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Cada mes de mayo volvemos a escuchar la cantaleta del episodio en que las armas
mexicanas se vistieron de gloria, al derrotar al ejército más poderoso del mundo, el
de Napoleón III, en la gloriosa batalla de Puebla.
En un país donde la historia se reinventa para moldear héroes y villanos según las
necesidades del régimen y se escribe como verdad absoluta en un libro de texto,
gratuito y obligatorio, con el que se adoctrina a la inmensa mayoría de la población,
todos conocemos el efímero triunfo del 5 de mayo y la falsa victoria contra el invasor,
pero nadie conoce la historia completa; la historia de las tres batallas de Puebla.
La primera batalla de Puebla se llevó a cabo el 5 de mayo de 1862, contra las tropas
francesas que avanzaban desde Córdoba hacia la Ciudad de México. No fue del
todo una batalla; una avanzada del ejército francés fue en exploración para ver las
posibilidades de un gran avance y fueron recibidos por el ejército de los
Zacapoaxtlas, que efectivamente vencieron a la avanzada francesa y los obligaron
a replegarse a Córdoba. Un verdadero triunfo hubiera significado ir tras ellos y
hacerlos volver hasta el mar; en vez de eso, una vez que las tropas invasoras
huyeron, las tropas nacionales suspendieron el ataque por orden, por cierto, de
Ignacio Zaragoza; el General que no supo, quiso o pudo consolidar el triunfo, el
General que desde una casa de campaña y en una mesa de estrategia, cantó la
retirada, a pesar del empeño de continuar el ataque, por parte del General de
Brigada que comandó a las tropas del 5 de mayo en el campo de batalla: Porfirio
Díaz Mori.
Para marzo de 1867, el Imperio sólo controla ya Querétaro, donde han instalado la
capital, Puebla y la Ciudad de México. Mariano Escobedo, escoltando a Juárez,
tomó Querétaro; mientras por otro lado se llevó a cabo la tercera batalla de Puebla
donde, el 2 de abril de 1867, Porfirio Díaz derrotó a los franceses, los expulsó de la
ciudad y los replegó hasta el Golfo de México. Después de eso, marchó sobre la
Ciudad de México, donde derrotó a las últimas tropas enemigas, perdonó a los
franceses y fusiló a los mexicanos traidores. El 15 de julio de 1867, el triunfante Díaz
licenció a sus tropas y entregó la capital al presidente Benito Juárez.
¿Por qué nuestra historia ignora los triunfos de Díaz y las otras dos batallas de
Puebla? Simplemente porque nuestro discurso histórico hizo de Juárez un héroe y
de Díaz un tirano, y a maniqueo estilo de nuestra historia; los buenos son
absolutamente buenos y los malos absolutamente malos. Es imposible entonces
hablar de los aspectos malos de Juárez, como el hecho de que vendió California y
Yucatán a Estados Unidos, tema de otro artículo; y es prohibido hablar de los
hechos heroicos de Díaz, como su participación en la primera Batalla de Puebla,
donde todo el crédito se lo queda Ignacio Zaragoza, o sus más de 30 batallas
victoriosas contra los franceses; mucho menos su apabullante triunfo en la tercera
batalla de Puebla, de la que poco cuentan nuestros libros, pero que fue en la que
realmente se derrotó y expulsó a los franceses, y que fue vital para la toma de la
Ciudad de México y el restablecimiento de la República.