaron en su explotación en los años subsiguientes.
En otro orden de cosas, cabe destacar que, desde luego, la victoria en la
contienda tuvo también sus repercusiones en el ambiente político del Paraguay de fines
de la década de 1930.

“Después de la tregua de 1935 retornaron a casa miles de soldados (que) estaban resentidos con los
liberales a quienes creían ineptos e incompetentes manejando el país durante la guerra. Daban testimonio

260
del estado miserable del ejército paraguayo (...). El gobierno enardeció a los veteranos al negarse a
otorgar pensiones en 1936 mientras otorgó una pensión de 1.500 pesos oro por año a Estigarribia. El
coronel Franco, en deber activo desde 1932, se convirtió en la cabeza de los rebeldes nacionalistas. La
chispa final de la rebelión estalló cuando Franco fue desterrado106 por criticar a Eusebio Ayala: el 17 de
febrero de 1936, unidades del ejército irrumpieron en el Palacio Presidencial y Ayala se vio obligado a
renunciar”. (Baruja y Pintos, 2008).

Continuando con el rico análisis de estos últimos autores citados, cabría


mencionar que en el exterior la revuelta de febrero de 1936 fue interpretada como una
paradoja porque derrocó a los políticos que habían ganado la guerra. En cambio los
soldados, veteranos, estudiantes y otros que se sublevaron sintieron que esa victoria
había sucedido pese al Gobierno liberal (Baruja y Pintos, 2008).
Desde otra óptica, Cardozo analiza lo acontecido en el Paraguay, no haciendo
hincapié en la mala gestión en la guerra por parte de los liberales, sino más bien en las
ideas en boga en aquella época.

“Desde antes de la guerra, los movimientos totalitarios, entonces en auge en Europa (...) eran presentados
como panaceas para los males que aquejaban al país. Las ideas autoritarias prendieron briosamente en
núcleos importantes del ejército que se creyeron habilitados para reemplazar a los partidos tradicionales
en la dirección del país”. (Cardozo, 1965:146).

De esta manera, el golpe contra Ayala que colocó a Franco en el poder se


explicaría por cuestiones no tan directamente vinculadas al conflicto del Chaco. Lo que
no deja de llamar la atención es que, teniendo en cuenta el estrecho vínculo entre los
liberales paraguayos y la Argentina, Franco haya elegido a nuestro país como destino de
destierro; así como también resulta paradójico, como mencionan los autores, que el
régimen liberal cayera tan estrepitosamente luego de su victoria en la guerra (y con él,
me permito agregar, los capitales anglo-argentinos instalados en el Paraguay en favor de
los intereses brasileños y norteamericanos; lo cual sí responde a cierta lógica histórica).
No obstante, ya en el Gobierno, en algún sentido, Franco mostró cierta
coherencia respecto a su relativo pro-argentinismo al incumplir algunas de las promesas
hechas a los sectores más humildes no atreviéndose a expropiar propiedades de
hacendados extranjeros, mayoritariamente argentinos. Esto le acarreó importantes
problemas internos que se vinieron a sumar al progresivo rechazo popular que
generaban sus cada vez más abiertamente totalitarias medidas (Baruja y Pintos, 2008).
Ante esta situación, el Ejército se sublevó nuevamente, en agosto de 1937, y devolvió al
106
No es un dato menor señalar que el Coronel Franco, al ser desterrado, se dirigió a la Argentina.

261
poder a los liberales, colocando a Félix Paiva como Presidente de la Nación. Pero, como
afirma Levene,

“La situación política se estabilizó con la elección del héroe del Chaco, general José Félix Estigarribia,
que asumió el poder el 15 de agosto de 1939”. (Levene, 1949:334).

Y ahora sí, con la llegada de Estigarribia al poder, quien por entonces se


encontraba en los Estados Unidos como enviado especial, los intereses argentinos en el
Paraguay serían progresiva y definitivamente desplazados, comenzando por un
programa de reforma agraria encarado por el Presidente que afectó directamente a las
posesiones de capitales argentinos en tierras chaqueñas. Por si esto fuera poco,

“Su gobierno marcó el comienzo de la cooperación económica de los Estados Unidos, el primero de los
países de la conferencia del Chaco que cumplía sus compromisos de ayuda a los ex beligerantes para
restaurar su economía. Comenzó, con préstamos norteamericanos, la construcción de una moderna
carretera en dirección a la frontera del Brasil. La política pronorteamericana de Estigarribia ocasionó
resentimientos en el nacionalismo militar que entonces comenzaba a adueñarse del poder en la Argentina
(...) El Brasil aprovechó la coyuntura para recuperar las posiciones perdidas durante la hegemonía
liberal”. (Cardozo, 1965:150).

Estigarribia murió, víctima de un sospechoso accidente de aviación, el 7 de


septiembre de 1940, inaugurándose a partir de ese episodio una nueva y larga etapa de
conflictos civiles internos en la hermana República, la cual culminaría con la ascensión
al Gobierno, en 1954, del legendario dictador Alfredo Stroessner, quien llevó adelante,
con indisimulado apoyo de sus beneficiarios brasileños y estadounidenses, la dictadura
más larga de la historia latinoamericana, prorrogándose en el poder hasta 1989. La
Argentina ya poco tenía que ver, para ese entonces, con la vida política y económica
paraguaya, hegemonizada durante décadas por los vecinos luso-parlantes.
Pese a todo, hay un punto que merece ser destacado en la relación argentino-
paraguaya bajo el mandato de Estigarribia, y es nada menos que la firma, el 5 de julio
de 1939, del tratado Complementario de Límites que estableció los límites definitivos
entre ambas Naciones en dos sectores del río Pilcomayo, dejando la resolución de un
tercer sector del río para decisión posterior de los Gobiernos de la Argentina y
Paraguay, lo cual encontró un cierre definitivo el 1º de julio de 1945 (Escudé, 2000).
La buena voluntad de ambas Naciones de cooperar tras la cruenta guerra, al
menos en determinados aspectos de la relación bilateral, se evidenció cuando el

262
“10 de febrero de 1941 se firmó un compromiso argentino-paraguayo de dragar y balizar el río Paraguay,
tendiente a ‘asegurar en el río Paraguay adecuadas condiciones de navegabilidad entre el puerto de
Asunción y su confluencia con el río Paraná’. Poco después, en Buenos Aires, el 25 de junio de 1941, el
canciller argentino Enrique Ruiz Guiñazú y su colega paraguayo Luis A. Argaña firmaron un convenio,
estableciendo facilidades para la navegación de los ríos limítrofes”. (Escudé, 2000).

Por su parte, Bolivia también sufrió enormemente las consecuencias de la


guerra, incluso de un modo más severo debido a la derrota en la misma. Sin embargo,
de toda mala experiencia, siempre es posible extraer algo positivo.

“Se ha dicho que del Chaco surgió una nueva conciencia. (...) la guerra repercutió económicamente en el
desarrollo de la industria y del comercio hasta entonces paralizados por el poder absoluto del capital
extranjero (primero británico y preponderantemente norteamericano a partir de 1925); políticamente con
la derrota se descubrieron todas las debilidades del régimen tradicional, salieron a flote todas las
contradicciones de la economía nacional. La Guerra del Chaco conmovió los fundamentos de un régimen
social y económico cuya expresión ideológica y política fue el liberalismo de los partidos tradicionales
que gobernaron hasta 1936. (...) En la postguerra surge el primer movimiento nacionalista en el país (...)
ideológicamente es portavoz de las reivindicaciones específicas de la burguesía nacional, cuyos sectores
más avanzados entran en pugna con el capital monopolista. (...) a este movimiento se debe la acción
antiimperialista más importante de la historia boliviana: la nacionalización del petróleo”. (Almaráz,
1958:113-114).

Inteligentemente, el autor da cuenta de los profundos cambios, tanto económicos


como políticos, que enfrentó Bolivia post-Chaco, haciendo hincapié, no sólo en el
nuevo nacionalismo que emergió tras la derrota, sino también, y vinculado a ello, en la
consiguiente nacionalización del petróleo, la cual implicó, como ya se ha visto, la
expulsión de la Standard Oil of New Jersey de suelo boliviano (como secuela directa y
quizás más importante del fracaso bélico), no por ello dejando de gravitar la influencia
norteamericana en el país del Altiplano, sino que, por el contrario, la misma se vio
incrementada gradualmente en los años que siguieron a la guerra, como también ya se
ha tenido la oportunidad de analizar en fragmentos anteriores del presente trabajo.
Evitando todo tipo de juicio valorativo, Bethell se limita a afirmar que la Guerra
del Chaco destruyó el sistema político vigente en Bolivia desde 1880, produciéndose al
mismo tiempo el colapso del Gobierno civil como de los partidos políticos tradicionales
(Bethell, 2000).
Levene, por su parte, es mucho más crítico en su análisis del régimen emergido
tras la derrota en el Chaco:

263
“ ‘Comienza un nuevo período histórico’ -se dijo entonces (...) Y lo único que se vió (sic), fué (sic)
conceder el presidente una preponderancia desmedida a los militares dentro de su gabinete y que éstos
hacían proclamar que eran los ‘indispensables’ en Bolivia no sólo para reparar las ruinas causadas por la
guerra, sino, para dirigir una nueva política (...) Tejada (...) fué (sic) derribado del gobierno en mayo de
1935 por esos mismos militares en los que tanta confianza tenía. Al asumir el coronel Toro la presidencia
(...) Inmediatamente entraron a figurar los ‘ex combatientes’, su invasión en todos los ramos
administrativos se hizo en gran escala (...) se decretó estado de sitio, se aumentaron considerablemente los
sueldos y se inauguró aparatosamente el ‘gobierno socialista’ de los militares (...) Se dijo entonces que
(...) la ‘generación del Chaco’, era la destinada a regir los destinos de la nación, con exclusión de
cualesquiera otras fuerzas. (...) Y todo esto se hacía en momentos en que se anunciaba un déficit de
ochenta millones en las arcas del tesoro y se revelaban escándalos y mal manejo de los fondos en todas
las reparticiones, mientras el costo de vida alcanzaba límites desconocidos (...) el lujo de los nuevos ricos
saltaba visible e irritante en todas partes. (...) El descontento vuelve a manifestarse. A los partidos
políticos se les declara moribundos y sin objeto y se les cierra la prensa (...) los viejos métodos del
favoritismo, del nepotismo y de ‘gobernar con los suyos’ no cambian ni se modifican”. (Levene,
1949:123-125).

Como se puede apreciar, visiones muy disímiles se han erguido a favor o en


contra de los militares bolivianos que tomaron el poder a mediados de la década de
1930. En resumidas cuentas, a modo de balance de lo que la Guerra del Chaco significó
para Bolivia, en tanto se lo considera un momento clave en su devenir histórico, podría
decirse que nuestra hermana República

“(...) acometió la guerra del Chaco con una economía altamente tradicional, subdesarrollada y dominada
por la exportación, y salió de la misma con idénticas características. Pero, de ser una de las sociedades
menos movilizadas de Latinoamérica en relación con la ideología radical y la organización obrera, pasó a
ser una de las más avanzadas de entre sus vecinas”. (Bethell, 2000:232).

De esta manera, lo que a todas luces aparece como incuestionable es el brusco


cambio de orientación adoptado por el país del Altiplano tras el conflicto armado con el
Paraguay. No obstante, el “anti-imperialismo” que destaca Almaráz, hay que decirlo, se
orientó fundamentalmente en contra de los inversionistas extranjeros privados, como
fue el caso de la Standard Oil of New Jersey, y sólo en un principio, mas no ocurrió lo
mismo en relación a la verdadera potencia imperialista en plena emergencia en el
escenario internacional, los Estados Unidos, respecto del cual, a fin de obtener más y
más dinero proveniente de empréstitos, los sucesivos Gobiernos bolivianos se mostraron
serviles y complacientes.

264
En materia económica también podría decirse que se produjo un viraje
importante. Tal como afirma Bethell,

“La depresión mundial y el conflicto del Chaco resultante señalaron el fin de la expansión e incluso de la
capitalización del sector de la industria minera. Tanto la producción como la productividad posteriores
comenzaron a declinar (...) Asimismo, en las áreas rurales, el relativo estancamiento de la economía
nacional puso fin a la expansión de las haciendas, que había durado desde la década de 1880 hasta los
últimos años veinte”. (Bethell, 2000:231-232).

Bajo estas condiciones, era lógico el fin del régimen de los barones del estaño, a
los cuales, una vez en el poder, el Coronel Toro impuso mayores gravámenes. Pero la
influencia de estos señores aun era por demás respetable, lo cual se evidencia en el
hecho de que Toro fuese depuesto, luego de poco más de dos años de Gobierno, a causa
de dicha medida. (Gaggero, Farro y Mantiñan, 2006). En julio de 1937, el Presidente
fue apresado y enviado a Chile a manera de destierro. Lo sucedió en el mando el
Coronel Germán Busch quien, a poco andar, instauró una dictadura hasta su trágica
muerte, en agosto de 1939. Los años que duró el Gobierno de Busch, significaron un
respiro para las autoridades argentinas, que lo consideraban un aliado.

“(...) la República del Plata se manifestaba satisfecha ante la nueva corriente de aproximación argentinista
inaugurada por Busch, la cual implicaba simultáneamente un alejamiento de la influencia chilena y un
freno a la expansión brasileña”. (Figallo, 1996).

Una vez más aparece la rivalidad argentino-brasileña en el centro de la escena.


Lo cierto es que, tras la muerte de Busch, sobrevino un breve interinato a cargo del
General Quintanilla, quien entregó el poder, en abril de 1940, al General Enrique
Peñaranda, héroe de la Guerra del Chaco, lo cual reafirmó la continuidad de la
hegemonía de la “Generación del Chaco” al frente de los destinos de la República
boliviana, a la vez que selló la amistad con la Argentina107 (Levene, 1949).
Esta afirmación de Levene es sumamente discutible si tomamos en cuenta los
diversos factores analizados a lo largo del presente trabajo que demuestran que, en los
años posteriores al Chaco, se evidenció un acercamiento de Bolivia con Brasil y los
Estados Unidos, en detrimento de los vínculos del país del Altiplano con la Argentina.

107
Las palabras del autor se sustentan, básicamente, en el hecho de que Ostria Gutiérrez, Canciller de la
administración Peñaranda, negoció con la Cancillería argentina instrumentos mediante los cuales se
acrecentaba el intercambio de productos, se allanaban dificultades de tránsito y se establecían relaciones
bancarias generadoras de facilidades comerciales (Figallo, 1996).

265
Sin embargo, esto no fue así desde el comienzo. La relación bilateral argentino-
boliviana sufriría, en lo sucesivo, numerosos altibajos. Luego del distanciamiento inicial
producto de la ayuda argentina al Paraguay durante la contienda bajo la administración
Justo, ya con Ortiz en el Gobierno argentino, su par boliviano decidió enviar una misión
que, superponiéndose a las gestiones diplomáticas, transmitiera a nuestro país el
renovado interés por vender su petróleo. Lo que en realidad aquella oferta encubría era
el deseo de los militares bolivianos de una intercesión argentina para lograr un acceso
soberano al río Paraguay en las negociaciones. Todo esto se dio, a su vez, en el marco
de una cada vez mayor necesidad de la Argentina de abastecerse de petróleo boliviano
producto de la creciente escasez de combustibles a nivel global que provocó la Segunda
Guerra Mundial. A su vez, Bolivia necesitaba imperiosamente de artículos de primera
necesidad que la Argentina le proveía (Figallo, 1998).

“Si bien no se podía decir que todas las simpatías bolivianas estaban con la Argentina, sí se podía hablar
de intereses entroncados, aunque fueran aún frecuentes las quejas por las ayudas materiales concretadas
en favor del Paraguay durante la guerra del Chaco. Bolivia no podía comprar en otra parte los productos
que necesitaba para vivir: carne, aceite, azúcar y trigo; y la exportación podía ser mucho mayor si el
problema del transporte no lo impidiera debido a las malas condiciones en que rodaba el ferrocarril
Villazón-Atocha. (...) Frente a la guerra mundial, el comercio boliviano-argentino había aumentado en
proporciones enormes; los barcos norteamericanos, afectados al tráfico con Canadá y Gran Bretaña, eran
entonces escasos en la costa del Pacífico y el puerto de Arica, donde antes se surtía Bolivia, estaba casi
desierto. Sin embargo, los notables aumentos que experimentaba la exportación de minerales de primera
necesidad para la guerra (...) la hacían dependiente de los designios norteamericanos”. (Figallo, 1996).

Se dio, de esta manera, una confluencia coyuntural de intereses que acercaron a


dos países (la Argentina y Bolivia) que, por obvias razones, estaban destinados a
distanciarse luego de lo acontecido en los campos de batalla del Chaco y de las
posteriores intercesiones brasileñas y norteamericanas. Como se advierte, el juego de
intereses encontrados ponía a Bolivia en la disyuntiva entre los Estados Unidos o la
Argentina. Es así como las relaciones entre nuestro país y la vecina República boliviana
volvieron a enfriarse en 1942, al inclinarse la segunda por los Estados Unidos luego del
lanzamiento del programa de ayuda norteamericana al país del Altiplano108. Tal como
afirma Figallo,

“A pesar de la complementariedad que podía brindar la economía argentina a la boliviana, era cierto que
Bolivia daba como un hecho la mantención (sic) en tanto durase la guerra mundial, de prioritarios lazos

108
Para profundizar sobre este punto, ver capítulo II.

266
comerciales con los Estados Unidos con cuyas ganancias pudiese mejorar las comunicaciones ferroviarias
y camineras, para recién entonces dirigir sus productos hacia el mercado del Plata”. (Figallo, 1998:267-
268).

Ello no impidió, sin embargo, que desde la Argentina, interesada desde siempre
en el control del petróleo del Oriente boliviano, se continuase intentando favorecer las
condiciones de intercambio de este producto entre ambas Naciones.

“La Argentina albergaba las mayores esperanzas en el cercano petróleo boliviano y en facilitar todos los
medios para el mejor transporte a su territorio -ferrocarril, oleoductos, caminos-, garantizándose así una
importación independiente de las contingencias (...) Le ofrecía a Bolivia favorecer el desarrollo de sus
Yacimientos Petrolíferos Fiscales”. (Figallo, 1996).

Sin embargo, a la larga, la ayuda económica y financiera norteamericana pesó


más, y las aspiraciones de la dirigencia argentina de atraer a Bolivia hacia su esfera de
influencia se verían truncadas. Hasta tal punto llegó a sentirse la dependencia boliviana
respecto de los Estados Unidos que incluso en el paradigmático caso de “independencia
nacional” y “anti-imperialismo” que entrañó la expulsión de la principal empresa
petrolera en operaciones en Bolivia

“(...) se discutía acerca de la conveniencia de arribar a una transacción extra oficial con la Standard Oil,
con el fin de congraciarse ante las esferas financieras de Nueva York y ver la manera de obtener los
créditos o empréstitos que necesitaba Bolivia para el desarrollo de sus incipientes industrias y para
regularizar las necesidades de orden administrativo”. (Figallo, 1996).

Es así como los intereses argentinos en Bolivia, al igual que en el caso


paraguayo, se verían gradualmente desplazados. En 1943 se habría llevado adelante el
último intento de nuestro país por atraer a su esfera de influencia a Bolivia con la
supuesta promoción del golpe de Estado del 20 de diciembre de ese año, el cual ya ha
sido analizado en capítulos precedentes, y que culminó con un nuevo fracaso para la
diplomacia argentina.
Por si todo lo anteriormente expresado no fuera suficiente para poner en tela de
juicio la afirmación de Levene acerca de la amistad definitiva sellada entre argentinos y
bolivianos, se dio otro hecho que contribuye a incrementar un cierto escepticismo
respecto de la misma. Sucede que en las postrimerías de la Guerra del Chaco se publicó
en nuestro país un libro titulado Una nueva república en Sudamérica, que alentaba la
formación de una nueva Nación con parte del territorio de Bolivia. La obra, escrita por
el historiador argentino Enrique de Gandía, fue distribuida por los diplomáticos

267
paraguayos y argentinos en todo el mundo y circuló asimismo en Santa Cruz de la
Sierra, que en el “audaz” proyecto estaba destinada a capital de la nueva República.

“La guerra entre Paraguay y Bolivia ha demostrado que los pobladores de Santa Cruz de la Sierra no
desean seguir formando parte de la nación boliviana y que aspiran a erigirse en república independiente”.
(Gandía, citado en http://www.cinefania.com/cinebraille/2chaco.shtml) .

La utilización de este libro siguió la tendencia de preparar las acciones bélicas


con un previo trabajo histórico que las justificara. Gandía sirvió a ese propósito, que los
bolivianos consideraron como financiado y costeado íntegramente por los intereses
argentinos que estaban en juego en la guerra (Irusta, en
http://www.cinefania.com/cinebraille/2chaco.shtml, 2008).
De ser todo esto verídico, no sólo probaría que, en realidad, las relaciones
argentino-bolivianas se deterioraron tras la Guerra del Chaco, sino que, además, daría
cuenta de un nuevo fracaso en los planes e intenciones de nuestro país (o, al menos, de
un grupo de personas los bastante influyentes como para financiar un libro de esta
índole y repartirlo por el mundo a través de nuestra Cancillería), que se vendría a sumar
a algunos que ya se han analizado y de otros que se podrán apreciar a continuación;
determinando que el balance de la intervención argentina en el conflicto chaqueño no
acabó siendo del todo feliz, de acuerdo a los intereses y objetivos, esencialmente en lo
económico, perseguidos por las autoridades nacionales de aquella época.
Pero, en definitiva y apuntando concretamente a otro de los puntos que interesa a
los efectos del presente trabajo, cabría preguntarse: ¿Quién se vio más favorecido con el
resultado del arbitraje de 1938, el Paraguay o Bolivia?

”El resultado de este fallo arbitral es objeto de distintas interpretaciones, de acuerdo con el origen
boliviano o paraguayo de las fuentes. Si tomamos la interpretación del lado boliviano, según Querejazu
Calvo, Paraguay quedó como dueño de casi todo el terreno disputado, mientras que la demanda portuaria
boliviana se contempló con la concesión de una lengua de tierra que penetra hasta el río Paraguay en la
zona inundadiza de su afluente Otuquis. Si tomamos autores del lado paraguayo, como el caso de Salum-
Flecha, el territorio sometido al arbitraje conjunto de los presidentes de la Argentina, Brasil, Chile, Perú,
Uruguay y Estados Unidos tenía 31.500 kilómetros cuadrados, de los cuales fueron adjudicados a
Paraguay 14.678 kilómetros cuadrados, y el resto a Bolivia”. (Escudé, 2000).

Para algunos, el mayor beneficiado fue Bolivia, ya que dicho arbitraje dio a este
país una pantanosa región en el norte, cedida por el Paraguay en tanto éste militarmente
había ocupado un territorio más vasto del que al fin y al cabo le fue otorgado; la cual

268
devino, con financiamiento brasileño, en un mejor enlace con el río Paraguay, lo que
abrió el mercado brasileño al petróleo andino, frustrando así la vieja aspiración de
Saavedra Lamas de adquirir para la Argentina el control exclusivo del hidrocarburo
boliviano. Por otra parte, el arbitrio final excluyó al Paraguay de la zona petrolífera, lo
cual es también un punto esencial en detrimento de los intereses argentinos. Como
consecuencia de todo ello, y como temían algunos dirigentes paraguayos, la Argentina
se fue volcando desde entonces progresivamente más hacia Bolivia en virtud de sus
recursos. Prueba de ello fue la construcción, en 1949, del ferrocarril Yacuiba-Santa
Cruz, con financiación argentina, el inicio del transporte fluvial desde Bolivia, por el río
Paraguay, hasta Buenos Aires, y el acuerdo para la construcción de un oleoducto trans-
chaqueño, además de la gravitación de YPF en la nacionalización del petróleo boliviano
de 1936 y la influencia de los militares argentinos en el golpe del ‘43.
Pero todo depende de cómo se mire. Otros autores, como Hughes, afirman que

“Paraguay, by far the smaller, weaker power, emerged victorious in 1935, in control of the entire disputed
Chaco region, and so was able to dictate the terms of the peace signed in Buenos Aires in 1938”.
(Hughes, 2005:1).109

Como se ha visto, esta afirmación no parece corresponderse exactamente con la


realidad debido a la desesperada situación económica que vivía el país guaraní al
momento de finalizarse el enfrentamiento armado, que lo llevó a aceptar la inclusión de
cláusulas no deseadas en el tratado de paz definitivo. Lo que resulta innegable es que el
mismo, desde un punto de vista favoreció al Paraguay, ya que, como se ha analizado, al
fin y al cabo, le garantizó la mayor parte del territorio en disputa, pudiendo Bolivia
conservar tan sólo el oeste del Chaco, cuya soberanía nunca había estado en discusión,
más allá de que era ésta la zona donde estaban los yacimientos petrolíferos verificados.
Según esta visión pesimista para Bolivia, este país sólo consiguió un angosto corredor
hacia el río Paraguay y un pequeño puerto sobre él, de utilidad poco menos que
simbólica; y los privilegios ferroviarios y portuarios en Paraguay que le fueron
concedidos era algo que ya se le había ofrecido antes de que se desatara la guerra.
En definitiva, como afirma Fleitas,

109
“Paraguay, por lejos el más pequeño, el de menos poder, emergió victorioso en 1935, en control de la
entera región del Chaco en disputa, y entonces fue capaz de dictar los términos de la paz firmada en
Buenos Aires en 1938”. (Traducción del autor).

269
“¿Qué han ganado estos países con ese triste episodio? Absolutamente nada. Han obtenido un legado de
muertes por doquier, grandes deudas, hambre y miseria social. Los únicos ganadores fueron las petroleras
que se quedaron con los yacimientos de petróleo y gas del lado boliviano, siendo la Estándar (sic) Oil una
de ellas. El Paraguay, que en teoría ganó la guerra (...) devolvió a Bolivia 35.000 km2 de territorio
conquistado militarmente, pero ganó 130.000 km2, quedando lo que es hoy el territorio del Chaco. Sin
embargo, por un extraño acuerdo, se le privó al país de explorar su potencial petrolífero hasta el 2006”.
(Fleitas, 2009).

Este último dato es por cierto interesante, aunque dado lo ínfimo de las reservas
petrolíferas que quedaron bajo soberanía paraguaya, el mismo pierde gran parte de su
significación. Por otro lado, una vez más puede observarse la permanente gravitación de
los intereses vinculados al petróleo en toda esta cuestión.
Ahora bien, tomando en consideración todo lo anteriormente expuesto, podemos
concluir que el resultado no terminó favoreciendo netamente a ninguno de los
contendientes, y los costes y beneficios para cada uno dependen de bajo qué óptica se
los mire. Pero sin dudas los más perjudicados fueron los pueblos paraguayo y boliviano,
con alrededor de 100.000 muertos, con economías exhaustas y en ruinas y con una
animosidad y desconfianza mutuas que sólo ha logrado aplacarse, pero nunca
extinguirse completamente, con el correr de los años. Al día de hoy, como ya se ha
mencionado, la mayor parte del pueblo paraguayo continúa afirmando que su país ganó
la guerra, pero perdió en las negociaciones diplomáticas posteriores a la misma. Así, ni
Bolivia ni Paraguay quedaron conformes con el resultado del conflicto (Moniz
Bandeira, en Rapoport, 2009), pero aceptaron darlo por terminado, ya que no podían
continuar afrontando el desgaste de la guerra.
En lo que a la Argentina respecta, de todo lo anteriormente expuesto pueden
extraerse múltiples conclusiones acerca de los resultados que su participación en la
contienda entre paraguayos y bolivianos trajo aparejados, en especial en lo relativo al
petróleo y a la pérdida de posiciones en materia de influencia regional. Sólo restaría
resaltar un hecho de enorme trascendencia, al cual hasta el momento no se ha hecho
mención a lo largo del capítulo y que, sin dudas, merece un párrafo aparte, en tanto y en
cuanto puede ser considerado como una consecuencia directa para nuestro país de su
intervención en la Guerra del Chaco. Se trata nada menos que del otorgamiento, en
1936, del Premio Nobel de la Paz al entonces Canciller argentino, Carlos Saavedra
Lamas.

270
Muy cuestionada ha sido, a lo largo de la historia, la mediación del Canciller
argentino y el rol que este jugó en las negociaciones de paz. Para muchos, sin dudas, la
obra de Saavedra Lamas lo destaca como un verdadero apóstol de la paz. Algunos
autores, sin embargo, disienten marcadamente con esta perspectiva. Tal es el caso de
Arturo Jauretche, quien escribiría décadas después:

“(...) los foguistas se ocuparon de hacer la paz y pasaron a ser bomberos, y las mismas fuerzas que
consiguieron esta transformación consiguieron un premio para el jefe de los bomberos”. (Jauretche, citado
en Galasso, 1981, en http://www.cinefania.com/cinebraille/2chaco.shtml, 28/11/2008).

La acusación es, por cierto, muy dura. Como se ha podido apreciar, suele
culparse a Saavedra Lamas de haber mediado en el conflicto, no por un genuino interés
de pacificación regional y de evitar el derramamiento de sangre entre hermanos, sino
pura y exclusivamente para obtener beneficios concretos para la Argentina. Sin dudas, a
mi entender, ambos elementos se hallaban presentes en la decisión de la Cancillería
argentina de intervenir del modo en que lo hizo en la Guerra del Chaco, aunque
probablemente primando el segundo de los puntos mencionados.
El modo en que el Canciller argentino manejó las negociaciones ha podido ser
apreciado y analizado en detalle al momento de haberse tratado puntualmente la
cuestión de las negociaciones de paz, por lo que no será nuevamente abordado. Lo que
sí es importante destacar es no sólo el valor simbólico que este reconocimiento tuvo,
para Saavedra Lamas en particular y para la Argentina en general, sino más aun el
hecho de que el mismo fue otorgado con el apoyo de los países sudamericanos y la
aprobación de Estados Unidos (Rapoport, 2009), país que, como potencia hegemónica
mundial, desde luego tenía (y tiene) una gran influencia en la decisión final.
Este último hecho apuntado es singularmente destacable, teniendo en cuenta no
sólo la manifiesta animosidad existente entre los Estados Unidos y la Argentina durante
aquellos años (y particularmente exacerbada en las negociaciones de paz del Chaco
debido a la puja por aspirar cada uno a ser el mentor de la paz), sino, también, el encono
personal que el Secretario de Estado norteamericano, Cordell Hull, y el Canciller
argentino se profesaban mutuamente. El primero consideraba al Ministro argentino
como un

“(...) ‘prominente e incorregible’ adversario de los Estados Unidos, al tiempo que el subsecretario Sumner
Welles caracterizaba a la oligarquía argentina como un instrumento reaccionario de los intereses
británicos”. (Rapoport, 2009).

271
También el delegado norteamericano en la Conferencia de Paz del Chaco,
Spruille Braden, sentía desprecio por el Canciller argentino.

“En una autobiografía escrita por Braden, el ministro argentino es objeto de injurias, desprecios y
calificativos varios -antinorteamericano, ególatra, vanidoso, ambicioso, estúpido e inepto, entre otras
cosas- incluyendo una opinión negativa acerca de la obtención del Premio Nobel”. (Rapoport, 2009).

Por todo ello, resulta muy destacable la obtención del galardón por parte del
Ministro argentino, más aun llevando en consideración el hecho de que se lo estaban
otorgando por participar en las negociaciones de un modo que claramente se oponía a
los intereses norteamericanos. Tal como afirma Quesada,

“El Premio Nobel de la Paz, otorgado a Saavedra Lamas a raíz de su gestión, fue una expresión más del
prestigio nacional y del discreto intento argentino de eludir la hegemonía continental de Washington”.
(Quesada, 2001:509).

Lo curioso es que, después de todos estos enfrentamientos contra la hegemonía


estadounidense en América Latina, Saavedra Lamas acabaría por apoyar, desde la
retórica, a la potencia del norte, ante el avance del fantasma comunista tras la Segunda
Guerra Mundial...
En fin, por último resta aclarar que la distinción la recibió el Canciller argentino
específicamente por su proyecto del Pacto Antibélico110, el cual, según algunos autores,
fue pergeñado por Saavedra Lamas a espaldas de los Estados Unidos (Rapoport, 2000 y
Puig, 1980), lo cual realza todavía más el mérito de la posterior distinción. El mismo,
fue presentado en 1933 con el objetivo explícito de evitar conflictos armados como el
que ya se estaba desatando en el Chaco. Que dicho Pacto haya sido aprobado por las
distintas delegaciones que participaban en las negociaciones, que haya servido como

110
“El Pacto Antibélico o Pacto de No Agresión y de Conciliación, propuesto por el canciller argentino,
fue firmado el 10 de octubre de 1933 en Río de Janeiro, por los cancilleres de la Argentina, Carlos
Saavedra Lamas, y de Brasil, Afranio de Mello Franco, junto a los representantes Marcial Martínez de
Ferrari de Chile, Alfonso Reyes de México, Juan Carlos Blanco de Uruguay, y Rogelio Ibarra de
Paraguay. Su texto, de 17 artículos, establecía: la condena a las guerras de agresión y el establecimiento
de medios pacíficos para el arreglo de disputas (artículo 1º); el no reconocimiento de la ocupación o
adquisición de territorios por medio de las armas (artículo 2º); el compromiso de los estados firmantes de
emplear medios autorizados por el Derecho Internacional para mantener la paz y de no recurrir a la
intervención, fuera ésta diplomática o armada (artículo 3º); y el compromiso de someter al procedimiento
de conciliación los conflictos que se suscitaren en la región (artículo 4º). Los artículos 4º a 14º trataban
sobre la organización y funcionamiento de la conciliación, y los artículos 15º a 17º se referían a la
ratificación, adhesión y denuncia del tratado”. (Escudé, 2000). Es notoria la ausencia de representantes
bolivianos en la firma del Pacto, lo cual habla a las claras de la desconfianza que por aquellos días reinaba
en el país del Altiplano respecto a cualquier tipo de propuesta proveniente de la Argentina, en virtud de la
ayuda que nuestro país, más o menos solapadamente, estaba prestando al Paraguay en la contienda.

272
herramienta efectiva para el logro de la paz entre paraguayos y bolivianos, y que,
además, haya sido premiado del modo en que se lo hizo; todo ello significó, sin lugar a
dudas, un enorme triunfo para la diplomacia argentina, pues le otorgó al país una
importante dosis de prestigio internacional, situación inédita hasta ese momento. No
obstante, de poco sirvió este nuevo prestigio adquirido a la hora de ejercer influencia
regional, ya que, como se ha visto, el Brasil y los Estados Unidos fueron
progresivamente desplazando a los intereses argentinos en el hemisferio. Pero existe
otro tipo de influencia: la influencia moral. Por ello, lo más importante es que aquel
Pacto Antibélico, pensado en la Argentina y por argentinos, significó una demostración
más al mundo de la voluntad pacifista y conciliadora que, pese a algunos desvíos y
equivocaciones, siempre movió a nuestro país en su accionar internacional, lo cual, más
allá de los beneficios o perjuicios concretos que haya acarreado, por sí solo debe ser
motivo de orgullo para cada uno de los compatriotas que habitamos esta querida
Nación.

Reflexiones finales sobre “Consecuencias de la guerra”

De todo lo precedentemente analizado pueden extraerse múltiples conclusiones.


En lo relativo a la cuestión petrolífera, no caben dudas de que los intereses
norteamericanos acabaron triunfando. La Standard Oil of New Jersey fue readmitida en
Bolivia luego de su expulsión, y la posibilidad de evacuar, aunque más no fuera
indirectamente, su producción de crudo allí obtenida significó, desde su óptica, un paso
adelante. Por si fuera poco, el resultado final de las negociaciones de paz aseguró la
posesión boliviana de toda la zona en disputa presuntamente petrolífera, aunque las
perspectivas de explotación a gran escala se vieron frustradas. Paralelamente, parte de la
producción de petróleo paraguayo acabó por estar controlada por capitales
estadounidenses, al mismo tiempo que en la Argentina la preponderancia de los trusts
internacionales era cada vez mayor, en detrimento de YPF, la empresa estatal.
En cuanto al análisis concreto del fallo arbitral puede decirse, como se ha dejado
en claro, que depende de cómo se analice la cuestión puede interpretarse que uno u otro
contendiente se vio favorecido. Lo concreto y real es que el Paraguay acabó la guerra
con más superficie de la que poseía antes de iniciada la misma, pero con menos
territorio que el conquistado militarmente durante las acciones bélicas, y que Bolivia

273
obtuvo, útil o no, un pequeño puerto que le permitiría desembocar sus producciones
hacia el Océano Atlántico, vía Brasil.
Por otra parte, para ambos países, la Guerra del Chaco significó un punto de
inflexión a lo largo de su historia, ya que tanto Bolivia como Paraguay experimentaron,
a partir de la contienda, grandes modificaciones internas, tanto en materia política como
económica.
Después del conflicto, el Paraguay vivió momentos de gran inestabilidad,
políticamente hablando, produciéndose el ascenso al poder de los veteranos de guerra
triunfadores en los campos de batalla del Chaco, los cuales nunca acabaron por
consolidarse en el poder, dando paso a nueva guerra civil y a la prolongada dictadura
stroessnerista sostenida desde Washington y Brasilia. En lo económico, debido a la
enorme ayuda brasileña y, sobre todo, norteamericana, el Paraguay pudo hacer frente a
la reconstrucción nacional de post-guerra, para lo cual debió alejarse progresivamente
de su otrora principal aliado regional, la Argentina.
El país del Altiplano, por su parte, conoció tras la finalización de la guerra con el
Paraguay los primeros esbozos de un nacionalismo económico hasta entonces
inexistente (cuyo principal hito fue la expulsión de la Standard Oil of New Jersey de su
territorio), el cual, con el correr del tiempo se iría desdibujando también en favor de los
intereses brasileños y estadounidenses. Al mismo tiempo, en lo político, se produjo el
fin del dominio de la oligarquía tradicional, dando paso a la instalación en el poder de
una nueva élite, la “generación del Chaco”, que, proveniente de los estratos militares,
causaría, como a lo largo y ancho de toda América, serios perjuicios de índole
institucional, humana y social a la vecina República en los años siguientes.
Por último, en cuanto a la Argentina, si de hacer un balance se trata, podría
decirse que extrajo un escaso rédito palpable tras su mediación en la Guerra del Chaco.
Si bien algunas de sus empresas pudieron beneficiarse con la explotación a gran escala
del quebracho del Chaco paraguayo, el país debió, en lo sucesivo, negociar la
adquisición de petróleo con una Bolivia cada vez más hostil y cercana a los intereses
norteamericanos y brasileños. El alejamiento con esta República, así como con un
Paraguay cada vez más cooptado por las suculentas ayudas provenientes del norte,
fueron prácticamente inevitables para una diplomacia que veía romperse en pedazos sus
sueños de manipulación de la entera producción petrolífera del Chaco (con su
consiguiente salida vía Río de la Plata), y de ejercer una influencia regional ampliada,
pese a que el otorgamiento del Premio Nobel a Saavedra Lamas y la conclusión en

274
nuestro suelo de las negociaciones definitivas de paz parecieron ser un fuerte
espaldarazo a estas ambiciones.

Conclusiones finales del trabajo

La Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, y muy especialmente la


actuación de la Argentina en relación a ella, no pueden ser comprendidas ni explicadas
si no se realiza un estudio profundo e integral de los diversos factores que intervinieron
en el desarrollo de la una y la otra. Centrando el análisis en la segunda de las variables
mencionadas, en tanto objeto de estudio de esta tesis, podría concluirse que haber
adoptado el marco analítico planteado por van Klaveren a la hora de abordar la
problemática, resultó por demás satisfactorio. Para comprobarlo, se hace necesario
remitirse a la introducción del presente trabajo y retomar algunos de los puntos allí
señalados. Así, el análisis que este autor realiza respecto de las variables que influyen en
la determinación de la política exterior en los países latinoamericanos, es perfectamente
adaptable al caso concreto de la participación argentina en la Guerra del Chaco. Como
se ha podido demostrar en las páginas precedentes, y siguiendo a van Klaveren, el
comportamiento externo de la Argentina en el marco de esta contienda es el resultado de
una compleja combinación de factores tanto externos como internos.
Dentro de los factores externos, el autor enunciaba, en una primera instancia, a
las perspectivas sistémicas. Si se analizan los acontecimientos de la Guerra del Chaco,
puede arribarse a la conclusión de que se evidenció una cierta sensibilidad y
vulnerabilidad por parte de la Argentina (y también, y en mucha mayor escala, de
Bolivia y del Paraguay) a variables externas, como lo fue el crack de la bolsa
neoyorquina de 1929, o el cambio de paradigma energético internacional al verse
sustituido el carbón por el petróleo. Estos cambios tuvieron, como se ha demostrado,
una gran significación, no sólo en los hechos concretos de la guerra, sino también,
tomando en consideración el primero de los casos, en las implicancias comerciales
derivadas, como es el caso de la firma del Pacto Roca-Runciman, que estrechó los
vínculos entre la Argentina y Gran Bretaña, teniendo, como se ha visto, una influencia
directa en las negociaciones relacionadas con el conflicto, en particular la cuestión de
los oleoductos solicitados por Bolivia y la Standard Oil of New Jersey.
De idéntico modo, el segundo de los puntos señalados, tuvo un impacto directo
en la relación trilateral de nuestro país con su histórico aliado comercial, Gran Bretaña,

275
y los Estados Unidos, los que, a partir de la imposición del petróleo y del motor a
combustión, fueron imponiéndose cada vez más, ganando terreno en la lucha comercial
(y política) contra los británicos en esta parte del mundo. Habida cuenta de la ya
trabajada influencia que la rivalidad argentino-estadounidense (y detrás de ella la
británico-estadounidense) tuvo en los sucesos del Chaco, esta cuestión no debiera ser
pasada por alto.
En segundo término, van Klaveren mencionaba los enfoques de política del
poder, los cuales también contribuyen a explicar la actuación de nuestro país en la
Guerra del Chaco. Al hacer referencia a ellos, como se puede apreciar en la introducción
del presente trabajo, el autor utiliza el ejemplo de la rivalidad argentino-brasileña en la
región de la cuenca del Plata, y la repercusión que los avatares de la misma ha siempre
tenido en los países más débiles y pequeños de la zona, como el Paraguay y Bolivia. De
esta manera, el segundo capítulo de esta tesis, en su primera parte, daría cuenta
acabadamente de en qué medida la competencia regional y las acciones de un Estado
condicionan, no ya sólo a su entorno geográfico, sino también, y más importante aun en
este caso, las decisiones en materia de política exterior del otro Estado con el cual se
compite, al demostrar la aplicabilidad de este principio en el caso concreto de la
relación entre Argentina y Brasil en el antes, durante y después del diferendo limítrofe
entre paraguayos y bolivianos.
La tercer variable considerada por el autor dentro de los factores externos es la
referida a las perspectivas de la dependencia. Siguiendo su análisis, podría decirse que
la misma contribuye, aunque no se trate de una teoría de política exterior propiamente
dicha, a explicar, por ejemplo, el ingreso de la Standard Oil of New Jersey en Bolivia y
de la Royal Dutch-Shell en Paraguay, del mismo modo que, y esto es lo más
significativo, el rol que jugaron estas empresas, no sólo en la promoción del conflicto
armado a través del usufructo de sus estrechos lazos con las élites gobernantes locales,
sino también en ayudar, de algún modo, a determinar la posición internacional de la
Argentina ante el conflicto, a partir de las grandilocuentes campañas montadas,
esencialmente por parte del trust norteamericano, en detrimento de la nacionalización
del petróleo, lo cual le valió a esta última un repudio generalizado en el país, el cual
contribuyó a que desde YPF y el Poder Ejecutivo Nacional se obstaculizaran sus
pretensiones en cuanto a obtener una salida atlántica para su producción petrolera
boliviana.

276
No obstante, del mismo modo en que, por ejemplo, las clases dirigentes
bolivianas pasaron a ser una suerte de rehenes de la Standard Oil of New Jersey, las
élites dominantes en la Argentina estaban en cierto modo cooptadas por Gran Bretaña
en términos generales y, más específicamente, por los intereses de esa procedencia
instalados en el país, diseñando en consecuencia una política exterior que, entre muchos
otros factores, tomaba en cuenta también el sostenimiento de cordiales relaciones con la
Nación europea, lo cual, como ha quedado plasmado a lo largo del trabajo, es un punto
crucial para comprender la actitud adoptada por el país del Plata ante el conflicto entre
el Paraguay y Bolivia.
En lo que respecta a las perspectivas cuantitativas sobre dependencia y política
exterior, podría caber el mismo análisis que el anterior para el caso de la Argentina con
Gran Bretaña, pero, sin dudas, la intervención del primero en la Guerra del Chaco, si se
toma en consideración su posición confrontativa para con los Estados Unidos, resulta un
caso paradigmático de en qué medida, tal como sostiene van Klaveren al analizar el
cuerpo teórico existente dentro de esta corriente, no existe una relación tan clara entre el
dominio económico y la superioridad de recursos de una Nación sobre otra, por un lado,
y el hecho de que las decisiones de la más débil de ambas, en el terreno de la política
exterior, sean favorables a los intereses de la más desarrollada, por otro.
Pasando al análisis de los factores internos que incidieron en la posición
argentina en la disputa, y continuando con la perspectiva de van Klaveren que se ha
decidido adoptar, se hace necesario destacar que la variable “orientación del régimen”
también tuvo una incidencia importante. El sesgo adoptado desde el Poder Ejecutivo
Nacional en torno al conflicto fue diferente durante los años de Gobiernos radicales que
tras el golpe de 1930. Si bien esto puede obedecer a otro tipo de razones que van más
allá del carácter democrático o autoritario del Gobierno de turno, se advierten
determinadas conductas, como la evidente ayuda militar prestada por la administración
Justo al Paraguay durante la contienda bélica, en contraste con los muchos intentos
diplomáticos tendientes a una solución pacífica del diferendo ensayados durante las
décadas de 1910 y 1920; que encuentran una explicación más adecuada a través del
estudio de las características del tipo de régimen imperante. No obstante hay que
reconocer que es esta una mera presunción incomprobable, pues, ¿quién sabe si, de
haber continuado Yrigoyen en el poder, no hubiera actuado del mismo modo, ayudando
militarmente al Paraguay? Por lo tanto, no se puede ser concluyente en este punto.

277
Tal como afirma van Klaveren, este mismo factor (orientación del régimen)
incluye el aspecto de la estrategia de desarrollo de un país, poniendo como ejemplo
típico el de la nacionalización de empresas extranjeras en América Latina. Esto
permitiría explicar, por ejemplo, la expulsión de la Standard Oil of New Jersey de
Bolivia tras la Guerra del Chaco y, más importante a los fines de este análisis, las leyes
impulsadas por Yrigoyen en su segunda Presidencia con el expreso objetivo de
nacionalizar la industria petrolífera, expropiación incluida, en lo que constituyó un
ataque directo a los trusts extranjeros instalados en el país, lo cual le valió su destitución
en 1930. El perseguir una estrategia de desarrollo nacional ayudaría a determinar, de
esta manera, una conducta de política exterior (o, mejor dicho, dirigida a actores
externos pero operantes en el país).
En cuanto al último punto de los incluidos dentro de la variable “orientación del
régimen” de acuerdo con la clasificación de van Klaveren, es decir, el estilo y enfoque
característico de política exterior por un país, proveniente de una cierta tradición
histórica, puede decirse que éste es factible de ser incluido entre los factores que
influyeron en la en la postura de la Argentina en la Guerra del Chaco, ya que podría
considerarse un ejemplo de ello la histórica política de confrontación llevada adelante
por la diplomacia argentina respecto de los Estados Unidos desde, por lo menos, 1889,
lo cual le otorgaría a tal posición asumida ciertos visos de “tradicional” o de “enfoque
característico” en el marco de la política exterior argentina. Esta postura de
enfrentamiento y desafío a los Estados Unidos permite explicar, como se ha visto,
algunos aspectos claves que ayudan a comprender por qué se actuó del modo en que se
lo hizo en los acontecimientos vinculados a la guerra entre el Paraguay y Bolivia.
Si bien no es este un trabajo centrado en el análisis del proceso de toma de
decisiones concretamente, resulta interesante dar cuenta de cómo éste también tuvo su
cuota de participación en la determinación del rumbo internacional a seguir en la
cuestión chaqueña por parte de la Argentina. Siguiendo a van Klaveren, que lo ubica
como otro de los factores internos claves influyentes en las decisiones de política
exterior, podría decirse que en el caso puntual que se está analizando, es indudable la
participación de distintos actores gubernamentales (Ministerio de Guerra y Chancillería
argentinos, por ejemplo), con estrategias diferentes cada uno, aunque, claro está,
actuando de un modo coordinado, atendiendo a los intereses supremos del Poder
Ejecutivo Nacional. Asimismo, es evidente el relevante papel desempeñado por grupos
de intereses sectoriales, como las empresas petroleras extranjeras instaladas en el país,

278
YPF, los portentosos hacendados del noroeste, las empresas anglo-argentinas
explotadoras del quebracho paraguayo y demás capitalistas nacionales y extranjeros con
operaciones en el Paraguay, etc., que también contribuyeron en gran medida a dar forma
a la política internacional finalmente adoptada.
Por último, en lo que a las conclusiones respecto del análisis de van Klaveren se
refiere, cabe señalar que tanto las variables de política burocrática como de liderazgo no
han proporcionado, en este caso particular, aspectos de interés que contribuyan a una
mejor comprensión de la posición argentina en la Guerra del Chaco. Quizás sólo el
episodio del enfrentamiento personal y la lucha de egos desatada entre Saavedra Lamas
y su par brasileño, o entre el primero y Sumner Wells y Spruille Braden en el marco de
las negociaciones de paz, pueda ser, en parte, mejor comprendida bajo la segunda de
estas variables mencionadas, ya que la misma incluye el análisis de aspectos
psicológicos de los individuos como aporte para el entendimiento cabal de determinadas
decisiones, aunque este enfoque escapa de los objetivos del presente trabajo por tratarse,
esencialmente, de un análisis específico del proceso de toma de decisiones.
Como se deduce de todo lo previamente expuesto, no puede dejarse de concluir
que el enfoque extraído de la obra de van Klaveren ha resultado ser muy útil y adecuado
a la hora de interpretar los factores determinantes y condicionantes de la posición
internacional de la Argentina ante el conflicto del Chaco.
Por otra parte, el haber retomado en esta instancia el análisis realizado por dicho
autor demuestra que, llegado el momento de arribar a las conclusiones, la referencia a
cuestiones planteadas en la introducción de la tesis se torna inevitable y, más aun,
imprescindible. De esta manera, siguiendo esa lógica, a continuación se procederá a
retomar las hipótesis planteadas al inicio, a fin de dar cuenta si las mismas han sido
corroboradas o no a través de lo expuesto a lo largo del presente trabajo.
En cuanto a la hipótesis general, puede concluirse que el universo teórico
existente, en lo que a relaciones internacionales y política exterior se refiere, es
insuficiente e inadecuado para brindar una explicación convincente respecto de la
actitud adoptada por la Argentina ante el diferendo limítrofe y posterior conflicto bélico
desatado entre el Paraguay y Bolivia entre 1932 y 1935. Como ha quedado demostrado,
las teorías de Puig, Escudé y Jaguaribe presentan ciertas deficiencias a la hora de la
tipificación que los autores realizan de los diferentes modos de actuación internacional
posibles, en tanto la activa participación de la Argentina en la Guerra del Chaco no es
susceptible de ser incorporada dentro de ninguna de las categorías tajantemente

279
propuestas por los autores, dada la complejidad de los intereses en juego y la extrema
rigidez en la delimitación de las mismas, tornando a estas últimas inconvenientes para
un correcto análisis de política exterior. El desmenuzamiento de las hipótesis
particulares, al que acto seguido se procederá, permitirá alcanzar una comprensión más
cabal de esta afirmación.
El análisis de la primer hipótesis particular servirá, por ejemplo, para corroborar
que efectivamente la complejidad de los intereses intervinientes en torno a la Guerra del
Chaco y a la postura adoptada por los distintos Gobiernos que se sucedieron en la
Argentina, fue mayúscula. Tal como reza dicha hipótesis, puede afirmarse que la
posición internacional de nuestro país ante el conflicto del Chaco entre paraguayos y
bolivianos fue la resultante de una combinación de aspectos externos y de política
exterior, tanto autonomistas como dependientes, e internos. Entre los primeros, ha
quedado demostrada la dualidad de la política exterior argentina: mientras se llevaba
adelante una política exterior de acentuada oposición a los Estados Unidos en cuestiones
hemisféricas, constituyendo las negociaciones de paz del Chaco un eslabón más en esa
cadena de confrontaciones; al mismo tiempo se tenía una posición internacional
abiertamente favorable hacia Gran Bretaña, muy en particular hacia los capitales de ese
origen instalados tanto en nuestro país como en el Paraguay, siendo este uno de los
motivos que explican el apoyo a la República guaraní durante los años de la contienda.
En cuanto a los factores internos, si bien los mismos ya han sido oportunamente
explicados en las páginas precedentes al analizarse la adopción del marco analítico
planteado por van Klaveren, no está de más mencionar algunas cuestiones que permitan
corroborar hasta qué punto estos incidieron en la posición internacional adoptada por la
Argentina en la Guerra del Chaco. Entre ellos, podrían consignarse algunos tanto de tipo
político como económico, tales como la necesidad de la administración Justo, aunque de
sesgo pro-británico, de no llevar hasta las últimas consecuencias el combate a la
Standard Oil of New Jersey en Salta (y por consiguiente a sus aspiraciones en Bolivia y
a su necesidad de obtener una salida atlántica para su producción petrolífera) tal como
lo venían haciendo las administraciones radicales, con Mosconi al frente de YPF como
estandarte, debido a la necesidad de mantener cierta base de apoyo político a su gestión,
la cual se apoyaba en gran medida en los grandes e influyentes hacendados del noroeste
del país que, como Patrón Costas, se hallaban muy vinculados a los intereses de la
compañía norteamericana.

280
Al mismo tiempo, el Pacto Roca-Runciman, si bien es considerado un hito en
cuanto a la inserción internacional argentina que marcó el reforzamiento de la opción
británica por sobre la estadounidense, tenía sin dudas un trasfondo interno muy
importante, en tanto definía un modelo económico nacional que continuaba orientado
hacia la producción agropecuaria, posponiéndose una vez más los proyectos de
industrialización nacional. Desde luego, los mencionados son tan sólo dos ejemplos de
los muchos que se han podido observar a lo largo del presente trabajo que demuestran la
compleja madeja de intereses nacionales y extranjeros, internos y externos, que
determinaron la política internacional argentina durante los años de la Guerra del
Chaco, y aun antes y después de la misma.
La segunda hipótesis particular, que sostiene que las rivalidades de nuestro país
con Brasil y con los Estados Unidos por el dominio regional y hemisférico
respectivamente son imprescindibles para comprender acabadamente su accionar en el
contexto del conflicto entre paraguayos y bolivianos, guarda una estrecha vinculación
con la hipótesis anterior. Por un lado, porque reafirma la idea de una competencia con el
país del norte por ganar influencia a nivel continental, la cual, aunque sin dudas
despareja, ha quedado demostrado que existió, al menos en la mente de la dirigencia
nacional de la época. Pero por otro lado, la relación puede encontrarse también en el
hecho de que la rivalidad con el Brasil, si bien por un lado responde a cuestiones
históricas e imperativos geopolíticos regionales, también lo hace en parte a esta lógica
seguida por aquel entonces por parte de la Argentina de oposición a los Estados Unidos,
jugando el rol de aliado regional de Gran Bretaña.
Tanto el Brasil como los Estados Unidos, y sus relaciones con la Argentina,
como se ha podido corroborar a lo largo del trabajo, tuvieron una gran incidencia en los
sucesos del Chaco. La rivalidad con los Estados Unidos, como ya se ha dicho,
básicamente en el transcurso de las negociaciones de paz, mientras que la rivalidad con
el Brasil, si bien tuvo cierta notoriedad en ese periodo, alcanzó su punto álgido en los
años posteriores a la guerra, buscando cada parte obtener el mayor rédito posible de la
situación derivada de cada uno de los contendientes. Asimismo, la pugna por ejercer
influencia tanto en Bolivia como en Paraguay (y especialmente en este último) durante
las décadas previas al combate bélico, también ayuda a comprender las posturas y
maniobras tanto del Brasil como de la Argentina durante la guerra, al mismo tiempo que
permite explicar algunos de los efectos de las mismas y su incidencia concreta en el
conflicto.

281
La tercera hipótesis particular afirma al mismo tiempo dos cosas: por un lado,
que la postura de la Argentina durante el conflicto del Chaco fue favorable al Paraguay,
y por otro, que la ayuda prestada por nuestro país a la Nación guaraní respondía tanto a
los intereses de capitales argentinos allí, como a las buenas relaciones existentes con
Gran Bretaña, la cual también tenía radicadas en el Paraguay importantes empresas.
La primera de las afirmaciones precedentes ha quedado por demás demostrada
con lo argumentado en el capítulo dos. Pero más allá de dar cuenta de la ayuda concreta
que la Argentina prestó al Paraguay durante la guerra, a lo cual se hace referencia
profusamente y con énfasis en el capítulo mencionado, si se realiza un análisis
exhaustivo, a lo largo de todo el trabajo pueden encontrarse múltiples motivaciones que
empujaron a nuestro país a adoptar esa postura, a pesar de la neutralidad formalmente
declarada. La explotación de enormes extensiones de quebrachales (haciendo parte
también firmas británicas) en territorio paraguayo, particularmente en la zona del Chaco
que se encontraba bajo litigio, o la radicación en ese país de la empresa petrolera Royal
Dutch-Shell, de capital anglo-holandés, que aunque combatido dentro de la Argentina
por la estatal YPF era mucho más afín a las autoridades nacionales en virtud de los
amistosos lazos comerciales que unían a nuestro país con Gran Bretaña y a la manifiesta
oposición por parte de ambas al capital norteamericano (particularmente la Standard Oil
of New Jersey instalada en Bolivia, la cual pretendía parte de la región disputada,
presuntamente rica en recursos hidrocarburíferos); eran sólo algunos de los principales
motivos que llevaron a la Argentina a apoyar decididamente el esfuerzo de guerra
paraguayo. Como también se ha demostrado, la perenne voluntad de la dirigencia
nacional de la época por evitar una salida al Atlántico vía fluvial por parte de Bolivia,
para de esa manera hacerse con el control total del transporte y comercialización del
petróleo proveniente del país del Altiplano, fue otro de los factores cruciales que
llevaron a la Argentina a intervenir en favor de los intereses del Paraguay.
En cuanto a la cuarta hipótesis particular, puede concluirse que, efectivamente y
a pesar de las apariencias, la política seguida desde el Poder Ejecutivo Nacional en la
cuestión del diferendo chaqueño fue coherente, funcional a los objetivos planteados
desde las élites políticas y económicas locales, siendo estos objetivos, básicamente, que
el Paraguay culminase la guerra victorioso y bajo control de la mayor parte de territorio
posible para, de esta manera, asegurar estabilidad a las explotaciones anglo-argentinas
en ese país y privar al mismo tiempo a Bolivia de su tan ansiada salida fluvial al
Atlántico. Esto se hizo, como se advierte en el capítulo segundo, a través de dos vías

282
que, aunque contradictorias en apariencia, perseguían tanto la una como la otra la
consecución de los objetivos previamente señalados. De esta manera, puede concluirse
que tanto la vía diplomática y las negociaciones de paz encaradas con ardor por parte
del Canciller Carlos Saavedra Lamas, como la ayuda militar y económica concreta
brindada al Paraguay durante el transcurso de la guerra, violando abiertamente la
neutralidad, fueron parte de una misma estrategia emanada del Poder Ejecutivo y de una
política deliberadamente diseñada con tales fines. Que los objetivos trazados hayan
estado lejos de ser plenamente satisfechos, esa es otra cuestión, que no quita mérito a la
racionalidad con que la política exterior, equivocada o no, fue concebida y llevada a
cabo.
Respecto de la quinta y última hipótesis particular, hay que comenzar diciendo
que, pese a que como se ha dejado en claro en el tercer capítulo, no existen pruebas
contundentes ni respecto de la instigación por parte de los trust petroleros Royal Dutch-
Shell y Standard Oil of New Jersey a los Gobiernos del Paraguay y de Bolivia
respectivamente en cuanto a que intentasen apoderarse de la zona del Chaco bajo litigio,
ni tampoco en lo referido al fomento del golpe de Estado en la Argentina de 1930; la
postura adoptada por parte de quien escribe es que en ambos casos el rol jugado por
estas enormes empresas petroleras internacionales fue preponderante.
El hecho de haber dedicado dos capítulos enteros al estudio de la cuestión del
petróleo no es casual. A lo largo de los mismos son claramente descriptos los métodos
empleados por ambas firmas, haciéndose hincapié en la de origen norteamericano
debido a lo escandaloso de su conducta allí donde se instalaba. Los cada vez más
estrechos vínculos que unían a Bolivia con los Estados Unidos en los años previos a la
Guerra del Chaco, en un contexto en el cual este país comenzaba a apoyar la gestión de
sus empresas petroleras en el exterior, y la inocultable dependencia de la economía
paraguaya respecto de la Argentina (y de ésta respecto de Gran Bretaña), sumado a la
puja internacional que británicos y norteamericanos estaban librando en todos los
órdenes y en todos los frentes, muy especialmente en América Latina y en el sector
petrolífero en particular a través de la Standard Oil of New Jersey y de la Royal Dutch-
Shell, arrojan una luz de sospecha sobre la intencionalidad del accionar de estas
empresas, que viene a agregarse al ya mencionado carácter bandidesco de sus
actividades.
En cuanto a la postura argentina ante el conflicto, sin dudas la misma reflejó, en
gran medida, lo que acontecía puertas adentro en lo referido a la situación del petróleo

283
nacional. La intensa lucha desplegada por YPF contra las operaciones de los trusts
petroleros extranjeros en nuestro suelo se evidenció, entre otras cosas, en la negativa por
parte de Mosconi al tendido de dos oleoductos que transportarían el petróleo boliviano a
través del territorio nacional hacia el Océano Atlántico, en virtud de ser la Standard Oil
of New Jersey la empresa operante en Bolivia y por tanto beneficiaria de tales obras de
infraestructura. Esto es una cuestión clave dentro del análisis elaborado en el presente
trabajo, en tanto y en cuanto forzó a la firma estadounidense a buscar una salida
atlántica por otra vía, comenzando de esta forma la instigación al Gobierno boliviano
para hacerse con el territorio litigioso en el Chaco Boreal.
Al mismo tiempo, el gradual y relativo acercamiento de la Argentina a Bolivia
en el marco de las negociaciones de paz, luego de haber ayudado notoriamente al
Paraguay en la guerra, encontraría una explicación plausible, no sólo en el creciente
interés demostrado por la dirigencia nacional en el petróleo boliviano, sino más aun en
la eventualidad de un arreglo entre las partes por el cual Argentina modificaría su
postura en las tratativas de paz a cambio de la nacionalización del petróleo boliviano y
la expulsión de la Standard Oil of New Jersey de su territorio, tal como ocurrió en 1936.
Por último, como también se pretende haber dejado en claro, la participación de
las compañías petroleras internacionales en el golpe de Estado de 1930 en la Argentina
fue, cuanto menos, activa. Al analizarse el capítulo cuarto ello se hace evidente, máxime
teniendo en cuenta los objetivos de nacionalización y expropiación alentados durante la
segunda Presidencia de Yrigoyen, víctima del estallido militar. Tampoco este es un dato
menor, ya que tras la caída del caudillo radical se produjo el advenimiento de la
denominada restauración conservadora que, si en un principio osciló entre los Estados
Unidos y Gran Bretaña, acabó por elegir la opción británica en 1933, perfilándose de
esta manera una política internacional que, en muchos casos, como ocurriría en el de la
Guerra del Chaco, actuaría teniendo muy en cuenta sus intereses económicos en general,
y dentro de estos los petrolíferos en particular, por ejemplo, a partir del apoyo al
Paraguay en la conflagración bélica.

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292
ANEXOS

293
ANEXO 1

COMUNICADO DE PRENSA DE LA CANCILLERÍA BOLIVIANA

En Buenos Aires, Bolivia y Paraguay darán fin a conflicto limítrofe

EVO MORALES Y FERNANDO LUGO RECIBIRÁN MEMORIA FINAL Y


ACTA SOBRE LA CONCLUSIÓN DE LOS TRABAJOS DE LA COMISIÓN
DEMARCADORA DE LÍMITES

El Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia Evo Morales y el Presidente del


Paraguay, Fernando Lugo, recibirán de su colega, la Presidenta de Argentina, Cristina
Fernández de Kirchner, la Memoria Final y Acta sobre la conclusión de los trabajos de
la Comisión Demarcadora de Límites Boliviano-Paraguaya, Paraguayo-Boliviana en la
Casa Rosada, en Buenos Aires, Argentina, el lunes 27 de abril.

En horas de la mañana del lunes el Presidente Morales se trasladará a la ciudad de La


Plata acompañado del Canciller boliviano, David Choquehuanca, donde el primer
mandatario será distinguido Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de La
Plata, el Premio “Rodolfo Walsh” otorgado por la Facultad de Periodismo y
Comunicación Social de dicha Universidad.

Posteriormente el Presidente Evo Morales retornará a la ciudad de Buenos Aires.

A las tres de la tarde está previsto un acto político-cultural con la participación de


ciudadanos bolivianos residentes en la Argentina, organizaciones sociales y políticas de
la Argentina en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

A las diecinueve horas se iniciará la Ceremonia de Entrega de las conclusiones de los


Trabajos de la Comisión Demarcadora Boliviano – Paraguaya, en la Casa Rosada.

El retorno a Bolivia del primer mandatario y su comitiva esta programado para el lunes
en horas de la noche.

El Tratado de Paz, Amistad y Límites suscrito entre el Paraguay y Bolivia en 1938


(Guerra del Chaco) estableció una Comisión Mixta para aplicar sobre el terreno la línea
divisoria entre ambos países.

Esta Comisión, presidida por un representante de los Estados que propiciaron la


suscripción del mencionado Tratado de Paz (Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos
de América, Perú y Uruguay), ha dado por concluidas sus tareas y presentará un informe
final, sobre la demarcación completa de los límites territoriales entre el Paraguay y
Bolivia.

La Comisión Mixta se ha limitado a fijar en el terreno los límites determinados en el


laudo arbitral del 10 de octubre de 1938, mediante la erección de hitos, recubrimiento
con hormigón de los once hitos principales y medición general con el Sistema de
Posicionamiento Global (GPS).

La Paz, 24 de abril de 2009

294
BOLETÍN DE INFORMACIONES DE LA CANCILLERÍA PARAGUAYA

En Buenos Aires se dará término a la demarcación de límites entre el Paraguay y


Bolivia

El Servicio de Información y Prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores comunica


que el día 27 del presente mes, tendrá lugar en la ciudad de Buenos Aires el acto formal
de entrega a los Presidentes del Paraguay y de Bolivia de la Memoria Final sobre los
trabajos realizados por la Comisión Mixta Paraguayo-Boliviana Demarcadora de
Límites.

Como se sabe, el Tratado de Paz, Amistad y Límites suscrito entre el Paraguay y


Bolivia en 1938 estableció una Comisión Mixta para aplicar sobre el terreno la línea
divisoria entre ambos países. Esta Comisión, presidida por un representante de los
Estados que propiciaron la suscripción del mencionado Tratado de Paz [Argentina,
Brasil, Chile, Estados Unidos de América, Perú y Uruguay], ha dado por concluidas sus
tareas y presentará un informe final, sobre la demarcación completa de los límites
territoriales entre el Paraguay y Bolivia.

La Comisión Mixta se ha limitado a fijar en el terreno los límites determinados en el


laudo arbitral del 10 de octubre de 1938, mediante la erección de hitos, recubrimiento
con hormigón de los once hitos principales y medición general con el Sistema de
Posicionamiento Global [GPS]. El primer Hito Principal erigido fue el denominado II
"10 de Octubre", el 6 de agosto de 1940, y la última tarea en el terreno consistió en el
recubrimiento del Hito Principal IX "Cerrito Jara", finalizada el 22 de agosto de 2007.

Con motivo de la conclusión de los trabajos de demarcación, el Gobierno de la


República Argentina, país en el que se desarrolló la Conferencia de Paz del Chaco,
donde se suscribió el Tratado de Paz, Amistad y Límites de 1938, y cuyo representante
preside la Comisión Mixta Demarcadora, ha organizado un acto en el que se hará
entrega formal a los Jefes de Estado del Paraguay y de Bolivia de la mencionada
Memoria Final.

Previamente, los Ministros de Relaciones Exteriores, suscribirán un acta, por la que se


declarará cumplida la misión de la Comisión Mixta Demarcadora de Límites establecida
por el Art. 5º del Tratado de Paz, Amistad y Límites.

Los Gobiernos del Paraguay y de Bolivia constituirán de inmediato una Comisión Mixta
Bilateral, a fin de realizar las tareas de conservación y mantenimiento y otras
complementarias, como la apertura de la picada internacional, la erección de Hitos
Secundarios, y en los casos que sean necesarios la densificación de tal manera que
permita la intervisibilidad entre los hitos sucesivos.

Asunción, 27 de abril de 2009

295
ANEXO 2

Disponible en http://www.cinefania.com/cinebraille/1chaco.shtml, 04/05/2010

296

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