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Si en el proceso transculturador la idea de


...
la detnocracia es la de mayor proyección
histórica en América Latina, es también la
que desde el sue"ño de los próceres hasta
los populismos del XX ha evolucionado en
forma más compleja.
La lucha por la emancipación fue también
la de sus escritores por crear un lenguaje
propio y autonómico. Si al comienzo de
nuestro siglo se afirma conceptualmenté
la democracia, es el modernismo el primer
discurso original y pleno en lo literario.
Angel Rama analiza la dialéctica interna y
las interacciones histórico-culturales de
este rico proceso en un estudio apasionan­
te que consolida un nuevo camino en la en­
sayística mayor de nuestro continente.
Angel Rama

LAS MASCARAS

DEMOCRATICAS

DEL MODERNISMO

FUNDACION ANGEL RAMA


LAS MASCARAS
DEMOCRATICAS
DEL MODERNISMO
Indice
Capítulo 1: Democratización de la sociedad y
la literatura 11
Notas al Capítulo 1 29
Capítulo U: El arte de la democratización 31
Notas al Cap. 11: 73
Capítulo III: I.a guardarropía histórica de la
so iedad burguesa
79
Notas al Cap. lll 106
Capítulo IV:
I.a canción del oro de la clase emergente 109
Notas al Cap. IV 147
Capítulo V: El poeta en el carnaval democrático. 151
Notas al Cap. V 170
Capítulo VI: Interpretación americana del
texto universal. 173
Notas al Cap. VI 193
NOTA INTRODUCTORIA

Una primera redacción del presente ensayo constaba de una cin­


cuentena de páginas, aún con fecha y destino impreciso hasta la rea­
lización de un estudio detallado y exhaustivo del Archivo de An¡:el
Rama, todavía no agrupado ni ordenado definitivamente. Es presu­
mible que constituyera una ponencia, o una puesta en orden, cabal
pero abreviada, referida a los estudios sobre el desarrollo cultural
de América L:ltina, tema que ocupó sus últimos años de investiga­
ción y reflexión.
Sin duda, este ensayo debe verse en el marco de un estilo más am­
plio y al cual se integra su otro libro "La dudad letrada", aún cuan­
do muchas de sus ideas rectoras aparecen en artículos y ensayos an­
teriores. A la muerte de Angel Rama se encontró una segunda redac­
ción de mayor desarrollo y análisis dotada de un ordenado cue¡po
de notas y apenas algunas correcciones de detalle, manuscritas. Esta
segunda, cubría unas dos terceras partes de la primera versión y en
ella trabajaba a ñnes de 1983.
Hemos optado por completar esta versión, más desarrollada, con
los capítulos ñnales de la primera redacción con la cual se completa
la obra. Por encima de los imposibles del caso, publicamos un libro
en el cual el pensamiento de Ange! Rama brilla por la riqueza y pro­
fundidad de sus planteos y por lo fecundo de su magisterio,

Los editores
I

DEMOCRATIZACION DE LA
SOCIEDAD Y DE LA LITERATURA

No preveía Thomas Hobbes en 1651, cuando publica


su Leviatán, que de las tres clases de República por insti­
tución que describe, en un ejercicio de rigurosa especu­
lación racic;>nal, la que menos atiende y estima habría de
ser la que alcanzaría más ancha aceptación en los tiempos
modernos. Ni la monarquía, que es el modelo que prefie­ 11

re, ni la aristocracia, alcanzarían el éxito que estaría re­


servado a esa tercera que él definió en sus términos clási­
cos: "Cuando el representante es una asamblea de todos
agrupados, es una democracia o república popular. •
La palabra élemociacia, bien exótica en esa fecha y aun
durante el siglo siguiente, se haría protagónica a partir de
las revoluciones burguesas -la norteamericana de 1 776 y
en especial la francesa de 1789- para ser plenamente
aceptada, progresivamente, en los países hispanoameri­
canos nacidos de la Emancipación de 1810. Uno de los
mo_tivos de la reticencia, cuando no de la oposición hispa­
noamericana al Brasil durante el siglo XIX , fué el régimen
monárquico allí imperante, que animó los vituperios de
Lastarria.
Habiendo sido la consigna progresista del XIX euro­
peo, ya a mediados de ese siglo la palabra democracia le
servía al colombiano José. María Samper (en quien pode­
mos ver a un fundador de la sociología latinoamericana)
para una curiosa definición de la raza hispanoamericana
(que él prefirió llamar colombiana) concebida desde el
ángulo de una incipiente y confusa antropología cultural:

Ella pertenece a una etnología enteramente nueva: es


la raza democrática Es una raza sin pasado, que ha na­
cido de una revolución continental en el siglo XIX;
raza sin nobles, ni plebeyos, toda de mártires y héroes,
toda de ciudadanos hermanos, toda pueblo. Es una
raza que, resultando de la fusión de las razas indígenas
con la europea y la etíope, forma un compuesto crea­
do para la libertad, sin más título que el derecho, y te­
iuendo por runa la victoria de todos. 2

Pero si las repúblicas democráticas de la modernidad,


comenzarían a aparecer y a hacer sus primeros ensayos
públicos desde fines del XVIll, muy frecuentemente en­
mascarando las que Hobbes definía con rigor como repú­
blicas aristocráticas, el proceso de democratización de la
sociedad europea se había iniciado con anticipación, pri­
12
mero con la evolutiva incorporación burguesa y luego
con la de otros estratos sociales inferiores.
De hecho, la palabra democratización sólo alcanza su
significado íntegro, históricamente hablando, en relación
�_antc:_��r_campo de valores contrá el cual se formula, re­
volucionariamente, oponiéndosele por estimar que no es
democrático, que ño representa los intereses de ios.más.
La sociedad se democratiza cuando echa abajo las barre­
ras jerárquicas pre-existentes, o al menos algunas de ellas,
aun cuando mantenga o edifique otras, las cuales a veces
los grupos renovadores ni siquiera llegan a percibir. Esas
barreras -conservadas o nuevas- serán objeto de posterio­
res embates democratizadores por las clases marginadas
o inferiores de la pirámide social, ya se trate de clases so­
metidas de antes o clases generadas al servicio de los nue­
vos sistemas sociales. Lúcidamente, Marx observó ese
proceso de sustitución de las clases en el poder:

Toda nueva clase que ocupa el lugar de la que domina­


ba anteriormente, para realizar sus fines está obligada
a presentar sus intereses ·como el interés colectivo de
todos los miembros de la sociedad, expresándolo
idealmente: de presentar sus pensamientos bajo forma
universal, como los únicos racionales y universalmen­
te válidos.
Toda clase nueva, por lo tanto, establece su domina­
ción sobre un base más amplia que la antigua clase do­
minante; por eso, más tarde, el antagonismo de la clase
no dominante contra la nueva clase dominante, se de­
sarrollará de una mánera aguda y profunda. 3

la descripción sólo se refiere a la ocupación plena del


poder, pero de ella se infiere que la habitual emergencia
progresiva de·una clase que se va formando -al tiempo
que toma conciencia de sí- implica una modificación
también progresiva de los valores vigentes en la sociedad,
a través de una guerra de ideas (también de estéticas) que
preludia la posterior guerra de las armas. La AufkHirung
del XVIII dio e! modelo de esta mutación progresiva, cu­
13
yas manifestaciones aun puden comprobarse desde fines
del XVII con nitidez. Marx llegó a ver cómo el triunfo
burgués le era <tisputado en el XIX por los estratos emer­
gentes que el nuevo sistema et:onómico había forjado, los
que desarrollaban un pensamiento, un estilo, un compor­
tamiento opositor. Este incesante proceso, que teje la di­
námica de la sociedad, también es reproducido por el
arte.
Hubo democratización artística en el siglo XVIII, cuan­
do comenzó la que Arnold Hauser ha denominado "diso­
lución del arte cortesano" que se expresó primerantente
en el rococó: "En el favor del público progresista ocupan
las galantes escenas de sociedad de Watteau el lugar de
los cuadros ceremoniales, religiosos e históricos, y el
cambio. de gusto del siglo se expresa de la manera más
clara en este tránsito de Le Brun al maestro de las fétes ga­
lantes". Tras él se a:bre paso "el ideal de sencillez y la serie­
dad de un concepto puritano de la vida", de tal modo que
"al finalizar el siglo no hay en Europa sino un arte bur­
gués, que es el decisivo" S. Hubo aún más visible democra-
tización artística, expansivamente derram:tda por el XIX
que fue el siglo republicano, burgués, social: nos dio la
novela emocionalista y el melodrama románticos en que
la prosa triunfa sobre la poesía y nos dio el realismo de
prosa y poesía de mediados de siglo, orientado paradóji­
camente por los "artepuristas" Flaubert y Gautier. Hubo
nuevos avances de la democratización; consciente y aun
teorizada, en el final del siglo XIX, que nos proveyó de la
pintura impresionista y del simbolismo poético. El impul­
so transformativo de ambas estéticas, respondió a una de­
mocratización curiosamente similar a la que había signa­
do al rococó inicial, con el cual compartió regímenes de
expresión, salvo que no se desprendía de la aristocracia,
sino de la burguesía que había ocupado su lugar en el po­
der, y que su circunstancia, social y estilística, fue dife­
rente, pues operó contra el realismo anecdótico de Cour­
bet (exceptuados sus solitarios retratos de rocas) o el na­
turalismo mecánicamente legalizador de Zola. Su pecu­
14
liar medio, dentro de la sociedad industrial triunfante a la
que regía imperiosamente la burguesía vuelta su segura
clase dominante, fue el de los pequeños empleados y ope­
rarios, decididamente urbanizados, o pueblerinos que
acudían a las capitales, de la baja clase media.
Por debajo de las sucesivas conquistas -técnicas o artís­
ticas, políticas o sociales- de estos dos siglos largos, y diri­
giéndolas distantemente desde la infraestructura, se en­
contrará al impetuoso crecimiento demográfico y eco­
nómico de las sociedades occidentales, que nos deparan
el proletariado, la baja clase media, las muchedumbres
que pueblan las primeras ciudades masivas de la historia,
los nuevos sistemas de producción industrial, la expan­
sión imperial, la agresiva política comercial de la burgue­
sía. Fueron acompañadas por fuertes demandas presenta­
das por los estratos que ascendían y que reclamaban un
lugar dentro de la estructura cultural que, por anterior a
ellos, los ignoraba, y a la cual fatalmente modificarían me­
diante su incorporación, fuera central o marginal, con­
sentida o arrancada a la fuerza: desde los austeros burgue-
ses a quienes interpretó Pope (o Bello) hasta los bohe­
mios de la clase baja entre quienes cantó Verlaine (o Da­
río). Se subieron al barco del mundo sin reparar en me­
dios, en franca pelea: venían de las profundidades, de los
márgenes desdeñados, y se hicieron un lugar entre los
que ocupaban espaciosos puestos sobre cubierta. Aca­
rreaban cosmovisiones propias, a veces simples e incluso
distorsionadas por los orígenes sometidos de que proce­
dían, se caracterizaban por un aire aventurero y provoca­
tivo que tenía que ver con los modelos sociales estableci­
dos por los poderosos de la hora, y al introducir su visión
dentro de aquella que regía desde antes el sistema, logra­
ron subvertirlo, trasmutarlo a veces, siempre modificarlo
de alguna manera, aunque no podría decirse que lo susti­
tuyeran completamente.
Desde que Alexis de Tocqueville impasiblemente des­
cribió a sus compatriotas europeos cuál sería su futuro,
leyéndolo en el espejo de La démocratie américaine
(1835-1840 ) adquirió cuerpo y coherencia la alarma in­
,
15
telectual que, sin necesidad de prevalecerse de las viejas
Reflections on the Revolution en France de Edmund Bur­
ke ( 1790 ), atacaba la subversión de valores que acarrea­
ba la democratización y que se testimoniaba en las mu­
chedumbres urbanas generadas por la industrialización,
que reclamaban derechos políticos y sociales.
Dentro de un abundante corpus doctrinal se inscribi­
rían las lecciones magistrales de Ernest Renan, los panfle­
tos flamígeros de Nietzsche e incluso la escuela socioló­
gica de Gustave Le Bon, que tanto pesara y ahogara a los
latinoamericanos, más la beligrante lucha antimodernista
de la Iglesia desde la pérdida de los estados papales en
1870. El siglo de la ciencia, como se le llamó, era también
el de la democracia, con su masificación y su vulgaridad,
su materialismo y su igualitarismo, los que ponían en peli­
gro la entera estructura jerárquica de la cultura, agredien­
do a sus más conspícuos oficiantes. No solo los intereses
económicos estaban en juego, sino también los cultura­
les, pues esta arremetida afectaba el principio mismo de
la propiedad, se tratara de tierras o de conocimientos, de
acciones de la Bolsa o de exclusivistas degustaciones del
arte.
Esa doble vertiente del siglo la sintetizó José Enrique
Rodó, desde un punto excéntrico, el Montevideo de
1900, en su mensaje a la juventud americana, Ariel, que
concitara la adhesión de las juventudes cultas y ordena­
das de la época:

Con frecuencia habréis oído atribuir a dos causas fun­


damentales el desborde del espíritu de utilidad que da
su nota a la fisonomía moral del siglo presente, con
menoscabo de la consideración estética y desinteresa­
da de la vida. Las revelaciones de la ciencia de la natu­
raleza -que, según intérpretes, ya adversos, ya favora­
bles a ellas, convergen a destruir toda idealidad por su
base- son la una; la universal difusión y el triunfo de las
ideas democráticas, la otra. ( .. . ) Sobre la democracia
pesa la acusación de guiar a la humanidad, mediocri­
16
zándola, a un Sacro Imperio de utilitarismo.•

El proceso democratizador había entrado a Améri.ca


Latina de la mano de la expansión económica imperial ha­
cia 1870 y la enorme disparidad de los dos niveles que en­
tonces se pusieron forzosamente en relación, así como la
violencia de esta irrupción transformadora y mediocriza­
da que para muchos traía riqueza, sembraron la alarma en
el equipo intelectual que estaba formado en las tradicio­
nes aristocráticas de la cultura. Pues no empece la revolu­
ción emancipadora, eran esas tradiciones las que consti­
tuían el baluarte del núcleo intelectual de la vieja "ciudad
letrada" colonial que seguía persistiendo a pesar del pasa­
je de Virreinato a República. Sin reconocer la cualidad
aristocrática, elitista y clasista en que durante siglos se ha­
bía desarrollado la tarea de los intelectuales americanos,
la cual había sobrevivido al cataclismo de la revolución,
nada se puede entender de la conmoción que se produjo
durante la modernización, ni se puede medir cabalmente
qué significó ésta para los más jóvenes que sin pasar por
las viejas y rutinarias vías que daban acceso al cogollo le­
trado, irrumpieron desde la calle tratando de apoderarse
de la literatura.
Más alarma experimentaron los intelectuales tradicio­
nales de aquellas zonas en que irrumpieron las masas fa­
mélicas de inmigrantes europeos, las que procuraban an­
siosamente las indispensables y básicas conquistas mate­
riales de la vida, sin parar mientes en cómo ni cuándo. Los
programas románticos abstractamente diseñados (el "go­
bernar es poblar" que hizo la fortuna de Alberdi) mostra­
ban su rostro real. Prácticamente no hubo intelectual al­
tamente educado que no se sintiera agredido por esas ma­
sas que ignoraban todo del pasado americano, se desen­
tendían de sus valores particulares y se aplicaban a asegu­
rar su situación económica sin mayor respeto por los sím­
bolos tradicionales. (Sólo unos pocos intelectuales, for­
mados en el mensaje revolucionario que venía con los in­
migrantes -el anarquismo internacionalista- fueron capa-
ces de encontrar positividad cultural y democrática a esa 17
hora del continente, como lo demostró con su obra tea-
tral Florencio Sánchez). En distintos grados, desde el Ra-
mos Mejía que reinterpretó las antiguas "multitudes ar-
gentinas" a la luz de las nuevas que presenciaba, hasta el
Rodó que, con su equilibrio, apostó a que a esa democra-
tización vulgar seguiría una nueva selección jerárquica
de los mejores, no hubo quien no viviera el período
como una subversión, pues efectivamente la moderniza-
ción burguesa y dependiente acarreaba una democratiza-
ción que desquiciaba los valores establecidos y fijaba una
contradicción que reproducía la que ya se había visto en
Europa. Por un lado instituía los mecanismos del desarro-
llo económico, respondiendo a la incitación externa; por
el otro procuraba contener a la población que convocaba
a esas tareas, tratando de mantenerla en una anterior suje-
ción. Y no solo por crudas razones clasistas, sino también
porque esta emergencia popular chocaba a los hábitos
elitistas que habían caracterizado tanto la vida política
como la intelectual, las cuales frecuentemente se confun-
dían en las mismas personas integrantes de un reducido
cogollo superior.
El fenómeno democratizador tuvo expresiones ópti­
mas en las regiones más diflámicas, que fueron en la épo­
ca las del sur del continente (de Rio de Janeiro a Santiago
de Chile, pasando por la cadena de ciudades:· Sáo Pauto,
Montevideo, Buenos Aires, Rosario) pero no dejó de ha­
cer sentir sus efectos en todas partes, aun en áreas como
la andina de escasa o nula inmigración. También en ella la
modernización acarreaba la emergencia de una pobla­
ción ineducada que reclamaba una participación, por
mínima que fuera, en los beneficios, lo que de hecho la
constituía, a los ojos de ia clase dirigente, en practicantes
del "utilitarismo". Es a esta percepción de una concupis­
cencia material que se estaría desarrollando en las socie­
dades latinoamericanas, tanto por los inmigrantes como
por los trabajadores nativos, tanto por los dispendiosos
nuevos ricos como por los sectores bajos en quienes sor­
I!S presjvamente se registraban las mismas tendencias, que
debemos la cruzada anti-utilitarista que recorrió el conti­
nente. En su versión atemperada hizo el éxito del mensa­
je arielista de Rodó que desviaba el ataque dirigiéndolo a
los Estados Unidos, aunque su �ndamentación era sufi­
cientemente explícita co�o para que pudiera hacerla
suya el sector conservador, pues podía referir esa doctri­
na a las circunstancias sociales de cada país americano.
En su versión conservadora se la puede apreciar en los es­
critos y en la acción pública de dos jntelectuales altamen­
te educados de Colombia, Rafael Núñez (1825-1894) y
Miguel Antonio Caro (1843-1909) que fueron los forja­
dores del estado en el período de la modernización, res­
ponsables de la teoría política de la "regeneración" y de la
Constitución de 1886.
En su serie de artículos para El Tradicionalista (1871-
1876), Miguel Antonio Caro resucitó una polémica con­
tra Bentham, desarrollando los principios de su Estudio
sobre el uplitarismo (1869) y de su jesuitas y artesanos
( 1867) referido al orden social, siendo el más lúcido y
coherente expositor del pensamiento conservador de la
época?. Lo que en otros tratadistas se disfraza con conce­
siones al espíritu democrático o se amalgama con tradi­
ciones liberales americanas, en él adquiere un rigor esti­
mable, una exposición categórica a partir de una adhe­
sión sin fisuras al catolicismo militante de la lucha anti·
positivista. Examinando las dos soluciones a la "reforma
social" que con más nitidez polarizaron el pensamiento
del XIX según su opinión, la católica y la socialista, Caro
fundamentó el principio de la desigualdad, como obliga­
da llave del orden social:

tratar· de anular las desigualdades es tratar de anular el


orden, y en último resultado las existencias; porque
las existencias conspiran al orden mediante relacio­
nes; quien dicoe relaciones, dice desigualdades. Para
relacionarse dos seres, han menester que uno no sea
lo que el otro es: ¡desigualdad! Es menester que uno
no esté donde está el otro; ocuparán situaciones co­
19
rrelativas que se llamarán "arriba y abajo, derecha e iz­
quierda: ¡desigualdad! Luego, eliminar las desigualda­
des es eliminar las existencias.•

Obviamente de tal concepción se deduce la organiza­


ción paternalista del Estado, la jerarquización clasista de
la sociedad, las limitaciones de la soberanía popular me­
diante el establecimiento de un orden estricto acompa­
ñado de deberes impuestos, la oposición franca al llama­
do "dogma de las mayorías" propuesto por los utilitaris­
tas, quienes, según Caro, "suelen presentarlo siempre
como programa de conducta y de gobierno y en esto pro­
ceden por temor de declarar con franqueza que su verda­
dero programa es el de su interés, su bienestar o sus capri­
chos". La oposición a los utilitaristas, efectivamente, com­
bate la tendencia hedónica, capital en el pensamiento de
Jeremy Bentham y de john Stuart Mili, (cuya raigambre
burguesa analizó perspicazmente Marx) que se estaba re­
gistrando en la sociedad latinoamericana a un siglo de la
publicación de la Introduction to the Principles ofMorals
and Legislation ( 1780), lo que mide el desfase entre la
metrópoli y la colonia, no solo en cuanto a pensamiento,
sino en cuanto a la construcción de las bases socio-eco­
nómicas que amparan su surgimiento. Ciertamente podía
haber una parte en el discurso crítico de C�o que res­
pondiera a un doctrinarismo abstracto, pero su actividad
pública corrobora la importante parte que debe recono­
cérsele en tanto respuesta a situaciones sociales que esta­
ba viviendo.
En ese texto augural de su larga campaña ideolOgica,
destinado a refutar las tendencias utilitaristas de la socie­
dad burguesa en ciernes, Miguel Antonio Caro parece vi­
sualizar las aún no florecidas bases del modernismo, y
arremete tanto contra el subjetivismo idealista como
contra el hedonismo utilitario que con claro rigor inte­
lectual reconoce opuestos a la enseñanza religiosa, aun­
que le falte el mismo rigor para comprender que son fuer­
zas de esa misma sociedad burguesa que patrocinó y
20 apuntaló desde el poder, amparando así una contradic­
ción entre las bases materiales que defendió (la famosa
trilogía de propiedad, seguridad y orden) y la cúspide
que respondía a ellas, a la cual combatió por su flagrante
oposición al catolicismo.

El idealista se refugia en d yo, y el utilitarista en el pla­


cer, modificación del yo; y de ahí no salen. Esas mis­
mas ideas, yo, placer, independientes de la idea funda­
mental de Dios, de Dios por quien el yo existe, por
quien el placer se produce, sin el cual el yo y el placer
nada significan; esas mismas ideas así aisladas, anula­
dos los objetos que representan, se desustancian y
anulan ellas mismas. Son círculos fatales de ignorancia
y de contradicción. Así el idealista y el utilitarista, ba­
jan como Satanás al abismo, en su esfuerzo insensato
de ponerse en lugares de Dios.9

No era menor que la de Caro la cultura letrada de Ra­


fael Núñez, aunque estuviera filiada en un linaje liberal
que él hizo converger al conservador y. registrara un co-
nocimiento �ás atento de la obra de Spencer. Su proposi­
ción de la "república autoritaria" no se respaldaba en el
catolicismo ultramontano cómo eQ. Caro, sino en la típica
política de la modernización (orden, paz y administra­
ción) que promovía un desarrollo económico burgués, a
cuyo servicio estaba dispuesta a poner las fuerzas restric­
tivas y equilibradoras de la Iglesia para evitar el desborde
popular que obviamente reclamaría su parte en los bene­
ficios. Era la misma contradicción que apuntamos. en
Caro, vista desde el otro ángulo: el de la sociedad burgue­
sa racional (y agnóstica) que se fomentaba y cuyos forzo­
sos efectos democratizadores quería impedir o, al menos
reducir, gracias al encuadre ideológico que prestaba la
Iglesia. Núñez y Caro coincidieron así en el mensaje que
el primero dirigió al Consejo de Delegatorios para expe­
dir la Constitución centralista de 1886: "En lugar de un
sufragio vertiginoso y fraudulento, deberá establecerse la
elección reflexiva y auténtica; y llamándose, en fin, en au­
xilio de la cultura social los sentimientos religiosos, el sis­ 21
tema de educación deberá tener por principio primero la
divina �eñanza cristiana (... ) A lo expuesto se agrega la
necesidad de mantener, durante algún tiempo, un fuerte
ejército, que sirva de apoyo matedal a la aclimatación de
la paz".10
En uno .de esos curiosos artículos con los cuales Rafael
Núñez aSpiraba a gobernar ("El realismo en política",
1882) establece un singular paralelismo entre la degrada­
ción del realismo en literatura que, guiado por el "excesi­
vo espíritu de análisis" conduce a la corrupción de la no­
vela naturalista, y la para él similar degradación del si'Ote­
ma político que se había podido ver en la Revolución
Francesa, pasando de los ¡¡.].tos ideales de libertad a la "vul­
gar Carmañola" para por último recalar en "la dinastía na­
poleónica". Su conclusión literario-política se resume en
estas líneas:

"!.'¡o
A principio de este esc,rito se ha visto donde
puede llegar el descendente curso del realismo en li-
teratura. Una degeneración equivalente tiene que
ocurrir respecto del realismo que se ensaya en políti­
ca. De la pretendida República verdadera se pasa a la
oligarquía o al despotismo, como de la abolición del
culto religioso se desciende a la estéril y triste incre­
dulidad, y de la supresión de la estética, en el arte, se
cae en el albañal de las novelas llamadas naturalistas.
"

Ambos escritores-políticos expusieron así, de manera


más sistemática que en cualquier otro punto del conti­
nente, una doctrina conservadora de la modernización
que rotaba sobre una contradicción intema: aspiraba a
desarrollar las potencialidades económicas de la socie­
dad burguesa (la fundación del Banco Nacional, las emi­
siones de papel moneda, el sistema crediticio, sobre cuya
filosofía disertó malabarísticamente Caro) y al mismo
tiempo restringir el impulso democratizante que acarrea­
22
ba, no solo en el campo social y político, sino asimismo
en la filosofía y en la literatura, con una amplitud de vi­
sión intelectual que fue raro encontrar en otros políticos
conservadores, aunque estos compartieran el esquema
interpretativo y procuraran actuar del mismo modo.
La sólida formación intelectual de Rafael Núñez y Mi­
guel Antonio Caro, como la de José María Samper (1828-
1888) o Marco Fidel Suárez (1855-1927) permitió que
proporcionaran exposiciones orgánicas de la doctrina
conservadora, que además pusieron en práctica a través
de su acción como gobemantes, y el hecho de que todos
fueran capaces ejercitantes de las "bellas letras", los auto­
rizó a fijar los equivalentes literarios de esa doctrina. Caro
fue el fundador de la Academia Colombiana de ia Lengua
( 1872), la primera que se constituyó en América, como
correspondiente de la española, y fue el tenaz abogado de
la causa cultural hispánica en un período de avasallante
influencia francesa, practicando la misma restricción del
espíritu de análisis que defendió en su escrito Rafael Nú­
ñez, oponiéndose a la evolución estética que en la Europa
democratizada llevada al naturalismo, al impresionismo,
al simbolismo.
En contraposición a esta maciza doctrina restrictiva,
conviene examinar la visión que tenían de la época los es­
critores más jóvenes o que habitaban en zonas de mayor
dinamismo. Antes de concentrarnos en el impetuoso cri­
sol que representó Buenos Aires, resulta útil la consulta
de los escritos de un escritor mexicano, quien también
sería amigo del orden, el Justo Sierra (1848-1912) que a
los veinte años se c>..strenaba como poeta, ensayista y cro­
nista en los periódicos mexicanos.
Había comenzado por percibir agudamente que Amé­
rica Latina se incorporaba a un período internacionalista.
Hablando todavía de Lamartine, antes de su descubri­
miento admirativo de Victor Hugo, decía en 1869: "Ma­
ñana quizá deba inaugurarse esa gran civilización que
dará una sola alma a la humanidad". Dos años después
examina con rigor la situación de la literatura en México,
partiendo de un principio estrictamente opuesto al de 23
Rafael Núñez, ("El carácter distintivo de nuestra época es
la crítica"; "Las tendencias positivistas han dado margen
al inmenso desarrollo del espíritu de examen") que le au-
toriza a apostai" confiadamente sobre la inmensa renova-
ción intelectual en curso y legitimar la "ansiedad nativa"
que ella provocaba:

en esa sed inextinguible de ciencia, anatematizada tor­


pement� por la autoridad teocrática, entra por mucho
el espectáculo de tanto absurdo pulverizado, de tanta
creencia desvanecida, de tantas preocupaciones que
habían acabado por atrofiar el cerebro humano, com­
primiéndolo con el lento depósito de los siglos, y re­
ducidas a humo bajo la acción de la ciencia y de la filo­
sofia, como la yesca bajo el doble influjo de los espejos
conjugados. 12

Es un artículo polémico que se refiere fundamental­


mente al tan debatido problema del "teatro nacional"
pero que en vez de sumarse al coro lacrimógeno de quie-
nes en toda América pusieron sus fracasos a la cuenta de
la ignorancia de sus países, reconoce objetiv�ente la si­
tuación: "El hecho es que en el día, nadie, nadie hace caso
de la literatura nacional bajo ningún aspecto".
Ve la solución en la conquista del interés del público (y
secundariamente del gobierno) mediante obras que efec­
tivamente respondan a sus apetencias, lo que implica al­
canzar la misma eficacia y atraccón de las obras extranje­
ras a las que el público sí concurría, por lo tanto imitando
sin vacilar ("imitad, aunque os digan que esa es literatura
extranjera"), teoría que reiterará provocativamente en
textos posteriores, pero que en éste todávía es justificada
con viejos modelos de los que pronto se alejará. Sierra de­
fiende a la falange joven que piensa está ya en esta vía, jus­
tifica la aclimatación de "la escuela realista, hija legítima
de nuestro siglo", y sobre todo encarece el esfuerzo crea­
tivo libre, indagatorio, descubridor, de los "pobres bohe­
mios" que navegan en el caótico panorama de su tiempo,
24 confiando en ellos, respetando sus sufrimientos. Años
después, en el prólogo a los poemas de su amigo Manuel
Gutiérrez Nájera publicados póstumamente en 1896,
vuelve sobre este asunto obsesivo, haciendo un recono­
cimiento explícito de las condiciones especialmente
confusas y angustiosas de la época, encontrando que los
poetas las han expresado correctamente, al precio de in­
gentes sufrimientos personales:

"¡El pesimismo de los [óvenes poetas es una actitud,


no es un sentimiento!" dicen los tlamantes espirituales
discípulos de Pangloss. ¡Así, pues, la-pérdida del rum­
bo en pleno océano (porque la ciencia solo sirve, y ad­
mirablemente, eso sí, paca la navegación costanera
por los litorales de lo conocido), la intuición invenci­
ble de la inmensidad de lo desconocido, la ocultación
de la antiquísima estrella polar que se llamaba la Reli­
gión, el enloquecimiento de la aguja de marear que se
llamaba la conciencia Ubre, no son motivo de suprema
angustia, no son capaces de trascender a toda nuestra
sensibilidad y de enlutar la lira, como asombran el
alma con la más densa de las sombras! ¡Y eso no es dig­
no de ser llorado y clamado en sollozos y gritos inmor­
tales! ¡Ah!, si todo eso es una actitud, es la actitud en
que nos ha colocado la civilización, la actitud de Lao­
conte entre los anillos de las serpientes apolíneas."

Aun antes, en un texto que puede ser considerado el


Maniti.esto de la modernidad en Hispanoamérica, el pró­
logo que escribió para la edición del Poema del Niágara
del venezolano Juan Anto.nio Pérez Bonalde (Nueva
York, 1882), José Martí había ofrecido una precisa des­
cripción de la confusión contemporánea, viéndola en una
perspectiva sociológica nítida, como "una época de ela­
boración y transformación espléndidas", como "el tiem­
po de las vallas rotas" pues ya no se tropezaba con el con­
vento o el solar de los señores, como una "época de tu­
multos y de dolores" en el cual no había "obra permanen­
te, porque las obras de los tiempos de reenquiciamiento y
de remolde, son por escencia mudables e inquietas", 25
cuando "no hay caminos constantes, vislúmbranse ape­
nas los altares nuevos", la é¡>9Ca, en fin, en la que se proce­
día a "la elaboración del nuevo estado social".l4 Su vi­
sión de la época no es muy diferente de la que tuvieron
sus amigos mexicanos Manuel Gutiérrez Nájera y Justo
Sierra, ni diferente su respeto por la dificil navegación de
los escritores a través de ella. Junto a la inquietud y desa­
sosiego que esta prodigiosa mutación provocaba en los
artistas, el otro rasgo insistentemente analizado por José
Martí, es el que corresponde a la democratización cultu­
ral que se había producido vertiginosamente, de la cual él
ya había conocido la expresión de punta en el panorama
mundial, representada por el New York de 1880. Acarrea­
ba una subversión de los tradicionales sistemas producti­
vos de literatura y la instauración de nuevos y desconoci­
dos que Martí vió eri pasmosa agudeza critica y a los cua­
les se debió esa fulgurante respuesta líriCa que constituyó
el Ismaelillo ( 1882 ), que más que hijo de su hijo lo fue del
sacudimiento que experimentó Martí ante la experiencia
de la modernidad democrática y de sus nuevas pautas de
producción artística.
Si revisamos este texto anhelante, podremos despren­
der algunas de las características del sistema productivo
democrático que se había inaugurado para la poesía: ( 1)
ya no podían concebirse las obras macizas, largamente
pensadas y elaboradas, las que habían sido sustituídas por
el espontáneo poema corto, el texto rápido y certero:
"impresión, choque, golpe de ala, obra genuina, rapto sú­
bito"; (2) ya nada podía quedar encerrado en pequeños
grupos en un tiempo en que "el periódico desflora las
ideas grandiosas" y donde por .lo tanto "todo es expan­
sión, comunicación, florescencia, contagio, esparcimien­
to"; (3) ya los pensamientos no eran únicos y permanen­
tes, sino que nacían del comercio de todos y entraban en
un tráfago multitudinario, pues las "ideas se maduran
en la plaza en que se enseñan, y andando de mano en
mano, y de pie en pie"; (4) ya no quedaban "entidades su­
26 prahumanas recogidas en una única labor de índole teni­
da por maravillosa y suprema" sino que se asistía "a una
descentralización de la inteligencia" que también se re­
producía en la 'e5tetka: "Ha entrado a � lo bello dominio
de todos"; (5) ya, sobre todo, no había sitio para las con­
venciones heredadas, ni para las construcciones al ímpe­
tu de libertad que anidaba en el pecho de los hombres,
quienes debían recuperar su individualidad, ser ellos mis­
mos y no "lo que le añaden con sus lecciones, legados y
ordenanzas los que antes de él han venido", siendo esta la
clave de la originalidad artística y simultaneamente de la
libertad política.
Por eso el texto martiano encarece supremamente la
recuperaciÓn de la personalidad propia, fuera de las illo­
sofías, las religiones o los sistemas políticos establecidos,
condena la "vasta morada de enmascarados" en qué la tie­
rra se ha tornado y entona un himno al libre albedrío:

Asegurar el atbedrío humano; dejar a los espíritus su


seductora forma propia; no deslucir con la imposición
de ajenos prejuicios las naturalezas v.írgenes, ponerlas
en aptitud de tomar por sí lo útil, sin ofuscarlas, ni im­
pelerlas por una vía marcada. (... )Ni la originalidad li­
teraria cabe, ni la libertad política subsiste mientras
no se asegure la libertad espiritual. El primer trabajo
del hombre es reconquistarse. Urge devolver los hom­
bres a sí mismos; urge sacarlos del mal gobierno de la
convención que sofoca o envenena sus sentimientos,
acelera el despertar de sus sentidos y recarga su inteli­
gencia con un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso."

Es este uno de los primeros textos, y sin duda de los


más categóricos, en una serie que se prolongará por casi
tres décadas con coincidencia de las mayores personali­
dades poéticas de la época (Darío en 1896: "mi literatura
es mía en mí, quien siga servilmente mis huellas perderá
su tesoro personal"; Valle Inclán en 1908: "si en literatura
existe algo que pueda recibir el nombre de modernismo,
es, ciertamente, Un vivo anhelo de personalidad") respal­ 27
dando los tres rasgos con que Onís caracterizó a la época:
"el subjetivismo, el afán de libertad individual y la vo­
luntad de innovación",'6 los cuales sintetizan el espíritu
que animaba a la nueva sociedad.
Individualismo es palabra que cobra carta de ciudada­
nía en el XIX para designar una tendencia que será com­
batida tanto por el pensamiento de derecha (de Xavier de
Maistre a Maurras) como por el pensamiento de la iz­
quie•·da (los saint-simonianos, aunque Fourier y el mismo
Marx la evaluarán positivamente) y que fue vista asociada
a la república burguesa en oposición al régimen aristocrá­
tico. Así la percibió Tocqueville, como un producto de la
disolución de la sociedad aristocrática: "El indivualismo
es de origen democrático y amenaza desarrollarse a me­
dida que las condiciones se igualan" dirá, y lo condenará
porque destruye el orden jerárquico del Ancien Régime:

la aristocracia había hecho de todos los ciudadanos


una larga cadena que llegaba desde el aldeano hasta el
rey. La democracia la rompe y pone cada eslabón apar­
te.
Así, la democracia no solamente hace olvidar a cada
hombre a sus abuelos; además, le oculta sus descen­
dientes y lo separa de sus contemporáneos. Lo condu­
ce sin cesar hacia sí mismo y amenaza con encerrarlo
en la soledad de su propio corazón.'7

El individualismo, efectivamente, habría de regir la


vida económica y social de América Latina, en una rara y
breve interrupción o aflojamiento de su tradicional con­
centración del poder, y obviamente regiría del mismo
modo a la literatura. El liberalismo económico y la demo­
cratización que avanzan con vigor desde 1870, nos da­
rían un hirviente período de individualidades creativas
que explícitamente se opondrían a toda clasificación
dentro de rígidas escuelas y solo aceptarían la participa­
ción libres en el m ovimiento general de modernización.
28
Notas al Cap. 1

l . Thomas Hobbes, Leviatán (trad. de Antonio Escohotado, in·


troducción de Carlos Moya), Madrid, Editora Nacional, 1979, p.
278.
2. José María Samper, "La confederación colombiana" en El Fe·
rrocarril, Santiago de Chile, enero de 1859 y recogido en Unión
y confederación de los pueblos hispanoamericanos, Santiago de
Chile, 1862, reproducción facsimilar, Panamá, Ediciones de la
revista Tareas, 1 976 (con prólogo de Ricaurte Soler), pp. 349.·
3 50.
3. Karl Marx, Oeuvres choisies, Paris, Gallimard, 1963, t. J,pp.
1 42·3.
4. Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte, Ma·
drid, Guadarrama, 1 962, t. 11, p. 25.
5. Ob. cit., p. 16.
6. José E. Rodó, Ariel. Motivos de Proteo, Caracas, Biblioteca 29
Ayacucho, 1 976, p. 23.
7. V. Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el si·
glo XIX, Bogotá, Editorial Temis, 1974, ( 2a. ed.).
8. Antología del pensamiento conservador en Colombia, Bogo·
tá, Instituto Colombiano de Cultura, 1982, ( ed. Roberto Herre·
ra Soto), t. 1, p. 3 1 2.
9. Ibídem, p. 297.
1 0. V. Alvaro Tirado Mejía, "El Estado y la política en el siglo
XIX", en Manual de Historia de Colombia, Bogotá, Instituto Co·
lombiano de Cultura, 1 978/9, t. ll.
1 1 . V. Pensamieuto conservador (1815·1898), Caracas, Biblio·
teca Ayacucho, 1978 (ed. ]osé Luis Romero y Luis Alberto Ro·
mero)pp. 79·99.
1 2. Justo Sierra, Obras completas, t. III, Crítica y artículos litera·
ríos, México, UNAM, 1977, p. 98.
1 3. Ob. cit., p. 4 1 0.
1 4. José Martí, "El poema del Niágara" en Obra literaria, Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1978, pp. 205·2 1 7. Ver mi ensayo "La dia·
léctica de la modernidad en José Martín, en Estudios martianos,
San Juan, Editorial Universitaria, 1974, pp. 1 29· 1 97.
1 5. Ob. cit., p. 2 1 1 .
16. "Sobre el concepto de modernismo" ( 1949 ) en España en
,

América, SanJuan, Editorial Universitaria, 1 968 ( 2a. ed. ), p. l 79.


1 7. Alexis de Tocqueville, La democracia en América, México,
F,C.E., 1 957, p. 466, 467 ( libro 11, Cap. 11)

30
JI

EL ARTE DE
LA DEMOCRATIZACION

Los cambios históricos no son el producto de mutacio­


nes bruscas y conclusivas, ni siquiera cuando son promo­
vidos por revoluciones, y aun éstas, cuando son auténti­
cas transformaciones profundas, obedecen a modifica­
ciones graduales que se han producido en la estructura
31
económica y han ido contaminando los diversos niveles
de la sociedad. Aun aquellos períodos de cambio de dura­
ción relativamente reducida, al ser examinados en detalle
revelan que están compuestos de tendencias evolutivas.
de progresivas modificaciones, de desplazamientos gra­
duales de distintas concepciones, las que incluso pueden
aparecer superpuestas en un mismo tiempo.
En los estudios que he consagrado a una esfera más am­
plia que la literaria, como es la de la cultura latinoameri­
cana en ese período que la investigación histórica, eco­
nómica y sociológica se ha acostumbrado a llamar de la
modernización y que se extiende aproximadamente de
1870 a 1920, he podido reconocer, bajo el impulso gene­
ral que la constituye, el cual se ya intensificando median­
te su propia acumulación a lo largo de ese medio siglo, di­
ferentes estados o momentos de una misma evolución.
Entre ellos hay perceptibles diferencias, tanto en los
comportamientos sociales como en las paralelas expre­
siones literarias que son las que aquí nos interesan. Hay
también diferencias entre las distinas áreas culturales del
continente, aunque ellas no alteran las tendencias evolu­
tivas fundamentales sino que modifican los tiempos en
que se producen y sus intensidades.
La atención para el proceso cultural concreto del con­
tinente tiene la ventaja de evitar dos habituales riesgos de
los estudios latinoamericanos: la mecánica transposición
al continente de los procesos sociales y culturales del
mundo capitalista que en el período influyen sobre Amé­
rica Latina ( Europa y Estados Unidos) y la rígida aplica­
ción de teorías interpretativas que se han fraguado en el
cauce europeo, distorsionando así la peculiaridad del
proceso cultural latinoamericano. ( Cuando ya nos creía­
mos liberados de las teorizaciones positivas y nacionalis­
tas hemos caído en las mismas mecanicidades con las pre­
suntamente marxistas por quienes, una vez que aprenden
el esquema, lo hacen calzar como sea sobre la realidad la­
tinoamericana).
32 La modernización, como nunca debemos olvidarlo, no
nace de una autónoma evolución interna sino de un re­
clamo externo, siendo por lo tanto un ejemplo de contac­
to de civilizaciones de distinto nivel, lo que es la norma
del funcionamiento del continente desde la Conquista. Si
bien fue un largo reclamo de las culturas latinoamerica­
nas (la capital obra de Sarmiento ) sólo comenzó a ser rea­
lidad cuando las demandas económicas de las metrópolis
externas se intensifican tras la Guerra de Secesión en Es­
tados Unidos y la franco-prusiana en Europa. Las apeten­
cias internas y externas se conjugaron óptimamente en
ese momento, aunque las segundas dispusieron de una
potencialidad incomparablemente mayor que las prime­
ras, las que a veces se confundían con una simple y quejo­
sa reclamación de ese "orden y progreso" que concluiría
·

siendo la divisa positiva del período.


Las metrópolis inyectan un nuevo dinamismo en la re­
gión, proponen modelos de organización económica y de
estrUcturación social y reclaman el rápido ajuste a sus re­
querimientos, cosa nada fácil pues es de sobra sabido que
ninguna sociedad se prepara previamente para la even­
tualidad de un futuro desarrollo económico. La acción
externa implica una ingente reacomodación, la cual no
puede sino pasar por etapas evolutivas, a medida que se
generan modificaciones de la demanda, a veces perma­
nentes -el café, los cereales- y otras temporarias y erráti­
les -el caucho, el guano- las que a su vez están sujetas a
bruscos deterioros de precio y volumen, según las cir­
cunstancias metropolitanas, todo lo cual compuso ese pa­
norama agitado e inseguro que conoció el período, don­
de los espléndidos avances encadenaban rápidamente
con depresiones dentro de un clima de improvisación y
de aventurerismo.
De los numerosos indicadores de ese progreso que los
sectores urbanos comprobaron, ninguno más alecciona­
dor que la reinversión de la estancada curva demográfica
latinoamericana que gracias al grueso aporte de inmi­
33
grantes europeos comienza a elevarse, compitiendo tar­
díamente con la norteamericana y anunciando la instau­
ración de más fuertes mercados nacionales ' . "En un me­
dio siglo, entre 1 850 y 1 900, Latinoamérica duplicó su
población. De 30,5 millones pasó a ostentar 6 1 , progre­
sando a razón de 1 ,4 por ciento anual. Esta tasa era dos
tercios superior, aproximadamente; a aquella con la que
había crecido durante el siglo precedente"2 y la mayor
parte de su aumento se situó a partir de 1 880 gracias al
aporte inmigratorio que alcanzó sus mejores cifras en
Brasil, Uruguay y Argentina. En este país, señala Sánchez
Albornoz, "el tope de la influencia extranjera se sitúa en
1 9 1 4; un 30 por ciento de los residentes habían nacido
entonces fuera del territorio nacional. En ningún mo­
mento de su historia fueron tantos los extraños en los Es­
tados Unidos; a lo sumo, la mitad de esa cifra".3
Ese crecimiento es directo responsable de la urbaniza­
ción, al sumarse los inmigrantes europeos a los que vie­
nen de los campos nacionales pauperizados.4 Por primera
vez en la historia de América las ciudades triunfan sobre
las áreas rurales, imponiéndoles su conducción e incor­
porándolas a la unidad nacional y a sus planes económi­
cos. En la medida en que es entonces que se constituyen
las "literaturas", éstas aparecerán como productos urba­
nos y las diversas líneas creativas, tanto cultas como po­
pulares, registrarán marcadamente las pautás urbanas.
Tanto la urbanización como la heterogeneidad de los
aportes demográficos que robustecen las ciudades, impli­
caron ingentes y contradictorias reacomodaciones cultu­
rales, frecuentemente bajo la forma de estratificaciones
que seguían la distribución en clases. Esa variada masa ur­
bana será la que reciba primero el impacto modernizador
y la que vaya adaptándolo a sus propios requerimientos,
para trasmitírselo luego a los pueblos y comunidades ru­
rales. Rigió aquí una ampliación progresiva de la base
contaminada por la modernización, en la medida en que
ésta fue aumentando su acción y reclamando nuevos sec­
tores participantes del proceso, lo que a su vez auspició
34 contradicciones y luchas sociales, acompañadas por su­
cesivas transformaciones educativas, religiosas, doctrina­
les. La modernización arrasará sectores que se le oponen
(el doblegamiento de los campesinos ), generará nuevos
estratos ( los proletarios), despertará apetencias desco­
nocidas y desencadenará una movilidad social, inespera­
da en las tradiciones de la región.
Cuando se va anunciando en la década del 70, encuen­
tra solo una muy restringida élite intelectual para atender
a sus demandas. Su número de integrantes era excesivo
para las necesidades de la anterior sociedad estancada, se­
ñorial y jerárquica, y desde luego se conocían todos, te­
nían relaciones personales y por lo común vivían en el es­
pacio de unas pocas cuadras que conformaban el centro
urbano. Pero la modernización comprueba bruscamente
que los recursos intelectuales de que se disponía eran no­
toriamente insuficientes para la nueva coyuntura. Resulta
pintoresco que una de las argumentaciones de Rafael Nú­
ñez en favor de la conjunción de los dos partidos, liberal y
conservador, fuera que "nuestra población medianamen-
te culta es poca, y los elementos personales de gobierno
que ella suministra, son, por fuerza, escasos. La absoluta
exclusión de un partido es, por tanto, un grande error ad­
ministrativo que casi raya en imposible moral" '
La experiencia que hicieron los- latinoamericanos en el
último tercio del XIX, fue la de la apertura del horizonte
social que favoreció los raudos ascensos sociales que dan
la tónica y aun la mitología de las sociedades burguesas
dinámicas. También los latinoamericanos revivieron las
apetencias y frutradones de los Julien Sorel o Eugenio de
Rastignac en la Francia de la primera mitad del XIX. Hubo
circunstancias que incitaron el espíritu aventurero y
oportunista, con quejas de sobra conocidas en relación a
la nueva clase burguesa de la época, pero bastante menos
vistas cuando se habla de los escritores, quienes eran sin
embargo miembros de la misma sociedad y tiempo, so­
metidos a similares impulsos.
Más aún porque la multiplicidad de nuevas funciones
generadas por la modernización, les dio posibilidades de 35
trabajo y los puso en repentino contacto con las fuerzas
operantes sobre el público. Para tomar un solo ejemplo,
el brusco avance de la prensa absorbió prácticamente a
todos los escritores existentes y como no resultaban sufi­
cientes, debió improvisar a muchos más para atender a
sus urgentes necesidades, lo que provocó conflictos de
competencia y de jerarquización profesional. • Los mis­
mos escritores fueron reclamados a la vez para la docen­
cia y también resultaron insuficientes. Los Institutos nor­
males y profesionales creados entonces no eran tampoco
capaces de abastecer los puestos que reclamaba la am­
pliaCión educativa, lo que en la época provocó un recluta­
miento indiscriminado de alfabetizadores y una contrata­
ción masiva de maestros extranjeros, sobre todo españo­
les.
El primer segmento de la modernización, que se ex­
tiende desde 1870 hasta bien entrada la década siguiente,
concedió, por las razones expuestas, un papel protagóni­
co a los intelectuales. Eran pocos los que estaban prepara-
dos y dotados para comprender la hora internacionalista
que se había instituído (sumándose al equipo de audaces
burgueses nacionales del tipo de Mauá, que desempeña­
ron el papel de capitanes de industria, aunque más fre­
cuentemente, el de simple especuladores), por lo tanto
capaces de formular la doctrina adecuada al momento. Lo
hicieron saqueando las filosofías europeas en boga y con­
sagrándose a la que fue su principal tarea: la formación de
equipos intelectuales mediante la educación. Para citar
dos nombres claves: en México lo hizo Gabino Barreda
desde la Oración cívica de 1 868 en que traspuso Comte a
la historia nacional, y en Brasil Tobías Barreto, quien des­
de 1 882 anima la Escuela de Recife e introduce la filosofía
alemana en América, luchando con la influencia francesa
que estaba creciendo. Ellos enmarcaron ideológicamen­
te la renovación social y es por eso que, siguiendo los agu­
dos estudios de Roque Spencer Maciel de Barros para el
Brasil, he designado ese .primer momento del período ge­
36 neral ( que llamo de la Cultura modernizada internaciona­
lista)como el de la cultura ilustrada.
Nadie ha visto mejor la importancia de este equipo y su
extraordinaria acción pública que Maciel de Barros, al es­
tudiar la evolución universitaria de un país que se había
caracterizado, bajo el suave despotismo culto de Pedro 11,
por haber desarrollado una alta y dotada clase intelectual:
"sob o infiuxo dos autores "pópulares" do seculo XIX,
criamos un movimiento "ilustrado" que, sob forma nova,
de certo modo desempenhou um papel semelhante ao do
iluminismo na Europa do século XVIII". 7 Su estudio se re­
fiere solo al Brasil, pero es patente su penetración, si se
revisa desde esa perspectiva lo que por las mismas fechas
ocurría en el resto del continente. las mismas palabras
pueden aplicarse en México a la acción de Ignacio Alta­
mirano y su grupo tras la restauración de la Repúbiica, o a
la tarea educativa que en Cuba cumple Enrique José Ve­
rona y en Santo Domingo Eugenio María de Hostos, o a la
profícua actividad de quienes han sido denominados en
la Argentina como los miembros de la "generación del
80", patricios en buena párte que cumplen plurales fun­
ciones como periodistas, ministros, educadores, y tam­
bién literatos o, mejor, a la francesa, "hommes de let­
tres".7 bis. La aproximación de esta rica generación, (don­
de caben no solo los liberales citados, sino también los
conservadores a que ya hicimos referencia) con los ilu­
ministas del XVIII, es extraordinariamente fecunda, aun­
que provoque una desarticulación de los tiempos cultu­
rales a la europea que es habitual se sigan en la historio­
grafía americana, cuando lo propio del continente es una
arritffiia temporal respecto al modelo extranjero. Del
mismo modo que en la modernización, florecen proyec­
tos típicamente románticos que no llegaron a cuajar en la
época adecuada (la citada constitución de las "literatu­
ras"), también reaparecen problemas, debates, concep­
ciones, típicamente iluministas, que nos permiten com­
pensar la endeblez del pensamiento americano de la Ilus­
tración.•
Los escritores de ese primer perí� todavía siguen 37
manejando la variedad c:te asuntos que fue propia de los
enciclopedistas; son tantó o más ideólogos (y educado­
res ) que artistas, como fue en cambio la norma de sus su­
cesores; actúan indistintamente en los campos de la polí­
tica, la filosofía y las letras; tienen una decidida vocación
internacionalista, con un registro de una amplitud uni­
versal que ya no conocieron quienes los siguieron; son
mayoritariamente hijos del positivismo (Spencer o Coro­
te) y del realismo, aunque pueden rastrearlo hasta Steme
( Machado de Assis) y combinan la omnímoda influencia
victorhuguiana con el rigor parnasiano.
Dado lo restringido de su número, en las circunstan­
cias amplificadas que comienzan a vivir, se produce en
América Latina esa curiosa inversión característica de los
períodos ilustrados: el desarrollo que vive la cultura pare­
ce nacer de las ideas más que de las transformaciones rea­
les de la sociedad y el movimiento generado responde a
la estricta tarea intelectual que busca imprimirse sobre lo
real. Además, estas ideas parecen venir todas de fuera
como urgentes importaciones para cubrir. vacíos y ana­
cronismos. Maciel de Barros ha valorado honradamente
esta situación paradójica, al reconocer las ventajas que
acarreó para desestancar a la América Latina e introducir­
la en la contemporaneidad:
ésse caminhar das idéias muito antes dos fatos e faz
que compreendamos que essa civiliza<;ao "litoranea",
voltada para a Europa, a espera de novos figurinos e
novos livros, nao era um luxo, um requinte, urna alie­
na<;ao da realidade; compreendendo que o Brasil era,
como é, urna na<;ao típicamente ocidental -e nao ape­
nas "portuguesa", como muito menos o era "indígena"
ou "africana"- éstes homens buscaram os instrumen­
tos capazes de intergrarnos, de vez, na grande comuni­
dade euro-americana; ao invés de se entregarem a urna
suposta realidade brasileira, procurayam criá- la pela
a<;ao educativa da lei, da escota, da imprensa, do livro!

El campo en que esta brillante generación cumplió su


38 misión más alta fue el de la educación. Le debemos una
revolución en los planes pedagógicos ( íntegramente el
pestalozzismo, o las versiones atemperadas de la pedago­
gía de Horace Mann ), la aparición de las escuelas técnicas
que acabaron con el exclusivismo universitario que os­
tentaban la abogacía y la medicina y un ingente avance en
la preparación de los equipos intelectuales del continen­
te, al punto ·que puede <tearse ·que su constitución se mo­
dificó por primera vez luego de casi tres siglos de rutina­
ria vida universitaria. En el hemisferio hispanoamericano
su figura clave fue Eugenio María de Hostos ( 1839-
1 903), cuya aportación en pedagogía, sociología y ética
fue capital para la modernización de las jóvenes genera­
ciones de al menos tres países (Santo Domingo, Chile y
Venezuela) a los que habría que agregar su tardía influen­
cia en su patria, Puerto Rico.
Este primer momento de la Cultura modernizada inter­
nacionalista, no esconde, sino que se enorgullece de la
nota minoritaria y aristocratizante que la distingue. Sus
integrantes son los custodios del saber, -disponen fre-
cuentemente de una sólida formación intelectual- pero
ambicionan trasmitirlo y expandirlo dentro de la socie­
dad utilizando todas las vías a su alcance, desde las aulas a
las columnas periodísticas o los puestos culturales de la
administración estatal. Con ellos cambia sensiblemente
el tono de la vida intelectual. Un estilo menos engolado,
más accesible y compartible lo distingue. Entramos al es­
tilo de la conversación que irá expandiéndose con consi­
derable éxito en las décadas posteriores, al ser asumido
por los jóvenes, respondiendo todos, mayores o meno­
res, a los sistemas de producción que propicia la prensa.
Se entrará entonces a un segundo momento que se lo­
gra. por la adaptación de varios miembros de la cultura
ilustrada pero, fundamentalmente, por incorporaciones
juveniles, en la medida en que se intensifica y se amplía la
base social de la modernización. Desde mediados de los
años 80 se percibe ese cambio, al cual se adaptan más
presto los nuevos reclutas que elaboran con audacia las
39
proposiciones de su tiempo, pero asimismo marca el
tránsito de algunas grandes figuras que habiéndose desa­
rrollado en los marcos de la cultura ilustrada son sensi­
bles al cambio. Es el caso de los dos mayores de su tiem­
po, Joaquim Machado de Assis, que en 1 88 1 publica Me­
mórias Póstumas de Brás Cubas y José Martí que en 1 882
escribe el Ismaelillo, abriendo el camino a la novela y la
poesía modernas, respectivamente.
· América Latina se incorpora entonces a la cultura de­
mocratizada, nombre con el cual quiero significar que no
se trata aún de una plena cultura democrática, en la rara
acepción del término, sino de una cultura moderna, in­
ternacional, innovadora, que sigue el proceso de demo­
cratización que está viviendo la sociedad. El descentra·
miento de la vida intelectual se intensifica, aumenta el nú­
mero de sus ejercitantes, la producción crece, la difusión
en el medio social es muy alta y la competitividad profe­
sional, que puede medirse por la cantidad de polémicas,
se vuelve mayor. Creo que sin embargo no desaparece la
conciencia de "aristos" de que estaban poseídos los in te-
lectuales y que aun claramente se detecta en el sentido
individualista que todavía había animado en 1 87 l las De­
mocratic Vistas de Walt Whitman, que defendían la nueva
cultura en curso en Estados Unidos. Creo también que
este cambio no eludió los riesgos de superficialización,
improvisación, oportunismo, que fatalmente acecharon a
una promoción juvenil y urgida, que aún más que en los
libros, se educó en diarios y revistas, y practicó con más
asiduidad que sus antecesores, las reuniones de café y la
vida bohemia, sustituyendo los templos del saber laico
que eran los Ateneos y las logias masónicas.
Es característico de este segundo momento la flora­
ción de autodidactos y la reticencia respecto a la vida uni­
versitaria, que había sido la norma del intelectual del XIX.
Los jóvenes no encuentran en las aulas cabida a sus voca­
ciones, o deben atender inmediatas demandas económi­
cas ya que carecen en su mayoría de recursos, o no tienen
tiempo ni ganas de cumplir con los rituales de la forma­
40 ción académica. Este fenómeno es un subproducto de la
creciente división del trabajo que introduce la moderni­
zación; en esa circunstancia, las letras, que habían sido
simplemente un anexo de la actividad del universitario o
del político, se constituyen en especializaciones autóno­
mas, dentro de las precarias condiciones del momento. '0
Un testigo juvenil de la época, Alberto Zum Felde, ha des­
tacado la contribución que hicieron a la formación de los
autodidactos, las casas editoriales españolas, en especial
la anarquista Sempere, de Valencia: "La aparición del inte­
lectual de café, nutrido de Sempere, término común del
autodidacta, en el que son excepción los tipos de una cul­
tura s�perior, supone a su vez, como es inherente, la apa­
rición del café literario, fenómeno nuevo, asimismo, en el
ambiente platense."" No será por lo tanto habitual el ri­
gor intelectual de un Paul Groussac, un Silvio Romero o
un Valenrín Letelier, ni el deseo de investigar sistemática­
mente la gran tradición cultural y, sustituyéndolo, serán
las actualidades literarias las que moldearán a los escrito­
res mediante los últimos figurines que llegaban en pocos
libros y más que nada en las noticias de la prensa. La pose­
sión de un libro podía ser una hazaña que resolvía el éxito
literario de un escritor; de Julio Herrera y Reíssíg se dijo
que tenía a Albert Samaín encerrado en un armario; los
desvelos de Sanín Cano para conseguir las obras de
Nietzsche y de George Brandes, acreditan el rigor con
que se posesionó de la cultura europea; Os Simples de
GuerraJunqueíro pudo haber resuelto el destino literario
de Cruz e Sousa y toda la sabiduría del movimiento sim­
bolista brasileño se debía a que Medeiros e Albuquerque
había conseguido que un amigo le enviara de Europa los
libros de los innovadores recientes. Pero aún más que es­
tos libros casi sagrados que pasaban de mano en mano,
era influyente la prensa que concedía una atención, luego
desaparecida de sus páginas, a los acontecimientos litera­
ríos. Más importante todavía fue el circuito de comunica­
ción oral que se estableció gracias a los cafés. La genera­
ción anterior practicaba las reuniones privadas y algo ce­
remoniales, tal como las ha contado Ignacio Altamírano 41
en sus Revistas Literarias para el caso de México, en tanto
que la nueva vivía en la redacción de los periódicos adon­
de llegaba nutrida información europea, se encontraba
en los teatros y sobre todo se reunía públicamente en los
cafés, cuyo bullício no impedía que allí mismo fueran es­
critas obras definitivas, a veces sobre el reverso de los for·
mularíos del Telégrafo (Florencio Sanchez).
Estos escritores de la cultura democratizada se consti­
tuyen en hijos exclusivos de la modernidad. Leen mayori­
tariamente lo que se produce en su tiempo, en especial
las novedades y comienzan a ignorar la robusta tradición
milenaria de la letras. Son hijos del tiempo, de sus urgen·
cías, de sus modas, por lo cual extraordinariamente re·
ceptivos a las influencias del momento. Su autodidactis­
mo les concede una libertad atrevida, propicia alevosos
robos literarios, les hace caer fácilmente en las epidemias
artísticas y en algunos pocos conduce a una "tragedia es­
piritual", tal como dijo Sanín Cano de José Asunción Silva.
Esta ejemplar amistad intelectual entre dos colombia-
nos eminentes, permite avizorar las dos caras de ese auto­
didactismo. En 1 894, Silva le escribe desde Caracas ofre­
ciéndole el panorama de la vida intelectual de una ciudad
que fue centro activo de la renovación (con sus revistas
El Cojo Ilustrado, 1 892- 1 9 1 5 y Cosmópolis, 1 894- 1 898 )
y en la que sin embargo él registraba el facilismo, la imita­
ción y la inconsistencia: "De Rubén Dariacos, imitadore�
de Catule Mendes como cuentistas, etc., de crítico al
modo de G., pero que no han estado en Europa y de pen­
sadores que escriben frases que se pueden volver como
calcetines y quedan lo mismo de profundas, están llenos
el diarismo y las revistas"12• Por su lado, en las notas a la
poesía de Silva, escritas en 1 923, Sanín Cano describió
como "la tragedia de su vida espiritual" la insuficiencia
educativa de la enseñanza de la época y la insuficiencia
aún más grave del autodidactismo:

42 Silva recibió apenas el bautismo de la ciencia. Los co­


legios por donde paseó su serena adolescencia apenas
suministraban ocasión de aprender nada. El día en que
sintió la<> morqeduras del genio sobre su frente, tendió
la vista hacia atrás para averiguar lo que había aprendi­
do en la escuela y descubrir, como todos nosotros,
que no sabía nada.
Otros habíamos hecho ese descubrimiento y había­
mos emprendido una doble . tarea. Estábamos desa­
prendiendo las falsas e incompletas nociones del cole­
gio, y, mientras lucrábamos el pan de cada día, tratába·
mos de adquirir ideas menos falsas y menos incomple­
tas que las primeras.
En esto encontrábamos una diversión y la disfrazába­
mos de fin noble, a falta de otras disciplinas caballeres­
cas. La seriedad con que Silva miró siempre la vida le
hizo considerar con gesto trágico esta ocurrencia de
todos los días. Se precipitó a adquirir conocimientos
con un ardor religioso. Mas, como descubría que para
leer a Spencer, verbigracia, era necesario saber mecá­
nica, historia natural, química, etnografía, ciencias
exactas, su desesperación no tenía límites. Lo que
para nosotros era una orgía de adquisiciones científi­
cas, para él se convertía en una especje de tormento."

La desaparición del dómine y el triunfo de la impresión


sobre el estudio fundado y pormenorizado, fue la conse­
cuencia del autodidactismo, si se le agrega que quienes
así se habían formado, no bien habían aprendido a escri­
bir ya se volvían columnistas diarios, remando agotadora­
mente en las galeras de la prensa. Brillante adelantado de
este prototipo fue Manuel Gutiérrez Nájera que desde la
adolescencia hasta su muerte sostuvo la crónica teatral, la
literaria y la de costumbres en los períodicos mexicanos.
Su resplandeciente escritura no le impedía saber bien so­
bre qué cuerda floja daba sus saltos mortales todos los
días. Podía decir "Yo soy un amateur lisa y llanamente" y
al mismo tiempo comprobar que "Revélase el genio por
el atrevimiento y la osadía", aunque esta cualidad se asen­
taba sobre el conocimiento casi exclusivo de las actuali-
dades francesas y sobre los recursos de un estilo brillante. 43
Este deslizamiento que por la vía del periódico llevada
del estudio concienzudo al triunfo de la impresión subje-
tiva, propiciaba el desplazamiento hacia el estilo y hacía
de éste la carta de triunfo, tal como Gutiérrez Nájera lo
celebró en Alfredo Bablot, a quien rindió tributo admira-
tivo toda su vida, pues tenía "la facultad esencial del pe-
riodista, la facultad de asimilarse todo", "lo que no sabía a
las doce y media de la noche, le era conocido y familiar a
la una de la mañana", "quien no le vió en la redacción de
un diario manejar las tijeras, poco sabe de ardides perio-
dísticos" '\ todo lo cual se resolvía en su escritura:

estilo suelto, franco, f.ícil, como la conversación de un


hombre de mundo y que a veces parece un cuchicheo
entre bastidores; otras, una charla entre amigos a la
hora del champagne, siempre seduce, siempre cauti­
va, encanta como ei delicioso mohín de una polla de
quince años, como el fru-fru de la seda en el salón de
baile o el pío pío de mil pájaros a la hora del crepúscu­
lo."
Por eso, en el segundo momento de la Cultura moder­
nizada intemacion2.lista, la cualidad de "literato" habrá de
primar sobre la de "intelectual". Habrá más poetas líricos
y prosistas de cuentos, estampas, esbozos, que exposito­
res y analistas de ideas. Preferirán expresar emociones,
sensibilidades, sensaciones, pudiendo definirse con el
verso dariano: "Sentimental, sensible, sensitivo". Valle In­
clán que reconoció esa tendencia ("advertimos en los es­
critores jóvenes más empeño por expresar sensaciones
que ideas"'6) trató de construir una teoría interpretativa,
pero ellos no parecieron necesitar de justificaciones. Uno
de los adelantados del simbolismo brasileño, Medeiros e
Alburquerque, decía en 1 889: "Que importa a Idéia, con­
tanto 1 que vibre a Forma sonora 1 se da Harmonía do can­
to 1 vaga alusáo se evapora?"'7 Y un crítico tan atento a las
ideas, como Miguel de Unamuno, declararía admirar en
Silva esa condición sensible: "Y puros, purísimos son por
lo común los pensamientos que Silva puso en sus versos.
44 Tan puros que como tales pensamientos no pocas veces
se diluyen en la música interior, en el ritmo. Son un mero
soporte de sentimientos. Y cuando estos pensamientos se
acusan, cuando résalta de relieve el elemento conceptual
de Silva, es cuando Silva me gusta menos".'8
El subjetivismo sensualista de la era modernízada gana­
ba con ellos una nueva batalla, inundando América de lo
que hoy llamaríamos una "literatura de la onda". Apunta­
ba a un corte más radical que el que habían introducido
los ilustrados, pues estos, tanto en la poesía positivista
como en la pamasiana, habían seguido desarrollando un
discurso ideológico racional, coherente, en el que se pre­
dicaba sobre la realidad, cercana o distante, en tanto que
los nuevos parecían renunciar a la espina dorsal de la ciu­
dad letrada latinoamericana, la propiedad de las ideas. Los
positivistas podían discutir con los liberales románticos y
con los católicos conservadores, pues compartían el mis­
mo �iscurso de las ideas. Con estos nuevos no podían ha­
cerlo, pues solo les ofrecían la posibilidad de co-sentir
con ellos. De ahí surge la oposición generalizada en que
resultan agrupadas fuerzas entre sí adversas: los retrasa­
dos románticos, los conservadores, l()s liberales, las viejas
fuerzas del orden, pero también los positivistas y raciona­
listas, el grueso de los ilustrados que en la medida en que
se habían consagrado a una tarea educativa en beneficio
de las jóvenes generaciones, sintieron el fracaso y la trai­
ción: Silvio Romero, José Verissimo, Calixto Oyuela,
coinciden en la alarma. Quizás solo los católicos, tan gol­
peados por la batalla positivista, hubieran podido ver una
reivindicación en este movimiento, atendiendo a la vaga
religiosidad que lo impregnaba, si no fuera que poco res­
pondía a las concepciones dogmáticas de la Institución
católica sino más bien a las corrientes disidentes del espi­
ritismo, la teosofía, el misticismo, todas claramente anti­
institucionales.
El intuicionismo que practicaban y que teorizaría
Bergson, siempre había sido visto con desconfianza por
el catolicismo institucionalizado, como lo probó la con­
dena del "modernismo" por Pío X ( 1 907). 45
Cuando en vez de visualizar la selección histórica que
nos ha conservado solo a las eminencias, contemplamos
el panorama del momento tal como se registra en la mul­
tiplicidad de revistas y diarios, nos sería dificil no com­
partir la crítica, visto el adocenamiento de la producción
y el facilismo democrático que atestigua, pues si pocos
son capaces de pensar y apropiarse de los cuerpos ideo­
lógicos de la época, todos demuestran que pueden sentir
y decir lo que sienten, dentro de una gramática colectivi­
zada. Si es justa la observación de Martí, en su prólogo a
Pérez Bonalde,de que se han multiplicado los contribu·
yentes de las letras, no es menos justa su comprobación
de que ese aumento númerico no se acompasa con la cali­
dad: "Sorprende el número de buenos poetas secundarios
y la escasez de poetas eminentes solitarios. El genio va pa·
sando de individual a colectivo"19 dijo, y melancólica­
mente lo corroboró Darío en su manifiesto de Prosas pro­
fanas: "La obra colectiva de los nuevos de América es aún
vana, estando muchos de los mejores talentos en el limbo
de un completo desconocimiento del mismo Arte a que
se consagran"!0 Lo que más extensa y pormenorizada­
mente dirá en su artículo d<; respuesta a Clarín, de 1 894,
hablando de la escasa docena de poetas verdaderos entre
la falange de "los afrancesados cursis, los imitadores des­
garbados, los coloretistas·, etc."21
A esa crítica, que ve esta producción como un galima­
tías precioso, incoherente, rebuscado, se suma comple­
mentariamente otra, tal como la expresó José Verissimo:
"náo corresponde a um estado d'alma, que por sua vez
seja efeito de um estadó social. E um mero produto de
imita�áo". 22 Quizás la palabra justá hubiera sido "importa­
ción" que la situaría dentro del contexto económico de la
época, y secundariamente "importación francesa" pues
como ha observado bien José Luis Martínez la influencia
de Francia "va a alcanzar su mayor fuerza en las últimas
décadas del siglo"23 reemplazando con una exclusiva pa­
risiense la posición mucho más amplia, el manejo de plu­
46 rales fuentes universales, entre las que cupo importancia
a la inglesa y la alemana, que caracterizó a los ilustrados
( Machado de Assis, Baldomero Sanin Cano, Silvio Rome­
ro, José Martí ) y 'por lo cual éstos objetaron esa reduc­
ción del universalismo que predicaban a una única fuente
de abastecimiento cultural. Fuera de que la Francia de la
segunda mitad del XIX se había constituido en la capital
del siglo, como dijera Benjamín, la crítica se dirigía im­
plícitamente al menor conocimiento de lenguas y al me­
nor esfuerzo para apropiárselas, que distinguió a los jóve­
nes, lo cual corrobora el espontaneísmo y confuso auto­
didactismo de la generación democratizada.
En boca de los ilustrados, que fueron sus principales
formuladores, la acusación tenía un inocultable airecillo
cultista y contradictorio. Quienes hicieron de la intro­
ducción del realismo franco-inglés y del parnasianismo
poético, junto al pensamiento cientificista de la época,
sus grandes instrumentos modernizadores, mal podían
reprobar la incorporación de la estética simbolista, del
impresionismo y del art-nouveau, que además venían
mezclados con evidentes resabios artepuristas y proce­
dían del rigor y ia decantación operada por el realismo.
Como es frecuente en estos debates· generacionales, los
jóvenes asumieron la acusación como bandera y se jacta­
ron de sU tarea imitativa. En el mismo año 1 896, Rubén
Darío lo expuso provocativamente en su respuesta a Paul
Groussac apelando a un verso francés ("Qui pourrais-je
imiter pour etre original? me decía yo"24) y Justo Sierra
elaboró el asunto en su prólogo a las Obras póstumas de
Manuel Gutiérrez Nájera; devolvió el cargo, acusando a
los mayores de servilismo imitativo a diferencia de la acti­
tud de los jóvenes que según él sería de itpitación selecti­
va y asimilativa: "Sí, sí ha habido evolución y para ello la
asimilación ha sido necesaria; imitar, sin escoger, casi sin
conocer, primero; imitar escogiendo, reproducir el mo­
delo, después, esto es lo que se llama asimilarse un ele­
mento literario o artístico, esto hemos hecho", primero a
través del "delgado escurrimiento del acueducto espa-
ñol", para luego hacerlo directamente: 47

Como aprendemos francés al mismo tiempo que el


castellano; como en francés podíamos informarnos y
todos nos hemos informado, acá y allá, de las literatu­
ras exóticas; como en francés, en suma, nos poníamos
en contacto con el movim.iento de la civilización hu­
mana y no en español, al francés fuimos más derecha­
mente!'

La tesis de Justo Sierra fue suficientemente persuasiva


como para que la hicieran suya los aún más jóvenes his­
poanoamericanos, tal como se observa en el prólogo que
Manuel Ugarte escribió para su antología de La joven lite­
ratura hispanoamericana de 1 906. Manuel Ugarte ( 1 875-
1 95 1 ) era 27 años más joven que Sierra (22 menos que
Martí, 18 menos que Darío) integrando esa generación
posterior -que alguna vez se llamó novecentista- marcada
por el afán americanista, como en su coetáneo Rufino
Blanco Fombona, que se testimonió en grandes campafias
políticas, sobre todo las antimperialistas que hicieron re-
florecer el "nuestroamericanismo" de José Martí. En su
prefacio hace suyos, sin citar la fuente, los distingos de
Justo Sierra, reconociendo dos grandes actitudes, imita­
ción directa e imitación aplicada, aunque deslizándolos
en el tiempo: ellos, los jóvenes novecentistas serían los
de la imitación aplicada y sus mayores, los "personales"
como los llama, citando explícitamente a Gutiérrez Náje­
ra,Julián del Casal,José Martí y Rubén Darío, los de la imi­
tación directa, a quienes rinde franco homenaje, pues
"nos prepararon el camino y nos entregaron en el dintel
de nuestra vida consciente todas sus conquistas realiza­
das y todas las armas que habían conseguido forjar". Es la
tradicional operación que consiste en remitir a los mayo­
res al incómodo puesto de "precursores" que tuvo tanto
éxito en el discurso crítico sobre el modernismo. Efecti­
vamente, Ugarte dice en el mismo prólogo, con unción
agradecida:

48 Nuestra generación ha venido a completar a sabiendas


esa obra, renovando el lenguaje, aligerando el estilo y
modernizando los medios de expresión hasta poner­
los en consonancia con la época. Pero no es posible ol­
vidar que los que más trabajaron en favor de la refor·
ma fueron los escritores de imitación que, ignorantes
a menudo de las reglas sancionadas, las suplían a su an·
tojo, y a veces con muy buen tino, iniciando por insufi­
ciencia una evolución que debía completarse por
convencimiento. 26

Ocurre que Manuel Ugacte pertenece al que he llamado


tercer momento de la Cultura modernizada internaciona­
lista, y al que he designado como de cultura pre-naciona­
lista. Emerge ya dentro del siglo XX y prepara el espíritu
que resulta solemnizado en las festividades del Centena­
rio de la emancipación ( 1 9 1 O), tras las cuales se abre otra
macroperíodo de la cultura latinoamericana, que abarca­
rá otro medio siglo llegando por lo tanto hasta nuestros
días, y que he rotulado de la Cultura modernizada nacio­
nalista. Todavía él está afiliado al internacionalismo y aun
al francesismo anterior, pero ya los intlexiona hacia el dis­
curso regional que en todos los órdenes de la vida social
( política, economía, música, literatura, artes) presenció
la exaltación nacional y nos dió ese vanguardismo o mo­
dernismo ( según los hemisferios lingüísticos del conti­
nente) cuyo signo interrogativo fue la integración cultu­
ral de cada una de las que ya sin vacilar se denominaban
naciones latinoamericanas. No es el tercer momento el
asunto de mi ensayo, sino el anterior, de la cultura demo­
cratizada, aunque a veces resulte útil contrastar las res­
pectivas visiones que sobre él tuvieron los ilustrados y los
pre-nacionalistas. De hecho éstos fueron mucho más po­
sitivos en su apreciación que los primeros y sobre todo
deslizaron la ruptura cultural de las letras americanas,
que los ilustrados consideraron que ellos habían realiza­
do en los años setenta ( veánse los textos de Silvio Rome­
ro27) a los años noventa, estimando que de allí procedía el
legado renovador de la literatura.
Incluso en este punto de la imitación, como se ve, apo­ 49
yaron a sus inmediatos antecesores y también ellos hicie­
ron de París su hogar intelectual, sin reparar en que era
otra cosa lo que .en ese renglón fue reprochado a los poe­
tas de la cultura democratizada, tal como lo dijo explíci­
tamente Sanín Cano: "Lo que resulta no precisamente re­
prensible, sino lastimoso con plenitud, es llegar a Francia,
y no pasar de ahí"28• A lo cual José Martí agregó un infaus­
to comentario sobre la presunta incapacidad creativa que
en la época caracterizaría a Francia, lo que debe ponerse
a la cuenta de la visión ilustrada en que se formó y de las
dificultades que debido a ella debió enfrentar para apre­
ciar la originalidad de las nuevas corrientes. Admirable­
mente logró vencerlas en los últimos años de los ochenta,
tema de tal importancia en la cristalización de la cultura
democratizada como para que le dediquemos más ade­
lante consideración pormenorizada.
El grueso de los poetas, dramaturgos, narradores, pe­
riodistas, que otorgaron repentino esplendor a las letras
latinoamericanas hacia el fin de siglo pasado, rotan en tor-
no a los problemas de esta democratización, que surge
impetuosamente al margen de los encuadres ilustrados,
tal como es lo propio de las fuerzas que acreditan savia
popular. Por sus orígenes sociales, por sus amistades, por
sus agrupamientos urbanos, por los oficios que desempe­
ñan, frecuentemente asociados a tareas semiprofesiona­
les en diarios y revistas, por el vértigo de la movilidad so­
cial que aparece en su horizonte, todos muestran un im­
presionable y presto tacto para la sociedad que puebla las
calles conformando las primeras muchedumbres urbanas
que conoce la América Latina. Las conocieron mejor que
quienes las observaban a través de los visillos de sus gabi­
netes de estudio por lo cual podían repetir sus críticas a
la vulgaridad y a la canalla que mordía a los superiores y al
mismo tiempo compartir sus sabores, participar de sus
carnavales, disfrutar de su desaire amoroso. A pesar de las
trabas que oponían los sectores dirigentes, hay una impe­
tuosa democratización, notoria en las ciudades, donde no
50 sólo está surgiendo un proletariado que se organiza sobre
los modelos sindicales europeos y con cuyos cuadros in­
telectuales comparten los poetas un vago espíritu rebel­
de, ( las aventuras ácratas de Roberto de las Carreras o
Leopoldo Lugones) sino también una baja clase media
que a partir de familias de artesanos o familias puebleri­
nas venidas a la capital, procuran ascender en los grados
de la administración, de la enseñanza, de las profesiones y
aún del ejército. Si se revisan con atención las biografías
de los poetas que hacen eclosión en la época, si se ponen
los ojos en de qué vivían, si se examinan los empleos que
alcanzaron y el círculo en que gracias a ellos se integra­
ron, se recuperará ese hirviente demos que la democrati­
zación impulsaba, cuyas energías, cuyas ambiciones de
ascenso social, cuyo oportunismo, cuyos modelos ex­
traídos del catálogo epocal importado, compartieron
fehacientemente.
Disponemos de una nutrida bibliografía que reconstru­
ye el funcionamiento de las redacciones de los periódi­
cos latinoamericanos de la época. Entre ella tiene una vir-
tud suplementaria el libro de Luiz de Castro por haber
sido escrito contemporáneamente, 1 89 1 , y por estar diri­
gido al público extranjero al que debe explicársele todo:
Le Brésil vivan t. La informalidad de las redacciones, el tra­
bajo en común, las influencias gubernamentales, los inte­
reses económicos en juego, son mostrados con precisión
y delicadeza. Ilustrativa es su descripción de las tareas pú­
blicas que debían realizar los redactores ( "j'ai assité a je
ne sais combien d'inaugurations de chemins de fer, de fa­
briques de toutes sortes, de sucreries, etc., don j'ai du fai­
re le compte rendu") y mucho más su explicación de las
formas de trabajar de la nueva generación de los repor-
·

ters:

Le reporter a encore une autre fac;:on d'operer. Aux


heures ou la circulation est la plus grande dans la rue
do Ouvidor, il s'y promene tranquillement, ou se pos­
te a la porte d'un magasin, et aussitót qu'il voit passer
51
une personne d'importance et qui est dans le secret
des dieux, il s'y cramponne et ne la tache que quand il
a obtenu, ou cru obtenir, ce qu'il voulait. Le systeme
n'est pas mauvais et il a donné déja de bons résultats.29

La descripción evoca inmediatamente las precisas obser­


vaciones de Walter Benjamín sobre los literatos franceses
bajo el Segundo Imperio, cuya asimilación a la sociedad,
dice, "se realizó en el bulevar", analizando esta particula­
ridad de un tiempo ocioso en apariencia, que transcurría
en medio de la muchedumbre de los bulevares, pero que
era en realidad tiempo de trabajo necesario a su produc­
ción informativa y cuyo valor cobraría "algo de fantástico
en vista del dilatado no hacer nada que a los ojos del pú­
blico era necesario para su perfeccionamiento".30 O evo­
ca el ya mencionado texto de Martí sobre el ambiente pú­
blico que sirve de marco al sistema de producción litera­
ria del período democratizado, pues "las ideas se madu­
ran en la plaza en que se enseñan y andando de mano en
mano y de pie en pie".
Conviene no idealizar estas operaciones. Los escritores
compartieron también la vulgaridad de la época, esa con­
dición que parece aneja a las bruscas irrupciones demo­
cráticas, definida frecuentemente con los zapatos amari­
llos que comenzaban a calzar quienes trepaban a la pirá­
mide social. Esa vulgaridad, que fue el telón de "fondo del
ascenso burgués en la Europa del XIX, contra la cual reac­
cionaron los artepuristas que no encontraban destinata­
rios a sus mensajes artísticos, se reprodujo en la Améri­
·ca Latina de la modernización, más confusa y espesa si
cabe vistos los heteróclitos componentes de las ciudades
que crecían. Sanín Cano evocó el ambiente en que trans­
currió la vida de su amigo José Asunción Silva, agregando
con referencia a la ciudad de Bogotá, nuevos pormenores
a la visión general de la época confusa que había ofrecido
Martí. Si seleccionamos algunas de sus frases, compon­
dremos un panorama que no es muy distinto del que nos
ofrecieron escritores de otros puntos del continente:
52
Era un momento de transición. La transición traía con­
sigo el fenómeno del desbarajuste. En la experiencia
diaria, lo mismo que en el arte y la filosofia, la transi­
ción y la confusión traen consigo una sugestión pecu­
liar de vulgaridad. Aquella época se deja reconocer en
la historia por la sombra que lo vulgar arrojaba sobre
todos los sucesos.''

Ese era el medio en el cual tuvieron que vivir los poetas


y contra el cual reaccionaron, buscando ansiosamente es­
cenarios de buen gusto, objetos refinados, cosas bellas
que, visto que sus recursos los prohibían adquirir, edifi­
caron parsimoniosamente en sus poemas. Basta recorrer
las Escenas norteamericanas de Martí para recuperar esos
atroces panoramas de la vulgaridad urbana y así com­
prender que al describir la casa de Juan Jerez, el poeta
diga:

Todo en la tierra, en estos tiempos negros, tiende a re­


bajar el alma, todo, libros y cuadros, negocios y afee-
tos, ¡aun en nuestros países azules! Conviene tener
siempre delante de los ojos, alrededor, omando las pa­
redes, animando los rincones donde se refugia la som­
bra, objetos bellos, que la coloreen y la disipen. 32

Lo bello, o simplemente lo raro, lo exquisito, lo lujoso,


combinaba la concupiscencia material del tiempo y la
búsqueda del refinamiento que nacía del rechazo a la vul­
garidad ambiente. El resultado fue muchas veces la barata
chafalonía donde ha quedado impresa la huella de la vul­
garidad que se pretendía desterrar y que secretamente
regía a la invención de opuestos. La vulgaridad de las pe­
drerías preciosas, de los trajes recamados, de los escena­
rios atiborrados de bibelots, patentiza y patetiza los gus­
tos de las trepadoras clases y de los poetas que entre ellas
deambulaban. Ya Ortega y Gasset percibió el tono zafio
que evidencian los dorados relumbres gongorinos.
La vulgaridad, la sordidez, la tristeza de las ciudades in­
dustriales que emergen en el XIX, ha sido descripta y con­ 53
tada mil veces hasta alcanzar su evangelio canónico en las
novelas de Emile Zola. Los escritores procuraron huir de
ellas (el exotismo que les permitía ilusionarse con orde­
namientos gráciles y refinados) o enfrentarlas denuncian­
do su torpeza y sus vulgares pasiones. Flaubert tipifica las
dos maneras ( Salambó y Madame Bovary) pero también
representa la paradojal operación estilística que opone a
lo informe, a lo caótico, a lo impulsivo e irracional, el ri­
gor de la forma, la exactitud del diseño, la precisión de la
escritura, la funcionalidad del discurso. Hizo lo mismo
Baudelaire y también los artepuristas y parnasianos, culti­
vando ya la vía exótica ya la intimista. Operación parado­
jal digo, porque reproduce la del sistema productivo de la
época que consumía en el horno fabril esas fuerzas vitales
arrancadas de los campos, ( que al igual que el albatros­
poeta baudelairiano arrojadas a la cubierta de las ciuda­
des eran feas y torpes ) para producir esas máquinas cuyo
ajuste y eficacia pasmaban. La absorción de la totalidad
de las energías humanas, quemadas inmisericordemente
para la fabricación planificada y rigurosa de la obra, fue la
áspera gloria de Flaubert y la de los simbolistas después,
de Mallarmé a Valéry, Eliot y Rilke. Este último simboliza­
ría esa metamorfosis con la encajera que perdía sus ojos
construyendo su delicado tejido.
La vulgaridad de las ciudades latinoamericanas que
cumplían a fin de siglo el "boom town" no fue menor que
la de las ciudades europeas y norteamericanas y, si cabe,
fue aun mayor lo informe de un crecimiento que carecía
de la planificación de un Haussman y que solo respondía
a las urgencias del momento dictadas desde el exterior: la
avenida Rio Branco era indispensable al funcionamiento
del puerto de Rio desbordado por el tráfico de importa­
ción y exportación; la Avenida de.Mayo que resuelve en
Buenos Aires el intendente Tbrcuato di Tella y que se
complementaría con la hoy llamada Avenida 9 de Julio
desarticula la estructura urbana y aunque soluciona los
problemas de tránsito, subvierte el orden pre-existente. A
54 eso se agrega que la evolución de las ciudades, igual que
la de la literatura, fue acumulativa: se destruyó poco de lo ,
antiguo, el viejo casco se mantuvo en casi todos lados,
pero cambió soéialmente ofreciendo paisajes urbanos
deteriorados que equivalían al estereotipo de las ruinas
románticas: "Las familias de clase alta, las que solían lla­
marse "las de la plaza", empezaron a emigrar en un movi­
miento inverso al de los sectores populares que ocupa­
ban las grandes residencias transformándolas en conven­
tillos o callejones".33 Aun seguía siendo la "city" donde
transcurría la vida económica y la social, por lo tanto en­
tre los antiguos palacios que pobres e inmigrantes se re­
partían por piezas, al lado de los barrios prostibularios a
que concurrían marineros de las ciudades-puertos, en
una confusión que se ha mantenido hasta. hoy en muchos
sitios.
Contra ese telón de fondo también se edifica el arte rigu­
roso de los escritores de la modernización. Fue el anhelo
desesperado de la forma: "Yo persigo una forma que no
encuentra mi estilo" dice el primer verso de un soneto
dariano de 1 900 que se puede leer como la historia de la
frustación de un proyecto y de la solución intermedia de
que lo proveyó el simbolismo, a modo de compensación
del fracaso. No tengo pruebas de esta sospecha y la infiero
como hipótesis a partir de la sustancial diferencia que va
del sistema productivo industrial europeo al sistema de
intercambios comerciales americanos, a partir de la dis­
tancia entre las disciplinas del trabajo en la sociedad em­
presarial extranjera y el amasijo desordenado de la vida
popular americana ( la letanía de los inmigrantes respecto
a la ociosidad nativa), a partir de la distancia que hay en­
tre una sociedad de fabricadores y una sociedad de opera­
dores. La escuela realista-pamasiana.los proveyó de pro­
ductos que, como buenos operadores, los poetas imita­
ron con aplicación, sin poder superar los modelos, sin po­
der avanzar más allá. Quizás se necesitaba que la moder­
nización se profundizara más dentro del contienente,
quizás que los poetas cobraran fuerzas propias a lo largo
de ese ejercicio, quizás que se entregaran confiada y sua­ 55
vemente a sus impulsos interiores, que se pusieran a can­
tar y a bailar como desde siempre habían hecho, que deja­
ran fluir el "chorro de la fuente", ese "valor de sonido en
el verso, casi independiente de su significado" como de­
cía Sierra, de que los proveyó el simbolismo, lo que impli­
caba reconocer la precisión con que había situado el pro­
blema Darío: "la fuente está en ti mismo".
Muchas cosas pasaron hacia 1 893, pero en la literatura
latinoamericana ninguna más importante que el ingreso
del simbolismo francés que desde la Enquete sur l'évolu­
tion littéraire Qules Huret, 1 89 1 ) era reconocidamente
la estética dominante. Aun desde antes se perciben sus
ecos (se reconoce una sutil huella verlainiana sobre los
Versos sencillos que Martí escribió en agosto de 1 890)
pero es en los noventa que se desarrolla: los poemas que
en la Revista Azul ( 1 894-6) publica el último Manuel Gu­
tiérrez Nájera y el primer Juan José Tablada ("Onix"); los
que escribe Rubén Darío desde su instalación en Buenos
Aires al regreso de su viaje bautismal a París y que recoge-
rá en Prosasprofanas ( 1 896) pero que habían desencade­
nado tal júbilo imitativo entre los poetas de quince años
( el salvadoreño Arturo Ambrogi) como para aguzar la iro,
nía de José Asunción Silva en 1 89434; los artículos de Da­
río escritos "cuando en Francia estaba el simbolismo en
pleno desarrollo" que se recogieron en Los raros ( 1 896)
y cuya calidad introductoria celebró en el prólogo a la se­
gunda edición ( 1 905 ): "Me tocó dar a conocer en Améri­
ca este movimiento, y por ello, y por mis versos de enton­
ces, fui atacado y calificado con la inevitable palabra "de­
cadente..." .
Más temprana fue la incorporación al Brasil del simbo­
lismo de conformidad con la norma de precedencia que
caracteriza a las letras brasileñas respecto a las hispanoa­
mericanas. La colección de libros franceses que con'>igue
Medeiros e Albuquerque en 1 887 explicarán su libro de
1 889 Pecados y los artículos de Araripe Júnior sobre
Raul Pompeia en .1 888. Pero como asentó AraripeJúnior
56 en su libro3� el "año climatérico" del simbolismo brasile­
ño fue 1 893 en que aparecen conjuntamente Broquéis y
Missal, volúmenes de verso y prosa respectivamente, de
Joáo da Cruz e Sotiza ( 1 86 1 - 1 898) el fulgurante poeta ne­
gro que en sus póstumos U/timos sonetos transforma la
lírica de la lengua.
Es el ingrediente simbolista el que da maduración a la
renovación poética y simétricamente da origen a la ma­
yor detracción y al mayor entusiasmo. La campaña deni­
gratoria se prevalecerá del término "decadente" pues los
matices entre la "Theorie de la Décadence" ( Paul Bour­
get, 1 88 1 ), Les Poetes Maudits (Verlaine, 1 884) y el Ma­
nifeste Littéraire: Le Symbolisme Qean Moréas, 1 886) no
eran claros ni para los periodistas franceses ni para los
americanos.
Entre ambos hemisferios lingüísticos de América Lati­
na se reitera esa diferencia de comportamientos literarios
que recorre íntegramente las respectivas literaturas. De
ella dio interpretación uno de los escasos críticos espa­
ñoles que conoció también las letras brasileñas, Federico
de Onís, cuando en su prólogo a la Antología de la poesía
Iberoamericana de UNESCO ( 1954) observó: "En Francia
se suceden las escuelas mientras que en América convi­
ven: en el Brasil, en guerra, representadas por diferentes
poetas enemigos e incompatibles; en Hispanoamérica, ar­
monizadas en la obra de los mismos poetas"�. Esta guerra,
que no impide muchas infiltraciones y contaminaciones
entre sectores estéticamente adversos, ha estado acom­
pañada en los escritores brasileños de mayor rigor teóri­
co y de capacidad imitativa más precisa que en los hispa­
noamericanos. Las escuelas o estilos se han denominado
de acuerdo a los equivalentes europeos que servían de
modelo, aun en aquellos casos en que se operaba esa "in­
dependencia involuntaria" de que habló Alfonso Reyes
para los escritores imitativos hispanoamericanos.
Los poetas brasileños que rodearon a Cruz e Souza se
declararon simbolistas, rindieron tributo a los maestros
franceses, cuyos textos en ocasiones glosaron, y para la
57
crítica literaria brasileña hay una sección áurea de la poe­
sía del país que encabeza ese poeta excepcional que fue
Cruz e Souza y que sin exceso Roger Bastide pudo colo­
car al lado de Mallarmé y Stefan George para formar la
"gran tríada armoniosa" de la lírica de su tiempo. 37 Sin
embargo, ya en 1 958 observó Wilson Martins que "os
simbolistas brasileiros forrnaram mais urna 'ilha' na co­
rrente parnasiana do que urna estética que a tivesse subs­
tituído"38 y en su monumental História da Inteligencia
Brasileira volvió en 1 978 sobre la misma concepción
para afirmar que "o Simbolismo náo foi, entre nós, senáo
um Parnasianismo musical, tanto mais que a sua sintaxe,
na imensa maioria dos casos, conservou-se tradicional, o
mesmo ocorrendo com a semantica poética. Em lugar do
verso livre, os simbolistas brasileiros preferiram o poema
em prosa, isto é, verso Hvre e prosa "soavam" igualmente
aos seus ouvidos".39
En el hemisferio hispanohablante no es diferente la si­
tuación, aunque algo más entreverada a consecuencia de
la denominación que, por obra de Rubén Darío, quedó
adscrita a todo el movimiento renovador -modernismo­
dando lugar a una nutrida y a veces oscurecedora discu­
sión crítica.
Ante todo cabe reconocer que existe un paralelismo
entre ambos hemisferios poéticos y que por lo tanto po­
dría decirse que 1 893 fue también un "año climatérico"
para la poesía hispanoamericana, lo que a su vez traduci­
ría la extraordinaria rapidez de la introducción del sim­
bolismo y la ansiosa expectativa de la producción france­
sa en que se vivía.
Vista la observación de Sánchez Mejía de que "la mayor
parte de las treinta y tres poesías de las primeras Prosas
profanas se escribieron y publicaron en Buenos Aires en­
tre 1 893 y 1 896"40 se podría agregar que ese mes de julio
de 1 893 que pasó Darío en Francia antes de viajar a la AI­
gentina, le permitió cargar las alforjas,4°.,.. aunque podría­
mos repetir las observaciones de Walter Martins acerca
58 de los límites de esa incorporación simbolista y de cómo
ella funcionó dentro del cauce pre-establecido del pama­
sianismo, al que nunca logró suplantar enteramente.
Esto lo vio con perspicacia un escritor bien informado
de las letraS universales, Pedro Emilio Coll, cuando hacia
1 900 decidió defender la poesía de sus colegas hispanoa­
mericanos ante el clamor crítico anti-decadente y anti­
simbolista que había ido creciendo en la década de los
noventa:

El mismo Rubén Darío, en su libro Azul, que ha sido la


piedra de escándalo d� la escuela, no tiene nada que
trascienda a simbolismo; lo que sí puede tal vez en­
contrarse allí es la huella de Gautier, de Mendes, de
Loti y aun de Daudet y otros realistas de su índole. ( ... )
Gutiérrez Nájera, que pasa también como otro de los
padres de la "decadencia americana", más tenía de
Musset y de Banville que de Mallarmé y sus discípulos.
( ... ) Maní había bebido en antiguas fuentes castella­
nas; julián del Casal era un parnasiano con el alma tor­
turada, y esto de tener un corazón triste es cosa inevi·
table que casi nada tiene que hacer con la retórica ni
con la metrica., .

La comprobación era obvia, ya que Coll se refiere astu­


tamente a los primeros años de la renovación, recono­
ciendo que sus incitadores europeos eran los parnasianos
y realistas, junto a una recuperación revitalizadora de la
tradición poética castellana vieja, no solo en Martí sino
también en Darío y Silva. Coll no se limita a estos datos
casi estadísticos. Los asocia a unas observaciones del crí­
tico por antonomasia del simbolismo, Rémy de Gour­
mont, sobre la precisión y el rigor de la representación de
la realidad en la literatura, con la secreta intención de
combatir las críticas a la oscuridad, hermetismo, confu­
sión, que presuntamente distinguiría a la poesía decaden­
te. "La observación exacta es indispensable a la refabrica­
ción artística de la vida" habría dicho Gourmont y aun
agregado: "El idealismo más desdeñoso de la realidad bru­
ta debe apoyarse en la exactitud relativa que es dado co­ 59
nocer a nuestros sentidos".
Era la rica consecuencia del aprendizaje en las leccio­
nes pamasiana y realista que habían hecho los modernis­
tas. Ellas disolvieron las convenciones en que se demora­
ba la literatura del continente, apagaron el énfasis confe­
sional y retórico de tardía procedencia romántica, obliga­
ron a la precisión del diseño y a la estricta medición de
palabras y consonantes, pusieron intensidad y vivacidad
en la escritura, deslumbraron con una nota de autentici­
dad, de expresión real de lo vivido, que sonó como una
resurrección de la poesía. Tales cualidades resguardan el
rigor de la escritura poética de aquellos que prácticamen­
te no fueron tocados por el simbolismo, como los mexi­
canos Salvador Díaz Mirón y Manuel José Othon, y a los
que sin embargo se ha incorporado por derecho propio a
la órbita modernista.
Si Coll atestiguaba que el movimiento que se llamó mo­
dernista, nacido para él en el 88, con Azul, (fecha poste­
riormente retrotraída hasta el 82, con Ismaelillo, y aún
más atrás, a la producción de los años 70 de Gutiérrez Ná­
jera y el propio Martí)42, no era hijo del simbolismo sino
de la línea renovadora del artepurismo europeo ( Gautier,
Baudelaire y hasta el mismo Hugo) en cambio el joven
Manuel Ugarte, que lo veía desde el ángulo de una pro­
moción posterior heredera de esa estética, lo interpreta­
ba como la obra franca del simbolismo, viéndolo como
una benéfica irrupción dentro de la América Latina. Reco­
nocía la fecunda positividad del simbolismo para fundar
el arte del continente, aunque al mismo tiempo, vista su
posición de militante miembro de la cultura pre-naciona­
lista, procuraba descargar al modernismo de sus aspectos
"nefelibatas", que ya habían provocado la crítica de los
ilustrados, y trataba de poner los extraordinarios recur­
sos artísticos que le reconocía, al servicio del mensaje
humano y social que su generación estaba desplegando y
que sería recogido por la generación social del siguiente
macroperíodo de Cultura modernizada nacionalista.
60
En el citado prólogo a su antología decía Manuel Ugar­
te:

La aparición del simbolismo y del decadentismo es el


acontecimiento más notable y en cierto modo más fe­
liz de la historia literaria de Suramérica. Es el punto
que marca nuestra completa anexión intelectual a Eu­
ropa. Es el verdadero origen de nuestra literatura. Y si
se pueden condenar sus excesos, sus preciosismos y
sus aberraciones morales, nadie puede negar su efica­
cia transformadora, ni desconocer su influencia sobre
el desenvolvimiento posterior de la intelectualidad
del continente".

Pocos años después Mariátegui seguiría apreciando la


positividad del simbolismo, aunque ya lo habría recon­
vertido a un eficaz instrumento para expresar el "alma in­
dia", tan exótica para los hispanoamericanos como los
mundos soñados e imposibles que Herrera y Reissig, José
María Eguren y José Antonio Ramos Sucre explorarían a
partir de la misma lección.
Si visualizarnos los cincuenta años de la Cultura moder­
nizada internacionalista como un proceso evolutivo que
sin cesar va ampliando sus bases o sea incorporando nue­
vos stratta, enriquecido por sucesivas incorporaciones
externas y sucesivas inventivas respuestas internas que
no se sustituyen sino que se acumulan combinándose de
diversas maneras, trabajando sobre un sistema de valores
culturales consolidado en América latina por una elabo­
ración de siglos, el cual es trastornado por su integración
en una civilización-mundo que ya pertenece a los siste­
mas productivos industriales, deberemos convenir que
no puede depararnos sino un arte en movimiento que no
acepta demarcaciones estéticas rígidas ni puede reducir­
se a equivalencias más o menos logradas con las corrien­
tes europeas. Su potente originalidad quedó atestiguada
al constituirse en el fundamento de un desarrollo ya secu­
lar que dió prueba de la energía creativa de las culturas
del continente. la "independencia involuntaria" de que 61
habló Reyes no puede ser u n efecto mágico, sino l a conse-
cuencia de este crisol productivo que abarcó desembara­
zadarnente al universo desde un ángulo americano, ése sí,
tan internalizado y aun inconsciente como para que ni si-
quiera fuera entorpecido o distorsionado por la volunta-
riedad, pues era la voz de la piel, la voz de la cultura, la voz
de la lengua americana.
Es obviamente la modernización internacionalista la
que despierta y anima al continente, pero lo que nos im­
porta es la respuesta innovadora y urbana que le dan sus
escritores, en quienes los modelos extranjeros atizan el
rigor de la escritura y el "acabado" de las obras, ya perte­
necientes a la era industrial y al incipiente funcionalismo,
tal como se observa en las comparaciones martianas en­
tre la máquina y la obra literaria•• y en los análisis métri­
cos y rítmicos que todos practicaron45• El nivel de eficien­
cia técnica, semejante al de la Europa desarrollada litera­
riamente, fue el desvelo unánime de los escritores. Acep­
taron y enfrentaron el desafío. Su respuesta renovadora
da significación al período, lo unifica y lo delimita respec­
to al antes y al después.
Su rasgo capital es haber sido un proceso de dinámica
producción literaria acumulativa e integrativa. No ruptu­
ra ( aunque así fue visto por los poetas que lo siguieron)
sino una renovación y una recuperación. Detectó certe­
ramente sus afinidades con el romanticismo ( "¿Quién
que es no es romántico?"), con el rococó del XVIII, con el
manierismo ( la primera consagración contemporánea de
Góngora) y aun con la lírica del gótico flamígero cuyas
formas poéticas recuperaron Martí, González Prada y Da­
río. Pero "en el pensamiento y én la acción de los escrito­
res de este período... estaba excluída la actitud demole­
dora", pues "tuvo como rasgo histórico el haber carecido
en un todo de carácter de reacción" ha dicho Sanín
Cano,46 actitud de sobra visible en Martí y en Darío que
acreditan el tono "filial" del movimiento. Aun respecto a
62 los inmediatos antecesores, el desvío por las trivialidades
epigonales no les impidió rescatar el venero realista
(Abrojos o Gotas amargas lo comprueban), usar de sus re­
cursos eficientes incorporándolos a la gran onda musica­
lizadora y hasta darles principalía constituyente como se
ve en las obras de Almafuerte y en la conclusión del pe­
ríodo que establece el libro Eu ( 19 1 2 ) de Augusto dos
Anjos. Sin embargo, en 1 899 Rodó lo vió como una "gran
reacción" aunque su definición no lo confirma: "partien­
do del naturalismo literario y del positivismo filosófico,
los conduce, sin desvirtuarlos en lo que tienen de fecun­
dos, a disolverse en concepciones más altas".47
Esta actitud se acentúa respecto a las inmediatas
fuentes europeas, las que como vimos no se sustituyen
sino que se superponen y se integran unas en otras, sobre
la fórmula: nada se pierde, todo se enriquece. Es este sin
embargo un comportamiento que desborda los rasgos ·

del período, para representar una norma cultural latinoa­


mericana, tal como la registró un buen observador del
funcionamiento literario del continente, Federico de
Onís, en su excelente panorama de "La poesía Iberoame­
ricana":

Una de las notas más constantes de la poesía y de la li­


teratura general americana es el hecho repetido a tra­
vés de toda su historia, de la convivencia de tenden­
cias y escuelas que en Europa son cronológicamente
sucesivas y que en el mismo tiempo serían incompati­
bles. Esta perduración del pasado en el presente, este
proceso de integración y enchufe vertical de las varias
formas de la cultura que las mantiene todas vivas y
presentes, es, creo yo, un carácter propio del espíritu
americano, que se manifiesta no sólo en la conviven­
cia dentro de cada época de �utores que representan
las más diversas tendencias literarias, sino en la armo­
nía y síntesis de todas ellas en ciertos autores que son
por ello los de máximo valor y originalidad. ••

Más que rasgo de una improbable "esencia" americana,


es la consecuencia de un funcionamiento colonizado y 63
marginal a las metrópolis que, significativamente, ha co­
menzado a desvanecerse en las últimas décadas. Se distin­
gue por el ansioso afán de la novedad según la dictaminen
los centros imperiales y una simétrica resistencia a aban­
donar los valores ya adquiridos, procurando entonces
combinaciones a veces extravagantes de las que han re­
sultado originales invenciones que no son reductibles a
las fuentes internas ni externas y están regidas existen­
cialmente por las circunstancias culturales presentes que
viven con inmediatez y presteza los escritores.
Rubén Darío captó lo peculiar del proceso de dinámica
acumulación e integración americanas, cuando en vez de
hacer suya la denominación de una estética europea es­
tricta, prefirió para designarlo el término de uso más ge­
neralizado que era un lugar común de la época para abar­
car los múltiples aspectos de la renovación en curso: mo­
dernismo •9• Esta elección terminológica es definitoria de
la actitud conciliadora que la inspiraba, la cual procuraba
respetar la multiplicidad de vías posibles de la moderni-
zación, las marcas individuales que cada uno le imprimie­
ra y la disponibilidad al cambio novedoso en que todos vi­
vían, al acecho de los últimos figurines europeos. Fue una
palabra-maleta, prevista para un ahorrativo uso durante
muchos viajes, lo cual ha permitido que pudiera exten­
dérsela hasta épocas recientes insertándola en su utiliza­
ción por la crítica europea que ha llamado modernismo
al arte del siglo XX, al menos hasta 1 930, fijando sus orí­
genes vagamente en la eclosión simbolista de fines del
XIX50• Es casi innecesario señalar la inadecuación de estas
denominaciones a la literatura de la Cultura modernizada
internacionalista en América Latina, y mucho menos a lo
que los contemporáneos entendieron por modernismo.
Ya en 1 908 el término estaba tan cargado de confusio­
nes, como para que Valle lnclán anotara que había "llega­
do a tener una significación tan amplia como dudosa". Sin
embargo tenía fatalmente que ocurrirle, aun al margen de
su uso periodístico y satírico, porque acompañaba al arte
64 en movimiento de un período de esforzada individuación
y en que el arribismo democrático permitía prescindir de
pasaporte para ejercer las letras y ampararse en el pabe­
llón de éxito. Solo significaba que se estaba de viaje por la
modernidad y, para complicar más las cosas, que se trans­
portaba el guardarropas viejo junto con las nuevas adqui­
siciones.
Si seguimos las sucesivas definiciones de modernismo
hechas por Darío desde 1 888 ("La literatura en Centro­
América") hasta 1 907 (prólogo a El Canto errante) vere­
mos que no pretendió deslindar una estética, sino una
poética epocal, en la cual cabrían innumerables poéticas
individuales. Se limita a trazar las lineas tendenciales del
arte de la composición en la modernidad y, en algunos ca­
sos como el "Fotograbado" de Palma, solo pro­
pone una higiene de las letras, cuya urgente necesidad
bien percibía un escritor resuelto a ser un profesional.
Pide rigor y especialización al crítico, libertad y belleza al
prosista, novedad al poeta ( "dar color y vida y aire y flexi­
bilidad al antiguo verso"). Sus comentarios posteriores,
junto a defensas ocasionales y alusiones a su obvia jefatu­
ra, se condimentan con esas observaciones técnicas que
hacen lo mejor de su crítica literaria y que de él aprendie­
ron sus discípulos bonaerenses Leopoldo Lugones y Ri­
cardo Jaimes Freyre ( animar la lengua española mediante
el estilo, lo que practicó más eufónica que etimológica­
mente como en cambio hicieron Martí y Unamuno; ape­
lar a las consonantes líquidas y nasales para robustecer la
musicalidad; preferir siempre lo raro para salir de lo con­
vencional; ser siempre uno mismo, etc. ), las cuales más
fundamentan su profesionalidad que una determinada es­
tética. Los ejemplos con que a lo largo de veinte años fue
apoyando sus observaciones, fueron cambiando al par de
sus lecturas y descubrimientos, como fue cambiando su
poesía, en una vigorosa muestra del arte en movimiento
que, de José Martí a Juan José Tablada, fue la norma.
Contrariamente a sus argumentaciones, no sirvió a evi­
denciar a robustecer el yo sino a disolverlo en las pulsio­
nes de tiempo y circunstancia, atroz ley de la época que 65
profetizó Rimbaud, que analizó Bergson, que noveló
Proust y contra la cual militaron los latinoamericanos
que, si no lograron derrotarla, al menos la contrabalan­
cearon. Creo que el discurso individualista que practica­
ron, cuando de hecho eran arrastrados por la emotión pa­
sajera y la sensación intensa pero evanescente del minuto
que pasaba, fue su modo de aferrarse a la vieja concep­
ción cultural del yo en que se habían formado desde la in­
fancia y que no querían perder. El entorno cambiaba, las
estéticas se sustituían, las emociones se atropellaban y
desvanecían, la escritura misma no era sino un conjunto
de "notas de imágenes tomadas al vuelo y como para que
no se escapasen" ( Martí ) y las poéticas devenían diseños
diagramáticos que debían estructurarse como eficientes
aparatos de relojería, pues ellos insistieron en decir que
Proteo era siempre el mismo bajo sus mil metamorfosis
( Rodó), que "nada más que maneras expresan lo distinto"
( Darío).
De lo anterior se infiere que no estimo adecuada la tan
citada definición del modernismo que proporcionara Fe­
derico de Onís, en primer término por que se contradice
con su lúcida visión del funcionamiento de las letras ame­
ricanas. Es una traslación de la concepción crítica euro­
pea que fijó con exactitud en el simbolismo la ruptura de­
cisiva que inauguró el nuevo tiempo poético viéndolo
como una crisis profunda. No ocut:rió eso en América La­
tina donde el simbolismo no rompe el proceso renovador
que venía desde los setenta, ni se opone a él, sino que se
le suma y lo enciende sin afectar sus bases fundamentales.
Sí se puede hablar en América Latina de ruptura decisiva
habrá que ir a buscarla en lo que los hipanoamericanos
llaman "vanguardismo" y los brasileños "modernismo",
incluyendo los inmediatos antecedentes de estos movi­
mientos de los años veinte, de tal modo de dar cuenta de
la aportación de Vicente Huidobro, Mario de Andrade,
César Vallejo, Maples Arce y aun el]uanjosé Tablada que
en · 1 9 1 9 incorpora el "haiku" y el "calligramme".s'
66 Lejos de ser el modernismo, como dice Federico de
Onís, "la forma hispánica de la crisis universal de las letras
y del espíritu que inicia hacia 1 885 la disolución del siglo
XIX"s2 tiene un carácter de coronación mediante la mo­
dernización atrevida que permite recuperar la tradición
propia de la lengua y aun el proyecto romántico que no
había logrado expandirse íntegramente, resolviendo en
poco más de treinta años un siglo de historia literaria eu­
ropea,·cuya versión americana había sido tlagrantemente
insuficiente.
Para comprenderlo es útil revisar la concepción crítica
de Edmund Wilson quien examinó el mismo problema
del simbolismo desde el ángulo de la literatura inglesa.
Para Wilson existe estrecha conexión entre el romanti­
cismo y el simbolismo, en tanto movimientos insatisfe­
chos con el estricto discurso doctrinal anterior a ellos (el
racionalismo iluminista en un caso, el racionalismo realis­
ta en el otro) por lo cual ve al simbolismo como "a second
tlood of the same tide", aunque en el segundo permitién­
dole "to make poetry even more a matter of the sensa-
tions and emotions of the individual than had been the
case with Romantism"53• No fue diferente la visión que el
Rubén Darío testigo americano del simbolismo tuvo de
su función. Comentando el manifiesto de Moreás, obser­
va: "Fue la declaratoria de la evolución, la anunciación
"oficial" del simbolismo. Los simbolistas eran para los ro­
mánticos rezagados y para el naturalismo, lo que el ro­
manticismo para los pelucas de 1 830. Pero ¿no eran ellos,
los de la joven falange, nietos de Víctor Hugo?"'4• Desde
esta perspectiva unificadora debe entenderse el verso
del poema autobiográfico que abre los Cantos de vida y
esperanza ( 105): "Con Hugo fuerte y con Verlaine ambi­
guo", que si certifica una absorción indiscriminada y con­
tradictoria, también atestigua lo privativo de la experien­
cia poética modernista, lo que llamaríamos la experien­
cia de sus límites.
Nada ilustra mejor este problema crucial que el com­
portamiento respecto al verso libre, el cual hace girar el
universo poético europeo ( más estrictamente, como ve 67
Wilson, el francés) proyectando la lírica hacia el futuro.
Del mismo modo que no hay en los latinoamericanos ras­
tros de dos de los poetas mayores que celebra Verlaine en
Les poetes maudits, Arthur Rimbaud y Tristan Corbiere,
que serán decisivos para T.S. Eliot, del mismo modo se de­
tienen a las puertas del verso libre. Tanto Cruz e Souza
como Rubén Darío o los demás modernistas recogen de
Mallarmé la temprana composición "L'Aprés midi d'un
faune" o admiran su doble musicalidad. to diceJulián del
Casal en uno de sus últimos artículos: "un músico como
Mallarmé, que asocia la harmonía de la idea a la harmonía
de las palabras"''; lo explica Darío en el artículo que le
consagra a su muerte. Pero Un coup de Des queda relega­
do.
Las experiencias con el verso libre (Vielé Griffin, René
Ghil, etc. ) eran de sobra conocidas y sin embargo, en el
citado artículo de Darío sobre Jean Moreás, que incluyó
en Los raros, reconoce su imposibilidad para abordarlo,
aun estimando sus valores:
Es innegable que la orquestación exquisita del verso
libre, "la máquina del poema polífono modernísimo",
son esfuerzos que seducen; mas es irresistible aqueUa
magia, de los vuelos de palomas, de las frescas rosas,
bien rimadas en estrofas armónicas; la consonancia
dulce de los labios, luciente de los ojos, ideal y celeste
de las alas y el lenguaje de la pasión y de la juventud.
Esto, volviendo a afirmar que el verso libre, tal como
hoy impera en la poética francesa, es, en manos de una
legión triunfante de rimadores, instrumento precioso,
teclado insigne y va'ito de incomparable polifonía.
Mas volvamos a los primeros versos de Moreás.56

Martí conoció, mejor que nadie, la abrupta moderniza­


ción que introduce la poesía de Whitman y también supo
admirarla, en su artículo de 1 887: "habla en versículos,
sin música aparente"; "un verso tiene cinco sílabas, el que
le sigue cuarenta; y diez el que le sigue"; "¿Rimas o acen­
tos?" ¡Oh no!, su ritmo está en las estrofas, ligadas, en me­
68 dio de aquel caos aparente de frases superpuestas y con­
vulsas, por una sabia composición que distribuye en gran­
des grupos musicales las ideas"; "su cesura, inesperada y
cabalgante, cambia sin cesar, y sin conformidad a regla al­
guna, aunque se percibe un orden sabio en sus evolucio­
nes, paradas y quiebros". 57 Y sin embargo, en esos mismos
años en que esto decía, Martí retornaba a la "estrofa blan­
da" que se le imponía sin saber bien por qué, abandonan­
do sus "endecasílabos hirsutos". No teorizó esta recon­
versión, él que acostumbraba a hacerlo aun con los asun­
tos insignificantes, pero quizás la explicación esté en su
mismo artículo sobre Whitman, pues es la invención poéti­
ca de éste la que le hace reflexionar acerca de que "cada
estado social trae su expresión a la literatura, de tal modo,
que por las diversas fases de ella pudiera contarse la histo­
ria de los pueblos, con más verdad que por sus cronico­
nes y sus décadas". Ve claramente el sabido vínculo entre
la poesía de Whitman y la dinámica democrática de la so­
ciedad norteamericana cte su tiempo, lo que quizás nos
permita apreciar, como en un negativo, no solo los lími-
tes de la innovación poética del modernismo, sino, con­
juntamente, los límites de la modernización que estaba
viviendo América Latina.
No estoy negando el carácter fundacional del moder­
nismo respecto a la literatura posterior, asunto demasia­
do evidente, sino la futurización que estuvo anexa al sim­
bolis.mo europeo y que no se registra de igual modo en
América, donde el simbolismo no solamente perfeccionó
al parnasianismo, sino que fue la más eficaz vía para la re­
cuperación de la tradición poética hispánica. Estoy di­
ciendo que ese carácter fundacional fue una extraordina­
ria tarea artística que reconstituyó la poesía de la lengua,
salvando con ingente esfuerzo un demasiado largo perío­
do en que el genio hispánico babia estado enbridado
por una influencia francesa que lo había desviado de su
original modulación en la Edad Media, el Renacimiento y
el Barroco. Los poetas de ambas orillas del Atlántico cum­
plieron la hazaña de refundar y poner al día la tradición
de la lengua y de la poesía, mediante el rescate de sus ope­
69
raciones constituyentes, más que de sus mensajes, ha­
ciendo que no solo en la Argentina, como ha vistoJitrik, la
palabra modernismo signifique actualización.
La utilidad del ensayo de Edmund Wilson radica en
que, en vez de aportar el consabido discurso francés, exa­
mina la influencia del simbolismo desde el ángulo de la
tradición inglesa. Observa que si el principal hogar del
simbolismo estuvo en Francia, fue debido al vigor de la
reacción y a la complementaria capacidad de teorización
con que los poetas franceses se rebelaron contra una tra­
dición nacional que se remontaba nada menos que a Ron­
sard la que había disciplinado la poesía sometiéndola al
discurso intelectual. Esto no había ocurrido en las letras
inglesas que habían conservado a lo largo de sus poetas
metafísicos y sus románticos una libertad y frescura que
les había sido negada, por el imperio de las reglas y la ra­
cionalización del arte, a los poetas franceses, y subsidia­
riamente -agreguemos- a los españoles que habían estado
bajo la misma férula, salvo en las excepciones de los ro-
mántícos menores ( Gerar'd' de Nerval) a los cuales puede
buscarse' 'equivalentes espaftoles en la' admirable tradi:
ción popularista que remata en Gtista�o Adolfo Bécquei
Dice Wilsori:· ·�d· it wil nót be· till fue advent of the
Symbblisin that French poetry wi:ll really beco�e' cap'a\
ble'of th¿ faritasy and•;flóíóit:f 'Of·English", sefiálinóo uri
doble cómportairlierito' 'literari6': �· ·. · ·' s' - · · i ·

'1 " " ' 'J)l . l 1 ' í. • ¡ .1'4.

from the point of view óf Engu�h re'adeFs, the most da- · �


ring inilovations of the Romantíc revOlutiori in.France, ' •

in spite of all the· e:xcitement whicb accompanied · ) ·

tbem; must,appear of an astonishingly moderate cha­


rac��r-. B\lt )be _age :wp the rigor.of the t!_adition wc;r�. . �
' '
the me�ur� o! t:he <;l��ulty¡;o_( J:?J;e¿OO�g 01-Jt it. Mtfr
. al!, Co)eri�gc; SIJelleY �d ,Kea!S -¡n �pite.p! Po� and
,
Dr, J�hnsop, ha� .�mi� J<? .I'<??k ba<-;k �? �il�?r an� S�a-
,
kespeare,
,¡ 1 �
whose d�nse forests had all along been in
¡, �· · ' ( � •
' �, � 'tl j �,
· view ·beyond, the frmal eigthteenth-century gardens.
70 Bu't to 'an'eigJ-tteenth-centiu-)í Fréñ<':hrila:n like Voltall-'e, · ·1
' Stiákesp'eate was incomptetíensible; and to the Frer\.- ' .i
chmafi of the cla8sical' ttadition of the begi.nnlng of the t :.'
nineteenth century, the rhetoric of Hugo was a
scandal.'"

Estas observaciones recuerdan la frase que sobresaltó a


André Gide cuando el poeta inglés A. E. Housman le pre­
guntó en un francés impecable: "Comment expliquez­
vous qu'il n'y ait pas de poésie fran�aise?", aclarando de
inmediato este aparente agravio: "entre Villon et Baude­
laire, quelle longue et constante méprise a fait considérer
comme poemes des discours rimés ou l'on trouve de !'es­
prit, de l'éloquence, de la virulence, du pathos, mais ja­
mais de la poésie?"59•
Para Francia fue una auténtica liberación, aunque ella
se remontó a los románticos ( Víctor Hugo, helas! ) y so- .
bre todo a Baudelaire, pero no podían vivirla con la mis­
ma sensación de ruptura las letras inglesas o las alemanas.
En cuanto a Espafia, ella disponía de la misma tradición li­
bre, pero su rendimiento a las normas francesas desde el
XVIII, que habia entorpecido la emergencia de un roman­
ticismo acorde con esa tradición, hizo aparecer al simbo­
lismo tamb;�n .cpm<:> una liberación,. aunque, de inmedia- ·

to los poetas lo reinsertaron en el_tr<;>nco nacional, ya en


·
la lírica popular, ya en la poesía, medieval , ya en los ro­
ntántico� menores. Nada ilust¡a mejor e�te aprovecha­
n;tiento de una lección externa nacida de las privativas si­
tuaciones de las. Ietras de otro país, para recuperar
-
una�
lo. � •• �· .. ' j '
tradición interna ahogada por Iacgo ,tie¡:npo, que el 0\ban-
c:Jono de la, concepción mé.triq de la po;esí� que había de­
s�ro,llado F.r�cia1 en, bt;n�jicio del ¡;esca�e de 1Ft concep­
c;ión rítmica de I¡¡ poesia de la ,lengua española, lo que fue
un asunto que examinó ampliament� et mod�rniS!JlO l;lis-,
panoameticap -' ,. 1 ' • ¡.J .� ' ' ' ·• r •1
La, imitación francesa fue tenaz y confesa en eJ .rpoder­
nismo60, con el resultado paradojal que observó sagaz­
mente Onís, de que "es el momento en que éstas ( las le­
tras hispánicas ) logran liberarse de la influencia francesa
dominante y casi única en los siglos XVIII y XIX".6' La bisa­
71
gra en que esta liberación se alcanza parece ser ese "año
climatérico" de 1 893 y parece deberse a la introducción
del simbolismo, a cuyas proposiciones estrictas ya no se
entregan los poetas sino que las usan para reconquistar el
donaire (y, por qué no?, el desparpajo ) de su criollidad.
La palabra es de Martí y pertenece a su obituario de ese
mismo año 1 893 en honor de}ulián del Casal, pues el ilus­
trado Martí, tenaz adversario de la imitación y del esteti­
cismo francés, el prisionero del realismo y el discurso de
las ideas, se había liberado pocos años antes, en el declive
de la década del ochenta y había sido capaz del prodigio
de los Versos sencillos. Estaba ya en condiciones de per­
cibir los significados profundos del cambio, "la elegancia
suelta y concisa" de esa familia de poetas en que se amal­
gamaba la veraz subjetividad y la criollidad del juicio: "la
expresión artística y sincera, breve y tallada, del senti­
miento personal y del juicio criollo y certero".62
Es aquí que se sitúa la ambivalencia, la inquietante mo­
vilidad del modernismo hispanoamericano y de las con-
temporáneas escuelas brasileñas, que les permite proyec­
tarse al futuro y volverse al pasado. Es el crisol moderni­
zador en que se amalgama la literatura occidental de la
época que está universalizándose y la tradición lírica de
la lengua que está siendo recuperada, gracias a que el pe­
ríodo democratizador _ en que se genera descubre la me­
jor y menos consciente vía para expresar la americanidad
raiga! en que ya estaban sumergidos hondamente los
hombres latinoamericanos.
No bastaba con vivirlo y expresarlo en la literatura, pues
también había que hacer consciente este descubrimien­
to. Para eso fue necesario que salieran del continente y vi­
vieran en las presuntas fuentes, Paris, New York, Madrid.
Todos los que tal hicieron descubrieron que eran distin­
tos, que su arte era distinto, que eran fatalmente america­
nos.

72
Notas al Cap. II

l . Gustavo Beyhaut et al: Immigración y desarrollo económico,


Buenos Aires, 1 96 1 ; Nicolás Sánchez-Aibornoz: La población de
América Latina, Madrid, Alianza, 1 977.
2. Sánchez Albornoz, ob .. cit, p. 182.
3. Ibídem, p. 1 78
4. Richard Morse, Las ciudades latinoamericanas, México, Sep,
1 973, 2 vols.; "The development of urban systems in the Ameri­
cas Lr1 the nineteenth century" enjoumal oflnteramerican Stu­
dies and World AlliUrs, 1 7, pp. 4-26.
5. "la paz científica" ( 1 882), en Pensamiento conservador
( 1 8 1 5- 1 898), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1 978, p. 84.
6. Angel Rama, �ubén Darío y el modernismo, Caracas, Univer­
sidad Central de Venezuela, 1 970, "Los poetas modernistas en el
mercado económico".
7. A Ilustca{:ao Brasileira e a /déia de Universidade, Sao Paulo,
Universidade de Sao Paulo, Facultade de Filosofia, Ciencias e Le- 73
tras, 1 9 59 ( Boletim No. 24 1 ) p. 22.
7. bis. "Liberalismo ilustrado" le llama José Luis Romero (El de­
sarrolo l de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX, Méxi­
co, F.C.E., 1 965 ), y a sus integrantes "aristócratas en una socie­
dad donde se. desvanecía rápidamente el sentido patriarcal de la
vida y comenzaban a diferenciarse las clases económicas con
creciente nitidez" (p. 1 8).
8. V. prólogo de José Carlos Chiaramonte a su edición del Pensa­
miento de la Ilustración, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1 979.
9. Maciel de Barros, ob, cit. pp. 25-6.
1 O. Pedro Henríquez Ureña, Las corriente.� literarias en la Amé­
rica Hispánica, México, F.C.E., 1 949, p. 1 65, aunque debe adver­
tirse que no está a la altura de este excelente libro, la denomina­
ción "literatura pura" a que recurrió para designar el período.
1 1 . Alberto Zum Felde, Proceso intelectual del Uruguay y críti­
ca de su literatura, Montevideo, Claridad, 1 94 1 , p. 2 1 7.
1 2. José Asunción Silva, Poesía yprosa, Bogotá, Instituto Colom­
biano de Cultura, 1 979 (ed. Santiago Mutis Durán y J.G. Cobo
Borda), p. 387.
1 3. El oficio de lector, Caracas, Biblioteca Ayacucho, s.f. ( ed.
).G. Cobo Borda), pp. 204-5.
1 4. En la nota necrológica que le consagró en 1 892. V. Obras,
Crítica literaria, 1, México, UNAM, 1 959 ( ed. Ernesto Mejía Sán­
chez), pp. 468-9.
1 5. "Crónica musical" de 1 880, en Obras II1, Crónicas y artícu­
los sobre teatro, 1, (1876- 1 880), México, UNAM, 1 974 (ed.
Alonso Rangel Gueua ), p. 1 1 O.
1 6. En el prólogo a la segunda edición de Corte de amor ( 1908 ),
en: Ricardo Gullón, El modernismo. visto por Jos modernistas,
Barcelona, Guadarrama, 1 980, p. 1 92.
1 7. Cit,. por Massaud Moisés, O SimbQlismo, Sáo Paulo, Cultrix,
1 969 ( 3a. ed. rev. ), p. 55.
1 8. José A. Silva, Poesía y prosa, ed. cit., p. 209.
1 9. En el prólogo a El Poema del Niágara, ed. cit. p. 209.
20. Poesía; Carac:jS, Biblioteca Ayacucho, 1 977, (ed. Ernesto
Mejía Sánchez ), p. 1 79
2 1 . E.scritos inéditos de Rubén Darío, Nueva York, Instituto de
las Españas, 1 938, ( ed. E .K. Mapes ), p. 5 1 .
22. Massaud Moisés, ob, cit., p. 72
23. "México en busca de su expresión", en Historia general de
74 México, México, El Colegio de México, 1 976, t. III, p. 324.
24. "Los colores de l estandarte" ( 1 896) en Escritos inéditos, ed.
cit. p. 1 2.
25. Justo Sierra, Obras completas 111, Crítica y artículos litera­
rios, México UNAM, 1 977, (ed. José Luis Martínez), pp. 405-6.
26. La joven-literatura hispanoamericana, París Librería Armand
Colin, 1 906, p. XXXI.
27. Prólogo a Tobías Barreta, Varios Escriptos, Rio de Janeiro,
Laemmert & C. 1900, p. XXIII: "O decennio que vai de 1 868 a
1 878 é o mais notavel de quantos no seculo XIX constituiram a
nossa vida espiritual. Quem náo viveu nel¡se tempo náo conhe­
ce por ter sentido directamente em si ..as mais fundas commo­
¡;óes da alma nacional", "Um bando de idéas novas esvoa¡;ou so­
bre nós de todos os pontos do borisonte. Hoje, depois de ,mais .
de trinta annos, hoje, que sáo ella correntes e andam por todas
as cabe¡;as, náo tero mais o sabor da novidade, nem lembran
mais as feridas que, para as espalhar, soffremos os combatentes
do grade decennio. Positivismo, evolucionismo, darwinismo,
crítica religiosa, naturalismo, scientificismo na poesía e no ro­
mance, fol-klore, novos processos de critica e de historia Jittera­
ria, transforma¡;áo da intui¡;áo do direito e da politica, tudo en­
tao se agitou e o brado de alarma partiu da escota do Recife".
28. El oñcio de lector, ed. cit., pp. 92-3.
29. Luiz de Castro, Le Brésil vivant, Paris, Librairie Fischbachec,
1 89 1 , p. 79.
30. Iluminaciones II, Madrid, Tauros, 1972, p. 4 1
3 1 . El oñcio de lector, ed. cit. p. 3 36.
32. Lucia jerez ( 1 88 5 ) en Obra literaria, ed. cit. p. 1 20.
33. José Luis Romero, Latinoamérica: las ciudades y las ideas,
México, Siglo XXI, 1976, p. 278.
34. La "Sinfonía color de fresas en leche" dedicada "A los coli­
bríes decadentes" que publica anónimamente en 1 894.
35. Tristao de Araripe Júnior, Literatura brasileira. Movimento
de 1 893. O crepúsculo dos Povos, Río deJaneiro, Tip. Emp. De­
mocrática Editora, 1 896.
36. España en América, San Juan Editorial Universitaria, 1 955, p
.

171.
37. Roger Bastide, "Le Symbolisme .Brésilien" en Mercure de
France, No. 1 083, París, noviembre 1 95 3, pp. 5 1 6- 5 1 9.
38. "Cinqüenta Anos de Literatura Brasileira" en: Panorama das
Literaturas das Americas, Angola, Municipio de Nova Lisboa,
1 958- 1 965 ( ed. Joaquim de Montezuma de Carvalho), t. 1, p: 75
104.
39. Wilson Martins, Histórica da Inteligéncia BrasileiJia, Sáo Pau­
lo, Cultrix 1 978, t. IV ( 1 877- 1 896), p. 436
40. Poesía, ed. cit. p. LXI.
40. bis. Ver en su Autobiografia ( Cap. 32-34) las referencias de
Darío a los escritos de Charles Morice,Jean M oreas y las revistas
Literarias.
4 1 . El castillo de Elsinor ( 1 90 1 ), en Rícardo Gullón, ob. cit. pp.
83-4. No obstante anota sobre Darío: "solo en algunas páginas
de sus últimos libros vislumbro la influencia "simbolista" y eso
muy disuelta en su temperamento". Y precisa: "En mi concepto
los simbolistas franceses han ejercido poca o ninguna influencia
en América, donde son casi desconocidos: lo que se llama "de­
cadentismo" entre nosotros no es quizás sino el romanticismo
exacerbado por las imaginaciones americanas"; "hasta en los
que suponemos que rinden un culto exclusivo a las hegemonías
extranjeras, obra la energía que brota de las entrañas de las ra­
zas, y del medio".
42. Esta ampliación del período modernista ha sido en buena
parte la victoriosa campaña desarrollada por Manuel Pedro
González (Nota en tomo al modernismo, México, 1 958; ]osé
Martí en el octogésimo aniversario de la iniciación modernista,
1 962) y Ivan Schulman (Génesis del modernismo: Martí, Gu­
tiérrez Nájera, Silva, Casal, México 1966). Esta revisión prácti­
camente no admite discusión actualmente, (a pesar de las obje­
ciones de Juan Marinello, Ensayos martianos, La Habana, 1961 )
y se enmarca en la traslación del concepto de modernismo, de
movimiento literario a época cultural que fue auspiciado por
Federico de Onís desde su Antología de la poesía española e his­
panoamericana ( 1 882-1 932), Madrid, 1 934, por Juan RamónJi­
ménez en sus cursos y Ricardo Gullón en sus estudios (Direc­
ciones del modernismo, Madrid, 1 963 . y 1971 ).
43. Ob. cit., p. XXXV.
44. José Martí, Obras completas, La Habana, Editorial Nacional
de Cuba, 1 965, t. 22, p. 1 56.
45. Carlos Vaz Ferreira, Ideas y observaciones, Montevideo,
1 905, recogido posteriormente en Sobre la percepción métri­
ca, Barcelona, Mestres, 1 920; Ricardo Jaimes Freyre, Leyes de la
versificación castellana, Buenos Aires, Conittnos, 1 9 1 2; Manuel
González Prada, Exóticas, Urna, Tip. El Lucero, 1 9 1 1 , y Ortome-
16 tría: apuntes para una rítmica, Urna, Universidad Nacional Ma­
yor de San Marcos, 1 977.
46. Ob. cit., pp. 104-5. V. también Bernardo Gicovate, "El mo­
dernismo: movimiento y época" en Homero Castillo ( ed. ), Estu­
dios críticos sobre el modernismo, Madrid, Gredos, 1 968, p.
205.
47. José E. Rodó, Rubén Darío, Su personalidad literaria, su últi­
ma obra, (Montevideo, 1 899) en Obras completas, Montevi­
deo, Barreiro y Ramos, 1 956, Qosé Pedro Segundo y Juan Anto­
nio Zubillaga, ed.), t. 11, p. 1 0 1 -2
48. Ob. cit., p. 1 55.
49. Max Henríquez Ureña, Breve historia del modernismo, Mé­
xico, Fondo de Cultura Económica, 1 954, cap. IX, "Historia de
un hombre"; Allen W. Phillips "Rubén Darío y sus juicios sobre
el modernismo" en Estudios críticos sobre modernismo, ed. cit.
pp. 1 18- 1 45.
50. V. Modemism, 1 890- 1930, Sussex, The Harvester Press,
1 978 ( Malcolm Bradbury y James McFarlane, ed. ), en especial
el primer capítulo "The N ame and Nature of Modernism" por
los editores, y "The Cultural and Intellectual Climate of Moder­
nism", por Allan Bullock y James McFarlane. En su Antología de
la poesía española e hispanoamericana (1882- 1 932), Madrid,
1 934, Federico de Onís diseña dos grupos dentro de lo que lla­
ma el Ultramodernismo ( 1 9 1 4- 1 932); similar extensión del
movimiento puede verse en Iván Schulman, "Reflexiones en
torno a la definición del modernismo" en Estudios críticos so­
bre el modernismo, ed. cit. pp. 325-357. Juan Ramón )iménez,
que ha sido uno de los promotores de la concepción del moder­
nismo como época cultural y no como movimiento estético, si­
guiendo la línea fijada por Federico de Onís, ha sugerido una
improbable relación con el movimiento de renovación católico
( Loisy ) que concluyera condenado por el Papa, en el libro El
modernismo, Notas de un curso ( 1953), Madrid, Aguilar, 1962
( ed. de Ricardo GuUón y Eugenio Fernández Méndez).
5 1 . V. Saúl Yurkievich, Los fundadores de la poesía latinoameri­
cana: Vallejo, Huidobro, Borges, Neruda, Paz, Barcelona, Barra!
Editores, 1 97 1 .
52. Ob. cit., p . 1 76.
53. Edmund Wilson, Axel'.5 Castle. A Study ofthe imaginative li­
terature of 1870- 1930, New York, Charles Scribner's Sons,
1959, pp. 1 9-20.
54. Obras completas, Madrid, Afrodisio Aguado, 1950 t. 11, p. 77
350.
55. ")osé Fornaris" en Bustos y rimas, 1 893 en Prosas , La Habana
Empresa Consolidada de las Artes Gráficas, 1 964, t.II, p. 278.
56. Ob. cit, t.II, p. 352.
"El poeta Walt Whitman" ( 1 887) en Obra literal, ed. cit. pp.
274,275,276.
58. Ob. cit., pp. 1 5, 16.
59. André Gide, Anthologie de la poésie fran{:aise, Paris, Bibliot­
heque de la Pléiade, 1947, p. VIII.
60. V. Erwin K M apes, L 'iniluence fran{:aise dans l 'oeuvre de Ru­
bén Darío, ( 1 925) Geneve, Slatkine Reprints, 1977; Marie-)o­
seph Faurie, Le modernisme hispano-américain et ses sources
fran{:aises París, Institut d'Etudes Hispaniques, 1 966.
6 1 . Ob. cit., p. 1 83.
62. '�Julián del Casal" (1893), en Obra. literaria, ed. cit. p. 334.
III

LA GUARDARROPIA
HISTORICA DE LA
SOCIEDAD BURGUESA

También a los siglos XVIII y XIX correspondió la prin­


cipalía de la Historia, descubierta y asumida como princi­
pio rector. "1 believe this is the historical Age", reconocía
David Hume en 1 770.
Ese tiempo no sólo fue el de la mayor expansión espa­
cial de los hombres europeos sobre la tierra, sino también 79
el de la mayor expansión temporal que alcanza la humani­
dad en su recorrida por el planeta. En el mismo momento
en que la aceleración histórica subvierte, unos tras otros,
los valores que las sociedades usaban como normas, se
produce también la apertura del diafragma del conocer
histórico. Se incorporan ingentes paneles del pasado,
aunque según su adaptabilidad a la cosmovisión epocal,
pues era ésta la que descubría lo que necesitaba.
La Historia apareció como un discurso también demo­
crático, capaz de interesar a los diversos estratos que
componían una sociedad. Todos, a su manera, apetecie·
ron el sabor de esos vastos dioramas en que resurgían Jos
tiempos pasados. Lo reconoció entre los primeros Gib­
bon: "History is the most popular species ofwriting, since
it can adapt itself to the highest or the lowest capacity". '
Claro que tanto el descubrimiento d e l a Historia como la
orientación que tomó, respondía a la conducción bur­
guesa que estaba pasando a dominar a la sociedad.
La historia, efectivamente, nace del desmoronamiento
de los absolutos religiosos, los cuales son desenmascara­
dos. Pero, como observó Peter Gray, con el fin de asumir
en cambio las máscaras epocales, lo que permitía utilizar
el discurso del pasado al servicio de las ideologías del
presente; "The philosophes made their revolution in his­
tory by secularizing its subject matter"; "the expulsion of
God from the historical stage remained an enormous gain
for historical science"2 La operación propuso sustituir las
fábulas religiosas por la verdad del pasado, aunque hoy
nos parezca evidente que acreditó el deseo del momento
presente en que se formuló.
No se equivocaba el poeta cuando desaprensivamente,
después de afirmar "amo más que la Grecia de los griegos
1 la Grecia de la Francia ", cometía esta alegre profanación
histórica:

Demuestran más encantos y perfidias


coronadas de flores y desnudas
80 las diosas de Clodion que las de Fidias.

Efectivamente, no había otra Grecia, concreta, real,


que la galicada, del manierismo de la estatuaria de Clo­
dion al impersonalismo poético de Leconte de Lisie, o sea
desde el inicial rococó democratizante hasta el helenis­
mo del último tercio del XIX, hilvanando diversos mo­
mentos de una sensualidad ( presente, concreta, real, no
histórica) que se precipitaba hacia un ansioso "embar­
quement pour l'ile de Cythére". Era meramente la másca­
ra que necesitaba el deseo para liberarse.
Con su agudeza libertaria, Nietzsche percibió que el
proceso de democratización -que aborrecía- y el baile de
máscaras, eran la misma cosa. La democratización aca­
rreaba el ascenso social de quienes habían pertenecido al
tercer estado, encabezados por los activos trepadores
burgueses, tras los cuales iban los rezagados proletarios
que hasta ayer habían sido campesinos, todos por lo tanto
plebeyos. Los nuevos amos de la sociedad parodiaban a
los que habían sido sus señores y modelos, inaugurando
una suerte de mascarada. Tras la revolución maquinista,
y, sobre todo, la industrial, se había visto un espectáculo
enteramente nuevo, nunca conocido en toda la historia:
las muchedumbres urbanas en las cuales se patentizaban
del modo más urgido las apetencias democráticas. La aris­
tocracia había entrado en agonía -y aún la Monarqu ía- y
se presenciaba el triunfo de la República burguesa.
¿Cómo designar el nuevo régimen? Nietzsche trató de ser
objetivo: "Ya se llame "civilización" o "humanización" o
"progreso" a lo que distingue hoy a los europeos; ya se lla­
me esto, simplemente, sin elogio ni censura, con una fór­
mula política: el movimiento democrático en Europa". 3
Una vez así definido, obviamente era posible evocar a
los griegos del tiempo de Pericles que habían sido los pri­
meros en ejercer el sistema político y habían establecido
uno de sus modelos. Más cerca, sin embargo, más influ­
yente, era la experiencia de los Estados Unidos, por lo
cual el nuevo régimen podía ser definido como "esa
creencia de los americanos de hoy, que quiere convertir­ 81
se progresivamente en una creencia europea".4
Nietzsche no ignoraba la movilidad social que acarrea­
ba, el desarrollo de capacidades individuales que acen­
tuaba, la competitividad que promovía, ni el placer de las
expectativas constantes que generaba. Su descripción de
la democracia es bien persuasiva: "épocas en que el indi­
viduo está persuadido de que es capaz de hacer, poco más
o menos, cualquier cosa, que está a la altura de casi todas
las tareas, en que cada uno ensaya, improvisa, ensaya de
nuevo, ensaya con placer, en que toda naturaieza cesa y
se convierte en arte"5, alusión esta última a la sustitución
de la naturaleza por el artificio que había introducido la
revolución maquinista.
Pero Nietzsche va más allá de una descripción entre
objetiva y desdeñosa. Si Tocqueville percibía el ligamen
entre la democracia y el individualismo, Nietzsche esta­
blece otra entre ella y la representación. Afirma que ya en
el primer ejemplo de la democracia de Pericles, los grie­
gos "se hicieron verdaderos comediantes" y deduce que
"los hombres modernos nos encontramos ya en la misma
vía absolutamente; y cada vez que el hombre comienza a
descubrir, en qué medida desempeña un papel, en qué
medida se puede hacer comediante, se hace comedian­
te". El mundo teatral que visualiza es sin embargo fasci­
nante: "entonces se desarrollan una nueva flora y una
nueva fauna humanas que, en épocas más fijas y más estre­
chas no pueden creer, o bien, al menor permanecen
"abajo", puestas fuera de la sociedad ( ... ); entonces es
cuando aparecen las épocas más interesantes y más locas
de la historia, en q:ue los "comediantes", "toda" especie de
comediantes, son los verdaderos dueños"6•

El europeo, ese hombre mixto -ante todo, un buen


plebeyo- tiene absolutamente necesidad de un vesti­
do; necesita la historia a guisa de guardarropa para sus
vestidos. El advierte, es verdad, que ningún vestido le
va bien; cambia de indumentaria sin cesar ( ... ) ¡En
82 vano se echa mano del romántico, del clásico, del cris­
tiano, del florentino, del barroco o del "nacional", in
moribus et in juribus; nada viste! ( ... ) Estamos prepara­
dos, como no lo hemos estado en ningún otro tiempo,
para un carnaval de gran estilo, para las más espiritua­
les risas y para la petulancia ( . . . ) Quizás descubramos
precisamente aquí el dominio de nuesto "genio inven­
tivo", el dominio en que la originalidad todavía nos es
posible, quizás como parodistas de la Historia Uni­
versal y como polichinelas de Dios. 7

Fiel a su deambular crítico, también Nietzsche elogiará


la demanda de máscaras ("Todo lo que es profundo ama
el disfraz. Las cosas más profundas sienten cierto odio res­
pecto de las imágenes y de los símbolos"8) pero sobre
todo las verá filológicamente, descubriendo que si toda la
cultura moderna cumplía fatalmente una función enmas­
caradora, eso era debido a que procuraba suplantar el
"texto" del pasado con la "interrupción" moderna, como
un medio de hacer suyo el mensaje que ya no le pertene­
cía y que necesitaba adecuar a sus impulsos, a sus secre-
tos deseos, a su ideología. El examen al que somete a la
Revolución Francesa, que había sido factor desencade­
nante del nuevo régimen, es distinto del efectuado por
Marx. Sin embargo, ambos coinciden en registrar el acon­
tecimiento disfrazado que había en ella. Nietzsche lo ve
desde el ángulo de la tarea que desempeñó "el sueño de
rebeldía y de entusiasmo" para poder apropiarse del fe­
nómeno histórico "hasta que el texto desapareció bajo la
interpretación''9, en tanto que Marx observa el comporta­
miento de sus protagonistas, que se vieron obligados a
enmascararse "a la romana" para poder cumplir con sus
designios.
La democratización que va creciendo a lo largo del si­
glo, se pone a revisar la Historia como una guardarropía
de teatro.
Al principio parece gastar parsimoniosamente el teso­
ro que descubre, dándole años de utilidad a cada disfraz,
alojando cómodamente en él. Pero la apetencia se acelera
83
con el ejercicio. Cada vez es más intensamente devorada
por el placer del enmascaramiento y, cuando llegamos al
final del XIX, presenciamos una explosión: el eclecticis­
mo artístico de la época suma indiscriminadamente los
trajes de los más variados tiempos, apela a todos los esti­
los pasados (renacentista, gótico, helénico, oriental ) y
concluye en un abigarrado "bal masqué". Nadie queda
exento de contagio. Si la proposición inicial fue burguesa,
a ella se pliegan gozosamente los sectores altos y los ba­
jos, pues todos rotan sobre la misma dificultad para inten­
tar una operación cultural que no recurra al indirecto y
paradójico camino del enmascaramiento.
La reina y su corte se habían disfrazado de pastores so­
bre el artificioso modelo de una novela o poesía pastorial
que sólo podía nacer en las ciudades, tratando por lo tan­
to de dar encamación al sueño de un imposible; muy
pronto los economistas ingleses, Adam Smith y Ricardo,
se disfrazan, según la percepción de Marx, de solitarios
cazadores y pescadores, según el modelo que también ha­
bían aprendido en un libro, el Robinson Crusoe; Rous-
seau desempeña puntualmente el papel de "buen salva­
je", ilusión deseante de los europeos, antes de que Cha­
teaubriand lo trasmute en el lírico Atalá y lo deje para su
copia por los americanos; los fieros caudillos de la Revo­
lución se visten de tribunos romanos y recl�an de Da­
vid esas imágenes acordes al deseo; los jóvenes románti­
cos se asumen como pajes medievales o se ponen libreas
de chalecos rojos; muy pronto Sarah Bernardt y Robert
de Montesquiou posarán para el daguerrotipo con kimo­
nos japoneses extraídos del catálogo de la casa Bing que
había aprendido a vender el exotismo al menudeo; los de­
cadentes revisten el peplo griego antes de que se apodere
de él Isadora Duncan. Al declinar el siglo, Paul Verlaine
recupera el ya historizado rococó en sus Petes galantes,
produciendo algo sutilmente nuevo: el disfraz de un dis­
fraz.
No era suficiente con disfrazarse uno mismo; también
era necesario disfrazar al mundo circundante, transpo­
84 nerlo a la deseada irrealidad para que confirmara los sue­
ños de los actores que en él actuaban y en él querían legi­
timarse. El historicismo romántico había desplegado en
los teatros la magnificencia de las escenografías con las
telas pintadas que fingían castillos góticos, campiñas y
plazas distantes, ciudades feéricas, sustituyendo el espa­
cio fijo y único·donde el neoclásico veía una acción que
no rompía ilusionísticamente con su mundo. El "arte de
la decoración" fue trasladado de la escena pública a la es­
cena privada, provocando la apoteosis del amoblamiento.
En el fin de siglo la novela de J.K Huysmans A rebours
( 1 884 ) consagró el catecismo de la refinada decoración
de interiores para uso de decadentes, pero desde mucho
antes los burgueses ricos acumulaban la historia comple­
ta de la humanidad en una sola mansión mediante moQ.e­
los decorativos reducidos, obedeciendo a una norma de
variedad, discordancia y sorpresa, que permitía pasar de
la sala griega al escritorio renacentista, del recibo Luis XV
al salón de fumar oriental, del comedor pompeyano al
dormitorio Imperio. El modelo se reproducirá en las ca-
sas ricas americanas, aunque algunas como la de lsidora
Cousiño, en Santiago de Chile, se consagraban al exotis­
mo parisino reproduciendo en las paredes "a masked ball
at the Opera; the corner of the boulevard where the Café
de la Paix stands, the tribunes at Longchamps, with sorne
well-know cocottes in the foreground; and the Place de la
Concorde, with more cocottes in front of the fountain"1"
Con mayor sutileza,la casa de Schiaffino, en México, esta­
ba decorada en estilo pompeyano, pero se permitía agre­
gar un toque no menos exótico mediante una "sala azte­
ca" con lo cual vencía en variedad a los modelos euro­
peos. 1 1 En otros ejemplos, se hacía un pacto con las tradi­
ciones locales, incorporando una "capilla barroco-colo­
nial". Este eclecticismo abigarrado, que fue la norma de la
segunda mitad del XIX, se extendió a la arquitectura. con­
siguiendo sumar todos los estilos en un solo barrio resi­
dencial. Sin necesidad de caminar mucho, se atravesaba la
historia entera, disfrazándose de cada época por el azar
de la mirada, que se excitaba con esta variedad carnava­
lesca.
A todo el ancho ámbito que iba modelando el capitalis­
mo occidental, guiaba este variado enmascaramiento la
fuerza del deseo que había adquirido una robusta, urgen­
te, desencadenada libertad, y había aguzado su capacidad
para operar sobre las fantasías del inconsciente hecha<>
realidad mediante una utilería de teatro. La energía de­
scante venía irrumpiendo, fuera de cualquier coerción
normativa, desde los orígenes del proceso económico­
social que encabezaba la burguesía, pero solo adquiriría
su expansión después de las revoluciones que se encabal­
gan sobre el 1 800, en el tiempo de los filósofos sensualis­
tas y de los ideólogos. Era la primera etapa de un acelera­
do y, pronto, desbordado movimiento. Apenas un siglo
después ya estaría liberado de los marcos originarios y
operaría en un desasido imaginario "sobre flujos descodi­
ficados, sustituyendo los códigos intrínsecos por una
axiomática de las cantidades abstractas en forma de mo­
neda"12 como han visto Deleuze-Guattari y, aun mejor.
del irrestricto manejo del crédito y del capital financiero
que comenzó su ciclo esplendoroso bajo el Segundo Im­
perio.
El deseo contagió la totalidad de las operaciones que
conformaban la cosmovisión social. Por lo tanto se lo
puede seguir en los mecanismos cada vez más liberados
del sistema capitalista, infiltrando los diversos campos de
una época que presenció una apoteosis materialista con
el triunfo del liberalismo y de la ciencia y también una
primera gran insatisfacción histórica que revitalizó el es­
piritualismo. Cuando el historiador Carlton Hayes se
pone a examinar las tres últimas décadas del siglo XIX eu­
ropeo, titula a su libro A Generation ofMaterialism y en
su prefacio previene al lector sobre el carácter dual de la
época. Si por un lado fue vista como "a glorious stage in
the progress of Europe and our Western Civilization to­
ward ever greater liberty, democracy, social betterment
and scientific control of nature" por otro lado es
86 posible verla como "a fertile seedtime .for the present and
quite different harvest of personal dictatorship, social
degradation and mechanized destruction".'3
Esa duplicidad se extiende al marco universal en la visión
del historiador Wolfgang Mommsen, quien examina el
triunfo del liberalismo sobre el conservadurismo euro­
peo y los ajustes dificultosos de la democratización euro­
pea, contrapuesto a la segunda ola imperial que extiende
el poder de Europa sobre el mundo, especialmente Africa
y Asia que son objeto de codicioso reparto. El período
que examina, de 1 885 a 1 9 1 8, es designado La época del
imperialismo y es palmariamente una mutación histórica,
tal como la sintetiza: "Hacia 1 885 este proceso de expan­
sión de la civilización europea por todo el globo sufre una
violenta aceleración; en pocos años se convirtió en una
auténtica carrera de las potencias europeas tras los terri­
torios de ultramar aún "libres", a la que, a partir de 1 894,
se sumaron tambiénjapón_y los Estados Unidos. Al mismo
tiempo se transformaba el carácter de la dominación co­
lonial europea: de la noche a la mañana se convertía el co-
lonialismo en imperialismo"••.
Es posible inscribir culturalmente esta eclosión finise­
cular como una expansión desmesurada del deseo, en su
doble faz de apetito de goce y apetito de poder, en un
tiempo en que habían sido abatidas las barreras religiosas
y éticas y parecía presenciarse una ilimitada libertad den­
tro de los sectores superiores de la sociedad. Una especie
de era consumista se había instalado movida por ese prin­
cipio de placer que en la época teorizaría Freud, en oposi­
ción al principio de realidad, tal como si ambos se dividie­
ran entre los sectores sociales superpuestos y entre los
estratos geográficos ( Europa y las colonias) que también
se superponían gracias a la dominación, aunque la situa­
ción de América Latina sería más compleja de la que vi­
vieron otras regiones colonizadas.
Una onda de placer acompaña el triunfo histórico del
espíritu burgués en visible pugna con los principios de
trabajo y austeridad que se predicaban y otorgaron su fi.
87
sonomía a la era victoriana. Aunque es en el último tercio
del siglo XIX que a modo de insubordinación la enarbola
el arte asociando belleza y hedonismo ( la prédica de Os­
ear Wilde que fascinó al José Martí que vivía en la pobre­
za y sordidez neoyorkina) esa onda placentera surge im­
petuosamente desde el rococó, que se apoderó del imagi­
nario de las clases dirigentes, las burguesas aún más que
las aristocráticas en su momento. No haría sino acentuar­
se, siguiendo una gráfica de constante crecimiento, movi­
lizando las máscaras de la vasta gUardarropía histórica, y
construyendo el campo de la erótica moderna.
Las artes y las literaturas del XVIII y el XIX, cultivaron
asiduamente ese campo de liberación, pero tal como ob­
servara Nietzsche, mediante la apelación a las máscaras
de que las proveía la Historia a la que saquearon con vora­
cidad consumista. Todas las disciplinas culturales incur­
sionaron en estos disfraces: las ideologías económicas, las
concepciones del poder, las mismas prédicas revolucio­
narias, pero donde el deseo adquiría incandescencia era
en el campo erótico que, además, abarcaba a los más. Po-
dría decirse que el erotismo que entonces adviene al
mundo se caracteriza por una raigal im;apacidad para ma­
nifestarse y alcanzar su intensidad más alta, si no es me­
diante el travestido. Si por un lado nunca demostró más
energía expansiva, contaminante, irrefrenada, por el otro
nunca necesitó más de desviadas formas expresivas, de
tránsitos indirectos, de máscaras cambiantes, como si el
deseo y la máscara constituyeran la explosiva fórmula
erótica de la modernidad. Había llegado el tiempo del
goce pasajero que compensaba su brevedad con dos con­
diciones mayores: novedad e intensidad. El poeta hispa­
noamericano lo sabría y aceptaría: "El amor pasajero tie­
ne el encanto breve y ofrece un igual término para el
goce y la pena". Pero por lo mismo sabría que el llamado
eterno femenino consistía en la sucesión de máscaras que
otorgaban novedad y atracción, como quien dice las ves­
tiduras cambiantes bajo las cuales se desnudaría a una
misma Eva. Es el recurrente mito de Proteo. La experien-
MX cia amorosa se traslada a la experiencia del encuentro fu­
gaz constituyendo también una erótica en movimiento.
Su principio organizativo es la incesante sucesión de las
máscaras, como lo dice el poema "Heraldos" de Darío o el
tan famoso "Divagación", verdadero catálogo de disfraces
para encender el hambre erótica hispanoamericana, "cur­
so de geografía erótica" como le llamó el autor en la His­
toria de mis libros ( 1 909 ).
Del mismo modo que se disfrazaron los interiores de
las casas y se disfrazaron las ciudades, también se disfraza­
ron las mujeres en la apoteosis de la "toilette" que cono­
ció la época y también se disfrazaron los hombres adop­
tando extremadas exquisiteces del vestir, desde los seño­
ritos de familias bien a los "ca.fishios" de barrio. Los seres
humanos construían sus propias máscaras de conformi­
dad con 'las pulsiones del deseo y al tiempo que proyecta­
ban esas imágenes ficticias en el consorcio social, podían
ser capaces de representar esos papeles, con los cuales
soñaban. Porque las máscaras funcionaban como cauces
y acicates del deseo. Porque mediante ellas se devenía
persona, lo que hoy llamamos personaje. Porque la ener­
gía solo fluía impetuosamente cuando se dejaba de ser
uno mismo para ser la máscara que se hábía· construí do.
Quien no era capaz de hacerlo, podía recurrir al guarda­
rropas de la Historia.
Del inmenso catálogo que proporcionaba la Historia, el
modelo superficial fue proporcionado por el helenismo,
cuyo pronto convencionalismo hizo que pareciera de
teatro vulgar, al alcance de los más: fue el helenismo pas­
toral que en el rococó asumió a Dafnis y Cloe, con la inge­
nuidad perversa del alejandrismo, y que en el simbolismo
retornó circularmente a las Petes galantes, trasladándolo
a la clase media suspirante. Pronto resulto una cosmética
demasiado trivial, como para que sus mismos cultores
( Leconte de Lisie ) prefirieran incursiones por las zonas
menos trilladas y más ásperas' del exotismo que nos pro­
veyó de los Poi:mes barbares que tanto éxito habrían de
tener entre la generación modernista joven: Ricardo Jai­
89
mes Freyre, Julio Herrera y Reissig, José María Eguren y
aun Juan Antonio Ramos Sucre. En cuanto a los riesgosos
enmascaramientos del deseo que practicaron los deca­
dentes (Swinburne) y que llenaron de malditismo y de
morbidez la literatura finisecular europea, muy poco se
trasladó a los latinoamericanos, pues conviene desde ya
reconocer que en estas operaciones los modernistas con­
cluyeron revelando una sana, ingenua y provinciana cos­
movisión, que testimoniaba, nuevamente, la invencible
fuerza de su interna tradición cultural, los límites casi in­
franqueables que los valores culturales internalizados
oponían a cualquier libre incursión por los paraísos artifi­
ciales de la época.
Más reveladora que la cacería de "raros" a que todos se
entregaron, al menos literariarnenté, es la subrepticia li­
mitación aldeana que impidió que los escritores moder­
nistas aceptaran, y en muchos casos que ni siquiera vie­
ran, las audacias mayores de esas metrópolis que acecha­
ban. El naturalismo fue condenado por la mayoría de los
renovadores literarios, en nombre de la moral y las bue-
nas costumbres, y quienes llegaron a incorporarlo, proce­
dieron a una cuidadosa desinfección con el fin de edulco­
rarlo. La lectura de Whitman que hizo admirativamente
Martí, niega explícitamente la acusación de homosexua­
lidad que motivara Calamus, y la tardía de Rimbaud que
hizo Darío prefiere eludir el asunto por inconveniente.
Los mismos escritores homosexuales de la época eludie­
ron la vía de la franca confesión gidiana y se atuvieron a
los ropajes decadentes que propiciaban una sensualidad
derramada y ambigua: Vargas Vila recurrió al modelo
d'annuziano, Joáo do Rio al modelo wildeano y Alberto
Nín Frías prolongó la máscara helénica. Más aún, la "deca­
dencia europea" fue un lugar común de los poetas moder­
nistas cuando llegaron a residir por algún tiempo en el
viejo continente, redescubriendo allí con inocultable or­
gullo sus viejas tradiciones éticas modeladas por el catoli­
cismo o por el positivismo agnóstico.

90 Si en la inicial colonización hispano-lusitana podemos


detectar un tácito o deliberado "stripping down pro­
cess"' 5 por parte de los conquistadores para filtrar los mo­
delos culturales originarios de que partían, reduciéndo­
los y adaptándolos a los requerimientos locales de las
poblaciones que sometían, instaurando así la rejilla colo­
nizadora, en el período modernista encontraremos que la
tamización reductora es llevada a cabo por los propios la­
tinoamericanos. Ya no al servicio de una dominación ex­
tema, sino, al contrario, oponiéndosele, por la fuerza que
ya tenía el sistema de valores tradicionales en que se ha­
bían formado desde la inbncia, y que los conducía a efec­
tuar una función selectiva en el abanico de proposiciones
renovadas que las metrópolis ofrecían al mundo. Si bien
hubo siempre una proclividad por aquellas propOsiciones
heterodoxas que se formulaban dentro de la cultura eu­
ropea, pues ellas permitían una cierta independencia va­
lorativa respecto a la dominación cultural externa, a la
que se podía enjuiciar usando a sus mismos recusadores,
( las doctrinas del utopismo, el anarquismo, el socialismo,
por ejemplo) sin embargo la línea dominante se instaló
en las formas ya colectivizadas por los europeos, que no
podían ser otras que las vulgarizadas y democratizadas al
nivel de los sectores medios. A pesar de la generalizada
insurrección contra el ahogante pasado local, a pesar de
la beligerancia con que fue enfrentado el provincianismo
("Lo que quede de aldea en América ha de despertar"), a
pesar de las proclamas libertarias, políticas, éticas, artísti­
cas, en que se abogó por el internacionalismo de 1la hora,
siguió impregnándolos una cultura que puede visualizar­
se aún mejor que en las aceptaciones de corrientes reno­
vadoras, en los rechazos, pues estos fijan claramente los
límites de la capacidad asimiladora y; por lo tanto el vigor
de las tradiciones internas.
La curiosidad que experimentaron por lo raro, no fue
más allá de una cautelosa contemplación en que sí la-cu­
riosidad que los movía delataba el imperio· del deseo y la
búsqueda libertaria, la ética imperante imponía la restric­
91
ción y sobre todo la convención social mayoritaria: "To­
dos nós -decía Joáo do Río, hablando de "O Amor cario­
ca" -estamos presos a invenc;áo horrivel a que commu­
mente chamamos responsabilidades do codigo, ou ainda
moral publica, ou ainda con maior hypocrisia: as conve­
niencias sociaes". '6
Hacia fin de siglo aparecieron dos libros exploratorios,
escritos por dos curiosos impertinentes: Rubén Darío
(Los raros, 1 896) y Enrique Gómez Carrillo (Almas y ce­
rebros, 1 898), quienes aprovecharon de su producción
periodística para armar libros-manifiestos. Ambos usaban
y abusaban de la curiosidad mórbida de los lectores exci­
tando sus apetencias secretas aunque resguardando para­
lelamente sus reprobaciones morales. Cosa esta última
notoria si se cotejan los dos libros con los que paraleta­
mente, en los mismos años publica, en Francia Remy de
Gourmont, bajo el título de Le livre de masques ( 1 896 y
1 898) como una serie de 53 retratos de los escritores
simbolistas y sus antecedentes franceses, ilustrados con
las máscaras que dibujó F. Vallotton. Gourmont atiende a
la literatura y . muy poco a las curiosidades biográficas,
buscando diseñar la órbita de la éstetica simbolista, tal
como lo expresa en su prefacio, que probablemente sir­
vió a Darío para escribir sus "Palabras liminares". 1 7
Por e l contrario, los dos hispanoamericanos hacen en
sus libros selecciones heteróclitas de escritores, casi ca­
prichosas y atienden a esa apetencia de rareza que domi­
naba a sus lectores, la que había fijado normas periodísti­
cas en cuanto a temas y composición. Aunque no hubo
escritor-periodista en América Latina que no se sujetara a
ellas, no dejaban de alarmarse cuando las observaban am­
plificadas en los mayores modelos extranjeros; leyendo
el New York Herald Justo Sierra reflexiona que el periódi­
co "reemplaza Las noches de Musset con un detalle secre­
18
to de la alcoba de Jorge Sand".
De los veintiún artículos de la edición definitiva de Los
raros, seis se refieren a escritores que pertenecían al mal-
92 ditismo o se singularizaban por una irregularidad provo­
cativa para los patrones burgueses ( Lautréamont, Rachil­
de, Hannon, Richepin, Bloy, Villiers de l'Isle Adam ) y
otros cuatro a figuras que venían rodeadas de un aura de
escándalo: Max Nordau, Poe, Verlaine, Tailhade. Los Raros
se vendían en cuanto provocaciones al conformismo bur­
gués y a la rígida moral pública, más que como los alega­
tos de renovación estética en que los situó el autor desde
la perspectiva de su Autobiografía en 1 9 1 2:

Yo hacía todo el daño que me era posible al dogmatis­


mo hispano, al anquilosamiento académico, a la tradi­
ción hermosillesca, � lo pseudo-clásico, a lo pseudo-ro­
mántico, a lo pseudo-realista y naturalista, ponía a mis
"raros" de Francia, de Italia, de Inglaterra, de Rusia, de
Escandinavia, de Bélgica y aun de Holanda y de Portu­
gal sobre mi cabeza. 19

Efectivamente, el autor no dejaba de acompañar sus au­


dacias con cautelosas reprobaciones éticas que les pro­
porcionaban las fronteraS aceptadas: "No sería prudente a
los espíritus jóvenes conversar mucho con ese hombre
espectral ( Lautreamont ) siquiera fuese por bizarría lite­
raria o gusto de un manjar nuevo". La serie era de un exi­
tismo periodístico algo ramplón que tenía que disgustar a
Paul Groussac, pues estaba concebida oportunísticamen­
te para el paladar de los lectores que, contrariamente al
aforismo de William Blake, deseaban pero no hubieran
actuado de acuerdo a esos deseos, así con ello engendra­
ran peste. La colección de Gómez Carrillo subtitulada
"Historias sentimentales, intimidades parisienses, etc:" es
más heterogénea; mezcla cuentos sensuales con artículos
periodísticos (y entre estos ocupan lugar preeminente
Lorrain, Huysmans, Wilde, Verlaine, Nordau, Strindberg)
y concluye con un largo ensayo, "Notas sobre las enfer­
medades de la sensación desde el punto de vista de la lite­
ratura", que es un catálogo anecdótico de aberraciones
sexuales, donde encubriéndose con la que corriente-
mente se llamaba ciencia, ( Max Nordau, Lombroso, Bi- 93
net, Krafft -Ebing), abunda en episodios tomados de Sade,
Sacher-Masoch y los historiales clínicos de la época, ase-
gurando que "para comprender el sentido verdadero de
ciertos libros es necesario haber leído antes una docena
de volúmenes alemanes, italian.os y franceses, que son
muy largos, que son muy pesados y que ni siquiera tienen
el atractivo de la inmoralidad"20• Ambos libros pertene-
cen al nivel divulgativo periodístico que, desde luego, ig-
noró la tarea científica importante que en el campo de la
psicología se cumplía en ese tiempo (solo Charcot es a
veces objeto de mención, junto con Havelock Ellis) y de
hecho operó ese "stripping down process" con respecto
al público latinoan1ericano, lo que nos conduce al mar-
gen de aceptabilidad que la misma sociedad podía pres-
tar. Por lo tanto nos explica el éxito de Flor de fango de
Vargas Vila o Santa de Federico Gamboa y el fracaso de La
raza de Caín de Carlos Reyles.
Disponemos de un documento precioso sobre ese
marco real sobre el que debían ajustarse las máscaras del de-
seo, auque su vulgaridad lo haya conservado todavía iné­
dito. 21
Es el libro de psicología social que escribió hacia
1900 Julio Herrera y Reissig y que en alguna de sus ver­
siones pudo haberse titulado Los nuevos charrúas, en el
cual analizaba el comportamiento social, político y se­
xual de los uruguayos, y en particular de las uruguayas,
aplicando discipularmente las ideas de Hebert Spencer
expresadas en sus Principies ofPsychology y en sus Prin­
cipies ofSociology. Correspondió a su período de amis­
tad con Roberto de las Carreras, heraldo del amor libre en
la "toldería de Montevideo", tal como firmaba sus escri­
tos, representando la visión que ambos tenían del real
comportamiento erótico de una ciudad aluvional y de­
mocrática a la cual querían imponer los refinamientos
sensuales que habían aprendido en la literatura europea
Los libros que sobre el tema publicó Roberto de las Ca­
rreras ilustran sucesivos fracasos (Sueño de Oriente,
94 Amor libre, Psalmo a Venus Cavalieri) cuando intentó
ajustar la máscara erótica refinada, aprendida en el mode­
lo europeo de la literatura finisecular, a una realidad local
que seguía.siendo aldeana y tradicionalista.22• El largo en­
sayo nunca concluído de Julio Herrera y Reissig explica
pormenorizadamente por qué se producen esos fracasos
y sirve al mismo tiempo de telón de fondo sobre el cual
apreciar las construcciones del imaginario erótico que
aparecen en sus poemas. Su utilidad es aún mayor, por­
que establece una pista documentada para detectar los
valores reales con que se construye esa poesía, la nota za­
fia y vulgar que alimenta los pretendidos deliquios refina­
dos y que impregna el producto poético resultante con
su robusta y tosca naturaleza, aliándose extrañamente a la
iridiscente voluta sensual.

El contraste entre realidad y máscara literaria es reco­


nocido, según Herrera y Reissig, por las aldeanas monte­
videanas: "nuestras mujeres son algo así como parodias
vivas de su sexo, símbolos humanos que representan la
estabilidad de las rutinas, incapaces de sentir en su natu-
raleza la garra de fuego de las pasiones, que no creen en la
realidad de las Manon, las}ulias, las Adelaidas, etc. y refi­
riéndose, con escéptica risilla, a las representaciones que
en sus obras nos hacen los psicólogos y los dramaturgos,
exclaman: "¡Cosas de los libros!"; "La carne fosfórico-arci­
llosa de que habla Byron no se expenden en nuestra socie­
dad. Por lo mismo el siroco que electriza el espíritu no so­
pla jamás en este lavadero de familia, donde no hay otro
acontecimiento que un despliegue de pañales y trapos
domésticos, emparejados en la convivencia de cada día,
como una enseña candorosa de paz y buena salud"!'
Estos comportamientos son atribuidos al raiga! tradi­
cionalismo con que toda la sociedad se oponía a las nove­
dades, característica que puede sorprender tratándose
de una ciudad, Montevideo, que estaba constituida por
casi tres cuartas partes de extranjeros ( inmigrantes cam­
pesinos en su mayoría) y era un ejemplo de dinámíca so-
ciedad democrática en la época en que escribía Herrera y 95
Reissig:

Este rasgo de los uruguayos constituído por la fijeza


de los usos, me explica, teniendo en cuenta una espe­
cialización emocional hereditaria, la trivialidad de las
mujeres, y su apego estúpido a los prejuicios de anta­
ño. La mujer tal como la expresaron Shakespeare, Mil­
ton, Goethe, Heine, Dumas, Vigny, Musset y Baudelai­
re, no existe entre nosotros. "El bello pecado", el más
hermoso defecto de la naturaleza, "la onda pérfida y
sutil", la fragili�d divina, "la esfinge desgarradora", la
"falda que sueña crímenes y misterios", "la satánica pe­
cadora", nada de esto es realidad en nuestro mundo.
La mujer siempre una, siempre igual, la carne de matri­
monio, la esclava doméstica, la patrona de la cabaña, la
que manda al mercado, es la fútil hembra humana de
los ganados conyugales, es la sola que existe en el país;
es la mujer de que habla Max Nordau, la enemiga del
progreso, el más firme sostén de la reacción en todas
las formas y en todas las materias, la que permanece li­
gada al pasado y a la tradición y considera lo nuevo
CO!DO una ofensa personal. Esta mujer, reproduciendo
servilmente lo que ha visto hacer, transforma en su in­
teligencia la religión en superstición, las instituciones
nacionales en formas exteriores, las acciones de pro­
fundo sentido en ceremonias vanas. Es la autómata
que ha de marchar hasta el punto de parada, tal y como
fue dispuesto y que no puede cambiar por sí misma el
mecanismo de su marcha.

Conviene aclarar que esta requisitoria no ·es exclusiva­


mente antifemenina, pues pertenece a un libro en que no
queda sector social que no sc;a denigrado, como este
ejemplo casual lo demuestra: "Los uruguayos se distin­
guen por una blandura pastosa, por una hojaldre de re­
postería", "tras el derretimiento meloso de su fisonomía,
late una solapada perversidad, un tenebroso instinto de
hacer el mal sin que nadie lo advierta, una estrategia púni­
ca, una barbarie troglodita, una envidia roedora, un odio
96 viperino, una gula reconcentrada de sobreponerse at
prójimo y humillarlo con deleite". Todo esto sería conse­
cuencia del "azoe" que también provoca que las mujeres
"al poco tiempo· de ser madres, informes, gelatinosas,
bamboleantes, trémulas, aparecen como un flan".
Buena parte de las notas críticas de Herrera y Reissig
se refieren al pudor y aluden por lo tanto al peso de las
convenciones sociales, las que gustosamente pone en ri­
dículo, ya se trate de la virginidad prematrimonial de las
mujeres defienden como leonas, lo que es visto por sus
novios como una garantía de que serán fieles esposas; ya
del dilema único, prostituta o esposa; ya, sobre todo de la
resistencia a las novedades en materia de erotismo, tema
sobre el que se explaya en su estudio tal como lo hiciera
tambi�n Roberto de las Carreras. Este se jactó _en su Amor
libre de haber introducido desconocidas caricias sexua­
les: "Busqué con la mano trémula su centro de placer. Vi­
bró como si hubiera zigzagueado en sus nervios el cho­
que convulsivo de una pila!"24• Concoidantemente, He­
rrera y Reissig asienta que las prostitutas criollas "por un
atavismo de pudor se resisten a los acomodamientos más
adelantados de la lujuria" y que las pocas mujeres libera­
das también:

Resisten en primer término a dejarse admirar su des­


nudez, y sin mucho abrigo y poca luz no se abandonan
a los brazos del amante. No quieren saber de los refina­
mientos sibaritas de la sensualidad parisiense; impo­
nen gravemente condiciones para el acto -no tocan
toute la Jire. Por el contrario solo chapurrean estilos
criollos de mecánica lujuria en una vieja guitarra. Se
da el caso de una mujer galante de Montevideo que
imploraba de un parisiense, juntando piadosamente
las manos: ¡Por Dios, lo más natural posible!.

En su crítica de los comportamientos masculinos, sati­


riza los grandes mitos que son objeto de constante aten­
ción en los diálogos de hombres solos. Se trata de un re-
pertorio reducido que evidencia la concentración exclu-
97
sivamente genital del erotismo: competencias acerca de
las dimensiones fálicas, encarecimiento de la cantidad de
eyaculaciones en una misma noche y orgullosa compro-
bación de la brutalidad de la posesión que alcanza su pun-
to óptimo si se ha logrado aniquilar a la mujer o incluso
matarla. A estos temas se agrega la cuidadosa preparación
de la noche de bodas y las hazañas de la luna de miel:

Durante el noviazgo se abstienen de besar a sus vírge­


nes. ¡Son tan ideales! Sin embargo se ceban para casar­
se, con tres meses de anticipación. Toman huevos can­
diales, depurativos para la sangre, aceite de bacalao. Y
todo con tan buen gusto. ¡Guardan asimismo abstinen­
cia y se ponen alcanfor bajo el vientre para no excitar·
se por la noche; pues en ese caso perderían los aho­
rros testiculares que acumulan prudentemente para
obsequiar a sus prometidas con un regalo de bodas
que vaya bien a su castidad.
Cuéntase de un joven que echó once la primera no­
che, los tres primeros sin sacar como dicen los uru­
guayos. Ella con el objeto de recuperar las fuerzas y
por consejo del anfitrión, tomaba en los intervalos bi�­
cochitos con oporto, mientras él llegó a consumir ett
poco tiempo media botella de cognac. Al otro día,
consecuencia de los excesos, no pudieron abandonar
al tálamo; tenían las piernas como de trapo y unas ba­
rrancas negras bajo los ojos. Por consejo del médico
fueron disminuyendo la dosis, plantándose regular·
mente en cinco, lo que era para el moralismo un col­
mo de exigüidad.
Se sabe que algunos uruguayos matan a sus mujeres a
poco tiempo del matrimonio. Hay casados que han
muerto dos y se preparan para la tercera. Las infelices
sucumben de peritonitis, reventadas por un monstruo
legendario, por un cabalgador furioso que le destroza
las vísceras. Un delincuente de este género discutía
con un colega sobre quien de los dos merecía ser con­
decorado por virilidad, diciendo: yo he muerto
·
dos. El
otro repuso: Con esta es la cuarta.

98 A pesar de los dicterios de Herrera y Reissig, a pesar de


las máscaras refinadas que los poetas ambicionaron para
instaurar un nuevo erotismo, es bastante evidente que en
su misma obra se traducen las costumbres del medio. Es
posible que les debamos algunas incorporaciones, como
las referidas a las lujurias de la lengua, pero los disfraces
parisinos no esconden la pervivencia de esa central faz
genital de la erótica, férreamente y exclusivamente ins­
taurada por las tradiciones culturales latinoamericanas, la
que reaparece con esplendor en la propia poesía jubilosa­
mente machista de los principales escritores. El mismo
Herrera y Reissig, autor de las mencionadas críticas, inau­
gura su "Epitalamio ancestral" con estos versos:

Con pompa de brahmánicas unciones,


abrióse el lecho de tus primaveras,
ante un lúbrico rito de panteras,
y una erección de símbolos varones.

En 1892,Julián del Casal construye desde la Habana su


'museo ideal" del erotismo sobre diez cuadros de Gusta-
ve Moreau que revisan el orientalismo y en especial el he­
lenismo, los que sin embargo no esconden el afán macho
simbolizado en el toro que "erige hacia el azul los cuer­
nos de oro". En la Argentina, más exactamente en "Tigre
Hotel, diciembre de 1 894", Darío escribe su "Divaga­
ción" desplegando una bastante convencional serie de
máscaras, para concluir con el desplante macho:" y Jun­
to a mi unicornio cuerno de oro 1 tendrán rosas y miel tus
dromedarios".
Pero en ninguno de los modernistas el "placer fornica­
rio" -como lo llamara- adquiriría la desatada fuerza que
mostró en .Wgones, con sus Montañas de oro traspasadas
de una violencia genesiaca que no se detenía ante el sa­
dismo ni el impulso homicida. Darío, buen conocedor de
lo que la poesía traducía, no dejó de observar, comentan­
do los primeros poemas lugonianos, que "su abrazo no
tiene preliminares: es la posesión y la fecundación". Y ex­
trayendo de allí la justificación de su torpeza para las ma­
neras galantes, presintió que lo que había detrás de esa
99
simple energía era el "alma gaucha" o, en otros términos,
el primitivismo sexual de los latinoamericanos del XIX
que todavía no sabían qué era el erotismo.
Las máscaras exóticas, a todo lo ancho de la civilización
occidental, fueron el sueño despierto de la erótica en un
tiempo en que la ciencia, la técnica y el régimen de pro­
ducción acentuaron hasta grados desconocidos el mate­
rialismo de la sociedad , disolviendo o rechazando la valo­
ración religiosa de la vida humana con gran escándalo de
quienc-.s habían custodiado esos valores y que militaron
en bloque contra toda la modernidad, sin hacer distingos.
La materialidad en curso en la sociedad burguesa propor­
cionó la base para una búsqueda dentro de ella misma y
ya no dentro del espiritualismo contrastado, pues eran
esos valores concretos y materiales los que habían pasa­
do a constituir el horizonte social. F.ste sin embargo no
era satisfactorio, pues el sistema productivo había im­
puesto aún más férreamente como principio de realidad
la entrega de las energías todas a una tarea enajenante. La
máquina social había establecido u n régimen de. presta­
ciones mucho más absorbente, mucho más negador de la
totalidad humana de lo que se había conocido. El régimen
de trabajo fubril del XIX fue considerablemente más duro
que el del trabajo campesino y las exigencias del nuevo
sistema burgués resultaron confiscatorias del ocio y el es­
parcimiento de los seres humanos, lo que motivó las cla­
morosas reivindicaciones de obreros y empleados. De
esta insatisfacción generalizada nacen las desesperadas
búsquedas de liberación, que toman diversas vías según
los estrados y los niveles culturales. Como ha observado
eficazmente Zeldin en su monumental libro sobre la cul­
tura francesa, el vino fue casi desconocido hasta el siglo
XIX: "The rise of democracy was paralleled by a vast in­
crease in the production of wine, so that people got the
right to vote and to drink roughly simultaneously"?' La
enorme producción de lo que luego se llamó simplista­
mente "literatura de evasión" es también contemporánea
1 00 del acrecido consumo alcohólico, pues como también
observa Zeldin, las masas ''wanted to know about the
world, but, quite as much or even more, they seemed to
want to escape from it, to identify whith criminal heroes
who broke all the rules they themselves had to obey in
real life, to use literature as an instrument of wish fulfil­
ment, day-dreaming and vicarious emotionalism".26
No es muy diferente la explicación que de toda la lite­
ratura dio Sigmund Freud en su ensayo de 1 908 sobre "El
poeta y la fantasía", observando esa relación paradójica
entre la insatisfacción real y la satisfacción vicaria que
proporcionan los lenguajes simbólicos: "Los instintos in­
satisfechos son las fuerzas impulsoras de las fantasías, y
cada fantasía es una satisfacción de deseos, una rectifica­
ción de la realidad insatisfactoria"27• En un tiempo en que
el materialismo que regía a la sociedad desde su cabeza,
proponía de hecho el placer y al mismo tiempo lo burlaba
con un implacable régimen de prestaciones, la fantasía
alimentada por el ardiente deseo que construye la obra li­
teraria, mal podía instalarla en su inmediatez donde la
propia conciencia le decía a voces que era imposible, y
debía ubicarla en un más allá del tiempo y del espacio
donde pudiera ser soñada como posible, tuviera una
eventualidad de realización que hiciera grata la ensoña­
ción deseante. El poeta que en América Latina pidió que
las campanas lo llamaran a "la fiesta en que brillan los ojos
de fuego y las rosas de las bocas sangran delicias únicas"
era perfectamente coherente cuando agregaba en las mis­
mas "Palabras liminares" de Prosasprofanas que su poesía
construía "visiones de países lejanos o imposibles", pues
solo ellas parecían validar como real el placer buscado.
Las obligadas máscaras exóticas del deseo manejan una
fantasía que, como dice Freud, flota entre tres tiempos:
"el pretérito, el presente y el futuro aparecen como en­
garzados en él hilo del deseo, que pasa a través de ellos"28
de tal modo que tenemos derecho a buscar en la obra lite­
raria resultante las experiencias del presente y del pasado
al que ellas remiten, incrustadas todas en la visión feérica
del futuro o de la distancia que remeda un futuro, que el 101
poeta nos proporciona. Las huellas de tales experiencias,
que son siempre las de una conciencia situada en una so-
ciedad histórica determinada, no son meras transcripcio-
nes clínicas, ya que manejan bivalencias compensatorias: ·
trabajan sobre circunstancias reales y las compensan ilu­
soriamente y ambas caras quedan imbricadas en una sola
imagen, asociadas como impulsos que se resuelven en el
equilibrio que presta la ensoñación del exotismo.
Está por estudiarse el efecto que en el imaginario lati­
noamericano produjo la modernización. Disponemos de
abundantes análisis económicos, sociológicos, políticos
de lo que ocurrió desde 1 870 y podemos hacer un balan­
ce bastante persuasivo de ventajas y desventajas, de quie­
nes ganaron y quienes perdieron. Pero poco sabemos de
lo que pasó en las conciencias cuando esta remoción ve­
nida impetuosamente desde fuera, no solo puso al pasado
en el banquillo sino que proporcionó una mirada ajena
para contemplar las acendradas tradiciones culturales en
que los hombres se habían formado, para visualizar todo
lo que tenían de insatisfactorias y al mismo tiempo pre­
senciar su tenaz acción sobre los comportamientos. Los
intelectuales de la cultura ilustrada fueron demoledores
imbuí dos de esquemas racionalistas que hoy nos parecen
bien retóricos, se trate de Manuel González Prada o de Sil­
vio Romero. Su misión fue la de desmontar d edificio de
la cultura latinoamericana en la política y la filosofía, apo­
yándose en la renovación liberal europea, sin poder pre­
ver las contradicciones y los efectos secundarios que se
producirían, y que ellos mismos vivirían. El González Pra­
da que en 1 888 proclamaba "Empiece ya en nuestra lite­
ratura el reinado de la Ciencia. Los hombres no quieren
deleitarse hoy con música de estrofas insulsas y bien puli­
das ni con períodos altisonantes y vacíos: todos, desde el
niño hasta el viejo, tenemos sed de verdades. Sí, verdades
aunque sean pedestres", 29 es el mismo que escribirá el vo­
lumen de Exóticas.
En cambio, los escritores de la cultura democratizada
1 02 percibieron intensamente la necesidad de la I?elleza1 fue­
ron movidos por el volátil deseo, se plegaron a la sensuali­
dad arrulladora, incluso necesitaron retornar a la infancia
donde vivía el venero afectivo de la cultura que los había
alimentado tanto en el caso de Martí como en el de }osé
Asunción Silva, sintiendo el desgarramiento del implaca­
ble principio de realidad que les imponía dolorosamente
la sociedad burguesa, cuyo rigor quizás fue mayor en los
márgenes de la expansiva economía-mundo o, al menos,
se formuló con mayor contraste respecto a la tradición en
que todavía estaban sumergidos, por su itúancia y su ado­
lescencia pasadas, los escritores que se incorporaron a la
dinámica de la modernización. Incluso fueron espiritua­
listas y vagamente religiosos, como reacción al !llecaní­
·

cismo: . racionalista y al régimen de prestaciones que les re­


sultaba frustrante e insatisfactorio.
Y todos, absolutamente todos, descubrieron la insatis­
facción erótica en que vivían por obra de la educación ca­
tólica y la convención social aldeana en que habían sido
educados. Y al mismo tiempo todos, absolutamente to-
dos, reconocieron lo dificil que era adaptarse a una nueva
erótica que prodigara una mayor satisfacción hedónica,
porque el placer apetecido era condenado por la moral
reinante y, en las íntimas conciencias, por la internaliza­
ción de las prohibiciones que operaban las instituciones,
no solo las religiosas, sino las educativas, las gubernamen­
tales y hasta las municipales. El sexo había sido el enemi­
go de la Iglesia y lo seguía siendo del Estado liberal. En los
citados manuscritos de Herrera y Reissig hay múltiples
referencias al barrio de Santa Teresa que aunque conti­
guo en pocas cuadras al centro social de Montevideo,
constituía el reducto cerrado del placer y la ignominia:

Montevideo es la única ciudad en el mundo en que


existe un radio fijo y decretado por la ley para dar ca­
bida a la prostitución y amparar la sífilis y desarrollar
la gonorrea; todo con el objeto de que triunfe la mora­
lidad, evitando que las pecadoras vivan cerca de las
justas y ambas se miren cara a cara desde el balcón o 1 03
azotea.
La Ciudad de la Sífilis, que no es otra cosa que una
rama del Estado, se mantiene en un aislamiento digno.
Sus habitantes femeninos no pueden moverse en ella
sin permiso de la policía, hasta hora avanzada de la no­
che. La libertad individual de las prostitutas es cosa
que no ha previsto la Constitución.
Se entiende que la calle Santa Teresa es un teatro de
"vagancia, embriaguez, suicidios, crímenes, robos y
escenas repulsivas", pero al menos conserva la tran­
quilidad de los hogares de Montevideo, cuyas vírge­
nes y matronas se enfermarían de horror en caso de
que a las damiselas se les permitiese vivir en las calles
.donde habitan las familias bien...

Sobre ese panorama se construyen las máscaras del de­


seo, las utópicas ensoñaciones de una plenitud corporal
que les había sido negada a los hombres latinoamericanos
y mucho más a las mujeres. Aun en aquellos casos en que
estos poemas y narraciones eróticas parecen hacer de la
mujer "el objeto del placer" y no su sujeto ( en lo cual in-
dudablemente sigue traduciéndose oscuramente un
comportamiento dominador tradicional que confiere al
hombre el poder) es forzoso estimar lo que contiene de
revolucionario en cuanto al reconocimiento del derecho
erótico de la mujer, la sustitución de la "vestal intacta"
por la "faunesa antigua". En las redes de la con·tradicción
que allí quedó instituída, incorporación de la mujer al
erotismo y a la vez supeditación al deseo masculino, que­
dó enredada Delmira Agustini ( 1 886- 1 9 1 4 ), construyó la
primera versión femenina del universo del deseo y fue
arrastrada a la tragedia. "Fiera de amor", "perenne mi de­
seo", es a Eros que dedica su libro Los cálices vacíos
( 1 9 1 3 ), pero sustituyendo las máscaras exóticas asume
como máscara al hombre deseante al cual se pliega, en el
cual se funde, como ya lo dijera desde El libro blanco
( 1 907): "Amor, la noche estaba trágica y sollozante 1
cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura" "Y hoy río
si tú ríes, y canto si tú cantas; 1 y si tú duermes duermo
1 04 como un perro a tus plantas! 1 Hoy llevo hasta en mi som­
bra tu olor de primavera; 1 y tiemblo si tu mano toca la ce­
rradura".'!().
Si bien los escritores que surgen tras los modernistas y
van constituyendo la etapa de la cultura prc-nacionalista
ya actuante en la primera década del XX, abandonan las
máscaras exóticas, en especial las del arsenal rococó fran­
cés, e incluso restablecen las conocidas virtudes del or­
den matrimonial y de la pareja monógama, no por eso son
menos herederos de una revolución erótica que se ha
cumplido bajo los antifaces carnavalescos y literarios,
ba;o las vestiduras pertenecientes a épocas y paisajes leja­
nos a los que convencionalmente se atribuían las exquisi­
teces de una gloria de los sentidos que, por esa desviada
vía, los americanos de la cultura democratizada comenza­
ron a descubrir que estaba también a su alcance, que era
el posible "way of all flesh".
Una anécdota ilustra fielmente esta revolución, así
como la actitud más conservadora que sobre el erotismo
asumió la generación pre-nacionalista, que no en balde
estuvo compuesta principalmente por provincianos que
eran absorbidos por la capital. la cuenta Manuel Gálvez,
quien fuera junto con Ricardo Rojas, de los eficaces líde­
res de esa joven generación de principios de siglo, referi­
da a Horacio Quiroga que se formó literaria y espiritual­
mente en la atmósfera modernista, junto con Lugones y
Herrera y Reissig, revistiendo en ella las máscaras poeia­
nas y decadentes que enarboló en Los arrecifes de coral
( 190 1 ) y El crimen del otro ( 1 904 ), pero que ya abando­
nó con ingente esfuerzo cuando escribe la Historia de un
amor turbio ( 1909 ). A esta novela se refiere el diálogo
con Gálvez:

No exhibía sus defectos, pues no era cínico; pero no


los ocultaba intentando pasar por inmaculado. Una
vez, cuando publicó la Historia de un amor turbio, le
declaré que me había chocado la página en que el pro­
tagonista, y no por cariño fraternal, ciertamente, sien­
ta en las rodillas a su futura cuñada, una chica ya seño­ 105
rita.
-¿Usted no lo haría?· me preguntó.
Y como yo protestara y contestara que no, él dijo, sen­
.
cillamente, sin cinismo ni aspavientos:
-Yo sí."
Notas al Cap. IH

l . Cit. por Peter Gray, The Enlightenment: an interpretation,


New York, Alfred Knopt; 1969, t. 11, p. 369.
2. Ob. cit, pp. 385, 389.
3. Federico Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Madrid, Agui­
lar, 1 974, (trad. Eduardo Ovejero y Mauri), frag. 242, p. 554.
4. El Eterno retorno, ed. cit., frag. 356, p. 1 73.
5. lbidem, p. 1 73.
6. lbidem, p. 1 73.
7. Más allá del bien y del mal, frag. 223, p. 540.
8. lbidem, frag. 40, p. 484.
9. lbidem, frag. 38, p. 483.
1 O. Theodore Child, The Spanish American Republics, New
York, Harper and Brothers, 1 902, 1 1 3.
1 1 . La "casa pompeyana" de Schiaffino, en México, construída
106 por el arquitecto Santiago Evans, fue desc.rita con detalle por Ig­
nacio Altamirano en sus "Revistas literarias de México" ( 1868)
agregando:. "También allí se encuentra el salón azteca que con­
tiene decoraciones antiguas, según los modelos de nuestros li­
bros históricos. Es una restauración del tiempo de Moctezuma".
En La literatura nacional, México, Editorial Porrúa, 1 949 (ed.
José Luis Martínez), t.l, p. 1 73.
1 2. Gilles Deleuze y Félix Guattari, Capitalisme et schizo·
phrénie. L' anti Oedipe, París, Editions de Minuit, 1 975, p. 163.
1 3. CarltonJ.H. Hayes, A Generation ofMaterialism, 1871 - 1 900,
New York, Harper & Row, 1 94 1 , p. XI.
1 4. Wolfgang J. Mommsen, ú época del Imperialismo. Europa
1885-1918, Madrid, Siglo XXI, 1 97 1 , p. 1 38.
1 5. George M. Foster, Culture and Conquest: America's Spanish
Heritage, New York, Viking Fund Publications in Anthropology,
27. 1 960.
1 6. Psychologia Urbana, Río de Janeiro, H. Garnier, 1 9 1 1 , pp.
1 8-9.
1 7. Rémy de Gourmont, Le livre des masques, París, Mercure de
France, 1 963. En su prefacio define al simbolismo como "l'ex­
pcession de l'individualisme daos l'art" y oponiéndose al dicta­
men de Nordau, alega que "le crime capital pour un écrivain
c'est le conformisme, l'imitativité, la soumission aux régles et
aux enseignements. L'oeuvre d'un écrivain doit etre non seule­

ment le retlet, mais le reflet grossi de sa personnalité".


1 8. Justo Sierra, En tierra yankee ( 1 898 ), en Obras completas.
Viajes, México, UNAM , 1 948, ( ed. de José Luis Martínez), p. 75.
1 9. Obras completas, Madrid, Afrodisio Aguado, 1 950, t. 1, p.
1 28.
20. Enrique Gómez Carrillo, .Almas y cerebros, París, Garnier
Hermanos, 1 898, p. 326.
2 1 . Manuscritos en la Biblioteca Nacional, Departamento de In­
veStigaciones Literarias, Montevideo, Uruguay.
22. Ver mi prólogo al libro de Roberto de las Carreras, Psalmo a
Venus Cavalieri y otras prosas, Montevideo, Arca, 1 967.
23. Transcribo el texto de corrido, sin indicar palabras ilegibles,
rupturas del manuscrito, tachaduras o enmiendas.
24. Ed. cit., p. 1 02. A la acción enunciada, sigue esta respuesta de
la "musa del amor libre": "No hagas esa caricia a ninguna otra
mujer. ¡La harías feliz" y este comentario del autor: "Tú debes
haberla enseñado al otro.. Soltó su risa de dientitos mignons,
.

deliciosamente pilluela: -¡Sí!". 1 07


25. Theodore Zeldin, France 1848-1945. Taste & Corruption,
Oxford, Oxford University Press, 1 980, p. 408.
26. Ibídem, p. 32.
27. "El poeta y la fantasía" ( 1 908) en Obras completas, Madrid,
Biblioteca Nueva, 1948, t. 11, p. 966 ( trad. Luis López Ballestee).
28. Ididem, p. 967.
29. Manuel González Prada, Páginas libres. Horas de lucha, Cara­
cas, Biblioteca Ayacucho, 1 976, p. 32.

30. Los cálices vacíos, Montevideo, O.M. Bertani, 1 9 1 3, p. 1 29.


3 1 . Manuel Gálve�. Recuerdos de la vida literaria. I, amigos y
maestros de mi juventud, Buenos Aires, Hachette, 1 96 1 , pp.
242-3.
N

LA CANCION DEL ORO


DE LA CLASE EMERGENTE

La incorporación de América Latina a la economía­


mundo, se intensificó a partir de 1 870 y aunque dejó mar­
ca profunda en prácticamente todos los países, privilegió
a las antiguas zonas marginales del imperio español, sobre
todo el Rio de la Plata, el último Virreinato, constituído
ya por los Borbones, en el XVIII. 1 09
Donde más rápida era su acción, asociando a una peri­
feria latinoamericana dependiente a las metrópolis indus­
triales, más veloz resultó la democratización, aunque esta
tuvo los entorpecimientos ya vistos por parte de los sec­
tores conservadores y liberales oligárqqicos. Que el pro­
ceso derivaba de la dinámica económica quedó demos­
trado con el caso de Cuba que, aun siendo una colonia
española, se asoció al movimiento. Por debajo de la admi­
nistración colonial, la emprendedora burguesía criolla
impulsaba el desarrollo de los centrales azucareros, que
respondían ya a la demanda norteamericana. En este cau­
ce se sitúa el grito de Yara de 1 868 y la guerra de indepen­
dencia de los diez años.'
En el Rio de la Plata se produce tempranamente el des­
pegue bajo la acción conjugada de Inglaterra, Francia y
Alemania, con una intensidad aun mayor que la que cono­
ció el Brasil. Toda la zona se separó nítidamente de la que
Pierre Chaunu habría de designar como la América Latina
inm OWI, o sea la andina2, aunque a ésta habría que llamar-
la, correctamente, de movilidad menor. La decisión con
que el Río de la Plata asumió la nueva orientación no tuvo
igual en el área hispanoamericana, instaurando ese "des­
potismo ilustrado" que José Luis Romero3 ha visto como
la conformista aplicación del proyecto liberal romántico
que había triunfado en Caseros ( 1852) por parte de una
·oligarquía altamente capacitada que tuvo eficaces ejecu­
tores en .las presidencias de Sarmiento ( 1862-68), Mitre
(1868-74), Avellaneda (1874-80 ) culminando con la del
general Julio A. Roca ( 1880-86) que se inicia con la fede­
ralización de Buenos Aires ( 1880) que la historiografía
argentina maneja como línea divisoria. Lo es, sí, política­
mente, aunque no económica ni culturalmente, pues la
economía venía desarrollándose desde antes con fuertes
convulsiones sociales ("it was cereal and meat produc­
tion for European markets that molded the emerging na­
tion" ha dicho Scobie, relacionándola con el desarrollo
ferroviario de finc;:s de los sesenta y las iniciales colonias
1 10 de inmigrantes a partir de 18744) y la cultura de la llama­
da "generación del 80" comienza por alcanzar una in­
fluencia pública identificable desde la incorporación al
periodismo de algúnas de sus definitorias figuras -Lucio V.
Mansilla, Eduardo Wilde, Miguel Cané- en la década del
setenta, participando activamente en las columnas de La
Tribuna, El Nacional, La. Nación, en ese período en que
los diarios se transforman en el vehículo casi único de cir­
culación de las ideas y la literatura.4 bis
Los lodos que ya en el siglo XX siguieron a esta gran
polvareda, han sido puestos por los "revisionistas" a la
cuenta de los liberales forjadores de la modernización.
Tulio Halperín Donghi, que ha seguido en detalle el deba­
te intelectual que originó la adopción del nuevo sistema
económico y la constitución de la nación política a su ser­
vicio, demuestra que hubo prácticamente unanimidad y
que no sólo fue recibido con alborozo, sino reclamado
con insistencia desde los bandos políticos enfrentados.'
Por su parte James R Scobie ha demostrado persuasiva­
mente que también los trabajadores, a través de sus prin-
cipales intérpretes, apoyaron el régimen liberal, el libre­
cambismo y aun militaron contra el proteccionismo in­
dustrial reclamado por pequeños sectores· empresaria­
les.6 Por su parte, los intelectuales ilustrados presencia­
·
ron una ola de riqueza que, aunque arbitrariamente re-
partida, cosa que la mayoría no vio, estaba permitiendo el
_
avance de la sociedad, por lo cual efectivamente convali­
daron el mensaje ideológico de Sarmiento, Alberdi, Mi­
tre, y lo dotaron de instrumentos realistas eficaces, con
un pratticismo al día y una flagrante escasez de análisis
doctritlales, filosóficos o sociológicos, como si sus inme­
diato� antecesores hubieran agotado el campo teórico.
No fue diferente la mirada de los intelectuales hispanoa­
mericanos, desde que Ignacio Altamirano propusiera en
el México de 1 868 a la Argentina como modelo, hasta el
Euclides Da Cunha que a comienzos del XX trataba de de­
sentrañar lo que en su tiempo se llamaba el "milagro ar­
gentino", pasando por el Eugenio María de Hostos que en
lll
1 87 4 reconocía a regañadientes los factores dinámicos
de la sociedad argentina, y aun llegando al José Carlos Ma­
riátegui de los años veinte de este siglo que visualizaba
para su Perú un destino bastante semejante al de la Argen-
tina de Irigoyen. .
Si eso fue evidente para las clases superiores, también
lo fue para millones de inmigrantes venidos de las campi­
ñas europeas a la búsqueda de condiciones de vida que
no hubieran conocido en sus tierras natales. La mayoría
de la inmigración europea venida a América Latina, eligió
el sur del continente por afinidades culturales pero más
aún porque aseguraba trabajo y progreso material. Darío
decía lo por todos sabido, cuando en ocasión del cente­
nario de la Independencia visualizó a la Argentina como
una granada, una ubre, una espiga abierta a "tocb humani­
dad triste 1 a los errabundos yparias 1 que bajo nubes con­
trarias 1 van en busca del buen trabajo". El mismo era un
ejemplo de esas posibilidades mayores que la Argentina
ofreció en la época, pues fue un inmigrante, en busca de
trabajo que le asegurara la subsistencia, y, además, le per-
mitiera realizar su obra y dar a conocer su nombre. Como
buen asiduo de la prensa periódica hispanoamericana, sa­
bía que solo los grandes diarios argentinos podían asegu­
rar una retribución a sus redactores ("Ypor una corta fae­
na 1 crecía la monooa vif') y algo aún más importante para
un escritor con clara conciencia profesional, la difusión de
nombre y obra en todo el orbe de la lengua española, tal
como había pasado conJosé Martí desde que en 1 882 fuera
designado por Mitre corresponsal de La Nación en
Estados Unidos. Su inicial deslumbramiento cuando llegó
a Buenos Aires en 1 893 como cónsul de Colombia y, de
inmediato, pasó a colaborar en La Nación, se atemperó
posteriormente. No solo reconoció, tras la esplendorosa
fachada cosmopolita, la ciudad fenicia donde la vida inte­
lectual sobrevivía malamente en el cogollo de la "gente
decente", sino que descubrió que para sobrevivir debía
apelar al recurSo ya generalizado entre el escasísimo
equipo intelectual, que consistía en el pluriempleo: escri­
1 12 bía simultáneamente en La Nación, en· La Tribuna y don­
de se pudiera, y además cumplía funciones burocráticas
en Correos y Telégrafos; donde era compañero de Patri­
cio Piñeiro Sorotido y Leopoldo Lugones, aunque con la
libertad que comenzaba a ser de uso tratándose de inte­
lectuales.
Es bien sabido que los intelectuales siempre se han
rehusado a que se los clasifique como inmigrantes, visto
que la palabra connota no solo pobreza sino ambición de
salir de ese estado mediante conquistas materiales, cosa
que suena mal a la panoplia idealista del escritor que por
lo común procede de clases medias y que siempre prefiri­
rá pasar de un país a otro como un proscripto, un exilia­
do, un combatiente de la libertad o un servidor de la cul­
tura de su nueva patria. Aún en la época, para injuriar a Al­
varo Armando Vasseur, el patricio y bastardo Roberto de
las Carreras lo llamaba "efebo inmigrante". Sin embargo,
ya en la época apareció esta nueva categoría del "inmi­
grante intelectual" que representó Darío con más fran­
queza que la que se estiló posteriormente. Inmigrantes dife-
renciables del grueso de la población inmigratoria que,
dado sus muy bajos niveles educativos, se integraba a esa
inmensa mayoría ( el 95% de los habitantes de la ciudad )
que se denominaba la "gente de pueblo", aunque tampo­
co asimilables al reducido grupo de familias de la oligar­
quía dirigente que conformaban la "gente decente". En el
Buenos Aires de 1 900 se trató de un escaso equipo juve­
nil, fundamentalmente compuesto por intelectuales de
los países circunvecinos (bolivianos como Ricardo Jai­
mes Freyre, uruguayos como Florencio Sánchez, Horacio
Quiroga, Otto Miguel Cione, Julio Herrera y Reissig, etc. )
que eran atraídos por períodos variables (aunque Cons­
tando Vigil lo sería por toda su vida, igual que Julio Pi­
quet) para probar fortuna en la que ya era la capital del
cono sur y ofrecía mejores oportunidades de trabajo, en
el periodismo, en el teatro, aun en la educación, que sus
propios países nativos. Triunfar en Buenos Aires fue la
ambición máxima, aún por encima de triunfar en Madrid,
y solo por debajo de triunfar en París. 1 13
La diferencia con los campesinos inmigrantes que ha­
cían crecer los barrios suburbanos de Buenos Aires, no
impide reconocer que con ellos compartían ciertas ca­
racterísticas: la plasticidad para adaptarse a un medio di­
ferente y frecuentemente hostil; el oportunismo para
deslizarse en las coyunturas favorables; el alto rendimien­
to de trabajo con el cual defender su puesto (en tres años
Darío escribe dos libros, Los raros y Prosas Profanas, y
deja inéditos en la prensa otros dos); su desconexión del
pasado nacional y su complementaria integración a cuer­
pos doctrinales internacionales del momento, de los cua­
les fueron principales introductores (prácticamente
todo el modernismo argentino fue la obra insólita de un
solo escritor, Rubén Darío, que apoyándose en jóvenes
como él -Ricardo Jaimes Freyre- y aún en adolescentes
como Leopoldo Lugones, Alberto Ghiraldo o Vasseur, sa­
cude un medio intelectual rutinario que era sorprenden­
temente arcaico en la fecha, no solo respecto a la hora eu­
ropea sino también respecto a la latinoamericana, lo que
resultaba casi incomprensible visto que se trataba de la
urbe más pujante y desarrollada del continente hispanoa­
mericano); su contribución a la diversificación de los es­
tratos sociales mediante un arribismo que aprovecharía
de las funciones que se iban creando en una sociedad di­
námica para ir fraguando la en en el futuro poderosa clase
media.
¿Qué lugar ocuparon estos atípicos inmigrantes en la
estructura social de Buenos Aires? Ante todo debe decir­
se que la tradicional división entre "gente de pueblo" y
"gente decente" pervivió férreamente hasta la última dé­
cada del XIX, siendo persuasivos los argumentos de Sco­
bie acerca de que "a small, closely knit, native-bom upper
class dominated and controlled the social structure" lo
que contribuyó a la "contin!lity and stability during a pe­
riod of rapid urban growth".7 Dentro de ese pequeño sec­
tor de familias oligárquicas y patricias se encontraba todo
el equipo intelectual tradicional, el que preparaban las
1 14 universidades, ocupaba los cargos dirigentes y editoriali­
zaba en los diarios, el cual vivía separado de la ciudad alu­
vional donde "80 per cetit of the unskilled labor force and
two thirds of the blue-collar and white-collar group were
foreign-bom", y estaba consagrada a una conversación
diestra entre las familias bien 7 bis. Esta ha sido demasiadas
veces y demasiado simplistamente tachada de extranjeri­
zante, cuando un elemental recensamiento de lo que es­
cribía la clase ilustrada demuestra el estricto régimen bi­
polar de sus fuentes y asuntos: un polo estaba representa­
do por la producción extranjera que, para el caso argenti­
no, fué más vigorosamente francesa que en otros países
americanos y el polo opuesto por una pervivencia de la
tradición interna, de la historia y los problemas naciona­
les, con una sostenida atención por la lección de los
maestros del pasado que llegó a ser anacrónica en la me­
dida en que no incorporaba las circunstancias contemporá­
neas y mayoritarias de la población. El equipo intelectual
ilustrado cumplía la función estabilizadora y continuado­
ra de su clase, aunque con una capacidad para moderni-
zarla disciplinadamente que, en algunos casos, podía pa­
recer u·na crítica a esta moderada puesta al día. Así lo ha
percibido Adolfo Prieto en una eficaz lectura de la obra
de Lucio V. López, observando que "la propuesta funda­
mental de La gran aldea es la de demostrar que el Buenos
Aires provinciano de 1 860 pervive en el Buenos Aires
cosmopolita de 1880, que la clase social que manejaba
sus destinos en la época de Pavón continuaba controlan­
do los hilos de la política y de las finanzas y dando el tono
de la sociabilidad en la época del alumbrado a gas y de los
tranvías a caballo".8 Tal crítica, sin embargo, no superaba
el debate sobre posiciones y no acarreó una dinámica
transformadora por parte del grupo ilustrado, el cual, al
contrario, apareció como heredero y guardián de las pro­
posiciones de sus mayores, lo que en buena parte puede
ser atribuído a la confianza en su poder oligárquico y a lo
estrecho del círculo intelectual que almacenaba toda la
literatura culta del momento.
No obstante, en el otro extremo de la pirámide social, se 115
podía percibir otra fuente de producción literaria, ésta de
tipo pop'!lar aunque no menos anacrónica, que fue ilus-
trada por la serie de folletines de sangre aparecidos en La
Patria Argenting ( 1 879- 1 885) entre cuyos numerosos
cultores se distinguió Eduardo Gutiérrez, cuyo famoso
Juan Moreira ( 1 879-80 ) abriría el camino, cuando su
adaptación escénica por Juan José Podesta, al circo-crio-
llo y al teatro nacional, imponiendo su truculencia melo­
dramática y su arcaísmo ideológico entre los nativos del
suburbio.
Pero no fue en ninguno de estos niveles que se situó la
acción de los poetas renovadores que habían inmigrado a
la Argentina, quienes recibieron prontamente el refuerzo
de algunos elementos provincianos absorbidos por la ca­
pital. El destino de estos poetas estuvo ligado desde el co­
mienzo a un grupo social intersticial que se estaba abrien ­
do paso e n l a década del noventa y que ya se apreciará
constituído al cruzar el nuevo siglo, al cual acostumbra·
mos a designar como clase media y en cuyo seno se fra-
guará la cultura pre-nacionalista. Pero aunque forzosos
miembros de esta clase que se genera con el crecimiento
del aparato administrativo, educativo, comercial, el gru­
po intelectual renovador se distingue por una actitud re­
belde, marcadamente individualista y antipopulista, que
lo distancia críticamente de su propia clase, le permite
una comunicación profesional pero no estética con el
sector ilustrado que constituía el único equipo intelec­
tual solvente de la época y lo opone a la industria cultural
populista con que se abastecía al público semi-alfabeto.
Situación compleja en que se cruzan rasgos clasistas -sub­
yacentes y prácticamente inconscientes-, problemas de
profesionalización rigurosa, flagrante carencia de un pú-.
blico capaz de recibir plenamente su mensaje. Esto da la
tónica de ese peculiar momento en que ha comenzado la
democratización y aun los poetas viven como "aristos"
dentro de su reducido grupo de productores. Ni la "gente
de pueblo", ni su propia clase media en formación, los co­
116 nocen o entienden, ni la cultura ilustrada los aprecia. Por­
que si Calixto Oyuela puede quejarse del empobreci­
miento de la literatura por obra de los decadentes, si Al­
mafuerte puede vociferar incansablemente contra los "li­
teratos", la propia clase media adoptará una actitud esqui­
Y�, aunque tardíamente los recuperará.
Culturalmente puede decirse que la aparición de Caras
y caretas en 1 898 señala la incorporación a la lectura del
sector medio. Si la cultura superior tuvo como instru­
mento de comunicación los diarios, la de las clases me­
dias tendrá como órganos predilectos las revistas ilustra­
das, semanales o mensuales, con una apreciable pérdida
de las posiciones políticas nítidas sustituidas por un dis­
curso moralizante, una visible reducción del rigor inte­
lectual de los mensajes que serán transportados a casos
particulares y situaciones circunstanciales y un notorio
retroceso de los niveles artísticos avanzados que permite
recuperar al costumbrismo romántico dentro de coorde­
nadas realistas. El editorial en que Caras y caretas explica,
al cumplirse su primer año de vida, las razones de su éxi-
to, vale como una descripción del marco cultural en que
opera la clase media, ya que había sido "el conocimiento
del público bonaeren� y la adivinación de sus gustos" y
que le habían concedido la popularidad, al evitar los dos
modelos anteriores: "la caricatura gruesa que fuera arma
vengadora e instrumento de castigo, iracunda y áspera
risa popular contra las grotescas formas de la política abo­
rigen" y "la revista puramente literaria y puramente artís­
tica, miel con azúcar". Todo el editorial certifica esta
atemperada vía media ("ni demasiado serio lo que perju­
dicaría su popularidad porque la seriedad es molesta, ni
demasiado chacotón para que no se le cerrasen las puer­
tas de la melindrosa novedad social"; "hermanar la actua­
lidad que interesa, la verdad que atrae la atención, con la
caricatura que esboza sonrisa") que llegaba hasta exitosas
soluciones comerciales, como "la innovac*ón de las ac­
tualidades europeas intercaladas en las páginas de avi­
sos". El editorial de Quas y caretas es casi un manifiesto
1 17
sobre la "psicología del lector bonaerense" que así defi­
ne:

La nota fuerte de color al frente, con una gracia cuan­


do era posible, con un propósito de sátira moral siem­
pre, y siempre tratando de poner en esa nota inicial de
la carátula la traducción gráfica de un sentimiento pú­
blico, lealmente explorado. Por algo entra así el pe­
riódico en la brega de todos por el mejoramiento de
instintos y de costumbres, de cosas y de ideas. Luego,
adentro, la vida -sin forzar las notas trágicas- sin ex­
cluirlas tampoco, para no falsear la realidad humana
de nuestro clásico valle de lágrimas; y arte e ingenio
en cuanto puede lograrse, puestos al servicio de la más
copiosa info�ción universal -poco arte por el arte­
mucho arte por la vida. Eso ha sido el propósito cons­
,,�.. tante y eso trajo el suceso.9
r,
:.1 -"�- .

·.v. Así definido, no era un programa en el que pudieran ca-


ber Rubén Darío o Florencio Sánchez, aunque ambos ha­
brían de ser celebrados por la revista dada su misma in-
forme amplitud, pero desde el comienzo, junto a los cos­
tumbristas que fonnaban el grueso de los colaboradores
(Santiago Maciel, Víctor Arreguine, Manuel Bemárdez,
Martiniano Leguizamón) estarían Roberto Payró y Leo­
poldo Lugones. La tónica general habrían de d�la los ca­
ricaturistas y literariamente el director, José S. Alvarez
"Fray Mocho" ( 1 858- 1 903) responsable de la mixtura
ideológica y del feliz costumbrismo nacionalista que
orientaría a los sectores medios de la sociedad. Que el
empresario de la publicación, el periodista español Eusta­
quio Pellicer, hubiera fracasado cuando en 1890 dió a co­
nocer su primera versión de Caras y caret3S en Montevi­
deo, y en cambio triunfara en 1 898 en Buenos Aires, no
solo puede explicarse por el traslado a la capital de la re­
gión sureña, que, como vimos, fue costumbre de los inmi­
grantes intelectuales, sino también a que 1 890 era una fe­
cha demasiado temprana para disponer ya del público
adecuado a la revista, el cual estaba brotando tumultuosa­
1 18 mente en el tráfago social del fin de siglo. Lo que a su vez
pennite echar una mirada sobre la situación de los jóve­
nes literatos de 1 893 que capitaneó Darío.
Quienes dirigían entonces la cultura eran los hombres
del 80 con los cuales tuvo Darío relaciones corteses y
profesionales como cabía al extranjero que de ellos ob­
tendría trabajo, pero con quienes el poeta convivió fue
con los jóvenes del cenáculo de la cervecería Aue's Ke­
Her, 10 esos provincianos atraídos a la pujante capital des­
de distantes pueblos, ya para estudiar abogacía giacias a
las prudentes mesadas que remitían los padres ilusiona­
dos con un hijo doctor, ya para encontrar horizontes de
trabajo intelectual que les estaban vedados en sus ciuda­
des provincianas, y con los jóvenes poetas desprendidos
de esa emergente clase media bonaer�se en cuyos hoga­
res paternos seguían viviendo al tiempo que procuraban
sobrevivir con artículos periodísticos, estrenos teatrales
o empleos en la administración con el fin de independi­
zarse. Fonnaban todos una cofradía bastante reducida y
prácticamente todos se conocían mediante relaciones
personales y de trabajo, habiendo establecido un sistema
de comunicación q1,1e pasaba por una institución pública
que comenzaba entonces su gloriosa carrera: el café,
(Café Brasil, el Café de los Inmortales, Anés Keller, Royal
Keller, Café de los Hnos. Luzio, El Americano, La Helvéti­
ca, Bier.Convent ) que se complementaba con la destarta­
lada pieza en pensiones o casas de familia donde vivían
los provincianos, suntuosamente denominada por la poe­
sía como "un amable nido de soltero". 1 1
"Claro es que mi mayor número de relaciones estaba
entre los jóvenes de letras con quienes comencé a hacer
vida nocturna, en cafés y cervecerías" dice Darío en su
Autobiograña y ya antes, en los "Versos de Año Nuevo"
con que evocó nostálgico su juventud argentina desde la
perspectiva de 19 10, reconstruye ese dual universo de
una clase media intelectual, notorios ejercitantes de la
democratización en curso y notorios reelaboradores de
máscaras según los modelos internacionales de la hora.
Tanto sus confidencias como las evocaciones de los me- 1 19
morialistas, concuerdan en el rasgo grupal y público de la ·

vida intelectual, en las largas horas de convivencia en el


café, sobre todo horas nocturnas dado el régimen de tra-
bajo periodístico que comenzó a estilarse, dedicadas a
discusiones literarias y a la mutua lectura de sus produc-
ciones, alternadas con alcoholes o cerveza y raramente
con "el rubio cristal de champaña" como se traspondría a
la poesía. Reuniones exclusivamente de hombres en que
se evocaba con extraordinario pudor y con impulso emo-
cional alto, pasiones amorosas que no bajaban de "la He-
lena eterna y pura que encama el ideal". Reuniones que
de hecho funcionaban como centros de obtención de tra-
bajo mediante las conexiones que allí se establecían, pro-
piciadas por una fraternidad grupal que superaba las dis­
tinciones políticas y acudía solidariamente en ayuda de
los contertulios o distribuía entre todos las ganancias
ocasionales de la venta de un libreto o un artículo.
Pero además, los cafés fueron talleres de producción li­
teraria, no solo de mutUo trabajo crítico y de obtención
de destinatarios para las creaciones artísticas. El caso de
Florencio Sánchez que escribió buena parte de sus dra­
mas en los cafés se ha hecho famoso pero no fue raro. De­
finitoria peculiaridad de la producción literaria de la épO­
ca, que correspondía a ese nuevo sistema democrático
productivo que había anunciado en 1882 José Martí, fue
la escritura en público y en los lugares más ruidosos y
concurridos (cafés, redacciones de diarios ), aún tratán­
dose de las obras de peregrina exquisitez de los moder­
nistas. Darío lo reconoce palmariamente en su Autobio­
grafía:

Casi todas las composiciones de Pros:ls profimas fue­


ron escritas rápidamente, ya en la redacción de La Na­
ción, ya en las mesas de los cafés, en d Aue's Keller, en
la antigua casa de Lucio, en la de Monti. "El coloquio
de los centauros" lo concluí en 1..:1 Nación, en la misma
mesa en que Roberto Payró escribía uno de sus artícu­
1 20 los."

La funcionalidad dei café fue plural y superó holgada­


mente las condiciones particulares del cenáculo, pues
más allá de las sabidas rivalidades literarias, estableció un
vínculo entre diferentes grupos gracias a los motivos que
explicaban la presencia en el mismo local público de gen­
te tan diversa: eran jóvenes y de pocos recursos económi­
cos; creían fervorosamente en el arte y la literatura; sobre
todo, estaban en la oposición, proponían una renovación
que distaba de obtener el favor del establecimiento cultu­
ral dominante. Eso explica que los jóvenes de la cultura
pre-nacionalista que ya queda definida en 1903 en la re­
vista Ideas de Manuel Gálvez y en la obra de Ricardo Ro­
jas, aunque se estaban forzosamente alejando de la pro­
puesta estética del modernismo, hayan sido fuertes soste­
nedores de la obra de la promoción anterior que hiciera
irrumpir Darío desde 1893, porque lo que en ella com­
partían era el espíritu de renovación y la militancia oposi­
tora contra las fuerzas conservadoras que aún en la pri-
mera década del siglo seguían actuando, tal como lo ob­
servó Vicente Martínez Cuitiño hablando del grupo del
café Los Inmortales:

Los afectos al romanticismo batíanse en retirada pero


no habían abandonado totalmente la idea de recon­
quistar sus posiciones. A pesar de la repercusión con­
tinental e hispánica de Rubén Darío y de la deslum­
brante aurora lugoneana, aquellos persistían en ines­
perados asomos y complicábanse deliberadamente en
ridiculizar al entonces movimiento renovador. La ad­
hesión a parnasianos, decadentes y simbolistas no era
total en los círculos intelectuales, aunque preponde­
raba en sus mejores integrantes y en ·casi todo el sec­
tor artístico. Los entusiastas del tránsito a las formas
nuevas sostenían una doble lucha: defender a sus cul­
tores máximos y a sus maestros haciéndolos conocer
y reaccionar contra la táctica burlesca del enemigo."

Si el espíritu de oposición ligaba a disímiles grupos y 121


personalidades artísticas, explicando esa curiosa circula-
ción libre de las ideas protestatarias que les prestaba a to-
dos una gramática común, ya fueran anarquistas, socialis-
tas, tolstoianos, agrupándolos bajo el pabellón común de
renovadores (que muchos abandonaron luego por las fi-
las disciplinadas de la burguesía), más aún los ligaba "el
falso azul nocturno de inquerida bohemia", la cual, con­
trariamente al mito burgués peyorativo sobre los poetas,
no era sino el resultado de una ecuación imposible de re-
solver en la época: pobreza, falta de recursos personales,
dificultad grande para conseguir aun el mínimo vital,
combinadas con la decisión para dedicarse al arte y la lite-
ratura como ocupación central de la vida. Es un asunto
obsesivo en las meditaciones de la época, constituyendo
la primera rebeldía contra un sistema socio-económico
que no concedía ningún luW:lf al artista, y la primera te-
naz, desesperada búsqueda de la profesionalización, que
solo se alcanzar ía mucho después, pues su clave radicaba,
dadas las coordenadas de la sociedad, en la formación de
un público que solo podía derivar del crecimiento de la
clase media, todavía embrionaria en los años de Darío y
los modernistas, cuando "publicar un libro era una obra
magna, posible solo a un Anchorena, un Alvear o un Santa­
marina". '�
Muchas veces Darío habló de la falsa bohemia, alertan­
do a los jóvenes sobre la trampa que escondía, pues al di­
solver el esfuerzo tenaz del escritor para dotarse de un
oficio y al corroer su productividad artística, conducía a
la pérdida de obra y vida. Una de las razones de su admira­
ción por Emite Zola, cuyo arte estaba tan lejos del suyo,
·
fue justamente la capacidad de trabajo del novelista fran­
cés y la tenacidad con que superó los años pobres de su
iniciación, que Darío evocó en una página que describe
muchos otros ejemplos latinoamericanos:

Los problemas de la vida; la práctica prosaica de la


122 existencia de quien no ha nacido en la riqueza; el pe­
gaso del ensueño que la necesidad hiere con sus es­
puelas; estudios mediocres, contra la vocación; familia
a cuestas; los .dolorosos préstamos a los amigos; las
deudas de otra clase y los embargos; alimentarse, ves­
tirse; un abrigo viejo y verdoso que quedará en su me­
moria, inolvidable; la bohemia que se sigue sin sentirle
apego, esa bohemia obligatoria por la escasez y la falta
de ambiente y medios distintos que se desearían; la
miseria. "

1it bohemia fue una imposición, no una elección. Los


poetas que la sufrieron y la sobrevivieron, se rebelaron
contra ella, pues en verdad fueron encarnizados trabaja­
dores y fueron capaces de una alta productividad, que no
se compadeció ni con el sistema de vida ni con las retri­
buciones que obtuvieron. Basta pensar que debieron re­
partir su tiempo entre: su propia producción literaria; el
trabajo, generalmente burocrático y algunas veces perio­
dístico, del que obtenían sus recursos; su tarea de divul­
gadores de la buena literatura en un medio hostil, me-
diante revistas y editoriales que incluso, en ocasiones, de­
bían financiar; la participación en las actividades sociales,
mundanas o políticas, de las que muy poco se vieron ex­
ceptuados. La imposibilidad de concentración y la cons­
tante movilidad, derivan de este esquema de vida y se ha­
brán de retlejar en la creación literaria repentinista con
"esas pequeñas obras fúlgidas" de que hablaba Martí, bro­
tadas impetuosamente bajo la presión social cotidiana
como escapes compensatorios. Pero además, la bohemia
tiene motivaciones que no fueron exclusivamente eco­
nómicas sino derivadas de una nueva ars poética, que jun­
to a una extraordinaria velocidad en la producción de
obras frecuentemente breves, exigÍa un largo y extravia­
do laboreo mental que bien podía ser inconsciente para
el poeta e implicaba una apertura de los sentidos al mur­
mullo incesante del mundo. Era difícil que estas condi­
ciones se reconocieran como modos del sistema produc­
tivo democrático de la literatura, por parte de quienes vi­
1 23
vían las inmisericordes exigencias de jornadas diarias de
trabajo de diez o doce horas, ni tampoco por parte de
quienes esto habían establecido y lo consideraban justo.
De ahí que los escritores hayan sido forzados del traba­
jo como lo eran las clases baja y media, a pesar del mote
de bohemios que solo cabía en verdad a unos poquísi­
mos, de quienes incluso podría decirse que se habían re­
belado salvajemente contra el régimen imperante. Hay
un texto de Manuel Gálvez que ofrece un persuasivo pa­
norama ( aunque ya de la primera decada del XX) de la es­
casez numérica del grupo de escritores que participaban
de la vida de café y de la escisión que esa costumbre intro­
dujo respecto a la anterior clase ilustrada que disponía de
gabinetes de estudio y de un ocio rentado, certificando
de paso esa vocación de trabajo empecinado que ya era
uno de los timbres honoríficos de la case media ascen­
dente:

Debo decir, ante todo, que la mayoría de los escritores


de aquel tiempo no tenía absolutamente nada que ver
con ninguna vida bohemia, verdadera o falsa Eran
hombres de situación social, pecuniaria o política,
que jamás pisaron uno solo de los "cafés literarios"
como se les llama impropiamente. Los pseudobohe­
mios éramos una veintena de muchachos y una doce­
na de escritores o periodistas de la generación ante­
rior. No nos asombremos por la escasez del número.
En aquellos tiempos era muy reducido el ambiente li­
terario. Eramos pocos los escritores. Aparecían cada
año diez o doce libros. Existía un solo grupo y era des­
conocida, por consiguiente, la actual multitud plumí­
fera de ambos sexos. Casi todos teníamos algún em­
pleo, lo que significaba un sometimiento a la discipli­
na. No vivíamos, como los personajes de Murgec, de a
tres o cuatro juntos, sino cada cilal en su casa y con su
familia. Nos reuníamos en la tarde, generalmente en la
pieza de Emilio Ortiz Grognet; o bien en la puerta del
Heldero en otros !ugares de la misma calle. Por las no­
ches, nos encontrábamos en un café de la calle Maipú;
ya eso de las once o las doce, algunos, tres o cuatro,
1 24
iban al Aue's Keller o al Royal's Keller. La mayoría nos
íbamos temprano a nuestras casas. No trasnochaban
sino los que �ajaban en los diarios de la mañana.'6
Esos pocos escritores constituían prácticamente todo
el circuito de producción y de consumo, en un tiempo en
que los libros y las revistas se tiraban a quinientos ejem­
plares que en su mayoría se regalaban. La literatura vivió
y se renovó exclusivamente dentro de ese pequeño gru­
po intelectual, que al mismo tiempo mal podía conformar
un cenáculo cerrado cuando se producía entre la ba­
rahúnda del café y de la calle populosa, en un pasaje de
gentes, incitaciones, demandas. Es forzoso reconocer el
heroísmo de su persistencia, es forzoso admitir la condi­
ción minoritaria en que operaban, aunque en cambio sea
dificil definirlos como solitarios pues en Ainérica nunca
los escritores habían parecido más sociales, más sumergi­
dos en un torrente que aunque no les fuera grato, como
veremos, los impulsaba.
Se comprende entonces el por qué de la incitación ab-
solutista a la creación que formulara Darío en las "Pala­
bras liminares" de Prosas Profanas. Reclamó que se escri­
biera por exclusiva fuerza interior, sin esperar nada de
fuera porque efectivamente nada había fuera, ya dirigién­
dose a una sola alma afín (el Silvano capaz de oír la encan­
tadora flauta) o ya para uno mismo "cuando él no esté
para escucharte"'7• Lo que debe completarse con una fra­
se del prólogo a Cantos de vida y esperanza nueve años
después: "yo no soy un poeta para las muchedumbres.
Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas". Dado
que la literatura que hacían no tenía un destinatario pre­
sente, apareció como un primer ejercicio del vanguardis­
mo que se legitima a sí mismo y propone un receptor de
futuro para confirmar esa autolegitimación. De hecho
acreditaba la función del "objeto determinado que debe
ser consumido de una manera bien determinada, impues­
ta por la misma producción" para usar las palabras de
Marx, quien echaba mano de una comparación con el
arte para explicar la interdependencia de la producción y
125
el consumo: "El objeto de arte, como cualquier producto,
crea un público sensible al arte, un público que sabe go­
zar dct la belleza. La producción no crea, pues, solamente
un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para el
objeto"'8•
Para comprender el complejo panorama cultural de la
época y deslindar el significado diferente de proposicio­
nes doctrinales que partcen coincidentes, es necesario
examinar el problema que abordó José E. Rodó en su
mensaje a la juventud americana, el Ariel ( 1 900) que fue­
ra recibido con alborozos en su momento porque efecti­
vamente enfrentaba el asunto central de la vida contem­
poránea -el utilitarismo y la democracia- el cual conven­
dría considerar sin populismo beato.
El signo de la época fue el materialismo que se posesio­
nó de la sociedad, contaminando a todos los sectores
componentes, aunque mostrando su evidencia ostensi­
ble, su rostro codicioso y vulgar, en las muchedumbres
urbanas de las clases bajas que disputaban un puesto en
los beneficios del progreso económico. Ese materialismo
fue adscripto a la democracia, como ya enseñaran correc­
tamente los maestros franceses de Rodó, y, en el Río de la
Plata, al extranjerismo de los inmigrantes, lo que también
resulta correcto, pues estas masas mayoritarias obede­
cían a los impulsos y valores del sistema de moderniza­
ción burguesa, sin atender a la tradicional prédica idealis­
ta de origen rural que tenía a su cargo la Iglesia con el
apoyo de la oligarquía hacendaría y que ambas continua­
ron enseñando, por natural conservatismo y, más aún,
por un redoblado esfuerzo para impedir la subversión del
orden social establecido. La misma contradicción que
apuntamos para el caso de Colombia, se dio en el Río de la
Plata, salvo que en ésta, la más profunda modernización
burguesa condujo a una laicización de la oligarquía, para
adaptarse a la nueva situación materialista que, aunque se
manifestaba en las ignorantes masas inmigrantes, era con­
ducida por la nueva burguesía, fundamentalmente ex­
1 26 tranjera aunque también prontamente nacional, que
prosperaba en el nuevo régimen económico.
"Enriquecerse fue una obligación social" ha dicho con
exactitud Romero que pone esa ambición a la cuenta del
sector foráneo: "la presión de los extranjeros, radicados
todos en el país en persecución de la riqueza, contamina­
ba a los nativos y los incitaba a encaramarse en el proce­
so"'9. Por su parte Scobie subraya la novedad de este tema
cultural que ingresa a la Argentina contradiciendo las tra­
diciones hispánicas: "The late nineteenth-century econo­
mic growth and the massive infl.ux of European inmi­
grants and foreign capital stimulated the development of
one cultural trait -materialism- that owed little to the
country's Hispanic heritage"20• Las nuevas polarizaciones
que se produjeron -idealismo vs. materialismo, nacionalis­
mo vs. extranjerismo, elitismo vs. populismo, proteccionis­
mo vs. librecambismo- se habrán de distribuir irregu­
larmente entre los distintos grupos sociales y quizás solo
pueda encontrarse coherencia doctrinal en los dos extre­
mos, uno representado por el conservatismo católico na-
cionalista y otro por los obreros alemanes, sindicalistas y
anarquistas, que fundaron el Vorwarts en 1 88 1 . Pero aun­
que ambos pesaron en el proceso de la sociedad, las solu­
ciones adoptadas correspondieron a puntos intermedios
entre ambos extremos, combinando de diversa manera
las dicotomías enunciadas.
El esquema interpretativo de la cultura argentina que
diseñó José Luis Romero/' utilizando los presupuestos
metodológicos de la escuela de los Annales, ha sido fe­
cundo aunque sea forzoso rearticularlo introduciéndole
subdivisiones clasistas que puedan dar cuenta de las divi­
siones que se producen dentro de cada una de las menta­
lidades que describe, las que llevan a enfrentamientos
drásticos. El ha distinguido tres mentalidades, la aluvial, la
criolla, y la universalist�, las que creo pueden ser trans­
portadas a dos grandes mentalidades que denominaría­
mos, siguie�o la línea ya abonada por los estudios socio­
lógicos y antropológicos, la mentalidad tradicionalista y
la mentalidad modernizada e incorporando a cada una de 1 27
ellas una tripartición que pudiera dar cuenta de al menos
tres estratos: el dirigente económico y político, el de su
base popular y el de los grupos intelectuales afines a cada
orientaCión, pues la conjunción de ellos dentro de una
mentalidad dominante no impide la formulación de inte­
reses propios enfrentados a los de otros estratos de la mis­
ma mentalidad.
La que Romero llama "mentalidad aluvial" correspon­
de a la desarrollada por la inmigración y las clases bajas
dentro de una típica concepción urbana, la cual puede
trasladarse al que veo como estrato inferior y mayorita­
rio, masivo, de la mentalidad modernizada, dado que al­
gunos de sus rasgos culturales pueden reencontrarse en
la neoburguesía mercantilista y también entre los exqui­
sitos poetas del modernismo. Romero percibe esa menta­
lidad tanto en los productos culturales originales (el tan­
go, d sainete, a los que habría que agregar la aún más im­
portante y pasmosa invención lingüística) como en los
rasgos de la cosmovisión, cuya persuasiva descripción
puede sintetizarse en los siguientes: ideología del avancé
socio-económico, urbanización, emocionalismo, mate­
rialismo, sensualismo, carácter híbrido, intereses univer­
sales y profundo formalismo. Como se ve, algunos de es­
tos rasgos pueden encontrarse sin modificación en el gru­
po de poetas modernistas o en la neoburguesía ( sensua­
lismo, universalismo, formalismo, urbanización) en tanto
que faltarán otros, apuntando a las discrepancias entre los
estratos de una misma conformación, o también habrá pa­
radojales formulaciones, sobre todo en dos de las dicoto­
mías enunciadas que nos habrán de exigir una atención
mayor, pues enfi-entados a "idealismo vs. materialismo"
y a "elitismo vs. populismo", los poetas renovadores eli-·
gieron nítidamente las dos primeras proposiciones y lo
proclamaron en sus escritos, aunque en realidad realiza­
ron las segundas en sus producciones artísticas, contra­
dicción que atribuimos al puesto aislado que ocuparon
en la emergencia de la clase media que estaba despren­
1 28 diéndose de la "gente de pueblo", la que sólo tardiamente
fue capaz de recuperar a esos adelantados en un periodo del
siglo XX en que desde la "novela sentimental" de las revis­
tas femeninas hasta el tango se hicieron "modernistas". Si
la opción elitista pertenecía a los sectores dirigentes tan­
to de la mentalidad modernizada como de la tradiciona­
lista, en cambio la opci(>n idealista tuvo su plena expre­
sión dentro de la que en su esquema Romero ha llamado
"mentalidad criolla" y es este uno de los rasgos que ella
logró infiltrar, por la vía de la religión católica y del emo­
cionalismo, en la sociedad modernizada a la que se opuso
y sin embargo no pudo frenar.
Esa "mc;:ntalidad criolla" fue enarbolada doctrinalmen­
te por los patricios, conservadores y nacionalistas, para
oponerse al materialismo y al extranjerismo; a ella se
debe el férreo nacionalismo educativo que se posesionó
de los pensa de colegios y liceos en la Argentina, cosa que
no alcanzó de igual modo al Uruguay donde la moderni­
zación¡fue tempranamente victoriosa y privilegió al gru­
po liberal-radical. El equipo intelectual de lo que prefiero
llamar la mentalidad tradicionalista, jugó a fondo la carta
del nacionalismo criollo y del catolicismo y en la Argenti­
na ganó su batalla gracias :� la más rígida estructura jerár­
quica de la sociedad y a que la oligarquía liberal de la "ge­
neración del 80" aceptó primeramente el nacionalismo
como baluarte que lo preserva de los asaltos democráti­
cos de la inmigración y luego tuvo que aceptar a disgusto
el catolicismo. Para usar un divertido ejemplo trivial, los
calendarios de la nación argentina siguen incluyendo una
sacra "semana santa", mientras que los uruguayos siguen
atenidos impertérritamente a una "semana de turismo".
De los muchos intelectuales que formaron el núcleo
pensante de la mentalidad tradicionalista en la Argentina
( Calixto Oyuela, Miguel Navarro Viola, Santiago Estrada,
Emilio Lamarca, Tristán Achával Rodríguez, Pedro Goye­
na, etc., ) ninguno más visible y militante que José Manuel
Estrada, quien desempeñó en la Argentina una función si-
milar a la de Miguel Antonio Caro en Colombia, en su cali- 1 29
dad de orientador del partido católico en la época en que
la Iglesia se regía por el Syllabus. Su discurso de exalta-
ción de la nacionalidad, del principismo católico, de la
conservación de la familia tradicional, del sistema jerár-
quico de la sociedad, tiene una maciza coherencia (aun-
que haya sido de un liberalismo que hubiera reprobado
Caro) que obligadamente le lleva a rechazar las apeten-
cias materialistas que ve florecer en las clases bajas. Sin
embargo, también puede calzar en los entonces llamados
"struggle-for-high-lifers" de la neoburguesía que exaspe-
raron aún más si cabe a los patricios, aunque a muchos de-
bieron aceptarlos por imperiosas razones económicas, y
puede ajustarse aún más a los exquisitos poetas que fija-
ban su ideal en Prosas Profanas:

... es doloroso observar el influjo exclusivo que ejer­


cen las máximas más bajas y duras del materialismo
económico. El condensa todos los errores y prepara
todas las tempestades. Se revela en este síntoma: la
preferencia dada sobre todas las ventajas y convenien-
cias de la vida social y privada, a la adquisición y au­
mento de la riqueza( ... ).
La codicia despierta en los hombres, a quienes no
vuelve avaros, una necesidad insaciable de goces; lue­
go desarrolla la sensualidad y hasta la molicie( ... ) La
sensualidad esteriliza a los individuos que domina y se
difunde, por contagio; en las sociedades que penetra.
Una forma sui generis de igualitarismo aparece bajo su
influencia: la aspiración universal de todos los hom­
bres a disfrutar de los mismos placeres, a compartir los
mismos solaces, a ufanarse del mismo boato y de las
mismas ostentaciones. Otro vicio nace de aquí: el
lujo.22

El materialismo de la muchedumbre democrática fue


reprobado por los poetas renovadores, colocándolo en el
mismo plano que el materialismo del "rey burgués" de la
época, el cual les provocaba todavía más zozobra, pues
mientras el de las masas era simple codicia e ignorancia,
130 con total prescindencia del orbe d e las artes, e l del segun­
do los hería pues ese burgués se rodeaba de todas las ex­
quisiteces que el diÍtero podía allegarle y que los poetas
no solo codiciaban, sino que además sabían apreciar, por
lo cual no hicieron sino observar que los nuevos ricos así
actuaban "por lujo nada más" y que al pasar del amobla­
miento a la literatura, caían en Hermosilla y el puntillis­
mo gramatical, incapaces también ellos de aceptar y dar
acogida a los jóvenes poetas, tal como éstos ambiciona­
ban, y a los que también tardíamente recuperaron a la al­
tura de las celebraciones del Centenario de la Indepen­
dencia, al mismo tiempo que las clases medias ya robustas
en la fecha.
Para los poetas modernistas el materialismo se traducía
en términos profesionales precisos: significaba falta de
público para el arte. Si se coleccionaran los manifiestos
de presentación de las revistas literarias de la época se ha­
ría el catálogo de una larga lamentación contra el mate­
rialismo. Al abrir la Revista de América en 1 894, Darío y
Jaimes Freyre, sus directores, se proponen "Luchar por-
que prevalezca el amor a la divina belleza, tan combatido
hoy por invasoras tendencias utilitarias" y "Servir en el
Nuevo Mundo y en la ciudad más grande y práctica de la
América Latina, a la aristocracia intelectual de las repúbli­
cas de lengua española". Cuatro años después Eugenio
Díaz Romero reproduce el manifiesto en su revista El
Mercurio de América, agregando por su cuenta: "Lejos de
todo propósito utilitarista, sabremos mantener bien alto
el pabellón artístico", y Luis Berisso al iniciar la rúbrica de
"Libros Americanos" confiesa su pesimismo respecto a la
empresa: "el público no responde a estos esfuerzos desin­
teresados y nobles de la juventud, que vive todavía de
sueños y de ideales, en esta época práctica y materialista,
donde cualquier especulador de tierras o invemador de
puercos, es estimado, socialmente, más que todos los ta­
lentos juntos". 23
El materialismo tenía una consecuencia aún más grave
en el orbe artístico que esta carencia de público; la espe­
131
luznante confusión e improvisación que, periodismo me­
diante, dominaba en el ambiente, imposibilitando toda je­
rarquización seria de la producción literaria. Un efecto
secundario de "esta época de elaboración y transforma­
ción espléndidas, en que los hombres se preparan por en­
tre los obstáculos que preceden a toda grandeza, a entrar
en el goce de sí mismo, y a ser reyes de reyes" pero que,
como había visto Martí, "es para los poetas, hombres
magnos, por la confusión que el cambio de estados, fe y
gobiernos acarrea, época de tumulto y de dolores"2\ los
que pueden ser percibidos en uno de los más furiosos y
desesperados textos de Rubén Darío, escrito un año an­
tes de Prosas profanas, en el artículo de exaltación que
dedica a la obra de Almafuerte:
en este tiempo en que nuestra producción, con casos
excepcionalísimos en contrario, se reduce a pastosas
banalidades que chorrean el aguachirle de la tradición
castiza; o esponjados y chillantes globos oratorios; o
ridículas eyaculaciones líricas de efebos poseídos de
una incontenible brama de estilo; en este tiempo en
que repórters indoctos discuten ideales estéticos y
cretinos mascametáforas hacen la higa ante el altar del
Arte, en que el ignorante llama decadente a todo lo
que no entiende, y el bachiller ornitocéfalo da vuelta a
su rabiosa ruleta verbal; en este tiempo, en fin, en que
todo el mundo se cree con derecho a tener una opi­
nión; en que de todo se habla ignorándose todo; en
que se confunde en una misma línea y en la más abo­
minable promiscuidad, el esfuerzo del intelectual con
el cómodo diletantismo de los sportmen de las letras,
y la palabra de los maestros con la algarabía de los co­
legiales; en que lo mismo pasa el caudal ganado pa­
cientemente por el estudioso que la moneda prestada
por la erudición insolvente en el almacén de la pedan­
tería de los diccionarios enciclopédicos -Larousse a la
cabeza, ese Bon Marché, esa Ciudad de Londres de los
superficiales-; en que con poco gasto se empingorotan
y endomingan y compran sus quincallas y bric-a-brac,
los pavos reales de la nulidad, los mandarines de la
ineptitud. 25
1 32
Es el "cambalache': intelectual de la sociedad mercanti­
lista y democrática del XIX que Nietzche describió y de­
testó y que tanto Europa como América Latina vieron
perfectamente representado en la sociedad norteameri­
cana posterior a la Guerra de Secesión, lo que hizo el éxi­
to continental del Ariel. Darío desconfió siempre del li­
bro de Rodó porque, más objetivo y menos tradicionalis­
ta que el pensador uruguayo, observaba los mismos efec­
tos deletéreos de la modernización en las sociedades lati­
noamericanas, no aceptaba el cómodo aristocratismo his­
pánico que veía los defectos de los otros pero no los pro­
pios de quienes tenían "sangre del Cid y �e Carulla" y, so­
bre todo, porque reconocía las enormes creaciones que
esos Estados Unidos utilitarios ya habían proporcionado:
"Somos más viejos que el yankee; pero nuestro Emerson
no se ve por ninguna parte; y lo que es nuestro Poe o
nuestro Whitman ... " dice en el mismo artículo furioso de­
dicado a Almafuerte.
Si el candoroso desprecio del utilitarismo yanqui fue
un lugar común del pensamiento latinoamericano, asu­
·
mido como discurso explicativo y defensivo cuando la
irrupción imperialista en Centro América y el Caribe, más
aún que por el liberalismo progresista por el aristocratis­
mo monárquico ( Eduardo Prado, en el Brasil), un parale­
lo desprecio existió en América Latina para el materialis­
mo argentino, que fue asimilado por los intelectuales de
otras áreas al de los Estados Unidos, apreciación bastante
correcta visto que se refería a coyunturas económico-so­
ciales similares del proceso de modernización democrá­
tica. En sus memorias, el peruano }osé Santos Chocano se
hace eco de este lugar común cuando su visita de 1905 a
Buenos Aires, donde se sorprende de la buena acogida que
se le presta a un huésped de pocos días y desconfía por lo
tanto de la acusación generalizada en el continente res­
pecto al público de Buenos Aires:

... hasta mí había llegado la falsa, pero propagada espe­


cie del carácter mercantilista y antiliterario del públi­ 133
co bonaerense, al que espíritus frívolos o mal inten­
cionados comparaban en tal sentido -y aún siguen
comparándolo- con el también calumniado público
neoyorkino.26

Dado que el materialismo democrático fue el rasgo de­


finitorio de la modernización argentina, ese fue el proble­
ma que fijó la." respuestas por parte de los grupos minori­
tarios intelectuales y estableció la uniformidad entre casi
todos, aunque por muy diversas razones que se eviden­
ciaron, a veces discordantemente con los principios
enarbolados, en sus producciones. Esto acredita la cohe­
rencia del equipo intelectual de la mentalidad tradiciona­
lista que proclamó lo mismo que hizo, en una producción
fatalmente pasatista, ya se tratara de la orientación supe­
rior dirigente, ya de su base popular de origen rural que,
al vivir el proceso de urbanización y de alfabetización, en­
contró una solución sincrética pero aún dominada por
los valores tradicionales, en los folletines gauchos de L3
Patria Argentina.
Esto acredita, en cambio, la incoherencia del équipo
ilustrado liberal que produjo la novela naturalista de la
época (Eugenio Cambaceres, Julián Martel, Carlos María
Ocanto) y construyó ciclos enteros sobre la conftictuali­
dad contemporánea, condenando el materialismo y el ex­
tranjerismo mediante una escritura y una teÓría literaria
que descendían directamente de ese materialismo y de
sus fuentes extranjeras. La situación parece pariente de la
de los modernistas, que hicieron suyo el idealismo elitis­
ta, cuando estaban compenetrados con la sociedad alu­
vial entre la cual vivían y de la que procedían a veces, al­
gunos de cuyos principios rectores de flagrante proce­
dencia materialista (como el sensualismo) los abastecie­
ron, incluso arrastrando notas vulgares propias del mo­
mento, transparentadas en su acistocratismo quintaesen­
ciado. Salvo que, como se ha dicho, la carencia de público
les llevó a operar con la propuesta futurista del vanguar­
dismo. Fue la misma situación de los grupos intelectuales
1 34
que animaron al movimiento obrero, socialistas o anar­
quistas que tuvieron conciencia de su extremada minori­
dad y de que la posibilidad de ampliar sus fuerzas y obte­
ner un apqyo masivo pasaba por la aceptación del econo­
micismo dominante entre la clase trabajadora y su aspira­
ción meramente reformista a conquistar mejoras mate­
riales, sin atender a la exhortación a la revolución social
que formulaban los intelectuales. Se reprodujo entre es­
tos grupos intelectuales el debate europeo que condujo a
la constitución de la Segunda Internacional y a las poste­
riores variaciones sobre la acción política dentro del
marco de la sociedad burguesa. Sabían que erim minoríil,
que también ellos fabricaban un objeto que debía cons­
truir su sujeto consumidor, lo que de acuerdo a una me­
cánica -qu<; puede llegar al absolutismo- los llevaba a una
agotadora discusión sobre la pureza de ese objeto doctri­
nal al que aplicaban la mayoría de sus energías como el
Santo Graal que era. El atemperado Roberto Payró lo sen­
tía cuando le decía a Leopoldo Lugones, al incorporarse
éste en 1 896 al Centro Socialista de Estudios:
Y os diré esto como palabra que a mí mismo me alien­
ta porque es de esperanza y de fe: somos más numero­
sos de lo que parecemos, somos más poderosos de lo
que creemos nosotros mismos; la razón nos guía, nos
inspira la equidad, nos aníma el amor a nuestros seme­
jantes y vamos a la reconquista de lo que es el patrio­
tismo común de la humanidad27

Esta minoridad dentro de la sociedad, junto a la rotun­


didad con que abrazaron su verdad, dando como prueba
de ella, no la aceptación de los demás sino la rigurosa
aprobación de la conciencia individual, los asimiló al mo­
delo de uno de los orientadores de la modernización in­
ternacional, el noruego I_Ienrik Ibsen que, por sec "un
alma de elección, un solitario, un elitista, un raro", como
Darío dijo de Nietzsche,28 también lo incluyó en su gale­
ría de Los raros. Ese socialista o "nuevo redentor" era el
autor del Enemigo delpueblo, cuyo protagonista, por ha-
cer el bien a su pueblo era rechazado por éste, que veía
135
sus intereses vulnerados, pues "el redentor padece con la
pena de la muchedumbre. Su grito no se escucha, su torre
no tiene el deseado coronamiento", aunque su clarín no
deja de sonar.

contra los engaños sociales; contra los contrarios del


ideal; contra los fariseos de la cosa pública; contra la
burguesía, cuyo principal representante será como
siempre Pilatos; contra los jueces de la falsa justicia,
los sacerdotes de los falsos sacerdocios; contra el ca­
pital cuyas monedas, si se rompiesen como la hostia
del cuento, derramarían sangre humana; contra la ex­
plotación de la miseria; contra los errores del Estado;
contra las ligas arraigadas desde siglos de ignominia
para mal del hombre y aún en daño de la misma natu­
raleza; contra la imbécil canalla apedreadora deprofe­
tas y adoradora de abominables becerros; contra lo
que ha deformado y empequeñecido el cerebro de la
mujer, logrando convertirla, en el transcurso de un in­
nemorlal tiempo de oprobio, en ser inferior y pasivo;
contra las mordazas y grillos de los sexos; contra el co-
mercio infame, l a política fangosa y e l pensamiento
prostituído. 29

La bipolaridad de los dos términos (que subrayo) a los


que se opone, explica la boga que en los cenáculos inte­
lectuales de los cafés de Buenos Aires tuvieron las co­
rrientes ideológicas heterodoxas provenientes de Euro­
pa, más al anarquismo individualista que el socialismo,
pues calzaba mejor en la también tradicional aristocracia
letrada latinoamericana, y explica las temporarias con­
junciones de escritores anarquistas y patricios en deca­
dencia, derivada de que unos y otros, aunque por distin­
tas razones, se oponían a los valores mercantilistas que
los despojaban de su público o de su riquezá, respectiva­
mente, y a que unos y otros, también por distintas razo­
nes, defendían el orbe de la belleza y del individualismo,
el orbe de la eticidad y la autenticidad de vida, contra la
ola codiciosa que arrasaba con todo, cuya vulgaridad e in­
136 sensibilidad del arte tanto acreditaban los nuevos ricos
que ocupaban las posiciones de punta como la urgida cla­
se media que corría inútilmente tras esos modelos.
Eran las ideas circulantes en las reuniones de café, que
darían motivo a puntillosas y terroristas discusiones ver­
bales, pero que, como en todos los ejemplos de importa­
ción de ideologías europeas en la historia del continente,
no pueden comprenderse a la luz de las doctrinas origina­
rias sino de sus modulaciones o adaptaciones regionales,
en las cuales entran en forma dominante las tradiciones
culturales internas o los intereses inmediatos y concretos
que fueron en el período muchas más veces personales
que clasistas. El zigzagueo ideológico de Leopoldo Lugo­
nes o de José Ingenieros, la mixtura frecuentemente
oportunista e individualista que hace que en ellos el racis­
mo se codee con el socialismo, que a través del anarquis­
mo se aspire a la omnipotencia del poder, que las ideas
opositoras sean simples medios del ascenso social, repo­
ne la imagen de un tiempo en que el movimiento de reno­
vación intelectual, tanto artístico como político, se pro-
duce dentro de una élite (o vanguardia) reducida que ca­
rece de un grupo social amplio dentro del cual elaborar
su acción orientadora poniéndola a la prueba de una pra­
xis. Implica que se prolongan las operaciones del período
de la cultura ilustrada, aunque en una nueva situación,
porque ya están actuando diversas fuerzas sociales a las
cuales los renovadores están fatalmente ligados, de las
cuales proceden y muchos de cuyos valores comparten,
pero que ni tienen poder decisorio dentro de la sociedad,
ni reconocen (salvo parcialmente) que sus intereses es­
tén representados por esos renovadores.
De ahí que las nuevas corrientes ideológicas puedan
agruparse en una generalizada conciencia opositora res­
pecto al superior establecimiento político oligárquico y
también respecto a los sectores ya educados que se distri­
buyen entre las zarzuelas españolas o las óperas de Doni­
zetti, sin hablar del vulgo que prefería el Juan Moreira
para indignación del anarquista Florencio Sánchez. Los
137
límites entre el anarquismo, el socialismo o el tolstoismo,
por terroristamente que fueran definidos, no impedían
los traslados frecuentes, y la absorción de una considera­
ble parte de sus ejercitantes por el posterior irigoyenis­
mo o batllismo, en ambos países del Plata, apuntan a lo
que realmente conducían estas ideologías, sin hablar des­
de luego de los intelectuales que fueron cooptados por la
oligarquía, aún más la conservadora que la liberal, en la
medida en que ésta actualizaba su posición dominante
mediante pactos y concesiones.
Es bien representativo el círculo de Rubén Darío, ca­
beza visible de la renovación. Sus amigos íntimos eran, o
socialistas como Roberto J. Payró y Ricardo Jaimes Frey­
re, o anarquistas como Leopoldo Lugones, Alvaro Arman­
do Vasseur o Alberto Ghiraldo, siendo el invidualismo
aristocrático de éstos el que más le atraía, al menos como
lo percibía en el modelo que siempre ap.reció, el poeta
francés l..aurent Tailhade a quien hizo uno de sus raros.
Las ataduras católicas (que alarmaron a los agnósticos
Vargas Vila, Rufino Blanco Fombona o Leopoldo Lugo-
nes) y más que nada la categoría de "convencido e ina­
bordable aristo" que volvió a proclamar significativamen­
te en su salutación entusiasta al Lugones libertario de
1 896, diseñan los límites de su acción dentro de la cultu­
ra democratizada que impulsan las élites de los cafés lite­
rarios y, más que eso, la acendrada concepción vanguar­
dista que se propone construir su propio público, con lo
cual las orientaciones artísticas e ideológicas vuelven a
rotar sobre este hueco, tema central en la meditación le­
ninista de los mismos años.
Es sabido que al generarse esas coyunturas, lejos de
afirmarse que la obra de la minoría será la que produzca
el público, se procede a una idealización del presunto
destinatario y a una paralela descripción de los· obstácu­
los que, contra su supuesto deseo, le impedirían recibirle
adecuadamente. En la época, esta operación consistió en
introducir una escisión entre el público y el pueblo. El
primero sería el producto de la nefasta democracia que
1 38 lo habría dotado de algunos recursos y de vulgares apeti­
tos, todo dentro de la esfera cerrada del materialismo; el
segundo habría quedado fuera, incontaminado, y trans­
portaría en sí similares valores y principios que los que
estaban produciendo los renovadores. En varios textos
del período Darío esboza vagamente esta teoría y es en el
que dedica a la presentación de Leopoldo Lugones en el
Ateneo ( 1896) que la desarrolla a propósito de una bien
aguda percepción de las nativas fuentes de la obra lugo­
niana que le permiten un razonado escepticismo sobre su
persistencia en los ideales revolucionarios que entonces
practicaba, cosa que diez años después fue evidente para
todos. En su artículo "Un poeta socialista", Darío observa:
"se me antoja que su socialismo o su anarquismo, ha teni­
do por principio el amor a la poesía nativa desterrada y
aniquilada por la invasión del mercantilismo burgués y la
mixtión europea que ha dado origen a una especie de fal­
sa aristocracia, enemiga, por no ser de origen tradicional
y divino, a toda manifestación del intelecto". 30 Se trata de
una lúcida previsión, a partir de la cual analiza la división
de público y pueblo, que en Lugones habría nacido de
"un odio ingénito por la estupidez entronizada"

un deseo de que el pueblo -"cUente de la Biblia y de


Shakespeare"- que dice Charles Morice, aplaste alguna
vez al público, encamación de la bestia; y pues la aris­
tocracia verdadera en todo el mundo ha desaparecido,
dando paso al imperio de la Medianía, puesto que ya
no hay reyes de verdad, ni barones que no se coticen
en los mercados yankees, caigan todos esos timtoches
de la sociedad actual reventados por la fuerza de aba­
jo. Eso me parece que piensa este tempestuoso poeta,
y no anda muy fuera de razón, a mi. entender."

Es esta percepción la que le permitió a Darío una no


siempre vista amplitud de registro para detectar la originali­
dad artística fuera de los obligados parámetros cultos. Un
años antes la había ejercido con la poesía Almafuerte
que no entraba en las preferencias de la élite culta y es en
1 39
ese artículo donde inserta la ya recordada diatriba contra
el público vulgar de la época a la que se refiere en este
otro sobre Lugones. Años después, examinando la pobre­
za de la novela americana, afirmará que Eduardo Gutié­
rrez "ha sido el primer novelista argentino" y reconocerá
en "ese bárbaro folletín espeluznante" un "producto na­
tural, autónomo" de "salvaje fiereza". Más agudamente,
defenderá constantemente el arte circense, establecien­
do una conjunción entre la musa liviana de Banville y los
ejercicios de su siempre admirado Frank Brown, hacien­
do de él "un buen Pegaso del Parnaso". Probablemente
haya sido este arte supremamente popular, el que le haya
ayudado a detectar ese sutil rasgo que caracteriza a las in­
venciones populares, (el cual casi nunca es visto por los
tremolantes abogados de ese arte que frecuentemente es­
tán inmersos en la cosmovisión de la burguesía media a la
que suman rígidos cánones programáticos ) que es el ex­
tremado formalismo, constituido en suprema meta de la
invención, muy por encima de los mensajes doctrinales.
En el citado artículo cita aprobatoriamente la condena lu-
goniana del "dorado público que se aburre en sus palcos
escuchando las ricas y bellas óperas, mientras el pueblo
·
entiende al payaso" y será en el prólogo a los Cantos de
vida y esperanza que consigne discretamente que "la for­
ma es lo que primeramente toca a las muchedumbres".
Un arte tan extraordinariamente formalizado como el cir­
cense era demostrativo de la apetencia del pueblo por la
muy sofisticada elaboración de las formas y la incompren­
sión de que serían capaces los sectores medios por este
sutil arabesco que no proporcionaba los mensajes explí­
citos que reclamaba quedó demostrada en 1 9 1 O cuando
la juventud nacionalista procedió a quemar el circo de
Frank Bown por considerarlo vejatorio de la grandeza de
las celebraciones del centenario de la Independencia.
El público que proporcionaba la democratización era
materialista e incomprensivo del arte, por lo cual éste de­
bía eludir los escollos y navegar solo hacia el futuro. Pero
conviene anotar que esa·oposición idealista al materialis­
1 40
mo dominante también podía ser la vía para un espiritua­
lismo que, aprovechando la doctrina simbolista europea,
restableCiera una.concepción patricia del mundo. Fue el
caso del venezolano Manuel Díaz Rodríguez ( 1 868-
1 927), uno de los que con mayor coherencia y arte asu­
mió el mensaje simbolista, transportándolo a una menta­
lidad tradicionalista. Examinó el asunto en su novela San­
gre patricia ( 1 90 2 ) a través de las percepciones de Tulio,
un cabal representante del linaje aristócrata que para él
se simbolizaba en la casa de sus antepasados "grande y
fuerte como las generaciones que nacieron y pasaron a la
sombra de sus muros".
Tal como la había recibido de sus padres, así la conser­
va. Se encoleriza ante la idea de que pudieran ocuparla los
mercaderes, pues descuenta que a su invariabilidad, con­
gelada sobre la imagen del pasado, opondrían rápidos
cambios, ya según la moda, ya según el rendimiento eco­
nómico, ya según la vulgaridad de los nuevos ocupantes:
ya se imaginaba la noble casa de sus mayores, transfor­
mada en asiento de un negocio mercantil, sustituidas
las grandes ventanas angulosas por sendas puertas des­
tinadas a cubrirse con sórdida mugre de mercaderes,
o convertida en palacete vulgar, con los viejos venta­
nales reemplazados por balcones ridículos, prostituí­
dos al comercio o a la moda."

Creo que no hay imagen que mejor defina el profundo


cambio que a toda velocidad regía a las ciudades latinoa­
mericanas, que la sustitución de la vieja ventana enrejada
de origen español, por el balconcito de origen francés,
moda que fue arrasadora desde los años noventa. Más que
una influencia arquitectónica extranjera, fue una honda
mutación del espíritu social. Las clases medias, mucho
más que las altas, abandonaban la tradición recoleta e inti­
mista de la casa española, cerrada al exterior, guardada se­
veramente por las rejas y abierta a sus patios interiores
donde transcurría la vida de la familia y de los íntimos, 141
modelo que también compuso l a arquitectura de las co­
munidades indias, y haciendo girar ciento ochenta grados
a sus casas, las abrían a la vida pública de las calles, aso­
mándolas a esa multitud bulliciosa que estaba llenándo-
las. El balcón fue un palco familiar sobre la muchedumbre
democrática. Su excitabilidad erótica impregna múltiples
obras y de ella fue buen observador Gregorio de Laferrere
en el período (Las de Barranco). La privacidad familiar
comienza a ser mera prolongación de la vida pública, lo
que rematará con la desaparición del zaguán que solo se
producirá décadas después, pero en todo caso la vida pú-
blica de las clases bajas ( cl compartido patio de conventi-
llo) tiene una transposición mediatizada en los sectores
medios a través del balcón que pasa a ser bisagra de co­
municación y punto neurálgico de la casa.
La Venezuela de Cipriano Castro, a la cual perteneció
Manuel Díaz Rodríguez, no conoció ·el torrente aluvial ni
su peculiar mentalidad, pero sin embargo vivió la moder­
nización y presenció el creciente poderío de los que el
novelista llama, despectivamente, los mercaderes: ''Vi­
vían en su país como extranjeros. En ellos alentaba un
alma nueva de hebreos cosmopolitas. Para ellos no exis­
tía redención fuera del trabajo y llamaban así al trabajo
del judío: el interés a tanto por ciento, la usura".33 El tex­
to, en que resuena la misma insólita nota antisemita que
apareció en La Bolsa de Martel, apunta al estrato de co­
merciantes cosmopolitas que la modernización privile­
giaba, en quienes Díaz Rodríguez ve el sostén de la dicta­
dura, con el agregado de lo que llama "la hez de la plebe"�
formando así la trinidad del poder despótico y antinacio­
nal. Quienes se les oponen son: ante todo la clase patricia,
que reivindica los valores heroico-militares nativos, y "un
pueblo moribundo de tristeza y de hambre" en el que
puede reconocerse el campesinado de las haciendas pa­
tricias. Si a cada una de las dos grandes tendencias les
agregamos los correspondientes grupos intelectuales,
tendremos la tripartición de las mentalidades, moderni­
142 zada y tradicionalista, que hemos diseñado. Pero además,
si observamos el resentimiento del propio intelectual
Díaz Rodríguez respecto a su clase patricia, a la que re­
procha flaqueza y pasiva aceptación del nuevo orden, vi­
sualizaremos las mismas diferencias que se perciben en­
tre el catolicismo militante de Juan Manuel Estrada y el
sector conservador tradicional, dirigente, al cual quiere
estar ligado, posiciones de acercamiento y de rechazo
que parecen equivaler a las que los poetas renovadores ,
modernistas de la Argentina del 90, tienen con las zonas
dominantes donde se encuentra el "rey bur�és" de la
modernización. Situación que si es colocada dentro de la
secular inserción de los intelectuales americanos en las
coyunturas del poder, ·nos permite apreciar una sensible
ntptura, aunqúe haya sido para muchos simplemente
provisoria, entre el poder y los letrados. Coincide con la
germinación de un pensamiento crítico, marcadamente
universalista y aún francamente foráneo, que habrá de te­
ner importante descendencia en el siglo XX.
Si la imagen de la ventana enrejada transformada en
balcón define la metamorfosis urbana con su tránsito al
democratismo burgués, otra insistente define los verda­
deros ideales de la modernización, el oro. Atestigua la ri­
queza mueble y sirve de canon valorativo al veloz sistema
de intercambios que impetuosamente invade a América
latina. Es ilustrativa la reaparición de un tema que había
encandilado al manierismo europeo del XVII, ese metal
que unía belleza y valor y que sirvió de patrón comparati­
vo al cultismo refinado de la época. En el modernismo es
una imagen obsesiva, en torno a la cual se rota, a la que se
vitupera o alaba, pero de la cual no pueden separarse los
escritores. Oscilan entre la tradicional reprobación mo­
ral enseñada por la Iglesia y patrocinada por los grupos
dominantes y la atracción que inspira su poder en la nue­
va sociedad, abriendo a sus poseedores codiciados parar­
sos materiales. El oro se transforma en la piedra de toque:
define al discurso ideológico de la mentalidad tradiciona­
lista que lo vitupera y al de la mentalidad modernizada
que lo alaba. De las primeras y dubitativas apreciaciones 1 43
hacia 1 870, su afirmación se desarrolla imperiosamente
hasta llegar, en 19 10, a la "metafisica del oro" que pro­
pondrá Carlos Reyles en su macizo libro doctrinal La
muerte del Cisne, edificando el único coherente pensa­
miento materialista producido por los escritores del pe­
ríodo y la beligerante defensa de la saga burguesa.
Hacia 1 882 José Martí reconocía la existencia de la
nueva escala de valores de la sociedad regida por el oro.
Fiel a su espiritualismo ingénito la censura: "no priva más
arte que el de llenar bien los graneros de la casa, y sentar­
se en silla de oro, y vivir todo dorado: sin ver que la natu­
raleza humana no ha de cambiar de como eso, y con sacar
el oro fuera, no se hace sino quedarse sin oro alguno aden­
tro".'�
Trece años antes, el joven justoSierrahabía convalida­
do el nuevo régimen en un texto en el cual procuraba de­
finir, justamente, la situación de los escritores y las opcio­
nes que se les ofrecían en la sociedad emergente. Partien­
do de la palabra "bohemios" con que se les designaba, y
remontándose etimológicamente a "gitanos", encontraba
que la novedad que aportaban a la vida intelectual hispa­
noamericana era su reconocimiento de la positividad del
oro, ya que en él los poetas veían simbolizado un progre­
soque se oponía al atraso y a la pobreza que dominaban al
país. Más aun, observando el dinámico avance de la socie­
dad norteamericana posterior- a la guerra de Secesión,
consignaba:

Y allí, el dinero hace a los hombres dichosos, a pesar


de todos los proloquios. ¿Y sabéis por qué? Porque los
hace libres. ¡Da risa nuestro atraso! Ya el tiempo de
maldecir la riqueza pasó. El vulgo se afana por conse­
guirla, los sabios la estudian. Nosótros, los adoradores
de las musas, confesemos en primer lugar que nos
agrada muchísimo el consonante en "oro"; y luego
cantemos un himno a ese otro redentor de la humani­
dad, cuyo rostro luminoso y radiante como el sol, lle­
namos aún hoy de salivas; cantemos a ese padre de la ci­
1 44
vilización presente, a esa sonora garántía de la civiliza­
ción por venir."

Con su exaltado himno al oro, Justo Sierra no buscaba


convalidar a la nueva clase. Claramente lo dice: veía en él,
al contrario, "el único medio de realizar un sueño demo­
crático: el reinado de todo el mundo". Reconocía como
legítima la apetencia material y sensual del vulgo, la cual,
en su argumentación, compartían los poetas.
En la estancada sociedad latinoamericana había apare­
cido una nueva posibilidad de eludir un destino fatal, pre­
determinado por la estructura de poder, y el oro la simbo­
lizaba bien. De obtenerlo, cualquiera dispondría de po­
der y placer, así no tuviera antepasados ilustres ni pose­
siones heredadas. Gráficamente lo dice Justo Sierra: "El
vil metal es er cetro y la corona en el bolsillo de un hara­
piento", frase que evoca la "Canción del oro" de Rubén
Darío, años después, poniendo en la boca de "un hara­
piento, por las trazas un mendigo, tal vez un peregrino,
quizá un poeta", corroido por la ostentosa buena vida
de los ricos, un himno al oro, "rey del mundo, que lleva
dicha y luz por donde va".�
En la serie de "Mensajes de la tarde" que bajo el seudó­
nimo Des Esseintes escribió Darío para La Tribuna de
Buenos Aires en los años 1893 y 1 894, uno está dedicado
a "La cólera del oro". Como Sierra, reconoce la apetencia
del oro por los poetas y aun la legitima como más justa
que las de los comerciantes: "Los poetas te han sabido
cantar siempre y-te persiguen con igual afán que el dueño
de la rotisserie y el fabricante de fósforos". 37 El ímpetu de
Leopoldo Lugones en el canto cataclísmico con que
inaugura su obra, se titulará estruendosamente Las mon­
tañas del oro, pero la Torre de Oro que .queda en pie al fi­
nal del libro será la que recoja las virtudes teologales.
Amplio y. explícito será en cambio Carlos Reyles en la
curiosa amalgama de Le Dantec, Nietz,sche; Marx, Mau­
rras, Guyau, nueva ciencia y nuevo arte, que compone La
muerte del cisne. llegado al tema del oro, hace una histo­
ria de la riqueza, desde la antigüedad, que concluye en la 1 45
burguesía industrial del 900, encareciendo su función di­
námica pues sería "un dios revolucionario que amenaza­
ba destruir las instituciones civiles y religiosas, y a la par de
ellas, los privilegios de las aristocracias seculares" ya que
"destruía las viejas jerarquías, libertaba a los esclavos, enno­
blecía a los plebeyos, envilecía a los nobles y daba pábulo a
mil actividades desconocidas".38
Su argumentación enfrenta sin cesar a la Iglesia, seña­
lando que para ella "el goce, el amor, la vida, y, particular­
mente, el Oro, en que se resumen todas las concupiscen­
cias, son engendros satánicos".39 Enfrenta también,
nietzscheanamente, el discurso de los débiles: "Poetas pa­
rásitos de los grandes señores; hidalgos orgullosos y fa­
mélicos; los inútiles de todas las profesiones y los incapa­
ces del largo y paciente esfuerzo que exigen los favores
de la Riqueza, la insultan y escarnecen llenos del secreto
rencor de los amantes dcsdcñados".40 Considerando que
"las fuerzas productoras priman sobre todas las otras y
tienen influencia decisiva en los destinos de los pueblos",
Reyles emprenderá -aunque sin mencionarlo- la crítica
del Ariel de Rodó. Oponiéndose a su desprecio del utilita­
rismo, señala que sin la riqueza que merced a tal esfuerzo
se procuraba, no podrían alcanzarse "las más bellas flora­
ciones de la inteligencia". Concluye por oponer a "los
idealismos prestados y nebulosos" de los latiñoamerica­
nos, "la inmensa superioridad, no solo económica, sino
moral e intelectual de los yanquis"4' enumerando a sus
políticos, filósofos, escritores y capitanes de industria del
siglo XIX.
Comentando la aparición del libro de Reyles, Darío
evocará su propio cuento juvenil "Canción del oro", cer­
tificará que ú muerte del Cisne "no es un libro muy con­
solador que digamos" y se alarmará de que Reyles diga
que "las relaciones de los hombres son y no pueden me­
nos de ser, relaciones pecuni�as". Efectivamente la can­
ción del oro ha alcanzado su maciza imposición, pero los
mismos sectores que la entonaron se sienten obligados a
1 46 silenciarla, a esconderla como las materias fecales a las
cuales se asocia, restableciendo el discurso idealista que
la recubre.
..

Notas al Cap. 1v

1 .- V. Manuel Moreno Fraginals, El ingenio: complejo económi­


co social cubano del azúcar, La Habana, Editora de Ciencias So­
ciales, 1 978, 3 vols.
2.- Pierre Chaunu, L 'Amérique et les Amériques, Paris, librairie
Armand Colin, 1 964.
3.- José Luis Romero, El desarrollo de las ideas en la sociedad ar­
gentina del siglo XX, México, F.C.E., 1 965, Cap. 1, "El legado del
siglo XIX: la obra de la generación del 80".
4.- James R Scobie, Argentina. A City and a Nation, New York,
Oxford University Press, 1 964, p. 1 1 2. V. Cap. 5 "An Agricultural
Revolution on the Pampas".
4 bis.- V. Tulio Halperín Dohghi, "Un nuevo clima de ideas" en
La Argentina del ochenta al Centenario, Buenos Aires, Sudame­
ricana, 1 980.
5.- Proyecto y construcción de una nación (Argentina 1 846- 1 47
1880), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1 980.
6.- James R Scobie, Buenos 4Jres. Plaza to Suburb, 1870- 1 91 O,
New York, Oxford University Press, 1 974, pp. 244-8.
7.- James R Scobie, Buenos Aires, etc. pp. 2 1 7-8. V. también
John J. Johnson, La transformación política de América Latina.
Surgimiento de los. sectores medios, Buenos Aires, librería Ha­
chette, 1 96 1 ; Gino Germani, Politica y sociedad en una época
de transición: de la sociedad tradicional a la sociedad de masas,
Buenos Aires, 1 962.
7 bis.- V. el excelente capítulo "El apogeo de la oligarquía" de
David Viñas, Literatura argentina y realidad politica, Buenos Ai­
res, Jorge Alvarez, 1 964.
8.- "La generación del ochenta, La imaginación", en Historia de
la literatura argentina, Cap. 27, Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, 1 980, 2a. ed., p. 1 04.
9.- El escritor y la industria cultural (ed. Jorge B. Rivera), Bue­
nos Aires, Centro Editor de América Latina, 1 980, pp. 89-94.
1 0.- Emilio Carilla, Una etapa decisiva de Darío. Rubén Darío en
la Argentina, Madrid, Gredos, 1 967.
1 1 .- V. Manuel Gálvez, Recuerdos de la vida literaria. 1: Amigos y
maestros de mi juventud, Buenos Aires, librería Hachette,
1 96 1 ; Vicente Martínez Cuitiño, El Café de los Inmortales, Bue­
nos Aires, Guillermo Kraft, 1 954; Manuel Gálvez, El mal metafí­
sico, Buenos Aires, 1 9 1 7.
1 2.- Roben Darío, Obras completas, Madrid, Afrodisio Aguado,
1 950, t.I, p. 1 23.
1 3.- V. Martínez Cuitiño, ob. cit. · pp. 20- 1 .
1 4.- Ver los dos excelentes ensayos de Jorge B. Rivera, e n l a His­
toria de la literatura argentina, ed. cit., capítulos 36, "El escritor
·
y la industria cultural. El camino hacia la profesionalización
( 1 8 1 0- 1 900 )" y 56, "La forja del escritor profesional ( 1 900-
.
1 930)".
1 5.- "El ejemplo de Zola" (Opiniones, 1 906), en Obras comple­
tas, ed. cit. t. 1, p. 2 3 2. Ver también el artículo "Este era un rey de
bohemia" en t. II, pp. 1 3 1 - 1 35.
1 6.- M. Gálvez, ob. cit., p. 1 25.
1 7.- La misma idea, en el artículo de Dario, comentando el libro
Bajo relieves de Leopoldo Díaz, en la Revue IDústrée du Río de
la Plata, diciembre 1 895. Concluye diciendo: "Mañana, cuando
llegue la hora en que nuestra América se manifieste en su Pensa­
1 48 miento, la únicá obra que quedará én pie será la de los honrados,
de los sinceros y de los valientes. Poeta! cultívate a ti mismo. No
·
creaS en la gloria prostitu ida de las 'famas ápteras, de las supre­
macías oficiales. Si te aislan tu orgullo y· tu vfrtud, consuélete la
palabra del divino Leonardo: "E se tu sarai solo, tu sarai tutto
tuo". En Escritos inéditos de Rubén Darío (ed. -E.K Mapes),
New .York, Instituto de las Españás, 1 938, p. 82.
1 8.- Oeuvres, Economie 1 ( ed. Maximilien Rubel), París, Galli­
mard, 1 965, p. 245. Pertenece a la Introducción general a la crí-
·
tica de la economía política, ( 1 857).
1 9.- Romero, ob. cit. p. 39
20.- Scobie, ob. cit. p: 232
2 1 .- José Luis Romero, "Los elementos de la realidad espiritual
argentina" ( 1947) en L:l experiencia 'argentina y otros ensayos,
Buenos Aii-es, Editorial Belgrano, 1 980.
22.- En Proyecto y construcción de una nación, ed. cit. pp. 450-
1.
23.- Cit. e n Alvarb Barros Lemez, Indices de ''El Mercurio de
América", Montevideo, Facultad de Humanidades y Ciencias,
1 969.
24.- Obra literaria, ed. cit. p. 206.
2 5.- Escritos inéditos, ed. cit. p. 78.
26.- Las Mil y Una aventuras ( 1 940), en Obras completas, Méxi­
co, Aguilar, 1 954 (Luis Alberto Sánchez, ed. ), p. 1 539.
27.- Cit. en Alfredo Canedo, Aspectos delpensamiento político
en Leopoldo Lugones, Buenos Aires, Ediciones Marcos, 1 974, p.
45.
28.- "Los raros. Nietzsche" ( 1 894 ) en Escritos inéditos, ed. cit.
p. 55.
29.- Obrns completas, ed. cit., t. 11, pp. 477/8.
30.- En Escritos inéditos, ed. cit. p. 1 07.
3 1 .- Ibídem.
32.- Manuel Díaz Rodríguez, Sangre patricia, Madrid, Sociedad
española de librería, 1902, p. 28.
33.- Ibídem, p. 1 54.
34.- "El poema del Niágaca" en Obra literaria, ed. cit. p. 206.
35.- "Cristal de bohemia" (El Renacimiento, 2 y 9 de enero de
1 869), en Obras completas Ill, México, UNAM, 1 977, p. 1 5.
36.- Obras completas, ed. cit. t. V, p. 656.
37.- Obras completas, ed. cit. t. IV, pp. 665-5.
38.- Carlos Reyles, Ensayos, Montevideo, Biblioteca Artigas,
1 965, t. l, p. 1 82. 1 49
39.- Ob. cit., p. 1 86.
40.- Ob. cit., p. 1 89.
4 1 .- Ob. cit., p. 2 1 3.
V

EL POETA EN EL CARNA VAL


DEMOCRA TICO.

Los textos de Sierra, de Darío, de Carlos Reyles, marcan


una asunción franca de la nueva sociedad en curso,
opuesta a la "mentalidad tradicionalista" de un patriciado
sostenido por la renta de los campos y no por las riquezas
muebles del comercio y las finanzas, reconociendo el
trasfondo democrático de la sociedad burguesa respecto 151
al viejo modelo aristocrático y también el materialismo y
la sensualidad de la nueva cosmovisión. De hecho es la
asunción del impulso universalista que había desencade-
nado las crudas_apetencias latinoamericanas y que tanto
al sector intelectual (de .clase· media) comp al obrero de
las ciudades acarreaba beneficios, por desmedrados que
fueran con relación a los que alcanzaban los capitanes del
comercio y la industria, los especuladores de las rentas
públicas y de las tierras y servicios urbanos.
Este universalismo es el que acarrea la tarea exegética
sobre los innumerables "textos" procedentes de la cultu­
ra occidental, ejerciendo la que Nietzsche había designa­
do como la tarea "interpretativa" capaz de anegarlos, uni­
ficarlos y absorberlos. La interpretación era, para Nietzs­
che, una perspectiva histórica, ya que se producía a causa
de un desplazamiento temporal; para los americanos será,
además, una perspectiva geográfico-cultural, pues se pro­
duce desde un desplazamiento en el espacio dentro de
una conformación cultural que, aunque derivada de la eu-
ropea, ya.no es asimilable a ella. Por eso la exégesis recla­
ma dos tipos de operaciones: unas están dirigidas a procu­
rar una solución sincrética a la pluralidad, cuando no a la
contradicción, de los mensajes recibidos, que abarcan
milenios de historia y decenas de culturas distintas; otras
se orientarán a la inserción, dentro de ese cúmulo de
mensajes, de los propios escritores, sus concepciones y
sus cosmovisiones, y también de las culturas en las que se
formaron dentro de las plurales áreas latinoamericanas.
Mediante el sincretismo y mediante la reinserción de lo
peculiar americano, se trata de componer la vasta inter­
pretación que sea capaz de sustituir al texto originario,
aunque sin perder sus contactos con él.
La doble operación ya había sido acometida por los in­
mediatos antecesores, los neoclásicos y los románticos,
de manera que el campo había sido desbrozado. Sin em­
bargo éstos, sobre todo los últimos, resolvieron la segun­
da de las operaciones, (la inserción de la peculiar confor­
152 mación cultural latinoamericana dentro del discurso in­
telectual europeo) mediante una solución contenidista
que no escondía su neocolonialismo: debía recurriese a
asuntos locales, tal como lo expuso Ignacio Altamirano
en su teoría nacionalista. Los resultados fueron curiosa­
mente paradojalés: quizás el mejor exponente de esta
concepción nacionalista fue Sarmiento, quien construyó
una obra monumental sobre la concreta realidad argenti­
na, la que convivió con pasión. Sin embargo, ideológica­
mente fue el más europeísta de los grandes escritores del
XIX, por su manejo de esquemas intelectuales copiados
fervorosamente de los franceses o norteamericanos.
Respecto a sus antecesores románticos, los escritores
modernistas fueron más sofisticados y también más ave­
zados comediantes, debido.a que pertenecían a un movi­
miento democratizador en sociedades que se incorpora­
ban a la economía-mundo activamente. Como atestiguan
los textos citados de Sierra y Darío, reconocieron que en
las nuevas fuerzas que animaban la modernización, parti­
cipaban diversos estratos a los que mancomunaba el em-
puje progresista: los modelos de la nueva burguesía, que
ejercía la dominación, impregnaban, como era previsi­
ble, a los estratos que participaban de la transformación.
Los intelectuales modernizados fueron parte del movi­
miento democratizador por diversas causas: por sus orí­
genes en la baja clase media, por las mayores posibilida­
des que les ofrecía el cambio económico, por sus expe­
riencias vitales, por el acceso que les dio a la información
internacional, por su propio trabajo que comenzó a ser el
de profesionales en un mercado económico en expan­
sión.
En su meditación sobre el comediante como prototipo
de "la concepción peligrosa del artista" en la modernidad,
persuadido de que "el literato es esencialmente come­
diante", Nietzsche observó que esos rasgos definitorios
preferentemente procedían de la por él desdeñada plebe.
La situación social comprimida en que vivía, generaba
formas de comportamiento duales y astutas mediante las
1 53
cuales podía sobrevivir y deslizarse entre la hostilidad,
para alcanzar sus fines. Ya la literatura del "iluminismo" a
través de Le Sage, Goldoni, Marivaux, Diderot y finalmen­
te Beaumarchais, había exam inado el sagaz comporta­
miento de los criados en una sociedad todavía aristocráti­
ca, pero Nietzsche habla cuando se ha producido el triun­
fo burgués, generando una sociedad abierta que en Amé­
rica resultó más ostensible que en la propia Europa. Nin­
guno como él vio que esa larga tradición, en que estaba el
bufón o el loco prerrenacentista de que habla Bakhtime,
o la "figura del donaire" de la comedia renacentista, o los
criados de la "comedia del arte", podía conducir a la gé­
nesis del artista moderno. La asimilación la estableció te­
niendo en cuenta la analogía de los instintos de �sos di­
versos modelos y sus lazos con las ciases oprimidas de la
sociedad:

Tales instintos se desarrollan más fácilmente en las fa­


milias de las clases bajas, que, por imperio del azar, en
una dependencia estrecha, atravesarían penosamente
su existencia; se vieron obligadas a acomodarse a lo in­
cómodo, a plegarse a las circunstancias siempre n�e­
vas, a mostrarse y a presentarse de otro modo que

eran, las que acabaron, poco a poco, por saber suspen­


der su manto de todos los vientos, haciéndose así casi
idénticos a ese manto, habiéndose hecho maestras en
el arte, íiSimilado e inveterado desde entonces a un
eterno juego de escondite, que se llama "mimicry" en­
tre los animales; hasta que para terminar, ese poder,
acumulado de generación en generación, se hace des­
pótico, arbitrario, aprende, en cuanto individuo, a
mandar a los otros y a engendrar al comediante, al "ar­
tista" (primero el bufón, el charlatán, el arlequín, el
loco, el "clown" y también el doméstico clásico, el Gil
Bias, pues semejantes tipos son lOs precursores del ar­
tista y, a veces, del "genio"). 1

Es una definición de la sociedad burguesa triunfante


que hubiera confirmado Tocqueville con su retrato de
1 54 los Estados Unidos del primer tercio del XIX examinando
"la fisonomía literaria de los períodos democráticos" en
la cual, dice, "se procurará asombrar más bien que agra­
dar, y se tratará de excitar las pasiones más bien que de
encantar el gusto" ,2 aunque de tales comportamientos es­
cénico-emocionales no pasa a definir a los escritores
como comediantes.
Justamente por ser mejores comediantes que sus ante­
cesores románticos, los modernistas percibieron que la
solución a la operación exegética no era contenidista,
sino instrumental. Para podÚ insertar su peculiaridad
cultural en la pluralidad de textos europeos, debían
transformar su poética y la lengua que le servía de vehí­
culo, o sea los instrumentos del arte, a lo cual debemos el
afán técnico que se posesionó de la mayoría de los poetas,
aunque no siempre con los mejores resultados, vista la la­
mentación de Darío en sus "Palabras liminares" a Prosas
profanas acerca de que "muchos de los mejores talentos
( están) en el limbo de un completo desconocimiento del
mismo Arte a que.se consagran".
Pero en materia de temas, la solución que encontraron
fue otra, de inocultable acento oportunista, pues consis­
tió en injertar los temas nativos dentro del conjunto uni­
versal que cultivaban los poetas europeos de la hora. Pa­
saron así a ser otros asuntos, que se incorporaron a un re­
pertorio magnificente que no solo contaba con la adhe­
sión del lector europeo sino también con la del hispanoa­
mericano, de manera que la antigüedad clásica, el exotis­
mo oriental; los idealizados ambientes parisinos, se am­
pliaron con un agregado local que pretendía engarzarse
familiarmente con ellos. El aire astuto y audaz de la solu­
ción encontrada, sobre todo en el caso de Rubén Darío
que logra su primer triunfo narrativo con el cuento parisi­
no "El pájaro azul"; ligándolo luego a la serie feérica de
Azul donde cabe un agr�gado popular chileno, "El fardo",
corrobora en la actividad literaria la observación de Ro­
mero sobre que las nuevas burguesías de la época tuvie­
ron "el aire de clases aventureras", pues "la aventura estaba
en la base del sistema que cambiliba, precisamente, por- 155
que despertaba posibilidades nuevas que requerían ima-
ginación para identificarlas y, a veces, cierta falt,a de pre-
juicios para emprenderlas mediante los apoyos que fue-
ran menester". 3 De ahí que Romero concluya su caracte-
rización señalando: "El valor asignado a la eficacia, mayor
que cualquier otro, fue lo que,.pese a su inocultable senti-
miento exclusivista, obligó a estas nuevas burguesías de
las ciudades que se transformaban, a mantenerse abiertas,
permeables a todas las aspiraciones de ascenso social que
latían en los estratos medios y populares", que es lo que
hemos apuntado reSpecto al comportamiento de los sec-
tores intelectuales de la "mentalidad modernizada" para
con las aspiraciones materiales de las clases bajas, según
los apuntes de Sierra y de D�ío.
Este descubrió tempranamente, en ���s. años de inmi­
grante en Chile y Argentina, lo que dos décadas antes ya
había registrado Altamirano para México, "que la novela
francesa traducida es ya familiar a nuestra clase media",
por cierto la única que leía, y que los escritores "tienen
que sufrir con paciencia el gesto de la bella ignorante que
aparta el libro de las manos luego que ve escrito La Ala­
meda o el Pa'ieo de Bucarelli, en vez del boulevard des
Jtaliens o del Bois de Boulogne, que está acostumbrada a
ver en sus novelas francesas".• El remedio propuesto por
Altamirano consistía simplemente en que los escritores
ofrecieran "leyendas nacionales", olvidando que la "bella
ignorante" era el público, sin más, y, como si fuera poco,
el único real de que se disponía. Para desplazar de sus ma­
nos al libro extranjero era bastante improbable que basta­
ra con publicar a costo de autor "leyendas nacionales",
tal como debe haber razonado. el oportunista inmigrante
llamado Rubén Darío. Manejar, en cambio, esos asuntos
que la atraían e incorporar a ellos asuntos locales, para
que pudiera insertar su realidad ambiente dentro del ima­
ginario de la época, pareció una solución intermedia via­
ble, la cual tuvo una vertiente colateral que nunca aca­
rreó las censuras críticas que en cambio motivaron los
1 56 asuntos de ambiente francés: la abundancia de leyendas
históricas españolas o colonialistas, de acuerdo al modelo
propiciado por la literatura peninsular de la época, que
remató en ambiéiosas construcciones como La gloria de
Don Ramiro o El embrujo de Sevilla, sin contar, las Tradi­
ciones de Palma.
Con todo, no procedía de la literatura esta solución in­
tegradora que pondrían en ejecución los modernistas,
sino del renovado periodismo del último tercio del XIX .
Fue en los periódicos donde encontraron el modelo de
una acumulación heteróclita y novelera de informacio­
nes que procuraba abarcar al mundo todo, aunque conce­
diendo un puesto minoritario a la información hispanoa­
mericana. El progreso informativo de los periódicos fue
categórico, sin común medida con lo que existía antes,
aunque también, como observó sagazmente Justo Sierra'
examinando el New York Herald, iniciando la fragmenta­
ción y trivialización informativa que no ha hecho sino
avanzar hasta nuestro tiempo. Solo el cotejo de los tedio­
sos diarios provincianos del período romántico con los
vivaces e informados de fin de siglo ( sobre todo en los
ejemplos de La Nación de Buenos Aires y O Estado de Siio
Paulo en Brasil) puede explicar el desconsuelo de José
Martí respecto a la prensa mexicana, a la que proponía de
modelo The Evening Sun, el populista periódico neoyor­
kino, donde "todo palpita y centellea", "porque en él se
cuenta a un tiempo, repartiendo el espacio según el inte­
rés, cuanto interesa a las diversas clases sociales, y cuanto
en ellas pasa."6 No dominaba menos lo extranjero en la
prensa romántica, compensándolo con otra atención ex­
clusiva por lo nacional; el modernismo introduce una di­
versificación en la información internacional incorporan­
do nuevas áreas casi ignoradas ( ei Cercano Oriente, el
Asia) y procede a la progresiva ampliación noticiosa so­
bre los sucesos del área hispanoamericana ( el Brasil que­
dó· nuevamente a la zaga) otorgando presencia a la re­
gión.
Quien ilustró con precisión este nuevo sistema de do­
sificación informativa fue José Martí en la anónima Sec­
1 57
ción Constante que escribió para el diario venezolano La
Opinión Nacional desde el 4 de noviembre de 1 88 1 hasta
el 1 5 de junio de 1 882. Escribiendo desde New York,
donde disponía de un vasto arsenal informativo a través
de los periódicos americanos y europeos, compuso una
columna donde la principalía de las noticias internacio­
nales permitía sin embargo una atención permanente por
los diversos países de la región hispanoamericana. La pre­
sencia y sobre todo la diversidad de la información hispa­
noamericana que maneja Martí es, paradójicamente, con­
secuencia de su instalación en un poderoso centro infor­
mativo excéntrico y de la visión panorámica que desde
allí trató de desarrollar. Si se compara su columna con las
que en México sostenían Altamirano o Gutiérrez Nájera,
se observará que en estos se repite el sistema romántico:
mayoría de noticias europeas, sobre todo francesas, y mi­
noría de noticias nacionales, con muy escasa presencia
de los demás países de la región, mientras que Martí se es­
fuerza por obtener datos de todos, aun de aquellos países
que, como los andinos, seguían al margen de las nuevas
redes informativas internacionales.
El modelo periodístico, que se había fraguado en direc­
ta relación con el público lector, al cual debía servir día a
día para que continuara comprando los diarios, habría de
operar sobre la producción literaria hispanoamericana
evidenciando a sus autores qué cosa era el público y cuá­
les sus apetencias.
Del mismo modo que, en la prosa, la decisión dariana
de conquistar ese público queda patentizada cuando es­
cribe "El pájaro azul" de ambiente parisino a la manera de
Catulle Mendes, del mismo modo queda dibujado en la
plural temática de Prosas profanas, dentro de la cual se in­
corpora hedonísticamente esa "sala azteca" o "capilla ba­
rroco-colonial" que agregaban los ricos burgueses a sus
casas-museos de la cultura universal. Una tercera parte de
los asuntos de Prosas profanas pertenecen a esta incorpo­
ración americana, aunque en la época sólo se vieron los
1 58 ambientes versallescos o helénicos7 y sobre esa misma vi­
sión parcial construyeron sus diatribas los críticos nacio­
nalistas que ya dentro de la óptica social de los años trein­
ta de este siglo, viitieron a asumir las mismas acusaciones
que en su época dirigieron al libro los representantes de
la conservadora "mentalidad criolla" que entonces se
abastecía, siempre a la zaga, en las concepciones románti­
cas. No solo promueve Darío este despliegue temático,
colocando en un mismo nivel de atención y esmero asun­
tos de un lado y otro del Atlántico, sino que además lo de­
fiende como norma. Adaptando un ritmo jocundo de
Banville, hace suya la concepción carnavalesca del nuevo
arte universal: "Musa, la máscara apresta". Efectivamente,
la musa también se había enmascarado en la guardarropía
universal que la historiografía del XIX sacó a luz para de­
leite plebeyo: el arte, como los hombres, representaba los
más variados papeles, cosa que no hubiera podido hacer
sin la acentuación del movimiento democrático. junto a
las calles abigarradas donde se codeaban clases sociales
bien diferentes, junto a los cafés donde se reunían los ce-
náculos intelectuales sin otra barrera que el pago de la
consumición, el otro gran escenario democrático del XIX
fue representado por ese carnaval, cuyos valores éticos y
estéticos ha subrayado Bakhtine8, y que en la época fue
endiosado sin tregua por la novelística popular, de Mur­
ger y Dumas a Arsene Houssaye y Paul de Kock. El carna­
val fue la gran fiesta democrática y su corona resplande­
ciente el "bal masqué" donde se reunían por un instante
todas las clases sociales, equiparadas bajo el unánime uso
de las máscaras y los disfraces, a lo que debemos el reite­
rado esquema romántico (y aun dieciochesco ) del "ma­
jismo" de los aristócratas que, cubriéndose con antifaces,
acudían a los placenteros bailes de disfraz de la plebe. La
musa enmascarada a la cual Darío dirige su "Canción de
carnaval" deambula, loca y radiante, por la calle Florida
de Buenos Aires y el poeta le pide que maneje indistinta­
mente todos los asuntos, asuma todos los disfraces, exóti-
cos o nativos, para así lograr equipararlos: 1 59

Sé lírica y sé bizarra;
con la cítara sé griega;
o gaucha, con la guitarra
de Santos Vega.

Los asuntos de la literatura, como los seres humanos


enmascarados, como las mercaderías en el circuito que
rige la moneda, se equiparan como valores de cambio, lo
que permite su mutua sustitución. Más aún, no hubieran
podido ser vinculados y por lo tanto intercambiados, si
hubieran conservado una particularidad como valores de
uso, pues "en su calidad de simples valores de uso son se­
res indiferentes unos a otros y, más aún, carecen de todo
enlace".9 A partir de su transformación en valores de cam­
bio pasan a integrar un sistema, para lo cual debe trasmu­
tarse; pero, una vez metamorfoseados sin perder su origi­
naria sustancia, entran en el más extraño juego de equiva­
lencias. En efecto, "un tomo de Propercio y ocho onzas
de tabaco en polvo pueden representar el mismo valor de
cambio a pesar de la disparidad de los valores de uso del
tabaco y de la elegía". '0
Aunque Bakhtine privilegia las formas pre-burguesas y
rurales de la fiesta carnavalesca, y por lo tanto ve en el ro­
manticismo el triunfo del individualismo y el hostiga­
miento del mundo que corresponden a la estructuración
capitalista, varios de los rasgos que confiere al carnaval,
se pueden reencontrar en su impetuoso reflorecimiento
en la segunda mitad del siglo XIX. Fue parte de la cultura
popular del Segundo Imperio, en la cual se entremezcla­
ron: la novela erótica y mundana, el folletín aventurero
de los periódicos, la imposición del estilo liviano de la
opereta en las versiones de Jacques Offenbach y de Johan
Strauss, la transformación del circo en un espectáculo de
masas (P. T. Barnum), el crecimiento de los parques de di­
versiones y los balnearios, las tumultosas fiestas de las Ex­
posiciones universales de la industria. ·Dentro de ese cua­
dro,
1 60
a l'opposé de la fete officielle, le carnaval était le
triomphe d'une sorte d'affranchissement provisoire
de la véri�é dominante et du régimen existant, d'aboli­
tion provisoire de tous les rapports hiérarchiques, pri­
vileges, regles et tabous. 1 1

Mientras las fiestas oficiales consagraban l a desigual­


dad, en el carnaval

tous étaient considérés comme égaux, et régnait une


forme particuliere de contact libres,. familiers, entre
des individus séparés dans la vie normale par les ba­
rrieres infranchissables que constituaient leur condi­
tion, leur fortune, leur emploi, leur age et leur situa­
tion de famille. 12

Ese carnaval alcanza su plenitud democrática a través


de las máscaras, que desde el XVIII fueron obligado
atuendo. Gracias a ellas, todos los desplazamientos equí­
vocos del deseo se realizaron porque instauraron el reino
de la comedia, ya no jugada en un escenario sino en la
vida misma por todos los seres humanos.
'

Le masque traduit la joie des altemances et des réin­


camations, la joyeuse relativité, la joyeuse négation de
l'identité et du sens unique, la négation de la coinci­
dence stupide avec soi-meme; le masque est l'expres­
sion des transferts, des métamorphoses, des violations
des frontieres naturelles, de la ridiculisation, des so­
briquets; le masque incame le principe de jeu de la
vie... "

La sorpresa que provocó Prosas profanas y explicó un


éxito que desbordó los cenáculos intelectuales fue, como
dice el autor en el prólogo, la convocatoria a la fiesta, el
jubiloso carnaval que se depliega desde el primer poema
y enciende las evocaciones de los "paisajes de cultura" así
como las aventuras eróticas traspuestas bajo disfraces
opulentos:
161
Es noche de fiestas, y <:1 baile de trajes
ostenta su gloria de triunfos mundanos.

Bajo los disfraces y las máscaras, se enciende la alegría


y el deseo, él goce de los sentidos y, sobre todo, se roza
esa libertad que día a día es negada en el régimen de pres­
taciones de la rapaz sociedad burguesa, permitiendo la
eclosión del imaginario, la equiparación fugaz del deseo y
la realidad, una intensidad y humanidad de la vida que
solo es posible bajo el enmascaramiento. El erotismo que
recorre el libro asume unos tras otros todos los disfraces
en el más puro y :u·diente ejercicio de la imaginación de­
seante y su clave es la risa, una risa erótica que contagia
los seres y las cosas: "Y pues amas reír, ríe, y la brisa / lleve
el són de los líricos cristales 1 de tu reír, y haga temblar la
risa 1 la barba de los Términos joviales".
Paralelamente, es a la muete de Offenbach que Manuel
Gutiérrez Nájera, que lo había censurado, le rin�e hono­
res y asume el seudónimo de Can Can, anunciando en ese
mismo año 1880 la llegada a México de una compañía
francesa de ópera bufa que en su repertorio traía doce
operetas de Offenbach: "Es una música griseta ( ... ) Es una
música coccote que debe oirse con el cigarro en la boca y
el sombrero puesto. Pero eso sí, es la música de la épo­
ca". '" Tiempo después Karl Kraus vería en esaS obras una
vida improbable y carente de sentido, una imaginación,
una visión a la distancia.
Mucho antes de la difusión de los libros de Bakhtime, el
crítico brasileño Antonio Candido había apreciado la pe­
culiaridad de los románticos de su país por el uso del dis­
fraz:

Em poucas gera�óes literárias, como nessa, parece tao


legítima a representa�áo do poeta mascarado, cuja
personalidade, a fim de realizar-se e impor-se a nós,
necessita multiplicar-se em manifesta�óes por vezes
incoerentes. Noutros, apreciamos o esfór�o da unifi­
1 62 ca�áo espiritual, a supera�áo das contradi�óes; neles,
queremos precisamente a multiplicidade destas e o ru­
mor com que se chocan urnas as outras, na sua obra e
na sua vida."

Estaba en curso en el Brasil el nuevo orden desordena­


do de esa sociedad que se democratizaba y que hacia el fi­
nal del siglo alcanzar ía su carnaval ecléctico con los par­
nasianos y los simbolistas que en el hemisferio brasileño
desempeñaron la función de los modernistas en el hispa­
noamericano. Prosas profanas acumularía la completa
mascarada, tomando a la mujer como guía, objeto del de­
seo y ella fuerza deseante, revistiéndola de todos los dis­
fraces posibles hasta que solo pudiera existir �omo dis­
fraz, es decir, como liberación de las apetencias materia­
les y sensuales en un fluir incesante y móvil que asumía
las plurales metamorfosis del cambio de tal modo que
aun bajo el disfraz de la vestal podía encontrarse a la "fau­
nesa antigua". Los valores de cambio autorizaban el mala­
barismo de las más impredecibles equivalencias pero su
inconstante variedad acentuaba la fuerza del valor de uso
que unificaba la dispersión, y esa fuerza era la apropia­
ción, el goce, la energía dominadora.
Ya el poeta de Prosas profanas intuía que podían cons­
truirse otras máscaras mediante su propio instrumento
poético, que éste era capaz de disolver el en-sí-mismo de
las palabras para que éstas pudieran de�leirse, confundir­
se, entremezclarse en el baile de máscaras que devenían
el poema y que el enmascaramiento de las palabras lidera­
ba también una energía del goce que transitaba por el eri­
zamiento de los sonidos: "bajo el ala aleve del leve abani­
co". El más impecable de los poetas sinlbolistas brasile­
ños, }oáo da Cruz e Souza, alc anzaría en sus Ultimos sone­
tos igual baile enmascarado para poder decir lo indecible
que a él le había sido duramente negado:

Vozes, veladas, veladoras, vozes


volúpias dos violóes, voz� veladas,
vogan nos velhos vórtices velozes
dos ventes, vivas, vás, vulcanizadas.
1 63

Era el triunfo de la sensorialidad que para Valle Inclán


definía todo el arte moderno ("una tendencia a refinar las
sensaciones y acrecentarlas en el número y en la intensi­
'
dad") y obtenía en el campo de la sonoridad un universo
casi inédito de múltiples significaciones: "Según Gautier
las palabras alcanzan por el sonido un valor que los dic­
cionarios no pueden determinar. Por el sonido, unas pala­
bras son como diamantes, otras fosforecen, otras flotan
como una neblina". '6 La palabra, que había sido manejada
por la mayoría romántica atendiendo a su mera capaci­
dad de significar, recuperaba su apoyatura sonora, era go­
zada, aun antes que por el significado que portaba, por el
significante fónico cuya arbitrariedad parecía enmasca­
rar el sentido. Estos significantes se hablaban entre sí, vin­
culando mitades de signos lingüísticos, se respondían y
se acordaban en un arpegio armónico, trazaban extrañas
asociaciones que contaminaban a los significados, pero
sobre todo procuraban significar de una manera nueva,
inédita, a espaldas de las codificaciones del diccionario.
Era una hazaña de la sensación, excitada por el demonio
de la novedad y por el otro, muy antiguo, de la analogía.
Por esta vía, los poetas fueron arrojados a la lengua es­
pañola americana que hablaban todos los días, cumplién­
dose el primer reencuentro profundo con ella desde la
Conquista que la había instalado en el continente, por lo
tanto cuando ya no era aquella lengua importada sino un
producto largamente elaborado por los pueblos america­
nos.
Sin duda los imantaban los simbolistas franceses con su
atención a la música y al matiz y ya se habían entrenado
en la precisión y la eufonía parnasianas, pero debían for­
zosamente trabajar con la única lengua legítima ("mi es­
posa es de mi tierra, mi querida de París") la que había
sido enlevitada por la campanuda burguesía de ambos
márgenes del Atlántico. Si bien Bécquer y los románticos
menores habían abierto una brecha en esa retórica y pol­
1 64 vorienta construcción, por lo que eran buenos guías, no
podían servir de modelos a quienes no tenían otro mate­
rial de trabajo que el español americano que era su piel
hablante.
El tránsito de la cultura ilustrada a la cultura democrati­
zada se caracterizó por un abandono de la poesía doctri­
nal que predicaba un discurso ideológico sobre el mun­
do, pues había trabajado en el reino de las ideas, pasando
ahora al reino de las sensaciones, que obviamente eran el
patrimonio de los más y al que todos se sentían con dere­
cho. Este pasaje puso a los poetas en inmediato contacto
con las sonoridades, o sea con el proceso mediante el
cual ellas sirven para significar. Es obligatorio recordar
que mucho más que en el nivel morfosintáctico y aun más
que en el lexical, había sido en el nivel fónico donde la
lengua española americana más se había distanciado de la
peninsular o, al menos, de la norma académica madrileña,
ya que en el período de la modernización triunfa el que
Diego Catalán '7 ha llamado "español atlántico" que aso­
cia la lengua de las costas del gran Océano, lo que explica-
ría la rica participación andaluza en el movimiento mo­
dernista a pesar de que el ceritro renovador de la cultura
española se encontrara entonces en Cataluña.
Los poetas se sumergieron en la música de las palabras
con un regodeo que probaba cuán propia, cuán nativa,
cuán vivida desde la infancia era la urdimbre fónica me­
diante la cual se sentían miembros de una comunidad y lo
hicieron con una confianza audaz y juvenil. Es evidente /
que procuraron dignificar e idealizar esa lengua, saquean­
do el tesoro barroco más suntuoso aunque también la su­
tileza medieval y popular, pero no tenían otro material
para elaborar que no fuera el español americano en sus di­
versas vertientes las que trataron de conjugar en un pro­
ducto, también por primera vez, continental.
De las dos partes componentes del signo lingüístico,
fue evidentemente la cadena de significantes la que p;rre­
ció adquirir primacía, provocando la consternación de
los doctrinales ilustrados. Pero, como razonara Ernst Cas­
1 65
sirer, ninguna filosofía del lenguaje puede tener otro pun­
to de partida que no sea la "indeterminación de lo sensi­
ble por lo espiritual y de lo espiritual por lo sensible" y
que su correlación "no establece entre ambos factores
una relación de dependencia meramente unilateral" ya
que, en efecto,

la expresión intelectual no podr ía desarrollarse en y a


partir de lo sensible, si no estuviese ya originariamen­
te contenida en ello; si, para hablar con Herder, la de­
signación sensible no entrañara ya un acto de "refle­
xión", un acto de "toma de conciencia".'"

Aquí residen todas las malas interpretaciones del mo­


dernismo y no es casualidad que ellas hayan respondido a
racionalizaciones dogmáticas ajenas a la sensibilidad y a
la sensualidad de la piel sonora con que nos comunica­
mos y con que existimos. Si se revisa el equipaje intelec­
tual europeo que estuvo a disposición de los latinoameri­
canos en el XIX, si se examinan las bases eurocéntricas en
que se formuló con desembarazado exclusivismo, si se
evalúa la inaplicabilidad de muchas de sus proposiciones
a la vida continental y las ingentes dificultades de nues­
tros intelectuales para lidiar con esa contribución (por
mil razones que van de la escasa formación, la pequeñez
de los recursos intelectuales, la ajenidad de los planteos,
hasta los gruesos errores pregonados sin embargo por los
más difundidos medios de comunicación y la imposibili­
dad de compaginar las ideas europeas con la realidad
americana) se podrá medir el heroísmo intelectual de
unos pocos espíritus superiores y también el fracaso que
acechó a los más en la lid intelectual. Hoy día reconoce­
mos como el más alto valor de pensadores como José
Martí, Silvio Romero o Manuel González Prada, su arrojo
negativista, que nos parece bien superior a su esfuerzo de
apropiación del mensaje intelectual a su alcance. Es pro­
bablemente esa actitud la que confiere uno de los puestos
más altos a Baldomero Sanín Cano que se negó a repetir
1 66 fórmulas francesas adocenadas y apelando a su conoci­
miento del alemán y el inglés, conformó su admirable cul­
tura universal apropiándose de materiales que todavía no
circulaban a orillas del Sena. Estas preclaras excepciones
no alcanzan a compensar el fracaso del grueso intelectual
y desde este punto de vista parece extraordinariamente
avisada la orientación de Carlos Vaz Ferreira de proceder
a un análisis de los mecanismos psíquicos e higienizar el
funcionamiento intelectual mediante su Lógica viva y su
Moral para intelectuales, que son ya de 1 9 1 O y 1 909 o sea
del momento de la cultura pre-nacionalista.
Si esta vía resultaba particularmente pedregosa e in­
hóspita, sobre todo forzosamente extranjera, la vía de los
poetas modernistas entregándose a la fiuencia sonora, rít­
mica, melódica, de la lengua que hablaban todos los días,
construyendo en el cauce de su sensualidad, resultaría
extraordinariamente propicia, permitiría un democráti­
co acceso por parte de muchos que hubieran sido venci­
dos en las lides intelectuales y, sobre todo, implicaría par­
tir de una materia largamente nacionalizada, adaptada
por una aportación secular a las peculiaridades regiona­
les americanas. Pero además, esta vía poética no implica­
ba, como pensaron los mayores ilustrados de la época, un
abandono de las ideas, sino del discurso doctrinal que
ellos le habían impuesto a la poesía, en lo cual eran toda­
vía deudores de los románticos o pobres imitadores de
Victor Hugo, pues convenimos con Cassirer en que lo
sensible implica una toma de conciencia destinada a des­
prender una significación, que la sola articulación sensi­
ble es una construcción del sentido:

Al constituirse en unidad fonética en virtud del princi­


pio de la armonía vocálica, la palabra o proposición al­
canza también su verdadera unidad de sentido: una
conexión que en primer lugar se refiere solamente a la
cualidad de los sonidos individuales y su producción
fisiológica, se convierte en vehículo para vincularlos
en la unidad de un todo espiritual, en la unidad de una
"significación"'9
1 67

La felicidad con que esta significación se alcanza a tra­


vés de esta vía de sonidos y ritmos extraídos del rico
acervo de la lengua hablada americana, quedó ilustrada
en el saito que hace la poética martiana de los Versos li­
bres en que todavía prima el discurso doctrinal y la confe­
sión oratoria, a las simples y enigmáticas redondillas de
los Versos sencillos, tan próxima del habla, de sus engar­
ces y elipsis. 20
Es cierto, sin embargo, que ese salto lo dieron ya los
ilustrados en su pasaje del discurso a la conversación,
pero solo los más jóvenes fueron capaces de trasmutarla
en un género literario. Contaron con maestros en la prensa
francesa, pero nuevamente el problema consistía en ma­
nejar esos modelos trabajando con una materia propia e
interna, la lengua española, adaptándola al meandro osci­
lante, dispersivo, envolvente, del habla cotidiana. La ad­
miración que en Ignacio Altamirano produjeron las pri­
meras "Conversaciones del Domingo" del muy joven jus­
to Sierra, atestigua la sorpresa que causó haber logrado en
español un equivalente de la "causerie": "la charla chis­
peante de gracia y de sentimiento, llena de erudición y de
poesía; es la plástica inspirada que a un hombre de talento
se le ocurre trasladar al papel, con la misma facilidad con
que la verterían sus labios en presencia de un auditorio
escogido".2'
El problema consistía en escribir como se hablaba, al
tiempo que se revestía la máscara europea, para poder así
realizar lo que perspicazmente Alfonso Reyes habría de
describir como una "independencia involuntaria". No se
ha acentuado suficientemente, cuánto ella se debió a este
trabajo en lo sensible de la lengua, en los sonidos de una
pronunciación americana pero tamién en las articulacio­
nes sintácticas propias y aún más que todo eso, en la en­
trega a la conversación, a una fluencia envolvente movida
por el deseo en la que legítimamente podían manifestar­
se con soltura los latinoamericanos, trazando gracias a
1 68 ella una significación que los representaría más veraz­
mente, más originalmente que en el discurso ideológico
armado. ·

Carlos Vaz Ferreira, cuya lengua protoplasmática cele­


bró Unamuno para oponerla al discurso rodoniano, dice
al presentar su Moral para intelectuales que el libro "está
mal escrito, o, mejor, mal hablado". Y en su famoso ejem­
plo de "Un libro futuro" para mostrar la diferencia que ha­
bía entre "pensar por sistemas y pensar por ideas para te­
ner en cuenta", reivindica la riqueza, invención y frescura
de los apuntes sueltos, las sugerencias, las intuiciones,
(podría haber dicho también: lo que nace vivamente du­
rante la conversación) en oposición a la rigidez del dis­
curso de ideas:

parece imposible que a los autores de aquel tiempo no


se les ocurriera, por lo menos, comparar sus obras con
las anotaciones que les servían para prepararlas; notar
cómo, con el paso de éstas a aquellas, se habían desva­
. necido todas las dudas, las oscuridades, las contradic­
ciones y las deficiencias; y como, por consecuencia,
un libro de los de entonces, esto es: sistematización
conceptual cerrada, con una tesis inconmovible, argu­
mentos ordenados como teoremas, un rigor. de conse­
cuencia y una convicción que parodiaban artificial­
mente el pensamiento ideal de un ser superior que ja­
más ignórara, dudara o se confundiera o se contradije­
ra, era un producto completamente falso y ficticio.22

El arte vive de paradojas: cuando los románticos aboga­


ron por un arte americano, proporcionaron cerrados dis­
cursos a la europea; cuando los modernistas asumieron
con desparpajo democrático las máscaras europeas, deja­
ron que fluyera libremente una dicción americana, tradu­
ciendo en sus obras refinadas un imaginario americano.

1 69
Notas al Cap. V

1 .- El Eterno Retomo, ed. cit., p. 1 80


2.- Alexis de Tocqueville, La democracia en América , México,
F.C.E., 1 963, ( trad. de Luis R. Cuéllar), p. 434.
3.- Ob. cit., pp. 267-8
4.- Ignacio Altamirano, ob. cit., pp. 70-72.
5.- Justo Sierra, En tierra yankee (El Mundo, 1 897/8), en Obras
complew, México, UNAM , 1 948, pp. 75-76:
6.- Carta a Manuel Mercado, 8 1 agósto 1 1 887 en Obras comple­
w, La Habana, Editora Nacional, 1 965, vol. 20, p. 1 1 0.
7.- Lo ilustra la lectura de Prosas prof:mas que hizo}osé E. Rodó
en el opúsculo que le consagró ( 1 899 ), rehusándose a aceptar
la referencia local que aparecía en algunas de sus piezas: "Lo
mismo bajo la copa del viejo ombú de Santos Vega y entre las ra­
mas de los espinillos en flor, que al confundir su musa, puesta de
1 70 máscara, en el corso de nuestras carnestolendas de capa caída,
el poeta evoca siempre, como por una obsesión tirana de su nu-
. nien, el gcnius loci de la escenografía de París" (Obras comple­
w, Montevideo, Barreiro y Ramos, 1 956 t. ll, p. 74.).
8.- L'oeuvre de Fran(:ois Rabelais et la culture populaire au Mo­
yen Age et sous la Renaissance. Paris, Gallimard, 1 970.
9.- Karl Marx, ob. cit., t. II, p. 29
1 0.- 0b. cit., t. II, p. 1 4
1 1 .- Bakhtine, ob. cit. p. 1 8
1 2.- Ob. cit., p . 1 8
1 3.- Ob. cit., p . 49
1 4.- Obras lll, Crónicas y artículos sobre teatro I ( 1876-1880),
México, UNAM, 1 974, p. 296.
1 5.- Antonio Candido, Forma(:áo da literatura brasileira (Mo­
mentos decisivos), Sáo Paulo, livraria Martins Editora, 1 959, t.
II, p. 1 49.
1 6.- Ramón María del Valle lnclán, art. cit., p. 1 68.
1 7.- "Génesis del español atlántico. Ondas varias a tr-dvés del
Océano" en Revista de Historia Canaria, No. 24, 1 958.
1 8.- Filosofía de las formas simbólicas, México, Fondo de Cultu­
ra Económica, 1 97 1 , t. 1, pp. 309- 3 1 0.
1 9.- 9b. cit., p. 1 54.
20.- V. mi ensayo "u indagación de la ideología en la poesía (Los
dípticos seriados de Versos sencillos) " en Revist3 Iberoameri­
cana de Literatura, XLVI, enero-julio 1 980, pp. 353-400.
2 1 .- Revistas literarias de México ( 1 868) en La literatura nacio­
nal, México, Pocrúa, 1949, Oosé Luis Martínez, ed. ) t. 1, p. 79.
22. lógica viva ( 1910) en Caracas, Biblioteca Ayarucho, 1979, p. 87.

1 71
VI

INTERPRETACION
AMERICANA
DEL TEXTO UNIVERSAL

Para los poetas modernistas, pues, la clave de su pro­


ducción no rotaba sobre asumir o no las máscaras, visto
que era ineludible condición del sistema social en curso,
ni tampoco sobre las equivalencias del valor que la movi­
lidad del cambio había instaurado, a las que deberíamos
1 73
la refulgencia metafórica de la escritura,: sino sobre otro
tema nietzscheano: la adaptación del rostro a la máscara,
cualquiera que fuera: la del Versalles galante, la del hele­
nismo, la del espiritismo, la del sincerismo nacionalista
donde resuena la voz patria, · la de la traumática nueva
erótica. En otros términos, el problema consistía en su
inscripción cultural dentro del vasto texto universal al
que habían sido arrojados y que ya no abandonaría al con­
tinente, sabedores de que esa inscripción no transitaba
por el localismo romántico sino que debía funcionar en
un nivel superior: el de los instrumentos de una poética.
Aunque fueron ellos quienes introdujeron la literatura la­
tinoamericana en la modernidad y por lo tanto inaugura­
ron una época nueva de las letras locales, no se encontra­
ban, como se ha dicho en el comienzo de un novedoso
período artístico universal sino en su finalización, a la
que accedían vet·tiginosa y tardíamente. La terca conser­
vación de las matrices métricas tradicionales, por ex­
traordinariamente renovadas que hayan sido, certificaba
su dependencia de una larga tradición en el instante en
que se disolvía tras la lección mallarmeana, iniciando el
reino de la nueva célula germinal de la poesía, concentra­
da en la metáfora; mutación que en otras coordenadas ha­
bía adelantado Whitman en el más agudo período demo­
cratizador y modernizador de los Estados Unidos. Esas
eran las condiciones mediatizadas y transicionales de la
tumultuosa época que les había correspondido.
Debemos a la exégesis ruda de Juan Marinello' la ver­
sión contemporánea de la inculpación al modernismo y
en particular a Darío. A pesar de la persuasiva res¡>uesta
de Manuel Pedro González,2 no ha dejado de tener segui­
dores que prolongan su esquematismo.3 Hemos contado,
sin embargo, con más afinados intérpretes, entre los cua­
les es proficua la consulta a quienes, por haber sido lúci­
dos testigos tempranos del movimiento, pudieron medir
cabalmente lo que aportaba en relación a sus anteceden­
tes americanos, leyéndolo por lo tanto sobre la historia
1 7� de las letras hispanoamericanas.
Uno de nuestros dotados críticos, Baldomero Sanín
Cano, desde su atalaya colombiano-universal y desde su
posición de compañero de la transformación artística,
tanto en poesía Oosé Asunción Silva) como en pintura
(Andrés Santamaría) reconoció en el modernismo, y par­
ticularmente en Darío, lo que con posteridad resultó in­
visible para movimientos que habían dado nuevos pasos
en el camino de la democratización, según es propio de
esta incesante dinámica social: la incorporación a la lite­
ratura de los peculiares modos expresivos del pueblo
americano que ya no encontraban registro en la obra de
románticos y realistas.
El reconocimiento de la raigambre americana de la
poesía en Darío ya había sido hecha por Justo Sierra en el
prólogo, de 1 90 1 , a Peregrinaciones, contestando explí­
citamente a la cauta censura de Rodó en su prólogo a Pro­
sas profanas ( 1 899) que es el punto de partida de Marine­
llo y sus seguidores, en un paradoja! aprovechamiento de
un pensamiento renaniano y aristocrático puesto al serví-
cio de una requisitoria social. Sin embargo, la argumenta­
ción impresionística de Justo Sierra,. fue demasiado vaga
para resultar probatoria:

Sí, sois americano, panamericano, porque en vuestros


versos, cuando se les escucha atentamente, suenan ru­
mores oceánicos, murmurios de selvas y bramidos de
cataratas andinas ( .. . ); sois americano por la exhube·
rancia tropical de vuestro temperamento, a través del
cual sentís lo bello; y sois de todas partes, como sole­
mos serlo Jos americanos, por la facilidad con que re·
percute en vuestra lira policorde la música de toda la
lira humana y la convertís en música vuestra. •

Que sea una visión impresionística no quiere decir que


esté equivocada, sino que sugiere mediante analogías
püéticas improbadas. Da, básicamente, dos característi­
cas americanas: sonoridades procedentes de enormes
fuerzas naturales, lo que sin embargo en otro pasaje del
prólogo se asimila a la música wagneriana, y "exhuberan­
1 75
cia tropical". Ambas características buscan contradecir,
sin mencionarla, la inicial duda de Rodó: "Ignoro si algún
espíritu zahorí podría descubrir, en tal cual composición
de Ruben Darío, una nota fugaz, un instántaneo reflejo,
un sordo rumor por los que se reconociera en el poeta al
americano de las cálidas latitudes, y aún al sucesor de los
misteriosos artistas de Utatlán y Palenke" agregando cuá­
les eran las fuentes teóricas con las cuaJes pretendía deter- ·

minar la influencia del medio en una poesía: "me limito a


reiterar mi creencia de que, ni para el mismo Taine, ni
para Buckle, sería un haliazgo feliz el de tal personalidad
en ambiente semejante"5 Es obvio: a partir de tales propo­
siciones teóricas, no solo el arte de Rubén Darío habría
de resultar inubicable e incomprensible, sino toda la lite­
ratura de la América tropical, incluyendo la isla entera de
Cuba a lo largo de toda su historia. Henry Buclde había es­
tatuído, en su History of Civilization in England ( 1 857-
61 ),los criterios básicos del determinismo cultural que
rigieron casi todo el resto del siglo y aun fueron acepta-
dos, con desconsuelo y resignación, por la mayoría de los
pensadores latinoamericanos. Entre los factores determi­
nativos, Buckle concedió especial importancia al clima,
estipulando con criterio eurocentrista gue sólo climas si­
milares a los de Europa podían permitir la edificación de
civilizaciones. Esta concepción fue más conocida de los
latinoamericanos a través de su sistematización y amplia­
ción en el pensamiento de Hippolyte Taine, tal como la
expuso en su Histoire de la litérature anglaise ( 1 864),
que fue el libro de cabecera de los intelectuales mejor
preparados, como es el caso de Rodó.
Según este encuadre teórico determinista, las civiliza­
ciones eran producto de diversos factores que singulari­
zaban el medio, lo que había permitido explicar el atraso
de las regiones tropicales ( Afriea y América) por el efecto
devastador del clima. Tal condena agobió a los latinoame­
ricanos durante casi un siglo, pues implicaba negarlos sin
posibilidad de futuro. Desde nuestra perspectiva resultan
176 pintorescas las alegaciones que formularon, desde la tí­
mida revaloración del mestizaje en los mejores, hasta la
apelación a la variedad de pisos térmicos que supinamen­
te ignoraba el pensamiento europeo para mostrar que po­
dían existir climas europeos incluso bajo la línea equi�
noccial.
Gracias a la evolución de la antropología anglosajona,
de Tylor en adelante, comenzó a desecharse esta teoría,
pero solo tendría recusación plena dentro de América La­
tina gracias a la obra de Gilberto Freyre a partir de 1 933,
quien invirtiendo sus términos llegó a establecer una teo­
ría positiva del tropicalismo, como fuente de altas cons­
trucciones culturales.6
La asunción de las teorías de Buckle y Taine por parte
de Rodó fue acrítica, a diferencia de lo que en la época
hizo Silvio Romero procurando adaptarlas a las condicio­
nes propias de la vida brasileña. A partir de ellas no solo
era imposible inteligir la obra de Darío sino asimismo jus­
tificar la obra del propio Rodó. Según asienta al comenzar
su ensayo, al arte americano sólo le habían sido re_serva-
dos "dos motivos de inspiración" que eran: "nuestra Natu­
raleza soberbia y las originalidades que se refugian pro­
gresivamente estrechadas en la vida de los campos"7• Se
trataba obviamente de la pervivencia de la teoría román­
tica que aplicl!.da a América habría de dar tan parvos re­
sultados. El sistema literario europeo, adaptándose a la di­
visión internacional del trabajo, había fijado para el cen­
tro el derecho omnímodo a tratar asuntos propios, inter­
nos, o indistintamente asuntos exóticos, externos, en tan­
to relegaba a la periferia a proveedora de exotismos para
el eventual consumo de las metrópolis, del mismo modo
que el sistema económico la relegaba a proveedora de
materias primas que serían elabOradas industrialmente
en el centro. Esta división universal de los asuntos no ase­
guraba ninguna autonomía, como se vió en la praxis lite­
raria del romanticismo americano, pero así defendida por
las mayores figuras ( Ignacio Altamirano) con íntima con­
vicción nacionalista. En la fecha en que escribe Rodó,
cuando ya se había expandido el ecumenismo burgués 1 77
europeo, resultaba especialmente estrechada, como él
mismo reconoce, dado que los rasgos folklóricos estaban
en desintegración y solo sobrevivían en las zonas rurales.
Más grave aún �ra mantener esa repartición de asuntos
hacia 1900 en que Buenos Aires era una ciudad de un mi­
llón de habitantes, más pobladas por lo tanto que bastan­
tes ciudades europeas, de los cuales más de la mitad eran
extranjeros, habiendo desarrollado un estilo urbano, na­
cional e internacional al mismo tiempo, que permitía lla­
marla "cosmópolis".
No solo el arte de Darío sino también el de Rodó eran
urbanos. Lo eran en el nivel de los procedimientos artísti­
cos que manejaban criterios organizativos y distributivos
unificados, pero lo eran también en un nivel más superfi­
cial, en cuando acometían la feérica trasmutación de sus
ciudades a través de la literatura, tal como habían hecho
los escritores europeos del Xlx. A pesar de su prédica
americanista y de.la conservación de matrices mentales
románticas, Rodó pertenecía al internacionalismo de la
hora e induso, como paladinamente declara, a la onda
modernista. La trasmutación idealizada del medio, de la
ciudad a la que pertenecía, dentro de feéricas coordena­
das, está claramente en el .Ariel: el profesor de literatura
montevideano se trasmuta en el viejo Próspero que a la
sombra del busto de Ariel imparte una lección magistral
manejando el "vosütros" ceremonial que solo existía en
la literatura pero que no pertenda a los hábitos lingüísti­
cos de los hablantes montevideanos ni del mismo Rodó.
Pero Rodó no ve su propio enmascaram iento, por lo
demás absolutamente legítimo, y en cambio percibe el de
Darío, no perdonándole que en él se produzcan fisuras en
el uso de la máscara europea las que permitan avizorar la
realidad americana. Habiendo decretado que la máscara
dariana es europea, deja de percibir los numerosos poe­
mas de tema americano ( aunque urbano, no rural ) de
Prosas profanas y cuando llega a registrar alguno, los con­
dena por inconvenientes, debido a que encuentra que no
1 78
se ajustan a la visión que Rodó tiene de la cosmópolis por­
teña, a la que remite exclusivamente a la prosa apoética,
es decir, a la escritura de los narradores naturalistas de su
tiempo o a las crónicas costumbristas del periodismo. No
parece darse cuenta de que en ese caso, menos se ajusta
su .Ariel a la cosmópolis montevideana de la época, bas­
tante más provinciana que su rival del otro lado del Río
de la Plata.
La crítica de Rodó es ilustrativi de la trampa a que lo
conduce la pasiva aceptación de las tesis europeas, por­
que concluye condenándose a sí mismo.

la poesía enteramente antiamericana de Darío produ­


ce también cierto efecto de disconveniencia, cuando
resalta sobre el fondo, aún sin expresión ni color, de
nuestra americana Cosmópolis, toda hecha de prosa.
Sahumerio de boudoir que aspira a diluirse en una bo­
canada de fábrica; polvo de oro parisiense sobre d
neoyorkismo porteño.•
En Ariel, Rodó cita admirativamente el genio literario
de Poe, cuya obra entera se edifica dentro y contra la "bo­
canada de fábrica" de las prosaicas ciudades americanas
de su tiempo, lo que parecería asimismo indicar que can­
dorosamente creía que la visión de las ciudades que ofre­
cían las obras literarias europeas eran fieles retratos de la
realidad, engaño que muchos compartieron con él y del
que solo se liberaron cuando cruzaron el Atlántico y fue­
rori a verlas. Pero además, ¿esa disconveniencia no resul­
taba aún mayor si se parangonaba el culto y sentencioso
discurso de Próspero con el fondo urbano que exacta­
mente en ese mismo año de 1900, Herrera y Rei�ig y Ro­
berto de lac¡ Carreras, designaban "Toldería de Montevi­
deo"?
Era posible dar un paso más en la autocondenación de­
rivada de un _pensamiento colonizado, y Rodó lo da al
censurar los tres poemas que llama "madrigales": "Para
una cubana", "Para la misma"; "Bouquet". En ellos ve la in-
1 79
capacidad de la lengua española para lograr lo que en
cambio estima le es posible a la lengua francesa según la
lección artística de Verlaine quien había sido capaz de lo
que Rodó designa como "enf.mtillages amorphes".

Soberbiamente hermosa nuestra lengua, para el afecto


plástico y para la precisión y la firmeza de la forma so­
nora! Pero ella no ha tenido jamás -por su naturaleza,
por su genio, no tan solo por deficientemente trabaja­
da- esa infinita flexibilidad, esa dislocación de mimo
antiguo, que hacen del francés un idioma admirable·
mente apto para registrar las más curiosas sutilezas de
la sensación, un idioma todo compuesto de mati­
ces ... Está hecho, el nuestro, como para complacer al
personaje de Gautier, que, enamorado de lo firme, lo
escultural y lo atrevido, soñaba cuadros que parecie·
ran bajos relieves de colores; figuras que resaltaran,
hercúleamente esculpidas por un sol triunfal, y nubes
cuyos contornos mordaces sobre el azul les diesen las
apariencias de pedazos de mánnol. Por lo demás, el
análisis tiene poco que hacer con estas composiciones
irresponsables por su índole. Copos de espuma lírica
que se desvanecen apenas se les quiere recoger en las
manos.9

El fragmento traduce una angustia generalizada de los es­


critores modernistas respecto a la lengua española, ante
el desafío que le presentó, más que la lengua francesa, el
manejo que de ella realizaron los escritores desde Hugo y
los artepuristas, cuyos efectos estilísticos pronto se divul­
garon entre cronistas y periodistas de la prensa parisina.
El cotejo entre la escritura de estos chroniqueurs y la de
sus congéneres madrileños (sobre todo los cronistas de
tauromaquia) sembró el desconsuelo entre los intelec­
tuales hispanoamericanos y ya en 1 883, Manuel Gutié­
rrez Nájera procedió a una conclusiva requisitoria:

El casteUano es un idioma infeliz. Fue rico y conquista­


dor. Pero enterró sus tesoros y las monedas que hoy
extraemos de entre las piedras y la arena, son monedas
1 80
de museo que no circulan. No cultivamos sus hereda­
des y hoy el diccionario está Ueno de terrenos baldíos.
Casi podría decirse que es un idioma empajado. '0

A pesar de que habla del idioma y no de las epocales es­


tructuras estilísticas de la pesada retórica hispana del
XIX, ya en este fragmento Gutiérrez Nájera da una acaba­
da demostración de como era posible encender nueva­
mente la lengua, revivida con presteza y gracia, plegarla a
un ritmo suelto, aguzarla irónicamente. Fue lo mismo que
defendió siempre Darío, a pesar de que sobre él pesó el
mote de "afrancesado" como había ocurrido antes con
Larra. En 1 888 aun en Chile, observó que "pocos dan,
para producir la chispa, con el acero del estilo en esa pie­
dra de la vieja lengua enterrada en el tesoro escondido de
los clásicos"" y en 1 896 contestando a Paul Groussac
honradamente declaró: "Al penetrar en ciertos secretos
de armonía, de matiz, de sugestión, que hay en la lengua
de Francia, fue mi pensamiento descubrirlos ·en el espa­
ñol o aplicarlos".12
Dada esta doctrina de la cual nunca se apartó Darío y
dado que en esa magna tarea de revitalización de la len­
gua cifró su más alto orgullo de escritor y de hispanista, es
previsible que le disgustaran las apreciaciones de Rodó,
como también le disgustó todo el simplismo interpretati­
vo de Ariel. Darío no acostumbraba a contestar, sino rara­
mente, las críticas a sus obras: fueron excepcionales sus
respuestas a Paul Groussac y a Max Nordau. Sin embargo,
creo que contestó a la requisitoria de Rodó, aunque en un
modo indirecto.
El folleto de Rodó circuló a comienzos de 1 899 y en
marzo 3 1 le acusó recibo Darío con una carta breve y
seca, muy fuera de sus corteses formas epistolares habi­
tuales. A mediados de ese mismo año, la Revista Nueva de
Madrid, en sus entregas del 2 5 de junio y 5 de julio, publi­
có la serie de "Dezires, layes y canciones" que habría de
incorporarse a la segunda edición de Prosas profanas de
1 90 1 . Esta llevaría, sin firma, el prólogo de Rodó, lo que
acentuó el distanciamiento entre ambos escritores.
181
En esa serie, Darío escribe juguetonamente "a la mane­
ra de" Johan de Duenyas, Johan de Torres, Valtierra, Santa
Fe, en una reconstrucción modernizada de la poesía espa­
ñola de los Cancioneros, en lo que a la luz de estas críticas
rodonianas, parece una demostración de que la lengua es­
pañola era capaz de la "flexibilidad", la "dislocación del
mimo antiguo", "las curiosas sutilezas de la sensación" y
que además no era esa la primera vez que se lo registraba,
ya que mucho antes del modernismo, en el siglo XV , se
había sido capaz de ese sutil tejido lingüístico. De hecho,
también en este punto, Rodó, sumergido en su propia
creación y en sus inclinaciones estilísticas, no podía ver
la ajena: defendía la capacidad del idioma español para los
efectos plásticos y escultóricos, de que está poblada la
prosa rodoniana, y descreía de él para la aérea sutileza y el
fugaz registro de los matices sensoriales, característicos
de la escritura dariana. En otra demostración de espíritu
subrepticiamente colonizado, su admiración por la escri­
tura francesa no le permitía concebir que se pudieran in-
troducir raudas transformaciones en la escritura españo­
la, disociando los modelos epocales que pudieran ser pe­
sados y oratorios, de la fuente idiomática extraordinaria­
mente rica que anidaba en la lengua española. Si Rodó hu­
biera revisado como hizo Darío, el viejo tesoro de la lite­
ratura hispánica, hubiera podido coincidir con la admira­
tiva comprobación que hizo éste en su juventud: "tene­
mos quizás más que ninguna otra lengua, un mundo de
sonoridad, de viveza, de coloración, de vigor, de ampli­
tud, de dulzura; tenemos fuerza y gracia a maravilla".'3
Los prejuicios y la insuficiencia de los juicios rodonia­
nos, habrían de tener sin embargo esplendorosa descen­
dencia, sobre todo desde que los recuperó Juan Marine­
llo sin examinarlos con el rigor que merecían, dentro de
su estrecha concepción nacionalista y social de la litera­
tura que quizás en homenaje a las muy reconocidas virtu­
des humanas del crítico cubano, no han tenido el análisis
que fácilmente evidenciaría sus graves limitaciones.
1 82 Aun antes que Rodó sentara la tesis de la "antiamerica­
nidad" de Darío, ya tenemos registros que, inversamente,
reconocen la nota distinta y "americana" que su literatura
aporta. Dentro de ellos tiene especial relevancia, por pro­
ceder de un intelectual español y por haberse expresado
en una correspondencia privada, el juicio de Juan Valera.
En una carta a Menéndez Pelayo de 1 892, le dice:

Veo en Rubén Oarío lo primero que América da a


nuestras letras, donde, además de lo que nosotros di­
mos, hay no poco de allá. No es como Bello, Heredia,
Olmedo, etc. en quienes todo es nuestro, y aun lo imi­
tado en Francia ha pasado por aquí, síno que tiene bas­
tante del indio sin buscarlo, sin afectarlo, y además, no
le diré imitado, síno sustituido e incorporado, todo lo
reciente de Francia. ••

Combinando el juicio de Valera con el de Sierra, ten­


dremos que la singularización americana de la poesí a de
Darío maneja dos argumentos tan genéricos que resultan
poco persuasivos: por un lado la apelación romántica a la
Naturaleza que llegó a ser un lugar común de la crítica de­
címonóníca (Menéndez Pelayo recurre a ella para desta­
car la "americanídad" de Balbuena) y por el otro la posi­
ble herencia india que no es nunca objeto de análisis por­
menorizado y que parece extraída de la panoplia racista
del pensamiento europeo de la segunda mitad del XIX,
habiendo dado lugar a traspiés tan notorios como el de
Unamuno refiriéndose a la pluma de indio que Darío es­
condía bajo su sombrero de Embajador.
Los escritores no dejaron de percibir la originalidad de
su poesía y su raudo distanciamiento de las poéticas ante­
riores, tanto americanas como españolas, pero se limita­
ron a proporcionar explicaciones genéticas de acuerdo a
sus esquemas interpretativos, sin abordar las estricta­
mente literarias. El crítico que con mayor agudeza exami­
nó los aspectos concretos de la escritura dariana en rela­
ción al problema del americanísmo literario, fue el mayor
crítico progresista de la época, el colombiano Baldomero
Sanín Cano. Consideró por un lado la lengua y la sintaxis 183
de la poesía dariana y por el otro los mensajes ideológicos
que trasmitía, con una precisión que no es posible reen­
contrar sino es en los rigurosos exámenes de Leopoldo
Lugones.
Sanín Cano concluyó reconociendo una impregnación
cultural de la poesía dariana que entendió era propia­
mente americana, desentendiéndose, como también hará
Federico de Onís, del afrancesamiento superficial. Pero
Sanín Cano que, como Silvio Romero, practicó un encua­
dre social de la Hteratura, reconoció que esa ímpregna­
ción americana tenía un origen popular, tanto vale decir,
que pertenecía a la democratización que había sido una
consecuencia, previsible aunque inesperada para mu­
chos, de la modernización económica internacionalista
que vivió el continente· desde 1 870.
Como Sanin Cano era mayor que Darío (nació en 1861 y
vivió hasta 1957 en una de las vidas más extensas y profí­
cuas de la crítica hispanoamericana), como además dis­
puso de una formación intelectual sólida y de una vaste-
dad informativa inusual antes y ahora, que le permitió co­
nocer el pensamiento alemán e inglés antes de que se tra­
dujera al francés, y como fue un crítico preciso -no de
tanteo- comunicado con los centros intelectuales hispa­
noamericanos, es un testigo privilegiado de la mutación
modernista, pues la vio producirse sobre el ya epigonal
arte romántico-realista. A él debemos estas precisiones:

Había una separación de gustos y de aprecio entre el


lenguaje y las ideas de los poetas hasta ayer populares
y el vulgo de los lectores. Los grandes nombres habían
de ser los intérpretes de las nuevas generaciones. Una
transformación era necesaria. En lo exterior de las for­
mas, el cambio se hizo visible rápidamente: consistía
en introducir en la poesía los modos corrientes del de­
cir, las expresiones y fórmulas usuales en la conversa­
ción ordinaria: leemos en Rubén Darío: "Que se hu­
medezca el áspero hocico de la fiera 1 de amor, si p�
por aJJí". La última frase era inaceptable para los poe­
1 84
tas anteriores al período de que se habla. Nadie se ha­
bía atrevido antes de Rubén Darío a decir en verso:
"Los Estados Unidos son potentes y grandes".
En el concepto, la transformación siguió el mismo sen­
dero con la preocupación de acercarse al modo de
pensamiento de las gentes.
La pompa imaginativa, la mera riqueza verbal, las exa­
geraciones del romanticismo, las crudezas estudiadas
de las escuelas naturalistas, quedaron excluidas de la
nueva poesía americana. Los poetas de que hemos he­
cho mención tenían el empeño, como sus maestros
griegos del siglo 11, de poner la poesía por la forma y
por el concepto, dentro del círculo de conocimiento
del pueblo y en su natural lenguaje. 1 5

Este natural lenguaje podía incorporar gozosamente


ei coloquialismo, que Raimundo Uda señaló en la escritu­
ra de los cuentos darianos y que es el que provoca el ya
señalado rechazo de Rodó para los sonetos octosilábicos,
donde se encuentra una fluidez del habla como sólo Mar­
tí había osado:
Miré al sentarme a la mesa
bañado en la luz del día,
el retrato de María,
la cubana-japonesa.

Pero también es natural, y hasta diría que constitutivo


del comportamiento lingü ístico americano, la apetencia
de las grandes palabras, el puro sonar espléndido de los
vocablos, el cual colma el discurso de los famosos "ne­
gros catedráticos" de Cuba como los discursos ceremo­
niales de las justas públicas y el repertorio de letras de la
"mezzomúsica". Variadas explicaciones se han dado para
esta pasión por los "papemores" o los "bulbules". Ella le
sirvió a Alejo Carpentier para componer el estilo de un
Primer Magistrado centroamericano, empedrado de "re­
buscados giros", justificándolo por el afán populista del
presidente:

sabía que con tales artificios del lenguaje había creado


1 85
un estilo que ostentaba su cuño y que el empleo de pa­
labras, adjetivos, epítetos inusitados, que mal enten­
dían sus oyentes, lejos de perjudicarlo, halagaba en
ellos un atávico culto a lo preciosista y Ooreado . .. ••

Otra explicación la ha proporcionado Mario Vargas


llosa examinando la obra literaria de Albert Camus, atri­
buyendo su inclinación al "beau langage" o a géneros lite­
rarios extintos comQ las Lettres, a la "constante afecta­
ción" que deriva de su condición de provinciano argelino
que tiene los ojos fijos en el esplendor de la metrópoli,
siempre más soñado provincianamente que real. Su des­
cripción de la escritura camusiana bien puede aplicarse
sin mucha variación, a la obra entera de José E. Rodó, otro
visible provinciano, éste de la marginalidad hispanoame­
ricana, encandilado por la que 8e llamaba Ciudad Luz:

Se trata de un estilo estatuario en el que, además de su


admirable concisión y de la eficacia con que expresa
la idea, el lector advierte algo naif; un estilo endomin­
gado, sobre el que flota, impregnándolo de un aireci­
Uo pasado de moda, un perfume de almidón. 17

A los modernistas, a pesar de sus provocativos alardes


universalistas, fácilmente se les veía el cobre provincia­
no. Este retrataba su singularidad cultural, su margina­
ción de las metrópolis, aun en su manejo de la lengua, por
lo cual puede valorarse altamente su esfuerzo para apro­
piarse de un habla flexible y natural.
Esta palabra, aplicada a los modernistas, es posible que
sorpenda hoy. Mucho ha evolucionado el concepto en el
siglo transcurrido, por haber evolucionado los comporta­
mientos lingüísticos que menta. Significativamente se la
ve aparecer en un juicio temprano de Pedro Henríquez
Ureña celebrando la publicación de Cantos de vida y es­
peranza, que acentúan el que Darío designara como "sin­
cerismo", ya previsto, aunque sin tal amplitud, en sus an-
186 teriores libros.
Examinando parsimoniosamente la revolución métri­
ca llevada a cabo por Darío en la lengua poética española,
observa Henríquez Ureña:

Contra lo que generalmente piensan los que confun­


den la sencillez con la vulgaridad, la revolución mo­
dernista, al derribar el pesado andamiaje de la exhaus­
ta retórica romántica, impuso un modo de expresión
natural y justa, que en los mejores maestros es flexi­
ble y diáfana, enemiga de las licencias consagradas y
de las imágenes clichés. 18

Esa naturalidad, que de hecho encarece aún más la ex­


tremada artificialidad de la tarea cumplida, pues había
construído una nueva forma de lo natural en literatura
mediante traslación diagramática, 19, respondía a audaces
apropiaciones en el campo lexical y en el rítmico. "Los
Estados Unidos son potentes y grandes" viene de la len­
gua hablada y aun de la jerga periodística, pero también
del habla proceden ritmos, entonaciones y acentuaciones.
Las alteraciones acentuales, que frecuentemente dificultan
la apreciación correcta del verso dariano a los extranjeros.
nos han dado múltiples ejemplos de esta captación rítmica:
desde el agudo admirablemente aprovechado de "Francísca
Sánchez, acompáñame", hasta los variables usos de las esdrú­
julas, señalados por Henríquez Ureña, haciendo a veces
de ellas trisílabos graves ("y mientras la retórica del pája­
ro te adula" ) como tetrasílabos por desplazamiento oxí­
tono ( "ojos de víborás de luces fascinantes").
Están aquí "los modos corrientes del decir", "las expre­
siones y fórmulas usuales en la conversación ordinaria"
captados por un oído sutil que, como anotaba Henríquez
Ureña, percibe la gradación de la voz manejando el idio­
ma.
El coloquialismo no fue un azar, sino una conquista me­
tódica de la generación moderna, luchando contra la he­
rencia altisonante recibida, la que inicialmente ejercita­
ron y la que laboriosamente desmontaron, como lo pa­
tentiza la distancia que va de los Versos libres a los senci­ 1 87
llos de Martí. También perceptible en la distancia que va
de la "antigua retórica" de Gutiérrez Nájera, según el de­
cir de José Emilio Pacheco, a "La duquesaJob" que para el
mismo crítico data al modernismo mexicano,'0 stricto
sensu, con lo cual éste se inaugura cuando se asume el ha­
bla fluyente de la sociedad de la época, según podían
practicarla los jóvenes que escribían en los diarios, tal
como lo afinna su primer verso: "En dulce charla de sobreme­
sa". Esta misma palabra da título a la novela deJosé Asunción
Silva, De sobremesa, poeta capaz de aprovechar la lección
francesa como la española de Campoamor. En Rubén Darío,
es la abismal distancia que media entre el Canto épico a las
glorias de awe ( 1887) con su banda militar atronando la can­
tilena heroica de patria, pueblo, heroísmo, y Azul ( 1888 ) don­
de ya "la tigre de Bengala 1 con su lustrosa piel manchada a
trechos 1 está alegre y gentil, está de gala"
En Darío el coloquialismo cumple plenamente su fun­
ción integradora, aliándose con frecuencia al regocijado
hwnorismo, sin caer nunca en la vulgaridad porque está
sostenido sobre las delicadezas del habla prudente, rítmi­
ca y precisa del pueblo de donde surgió, recogiendo su
gracia medida, su frescura, su equilibrio. Ya en los citados
sonetos octosílabos de Prosas profanas (para buscarlo en
el volumen más acusado de cultismo extranjerizante )
con "Mía: así te llamas"; o, mucho antes de la bullanguera
parla de su "Epístola a Madame Lugones", el leve desenfa­
do de "¿O un amor alemán 1 -que no han sentido 1 jamás
los alemanes-: la celeste 1 Gretchen; claro de luna; el aria,
el nido 1 del ruiseñor"; o el distanciamiento paródico para
contar una leyenda cursi transportándola a la monotonía
de los hemistiquios isócronos "La princesa está tris­
te... ¿Qué tendrá la princesa?", qu� preanuncia el franco
esguince juguetón de "Margarita, te voy a contar 1 un
cuento"; o las formas interrogativas del habla corriente,
"¿Vienes?", "¿Recuerdas?", y, en este soneto, "Margarita",
la parodia sin ofensa del comportamiento teatral, de mala
comediante interpretando en el Buenos Aires novencen­
1 88
tista a la demi-mondaine francesa, con dos versos que
concluirían imitando los letristas de tango: "Tus labios es­
carlatas de púrpura maldita /sorbían el champaíla del fino
baccarat"; o, en él centro de la fiesta versallesca de "Era
un aire suave" que despliega las riquezas acumuladas por
el "rey burgués", la repentina incorporación del Mercu­
rio de Juan de Bolonia, transformado en portalámparas.
Algunas de estas.Operaciones estilísticas corresponden
al liviano ademán lúdico del joven Darío ( emparentable
con el de los vanguardistas bonaerenses de los veinté, en
especial Borges) que posteriormente admiradores y crí­
ticos engolados dejaron de ver, sumidos en la "unción del
arte" o en el empaque social. Si se quiere recuperar la ale­
gría de este joven que no había cumplido treinta años y
lleno de fuerzas interiores se asomaba el mundo, hay que
revisar junto a sus poemas bonaerenses, sus muchos es­
critos periodísticos. �n el mismo año de la publicación de
Prosas profanas, Darío celebraba, divertido y gozoso, el li­
bro de "eximia poesía caricatura!" de Laurent Tailhade,
.Au pays de mulle, enumerando ejemplos argentinos de
un personaje francés y universal que hubiera hecho las
delicias del Flaubert de Bouvard et Pecuchet:

Ese fosco mandarín cuya coleta de orgullo forma la


cuerda floja en que se balancea su f.llsa posición social
y cuya mirada aprecia lo mismo los variados órdenes
·
de la fachada de un hotel, que las jerarquías intelec­
tUales, etc., ése es un mulle. Ese fastuoso rinoceronte
comercial, cuyo nasal cuerno abre anchas sendas por
el montón de la bolsa, cuya piel dura es una coraza de
desvergüenza y cuyo intelecto se atreve a calificar en
horas de digestión valores mentales, ése, ése, es un
mulle ••

No se trataba solo -como dice- del "burgués, el rico, el


propietario", sino de todas las ridículas posiciones socia­
les; a cuya crítica se aplicaron por igual los modernistas,
aunque con variadas entonaciones. Para condenar al ele­
gante que reniega de su patria, Martí dramatiza el tono y
apela el argot madrileño, en el cual al "petimetre" se le lla­ 1 89
maba "sietemesino", para construir su diatriba: "A los sie­
temesinos sólo les faltará el valor. ( . ) ¡Estos nacidos en
..

América, que se avergüenzan, porque llevan delantal in­


dio, de la madre que los crió, y reniegan ¡bribones!, de la
madre enferma y la dejan sola en el lecho de las enferme­
dades!"'' Por su lado, Darío usa de la burla y la displicen­
cia:

Ese que mira a su patria como a una faraónica vaca fla­


ca, y que cree que mañana deben dejarla degollar los
hijos sin querer defenderla porque el amor a la patria
es cosa ya fuera de moda, ése es un mulle. Ese galopan­
te, elegante, saltante, danzante, petulante señorito de
salón, de club y sport, que desoye la palabra de su
tiempo y no atiende a través de la
·
edad la voz de sus
abuelos, ése es un mulle >3

La incorporación del coloquialismo, el manejo del rit­


mo lingüístico, el aprovechamiento del esguince crítico,
son todas operaciones "interpretativas" del texto general
de la época, abastecido por Europa, pero no son sustitu­
ciones. Están dosificadas dentro de un conjunto mayor,
reconocido. Solo en la medida en que se incorporan a un
·
sistema, como partes integrantes, igualmente dignas y
equiparables, alcanzan su peculiar valor. Se dirían valo­
res de cambio en un mercado económico que no aspira a
la autarquía y que reconoce su peculiar modo exporta­
dor-importador.
Esta concepción fue reconocida y defendida por todos
los modernistas, aunque la teorizaron con mayor abun­
dancia respecto a los asuntos universales de la poesía.
Probablemente porque fueron los que motivaron las fre­
cuentes censuras de _ los epigonales romántico-realistas
que manejaron la siempre eficaz y demagógica máscara
nacionalista.
Ya Sousandrade había reconstruído en Guesa una le­
yenda quechua, incoporándole un intermedio, Infierno
en Wall Street, donde el joven indígena encontraba a sus
1 90
sacerdotes, disfrazados de empresarios y especuladores
neoyorkinos. Martí había prologado el Poema de Niága­
ra de su an'ligo Pérez Bonalde, sin parar mientes en un ve­
nezolano que escrudriiiaba el significado del universo en
una catarata del norte. Manuel Gutiérrez Nájera, defen­
diendo las "poderosas individualidades", había contesta­
do explícitamente a las inculpaciones nacionalistas:

Poco importa que éstas hayan contribuido al fondo


común de la literatura con obras en que se pinten
otros países o se canten proezas de héroes extraños. Si
en esas obras han estampado el sello de su genio pro­
pio, como lo estaJhpó Schiller en María Estuardo y en
Guillermo Ten, Racine en Fedra y Atalía, Byron en Sar­
danápalo, Víctor Hugo en Cromwell y Lucrecia Bor­
gia, esas obras pertenecen respectivamente al círculo
de las grandes creaciones alemanas, inglesas y france­
sas. Hoy no puede pedirse al literato que solo describa
los lugares de su patria y sólo cante las hazañas de sus
héroes nacionales. El literato viaja, el literato está en
comunicación íntima con las civilizaciones antiguas y
con todo el mundo moderno. Las literaturas de los
pueblos primitivos no eran así, porque el poeta solo
podía cantar los espectáculos que la naturaleza de su
tierra le ofrecía y los grandes hechos de sus mayores o
. coetáneos. Hoy las circunstancias son diversas. Lo que
se exige a un poeta, por ejemplo, para considerarlo
como un gran poeta en la literatura propia, es lisa y lla­
namente que sea un gran poeta, es decir, que la luz que
despida sea suya y no refleja."

Era el conocimiento ecuménico que venía implícito


en la expansión universal de las metrópolis y que explica­
ría el salto cualitativo que da la lite�ra latinoamericana
a fines de siglo. Pero era también el despliegue moderni­
zador que a través de los medios de comunicación de ma­
sas trasladaba la información antes reservada a estrictos
cenáculos, a muchos más amplios sectores de la sociedad,
como registró Martí, el más acucioso observador de los
efectos del periodismo renovado. En vez de negar esta si­
191
tuación objetiva o en vez de entregarse pasivamente a
ella, los modernistas contestaron con una concepción in­
tegradora que aplicaron tesoneramente a los asuntos lite­
rarios. Quiere decir que en vez de atenerse a las obras
particulares aplicándoles una norma estricta, prefirieron
ver la totalidad múltiple que constituía la literatura. Esta
existía como variedad, a la cual concurrían todas las fuen­
tes posibles para que pudiera asumirse como una totali­
dad.
En el caso de Darío la interrogación crítica debe diri­
girse, coherentemente, a esa concepción totalizadora, a
los seis libros adultos que van de Azul. . . ( 1 888) a Canto a
La Argentina y otros poemas ( 1914) para comprobar que
lo definitorio no es uno u otro asunto, sino su pasmosa
multiplicidad, que va del estrépito cultista de los "paisa­
jes culturales" a la transida intimidad de sus Nocturnos
pasando por los más variados ambientes, sentimientos o
ideas. ¿Qué asunto dejó de tocar? Las fiestas versallescas,
las recreaciones arqueológicas, el sentimiento de la fini­
tud y la muerte, la oda antimperialista, las glorias del ero�
tismo, la salutación a los pueblos creadores, la amistad
con España, las cogitaciones del solitario, la miseria neo­
yorkina, el caos europeo preanunciador de guerras, las
celebraciones patrióticas y aun las gloriolas de los dicta­
dores, la piedad religiosa, siempre el arte, el artista, la be­
lleza. Si se interroga el conjunto, se comprueba que es su
dispersión temática la que mejor ilustra la reconversión
estética unifi.cante. El esfuerzo de interpretación de un
texto que abarca Europa y América, no se orienta ya hacia
los objetos concretos e individuales, sino hacia los instru­
mentos con que se fabrican los objetos culturales. En pri­
mer término quiere decir la lengua, la prosodia, el léxico
que se han de aplicar, y en el nivel superior, estrictamen­
te literario, la construcción de una lengua culta america­
na que no perteneciera a una u otra región, sino que tam­
bién expresara la totalidad convergente de los hablantes
del continente. A partir de esa solución lingüística, era
posible construir una estética adecuada a la hora intema­
1 92 cionalista que se había inaugurado en América Latina.
Notas al Cap. VI

1 .- Sobre el modernismo. Polémica y definición, México,


UNAM 1 959, recogido luego en Ensayos martianos, Santa Clara,
,

Universidad Central de las Villas, 1 96 1 , y en segunda edición


ampliada en Once ensayos martianos, La Habana, Comisión Na­
cional Cubana de la UNESCO, 1965.
2.- Notas en tomo al modernismo, México, UNAM 1958. ,

3.- Fran�oise Perus, literatura y sociedad en América Latina: el


modernismo, México, Siglo XXI, 1976.
4.- Obras Completas III, ed. cit., p. 461 .
5.- Obras Completas, ed. cit. t. 11, p. 5 2 ( Edición oficial a cargo
de José Pedro Segundo y Juan Antonio Zubillaga).
6.- Sin embargo, bastante antes de Casa Grande y Senzala
( 1 933 ), los pensadores americanos reconocieron la inaplicabi­
lidad de las teorías taineanas.
Francisco García Calderón, en Les démocraties latines de 1 93
l'Amérique ( 1 9 1 2 ) concluyó su capítulo sobre la literatura,
anotando: "Si alguna vez la teoría de Talne sobre la fatal confor-
midad entre el medio y el arte probó ser equivocada, es en estas
turbias democracias que engendraron escritores preciosistas,
poetas exquisitos y analistas" (Las democracias latinas de Amé-
rica. La creación de un continente; Caracas, Biblioteca Ayacu-
cho, 1 979, trad. de Ana MaríaJulliand, p. 1 46 ). Aun Silvio Rome-
ro, discípulo fiel del cientificismo del XIX, no dejó de objetar
los excesos del determinismo del medio procedentes del pen-
samiento de Buckle y de Taine. Véase el estudio de Antonio
Candido, O método crítico de Silvio Romero, Sáo Paulo, Facul-
tade de Filosofia, Ciencias e Letras da Universidade de Sao Pau-
lo, 1963 ( 2a. ed. ).
7.- Ob. cit., p. 52
8.- Ob. cit., p. 74
9.- Ob. cit., p. 79
1 0.- En Gustavo Baz, Un año en México. 1887, México, E. Du­
blan y Cia., 1887 p. 8 1 .
1 1 .- En: Obras desconocidas de Rubén Darío escritas en Chile y
no recopiladas en ninguno de sus libros, Santiago, Prensas de la
Universidad de Chile, 1934. ( Raúl Silva Castro, ed. ) p. 1 7 1 .
1 2.- Escritos inéditos de Rubén Darío, Nueva York, Instituto de
las Españas, 1938, (E.K. Mapes, ed.), p. 1 2 1 .
1 3.- Obras desconocicús, ed. cit., p . 1 7 1 .
1 4.- Epistolario de Varela y Menéndez Pelayo (1877-1905), Ma­
drid, Sociedad Menéndez Pelayo, Espasa-Calpe, 1 946 (introd.
de Miguel Artigas Ferrando y Pedro Sáinz Rodríguez), p. 446.
1 5.- El oficio de lector, Caracas, Biblioteca Ayacucho, s.f. ( Com­
pilación y prólogo de}.G. Cobo Borda), p. 1 07.
16.- El recurso del método, México, Siglo XXI , 1 974, p. 48.
1 7.- Entre Sartre y Camus, San Juan, Ediciones Huracán, 1 98 1 , p.
87. Anota Vargas Uosa que "hay en su prosa una constante afec­
tación, una gravedad sin tregua, una absoluta falta de humor y
una rigidez muy provinciana".
1 8.- La utopía de América, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978,
p. 300. En ese mismo artículo Henríquez Ureña singulariza así al
poeta: "He definido la gracia como la cualidad primordial del es­
tilo de Rubén: la gracia que suele adquirir, quintaesenciada, "la
levedad evanescente del encaje" y conlleva otra virtud que era
(ésta sí) casi desconocida en castellano: la nuance, la gradación
de matices".
1 94
19.- He estudiado el punto en el prólogo a Rubén Darío, Poesía,
Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1 977.
20.- Antología del modernismo (1 884-1921), México, UNAM,
1 978, 2 vols, t. 1, pp.3-6.
2 1 .- Escritos dispersos de Rubén Darío, La Plata, Universidad
Nacional de La Plata, 1 968 ( estudio, recopilación y notas de Pe­
dro Luis Barcia), p. 95.
22.- "Nuestra América", Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1 977, p.
27.
23.- Ob. cit., p. 95
24.- "Crónicas del domingo" (El Partido liberal, 21 agosto 1
1 885 ), con el título "Literatura propia y literatura nacional" en
Obras l. Crítica literaria, México, UNAM, 1 959 (E.K. Mapes y
Ernesto Mejía Sánchez, introd. de Porfirio Martínez Peñaloza),
p. 86.

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