4a alta noche, la. sehora Morales lee
por centesima ves quella carta,
‘Diez afios de esperanza, manienida
a pesar de todas ins evidencins, dt
rante los cuales su corazin de madre n-
fent6 comprender lo ineomprensibie. jus
Ufiear 1o injustifieable, terminan en‘aquel
instante, “Alberto. Ya 20. reeresara yell
‘no sabe nunca por qué se mareho del ho-
far ef dia que eumplia veinte afios, cuando
Darecia tan feliz.
JE Ja lampara, en ia quictud de
eee
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Abrazarlo Jaa impulsado, meses atris,
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jaa wvenciado ey
ies peroneal inant
Cie Pe ee ed aes
gia ne ok a a
desea emeenins,
fondo del cortedor, en 1 mismo ple
xe iatouta in retiora Moralen, (Fas
Colpon
‘encamina hela el espelo. Largamcnte
fcontempla el rostro que le’ parece. ajeno,
Hosts Ia boca que’ murmra sin ‘pledad.
“eres ‘una fracasada, apenas la sombre de
lun gueno; ‘mas te vallera no haber ‘nas
mm
22] tren parte al amanacer, el tren que
4a'devolverda su pueblo, « la incomprens
ston de euantos Te vaticinaron su fracaso,
‘Pero ela ‘slente que no puede permancest
‘up minuto mas all, en aquellos cuarion
Aue aibergaran tanta Husiones. ‘Tene que
Sa, andar sin detenerse, no pensar no
‘Apugt ia Iuz y Jentamente, como una
‘autdmoita, se eneamina hacia ta: puerta:
108 pisos més arriba, en el séptime, un
hombre Insiste traves del telefono
-No te ereo, stela, no Puodo creerte.
‘Sabon lo ate slnifieas para mi, como te
quiero... “Dime que no es verdad, que no
te tras de mi vida.
‘La tlujer, nplacable, repite que lo 1a
ment, pero que tiene la certidumbre de
fue no ts amor Jo due siente por él, que
‘ds vate decirselo lealmente, cuando atin
stan a tiempo.
Mario Marechal oye aquella. voz tia,
istanto, hablandolo con mal velado fas-
Ins aera due ia efendid conta
todon'y nauelo te te antaja densa
se park ret
Sire yerte Ahora mis, queda,
1s noosa
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reve y conventional adi ha cord‘
‘eomunicacion. aa
of x SOLEDAD
POL SILVIA DORVAL
HI hombre permanece
un instante eon el suri=
cular en la mano. sin
ftinar a nada Liuego
Teacelona de pronto ¥ 9
ho es el ainor despreciay
do sino Su amor ‘propio
hherido to que le imputsa
aTiergliae desafiante;
lendote en Tos oes
¥ de sus labios crlapa
dos escapa la. amenaeas
STendras que oirme
ay de isi Snloquee
Sido, se precipita. fuera
el departamento, Langa
‘mente retumba el porta
zo en el silencio dela casa.
mas apaeada. sintiendo
que 1 propio writo sofocada ls estrangu
Taba ‘a garganta,
‘die respondiera. se precipita al
fn eV nstante: en Que fan a
botin 10. vio. ascender inane
fstaba demasiado impresionada como
Droguntarse quién Io. haria, r
fquellas horas. Solo cuando penetro.
¥ lgulen llamé. desde arriba
a ‘tranqullizaba un tanto la
de compartir aquelia,cedido algo y entonees logré.balbucear:
—En el quinto piso wlgulen ha sufrido
tun atague. "liam, pero nadie contest
5 necesario encontrar un médieo, an
tes de que sen demasiado tarde
‘Al escuchar las palabras de Ia descono-
cida y contemplar su_palid
tembiorosas, "Mario "Marechal olvido por
lun instante el motive, que. lo. tmpulsada
fuera de la casa y no fu6 sino el médico,
faquel de cuya eflciencia y'serenidad de~
Dende a menudo una vida, “¥ responds
on sencilla
‘Trandullicese, sehorlta, Iré con usted,
Pero antes sera necesario despertar al por~
tero, expliearie lo que suede
FUE a nombre mathumorado y ain a
medias dormido el que a regatidientes
consintié por tin en acompatiatlos hasta
el departamento de la sefora Moras,
Cuando penetraron en él encontraron a8
‘mujer desvanecida sobre el suelo. Sin per=
der un segundo Maro la alzo en sus bra
208 ¥ la deposité sobre el leeho: tras. aus=
eultaria y comprobar que se trataba de tn
sincope cardiaco. envid. al. portero. hast
4a ‘farmacia proxima por’ medieamentos.
‘Momentos después, 'y ya ‘practicada a
cura ‘de emeryenela, se volvid hacia. la
‘muchacha y dijo
Por ahora no cabe sino esperar ¢Me
‘querra usted explicar.— ?
Maria le conté cuanto sabia. Los ojos
del médico se demararon entretanto sobre
€l joven astro sensitivo, doloreso. ¥tuve
de pronto ls certeza de que a la muchacha
Je sucedia algo, que aquella palides, aquel
‘mirar desesperado obedeeian a otra’ cause,
‘no @ la impresion reeibida momeptos an=
tes." Al fin'y al cabo In enferma ere una
lesconocida para ella, si hasta ‘admitio
‘Que no la habla visto tina sola yer Kee
ord6 que levaba' una valila cuando. se
encontraron en el ascensor. :Adénde iri
aguellas horas?
Maquinaimente mientras la contempls
‘bahabia tomado en sus manos la carta
ue estaba sobre la mesita de Tur y tam-
hién easi sin darse cuenta de lo que ba
cla se puso a leerln. ‘espe se Ia entrens
4 Marla dieiéndole:
Pobre miler!... Lea este carta en
Ja que le dan noticias de un hijo que ha
‘muerto lejos
Maria leyo la carta. Al terminaria. mits
1 rostro marchito que reposaba sobre la
almohada. Lo miro ‘con eserutadora. fx
Jena, como sila Tascinara. Livego, movida
bor un impulso cuya Tait no. hublers o-
‘ido desentrafiar en aquel instante, Ge-
is
—Me quedaré aqui hasta que ella reac
cione. ‘Seria terrible que at Tecobrarse. 0
hallara a nadie junto a st leeho,
[AS que las palabras le smpresioné
‘Mario el tono con. que fueron pro-
nnuneiadas. {Qué impulsaria
haha a olvidarse de si mi
fielo de alguien a quien no habla visto
‘unca? Sin comprender como se encanto
reguntando
t7Have mucho que vive aqui?
Varios meses ~ repli ella
BS extrafio que ho nos hayamos en~
ccontrado Jamas
‘Ta muchacha no coment nada. El mé-
ico, de pronto, reoardé.
bebe me ahora agregé tras una
pauss. — Por el momento mi Dresenein-no
65" necesaria” Buenas ‘oches, senorita
"ie los ios, Maria de los Rice.
‘Yo me llamo Mario, Mario Marechal
‘Algo como. la sombra de na sonrisa
acomé ai rostro de elia al advertir que
(A te pagina 2Calesones ac SOLE
la alta noche, la sefiora Mor: e
Pi ends setae
Diez afios de esperanza, mantenida
a pesar de todas las evidencias, y du-
rante los cuales su corazon de madre in-
tent6 comprender lo incomprensible, jus-
tificar lo injustificable, terminan en aquel
instante. Alberto ya no regresara y ella
no sabra nunca por qué se marché del ho-
gar el dia que cumplia veinte afios, cuando
parecia tan feliz.
Durante aquellos afios interminables ha
esperado confiada, su regreso; su corazon
cruelmente hherido por aquella desercién
inexplicable lo ha perdonado hace ya mu-
cho tiempo. Y¥ sélo el temor de que el
tiempo la destruyera antes de volver a
abrazarlo la ha impulsado, meses atras,
a solicitar el concurso ajeno para dar
con él.
“Aquella carta significa el fin de la buis-
queda. Su hijo ya no existe y Jo més
atroz es que le dicen que ha muerto lejos,
de muerte infamante. Alberto, su Alberto,
juzgado y sentenciado por los hombres,
en nombre de la justicia... Aquello es un
error, “tiene” que ser un error. .
‘Tras el vano intento de rebeldia siente
que algo se quiebra en su interior. Como
si el coraz6n ahito de padecimiento tam-
bién se rebelara a continuar latiendo. . .
JE Ja lampara, en la quietud de
A 1 fondo del corredor, on el mismo pi-
‘so que habita la sefiora Morales, tras
Ja puerta cerrada del departamento H, una
muchacha dispone su equipaje.
‘Ordenadamente va colocando las pren-
das en la valija, mientras lagrimas que-
mantes, silenciosas, ruedan por sus meji-
Jias. Las amargas experiencias que se su-
cedieran desde su llegada a la capital han
terminado por minar su resistencia obli-
gandola a renunciar a sus suefios de gloria.
‘En aquellos siete meses ha recorrido un
pt SILVIA DORIVAL
alzado como un escudo entre ella y el
mundo, protegiéndola de sus asechanzas.-
Pero sdlo han codiciado. su belleza, han
intentado conquistarla con promesas fa-
Jaces. Esta sola, irremediablemente sola,
y ya no tiene fuerzas para seguir luchan-
do. No cabe sino volver, aceptar resigna-
damente el tedio de los dias por venir.
‘Maria de los Rios cierra la valija, se
encamina hacia el espejo. Largamente
contempla el rostro que le parece ajeno,
hostil, Ia boca que murmura sin piedad:
“fres una fracasada, apenas la sombra de
un suefio; mds te valiera no haber na-
cido”.
El tren parte al amanacer, el tren que
la devolvera a su pueblo, a la incompren-
sién de cuantos le vaticinaron su fracaso.
Pero ella siente que no puede permanecer
un minuto més alli, en aquellos cuartos
que albergaran tantas ilusiones. ‘Tiene que
andar, andar sin detenerse, y no pensar, no
recordar...
‘Apaga la luz y lentamente, como una
automata, se encamina hacia la puerta.
RR ee ee
\OS pisos mas arriba, en el séptimo, un
hombre insiste a través del teléfono:
—No te creo, Estela, no puedo creerte.
Sabes lo que significas para mi, cémo te
quiero... Dime que no es verdad, que no
te irs de mi vida...
La mujer, implacable, repite que lo la-
menta, pero que tiene la certidumbre de
que no es amor lo que siente por él, que
més vale decirselo lealmente, cuando atin
estén a tiempo...
Mario Marechal oye aquella voz fria,
distante, hablandolo con mal velado fas-
tidio, con el tono que se emplea para li-
cenciar a los criados. A él que la ama
tanto, que se lo ha demostrado de todas
Jas maneras, que la ha defendido contra
todos... y aquello se le antoja demasiado
atroz para ser real.
—Iré a verte ahora mismo, querida.
Es necesario. . :
Pero Estela no le escucha ya: con un
breve y convencional adiés 0
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) de los dias por venir.
Rios cierra la valija, se
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te valiera no haber na-
al amanacer, el tren que
u pueblo, a la incompren-
le vaticinaron su fracaso.
que no puede permanecer
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tantas ilusiones. Tiene que
1 detenerse, y no pensar, no
y lentamente, como una
neamina hacia la puerta.
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Estela, no puedo creerte.
gnificas para mi, como te
que no es verdad, que no
placable, repite que lo la-
e tiene la certidumbre de
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elo lealmente, cuando ain
hal oye aquella voz fria,
adolo con mal yelado fas-
no que se emplea para li-
wiados. A él que la ama
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lo se le antoja demasiado
real.
2 ahora mismo, querida.
to Je escucha ya: con un
sional adiés ha cortado la
El] hombre permanece
un instante con el auri~
cular en la mano, sin
atinar a nada. Luego
reacciona de pronto y ya
no es el amor desprecia—
do sino su amor propio
herido lo que le impulsa
a erguirse, desafiante;
una llama peligrosa ar-
diéndole en los ojos.
Y de sus labios crispa-
dos escapa la amenaza:
“Tendras que oirme y
ay de ti si...” Enloque-
cido se precipita fuera
del departamento. Larga-
mente retumba el porta-
zo en el silencio de la casa.
4 muchacha avanzaba por el corredor
cuando el grito la paraliz6 de pronto.
Aquello fué tan inesperado que al prin-
cipio no comprendié de qué se trataba;
luego, cuando convertido en lamento. trepd
nuevamente de la oscuridad qué la envol-
via, el terror comenzé a invadirla y sdlo
pensé en huir. Pero su voluntad se neg6
a secundar el impulso cobarde y alli per-
maneci6, oyendo aquella queja intermi-
tente, cada vez m4s apagada, sintiendo
que el propio grito sofocado le estrangu-
laba la garganta.
Nunca supo cuanto duré aquel supli-
cio; el golpe de una puerta cerrada con
violencia la desperto bruscamente de su
atonia. Comprendié que tenia que hacer
algo y llegandose hasta el otro departa-
mento llam6 insistentemente.. Como ma-
die respondiera se precipito al ascensor;
en el instante en que iba-a oprimir el
botén lo vid ascender lentamente, pete
estaba demasiado impresionada como pat®
preguntarse quién lo haria funcionar #
aquellas horas. Sdlo cuando penetré en a
y alguien Mamé desde arriba sintid 4¥e
la tranquilizaba un tanto la posibilid®®
de compartir aquella tremenda
bilidad. Al enfrentarse instan' :
con el hombre su tensién nervios®
PAR.cedido algo y entonces logré balbucear:
—En el quinto piso alguien ha sufrido
un ataque... lamé, pero nadie contesta
es necesario encontrar un médico... an-
tes de que sea demasiado tarde.
Al escuchar las palabras de la descono-
cida y contemplar su palidez, sus manos
temblorosas, Mario Marechal olvid6 por
un instante el motivo que lo impulsaba
fuera de la casa y no fué sino el médico,
aquel de cuya eficiencia y serenidad de-
pende a menudo una vida. Y respondio
con sencillez:
—Tranauilicese, sefiorita. Iré con usted.
Pero antes sera necesario despertar al por-
tero, explicarle lo que sucede...
FE 22 hombre malhumorado y atin a
medias dormido el que a regafiadientes
consintié por fin en acompafiarlos hasta
el departamento de la sefora Morales.
Cuando penetraron en él encontraron a la
mujer desvanecida sobre el suelo. Sin per-
der un segundo Mario la alz6 en sus bra-
zos y la deposit sobre el lecho; tras aus-
cultarla y comprobar que se trataba de un
sincope cardiaco envid al portero hasta
la farmacia préxima por medicamentos.
Momentos después, y ya practicada la
cura de emergencia, se volvié hacia la
muchacha y dijo:
—Por ahora no cabe sino esperar ¢Me
querré usted explicar...2 *
Maria le conté cuanto sabia. Los ojos
del médico se demoraron entretanto sobre
el joven rostro sensitivo, doloroso. ¥ tuve
de pronto la certeza de que a la muchacha
le sucedia algo, que aquella palidez, aquel
mirar desesperado obedecian a otra causa,
no a la impresion recibida momentos an-
tes. Al fin y al cabo la enferma era una
desconocida para ella, si hasta admitio
que no la habfa visto una sola vez... Re-
cordé que Mevaba una valija cuando se
encontraron en el ascensor. ¢Adénde iria,
@ aquellas horas?
Maquinalmente mientras la contempla-
ba habia tomado en sus manos la carta
que estaba sobre la mesita de luz y tam-
bién casi sin darse cuenta de lo que ha-
cia se puso a leerla. Después se la entregé
a Maria diciéndole
iPobre muje1 Lea esta carta en
Ja que le dan noticias de un hijo que ha
muerto lejos.
Maria leyé la carta. Al terminarla miré
el rostro marchito que reposaba sobre la
almohada. Lo miré con escrutadora fi-
jeza, como si la fascinara. Luego, movida
Por un impulso cuya raiz no hubiera po-
dido desentrafiar en aquel instante, de-
cidio:
—Me quedaré aqui hasta que ella reac-
cione. Seria terrible que al recobrarse no
hallara a nadie junto a su lecho.
Mes que las palabras le impresioné a
Mario el tono con que fueron pro-
nunciadas. ¢Qué impulsaria a aquella mi
chacha a olvidarse de si misma en bene-
ficio de alguien a quien no habia visto
nunca? Sin comprender c6mo se encontré
preguntando:
—éHace mucho que vive aqui?
—Varios meses — replicé ella.
—Es extrafio que no nos hayamos en-
contrado jamés.
La muchacha no coment6é nada. El mé~
dico, de pronto, recordé.
—Debo irme ahora — agreg6 tras una
pausa. — Por el momento mi presencia~no
necesaria. Buenas noches, sefiorita.
—de los Rios, Maria de los Rios.
—Yo me llamo Mario, Mario Marechal.
fo como la sombra de una sonrisa
cera rein eee eee
(A la pagina 27)CORAZONEQMEN SOLED
(De la pagina 13)
identificaban en el nombre. También el médico, por encima
pl vostro palidisimo de la enferma, parecié sonreir.
Fué un segundo apenas: la muchacha se recobré en seguida
y 8u voz era ahora cortésmente convencional cuando dijo:
Buenas noches, doctor.
Inclinando levemente la cabeza el hombre abandoné la ha-
bitacion,
Cuando la sefiora Morales recobro el conocimiento sus ojos
asombrados se clavaron en el rostro de la desconocida, sentada
junto a su lecho, pero no pregunté nada; volvié a cerrarlos
mientras su boca exangtie repetia una y otra vez:
—No es verdad... no es verdad...
A pesar de que la afeccién no era demasiado seria su vida es-
tuvo en peligro durante muchos dias, y sdlo la devocién, la
dulzura, la paciencia infinita de Maria Pudieron al fin vencer
su obstinacion de dejarse morir. Hasta que por fin la anciana
pudo abandonar el lecho.
—Ha sido usted un angel — le dijo aquella tarde, tras con-
tarle la historia de su infortunio. — La hija que... hubiera
querido tener.
A su vez la muchacha le revelé el fracaso de sus suefios de
artista. Luego callaron las dos, profundamente conmovidas.
No se atrevian a decirlo atm, pero ambas presentian ya que
aquel encuentro tenia algo de milagro, que nuevamente comen-
zaba a alentar en ellas la esperanza.
Geno Mario penetré en el departamento, como solia ha-
cerlo todas las tardes, not6é en seguida que algo habia cam-
biado. Y antes de que se lo dijeran supo que Maria no se
marcharia, que su paciente ya no deseaba morir. Y comenté:
—tla vida se equivoca a veces pero trata casi siempre de
reparar sus errores. ¢No lo cree asi, sefiora Morales?
Mientras hablaba sus ojos no se apartaban del rostro de la
muchacha, y fué ella quien, sonrojandose levemente, respondid:
—Tiene razon, Mario. La vida cometi6 la injusticia de arre-
batarme a mi madre cuando era pequefia; ahora me la devuelve,
y estoy segura que con su amparo triunfaré.
—Quizé no alcances la gloria — murmuré dulcemente la
anciana. — Lo importante es que logres la dicha.
Cuando instantes después, en compafiia de Mario, abandond
el departamento, la muchacha oy6 que el hombre decia:
—Aduella noche éramos tres soledades atormentadas. Ahora
ella ha encontrado una hija que la consolaré por el hijo que ha
perdido; yo he comprendido que vivia un espejismo. ¢¥ usted,
Maria? E
—-Yo empiezo a creer que tuvo razén cuando sugirié que mi
destino no era la gloria — respondié la muchacha dulcemente.
¥ los ojos apasionados del hombre le dijeron que esa era,
exactamente, la respuesta que aguardaba.
TRA eae ae ee