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LAS TRES BATALLAS DE PUEBLA

Juan Miguel Zunzunegui

Cada mes de mayo volvemos a escuchar la cantaleta del episodio en que las armas
mexicanas se vistieron de gloria, al derrotar al ejército más poderoso del mundo, el
de Napoleón III, en la gloriosa batalla de Puebla.

En un país donde la historia se enseña dogmáticamente y el sistema de educación


no enseña a pensar sino a repetir, casi nadie se cuestiona el por qué, si ganamos
contra los franceses en la Batalla de Puebla, la bandera francesa ondeaba once
meses después en Palacio Nacional y nuestro país estaba dominado por las tropas
de Napoleón. La cuestión es simple, no hay nada que festejar el 5 de mayo, se ganó
una batalla, pero no la guerra.

En un país donde la historia se reinventa para moldear héroes y villanos según las
necesidades del régimen y se escribe como verdad absoluta en un libro de texto,
gratuito y obligatorio, con el que se adoctrina a la inmensa mayoría de la población,
todos conocemos el efímero triunfo del 5 de mayo y la falsa victoria contra el invasor,
pero nadie conoce la historia completa; la historia de las tres batallas de Puebla.

La primera batalla de Puebla se llevó a cabo el 5 de mayo de 1862, contra las tropas
francesas que avanzaban desde Córdoba hacia la Ciudad de México. No fue del
todo una batalla; una avanzada del ejército francés fue en exploración para ver las
posibilidades de un gran avance y fueron recibidos por el ejército de los
Zacapoaxtlas, que efectivamente vencieron a la avanzada francesa y los obligaron
a replegarse a Córdoba. Un verdadero triunfo hubiera significado ir tras ellos y
hacerlos volver hasta el mar; en vez de eso, una vez que las tropas invasoras
huyeron, las tropas nacionales suspendieron el ataque por orden, por cierto, de
Ignacio Zaragoza; el General que no supo, quiso o pudo consolidar el triunfo, el
General que desde una casa de campaña y en una mesa de estrategia, cantó la
retirada, a pesar del empeño de continuar el ataque, por parte del General de
Brigada que comandó a las tropas del 5 de mayo en el campo de batalla: Porfirio
Díaz Mori.

Las tropas invasoras se replegaron, se reagruparon, se recuperaron y se triplicaron.


Una vez hecho todo esto, volvieron al ataque y se enfrentaron de nuevo al ejército
mexicano en la segunda batalla de Puebla, esa de la que no hablan ni media palabra
los libros de historia por una razón muy simple; porque se perdió. En marzo de 1863
los franceses marcharon sobre Puebla, tomaron la ciudad y siguieron su avance
hasta la capital, que fue tomada el 7 de julio de 1863, mientras el gobierno errante
de Juárez huía con las leyes de la República a San Luis Potosí, custodiados y
protegidos en todo momento, por el General que se enfrentó y derrotó en 32
ocasiones a los franceses: Porfirio Díaz Mori.
Como sabemos, esta ocupación francesa, promovida en gran medida por el hijo de
José María Morelos, dio lugar al corto Imperio de Maximiliano, quien aceptó el
“Trono de Moctezuma” el 10 de abril de 1864. Los pormenores del austríaco y su
imperio son historia digna de otro artículo; bástenos recordar que en marzo de 1866,
tras apenas dos años de gobierno, Maximiliano perdió el apoyo de Napoleón III,
quién mandó que sus tropas se fueran retirando del país, sellando con ello la suerte
del emperador. Juárez permanecía en la frontera con su gobierno, mientras que dos
Generales mexicanos comenzaron la reconquista del territorio; Mariano Escobedo
en el norte y Porfirio Díaz en el sur.

Para marzo de 1867, el Imperio sólo controla ya Querétaro, donde han instalado la
capital, Puebla y la Ciudad de México. Mariano Escobedo, escoltando a Juárez,
tomó Querétaro; mientras por otro lado se llevó a cabo la tercera batalla de Puebla
donde, el 2 de abril de 1867, Porfirio Díaz derrotó a los franceses, los expulsó de la
ciudad y los replegó hasta el Golfo de México. Después de eso, marchó sobre la
Ciudad de México, donde derrotó a las últimas tropas enemigas, perdonó a los
franceses y fusiló a los mexicanos traidores. El 15 de julio de 1867, el triunfante Díaz
licenció a sus tropas y entregó la capital al presidente Benito Juárez.

¿Por qué nuestra historia ignora los triunfos de Díaz y las otras dos batallas de
Puebla? Simplemente porque nuestro discurso histórico hizo de Juárez un héroe y
de Díaz un tirano, y a maniqueo estilo de nuestra historia; los buenos son
absolutamente buenos y los malos absolutamente malos. Es imposible entonces
hablar de los aspectos malos de Juárez, como el hecho de que vendió California y
Yucatán a Estados Unidos, tema de otro artículo; y es prohibido hablar de los
hechos heroicos de Díaz, como su participación en la primera Batalla de Puebla,
donde todo el crédito se lo queda Ignacio Zaragoza, o sus más de 30 batallas
victoriosas contra los franceses; mucho menos su apabullante triunfo en la tercera
batalla de Puebla, de la que poco cuentan nuestros libros, pero que fue en la que
realmente se derrotó y expulsó a los franceses, y que fue vital para la toma de la
Ciudad de México y el restablecimiento de la República.

Nada ganamos los mexicanos el 5 de mayo de 1862 en Puebla, nada


absolutamente; un efímero laurel que, debido a la desunión del pueblo, no cristalizó
y se convirtió en derrota y conquista.
Mucho ganamos en la olvidada fecha del 2 de abril de 1867, cuando un olvidado y
denostado héroe, derrotó a los invasores del país.
Pero el gobierno emanado de la Revolución, erigió a uno como héroe y condenó a
otro como villano, uno de los tantos episodios torcidos o inventados de nuestra
historia, en busca de sostener la ideología de un régimen. Ya es tiempo de recuperar
la historia.

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