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Una cinta transparente y fuerte, en la oscuridad del ambiente cálido la alimenta por nueve
meses, dentro del sagrado vientre de su madre.
Una cinta satinada, rosa y delicada, ahora envuelve su cuerpo de niña delgada, ejercitada y
entrenada, que se encuentra increíblemente imantada hacia la danza, y en puntas se mueve
alegre y vibrante, alrededor de su cinta brillante.
Una cinta color rojo, poderosa, fluida y acunada por la luna se desprende de repente de su
vientre, y a partir de ahora cada mes vendrá una, recordando los movimientos que danzan a
otro ritmo en el interior de su simiente y que poco comprende su mente.
Una cinta, abandonada, rezagada, olvidada, desteñida y pálida, observa de manera acallada
como va siendo reemplazada por aros, dados, cartas de azar y otros juegos que distaren las
manos de quien un día danzaba, alegre y vibrante mientras empuñaba con suave firmeza
aquella cinta.
Las entelequias algunas veces sucumben, otras veces confunden y de vez en tanto arden, pero
con el camino recorrido y el tiempo detenido. Un día cualquiera, de un mes cualquiera, el
aletargamiento y los susurros se detuvieron, ahora un ruido estentóreo desde muy adentro, no
se siente el cuerpo, pero se respira prana, nadie habla, pero una voz dice: “mujer maestra”
¡míranos! Hemos estado a tu diestra ... y llegó la hora. Sabemos que estas “lista”
No era una cinta, nunca fue solo una cinta, somos varias cintas, fuertes, transparentes y hay
también de muchos colores, pero siempre permanecemos vibrantes, danzando en espiral hacia
la sabia fuente.
Gianna!