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BIBUQÍfeCfttóifAUtORES C H I L E N O S — V O L ^ C

RECUERDOS
DE

^REIOTA AÑ(B
(1810-1840) '

I'OR

JOSÉ ZAPIOLA

El hombre es un ser eminentemente


histórico: cada uno de nosotros contri-
buye por su parte n. hacer la historia;
pero cada uno también recibe de ella a
la vez influencias que le modifican pro-
fundamente.
GültKlÑS.

Q [TINTA EDICIÓN

GUILLERMO MIRANDA
EDITOR

SANTIAGO, AHUMADA 5 1
.1902
BIBLIOTECA DE AUTORES C H I L E N O S — V O b

DE

TBEIOTA AÑOS
(1810-1840)

POR

JOSÉ ZAPIOLA

El hombre es un ser eminentemente


histórico; cada uno de nosotros contri-
buye por su parte a hacer la historia;
pero cada uno también recibe d e ella a
la vez influencias que le modifican pro-
fundamente.
GORRHS.

QUINTA E D I C I Ó N

GUILLERMO MIRANDA
EDITOR

SANTIAGO, AHUMADA 5 1
5839—Imp. Mejla, Santiago, Nataniel 65
ADVERTENCIA DE LA CUARTA EDICIÓN

L a p r e s e n t e se califica como 4 . edición por las


a

razones siguientes:
L a primera p a r t e , casi en su totalidad, se publicó
en La Estrella de Chile dos veces, con intervalo d e
seis años, i por tercera vez en un v o l u m e n a g o t a d o
hace tiempo.
L a segunda parte, publicada t a m b i é n en La Estre-
lla, i en seguida en El Independiente, fué por últi-
mo d a d a a luz en otro volumen s e p a r a d o . A m b a s
publicaciones, pues, cuentan tres ediciones h a s t a la
fecha.
A l contenido d e esos dos volúmenes reducidos
a uno en esta edición, h e m o s añadido cinco capítu-
los nuevos d e alguna estension.
S e ha dado también m a y o r amplitud i claridad a
ciertos datos, i añadido un considerable número d e
otros que h a b í a m o s omitido. Piemos completado, por
último, en lo posible las «Noticias Locales,» que dan
fin a este volumen; para lo que h e m o s contado con
— 4 —

la buena voluntad del señor don Luis F . Prieto del


Rio.
U n o d e los motivos que nos han estimulado a dar
esta última edición, es la favorable acojida que h a
merecido d e distinguidos historiadores d e la R e p ú -
blica Arjentina, d o n d e algunos de sus artículos h a n
sido reproducidos; debido, s e g u r a m e n t e , a la íntima
relación d e nuestro m o d e s t o libro con numerosos
hechos i personas de aquella nación.
E l señor jeneral don Jerónimo Espejo, notable jefe
d e aquel ejército, i del nuestro, a quien d e b e la his-
toria a m e r i c a n a distinguidos servicios, nos decia en
una d e sus cartas con que nos favorece con fre-
cuencia:
«Vuelvo a repitir con el m a y o r gusto mis felicita-
ciones p o r la feliz i honorable ocurrencia d e publicar
sus «Recuerdos,» obra que han apreciado en su ver-
d a d e r o mérito los señores L a m a s , L ó p e z , Carranza i
otros que la h a n leido con todo el interés que inspira,
i l a m e n t a n d o que el editor de ella no h a y a trasmitido
algunos ejemplares a estas librerías, d o n d e habrían
sido espendidos inmediatamente.»
E l señor doctor don Anjel Carranza, historiador i
literato arjentino, nos decia en una carta, en que nos
pedia nuestros «Recuerdos:» «Estoi' e s p e r a n d o la
primera p a r t e , habiendo recibido la segunda, d e sus
i m p o r t a n t e s «Recuerdos.» que han d e s p e r t a d o viva
atención en este pais » E n otra posterior anadia:
«agradezco sus dos opúsculos, que e n c u a d e r n a d o s ,
ocupan un lugar en mi biblioteca americana. Escuso,
decir el gusto con que los h e leido, i t a m b i é n su in-
flujo en un trabajo histórico d o n d e serán citados con
encomio. E s de sentir se encuentre a g o t a d a su edi-
ción.»
— 5 —

A l leer lo anterior no faltará quien nos tache d e


vanidosos. Confesamos nuestro p e c a d o : la modestia
no es nuestra virtud favorita, i por si alguien lo duda,
añadiremos, que dos conocidos literatos c h i l e n o s , —
señores don A m b r o s i o Montt i don E n r i q u e Solar
nos decían, recien publicada la primera p a r t e d e
nuestro trabajo, que habian principiado su lectura en
la noche, i no la habian suspendido hasta el dia si-
guiente, en q u e la concluyeron.
Nos viene, p u e s , de perilla: Vomitas vctnitatum.

N O T A . — P a r a ahorrar a muchos lectores la moles-


tia de repetidas notas que t e n d r í a m o s que a g r e g a r
publicando esta edición con reciente fecha, h e m o s
d e t e r m i n a d o transcribir estos «Recuerdos,» tal cual
se publicaron en la tercera edición de 1 8 7 2 .
Esta, advertencia nos parece suficiente p a r a d e s -
vanacer cualquiera duda sobre fechas, que p u e d a
presentarse, s o b r e t o d o en los cinco capítulos publi-
cados después d e esas fechas.
INTRODUCCIÓN

9
D á n d o n o s el placer de dedicar algunas líneas a
este libro, llenamos dos c o m p r o m i s o s .
Cuando era necesario decidir a su autor a e n t r e -
garlo a la prensa, exijió de nosotros que esplicára-
m o s su significado. A c c e d i m o s gustosos, como se
recibe un honor, i por cierto que lo es servir d e in-
troductor en la sociedad del señor T o d o el Mundo a
un galante i digno caballero.
¿I cómo no decir algo sobre él? D e aquí surjió un
nuevo compromiso, contraído con los editores, i que
nos proporciona la ocasión de hacer justicia, tribu-
tando elojios.
P a r a ello no necesitamos hacer g r a n d e s esfuerzos;
coordinar algunos recuerdos es t o d o . Ni habria p o -
sibilidad d e escribir sobre un libro compajinado con
tantas viejas m e m o r i a s , sin recojer otras, que, aun-
que no sean d e antigua fecha, sirvan para indicar la
fuente d e v e r d a d de d o n d e saca su importancia, el
— 8 —

valor histórico i el mérito que única i esclusivamente


le pertenece, pues y a dejaron d e existir los otros
que podían revelar al porvenir los secretos del p a -
sado.
A l g u n o s apuntes biográficos arrebatados a la m o -
destia d e nuestro amigo, en las espansiones del que
habla en el seno de la amistad, bastarán para perfilar
su figura, aunque mucho t e m e m o s que, queriendo
hacer un retrato, h a g a m o s a p e n a s un m a m a r r a c h o .
Pero, al fin, la culpa será de los que elijieron tan
p o b r e escritor para trazar una figura que pudo ser-
vir de t e m a a un h e r m o s o cuadro.
N o lo olvidaremos nunca.—Cuando en las largas i
frias noches del invierno d e 1 8 7 1 , nos reuníamos al-
gunos amigos para hacer, conversando, m e n o s fati-
g o s a s sus primeras horas, cansados, sin duda, algu-
nos con la monotonía d e la vida p r e s e n t e , se
entretenían en interrogar a los que algo sabían del
pasado.
E n t o n c e s los t e m a s de conversaciones no escasea-
ban, ni la tertulia se dispersaba tan t e m p r a n o como
d e costumbre.
Por cierto que no eran muchos los que podian h a -
blar d e la época que m a s interés por conocerla
d e s p e r t a b a en todos. Pero si no eran muchos, no
faltaban algunos que recordaran con esa injénua na-
turalidad, que es peculiar d e Chile, algunos interesan-
t e s episodios de la historia nacional, desconocidos o
m e n o s p r e c i a d o s por los que la han escrito. L a s p r e -
g u n t a s se sucedían a las respuestas i a éstas las
francas carcajadas de los que a p e n a s nos d á b a m o s
cuenta de la inesplicable mutación o p e r a d a en nues-
tro pais en el corto período d e cuarenta años.
Como era natural, t o d o d a b a nuevo t e m a a la con-
— 9 —

versación. E l edificio que se d e r r u m b a , el templo


que se incendia, la casa vieja que es sostituida por
un palacio, los paseos públicos que se forman en los
espacios que a y e r no m a s servían d e muladares,
eran d e veras un aliciente para continuar en la in-
t e m p e r a n t e curiosidad que escudriña i desentraña
historias i leyendas que son d e un tiempo que y a
pasó.
E n t r e los interrogados, habia uno que sufría con
mas calma nuestras interminables averiguaciones, i
que las contestaba siempre con gracia i sal inimi-
tables.
Frizando en los setenta años, de regular estatura,
con un cuerpo vigoroso i entero, con una cabeza que
ostenta una frente espaciosa, sobre la cual caen al-
gunos escasos cabellos albos como la nieve, era
nuestro amigo, como lo es h a s t a hoi, el alma de las
tertulias de la t a r d e .
D o t a d o d e una memoria prodijiosa, no olvida ni
los nombres ni las fechas, i los apunta con tal preci-
sión que cualquiera creería que acababa de rejistrar
documentos o d e curiosear los papeles de una bi-
blioteca.
Pensador juicioso, un tanto pesimista; entusiasta
por todo lo que juzga justo; apasionado servidor d e
las ideas del partido en que vive enrolado, m a s p a r a
satisfacer una necesidad d e su v e h e m e n t e espíritu,
que por alcanzar puestos que no ambiciona su hol-
g a d a medianía, ni honores que llegarían un poco
t a r d e p a r a hacerle carrera; h o m b r e franco i leal, per-
tenece al número d e los que se modifican mejoran-
do, de los que, obrando en todo caso con honradez,
no se avergüenzan d e enderezar su camino s i e m p r e
que los guia a un fin que califican bueno.
— 10 —

Bajo la nieve de su cabeza bulle el pensamiento


con todo vigor, como late su corazón apresurada-
m e n t e cada vez que se trata d e hacer algo que inte-
resa al pais.
Gracioso en el decir, amenizando su conversación
con recuerdos i anécdotas que adquieren mas valor
referidas por él con parcimonioso laconismo, está
s i e m p r e dispuesto a alternar con la risa las profun-
das i frias reflexiones que saca d e todo lo que no
llena el ideal que se h a forjado como la esprésion, en
la política, en el arte, en la administración d e la j u s -
ticia i del bien público.
Su n o m b r e es José Zapiola; su vida un e x a c t o r e -
flejo de la afanosa i escasa vida del que dedica al
cultivo del arte su actividad i todo su tiempo* ha-
ciendo d e él un culto para el espíritu i una carrera
p a r a obtener el pan.
Nacido en los primeros días del siglo p r e s e n t e ,
bajo el techo d e un hogar pobre, salió de él p a r a
a p r e n d e r en una escuela pública las primeras letras,
como nos lo refiere él mismo en una de las pajinas
d e este libro, i para entrar mas t a r d e en el taller d e
un j o y e r o .
El m u n d o de las letras era entonces de mui redu-
cidos horizontes; para vivir en él con consideracio-
nes se necesitaba haber sentido en su frente el beso
cariñoso de la fortuna. El arte de la joyería era
d e m a s i a d o rutinario i atrasado p a r a satisfacer a un
espíritu inquieto, apasionado, sediento d e ser algo
un día.
Ni las letras ni las artes mecánicas encontraron en
Zapiola lo que se llama un buen discípulo. E n la e s -
cuela i en el taller entretenía sus aburrimientos t a r a -
— 11 —

reando algunas canciones populares i los toque d e


la corneta.
U n dia la suerte puso en sus manos un pito, i des-
d e entonces no pensó sino en ser músico. Con el
producto d e la venta d e un m a t e d e plata, que era
la m a s valiosa p r e n d a de su m a d r e , c o m p r ó un cla-
rinete, que habia pertenecido a un tísico; i sin m a e s -
tros, sin libros, sin mas m é t o d o , ni mas lecciones que
su oido i su paciencia, llegó a repetir con facilidad
los aires d e pífanos i t a m b o r e s del batallón d e T a l a -
vera.
E s t o sucedía en 1 8 1 5 .
Guando la victoria de Chacabuco vino a afianzar
en nuestra patria el reinado d e la libertad, vinieron a
Santiago, formando en las filas del ejército arjentino-
chileno, dos bandas de música, las d e los batallones
8.° i 1 1 , que fueron la gran n o v e d a d d e aquellos
dias, en que los oídos se habian a c o s t u m b r a d o a no
sentir otros conciertos que los gritos de alarma d e
los tímidos, las quejas de los perseguidos i las burlas
i las injurias d e los talaveras.
E n t r e los muchachos que r o d e a b a n la b a n d a cada
vez que salia a la calle, se encontraba siempre Za-
piola. No iba allí para entretenerse sino a estudiar,
pues quería con sus ojos arrebatar a los músicos el
secreto para sacar con las llaves del clarinete el sin-
número de infinitas i variadas melodías que con ellas
produce una mano hábil.
L a asiduidad del novel músico le conquistó el
afecto del jefe de la banda, Matías S a r m i e n t o , q u e
se ofrefiió para ser su maestro i su guia. E r a todo
un h o m b r e d e buena voluntad; faltábale el estudio;
no conocía ni el número ni la cantidad d e las n o t a s ;
para leer la música se servia m a s d e su oido i d e su
— 12 —

instinto que de los principios de su escasa ciencia.


U n a s pocas lecciones bajo la dirección d e tan m o -
desto maestro, bastaron a Zapiola para p o n e r l e en
aptitud d e ocupar un asiento en la orquesta del tea-
tro que funcionó por la primera vez en la plazuela d e
la Compañía.
A l cabo d e poco tiempo, d e simple músico pasó a
ser profesor i director de la orquesta.
No lo seguiremos en la vida de artista. E s ella un
insondable abismo en que se agrupan confundidas
las glorias i las decepciones, las amarguras i los
triunfos, las escaceses i las holguras del que vive para
a g r a d a r al público, ese inconstante ídolo, a quien se
inciensa, a quien se corteja, i cuyas sonrisas buscan
con e m p e ñ o los artistas.
Sentado en el escaño de los músicos, fué el teatro
su escuela literaria. L e y e n d o hoi lo que la crítica di-
ce del d r a m a de ayer, reflexionando mañana, a la luz
d e sus consejos i de sus lecciones, en el m o m e n t o en
que se repite la pieza en cuestión, fué el proscenio
p a r a nuestro amigo lo que el gabinete anatómico
p a r a el estudiante, en d o n d e con el escalpelo en la
mano analiza, i estudia, i a p r e n d e a conocer el v a r i a -
d o e inesplicable mecanismo de la máquina humana.
E s el proscenio una escuela terrible, aun para los
que lo miran d e s d e afuera. E s un m u n d o con todas las
seducciones d e la apoteosis, que mucho de las a p o -
teosis tienen los triunfos del artista, que enloquece
con su talento a un público sediento d e n o v e d a d i d e
encantos, con todos los peligros de Scila i Caríbdis,
que tal es la volubilidad del público que a y e r ' c o n d u -
cía en triunfo a un artista al Capitolio i hoi lo arrastra
con escarnio a las Jemonías.
Cuando se p o n e el pié en esa p e n d i e n t e , es preci-
— 13 —

so recorrerla, según la espresion d e D u m a s , hasta el


•fin, s a b o r e a n d o alternativamente la copa llena d e
ambrosía o d e acíbar, siempre con gusto, con la sed
d e T á n t a l o , y a para e m b r i a g a r s e d e placer o v e n g a r -
se del d e s e n g a ñ o .
¡I por otra p a r t e no descansar j a m a s ! Como en el
oido del Judio E r r a n t e , en el del artista suena siem-
p r e la voz d e ¡marcha, sigue, no te pares! I los ar-
tistas caminan i no descansan.
Zapiola p a g ó , como artista, tributo a esta fatalidad.
Un dia t o m ó el camino de Buenos A i r e s . E r a n sus
compañeros d e viaje Robles, autor d e la canción na-
cional de Chile, i un comerciante, que iba a buscar
en otras ciudades nuevo c a m p o p a r a sus desgracia-
das especulaciones.
T o d o s los aperos para el viaje le fueron suminis-
trados por amigos, artistas como él, recién llegados
al lugar d e d o n d e emigraba. Cuando a las 12 d e la
noche d e un dia d e Marzo del año d e 1 8 2 4 p a s a b a
por la plazuela de la Recoleta, en camino para, la cor-
dillera, no llevaba en el bolsillo sino un real, i por
todo equipaje la ropa que vestía i dos pares d e e s -
puelas, que, de mil amores, habría cambiado por
unas estriberas, pues no las tenia su montura.
Buenos Aires fué un mundo nuevo p a r a el artista.
E n su único teatro funcionaba una compañía de ó p e -
ra lírica, en cuya orquesta e n c o n t r ó un puesto como
s e g u n d o violin.
El oscuro e m i g r a d o no p a s ó desapercibido p a r a
los intelijentes. Massohi, el célebre violinista, le pidió
que lo a c o m p a ñ a r a en su beneficio, t o c a n d o un con-
cierto d e clarinete. Zapiola fué esa noche feliz; el
público lo colmó de aplausos, que fueron un p r e m i o
p a r a el e m i g r a d o i que le abrieron un nuevo c a m p o
— 14 —

en que pudo vivir en una situación m a s c ó m o d a i


holgada.
E n 1825 volvió a Chile. Su saludo a Santiago fué
un concierto que obtuvo un éxito asombroso.
A p r e s t á b a s e e n esos dias la espedicion libertadora
- d e Chiloé; Zapiola tomó p a r t e en ella como profesor
de la b a n d a del batallón número 7, h a b i e n d o asisti-
do como tal a la batalla de Bella-Vista, que consu-
m ó la i n d e p e n d e n c i a de Chile.
A p e s a r d e que su profesión era la música i que
la ha cultivado con afanoso tesón d u r a n t e cincuenta
largos años, no h a absorbido el arte t o d a su acti-
vidad.
« H e t o m a d o también p a r t e , dice él mismo, en
otras clases d e orquestas,—en que todos querían ser
directores, o por lo menos solistas; mas la edad i la
esperiencia m e han curado, si no del todo, en p a r t e ,
d e esa enfermedad que m e ha hecho viajar varias v e -
ces contra m i gusto.»
Enrolado en el partido liberal, t o m ó p a r t e en t o -
das las peripecias de la política, figurando siempre
entre los primeros d e r r o t a d o s . N o sonreía al político
la misma fortuna que al artista. L a s coronas d e rosa
d e éste se cambiaban en coronas de espina p a r a
aquél.
P r e m i a d o en 184^ con una medalla d e oro, por
haber sido señalado por una comisión municipal, i
«la voz pública, como el mas digno i acreedor al p r e -
mio d e música,» fué nombrado en 1867 p r e s i d e n t e
del Conservatorio d e Música, i en 1 8 6 4 maestro d e
capilla de la iglesia Metropolitana d e Santiago.
Cuando m e n o s lo pensaba quizás, ocurriósele un
dia a la política golpear n u e v a m e n t e a la puerta del
antiguo soldado, que, no habia obtenido hasta e n -
— 15 —

tónces otro premio que el de ver convertida en jiro-


nes su raida casaca.
No le iba a exijir m a s sacrificios; iba á ofrecerle
un puesto. No habia ni tiempo suficiente para r e -
husarlo. A l dia siguiente la lista de municipales del
d e p a r t a m e n t o d e Santiago llenaba el lugar d e su úl-
timo suplente con el n o m b r e de José Zapiola.
N a d a m a s espiritual que oir de los labios de nuestro
amigo hacer el cómputo del tiempo en que terminará
su carrera política.
El que la empieza a los 68 años, no p u e d e soñar
mucho con el mañana, ni menos p o d e m o s pensar en
él, aunque ese mañana fuera de r e p a r a d o r a i c o m p l e -
ta justicia, los que desearíamos prolongar indefinida-
m e n t e el presente, y a que para las cabezas n e v a d a s
es lo único real i efectivo.
I sin e m b a r g o , al e s t a m p a r estas palabras, abrimos
involuntariamente nuestra alma a la esperanza, i a
ella confiamos nuestros votos.
Zapiola ha sido un municipal i n c ó m o d o : ni h a
callado a n t e las aplaudidas alcaldadas, ni ha dejado
de hacer guerra a las malas prácticas, i a las viejas
corruptelas. Para muchos ha sido un insoportable
r e t r ó g r a d o . E n su exajeracion llegó un dia a n e g a r
su voto al proyecto para comprar una copa de plata
p a r a premiar al caballo m a s corredor, m i e n t r a s no
se equiparara con este premio el que se da a n u a l -
m e n t e al mejor maestro de escuela.
I a fé, que es gran atraso, pedir igual premio p a r a
los maestros i los caballos corredores. ¿Por qué h a
de merecer m a s d e 25 pesos un maestro que e n v e -
jece en el trabajo, ni menos d e 300 un fogoso caballo
que come, bebe i corre para p r o v e c h o d e su dueño?
Otro dia pidió que la Municipalidad prohibiera los
— 16 —

bailes de m á s c a r a s . L a s orjías p a t e n t a d a s habían


a l a r m a d o hasta a los que d e n a d a se alarman; se
hacia ver el mal; se pedia su pronto remedio. H u b o
lujo d e teorías liberales en el seno de la Ilustre Cor-
poración; quien temió que clausurar los teatros p a r a
las bacanales nocturnas fuese cerrar las válvulas d e
la sociedad.
Zapiola fué el primero en cargar contra la i n m o -
ralidad i el último en a b a n d o n a r el c a m p o .
¿Para qué recordar otros hechos? Maniático lo h a n
llamado algunos. ¡Santa manía que vijila, que estu-
dia, i que h a c e el bien! A c t u a l m e n t e h a vuelto a ser
eiejido municipal i ha procedido como antes.
T a l es don José Zapiola, el interlocutor de las ter-
tulias que h e m o s r e c o r d a d o .
L a s largas t a r d e s d e verano habian venido a dar
la señal de dispersión en el seno d e ella. Cuando que-
d a b a n muí pocos, i era llegada la hora d e ir a buscar
en el c a m p o sosiego i salud d u r a n t e la estación d e
los soles de fuego, d e las mieses i d e las viñas, algu-
nos concibieron la idea de suplicarle se resolviera a
escribir las muchas i variadas anécdotas con que, du-
r a n t e meses enteros, había sorprendido, n o c h e a n o -
che, nuestra curiosidad.
A las primeras i repetidas súplicas contestaba con
escusas, que terminaron con un profundo silencio.
L o s r e d a c t o r e s de La Estrella de Chile lograron
al fin lo que t o d o s tanto anhelábamos. Con las ini-
ciales O. O. se publicó el artículo biográfico, titulado
Carrasco. E s un bosquejo t r a z a d o con amore.
Pronto siguieron los artículos sobre la música, la
instrucción primaria, la política, las fondas, los ca-
fces i las chinganas, e t c . T o d o s eran d e v o r a d o s por
los lectores. ¡Qué realismo tan encantador! qué na-
— 17 —

caralidad! qué colorido.tan local i tan verdadero! El


retrato del dómine d e la a n t i g u a m á x i m a — l a letra
con sangre entra—daría t e m a a un pintor para un
cuadro histórico, que con una sola figura retrataría
ana época.
¡1 luego las fondas i los cafées, que eran el único
centro d e reunión d e la sociedad santiaguina, q u e
empezaba a lanzarse al mundo que no d u e r m e la sies-
t a a medio dia ni cena en ¡a noche! D e tales bosquejos
P

podríamos decir lo que un dia o i m o s ' a un intelijente


ai contemplar un cuadro de G o y a , que r e p r e s e n t a b a
an mozo de cordel; sus únicas palabras fueron: ¡se
vré la mugre!
¿No es v e r d a d que se vé en ese artículo el hollina-
do salón en que pasan sus veladas los p a d r e s d e los
que hoi las entretienen en los artesonados i suntuosos
salones de ¡os clubs?
¿I no serán de ningún valor, para quien intente tra-
zar en g r a n d e escala el cuadro de la sociedad chilena
en el primer tercio del siglo X I X , estos inimitables
bosquejos? Mucha importancia se les atribuye sin
duda, cuando tantos hai que han contribuido a salvar
de las pajinas d e un periódico, que, por mucho que
dure, no resiste al empuje del t i e m p o , los artículos
que, compajinados, forman los Recuerdos de Treinta
Años.
H é aquí el oríjen de este libro. A p u n t á n d o l o sa-
tisfacemos a su autor.—¿No se atrevia a salir al pú-
blico, sin que alguien dijera que se le obligaba? L o
h e m o s complacido; aunque s a b e m o s que, d e buen
g r a d o , habría querido aparecer como autor presun-
tuoso, antes que en un retrato que, si no es e x a c t o
ni refleja el orijinal, está trazado con el cariño q u e
inspira el amigo, con la franqueza que comunica e!
— 18 —

h o m b r e d e talento, con la espontaneidad que lo dice


todo, p o r q u e ni cede al halago, ni obedece al m i e d o ,
ni q u e m a incienso al poderoso, ni espera otra r e c o m -
p e n s a que un apretón de manos del h o m b r e , a quien
h a sometido al martirio d e ser mirado durante largas
horas, apesar de sus resistencias, que p o d r í a m o s lla-
m a r el orgullo d e su modestia.
Q u e nuestros parabienes lleguen calorosos al h o g a r
del autor i del amigo, i le recuerden que los p o s t r i -
meros frutos, si no tan lozanos i frescos como los p r i -
meros, son siempre de inestimable valor, c u a n d o el
árbol que los p r o d u c e es de los pocos que, resistien-
do a los golpes del hacha del t i e m p o , eleva al cielo
sus r a m a s en medio d e los muertos despojos d e la
que, a y e r no m a s , era opulenta selva.

S a n t i a g o , Diciembre 13 de 1 8 7 2 .

VENTURA BLANCO.
El Presidente Carrasco

I . — E s t e personaje ha sido desfigurado por algunos


de nuestros historiadores, por contradicciones infie-
les o por motivos pueriles.
Como si la revolución del año 10 no estuviera j u s -
tificada por sí misma, se la ha e m p e q u e ñ e c i d o en
muchos casos dándole como motivo v e n g a n z a s d e
tiranías exajeradas o d e actos insignificantes.
L o s mandatarios de A m é r i c a en esa época se en-
contraron en idéntico caso que los P a p a s c o n t e m p o -
ráneos o antecesores de la Reforma, a quienes se
creyó necesario calumniar, a u m e n t a n d o sus faltas o
inventándolas, cuando no las habia. A unos se les
atribuia crímenes que hacian reir al m i s m o Voltaire;
a otros faltas que j a m a s cometieron.
Al mismo tiempo que los españoles llamaban P e p e
Botella, por el. vicio de ebriedad que no tenia, a José
Bonaparte, i tuertn a ese mismo rei que tenia sus
dos ojos intactos, en A m é r i c a se llamaba tiranos a
gobernantes que j a m a s cometieron un acto de ti-
ranía.
— 20 —

Carrasco, a nuestro juicio, se encuentra en este


caso.
N o es una defensa d e este pobre viejo la que v a -
mos a e m p r e n d e r ; aunque esto no seria estraño en
un siglo en que Judas i hasta el mismo Diablo, h a n
encontrado calorosos defensores i panejiristas.
"fé ¿Cuál es nuestro objeto entonces? Contar un cuen-
to, cuyo prólogo vamos y a s o s p e c h a n d o que se h a
alargado mas que el mismo cuento.
I I . — J e n e r a l m e n t e nuestros historiadores dicen q u e
las primeras víctimas de la I n d e p e n d e n c i a d e Chile
fueron Ovalle, Rojas i Vera. «Fueron aprehendidos en
sus casas, en la media noche; los ¡levaron al cuartel
d e San Pablo i a las dos de la m a ñ a n a del siguiente
dia los condujeron a Valparaíso en caballos de pos-
ta.» Carrasco no habia descubierto lo que h e m o s
visto m a s . t a r d e : hacer viajar muchas leguas a pié i
aun descalzos, en el rigor del verano, a presos polí-
ticos no m e n o s dignos d e consideración, previo d e s -
pojo completo.
Si en estos últimos t i e m p o s se hubiera e n c o n t r a -
do, lo que m u c h o d u d a m o s , un tribuno del t e m p l e
del doctor A r g o m e d o , no creemos que ninguno d e
nuestros g o b e r n a n t e s hubiera, como Carrasco, t o l e -
r a d o que se le apostrofara como lo hizo, con motivo
de aquel suceso, el célebre procurador del año io>
pues ío d e los dos mil hombres presentes en la plaza
p a r a secundarle, no fué m a s que una feliz hipérbole
del orador.
Cuando Carrasco se hizo hizo c a r g o del m a n d o , a
su llega a Santiago, n o m b r ó un secretario, el doctor
i l - . * : e n e m i g o declarado d e l g o b i e n o español i uno
d e los corifeos m a s pronunciados d e la revolución.
El cabildo, foco d e esa revolución, solicitó i o b t u v o
— 21 —

d e Carrasco n o m b r a r doce rejidores ausiliares; lo


que duplicaba en esa corporación el número d e cons-
piradores.
Cuando procedió a la prisión d e los señores Ovalle»
Rojas i V e r a , lo hizo soio a instancias que d e L i m a
i Buenos A i r e s le dirijian aquellos v i r r e y e s , ponien-
do «n su conocimiento que en Chile se conspiraba
contra su gobierno; a lo que contestaba: «necesita
hechos positivos para lomar m e d i d a s » . ¿Han necesi-
t a d o tonto m u c h o s gobiernos posteriores para perse-
guir i desterrar a sus enemigos políticos, d e toda
esfera i posición? S e declama contra el g o b e r n a n t e
que redujo a prisión a los tres jefes de la revolución;
i a renglón seguido, si ya no se ha hecho antes, s e
narran con t o d a minuciosidad los p r e p a r a t i v o s d e
esa revolución, sin omitir ni ;uin las casas en que s e
tenían las reuniones, siendo ¡a preferida la de! señor
Rujas, una d e las tres, víctimas. Tendríamos muchos
hechos que citar en comprobación de lo que decimos;
no lo creemos necesario. Ciertas calumnias p e r t e n e -
cientes a la vida privada se d e s v a n e c e n por si mis-
m a s ; por esto diremos poco s o b r e ellas.
S e le acusa d e su afición a l a s liñas d e gallos. Nadie
ignora que e! jeneral Freiré i el doctor Marín, alto
personaje d e la revolución, tenían la m i s m a afición,
sin que esto h a y a d a d o lugar a r e p r o c h e .
S e le atribuye también una pasión inverosímil por
una negra d e su servidumbre.
E s t r a ñ o capricho el d e C a r r a s c o , preferir una
P o m p a d o u r negra d o n d e tanto abundan las blancas!...
Carrasco era d e estatura común, d e mirada b e n é v o -
la, c a r g a d o d e espaldas, i en ese t i e m p o d e edad
avanzada.
— 22 —

I n v a r i a b l e m e n t e se hacia acompañar, de dia i d e


noche, d e una sola persona.
Con ese m i s m o acompañamiento se p a s e a b a n mas
tarde por las calles de Santiago Osorio i Marcó.
El uso de una escolta numerosa i lujosamente
m o n t a d a i vestida, no fué conocida h a s t a el gobier-
no del Director O'Higgins, después d e Chacabuco.
I I I . — E n vísperas del 18 de S e t i e m b r e del año 10,
si nuestros recuerdos no nos engañan, como de c o s -
tumbre, pasaba Carrasco por la calle de Santo D o -
mingo en dirección al tajamar. E r a dia d e fiesta, i
un grupo de ocho o diez niños de siete a ocho años
se entretenía en j u g a r a los soldados.
Al pasar por frente a ellos se detuvo fijándose con
cierta complacencia en el jefe que los m a n d a b a , con
una seriedad i aplomo dignos de un c o m a n d a n t e d e
reclutas. L a presencia de Carrasco a u m e n t ó su en-
tusiasmo. E s t e lo llamó p a r a preguntarle:—¿Cómo
te llamas?—Rafael Márquez d e la Plata.—Carrasco
se quedó un m o m e n t o pensativo: quizá r e c o r d a n d o
al rejente, p a d r e del niño, que debia serle mas que
sospechoso.
L e t i r ó ' cariñosamente d e una oreja, i siguió su
camino.
D e ese batallón solo viven, el jefe i el que traza
estas líneas.

N O T A . — E l señor Plata murió .en Julio de 1876.


— 23 —

La P o l i c í a d e A s e o i S a l u b r i d a d

I . — E n este tiempo en que la viruela i sus estragos


han alarmado i con razón, a los habitantes d e la ca-
pital, atribuyéndose su oríjen esclusivamente a las
condiciones hijiénicas de la ciudad, no h e m o s p o d i -
do menos que recordar el modo de ser d e este m i s -
mo pueblo a este respecto, hace m a s d e medio siglo;
sin que a pesar de lo que v a m o s a referir h a y a m o s
presenciado en nuestra larga vida algo parecido a lo
que ahora estamos e s p e r i m e n t a n d o , no obstante las
inmensas mejoras que hemos alcanzado de cuarenta
años a esta parte.
Nuestros lectores verán si t e n e m o s o nó motivo
para dudar de lo que con tanto aplomo se afirma
como inconcuso.
I I . — L a Plaza de A r m a s no estaba e m p e d r a d a . L a
Plaza de Abasto,, galpón inmundo, sobre todo en el
invierno, estaba en el. costado oriente. El resto de la
plaza h a s t a la pila, que ocupaba el mismo lugar que
ahora, pero d e d o n d e ha e m i g r a d o el rollo, su inse-
parable compañero, hace mas de cuarenta años, el
resto de la plaza hasta la pila, decimos, estaba ocu-
pado por los v e n d e d o r e s de mote, picarones, huesi-
llos, etc., etc., i por los caballos de los carniceros.
Ya pueden considerar nuestros lectores cuál seria el
estado de esta plaza que solo se barría mui d e t a r d e
en tarde, no por los que la ensuciaban, sino por los
presos de la cárcel inmediata, a r m a d o s d e grand.es
ramas d e espino que no hacían mas que levantar
polvo, dejándola en el m i s m o estado, pero p r o d u -
ciendo mas hediondez, como era natural.
— 24 —

N o h a c e cincuenta años, la comida para los presos


d e la cárcel se hacia frente al mismo pórtico de ese
edificio, i los g r a n d e s tiestos en que se confecciona-
ba, la ceniza i d e m á s restos de esta operación, j a m a s
desaparecían de ese lugar.
A esto hai que agregar una ancha acequia q u e
atravesaba, como ahora, toda la plaza. E s t a acequia^
descubierta en su m a y o r p a r t e , sin corriente, i no
siendo d e ladrillo, proporcionaba mas facilidad para
la aglomeración d e cieno. Lo que había en sus ori-
llas no necesitamos decirlo; pues para los v e n d e d o -
res no habia otro lugar d e descanso, de tal m o d o que
cuando el sol calentaba se levantaba un humo denso
producido por las evaporaciones d e las inmundicias
acumuladas allí.
D e oriente a poniente i a cinco m e t r o s de distan-
cia de la pared norte de ¡a plaza, corría otra acequia,,
cubierta d e una losa en toda la estension d e esa cua-
dra. T o d a ella ocupada por los v e n d e d o r e s d e
ojotas.
Allí acudían los que usaban este calzado, q u e en-
tonces eran muchos, por su bajo precio, un real. L a s
ojotas viejas quedaban d o n d e se c o m p r a b a n las n u e -
vas; i esta arma arrojadiza suministraba a los (mu-
chachos un elemento para e m p e ñ a r tocios los dias
festivos esas guerras de ojotas, a las que j a m a s fal-
tamos, por la inmediación de nuestra casa a! c a m p e
d e batalla.
Con este calzado vimos salir a nuestro ejército,
unido al arjentino, que m a r c h ó a dar I n d e p e n d e n c i a
al Perú en 1820, a las ó r d e n e s d e San-Martin.

I I I . — E s t o era la plaza principal, evitando otros


detalles nauseabundos. L a calle mas inmediata, al
25 -

oriente, la d e San Antonio, seria largo de describir,


seremos tan sucintos como nos sea posible.
E n la cuadra en que está el costado oriente del
T e a t r o Municipal habia una letrina. E n t o n c e s no
era conocido el nombre «Para Todos» que.. ser
mas limpio, quiere decir lo mismo. Dicha U-innn
solo servia para indicar que a sus inmediaciones se
podia evacuar ciertas dilijencias, pues no era pu&ible
pasar por esa vereda sin gran peligro, i aun asi, con
lafknarices t a p a d a s .
Continuando al norte, habia otra letrina a los píes
de la casa que es ahora d e don Melchor Concha. Sus
condiciones eran aun peores que las de la anterior
por su inmediación a ¡a plaza.
Mas al norte aun, i llegando a la cuadra que está
entre la calle d e las Monjitas i la de Santo Domingo.,
i a una de esa plaza, la cosa era m a s sería. T o d a la
vereda del poniente estaba obstruida por basuras i
por otras cosas peores. Lo que v a m o s a reíerir dará
una idea a nuestros lectores, si han llegado hasta
aqui, d e lo que era esa calle.
Un dia que p a s á b a m o s por allí, advertimos medio
enterrados dos trozos d e madera labrada. T o m a m o s
sus estreñios, i al levantarlos, no '- e n c o n t r a m o s con
1

una escalera, de cuatro o cinco metros d e largo, cu-


bierta apenas con basuras. E s t a escalera, según los
comentarios de los transeúntes, debia pertenecer a
ladrones que para servirse d e ella no necesitaban
llevarla a su casa, siendo aquel lugar seguro i m a s
p r ó x i m o para sus espediciones nocturnas.
Decir que en esta calle, aunque en menor escala
que en otras, a b u n d a b a n los perros, gatos i otros
animales muertos, que nadie se encargaba d e r e c o -
j e r , nos parece inoficioso. U n a m a ñ a n a apareció un
burro con una pata quebrada, tendido en el crucero
que formaban las calles de San Antonio i Santo D o -
mingo, en la casa que es ahora del señor Santa Ma-
ría. Como entonces no eran las calles de lomo d e
toro, en esos lugares había cieno p e r m a n e n t e . E l
burro se tendió ahí, quizás acosado por la fiebre. Los
muchachos de las inmediaciones le dábamos de co-
mer i beber; pero al cabo de algunos días nuestro
enfermo murió. Allí se estirtguieron sus restos, sin
que ningún buen vecino, ni la policía, de que no se
conocía ni el nombre, se t o m a r a n el trabajo d e h a -
cerlo arrastrar al rio, última morada d e sus iguales
o parecidos.

I V . — Continuando por la misma calle, al norte, nos


e n c o n t r a m o s con la de las Ramadas, t a p a d a hasta
hoi al poniente, por una pared del convento de S a n -
to D o m i n g o . Allí, por un d e r r a m e de una acequia
inmediata, se formaba, decimos mal, habia en per-
manencia una laguna pestilencial cubierta con las
y e r b a s que produce toda agua detenida. Su hondura
no permitía el paso de ningún carruaje i solo la atra-
v e s a b a j e n t e d e a caballo. E s t a b a j u s t a m e n t e frente a
la casa de esquina, que era entonces de un señor
Carrera.
Por último, t o m a n d o a la derecha, en dirección al
rio, nos e n c o n t r a m o s con nuestra soberbia Plaza de
A b a s t o , sin rival en el m u n d o , según los viajeros: lo
que no es un elojio p a r a nuestra Municipalidad, p e r o
que p e s a r á por muchos años en su caja, o m a s bien,
en la d e los contribuyentes.
E s t a plaza tenia entonces un destino mui diverso,
apesar d e su inmediación al rio, eterno depósito d e
toda clase d e inmundicias. Allí se arrojaban t o d o s
los desperdicios d e las habitaciones i n m e d i a t a s , i
cuando, en 1 8 1 8 , se dio una t e m p o r a d a d e toros,
última vez que se efectuó esta diversión, fué preciso
emplear mucho tiempo en disponerla p a r a ese obje-
to. El n o m b r e que entonces tenia i que con trabajo
han olvidado los viejos, era «el basural.» E s t o lo dice
todo.
Cuando, en 1 8 1 7 , entró a Chile el ejército d e los
A n d e s , se e n c a r g ó a los soldados de los dos batallones
que quedaron en Santiago de vijilar sobre las p e r s o -
nas que hacían sus dilijencías en la calle, o b l i g a n d o
a pagar a los infractores cuatro reales en un caso i
un peso en el otro Los T a l a v e r a s habían sido
mas estrictos, i tanto, que obligaban a los infractores
a. llevar al rio el cuerpo del delito, sin valerse de nin-
gún tiesto
V . — L a A l a m e d a , orgullo de nuestra capital, no
era otra cosa, antes del año de 1820, d e s d e S a n
Francisco hasta San Miguel, que un i n m e n s o basu-
ral con el adorno inevitable d e t o d a clase d e a n i m a -
les muertos, sin escluir caballos i burros.
E n consecuencia de lo que h e m o s dicho r e s p e c t o
al estado de aseo de nuestra población, y a supon-
drán nuestros lectores que no teníamos los ochocien-
tos baños públicos d e la R o m a imperial. C o n t á b a m o s
con el Mapocho, que en t o d a su estension hacia las
veces de aquellos, i que, a ciertas horas del dia en
verano, reunía j e n t e s de toda clase que recreaban la
vista de los paseantes, por su completa desnudez.
E n este r a m o no habia mas policía que un lego d e
Santo D o m i n g o , frai N . R o c o , que, a c o m p a ñ a d o d e
un h o m b r e a r m a d o d e una varilla, perseguía a los
muchachos que ordinariamente se b a ñ a b a n en un a l -
— 28 —

banal del rio que daba agua a una pila de! c o n v e n t o .


Habia otro baño público mas reducido, p e r o m a s
cómodo por su situación. O c u p a b a el mismo lugar en
que ahora se encuentra la columna de los historiado-
res Tocornal, Benavente, García R e y e s i Sanfuentes,
que en la calle d e las Delicias da frente a la del E s -
t a d o . Los derrames de la acequia, que entonces no
era d e cal i ladrillo, formaban una laguna cenagosa
que en verano era frecuentada a toda hora por h o m -
bres i niños que se bañaban con toda confianza i sira
que nadie los incomodara.
L o s baños d e cal i ladrillo no fueron c o n o c i d o s
h a s t a que A l e x a n d r y abrió por ios años 20 o 2 1 , ur»
p o b r e establecimiento de este jénero tras del cerro
d e Santa Lucia, en la calle de Mesías, con agua sucia.
No necesitamos decir que, respecto a baños tibios
para el público,, no fueron conocidos en S a n t i a g o
h*sta que los estableció Dinator en el actual reñidero'
d e gallos, después del año 1830.

VI.-— El Cementerio solo se estableció el año d e


1 8 1 9 , si no estamos equivocados. Los pobres de las
últimas clases eran sepultados en el Campo Santo.
situado en el estremo sur d e la calle de S a n t a Rosa.
L a inmensa mayoría del resto de la población recibía
este servicio en las iglesias, sobre todo en una p e -
queña capilla situada en la calle del E s t a d o , ai cos-
t a d o oriente d e Santo D o m i n g o i al norte d e la casa
que es ahora del señor Besa. Esta capilla p e r t e n e c e
ahora a las monjas d e la Caridad. Allí se sepultaba
invariablemente a los reos que eran ejecutados en la
plaza principal o en el Basural. Sepultábase t a m b i e »
en la huerta de la capilla. T o d o ello a una cuadra i
m e d i a d e la plaza principal.
— 29 —

E s t a circunstancia nos recuerda la observación d e


Chateaubriand, a saber: que, c u a n d o en Francia se
dejó de sepultar en las iglesias, i solo se hizo en los
cementerios, no se notó ninguna diferencia.en el e s -
tado sanitario d e las poblaciones.
Para nosotros, testigos presenciales d u r a n t e n u e s -
tra vida de lo que h e m o s referido, no es cosa p r o b a d a
que el desaseo sea la causa única de la actual e p i d e -
mia, como se afirma; pero no creemos t a m p o c o q u e
esta circunstancia sea un motivo p a r a ' g o z a r d e buena
salud.
V I L — P o r lo demás, la viruela que nos aqueja ha
puesto d e manifiesto otras pestes. L a vanidad i otras
miserias m a s perniciosas han e n c o n t r a d o ocasión para
manifestarse, i h e m o s visto sin a s o m b r o a ciertas
p e r s o n a s e m b o c a r la t r o m p e t a farisaica para hacer
sonar sus notas m a s a g u d a s i p e n e t r a n t e s a fin d e
notificar al público los servicios que p r e s t a n . . .

La E s c u e l a P r i m a r i a

L— El año d e i 8 i 2 h a b i a una escuela en S a n t i a g o


cuyo número d e alumnos p a s a b a d e 300. ^Lxz.gratui-
ta, i sin e m b a r g o , concurrían a ella niños d e las
familias m a s notables. Sin p e r t e n e c e r a esta c a t e g o -
ría, e s t u d i á b a m o s en ella. Cuando decimos estudiá-
bamos, se entiende que h a b l a m o s d e catecismo, lec-
tura, escritura i las cuatro primeras operaciones d e
aritmética: no se enseñaba otra cosa. L o s que q u e d a n
hacer estudios m a s i m p o r t a n t e s ocurrían a otros e s -
— 30 —

tablecimientos rejidos por particulares o por relijiosos


que se c o n s a g r a b a n en sus respectivos conventos a
estas funciones. A u u no se habian instalado el Con-
victorio de San Carlos ni. el Instituto.
S e fundó también en ese t i e m p o un establecimien-
to que se llamó la A c a d e m i a .
E n t o n c e s , como ahora, la antigüedad clásica sumi-
nistraba el título a estos establecimientos, con la
diferencia de que en A t e n a s no habia mas que un
Liceo, i ahora nosotros tenemos uno en cada provin-
cia. Aristóteles d e b e estar de p a r a b i e n e s . . .
Nuestra escuela estaba situada en la calle de la
Catedral, a cuadra i media de la Plaza de A r m a s , en
un gran salón del antiguo Instituto, del que ahora
ocupa una p a r t e el edificio del Congreso.
P e r m a n e c i ó en ese local h a s t a fines de 1 8 1 4 , en
que fué ocupado, con el resto, por el batallón d e T a -
layeras, h a s t a después de la batalla de Chacabuco,
é p o c a en que se d i o al batallón número 8 de los
Andes.
E s t a narración, por consiguiente, se refiere al p e -
ríodo trascurrido d e s d e 1 8 1 2 h a s t a 1 8 1 4 . U n año
d e s p u é s dimos p o r t e r m i n a d a nuestra carrera escolar.
I I . — E l maestro (este título que llevó Jesucristo se
encuentra muí modesto en el dia i se le ha r e e m -
plazado por el de preceptor, institutor, apóstol, etc.)
el m a e s t r o , decíamos, se llamaba frai A n t o n i o Bri-
seño, lego mercenario, de figura imponente; cara
angulosa i pálida, boca de oreja a oreja, nariz d e p o -
dón, ojo escudriñador e intelijente. T o d a la escuela
se alegraba cuando se le veía sonreír con algún es-
traño, pues con sus discípulos j a m a s sucedía esto.
Un gorro negro, mas o m e n o s sumido, nos advertía
del estado de amabilidad en que se encontraba. Por
lo demás, de costumbres ejemplares.
A esta escuela asistían niños de los barrios mas
apartados de la ciudad. No eran tan exijentes como
ahora, que quieren que la escuela esté en la puerta
de la casa. I es d e advertir que e n t o n c e s era la asis-
tencia doble: la primera a las siete u ocho, según la
estación, i la segunda invariablemente a las dos de
la tarde.
E s c e p t u a n d o la enseñanza i la tinta, todo lo d e -
mas era d e cuenta de los alumnos. E n cuanto a
las plumas, solo se conocían las d e ave. E s t a s , el
papel i los libros valían cuatro veces mas que hoi.
L a operación de tajar las plumas ocupaba la pri-
mera hora d e la mañana, para lo que el m a e s t r o ,
ayudado de un alumno, se colocaba a la entrada d e
la escuela, a fin de hacer diariamente aquella opera-
ción en todas las plumas de los que escribían.
L a escuela estaba dividida en dos secciones, no
por el grado de adelantamiento ni por la clase d e
estudios, sino por la categoría social a que p e r t e n e -
cía el niño. L o s m a s distinguidos en este sentido
ocupaban los dos lados del salón m a s p r ó x i m o s al
maestro, que tenia su asiento en la testera. Los m e -
nos favorecidos de la fortuna tenían lugar también
en ambos lados a continuación de la primera clase.
Un dia en que, según nuestros recuerdos, h a b í a -
mos hecho cierta travesura, nos dirijió frai A n t o n i o
estas palabras: «-¡Zapiola, pase Ud. a la segunda/»
Al recibirnos en la escuela, el m a e s t r o nos habia co-
locado en la primera, a causa, sin duda, de vernos
con medias, cosa poco común en los niños de e n t o n -
ces; i d e c e n t e m e n t e vestido; pero es probable q u e
algún soplón pusiera en su noticia que el tal Zapiola
no pertenecía al orden ecuestre i que debía ir a ía
s e g u n d a , a! lado de los suyos
Banda de Santiago, con alusión al apóstol, se lla-
m a b a la doble fila d e la derecha; i banda de San
Casiano, la de la izquierda. Poco antes habían lleva-
do los nombres de Rama i Cartago.
L o s alumnos B I Í : V i e l a n t a d o s o de mejor conducta
recibían un pequeño cuadro de papel con calados i
dibujos, que se llamaba parco. El objeto d e este
papel era que, cuando el poseedor cometiera alguna
falta, al recibir el castigo, lo presentara para quedar
libre. Habia parcos d e distintas categorías, para dis-
tintas clases de faltas; a veces, cuando ella era mui
g r a v e , el maestro lo rompía i el delincuente recibía
su merecido, sobre todo cuando lo habia obtenido
por compra, lo que era corriente. Los mas caros eran
d e dos o tres reales.
I I I . — E n el dia, es cuestión mui debatida la clase
d e penas que d e b e aplicarse a los niños por sus faltas.
E n ese tiempo estaban en uso cuatro castigos: a r r o -
dillarse, el guante, la palmeta i los azotes. El primero,
considerado como el mas suave, era mas común. E l
guante se aplicaba con alguna frecuencia, pero en
poco número. L a palmeta tenia lugar para las faltas
d e m a s consideración. E r a bastante dolorosa, pues
este instrumento consistía en un pequeño círculo d e
m a d e r a agujereado i con un m a n g o de cuya punta lo
t o m a b a el que aplicaba el castigo, que rara vez e x c e -
día d e cuatro o seis golpes en la palma de la m a n o .
P o r último, venían los azotes, que solo se aplicaban
en casos mui g r a v e s , con todas las precauciones p o -
sibles para evitar la humillación del paciente. E s t a
p e n a era mui rara i siempre tenia lugar fuera d e la
vista de ios otros alumnos.
— 33 —

Felizmente los azotes han desaparecido d e la e s -


cuela; solo falta que se les proscriba de todas -par-
tes...
La m a y o r parte d e estos castigos han sido r e e m -
plazados por otros; uno d e los m a s comunes es en
el dia -el encierro. E s t a p e n a presenta en m u c h o s
casos g r a n d e s inconvenientes p a r a los p r e c e p t o r e s ;
pero, aun cuando así no fuera, bastarían solo las
consecuencias que de ella resultan en muchos casos
para rechazarlo como la mas funesta...
F r a n c a m e n t e somos partidarios del guante.
Lo hemos aplicado en nuestra larga vida d e p r o -
fesor d e bandas de música sin ningún inconveniente,
casi h e m o s dicho, con excelentes resultados.
R e s p o n d e de esto el considerable número d e ar-
tistas d e mérito conocido i de excelentes ciudadanos
que h e m o s formado en esta enseñanza. Nos gloria-
rnos d e poseer un corazón, no solo inclinado a la
clemencia por nuestros semejantes, sino por t o d o ser
sensible. Lo esencial es la prudencia del m a e s t r o ,
pues el castigo m a s suave, mal aplicado, p u e d e con-
vertirse en una humillación i un suplicio p a r a el
alumno.
Las declamaciones de filántropos reclutas i d e p e -
d a g o g o s aficionados no tienen m a s mérito que el
estilo c a m p a n u d o en que se hacen.
I V . — L o s s á b a d o s habia remate en nuestra escuela,
como en todas, que no eran muchas. E s t e consistía
en salir al medio del salón dos alumnos, uno d e c a d a
banda, a examinarse, al tenor del catecismo d e la
doctrina cristiana, a p u n t á n d o s e el número d e malas
contestaciones para castigarlas en proporción. E s t o s
r e m a t e s solían tener lugar en la plaza principal los
— 34 —

s á b a d o s en la t a r d e . El público concurría en g r a n
número, aplaudiendo a los niños que lo hacian mejor.
L a s planas de escritura se presentaban diariamen-
te, i el maestro e s t a m p a b a en ellas las siguientes
anotaciones: S. siga; I. L. M. imitar la muestra; B.
buena; M. mala. E s t a s clasificaciones daban lugar a
correcciones proporcionadas. Venia, por fin, la t e m i -
ble A . azotes. E s t e calificativo era mui raro, como
lo era efectuar su consecuencia.
L o s sábados se p r e s e n t a b a n las mejores planas
escritas en la s e m a n a . El maestro escojia dos o tres
alumnos d e cada banda i m a n d a b a a los mismos
contendores a las tiendas d e comercio para que fue-
ran calificadas por los comerciantes, a quienes s e
suponía jueces idóneos e imparciales en la m a t e r i a .
E l juez d a b a el fallo con su firma al pié. L o s t e n d e -
ros p r e s t a b a n gustosos este servicio porque su n e g o -
cio no era tan activo que se lo impidiera.
E n t o n c e s no eran, ni con mucho, tan frecuentes
los calduchos, palabra nueva; pero la guerra d e la
independencia en los años 13 i 14 nos proporciona-
ba gran abundancia d e ellos.
Como, según los p a r t e s de nuestro ejército, t o d o s
los encuentros i batallas eran para nosotros otras
t a n t a s victorias, al llegar a Santiago esas noticias,
las c a m p a n a s nos advertían que mui l u e g o se p r e s e n -
taría un soldado en la escuela con ¡a orden p a r a el
maestro d e dar asueto a los niños. Cuando, en estos
casos, el soldado t a r d a b a o no venia, algunos a l u m -
nos se lo proporcionaban m e d i a n t e cierto espediente.
O r d i n a r i a m e n t e dos o tres dias después, e m p e z a -
b a n por lo bajo a circular rumores que ponían en
duda la certidumbre de 3a victoria, i antes d e una
s e m a n a , los sarracenos, mas bien servidos q u e el
— 35 —

gobierno en esta parte, daban como averiguado que


ia cosa habia sido al revés; i que el único motivo p a r a
tanto repique era que el ejército real se r e t i r a b a d e s -
pués de derrotar al nuestro. E l asueto no h a b i a
tenido m e n o s efecto por eso.
No h e m o s necesitado un Capefigue que desmienta
o p o n g a en duda nuestras victorias, pues la lectura
atenta de nuestra historia nos habría puesto al
corriente del asunto, si antes no lo h u b i e r a n hecho
ios actores i testigos de esa época.
V . — E l barrido d e la escuela se hacia los s á b a d o s
por la m a ñ a n a , después d e retirarse los alumnos.
No todos barrian, p o r q u e la igualdad ante la lei
no se observaba entonces mas que ahora.
L a escoba consistía en un manojo de manzanilla
ordinaria, d e poco mas d e medio metro d e largo,
a m a r r a d o por un estremo.
El roce d e esta y e r b a con los ladrillos producía
un olor insoportable, de que solo se p u e d e formar
una idea comparándolo con el d e la mostaza m a s
vigorosa. E s t e olor producía e n t r e los b a r r e n d e r o s
una t e m p e s t a d d e toses, estornudos i otros ruidos
análogos...
V I . — E n cuanto a libros, si se e s c e p t ú a el catecis-
mo, cada uno se ejercitaba p a r a la lectura en el q u e
podia proporcionarse. Jeneralmente eran libros p i a -
dosos. L o s impíos e inmorales no e m p e z a r o n a circu-
lar en Chile h a s t a el año 20, a mui alto precio. Las
Ruinas de Palmira, un t o m o en 4 . , s e vendía al
0

principio a 30 pesos. Vivo está un condiscípulo


nuestro que lo vendia en su tienda m a s t a r d e , con
una gran rebaja, a onza de oro. El Contrato Social,
diminuto volumen en 8.°, lo c o m p r a m o s i v e n d i m o s ,
— 36 —

después d e leerlo, en 4 p e s o s . Con un oficial d e ese


t i e m p o , que ahora es jeneral, nos arreglamos p a r a
comprar El Oríjen de los Cultos, (compendio) en 12
pesos, dando cada uno la mitad. Las obras inmun-
das d e Pigault Lebrun, P a r n y , etc., etc,, no eran m a s
baratas.
Rousseau dice: «Plutarco es mi hombre.» Nosotros
p o d í a m o s decir entonces:— Rousseau es el nuestro.
L a Profesión de fé del Vicario de Saboya, tan e s -
tensa como es, la sabíamos en g r a n p a r t e d e m e -
moria.
L a lectura dé estos libros, i de otros m a s o menos
impíos i abominables, dieron cuenta de nuestras
creencias; pero Dios quiso m a s t a r d e alejarnos, m e -
diante otras lecturas, de la senda que conduce fatal-
m e n t e al chiquero d e Epicuro.
Si tal escasez d e libros habia el año 20, cuando
comerciábamos con todo el m u n d o , ¿qué sería ocho
o diez años antes, en que solo se acercaban a nues-
tros puertos, es decir, a Valparaíso, los buques e s -
pañoles, i en que recibíamos por tierra d e Buenos
Aires algunos escasos efectos? L o que es librerías,
p u e d e decirse que no eran conocidas, sino se da este
n o m b r e a tal o cual tienda, de españoles s i e m p r e ,
d o n d e entre los jéneros, se divisaba uno que otro v o -
lumen. U n hecho hablará mas claro que nuestras
observaciones. Cuando, en 1 8 1 3 , se abrió el Convic-
torio de San Carlos, preludio del Instituto, que se
instaló pocos meses después, el gobierno, dirijiéndo-
se a los padres d e familia, les decía: «El gobierno
tiene destinadas personas que, con la m a y o r seguri-
dad i actividad, proporcionen libros" elementales e
instrumentos científicos a todos los que quieran c o m -
— 37 —

prarlos en Buenos Aires o en E u r o p a para instruc-


ción d e su familia.»
V I I . — H a b i a t a m b i é n en la escuela un personaje
d e que no hemos hablado: el emperador. Este em-
pleo recaía s i e m p r e en algún alumno que habia p a -
sado por todos los puestos subalternos. E r a llamado
cada vez que habia que hacer algo d e importancia
dentro o fuera de la escuela, i en las ausencias del
m a e s t r o lo reemplazaba; pues el sota-maestro, (ahora
se llama a y u d a n t e ) o no lo habia o funcionaba en
cortas t e m p o r a d a s . El emperador de esa época era
don C a y e t a n o Briseño, algo e n t r a d o en años, vestido
con cierto lujo poco común, sobre todo para las per-
sonas de su edad: tendría 20 años.
J a m a s vimos a un alumno, ni de los m a s e n c o p e -
t a d o s , dirijir al maestro, ni a ninguno d e sus condis-
cípulos que ejercían alguna autoridad, palabras poco
respetuosas, ni aun oponer una resistencia obstinada
al aplicársele algún castigo. No h a b í a m o s llegado a
los tiempos felices en que los niños, antes d e salir a
la calle, encienden su cigarro, i el que no lo ha h e -
cho, detiene al primer h o m b r e b a r b a d o que encuen-
tra para pedirle fuego. V e r d a d es que y a se acerca-
ba la época en que un presidente d e la república,
liberal, por supuesto, regalaría a un niño de 18 años,
alumno del Instituto, por sus buenas disposiciones,
las obras completas de Voltaire, como libros de e s -
tudio i recreo

V I I I . — P a r a t e r m i n a r ( i y a es tiempo) p o n d r e m o s
T

a continuación los n o m b r e s d e los pocos alumnos d e


nuestra escuela que aun viven; lo h a r e m o s por orden
alfabético, p e r o sin la malicia c h a s q u e a d a de los fa-
bricantes de la última lista municipal de 1 8 7 1 .
— 38 —

* A c e v e d o , don D o m i n g o . .
* Camaño, don C a y e t a n o .
* Correa d e Saa, don D o m i n g o .
* C o r r e a d e Saa, d o n j u á n d e Dios.
* Gandariilas, don S a n t i a g o .
* Gandariilas, don Juan José.
Gandariilas, don Juan d e la Cruz.
* Marin, don Ventura.
* Sessé, don José María.
* Vicuña, don Pedro Félix.
El autor d e este artículo.
I X . — A n t e s de despedirnos de nuestro maestro i d e
nuestros condiscípulos, haremos saber a nuestros p a -
cientes lectores que, al organizarse por primera v e z
el Instituto, fué n o m b r a d o aquél ¡qué horror! cate-
drático de primeras letras!! U n motilón s e n t a d o en
fila con el senador Ruiz T a g l e , con seis d o c t o r e s ,
entre los cuales se contaba el Siéyes de esa é p o c a ,
don Juan E g a ñ a . ¡I esto sucedía en t i e m p o en que
nadie habia oido pronunciar la palabra democracia!
Si ahora se repitiera aquel escándalo, es seguro
que nuestros flamantes doctores harían coro a tos
niños del Instituto para maldecir al Arzobispo, a los
clérigos i a los inevitables jesuitas, que nosotros d e -
nunciamos como autores de la s e q u e d a d del t i e m p o
i como introductores de la viruela. ¿Por qué no h a n
d e tener también la culpa d e estos males que nos
aquejan, ellos que tienen la culpa de todo?

* Estos señores han m u e r t o después de la tercera edición


de este libro.
— S9 —

Cafees, F o n d a s i C h i n g a n a s

I . — E l que escribe estas líneas e m p e z ó a conocer


estos lugares en 1 8 1 9 , a la edad d e 17 años. Por es-
tas fechas y a caerán en cuenta nuestros lectores q u e
cuando vinimos al m u n d o «este siglo tenia dos
años.»
Por n u e s t r a s indagaciones h e m o s calculado que
los cafées fueron conocidos en Chile poco antes d e
í 8 o 8 , p e r o bajo el n o m b r e de trucos, con alucion a
un j u e g o mui parecido al d e billar, que solo se intro-
dujo en S a n t i a g o en el año d e 1 8 1 2 o 1 8 1 4 .
Estos establecimientos s o n mas antiguos en L i m a .
El p r i m e r café se instaló el año de 1775r m e d i a cua-
dra al oriente del t e m p l o d e Santo Domingo.
H a c e algunos años ha d e s a p a r e c i d o , con el edifi-
cio en q u e estaba.
U n o de estos cafees (no habia mas que dos) e s t a -
ba situado en la plaza principal, en el mismo lugar
que a h o r a ocupa el Casino del Portal F e r n a n d e z
Concha. L o s altos, con vista a la plaza, i que e s t a b a n
en un cuerpo, constituían el mejor salón p a r a los
c o n c u r r e n t e s . E s t e salón servia d e comedor, d e cen-
tro d e tertulia i de sala de j u e g o s d e carteo.
Los t a l e s altos se elevaban poco mas de tres m e -
tros del suelo. E s t o es tan cierto que, en el t e r r e m o -
to d e 1 8 2 2 , que nos s o r p r e n d i ó en ese lugar, vimos
gran n ú m e r o d e personas descolgarse por ellos a la
plaza, sin que ninguno recibiera daño d e considera-
ción. A l cuartito, a que a c a b á b a m o s d e llegar en e s e
m o m e n t o en busca d e un a m i g o , le viene como d e
molde la descripción que h a c e Goroztiza de un garito
— 40 —

español, i que d e b e n conocer muchos d e nuestros


lectores, por lo que solo copiamos eltprincipio:

« E n un a h u m a d o aposento
A n e g a d o en porquería,
H e visto en un solo dia
L o que no vería en ciento.»

Allí se j u g a b a al monte sin que las impertinencias


d e la policía (este n o m b r e es posterior a esa época.)
incomodaran a los aficionados. Y a supondrán nues-
tros lectores que en esta materia no hablamos a humo
de paja....
A p e s a r de la falta de vijilancia ¡ de celo para p e r -
seguir el j u e g o , no faltaba su correctivo, que consistía
en una multa que se imponía a los dueños d e casa
q u e permitían juegos prohibidos, pero que solo tenia
efecto en casos raros i análogos al que v a m o s a r e -
ferir.
Un amigo nuestro, c o m p a ñ e r o de profesión, solía,
d e t a r d e en tarde, escurrirse en las tertulias (asi se
llamaban las casas de juego) como ahora, sin mas
g a s t o que el d e un t r o m p o , se llaman filarmónicas
los salones de baile. C u a n d o perdía, se retiraba sin
decir nada. A l dia siguiente se presentaba la mujer
r e c l a m a n d o del dueño de casa lo que habia p e r d i d o
el marido, i lo que no habia p e r d i d o también. T o d o
era cubierto por miedo a la multa i a sus conse-
cuencias.

II.—En dicho café se j u g a b a desde medio dia


h a s t a cualquier hora de la noche, malilla, mediator,
p r i m e r a i báciga. E n cuanto al m o n t e d e baraja, pues,
no era conocido el d e dados, siendo uno d e los e n -
— 41 —

tretenimientos m a s productivos para el dueño de


casa, no tenia horas limitadas,
Habia una detestable mesa d e billar, alumbrada
por cuatro velas d e sebo, que eran las únicas que se
conocían, colocadas en dos cruces que pendían dei
t e c h o sobre la mesa. E n los intervalos en que no se
j u g a b a se a p a g a b a n las luces; menos una, p a r a no dejar
en tinieblas a los concurrentes. E s t o duraba mientras
no se armaba otro partido. Los tacos con suela i tiza
no se usaban aun; lo que d a b a lugar a ciertos e s p e -
dientes que eran de uso forzoso. A n t e s de jugar nos
a p o d e r á b a m o s d e la lima para emparejar la punta
del taco. La tiza la suplíamos d e un m o d o mui inje-
nioso: la punta limada la a p o y á b a m o s en la p a r e o ,
que nuestros lectores supondrán no era e m p a p e l a d a ,
pues hasta entonces era desconocido este adorno, i
le d á b a m o s vuelta como a un molinillo. E s t a manio-
bra, que también se hacia en los ladrillos del piso, si
suplia la tiza, llenaba la p a r e d de agujeros; pero ai
fin satisfacía una necesidad a gusto de todo el m u n d o .
L o s filos del taco, como es natural, se prestabais
a d m i r a b l e m e n t e para romper el p a ñ o . D e b e m o s
añadir que éste no era como ahora d e una sola pieza,
puesto que, siendo el que se usaba del ancho ordi-
nario, habia que añadirlo, d e suerte que en un costado
de la m e s a habia una costura que t o m a b a todo ei
largo, haciendo perder la dirección a la bola cuando
era impulsada con p o c a fuerza. Los efectos del taco
con suela solo fueron conocidos el año 32, cuando
vimos j u g a r al señor Barré, profesor de piano.
L a s mesas d e billar tenían invariablemente un
a d o r n o . E s t e era un rodapié que cubría las patas i el
interior i que prestaba un servicio útil. T r a s este
r o d a p i é se guardaban las camas del billarero i de los
— 42 —

mozos del servicio, d e lo que resultaban ciertos in-


convenientes, que y a sospecharán nuestros lectores...
E s t e café habia pertenecido a Jaramillo, su fundador;
pero en nuestro tiempo era d e Dinator.
III.—El otro café, situado en la calle de A h u m a d a ,
frente a la puerta del que fué pasaje Búlnes, perte-
necía a don Francisco Barrios, español de cuño anti-
guo i d e bondad proverbial. D e pobre aspecto i d e
m e n o s dimensiones que el anterior, era frecuentado
siempre, sin e m b a r g o , por la j e n t e d e tono. L a sala
d e malilla, que era la mas concurrida, se hacia a
veces insoportable por la fetidez que despedía la
acequia interior que la atravesaba. Tenia cierta ana-
lojía con el café de Bodegones de Lima, que, c o m o
es sabido, solo tiene por parroquianos a los viejos.
Concluyó arruinando a su dueño el año 25 o 26. E n
cuanto al anterior, fué suspendido tres 0 cuatro años
después, con buenas utilidades para Dinator,* que
e m p r e n d i ó en el Tajamar la contruccton d e la Cancha
de Gallos.
I V . — E n 1822 los señores Renjifo i Melgarejo abrie-
ron un gran café en la calle de la Catedral, a dos
cuadras de la plaza de armas, en la casa que ahora
pertenece a don F e r n a n d o Errázuriz. Las numerosas
i g r a n d e s ventanas que caen a la calle de Morandé,
que aun se conservan, fueron colocadas entonces. S e
estableció allí mismo una especie de escuela de baile
dirijida pof don Manuel Robles, autor de la antigua
canción nacional. Como compensación del trabajo
del señor Robles, cada concurrente a ese salón con-
tribuía con un real, con el cual se p a g a b a t a m b i é n
una buena orquesta. E s t e café hizo gran ruido; p e r o
dos años después fué cerrado con pérdidas conside-
rables para sus empresarios.
— 43 —

T r e s años m a s t a r d e se instaló el Café de la Na-


ción en la Plaza Principal, en el centro d e la cuadra
que hoi ocupa el Portal San Carlos. Su primitivo
dueño fué don Rafael Hévia, rnui conocido en esta
clase d e negocios, i que se trasladó a ese lugar, sus-
pendiendo un cafecito situado en la calle d e C o m p a -
ñía, a media cuadra de la Plaza, que con t o d o a p l o m o
ostentaba una tabla en su frente que decia: Café Se-
rio del Comercio. El público, sin e m b a r g o , j a m á s pu-
do olvidar su n o m b r e primitivo, que, con alusión a la
fragancia que se sentía d e s d e la calle, lo habia llama-
do fonda d e los m . . . E s t e n o m b r e bien podian lle-
varlo todos los establecimientos d e esa época, pues
como utensilio indispensable, tenían s i e m p r e en el
primer patio uno o dos cancos que estaban destinados
a prestar ciertos servicios a los parroquianos i tran-
seúntes, i
El m i s m o Hévia abrió el año d e 1 8 3 1 , un café en
ia plaza, en el lugar que hoi ocupa el Paiacio A r z o -
bispal. E r a el m a s bien m o n t a d o que se habia visto
en Santiago; pero diez años m a s tarde se cerró por
falta d e concurrencia. El servicio para refrescos era
de plata.

V . — P o r fin, i para concluir con esta reseña, el año


d e 1 8 3 t . s e abrió otra casa con el título de Café de la
Baranda, en la calle de las Monjitas, a una cuadra
de la Plaza d e A r m a s , en la casa que es ahora.de don
Pedro Marcoleta. E n este café, que seria llamado por
los parisienses Chantant, habia canto, con a c o m p a -
ñamiento d e h a r p a i guitarra, ejecutado por varios
artistas de primer orden, e n t r e los que d e b e n c o n -
tarse a las inolvidables fietorquinas, de que luego ha-
blaremos.
— 44 —

E n sus salones se j u g a b a lotería, como antes se


habia hecho en el café d e Dinator. E s t e juego era el
favorito d e los empresarios, por una razón mui sen-
cilla. D e cada peso de la suma a que ascendía cada
lotería, la casa sacaba un real. Y a calcularán n u e s -
tros lectores que con este sistema, a las pocas j u g a -
das, el dinero casi en su totalidad p a s a b a como por
encanto al bolsillo del dueño d e casa. E s t o justifica-
ba un refrán mui repetido entonces: de Enero a Ene-
ro la plata es del lotero.
No hemos olvidado, ni t a m p o c o algunos de nues-
tros c o n t e m p o r á n e o s , cierto descubrimiento injenioso
del empresario aquel.—Para apuntar los números que
se iban p r e g o n a n d o , se p o m a sobre las mesas varios
p e q u e ñ o s montones de granos de maiz, con los que
se cubrían los números que a cada uno le tocaban.
Por distraerse, o no sabemos por qué otro motivo,
los j u g a d o r e s se echaban los granos a la boca i d e s -
pués de mascados se los comían o los botaban. El
lotero, que, cada vez que terminaba el j u e g o , notaba
considerable disminución d e aquel cereal, recurrió a
un espediente, que si no acredita su aseo, p r u e b a sus
instintos económicos. El máiz que debia servir en la
noche, y a que no se j u g a b a de dia, era puesto a r e -
mojar en cierto líquido, que por respeto a las narices
del que nos lea, no n o m b r a r e m o s , lo secaba en se-
guida i formaba sus m o n t o n e s como d e costumbre.
L o s aficionados cayeron en cuenta, no s a b e m o s si
por el sabor o por el olfato, de la operación, i deja-
ron de comer maiz.

V I , — Y a que hemos hablado de fondas, recordarnos


que habia en esos t i e m p o s las siguientes, a m a s d e las
antes mencionadas: la de Lampaya, que después fué
— 45 —

de Chena, en la calle de la Catedral; i la del Tropezón,


llamada así, sin duda, por estar a la subida sur del
puente g r a n d e . E s t a s fondas, sin una sola escepcion,
tenían gran número de covachuelas, con la capaci-
dad apenas necesaria para dos p e r s o n a s . . .
Los braceros para encender cigarros eran d e
piedra d e enlosar, d e m u c h o peso i v o l u m e n , p a r a
evitar que se perdieran.
Habia t a m b i é n otras dos fondas idénticas a las
anteriores. A media cuadra d e la plaza i en la calle
del E s t a d o una, la otra a la misma distancia, en la
calle de las Monjitas. Los dueños, Águila i H e r n á n -
dez, las suspendieron el año d e 1 8 2 3 .

V I L — D i c e n que el número ternario se e n c u e n t r a


en todas las cosas: nosotros nos e n c o n t r a m o s con él
en nuestro caso.—Café, fonda i chingana,, son tres.
D i r e m o s algo sobre las últimas.
L a s mas antiguas que h e m o s conocido fueron
entre otras, la de ña Rutal i la d e ña Teresa Plaza.
E s t a era la chingana jefe i la que d e aquellas duró
h a s t a mas t a r d e . E n sus primeros tiempos e s t a b a
situada en una callejuela intermedia e n t r e el T a j a -
m a r i la Cañada, ahora A l a m e d a d e las Delicias,
frente a la pequeña pirámide, colocada al oriente del
p u e n t e de la Purísima. Allí estaba el Parral, que tal
era el n o m b r e de esta famosa chingana, cuya r e p u -
tación habia a t r a v e s a d o los A n d e s , por las relaciones
d e nuestros paisanos. Conocimos en Buenos A i r e s ,
en los años veinticuatro i veinticinco, e n t r e otros, un
notable cantante arjentino, Viera, que nos repetía:
«no tengo ganas d e ir a Chile sino por bailar un
zamba (baile en v o g a entonces) en el Parral».
E s t e individuo, que habia sido antiguo oficial cívico,
— 46 —

contaba con su mas valioso blasón, haber sido comen-


sal de la señora doña Javiera Carrera, al custodiarla
en su prisión en aquel pueblo.
El Parral, traía su nombre, como su vecino El
Nogal, de u n pequeño parrón, bajo el cual tenia
lugar el baile, principal atractivo d e esa chingana.
No crean nuestros lectores que allí habia, como
ahora se usa, un pequeño proscenio en alto d o n d e
se canta i baila. E n t o n c e s la concurrencia, cada vez
que s e iba a bailar, rodeaba a los bailarines para p o -
derlos ver, lo que ocasionaba una confusión fácil de
calcular. A d v e r t i r e m o s d e paso que allí no escasea-
ba la j e n t e de tono.
L a s chinganas d e esta especie i al aire libre solo
funcionaban d u r a n t e el verano. Pero en t o d o tiempo'
las habia en gran número i en todos los barrios; i,
si no nos equivocamos, hubo ministro que con toda
seriedad r e g l a m e n t ó el m o d o i los dias en que debían
funcionar.
Así se mantuvieron, mas o m e n o s d e c a d e n t e s ,
hasta el año 3 1 , en que llegaron a Santiago las fa-
m o s a s petorquinas, que hicieron en el arle una r e v o -
lución mas trascendental que la que ocasionaron en
Italia los sabios e m i g r a d o s d e Constantinopla en el
siglo X V . L a capital se cubrió d e chinganas i en la
A l a m e d a , desde San D i e g o h a s t a S a n Lázaro, i en
la calle d e D u a r t e en sus dos p r i m e r a s cuadras, era
rara la casa que no tuviera este destino. A l g u n o s m a -
liciosos d e entonces, queriendo h a c e r d e don D i e g o
Pa rtales, ministro en esa época, un Maquiavelo de
chingana, le atribuyeron el proposito d e fomentarlas
p a r a distraer d e la política al pipiolaje, recien caido
del p o d e r . *
L a s petorquinas, así llamadas por el pueblo de
— 47 —

que venían, eran tres. S e estrenaron bajo los h e r m o -


sos parrones d e los baños de Gómez, calle d e D u a r t e .
L a concurrencia, d e las familias mas notables d e
Santiago, era atraída no solo por la perfección i n o -
vedad de su canto i baile, sino también por la d e -
cencia con que se espedian. Nadie, por otra parte,
se habría atrevido a exhibir algo parecido a lo que
hemos visto mas t a r d e en nuestros teatros. ¡Aquel
público era aun mui atrasado p a r a ver i aplaudir el
canean!

VIII.—-En nuestra vida de café, d e s g r a c i a d a m e n -


te mui larga, nos encontramos con algunos tipos que
aun no h e m o s olvidado. R e c o r d a m o s tres en este
m o m e n t o : un santiaguino, un gallego i un andaluz.
E s t e último era empleado público i mui entrado en
años. L a escala, que es ahora de la Intendencia,
conducía a su oficina. Sin exajeracion p u e d e decirse
que no la subia en menos d e un cuarto de hora. No
era lo que ahora son muchos, sin tantos inconvenien-
tes, jubilado. Su cena, y a que no almorzaba ni comia
en el café, era una jicara d e chocolate. A p e n a s lo
veia el mozo sentarse a la mesa, le traía la servilleta
i dos cuchillos. Mientras llegaba el chocolate, n u e s -
tro viejo se entretenía en afilar un cuchillo con o t r o .
L l e g a b a el chocolate a c o m p a ñ a d o de un e n o r m e
pan, de la panadería d e Fierro, i d e los d e a seis por
medio. A l recibirlo don Joaquín lo dividía en dos
mitades: sopeaba en la jicara con una i g u a r d a b a la
otra en el bolsillo. Al dia siguiente a la misma h o r a
al servirle la jicara, sacaba del bolsillo el medio p a n
i se g u a r d a b a el p a n entero. E s t e y a no volvía al
café, pues era reemplazado por otra nuevo, q-ise p a -
saba por la m i s m a operación.
— 48 —

I X . — E ! consumo d e víveres i d e m á s artículos no


era caro. —Dos hojas de bisteque (no sabemos escri-
birlo en ingles) valían medio real; una hoja con un
huevo, medio real; un respetable trozo d e huachalo-
mo asado, un medio real; un par d e huevos fritos, id;
una gran tasa d e té, café o leche, id. L o s guisos
costaban en la misma proporción. D e suerte que el
h o m b r e que no quedaba satisfecho con el consumo
d e real i medio o dos reales, era preciso que fuera
mas exijente que Lúculo. E s v e r d a d que los consu-
midores notaban a veces que la leche tenia un sabor
muí pronunciado a sebo, i era fama, que para evitar
que se cortase, se derretía en ella una vela, pero d e
sebo limpio.
Para consuelo de nuestros lectores, les diremos
que antes del año 30 visitamos a Buenos Aires, i
después del 40 a Lima, en varias ocasiones, i que,
según lo que allí hemos visto i oido, no eran allí las
cosas de mejor data en esos tiempos; i si no fuera
por no abrumarlos con nuestros recuerdos, les refe-
riríamos lo que cuenta la duquesa de A b r a n t e s d e lo
que en esta p a r t e era Paris entre ¡os años 10 i 14.

X . — U n a buena noticia... v a m o s a concluir.—Un


dia, el año 28 o 2 9 , contábamos con sorpresa, en el
café d e la Nación, entre una i dos de la tarde, doce
m e s a s d e malilla, báciga, etc. ¡Esto en dia d e t r a b a -
jo! Como término medio i calculando entre j u g a d o -
res i mirones, c o m p u t a m o s cinco personas por mesa;
lo que nos da el número d e sesenta personas d e s o -
c u p a d a s , por no decir j u g a d o r e s . Como hace muchos
años que dejamos d e frecuentar estos lugares, con-
s e r v á b a m o s este recuerdo con d e s a g r a d o i como un
r e p r o c h e p a r a aquella época; pero h a c e poco t i e m p o
— 49 —

entramos, también en dia d e trabajo a las dos d e la


carde, en uno de esos lugares i vimos que d e ocho
tnesas d e billar que allí habia, siete estaban ocupa-
das, con su respectivo a c o m p a ñ a m i e n t o d e mirones.
Entre todos sesenta o setenta individuos, imberbes
la m a y o r p a r t e .
L a ociosidad, pues, ha g a n a d o terreno, i lo único
que hai de nuevo es, que ¡o que antes se llamó café
o fonda, hoi se ilama hotel o casino, i que el consu-
mo d e licores espirituosos ha p r o g r e s a d o d e un m o -
do que e s p a n t a . . .

Música, Teátr o i B a i l e

I.—No hace mas de setenta años que la música


esi Santiago consistía en cincuenta o sesenta claves
repartidos entre las casas pudientes d e esta ciudad;
veinte o treinta arpas, inclusas las d e las c h i n g a n a s ,
e innumerable cantidad d e guitarras. A esto d e b e -
mos a g r e g a r algunas espinetas, especie d e clave p e -
queño, pero no d e menos áspero sonido. El salterio
era aun mas escaso. No h e m o s conocido mas que
uno el año 20, tocado con cierta perfección por una
señorita R o m á n . T e n i a mucha semejanza con la lira,
pero era d e mas recursos i sonoridad. S e tocaba con
uñas artificiales i sus cuerdas eran d e alambre.
E n los últimos años del siglo anterior, llegaron d e
E s p a ñ a los dos primeros pianos que se conocieron
en Chile. S e hicieron venir para el señor don Manuel
Pérez d e Cotapos el uno, i p a r a la señora doña T e -
resa Larrain d e Guzman, el otro. El primero d e e s -
— 50 —

t o s pianos se encuentra en la h a c i e n d a d e Ocoa; el


s e g u n d o , hasta h a c e mui pocos a ñ o s , s e hallaba en
el Barrancon, fundo d e los señores Cerda.
A m b o s son de la fábrica de Juan d e Mármol. A ñ o
1 7 9 2 , Sevilla.
E n algunas familias, sin e m b a r g o , se cultivaba la
música en proporción a esos escasos recursos, i en
nuestra niñez oimos hablar con entusiasmo d e las
tertulias de la señora Esterripa, d e las señoras G r u -
ñ a s , Velasco i Muñoz, cuyas voces han dejado fama
hasta nuestra época. E n esos tiempos nadie habia
olvidado a Salinas i Barros que habian hecho en e!
a r p a las delicias d e la antigua aristocracia. Con g u s -
to recordamos a Cartabia, flautista orecchiante i al
p o r t u g u é s Juan Luis, comensal infalible del señor
José M. A s t o r g a , rascador d e violin i m a e s t r o d e
baile con quien mas d e una vez tuvimos el h o n o r d e
tocar cuando a p r e n d í a m o s .
U n a noche en que el rejente Ballesteros d a b a una
d e esas tertulias a que era tan aficionado, alguien
nos llevó a ver por las v e n t a n a s del patio aquella
reunión ceremoniosa; luego vimos llegar una mujer
g o r d a i morena, brillante d e lentejuelas, d e pies a
cabeza. L o s tapados repitieron: ¡La B e r n a r d a ! ¡la
B e r n a r d a ! — E l rejente, al verla, t o m ó una silla, la
puso en un lugar conveniente i la invitó a sentarse.
C a n t ó en seguida i fué aplaudida furiosamente.
E n los dias siguientes oimos r e p e t i r a varias p e r -
sonas: el rejente p a s ó el asiento a la Bernarda!
E s t e n o m b r e se b o r r ó en seguida d e nuestra m e -
moria; pero cuando muchos años después, llegamos
a B u e n o s A i r e s , nos e n c o n t r a m o s en una casa, vecina
a la casa del señor don G. Real d e A z ú a , con una
hija i un nieto d e la Bernarda, que habia e m i g r a d o
— 51 —

el año d e 1 8 1 4 . Allí supimos que nuestra paisana h a -


bia muerto después de haber sido mui aplaudida por
aquel público, i recibido como última ovación en el
teatro, un gato muerto arrojado d e s d e la cazuela.
E l n o m b r e del rejente Ballesteros nos t r a e a la
memoria un episodio d e nuestra revolución del
año 10.
Cuando el i.° d e abril d e 1 8 1 1 estalló en Santiago
el movimiento contra revolucionario encabezado por
el c o m a n d a n t e Figueroa; se e n c o n t r a b a en esta ciu-
dad don Manuel Dorrego, j o v e n arjentino que habia
venido, según oimos, a g r a d u a r s e d e doctor en
leyes.
Su patriótico entusiasmo i sus relaciones con mu-
chos d e sus paisanos, que habían tenido una p a r t e
i m p o r t a n t e en la revolución de Chile, lo indujeron a
solicitar un grado militar en ese dia, en que podia
prestar servicios importantes a la revolución.
F u é n o m b r a d o teniente, i se le dieron doce o quin-
ce h o m b r e s p a r a que apresará al rejente Ballesteros,
m o m e n t o s después de la fuga del c o m a n d a n t e Fi-
g u e r o a d e la Plaza de A r m a s .
L l e g ó D o r r e g o a la casa del rejente, lo vimos, i
encontrándola cerrada, hizo caer la cerradura con un
balazo; pero inútilmente, p o r q u e no encontró al que
buscaba, a pesar de estar oculto en la m i s m a casa.
D o r r e g o , estaba llamado a r e p r e s e n t a r un notable
papel i a morir en el patíbulo por orden d e un c o m -
pañero d e a r m a s : el jeneral Lavalle.
S e han hecho grandes, elojios d e su elocuencia. P u -
dimos oírlo en las cámaras de su pais; p e r c nc tuvi-
mos esta fortuna.
E ! balazo del fusil se conserva en la p u m a , <k
que es poseedor el señor don Nicolás Barros L u c o ,
en su hacienda de L a m p a .
L a casa mencionada está situada en la calle d e
Santo D o m i n g o , número 38.
I I . — L a orquesta de la Catedral, pues no habia
' otra, constaba de ocho instrumentos, incluso el ó r g a -
no, tres voces i el Maestro de Capilla. Cuando fun-
cionaba fuera d e esta iglesia, se anunciaba esta no-
v e d a d con gran júbilo de los devotos i aficionados.
N a d a decimos del teatro, p o r q u e entonces como
ahora, 1<^¡, espectáculos escénicos no eran artículo d e
p r i m e r a necesidad para nuestro público. S e observa
sin e m b a r g o , que los teatros a u m e n t a n mientras q u e
la afición disminuye. L a s continuas quiebras d e las
e m p r e s a s esplican este fenómeno.
I I I . — L o s instrumentos de cobre eran desconoci-
dos e n t r e nosotros. La corneta, el clarin, etc., viejos
y a en todas las colonias españolas, aun no habian
llegado a Chile. El primero de estos instrumentos s e
oyó, por la primera vez, al arribo del batallón T a l a -
vera en 1 8 1 4 .
Por lo que hace a los instrumentos d e percusión,
era tal su escasez que, según el p a r t e del jenerai
C a r r e r a , pasado al gobierno después del asalto d e
Y e r b a s Buenas, aquella sorpresa, que debió ser d e -
cisiva a favor nuestro, no lo fué por la m u e r t e del
tambor, el único s e g u r a m e n t e d e que podia disponer
el jefe del ejército. E s t o nos r e c u e r d a lo que dice
Rousseau: que «una piedra o un árbol a la derecha o
a la izquierda en un campo d e batalla, p u e d e decidir
d e la victoria.»

I V . — E n aquella m i s m a época se formaba en esta


— 53 —;

capital una pequeña banda d e música que debia


reemplazar a los instrumentos de cuerda que hasta
entonces hacían el servicio militar. U n a de las pri-
meras veces que esta banda salió a luz fué p a r a
publicar el bando d é l a s paces celebradas con Gainza
en 1 8 1 4 . Circuló por toda la ciudad tocando tres o
cuatro vals de dos partes, i la t r o p a m a r c h a b a al
paso que ahora lo hacen los t a m b o r e s i músicos
cuando tocan llamada, pero sin la menor uniformidad
en la marcha; por este motivo causó tanta sorpresa
el ver marchar al batallón de T a l a v e r a pié con pié...
El mismo año de 1 8 1 4 desertó de la Phcebe, buque
d e guerra ingles, el músico Guillermo Cárter. T o c a b a
varios instrumentos, i mui bien el clarinete. F u é muí
protejido por los Carreras, sobre todo por don Juan
José, que tomaba lecciones d e ese instrumento i que
lo e n c a r g ó de formar la banda de que hemos hablado,
que se a g r e g ó al célebre batallón d e granaderos,
cuyo jefe era. Por la primera vez se oyeron en Chile
la trompa, el t r o m b ó n , el bascorno, que h a desapa-
recido; pero lo que mas llamaba la atención era el
serpenton, que como su nombre lo indica, era una gran
culebra negra i enroscada. E s t e instrumento pertene-
ce a la familia de los bajos de madera, i por lo agra-
dable de su sonido se usa en algunas iglesias de
Francia, sobre todo para a c o m p a ñ a r a los sochantres
en ciertos casos en el canto llano.
Los violinistas d e la antigua banda aprendieron a
tocar instrumentos d e viento i fueron la base d e la
nueva.
Habia retreta t o d a s las noches, saliendo de la
Plaza de A r m a s en dirección del cuartel d e San
Diego.
Jamas siguió a c a m p a ñ a a su batallón ni a ningún
otro. S e habia hecho de esta b a n d a un medio d e
gobierno p o r el entusiasmo con que acudía el pueblo
a oiría. L o s músicos eran decididos carrerinos, lo que
d e m o s t r a r o n quizá con alguna exajeracion en la calle
pública al otro dia d e la caida del director L a s -
tra, 1 8 1 4 .
E s t a revolución tuvo una particularidad,—era d o -
ble, i a m b a s debian estallar en una misma noche.
L a familia Larrain, los ochocientos, aunque a m i g a
del Director Lastra, p r e p a r a b a la suya con gran a c -
tividad, i don José Miguel hacia otro tanto d e s d e su
escondite.
Sus ajentes encontraron mas simpatías en las t r o -
pas d e ¡a guarnición, que solo exijieron que se p r e -
sentara a la hora convenida.
A s í lo hizo, i no fué necesario disparar un tiro para
deponer a Lastra, i establecer nuevo gobierno.
El repertorio de música de entonces no pasaba d e
dieziseis o veinte sinfonías de Stamis, de H a y d n i d e
Pleyel. Con esto habia lo suficiente para el servicio
de la Catedral, d e las otras iglesias i del teatro, cuan-
do lo habia.
L a música de iglesia estaba en el mismo caso. El
repertorio de la C a t e d r a l se componia en su totali-
dad de lo que habia escrito C a m p d e r r ó s , lego espa-
ñol d e la Buena Muerte que se habia traido de L i m a
para organizar la capilla en los últimos años del siglo
pasado; para lo que fué preciso hacer venir poco
d e s p u é s d e Buenos Aires un violin, T e o d o r o Guz-
m a n , i un violoncello, R a m ó n Gil. E s t e es el mismo
oficial que por su entusiasmo patriótico se incorporó
a nuestro ejército, haciendo con los Carrera, su p r i -
m e r a c a m p a ñ a del sur. Murió en Concepción d e r e -
sultas de sus heridas. Su n o m b r e , que antes, leíamos
— 55 —

e a tos lienzos, que se acostumbra poner en las fes-


tividades del 18 de Setiembre, h a desaparecido h a c e
muchos años; pero en su reemplazo se conservan
los d e algunos a quienes el rei d e E s p a ñ a no habría
tenido ningún cargo que hacer por sus servicios a
la revolución.
Habia otra orquesta digna d e recordarse por su
rareza. E r a la que a c o m p a ñ a b a , pero solo de noche,
ai Santísimo Sacramento de la Catedral cuando se
llevaba a los enfermos. E s t a orquesta consistía en
un violin i un b o m b o , llamado entonces tambora.

V . — P o r lo que llevamos dicho, se v é que toda la


filarmónica d e Chile, en último resultado, podría r e -
sumirse en la bandita de que hemos hablado, la que
en s u ' m a y o r p a r t e estaba c o m p u e s t a d e los músicos
de la Catedral.
L a pérdida del país en la batalla de R a n c a g u a
concluyó con la banda d e g r a n a d e r o s , i podríamos
decir con toda música bélica; porque d e los cuatro
batallones del ejército realista, solo el de Chiloé tenia
ana banda diminuta i detestable, i aun así fué
poco oida en S a n t i a g o por su corta permanencia. El
elegante batallón de T a l a v e r a s no tenia música; pero
sí una banda de tambores i pífanos que alternaban
con otra pequeña de cornetas perfectamentes t o -
cadas.
Así estuvimos hasta que llegó a Chile el ejército
d e San-Martin, el año de 1 8 1 7 . E s e ejército trajo dos
bandas r e g u l a r m e n t e organizadas sobresaliendo la
del número 8, compuesta en su totalidad de negros
africanos i d e criollos arjentinos, uniformados a la
turca. Cuando, tres o cuatro días después de la b a t a -
lla de Chacabuco se publicó el bando que p r o c l a m a -
b a a don B e r n a r d o O'Higgins supremo director d e
Chile, el pueblo, al oir aquella música, creia estar eso
la gloria, según decía.
San-Martín i O ' H i g g i n s tuvieron por primer alo-
j a m i e n t o , después de esa batalla, el primero la casa
d e los señores Valdes, a una cuadra de la Piaza de
A r m a s , en la calle de la Merced, número 7 6 , i ei
s e g u n d o la casa del frente que fué del señor d o n j u á n
Alcalde, i que es ahora de otro señor Alcalde (nú-
mero 9 5 ) .
Cuando el año 20 m a r c h ó al Perú el ejército unido,
solo quedó entre nosotros una b a n d a en embrión que
el ingles Cáiter enseñaba en la Moneda, en el salo»
d o n d e ahora esta la inspección del ejército. E s t a
banda, al formarla, se había a g r e g a d o al batallón
número 1 de Chile. Habia tres batallones con el misino
n ú m e r o : el d e los A n d e s , el de Chile i el d e Co-
quimbo.

VI.—Poco mas o menos en este estado de esteri-


lidad i atraso p e r m a n e c i m o s hasta qy¡.e don Carlos
D r e w e t k e , aficionado alemán, llegó ¿'^Santiago e3
año d e 1 8 1 9 . E s t e caballero trajo las colecciones de
sinfonías i cuartetos de H a y d n , Mozart, Bethowen,
C r o m m e r , etc. El señor, D r e w e i k e , reunía, no sin
trabajo, ciertos dias d é l a semana, a los músicos para
ejecutar algunas de estas composiciones, d e s e m p e -
ñ a n d o la p a r t e de violoncello i repartiendo consejos
s e b r e el arte, desconocido hasta entonces. En este
t i e m p o hacíamos nuestros primeros estudios m u s i -
cales, i al trazar estas líneas,' r e c o r d a m o s con gra-
titud algunos d e sus consejos.
D o s años después, 1822, llegó a esta ciudad la
señorita d o ñ a Isidora Zegers, i este acontecimiento
— 57 —

efectuó una v e r d a d e r a revolución en la música vocal.


L a señorita Zegers no venia sola, traia consigo
otra gran n o v e d a d , las óperas d e Rossini. Su vocali-
zación brillante i atrevida; su afinación irreprochable
i una voz que, sin ser d e gran volumen en las notas
graves, alcanzaba hasta el fa agudísimo con toda
franqueza. E s t a s i otras cualidades d e no menos valor
hacían a la señorita Zegers el mejor intérprete de la
música d e Rossini. Las arias: Dolce -pensiero, de Se-
miramide; ¡Oh guante lacrime, de la Do una del lago;
Se il padre ni abandona, del Otetlo; i sobre todo el
célebre romance de esa ópera, arrebataban a los afi-
cionados.
D e s d e entonces, p u e d e decirse, e m p e z ó la afición
al canto, i esta afición tuvo un influjo relativo en la
música en jeneral; gran número de personas sé dedi-
caron a su estudio, sobresaliendo entre todas la ma-
lograda señorita doña Rosario Garfias, cuya voz pro-
dijiosa no ha tenido aun rival, en particular por su
estension de casi tres octavas. El re sobreagudo lo
d a b a con toda fuerza, afinación i limpieza, como el
fa grave, que no recordamos haber visto escrito ja-
mas p a r a voz d e mujer.
VII.—En" una carta que nos ha leido un apreciabie
caballero, h e m o s visto que en 1 7 4 9 algunas familias
notables de Santiago cultivaban con entusiasmo i buen
éxito la música, i que los maestros de este arte, como
d e todos los d e m á s , eran eclesiásticos, n o m b r á n d o s e
con distinción a un p a d r e Madux. A l g ú n tiempo des-
p u é s viene el p a d r e Ajuria, franciscano, que vivió
h a s t a principios d e este siglo i cuyas composiciones
aun se cantan en algunos templos. Por ellas se cono-
ce que habia hecho algunos estudios sobre c o m p o -
sición.
— 58 —

E l bueno del p a d r e quizá no sospechaba que m a s


t a r d e en nuestra tierra se podría componer, impri-
mir i vender música, sin que para todo esto se n e c e -
sitase saber los primeros rudimentos del a r t e . . .
V I I I . — E l año 1822 fué fecundo para la música
p o r casualidades felices. A principios de ese año, o
fines del anterior, habían llegado d e Mendoza don
F e r n a n d o G'izman i su hijo Francisco; profesor el
primero de piano i el s e g u n d o buen pianista i s o b r e -
saliente violin. D e s d e entonces se estableció en Chi-
le esta familia que tantos artistas d e mérito ha d a d o
al pais.
Don F e r n a n d o fué el primer' maestro que hizo es-
tudiar previamente a sus discípulos, escalas i ejerci-
cios antes de otra cosa. Los maestros anteriores
principiaban desde la primera lección por un minuet
o una contradanza. No necesitamos decir los resul-
t a d o s que podía dar esta enseñanza. Algunos meses
después llegó de Lima don Bartolo Filomeno, violin
d e mérito i maestro de canto mui notable. E s t a es
otra familia que en Chile i el Perú se ha hecho c o n o -
cer por su'habilidad para la música.
Un año después, 1823, llegó a Chile don B e r n a r d o
A l c e d o , artista peruano, decimos mal, profesor cien-
tífico; pues que la música, abrazando la composición,
es ciencia, i de las mas profundas, como dice R o u -
sseau en su Diccionario de Música. Esto, sin e m b a r -
g o , que todos saben, parecen ignorarlo los doctores
d e la Universidad, al colocar la música en el último
lugar entre las artes, en su nuevo plan Universitario.
Ú l t i m a m e n t e h a desaparecido del p r o g r a m a , m a s
vale asi
El señor Alcedo es el cantor antiguo i m o d e r n o
— 59 —

de las glorias peruanas. S u y o es el himno nacional


del Perú, proclamado por San Martin el año de 1 8 2 1 ,
en un c e r t a m e n que al efecto tuvo lugar en su p r e -
sencia i en que v.arios compositores presentaron sus
obras.
,En 1847 f é n o m b r a d o maestro de capilla de la
u

Catedral d e S a n t i a g o , cuyo empleo d e s e m p e ñ ó has-


ta r. 863 i en ese año fué llamado por el gobierno del
Perú para fundar un conservatorio. A u n no se h a
planteado este establecimiento; pero aquella nación,
•en reconocimiento de su sobresaliente mérito, i por
sus servicios musicales en la guerra de la i n d e p e n -
dencia del Perú, le ha asignado cien soles mensuales.
Ha escrito, a mas de sus numerosas composicio-
nes, una obra notable sobre música, i para esa im-
presión dio aquel gobierno 4,000 pesos. En Chile no
hai ejemplo de que el gobierno se h a y a suscrito con
un centavo para ningún trabajo ni composición mu-
sical.
La obra del señor Alcedo lleva por título: Filosofía
elemental de la música.
P o r último, a fines de 1822, llegó a Chile el doc-
tor don Juan Crisóstomo Lafinur, natural de Córdoba,
República Arjentina. E s t e joven, tenia veintiséis años,
venia precedido por la fama de polemista, adquirida
en Buenos Aires en una cuestión ruidosa con el cé-
lebre p a d r e Castañeda, que tanto dio q u e h a c e r a los
liberales de la escuela de Rivadavia.
Lafinur era excelente pianista como aficionado, i
apesar d e que en su tiempo gozaba d e gran popula-
ridad el fecundo Gelinék con sus innumerables v a -
riaciones sobre todos los t e m a s , le tenia cierto odio
i no tocaba m a s que música clásica. Sabia, poco
menos que d e memoria, todo lo que H a y d n , Mozart
— 60 —

i D u s e k habian escrito p a r a piano. Sin tener buena


voz, cantaba b a s t a n t e bien. C u a n d o se sentaba al
piano era inútil llamarle la atención a otra cosa: era
sordo i mudo, i se le hubiera tenido por una estatua
sin los movimientos de la cabeza i la espalda que
manifestaban sus impresiones. S e casó en S a n t i a g o :
su señora viuda aun vive.
Al oir por primera vez nuestra antigua Canciora
Nacional, le d e s a g r a d ó , sobre todo por la poesía.
Concibió la idea d e hacer otra completa, es decis,
poesía i música. L l e v ó a cabo este p e n s a m i e n t o , con
mui buen éxito, pues esceptuando la música del co-
ro, algo trivial, la estrofa era mui buena.
Se canto en el teatro i fué mui aplaudid*; pero en
ese mismo instante c a y ó en cuenta d e que quiza ha-
bia herido la susceptibilidad, no solo de Rubíes, au-
tor de la música, sino también la de! doctor Vera,
autor de la poesía.
La recojió esa misma noche i no se cantó m a s .
R e c o r d a m o s aun los ocho primeros c o m p a s e s d e la
estrofa i todo el coro.
Un año nueve meses después de su llegada a Chi-
le, murió, teniendo delante de sí un inmenso p o r v e -
nir a que lo llamaban sus buenas cualidades, sus
i m p o r t a n t e s relaciones, su talento i, mas que t o d o ,
su palabra encantadora.
Habia sido libre pensador; pero, al a g r a v a r s e so
enfermedad, se reconcilió con la Iglesia i murió, co-
m o en ese mismo t i e m p o su amigo Camilo Henri-
quez, ardiente católico.
Murió en la calle de S a n t o D o m i n g o en la casa
que ahora tiene el núm. 30.
S e le llevó el Viático con g r a n solemnidad. E n t r e
l a s personas notables que lo a c o m p a ñ a b a n , iba el
— 61 —

señor don Gabriel Tocornal, p r ó x i m o a ser presiden-


te d e la Corte de Apelaciones de Santiago. Muchos
«ños después oimos decir a este caballero: «yo no
sabia que se podia llorar de gusto, h a s t a que a mí
m e sucedió al Ver comulgar a Lafinur.»
Al acercarse esos m o m e n t o s nadie se hace incré-
dulo; pero, en cambio, casi todos los que lo han sido,
vuelven al seno d e la relijion, a no ser que lo impi-
dan, como sucede con frecuencia, los que rodean al
enfermo
I X . — A l g u n o s j ó v e n e s entraron también con e m -
peño en el estudio de/ la música instrumental, i solo
asi p u e d e esplicarse cómo, al establecérsela primera
sociedad filarmónica en 1826, pudieron darse las
p r i m e r a s funciones sin el concurso de profesores. El
doctor don Gabriel O c a m p o i un señor Correa (ar-
jentinos) tocaron en esos conciertos algunos trozos
en la guitarra con aceptación jeneral.
- Al siguiente año, llegó a Santiago Massoni, g r a n
violin i aventajado músico italiano, que solo ha sido
excedido m a s t a r d e por Sivori.
L a adquisición de este gran artista i la de algunos
otros que se habían ido reuniendo, entre otros Her-
ber, excelente fagot francés, hizo pensar en la orga-
nización de una orquesta que se compuso de dieziseis
músicos, inclusos cuatro aficionados, e n t r e ellos el
señor don Santos Pérez, actual senador i h e r m a n o
del antiguo Presidente d e la República, que bajo la
enseñanza d e Massoni se habia hecho un notable
violin, habiendo antes recibido nuestras pobres lec-
ciones. E l entusiasmo subió de punto, i faltaba lugar
en el p r o g r a m a para dar colocación a las personas
que solicitaban tocar o cantar, siendo d e advertir
— 62 —

que este p r o g r a m a no contenia en ninguna función


m e n o s d e diez trozos. N

Por muchos años funcionó aquella reunión en la


casa calle de Santo D o m i n g o , que ahora p e r t e n e c e
al señor F e r n a n d e z Recio; hasta que se hizo objeto
d e especulación, a p o d e r á n d o s e d e su dirección per-
sonas que no tenían la m e n o r tintura ni la mas míni-
ma afición a la música.
Los antiguos directores tuvieron especia! e m p e ñ o
en alejar el lujo en los vestidos, como el único m e -
dio de hacer duradero aquel establecimiento; los
nuevos, que en su m a y o r p a r t e eran comerciantes,
debian pensar d e mui distinto modo, i el lujo se in-
trodujo apesar d e los reclamos d e los antiguos fun-
dadores.

X . — S e t r a t ó d e h a c e r economías en los gastos, i, co-


m o siempre, se principió por disminuir el sueldo de los
músicos; en estos últimos t i e m p o s , cuando hai lo que
llaman filarmónica, ha llegado el g a s t o d e la diminu-
ta orquesta a tal g r a d o de mezquindad que, con lo
que antes se p a g a b a n cuatro músicos, hai de sobra
ahora para pagarlos a todos.
Por un trastorno d e t o d a s las ideas, se llama S o -
ciedad Filarmónica a una reunión d e personas que no
tienen otro objeto público al asistir, que bailas d e s d e
que ponen los pies en el salón h a s t a que lo dejan.
N o c h e h a habido que en las cinco horas que dura
la función, se ha bailado dieciseis veces. E s t o dará
una idea del furor p e d e s t r e d e nuestros filarmónicos.
C o n un bailar tan d e s m e d i d o , los p o b r e s músicos lle-
van, como es consiguiente, la peor p a r t e , i no exage-
r a m o s , si decimos que se les trata peor que a bestias
de carga.
L o s acontecimientos políticos d e 1 8 2 9 apresuraron
la partida d e Massoni i ocasionaron una gran desgra-
cia doméstica a la señorita Zegers, que la obligó a
retirarse por m u c h o tiempo d e t o d a reunión pública,
haciendo lo mismo, poco después el señor D r e w e t k e .
E n 1828 d i o Massoni su último concierto en el tea-
tro, antes d e dejar a Santiago. S e cantó la canción
de Carnicer, que se dice nacional sin que, como la
antigua, t e n g a la autorización de un decreto. Canta-
ron por primera vez las dos voces d e la estrofa doña
Concepción Salvatierra, m a d r e de los actores A r a n a ,
que no hace m u c h o tiempo se exhibieron en el T e a -
tro Municipal, i el célebre actor arjentinG don A m -
brosio Morante. Quizá mas t a r d e nos permitiremos
un análisis d e esta canción que en cerca d e medio
siglo no ha llegado ni llegará hasta el pueblo, por las
dificultades invencibles que ofrece.

X I . — E n Mayo d e 1830, llegó una compañía lírica


italiana, funcionó siete meses, al cabo de los cuales
se trasladó a Lima, donde obtuvo gran éxito. E s t a
compañía contaba con cinco p a r t e s principales, so-
bresaliendo entre ellas la Scheroni i Pisoni. L a pri-
mera, contralto, el segundo, barítono.
Dio por primera función el Engaño feliz, de R o s -
sini i del mismo autor, el Barbero, Tancredo, Gazza
Ladra, Eduardo i Cristina, La italiana e?i Arjel, la
Ccnerentola; como también la Inés, de Paer; Elisa i
Claudio, d e Mercadante; i otra cuyo autor no recor-
damos, 1 Porianüni.
E n t o n c e s solo habia un t e a t r o , pero funcionaba
c o n s t a n t e m e n t e ; habia plazas en ¡a Catedral que sin
proporcionar un g r a n sueldo, eran, sin e m b a r g o , au
recurso seguro; habia filarmónica en que el trabajo
— 64 —

era j e n e r o s a m e n t e r e c o m p e n s a d o , i el gobierno aura


no habia dictado sus leyes suntuarias suprimiendo los
entierros con música en el C e m e n t e r i o , que produ-
cían considerables ganancias a los músicos.
Por lo que dejamos dicho, fácil es inferir el grado
de a d e l a n t a m i e n t o a que habia llegado la música
pritre nosotros. Faltaba, sin e m b a r g o , un modelo
a c a b a d o en el mas jeneral .-.de los instrumentos, el
piano. E s t e modelo se p r e s e n t ó en la persona d e
M. Barré, que llegó a Santiago en 1 8 3 2 .
Barré habia obtenido el primer premio d e piano
en el conservatorio de Paris, d e cuyo establecimiento
habia sido alumno.
E n los conciertos que dio hizo conocer la música
d e Herz, tan d e m o d a entonces en E u r o p a , con ese
talento correcto, puro i brillante que t o d o s le c o n o -
c e m o s . Esto le atrajo la reputación que aun conserva
hasta hoi i que nadie le ha d i s p u t a d o .
A n t e s de su llegada, la nueva escuela del piano
era desconocida en Chile.
D e s d e el año d e 1831 habia el ministro Portales
concebido i puesto en práctica la idea de dotar con
su respectiva banda de música a cada cuerpo cívico
d e esta capital. Esto se hizo estensivo después a t o d a
la república, i es raro el pueblecito d o n d e no se cuente
con este recurso, casi indispensable.
El ínteres con que aquel h o m b r e público m i r a b a
este r a m o era tanto que, cuando en 1831 nos e n c a r g ó
d e la organización i enseñanza de la b a n d a del b a t a -
llón número 4 cívico, d e que él era jefe, no faltaba
j a m a s en la t a r d e al cuartel, que estaba en la Mone-
da. Hacia bajar la banda que apenas empeza a tocar
su primer paso doble, se colocaba al lado d e aquellas
— 65 —

músicos que no ¡levaban bien el paso i no los dejaba


hasta que lo hacían como los otros.
A u n r e c o r d a m o s que el m u c h a c h o que tocaba el
clarín tenia cierto inconveniente para marchar bien.
L o t o m ó del brazo desocupado i después de dar con
él muchas vueltas en el gran patio, en unión d e la
b a n d a , c a y ó en cuenta de la dificultad 1 dijo: ¿cómo
diablos ha de marchar bien si es cojo?, remedándolo.
Cuando apenas comenzaban a estudiar ¡as escalas,
líegó un dia, con el numeroso a c o m p a ñ a m i e n t o d e
c o s t u m b r e , i nos dijo: «Escríbales algo en la pizarra
para que toquen juntos». L e hicimos ver, en voz baja,
que aun no hacían sonar bien los instrumentos i que
los desentonos harían huir a todos aquellos señores.
A p e n a s o y ó esto replicó: «Qué defecto, eso es lo
que y o quiero».
Contra sus esperanzas, nadie se movió, sin e m -
bargo, i todos oian i miraban con la misma atención
que él afectaba prestar.
E r a mui aficionado a la música, i no habia olvidado
del todo lo que habia aprendido en la flauta con su
profesor Bebelagua.
X I I . — E l coro d e música de la Catedral p e r m a -
tiecia en un estado de atraso incompatible con los pro-
gresos que el arte habia hecho en Chile. El gobierno
d e entonces (1838), creyendo que para organizar este
coro de nuevo no habia otro medio que hacer venir
músicos de E u r o p a , hizo un encargo a Francia cor»
este objeto, i un año después i con g r a n d e s sacrifi-
cios, nos e n c o n t r a m o s con el resultado que era d e
esperarse, pues los tales profesores, con pocas e s c e p -
ciones, eran poco m a s que aprendices.
El señor Lanza venia como maestro de capilla i
— 66 —

ciertamente que era necesario todo el mérito d e este


artista para indemnizar al gobierno del e n g a ñ o que
habia sufrido, sobre todo en dos d e los supuestos
artistas.
A q u e l v e r d a d e r o profesor d e c a n t o gozaba en Paris
d e una distinguida reputación, i al aseverar esto no
nos fundamos en elojios i artículos de periódicos,
que con frecuencia no son otra cosa que el resultado
d e intrigas i bajezas de todo jénero.
El señor Lanza fué recibido como d e b e serlo un
h o m b r e d e su mérito; pero sentimos decir que ocu-
paciones d e otro jénero privaron a lajuventud a m a n t e
de la música de sus i m p o r t a n t e s consejos, sin p r o -
ducir para él resultados ventajosos.
L a Sociedad Filarmónica, que aun merecía este
n o m b r e , recibió nueva vida, a la que no contribuyó
poco la intelijente cooperación d e los señores Solar
i Borgoño. Sin e m b a r g o , estos eran los últimos alien-
tos d e aquella reunión antes d e trasformarse en lo
que es hoi.
L a s observaciones que nos h e m o s p e r m i t i d o sobre
este establecimiento son a título d e S o c i e d a d Filar-
mónica; pues como salón de baile, este es su n o m -
bre, no tendríamos nada que decir.
Hai algo inseparable de la música. E s t e algo es el
baile. E s t o nos obliga a decir algo sobre el p a r t i -
cular.
L o s bailes que nosotros no h e m o s conocido, p e r o
d e que h e m o s oido hablar en nuestra niñez son, el
pasfiié, el rigodón, etc. H e m o s conocido el nánuet,
ia alemanda, la contradanza, el rin, el churre, e s p e -
cie d e gavota, vals, la gavota i las cuadrillas intro-
ducidas en Chile el año d e 1 8 1 9 . Como bailes a solo,
«1 fandango i la cachucha, bailada i c a n t a d a por
— 67 —

p r i m e r a vez, por oficiales i t r o p a del batallón de T a -


lavera.
R e s p e c t o a bailes de chicoteo, recordamos que por
los años 1 8 1 2 i 1813 la zamba i el abuelito eran los
m a s populares; a m b o s eran peruanos.
San Martin, con su ejército, 1817, nos trajo el cie-
lito, el pericón, la sajuriana i el cuando, especie d e
minuet que al fin tenia su alegro. E s t o s últimos bai-
les podrian mirarse como intermedios é n t r e l o s serios
i los de chicoteo; pues no daban lugar a las desen-
volturas que se ven en los otros que nos vinieron del
Perú d e s d e el año de 1823 hasta el dia.
D e s d e entonces, hasta h a c e diez o doce años, L i -
m a nos proveía d e sus innumerables i variadas za-
macuecas, notables o injeniosas por su música, que
inútilmente tratan de imitarse e n t r e nosotros. L a e s -
pecialidad d e aquella música consiste particularmen-
te en el ritmo i colocación de los acentos, propios de
ella, cuyo carácter nos es desconocido, p o r q u e no
p u e d e escribirse con las figuras comunes de la mú-
sica,
L a gavota, baile francés, entre dos personas, prin-
cipiaba con una especie d e minuet i en seguida pa-
saba a un aire vivo de dos t i e m p o s , en que los bai-
larines ejecutaban movimientos vistosos i difíciles
con los pies. E s t e baile estuvo mui en moda desde
el año d e 1823 hasta el 28 o 30 i no hace mucho
que han dejado d e tocarlo los organitos. El habia
hecho la gloria del célebre i popular Vestris era
Francia h a s t a los últimos años del primer imperio.

X I I I . — V i e n e por fin el aristocrático i ceremonioso


minuet, que t a n t a s veces t o c a m o s p a r a hacer bailar
a otros, Por su misma índole no se exijia :;eí ">vrm
— 68 —

para ejecutarlo, i era d e rigurosa etiqueta dar prin-


cipio con él a todo sarao, chico o g r a n d e . R e c o r d a -
m o s con este motivo el gran baile nacional, sin duda
p o r q u e se costeaba con fondos de la nación, d a d o
p o r el Presidente Prieto el 25 de Abril de 1834. S e
dio principio, p a r a hacer revivir la antigua c o s t u m -
bre, con un minuet en cuarto, entre las personas si-
guientes: la señora doñ<< Carmen Velasco de A l c a l d e
con el Presidente de la República don Joaquín Prie-
to, i la señora doña Carmen Gana de Blanco, con el
señor Bustamante, ministro de la guerra.
Como era natural, esos señores hacia m u c h o s
años no se veian en este caso i no a n d a b a n mui d e
acuerdo con la música. C u a n d o se acercaba el fin
del minuet, la señora Velasco manifestaba mas d e io
necesario su inquietud; conociendo que iba a sobrar
música i faltar baile; miraba con desasosiego a la
orquesta que dirijiamos, rascando nuestro violin. D i -
m o s el corte que calculamos necesario; mas este e s -
p e d i e n t e no podia ocultarse a todos los oidos; pero
música i baile concluyeron a un mismo tiempo, cir-
cunstancia indispensable en el minuet.
El señor Prieto dijo, según supimos, que la orques-
ta habia tocado mal. Así debió ser; porque es m a s
fácil que una orquesta toque mal, que no que un P r e -
sidente se equivoque, cuando baila.
E s t a es ía última vez que se bailó minuet en S a n -
tiago, podríamos decir en Chile. Sin e m b a r g o e n
otro sarao, nacional también, que tuvo lugar un año
después, se volvió a bailar; pero con cierta lijereza i
poca solemnidad.
"v. E s t e último sarao no fué organizado, i bien se e c h ó
d e ver, como el anterior, por el señor don Javier
Rosales. E s t a fué la vez primera en que se tocó por
— ey —

papeles todo lo que se bailó. La costumbre h a s t a


entonces era el que alguno d e los instrumentos, or-
dinariamente el clarinete, rompiera con el minuet,
contradanza, etc., i los otros siguieran corno podían;
d e lo que debía resultar un todo poco uniforme.
D a r e m o s , fiados en nuestros recuerdos, alguna
idea del minuet. S e colocaban una o dos parejas, rara
vez mas, en los dos estremos del salón, llamado cua-
dra entonces; se saludaban, i a d e l a n t á n d o s e hasta el
centro, partían en seguida para esquinas opuestas,
con pasos mesurados, cadenciosos i con la vista r e -
cíprocamente fija en el c o m p a ñ e r o . Volvían otra vez
al centro, se daban las m a n o s i se dirijian a las otras
dos esquinas de) salón. E n seguida volvian al lugar
d e d o n d e habian partido; repetían los pasos del
principio i antes d e separarse se hacían el último sa-
ludo.
La música del minuet, en tiempo de tres por cua-
tro, debia de ser p a u s a d a i majestuosa, en tonos de
bemoles, rara vez de sostenidos. E n nuestra niñez
oímos a nuestros m a y o r e s recordar con entusiasmo
un minuet llamado del conde d e A r a n d a , célebre
ministro d e Carlos III, i mui conocido por su ca-
riño a- los jesuítas.
H a b i a en toda reunión o sarao un personaje ine-
vitable, el bastonero. E s t e funcionario tenia por ofi-
cio anunciar en voz alta lo que debia bailarse; pero
a n t e s debia advertir a las personas que lo h a d a n , con
quien formarian pareja; se entiende, consultando t o -
d a s las conveniencias. E n los g r a n d e s saraos habia
bastoneros subalternos, sujetos en ciertos casos al jefe.
E n los antiguos tiempos, h a s t a el año d e 1 8 1 0 , se
observaba la m a s respetuosa etiqueta en la combi-
nación de las parejas. L o s oidores i los coroneles, no
— 70 —

habia jenerales, se ponían en baile con las señoras


respectivas a su clase. Mas de un sarao, i aun m a s
d e una reunión casera concluyó antes d e empezar
p o r una indiscreción del bastonero. L a familia que
se consideraba agraviada tomaba la puerta i era se-
guida i n m e d i a t a m e n t e de parientes i a m i g o s .
El bastonero apareció por última vez en los g r a n -
des saraos que tuvieron lugar con motivo de la v i c -
toria de Yungai.
X I V . — Las funciones dramáticas, únicas conocidas
h a s t a entonces en Chile, si se esceptúa la compañía
lírica d e que antes hablamos, llamaban esclusiva-
m e n t e la atención del público. Sin e m b a r g o , se h a -
blaba con entusiasmo d e una compañía lírica q u e
d e s d e algún tiempo funcionaba en L i m a .
L o s empresarios del teatro, señores Solar i B o r -
goño, dieron todos los pasos, que trajeron por resul-
t a d o la adquisición d e esta compañía, conocida con
el n o m b r e d e su director, Pantanelli. D i o su primera
función en el teatro de la Universidad el 21 d e A b r i l
d e 1844, ejecutando la inolvidable Julieta d e B e -
Ilini.
E s t a ópera parecía escrita especialmente para ei
soprano i contralto de aquella compañía, señora R o -
ssi i señora Pantanelli, i no es estraño que el público,
q u e en su m a y o r parte gozaba por la primera vez d e
t a n t a s bellezas reunidas, manifestase, enajenado, su
admiración i entusiasmo por las dos artistas que lo
sabían conmover d e un modo tan nuevo como a g r a -
dable.
L a afición al canto se hizo m a s jeneral, i las s e -
ñoras Pantanelli i Rossi eran p a s e a d a s en triunfo a
imitación d e lo que se h a c e en los pueblos europeos;
— 71 —

pero es sabido que las imitaciones no tienen la con-


sistencia i duración de los orijinales....
F o r m a b a n esta compañía, a mas d e algunos can-
tantes subalternos, la señora T e r e s a Rossi, soprano:
doña Clorinda Pantanelli, contralto; los señores F e -
rreti, bajo, i Zambaiti, tenor. Contaba también con
un buen cuerpo de coros de hombres i algunos niños
chilenos, contraltos, pues lo que es soprano masculi-
no no es frutó de nuestra tierra. H a s t a el m o m e n t o
en q u e escribimos, no hemos oido j a m a s un niño que
alcance al sol sobre ¡a 5." línea: rarísimos son los que
dan el re de la 4 . sin gran esfuerzo. H a b l a m o s en la
a

clave del sol.


Cuando uno v é hasta d ó n d e llega en altura la
música d e templo que se ejecuta por niños en E u r o -
pa, se a d m i r a d e ese fenómeno. Muchas e s p i r a c i o -
nes se dan sobre esto; pero ninguna satisface. E n lo
que están casi todos d e acuerdo es en atribuirlo al
cigarro. Nosotros p e r t e n e c e m o s al tiempo en que
ios niños no lo usaban; sin e m b a r g o , las voces eran
io m i s m o que ahora.
L a señora Rossi tenia una voz d e cierta fuerza m u i
a g r a d a b l e i de estension poco común, sobre todo
hacia los bajos. Vocalizaba con dificultad, i cuando
t r a t a b a de trinar ponía de manifiesto su poco estu-
dio sobre el particular. Su figura era interesante i
simpática.
La señora Pantanelli, que habia hecho como Con-
tralto un papel distinguido en Italia, E s p a ñ a i poco
después en la H a b a n a , d o n d e nunca faltaban artistas
d e mérito, era mui notable como actriz. N a d i e ha
olvidado su sobresaliente mérito a este respecto e n
Norma, Lucrecia i otros roles, q u e sin ser a p r o p ó -
sito para su voz, los realzaba con la nobleza i digni-
— 72 —

dad d e su porte. E n los pápeles de contralto no ha


tenido rival. Difícil nos parece que en Semíratnis i
Julieta volvamos a ver algo igual.
El señor Ferreti, bajo de sobresaliente mérito i
d e figura imponente, no ha sido igualado aun en
ciertos papeles. En Marino Faliero era mui superior
a los que mas t a r d e han d e s e m p e ñ a d o ese papel,
consiguiendo solo que el público de entonces recuer-
de con pena a Ferreti.
El señor L a n z a se incorporó también a esa c o m -
pañía como barítono, decimos mal se incorporó
c o m o sobresaliente, asi se llamaba en las compañías,
dramáticas antiguas a los que hacían toda clase d e
papeles.
La flexibilidad d e carácter d e este excelente artis-
ta, lo hacia prestarse a d e s e m p e ñ a r papeles que
rebajaban su mérito superior. Basta decir que pocos
dias después de haber cantado el F e r n a n d o del Ma-
rino, que es un tenor d e toda forma, ejecutó el prota-
gonista de esa misma ópera que requiere un bajo d e
p r i m e r orden.
El último cantante d e aquella compañía que h e m o s
n o m b r a d o , Zambaiti, que era el tenor, tenia la par-
ticularidad de que, sin ser v e r d a d e r o tenor, d e s e m -
p e ñ a b a esta p a r t e a satisfacción del público. A. esto
contribuía ser un profesor mui notable, sobre todo
por su vocalización.
Aquella compañía tenia un raro mérito, sin ejem-
plo posterior: t o d o s , sin escluir ni aun los coros,
sabían su arte por principios, p u d i e n d o c a d a uno
cantar su p a r t e sin m a s que su estudio particular.
Allí no habia lo que ahora h e m o s visto, p r i m e r o s
actores que han necesitado p a g a r un m a e s t r o , a n d r a -
joso a veces, que les enseñe lo que deben c a n t a r . . .
i
• — 73 —

El señor Pantanelli dirijia la orquesta con tal


maestría que en algunos años que formamos p a r t e
de ella j a m a s lo vimos, no diremos equivocarse,
pero ni siquiera vacilar en el m o v i m i e n t o que debia
iniciar en iu.s numerosos i distintos trozos d e que
consta una ópera.
El señor Pantanelli dirijia tocando el piano en los
recitados d e las óperas bufas, i con una pequeña
vara en las d e m á s . E s t e palito, que en una orquesta
numerosa puede, tener su razón 8 e ser, es de una
gran ridiculez en orquestas p e q u e ñ a s . N o h a c e
m u c h o asistíamos a uno de nuestros teatros, i v i m o s
al director en un asiento que por poco no llegaba al
techo, con el consabido palito; todo ello para dirijif
diez u once músicos, que t o c a b a n polcas, valses i
cuadrillas.
L o que mas nos admira, es la inocencia de ¡os
empresarios, que, en vez de tener un director que
d e s e m p e ñ e esta función tocando algún instrumento,
p a g a n mas caro el mago de la v a r i t a . . .
El furor de dirijir ha hecho tales progresos entre
nosotros, que en un baile d a d o no h a c e mucho en el
teatro, hubo cinco directores que lo hacían alternati-
v a m e n t e . S e cree j e n e r a l m e n t e que todo aquel q u e
lleva el c o m p á s es y a todo un director de orquesta,
sin c o m p r e n d e r que para llevar el c o m p á s , e n mu-
chos casos, basta tener un oído vulgar i que esta
operación p u e d e n muchos hacerla sin saber una nota
de música.
Nuestras b a n d a s militares que, en retretas i otros
casos tocan piezas d e consideración, no necesitan
que nadie les m a r q u e el compás. Si ciertas personas
supieran lo que se necesita para ser un v e r d a d e r o
director, se avergonzarían d e su ignorancia.
— 74 —

Muchos que creen dirijir, sin saberlo, son ellos


mismos dirijidos.
X V . — P o r lo d e m á s , el teatro de que eran e m p r e -
sarios los señores Solar i Borgoño, estaba perfecta-
m e n t e servido: funcionaba i lo habia hecho antes
con actores dramáticos de indisputable mérito. A l -
gunos de nuestros lectores, sin ser tan viejos como
nosotros, no habrán olvidado aun a doña T e r e s a S a -
m a n i e g o , en decadencia por la edad, pero que aun
dejaba conocer que pudo con justicia compartir en
sus buenos t i e m p o s las glorias de la escena con Rita
L u n a , Márquez i González, que mas t a r d e vino a
Buenos Aires. Cáceres nos decia que, cuando por
primera vez habia dado en Montevideo con la señora
S a m a n i e g o Los Hijos de Edipo, d e Alfieri, haciendo
él d e PoLÍ7iice, González de Eteocles, i la S a m a n i e g o
Yocasta; habia hecho temblar a los dos como a
niños. A g r e g a r e m o s también a su hija doña Emilia
i a doña Toribia Miranda, actriz peruana, mui sim-
pática para el público.
A c o m p a ñ a b a n a esta actriz los actores Casacuber-
ta, Fedriani, Jiménez i el admirable gracioso Rendor».
El nombre de Casacuberta nos trae a la memoria su
inesperado i funesto fin. Permitan nuestros benévo-
los lectores una digresión mas estensa que la que y a
han soportado: es el último tributo p a g a d o a la h o n -
radez, al talento i a la amistad.
X V I . — J u a n Casacuberta, si no estamos equivoca-
dos, nacido en la República Oriental; llegó a Chile
en 1 8 4 1 , en compañía del jeneral L a m a d r i d , p e r s e -
guido con otros arjentinos hasta la falda oriental d e
la Cordillera d e los A n d e s por una partida del ejér-
cito d e Rosas, contra el que habia c o m b a t i d o en esa
— 75 —

república. Tendría cuarenta i cuatro años. L a fama


d e su mérito era conocida en Chile, i la e m p r e s a del
T e a t r o de la Universidad se apresuró a contratarlo.
P u e d e decirse que él fué el primero que nos hizo co-
nocer el teatro m o d e r n o francés, d e que apenas t e -
níamos idea por Fedriani i Jiménez.
D e s p u é s d e año i medio d e trabajo i d e aplausos,
i p r ó x i m a a venir la compañía Pantanelli, se dirijió
al Perú, d o n d e fué apreciado su talento como m e r e -
cía. Al cabo de algún tiempo, volvió a Chile a tra-
bajar en el nuevo T e a t r o de la República, incendiado
mas t a r d e . Al dar sus primeras funciones, llegó nue-
v a m e n t e Sívori a S a n t i a g o . A n u n c i ó un concierto en
el otro t e a t r o , en el mismo dia en que Gasacuberta
daba función en el de la República. A la hora d e le-
v a n t a r s e el telón, observó el teatro vacío i tuvo que
pasar por la dolorosa humillación d e suspender ta
representación por haber acudido el público a oir el
violin d e Sivori...
Concluidos los conciertos d e éste, t o m ó Gasacu-
berta el T e a t r o de la Universidad en arriendo i, des-
pués de unas pocas funciones a n t e una escasa con-
currencia, anunció su beneficio con el d r a m a Los seis
escalones del crimen, que, a pesar d e su escaso m é -
rito, a g r a d a b a al público por la maestría con q u e el
beneficiado d e s e m p e ñ a b a el papel d e protagonista.
Dias a n t e s . d e este desgraciado beneficio se obser-
vaba en Casacuberta una tristeza i mutismo, interrum-
pido solo a veces por algunas palabras irónicas, pero
inofensivas, que después todos interpretaron. H a b i a
desaparecido por completo ese carácter festivo i d e -
cidor.
E n las tardes se dirijía a casa d e un a m i g o , h o m -
bre como él de conducta ejemplar, d e m á s ilustración,
p e r o actor mediocre, don Hilarión Maria Moreno, di-
rector mas t a r d e de un colejio mui acreditado en San-
tiago.
Casacuberta, como buen arjentino, era aficionado
al mate. E n la tarde, víspera de su beneficio, llegó
a casa de Moreno. E s t e , al verlo, con el cariño d e
costumbre, ordenó al sirviente traerle m a t e a Juan.
C a s a c u b e r t a , al oir la orden, !e fijó la vista con cier-
t a espresion estraña, diciéndole:
•—Mucho te apresuras en d a r m e m a t e . ¿Te imaji-
nas que no he comido?
— C ó m o he de imajinarme tal cosa. ¿No sabes que
y o también lo tomo?
La verdad, sin e m b a r g o , era lo que Moreno no sos-
p e c h a b a . Casacuberta, no solo ese dia, sino en mu-
chos de los anteriores no habia tenido m a s alimento
que el que con distintos pretestos le p r e s e n t a b a a
v e c e s un fiel negro que lo a c o m p a ñ a b a d e s d e el Pero,
i era tal su indijencia, que sin las cariñosas industrias
d e ese criado, no habria tenido ni la luz necesaria
p a r a el estudio de sus papeles.

X V I I . — A q u í creemos oir esclamar a nuestros lec-


tores: ¿Cómo a un h o m b r e de su mérito, habia de
faltarle un amigo a quien dirijirse? — ¡Justa o b s e r v a -
ción! pero antes es preciso conocer al sujeto d e que
se t r a t a . D e s d e nuestra primera juventud tuvimos
relaciones con él en Buenos Aires, i n o t a m o s , como
t o d o s sus amigos, ciertas escentricidades, sobre todo
en punto a delicadeza i honradez, que a veces
p r o v o c a b a n la risa d e los que se le acercaban. D e s d e
entonces hasta la última vez que lo visitamos en
Santiago, velamos frente a su mesa d e estudio una
especie d e cartel que en letras g r a n d e s decia:—Lista
— 77 —

de lo que debo. En seguida venían los nombres d e


los acreedores con la suma respectiva; i a continua-
ción otra lista con estas palabras:— Lista de lo que
me deben./'pero aquí no se veían m a s que las canti-
dades i las iniciales de ¡os d e u d o r e s .
E n t o n c e s , como ahora, por el conocimiento que
t e n í a m o s d e su carácter i por la idea ventajosa, q u e
con razón él tenia d e su persona, le h e m o s atribuido
en su desgracia este raciocinio.—<'Un h o m b r e d e
mis aptitudes i de mi conducta, en un pueblo culto
i rico, no p u e d e sin mengua vivir a costa d e a m i g o s
que no son bastante ricos para socorrerle, sin hacer
sacrificios superiores a sus facultades». En cuanto a
las personas de alta posición, se habría a v e r g o n z a d o
de manifestarles su dolorosa situación. D e s p u é s se
supo que hasta sus mas insignificantes alhajitas h a -
bían ido a parar a una casa de p r e n d a s , ú n i c a m e n t e
para sufragar a lo indispensable, pues era de con-
ducta ejemplar.

X V I I I . — L l e g ó por fin el dia del esperado benefi-


cio, calculado por él esa n o c h e en 500 pesos, q u e
debían salvarlo de sus compromisos i proporcionarle
lo bastante para regresar a su patria.
E n el cuarto acto de aquel d r a m a , que se titula El
robo, a p a r e c e una escalera que d e b e servir para faci-
litar al jugador la ejecución d e su crimen. E n esos
m o m e n t o s subimos al proscenio con otros amigos;
e n c o n t r a m o s a Casacuberta indicando la colocación
que debia dársele. L a primera tabla habia q u e d a d o
algo s e p a r a d a del suelo. A l observarlo, dijo al car-
pintero: «Ponga usted aquí otra tabla,» señalando el
lugar; i volviéndose a los que allí e s t á b a m o s añadió:
—/ Yo no me rompo una pierna por ¿00 pesos!'... ¡Co-
— 78 —

sas del m u n d o ! — A n t e s d e dos horas, sin e m b a r g o ,


perdería algo de mas valor: ¡la vida!
E s e dia habia recibido algunos regalos, i esto le
permitió comer bien, quizás mas d e lo necesario. El
d r a m a es e x c e s i v a m e n t e fatigoso, sobre t o d o en las
últimas escenas.
A n t e s d e finalizar la función nos retiramos. Poco
después Villena, empleado del teatro, nos anunciaba,
a h o g a d o en llanto, que Casacuberta acababa de m o -
rir i n s t a n t á n e a m e n t e , al llegar a su casa, con la aña-
didura d e costumbre, de no haberse encontrado un
médico que lo socorriera a t i e m p o . . .
X I X . — E n un artículo anterior ofrecimos ocupar-
nos en la actual canción nacional. R e c o r d a r e m o s lo
que sucedió cuando por primera vez se t r a t ó d e p o -
nerle música a ios versos que habia escrito el doctor
Vera, afines de 1 8 1 9 , o principios de 1820. A s e g u -
r a m o s , sin dudar, que con la música de Robles se
cantó por primera vez el 20 d e A g o s t o de ese año,
sin que antes se hubiera hecho con ninguna otra del
mismo autor.
El empresario del teatro, que lo era el señor don
D o m i n g o A r t e a g a , e n c a r g ó a don José R a v a n e t e ,
profesor peruano de cierto mérito; c o m p o n e r la m ú -
sica p a r a esos versos. E s t e , no e n c o n t r á n d o s e capaz
de hacer algo orijinal, t r a t ó d e aplicar a la poesía
una canción española, d e las innumerables que se
publicaron en aquella nación cuando ¡a invasión fran-
cesa. L a canción arjentina, m e n o s el coro i la intro-
ducción, es una d e ellas.
Al llegar R a v a n e t e a la p a r t e del coro que dice:
« A r r a n c a d el puñal al tirano,
Q u e b r a n t a d ese cuello feroz.»
— 79" —

se encontró con cuatro notas sobrantes. No se le


ocurrió otro espediente que poner a cada nota un sí,
sí, sí, sí; sílabas que no tenia la poesía i que hicieron
levantarse tan alto de su asiento al doctor, p r e s e n t e
al e n s a y o . Cuando éste concluyó, el señor A r t e a g a
le preguntó: ¿qué le parece, señor?—Tiene visos de
goda, contestó con rabia. L a concurrencia d e curio-
sos declaró lo m i s m o por aclamación, i se e n c a r g ó a
Robles hacer otra, que es la que se conoce con el
n o m b r e de este autor. Las Bellas Artes periódico
musical publicado en Santiago h a c e tres o cuatro
años, hizo una edición de una copia que nosotros le
dimos, por haberla conservado en nuestra m e m o r i a .
Los editores hallaron por conveniente a g r e g a r a la
estrofa una segunda voz. Robles la escribió a una
voz sola, esceptuando el coro que tenia tres voces.
El hecho que a p u n t a m o s sucedía, en víspera d e
abrirse el t e a t r o .
Para cumplir nuestra promesa, copiaremos un ar-
tículo que h a c e veinte años escribíamos sobre la
nueva canción en El Semanario Musical. Espera-
mos que nuestros lectores disimularán algunas r e p e -
ticiones inevitables.
E s probable que no sea ésta la única trascripción
que h a g a m o s d e lo que entonces escribíamos.
X X . — < E n 1828, la que ahora llamamos Marcha
Nacional, llegó a Chile, remitida de L o n d r e s por
don Mariano E g a ñ a , enviado d e esta república cerca
de aquella corte. L a primera vez, como lo h e m o s d i -
cho, que se cantó esta música, fué en un beneficio d e
Massoni, d a d o en el teatro en 1828. D e s d e entonces
ha continuado c a n t á n d o s e i se le h a bautizado con
el n o m b r e de nacional sin mas a u t o r i z a d o » .
— 80 —

«Chile tenia su Marcha Nacional, cuya letra h a b i a


sido m a n d a d a reconocer por decreto especial del Go-
bierno, hasta que la intrusa música de C a m i c e r vino
a interponerse, sin otro mérito que estar mas con-
forme con la m o d a reinante posteriormente.
«El 2o d e A g o s t o d e 1820, a la misma hora ers
que se hacían a la vela las últimas naves que c o n d u -
cían al jeneral San Martin con la espedicion liberta-
dora del Perú, se abria un nuevo teatro en S a n t i a g o ,
en ía plazuela de la C o m p a ñ í a , en la misma casa que
ahora ocupa la señora de Gumucio, número 98. E n
ese dia se cantó la primera marcha nacional que tuvo
Chile, siendo de un año anterior la poesía a la mú-
sica; la primera del doctor Vera, arjentino, la última
de Robles, músico chileno d e aventajadas, a u n q u e
incultas disposiciones.
«La música d e esta m a r c h a tenía t o d a s las cir-
cunstancias de un canto popular: facilidad d e ejecu-
ción, sencillez sin trivialidad. (Se esceptúa el coro
que parece que era de rigor, que fuera en un m o v i -
miento mas vivo que la estrofa), i lo mas i m p o r t a n t e
d e todo, poderse cantar por una voz sola sin auxilio
de instrumentos.
«Como se v é , pues, la antigua marcha tenia t a n t a s
ventajas como inconvenientes tiene la m o d e r n a , i
n a d a prueba mas lo que decimos, que el que en tantos
años que lleva de fecha, se canta tan j e n e r a l m e n t e
mal como en los principios.
«Ningún interés musical t e n e m o s en hacer la d e -
fensa d e la antigua marcha, que sin vacilar, confesa-
m o s ser mui inferior como música, a la moderna; p e r o ,
como patriotas,, nos duele ver preferido un canto q u e
no va a c o m p a ñ a d o d e un solo recuerdo glorioso p a r a
un chileno, mientras la antigua no solo se hizo oir
— 81 —

en Chile, sino en el Perú, d o n d e San Martin condujo


nuestro ejército, unido al arjentino.
«Permítasenos un corto análisis d e la canción. d e
Carnicer, que probará lo que decimos.»
X X L — «No consideramos la introducción, p o r q u e
este es un adminículo desconocido en todos los m o -
delos d e esta especie de canto. L a Marscllesa no
tenia en su principio introducción; no la tiene la in-
glesa Good save tJie King, apesar d e su pequenez,
ni la tenia en su oríjen la canción arjentina, q u e
después h e m o s visto preceder d e una especie d e
introducción que sin duda es una imitación d e alguna
antigua misa de réquiem. L a canción peruana, última
de las qué h e m o s n o m b r a d o , t a m p o c o la tuvo al
principio. Su autor, don Bernardo Alcedo, le puso
introducción a su vuelta al Perú el año 1864.»
Hablaremos desde que entran las voces. Al fin d e
los trece primeros compaces se encuentra un pasaje
de ejecución que creemos mui difícil hacer con regu-
laridad por personas que no h a y a n vocalizado antes
algún t i e m p o . Cuatro compaces, después hai uno e n -
tero d e semitonos aun de m a y o r dificultad, i a n t e s
de la última nota de la estrofa hai tres tresillos con-
tinuos que están en el caso de los retazos citados.
Pero d o n d e como de intento reunió el autor t o d a s
las dificultades de entonación, fué en el coro, es
decir, en aquella p a r t e d e la canción en que debió
esmerarse para hacerla accesible a t o d a s las voces.
Aquí se encuentra h a s t a un inconveniente indis-
culpable en un compositor de la capacidad d e Car-
nicer, la altura d e las notas, i este inconveniente es
insuperable, pues cantando en tono m e n o s alto q u e
el del orijinal, las voces bajas no se oirían.
6
— 82 —

Siendo tan conocido por t o d o s io impopular del


coro, nosotros solo haremos una observación. A los
dieziseis c o m p a c e s después de la e n t r a d a de las
voces, hai un c o m p á s que empieza por un acorde de
séptima disminuida, que solo p u e d e ser e n t o n a d o
por cantores mui acostumbrados.
L a dificultad de tal pasaje se aumenta mucho
d e s d e que se canta sin las tres voces que, a lo menos,
p i d e este acorde, llegando esto hasta el caso que,
cuando el coro es cantado por una sola persona, ésta
tiene que abandonar las notas de la primera voz
p a r a t o m a r p a r t e las del bajo, que es la única que
aislada presenta alguna melodía.
L a s repetidas interrupciones d é l a voz, sobre todo,
la que p r e c e d e a la entrada del coro, hacen indis-
pensable el ausilio de instrumentos a c o m p a ñ a n t e s , i
este es un gran defecto en composiciones d e esta
clase.
Nuestras observaciones no tienden en lo m e n o r a
menoscabar el mérito reconocido d e que goza Car-
nicer. No criticamos su música como tal, sino como
canción popular.
Por lo d e m á s , lo que de nacional tiene esta m a r -
cha, se c o m p r e n d e r á bien al saber que la música es
de un español i los versos de un arjentino...
A l g o parecido p o d e m o s decir del toque d e a la
carga, palabra desconocida antes de que llegara a
Chile San Martin, que ha corrido la m i s m a suerte
d e la antigua m a r c h a nacional.
L a música d e este toque, traida por aquel ejército
i que se oyó d e s d e Chacabuco hasta la última bata-
lla d e la independencia, i aun muchos años d e s p u é s ,
h a sido reemplazada con el sistema anárquico d e que
cada b a n d a de música toque la suya. Con el a g r e -
— 83 —

g a d o de variarse a discreción i según el gusto d e los


jefes d e batallón.
N o es difícil hacer otra, cuya entonación sea mas
bonita; pero ¿qué recuerdo, qué glorias nos traería a
la memoria? Mas de una vez tuvimos la idea de dar
una sorpresa al jeneral L a s H e r a s , m a n d á n d o l e una
b a n d a que lo saludara con el antiguo toque de carga
en el aniversario d e Chacabuco o Maipo; pero nos
retrajo d e ese pensamiento el t e m o r d e conmover
quizá demasiado aquella alma de fuego. H a c e algún
t i e m p o la h e m o s borroneado en un p e d a z o de papel
p a r a que no muera con n o s o t r o s . . .
X X I I . — C u a n d o escribíamos los datos que acaban
d e leerse sobre la canción d e Robles, lo hicimos con
la intención d e rectificar el error en que p a r e c e ha-
ber caido el señor intendente Vicuña confundiendo,
en su decreto d e último de A g o s t o , la poesía con la
música de la antigua canción nacional.
A h o r a nos e n c o n t r a m o s con que el señor don Mi-
guel Luis A m u n á t e g u i cae en el mismo error; pero d e
un m o d o mas erudito i terminante; pues dice que «se
cree obligado a rectificar» lo que afirmamos al decir
que la canción nacional, con la m ú s i c a ' de Robles,
se cantó por primera vez el 20 d e A g o s t o de 1820.
Si alguna duda hubiéramos tenido sobre este par-
ticular, los a r g u m e n t o s del señor A m u n á t e g u i la
habrian disipado por completo.
Dice este caballero: «La Canción Nacional se tocó
i cantó por primera vez en las fiestas d e S e t i e m b r e
d e 1 8 1 9 » . ¿Esta canción que se tocó i cantó fué con
la música d e Robles? N ó , señor. Pudo cantarse i
aun bailarse con el sinnúmero d e entonaciones que
aparecieron cuando salió a h.z la poesía de don B e r -
— 84 —

nardo V e r a , ese m i s m o año; de una d e las cuales,


que no era la mas fea, aun conservamos p a r t e en la
memoria.
Sigue el señor A m u n á t e g u i : «El p r e s i d e n t e del
S e n a d o , don Francisco Antonio Pérez, comunicó p o r
oficio d e 2o de S e t i e m b r e del año citado al director
supremo don Bernardo O ' H i g g i n s que aquella c o r p o -
ración habia visto con placer la ca. ,on que éste le
habia a c o m p a ñ a d o , i que ella merecía j u s t a m e n t e el
n o m b r e de Canción Nacional de Chile, con que el
S e n a d o la titulaba.»
¿Donde está aquí, no diremos la música d e R o -
bles, pero cualquiera otra? El S e n a d o habla d e la
poesía, p o r q u e a la poesía sola, como a la música
sola, se les p u e d e llamar, i se les llama Canción Na-
cional.
Pero d o n d e la lójica del señor A m u n á t e g u i es m a -
tadora, es en lo que sigue: «Puede V u e s t r a E x c e -
lencia, decia Pérez a O ' H i g g i n s , m a n d a r l a I M P R I -
MIR, repartiendo en todo el E s t a d o ejemplares, i al
Instituto i escuelas para que el 28 (¿el 28?) del p r e -
sente saluden el dia feliz en que d i o el p r i m e r m a -
jestuoso paso de su libertad.
El S e n a d o ponia al Director S u p r e m o en un terri-
ble aprieto, pidiéndole que m a n d a r a imprimir la
Canción Nacional, música i versos, según el señor
A m u n á t e g u i ; i esto mui d e prisa i en Chile, d o n d e
no se conoció el arte d e imprimir música hasta vein-
te años m a s t a r d e . El Director debia haber vuelto
la mano al S e n a d o convocándolo para p r e g u n t a r l e
en qué i m p r e n t a o litografía se haria la obra, del
mismo m o d o que el e m p e r a d o r r o m a n o , reunió a!
S e n a d o p a r a consultarle con que salsa guisaría un
pescado mui g o r d o que acababan de regalarle.
— 85 —

Continúa el señor A m u n á t e g u i : «El mismo 20 de


S e t i e m b r e d e 1 8 1 9 , el Director O ' H i g g i n s p r o m u l g ó
el p r e c e d e n t e acuerdo del Senado; i e n t r e otras co-
sas, o r d e n ó que al teatro se pasaran cuatro ejempla-
res p a r a q u e al e m p e z a r toda representación se can-
t a r a primero la Canción Nacional.» ¡Cuatro ejempla-
res! Si e r a n con a c o m p a ñ a m i e n t o d e piano, con uno
habia suficiente. Si para orquesta, con Uno habia d e
sobra, pues la orquesta de que formábamos p a r t e , no
tenia mas que ocho músicos. Pero nos olvidábamos d e
que la imprenta de música de don B e r n a r d o se habia
anticipado 20 años a su época.
Claro es, pues, que se trata d e los versos, pues las
tiritas d e p a p e l en que Robles habia escrito la músi-
ca para la orquesta, estaban en el archivo del teatro,
con las sinfonías i oberturas que se tocaban en los
entreactos.
A ñ a d e el señor A m u n á t e g u i : «Para que no q u e d e
la menor d u d a acerca d e este p u n t o , léase el docu-
m e n t o siguiente:
«La canción patriótica, cuya composición encargó
S. E . el S u p r e m o Director a usted, h a o c u p a d o un
distinguido lugar en la fiesta nacional del 18 d e S e -
tiembre, h a b i e n d o primero merecido el título de
Canción Nacional por la sanción d e los p o d e r e s L e -
jislativo i Ejecutivo. S. E . tiene la m a y o r satisfac-
ción d e que usted h a d e s e m p e ñ a d o su e n c a r g o m a -
nifestando un entusiasmo i brillantez propios d e un
a c e n d r a d o patriotismo i a c r e d i t a d o talento. D e o r d e n
s u p r e m a , t e n g o el honor de comunicarlo a usted p a r a
su satisfacción. Dios g u a r d e a usted muchos a ñ o s . —
Ministerio d e E s t a d o , O c t u b r e 2 d e 1 8 1 9 . — J o a q u í n
Echeverría.—Señor doctor don Bernardo Vera.»
— 86 —

¿Dónde está Robles i su música? volvemos a p r e -


guntar.
Como si lo anterior no fuera b a s t a n t e para abrirle
los ojos a un ciego, aun a ñ a d e el señor A m u n á t e g u i
que el 20 de A g o s t o d e 1820 se cantó «por la vijé-
sima o quincuajésima vez» la canción de Robles.
Lo que hai d e cierto es que el señor A m u n á t e g u i
cae en su error por la cuadrajésima vez, haciendo
cantar la música de Robles cuando éste no soñaba
en escribirla. Y a antes habia dicho «que hai cons-
tancia fehaciente de haber sido c o m p u e s t a en 1 8 1 9 ,
no solo la letra d e la Canción Nacional, sino t a m b i é n
la música.» ¿Qué música? Y a h e m o s dicho que h u b o
canciones en gran número, como sucedió antes en
Buenos Aires, i mas t a r d e en Chile, con motivo d e !
himno de Yungai, del señor Renjifo.
D e propósito no hemos querido mencionar ningu-
no d e los muchos datos que, como c o n t e m p o r á n e o s ,
podríamos alegar, prefiriendo aquéllos con que el
señor A m u n á t e g u i cree rectificarnos.
C i t e este caballero, no y a algún decreto, sino al-
gún d o c u m e n t o o escrito en que p r u e b e con razones,
especiosas siquiera, que la música d e Robles, d e Ro-
bles d e c i m o s , se cantó antes del 20 d e A g o s t o d e
1820; i esté seguro d e que la primera vez que ten-
g a m o s el gusto de encontrarnos en su presencia, le-
v a n t a r e m o s nuestro sombrero m a s alto que d e cos-
tumbre.

X X I I L — E n 1845 trasladó a Valparaíso la


s e

compañía Pantanelli, a estrenar el t e a t r o , situado en


la calle de la Victoria, construido por don P e d r o
Alexandri.
A l contratar este empresario a los c a n t a n t e s tuvo
— 87 —

también que hacerlo con la orquesta, que en su m a -


yor p a r t e , la componían los músicos de la Catedral.
O r g a n i z a d a la que debia funcionar en Valparaíso,
q u e d ó en la Catedral, con solo dos escepciones, una
orquesta a propósito p a r a desollar los oídos de los
devotos i hacer emigrar las ratas.
Seis meses duró la t e m p o r a d a d e Valparaíso i es-
ta circunstancia p r o b a b l e m e n t e sujirió al señor Val-
divieso, p r e s e n t a d o y a como arzobispo, la idea d e
reemplazar la orquesta con un ó r g a n o , que se encar-
g ó a Inglaterra. Llegó el ó r g a n o el año d e 1 8 4 9 , *
con él un organista, e n c a r g a d o también.
Ó r g a n o i organista se merecían. El señor Howell,
ingles de nación, era un consumado profesor i el
ó r g a n o es superior, no solo a todos los d e la A m é r i -
ca del Sur, sino también a los de la del N o r t e . E s t e
órgano no tiene triángulo, platillos, bombo ni timba-
les, instrumentos repetidas veces prohibidos por la
Iglesia, particularmente por el P a p a actual.
Esos ruidos hacen abrir tanta boca a los necios, i
escitan la compasión d e las j e n t e s d e juicio, i a quie-
nes duele que de ese modo se ultraje al pontífice i
reí d e los instrumentos.

X X I V . — C a s i a un mismo tiempo que Howell, lle-


gó a Chile M. Desjardin, antiguo organista d e S a n
Eustaquio en Paris, i mui notable profesor d e har-
monium, para cuyo instrumento habia escrito un
m é t o d o , que h e m o s visto.
El señor don Pedro Palazuelos, que d e s d e mucho
tiempo® habia concebido la idea de fundar un Conser-
vatorio en Santiago, creyó oportuna la adquisición
del señor Desjardin i le facilitó los m e d i o s n e c e s a -
— 88 —

rios p a r a que organizara una escuela preparatoria, en


una sala d e la cofradía del Santo Sepulcro.
L o s buenos resultados de este e n s a y o animaron al
señor Palazuelos, alma e m i n e n t e m e n t e artista, para
solicitar del. gobierno la fundación de un Conserva-
torio. Gran trabajo tuvo para conseguirlo; pero a su
entusiasmo no habia resistencia posible.
El que esto escribe, sin desconocer el mérito d e
Desjardin, deseaba que la plaza d e director de ese
establecimiento se diera a oposición, según lo había
acordado el S e n a d o , a indicación del señor don P e -
dro Mena, en la certidumbre d e que con este p r o -
ceder se tendría lo mejor, si el Gobierno, como en
otros casos, no hacia de las suyas.
A esto se a g r e g a que el señor N e u m a n n e , gran
profesor que habíamos conocido en Lima, e s t a b a
p r ó x i m o a llegar a Chile, como en realidad sucedió.
E n este caso N e u m a n n e habría sido preferido. Con
este motivo dirijimos al señor M. A . Tocornal, m i -
nistro de Instrucción Pública, una carta, que con su
contestación se publicó entonces en El Semanario
Musical, en la que le decíamos: «tan distante estoi
d e todo interés personal que, r e s p e t a n d o como debo
t o d a determinación que U S . t o m e a este respecto,
n a d a m e parece mas justo que, siguiendo el acuerdo
del S e n a d o , dar esta plaza a oposición. D e este m o -
do se t e n d r á lo mejor i quizá esto daria por resulta-
do un profesor d e primer o r d e n . . . . No concluiré
ésta sin decir a U S . que uno que m e r e c e este n o m b r e
acaba d e llegar a Valparaíso.»
El señor ministro tuvo a bien contestar a nuestra
carta, en otra en que nos dice entre otras cosas: «Yo
doi a usted las gracias por la franqueza e injenuidad
d e sus observaciones, i aunque no h e t o m a d o r e s o -
— 89 —

lucion alguna sobre este negocio, ni anticipado una


simple promesa, si llegase el caso d e obrar, no per-
deré d e vista la imparcialidad i justicia con que d e b e
procederse.
«Siempre que usted se sirva h a b l a r m e o escribir-
m e sobre materias en que p u e d a ilustrarme, le que-
d a r á agradecido, etc., etc.»
Con gusto trascribimos las palabras d e este alto
funcionario, reconocido como uno de los h o m b r e s
m a s eminentes d e Chile. Si sus palabras nos honran
por la justicia que h a c e a nuestras intenciones, ¿qué
elojio no m e r e c e el h o m b r e superior que cree p u e d e
ser ilustrado en ciertos casos aun por aquellos que
ocupan un lugar subalterno en la sociedad? No es el
señor Tocornal de los que creen que la atmósfera
d e un salón ministerial infunde ciencia universal.
«Guizot, en un caso idéntico i d e s e m p e ñ a n d o
iguales funciones que el señor Tocornal, no c r e y ó
que debia lejislar en música sin consultar a h o m b r e s
intelijentes en la facultad.

X X V . — E s t o escribíamos en 1 8 5 2 . L a s p e r s o n a s
que quieran saber cómo procedió Guizot, d e quien
quizá podría decirse sin temeridad, que n a d a ignora,
p u e d e n consultar en la Biblioteca el periódico ci-
tado.
Salió del Ministerio el señor Tocornal. L a política,
la pequeña política, metió su cola. S e hizo un e m -
brión del Conservatorio i el acuerdo del S e n a d o no
se t o m ó ni siquiera en consideración. El favor i los
e m p e ñ o s hicieron los n o m b r a m i e n t o s . N u e s t r o s lec-
tores por lo d e m á s , no nos a g r a d e c e r í a n una lección
que saben m a s bien que nosotros: que esta es la his-
— 90 —

toria antigua, media i m o d e r n a , de cómo los gobier-


nos dan los empleos.
Hai escuela de pintura, d e escultura, etc.: ¿cuál d e
estos establecimientos presta servicios tan útiles i
benéficos como el Conservatorio? Ninguno. Baste
decir que esta institución es la única en que tienen
p a r t e las mujeres, que la ocupan en su m a y o r parte,
proporcionando a gran número d e familias pobres
una profesión q,ue las p o n e a cubierto de la miseria i
del vicio.
El Conservatorio es el único establecimiento d e
esta especie en que el director no tiene sueldo como
tal; asi se esplica cómo la A c a d e m i a de Pintura i la
de Escultura tienen casi doble dotación, gozando sus
directores de mas d e dos mil pesos d e renta.
H e m o s sido profesor, director i Presidente d e
Conservatorio. A todo h e m o s renunciado; no por la
escasez o absoluta falta de honorario, sino por el
desden con que, con pocas escepciones es mirado;
llegando el caso d e haber ministro que no ha sabido
d o n d e está s i t u a d o . . . No faltan personas que pien-
san que solo sirve para divertir a los que a p r e n d a n .

X X V I . — E n 1847 1848, el señor don Salvador


0

Sanfuentes, ministro d e Instrucción Pública, estable-


ció en laEscuela Normal de Preceptores una clase d e
canto elemental, de la que fuimos n o m b r a d o profesor.
A d v e r t i r e m o s que, si a veces vacilamos en las fe-
chas, es p o r q u e escribimos estos «Recuerdos» sin
ningún dato a la vista, fiados solo en nuestra m e m o -
ria; p e r o aseguramos al mismo tiempo que en caso
d e equivocarnos; j a m a s será en mas d e un año.
El pensamiento del señor Sanfuentes era d e g r a n
importancia; porque, fuera d e los resultados físicos
— 91 —

que p r o d u c e el ejercicio del canto para los que lo es-


tudian, hai otros d e mas consideración. E n el e s t e n -
so informe leido ante el Consejo Municipal de Paris
en 1 8 3 5 , con el objeto d e introducir definitivamente
el canto elemental en las escuelas primarias, formu-
lado por Bauvatier, Cochin, Urfila, Perrier i Boulai
de la Meurthe, se dice:
«Los antiguos empleaban este arte como un m e -
dio de hacer a m a r la virtud, de calmar las pasiones,
de suavizar las costumbres i de civilizar a los p u e -
blos. D e s d e luego su poder d e moralización no es
para nosotros un problema. No queremos hablar aquí
de sus efectos fisiolójicos, que el estudio de sí mismo
ha podido revelar a cada uno d e nosotros; queremos
hablar d e los resultados reales obtenidos en las es-
cuelas d o n d e se enseña el canto.
«No solamente esas escuelas se hacen notables
entre las otras por sus resultados i buen porte; sino
que en estas mismas escuelas los alumnos d e canto
se distinguen entre sus condiscípulos por su m a y o r
aplicación, suavidad de maneras i benignidad
«Bajo cualquier aspecto, pues, que se mire, moral,
normal, económico i nacional, la enseñanza del c a n -
to es útil... «El célebre filósofo Herder decia: «Una
reunión de cantores es una reunión d e hermanos.»
Da p e n a tener que recurrir a esta erudición barata
para probar a nuestros h o m b r e s públicos el deber en
que se encuentran de prestar alguna atención a este
r a m o , en que si sus antecesores hicieron poco, ellos
no han hecho absolutamente nada.
N o les pedimos, que como el Gobierno de 1848,
funden una clase d e canto en la Escuela Normal; ni,
como el de 1 8 5 2 , la creación d e un Conservatorio;
pues, pobre como es, y a lo hai. L e s pedimos que con
— 92 —

su indiferencia, o con otra cosa peor, no destruyan lo


que hicieron sus antecesores.
¡Pobre Conservatorio! ¡Pobre música! ¡Qué de zo-
p a p o s habéis recibido en estos dias!
X X V I I . — H a b i e n d o empezado en 1848 la clase d e
canto en la Escuela N o r m a l de Preceptores i redu-
ciendo los cálculos a su última espresion, hai de
sobra para que en los 24 años corridos se hiciera
en todas las escuelas fiscales clase de canto, i para
que a la fecha hubiera muchos miles d e p e r s o n a s
que supieran regularmente música i canto, p u d i e n d o
los que no tuvieran buena voz dedicarse a tocar algún
instrumento.
D e s p u é s d e tantos miles d e cantores que, según
los cálculos del señor Sanfuentes, debian solemnizar
las fiestas cívicas i relijiosas, ¿quieren saber nuestros
lectores en cuántas escuelas fiscales o municipales se
enseña la música?—En ninguna...
L l e v a d a a cabo, la idea de aquel ministro daría
muchos i buenos resultados. A p u n t a r e m o s solo los
siguientes: en las g r a n d e s fiestas nacionales, reunidas
las escuelas d e una localidad i cantando cosas a d e -
cuadas, presentarían un h e r m o s o i c o n m o v e d o r e s -
pectáculo, proporcionando un recurso p o d e r o s o que,
sin exijir gasto alguno, solemnizaría esas fiestas tan
tristes en la m a y o r p a r t e d e nuestros pueblos. «El niño
que h a y a aprendido a cantar canciones d e escuela,
dice Mainzer, sabrá cantar un dia los cantos d e g u e -
rra, los cantos d e la patria.»
¡Cuántos artistas perdidos por no tener ocasión d e
ejercitar i desenvolver sus facultades por falta d e
ocasión!
L o s primeros beneficiados serian los preceptores
— 93 —

primarios, a quienes la práctica de la enseñanza pon-


dría en disposición d e dar lecciones particulares,
proporcionándoles d e este m o d o una entrada que
aliviaría e n p a r t e su triste situación.
X X V I I I . — C u a n d o en 1850, sin ser nosotros natu-
ralista, jeógrafo, marino, a s t r ó n o m o ni injeniero, se
le ocurrió a ese gobierno h a c e r n o s e m p r e n d e r un
viaje al interior d e Chiloé; fuimos a parar a Castro,
el pueblo mas importante después de A n c u d , la capí-
tal. E n t r e paréntesis, Castro da un diputado i un
suplente ¡no lo echen en saco roto los aficionados!
A q u e l pueblo era i es m a s triste que un cementerio.
A cualquiera hora del dia i d e la noche se oiria el
vuelo de una mosca.
Habia dos escuelas, una d e ellas fiscal, b a s t a n t e
concurrida. L a visitamos i tuvimos el gusto d e en-
contrarnos con un j o v e n que habia sido nuestro dis-
cípulo en la Escuela Normal. Nuestra primera p r e g u n t a
fué si enseñaba la música; nos contestó que nó, por
dificultades que no encontramos convincentes.
S e celebraba en esos dias la Pascua d e N a v i d a d i
t o d a la música d e aquella fiesta tan popular se r e d u -
cía a una especie de viola horriblemente tocada!
¡Cuánta animación hubiera dado a esa fiesta i a ese
pueblo esa escuela, cantando música fácil i a p r o -
pósito!
Con motivo d e esa pobreza d e recursos p r e g u n t a -
mos al gobernador, c o m a n d a n t e R o a , con que recur-
sos contaba p a r a celebrar los dias d e la patria. N o s
contestó: «la ciudad tiene 18 pesos d e e n t r a d a anual,
doce se invierten, con acuerdo d e la municipalidad:
en los gastos ordinarios d e la localidad, i los seis
restantes en las fiestas del 18.» « E s t e año ,añadió,
— 94 —

han estado mui buenas; p o r q u e les hice p e g a r fuego


a esas m o n t a ñ a s que nos rodean, i la ciudad estaba
como d e dia.»
Los señores don Eusebio Lillo i don Vicente V i -
llarreal, de paseo como nosotros, presenciaron este
diálogo.
X X I X . — C u a n d o , en uno de los párrafos anterio-
res d e este artículo, l a m e n t á b a m o s el abandono en
que d e algún tiempo a esta p a r t e se dejaba al Con-
servatorio de Música, estábamos mui distante de
pensar que escribíamos una especie d e epitafio.
Y a que n ó en el mensaje presidencial, en el que
mas d e una vez se ha hecho mención de este esta-
blecimiento, por lo m e n o s en la memoria del minis-
terio del ramo e s p e r á b a m o s que se le t o m a r a en
cuenta, cual se hace con otros que están mui lejos d e
prestar al pais tan útiles servicios, como los que y a
h e m o s a p u n t a d o en otra p a r t e .
Nos equivocamos; i, valiéndonos de una frase de
moda, solo diremos que el Conservatorio en esa Me-
moria «brilla por su ausencia.»
El Conservatorio d e c i d i d a m e n t e h a p a s a d o a for-
m a r serie con otros establecimientos de que solo se
acuerdan los gobiernos cuando hai algún ahijado a
quien acomodar, cometiendo con este fin, las m a s
notorias injusticias i hasta infracciones d e lei
X e n e m o s a este respecto un pecado d e que, como
d e otros m u c h o s , aun no h e m o s hecho penitencia.
S o m o s causa d e que los intendentes de Santiago
sean presidentes natos del Conservatorio.
Cuando h a c e cinco o seis años renunciamos esa
presidencia, suplicamos a uno d e los dos señores,
don Manuel A m u n á t e g u i o don Carlos Riesco, oficia-
— 95 —

les del Ministerio de Instrucción Pública, indicara al


señor ministro del r a m o , diera en adelante, por ra-
zones que hicimos presente, la presidencia del Con-
servatorio a los intendentes de la provincia. E s e
señor, hecho cargo, lo suponemos, de nuestras razo-
nes, nos reemplazó, i se ha seguido haciendo como
lo habíamos solicitado.
El resultado d e esta medida ¡está en nuestra con-
tra, i el p o b r e Conservatorio ha sido víctima de
nuestra imprevisora indicación, atendida por el señor
ministro como no merecia serlo.
L a s condescendencias de los intendentes, contra-
rias en m u c h o s casos a la justicia i al r e g l a m e n t o r e s -
pectivo, deben cesar en adelante, haciendo retribuir
ese trabajo como corresponde.
El mal, por otra parte, no está precisamente en
que los intendentes presidan el Conservatorio. E s t á
en que el gobierno, de algún tiempo a esta p a r t e , s e
ha olvidado de que hai un reglamento que lleva la
firma del Presidente Búlnes i del señor Mujica, m i -
nistro respectivo. E s t e r e g l a m e n t o establece una c o -
misión que tiene la dirección superior del estableci-
miento, pero de la que el gobierno prescinde hasta
el estremo d e haberla abolido t á c i t a m e n t e para e n -
tenderse solo con su ájente constitucional, el inten-
dente.
T o d o lo dicho es sermón en desierto, i las cosas
seguirán como hasta el dia, por la razón mui senci-
lla d e que este sistema es mui c ó m o d o para l o s q u e
mandan.

X X X . — H a b i e n d o llegado io q u e h e m o s escrito
sobre música a la. época presente, que p a r a nuestros
lectores es t a n conocida c o m o para nosotros, sus-
— 96 —

p e n d e m o s por ahora nuestros apuntes para dedicar-


nos a zurcir algunos artículos sobre otras m a t e r i a s .
D a m o s fin al presente con la noticia que sigue.
X X X I . — E n A g o s t o d e 1834 se encontraron reuni-
dos una t a r d e en el Café d e la Nación, el célebre a c -
tor Morante, el bailarín español Cañete, el mui nota-
ble actor, español también, D o m i n g o Moreno R a m o s ,
(que cantaba como un m a e s t r o , sin saber una nota
d e música) i el autor de estos apuntes.
Morante se quejaba d e que, debiendo dar un b e n e -
ficio a principios del próximo Setiembre, no tenia
ninguna n o v e d a d que ofrecer al público.
Al oir esto, Moreno dijo a Morante: «Yo t e n g o en
la memoria una h e r m o s a m a r c h a patriótica; pero es
preciso que usted le cambie la poesía p o r q u e la que
yo sé no p u e d e servir p a r a Chile, pues e m p i e z a con
estos versos:
«Al sepulcro de Bravo i Padilla, etc.»
A p e n a s o y ó Morante la primera estrofa, la r e e m -
plazó imitando el canto de Moreno con:
«Al dieziocho inmortal d e Setiembre, etc.»
E n seguida se convino en que Morante haría las
d e m á s estrofas i el coro, i en que nosotros d e b í a m o s
trasladar al papel lo que nos entonara Moreno, p o -
niéndole a c o m p a ñ a m i e n t o de orquesta i enseñándola
a los actores que se prestaran a cantarla; lo que t o -
dos hicieron sin escepcion, Morante tuvo un buen
beneficio.
E s t e es el oríjen de esta hermosa canción, que t o -
dos nos atribuyen, i en que no tuvimos m a s que una
p o b r e cooperación.
P o l i c í a de S e g u r i d a d i Garantías
Individuales

I . — N u e s t r o s lectores habrán notado m a s d e una


vez en algunos d e nuestros anteriores artículos la
frecuencia con que citamos el año d e 1830. No es
culpa nuestra, pues esta fecha se nos presenta invo-
luntariamente, por la naturaleza d e los hechos, p o -
dríamos decir, como el punto d e p a r t i d a de todos
nuestros p r o g r e s o s .
L a paz de 40 años, interrumpida seriamente solo
tres veces, i por cortos intervalos, ha sido induda-
blemente el principal ájente de nuestros adelantos,
sin ejemplo en la A m é r i c a del Sur.
L a Constitución de 1 8 3 3 , pesar d e los defectos
a

d e que se le acusa, si no es el motor d e nuestra no


interrumpida prosperidad, no ha sido t a m p o c o un
estorbo; i y a seria tiempo de que cesaran las v a n a s
declamaciones d e políticos de pacotilla.
No hace m u c h o un orador, contra la voluntad d e
Dios, repetia en la Cámara de D i p u t a d o s , la antigua
cantinela d e «esa constitución es la causa d e t o d a s
las desgracias de Chile». Si el señor diputado s e
hubiera t o m a d o el trabajo d e enumerar esas d e s g r a -
cias, es seguro que habria mucho que descontar.
D e s e a r í a m o s saber si las desgracias permanentes, de
casi t o d a s las repúblicas de esta A m é r i c a , se d e b e n
t a m b i é n a nuestra Constitución, i si del caletre del
orador habria salido otra que nos hiciera m a s a d e -
lantados, mas libres i m a s felices d e lo que somos.
D e s g r a c i a es para tales políticos que las cuarenta
navidades d e la maldita Constitución la h a y a n e n d u -
— 98 —

recido de tal manera que, a pesar de los pinchazos


d e los reformistas, p e r m a n e z c a aun intacta, i q u e
todavía no estén d e acuerdo sobre por d ó n d e d e b e n
dar principio al destrozo.
I I . — A n t e s de 1820, no habia m a s guardianes d e
la p r o p i e d a d que los guardas de las tiendas, cuyas
funciones se limitaoan a cuidar el reducido recinto
del comercio, que no s e estendia a m a s de d o s cua-
dras d e la plaza, i no en todas direcciones. E l p e -
núltimo jefe d e aquel cuerpo, si no estamos e q u i v o -
cados, fué el español d o n Manuel I m a s , asesinado
jurídicamente el año de 1 8 1 7 , poco después d e la
batalla d e Chacabuco.
E s t e hecho atroz nos trae a la m e m o r i a otros
análogos ejecutados entre los años 18 i 20, en i n d i -
viduos de esa nación, a inmediaciones del c e m e n t e -
rio, después de haberlos hecho prestar ciertos servi-
cios. E n alguna p a r t e h e m o s leído que los antiguos
r e y e s de Persia, hacian d e s a p a r e c e r a los ajenies
secretos, de> quienes se habian servido, para e n t e n -
d e r s e con los s á t r a p a s d e su imperio, en negocios
en q u e un testigo podia ser perjudicial.
Como nada nos consta p e r s o n a l m e n t e , al hacer
estas referencias, nos a t e n e m o s solo a lo que h e m o s
oido con jeneralidad en esos tiempos, citándose n o m -
bres propios que no h e m o s olvidado pero que omi-
tiremos.
S e decia, p o r ejemplo, i no hace dos m e s e s lo r e -
p e t í a n v a r i o s caballeros en n u e s t r a presencia, q u e el
capellán del cementerio, a quien no podían ocultarse
aquellos h e c h o s , se dirijió al gobierno p a r a ponerlos
en su conocimiento, pero que a las'primeras palabras
se Je maride callar b r u s c a m e n t e .
— 99 —

E s t e denuncio del capellán, que nos p a r e c e im-


p r u d e n t e , pues se anadia que habia n o m b r a d o a la
persona que presidia aquellos actos, lo confirmamos
en cierto m o d o , m a s tarde, por lo que verán nuestros
lectores.
Diez o d o c e años después d e estos rumores, tuvi-
mos relaciones con el denunciado. E n una ocasión
en que, en presencia de varias personas, se n o m b r ó
al capellán antedicho, aquel sujeto dijo estas pala-
bras: ese clérigo me tiene mui agraviado. Ni él añadió
m a s palabra, ni ninguno d e los que allí e s t á b a m o s
hizo ninguna observación, c a y e n d o todos en cuenta
d e cuál podia ser el motivo del agravio.
P a r e c e que los h o m b r e s de esa época, no tanto
por v e n g a n z a como por sistema, t r a t a b a n - d e aterrar
a los enemigos d e la revolución, sobre todo a los e s -
pañoles, con m e d i d a s estremas.
El primer acto de este sistema en Chile fué la
m u e r t e d e I m a s , que nadie que s e p a m o s ha t r a t a d o
siquiera de disculpar.
H a s t a hace pocos años, nosotros, como todo el
m u n d o , e s t á b a m o s en la pesruasion d e que el autor
de este crimen era el jeneral San Martin.
R e c o r d a n d o un hecho, q u e n a d a tenia que ver con
este suceso, h e m o s caido en cuetita de nuestro error.
Para a s e g u r a r n o s m a s en esta última persuasión, nos
h e m o s dirijido al señor coronel arjentino don J e r ó -
nimo Espejo, que r e s p e t a m o s como la crónica mas
e x a c t a i verídica d e esa época.
El señor Espejo no solo nos confirmó en nuestra
idea, sino que nos suministró numerosos datos, de
que San Martin no podia tener p a r t e en lo sucedido.
Para desmentir esta imputación basta sabes que la
prisión i m u e r t e d e I m a s tuvo lugar en los días : .•' 2
— 100 —

d e Abril de 1 8 1 7 i que San-Martin habia salido p a r a


Buenos A i r e s el 11 de Marzo de ese año, i que el
29 del mismo mes lo saludaba el cabildo d e aquella
ciudad por su llegada a ese p u e b l o . . . Para el odio,
la historia i la v e r d a d son m u d a s .
No ignoramos que para acallar la reprobación p ú -
blica se fraguó un proceso v e r g o n z a n t e , o mas bien
sin vergüenza, que solo fué conocido d e algunos
iniciados. I que era tan burda la t r a m a , i hacia un m i -
nistro en ella papel tan infame i ridículo, que se con-
cluyó por quemar o esconder el tal proceso.
Muchos años después el Congreso tuvo que asig-
nar una pensión a la familia d e I m a s . . . .
E n 1 8 1 8 , se pronunció un incendio en la Maes-
tranza, situada a la sazón en lo que ahora es A c a d e -
mia Militar. E s t e incendio, se dijo entonces, habia
sido intencional, con el objeto de atribuirlo a los
godos, americanos i españoles, residentes en Santia-
go; consiguiendo así la doble ventaja de atraer sobre
ellos el odio público i hacerlos, pagar los perjuicios
s u p e r a b u n d a n t e m e n t e , pues la cosa en sí fué mui in-
significante.
U n a s palabras que oímos en los momentos del in-
cendio, que fué de dia, al fraile Beltran, que habia
cambiado su hábito de franciscano por la casaca d e
artillero, i que era jefe d e la Maestranza, nos dieron
m a s t a r d e mas luz sobre el suceso.
Conversaba con unas señoras frente al C a r m e n
A l t o . A l despedirse les dijo: ¡ya yo sé quién ha. de
pagar esto! U n incendio igual habia tenido lugar e n
Mendoza, en vísperas d e salir para Chile el ejército
de los A n d e s . No añadiremos^sus circunstancias por
odiosas i a g r a v a n t e s .
U n año después, llegábamos a medio dia a la ca-
— 101 —

lie del E s t a d o , i notando muchos grupos d e personas


q u e hablaban con g r a n d e animación, p r e g u n t a m o s lo
q u e ocurría. S e nos dijo que hacia p o c o que, p a s a n -
do por allí el jeneral San Martin, pasaba al m i s m o
t i e m p o un individuo que no lo saludó, í que, averi-
g u a n d o que era español, lo habia hecho conducir a
un cuartel, atado de las manos a la cola d e un ca-
ballo.
Si entonces supimos quien era el español, ahora
no lo r e c o r d a m o s .
D o s o tres años mas tarde, sin el valor i enerjía
d e nuestro compatriota señor don José Manuel Bor-
goño, jefe del cuartel de la Merced, en L i m a , los
innumerables españoles, ancianos casi todos, ence-
rrados allí para ser d e p o r t a d o s a Chile, es probable
hubieran d a d o entonces al populacho furioso el es-
pectáculo que m a s t a r d e han d a d o los Gutiérrez, en
ese mismo pueblo!
Podríamos referir otros hechos que eran en nues-
t r a niñez contados minuciosamente por t o d o el
m u n d o , sobre t o d o algunos d e ellos que gozaban de
g r a n celebridad, i que manifiestan la m a s completa
inseguridad para la vida i p r o p i e d a d d e los vecinos
d e la capital. A u n referiremos un suceso que hizo
g r a n ruido por las personas que en él tuvieron parte,
i sobre todo p o r su desenlance.

I I I . — U n a noche d e verano, en 1 8 1 1 , entre diez i


once d e la noche, estábamos entretenidos con otros
niños d e nuestra edad, en la calle de Santo D o m i n -
go, una cuadra al oriente d e la iglesia. L a luna alum-
braba como d e dia. D e r e p e n t e nos sorprendió un
g r a n ruido d e caballos herrados (cosa rara entonces)
que Venían a todo escape del lado del rio, por la
— 102 —

calle d e San Antonio. No tuvimos mas tiempo q u e


el necesario para guarecernos en el hueco d e la e s -
quina d e la casa del señor don Vicente Ovalle, que
es ahora del señor don Luis Alcalde.
Un instante después, i habiendo resbalado en la
la losa un caballo, al querer hacerlo cambiar de d i -
rección al oriente, c a y ó el jinete a nuestros pies d á n -
dose un t r e m e n d o golpe. A p e n a s se v i o en el suelo,
a b a n d o n ó el caballo i corrió en dirección a la casa
antedicha. Casi al mismo t i e m p o llegaban dos j ó v e -
nes oficiales que lo seguían mui d e cerca i que, al
ver el caballo solo, nos preguntaron: «¿Dónde ha
entrado ese picaron? E n coro contestamos: «En esta
casa,» señalando la del señor Ovalle.
S e desmontaron, nos encargaron el cuidado d e los
caballos, i entrando en la casa indicada, encontra-
ron al que buscaban, tras de la puerta d e un cuarto
del primer patio.
L o hicieron salir conduciéndolo a pié al cuartel d e
San D i e g o , según se supo al otro dia, pero sin d e -
cirle ninguna palabra injuriosa. A una señora que
acudió al ruido del suceso, la llenaron de satisfaccio-
nes, a que contestó, lo recordamos: hagan ustedes
su deber.
Al otro dia se supo también que el sujeto p e r s e -
guido formaba p a r t e d e un g r u p o situado en la p l a -
zuela d e la Recoleta Franciscana, en acecho de a q u e -
llos dos caballeros que frecuentaban una casa en esas
inmediaciones. L o s del grupo, viéndose e m b e s t i d o s
p o r dos oficiales resueltamente, t o m a r o n distintas
direcciones, p e r o ellos se dirijieron contra el que e n -
derezó por el lado del rio, p r ó x i m o al p u e n t e d e m a -
dera, que es el mismo a quien t o m a r o n prisionero.
Pocos dias d e s p u é s se supo, que éste habia sido
— 103 —

fusilado con g r a n solemnidad, pero con pólvora


No necesitamos p a r a nuestra narración decir cómo
se llamaba esta persona, que m a s t a r d e alcanzó los
m a s altos g r a d o s en nuestro ejército, del que fué un
buen servidor.
E n cuanto a los otros dos actores, m a s de un lec-
tor s a b e y a o ha sospechado que eran Juan José i
Luis Carrera.
A l preso se le halló desarmado; pero algún t i e m -
po después, al sacudir el cuarto d o n d e se ocultó se
encontró bajo una tarima un gran t r a b u c o . . . .
I V . — S a n Bruno, años d e 1 8 1 5 i 1 8 1 6 , habia d a d o
a lo que entonces podia llamarse policía d e seguri-
d a d , esa forma odiosa i a veces burlona, que h a p a -
sado con horror hasta estos t i e m p o s , sin que p a r a
esto hubiera ni siquiera disculpa, pues es sabido que
en los dos años cuatro meses trascurridos d e s d e el
descalabro d e R a n c a g u a hasta la victoria d e Chaca-
buco, el pais en toda su estension se m a n t u v o en la
mas completa sumisión al rei de E s p a ñ a , sin que la
historia t e n g a que mencionar ni el m a s lijero sínto-
ma d e trastorno.
U n hecho, entre otros, confirma lo que decimos.
Cuando dos o tres dias después d e la batalla d e R a n -
cagua entraron a Santiago las primeras t r o p a s rea-
listas, apareció la ciudad c o m p l e t a m e n t e a d o r n a d a
con la b a n d e r a española. E s t a s b a n d e r a s eran fla-
m a n t e s , pues antes d e 1 8 1 0 , no habia costumbre d e
usarlas con jeneralidad. A g r e g ú e s e a esto que en
esos dias, como es natural, el comercio estuvo com-
p l e t a m e n t e c e r r a d o . . . Claro es, pues, que con nues-
tra conocida prudencia, tales b a n d e r a s estaban listas,
pero g u a r d a d a s p a r a cuando llegase el c a s o . . . . N ú e s -
— 104

tros lectores por lo d e m á s , no estrañarán esta p r e v i -


sión cuando s e p a n que el dia d e la batalla d e Maipo
el ejército de Osorio recibió d e regalo p a n caliente
mientras el nuestro no lo tuvo ni frió....
E s probable, por otra p a r t e , que los 400 patriotas,
mal contados, que el 18 de S e t i e m b r e d e 1 8 1 0 . s e
reunieron en el consulado para testificar de nuevo su
obediencia a nuestro amado F e r n a n d o , no s o s p e c h a -
b a n que veinte años después, un decreto declararía
ese dia el único en que se compendiarían t o d a s las
glorias de Chile.
I tanto m e n o s lo sospecharían, que muchos de ellos,
seis años m a s t a r d e , pedían p e r d ó n d e s d e Juan F e r -
nandez, en un d o c u m e n t o público, al rei de E s p a ñ a
p o r sus e s t r a v i o s . . .
D o n D i e g o Portales, autor de esta innovación, por
odio al militarismo, no calculó que la tiranía t r a p a -
cera i enredista de la t o g a , haria recordar con p e n a
el despotismo franco i glorioso del sable.
L o s chilenos no p u e d e n repetir las palabras vani-
dosas de Cicerón: Cedant arma togee.
¡Pobre 12 de F e b r e r o ! ¡pobre 5 de Abril! que nos
disteis patria e independencia, inclinaos ante el gode
18 d e S e t i e m b r e , que no nos dio nada.
E n los dias d e la e n t r a d a d e los españoles, hubo
iluminación jeneral.
L a base d e las luminarias, era un elemento que
tenia bien poca analojía con ellas, el barro, o m a s
bien el lodo.
H a b i a para esto dos sistemas: el primero u s a d o
por las casas a c o m o d a d a s . E s t e consistía en cuatro
o seis p a l m e t a s d e madera clavadas en la pared en
una altura conveniente. En la p a r t e r e d o n d a d e esta
palmeta se ponia una pelota de cieno, i en ella se en-
— 105 —

t e r r a b a l a vela d e sebo, d é l a s d e a cuatro por m e d i o .


El otro modo, el m a s común, era p e g a r en la
p a r e d t a n t a s pelotas d e barro como luces debian p o -
nerse.
E n algunas casas d e lujo se ponia en la p a l m e t a
un canuto d e lata. E s t o , por supuesto, era poco
común.
L a clase d e acequias d e entonces, que corrían por
el centro de las calles, proporcionaba todo el lodo
necesario p a r a estas operaciones.
E s t a s se repetían cada vez que habia luminarias,
i lo alto d e las paredes, tanto por el barro como por
el h u m o de las velas, estaba siempre n e g r o .
El estado d e las p a r e d e s lo calcularán nuestros
lectores, teniendo p r e s e n t e que entonces no habia
obligación d e blanquearlas.
L a orden que ahora se da anualmente con este
objeto, solo data del año 30 o 3 1 .
V.—San Bruno era un h o m b r e de valor. S e le
e n c o n t r a b a en las altas horas de la noche en los
barrios mas a p a r t a d o s de la ciudad, sin mas acom-
p a ñ a m i e n t o que un soldado a r m a d o de b a y o n e t a , a
m a s d e media cuadra de distancia. N o era estraordi-
nario encontrarlo solo, con su gran sable con vaina
d e hierro, el primero que nos parece haber v i s t o ,
antes de que llegara a Chile el célebre rejimiento
d e g r a n a d e r o s a caballo del ejército d e San Martin.
A veces no temia arriesgarse solo, como en el caso
siguiente, que h e m o s oído varias v e c e s a la m i s m a
p e r s o n a a quien v a m o s a referirnos.
Sin contar muchos años, algunos d e nuestros lec-
tores h a b r á n visto un vehículo que y a no está en
uso i que se llamaba carretoti. E s t e servia para
— 106 —

trasportar a las familias que tenían quintas inmedia-


tas, i p a r a toda clase d e paseos. No tenia s o p a n d a s ,
i por consiguiente, no era mui suave. L o s carros d e
los g r a n d e s triunfadores romanos t a m p o c o las tu-
vieron.
Ordinariamente el carretón estaba en el zaguán o
en el primer patio de la casa. E s t e lugar ocupaba el
q u e habia en casa d e las señoras Guzman, calle d e
Santo D o m i n g o . E r a familia d e patriotas, como la
del frente del señor Ovalle, d e que h e m o s hablado
antes.
Don José Urriola, h e r m a n o del coronel don P e d r o ,
m u e r t o en la revolución del 20 de Abril de 1 8 5 1 ,
que aun era seglar, salía una noche d e la casa d e las
señoras Guzman, sin sombrero i dirijiéndose a la del
frente d o n d e vivía su h e r m a n a doña Pabla, e s p o s a
del señor Ovalle. A l llegar al medio del patio d e la
casa de las señoras Guzman, advirtió que salía del
carretón p r e c i p i t a d a m e n t e un h o m b r e d e levita i
s o m b r e r o r e d o n d o , llamándolo repetidas v e c e s :
— ¡Señor don Pedro, señor don Pedro!
—Yo no soi don Pedro.
—¿Quién es Ud?
— Soi José Urriola.
—¿I su hermano?
—Hace dos años que no sabemos d e él.
—¿Dónde está?
— C r e o que en M e n d o z a . . .
E s t o p a s a b a en un patio c o m p l e t a m e n t e oscuro i
sin un solo testigo. E n seguida San Bruno a c o m p a -
ñó al señor Urriola hasta la puerta del señor O v a l l e
en conversación amistosa, despidiéndose en s e g u i d a
con m u c h a cortesía.
— 107 —

V I . — L a luz que parece ser un g r a n elemento d e


orden, a veces lo es d e tiranía. T a n a p e c h o s h a n t o -
m a d o esta m á x i m a algunos gobiernos que nosotros
h e m o s visto en 1 8 5 9 a uno d e ellos encender el gas
en noche de luna, por temores de revolución. Pero
los gobiernos d e aquellos t i e m p o s no ocurrían a este
espediente, mui r e c o m e n d a d o por Maquiavelo, pro-
b a b l e m e n t e por la proverbial m a n s e d u m b r e d e los
chilenos.
A las siete de la noche en invierno, i a las ocho
en verano, no habia mas luz en t o d a la ciudad que
los poquísimos faroles, sucios s i e m p r e , en las calles
d e que h e m o s hablado antes, i los que pertenecían a
los conventos, que no eran mas a s e a d o s . A las diez,
pero infaliblemente a las once, t o d a luz habia desa-
parecido.
En 1829, a p e n a s p a s a d a la m e d i a noche, nos en-
contrábamos en una casa situada a poco m a s d e t r e s
cuadras al poniente d e la iglesia d e S a n t o D o m i n g o .
Al asomarnos a la calle con otros a m i g o s para reti-
rarnos, no divisamos una sola luz en t o d a la esten-
sion que abarcaba nuestra vista. E m p e z a b a a llover,
i por todos estos motivos se c r e y ó una t e m e r i d a d
nuestra resolución d e dirijirnos solos a nuestra c a s a .
Para nosotros, la v e r d a d e r a t e m e r i d a d consistía en
dormir en casa ajena, en la alfombra del salón, sin
m a s abrigo que la compañía de doce o quince indi-
viduos que estaban resueltos a no recojerse a sus
casas.
Nuestra p r i m e r a operación al e m p r e n d e r la m a r -
cha fué t o m a r el medio de la calle, cerrar el p a r a -
guas i llevarlo horizontalmente p a r a cerciorarnos
cuando pudiéramos encontrarnos con algún obstáculo
en nuestro camino.
— íds —
E r a tan densa la oscuridad, que el único medio
por el cual conocíamos que habíamos llegado a una
boca-calle, era el viento norte que soplaba, lo que
nos servia para contar las cuadras que h a b í a m o s an-
dado.
Al llegar a la boca-calle llamábamos: ¡sereno! tres
0 cuatro veces consecutivas, sin que j a m a s se nos
contestara una palabra.
V I I . — H a b i a algunas calles que gozaban d e gran
reputación por su soledad. Al hacer esta observa-
ción no nos referimos a los barrios a p a r t a d o s del
centro de la población: hablamos d e calles mui in-
mediatas a la Plaza Principal. L a de San A n t o n i o ,
que está a una cuadra al oriente de la m i s m a p l a z s ,
se encontraba en este caso; pero sobre todo la que
corre d e la plazuela de San A g u s t í n hasta la del T e a -
tro Municipal era a t e r r a n t e hasta por su n o m b r e . —
calle de La Muerts,—con alusión, según recorda-
mos, a un esqueleto d e m a d e r a que la r e p r e s e n t a b a
1 que los p a d r e s agustinos g u a r d a b a n no mui oculto
en un cuarto del convento que tenia v e n t a n a a la
calle.
No había en toda esa cuadra un solo habitante, i
p o r gran rareza, se solia alquilar alguna de las varias
cocheras que habia en ella.
L a Cámara d e Diputados se reunía, en 1847, e n
^ e

lugar en que ahora está el T e a t r o Municipal, i con


este motivo, p a s a b a n por esa calle los diputados.
N a d i e ignora que un famoso asesino estuvo m u c h a s
noches en acecho del señor Manuel Cifuentes en una
d e esas cocheras, p a r a la que se habia proporciona-
d o una llave; pero se libró aquel caballero, por h a b e r
p a s a d o , sin la m e n o r sospecha, siempre a c o m p a ñ a -
— 109 —

do. A l r e s p e t a b l e señor F e r n a n d o Lazcano, diputado


también en ese entonces, le hemos oido decir que,
al pasar por allí algunas noches, habia visto al a s e -
sino; pero sin sospechar ni r e m o t a m e n t e sus inten-
ciones.
Mas t a r d e consumó su crimen en la misma casa
del señor Gifuentes; pero lo p a g ó en el patíbulo.
L a s personas a c o m o d a d a s se hacían preceder por
un criado a r m a d o de un farol. L a s que lo eran m e n o s ,
Sos h o m b r e s sobre todo, llevaban linternas que les
p r e s t a b a n el servicio d e advertir a los ladrones, dón-
de i cuándo debían embestirles.
E n una d e estas mismas cocheras, habia, el a ñ o
de 1 8 1 0 , en vísperas de la revolución, un carpintero
llamado Trigueros. E s t a cochera pertenecía a la casa
del señor don José Antonio Rojas, el m a s antiguo
conspirador de Chile, pues habia hecho o t r a t a d o d e
hacer su primer e n s a y o en 1 7 8 0 .
Los Clodios i Catilinas d e peluca i calzón corto,
por exceso d e precaución, tenían sus conciliábulos
en lo mas a p a r t a d o d e aquella casa, que es ahora d e
don D o m i n g o U g a r t e , recien edificada en la plazuela
del T e a t r o Municipal.
El cuarto en que se reunían estaba p a r e d o t a b i q u e
de por m e d i o con la carpintería.
Carrasco tuvo noticia, no solo d e estas reuniones
secretas, sino también de lo que se t r a t a b a en ellas.
E s t o lo decidió a t o m a r presos a tres d e los princi-
pales concurrentes; lo que d i o oríjen, no s a b e m o s
con qué datos, a que el denuncio se a t r i b u y e r a a T r i -
gueros.
Diez o d o c e años m a s t a r d e lo conocimos d e t e n -
dero i con el apellido d e Solar, que servia d e diver-
sión a sus viejos conocidos. E s t o s i el antiguo c a r -
— 110 —

pintero, no s o s p e c h a b a n que este cambio d e apellido


lo e m p a r e n t a b a nada m e n o s q u e con uno d é l o s p a p a s
d e m a s rancia nobleza, i con el duque d e Valentinois,
el discípulo m a s aprovechado de Maquiavelo.
L o s q u e h e m o s conocido aquellas épocas no nos
quejamos del actual alumbrado, como a veces, sin
razón, se critica el de ahora, llevando estas quejas
h a s t a la ridiculez.
U n dia llegábamos a la imprenta de Julio Belin
donde, en 1 8 5 2 , se publicaba La República. E l cro-
nista, que era un señor Frias, nos p r e g u n t ó si había-
mos visto en la noche anterior algún farol que diera
mala luz. Contestamos que no nos h a b í a m o s fijado.
—«No importa, replicó; estoi escribiendo contra el
alumbrado, i algún farol ha d e haber estado malo
anoche.»
R e c o r d a m o s ahora que aun n a d a h e m o s dicho
acerca del estado d e la prensa periódica en la época
a que nos h e m o s referido. Personas mas autorizadas
que nosotros lo han hecho y a , i no somos t a n t e m e -
rarios q u e n o s i n t e r n e m o s en este terreno. Referiremos
un hecho característico que dice m a s que m u c h a s
pajinas, i del que h e m o s hablado h a c e muchos años
en El Diario de Santiago.
E n el año 1 8 2 1 apareció en las esquinas de la
ciudad un cartel en el q u e , después de citar un
artículo constitucional que p a r e c í a garantir la liber-
tad de i m p r e n t a , s e anunciaba El Independiente.
D i a s después, salió el p e r i ó d i c o , i s e g ú n r e c o r d a -
mos, s e reducía a p e d i r a l g u n a s m o d e s t a s r e f o r m a s
i la reunión d e un C o n g r e s o , T o d o ello con suma
moderación.
E l m i s m o dia fué conducido a la cárcel el autor
del p e r i ó d i c o , que, s e g u » s« dijo, era ra s u e c o .
— 111 —

E n seguida se p r e s e n t ó en la prisión un e d e c á n
del Gobierno i después de saber de boca del p r e s o
q u e él era el autor, le dijo:
—¿Podrá usted escribirlo de nuevo?
—Sí, señor.
—¿Qué necesita usted?
— T i n t e r o , papel i una botella de ron.
T o d o le fué e n t r e g a d o al m o m e n t o , i s e g ú n el s e -
ñor edecán, el periódico fué r e d a c t a d o , e n t e r o , i con
una que otra diferencia insignificante.
E s t o , sin e m b a r g o , no libró al sueco de que se le
hiciera salir de Chile, sin que h a s t a ahora se h a y a
sabido p a r a d o n d e . El Gobierno sospechaba d e otras
personas, pero n a d a pudo sacar en limpio.
A la publicidad de este negocio, se a ñ a d e p a r a
nosotros, haberlo oido referir al mismo comisionado,
el c o m a n d a n t e de prisioneros don D o m i n g o A r t e a -
ga, edecán del gobierno.
Suplicamos a nuestros lectores g u a r d e n su a d m i -
ración, tanto sobre este hecho como sobre otros d e
que h e m o s hablado, para cuando, mas adelante,
p o n g a m o s a su vista la conducta de ciertos gobier-
nos posteriores, bautizados como adelantados i libe-
rales, i juzguen c o m p a r a n d o las épocas i las circuns-
tancias...

V I I I . — H e m o s referido antes lo que se hizo el año


d e 1821 con un estranjcro que se atrevió a escribir
sobre congresos a reformas.
D u r a n t e los tres años del gobierno del jeneral
Freiré, las cosas cambiaron favorablemente, i p u d o
escribirse c o n libertad.
N u e s t r o a m i g o doa B e r n a r d o A l c e d o , mui a p r e -
c i a d o de] seiJ?r c ' 0 . 0 José Miguel Infante, i ahora r e -
— 112 —

sidente en Lima, nos refirió varias veces lo siguien-


te, contado por Infante.
« E s t a b a una vez d e visita en palacio, i un sujeto,
mui amigo d e Freiré, le dijo:—¿Hasta cuándo sufre
V . E . que se le ultraje por la prensa de un m o d o tan
villano?» Contestó el D i r e c t o r : — A g r a d e z c o a Ud.,
señor don N., el interés que manifiesta por mí; p e r o
y o no puedo tomar ninguna m e d i d a p o r q u e si hai
razón para que se m e insulte, seria una ruindad v e n -
garme; si no hai motivo, el público m e h a r á j u s -
ticia.»
A n a d i a Infante: «Si no hubieran estado p r e s e n t e s
tantos adulones, m e habria l e v a n t a d o d e mi asiento
i le habría d a d o un abrazo.»
No son estas las únicas palabras que podríamos
citar del jeneral Freiré, en que se manifiesta su buen
sentido i su liberalismo de buena lei. R e c o r d a m o s
una contestación, que por su oportunidad i laconis-
mo no desmerece colocarse al lado de algunas que
nos h a trasmitido la historia, que no la valen.
E n 1825 se habia .declarado cierta odiosidad con-
tra el ejército en el partido liberal, en que no s e
omitía ninguna clase d e injurias contra ciertos jefes.
E n algunas sesiones del Congreso se t r a t ó de algo
parecido a la supresión del ejército, i alguien p r e -
guntó ¿qué harían esos h o m b r e s con la disminución
o supresión de sus sueldos? D o n Carlos R o d r í g u e z ,
q u e estaba a la cabeza d e aquella cruzada, contestó:
¡Que vayan a sembrar papas!
E s t a s palabras, aunque con distintas interpreta-
ciones, hicieron fortuna,
A fines de ese mismo año tuvo lugar la última e s -
pedicion a Chiloé.
L a antevíspera d e la batalla decisiva m a r c h a b a
t o d a la infantería del ejército en dirección d e los
¡puntos esenciales del e n e m i g o . El camino era fra-
gosísimo, i en algunos puntos nos e n t e r r á b a m o s en
el barro hasta la rodilla.
L l e g a m o s a mediodía a un lugar menos m o n t a ñ o s o
i sombrío, haciendo en él un corto descanso.
A l llegar el jéneral Freiré a este lugar, el coronel
Rondizzoni (jefe d e nuestro batallón, i uno d e los m a s
injuriados p o r los liberales) le dirijió d e s d e alguna
distancia, estas palabras: «¿Que tal camino, señor?—
{BUENO PARA SEMBRAR PAPAS, CORONEL!
E n tiempo del sucesor d e Freiré, el jenerai Pinto,
ñ a principios d e su gobierno, se cometió un a t e n t a -
d o contra la libertad d e imprenta, que no le va en
s a g a a lo que seis años antes se habia hecho con el
seceso d e El Independiente.
O t r o estranjero, M. Chapuis, francés d e nacimien-
to i escritor de El Verdadero Liberal, publicó un ar-
tículo sobre un motin que habia tenido lugar en T a l -
ca, encabezado por un sarjento i un cabo, d a n d o e n
cierto m o d o la razón a los amotinados.
D e resultas d e este artículo, fué preso e incomu-
nicado de orden del gobierno. F u é j u z g a d o el perió-
dico en seguida; pero no se puso en libertad al e s -
critor, a pesar haber sido absuelto, hasta después d e
haberle hecho sufrir cinco o seis dias d e prisión.
E s t e fué el primer a t e n t a d o cometido por aquel
gobierno, que la pasión o la mala fé h a n querido ha-
cer pasar a la historia como el tipo d e los gobiernos
liberales d e nuestro pais. Y a lo iremos conociendo
fer sus obras.

I X . — P o c o después se sublevaron en San F e r n a n -


do el diminuto batallón número 6 i un escuadrón o
— 114 —

Tejimiento que no llegaba a 200 hombres, encabeza-


dos por el coronel don P e d r o Urriola i, como s e g u n -
do jefe, por el c o m a n d a n t e d e aquel batallón, don
José A n t o n i o V i d a u r r e , posteriormente jefe d e la r e -
volución de Quillota.
El presidente Pinto salió al encuentro d e Urriola
con triples fuerzas, ¡a m a y o r p a r t e d e guardias na-
cionales. L a refriega no duró diez minutos i el p r e s i -
d e n t e i su ejército fueron c o m p l e t a m e n t e d e s h e c h o s ,
dejando el camino, d e s d e las T r e s A c e q u i a s h a s t a
S a n t i a g o , s e m b r a d o de fusiles, corazas i morriones
d e acero, de los coraceros que formaban la escolta
del presidente. D e éste se dijo, no lo vimos nosotros,
que habia llegado a palacio sin sombrero, a las cua-
tro de la t a r d e .
E s a misma noche, la división d e Urriola (400
h o m b r e s ) t o m ó cuarteles en la Maestranza, i lo q u e
pinta la época, una hora mas t a r d e los oficiales d e
a m b o s ejércitos se encontraban cenando en el Café
de la Nación, (lo presenciamos) contándose sus per-
cances recíprocos, con gran algazara i alegría. L a
frecuencia quizá d e los motines i revoluciones, i la
idea d e que el que un dia era vencedor podria ser
vencido al siguiente, habia "introducido esa toleran-
cia mutua, increible ahora.
N a d i e dijo una palabra acerba. Solo al d e s p e d i r s e
A s a g r a , jefe d e uno d e los batallones vencidos, dijo
en alta voz: hasta mañana, caballeros!
Por entonces, a lo m e n o s , habian pasado los tiem-
p o s en que algunos parásitos d e gobiernos anterio-
res habian tratado d e hacer del odio una virtud mili-
tar, si n ó republicana. Cuando fué c a p t u r a d a la fra-
g a t a María Isabel, se inventó la odiosa calumnia d e
que, por unos papeles encontrados en ese buque, se
— 115 —

habia descubierto que don José Miguel Carrera habia


estado pocos años antes en correspondencia con los
ajentes del rei d e E s p a ñ a . Ninguno de los tres auto-
res d e esta t r a m a era chileno.
E n la n o c h e del dia en que ella circuló, dictó el
comandante d e a r m a s el sanio siguiente p a r a el jefe
d e dia i para los cuerpos de guardia: ¡Los carrerinos
son peores que los godos!

X . — U n o o dos dias después de la d e r r o t a del


p r e s i d e n t e Pinto, se publicaba un b a n d o en la Plaza
d e A r m a s en que los vencedores daban a reconocer,
no recordamos bajo qué título, jefe d e la nación a
don José Miguel Infante.
E s t e bando, que el presidente legal oia desde los
altos de Las Cajas, era arrancado d e las esquinas
por los amigos del gobierno, apenas era fijado.
L a revolución c a y ó d e por sí por falta d e a p o y o ,
i todo q u e d ó como antes.

X I . — A l dia siguiente, a medio dia, el m a y o r Q u e -


zada p a s a b a en dirección a la cárcel por la botica
del señor Bustillos, ( d o n d e estábamos) conduciendo
a don Aniceto Padilla d e casa del señor Infante, don-
d e estaba d e visita.
E s t e sujeto, desconocido d e nuestros c o n t e m p o r á -
neos, ha tenido, sin e m b a r g o , una p a r t e i m p o r t a n t e
en algunos acontecimientos considerables d e nuestro
pais, por lo menos en aquellos era que influyó el señor
Infante.
E r a natural d e C o c h a b a m b a i mui relacionado coa
los jefes d e la revolución arjentina. H a b i a venido a
Chile mui en principios de nuestra revolución, i vol-
vió en el tercer decenio del siglo. S e alababa del
— 116 —

p r e d o m i n i o que ejercía sobre Infante; i era la v e r d a d ,


h a s t a el estremo d e que, cuando el señor Infante
h a b l a b a en la Cámara, Padilla d e s d e la b a r r a jesti-
culaba i accionaba, llegando el caso, q u é p r e s e n c i a -
mos, d e que, cuando don José Miguel no encontraba
en sus discursos la palabra precisa, Padilla la decía
en voz baja, haciendo reir a los que estaban cerca.
S e encontraba en Buenos Aires al tiempo d e la
primera invasión inglesa, en 1806. E n la dispersión
q u e sufrió el ejército ingles, Padilla ocultó a un j e -
neral o jefe d e alta graduación de ese ejército. E s t o
le valió una pensión vitalicia d e p a r t e del gobierno
ingles o d e la familia de. aquel jefe.
E s t a circunstancia le hizo e m p r e n d e r un viaje a
Inglaterra dos años mas t a r d e . E n t o n c e s se dijo q u e
llevaba el e n c a r g o d e ofrecer a Doumouriez, e m i -
g r a d o en Inglaterra, un m a n d o en el ejército arjen-
tino.
E l delito que ocasionó la prisión d e Padilla con-
sistía en que, siendo consejero del señor Infante,
debia haber tenido su p a r t e en esa revolución en
que s e consideró cómplice a ese caballero.
Sin seguirle causa ni t o m a r l e declaración alguna,
s e le hizo salir d e Chile, sin que entonces ni d e s p u é s
se h a y a sabido con seguridad para d ó n d e , e x a c t a -
m e n t e como se hizo con el s u e c o d e m a r r a s . . . C o n
una diferencia, sin e m b a r g o , en contra del gobierno
liberal; i es que, en tiempo del jeneral O ' H i g g i n s , e n
que tuvo efecto esa arbitrariedad, año 2 1 , el ejército
realista ocupaba una buena p a r t e del territorio c h i -
leno, i que en ese m i s m o tiempo don José Miguel
Carrera se dirijia a Chile con éxito favorable h a s t a
entonces, pues su último descalabro no tuvo lugar
— 117 —

h a s t a tres m e s e s después d e la publicaciqrt d e El


Independiente.
T a n notorio era el influjo poderoso d e Padilla
sobre don José Miguel Infante, que El Hambriento,
periódico d e esa época, publicaba en una letanía,
entre otras estrofas, ésta:

D e un CUÍCO el m a s d e t e s t a d o ,
Q u e su ruin asociación
H a minado la opinión
D e un chileno majistrado,
Q u e en el pais no ha figurado
I todos saben por qué.
. Libera nos, Domine!

No era el señor Infante, por otra p a r t e , el único


d e nuestros h o m b r e s públicos que se inspiraba e a
consejos de estranjeros. Podríamos citar otros, p e r o
solo lo h a r e m o s con el Doctor Rozas, quien, era cosa
sabida, tenia por consejero a un y a n k e e , a quien no
conocimos ni d e vista, que se llamaba Mr. Procopio,
comerciante mui d a d o a la política.
E s t o esplica las ideas mui avanzadas en estas m a -
terias que d e palabra i por escrito manifestaba el
señor R o z a s i que sorprendían a sus c o n t e m p o -
ráneos.
U n a sola vez vimos al señor Rozas, p r o b a b l e m e n -
t e en vísperas de salir p a r a su destierro a Mendoza,
d e d o n d e no volvió. Salia de S a n t o D o m i n g o una
m a ñ a n a i se dirijia a casa d e don Manuel Salas. L l e -
v a b a g r a n d e s zuecos d e palo, media blanca d e a l g o -
don, calzón corto, capa p a r d a i sombrero d e tres
picos, a t r a v e s a d o a lo Napoleón. N o s pareció d e un
feo algo subido.
— 118 —

X I I . — L a s guerras de piedra de un barrio a otro,


d e una calle con la vecina, eran la cosa mas corrien-
t e del m u n d o . Pero el v e r d a d e r o c a m p o d e batalla,
o m a s bien, la Italia d e los siglos X V i X V I era la
caja del Mapocho, a d o n d e acudian combatientes d e
todos los barrios, prefiriendo el espacio comprendido
d e s d e d o n d e ahora está el p u e n t e d e la Purísima
h a s t a dos o tres cuadras mas abajo del d e Calicanto,
es decir, una estension d e una milla d e oriente a
poniente.
E n tan largo trecho j a m a s faltaban guerreros de
uno i otro lado del rio, entre chintberos i santiagui-
nos. L o s dias festivos, esto no podia faltar, i g r a n
p a r t e de la población del sur del rio, por afición o
necesidad, acudía a esas batallas, estando allí h a s t a
algo entrado el tercer decenio de este siglo el único
paseo público de Santiago, el Tajamar.
A esta circunstancia se a g r e g a b a la c o m o d i d a d
que proporcionaba el malecón, desde cuya altura se
veia la batalla sin el menor peligro, mientras los
chimberos no vencían a los santiaguinos; cosa rara,
p o r q u e las fuerzas de éstos últimos eran siempre
superiores como lo era su población.
L a s g r a n d e s batallas eran siempre los dias fesíi-
tivos en la tarde, i éste era otro aliciente m a s p a r a
los p a s e a n t e s .
L a línea divisoria d e a m b o s ejércitos era el rio,
del cual se prefería la p a r t e m a s a n g o s t a , t a n t o p a r a
alcanzar a herir al enemigo con m e n o s esfuerzo,
como p a r a pasarlo, en caso necesario, en su persecu-
ción. E s t a última circunstancia era solo favorable a
los santiaguinos, que llegando casi siempre h a s t a los
ranchos situados en el rio, i encontrándolos a b a n d o -
nados, saqueaban c o m o v e n c e d o r e s esos r a n c h o s ,
— 119 —

e s c a p a n d o solo aquellos cuyos dueños eran mujeres


indefensas.
E s t o s saqueos no eran p r e c i s a m e n t e por robar,
p u e s y a se sabe lo que en un rancho p u e d e tentar la
codicia, sino por imitar la guerra en t o d o s sus por-
m e n o r e s , i m a s que todo, por el instinto d e hacer
d a ñ o , inherente a los niños.
L o s santiaguinos no corrían este peligro, p o r q u e
í a clase d e edificios, al sur del rio, no se prestaba al
s a q u e o , i principalmente porque el gran número d e
curiosos lo habría impedido.
X I I I . — L a s calles del centro también eran t e a t r o
d e estos combates. Habia una sobre todo en que a
veces se improvisaban estas batallas a cualquier h o r a
del dia, i aun de noche. E s t a calle era la d e S a n
A n t o n i o , en la cuadra que está entre la d e las M o n -
jitas i la d e Santo D o m i n g o . E r a preferida por una
circunstancia mui favorable: en t o d a ella no habia
urt solo habitante. El lado oriente no tenia m a s que
ana o dos v e n t a n a s de la casa d e don Antonio Sol,
en la calle d e las Monjitas, que ahora p e r t e n e c e a
dojí Nicolás Larrain i Aguirre, i en el resto d e la
cuadra sucedía otro tanto con la casa d e las señoras
G u z m a n . El lado del poniente lo ocupaba en t o d a
su estension la pared del convento de las Monjitas.
En este barrio vivimos d e s d e 1806 h a s t a 1824, es
decir, casi d e s d e que nacimos. Por consiguiente,
hicimos t o d a s esas c a m p a ñ a s hasta 1 8 1 8 , en que
casi concluyeron por completo e n t r e las dos calles
mencionadas.
D e esos rudos c o m b a t e s c o n s e r v a m o s la cicatriz
d e una herida que recibimos en la que entonces era
n u e s t r a frente; pues, como aquel antiguo persa, q u e
— 120 —

n o tenia m a s vestido como el d e la S u s a n a d e la E s -


posición, decia que todo su cuerpo era cara, n o s o -
t r o s tenemos ahora una cabeza que casi es t o d a
frente.
Aquellos combates infundían tal t e m o r a los t r a n -
seúntes d e a m b a s calles, d e Santo D o m i n g o i Monji-
t a s , que, para pasar a la cuadra siguiente, tenían que
esperar el m o m e n t o en que hubiera menos piedras;
en el aire, i, aun en ese caso, lo hacían a todo correr,
sin que esta precaución los librara siempre d e una
pedrada.

X I V . — T e n i a esto lugar a una cuadra d e la Plaza


Principal, donde habia tres cuerpos d e guardia; era
3a cárcel el mas inmediato; los otros dos en Las
Cajas (ahora el Correo), i el último en el palacio p r e -
sidencial esquina del poniente. La guerra de piedras,
según nuestra cuenta, e m p e z ó , o por lo m e n o s t o m ó
ese g r a d o d e encarnizamiento, el año d e 1 8 1 3 , aü
m i s m o tiempo que principiaba la de la i n d e p e n d e n -
cia, i desapareció, en g r a n p a r t e , d e las calles del
centro d e la ciudad el año d e 1 8 1 7 . E n el rio, con-
tinuó aun h a s t a muchos años después.
E s t e hecho solo bastaría a probar la ausencia com-
p l e t a d e policía de seguridad. Si ninguna m e d i d a se
t o m a b a para reprimir a niños que en su m a y o r p a r t e
a p e n a s tenían 12 años d e edad, ¿qué podría h a c e r s e
cuando estos desórdenes eran ocasionados por h o m -
bres, i sobre todo p o r los mismos soldados d e linea?

X V . — E n los últimos meses d e 1 8 1 6 , tenían luga*


t r e m e n d a s refriegas entre los batallones T a l a v e r a i
Valdivia. E s t e último se componía en su tota lidad
d e chilenos del sur d e la república; el otro, co a e s -
— 121 —

cepcion d e dos soldados chilenos, era t o d o d e espa-


ñoles. E s t o s , que eran los pretorianos d e Ossorio í
Marcó, j a m a s salían a la calle sin llevar colgada al
costado la b a y o n e t a d e su fusil; en tanto que a t o d o
el resto del ejército le era prohibido c a r g a r a r m a al-
guna fuera d e formación, esceptuando la oficialidad
que usaba espada. D e esta desigualdad, provino que,
cuando estos dos batallones se hicieron enemigos,
los valdivianos acudieron a la piedra, que, como chi-
lenos, manejaban con ventaja.
Habia en la Chimba a inmediaciones del cerro d e
S a n Cristóbal, una especie de chingana d e ño Plaza,
d e gran capacidad, a d o n d e los dias d e fiesta acudia
el pueblo, atraído por las buenas aceitunas i su in-
dispensable compañera la chicha.
Allí se encontraban en esos dias los soldados d e
a m b o s batallones, que, al retirarse, a r m a b a n la r e -
friega. E l pueblo, como era natural, se unía al b a t a -
llón Valdivia, compuesto, como h e m o s dicho, d e
chilenos. El éxito no era dudoso; la piedra triunfaba
d e la b a y o n e t a , i los talaveras eran perseguidos d e s -
d e aquel barrio a p a r t a d o hasta inmediaciones d e su
cuartel, situado en la calle d e la Catedral en el p a t i a
del antiguo Instituto.
E s t e escándalo en el ejército realista lo vimos r e -
novarse dos o tres años después en dos batallones,
el 7. i el 8.° del ejército arjentino. A m b o s habian
0

sido formados en su m a y o r p a r t e en Buenos A i r e s ,


i el resto en San Juan i Mendoza. E n su totalidad se
componían d e negros africanos o criollos d e esas
provincias.

X V I . — S i e m p r e i en t o d a s p a r t e s , a las t r o p a s que
se mantienen largo t i e m p o en guarnición, sobre
— 122 —

todo en las capitales, d o n d e naturalmente son m a s


atendidas, se las mira con odio i desprecio por las
q u e , al mismo tiempo, sufren las fatigas i riesgos d e
la guerra. S e ha observado a m a s , que esas t r o p a s ,
en tal condición, al cabo de algún tiempo, principian
por p e r d e r el valor i concluyen por ser infieles a sus
p r o t e c t o r e s . L a historia abunda en pruebas d e lo
que decimos.
D u r a n t e los dos años seis meses que p e r m a n e c i ó
en Chile e! ejército arjentino, el batallón núm. 8,
solo s e alejó de Santiago el corto tiempo que pasó
en el c a m p a m e n t o d e las Tablas, antes de dirijirse
al sur, según nuestros recuerdos, no pasó d e tres
m e s e s , cumplidos cuando fué a la batalla de Maipo.
E n seguida volvió a la capital, d o n d e p e r m a n e c i ó
hasta el año de 1820, en que se reunió con el ejér-
cito espedicionario que m a r c h ó al Perú el 20 d e
Agosto.
El batallón núm. 7, que, después de Chacabuco,
habia hecho una larga i penosa c a m p a ñ a en el sur;
que habia visto diezmadas sus filas en el asalto d e
Talcahuano, i que, a m a y o r abundamiento, habia
sido rechazado con el núm. 8 por el solo batallón
Burgos, hasta volver caras en Maipo, (de cuyo des-
calabro culpaba al núm. 8) dio principio a sus p r o -
vocaciones, llamando a sus compañeros, con su
pronunciación africana: ¡poyelulo! (pollerudos), com-
parándolos con las mujeres.
E n estas refriegas, volvió a tomar p a r t e el pueblo,
dejándose dirijir por ambos combatientes, en sentido
contrario. Tales proporciones llegaron a t o m a r estos
combates, que tenían lugar s i e m p r e en el Basural,
ahora Plaza d e A b a s t o s , que fué preciso, los dias d e
fiesta sobre todo, mantener sobre las a r m a s al b a t a -
— 123 —

Uon núm. 2 d e guardias nacionales, cuyo cuartel es-


taba allí mismo, p a r a dispersar a ios combatientes.
Aquellos dos batallones, de los que se formó m a s
t a r d e en el Perú el rejimiento del Rio d e la Plata,
enemigos en Chile, se unieron, cuatro o cinco años
mas t a r d e p a r a cometer la insigne traición d e entre-
gar las fortalezas del Callao, que les estaban confia-
d a s , a los jefes realistas i ponerse bajo sus ó r d e n e s .
Nos complacemos en declarar que en este acto vil no
tuvo p a r t e ningún oficial, habiendo sido todos ellos
encerrados con tiempo por los amotinados, dirijidos
por el sarjento Moyano, tambor m a y o r del batallón
núm. 8, cuya fisonomía, que aun r e c o r d a m o s , «staba
m a r c a d a con el sello d e J u d a s , por medio de un h o -
rroroso chirlo que le atravesaba todo un lado d e la
cara.
U n a sola voz protestó d e este crimen, i esta fué ¡a
del africano Falucho, soldado de cazadores del mis-
mo cuerpo, a quien siempre h a b í a m o s visto j u g a n d o
a las chapitas con los niños de S a n t i a g o . Con su es-
tatura d e poco m a s de cuatro pies, su g o r r a sujeta
m a s bien d e la oreja izquierda que d e la cabeza, se
atrevió a desafiar a sus c a m a r a d a s d e Chacabuco i
Maipo, llamándolos repetidas veces traidores, i con-
cluyendo por hacer astillas su fusil contra una piedra.
L o s traidores lo fusilaron!
El jeneral Mitre hace argentino a Falucho, fundado
en llamarse A n t o n i o Ruiz, que, sin duda era el a p e -
llido d e sus amos. Falucho era negro muía.
El ejemplo d e estas traiciones imitadas por los ne-
gros, habia sido iniciado antes por los blancos, jefes
algunos d e ellos. E n t r e éstos, h u b o algunos que h a -
bían cambiado d e bandera cuatro v e c e s . Así se ini-
ciaba la independencia del Perú.
— 124 —

X V I I . — N a d a diremos d e cómo era t r a t a d a la p r o -


p i e d a d en esos tiempos. P a r e c e que se profesaba el
principio, no mui nuevo, d e que el e n e m i g o debia
costear los gastos d e guerra que se le hacia, i ya p u e -
d e calcularse a qué punto se p u e d e llegar con tal sis-
tema.
S e habia inventado un nuevo delito, enterrar su
dinero o sus alhajas; como era natural, este delito se
hizo endémico, i el gobierno era asediado por ¡ n u -
m e r a b l e s denuncios d e este j e n e r o .
E s t o s entierros eran j e n e r a l m e n t e efectuados e a
casa ajena, a veces en despoblado, i no era raro q a e
el dueño del entierro fuera a parar a la cárcel, d e s -
pués d e p e r d e r l o . . .
E n 1 8 1 8 , antes d e la batalla d e Maipo, t o m ó esta
precaución, g r a n d e s proporciones e n t r e los e s p a ñ o -
les pudientes. T e n í a m o s a la sazón poco mas d e quin-
ce años i y a c a r g á b a m o s nuestro fusil en el batallón
n ú m . 2 de guardias nacionales. U n dia que e s t á b a -
m o s d e guardia en Las Cajas, vimos a un oficial, y a
entrado en años, en g r a n d e s trajines con inos talegos
d e dinero. T e n í a m o s amistad con él, i le p r e g u n t a -
m o s qué era aquello. Nos contestó con rabia: «plata
del godo Alzérreca que hemos desenterrado en un
rancho del rio.»
A l g u n o s años m a s t a r d e , recordándole aquel su-
ceso, nos decia aun d e mal hurnor: « E s e viejo V a l -
d e r r a m a , con sus escrúpulos d e beata, con quien m e
comisionó el gobierno p a r a hacer desenterrar la pla-
ta, tuvo la culpa d e que no nos q u e d a r a n mil pesos
a c a d a uno, como se lo propuse, d e los ocho mil del
entierro, que estaba en pesos fuertes. Y o a p e n a s
agarré cien pesos, e c h á n d o m e veinticinco en cada
bolsillo del chaleco i los calzones.»
— 125 —

E n t o n c e s también se descubrió en cierta oficina


tira m e d i o d e hacer p a g a r una contribución a los q u e
temían que recibir dinero del gobierno.
E s t e m e d i o consistía en haber r o d e a d o d e una al-
forza cosida en el interior, por la orilla d e abajo, esa
especie d e bolsa (antes de jénero, hoi d e metal) en
que cae el dinero para pasar a la que lo recibe. D e
este m o d o una p a r t e d e ese dinero, en lugar d e caer
a ía bolsa d e ! acreedor q u e d a b a en la m e n c i o n a d a
alforza, p a s a n d o en seguida al bolsillo d e los autores
del invento.

X V I I I . — E n esos t i e m p o s , n o t a b l e m e n t e entre los


años d e 1 8 1 7 i 1820, en que la guerra debia ser la
atención preferente del gobierno, no era posible
ejercer una vijilancia p e r m a n e n t e i eficaz en materia
d e secuestros, contribuciones forzosas i estraordina-
rias. D e m a n e r a , pues, que la mala fé i la falta d e
honradez, podían contar con la m a s completa i m -
p u n i d a d . U n hecho mui conocido entonces confirma
lo q u e decimos.
D e la casa del español Chopitea, situada en la ca-
lle d e la Catedral, a dos cuadras i media d e Las Ca-
jas, i o c u p a d a hoi por el señor don F e r n a n d o E r r á -
zuriz, salieron un dia dieziocho carretas cargadas d e
efectos secuestrados, con dirección a Las Cajas.
L l e g a r o n a su destino dos; las diez i seis restantes se
estraviaron...
D e s p u é s oimos decir que h a b i e n d o solicitado el
m i s m o C h o p i t e a p a s a p o r t e p a r a el Perú, se le con-
cedió, p e r o en cambio d e la susodicha casa. Ciertos
g r a n d e s p o t e n t a d o s adquirieron notable celebridad
por los secuestros con que corrieron....
E l penitente era un personaje, casi diríamos un
— 126 —

mito, que infundía pavor a los habitantes d e la ca-


pital. L a calle en que se anunciaba un p e n i t e n t e solo
era transitada por las personas d e coraje, pues, en
ciertos casos, para la j e n t e ilustrada, no era otra cosa
el penitente que un ladrón disfrazado.
Su arma visible era la disciplina, d e que se servia
p a r a azotarse las espaldas. Nosotros no vimos j a m a s
nigun penitente d e noche, i eremos que en esto ha-
bia m u c h o d e cuentos d e j e n t e asustadiza. L a única
vez que vimos uno fué d e dia, en unas Tres Horas
mui solemnes que se celebraron en la iglesia d e la
E s t a m p a en 1820, i que fueron p r e d i c a d a s por el se-
ñor Arzobispo don Manuel Vicuña, presbítero e n -
tonces.
E s t e penitente, como todos, llevaba calzoncillos
blancos, mui anchos i hasta los talones, camisa mui
larga, corona d e espinas, pero solo puesta en la ca-
beza sin causarle herida alguna, i una disciplina d e
cordeles, d e que no se sirvió, a lo m e n o s d u r a n t e las
Tres Horas. C a r g a b a t a m b i é n una g r a n cruz d e m a -
dera.
El penitente no llamó la atención. T o d a ella esta-
ba fija en el insigne misionero que, por su voz sim-
pática i robusta i, mas q u e todo, por aquellos ojos
en que estaba pintada la humildad i r e s p e t o a sus
oyentes, se atraía la admiración cariñosa d e todo su
auditorio.
L o s que solo h a y a n conocido al s a n t o obispo, y a
e n t r a d o en años, por el retrato que corre, se forma-
rán una idea r e m o t a d e su fisonomía en su m o c e d a d ,

X I X . — E l duende era otro personaje d e distinta


especie que, según algunos escritores c o n t e m p o r á -
— 127 —

neos, especialmente Górres, no es tan inverosímil


como se cree j e n e r a l m e n t e .
El último d e que n o s o t r o s oimos hablar, se m a n i -
festó entre los años de 181 1 i 1 8 1 2 .
A n t e s de construirse en la antigua A l a m e d a la
Cancha de Gallos i los edificios m a s al poniente, q u e
principian con la casa i jardín que fueron del señor
don D i e g o B e n a v e n t e , habia un gran espacio en
aquella situación, d o n d e hacían ejercicio las t r o p a s .
Allí vimos p o r primera vez al jeneral Blanco, recien
llegado a Chile e incorporado a nuestro ejército, año
d e 1 8 1 4 , con el g r a d o d e sarjento m a y o r de artille-
ría. S e ocupaba esa vez en hacer ejercicio d e fuego
con un mortero, cuyas b o m b a s caían a cierta distan-
cia d e ese mismo lugar: Allí también concurría la
j e n t e con un objeto mui diferente. S e d a b a n misio-
nes. En ese lugar las d i o el célebre p a d r e Silva, d e s -
pués del t e r r e m o t o d e 1 8 2 2 .

X X . — L a calle d e las Monjitas concluye por el


oriente en la que atraviesa el cerro d e S a n t a Lucía
en dirección al rio, que ahora se llama d e T r e s
Montes.
Al principiar la cuadra q u e sigue al oriente i p a -
sando la casa de la esquina, se encuentra en seguida
la número 34.
E n esta casa apareció el último duende, que tanto
alboroto causó en S a n t i a g o en la época que h e m o s
dicho. Vivia en ella el «guarda m a y o r » d e las tien-
das, don Francisco González, español d e s t e r r a d o en
1 8 1 8 a Mendoza, d o n d e m u r i ó .
Hizo tal ruido aquel d u e n d e , que por espacio a lo
m e n o s d e veinte dias, d e s d e que e m p e z a b a a oscu-
recer principiaban a reunirse los curiosos en t a n t a
n ú m e r o , que apenas podía contenerlo el inmenso e s -
pacio que ahora ocupan los edificios antes mencio-
nados.
L a operación esencial d e los duendes era arrojar
p i e d r a s , no tanto a las personas, cuanto a las puer-
tas, ventanas i muebles d e las casas que se p r o p o -
nían atacar, buscando s i e m p r e el m o d o d e hacer
rutdff.
L a casa mencionada, d e resultas d e esto, se cerra-
ba d e s d e antes d e anochecer; lo que daba al asunto
cieto grado d e certidumbre. L a s p e d r a d a s en el in-
terior d e la casa eran incesantes. El d u e n d e se pro-
veía d e piedras sacándolas principalmente del tercer
patio d e la misma casa. A las inmediaciones habia
un b o d e g o n e r o , ño Chena, que d e cuando en cuando
se acerca a la puerta d e calle con un cigarro e n c e n -
d i d o , diciendo a los que allí estaban: «voi a poner
el cigarro en el agujero d e la llave: si hai d u e n d e ,
d e b e soplar,» efectivamente, cada vez que hacia e s -
ta p r u e b a se veia chispear el cigarro i nadie d u d a b a
d e ¡o concluyente del silojismo d e ño Chena.
L o s dueños d e casa, a quienes este hecho llegaba
desfigurado, no le daban ningún crédito i creían q u e
era travesura del b o d e g o n e r o . E s t a b a n en vísperas
d e desalojar la casa, a pesar de no encontrar quien
quisiera arrendarla, cuando sucedió que una a m a d e
leche dirijiéndose una noche al s e g u n d o patio, v i o
que otra criada, d e quien y a sospechaba, que iba d e -
lante d e ella i que se creia sola, tiró una p e d r a d a ai
farol q u e alumbraba el pasadizo.
E s t o lo descubrió todo, i el d u e n d e n o era nadie
m a s que una criada, a y u d a d a d e otra, como subal-
terna.
E l d u e n d e , a quien vimos y a viejo una sola vez
— 129 —

hace m u c h o s años, murió poco h á en casa del señor


don Santiago Portales, convertido en una e x c e l e n t e
criada, apreciada por este caballero como lo merecía
por sus buenos servicios.
Si el señor Portales no lee este libro, es seguro q u e
seguirá ignorando que la criada a quien t a n t o p r o t e -
jió, es el d u e n d e que h a c e sesenta años hizo t a n t o
ruido.

X X I . — A n t e s d e 1830, la policía d e seguridad d e


S a n t i a g o estaba reducida al escaso número d e s e r e -
nos que, como su n o m b r e ¡o indica, solo p r e s t a b a n
sus servicios d e s d e que oscurecía hasta las primeras
tuces de la m a ñ a n a .
L o s ladrones, a quienes la vijilancia d e los serenos
impedia ejercer su industria r'e noche, se g u a r d a b a n
para esa hora, en que las calle q u e d a b a n poco m e n o s
que solas, no habiendo entonces para qué m a d r u g a r ,
d e s d e que los que se ocupaban en construcciones d e
casas i otras obras análogas eran en mui corto nú-
m e r o , por los pocos trabajos d e esta especie.
L a escasa dotación i recurso del cuerpo d e sere-
nos, en esa época, la c o m p r e n d e r á n nuestros lectores,
cuando s e p a n que su punto d e reunión i cuartel, era
un cuarto redondo situado en el lugar que ahora
ocupa la casa del señor don Manuel Montt, a i n m e -
diaciones del t e m p l o d e la Merced.
E n este cuarto, i mas tarde en un p e q u e ñ o corral
del a n t i g u o T e a t r o d e la Universidad, tenia su d e s -
pacho el c o m a n d a n t e d e serenos; en él se g u a r d a b a n
las a r m a s , sables, la m a y o r p a r t e rotos, i q u e d a b a n
detenidos los delincuentes h a s t a el siguiente dia, en
que eran remitidos al juzgado respectivo. L o s jefes
9
— 130 —

d e este cuerpo eran en ese t i e m p o los señores T o -


ledo, i Grez m a s t a r d e .
X X I I . — E l servicio, pues, no podia estar en peores
condiciones ni en mejores los salteos, robos i asesi-
natos.
E l pórtico d e la cárcel era el lugar preferido p a r a
depositar los cadáveres de los que morían v i o l e n t a -
m e n t e , si alguien no se comedia a recojerlos. L o s
lunes sobre todo, eran los dias en que en aquel sitio
aparecían los muertos en m a y o r número. R e c o r d a -
m o s h a b e r visto varias veces hasta tres juntos.
A l apreciable joven, amigo nuestro, don N . F e r -
nandez P., asesinado, según se dijo, en la plazuela
d e la Merced, se le atravesó en un caballo i, después
d e cruzar t o d a la ciudad, se le b o t ó en la Pampilla.
D e allí, se le trajo al dia siguiente al pórtico d e la
cárcel, sin faltarle una sola p r e n d a de su lujoso traje,
i sin que a su mas que presunto asesino se le moles-
t a r a en lo menor. El crimen habia tenido lugar a n t e s
d e m e d i a noche.
l
U n hecho que h e m o s m e n c i o n a d o en otra ocasión
por la prensa, d a r á una idea cabal del estado d e
nuestra policía de seguridad en ese tiempo.
E n plena cámara, en 1828, el canónigo arjentino
don Julián N a v a r r o , d i p u t a d o por un pueblo del
norte, decia estas p a l a b r a s , que oimos i que h a n
q u e d a d o fijas en nuestra memoria: Este año ha ha-
bido ochocientos asesinatos en Santiago. N a d i e d e s -
p l e g ó sus labios, no diremos p a r a desmentir este
h e c h o increible, pero ni siquiera p a r a atenuarlo; i es
d e advertir que esta aseveración se hacia en p r e s e n -
cia d e g r a n n ú m e r o de jueces d e los tribunales de la
capital, que eran diputados a ese Congreso.
— 131 —

X X I I I . — E s t a m i s m a cámara si no nos equivoca-


mos, fué la que luego se trasladó a Valparaiso a
discutir o mas bien a firmar la Constitución d e 1828,
obra esclusiva d e don José Joaquín d e Mora.
E s t a Constitución, tan querida por h o m b r e s d e
cuya sinceridad i honradez nadie duda, ha servido
d e t e m a a ciertos liberales falsificados p a r a dirijiríe
e n d e c h a s , cuyo objeto a cien leguas se conoce...
Dicen que T á c i t o encomiaba las virtudes d e los
j e r m a n o s p a r a echar en cara su corrupción a los r o -
m a n o s . A l g u n o s d e nuestros Tácitos, al hablar d e
constituciones i gobiernos anteriores, con tanto elo-
jio, descubren intenciones idénticas, a las del proje-
nitor d e Maquiavelo; pero les falta lo que no p u e d e
falsificarse, el talento del gran historiador.

X X I V . — L a policía diurna de Santiago no fué co-


nocida hasta m e d i a d o s de 1830, en q u e la estableció
don D i e g o Portales, siendo Ministro del Interior.
Sus e n e m i g o s dieron a esta nueva institución un
sentido siniestro, diciendo que el cuerpo d e vijila?i~
tes no era otra cosa que un vasto espionaje que debia
tener al gobierno a toda hora al corriente d e ios
pasos i movimientos de la oposición.
Sin e m b a r g o , el servicio de esta policía era recla-
m a d o por los continuos desórdenes que se cometían
en la calle pública. Podía decirse que mas seguridad
habia d e n o c h e , con el ausilio del diminuto número
d e serenos, q u e d e dia, en que no se contaba con
ningún recurso contra pendencieros i ladrones.

X X V . — El jeneral Pinto que, por renuncia ¿el


jeneral Freiré, fué Presidente d e la República, habia
hecho concebir las m a s altas esperanzas; no realizó
— 132 —

nada, absolutamente nada, d e lo q u e d e su talento


se e s p e r a b a . E n cambio, el patíbulo funcionó por
motivos políticos como en ningún otro gobierno, an-
terior o posterior, aun sin t o m a r en cuenta una g r a n
hornada, única en Chile, i no s a b e m o s si en A m é r i -
ca. Nos referimos al fusilamiento d e treinta p e r s o n a s
en unas cuantas h o r a s , en S a n Carlos d e Chiloé,
ahora A n c u d , 1 8 2 7 .
E s t e hecho horrible tenia lugar d e s p u é s d e con-
cluida la guerra d e la independencia, cuyo último
acto, a que concurrimos, tuvo lugar en las alturas d e
Bellavista, a inmediaciones de ese pueblo, el 14 d e
Enero de 1 8 2 6 .
M a n d a b a el ejército el S u p r e m o Director Freiré.
El i el sarjento m a y o r Maruri, p r e s e n t e en esa bata-
lla con un m a n d o i m p o r t a n t e , eran los únicos que
disparaban ios últimos tiros en ese dia, como habian
tirado los primeros en 1 8 1 3 , el uno d e alféres, eS
otro d e soldado. Aquella escena funesta, tenia, pues,
lugar cuando y a el rei d e E s p a ñ a no contaba con un
solo soldado en Chile ni en A m é r i c a .
H a c e m o s esta observación p o r q u e el motivo de
esta carnicería, según se dijo, era una revolución 3
favor d e aquel g o b i e r n o .
Si no hubiera t a n t a s a n g r e de por medio, este
hecho provocaria la risa por la pobreza d e los m e -
dios i por su objeto v e r d a d e r a m e n t e ridículo. A l g u -
nos coscorrones habrían sido el único castigo q u e
mereciera semejante disparate.
El digno jefe do esa provincia, sin e m b a r g o , atri-
b u y ó a este suceso, al que no s a b e m o s qué n o m b r e
dar, una importancia que no podia tener; i la ejecu-
ción d e esos infelices tuvo lugar con p o r m e n o r e s
horribles i fué verificada con g r a n precipitación.
Como es mui difícil dejar definitivamente m u e r t a s
en el mismo instante a treinta p e r s o n a s , algunos t r a -
t a r o n d e huir del lugar del suplicio, después d e la
primera descarga; pero fueron seguidos por la t r o p a
q u e los rodeaba.
U n o de ellos se metió en un horno inmediato, i
allí fué ultimado a punta de b a y o n e t a .
E n ese pueblo se conserva fresca la memoria de
esta escena horrible, como sucedía ayer.

X X V I . — N o s o t r o s , que muchos años m a s t a r d e e s -


tuvimos allí por segunda vez, somos testigos d e esta
v e r d a d . E n t o n c e s lo oimos repetir, e n t r e otros, por
un veterano de la independencia que habia concurri-
d o al acto como militar de la guarnición. N o h a c e
t r e s meses, d á b a m o s al señor don Eusebio Lillo, que
o y ó esa relación", memorias de aquel valiente solda-
d o de Maipo, que se las enviaba d e un pueblo del
sur, d o n d e reside. A esto podríamos a g r e g a r , una
conversación que tuvimos poco antes con un jefe d e
artillería, que está ahora en Santiago, i que nos ha-
blaba d e aquel desgraciado suceso como mus cono-
cido por él en Chiloé. Aun podríamos añadir una
conversación tenida con un ilustrado i apreciable
caballero, que h a c e poco ha visitado aquel pueblo; i
a quien h e m o s oído datos que i g n o r á b a m o s .
L o m a s estraño p a r a nosotros, no es el hecho (que
lo es b a s t a n t e ) sino el silencio d e nuestros historia-
d o r e s , sobre todo d e aquellos que han estado en el
caso imprescindible d e considerarlo. ¿Han creido
estos señores que con lo que a h o r a se llama «la cons-
piración del silencio,» descargarían d e su inmensa
responsabilidad al principal actor d e aquel d r a m a
sangriento?
— 134 —

L a s quejas, justas o nó, d e parientes i amigos, d e


treinta ajusticiados, se a h o g a n a caso con solo ta-
p a r s e los oidos para no escucharlas? E n g a ñ o nos
parece; i mientras mas tiempo pase, se hará m a s di-
fícil su defensa por la dificultad que h a b r á mas t a r d e
de proporcionarse los medios de hacerla.
Creemos, por otra p a r t e , que estas ejecuciones
debieron ser precedidas d e un proceso en regla. L a
publicación de este proceso, que s u p o n e m o s mui
sumario, pondria a la vista la realidad d e t o d o lo
sucedido.
Solo la justicia nos obliga a espresar este deseo; i
nos h a c e m o s un deber de confesar que nace en p a r t e
del aprecio i gratitud que t e n e m o s a la p e r s o n a
comprometida.
Cuando, en esa última espedicion a Chiloé, q u e
hicimos con aquel señor, e m b a r c a d o s en la Golon-
drina, al t o m a r el bote que debia llevarlo a tierra
p a r a e m p r e n d e r , como jefe d e v a n g u a r d i a , los pri-
meros movimientos contra Quintanilla, nos e n c o n t r ó
y a en el mismo bote. Cansado de aconsejarnos que
volviéramos a bordo, nos dijo, con interés m a r c a d o
d e cariño: «¿Isi lo hieren a usted?» Cedió por fin,
i d e s e m b a r c a m o s juntos.
Cuando m a s t a r d e fué Ministro d e la Guerra, d e
1841 a 1 8 4 7 , n o s
e n c a r g ó d e componer los nuevos
toque de guerrilla, de que se sirve d e s d e entonces
nuestro ejército; hicimos este trabajo, que nos r e -
c o m p e s ó con jenerosidad.
Por esto se convencerán nuestros lectores que, ai
escribir las anteriores líneas, no t e n e m o s otro móvil
que el d e que se conozca este triste episodio d e
nuestra historia tal cual es.
Chiloé nos trae a la memoria un episodio d e la b a -
— 135 —

talla de Bellavista, que presenciamos i que no h e m o s


olvidado por su rareza.
A l abandonar el ejército realista una d e sus pri-
m e r a s posiciones, era seguido por nuestra infantería,
haciéndose nutrido fuego por a m b a s p a r t e s .
El primer herido d e los nuestros con que nos en-
contramos fué un soldado mui j o v e n , a quien una bala
d e cañón habia llevado una pierna como a distancia
d e dos a tres metros. Al acercarnos a él notamos sus
continuos movimientos para buscar aunque inútilmen-
t e piedras con qué tirar a un p e r r o que lamia la s a n -
gre de la pierna, repitiendo furiosamente: Ah perro:
Ah perro!
Al vernos pasar nos dijo, en tono de súplica: « S e -
ñor, e s p a n t e ese perro que m e come la pierna.» L e
p r e s t a m o s este servicio, no sin estrañar su pretensión,
que después nos ha parecido mui natural, a pesar d e
su estravagancia.

X X V I I . — C u a n d o en 1863 tuvo lugar el último in-


cendio de la C o m p a ñ í a , se encontraba don D o m i n g o
Faustino S a r m i e n t o , en San Juan, su pueblo natal, en
comisión del gobierno arjentino. D e s d e aquel pueblo
escribió en un periódico que él habia fundado antes,
El Zonda, un artículo, nó para dirijirnos palabras d e
consuelo en nuestra inmensa desgracia, sino p a r a
echarnos en cara que con nuestra propensión a las
prácticas piadosas en vez de moralizar al pueblo, lo
único que conseguíamos era que el pueblo d e Chile
fuera decidido partidario del r o b o . A l e g a b a c o m o
p r u e b a d e este aserto, la costumbre que habia en
S a n t i a g o d e asegurar* con cadenas d e hierro los can-
deleros d e los altares.
No n e g a m o s que habia esta costumbre, que había-
— 136 —

m o s visto, hacia muchos años, en las iglesias d e Bue-


nos A i r e s . P r o b a r e m o s al señor Sarmiento que este
m e d i o d e seguridad, que en gran p a r t e ha d e s a p a r e -
cido entre nosotros, no estaba en uso solo para los
ladrones chilenos, sino también para otros del oficio
q u e no habian nacido en Chile.
E l año d e 1830 llegó a Santiago un paisano, i pro-
bablemente, amigo del señor Sarmiento. Venia a re-
cibirse d e a b o g a d o i fué admitido a la práctica en eí
estudio del d e mas crédito en esa época.
L l e g ó el tiempo de recibirse, i solo le faltaba a p r o n -
t a r el dinero necesario p a r a cubrir los gastos de cos-
tumbre.
U n a pequeña digresión.
E n El Mercurio Peruano, periódico de un g r a n
crédito, que se publicaba en L i m a d e s d e fines del si-
glo p a s a d o , h e m o s leido, hace muchos años que p a r a
g r a d u a r s e d e doctor en esos tiempos era necesario
dar un capelo a cada doctor, una gran comida, una
corrida de toros, etc. suma total: diez mil pesos-
1(

V o l v a m o s a la historia del paisano del señor Sali-


m i e n t o . E n c o n t r á n d o s e , pues, nuestro h o m b r e en la
imposibilidad d e salir d e su apuro, ocurrió a un m e -
dio.fácil en su ejecución, pero peligroso en sus resul-
tados.

X X V I I I . — N u e s t r o s lectores saben que en S e t i e m -


b r e d e todos los años se celebra en la iglesia d e la
Merced una solemne n o v e n a en honor d e la Vírjen,
en la que la iglesia se adorna con g r a n esmero.
El a b o g a d o en ciernes tuvo la feliz ocurrencia d e
asistir una noche a esa novena.
A l siguiente dia, mui d e m a ñ a n a , al pasar frente
al altar m a y o r , el lego que debia abrir las p u e r t a s d e
— 137 —

la iglesia, notó al arrodillarse, que faltaban los cao-


deleros de plata, cuyas luces habia a p a g a d o él mismo
en la noche anterior. Su primera dilijencia fué diri-
jirse a toda prisa a las puertas de la iglesia, para a s e -
gurarse d e si no habian sido abiertas en la noche.
U n a vez convencido de que estaban cerradas, volvió
al convento para hacerse acompañar de otras p e r s o -
nas i rejistrar la iglesia.
A p e n a s habia e m p e z a d o esta s e g u n d a escursion,
divisó un bulto en un confesonario. S e acercó i d e s -
cubrió a nuestro jurisconsulto, pero no solo, sino
a c o m p a ñ a d o d e otro bulto, abrigado por su capa azul
con vueltas lacres, que contenia los candeleros, d e -
s a r m a d o s i perfectamente a c o m o d a d o s en un a t a d o ,
que debia tomar, al abrirse la iglesia, la dirección
del estudio del Cicerón trasandino.
El c o m e n d a d o r , con la m a y o r r e s e r v a i con todas
las precauciones necesarias, p a r a no llamar la a t e n -
ción pública, lo remitió a la policia.
Y a verá, pues, el señor S a r m i e n t o que, como h e -
m o s dicho, las cadenas no se usaban solo para los
ladrones chilenos.
X X I X . — L o s que nos lean desearán que, según
la regla, que creemos d e A r i s t ó t e l e s , les d e m o s cuen-
t a del fin del héroe. Lo h a c e m o s con t a n t o m a s gusta,
cuanto que es imposible que ellos lo a d i v i n e n . — F u é
condenado, (i cumplió su condena) por los tribuna-
les de justicia a ser—preceptor de instrucción pri-
maria en Copiapó!...
X X X . — N o s a b e m o s si el señor Sarmiento, que
diez años m a s t a r d e dirijió en Chile la Escuela Nor-
m a l d e P r e c e p t o r e s , habria admitido en ella como
alumno a su paisano, el d e los candeleros.
— 138 —

Manuel Robles

I.—Cuarenta i cuatro años h a c e que la canción


nacional de Robles dejó d e cantarse, aun viviendo
su autor, que, al recibir el desaire d e que se r e l e g a r a
su música al olvido, no manifestó resentimiento al-
guno p o r este acto de ingratitud.
L a habia escrito sin ninguna pretensión i solo por
repetidas instancias a que no pudo resistir. N o s c o m -
placemos en haber contribuido, no a que se la p r e -
fiera a la d e Carnicer, cosa difícil, sino a que q u e d e
el recuerdo d e esas notas que vibraron en los oidos
de aquella jeneracion en los újtimos años d e la g u e -
rra de la independencia.
L a conservábamos únicamente en nuestra m e m o -
ria, i cuando hace cuatro años tuvimos la idea d e
trasladarla al papel, a p e s a r de la seguridad d e q u e
nada habíamos olvidado, nosdirijimos a nuestro ami-
go don B e r n a r d o Alcedo, residente en L i m a , que
habiéndola enseñado en el Perú al batallón número
4 de Chile, estábamos seguros no la habria olvidado,
por haberla oido repetir en las c a m p a ñ a s de aquel
pais, a que concurrió nuestro ejército, d e que él for-
maba parte.
Contábamos a d e m a s con la buena voluntad de A l -
cedo, a quien muchas v e c e s h a b í a m o s oído lamentar
el olvido d e nuestro v e r d a d e r o himno nacional. Efec-
t i v a m e n t e , nos lo remitió i tuvimos el gusto de ver
que el s u y o i el nuestro eran iguales.
L o h e m o s dicho antes: como música, la d e Carni-
cer es mui superior; p e r o tal cual es, j a m a s , p o d r á
cantarla el pueblo. L o contrario s u c e d e con la d e
R o b l e s . A las pocas veces d e oirse y a se sabe d e
— 139 —

memoria; pero lo esenciales, no que sea bonita, sino


los recuerdos que trae a nuestra m e m o r i a .
No nos sería difícil probar que m a s d e uno d e esos
cantos populares, por lo que algunos pueblos tienen
una especie d e culto, soiv inferiores a la música d e
Robles.
E l señor don Miguel Luis A m u n á t e g u i ha h e c h o
una especie d e biografía d e Carnicer. Nosotros h a -
remos algo por dar algunos datos sobre nuestro com-
patriota i amigo Robles.

II.—Manuel Robles, según nuestros cálculos, debió


nacer el año de 1790. Su padre era músico i m a e s t r o
d e baile.
H a s t a algo entrado este siglo habia un paseo anual
a San Francisco del Monte, p e q u e ñ o pueblo situado
en el camino d e Melipilla, a doce leguas d e Santiago.
A este pueblo acudía gran p a r t e d e la j e n t e a c o m o -
d a d a de la capital a principios d e Octubre, en q u e s e
celebraba la fiesta de San Francisco, en un c o n v e n -
tillo de la o r d e n que allí había.
El año d e 1 8 1 9 fuimos invitados a ese paseo por
una respetable familia.—No lo estrañen nuestros lec-
tores: entonces e m p e z á b a m o s a a p r e n d e r el clarine-
te, i era seguro se nos convidaba por este ali-
ciente
L a s corridas de toros, y a en decadencia, aun se
conservan en las fiestas d e c a m p o . E n la plaza d o n -
d e estaba el convento franciscano, se habia formado
una especie d e circo con sus respectivos palcos i d e -
m a s accesorios. U n a t a r d e d e función habían salido
dos o tres toros que divirtieron a los e s p e c t a d o r e s
m e d i a n t e algunos toreros, m e n o s que mediocres; pues
ño Montano, el Milon d e la época, no habia acudido,
— 140 —

0 por haber e n g r o s a d o e x c e s i v a m e n t e o, lo que es


m a s seguro, por no considerar aquel p o b r e corral
digno de su mérito.
Salió un cuarto toro, d e un aspecto tal que impu-
so terror al público, incluso los toreros, que al verlo
s e replegaron casi corriendo a distancia respetuosa
del toril. C o m o d e costumbre se le habia hecho ra-
biar antes d e soltarlo. H u b o un rato d e silencio, que
fué en. seguida interrumpido con gritos i palabras;
m a y o r e s dirijidas a los toreros p o r su cobardía. En-
t r e esas voces salió una d e un palco vecino al nues-
t r o : «¡que lo toree Manuel Robles, Manuel Roblesl*
C o m o d e costumbre, el pueblo repitió este n o m b r e ,
a gritos i sin saber, como d e costumbre también,
quién era R o b l e s .
Redoblaron los gritos a c o m p a ñ a d o s d e palmoteos
1 esto nos hizo fijarnos en un individuo que se des-
colgaba d e un palco. S e dirijió a uno d e ¡os toreros
p a r a pedirle su poncho, i en seguida vino al palco d e
d o n d e habia salido el primer grito. Hizo una corte-
sía, i después fué a encontrar al temible toro; ¡e saco
cuatro, ocho, doce i quién sabe cuantos lances, h a s t a
q u e el toro, cansado o aburrido, le dio vuelta, no la
espalda, sino otra cosa, i se dirijió a los otros tore-
ros que, a v e r g o n z a d o , se disponían a imitar a Robles,
con g r a n d e s pifias del público, que no cesaba d e
aplaudir furiosamente al fottre.
E s t e volvió al antedicho palco, repleto d e j e n t e , I
al hacer la cortesía d e rigor, c a y ó sobre él una lluvia
d e flores i m u c h o dinero. G u a r d ó las flores i e n t r e g ó
el dinero al que le habia p r e s t a d o el p o n c h o , t o d o
esto en medio d e un ruido atronador.
Robles manifestaba como treinta años d e e d a d . D e
altura m a s que común, d e formas perfectas i d e cara
— 141 —

hermosa i simpática. T o d o esto a c o m p a ñ a d o d e un


traje que llamaba la atención; p u e s era todo d e s e d a ,
¡inclusos los calzones d e punto, mui d e m o d a e n t o n -
ces e n t r e l a j e n t e d e tono.
E s t a fué la primera vez que vimos a Robles, pues
antes solo le conocíamos por fama d e su violin, eí
mejor d e ese t i e m p o .
T o c a b a mui bien la guitarra i con su mala voz c a n -
t a b a con una gracia inimitable. Bailaba como nadie,
i esto hacia que fuera mui solicitado como m a e s t r o
d e baile. En el juego d e pelota no tenia rival, i e n
cuanto a comisiones, para el manejo d e estrellas i
volantines, era reconocido como el único sucesor d e
Pascual intento, a quien solo conocimos por su fama.
E r a lo que se llamaba un h o m b r e remoledor, i no ha-
bía diversión para que no fuera buscado. L a s horas
a v a n z a d a s de la noche en que d e ordinario se r e c o -
jia, le proporcionaron algunas discusiones, no siem-
p r e de palabras, con San Bruno i su policía, en q u e
d e ordinario salia triunfante, sin sacar j a m a s un r a s -
guño. Por lo d e m á s , manso como un cordero.

I I I . — E n Marzo d e 1824, se le ocurrió a un a m i g o


nuestro, don Mariano Palacios, invitarnos p a r a hacer
un viaje a Buenos A i r e s .
E s t o tenia lugar a las tres d e la t a r d e i la m a r c h a
debía e m p r e n d e r s e a las diez d e la noche. A c e p t a -
mos sin vacilar, apesar d e algunos pequeños incon-
venientes. E s e dia habíamos a m a n e c i d o con o c h o
pesos en el bolsillo; pero cuando n o s hablaba el ami-
g o Palacios nos los acababan d e g a n a r al billar. E s t o
no nos dio g r a n cuidado, p o r q u e nos habia a d v e r t i -
do que contaba p a r a el viaje con veinticuatro onzas...
E l gran apuro consistía en que no teníamos ni c a -
— 142

bailo ni montura. Nuestros elementos como artistas


(no se usaba esta palabra) consistía en un p o b r e cla-
rinete que d e s a r m a m o s i echamos al bosillo para
buscar a quien cambiarlo por un caballo. No recor-
d a m o s por qué motivo nos dirijimos a don R a m ó n
Nieto, cuñado del doctor Lafinur, oficial del ejército
i amigo de la niñez. A p e n a s le propusimos el cam-
bio, lo aceptó i y a nos encontramos con la mitad d e
lo que necesitábamos.
F a l t a b a la montura, de la que sin trabajo creerán
nuestros lectores, no teníamos una sola prenda.
A esa hora, las ocho d e la noche, nos echamos en
persecución d e nuestros amigos, que en este particu-
lar no estaban mas provistos que n o s o t r o s . — U n o
nos dio un p a r d e espuelas, otro un sudadero, un
tercero un freno. A l m o n t a r para dijirirnos a la casa
en que debíamos reunimos p a r a salir, caímos en
cuenta d e que nos e n c o n t r á b a m o s con dos p a r e s d e
espuelas, pero sin estribos. Como la hora urjia nos
pusimos en m a r c h a con una espuela en c a d a pié i
con el otro par en la m a n o .
A l llegar al punto de reunión (la Chimba) sufrimos
una sorpresa, i era que Robles habia recibido igual
invitación; i que, como nosotros, la habia a c e p t a d o ,
con el bosillo tan repleto como el nuestro; pero que
igualmente contaba con las veinticuatro d e nuestro
a m i g o . L a falta d e estribos se suplió, i las doce d e
la noche nos dieron frente a la Recoleta Dominica, i
en m a r c h a .

I V . — C o n un viaje tan precipitado; a nadie se le


ocurrió una cosa indispensable e n t o n c e s , — s a c a r p a -
s a p o r t e . E s e olvido debia contrariarnos en el viaje.
A n t e s d e llegar a Uspallata se nos a g r e g ó un huaso
— 143 —

que iba d e A c o n c a g u a a comprar muías a Mendoza.


Cuando llegamos al alojamiento, e m p e z ó el huaso.
p o r hablar de divertirnos, i para hacer mas eficaces
sus palabras sacó un naipe. No haciendo caso Pala-
cios d e la invitación, se dirijió con empeño a n o s o -
tros que por lo que y a saben nuestros lectores no
p o d í a m o s complacerlo; pero, t a n t o porfió, que al fin
Robles se hizo prestar de Palacios algún dinero i se
a r m ó la primera.
No pasó mucho tiempo sin que una p a r t e d e . la
plata d e las muías pasara al bolsillo de R o b l e s . El
g u a r d a en cuya casa sucedía esto, nos avisó estar y a
la comida i Robles se n e g ó a continuar después, por
no abusar de la tolerancia de este e m p l e a d o .
A n t e s de llegar a la guardia anterior, los Ojos d e
A g u a , jurisdicción de Chile, habíamos caido en
cuenta d e la falta d e p a s a p o r t e . E s t u v i m o s al t o m a r
un camino estraviado; pero Robles, que se habia
convertido en jefe d e la partida, nos a s e g u r ó que un
señor Almarza, jefe de ese punto era su amigo i que
pasaríamos como sucedió, sin ningún inconveniente.
E s t a s discusiones pusieron a nuestro huaso en autos.
A l continuar al otro dia nuestro viaje se s e p a r ó
d e nosotros, a pesar d e los halagos d e Robles que
sospechó sus intenciones. Efectivamente, cuando
dos dias después llegamos a Mendoza, una partida
de policía nos estaba e s p e r a n d o p a r a conducirnos a
casa del gobernador, señor Molina.
E s t e , a p e n a s nos v i o , pidió los pasaportes. Nues-
t r a s disculpas no lo satisfacieron, i nos p r e g u n t ó en
qué nos ocupábamos. Palacios dijo, i era la v e r d a d ,
que era comerciante. Robles i y o , músicos. A p e n a s
oyó esto, llamó al secretario, que era, ¡cuánto han
cambiado los tiempos! un. clérigo. S e hizo leer una
— 144 —

requisitoria que habia recibido d e Chile en que se le


pedia aprehendiera a unos músicos d e un batallón
que habian desertado en esa dirección. L e p r o b a m o s
su equivocación: pero nos insinuó que iríamos a la
cárcel mientras recibía noticias d e Chile.
Al oir esto, Palacios i y o estuvimos al caer d e e s -
paldas; pero allí estaba Robles, que al oir aquella
barbaridad, con el m a y o r aplomo dijo al g o b e r n a -
dor: D a r e m o s fiador:—¿A quién? p r e g u n t ó sorpren-
dido. A don N . T o r r e s , contestó R o b l e s . — ¿ D ó n d e
está el señor T o r r e s ? — E n el patio, i diciendo esto
salió a llamar a T o r r e s , que con cierta sorpresa s e
encontró ser fiador no solo d e Robles a quien c o n o -
cía, sino también d e otros dos individuos de quienes
no tenia ni noticias.
A l llegar nosotros a estramuros d e la ciudad, d o n d e
vivia T o r r e s , se fijó en la partida que nos conducía i
habiendo reconocido a Robles, nos siguió; pero sin
hablar con Robles, p o r q u e íbamos incomunicados.
E s a n o c h e se nos dejó en libertad, pero obligán-
d o s e al fiador improvisado por Robles a p r e s e n t a r n o s
al dia siguiente. T o d o se arregló haciéndonos p a g a r
tres pasaportes p a r a Buenos A i r e s , por un precio
que p a r a E u r o p a habría sido mui caro: una onza
cada uno.

V . — A medio camino d e Mendoza a Buenos A i r e s


nos e n c o n t r a m o s con un desierto d e muchas leguas,
d o n d e no se veia m a s que desolación i ruinas, oca-
sionadas por los indios que hacia pocos dias h a b i a n
p a s a d o p o r allí haciendo los m a s horrorosos e s t r a -
gos. E n todo ese gran espacio no habia un solo h a -
bitante. L l e g a m o s a la última posta d o n d e d e b í a m o s
t o m a r caballos p a r a esta larga travesía. E l maestro
— 145 —

d e posta, especie d e jigante, nos recibió con m a r c a d o


d e s d e n . A l pedirle caballos p a r a continuar nuestro
.viaje, nos hizo esperar gran rato su contestación,
q u e s e redujo a decirnos: «Caballos hai, pero mui
bien p a g a d o s » . L e contestamos que hasta allí había-
nnos p a g a d o el precio establecido, un real por legua
c a d a caballo. — « A mí no m e establece nadie. D e s d e
aquí hasta d o n d e vuelven mis caballos vale doble».
A l oir esto Robles, y a no se contuvo i e n t r e sus
¡palabras dijo una algo dura. A p e n a s o y ó esto el
g a u c h o , e c h ó mano d e una tercerola que colgaba a
su espalda en la pared. Robles que v i o este a d e m a n ,
olvidando que él ni nosotros teníamos arma ninguna
¡i que habia otros tres gauchos, le a r r e b a t ó la t e r c e -
rola i corrió a colocarse en un rincón del r a n c h o
a m e n a z a n d o a todo el grupo con ella.
Palacios, h o m b r e d e gran calma i d e figura i m o -
dales aristocráticos, dijo al maestro d e posta: « U s t e -
d e s son cuatro como nosotros (contaba con el arrie-
ro); si ustedes están armados, nosotros también lo
e s t a m o s (no era cierto); lo mejor es que nos a r r e g l e -
m o s a m i g a b l e m e n t e . . . » U n a vez apaciguados los
ánimos con recíprocas esplicaciones, Robles e n t r e g ó
Ea tercerola a su dueño, quitándole antes la ceba, s e -
g ú n nos lo dijo después. El gaucho le ofreció el"me-
jor d e sus caballos, i efectivamente, en el largo
t r e c h o que hicimos no tuvo como nosotros que r e -
m u d a r . Por lo d e m á s , cuando a Palacios o a noso-
tros nos tocaba, lo que no era raro, un caballo chu-
caro, Robles se e n c a r g a b a d e s a r r e g l a r l o i a p o c o
a n d a r lo ponía c o m o seda. E s t o s pingos dieron m u -
chas veces en tierra con nosotros; a Robles una sola
í.e vimos soltar un estribo.
— 146 —

V I . — L l e g a m o s , por fin, a Buenos A i r e s el Miérco-


les Santo en la t a r d e i, al dirijirnos a la fonda d e La
Ratona, tuvimos que pasar por las calles m a s concu-
rridas. Por un motivo que no sospecharán nuestros
lectores, Robles llamó la atención d e todos. E n e s e
t i e m p o aun era entre nosotros mui usados los g r a n -
des estribos d e m a d e r a . Los d e Robles, r e g a l a d o s
talvez como nuestra montura, eran d e esta clase.
D u r a n t e nuestro paso por la ciudad no s e oia o t r a
cosa que: / Vé los estribos/ ¡ V¿ los baúles chilenosl
E s t a letania no cesó h a s t a que llegamos al aloja-
m i e n t o . L a s dos primeras i únicas visitas fueron a
Robles. L a una del señor don Francisco L e ó n d e la
Barra, muerto en Santiago hace poco, la otra del t e -
niente coronel o sarjento m a y o r Merlo, el m i s m o
oficial d e su escolta a quien O ' H i g g i n s arrancó las
charreteras el 28 d e E n e r o d e 1823.

V I L — L u e g o q u e l l e g a m o s a Buenos Aires e n t r a m o s
a formar p a r t e de la magnífica orquesta del t e a t r o , di-
rijida por el célebre violin Massoni. Robles, que con-
t a b a con otros recursos, no se incorporó en ella por
entonces.
Era insigne j u g a d o r de billar. E n Chile no habia
tenido mas que dos competidores: don Francisco
Iglesias i el coronel español Acosta, que hizo escue-
la en este j u e g o . E n Buenos A i r e s no los contó en
m a y o r n ú m e r o , estos eran Collao i el ñ a t o González.,
a m b o s sujetos decentes. A n t e s de m u c h o t i e m p o .
R o b l e s habia d a d o en tierra con ellos; p e r o esta cir-
cunstancia le perjudicó p a r a sus cálculos, p u e s en
vista d e esto, nadie s e atrevía a j u g a r con él sin pe-
dirle ventajas imposibles d e conceder.
Por ese tiempo, entró a formar p a r t e d e Ja cuques-
— 147 —

ta del teatro, ocupando un lugar distinguido en ella.


E n los billares d o n d e j u g a b a se atraia el cariño de
todos los concurrentes, hasta el estremo d e comer
rara vez en su casa, por el sinnúmero d e convites de
que era objeto. Sin e m b a r g o , el amor a Chile era para
él un culto, i un año después decidió regresar, a pesar
d e ofertas lisonjeras que se le hizo p a r a trabajar en
lo que hubiera querido. Por último, el señor don Ju-
lián N a v a r r o , arjentino i canónigo del coro d e S a n -
tiago, d e paseo en Buenos Aires, lo obligó con sus
instancias a e m p r e n d e r el viaje mas pronto d e lo que
pensaba.
El año d e 1825 llegó a Chile, d o n d e vivió aun
once años ocupado en su profesión. A pesar d e la
p r o x i m i d a d d e los cincuenta años, se casó d e un m o -
do novelesco.
Cuando m a s tarde llegamos a Chile, nos encontra-
mos con que Robles padecia d e cojera.

V I I I . — E l camino de aquí a Mendoza en ese tiem-


po era mui peligroso, principalmente en las cuatro o
cinco laderas del otro lado d e la g r a n cordillera. L o s
que ahora transiten esos lugares no p o d r á n formar-
se una idea, ni remota siquiera, del arrojo d e S a n -
Martin al lanzar por el camino d e U s p a l l a t a el m a s
transitado h a s t a hoi, la división del jeneral L a s - H e r a s
que debia a p o d e r a r s e de S a n t a R o s a . A l llegar allí,
la m a y o r p a r t e d e los viajeros s e a p e a b a por creerse
así m a s seguros.
A l entrar en una de esas laderas, la ínula dei canónigo
Navarro s e p a r ó i a cada m o v i m i e n t o o esfuerzo que
éste hacia para hacerla a n d a r respondía con v.n g r a n
corcovo. N o s e podia volverla, p o r q u e la estreches
no' lo permitía, e s t a n d o entre el camino, c o r t a á ? 3
— 148 —

pico, i el abismo. Al ver Robles, que seguía a p o c a


distancia, el peligro d e su compañero d e viaje, s e
d e s m o n t ó p r e c i p i t a d a m e n t e , por no ser posible pasar
con su muía al costado d e la otra p a r a t o m a r las
riendas, que el señor Navarro habia a b a n d o n a d o p a -
ra asegurarse de la montura con a m b a s manos.
A l pasar Robles e n t r e el cerro i la muía recibió
una terrible coz en una rodilla, d a d a con a m b a s p a t a s .
Pasó, sin e m b a r g o , t o m ó la rienda, tirando la muía
con g r a n trabajo un largo trecho hasta dejar al c a -
nónigo en lugar seguro a y u d á n d o l o a d e s m o n t a r s e .
E s t e fué su último esfuerzo antes d e caer sin habla
por espacio d e m a s d e media hora. El golpe le habia
inutilizado una pierna i hasta llegar a S a n t a R o s a ,
d o n d e paró algunos dias, era preciso subirlo i des-
montarlo.
E l señor Navarro no contaba j a m a s este lance sin
admirar el denuedo d e Robles i sin dar las m a s tier"
a a s pruebas d e su agradecimiento.
E s t e fué el motivo d e la cojera, que h a s t a su
m u e r t e le conservó el apodo d e el cojo Robles.
L a enfermedad que lo condujo al sepulcro e n c o n -
tró en su enerjía física i moral gran resistencia; p e r o
al fin fué vencido i tuvo una m u e r t e edificante.
La larga curación habia concluido con sus e s c a s o s
recursos; p a r a sepultarlo fué preciso ocurrir a sus
amigos, que honraron sus cenizas con jenerosidad.

I X . — E n el mismo año, d e 1 8 3 6 , murieron t a m b i é n


los notables actores Morante i Cáceres; i como si e í
arte no hubiera sufrido b a s t a n t e , ese m i s m o año fué
demolido el teatro, único en S a n t i a g o , d e la plazue-
la d e la Compañía. Q u e d ó la capital sin ningún e s t a -
blecimiento d e este j é n e r o h a s t a tres o cuatro años
— 149 —

d e s p u é s que don Hilarión Moreno, arjentino, i dora


Juan Peso, español, construyeron por acciones, el d e
la Universidad, que ocupó el mismo lugar que el a c -
tual T e a t r o Municipal.

Luis Ambrosio Morante

I.—Morante, notabilísimo actor dramático, cuya


m e m o r i a muchas personas conservan fresca apesar
d e los años trascurridos d e s d e su m u e r t e , ha adqui-
rido nuevo mérito después que h e m o s visto a Rossi,
q u e , en casi todos los papeles que ha ejecutado, no
h a tenido rival hasta el dia.
Al ver nosotros por primera vez a Rossi, esperí-
m e n t a m o s una sorpresa a g r a d a b l e que no pudimos
m e n o s que comunicar a las personas que estaban a
nuestro lado. Jesticulacion, andar, movimientos, de-
clamación, t o d o nos recordó i n s t a n t á n e a m e n t e a Mo-
rante; i es d e advertir que entre el aspecto i figura
de uno i otro no hai ni la mas remota analojía. Rossi
es un buen mozo en toda forma, Morante era exacta-
m e n t e todo lo contrario.
Bajo i grueso d e cuerpo, d e vientre a b u l t a d o , de
color moreno, era, sin agraviarlo, feo; pero d e él po-
dia decirse, sin faltar a la verdad, lo q u e s i e m p r e se
dice d e los feos i las feas, q u e era simpático. I lo era
sobre t o d o cuando hacia papeles d e barba, s a c e r d o -
t e , etc., etc.

II.—Morante era natural d e Montevideo; pero d e s -


de mui j o v e n se estableció en Buenos Aires, d o n d e
se habia dedicado a la carrera dramática.
— 150 —

Su voz p o d e r o s a i a g r a d a b l e , su acción p r o p i a i
natural i su pronunciación clara i correcta, le con-
quistaron las simpatías del público, n a d a induljente,
de aquella capital.
Pocos años después de h a b e r s e exhibido en públi-
co Morante, llegó a Buenos A i r e s , Cubas, actor e s -
pañol mui notable i del que Morante a p r o v e c h ó t o d o
lo bueno que la escuela española tenía en esa é p o c a .
El ejército de S a n Martin i los emigrados chilenos
que con él habían vuelto a Chile dieron a conocer la
fama d e que gozaba Morante en Buenos A i r e s .
L a falta absoluta que habia en el teatro d e Santia-
go d e un actor modelo que dirijiera la enseñanza d e
los prisioneros españoles, que el c o m a n d a n t e de ellos,
don D o m i n g o A r t e a g a , empresario d e esa época,
habia dedicado a esa carrera, hacia desear un artista
de la capacidad de Morante^
E n los dos años que hasta entonces llevábamos d e
teatro permanente, no habian tenido estos actores
improvisados m a s maestro ni director de escena q u e
el coronel L a T o r r e , prisionero también, i fanático
aficionado al teatro. El fué el primer maestro que
tuvieron C á c e r e s , Peso i d e m á s actores que d e s p u é s
h e m o s conocido.
Escribió un cuaderno que llamó Alcorán del
Teatro, en d o n d e habia consignado algunos p r e c e p -
tos sobre la declamación, a c o m p a ñ a d o s d e trozos
sacados d e las trajediasi comedias y a r e p r e s e n t a d a s .
E l estudio del tal cuaderno habia servido d e bien
poco a los actores, i eran éstos tan escasos en c o n o -
cimientos profesionales, que a veces decían en alta
voz, dirijiéndose al público o los actores, los apartes.
D e los trajes nada diremos. L a s trajedias g r i e g a s
o r o m a n a s eran las únicas en que habia alguna v e r o -
— 151 —

similitud aunque mui remota. L o s personajes de la


e d a d media se presentaban casi siempre vestidos d e
frac o levita, i mas ordinariamente, con el traje mili-
t a r del dia.
Morante fué el primer actor que se v i o en Chile
vestido con propiedad aunque sin lujo. Su e s p a d a
r o m a n a , que remitió al señor A r t e a g a anticipada-
m e n t e , llamó mucho la atención.

I I I . — L l e g ó a Santiago el i.° d e N o v i e m b r e d e
1822. Habia sido compañero d e viaje, hasta Men-
doza del doctor Lafinur, su m a s entusiasta a d m i r a -
dor; pero éste no llegó hasta fines del mismo m e s .
Su sueldo por contrata, era d e 60 pesos m e n s u a -
les, comida i casa en la del empresario. E s t a s dos
últimas ventajas las tuvo Morante sobre Camilo H e n -
riquez, que con la misma dotación vino a Chile, poco
m a s o menos, en ese mismo tiempo d e M o n t e v i d e o ,
llamado por el Director O ' H i g g i n s p a r a r e d a c t a r EÍ
Mercurio de Chile.
Henriquez p r o m e t i ó a sus amigos Benavente, Gan-
darillas i Vial, emigrados como él, que se serviría d e
ese mismo periódico para echar abajo a O'Higgins.
El antiguo hijo de San Camilo ofrecía mas d e lo
que podía cumplir, pues ni O'Higgins era h o m b r e
para dejarse hacer la guerra con sus mismas a r m a s ,
ni Henriquez tenia la mala fé i el valor necesario
p a r a intentarlo.
Morante dio por primera r e p r e s e n t a c i ó n El Du-
que de Viseo, trajedia en tres actos d e Quintana. E s -
ta trajedia, en b o g a de t o d a la A m é r i c a entonces,
habia sido r e p r e s e n t a d a m u c h a s veces por Cáceres
con g r a n éxito. Morante haciendo como Cáceres d e
protagonista, tenia que luchar con la opinión de que
— 152 —

éste gozaba en el público i con algo que vale m u c h o


en todo caso: con la m a s a r r o g a n t e figura que h e -
m o s visto en nuestro t e a t r o .
E l público d e entonces era mui avaro d e apla usos
i, para conseguir algo en este sentido, era necesario
conmoverlo d e un modo estraordinario. El a p a r a t o ,
inusitado hasta entonces, que p r e p a r ó Moranfe em
el proscenio, un trozo d e música d e orquesta, al le»
v a n t e r s e el telón, a d e c u a d o al caso i otros p o r m e n o -
res no consiguieron que al p r e s e n t a r s e se moviera,
una m a n o para aplaudirlo.
L a acojida glacial del público debió afectarle d e
un m o d o doloroso por lo inesperada que d e b e supo-
nerse; sin e m b a r g o , no m o s t r ó d e s a g r a d o ni sorpre-
sa, confiado sin duda en que su talento triunfaría ai
fin d e la indiferencia que entonces se le m o s t r a b a .
E n el segundo acto, hai una escena, la m a s nota-
ble de la trajedia, i en que el público habia aplau-
dido con entusiasmo a Cáceres. E l duque a p a r e c e
despavorido pidiendo socorro a sus dos criados n e -
gros, a consecuencia d e un horroroso sueño que.
acababa d e sufrir, en que se creyó trasportado a las
t u m b a s d e su castillo «donde descansan.»

« D e mis nobles abuelos las cenizas


Bajo el m á r m o l d e honor que las agobia.»

L a descripción d e ese sueño, en que sus abuelos


le echaban en cara sus crímenes i le hacían las m a s
terribles amenazas, es a p r o p ó s i t o p a r a a t e r r a r al
espectador. Morante d e s e m p e ñ ó esta escena con a d -
mirable maestría i p r o p i e d a d . A l fin, cuando debia
esperar, como d e costumbre en otros teatros, un t o -
r r e n t e d e aplausos, no o y ó m a s que a don J o s é Mi-
— 153 —

guel Cruz que, con voz perceptible, nasal i burlona, le


dijo: ¡bueno hombre!, especie d e refrán de m o d a e n -
tonces.
Morante, como en el primer acto, no se dio por
entendido i concluyó la trajedia como la habia p r i n -
cipiado, sin hacer g r a n caso d e lo sucedido.
El público en su totalidad reconocía la superiori-
d a d d e Morante sobre Cáceres; pero con la restric-
ción de no tener naturalidad. Algunos lo encontra-
b a n exajerado en ciertas escenas.
E s t a palabra que con porfía h e m o s oido repetir
respecto d e Rossi i d e la señora Paladini, no es d e
ordinario mas que un recurso d e la ignorancia p r e -
suntuosa que, no p u e d e d e otra manera i con mas
facilidad emitir su opinión en un arte que descono-
c e . A l m a s d e hielo a quienes nada conmueve, no
c o m p r e n d e n como las pasiones se manifiestan en sa
m a s alta espresion, i encuentran exajerado lo per-
fecto.

I V . — D e s p u é s d e El Duque de Viseo, r e p r e s e n t ó
M o r a n t e El hombre agradecido, comedia de costum-
b r e d e mediano mérito, p e r o cuyo protagonista,
simpático para el publicó, fué caracterizado por Mo-
r a n t e a d m i r a b l e m e n t e . E n esta vez fué aplaudido
varias v e c e s . M o r a n t e quedó contento, pero rao sa-
tisfecho.
S e anunció en seguida El abate de L'Epée, c o m e -
dia seria, nueva en Chile, pero que el público c o n o -
cía por los elojios q u e los arjentinos residentes en
S a n t i a g o hacían d e él, i sobre todo por la fama que
M o r a n t e habia adquirido haciendo el papel de a b a t e .
A p e n a s a s o m ó a la escena fué saludado por un
largo i no interrumpido aplauso. Vestía como era d e
— 154 — '

rigor, el traje correspondiente a su papel, i y a h e m o s


dicho que en estos casos se traía las simpatías del
público. Hacia el interesante papel del j o v e n m u d o
la señora Lucia Rodríguez, la actriz chilena mas h e r -
mosa i de mas mérito que h e m o s tenido. L a ilusión,
pues, era completa.
E n el 2.° acto el a b a t e se presenta en casa del
abogado que ha elejido para que defienda a su p u -
pilo, que d e s d e un pueblo d e provincia, fué m a n d a d o
botar, vestido d e andrajos, por su tutor en las calles
de París, para usurparle sus bienes.
La relación que h a c e d e lo sucedido d e s d e que
recojió i educó al niño, poniéndole en disposición d e
que pudiera darle informe sobre su oríjen i familia;
las penurias de un largo viaje a pié i, por último, su
reciente llegada a Tolosa d o n d e el niño habia r e c o -
nocido la casa de sus difuntos padres, de la que h a -
bia sido arrojado: todo esto relatado con voz con-
movedora, con una acción nobilísima i con la unción
mas persuasiva, enajenó de tal m o d o al público, que
entre el fin de la narración i el estallido del aplauso,
h u b o un intervalo d e silencio que j a m á s h e m o s visto
después ni h a b í a m o s visto antes.
Solo conocemos un caso idéntico, sucedido diez
años m a s tarde, cuando por p r i m e r a vez se dejó oir
Paganini en Paris.
Creemos, sin e m b a r g o , que entre ambos casos d e -
bió h a b e r una diferencia i es la siguiente:
Asistía esa noche, como t o d a s las veces que habia
función, el señor F u e n t e s , asiduo como nadie al t e a -
t r o . E r a aficionado sin igual a la lectura i alimentaba
e s t a pasión con la historia griega i romana, que sabia
d e m e m o r i a en sus m e n o r e s ápices. N o siéndole des-
c onecida ninguna obra notable del antiguo t e a t r o
— 155

español, no habia mas que insinuarle algún soliloquio


p a r a que él lo continuara sin equivocarse.
E r a p o r t e r o , pero d e cierto tono, de la Corte d e
Apelaciones d e Santiago. U s a b a g r a n cantidad d e
colgajos en la c a d e n a del reloj, lo que habia d a d o
lugar a que se le llamara Doctor Carabajias.
Su asiento, como es de suponerse, estaba de los
m a s cercanos al procenio i era el iniciador de t o d o s
los aplausos, j a m a s de las pifias.
Nosotros que formábamos p a r t e de la orquesta,
no p e r d í a m o s ninguna de sus palabras i m o v i m i e n t o s .
Cuando Morante dijo la última palabra de su in-
teresante narración, impresionado F u e n t e s como t o d o
el público, t a m p o c o aplaudió, mirando a todos lados
como quien interroga. Su silencio no podia ser largo
i lo interrumpió para esclamar en alta vez: ¡ni en Los
infiernos lo hacen mejor! E s t a fué la iniciativa d é l o s
g r a n d e s i repetidos aplausos que se dieron a Moran-
te, en los que indudablemente habia tenido su p a r t e
Carabanas.

V . — E s a n o c h e cesó t o d a vacilación en el público,


i Morante fué d e s d e entonces su actor favorito. Ni
concluida la función, ni antes, fué llamado a la e s c e -
na, como ahora se hace, a v e c e s sin motivo. E s t a
costumbre era desconocida i solo e m p e z ó a ponerse
en práctica a la llegada a Santiago d e la compañía
Pantanelli.
Pronto puso Morante en escena una trajedia del
español Cabrera N e v a r e s , que era un a t a q u e a t o d a
relijion positiva i una prédica incesante del m a s r e -
suelto deísmo. Morante era Volteriano i, al decirnos
que le a r r e g l á r a m o s un coro que debia cantarse en
la trajedia, añadió al nombrarla, ¡qué ruinas de Pai->
•mira ni qué nada!
S e dio la trajedia con aplauso d e una p a r t e del
público a quien las recientes lecturas d e R o u s s e a u ,
Voltaire i, m a s que todo, d e las mismas Ruinas d e
V o l n e y , habian entusiasmado.
Creemos que entonces no habia censura en el
t e a t r o , porque d e haberla, no hubiera sido fácil q u e
permitiera la representación d e esa trajedia. D e s d e
entonces, cada vez que se anunciaba, no faltaban r e -
clamos, aunque inútiles, d e algunos eclesiásticos; p e r o
es d e advertir que no faltaba t a m p o c o uno q u e otro
d e estos mismos que, complacidos concurrían a
verla.
E s t o s eclesiásticos, que n o eran m a s que dos o
tres hacían el papel d e algunos abates franceses era
1 7 8 9 . E s v e r d a d que se les parecían en todo...
Morante no perdía alusión o palabra que p u d i e -
ra interpretarse como desfavorable a la relijion,
sin recargarla p a r a hacerla notar. Cuando esto no
s e encontraba en el orijinal, lo a g r e g a b a . E n una
comedia, una d e sus favoritas, le decía su criada
al oirlo quejarse d e la gota: «¿por qué no toma, señor,
' el elixir milagroso?-» — Contestaba: « m a d a m a Bran,
y o no quiero nada que huela a milagros».
E s t a , por supuesto era una añadidura que no tenia
«La reconciliación de los dos Hermanos».

V I . — E n el año d e 1 8 2 3 , según nuestros recuer-


dos, s e e m p e z ó a usar p o r primera vez el a p o d o d e
pelucon, aplicado a ciertos h o m b r e s d e alta posición
i d e ideas conservadoras. E s t e último calificativo,
aplicado mas t a r d e a un partido políticos, no era c o -
«nacido en Chile, ni t a m p o c o en Francia, d e d o n d e
lo h e m o s t o m a d o después.
El a p o d o d e pelucon fué aplicado a este partido
p o r los liberales, n o m b r e que se d a b a a un partido
q u e e m p e z a b a entonces a retoñar. Como es d e s u -
ponerlo, Morante pertenecía a él.
S e cantaba en una representación una tonadilla
española, mui conocida del público hasta hace poco
t i e m p o , con el título d e El Trípili Trápala, música
graciosa i alegre como su poesía. Morante era uno
d e los t r e s que la cantaban i, cuando en una p a r t e
d e la tonadilla, debia decir: peluquín, peluquín de
Antón, se le ocurrió un lijero cambio, i dijo: peluquín,
pelucon de Antón.
• No h a b i e n d o nosotros concurrido esa noche al
t e a t r o , no supimos hasta el otro dia que Morante
habia estado p r ó x i m o a ir a la cárcel.

V I L — S u p l i c a m o s a nuestros lectores nos p e r m i -


t a n c onsigar aquí una observación q u e d e s d e mu-
c h o s a ñ o s atrás venimos haciendo i que resumimos
en p o c a s palabras: «Los partidos d e b e n aceptar el
n o m b r e con que los bautizan sus enemigos.»
¿Quién llamó sans-cullote en Francia a los revolu-
cionarios exaltados?—Sus enemigos.
¿Quién llamó pelucones a los conservadores d e
Chile?—Sus enemigos.
¿Quién, dos a ñ o s m a s tarde, llamó pipiólos a los
liberales?—Sus enemigos.
¿Quién en nuestros dias ha llamado montt-varistas
a un partido que se d a b a el n o m b r e d e nacional?—
Sus e n e m i g o s .
C o m o era natural, esos partidos q u e a porfia s e
habían d a d o n o m b r e s honrosos, rechazaban con in-
— 158 —

dignación sus respectivos apodos; pero lo único que


con eso consiguieron, fué una porfiada insistencia d e
p a r t e de sus contrarios, que al fin i al cabo triunfó,
hasta tal punto que los que al principio miraban esos
n o m b r e s como una injuria los a c e p t a r o n m a s . t a r d e
como timbre de honor.
¿Cuál d e los últimos restos o de los descendientes
de pelucones i pipiólos no se honra del a p o d o que al
principio rechazaron esos partidos?—Nadie; porque •
en estos casos el nombre, cualquiera que sea, no
cambia la esencia d e la cosa, i sans-cullotte, ahora
rojo; quiere decir, exaltado; pelucon, conservador, i
pipiólo, liberal.
Para que no h a y a sermón sin S a n A g u s t í n , ¿quién
por apodo llamó a los hijos d e San Ignacio jesuítas'}
—Sus enemigos; i ¿hai algún p a d r e d e la Compañía
que no se honre de que así se le llame?
El partido montt-varista aun se resiste a llevar este
nombre, porque cree que así se convierte en partido
personal. ¡Patarata! Los carrerinos i o'higginistas es-
t a b a n en el mismo caso i a fé que no se avergonza-
ban ni entonces ni ahora d e ello.
El partido montt-varista tiene una particularidad,
quizá sin p r e c e d e n t e , sobre t o d o por su duración;
tiene dos jeíes que apenas son prójimos entre si, i
entre los que hasta hora no hai noticia d e la m a s
mínima disidencia en nada
E s t o s do« .¡¿ñores han d e s m e n t i d o a N a p o l e ó n ,
que decia: «mas vale un mal jeneral que dos b u e -
nos.»

V I I I . — L a s anteriores observaciones no son escri-


tas a h u m o d e paja; se dirijen t a m b i é n , i mui p a r t i -
cularmente, a nuestros amigos, los pechoños cayo
— 159 —

n o m b r e según p a r e c e es de todo el gusto de sus con-


trarios.
J u s t a m e n t e por eso, d e b e m o s apechugar con él
con m a s cariño.
Pechoño es sinónimo de clerical, conservador, j e -
suíta, ultramontano, papista, r e t r ó g r a d o , fanático i
sacristán. ¿Qué significa todo esto en el lenguaje de
nuestros adversarios?—Católico, i n a d a m a s que c a -
tólico. Dejemos, pues, esos nombres, que son e u r o -
peos, para D e Maistre, Bonald, Chateaubriand,
Audin, Montalembert, C h a m p a g n y , César C a n t ú i
hasta para Guizot i Thiers, a quienes han sido apli-
cados, i aferrémonos al primero, que es esencial-
m e n t e chileno, i pechoño me fec.it.

IX.—-A principios d e Marzo d e 1 8 2 4 llegó a S a n -


tiago el señor Muzzi, Nuncio Apostólico, solicitado,
según nos parece, por el gobierno de Chile. D e s -
pués d e algunos meses de residencia en la capital, i
no habiendo podido llenar su misión, se volvió a
R o m a , con g r a n complacencia de los liberales.
A c o m p a ñ a b a al Nuncio el canónigo Mastai F e r r e -
ti, actualmente Pió I X .
Morante encontró, con motivo d e aquel suceso, un
p r e t e s t o para dar espansion a sus ideas anticatóli-
cas. D e s e n t e r r ó , no sabemos de d ó n d e , una antigua
comedia que nadie en Chile habia "oido nombrar, i a
la q u e dio un sentido que no tenia. El falso Nuncio
de Portugal, s e p r e s t ó a las mil maravillas para
excitar la burla contra el v e r d a d e r o Nuncio que aca-
b a b a de salir de Chile.
S e representó con gran aparato; a lo que contri-
b u y e r o n inocentemente algunas d e nuestras sacris-
tías p r e s t a n d o sus o r n a m e n t o s . L a p r i m e r a e n t r a d a
— 160 —

deí Nuncio se hizo por la platea, atravesándola a n t e s


d e subir al proscenio. Al fin d e un numeroso a c o m -
p a ñ a m i e n t o d e eclesiásticos d e t o d a s jerarquía, venia
Morante con hábito cardenalicio, repartiendo bendi-
ciones.
Como era preciso imitar en un todo a la persona
que se trataba d e exhibir, Morante no omitió ningún
detalle. El señor Muzzi tenia un ojo menos; Morante
se t a p ó un ojo i apareció tuerto.
E s t a comedia, que se repitió varias veces, i Felipe
II, trajedia a la que, por odio a los reyes, hizo m á s
feroz que lo que la habia escrito Alfieri con todo sa
republicanismo, fueron sus últimos triunfos antes d e
regresar, en Abril de 1825, a Buenos Aires, p a r a
d o n d e habia sido contratado ventajosamente.

X . — M o r a n t e volvió a Buenos Aires después d e


ana residencia en Chile d e dos años i medio. Allí se
le a g u a r d a b a con gran interés, porque, en su ausen-
cia, no habia tenido quien lo reemplazara, pues V e -
larde con sus buenas dotes apenas lo suplia.
E n t o n c e s se organizaba una compañía d e ópera et»
aquel pueblo, que contaba entre su personal a V a c a -
ni, bajo, a u n q u e y a algo cascado, d e reputación eu-
ropea i el mismo de quien habla Bretón d e los H e -
rreros en una d e sus comedias.
E n ese mismo t i e m p o volvió Cáceres a S a n t i a g o ,
d e d o n d e habia estado ausente cerca d e dos años e «
la Serena.
Cáceres no habia p o d i d o resignarse a v e r s e p o s -
puesto a Morante. Salió furtivamente para ese p u e -
blo, p o r q u e formaba p a r t e del cuerpo d e prisioneros,
que no obtuvieron su libertad hasta que ascendió al
m a n d o d e la república el jeneral Freiré.
— 161 —

L a presencia d e este actor, consoló al público d e


la ausencia de Morante i satisfizo a sus numerosos
apasionados.
Con Gáceres sucedió lo que d e costumbre en e s -
tos casos que «ya no era tan buen actor como an-
tes.» ¡Engaño! Cáceres, en los dos o tres meses que
laiabia trabajado al lado de Morante, habia a d e l a n t a -
d o considerablemente. A lo que d e b e a g r e g a r s e que,
d u r a n t e su permanencia en Coquimbo, se habia d e -
dicado con tesón a la lectura, i y a podia considerár-
sele como un h o m b r e de instrucción poco común.
L o que hai d e cierto es que Morante estaba ausente
i la ausencia habia aumentado su reputación. E s t a es
la historia d e siempre.
Morante llegó a Buenos Aires a m e d i a d o s d e 1 8 2 5 .
S e le hizo un recibimiento espléndido, i pocos dias
d e s p u é s dio principio a sus tareas como actor i di-
r e c t o r de escena.
Sucedió en Buenos Aires, en parte, lo que era na-
tural, que como a Cáceres en Santiago, no encontra-
ron a Morante «tan gran actor como antes.» Sin e m -
b a r g o , su éxito fué completo.
D e s p u é s de algunos meses d e trabajo, le asaltó
ana enfermedad (aneurisma), que diez años m a s tar-
d e debia llevarlo al sepulcro.
L a familia en cuya casa estaba alojado habia n o -
t a d o que, a c e r c á n d o s e a él se sentía una especie d e
arrullo semejante al d e una paloma. S e notó igual-
m e n t e que este ruido después d e algún t i e m p o au-
m e n t a b a en intensidad.
Vivia con Morante nuestro c o m p a ñ e r o d e viaje i
paisano, don Mariano Palacios, conocido d e nuestros
lectores. D o r m í a n en un mismo cuarto. El ruido del
— 162 —

pecho d e Morante era perceptible p a r a todos los que


se le acercaban, m e n o s p a r a él m i s m o .
U n a noche en que se habia recojido a su cama
mientras Palacios escribía, dice M o r a n t e : — D o n Ma-
riano ¿se nos ha metido el gato aquí?—Creo que sí,
contestó Palacios. S e levantó en seguida, abrió la
puerta i finjió espantar al g a t o . Volvió P a l a z o s a su
asiento, i apenas se disponía a continuar su ocupa-
ción vuelve Morante a decir: el gato no ka salido.
Palacio c r e y ó inútil todo disimulo i contestó: aquí
no hai gato ninguno, lo que usted oye lo hemos oido
todos hace mucho tiempo; ese ruido sale de ustea
mismo.
Morante, como quien cae en cuenta, o y ó a Pala-
cios sin sorpresa i d e t e r m i n ó una junta de m é d i c o s .

X I I . — E n ese tiempo en Buenos Aires, i aun en


toda la República Arjentina, se habia a p o d e r a d o de
las j e n t e s tal furor por e.\pa?i quimagogo, que no era
raro encontrar personas que se hubieran a d m i n i s t r a -
do este evacuante, trescientas, quinientas, i aun m a s
veces.
L o s médicos de Buenos Aires, con una sola e s -
cepcion, hacían a L e R o y una guerra a m u e r t e , sobre
todo por la prensa. L a escepcion de que h e m o s h a -
blado, era un doctor español, médico del puerto, co-
nocido con el n o m b r e de don Pedro el físico. D e una
i otra p a r t e se escribían artículos violentos d e a t a q u e
i defensa del m e d i c a m e n t o . Don Pedro tenia t o d a s
las simpatías del público.
T u v o lugar la j u n t a llamada por M o r a n t e . E s t e
habia e n c a r g a d o a Palacios se colocara en un lugar
en que sin ser visto de Jos médicos, oyera 3a discu-
— 163 —

sion sobre su enfermedad, que él no hallaba como


caracterizar.
El dia convenido, t o m a b a n sus asientos los cinco
médicos citados, al mismo tiempo que Palacios, co-
locado en un cuarto contiguo, aplicaba el oido desde
un lugar, d o n d e no perdió una palabra d e la dis-
cusión.
L a sesión fué larga, mui larga i animada. Al
cabo de tres cuartos de hora, se retiraron los docto-
res, i Palacios p a s ó a dar cuenta a Morante del re-
sultado de la junta, cubriendo p r e v i a m e n t e a cada
uno de esos señores el honorario d e c o s t u m b r e .
A p e n a s lo v i o Morante, que ese dia p e r m a n e c i ó
en cama por si se le quería examinar, le p r e g u n t ó :
— ¿ Q u é dicen los médicos de mi enfermedad?
—Nada.
— ¡Cómo! ¿Nada?
—Ni una palabra.
—¿En qué se han ocupado entonces?
—En convenir en lo que han d e contestar a don
Pedro el físico.
—Pero es imposible que no m e h a y a n n o m b r a d o
siquiera.
—Sí, al último dijieron al doctor Arjerí, m é d i c o
de cabecera: siga con lo mismo...
D e s d e el dia siguiente llamó M o r a n t e al defensor
del pan q u i m a g o g o que le volvió la salud casi com-
p l e t a m e n t e . U n m e s después e m p e z ó a representar
sin inconveniente ninguno. E s t e mismo médico nos
limpió cuanto g a n a m o s en Buenos A i r e s . Jugábamos
m a s que él al billar; pero sus burlas nos quemaban
ta sangre. ¡Era andaluz!
— 164 —

X I I I . — L a s representaciones dramáticas e s t a b a n
en decadencia en Buenos A i r e s al llegar Morante, a
consecuencia d e funcionar allí una compañía lírica,
diminuta, pero que como h e m o s dicho contaba con
cantantes d e mérito, Anjela T a n i i Rosquellas, e n t r e
ellos. A mediados de 1825 aquella compañía se com-
pletó. L a música d e Rossini, que recien e m p e z a b a
a oirse, contribuyó mas que t o d o a que el público
prefiriera los espectáculos líricos a los d e m á s d r a -
máticos.
M o r a n t e no podia luchar solo contra este torrente;
p u e s el resto de la compañía d r a m á t i c a era d e mui
escaso mérito. E n estas circunstancias llegó Cáceres
a Buenos A i r e s . E n t r e él i M o r a n t e y a no cabía r i -
validad racional. Aquel, en todo el vigor d e la e d a d
í el talento, debia n e c e s a r i a m e n t e ejecutar los gala-
nes d e trajedias i comedias, Morante, en decadencia
por su edad i sus achaques, era llamado a d e s e m p e -
ñar los barbas i a dirijir la escena, en lo que no con-
t a b a con ningún competidor. E s t o los unió en e s t r e -
cha amistad h a s t a la m u e r t e , q u e para a m b o s tuvo
lugar en el mismo año i p o r decirlo asi a pocos dias
d e distancia, i en Chile.

X I V . — D o s años, poco m a s o menos, p a s ó Moran-


te en B u e n o s A i r e s , volviendo en seguida a Chile
c o n t r a t a d o n u e v a m e n t e por el señor A r t e a g a . M o -
r a n t e en esta nueva contrata p r o p u e s t a por él m i s m o ,
no tenia asignado sueldo fijo. Su remuneración con-
sistía en una función mensual que no podría llamarse
beneficio sino función extraordinaria.

X V . — C u a n d o el 20 d e A g o s t o d e 1820, se abrió
aquel t e a t r o , lo hizo con una compañía d r a m á t i c a
— 165 —

tan numerosa como no se h a visto j a m a s . T r e s pri-


m e r o s galanes, cuatro barbas, t r e s graciosos, siete
actrices, e infinidad de partes d e por medio.
E s t o solo s u p o n e un gasto e n o r m e en sueldos;
p e r o eso no era posible, si se considera lo exiguo
del valor d e palcos, entradas i asientos. E l palco v a -
lia dos pesos, la entrada dos reales i la luneta uno.
E s c e p t o Pérez i Hevia, i no s a b e m o s si las actri-
ces, chilenas como aquellos, todos los otros actores
eran p a g a d o s por función; d e suerte que el que no
trabajaba no tenia n a d a que cobrar. Cáceres, que era
el primer actor, ganaba seis pesos por n o c h e . S i e n d o
los otros mui inferiores, debia en proporción ser su
honorario, si p u e d e usarse esta palabra con aprendi-
ces de cómico.
L a orquesta fluctuaba entre siete u ocho músicos,
los únicos q u e podian llamarse tales en S a n t i a g o ,
q u e costarian d e 20 a 22 pesos p o r n o c h e . E s t o nos
t r a e a la memoria que la orquesta situada en el m i s -
m o lugar que a h o r a ocupa, tenia una particularidad.
A q u e l lugar no estaba ni entablado ni enladrillado,
d e suerte que, cuando Robles, director de orquesta,
m a r c a b a el c o m p á s con el pié, por tener ocupadas
las manos con el violin, levantaba una g r a n polvare-
d a m a s que visible al público. Aquel lugar no se h a -
rria j a m a s .

X V I . — L o s fines de fiestas eran h a s t a el año d e


1830, saínetes, tonadillas españolas i a veces baile.
D e s d e 1 8 2 4 h a s t a 1 8 2 6 d e s e m p e ñ a b a esta p a r t e d o -
ñ a Rosa L a g u n a s , limeña, i don José Pose, español.
Cuatro años antes, doña Anjela Calderón, favo-
rita del público por su hermosa figura i buena voz,
— 166 —

cantaba una tonadilla a una sola voz en que r e p r e -


s e n t a b a a una ciega, que vendía a l m a n a q u e s .
L a tonadilla era fea i desde el principio se notaron
muestras de d e s a g r a d o en un palco d e g r a n t o n o .
E s t e descontento cundió h a s t a h a c e r s e jeneral en
el público.
L a Calderón acostumbrada solo a escuchar aplau-
sos, no fué dueña de sí misma i, dando algunos pa-
sos en dirección al público, le dirijió las palabras
siguientes, que conservamos letra por letra en la
memoria: piíeblo indecente de m ¿. que por tres
reales que paga, con licencia de la jente.
Con esta última palabra c a y ó el telón, sin que el
público se diera por aludido; sin e m b a r g o , la Calde-
rón, en la función siguiente, dio una satisfacción, r e -
d a c t a d a por el doctor V e r a , i todo quedó olvidado.
L o preferido, sin e m b a r g o , era el saínete, casi
siempre sacado del inagotable don R a m ó n de la
Cruz.
Algunos se repetían con frecuencia, e n t r e ellos
San Tristezas Tongarini.
S e d a b a este saínete una vez en circunstancias d e
hallarse en Santiago gran número d e coquimbanos,
recien caido don Bernardo O ' H i g g i n s . E n este saí-
n e t e tenia lugar una procesión en que el gracioso
Pedro Pérez era paseado en el proscenio en a n d a s ,
disfrazado d e santo, cantando los alumbrantes esta
copla:

E l señor San Tristezas


A l pueblo d e Coquimbo.
Sea bienvenido.

L o s coquimbanos, que se daban los aires d e h a b e r


— 167 —

derrocado a don Bernardo O ' H i g g i s , se consideraron


insultados i amenazaban con un reclamo.
Morante dio, por la prensa, a n o m b r e de la e m -
presa, una satisfacción en que decia que no se habia
dicho o tratado d e decir pueblo d e Coquimbo, sino
pueblo de Apoquínelo. E s t a mentira era grosera,
porque esa vez i siempre se habia cantado C o q u i m b o .
Habia otro saínete que también se repetía m u c h o .
No recordamos el título: pero en él s e simulaba un
entierro en que, al pasearse por el proscenio los
a c o m p a ñ a n t e s , cantaban a dos coros alternados estas
estrofas:
PRIMERA ESTROFA

i . coro. Por qué van a los duelos tantas visitas?


e r

2." coro. Por tomar chocolate los nueve dias.

SEGUNDA ESTROFA

i . coro. Por qué lloran las viudas dando chillidos?


e r

2." coro. P o r q u e antes no enterraron a sus maridos.


A l fin d e cada estrofa se decia:
El preste. ¡Dinero i descanso t e n g a m o s !
Coro. ¡Amen!
E s t o se cantaba imitando las entonaciones usadas
en estos casos por la Iglesia. S e prefería el 8.° t o n o .

X V I I . — E l alumbrado era otra especialidad. El d e


bastidores, palcos, platea i salones era d e velas d e
sebo, que solo podia reanimarse despavesándolas e n
los entreactos.
El alumbrado del proscenio o carro d e F e b o , como
algunos dicen, consistía en seis u ocho candiles o
tasas de barro ordinario. El líquido que alimentaba
— 168 —

estas luces era sebo. D u r a n t e la representación s o -


lian esos candiles despedir un humo denso por falta
d e pabilo o mala colocación d e las m e c h a s , i era
preciso sufrirlo hasta que caia el telón. A veces ese
h u m o era jeneral en todos los candiles, hasta el es-
t r e m o d e interponerse entre el público i los actores
una especie d e niebla insoportable por su hediondez.
E n los entreactos salia un muchacho a sumerjis
d e nuevo las m e c h a s i reanimar d e este m o d o el
alumbrado. L a postura del muchacho, en cuclillas,
solia ofrecer ciertos inconvenientes....
E l alumbrado duró tanto como el T e a t r o Principal,
es decir, h a s t a 1836, en que fué demolido.

X V I I I . — N o s falta hablar del anunciador, cuyo


p a p e l hacia temblar a los que lo d e s e m p e ñ a b a n , i por
lo cual en t o d a s partes se e n c o m e n d a b a a los g r a -
ciosos, a no ser que se contara con algún actor e s p e -
cial, como lo era Pino entre nosotros. El anuncio pos
impresos no se conoció de un m o d o estable hasta
d e s p u é s d e 1840, en el teatro de la Universidad.
E l exordio obligado del anuncio era: «para tal dia
s e convida a tan respetable público, etc». E l fin d e
este anuncio j a m a s dejaba d e ser saludado con al-
g u n a palabra burlesca, o con silbidos d e m u c h a c h o s ,
i esto solo cuando el actor no habia .cometido alguna
lijera equivocación; pues en este caso la pifia era
jeneral.
O t r a s veces, cuando lo que se anunciaba no era del
a g r a d o del público éste protestaba con gritos j e n e -
r a l m e n t e , pidiendo otra trajedia o comedia mas d e
su gusto.
E s t o d a b a lugar a ciertos diálogos mui vivos e n t r e
el público i el anunciador que, no pudiendo resolver
n a d a sobre lo que le exijia, tenia que escuchar lo
q u e en voz baja le soplaba el empresario, coloca-
d o a sus espaldas tras del telón, i que siempre se oía
p o r una p a r t e del público.
L a m a y o r dificultad consistía, como a veces su-
c e d e en nuestras cámaras, en saber d ó n d e estaba la
mayoría.
El triunfo era siempre, también como en las cá -
maras, d e los m a s porfiados, majaderos i d e mejores
pulmones, i, oído el empresario, se les daba gusto.

X I X . — A su vuelta Morante se estrenó, a petición


jeneral, esta vez no era mentira, con la obra favorita
El abate de L'Epée.
El público, sin e m b a r g o , no saludó a su actor p r e -
dilecto ni con una palmada al presentarse por prime-
ra vez. H e m o s dicho que era avaro en aplausos. E n
esta vez fué una cosa peor; i para desagraviar a Mo-
r a n t e fué necesario una ovación estrepitosa antes d e
caer el telón en el último acto.
E n las diez funciones estraordinarias que en los
diez meses i medio de la t e m p o r a d a dio Morante
cada año, r e p r e s e n t ó obras e n t e r a m e n t e nuevas que
habia traducido él mismo del italiano i del francés,
idiomas que le eran familiares.
A l g u n o s actores ignorantes i envidiosos de su m é -
rito le declararon una guerra sistemática.
A l recibir los papeles d e estudio que Morante r e -
partía p a r a sus funciones, buscaban alguna palabra
c u y a acepción les era desconocida i t o m a b a n d e r e -
frán p a r a repetirla en todas p a r t e s como inventada
p a r a aquél, lo que servia d e t e m a para desacreditar
sus beneficios.
R e c o r d a m o s dos palabras que levantaron e n t r e
ellos gran algazara.
L a primera fué espelunca, sustantivo poco usado
en el dia, pero castellano.
L a otra, sottámbula, tan castellana como la a n t e -
rior; pero que aquellos ignorantes burlones oian p r o -
b a b l e m e n t e por primera vez.
Por estos medios i otros idénticos, conseguían an-
t i c i p a d a m e n t e desacreditar las funciones d e Morante,
i los dos años que duró esta contrata, no solo v i o
frustradas sus esperanzas sino que tuvo el pesar d e
ser víctima d e la mas estúpida malignidad.
Esto le hizo contraer una deuda considerable con
el empresario que j a m a s pudo cancelar.
Para esa clase d e picaros h e m o s visto h a c e años
un m o d e l o de contrata formulada en un teatro d e
París, i no seria el único, en que t a n t o a músicos
c o m o a cantantes se les imponía una fuerte multa
e n caso de saberse que d e s a c r e d i t á b a n l a s ó p e r a s en
estudio.

X X . — D u r a n t e la ausencia de Morante i Cáceres


habia venido d e Buenos Aires doña T e r e s a Sarna-
niego, actriz d e quien y a h e m o s hablado.
L a S a m a n i e g o , concluidas las funciones que dio
en Santiago, se dirijió al Perú, i don D o m i n g o A r t e a -
ga volvió a Santiago con la compañía, a la que s e
incorporó Villalba, el gracioso d e mas mérito c o n o -
cido hasta entonces; pues el famoso R e n d o n no d e -
bíamos verlo hasta 1 8 4 1 .

X X I . — L l e g ó en ese t i e m p o Rivas, catalán i trájico


d e notable mérito, que luego debía d e ser rival t e m i -
ble d e Cáceres.
— 171 —

No pasó mucho tiempo sin que éste llegara t a m -


.bíen d e Buenos Aires en compañía d e don D o m i n g o
Moreno, excelente actor español, i d e doña Trinidad
Guevara, actriz favorita de aquel pueblo.
E n t r e Rivas i Cáceres se dividieron los pareceres.
Cáceres tenia sobre aquél su magnífica figura i su v o z
a g r a d a b l e i poderosa. Rivas, por su acción, i m a s que
todo, p o r su admirable jesticulacion, contrabalancea-
ba a aquellas ventajas. L o s señores don A n d r é s B e -
llo i don V e n t u r a Blanco Encalada eran partidarios
decididos d e Rivas.
El señor Bello publicó algunos artículos sobre t e a -
tro en que, sin desconocer el mérito d e Cáceres, d e -
jaba entender mui claramente q u e prefería a R i v a s .
El público se dividió en dos b a n d o s siendo el mas
numeroso el d e los amigos d e Cáceres. E l otro suplia
el número con la opinión i m p o r t a n t e d e aquellos dos
señores.
L o s artículos del señor Bello fueron atribuidos a
Morante, que, sin razón, suponían e n e m i g o d e Cáce-
res. Eso prueba, por otra parte, la elevada idea q u e
se tenia del talento d e Morante, pues se le confundía
con aquel eminente literato.
L a s cosas habían llegado a término que fué nece-
sario recurrir a un espediente, usado a veces en estos
casos. El público exijió ver trabajar a los dos rivales
en idénticos papeles en dos noches consecutivas.
La obra elejida fué Los hijos de Edipo, trajedia
mui conocida del público, i en que Cáceres i Rivas s e
habían hecho aplaudir con entusiasmo.
E n una noche debia uno d e ellos hacer el p a p e l d e
Eteocles, ejecutando el otro el d e Polinice; en la n o -
che siguiente al revés.
L a concurrencia, como d e b e s u p o n e r s e , fué i n m e n -
— 172 —

sa. L a s opiniones, como t a m b i é n d e b e s u p o n e r s e ,


n o variaron, i C á c e r e s i Rivas no fueron m e n o s e x c e - ,
lentes actores que antes p a r a sus respectivos parti-
darios.
E n una escena ocurrió un incidente que a t e r r ó al
público mas que t o d a s las d e esa terrible trajedia.
E n la segunda representación, i s e g u r a m e n t e poí
ser del caso, ambos h e r m a n o s que tantas p r u e b a s
habian d a d o d e su odio recíproco, i que el público
habia personificado con aplausos i m p r u d e n t e s , sacan
a un mismo tiempo las e s p a d a s . Rivas i Cáceres se
acercan en aire a m e n a z a n t e i tan a lo vivo, que una
g r a n p a r t e del público, lleno d e angustia, dio un grito
unánime: ¡NÓ NAL
Mas d e una persona se levantó en a d e m a n d e lan-
zarse sobre el proscenio, creyendo una d e s g r a c i a in-
minente...
A m b o s actores, d e valor p r o b a d o , no habian lle-
v a d o , sin e m b a r g o , hasta ese estremo su rivalidad d e
artistas.

X X I I . — P o c o después Cáceres i R i v a s se dirijie-


ron, éste a Méjico, aquél al Perú.
Morante, a pesar d e que su enfermedad se había
declarado e n t e r a m e n t e , aun conservaba su antiguo
prestijio i no sin razón.
S e anunció el Arislodemo, en que antes habia
h e c h o d e protagonista. E n esa vez se debia r e p r e -
sentar sin que él t o m a r a p a r t e . Pero antes d e levan-
t a r s e el telón se avisa al empresario que Peso, q u e
hacia el p a p e l del rei, que da el n o m b r e a la trajedia,
no podia representar por una enfermedad r e p e n t i n a .
Por el m a l efecto que s i e m p r e causa en el público
un cambio repentino, fué preciso recurrir a Morante
p a r a que reemplazara a Peso, en un papel que j a m a s
habia tenido ocasión, ni siquiera d e leer, i es d e
advertir que, como es d e regla, la trajedia era e n
verso endecasílabo.
Morante no tuvo mas tiempo que el necesario
para vestirse i salir a la escena en seguida.
A poco a n d a r el público e m p e z ó a observar q:'
al personaje del rei, que Peso, con ser uno d e los
mejores actores no habia conseguido hacer notar,
Morante le d a b a una importancia d e p r i m e r orden,
sacando aplausos de pasajes en que nadie se habia
fijado. E s t e también era su último destello.
Continuó r e p r e s e n t a n d o papeles d e barba i diri-
jiendo la escena; pero la enfermedad hacia visibles
progresos.
L l e g a d o el año de 1835 o 1 8 3 6 , volvió Cáceres del
Perú a mui buen tiempo por lo d e c a d e n t e d e las
funciones dramáticas. F u é c o n t r a t a d o i dio principio
con Montegon i Capuleto, trajedia en que hizo, como
s i e m p r e , el primero d e estos p a p e l e s con éxito com-
pleto. E s t e también fué el último triunfo de Cáceres,
a t a c a d o y a d e la misma e n f e r m e d a d d e Morante, i
d e la que murió pocos meses d e s p u é s en Valparaíso
en ese año; según nuestros cálculos, d e 42 d e e d a d .
L u e g o dejó Morante d e r e p r e s e n t a r . Vivió con
los escasos recursos que algunos amigos le propor-
cionaban, i sobre t o d o con los del señor A r t e a g a ,
que en escasa fortuna no lo a b a n d o n ó j a m a s .

X X I I I . — E l arzobispo Vicuña, noticioso del estado


d e peligro en que se encontraba Morante, e n c a r g ó
a un a m i g o d e éste le hicieran ver la necesidad d e
reconciliarse con la Iglesia a quien habia hecho tan
cruda guerra. E l señor Vicuña ignoraba que el c o -
— 174 —

misionado tenia en relijion las mismas ideas d e


Morante. A p e s a r de eso, aquél cumplió su e n c a r g o ,
como era d e esperarse, sin ningún resultado. E n la
primera visita, i después d e las palabras d e costum-
bre, dio principio a su misión diciendo a Morante,
con aire distraído:—«Me parece que h e visto salir
d e aquí un p a d r e de la M e r c e d ? » — C o n t e s t ó Moran-
t e : «Si viera el hábito de un fraile en mi casa, m e
daría fiebre». —«Sin e m b a r g o , la relijion tiene sus
pruebas i han creído i creen en ella h o m b r e s mui
g r a n d e s » . Morante m u d ó d e conversación i y a no
se habló mas sobre la materia.

X X I V . — E l mal, a pesar d e su g r a v e d a d , daba


todavía m u c h a espera. El presbítero, después c a n ó -
nigo, don Miguel Mendoza, amigo de Morante, le
hizo algunas visitas que le a g r a d e c i ó v i v a m e n t e .
E s t o alentó a Mendoza; quien, conociendo que él no
era h o m b r e p a r a Morante, solo t r a t ó d e atraerlo con
palabras cariñosas, evitando t o d a discusión a que
éste parecía inclinado. Por e s t e medio g a n ó su
voluntad i consiguió por fin confesarlo.
El mismo dia en que esto sucedió, Morante como
volviendo en si, hizo llamar en la noche a don Ma-
riano Palacios, su antiguo c o m p a ñ e r o i nuestro, lle-
g a d o de Buenos Aires. A l verlo le dijo: «Esta m a -
r a ñ a r í a h e tenido una debilidad: m e h e confesado;
p e r o voi a protestar d e lo que h e hecho.» Dictó en
pocas palabras la p r o t e s t a i e n c a r g ó las fórmulas a
Palacios, p r ó x i m o a recibirse d e escribano, encar-
gándole traer todo escrito para firmar al siguiente
dia
A l retirarse Palacios encontró cerca de la casa de
Morante dos clérigos, d e los que solo conocía al se-
— 175 -

ñor Mendoza. S e detuvo i los v i o entrar en la casa


d e Morante. D e s p u é s se supo q u e el otro eclesiástico
era el señor don José Iñiguez, s a c e r d o t e d e maneras
sencillas, de eminentes virtudes i de g r a n saber.
Mendoza, habiendo presentado al señor Iñiguez i
al cabo d e una conversación en que Morante t o m ó
p a r t e como en perfecta salud, se retiró solo.
D e s p u é s de una larga conferencia privada i en voz
baja, se retiró también el señor Iñiguez.
Morante llamó en seguida i e n c a r g ó , si no esta-
mos equivocados, a don Anselmo Silva, residente
ahora en R a n c a g u a , dijera al señor Mendoza lo espe-
raba al dia siguiente. El señor Silva, que, coa un
cariño i fidelidad altamente laudables, no se s e p a r ó
d e Morante hasta el cementerio, cumplió sin duda su
encargo.

XXV.—Palacios se dirijió en la m a ñ a n a siguiente


a casa d e Morante, sin llevar la protesta escrita por-
que se proponía hacerlo bajo su dictado.
A p e n a s entró al patio, oyó con sorpresa la voz
robusta del señor Mendoza que dictaba a Morante
palabras de arrepentimiento i consuelo, i que Morant
repetía con fervor i entonación que a p a g a b a la d i
aquel antiguo sochantre de !a. Catedral.
• Palacios habló con la señora de Morante sin ce-
j a r s e ver d e éste, i se retiró.
S e g ú n nuestra invencible costumbre, de no visitar
enfermos de gravedad, de acuerdo con Palacios, lo
esperábamos en el Café de la N a c i ó n con el m a y o r
interés. Allí supimos todo lo que hemos referido i
calculamos lo siguiente respecto a las últimas reso-
luciones de Morante.
Al retirarse el señor Mendoza el dia aaíericr, d e s -
— 176 —

pues d e haberlo confesado por primera vez, debió


p e n s a r que aquel acto habia tenido lugar, mas por
condescendencia que por convicción. (Esto lo prue-
b a la p r o t e s t a p r o y e c t a d a . ) E l señor Mendoza no
e n c o n t r á n d o s e capaz d e convencer a Morante, acu-
dió al señor Iñiguez que por lo visto lo consiguió
c o m p l e t a m e n t e en la conferencia referida.

X X V I . — M o r a n t e después de recibir los s a c r a m e n -


tos, vivió aun muchos dias, dando pruebas d e la sin-
ceridad de su arrepentimiento, sino tan espléndi-
d a s como las d e sus antiguos admiradores Lafinur i
C. Henriquez, no m e n o s claras i sinceras.
Su edad seria d e 52 a 54 años.
Morante dejó varios manuscritos: entre ellos Los
Templarios, trajedia traducida por él del francés, en
verso, i d e cuyo autor no estamos seguros, por h a -
ber conocido otras sobre el m i s m o a r g u m e n t o .
Morante, al traducirla, la habia a c o m p a ñ a d o de e s -
tensas i numerosas «notas históricas» en que m a n i -
festaba su vasta erudición.
H a s t a hace poco h e m o s conservado una Despedida
de -mi patria i de mis amigos, que suponemos escri-
«ta al e m p r e n d e r su último viaje a Chile.
E n esta composición hacia recuerdos d e su niñez
i d e su m a d r e , que no era posible leer sin conmo-
verse. E r a notable, sobre todo, el fin, por la e x a c t i -
tud c o n que describe el d e s a m p a r o d e los últimos
años d e su vida.
— 177 —

La revolución de 1810

PEQUEÑOS INCIDENTES

1.—En la t a r d e del 25 d e Mayo d e 1 8 1 0 s e e n -


c o n t r a b a n reunidos en la casa del señor don José
A n t o n i o Rojas, los señores don Juan Antonio Ovalle,
don B e r n a r d o V e r a , don José Miguel Infante i don
fosé Maria Infante, su primo.
L a casa del señor Rojas era la m a s frecuentada
p o r los revolucionarios, a causa d e su situación cen-
tral. E s t á en la plazuela del T e a t r o Municipal i tiene
el núm. 27 en su reciente construcción.
S e discutía con mucho calor el significado d e una
Eei o real cédula en que debia a p o y a r s e la formación
d e una Junta Gubernativa durante la prisión en F r a n -
cia del rei F e r n a n d o V I I .
P a r a cortar t o d a cuestión, don José Miguel Infan-
te m a n d ó a don José Maria a su casa, distante solo
dos cuadras, en la calle del Rei, entonces, i ahora d e l
E s t a d o , n ú m . 33, a buscar un libro en que se encon-
t r a b a la lei o cédula en cuestión.
Infante, impaciente por convencer a sus a m i g o s i
mortificado por la demora del mensajero, salió a t o -
da prisa en la m i s m a dirección. A p e n a s habian p a -
sado algunos minutos llegó a casa del señor Rojas la
tropa, que al m a n d o d e un oficial i por orden d e
Carrasco, le t o m ó preso; en seguida lo fueron los s e -
ñores don J u a n Antonio Ovalle i el D r . V e r a .
Por aquel incidente solo fueron sorprendidos los
señores Ovalle, Rojas i Vera. Infante i su sobrino
escaparon m e d i a n t e su ausencia m o m e n t á n e a . A l -
gunos dias después fueron conducidos esos tres s e -
— 178 —

ñores a Valparaíso p a r a seguir su viaje a los castillos


del Callao. El doctor V e r a q u e d ó en Valparaíso por
e?ifermo....

II.—Cerca d e m e s i medio después d e estas pri-


siones apareció en la plaza d e A r m a s , a las ocho d e
la m a ñ a n a , una reunión como d e doscientas personas
respetables, que luego se duplicó con ios curiosos:
pidió a unos cuantos cabildantes, que allí se e n c o n -
traban, que citaran a sus c o m p a ñ e r o s a un cabildo
abierto.
E s t a reunión no se hizo esperar, i antes d e dos
horas se comisionaba a don Agustín E y z a g u i r r e i a!
doctor don José Gregorio A r g o m e d o p a r a pedir es-
plicaciones a Carrasco sobre su falta d e palabra,,
p a r a hacer volver a Santiago a esos señores q u e e s -
t a b a n presos en Valparaíso, a b o r d o .
Carrasco se m o s t r ó altanero al principio; p e r o al
fin, aconsejado por dos oidores, concurrió a la A u -
diencia para contestar a los cargos que se !e hacían.
E n t r e los concurrentes se encontraba d o n L u i s
Carrera, de edad apenas de diez i nueve años.
Cuando el valiente doctur A r g o m e d o dirijió a Ca-
rrasco su elocuente í conocido discurso, al decir:
— « E n la piaz.i hai dos mil h o m b r e s decididos a
hacer respetar ios derechos que defiendo.»
Carrer,;, abriendo su capa i m o s t r a n d o un p a r d e
pistolas, añadió dirijiéndose a Carrasco:
— « I todos vienen como yo!»
E s t e s e g a n d o epílogo decidió a Carrasco a prome-
ter todo lo que antes habia n e g a d o . . . .
— 179 —

Los dos sárjenlos

O LA PRIMERA REVOLUCIÓN DE LOS CARRERAS

I.—Cuando en 1 8 1 1 , los Carreras ¡ sus amigos,


descontentos con la marcha irresoluta d e aquel g o -
bierno, p r o y e c t a r o n una revolución q u e pusiera los
destinos del pais en otras m a n o s ; una d e sus p r i m e -
ras dilijencias fué solicitar la cooperación d e dos
sarjentos d e artillería, que debían facilitarles un m o -
vimiento que los hiciera dueños d e ese cuerpo i d e
los recursos d e a r m a s i municiones d e p o s i t a d a s em
el cuartel.
Un sarjento en aquellos tiempos g o z a b a d e m u c h a
m a s consideración que en el dia. P o d r í a m o s compa-
rar su representación, por lo m e n o s , a la d e un oficial
subalterno de nuestra é p o c a .
Los sarjentos mencionados, a quienes se dirijieron
los Carreras, fueron don Antonio Millan i don R a -
món Picarte, los mas notables d e ese cuerpo.
Millan se n e g ó r o t u n d a m e n t e con estas palabras:
«Si el asalto tiene lugar e s t a n d o y o d e guardia,
m e haré matar en mi puesto; p e r o si m e niego a la
solicitud d e ustedes, pueden sin e m b a r g o contarjcom
mi silencio. Y o no soi delator.»
Picarte no puso m a s inconveniente que los q u é le
dictaba su conocida prudencia; pero fueron allana-
dos, i se c o m p r o m e t i ó con los revolucionarios, fiján-
d o s e el dia.

II.—El cuartel d e artillería estaba e n t ó n c e s m a s


al oriente del lugar que ocupa el d e la escolta del
Presidente d e la República. L o s Carreras vivían, o
— 180 —

disponían de la casa, ahora nueva, en la calle d e l a s


A g u s t i n a s , esquina opuesta a la del jeneraf B l a n c o ,
a espaldas del cuartel, i que ahora lleva el n ú m e -
ro 4 6 .
T e n i a esa casa, como la actual, una puerta de ser-
vicio a la calle d e Morandé, a poco m a s d e m e d i a
cuadra del mencionado cuartel, i que ahora tiene e l
número 4 9 .
L o s revolucionarios debian reunirse en esta casa
i salir por aquella puerta sin que pudieran ser vistos
por la guardia del cuartel h a s t a el m o m e n t o d e caer
sobre ella. S e fijó el dia 4 d e S e t i e m b r e , entre una i
dos d e la t a r d e . A las d o c e se e n c o n t r a b a n y a j u n -
tos los asaltantes, que no llegaban a cuarenta, i q u e
s e habían reunido poco a poco, e n t r a n d o por la calle
de las A g u s t i n a s i d e M o r a n d é , de uno en uno.
Poco después pasaba Millan por la calle del p o -
niente d e la plazuela d e la Moneda, es decir, por la
d e Teatinos, en dirección del reñidero d e gallos, si-
t u a d o entonces en la esquina noreste d e la que es
ahora plaza d e abastos. Tenia para ese m i s m o dia
una pelea armada, i llevaba su gallo él m i s m o , lo
que no era raro entonces.
Al pasar por allí vio a don José Miguel Carrera,
que, vestido con su gran uniforme de húsar, se p a -
seaba a lo largo d e la plazuela con otra persona m a s ,
pero seguido a distancia por algunos curiosos, j e n t e
toda del pueblo; siendo este barrio poco frecuentado
entonces.
E r a en ese dia oficial d e guardia del cuartel el ca-
pitán Barainca, dueño o administrador d e la chacra,
d e e«te nombre, ahora seminario. E n ese m o m e n t o
estaba en la cochera i n m e d i a t a al cuartel, que servia
d e habitación a los oficiales de g u a r d i a .
— 181 —

L o s revolucionarios, cosa combinada, m a n d a r o n


tres individuos a solicitar d e Barainca una ó r d e a
p a r a que el m a y o r d o m o d e la chacra recibiera algu-
nos caballos a talaje. A p e n a s Barainca se p u s o a es-
cribir la orden, uno d e los comisionados, que se
habia q u e d a d o en la puerta d e la cochera, hizo una
seña a otro, que, situado en la esquina, la repitió a
un tercero que la a g u a r d a b a en la p u e r t a del patío
d o n d e estaban los amotinados, entre los q u e habia
varios oficiales i soldados del ejército.
Salieron i n m e d i a t a m e n t e : al llegar a la puerta del
cuartel i habiendo encontrado una resistencia obsti-
n a d a en el sarjento González, fué m u e r t o d e un ba-
lazo por don Juan José Carrera, i el cuartel quedó,
sin otra resistencia, en p o d e r de los asaltantes.
Barainca no p u d o impedirlo p o r q u e los del recibo
se lo e s t o r b a r o n .
Sin mas que este movimiento parcial h u b o cambio
d e gobierno. ¿I quién se habría a t r e v i d o a m o v e r s e
contra los que se habian tomado la artillería?
Por espacio d e cuarenta años los revolucionarios,
d e Santiago no se s e p a r a r o n una línea d e esta idea,—
dígalo el 20 d e Abril d e 1 8 5 1 . S e creia que el que
se tomaba la artillería podía e c h a r s e a dormir: todo
era s u y o . . .
C o m o es natural, d e s p u é s del triunfo vinieron las
ascensos. A l sarjento Picarte, que habia tenido en é!
una p a r t e i m p o r t a n t e , se le dio el grado d e alférez.
A l sarjento Millan, que solo c o o p e r ó con su silencio,
se le p r e m i ó con el ascenso d e alférez efectivo.
E s t a conducta d e Carrera, que encierra una alta
lección, no n e c e s i t a m o s esplicarla a n u e s t r o s lecto-
res. Ella nos t r a e a la memoria un h e c h o análogo
— 182

de Napoleón, que ha sido mui e n c o m i a d o por ios


historiadores i que p o r sabido callamos.
Picarte i Millan estaban llamados a r e p r e s e n t a r un
noble papel en nuestra historia militar.
Millan tiene una hermosa pajina en el sitio d e
Chillan i el de R a n c a g u a .
Picarte llevó una vida llena d e c o n t r a t i e m p o s i
espuesta a g r a n d e s peligros, que s i e m p r e a r r o s t r ó
con valor heroico. El motin d e la guarnición d e
Valdivia, sofocado por él solo, con una p r o n t i t u d
i enerjfa inauditas, seria suficiente para colocarlo
entre nuestros mas notables militares.
El año de 1830 c a y ó con el partido liberal a q u e
pertenecía: ocupó su lugar e n t r e los jefes i oficiales
que dio de baja el ministro Portales.
D e s p u é s de esto, en una transacción iniciada e n t r e
el partido liberal i el gobierno, Portales habia indica-
do a Picarte para intendente de Coquimbo; pero una
t r a m a revolucionaria, descubierta en esos dias, i e n
que Picarte apareció complicado, d i o en tierra con
esa combinación.
Portales, al saber algo m a s t a r d e que se hallaba
g r a v e m e n t e enfermo i sin recursos, hizo llegar h a s t a
él una suma considerable, (500 pesos) ocultándole
c u i d a d o s a m e n t e quién le prestaba este servicio. N o
fué esta la única prueba d e la predilección con que
lo miraba.
Millan se retiró del servicio activo con el g r a d o
d e teniente coronel. Picarte habia llegado a coronel
cuando se le d i o d e baja. Sin la interrupción d e su
carrera, habria sido mui pronto jeneral. Su carácter
serio, su talento i su valor lo llamaban a ocupar los
primeros puestos del ejército, a que e n t o n c e s no s e
llegaba con t a n t a facilidad como en el dia.
D o n L u i s Carrera

E n Í 8 1 5 se encontraba en Buenos Aires don Luis


C a r r e r a . Asistió una noche al único teatro que habia
e n t o n c e s , inmediato a la iglesia d e la Merced i q u e
ha d e s a p a r e c i d o . S e representaba El Chismoso, c o -
m e d i a d e costumbre, cuyo protagonista d e s e m p e ñ a -
ba el célebre actor Ambrosio Morante.
D o s Luis ocupaba una luneta bajo un palco en
que estaba una familia con varios niños d e corta
e d a d . Como era natural, i por el poco cuidado d e
sus p a d r e s , no solo hacían ruido con sus conversa-
ciones, sino también con sus continuos movimientos,
subiendo i bajando a la barandilla del palco.
La situación que ocupaba Carrera i el poco cuida-
do que se tenia con los niños lo hizo fijarse, previen-
do lo que no podia menos d e suceder. E n una
disputa por ocupar el lugar m a s alto, uno d e ellos,
d e e d a d d e tres o cuatro años, c a y ó a la platea.
A p e n a s lo v i o Carrera, i aun antes de que la m a -
dre diera un grito, se puso d e pié para recibirlo. L a
poca altura del palco i su talla aventajada facilitaron
ía operación, pero no sin que al vecino que tenia a
su izquierda le pisara un pié con fuerza.
E s a persona d e s a h o g ó su dolor diciendo: ¡Badu-
laque! Mientras don Luis ponia al niño en m a n o s
de su p a d r e , subiéndose para esto sobre su asiento.
E n seguida se d i o vuelta i p r e g u n t ó al sujeto
aquel:
—¿Con quién habla usted?
—Con usted, por impolítico...
Correrá d i o por única c o n t e s t a c i ó n a su interlocu-
— 184 —

tor un gran bofetón a m a n o abierta que resonó eas


t o d o el teatro.
E l público, sobre todo el d e h platea, se levantó
p a r a gritar contra el que aparecía como único a g r e -
sor, pues las pocas personas que estaban en autos
d e lo sucedido no podían hacerse oír, ni t o m a b a n ets
esto mucho e m p e ñ o por t e m o r a la inmensa m a y o -
ría, prevenida contra Carrera por imputaciones ca-
lumniosas, i aun no desvanecidas del t o d o , sobre s*
lealtad en el desafío con el coronel Mackenna; a lis
que d e b e a g r e g a r s e que el abofeteado e r a a r j e n t i n o . . .
E s t e a su vez habia hecho uso d e su bastón, pe¡ru>
con poco éxito.
La representación fué interrumpida por algunos
minutos.
E s t o sucedía en el último acto d e la comedia. D o -
r a n t e el intermedio i el s a í n e t e , — L a muerte deí
Diablo*—ninguno de los dos contendores se m o v i é
d e su asiento, a t r a y e n d o sobre sí todas las m i r a d a s
del público.
Concluida la función, don Luis esperó p a r a salís
q u e se despejase la platea: p e r o , viendo que nadie
s e movía, i que se manifestaba cierta impaciencia en
el público, se dirijió a la única puerta que tenia til
teatro; pero antes d e salir a la calle, una voz dijo, dit-
rijiéndose al piquete d e guardia:
— ¡ E s e es, sujétenlo!
A p e n a s oyó esto Carrera, se dirijió a la p a r e d d e
la izquierda, que d a b a frente a la guardia, i m e t i e n -
do a m b a s m a n o s a los bolsillos d e los pantalones.,
como en a d e m a n d e sacar armas, contestó m i r a n d o
a la concurrencia:
—¿Quién m e sujeta?
T o d o s los curiosos estaban del lado d e a d e n t r o
— 185 —

del t e a t r o , i en el zaguán solo s e veian la guardia i


Carrera. L a actitud a m e n a z a n t e d e éste impuso a
t o d o el mundo; pero no era esto solo: el p a d r e del
niño, después d e darle las gracias d e s d e el palco,
bajó a la platea, i acercándose a t o d o s los corrillos,,
contaba conmovido el suceso; por consiguiente s e
habia efectuado una reacción, en una p a r t e del p ú -
blico, favorable a Carrera.
A su pregunta, i después d e un corto silencio, el
m a y o r Ramírez, que mas t a r d e conocimos d e coro-
nel d e artillería (año 2 5 ) , contestó:
— S e ñ o r Carrera: si usted da su palabra d e p r e -
sentarse mañana a las 12 en la comandancia d e a r -
m a s , p u e d e retirarse sin ningún inconveniente.
— ¡Corriente! contestó Carrera.
I t o d o concluyó esa noche.
A l siguiente dia concurrió a la cita. L o esperaba
su adversario, el p a d r e del niño i éste mismo, que al
v e r a Carrera corrió a él p r e s e n t á n d o l e un r a m o d e
flores i pidiéndole, a n o m b r e d e su m a d r e , p e r m i s o
p a r a besarle las m a n o s .
L a s p r i m e r a s palabras de la entrevista fueron a g r e -
sivas por a m b a s partes; pero todo se arregló a m i g a -
b l e m e n t e por el interés que en ello t o m a r o n aun per-
sonas estrañas.
S e exijió a los dos actores q u e dejaran al m e n o s
por un m e s d e concurrir al t e a t r o : Carrera c o n t e s t ó :
— ¡ A n o c h e m e h e despedido del teatro para siem-
pre!
— 186 —

D o n J o s é M i g u e l Carrera

Cuando en Abril de 1 8 1 8 , tenia lugar en Chile la


victoria d e Maipo, se encontraba asilado en Monte-
video don José Miguel Carrera, que un año antes i
con gran trabajo i peligro habia podido escaparse d e
un buque en que el gobierno arjeutino lo tenia preso
en ¡a bahia d e Buenos Aires.
L o s gobiernos chileno i arjentino se prestaban e s -
tos servicios mutuos. L a s prisiones arjentinas esta-
ban abiertas para ios chilenos hostiles al gobierno
d e nuestro pais; las de Chile lo estaban para los a r -
jentitios que se encontraban en el mismo caso
L a familia Carrera era perseguida en Chile con
m a s encarnizamiento i crueldad que los m a s decidi-
dos partidarios del rei de E s p a ñ a .
Ei gobierno se habia e c h a d o sobre t o d a s sus p r o -
p i e d a d e s , dejándola perecer en el destierro, i aun en
Chile, falta d e todo recurso. Si esta política era ine-
vitable, fatal, no nos toca a nosotros decidirlo.
D o n Juan José i don Luis, sorprendidos en su t r á n -
sito para Chile en m e s e s anteriores, p e r m a n e c í a n
presos en Mendoza, d o n d e se les seguía una causa
con mucha lentitud, por conspiración intentada d e s -
d e su prisión.
A fines d e Marzo del mismo año llegó a ese p u e -
blo la noticia del descalabro d e Cancha R a y a d a , q u e
p u s o a Chile al borde de su ruina.
F u é trasmitida con t o d a celeridad a Buenos A i r e s
i a Montevideo.
Como era natural, aquel suceso causó en los á n i -
m o s g r a n zozobra. U n correo posterior d e pocos dias
consoló a los p a t r i o t a s , haciéndoles saber que u n a
— 187 —

gran p a r t e d e las fuerzas dispersas en Cancha R a y a -


da se e n c o n t r a b a reunida mui p r ó x i m a a S a n t i a g o ,
dispuesta a disputar la victoria al ejército d e O s o -
rio.
D o n José Miguel, los dos B e n a v e n t e , don Manuel
Gandarillas, don Pedro Vidal, Camilo Henriquez i
otros chilenos partidarios d e Carrera, asilados, como
él, en Montevideo, esperaban con el m a y o r interés n o -
ticias del resultado de la batalla decisiva que se p r e -
p a r a b a , como también del desenlace de la causa que
con tanta calma se seguía a don Juan José i a don
Luis, a u n q u e sin t e m e r un resultado sangriento, a que
no daba lugar la naturaleza de esa m i s m a causa.
U n a m a ñ a n a , a eso de medio dia, hora ordinaria
en que se reunían diariamente los señores menciona-
dos para comunicarse los rumores que cada uno ha-
bia recojido en la ciudad, el último que llegó trayen-
do la noticia que y a todos sabían de la victoria d e
Maipo, añadió que se decia, aunque con reserva, que
don Juan José i don Luis habian sido fusilados el 8
del m e s corriente en Mendoza.
A u n cuando no se hallaba presente don José Mi-
guel, ninguno d e los otros habia querido añadir,
apesar d e saberlo, este funesto apéndice Por
m o m e n t o s i con la m a y o r ansiedad lo esperaban, no
d u d a n d o d e que a esa hora no podia ignorar su in-
mensa desgracia.
L a m a y o r dificultad para dar crédito a la noticia,
era, que hubiera llegado d e s d e Mendoza a Montevi-
deo en seis dias i algunas horas; pero luego se supo
que el correo que la habia llevado a Buenos A i r e s
d e s d e Mendoza, habia a n d a d o aquellas trescientas
leguas e n cuatro dias i medio.
E s t e c o r r e o , por rara coincidencia, fué el famoso
— 188 —

Escalera, el mismo que diez años antes habia salva-


d o en veintitantos dias la e n o r m e distancia ( c r e e m o s
q u e d e mil leguas,) que hai d e Buenos A i r e s a L i m a
llevando la noticia del fracaso d e la s e g u n d a inva-
sión inglesa.
T a r d a b a don José Miguel, m a s que d e c o s t u m b r e ,
i y a don Manuel Gandarillas se disponía a buscarlo
e n casa d e don Nicolás Herrera, arjentino i a m i g o
común, cuando oyeron que d e s d e el zaguán d e Sa
casa, casi corriendo, i golpeando las m a n o s , gritaba;:
—¡Viva Chile: victoria completa!
A l oirlo, todos se miraron con dolorosa sorpresa;
p e r o él, sin fijarse en la espresion indefinible d e
aquellas fisonomías, añadió:
— ¿ Q u é dicen ustedes d e los reclutas chilenos q u e
se baten como leones?
U n a sonrisa forzada d e asentimiento, sin una pa-
labra articulada, fué la única contestación .
¡Todos habian caido en cuenta d e su ignorancia!
E n t o n c e s , sorprendido i mirando s u c e s i v a m e n t e a
t o d o s , dijo:
— ¡Cómo! ¿Se han convertido ustedes en godos
acaso?
Como nadie contestaba, añadió.
—¿O hai algo m a s que y o no sé?
El mismo silencio.
—¡Ah! ¡Han fusilado a alguno d e mis h e r m a n o s ! . . .
¿A los dos quizá?... Sí, ¡no m e digan n a d a !
I d a n d o un g r a n golpe con a m b o s p u ñ o s en la
p a r e d , p e r m a n e c i ó vuelto a ella un largo r a t o , d a n d o
l i b r e curso a sus lágrimas.
E n seguida tiró el sombrero, añadiendo:
— B a s t a d e lágrimas; los v e n g a r é o p e r d e r é la
vida!...
189 —

D e s d e el siguiente dia e m p e z ó a cumplir su pala-


bra» i sus escritos, v e h e m e n t e s hasta entonces, fue-
ron e n adelante incendiarios. E s t o no era bastante:
luego c a m b i ó la pluma por la espada, que no dejó
d e la m a n o h a s t a concluir su vida en el mismo p u e -
blo, en la misma plaza i en el m i s m o rincón en q u e
ares años i medio antes la habían perdido sus h e r -
manos.
El año 1 9 vimos en la pared oriente d e esa plaza,
íaa h u e l l a s d e las balas que habian a t r a v e s a d o el
p e c h o a l o s primeros; el año 24 vimos aun las q u e
laabsan d e j a d o las que atrevesaron el s u y o . . .

Entre Chacabuco i Maipo

VIRUTAS HISTÓRICAS

I . — E l 20 d e Marzo d e 1 8 1 8 , entre doce i una d e


la n o c h e , hablaba con el centinela (que entonces no
faltaba en la esquina de la antigua cárcel) don F r a n -
cisco Fontecilla, intendente d e Santiago. A ese
t i e m p o p a s a b a por allí el teniente d e artillería d e
Chile (habia entonces un cuerpo d e artillería d e los
A n d e s ) don Antonio Vidal. D e s p u é s del saludo,
Fontecilla dijo a Vidal:
— A c o m p á ñ e m e usted h a s t a la Cañada, n o m b r e
q u e e n t o n c e s tenia la A l a m e d a d e las Delicias.
L a c i u d a d estaba silenciosa como un cementerio.
N a d i e ignoraba que el encuentro d e nuestro ejér-
cito con el realista, debia tener lugar en esos m o -
m e n t o s , i que del éxito d e una batalla estaba p e n -
d i e n t e la suerte d e Chile. £ o m o siempre, en esos
— 190 —

casos, circulaban rumores mas o m e n o s alarmantes.


Los godos no disimulaban su alegría, no solo por
la retirada d e nuestro ejército, d e s p u é s d e la san-
grienta derrota de Talcahuano, sino t a m b i é n por el
considerable refuerzo recien llegado del Perú a los
realistas, con el que venia Osorio, el vencedor d e
Rancagua.
Fontecilla i Vidal t o m a r o n la dirección de la calle
del E s t a d o . Al llegar a la plazuela d e San Agustín,
les llamó la atención el paso d e un caballo cansado'
i con las herraduras rotas, que venia del lado d e la
Cañada en dirección a la plaza d e A r m a s . D e comums
acuerdo, ambos se ocultaron en el rincón que ocupa»
ba, como ahora, la portería de! convento. El ruido d e
un sable les advirtió que el que m o n t a b a el caballo
era un militar, al cual saliéndole al encuentro, p r e -
g u n t ó Vidal:
—¿Quién vive?
— L a patria.
—¿Qué jente?
—Oficial del ejército
— ¡Alto!
Al acercarse a él, conocieron que h a b l a b a n con
S a m a n i e g o , teniente d e caballería, chileno i mus c o -
nocido en S a n t i a g o .
Sorprendido el i n t e n d e n t e de aquel i n e s p e r a d o en-
cuentro, p r e g u n t ó :
—¿De d ó n d e viene usted? "
« —Del ejército.
—¿Dónde está el ejército?
— A n o c h e e s t á b a m o s cerca de Talca; pero a Jas
nueve nos asaltaron los godos i nos h&a dispensadle
completamente.
— A p é e s e usted i m a r c h e para San P a b l e .
— 191 —

S a m a n i e g o quiso añadir algo, pero se le hizo callar


por el teniente Vidal, diciéndole:
— ¡Obedezca usted al intendente!
E s t e silencio no fué interrumpido en todo el c a -
mino.

I I . — E n San Pablo estaba acuartelado un rejirnien-


to de caballería de milicias, que m a n d a b a don Pedro
Prado, vocal d e una d e las antiguas juntas; pero que
en ese m o m e n t o no estaba en el cuartel, i no costó
poco trabajo que el teniente don Juan María E g m i ,
oficial de guardia, abriera la puerta. Conseguido
esto, las tres personas mencionadas se encerraron e a
la mayoría, d o n d e Samaniego dio t o d a s sus esplí-
caciones sin vacilación alguna, añadiendo al ^ter-
minar:
T r a s d e mí viene todo el ejército.
L a m a y o r dificultad para el señor Fontecilla era
que en 28 horas hubiera podido este oficial recorrer
las 80 leguas que entonces se suponían e n t r e T a l c a
i Santiago. A esto contestó S a m a n i e g o , que las veces
que habia c a m b i a d o caballo para acelerar su viaje,
lo pedia en n o m b r e del gobierno, mostrando un p a p e l
que decia ser un oficio urjente, pero callando lo su-
cedido.
A l retirarse el intendente, dio orden t e r m i n a n t e
d e poner al preso dos centinelas, prohibiendo t o d a
comunicación.
D e ahí se dirijió, siempre seguido del teniente
Vidal, a casa d e dos o tres personas d e alta posicioa
p a r a referirles lo sucedido, pero d u d a n d o d e 3a v e r -
d a d . A l llegar a la casa d e la áltíma d e estas p e r s o -
nas, y a viniendo el dia, la encontró en pié i coa l a
noticia que acababan d e darSe. d e q w don B e r n a r d o
— 192 —

M o n t e a g u d o , auditor del ejército, habia llegado, r e -


firiendo el mismo suceso, con p o r m e n o r e s aun m a s
alarmantes que los que ellos sabian. Y a n o era posi-
ble la duda i solo se trató d e ocultar la catástrofe al
público.
T o d a s las p r e c a c i o n e s , sin e m b a r g o , fueron inú-
tiles, p u e s el 2 1 , S á b a d o S a n t o , a las diez d e la m a -
ñana, las noticias d e nuestro ejército estaban en
boca d e todo el mundo, con dolorosos p o r m e n o r e s .
L a n o c h e d e ese dia i la del domingo inmediato
fueron a t e r r a d o r a s . A l g u n a s tiendas d e comercio
fueron s a q u e a d a s , teniendo esta preferencia las d e al-
g u n o s entusiastas patriotas. Pero n a d a m a s siniestro
que ese mismo domingo. Al medio dia e m p e z ó a le-
v a n t a r s e una nube d e polvo por el lado del sur,
p r ó x i m o a la ciudad, que por m o m e n t o s se hacia m a s
d e n s a , a u m e n t a n d o el e s p a n t o d e los habitantes d e
Santiago.

I I I . — E n t o n c e s el llano d e Maipo no tenia un solo


arbusto i sus siete leguas d e anchura no eran m a s
que un arenal no interrumpido e n t r e el Mapocho i
el Maipo, por no correr por esa g r a n estension ni un
hilo d e agua.
E s a p o l v a r e d a la levantaba la multitud d e j e n t e
d e a caballo i d e a pié d e los pueblos del sur, q u e
b u s c a b a un asilo en la capital.
E n t r e esa multitud d e familias, pobres casi en su
totalidad, venían gran p a r t e d e soldados i no pocos
oficiales del ejército m a s brillante que hasta e n t o n -
ces habia tenido Chile. L o que m a s desconsuelo
causaba era ver ese sin n ú m e r o d e militares a v e r -
gonzados i abatidos, sin formación alguna, i la m a y o r
p a r t e d e s a r m a d o s ; que en lugar d e t o m a r cuarteles
— 193 —

en Santiago, p a s a b a n de largo, en dirección al norte,


es decir a Mendoza, que m i r a b a n como el único
punto de s e g u r i d a d .
E l 2 3 , dia lunes, p u e d e decirse que t o d o el m u n d o
se disponia a emigrar en esa dirección. El que estas
líneas escribe tuvo un buen e m p e ñ o para incorporar-
se en el equipaje del jeneral O ' H i g g i n s , que m a r c h ó
en dirección a Mendoza a cargo del p a d r e Jara, reli-
jioso dominico.
C o m p r a m o s en doce reales una y e g u a , o m a s bien,
una armazón d e y e g u a , que con gran trabajo nos
condujo hasta inmediaciones d e S a n t a R o s a d e los
A n d e s , de d o n d e regresamos después, al saber el
triunfo de Maipo. E n nuestra c o m p a ñ í a iba un ca-
dete, mas t a r d e jeneral, que d e s p u é s vimos conde-
corado con la medalla que se concedió a los vence-
dores de los vencedores de Bailen... A s í se dan a
veces los premios, i no será este el único caso d e ese
jénero a que nos referiremos en el p r e s e n t e artículo.

I V . — E n estas circunstancias apareció don Manuel


R o d r í g u e z , que infundió aliento en unos i descon-
fianza i recelo en otros.
E s t e personaje, que tanto contribuyó a la restau-
ración de nuestra patria, fué relegado al olvido d e s -
pués del triunfo de Chacabuco:—decimos mal, en el
t i e m p o que corrió desde esa batalla, hasta la d e
Maipo, se le tuvo presente p a r a perseguirlo sin d e s -
canso; pero no es esto lo mas raro, sino el e m p e ñ o
que se ha puesto en atribuir al jeneral S a n Martin la
p a r t e principal en estas persecuciones.
T a n lejos está esto de la v e r d a d , que en t o d a s las
dificultades que se ofrecían entre el gobierno d e don
Bernardo O ' H i g g i n s i Rodríguez, éste acudía a S a n
13
— 194 —

Martin, que siempre se p r e s t ó gustoso a zanjarlas.


San Martin no solo dio a R o d r í g u e z pruebas d e ca-
riño, sino d e confianza, nombrándolo auditor d e
g u e r r a del ejército que organizaba en L a s T a b l a s ,
pocos meses antes d e la batalla d e Maipo.
N a d i e ignora quién fué el que solicitó al capitán
Zuluaga, arjentino, i m a s t a r d e al teniente Navarro,,
español, ambos del batallón i.° d e los A n d e s , p a r a
asesinar a Rodríguez.
Cuando esto sucedía, San Martin estaba en Bue-
nos A i r e s , d o n d e llegó la noticia d e la m u e r t e d e
Rodríguez con posterioridad.
S e ha dicho por algunos, que aquel jeneral d o m i -
n a b a en Chile con su ejército, sin recordar que el
ejército arjentino, después d e la batalla d e Maipo,
era inferior al de Chile en mas d e mil h o m b r e s ; pues
d e los cuatro mil con que contaba en Chacabuco,
habia perdido cerca de mil en las c a m p a ñ a s del sur,
anteriores a la batalla d e Maipo; esto sin contar q u e
el jeneral O ' H i g g i n s era director s u p r e m o d e la r e -
pública.'
No fué San Martin, quien, tres años m a s t a r d e i
residiendo en el Perú, dio un alto g r a d o en el ejérci-
to de Chile al g o b e r n a d o r d e Mendoza, Godoi Cruz,
que fusiló a don José Miguel Carrera; a c o m p a ñ a d o
este n o m b r a m i e n t o d e una rica casaca, c o r r e s p o n -
diente al empleo. C o m o el g r a d o se e v a p o r ó m a s
t a r d e , la casaca corrió la m i s m a suerte, viniendo a
p a r a r al t e a t r o d e S a n t i a g o , d o n d e murió e n t r e los;
desechos del actor Peso, a quien le fué v e n d i d a p o r
su dueño, e m i g r a d o en Chile. L a tal casaca había
ocasionado un mal rato en B u e n o s A i r e s a su p o s e e -
dor, por h a b e r tenido el arrojo d e p r e s e n t a r s e esi
paseo público d e gran p a r a d a .
— 195 —

L l a m ó la atención, sobre todo, por su alta g r a d u a -


ción i por ser desconocido d e todo el m u n d o .
A l dia siguiente se le notificó por la Comandancia
d e A r m a s la orden verbal, d e no volver a presentar-
se en público con ese traje. A esta orden, h e m o s oido
en Buenos A i r e s añadir palabras que por su dureza
creemos inverosímiles.

V . — C o m o todos saben, el pueblo, o lo que se llama


tal, asoció a Rodríguez con el coronel don Luis Cruz,
que m o m e n t á n e a m e n t e reemplazaba en el m a n d o su-
p r e m o d e la república al jeneral O ' H i g g i n s . Contando
con los recursos que este cargo le proporcionaba, or-
ganizó un Tejimiento d e caballería d e quinientas a
seiscientas plazas, que llamó Húsares de la Muerte.
L o s oficiales, en su totalidad eran carrerinos, lo que
no era una garantía d e fidelidad para San Martin ni
O ' H i g g i n s , pues estando don Juan José i don Luis a
cien leguas de Santiago, presos en Mendoza, no era
imposible que a m b o s se presentaran el dia m e n o s
p e n s a d o en Chile, d o n d e contaban con numerosos i
decididos partidarios, aun en el ejército.
T a n cierto es esto, que el francés don A m b r o s i o
C r a m m e r , t e n i e n t e coronel i c o m a n d a n t e del batallón
8 d e los A n d e s i el italiano don José Rondizzoni, sar-
j e n t o m a y o r del número 2 de Chile, fueron s e p a r a d o s
v i o l e n t a m e n t e d e sus puestos en esos dias p o r sos-
p e c h a s d e carrerismo, pues a m b o s habían venido d e
N o r t e - A m é r i c a con don José Miguel.
E n esa misma época se hizo igual cosa con el j e n e -
ral francés Brayer, últimamente incorporado a n u e s -
tro ejército, i que, habiendo venido del mismo punto
con Carrera, se prestaba a las mismas sospechas.
A esta última separación se le d i o como motivo el
mal éxito del asalto d e Talcahuano, en Diciembre
del año anterior; sin e m b a r g o , de' que la e m p r e s a se
acometió con aprobación i bajo las órdenes del j e n e -
ral O ' H i g g i n s , jefe del ejército i S u p r e m o Director,
siendo B r a y e r jefe d e estado m a y o r . Pero, como es
sabido, en estas desgracias siempre se busca a quien
echar la culpa, i, ¿quién mas a propósito para este
caso que un estranjero, i a m a s d e esto, carrerino?
B r a y e r , pues, fué el autor es elusivo d e uno d e los
m a s g r a n d e s descalabros que sufrió nuestro ejército
en la guerra de la independencia, i una licencia d e
pocos dias que pidió p a r a t o m a r los baños de Colina,
fué el motivo ostensible p a r a separarlo del ejército,
apesar d e haberse presentado siete dias antes de la
batalla d e Maipo solicitando su incorporación.
El habia agriado los ánimos d e O'Higgins i S a n
Martin con sus palabras i conducta m a s que impru-
dentes en un militar. E n esos dias se le veia a todas
horas a c o m p a ñ a n d o a Rodríguez que habia asumido
el p a p e l del mas exaltado tribuno.
H Sin e m b a r g o , este notable jefe de los ejércitos del
primer imperio, i que, aunque por algún tiempo per-
teneció al nuestro, es desconocido d e casi todos nues-
tros lectores. E s t o nos obliga a decir algunas pala-
bras sobre su persona.

f F V I . — C u a n d o don Miguel B r a y e r llegó a Chile, en


1 8 1 7 , tendría 4 8 a 50 años d e e d a d . D e elevada e s -
tatura i color moreno, tenia la figura m a s a r r o g a n t e
i marcial que h e m o s visto. Su presencia imponía r e s -
peto.
E n la p r i m e r a caida d e N a p o l e ó n fué tratado con
m u c h a consideración por Luis X V I I I , hasta el punto
d e confiarle el gobierno d e L y o n . D e s e m p e ñ a b a este
— 197 —

cargo cuando d e s e m b a r c ó Napoleón de la isla de


Elba. B r a y e r se declaró por él, e n t r e g á n d o l e ese p u e -
blo i m p o r t a n t e .
D e s p u é s de Waterloo emigró a N o r t e - A m é r i c a .
Allí lo encontró don José Miguel, que, como a otros
que se hallaban en el mismo caso, lo solicitó para
que lo a c o m p a ñ a r a en su espedicion a Chile, que no
tuvo lugar por haberlo impedido el gobierno arjenti-
no, al arribo d e esa p e q u e ñ a escuadra al Rio d e la
Plata.
Libres por este contratiempo, la m a y o r p a r t e d e
aquellos militares tomaron servicio sucesivamente
en el ejército de los A n d e s , a las ó r d e n e s d e San
Martin.
Napoleón conservó por Brayer gran estimación
h a s t a sus últimos m o m e n t o s . E n su t e s t a m e n t o , que
t o d o s conocen, i que el gobierno francés impidió que
se cumpliera, le dejaba un legado de cien mil francos.
A n t e s de la batalla de Maipo se retiró de Chile a
Montevideo, después de una discusión acalorada con
San Martin, d e cuya presencia se retiró sin saludar-
lo, habiendo m e d i a d o antes las siguientes comunica-
ciones.
« D u r a n t e una carrera d e treinta años de servicios
el honor ha sido siempre mi guia. C o n d u c i d o por mi
patriotismo a la A m é r i c a del Sur, creo haber m e r e -
cido la estimación del ejército. Bajo este supuesto,
m e dirijo a V. E . con toda confianza, suplicándole
m e conceda algún m a n d o en las tropas que se
reúnen para rechazar al e n e m i g o .
«Mi salud, destruida por heridas graves, m e deja
sólo una existencia dolorosa, cuyos restos ofrezco en
obsequio d e la independencia del pais q u e - m e h a
— 198 —

acojido en mi desgracia. Me atrevo a esperar esta


gracia d e la jenerosidad i justicia d e V . E .
«Dios g u a r d e a V . E . m u c h o s años.
«Santiago d e Chile, Marzo 27 d e 1 8 1 8 . — M I G U E L
BRAYER.—«Excelentísimo Capitán Jeneral don José
d e S a n Martin.»

(Contestación)

«La salud de U S . es mui interesante, i por lo mis-


mo, d e b e r á reponerla por medio d e una curación
formal; logrado este objeto se proporcionará el d e s -
tino que U S . solicita a beneficio del pais.
«Dios g u a r d e a U S . muchos años.
«Cuartel jeneral en el Llano de Maipo, Marzo 2 9
d e 1 8 1 8 . — J O S É D E S A N MARTIN.— Señor jeneral don
Miguel B r a y e r . »

A esta contestación irónica, i d e m á s incidentes,


r e s p o n d i ó B r a y e r mas t a r d e d e s d e Montevideo con
un manifiesto que h e m o s visto s o b r e su conducta en
Chile i sus disidencias con San M a r t i n . L a redacción
d e este escrito se atribuyó a don José Miguel Ca-
rrera.

V I L — L o s cinco o seis dias que trascurrieron d e s -


de la dispersión de nuestro ejército en Cancha R a -
y a d a , hasta la llegada a S a n t i a g o d e S a n Martin i
O ' H i g g i n s , los e m p l e ó Rodríguez en a r m a r mala-
m e n t e su rejimiento, con los escasos restos q u e ha-
bían q u e d a d o en la maestranza, que a p e n a s habia
p o d i d o suministrar lo mui preciso para a r m a r los sie-
te mil h o m b r e s que habían m a r c h a d o al encuentro
de Osorio.
— 199 —

L a s noches las empleaba en recorrer la población


i visitar los cuarteles, reducidos en su m a y o r parte a
diez o doce inválidos que los custodiaban.
L o s dos únicos batallones d e milicias que habia
entonces cubrían todas las guardias. U n a compañía
d e comerciantes arjentinos, numerosos en S a n t i a g o ,
acuartelados en San Agustín, r o n d a b a n la ciudad i
en particular el comercio, amenazado seriamente.
Rodríguez se e m p e ñ a b a , sobre todo, en desterrar
el pánico que se habia a p o d e r a d o d e todo el m u n d o .
S e p r e s e n t a b a a caballo, a cierta distancia, en los
cuerpos de guardia donde habia centinelas esteriores,
i al preguntársele ¿quién vive? contestaba clavando
las espuelas al caballo en a d e m a n d e atropellar al
centinela.
A l que abandonaba su puesto, que no eran pocos,
se le castigaba con un corto arresto, no siendo p o -
sible otra cosa por ser cívicos en su m a y o r parte, o
con una burla mortificante. El que se conservaba en
él recibía muchos elojios i algunas m o n e d a s .

V I I I . — A la llegada de O ' H i g g i n s i San Martin, a


S a n t i a g o , Rodríguez se contrajo esclusívamente a la
disciplina d e su cuerpo, que siendo voluntario i sin
sueldo determinado, no tenia m a s estímulo que su
entusiasmo, contrariado con frecuencia por los pocos
i tardíos recursos que recibía. E s t o , i la índole polí-
tica d e los que lo componían, lo mantenía a cierta
distancia del Gobierno, que lo miraba con mal ojo.
Por lo d e m á s , esto le daba cierta i n d e p e n d e n c i a p o -
co avenible con la disciplina, sobre t o d o en esas cir-
cunstancias.

IX.—A pesar del entusiasmo que la presencia del


— 200

S u p r e m o Director i del jeneral San Martin habia ins-


pirado en muchos, la emigración iba en aumento, i el
camino d e A c o n c a g u a no era m a s que una fila inter-
minable de j e n t e que a b a n d o n a b a la capital en di-
rección a la otra banda. E n t r e esa multitud, vimos
con estrañeza a un valiente jefe arjentino, don Ma-
riano Necochea, que, seis años mas t a r d e , se cubrió
d e gloria en Junin, a c o m p a ñ a d o del célebre m é d i c o
español Grajales. U n a herida casual de una m a n o ,
fuera del campo d e batalla, era el motivo. ¿No podia
esperar en Santiago el último resultado de la con-
tienda? Si esta clase d e h o m b r e s nos a b a n d o n a b a n
sin la menor reserva, ¿quién podria infundirnos alien-
to? No es, pues, estraño lo que v a m o s a referir.

X . — H e m o s dicho antes que habia en la capita


en ese tiempo dos batallones de guardias nacionales.
N o t o m a m o s en cuenta un cuerpo d e caballería com-
p u e s t o de jente decente, que poco antes de la batalla
s e dispersó, y e n d o algunos de los m a s valientes a
engrosar el ejército... ¡de Osorio!
D e los dos batallones mencionados eran jefes, del
n ú m . i, don Francisco Elizalde, arjentino, m u e r t o
h o n r o s a m e n t e en Lircai, en las filas del jeneral Freiré.
D e l núm. 2 lo era don José Santiago A l d u n a t e . A m -
bos cuerpos ocupaban el antiguo edificio del Institu-
to. U n a tarde, en vísperas d e la batalla, se reunieron
con gran solemnidad. El señor Elizalde les dirijió
un discurso entusiasta i conmovedor, que concluyó
p o r estas palabras: «Ciudadanos: el que esté dis-
puesto a vencer o morir al lado d e nuestro valiente
ejército, dé dos pasos al frente». L o s dos batallones,
sin una sola escepcion, lo hicieron a los gritos d e
«¡Viva la patria i mueran los godos!» E s a n o c h e
— 201 —

quedaron acuartelados, disponiéndose para marchar.


Á las cuatro d e la t a r d e del siguiente dia, salieron
a m b o s cuerpos a c o m p a ñ a d o s por g r a n p a r t e del
pueblo. Alojaron a.la salida de la ciudad, formando
pabellones, con numerosos centinelas, quizá no t a n t o
p a r a cuidar las a r m a s cuanto a los que las llevaban.
Al venir el dia siguiente, se tocó diana por los
cuatro t a m b o r e s que tenían las dos b a n d a s reunidas.
A esa hora e m p e z ó a notarse que habia mas fusiles
que soldados; pero se creyó que, como se habia
a c a m p a d o mui cerca d e la ciudad, habrían ido a re-
moler a las inmediaciones, como cuatro años antes
habia sucedido con la desgraciada división d e don
Manuel Blanco E n c a l a d a en Talca, con el' e n e m i g o
al frente. Pero después d e hacer circular en todas
direcciones a los tambores, tocando llamada por m a s
d e una hora, se c a y ó en cuenta d e que la t r o p a que
habia formado, no era suficiente ni para acarrear al
cuartel los fusiles sobrantes.
E n vista d e esto, se determinó volver a la ciudad,
p e r o e s p e r a n d o la noche para ocultar al público lo
sucedido, i t r a y e n d o los fusiles en c a r r e t a s .

X I . — E n esos dias, el teniente del número 3, don


José A n t o n i o A l e m p a r t e , herido d e g r a v e d a d en el
asalto d e T a l e a h u a n o , se hacia conducir a la Plaza
d e A r m a s en una silla, i con voz casi estingúida,
t r a t a b a d e excitar el entusiasmo i la v e n g a n z a con-
tra los invasores.
D e s d e la catástrofe d e Cancha R a y a d a los jefes
del ejército i don Bernardo O ' H i g g i n s , como los d e -
m a s , tenían un t e m o r : — u n asalto nocturno.
L a víspera de la batalla p r e g u n t a b a el Director al
teniente Vidal, que venia del c a m p a m e n t o :
— 202 — '

—¿Cómo está el ejército?


—Bien, señor, si no nos embisten d e noche.
D o n Bernardo m o v i ó la cabeza en signo d e a s e n -
timiento, pero sin decir una palabra.
A este respecto se referian varios incidentes que
confirmaban este temor.
S e dio por fin la batalla. H u b o un m o m e n t o d e
vacilación en el ejército patriota, cuando el m a g n í -
fico batallón Burgos, hizo volver caras a dos d e los
n u e s t r o s , el 7 i el 8. Poco después la victoria se d e -
claraba por nosotros, i a m b o s batallones r e c u p e r a -
b a n el terreno p e r d i d o .
X I I . — E l Tejimiento de R o d r í g u e z no concurrió a
la batalla. ¿Cómo se esplica que un cuerpo organi-
zado en los m o m e n t o s del conflicto i formado por
patriotas decididos i de conocido valor, faltaran en
su puesto a la hora crítica? No h e m o s leido a todos
los historiadores que han tratado d e este episodio d e
nuestra revolución, i en los que hemos visto, no en-
contramos nada que satisfaga ni r e m o t a m e n t e esta
d u d a , que d e b e ocurrirse a todo el m u n d o .
Sin que el que esto escribe se quiera dar los aires
d e h o m b r e de importancia, casi está seguro d e ser
el único que sobrevive a los pocos que estuvieron
e n el secreto de este hecho, puesto en su noticia por
un testigo d e t o d a responsabilidad.
X I I I . — E l año 31 o 32 llegó a Chile don R a m ó n
Allende, después de doce años d e ausencia, por h a -
ber sido desterrado por carrerino en el gobierno d e
O ' H i g g i n s . E s t e i su h e r m a n o don Gregorio, víctima
d e igual persecución, habian pertenecido a nuestro
ejército d e s d e la c a m p a ñ a d e 1 8 1 3 i habian conquis-
t a d o g r a n fama por su raro valor.
— 203 —

A don R a m ó n , que h a c e algunos años murió en


Valparaíso d e c o m a n d a n t e d e serenos, h e m o s oido
referir lo que v a m o s a relatar. A d v i é r t a s e que era
capitán del rejimiento d e que se trata i por mil m o -
tivos a m i g o d e Rodríguez.

X I V . — L a víspera del c o m b a t e se convocó, con la


m a y o r reserva, a una junta a que solo debían asistir
el primero i segundo jefe del cuerpo i los capitanes.
L a j u n t a tuvo lugar i casi no hubo discusión, por-
que la uniformidad en las opiniones era completa;
de m a n e r a q u e sin la m e n o r vacilación se convino
por unanimidad en no concurrir a la batalla, d a n d o
como motivos, e n t r e otros, los siguientes:
El rejimiento estaba, e s c e p t u a n d o la oficialidad, i
no toda, malísimamente m o n t a d o , i con a r m a s la
m a y o r parte inservibles. E s t e cuerpo, en tales con-
diciones, debia representar un p o b r e papel al lado de
nuestra numerosa e irresistible caballería tanto chi-
lena como arjentina, con que contaba el ejército
E n caso d e ganarse, la batalla, se trataría d e con-
servar a todo trance el rejimiento, con la casi segu-
ridad d e que p r ó x i m a m e n t e debían llegar a Chile
don Juan José i don Luis Carrera, presos en Mendo-
za, pero cuya libertad era inminente. E n todo caso
se contaba con don José Miguel, libre en Montevi-
deo. E n suma, el rejimiento debia ser la base d e
una revolución contra aquel orden d e cosas, que
para ellos no era m a s que una persecución p e r m a -
n e n t e , la cual tomaría m a y o r e s proporciones una vez
p a s a d a la p r e s e n t e situación.
Si la batalla se perdía, el rejimiento estaba llama-
do a prestar valiosos servicios a la patria, retirándose
al n o r t e i sublevando esa g r a n provincia, que m a s
— 204 —

t a r d e h a sido dividida en tres, contra el gobierno


español, pudiendo contar d e s d e luego con el d e n u e -
d o i patriotismo d e los aconcagüinos. E n todo caso
estaban decididos a no emigrar por s e g u n d a vez.
H é aquí, omitiendo pormenores, lo que no solo a
nosotros refería el señor Allende, sin reserva alguna.

X V . — L o s sucesos posteriores confirmaron la p r e -


visión d e esos señores. El Tejimiento fué -disuelto
b r u s c a m e n t e , sin esperar que volviera a S a n t i a g o d e
una escursion que se le habia ordenado al sur, a que
no habia concurrido su jefe. Esto sucedía cinco o
seis dias d e s p u é s d e la batalla.
Diez o doce dias mas t a r d e de aquel aconteci-
miento, una reunión pacífica de las personas m a s
i m p o r t a n t e s d e Santiago, pedia r e s p e t u o s a m e n t e al
Director algunas modificaciones en el réjimen estric-
t a m e n t e dictatorial que entonces i m p e r a b a .
L a contestación no se hizo esperar; Rodríguez, que
se encontraba entre los peticionarios, fué t o m a d o
preso i conducido con numerosa escolta al cuartel d e
San Pablo, de d o n d e no salió h a s t a un mes d e s p u é s
con el batallón número i.° d e los A n d e s , con direc-
ción a Quillota. T o d o s saben que en Tiltil concluyó
su viaje... i su v i d a . . .
A q u í habríamos t e r m i n a d o nuestro artículo; pero
recordamos haber ofrecido decir algo sobre el m o d o
cómo a veces se conceden condecoraciones, i v a m o s
a cumplir nuestra palabra, refiriéndonos a lo que
contaba un condecorado con franqueza i gracia ini-
mitables.

X V I . — N u e s t r o s lectores recordarán que, cuando


el intendente Fontecilla se presentó en el cuartel d e
— 205 —

S a n Pablo, lo recibió como oficial de guardia el t e -


n i e n t e E g a ñ a . Pues bien, a este mismo oficial, per-
t e n e c i e n t e a una familia que por su talento i patrio-
t i s m o , d e s e m p e ñ a un gran papel en nuestra historia,
le t o c ó la guardia del cuartel en vísperas d e la b a -
talla d e Maipo. Su familia habia e m i g r a d o antes, i se
e n c o n t r a b a alojada cerca de la cordillera, esperando
el resultado final. El, que no se creia m e n o s com-
p r o m e t i d o que su familia, a b a n d o n ó la guardia i se
fué a reunir con ella.
A l verlo llegar, su p a d r e le reconvino d u r a m e n t e
por h a b e r a b a n d o n a d o su Tejimiento, sin saber en
ese m o m e n t o que estaba de guardia. E n la m a ñ a n a
del 6 d e Abril llegó la noticia de la victoria. N u e s -
tro oficial, aprovechando la alegría de su padre, le
confesó la v e r d a d entera. Nueva pero m a s dura r e -
primenda.
V o l v i ó la familia a Santiago, i en medio del júbilo
con que celebraba tan fausto acontecimiento, llega
un s o l d a d o del Tejimiento con una orden del coronel
p a r a q u e el teniente E g a ñ a se presentara a la m a y o r
b r e v e d a d en la mayoría del cuartel. L a sorpresa d e
t o d o s fué cual d e b e suponerse. El p a d r e , impuesto
d e la orden, se dirijió a su hijo, diciéndole:
— T u delito no tiene mas que un castigo,—la muer-
te;—pero en estas circunstancias quizá no te se apli-
que el rigor d e la Ordenanza. T e c o n m u t a r á n el cas-
tigo en un largo encierro en un castillo, gracias a mi
a m i s t a d con el coronel. P r e s é n t a t e en el cuartel, v e -
remos lo que se ha d e hacer, i avisa con tiempo a
d ó n d e se te ha de m a n d a r la cama i la comida.
E n ese m o m e n t o no habia en la casa mas h o m b r e
que el p a d r e d e nuestro oficial, enfermo d e resultas
— 206

del viaje, e imposibilitado p a r a a c o m p a ñ a r l o . T u v o


que ir solo.
A l cabo d e dos horas, volvió el t e n i e n t e E g a ñ a
a c o m p a ñ a d o d e uno d e sus h e r m a n o s . A p e n a s los
v i o el padre, se dirijió al primero p r e g u n t a n d o sor-
prendido.
— ¿ Q u é hubo?
— N a d a , señor.
— ¡Cómo, nada? Dímelo todo, sin omitir una pala-
bra.
— A p e n a s m e v i o el coronel, m e dijo: «¿Cómo t e
va, Juanito? i mi c o m p a d r e , ¿está bueno?» E n segui-
da añadió: «El jeneral m e p i d e una razón circuns-
tanciada d e la comportacion del rejimiento en la b a -
talla, i t e h e llamado para que la escribas.» L u e g o
dictó el parte; añadiendo al fin una recomendación
nominal d e todos los oficiales.
Al oírmelo leer, me dijo:
—¿I tú no te pones?
V i e n d o q u e . n o le contestaba:
— ¡Seria orijinal que y o omitiera al hijo d e mi c o m -
padre! agrega:
«El teniente don J. M. E g a ñ a no se condujo con
m e n o s valor i entusiasmo que los otros oficiales.»
—¿I eso escribiste?
—Sí, señor: m e lo o r d e n ó t e r m i n a n t e m e n t e .
— ¡Bendito sea Dios! ¡i así hai patria!
Por lo d e m á s , el señor E g a ñ a conservaba, según
decia, su medalla con su respectivo diploma

U n escritor notable d e la R e p ú b l i c a Arjentina nos


escribe d e s d e Buenos A i r e s , con fecha 31 d e M a y o
d e este año, i con r e s p e c t o a este artículo, lo que
sigue:
— 207 —

« T e n g o a la vista La Estrella de Chile, la que


contiene las VIRUTAS HISTÓRICAS, episodios que p r e -
cedieron a la batalla d e Maipo. Su contenido es d e
una irreprochable v e r d a d , i m e consta toda su na-
rración; p o r q u e d e alguna p a r t e h e sido testigo, i del
resto, su notoriedad es su mejor justificación.
Voi a dar a usted una lijera idea d e mi análi-
sis,» e t c .
L a persona mencionada es el señor coronel don
Jerónimo Espejo, alférez d e artilleria en Chacabuco,
que hizo todas las c a m p a ñ a s d e Chile hasta su m a r -
cha al Perú con el ejército libertador, i a quien S a n
Martin decia, antes d e partir p a r a E u r o p a , en un
d o c u m e n t o público:
«Le autorizo por el p r e s e n t e p a r a que p u e d a r e -
cordar con orgullo a cuantos participen d e los b e n e -
ficios de la independencia, que tuvo la gloria d e ser
del ejército libertador... i lo declaro acreedor al re-
conochniento de la patria i de la posteridad».—SAN
MARTIN».
— 208

Don Diego Portales

JUICIO HISTÓRICO POR J. V . LASTARRIA

Si es verdad que en ninguna


época se ha tratado tanto de h i s -
toria c o m o en la nuestra, jamas
t a m p o c o la historia ha sido tan
sistemáticamente falseada bajo
el punto de vista de los partidos
i de las escuelas.

LEKORMANT.

Con motivo d e la publicación de las MISCELÁNEAS


d el señor don Victorino Lastarria, d e que hablába-
m os con un amigo nuestro, éste nos remitió en dias
p a s a d o s un folleto que, con el título que encabeza
e s t a s líneas, publicó aquel caballero el año d e 1 8 6 6
i q u e nos dicen h a c e p a r t e de esa publicación.
D e s d e las p r i m e r a s pajinas notamos que el autor
ño h a t e n i d o , al parecer, otro propósito que rebajar
el indisputable mérito de aquel eminente patriota a
quien t a n t o d e b e Chile, i cuyo prestijio a u m e n t a a
proporción d e la lejanía de su tiempo i d e los aulli-
dos del espíritu d e partido.
Sin la capacidad necesaria, i aun sin el t i e m p o
que esto requiere, nos h e m o s resuelto a rectificar
mui a la lijera, n o t o d o s , sino una p a r t e d e los erro-
res que. están a nuestro alcance, con hechos positivos
i no con cuentos i deducciones antojadizas. E n suma,
— l a injusticia i el encarnizamiento con que se a t a c a
a Portales i a su partido nos han puesto la pluma en
la m a n o .
— 209 —

A d v e r t i r e m o s una vez- por todas, que si con fre-


cuencia o p i n a m o s de distinta m a n a r a que el señor
Lastarria acerca d e las ideas i actos del partido libe-
ral, no es nuestra intención atacar al verdadero par-
tido que llevó ese nombre, que es conocido en Chile
i del que aun q u e d a n pocos pero honrosos restos. L o
que el historiador presenta ordinariamente es una
entidad desconocida para los coetáneos d e esa época.

I . — E m p i e z a el señor Lastarria por escandalizarse


d e que se presente a Portales como «el primer esta-
dista d e A m é r i c a » . E s t e pecado lo cometía don José
J. d e Mora, que c o m o sabe el señor Lastarria, no
era amigo de Portales.
« A u n q u e era j o v e n cuando estalló la revolución
d e la independencia, no se apasionó por ella.» N o
todos los j ó v e n e s de su t i e m p o se apasionaron por la
revolución. Hubo muchos indiferentes i g r a n número
d e g o d o s . Portales no fué ni uno ni otro, i m a s d e
un acto d e su vida lo prueba.
«El público de entonces se aficionó a cierto g r a -
cejo con que El Hambriento ridiculizaba a los pipió-
los, poniéndoles apodos, notándoles sus defectos
personales i hasta sus faltas privadas i sus vicios».
E l señor L a s t a r r i a que menciona a El Hambriento
para censurarlo, se olvida que antes de ese periódi-
co publicaban ciertos pipiólos los suyos, con esos
mismos adornos, í que primero que El Hambriento,
en que i n d e b i d a m e n t e h a c e tomar p a r t e a Portales,
Meneses i Rodríguez, aparecieron El Monitor Iñi-
par cial i su Boletín, El Pipiólo, i los asquerosos Ca-
nalla i Descamisado, contemporáneos d e El Ham-
briento. L o s redactores de esos periódicos, en lugar
d e la indisputable gracia de este último, no hacían
T
4
— 210 —

m a s que verter las injurias m a s groseras, cuando n o ,


las obcenidades m a s r e p u g n a n t e s .
Para anunciar la salida d e uno d e estos periódicos
se ponia una vez en los lugares públicos un aviso
que e m p e z a b a así, con referencia a don M . G a n d a -
rillas:

«Tuerto, borracho, ladrón, etc.»

No recordamos si en El Descamisado o en El Ca-


nalla se encuentran unos versos cuyo principio, refi-
riéndose al mismo caballero, es éste:

«Se m e saltó el ojo izquierdo


Con el h u m o r d e robar,
D e beber i tunantear, etc.

E n ¡a biblioteca se encuentra el c o m p r o b a n t e d e
lo que decimos. A don Manuel Renjifo i a otros aun
se les trataba peor; pero el señor Lastarria p a r e c e
creer que solo El Hambriento insultaba.

I I . — « E l partido liberal habia surjido n a t u r a l m e n -


t e d e las reacciones i peripecias políticas, etc.» El
p a r t i d o liberal, i aun la palabra, fueron i m p o r t a d o s
en Chile por don Manuel Gandarillas i don D i e g o
B e n a v e n t e , a su vuelta d e Buenos Aires, i el primer
periódico que se tituló Liberal, fué escrito por G a n -
darillas.
«El p a g o del ejército, la contabilidad, la organi-
zación d e los tribunales d e su fuero, i t o d o s los d e -
m a s puntos d e e s t e negociado habian sido r e g l a m e n -
t a d o s , c o n oportunidad i dilijencia.» R e g l a m e n t a r n o
es pagar, señor don Victorino. Diríjase usted a cual-
— 211 —

quiera d e los militares i empleados d e esa época, i


ellos le dirán cómo a n d a b a este ?iegociado.
Nosotros h a c í a m o s p a r t e d e aquel ejército i n u e s -
tro sueldo era d e cincuenta p e s o s . Solo recibíamos,
como t o d o el m u n d o , buenas cuentas, las m a y o r e s
de a veinte p e s o s .
A nuestro retiro del servicio se nos debia una can-
tidad considerable, que se nos cubrió con un p a p e l
contra pagarées de aduana; pero como para que a
uno le llegara su turno, era necesario hacer cola, i
como a esta cola no teníamos esperanza d e verle la
raiz, por el inmenso número d e acreedores m a s an-
tiguos, tuvimos que vender nuestro d o c u m e n t o , p e r -
diendo por lo m e n o s la mitad, al señor don Manuel
Huci, p r ó x i m o a ser ministro d e Hacienda. El n e -
gocio d e c o m p r a d e papeles lo hacian varios e s p e -
culadores, d e quienes eran víctimas casi todos los
empleados.
«La sublevación militar que destronó a los libera-
les en 1 8 2 9 , vino a encontrar en pié esos preciosos
trabajos, etc.» El señor Lastarria llama sublevación
militar a una revolución nacional apoyada ú n i c a m e n -
te en un batallón incompleto, el C a r a m p a n g u e ; en
el Tejimiento d e Granaderos a caballos, igualmente
incompleto, i en dos piezas de artillería, situada t o d a
esta fuerza en el sur d e la república. El gobierno
tenia a la m a n o t r e s batallones, también incompletos,
Chacabuco, Maipú i Pudeto; el Tejimiento d e Caza-
dores, el escuadrón d e Coraceros, dos batallones d e
guardias nacionales, i una numerosa artillería, con-
tando dos c o m p a ñ í a s situadas en Valparaíso. N o
contamos un Tejimiento o escuadrón, los hilvanados,
que se organizó en esos dias p a r a reemplazar a los
c a l a d o r e s que con toda calma i era medio del dia
— 212 —

salieron d e su cuartel situado, p u e d e decirse, en el


m i s m o palacio presidencial, para incorporarse a la
división sublevada. L a fuerza total con que se m o v i ó
del sur el jeneral Prieto, no llegaba a mil h o m b r e s ,
mientras el gobierno tenia todo el resto del ejército,
que según el señor Lastarria lo ha dicho antes, a s -
cendía a tres mil quinientos h o m b r e s ; a lo que d e b e
a g r e g a r s e sus brillantes jefes i oficiales, que sin
agravio d e nadie, p u e d e decirse, no los ha t e n i d o
superiores p o s t e r i o r m e n t e nuestro ejército.
:fi Noten nuestros lectores que a esto llama el señor
Lastarria sublevación militar, mientras el motin d e
Quillota, sin ninguna ramificación según dice, lo llama
revolución. D o n Federico Errázuriz en su MEMORIA
sobre el año 28 dice que la revolución del 28 es la
m a y o r después de la d e la I n d e p e n d e n c i a .

f*-3¿III.—«El Congreso liberal instalado en 25 de F e b r e -


ro d e 1828, habia cerrado sus sesiones el 2 de F e b r e r o
d e 1 8 2 9 , después de haber dado la Constitución d e
la república i las leyes principales para su plantea-
m i e n t o , inclusa la lei sobre abusos d e libertad d e
i m p r e n t a , la mejor i mas sabia que hasta ahora s e
h a y a dictado en los E s t a d o s que han tenido la p r e -
tensión d e r e g l a m e n t a r el uso d e la palabra escrita.»
E s t a lei d e i m p r e n t a que tanto alaba, i con razón, el
señor Lastarria, rijió d u r a n t e toda la administración
del gobierno reaccionario d e Prieto, i cinco años del
gobierno conservador d e Bújnes. F u é r e e m p l a z a d a
p o r la que ahora tenemos, año d e 1 8 7 4 , por los re-
cientes amigos del señor d o n V . L a s t a r r i a i contra
la decidida oposición d e los retrógrados Tocornal i
García R e y e s .
«Pero n a d a m a s digno d e atención, entre esos
— 213 —

trabajos públicos, que la Constitución sancionada


por aquel Congreso, (él de 1828). No es ésta ocasión
oportuna de analizarla, pero sí lo es d e espresar un
v o t o de admiración i gratitud por aquellos lejislado-
res, e t c . . » P a r a ser justo, señor Lastarria, su voto
d e admiración debia principiar por don José J. de
Mora, autor único i esclusivo de esa Constitución.
Su voto de gratitud debe ser p a r a aquel C o n g r e s o
que solo sancionó la Constitución.
«El gobierno habia e n s a y a d o sin tino la clemen-
cia i el rigor, i al lado de los patíbulos d e Trujillo,
P a r e d e s i Villegas, oficiales subalternos sorprendi-
dos en conspiraciones militares, habia puesto el
p e r d ó n d e otros conspiradores m a s tenaces i el disi-
mulo de las faltas i de las traiciones d e personajes
q u e contaba por amigos.»
A q u e l gobierno solo fusilaba soldados, cabos i
sarjentos. T a m b i é n fusilaba subtenientes, con tal que
hubieran principiado su carrera desde soldados.
A los conspiradores de mas graduación i nobleza,
a u n q u e fueran reincidentes, se les hacia dar un paseo,
por pocas s e m a n a s , en algún pueblo subalterno, con
su sueldo respectivo, por supuesto.
El g a s t o del patíbulo lo costeaba la vil multitud o
la clase abyecta, como llaman al pueblo los liberales
d e 1 8 2 5 , en un Manifiesto: Los Estratócratas.

I V . — « E l ejército insurrecto habia llegado hasta


las puertas d e la capital a fines de 1 8 2 9 . S e apelli-
d a b a Libertador, en tanto que los fautores d e esa
revolución no tenian otro propósito que reaccionar
contra la única administración liberal que habia t e -
nido la república». D e manera que para el señor
L a s t a r r i a la administración del jeneral Freiré, en
— 214 —

que por primera vez se daba a Chile libertad d e i m -


p r e n t a , sufrajio al pueblo i elecciones libres, no fué
liberal, i esto a p e s a r d e haber tenido por ministros
a don Joaquín Campino, a don V e n t u r a Blanco, a
don José Maria Novoa, a los jenerales Rivera, Pinto,
etc. Nosotros creíamos que si no en mérito d e t o d o
esto, a lo menos por haberse efectuado e n t o n c e s dos
h e c h o s mui liberales: el asalto a media noclie a los
bienes d e la Iglesia, i el destierro d e un obispo, p o r
motivos ridículos, debería el señor Lastarria acordar
sus simpatías a esa administración. E n cuanto al pri-
m e r a t e n t a d o v e m o s , sin sorpresa, que m a s adelante
tiene la aprobación del señor Lastarria.
No estará d e m á s que se s e p a que cuando aquel
destierro tuvo lugar, el Director F r e i r é se e n c o n t r a b a
en Valdivia, de paso para Chiloé, i que el principal
autor d e esta medida fué don J. M. Infante, a quien
el obispo Rodríguez había llamado dieziseis años:
antes, en presencia del presidente T o r o , rotoso....
L a intemperancia liberal que se ha a p o d e r a d o úl-
t i m a m e n t e del señor Lastarria, es capaz d e condu-
cirlo hasta negar el liberalismo d e Marat, Carrier,
Fouquier Tinville i Ca.
«El p r e s i d e n t e Pinto no habia t o m a d o una sola
m e d i d a contra la insurrección, i antes bien, habia d e -
j a d o el puesto, haciendo una renuncia en que formu-
laba como causales d e su separación las m i s m a s q u e
los revolucionarios invocaban para justificar su m o -
vimiento. N o era estraño: una fracción d e los pelu-.
cones, que entonces se llamaban d e los o'higginis-
tas, se habia a p r o v e c h a d o d e la liberalidad i d e los
p u e s t o s que en él tenia p a r a insinuarse en el ánimo
del jeneral Pinto, etc.» A l g u n a s líneas m a s a d e l a n t e
s e lee: «El ilustre jeneral Freiré jse habia n e g a d o a
— 215 —-

m a n d a r aquel puñado d e valientes (el ejército libe-


ral), p o r q u e sus relaciones con B e n a v e n t e i los d e m á s
e s t a n q u e r o s lo tenian neutralizado, etc.»
E l señor Lastarria es inflexible, una fracción d e
o'higginistas, disponía a su antojo del jeneral Pinto,
h a s t a el estremo d e hacerle llamar infractores d e la
Constitución a sus amigos los liberales que c o m p o -
nían la i n m e n s a mayoría del Congreso.
D o n Diego Benavente i algunos estanqueros, dis-
ponían también del jeneral Freiré. Los convertirá en
a u t ó m a t a s antes d e confesar que esos jefes impor-
t a n t e s volvieron la espalda al partido liberal en fuer-
za del descrédito que ciertos h o m b r e s le imprimían,
esterilizando los esfuerzos de honradez i patriotismo
dei jeneral Pinto.
«La votación del Congreso debia d e t e r m i n a r la
elección d e vice-presidente. D o s o'higginistas, Ruiz
T a g l e i el jeneral Prieto, al cual habian logrado a q u e -
llos colocar en el m a n d o del ejército, habian obteni-
d o votos con don Joaquín Vicuña, que era el candi-
d a t o liberal. E l presidente se e m p e ñ a b a por el
p r i m e r o , pero el Congreso elijió al último. H é aquí
la causa del rompimiento entre "el C o n g r e s o i el P r e -
s i d e n t e . Los o'higginistas no se conformaron i la
revolución estalló aclamando la nulidad de la elec-
ción i p r o t e s t a n d o contra el despotismo del Con-
greso. »
P a r a ser m a s lacónico i exacto debia el señor
Lastarria haber dicho: no habiendo obtenido ninguno
d e los, candidatos a la vice-presidencia los votos r e -
queridos, i teniendo el C o n g r e s o en estos casos la
facultad d e elejir entre ellos, fué elejido por la m a -
y o r í a liberal el que habia obtenido menos votos en
las elecciones populares, p o r q u e así convenia al p a r -
— 216 —

tido, que no era tan necio como los electores que s e


habían pronunciado por T a g l e que no era de la c o -
fradía.
D e s p u é s d e los t r a t a d o s de O c h a g a v í a i antes d e
la batalla d e Lircai, h a c e el señor Lastarria la si-
guiente observación:
«Aquella era p r o p i a m e n t e la p r i m e r a guerra civil
que habia m a n c h a d o la historia de Chile d e s p u é s d e
su independencia.»
La palabra propiamente se ha puesto aquí, con la
intención d e no tomar en cuenta la batalla d a d a a
inmediaciones de S a n t i a g o , entre los Carreras i
O ' H i g g i n s en 1 8 1 4 , con la circunstancia a g r a v a n t e
de' que cuando esto tenia lugar, el ejército de Osorio
venia, p u e d e decirse, sirviendo d e retaguardia a la
división del último. Allí se vio con dolor pelear en
distintas filas a los dos h e r m a n o s Freiré; don R a -
món, teniente entonces, venia con O ' H i g g i n s .
No t o m a m o s en cuenta la revolución de F i g u e r o a ,
anterior, i que se encuentra en el mismo caso.
« L a policía d e S a n t i a g o , después de la caida del
partido liberal, q u e d a b a organizada p a r a perseguir,
p o r medio de un r e g l a m e n t o que atribuía a los viji-
lantes numerosas i temibles facultades. E l ejército
estaba bien p a g a d o , etc.»
L a organización d e la policía también es un c a r g o
q u e el señor Lastarria hace a la administración d e
Portales. T i e n e razón: cuánto mejor e s t á b a m o s d o s
años antes, cuando era preciso felicitarse el dia ers
q u e en el pórtico d e la cárcel solo aparecía un c a d á -
v e r apuñaleado, cuyo asesino quizá estaba e n t r e los
curiosos espectadores, o cuando, como antes h e m o s
dicho, el canónigo N a v a r r o decia en plena cámara,
en presencia de varios jueces:
— 217 —

— E s t e año, 1828, h e m o s tenido ochocientos asesi-


natos en Santiago!!
A t e n g á m o n o s a las primeras palabras: «la policía
d e Santiago quedaba bien organizada:» lo d e m á s no
es otra cosa que las mismas majaderías que aun hoi
s e repiten contra ese cuerpo.
El señor Lastarria dice que el ejército estaba bien
pagado. ¡Pobre ejército! E s t o prueba que antes no
lo estaba, lo que daba lugar a continuos motines d e
cuartel i a escenas ridiculas en los congresos, que no
lo referimos por vergüenza i por no alargar m a s e s t e
escrito. D e s d e el año 30, desapareció d e las p u e r t a s
d e ¿as cajas, ahora Correo, una nube de oficiales q u e
obstruían el paso a todas horas del dia para p r e g u n -
tar, siempre inútilmente, ¿hai plata? E s de advertir
que cuando habia solo era para recibir buenas cuen-
tas, que lo que era sueldo íntegro, j a m a s .
E n ese t i e m p o don José Miguel Infante p r e s e n t ó
una moción a la Cámara, que d e b e estar en el archi-
vo, para que las entradas fiscales se repartieran entre
todos los empleados, rata por cantidad; pues, según
decia este señor, las oficinas p a g a d o r a s habían d a d o
en la flor d e p a g a r s e íntegra i m e n s u a l m e n t e , lo que
ocasionaba disminución para los otros, que eran p a -
g a d o s como y a h e m o s visto. No faltan viejos en el
dia que, cuando se trata de algún negocio con un
militar lo miran d e arriba abajo, p o r q u e creen que
aun estamos en aquellos tiempos felices.
«En S e t i e m b r e d e 1830 habia devuelto (el g o b i e r -
no) a las comunidades d e regulares los bienes que
p o r la lei d e Setiembre d e 1 8 2 6 se habia m a n d a d o
vender, t o m a n d o aquella resolución a consecuencia
d e las solicitudes que al efecto habian hecho las m u -
nicipalidades d e Santiago i Concepción, i que e l E j e -
— 218 —

cutivo habia r e c o m e n d a d o . E s t a m a n e r a d e iniciar


reformas r e t r ó g a d a s por medio d e solicitudes, e t c >
E n el diccionario político i económico del señor L a s -
tarria, retrógrado significa devolver lo ajeno, s o b r e
t o d o cuando es robado. Dios nos libre d e que las
teorías del señor Lastarria h a g a n fortuna en Chile.
«La porción r e t r ó g r a d a d e nuestra sociedad, p o r
t a n t o , ha tenido varios hombres g r a n d e s de su g u s t o
que admirar, pero ningún estadista a quien la h i s t o -
ria d e b a aplausos.»
¿No nos haria, el historiador, la gracia d e decir-
nos cuántos estadistas h a producido su porción li-
beral?
«Los documentos públicos d e esa época nos dan,
pues, noticias d e cinco revoluciones abortadas en ese
t i e m p o mismo, etc.» El señor Lastarria que nos d a
cuenta d e cinco revoluciones abortadas en dos o tres
años en tiempo d e Portales, haria un servicio a la
historia, e n u m e r a n d o las que tuvieron lugar d e s d e
1827 a 1829. E s t a s últimas no abortaban, a pesar d e
su repetición; nacian a su debido tiempo, i por c o n -
siguiente dieron sus v e r d a d e r o s resultados d e h a c h a
i bala.
E n t i e m p o d e ese gobierno tuvo lugar una r e v o -
lución d e nuevo jénero, la d e los inválidos, por falta
d e p a g o . T a m b i é n costó s a n g r e sofocarla, por el co-
ronel Rondizzoni, brillante oficial de Napoleón.

V I I I . — A l hablar el historiador d e la espedicion


que d e s d e el Perú e m p r e n d i ó el jeneral Freiré sobre
Chiloé en 1 8 3 6 , dice: «La g r a n mayoría d e la nación,
no obstante, estaba a la espectativa d e los sucesos,
haciendo votos en el fondo d e su corazón por el b u e n
éxito d e la e m p r e s a d e los liberales, cuyas d e s g r a -
cias los habian hecho a l t a m e n t e simpáticos; pero
como el t e m o r inspirado por la política del gobierno,
habia aniquilado el espíritu público e introducido la
desconfianza, t o d o s callaban i disimulaban sus espe-
ranzas.»
E l señor Lastarria atribuye a los liberales en esta
e m p r e s a una parte principal, i, sin e m b a r g o , la ver-
dad es que nada hicieron ni antes ni después d e e m -
prendida, siendo todo ello, obra sola del j e n e r a l
Freiré; i esto es tan cierto, que antes d e h a c e r s e a
la vela, se dirijió desde L i m a con preferencia a don
D i e g o B e n a v e n t e i a otros que no eran liberales, í
con quienes no estaba hacía mucho tiempo en rela-
ciones.
T a n poco se hizo por la empresa, que el jeneral
Freiré c a y ó en manos del gobierno en Chiloé, sin ha-
ber recibido un aviso, que no se intentó siquiera, que
pusiera en su conocimiento la defección del mejor
b u q u e que traia, i en el mismo que tuvo tiempo so-
b r a d o el gobierno para hacerlo tomar por el coronel
Cuitiño. Mil pesos, quizá menos, habrían s a l v a d o
al jeneral Freiré d e la humillación d e hacerse sacar
d e un buque ballenero en que se habia asilado, i d e
sus sufrimientos en la bahia d e Valparaíso; pero
y a se v é , m a s fácil es disimular sus esperanzas que
gastar mil pesos.

I X . — S e e m p e ñ a el señor Lastarria en contar al j e -


neral Freiré en las filas liberales; sin e m b a r g o , lo con-
trario es lo cierto. El jeneral Freiré era liberal en
obras, no en discursos hablados o escritos; i cuando
p o r circunstancias imprevistas se unió a ese partido,
fué para arruinarse, como veinte años m a s t a r d e su-
cedió a los jenerales Cruz i B a q u e d a n o .
— 220 —

T a n poco liberal d e esa escuela era Freiré, que el


j e n e r a l Prieto, pelucon, no se habría movido del sur
si no hubiera estado seguro de su cooperación contra
el gobierno de entonces: d a r e m o s algunas p r u e b a s
al señor Lastarria, que es el único que p a r e c e i g n o -
rarlas.
Cuando el 7 de N o v i e m b r e de 1 8 2 9 se hizo la p o -
blada contra el gobierno liberal, que tuvo lugar en
el edificio del consulado, ¿qué n o m b r e fué el p r i m e r o
q u e se proclamó para c o m p o n e r la junta revolucio-
naria que debia reemplazar a ese gobierno? El d e
F r e i r é , que a c e p t ó , o m a s bien que y a habia a c e p t a -
d o . Cuando llegó el caso d e que los ejércitos, p o c o s
dias después, apelaran a las armas, nos h a dicho y a
el señor L a s t a r r i a : — « E l ilustre jeneral Freiré, se h a -
bia n e g a d o a m a n d a r a aquel p u ñ a d o de valientes,»
es decir, al ejército liberal: i cuando un m e s d e s p u é s
s e celebraban los tratados d e O c h a g a v í a , el ejército
revolucionario n o m b r a b a al m i s m o jeneral F r e i r é
como su primer plenipotenciario.
T a m b i é n admitió este cargo.
T o d o esto lo h a dicho y a el señor Lastarria, i, sin
e m b a r g o , no dejará d e insistir en contar e n t r e sus
liberales a la persona que fué la causa principal d e
q u e ese partido fuera destronado, como lo dice m a s
arriba.
Mas t a r d e t o m ó el m a n d o del ejército liberal, i sin
necesidad d e variar de opinión, c u m p l i ó con un d e -
b e r s a g r a d o , a q u e el jefe del ejército revolucionario
habia faltado con p r e t e s t o s frivolos. Su estrella s e
e c l i p s ó / p o r q u e n o habia nacido p a r a triunfar en
guerra fratricida.

X . — A l dar cuenta d e la guerra que hizo Chile a


— 221 —

S a n t a Cruz, dice el señor Lastarria: «Así es que e a


esa época, en que el gobierno apelaba al patriotismo
p a r a salvar el honor nacional e m p a ñ a d o , los enemi-
gos del gobierno acudían t a m b i é n al patriotismo p a r a
reconquistar las libertades públicas, conspirando a
m e r c e d de la situación. No habia en esto sino un
resultado mui lójico d e la política restrictiva e in-
flexible del ministro Portales, que le enajenaba la
voluntad de la gran mayoría i lo hacia antipático
aun en la e m p r e s a mas patriótica que habia a c o m e -
tido.»
Poco honor h a c e a los liberales el señor Lastarria
a quienes supone conspirar cuando se t r a t a b a d e
salvar el honor nacional empañado. Si hubo e n t o n -
ces conspiradores, es mui lójico colocarlos al lado d e
T a l l e y r a n d , Bourmont i Fouché, insignes traidores
que se aliaban con los estranjeros para conspirar
contra Napoleón, so pretesto d e libertar a la Francia
d e su tiranía. L a s palabras del señor Lastarria nos
a d v i e r t e n que para ciertos liberales hai dos patriotis-
m o s opuestos entre sí: el que se sacrifica por la p a -
tria, i el que conspira contra ella.
« E n N o v i e m b r e de aquel año denunciaba, el m i -
nistro a n t e el C o n g r e s o una n u e v a conspiración, la
m a s atroz que hasta entonces se habia descubierto,
p o r q u e estaba fundada en el p r o p ó s i t o de asesi-
narlo.»
El historiador bautiza con el n o m b r e d e conspira-
ción el simple hecho d e un asesino consuetudinario,
s o r p r e n d i d o con el puñal en la m a n o , de noche i a
inmediaciones de la habitación del ministro. Por lo
d e m á s , el señor Lastarria se equivoca calificando lo
que él llama conspiración, d e — l o nías atroz q u e
h a s t a entonces se habia descubierto. Ha olvidado la
— 222 —

que ha p a s a d o a la historia, con el n o m b r e significa-


tivo d e revolución de los puñales, anterior al intento
d e asesinato, i v e r d a d e r a m e n t e atroz por sus horri-
bles propósitos. E s t a , cosa rara entonces, no habia
sido denunciada, solo fué descubierta en el m o m e n -
t o d e ponerse en ejecución, por un rarísimo acciden-
t e . Por las calles d e S a n t i a g o se p a s e a el autor d e
este casual fracaso.
«El gobierno arrastró a las cárceles i al presidio
d e Juan F e r n a n d e z a multitud d e ciudadanos, hacien-
do cesar un periódico independiente que se habia
fundado con el título d e El Barómetro». Al hacer esto
el ministro Portales, seguía el ejemplo que el gobier-
no liberal habia d a d o antes en plena paz, aprisionan-
do a M. Chapuis, redactor d e El Verdadero Liberal,
i reteniéndole en prisión después d e absuelto por el
jurado.
Para que la imitación fuera mas completa, la a d -
ministración reaccionaria, al aprisionar i confinar
ciudadanos, debia tener p r e s e n t e lo que se habia h e -
cho antes por el gobierno liberal con don A n i c e t o
Padilla, sacado por el m a y o r Quezada en m e d i o del
dia, de casa d e don José Miguel Infante, d o n d e esta-
ba d e visita, por suponerlo inspirador d e e s t e c a b a -
llero, otro liberal por fuerza, que hizo la guerra m a s
tenaz a la administración liberal del j e n e r a l P i n t o . . . .
V é a s e El Valdiviano Federal.
Padilla fué i n m e d i a t a m e n t e e s t r a ñ a d o d e Chile,
como h e m o s dicho, sin que se le siguiera causa alguna.
A q u í es ocasión d e recordar lo que antes h e m o s
leido en una nota del folleto: «El Araucano, dirijido
entonces por don Manuel José Gandariilas, t r a t a n d o
d e refutar un luminoso i patriótico artículo d e don
V e n t u r a Marin, contra la reforma d e la Constitución
— 223

del 2 8 , etc.» E s decir, que aquel gobierno, c a r g a d o


d e maldiciones p o r el señor Lastarria por su tiranía,
franqueaba las columnas del periódico oficial para
que se atacara lo que mas interesaba a su política.
El gobierno del señor Pérez, el m a s libre que h a
tenido Chile, d u d a m o s m u c h o que hiciera otro t a n t o .

X I . — « U n m e s después y a esos consejos m a n c h a -


ban nuestra historia con la s a n g r e d e tres víctimas
acusadas d e una conspiración aislada, sin elementos,
sin acto alguno que la comprobase; i tres meses m a s
t a r d e caian otros nueve desgraciados bajo la cuchi-
lla de aquellos sangrientos tribunales.... No t o q u e -
mos el velo del olvido que encubre tan atroz heca-
t o m b e ofrecida en aras de! despotismo. Lloremos sí
el estravío d e la política que busca el respeto d e las
instituciones en la violación de las leyes sacrosantas
que aseguran los derechos naturales del h o m b r e . »
El señor Lastarria, que no tuvo una sola palabra
de compasión al dar cuenta d e los patíbulos d e T r u -
jillo, P a r e d e s i Villegas, oficiales subalternos, inmo-
lados por el gobierno liberal, nos invita a llorar el
estravio d e la política que m a s t a r d e m a n d ó al supli-
cio nueve víctimas. A nuestro turno, nosotros le su-
plicamos reserve algunas lágrimas para una heca-
tombe TRES VECES mayor, que tuvo lugar en una sola
vez en Chiloé, i en tiempo del gobierno liberal, por
conato d e conspiración; p e r o «no toquemos el velo
del olvide»

X I I , — A l concluir el señor Lastarria su Juicio


Histórico, d a cuenta d e la m u e r t e d e don D i e g o P o r -
tales, i continúa: 5

« A ! anochecer del dia 6 llegó a Santiago la noti-


— 224 —

cia d e los sucesos de la m a ñ a n a , i g r a n multitud de


j e n t e se agolpó a las puertas del palacio del Presi-
d e n t e que estaban cerradas. T o d o s g u a r d a b a n silen-
cio i se comunicaban en secreto; la noche era t e n e -
brosa, h ú m e d a i fría, i aquellos grupos d e h o m b r e s
embozados e inmóviles hacían m a s siniestras las
s o m b r a s . D e r e p e n t e las puertas se entreabrieron i
el coronel Maruri pidió al pueblo en n o m b r e del P r e -
sidente que se retirara:—-«El ministro ha sido asesi-
nado, dijo, i volvió a cerrar con estruendo las puer-
t a s . U n rumor s o r d o , prolongado, parecido al eco
del huracán, llenó los ámbitos; era un viva a m e -
dia voz, un viva inhumano, terrible, pero e s p o n t á n e o
i demasiado espresivo de la opinión que rechazaba
la dictadura.»
No s a b r e m o s decir el efecto que ha causado en
nosotros esta mentirosa narración, que con sus afei-
tes de m e l o d r a m a no es m a s de una vulgar i n v e n -
ción para deslumhrar al lector; encubrir la ignoran-
cia d e los hechos, por no decir el odio a las p e r s o -
nas.
E s d e advertir que el folleto d e que nos o c u p a m o s
se ha escrito viviendo aun gran número de personas
c o n t e m p o r á n e a s del suceso; pero se ha c o n t a d o , i
con razón, por lo visto, con la impasibilidad d e nues-
tro carácter, que a v e c e s r a y a en la mas fria indife-
rencia. El viva es c o m p l e t a m e n t e falso. El único
efecto que produjo la noticia d a d a por el coronel
Maruri, conocida y a d e m u c h o s , fué un doloroso si-
lencio. L o contrario solo habría sido digno d e un
pueblo infame i cobarde.—Chile no es ni lo uno ni
lo o t r o . . .
V e i n t e años antes, i en esa m i s m a plaza se habia
ejecutado un g r a n acto d e justicia en la p e r s o n a de
— 225 —

un ájente subalterno d e la tiranía, el odioso San Bru-


no; i solo habían trascurrido diez i seis años d e s d e
la m u e r t e d e Beríavides, criminal insigne, sin rival
por los inmensos males que hizo sufrir a Chile i que
p a g ó en la horca, suplicio aplicado por ultima vez.
El pueblo d e Santiago, innumerable en a m b o s
casos, que no tuvo una palabra injuriosa para aque-
llos feroces v e r d u g o s , ¿la habria tenido para Portales,
d e s p u é s d e muerto?
E s t o podría concebirse persuadiéndonos d e que en
treinta años d e vida republicana, solo habíamos con-
seguido convertirnos en antropófagos.
Chile estaba entonces dividido en dos partidos: el
conservador, que era gobierno, i el liberal, que era
la oposición. E s claro que el grito salvaje no p u d o
ser d a d o por el primero, del que era jefe Portales;
luego debió serlo por el s e g u n d o . . . Ni por uno ni por
otro, decimos nosotros, i es la verdad. El historiador
no advertía que la infamia de esta conducta e c h a b a
una m a n c h a indeleble sobre el partido liberal, al que'
p a r e c e pertenecer, i al que j a m a s sus mas encarniza-
dos enemigos han podido con justicia atribuirle un
solo acto deshonroso.
Concluiremos este episodio con el testimonio d e
un testigo intachable i mui conocido en Chile.
E n aquellos m o m e n t o s no estábamos en la plaza
de A r m a s , pero el señor don Bernardo A l c e d o nos
llevó la noticia a nuestra casa esa m i s m a noche.
E s t a circunstancia nos ha hecho diríjirle una p r e g u n -
ta, en carta d e A g o s t o d e 1 8 7 4 .
Su contestación, fechada d e s d e L i m a , es la que a
continuación copiamos, del mismo m e s i año:
«Sobre la noticia que d i o Maruri d e la m u e r t e d e
Portales, recuerdo habérsela llevado y o a usted, con
15
— 226 —

la observación de no haber ni un viva, ni gritos a


este r e s p e c t o . Dígalo usted que y o se lo comuniqué
como h e dicho».
L a primera noScia que h e m o s tenido del viva, es
la que da el autor del « D O N DIEGO PORTALES».
Concluye su J u i c i o HISTÓRICO el señor Lastarria
diciendo: «Si nos h a faltado tino en la esposicion,
no nos ha a b a n d o n a d o la imparcialidad para apli-
car los juicios que nos han dictado nuestros princi-
pios i convicciones. Si h e m o s herido recuerdos sim-
páticos, habrá sido a nuestro pesar, no por odio, ni
por mala voluntad. R e s p e t a m o s al personaje i su
memoria, i r e s p e t a m o s sus intenciones».
L a imparcialidad del señor Lastarria es ejemplar,
como y a lo han visto nuestros lectores, i como p o d r á n
verlo con mas estension en el folleto. A vuelta d e
declamaciones i reticencias, encontrarán en cada
pajina los amables adjetivos d e estanquero, reaccio-
nario, godo, servil, fanático, etc., etc., aplicados al
partido conservador. Pero todo esto n a d a significa,
p o r q u e este caballero advierte que lo h a c e sin odio
?ñ mala voluntad...

X I I I . — E l congreso constituyente de que con t a n -


tos elojios nos habla el señor Lastarria, era digno d e
que algún curioso hubiera escrito su rara i sucinta
historia, d o n d e abundan las ridiculeces i las m a s in-
creíbles miserias.
Sus primeras sesiones tuvieron lugar en Santiago
i en una d e ellas oimos el d i s p a r a t e mas solemne q u e
h a pronunciado boca h u m a n a . El diputado liberal
don Manuel M.... era uno de los tres únicos d e ese
congreso que se oponían a que se trasladase a V a l -
paraíso.
— 227 —

A g o t a d a la discusión, pidió aquel señor la palabra,


i dijo testualmente lo siguiente:
« T o d o el m u n d o está en espectacion nuestra:
¿quién nos asegura que, estando el congreso en V a l -
paraíso, no v e n g a una espedicion d e E s p a ñ a i aga-
rre a los diputados i se los lleve?
Gran trabajo tuvo don José Maria Novoa, que
presidia, en a h o g a r una gran carcajada de la c á m a r a
i d e la barra. E l señor don Manuel C a r m o n a que, en
compañía d e don Francisco Solano Pérez, y a m u e r -
to, hacia sus primeros ensayos como taquígrafo, i que
reside en Valparaíso, no ha de haber olvidado este
incidente.

X I V . — D o s años después, año 30, el respetable


p a d r e Mujica, dominico, que por e n c a r g o de su con-
vento se habia trasladado e n t o n c e s a Valparaíso p a -
ra jestionar la devolución d e las p r o p i e d a d e s de que
se habia a p o d e r a d o hacia cuatro años un ministerio
liberal, nos m o s t r a b a una carta, t a p a n d o la firma, en
que un diputado le decia: «Anoche he quedado d e -
biendo cien onzas; si su paternidad m e las facilita,
p u e d e contar con t o d a seguridad con mi voto.»

X V . — E n esos dias llegó a noticia de estos céle-


bres lejisladores que el gobierno podia disponer d e
dos mil pesos que destinaba al p a g o d e las viudas
que recibían pensiones del gobierno. L o s Solones i
Licurgos d e Valparaíso, a quienes no se habia cu-
bierto sus dietas, cuatro pesos diarios, se dirijieron
al P r e s i d e n t e Pinto, reclamándolas con urjencia. E l
P r e s i d e n t e se disculpó alegando el destino sagrado a
que estaba c o m p r o m e t i d a esta suma; pero tuvo que
ceder a la exijencia del congreso, que obtuvo, no
— 228 —

solo, que se le diera la razón, sino, lo que vale m a s ,


los dos mil
E n los diarios d e ese tiempo se encontrarán los
documentos de esté arduo n e g o c i o . . .

APÉNDICE

p ' E l mismo amigo d e que antes h e m o s hablado, nos


leia h a c e poco algunas pajinas d e un libro del señor
Vicuña Mackenna en que se t r a t a d e don D i e g o Por-
tales. D e esas pocas pajinas sacamos en limpio que,
si el señor Lastarria lo pinta como un ministro sin
piedad que se burla de la desgracia que causa, el
señor Vicuña e x h i b e una especie d e truhán, a quien
no sabemos si le h a c e tamborear en las arpas d e las
chinganas.
E l haber perdido el pelo a la edad d e cuarenta
años, le ha valido, por p a r t e del señor don Benja-
mín, ser c o m p a r a d o por sus costumbres, con uno d e
los t i p o s m a s acabados d e la corrupción antigua, con
César. Mejor librado habría salido teniendo un ojo
m e n o s , pues entonces le habría buscado su igual en
alguno de los cuatro tuertos célebres del p a g a n i s -
m o , que hacen gran papel en la historia sin h a b e r
dejado mas recuerdo odioso que el d e su astucia.
— 229 - -

L o s c h i s m e s i la h i s t o r i a
« T o d a b u e n a critica histórica
descansa sobre dos fundamen-
tos: los testimonios j. la verosi-
militud.
THIERS.

ADVERTENCIA

D e s p u é s d e escrito este artículo, hemos caido en


cuenta de que versando todo él sobre la revolución
d e 1829, «la mas g r a n d e después d e la d e la inde-
pondencia,» d e b í a m o s decir algo, aunque somera-
m e n t e , sobre el estado del pais al tener lugar aquel
acontecimiento que t a n t o ha influido en la suerte d e
nuestra patria.
Pero no e s t a n d o seguros d e hacer con acierto es-
tas apreciaciones i t e m i e n d o alargar este escrito,
acudiremos a unas pocas palabras que decíamos en
el n ú m e r o 5 de La Estrella de Chile, a propósito d e
aquellos t i e m p o s .
« E n cuanto a nosotros, r e c o r d a m o s aquella época,
sin reticencia, como la mas feliz de nuestra vida. V i -
víamos en p e r p e t u a excitación por la frecuencia de
sucesos v a r i a d o s e interesantes, aunque no felices
p a r a Chile.
«Nuestra primera dilijencia entonces era, al salir
d e nuestra casa, dirijirnos a la Plaza d e A r m a s , a
saber noticias, i pocas veces p e r d í a m o s nuestro via-
je; pues, cuando no habia n o v e d a d en S a n t i a g o , las
provincias se e n c a r g a b a n d e suplir esta falta. ¡Qué
época aquella!!!

A l g u n o s apreciables amigos nos han puesto en un


— 230 —

tácito compromiso con los lectores d e nuestros R E -


CUERDOS D E TREINTA AÑOS. Ellos han llevado su
amabilidad hasta anunciar por la p r e n s a que nos
ocupábamos en compajinar algunos artículos que d e -
bían formar la «segunda parte» d e aquella publi-
cación.
Nos hallamos, pues, en el caso d e no ser descor-
teses, i h e m o s e m p r e n d i d o este trabajo, q u e p a r a
otros seria un j u g u e t e .
El material de que para esto disponíamos era poco
a b u n d a n t e , i a fin d e formar un pequeño volumen,
nos h e m o s visto en la necesidad d e recurrir a las v e -
jeces que conservamos en nuestra memoria, o a los
escritos de personas que nos recuerdan hechos anti-
guos, que h e m o s presenciado i sabido en el m o m e n -
t e en que tenían lugar.
Pero como estos hechos los s a b e m o s en m u c h o s
casos d e distinto m o d o del que son referidos en esos
escritos, nos hemos t o m a d o la libertad de rectificar,
(no e n c o n t r a m o s otra palabra p a r a espresarnos), al-
gunos d e ellos. *'
E n t r e las publicaciones a que nos referimos s e
encuentra una MEMORIA escrita p o r el señor don F e -
derico Errázuriz, actual Presidente d e la República,
que e m p r e n d i ó esta obra p o r e n c a r g o del señor R e c -
tor d e la Universidad, dejando a la elección del e s -
critor el t e m a d e ese trabajo.
El autor tituló su MEMORIA: Chile bajo el imperio
de la Constitución de 1828.
E s t e libro nos fué obsequiado, a solicitud nuestra,
por un deudo inmediato del señor Errázuriz
Nos llamó la atención d e s d e luego su m a r c a d a
parcialidad, no solo en las apreciaciones, sino t a m -
bién en el m o d o d e referir los sucesos. L a s r e p e t i d a s
manifestaciones de odio al partido pelucon i de tier-
no cariño al partido pipiólo, atendidas las circuns-
tancias del autor, nos parecieron, por lo menos, in-
verosímiles por su excesiva exajeracion.
Sea de esto lo que fuere, lo que ahora h e m o s h e -
cho no ha sido m a s que dar m a y o r estension a los
apuntes que entonces hicimos al márjen del libro d e
que ahora se trata, no por defender al partido pelu-
con, al que no pertenecíamos ni podíamos pertenecer,
sino en obsequio de la justicia i de la v e r d a d .
Por espacio d e treinta años formamos d e último
soldado en las fila liberales, no tanto a título d e li-
berales, sino a título de opositores, porque, por ins-
tinto i aun antes d e haber leido a Chateaubriand,
p r a c t i c á b a m o s su m á x i m a : «La razón del m a s fuerte
m e h a hecho p o n e r m e siempre d e p a r t e del mas dé-
bil, p o r q u e no puedo soportar el orgullo d e la victo-
ria.»
I . — E l señor Errázuriz h a c e referencia en la pajina
19 d e su MEMORIA, a una escena q u e tuvo lugar en
el salón principal del Consulado, dos o tres dias d e s -
pués de haber entrado triunfantes en S a n t i a g o , Julio
d e 1828, los cuatrocientos h o m b r e s que, á l m a n d o
del coronel Urriola, habían d e r r o t a d o al vice-presi-
d e n t e Pinto en el llano de Maipo.
C o n p a s m o s a credulidad, el historiador se h a c e
eco d e falsedades orales o escritas, que la m a s mí-
nima atención habria sido suficiente p a r a desechar.
E n la pajina 20 dice:
«No es posible pasar en silencio un rasgo m a g n i -
fico d e este episodio revolucionario. E n esos momen-/
t o s d e angustia p a r a t o d o s los corazones, los miem-
bros d e la asamblea provincial d e S a n t i a g o juzgaron
— 232 —

oportuno constituirse m e d i a d o r e s e n t r e el g o b i e r n o
i los revolucionarios. R e u n i d o s , al efecto, en p r e s e n -
cia del pueblo, en la sala d e la asamblea, con comi-
sionados d e los amotinados, uno d e éstos principió
su discurso diciendo que no podia haber tratados en-
t r e v e n c e d o r e s i vencidos. I n s t a n t á n e a m e n t e fué
interrumpido por el ciudadano don P e d r o Palazuelos
A s t a b u r u a g a , que con esfuerzo poderoso esclamó:
«—¡El pueblo jamas es vencido! ¡Grito sublime d e
la inspiración! ¡Arranque espontáneo i jeneroso del al-
m a , que haciendo eco en todos los corazones i tocando
sus fibras m a s delicadas i sensibles, fué repetido in-
m e d i a t a m e n t e con profundo entusiasmo por millares
d e voces! E s e grito elocuente i solemne interrumpió i
p u s o fin a la reunión, saliendo el pueblo d e la Sala a
las aclamaciones a r d o r o s a m e n t e repetidas: ¡Elpueblo
no está vencido! ¡El pueblo jamas es vencido!»
T o d o este ditirambo está fundado en un hecho o
m a s bien en una palabra i n v e n t a d a por los a m i g o s
d e aquel gobierno al dia siguiente del suceso. Y a que
la falta d e atención no ha hecho sospechar al escri-
tor el embuste, nosotros que e s t á b a m o s p r e s e n t e s , r e -
feriremos el hecho tal como fué.

I I . — L o s tres comisionados por los revolucionarios


p a r a entenderse con la asamblea provincial fueron
don José Miguel Infante, don Nicolás Pradel i don
Manuel Magallanes.
E l primero que t o m ó la palabra fué el señor I n -
1

fante. Principió por hacer cargos g r a v e s al C o n g r e s o ,


q u e funcionaba en Valparaíso. E s t e discurso fué, t e -
niendo p r e s e n t e el estado d e los ánimos, excesiva-
m e n t e largo e inconducente.
E n seguida habló el señor Pradel, quien, con el
— 233 —

fuego i enerjía que aun no h a perdido, dijo: «Se nos


h a llamado para una transacción, a la cual yo no le
encuentro una base razonable. ¿Qué transacción p u e -
d e haber entre un vencedor i un vencido?» E s t a s p a -
labras fueron interrumpidas por el señor Palazuelos,
con estas otras: « E L G O B I E R N O no está vencido.
—Sí lo está contestó Pradel.
—No lo está, replicó Palazuelos.
Cada cual d e esta inmensa concurrencia, dividida
en dos partidos, repitió, d e estas palabras, la que
m a s cuadraba a su opinión.
Quien no está cegado por el espíritu de partido,
conoce que el vencido a que se referia el señor P r a -
del no era, ni podia ser otro que el gobierno, que
a c a b a b a d e ser derrotado, i no el pueblo, que no tenia
p a r a qué venir a cuenta.
Pero, aun cuando el pueblo hubiera sido v e n c i d o ,
cosa siempre difícil d e c o m p r o b a r , i que a veces
sucede, por m a s que diga el historiador, no es el
señor Pradel un necio para repetírselo, con insisten-
cia en sus mismas barbas.
H a c e dos o tres años, leíamos un escrito en q u e se
mencionaba esta majadería. Con este motivo nos
dirijimos al señor Pradel, residente como h a s t a hoi,
en Valparaíso, diciéndole que y a era t i e m p o d e p o n e r
atajo a la repetida circulación de esta mentira. E s t e
señor nos contestó: «Estoi tan a c o s t u m b r a d o a la
falsificación d e nuestra historia, dictada con frecuen-
cia por la cocinera de casa, que y a n a d a d e lo que
se escribe m e sorprende.»
A esto i no m a s que a esto queda reducido el grito
sublime i elocuente repetido por millares de voces.

III.—Continúa la MEMORIA: «Ciudadanos n o t a b l e s


— 234 —••

por sus antecedentes i recomendables por sus cuali-


dades eran aquellos d e que el vi ce-presidente se h a -
bía r o d e a d o , llamándolos al servicio d e los diversos
ministerios d e E s t a d o . D o n Carlos Rodríguez, a b o -
g a d o d e crédito, senador i ministro de la S u p r e m a
Corte de Justicia, manejaba la cartera del d e p a c h o
en los ramos del Interior i Relaciones Esteriores.»
U n hecho, el primero que se nos ocurre, p r o b a r á
al lector cómo era t r a t a d o el señor Rodríguez por
los mismos h o m b r e s a quienes prestaba sus servi-
cios.
A m e d i a d o s o a fines d e 18277' aparecieron des-
p u é s d e medio dia, en el patio del Consulado, varios
g r u p o s d e amigos del gobierno, que en el espacio d e
dos horas, a u m e n t a b a n o disminuían alternativamen-
t e , hablando con reserva i en voz baja, a consecuen-
cia d e la entrada o salida de ciertos ajentes que
comunicaban a los grupos órdenes o noticias.
Al cabo de esas dos horas, esta reunión misterio-
sa concluyó por disolverse, dejando a los curiosos
sin saber qué pensar de lo ocurrido.
E n la noche de ese dia circuló en el público que
aquello habia sido un p r o y e c t o d e poblada, organi-
zada por el gobierno para pedir la caida del ministro
del Interior, don Carlos Rodríguez, i la del juez d e
letras don I. P a l m a :
E s d e advertir que el señor Rodríguez, cuando
estalló la revolución d e Urriola, no se s e p a r ó un m o -
m e n t o del lado del p r e s i d e n t e Pinto, d e s p l e g a n d o
g r a n valor i enerjía cuando los partidarios del éxito
flaqueaban.
L a poblada fracasó por falta d e cooperadores; p e -
ro sirvió p a r a dar, a conocer qué clase d e gobierno
tenia Chile. Muchos amigos le volvieron la espalda,
los vacilantes se hicieron e n e m i g o s .
E s t e h e c h o , mui notorio entonces, lo leíamos al-
gunos meses después, año 2 9 , con minuciosos deta-
lles en uno d e los primeros números d e El Sufra-
gante, periódico serio r e d a c t a d o por don Manuel.
Gandariilas.

I V . — E l señor Errázuriz, que carga d e maldiciones


al partido pelucon, (este adjetivo se repite hasta el
fastidio) cuando a su parecer infrinje la Constitución,
solo tiene disculpas cariñosas, i aun elojios mal disi-
mulados, cuando menciona la e n o r m e infracción 'co-
m e t i d a por el presidente Pinto que, a r r e b a t a n d o sus
facultades al Congreso, dio una amnistía de su p r o -
pia autoridad, contra el testo espreso del artículo 4 6 ,
inciso 13 d e la Constitución de 1828.
Con este criterio, o m a s bien, con estos dos cri-
terios, ¿puede esperarse imparcialidad ¿justicia en el
historiador?
H é aquí, pues, que la a d o r a d a Constitución del
28, tuvo como estreno una flagrante infracción. Por
desgracia no fué la única.

V . — E l capítulo I V de la MEMORIA empieza con


una digresión sobre los partidos d e esa época, 1 8 2 9 ,
dando cuerpo a una sombra que llama partido mo-
narquista, i que tenia por jefe a don José Antonio
Rodríguez A l d e a , por haber sido secretario d e Gain-
za en 1 8 1 3 ; sin recordar que este mismo godo habia
d a d o las pruebas m a s notorias de patriotismo, aun
antes d e ser ministro del Director O ' H i g g i n s .
Si entonces habia quien opinara por la m o n a r -
quía, en el dia no falta quien piense lo mismo, sin
— 236 —

q u e a nadie se le ocurra decir que en Chile hai un


partido mo?iarquista.
Si el haber servido al rei es un motivo p a r a ser
calificado cómo monarquista, raro, rarísimo seria el
h o m b r e notable d e ese t i e m p o a quien no pudiera
llamársele godo. Pero el historiador ignora lo que
t o d o el m u n d o s a b e . . .

V I . — E l folleto enumera seis partidos m a s o me-


nos numerosos; pero todos ellos e n e m i g o s del g o -
bierno liberal. ¿Qué tal gobierno seria ese?
«Esos partidos necesitaban un jefe que manejase
tantos elementos dispersos, haciéndolos servir d e
concierto al fin que se proponían. E n un principio
se lisonjearon con atraerse al jeneral Freiré, esplo-
t a n d o los celos i sentimientos personales que abriga-
ba contra el jeneral Pinto».
No es esta la única imputación ofensiva que el
folleto h a c e al jeneral F r e i r é . A las pocas pajinas
m a s adelante, dice, al dar cuenta d e una junta d e
guerra a que asistió este jeneral: «Freiré c r e y ó , o
finjió creer, etc.» D e m a n e r a que para el historiador,
Freiré era hipócrita i envidioso! E s t o no se rectifica,
i los elojios alegóricos que vienen en seguida no
lavan esas injurias. « L a alabanza se p o n e aquí p a r a
q u e p a s e la injuria, i el movimiento del incensario
p a r a justificar el bofetón».

V I L — A l dar cuenta d e la reunión que t u v o lugar


en el Consulado el 7 d e N o v i e m b r e d e 1 8 2 9 , con
p o r m e n o r e s inexactos, se h a c e una i m p u t a c i ó n d e s -
honrosa al señor P r a d o Montaner, i n t e n d e n t e d e
Santiago en esa é p o c a .
L a calumnia d e que el historiador se h a c e eco, ha
tenido que ser confesada p a l a d i n a m e n t e ante los r e s -
petables i numerosos testimonios exhibidos por el
señor don Francisco P r a d o A l d u n a t e , hijo celoso d e
aquel funcionario.
Si el señor Errázuriz hubiera concretado en su
escrito sus asertos, no seria ésta la única palinodia
que habría tenido que cantar.
L a n u m e r o s a reunión del 7, c o m p u e s t a d e las per-
sonas -mas respetables d e S a n t i a g o , menos una,
« n o m b r ó una j u n t a d e gobierno compuesta del j e n e -
ral F r e i r é , en quien residiría el m a n d o de la fuerza
a r m a d a , d e don Francisco Ruiz T a g l e i d e don Juan
A g u s t í n A l c a l d e » . E s t o s dos s e ñ o r e s habian h e c h o
un notable p a p e l en la revolución del año 10.
Y a verá, pues, el lector que no en vano se lison-
jeaban los pelucones contando con la decidida c o o -
peración del jeneral Freiré, que no habría sido n o m -
b r a d o sin su previo consentimiento
«Libres y a d e todo cuidado, l e v a n t a r o n una acta
en la que, d e s p u é s de diversos considerandos, que
establecían las pretendidas infracciones de la Cons-
titución, etc.»
E n t r e e s t a s pretendidas infracciones está la que
el escritor confiesa, con ciertas reticencias, en la pa-
jina 6 2 : — l a célebre amnistía, i las que calla, c o m o
la de obligar al Congreso a reunirse en Valparaíso,
a petición d e la minoría pipióla, etc., etc.
E n efecto, el acta la dictó don Manuel Gandarillas,
i la escribió don Manuel C a v a d a , que ocho años m a s
t a r d e debia morir, mártir d e su lealtad, al lado d e
don D i e g o Portales.

V I I I . — L a reunión del Consulado n o m b r ó una co-


misión que pusiera en conocimiento del señor don
— 238 —

Francisco R a m ó n Vicuña, que se decía vice-presi-


d e n t e interino, que el vecindario d e Santiago desco-
nocía todas las autoridades, inclusa la del mismo s e -
ñor Vicuña, por su oríjen ilegal, i que acababa d e
n o m b r a r una j u n t a d e gobierno, etc.
El señor Vicuña se n e g ó a reconocer la junta, i los
comisionados volvieron al Consulado a dar cuenta d e
lo sucedido. E n vista d e esta negativa, el concurs»
se dirijió a la sala de gobierno, cuya entrada no p u d o
impedir la guardia.
«En el m o m e n t o son invadidos el patio del pala-
cio i las salas del gobierno, i al bullicio d e una gri-
tería destemplada, m e d i a n t e la cual cada uno p r e -
tendía hacerse oir i valer, el desorden a u m e n t a i t o -
ma por m o m e n t o s m a y o r e s .proporciones.» El señor
Vicuña se n e g ó a dar su dimisión, que era lo que s e
le exijia, i se retiró del salón.
«En este m o m e n t o se oyen g r a n d e s gritos i fuer-
tes voces que aclamaban al jeneral Freiré en las
puertas de la plaza i de los patios del palacio. Efec-
tivamente, se presentaba este personaje vestido d e
t o d a s sus insignias, pues lo habian ido a buscar i lo
train los pelucones para valerse de su prestijio. Con
su presencia se calma el tumulto, se restablece el
orden e impera el silencio d o n d e poco antes reinaba
la confusión i la algazara. E n el exceso d e su entu-
siasmo t o m a n en brazos al jeneral Freiré, que fué.
conducido así h a s t a la sala de gobierno por dos h o m -
bres aparentes por su corpulencia i robustez, el clé-
rigo Meneses i don A g u s t í n Larrain. L l e g a d o s a la
sala i agobiados d e fatiga, depositan éstos su CARGA
en la silla presidencial, con tal precipitación, que
quebraron a ésta los brazos.»
I X . — T r a b a j o nos ha costado llegar al fin d e esta
inverosímil i falsísima narración. E n ella, como en
m u c h a s otras p a r t e s de la MEMORIA, está d e m a n i -
fiesto hasta d o n d e p u e d e llegar una idea p r e c o n c e -
bida i mal intencionada...
E s t a misma idea no ha permitido d u d a r d e n a d a
al historiador. D a d o el caso de que los dos Hércules
hubieran podido salvar con su carga, i al través d e
largas escaleras, la gran distancia que s e p a r a b a el
patio de la silla presidencial, el jeneral F r e i r é ¿ha-
bria permitido que se ajara su persona hasta ese es-
tremo? L a respetable reunión que a c a b a b a de ele-
varlo al mas alto p u e s t o de la República, i que tenia
por él una especie de culto, ¿habría p e r m i t i d o , ni a
-pretesto de entusiasmo, tal ultraje? Pero está visto:
infieles consultores han abusado d e la credulidad del
historiador, mui dispuesto a dejarse e n g a ñ a r .
A ñ a d i r e m o s aun otro dato, a saber: que d é l a s d o -
ce o quince personas que aun viven i que t o m a r o n
una p a r t e i m p o r t a n t e en esos acontecimientos, fir-
mando el acta del 9 de N o v i e m b r e , nos p e r m i t i r e -
m o s n o m b r a r algunas que residen en Santiago, i que
ni vieron, ni oyeron, estamos seguros, hablar d e la
silla rota; son los mui respetables señores don Rafael
Valentin Valdivieso, seglar entonces, don Manuel
Montt i don Manuel Camilo Vial. Nos p a r e c e inútil
n o m b r a r otros. *

X . — E n el mismo capítulo antes citado, párrafo


V I I , dice la MEMORIA: «El motin popular del dia 7
habia sido, pues, d e estériles resultados para sus au-
tores.»
U n o d e estos estériles resultados lo h a consignado
el mismo historiador, dos pajinas mas adelante, di-
— 240 —

ciendo, entre otras cosas: «El dia 12 se trasladó el


Gobierno a Valparaíso. L o s motivos d e esta d e t e r -
minación se encuentran consignados en un manifiesto
publicado el dia 13 en aquella ciudad p o r el m i s m o
p r e s i d e n t e provisorio,» etc.
E n t r e los considerandos que el autor copia, se en-
cuentra el último, que dice: «No debiendo el Presi-
d e n t e esponer la República a las fatales continjencias
d e la acefalía en que quedaría sumerjida si el jefe
s u p r e m o fuese privado d e su libertad o de su vida,,
decreta:» etc.
El escritor llama estéril resultado el que, cinco dias
después del motin, hacia a b a n d o n a r la capital al p r e -
sidente de la república, por temor d e ser p r i v a d o d e
su libertad o de su vida. Si esto es estéril, no s a b e -
mos lo que será fecundo.
L a MEMORIA refiere aun otro hecho falso en la p a -
jina 128, a saber: «Consecuentes a este plan, se reu- <
nieron E N L A N O C H E del dia 9, en el primer patio
del Instituto N a c i o n a l por haber encontrado cerradas
las puertas del Consulado.»
F á c i l m e n t e se calcula el respeto que podia inspirar
un Gobierno que echaba llave al Consulado, edificio
fiscal, para impedir que se reunieran los que desco-
nocían su autoridad; i no pudo impedir que a cin-
cuenta pasos d e distancia i en otro edificio, fiscat
también, el antiguo Instituto, se firmara un acta el
lunes, en que se reiteraban las protestas del sábado.
Poco diremos de aquello: se retiñieron en la noche.
E s t e es uno de los muchos cuentos d e que ha sido
víctima el historiador.
Para gobierno como esos, lo m i s m o era reunirse
d e dia que de noche, siendo aquel preferible como
menos incómodo.
— 241 —

Y a h e m o s n o m b r a d o tres amotinados que firma-


ron el acta, de dia: añadiremos algunos otros, q u e
aun existen, i son: los señores don S a n t i a g o i don
Juan José Gandarillas, don Francisco Marin, don V i -
c e n t e Larrain Espinosa, don Nicolás Pradel, don
Miguel Dávila, etc., etc. E n t r e estas etcéteras se en-
cuentra nuestra p o b r e firma. Haí una cosa digna d e
observarse i es, que esa inmensa lista, t o d a d e p e r -
s o n a s conocidas, la encabeza un pariente i n m e d i a t o
del autor de la MEMORIA, i es el señor don Javier
Errázuriz, siendo d e notar que este apellido i el d e
T a g l e son los que mas se repiten en aquel d o c u m e n -
to. Falta, sin e m b a r g o , en él, la firma del señor don
R a m ó n Errázuriz, vivo también, pero eso no fué un
obstáculo para que pocos meses después fuera m i -
nistro del Gobierno «.reaccionario, representante del
atraso, enemigo de la libertad i del derecho,» como
dice la MEMORIA, es decir, del Gobierno pelucon.
Por lo d e m á s , los pocos dias que duró este señor
ministro no fueron estériles en persecusiones a los
liberales, V é a s e la Carta Monstruo del señor coronel
d o n P e d r o Godoi, uno de los favorecidos
X I . — L a Constitución del 28, no da al presidente
ni a nadie facultades estraordinarias, pero no impor-
ta: aquel Gobierno, sin infrinjirla, se las proporcio-
n a b a con frecuencia. Otro caso. E n esos dias se
dictó el decreto siguiente: (a) «Artículo i . ° S e suspen-
d e la libertad d é imprenta hasta nueva providencia
del G o b i e r n o . — 2 ° E n consecuencia no se imprimirá
p a p e l alguno sin la revisión del ministro del Interior,

(a) B i b l i o t e c a N a c i o n a l . « D o c u m e n t o s para la historia,» t o -


m o 10, pajina 124.
16
— 242 —

bajo la p e n a d e p e r d i m i e n t o d e la i m p r e n t a , si lo
contrario se hiciere.»
A este decreto q u e haria honor a R o s a s i a Mel-
garejo, al notificárselo a don R a m ó n Renjifo, d u e ñ o
d e imprenta, contestó con una protesta, i n v o c a n d o
los artículos siguientes d e la Constitución: «Art. 10.
L a nación a s e g u r a a todo h o m b r e , como derechos
imprescriptibles e inviolables, la libertad, la seguri-
d a d , la propiedad, el derecho d e petición i la facul-
tad de publicar sus opiniones.»—«Art. 18. T o d o
h o m b r e p u e d e publicar por la i m p r e n t a sus pensa-
mientos i opiniones. L o s abusos cometidos por e s t e
medio serán juzgados en virtud d e una lei particular
i calificados por un tribunal de jurados.-»
L o s amigos del Gobierno, como es natural, se so-
metieron i encabezaban o concluían sus papeles con
estas palabras: con la revisión necesaria. E s t o era
una gran mentira, pues siendo los escritores p a r t i d a -
rios del Gobierno, era escusado ese t r á m i t e .
L a imprenta del señor Renjifo, aunque con m e n o s
frecuencia, contestaba a estas provocaciones, sin la
revisión; lo que le valió un asalto, en la noche, d e
una partida d e policía. Como este asalto se supo con
anticipación, al llegar la fuerza, se e n c o n t r ó con una
numerosa i respetable reunión dispuesta a impedir
este atropello, i efectivamente lo impidió. P e r o , y a
s a b e m o s que esto i la persecución anterior al r e d a c -
tor d e El Verdadero Liberal, etc., etc., no son m a s
que pretendidas infracciones..
O c h o meses d e s p u é s , las célebres ordenanzas s o -
b r e i m p r e n t a que, c o m p a r a d a s con el decreto q u e
h e m o s citado, eran liberalisimas, dieron en tierra con
Carlos X . E r a natural: en Chile m a t a b a la p r e n s a el
243 —

gobierno liberal; en Francia la restrinjia un pelucon:


¡abajo los pelucones!
X I I . — A u n q u e saltuariamente, h e m o s llegado con
nuestras rectificaciones a la pajina 130 d e la MEMO-
RIA. No concluiremos este primer artículo, quizá sin
s e g u n d o , sin p o n e r ante la vista d e nuestros lectores
un bello rasgo d e justicia i d e republicanismo, traza-
do por el presidente actual, h a c e 13 años, es decir,
cuando formaba en las filas de la oposición.... 'CÍHIÉ
A l dar cuenta del resultado d e las elecciones en
que el jeneral Pinto fué elejido Presidente d e la R e -
pública, como también d e los numerosos votos que
obtuvieron otros candidatos, a ñ a d e :
«El resultado d e esta votación nos h a c e ver que
en aquellos t i e m p o s no era costumbre que hubiese
en las elecciones la admirable uniformidad que se
nota en 7iueslros dias. E s que entonces la autoridad
r e s p e t a b a la espontaneidad en la espresion d e los
deseos del ciudadano i habia dignidad en el indivi-
duo. El solo h e c h o d e esta elección, unido a la m i -
noría que los pelucones tenían en el Congreso d e
1 8 2 9 , que seria como una tercera p a r t e d e sus m i e m -
bros, nos da la mejor prueba d e la libertad i legali-
dad que reinaron en las elecciones d u r a n t e el gobier-
no pipiólo.»
E s t e r a s g o d e patriotismo del escritor n o se co-
m e n t a . L o único que nos atreveríamos a pedir si
señor Errázuriz seria que en las p r ó x i m a s elecciones
tuviera prese?ite al Gobierno pipiólo, del que se olvi-
d ó en las p a s a d a s , hechas con admirable -unifor-
midad. ...
Santiago, M a y o d e 1 8 7 4 .
— 244 —

S a n t i a g o , los Talaveras i S a n B r u n o

DOCE DE FEBRERO DE 1 8 1 7

U
E1 mayor patriotismo es la
verdad".—MONTALEMBERT.

I . — A medio dia del 12 d e F e b r e r o d e 1 8 1 7 se


declaró derrotado el ejército español, m a n d a d o por
el coronel d e T a l a v e r a don Rafael Maroto, que no
alcanzó a reunir en el c a m p o d e batalla 1,500 h o m -
bres, porque las estratajemas d e San Martin, diriji-
das d e s d e Mendoza, habian tenido e n g a ñ a d o a Marcó
acerca del punto por d o n d e seria invadido Chile por
el ejército d e los A n d e s . La infantería, en su m a y o r
p a r t e , fué muerta o prisionera, por el gran despobla-
do en que tuvo lugar la batalla, i por ser perseguida
en su derrota por cinco escuadrones d e caballería,
intactos i perfectamente m o n t a d o s .
L o s primeros rumores del triunfo de los patriotas
se e m p e z a r o n a difundir en Santiago entre cuatro o
cinco d e la tarde; pero los realistas tuvieron cuidado
d e desfigurarlos, hasta atribuirse la victoria. Sólo a
las ocho de la noche p a r a nadie era dudoso que el
triunfo era d e San Martin.
A esas horas se m a n d ó iluminar la ciudad, i t o d o
el mundo, con deseos opuestos, ocupaba las puertas
d e calle; pero sin que nadie se atreviera a comuni-
carse con sus amigos o vecinos en voz perceptible. El
m i e d o t o d o lo dominaba, apesar d e que los terribles
talaveras no dejaban por su ausencia, oir sus a m a -
bles interjecciones, que habian formado escuela en
m u c h o s chilenos, i que d e s d e entonces s e nos h a n
h e c h o familiares. ..
— 245 —

A las once, p u e d e asegurarse, que habia desapa-


recido d e Santiago t o d a autoridad alta i baja, pues,
n o solo habian a b a n d o n a d o la ciudad los militares £
e m p l e a d o s civiles, sino también gran número de e s -
pañoles i chilenos partidarios de aquel gobierno i
m a s realistas que el rei.
A media noche, la ciudad era un desierto. A esta
hora nos dirijimos con gran cautela a la plaza d e
A r m a s , d o n d e advertimos un grupo movedizo en la
puerta del palacio d e Marcó, que ha sido retocado
h a c e poco por el intendente Vicuña Mackenna.
A l acércanos a este edificio notamos gran cantidad
d e pueblo que entraba i salia. P e n e t r a m o s allí, i tu-
vimos la a g r a d a b l e sorpresa d e ver que aquellos ciu-
dadanos, que e n t r a b a n con las m a n o s vacias, o,
cuando m a s con un cabo d e vela encendido, se
retiraban con algo que habia pertenecido al presi-
d e n t e prófugo.
Mentiríamos si dijiéramos que oimos disputa o si-
quiera discusión sobre la propiedad de algún mueble
0 utensilio, en que tanto a b u n d a b a n los numerosos
salones, cuartos i aun patios de palacio; cada uno s e
apropiaba lo que encontraba a m a n o o mas le con-
venia i se r e t i r a b a mui tranquilo. Aquello parecía
una escena d e sordo-mudos perfectamente e n s a y a d a ,
1 nos d i o una idea d e lo que después leímos en Cha-
teaubriand: lo que es el orden en el desórdeti; i no
hai que olvidar que allí habia gran número de niños,
i sobre t o d o d e mujeres, que nuestros lectores cal-
cularán q u e no eran las menos activas.
A l retirarnos p a s a m o s por el cuartel de Dragones,
que era el m i s m o que en la calle del P u e n t e es ahora
cuartel d e b o m b a s . Allí se repetia una igual repar-
• — 246 —

ticion del magnifico vestuario de la t r o p a d e caballería


que antes lo habia o c u p a d o .
I I . — N o crean nuestros lectores que en aquel tiem-
p o ese cuartel era como lo fué m a s t a r d e , cuartel de
la escolta; nó, señor, los presidentes g o d o s Carrasco,
Osorio i Marcó, no usaban escolta. El p o b r e Chile
no hacia este enorme g a s t o que, unos por lujo, otros
por miedo, i algunos por miedo i lujo, han hecho in-
separable d e su i m p o r t a n t e persona; aquéllos se p a -
seaban por las calles d e Santiago, de dia i d e noche,
sin mas a c o m p a ñ a m i e n t o que una o dos p e r s o n a ,
j e n e r a l m e n t e inofensivas.
D o n Bernardo O ' H i g g i n s con su escolta plajió a
San Martin, que la trajo a Chile. S a n Martin h a b i a
plajiado a Napoleón, que se la organizó en las p r i -
m e r a s c a m p a ñ a s d e Italia a consecuencia d e h a b e r
estado en peligro d e caer en m a n o s d e una p a r t i d a
austríaca.
L a tal escolta se convirtió m a s t a r d e en un v e r d a -
dero ejército, que llegó a tener 25,000 h o m b r e s d e
las tres armas, i se llamó La guardia, q u e según al-
gunos historiadores, causando celos en el ejército, no
p r e s t ó servicios equivalentes a los sacrificios que i m -
ponía.
P a r e c e que esta es enfermedad d e t o d a s las es-
coltas. El año 28 se vio en el llano d e Maipo correr
a la escolta del presidente Pinto al solo a m a g o d e
los g r a n a d e r o s , revolucionados por don P e d r o U r r i o -
la, dejando el camino h a s t a Santiago s e m b r a d o d e
corazas i morriones d e acero. Q u e d a n d o entre esos
despojos el s o m b r e r o del presidente, que llegó a p a -
lacio en cabeza, d o n d e fué recibido por el loco P a r d o ,
que lo apostrofó en presencia del p u e b l o con e s t a s
— 247 —

palabras: «Principe mió, ¿quién os ha arrebatado


v u e s t r a corona?»
El 20 d e Abril del 51 la escolta del presidente
Búlnes hizo algo peor en la calle del E s t a d o , seguida
p o r un roto que la a m e n a z a b a con un fusil... sin
llave.

I I I . — D e s p u é s d e esta digresión, que h e m o s alar-


g a d o por complacer a ciertos amigos que nos tachan
d e lacónicos, i sobre todo al señor W . M., volvemos
a nuestra narración.
A l siguiente dia, 13 d e F e b r e r o , fueron saqueadas
m u c h a s tiendas de comercio, i con preferencia, la
administración del estanco. E s a noche se esperaba el
diluvio; pero una pequeña partida d e caballería, a l a s
ó r d e n e s del mas t a r d e célebre A l d a o , i algunas h o r a s
d e s p u é s el rejimiento de g r a n a d e r o s a caballo, volvie-
ron la tranquilidad a los ánimos.

I V . — S e ha hablado mucho del odio que el pueblo


d e Santiago tenia a los T a l a y e r a s , que j a m a s dejaron
esta ciudad. Quizá se confunde el odio con el miedo.
S e g ú n el señor A m u n á t e g u i , cuando después de R a n -
c a g u a entró en Santiago el ejército real, no habia en
las puertas d e calles menos de seis mil banderas r e a -
listas. E n otro escrito hemos hablado d e este entu-
siasmo por el rei. El mismo autor dice: «Al pasaje
d e cada batallón, d e s p a r r a m a b a n d e los balcones
g r a n d e s azafates d e flores, i algunos altos personajes,
a r r e b a t a d o s por su entusiasmo, arrojaban puñados d e
dinero, que los soldados en su marcha no se detenían
a recojer.»
A la e n t r a d a d e los vencedores d e Chacabuco, q u e
fué por la Cañadilla i calle del P u e n t e , no r e c o r d a -
— 248 —

mos h a b e r visto ni una sola bandera, i lo que es


flores, i sobre t o d o dinero, ni la s o m b r a . L o s altos p e r -
sonajes que cita el historiador, nos recuerdan, q u e
uno d e esa altura, i gran patriota, que después al-
canzó los m a s altos puestos en la República, m a n d ó
d e regalo a Osorio la víspera d e la batalla de Maipo,
un magnifico caballo con h e r r a d u r a s de plata. No fué
este el único obsequio que recibió Osorio.

V . — G o m o en el ejército real no venia mas b a n d a


d e música que la detestable del batallón Chiloé, los
Talaveras suplieron esta falta para celebrar su triun-
t o . A poca distancia i frente a la cárcel, circunstan-
cia significativa, se a r m ó un tabladillo, que mui luego
i a toda hora del dia i d e la noche se llenó con g r a n
n ú m e r o de cantores i guitarristas que, de este bata-
llón, se reunían en alegre algazara a cantar t o n a d a s
españolas, que se oyen por todo el m u n d o con g u s t o
por sus graciosas i a g r a d a b l e s melodías.
El pueblo gustaba mucho d e esta música, i esto
d i o a los T a l a v e r a s cierta popularidad. L o s versos
d e esta música, poco edificantes, ¡eran interrumpidos
con gritos i aplausos del mismo jénero. E n t o n c e s , i
por primera vez, se o y ó la eterna cachucha que h a
d a d o la vuelta al m u n d o . R e c o r d a m o s una de esas
t o n a d a s i algunos versos, d e los que p o n e m o s aquí
una estrofa, la m a s pulcra:

«Se quería coronar


El m a l d i t o d e Carrera,
Y a le p o n d r á n la corona
Si no se v á a l a . . . . »

Estos filarmónicos d e nuevo j é n e r o eran i n n u m e -


— 249 —

rabies, h a s t a el caso d e que a cualquiera hora, al


pasar por los cuerpos d e guardia, se les oia cantar
en coro a c o m p a ñ a d o s por la inseparable guitarra.
E s t e batallón de quinientas o seiscientas plazas, s e
hacia admirar del público por el lujo de su uniforme,
mui variado; por la elegancia, soltura i uniformidad
d e su marcha, i hasta por el movimiento lateral d e
los fusiles.
E n el dia esto no llama la atención; pero la llama-
ba entonces, al comparar estas tropas con n u e s t r o s
reclutas que d e ordinario salían, por las exijencias d e
la guerra, sin la menor instrucción i sin saber ni s i -
quiera m a r c h a r m e d i a n a m e n t e . A esto hai que a g r e -
g a r una circunstancia que vale mucho,—la buena
figura, poco común, por no decir rara, e n nuestros
soldados.

V I . — A l principio alojó el batallón en la Plaza d e


A r m a s , en el antiguo palacio de los presidentes, por
no haberlo ocupado Osorio. L a lista d e la t a r d e
tenia lugar en la misma Plaza, d o n d e solian ejecutar
algunas maniobras al son d e una magnífica banda d e
t a m b o r e s , pífanos i cometas, que por primera vez s e
oian en S a n t i a g o .
L o s T a l a v e r a s tenían un privilejio sobre todo el
ejército real,—salir a la calle, aun sin estar d e ser-
vicio, con su b a y o n e t a al costado. E s t o , la predilec-
ción con que los miraba el Gobierno i sus partidarios,
españoles i chilenos, i hasta el sueldo, mui superior al
del resto del ejército, les daba una decidida superiori-
d a d sobre él. E s t a superioridad la reconocía el público
d a n d o , hasta a los soldados rasos, el tratamiento d e
don. N o solo los oficiales, sino aun los individuos d e
tropa, eran admitidos en ciertas familias aristocráti-
— 250 —

cas i mas d e un sárjente- casó en ellas. Si el t e m i d o


S a n Bruno hubiera querido hacer otro t a n t o , p o d r í a
h a b e r l o efectuado en alguna d e esas familias, d o n -
d e era recibido con gran cariño. E n una d e ellas lo
t r a t a b a n con tal confianza, que un dia le pusieron en
el sombrero sobre la escarapela realista otra patriota,
con la que, sin advertirlo, atravesó gran p a r t e d e la
ciudad.
S e habla también del odio que el pueblo profesaba
a San Bruno: esto tiene su esplicacion.
A los asesinatos cometidos en la cárcel d e S a n -
tiago, a principios d e 1 8 1 5 , a que prestó feroz i a c -
tiva cooperación, d e b e a g r e g a r s e que era, p u e d e
decirse, la única policía d e la ciudad, i y a p u e d e n
calcular nuestros lectores, por lo que se vé aun en
el dia, cuánto seria el cariño que el pueblo podría
profesarle. A l g u n o s años m a s t a r d e , i en el Gobierno
d e Pinto, un intendente d e Santiago, que por su car-
g o , d e s e m p e ñ a b a algunas d é l a s funciones que ejercía
S a n Bruno, i que era el h o m b r e m a s benévolo q u e
h e m o s conocido, don Rafael Bilbao, alcanzó el alto
honor d e que se le llamara A r r a n c a Brazos, en r e -
cuerdo de un famoso esbirro que el pueblo r e c o r d a -
b a con horror. Su celo por cumplir con sus deberes
le adquirió... este título.
San Bruno r e p r e s e n t a b a cuarenta a ñ o s . — E r a d e
estatura mediana, de nariz aguileña, color algo s a n -
guíneo i d e vientre abultado; d e ojos mui vivos i d e
m i r a d a alegre, casi risueña. E m p e z a b a a p e r d e r el
cabello, p e r o tenia b i g o t e a b u n d a n t e i rubio.

V I I . — L o s gobiernos d e Osorio i d e Marcó, duraron


veintiocho meses, i en todo este t i e m p o nadie e n
Chile entero concibió ni siquiera un p r o y e c t o r e v o -
Incionario, El jeneral Sebastiani podría haber dicho
entonces con m a s v e r d a d que en las cámaras francesas
m a s tarde: La paz reina en Chile... N a d i e ignora que
los asesinados en la cárcel d e S a n t i a g o , que h e m o s
mencionado, no tuvieron mas delito q u e el deseo
inofensivo d e recobrar su libertad. E n toda nuestra
historia revolucionaria solo hai un hecho parecido,
a u n q u e m a s horrible por sus circunstancias i propor-
ciones:—el d e Chiloé, d o c e años después, bajo un
Gobierno liberal, i que, según nos parece, hemos sido
los primeros i únicos en referir en nuestros «Recuer-
d o s d e 30 Años.»
Como prueba del temor que inspiraban los T a l a -
veras, copiaremos otro acápite del historiador que
y a h e m o s citado.
«Las p r i m e r a s ocasiones que le tocó salir d e p a -
trulla (a San Bruno) visitó las chinganas d o n d e se
a g r u p a b a el populacho» (i también la j e n t e decente)
«i a u n q u e casi solo, arreó con el sable a los infrac-
tores d e los bandos con tanta facilidad como un p a s -
tor su rebaño.» L o que sigue, como otros m u c h o s
d a t o s del historiador, no lo trascribimos por
vergüenza!

V I I I . — d e f e r i r e m o s por último un hecho que p r e -


senciamos.
A l siguiente dia d e la batalla d e Chacabuco nos
dirijíamos del oriente d e la calle d e Santo D o m i n g o
a la Plaza d e A r m a s . Al llegar a aquella iglesia nos
sorprendió la presencia d e un soldado d e T a l a v e r a
q u e venia como d e la plaza y a citada, vestido con
tal e s m e r o i limpieza que parecía salir en ese m o -
m e n t o d e casa d e su lavandera. T r a i a el fusil tercia-
— 252 —

do al h o m b r o i m a r c h a b a con un aire i confianza a d -


mirables. Serian las seis d e la m a ñ a n a .
Numeroso pueblo caminaba en dirección o p u e s t a ;
p e r o al acercarse a él todo el m u n d o c a m b i a b a d e
v e r e d a , dejándolo m a r c h a r solo por la q u e llevaba.
E s o si, cuando se alejaban de este raro personaje
repetían sucesivamente i a gritos: quítenle el fusilí
D e t u v i m o s nuestra marcha, i a las tres o cuatro cua-
dras lo perdimos d e vista sin que nadie se le acer-
cara!!!
I X . — L o cierto es, aunque parezca e s t r a ñ o , que
entonces habia, i aun se conserva, cierta predi leedora
p o r los españoles, que no es menos efectiva, apesar
del calificativo d e godo, que h a perdido su odioso
significado.
N a d i e h a b r á olvidado lo que sucedió con los pri-
sioneros d e la Covadongct. A su llegada a S a n t i a g o
fueron a b u n d a n t e m e n t e obsequiados por familias r e s -
petables con t o d a clase d e refrescos. E s t o es noble;
p e r o no lo habría sido m e n o s si las p e r s o n a s o b s e -
quiosas hubieran tenido p r e s e n t e a la escolta que loe
custodiaba, que en estos dias no tuvo m a s refrijerio
que el agua d e la pila inmediata, que e n t o n c e s na
era p o t a b l e . . .
— 253 —

La c a í d a d e O ' H i g g i n s

28 DE ENERO DE [ 8 2 3

L o s episodios de este acontecimiento que v a m o s


a referir, no tienen mas interés que ser desconocidos
0 no publicados, que nosotros s e p a m o s , hasta hoi
por nuestros historiadores.
O m i t i m o s varios hechos con ellos relacionados,
por no considerarlos necesarios, o porque son j e n e -
r a l m e n t e conocidos.

I — El antiguo batallón d e la «Guardia de Honor»


s e habia elevado a rejimiento por el aumento d e
fuerzas q u e últimamente habia recibido. E r a su jefe
el bizarro coronel arjentino, don Luis Pereira, i segun-
do el sarjento m a y o r don Manuel Riquelme, tio
m a t e r n o d e don Bernardo O ' H i g g i n s .
E l dia arriba mencionado se habia d a d o orden en
el rejimiento para que nadie saliera del cuartel, s i -
t u a d o en San A g u s t í n . D e s p u é s d e medio dia se
colocó en la t o r r e del norte d e la iglesia un piquete
a las ó r d e n e s del capitán ingles Y o u n g , con orden
d e hacer fuego al mismo Director si se acercaba al
cuartel.
A las cuatro d e la tarde se vio un grupo, que d e
Sa Plaza de A r m a s se dirijia a ese punto por la calle
del E s t a d o . El coronel Pereira, que reconoció en
aquel grupo al Director, que m o n t a b a un magnifico
caballo i era seguido del mismo m o d o por sus cuatro
e d e c a n e s , como única escolta, m a n d ó al a y u d a n t e
don Justo A r t e a g a , ahora jeneral, que se adelantara
1 pusiera en su conocimiento la orden que le i m p e d i a
— 254 —

p a s a r adelante. E s t a orden fué comunicada a m e d i a


cuadra del cuartel. E l Director, sorprendido con
d e s a g r a d o al oiría, hizo, por medio del mismo señor
A r t e a g a , llamar al coronel. E s t e vino, i al acercarse,
don Bernardo le dijo:
—Coronel, vuelva usted a su cuartel.
Pereira obedeció, a c o m p a ñ á n d o l o hasta allí.
Poco después salia el rejimiento en dirección a la
Plaza de A r m a s , con O ' H i g g i n s i Pereira a la c a b e -
za. F o r m ó en batalla en el costado del poniente á
allí, paseando a su frente, p e r m a n e c i ó recibiendo
atentas i casi suplicantes invitaciones de la reunión»
que lo esperaba en el gran salón del Consulado, p a r a
que se presentara en este lugar.
Para doblegarlo se acudió a influencias increíbles.
N o solo se solicitó el e m p e ñ o d e su señora m a d r e ,
que se n e g ó a intervenir, sino también el de su anti-
guo ministro Rodríguez, a quien la opinión pública
culpaba de los odios que el Director habia llamado
sobre su persona. E l ex-ministro p r e s t ó gustoso I
con buen éxito este servicio q u e con urjencia se le
pedia; pero esto no lo libró de ser, pocos días d e s -
p u é s , arrastrado a una prisión...
O ' H i g g i n s cedió al fin, i a c o m p a ñ a d o d e su escol-
ta, a la que habia d a d o un nuevo jefe m o m e n t o s a n -
tes, llegó a la plazuela de la Compañía, ahora d e
O ' H i g g i n s . D e j ó la t r o p a en las g r a d a s d e la igle-
sia, situadas como a cuarenta m e t r o s frente al Con-
sulado, i casi solo s e dirijió a este lugar, al q u e c a o
trabajo pudo penetrar, por la numerosísima coraaa-
rrencia que lo ocupaba.

II.—Con r a r a s escepciones, todos los presentes


estaban a r m a d o s i en actitud a m e n a z a n t e . Su «.-sal-
— 255 —

tacion habia subido d e punto al saber las palabras


despreciativas con que el Director se habia e s p r e s a -
do con las comisiones que se le habían dirijido. Mu-
chos d e los que lo vieron entrar no creyeron verlo
salir. L a escolta, que quedaba mui distante, no era
una garantía d e su vida. E s t o hizo que el célebre
actor arjentino Morante, recien llegado a Chile, al
verlo entrar esclamase en alta voz: ¡No espero ver
mas en hombre!
El tono i a d e m a n e s insultantes, que no le a b a n d o -
naron en toda la conferencia, provocaron la ira del
Doctor V e r a hasta recorrer el salón repitiendo a m e -
dia voz: ¡La cesarina, la cesarina! E s t a provoca-
ción al asesinato era tanto m a s g r a v e cuanto se h a -
cia al fin del dia, casi en la oscuridad, por la s u m a
escasez d e luces que alumbraban el salón.
Felizmente, si allí habia gran número d e enemigos
que tenían m u c h o d e que v e n g a r s e del Director, no
habia, apesar de lo que se ha dicho, ningún asesino.
A n t e s de las nueve d e la noche, i después d e h a -
berse despojado d e las insignias del m a n d o , se r e t i -
r ó , en medio d e vivas atronadores, d a n d o el brazo a
don Antonio Mendiburu, en cuya casa, al poniente
del Consulado, vivió los pocos dias que p e r m a n e c i ó
en Santiago antes de su salida para V a l p a r a í s o .

I I I . — A poco d e haber salido O ' H i g g i n s del C o n -


sulado, la Guardia d e Honor i la escolta se recojie-
ron a sus cuarteles. Algunos pocos oficiales i s o l d a -
dos d e los dos batallones d e infantería d e q u e
constaba la guardia nacional d e S a n t i a g o , q u e con
g r a n trabajo se habían reunido en el cuartel d e S a n
D i e g o , i una compañía d e artillería, a las ó r d e n e s del
coronel don Francisco F o r m a s , q u e s e habia pro -
— 256 —

nunciado por la revolución, permanecian en actitud


hostil contra la Guardia d e Honor, p e r o sin m o v e r s e
d e su cuartel. D e s p u é s d e e n t r a d a la noche, los arti-
lleros habían hecho d e s d e ese punto disparos por
alto contra el cuartel de San Agustín, pero sin ni-
g u n resultado.
L a oficialidad d e la Guardia, casi en su totalidad,
era a d v e r s a al Director, con solo cinco escepciones,
contando entre ellas al capitán d e cazadores, don
Joaquín A r t e a g a , h e r m a n o del a y u d a n t e d e que he-
m o s hablado. E s t a compañía se hacia notar por su
disciplina, por su fuerza, 120 hombres, i por su jefe,
d e conocido valor.
E s t e oficial, partidario entusiasta de O ' H i g g i n s , no
h a b i a podido mirar con indiferencia las provocacio-
n e s d e los artilleros, i al recojerse al cuartel con su
c o m p a ñ í a , pudo, sin llamar la atención, sacarla i to-
m a r la dirección de San Diego, d e d o n d e habian sa-
lido los disparos, con la intención poco disimulada
d e contestar aquel insulto.
Felizmente, el coronel Pereira supo a tiempo lo que
sucedía i corrió a impedirlo, persuadiendo con pala-
bras cariñosas al capitán A r t e a g a a volver a su
cuartel. Sin este incidente ¡quién sabe qué r u m b o
hubieran t o m a d o , al menos por corto tiempo, los
acontecimientos! E n esos m o m e n t o s se obraba, t a n -
to en la tropa como en el pueblo, una reacción o'hi-
gginistas.

I V . — L o s escritores qué h e m o s leído sobre este


suceso, están m a s o m e n o s d e acuerdo en elojiar con
entusiasmo el valor heroico del pueblo d e S a n t i a g o
en este dia. A u n q u e no hubiéramos presenciado los
— 257 —

hechos, la lectura d e esos escritores bastaria para


p e r s u a d i m o s d e p a r t e d e quien estuvo el valor
L o s señores don José Maria Guzrnán i don F e r -
nando Errázuriz, que en esa ocasión desplegaron rara
enerjía, no ignoraban que en esos m o m e n t o s el Di-
rector no contaba con mas a p o y o que el d e su espada;
pues la Guardia de Honor, a d e m a s d e los c o m p r o -
misos privados d e casi toda su oficialidad, habia e m -
p e ñ a d o su palabra públicamente, por medio de su
jefe, de no hacer armas contra el pueblo.
E n cuanto a la escolta, desmoralizada con el c a m -
bio violento d e su antiguo jefe, hecho en esos m o -
m e n t o s en un militar de mérito, pero estraño, al cuer-
po, contaba con varios oficiales mal dispuestos.
No necesitamos decir que los señores Pereira i
Merlo, también arjentino, i jefe de la escolta, d e p u e s -
to por el Director por su decisión por el pueblo, r e -
cibieron mui pronto el pago republicano: Elquesirve
a muchos a nadie sirve, dice Rousseau.
U n o d e nuestros mas notables historiadores h a
dicho, al narrar estos sucesos: «El 28 de Enero es
una fecha que el vecindario de la capital p u e d e es-
cribir con letras d e oro al lado del 18 de Setiembre
de 18 to.
E s t a m o s de acuerdo en cuanto a la identidad d e
a m b o s acontecimientos; pero diferimos respecto ai
metal en que d e b e n hacerse las inscripciones. P e n -
samos que la hipocrecía i el miedo del 18 de Setiem-
bre, i el miedo i la hipocrecía del 28 d e E n e r o p u e -
den inscribirse en l e t r a s . . . de plomo.

IT
— 258 —

Las últimas elecciones

BAJO EL GOBIERNO PIPIÓLO

I.—En 1829 tuvieron lugar las elecciones j e n e r a l e s


en la República, i los dos partidos, pipiólo i pelucon,
s e disponían a dar una batalla decisiva, q u e venia
p r e p a r á n d o s e d e s d e cinco a seis años a t r á s , t i e m p o
en que habían nacido a m b o s partidos con esos n o m -
bres.
Por la primera v e z en Chile se organizaron i p r e -
sentaron en público sociedades políticas. L a m a s
seria i numerosa fué la que formaron los pipiólos,
amigos del jeneral Pinto, Presidente d e la República
a la sazón.
Se reunía en público, en el gran salón en que la
primera i verdadera sociedad filarmónica q u e hubo
en Santiago daba sus conciertos, en la calle de S a n t o
D o m i n g o , en la casa que ahora ocupa la familia F e r -
nandez Recio, dos cuadras al oriente de ese t e m p l o .
El tiempo que duró aquella sociedad, t u v o c o m o
único p r e s i d e n t e a don José Maria Novoa, a b o g a d o
i h o m b r e público notable por m a s d e un concepto.
A principios del tercer decenio de este siglo, i aun
antes, habia t o m a d o parte, tanto en Colombia como
en el Perú, a p e s a r de ser chileno, en i m p o r t a n t e s
acontecimientos. El año 2 3 , si no estamos equivoca-
dos, d e s e m p e ñ ó el Ministerio d e la G u e r r a en el G o -
bierno de R i v a A g ü e r o .

I I . — L l e g a d o a Chile durante el Gobierno del j e -


neral Freiré, fué n o m b r a d o Ministro del m i s m o r a m o ,
d e cuyo cargo se retiró d e un m o d o ruidoso. E n las
C á m a r a s posteriores a ese Gobierno o c u p ó un lugar
— 259 —

distinguido, i m a s d e una vez las presidió con n o t a -


ble habilidad. D e fácil palabra i d e voz magnífica,
era escuchado con agrado, aun por la indomable
barra d e entonces, que no le era adicta, i que no h a -
bría tenido la m a n s e d u m b r e de desocupar la sala con
la resignación que ahora lo hace. Aquellos concu-
rrentes no habrian tolerado impasibles q u e por un
aplauso, d a d o al fin de una votación, se les llamara,
como h a c e poco, por el presidente del S e n a d o : — B A -
DULAQUES... (Nos tocó la rociada).
Se discutía en una sesión nocturna, un asunto d e
g r a n interés de partido i la discusión estaba a g o t a -
da. E n ese apuro se acerca un diputado pipiólo al
señor Novoa, q u e presidia, i en voz baja le dice:
« E s t a m o s perdiendo por un voto i se ha m a n d a d o
buscar a Urízar.» Novoa sacó con disimulo el reloj,
i finjiendo q u e tosia, contestó en el mismo t o n o :
«busquen a otros, y o hablaré m a s largo q u e antes.»
Asi sucedió, ¡ m a s d e m e d i a hora después, cuando
llegó el señor Urízar, moribundo i entre dos personas
que lo conducían del brazo, el señor Novoa resumió
con t o d a calma su discurso; hizo votar i la cuestión
se g a n ó por un v o t o . El Urízar d e q u e se trata, es
p a d r e del señor Urízar Garfias, muerto h a c e poco.

I I I . — E l partido pelucon.no se reunía c o m o socie-


dad política, p e r o el coronel don E n r i q u e C a m p e o
formó en la calle d e las Monjitas, una sociedad nu-
merosa, dividida en tres secciones: la primera d e 5

personas importantes; la segunda, d e individuos d e


m e n o s categoría; i la tercera, d e artesanos. E s t a s
secciones se comunicaban i entendían p o r medio d e
comisiones respectivas.
E n esta sociedad, habia gran número de emplea-
— 260 —

dos d e todas categorías i aun oficiales subalternos


del ejército, que trabajaban en público i abiertamen-
t e con los enemigos del gobierno. E n estas filas era
el mas asiduo el capitán entonces i mas t a r d e j e n e r a l
V i d a u r r e . A u n no se habia convertido a los e m p l e a -
dos públicos en ciegos instrumentos d e opresión, i
esto esplica la admiración que causó h a c e poco la
conducta digna i enérjica del señor don Pacífico Ji-
m é n e z , que renunció su gobernatura de Linares, an-
tes que prestarse a servir de máquina d e elecciones,
como se lo exijía el Ministro A l t a m i r a n o .
E l partido pelucon formó o fomentaba una g r a n
sociedad de artesanos que, como la anterior, era no-
toriamente hostil al Gobierno.
\!. L a s elecciones fueron en su m a y o r p a r t e favora-
bles a éste; pero la oposición estuvo r e p r e s e n t a d a en
las Cámaras, en las Municipalidades i en las asambleas
provinciales por un número r e s p e t a b l e d e sus a d e p -
tos!
Cuando decimos que el triunfo, en su m a y o r parte,
fué d e los amigos del Gobierno, no d e b e creerse que
éste prescindiera del todo d e t o m a r una p a r t e en las
elecciones, como habia sucedido en el Gobierno del
jeneral Freiré: la intervención a s o m a b a y a la cabeza;
pero ni como sombra d e lo que se v i o después i
m u c h o menos d e lo que ahora v e m o s , que por sus
excesos d e b e y a tocar a su fin, si es cierto que los
estreñios se tocan. L o s destinos d e Chile no habían
caído aun en manos d e a b o g a d o s sin pleitos, d e m é -
dicos sin enfermos i d e covachuelistas, que por su
n ú m e r o i sueldos son una amenaza a la fortuna p ú -
blica i privada d e nuestra patria.

I V . — A l principiarse esas elecciones, principiaron


— 261

también las maniobras p r e p a r a d a s d e a n t e m a n o . L o s


pelucones no llamaron la atención pública por su a c -
tividad i disciplina. Por este motivo solo daremos
cuenta d e la organización i maniobras del partido
pipiólo, dirijido por el señor Novoa.
S e nombraron, entre otras, tres comisiones que
debían funcionar incesantemente al rededor d e las
m e s a s receptoras; estas comisiones tenian los títulos
siguientes: Comisión Negociadora, Comisión 4preta-
dora i Comisión Arrebatadora.
Pocas palabras esplicarán el respectivo objeto d e
estas comisiones. L a negociadora se empleaba en la
c o m p r a de calificaciones i del voto, si se podia, d e
los que se dirijian a votar; la apretadora, mui n u m e -
rosa, en impedir acercarse a la mesa a los enemigos.
C u a n d o estos medios eran insuficientes, la arrebata-
dora ponia en ejercicio su título en el m o m e n t o en
que el v o t a n t e sacaba su calificación.
El que arrebataba una calificación debia, para evi-
tar reclamos i alboroto, abandonar inmediatamente
la mesa en que lo habia hecho, i dirijirse a otra de la
parroquia m a s inmediata, de d o n d e venia al m o m e n -
to su r e e m p l a z a n t e .
Estas comisiones, compuestas ú n i c a m e n t e d e par-
tidarios decididos, algunos d e ellos d e cierta r e p r e -
sentación, ejercían sus funciones d e preferencia con
individuos d e menor cuantía. No habíamos llegado a
los felices t i e m p o s en que la policía d e seguridad, i
sobre todo, la policía secreta, suministraran el per-
sonal que d e b e facilitar o impedir la emisión del su-
frajio d e los ciudadanos, que a veces tienen que lu-
char con bandidos d e quienes es preciso defender el
reloj, el pañuelo i aun el sombrero. E s o s mismo ban-
didos han a m e n a z a d o m a s ^ e una vez la seguridad
— 262 —

pública, c u a n d o , llegada la noche, al volver al cuar-


tel d e policía i desnudarse del disfraz, no se les h a
p a g a d o su trabajo pronta i d e b i d a m e n t e .

V . — P a r a el acto d e votar no se exijia entonces la


comparecencia del sufragante. Cualquiera individuo
podía votar por una o mas personas con solo exhibir
las calificaciones respectivas. E s t o d a b a lugar a que al-
gunos se presentaran a votar por otros con abultados
p a q u e t e s de calificaciones, que eran admitidas sin ia
m e n o r dificultad.
E s t e sistema era menos complicado i m a s e c o n ó -
mico que el usado en el dia, pues una vez c o m p r a d a
la calificación, no habia que dar nueva gratificación
al digno ciudadano que la vendía, mientras ahora
hai que p a g a r l e dos veces: cuando la v e n d e i cuando
vota ( i ) .

V I . — T e r m i n a d a la elección, que entonces duraba


dos dias, se hacia el escrutinio en el último. L a s
cajas que contenían los v o t o s q u e d a b a n depositadas
durante la primera noche en un lugar público i c e -

( [ ) D o s o tres horas antes de concluirse la votación del ú l -


t i m o dia, los vocales de la mesa de la Catedral, a quienes se
les habia c o n c h u d o sus calificaciones, determinaron, de propia
autoridad, que todo el que quisiera votar con calificación ajena,
debia acompañarla con el poder del dueño.
C o m o esto era imposible i contra la práctica, se reclamó,
pero inútilmente, i no hubo mas remedio q u e inventar poderes
a nombre de los dueños de las calificaciones.
E s t a operación duró mas de dos horas, de modo q u e cuando
se presentaron los apoderados, la mesa cesaba en sus funciones,
dejando en poder de la oposición gran número de esos papeles
inútiles.
— 263 —

rrado, sobre una m e s a bien alumbrada i vijilada p o r


comisiones d e t o d o s los partidos.
L a caja d e la parroquia d e la Catedral se d e p o s i t ó
esta vez, como siempre, en una pieza del poniente
del pórtico d e la cárcel, sobre una mesa s e p a r a d a d e
la calle p o r el grueso de la muralla, con la v e n t a n a
abierta i con ¡as luces consabidas.
Recien colocada allí la caja, don C a y e t a n o O ' R y a n ,
entusiasta pipiólo, se introdujo en ese Guarto sin ser
visto por los cuidadores, por una puerta lateral que
se abrió para él solo; en seguida, i gateando para n o
ser visto d e aquellos, se colocó tras de la mesa, cu-
bierta en gran parte por la caja. Permaneció allí m a s
d e una hora sentado o de rodillas alternativamente.
E n ese tiempo se ocupó en introducir por una rendi-
j a casual o a propósito, valiéndose d e un cuchillo,
trescientos votos pipiólos.
Concluida esta operación, i al pasar cerca de los
A r g o s que d e s d e la plaza cuidaban la mesa, les dijo:
«No hai que descuidarse; el que pestañea pierde».
N a d i e conoció la ironía del consejo hasta muchos
dias después, en que la maniobra se hizo pública.
G r a n d e fué el asombro de los comisionados pelu-
cones que, según sus apuntes, g a n a b a n en esta mesa
por mas d e cien votos, al ver que en el escrutinio,
perdían por mas de d o s c i e n t o s —

V I L — L a conducta hipócrita i de a p a r e n t e p r e s -
cindencia d e aquel Gobierno no lo libró d e la r e s -
ponsabilidad que sobre él r e c a y ó por los abusos
cometidos por sus partidarios. Algunos meses d e s -
pués, partidarios i Gobierno vinieron a tierra para n o
levantarse m a s .
E l t e m o r a una revolución en esos tiempos no e r a .
— 264 —

como en el dia, un medio de Gobierno, por las n u -


merosas i a v e n t u r a d a s especulaciones q u e a h o r a
p u e d e n verse c o m p r o m e t i d a s a la menor amenaza d e
un trastorno político.
E l ilustré Infante, que no era economista ni p r o -
fundo político, decia en ese tiempo: «El dia en q u e
el Gobierno consiga formar un banco que esté a sus
órdenes, tendrá un instrumento m a s de opresión.»
Si hubiera vivido hasta nuestra época, habria visto
que, para que esta clase de instituciones h a g a n pusi-
lánimes a los hombres, no se necesita que estén a las
órdenes de un Gobierno. L a m a y o r p a r t e de los q u e
tienen -papeles preferirían el peor de los Gobiernos a
una revolución q u e cure los males radicalmente. Por
lo d e m á s , los repetidos empréstitos del Gobierno, h a n
realizado los temores d e aquel gran patriota.
E s t o lo sabe el gobierno i porque lo sabe no t e m e
cometer ninguna clase de a t e n t a d o s , seguro d e la
impunidad.
Luis Blanc h a c e una observación que d e b e m e d i -
tarse. Sus palabras son m a s o menos las siguientes;
« C u a n d o la Francia sufrió la m a y o r desgracia q u e
p u e d e sufrir una nación, la invasión esiranjera, los
papeles de banco SUBIERON....»
El adusto socialista nos trae a la m e m o r i a a una
persona que no se le parece.
E n los primeros años de nuestra revolución habia
en Santiago un comerciante, don R o q u e Huici, cuyo
principal negocio era d e azúcar i y e r b a . El primer
artículo solo venia del Perú, así como la y e r b a n o
venia m a s q u e d e la otra banda. A m b a s remisiones
cesaban alternativamente, según los sucesos d e la
guerra, por las incomunicaciones consiguientes. Cuan-
d o a don Roque le p r e g u n t a b a n algo sobre las noti-
— 265 —

cias q u e corrían, contestaba: «La única noticia q u e


y o sé es que, si gana el rei, baja la azúcar i sube la
yerba; i si gana la patria, baja la y e r b a i sube la
azúcar.
Con raras escepciones, cada uno d e los que tienen
iapeles en el dia puede llamarse don Roque.

D o n Manuel Harbin

I LA MONEDA DE COBRE

Para indicar con exactitud las fechas a que v a m o s


a referirnos habríamos necesitado recurrir a la Bi-
blioteca Nacional; pero al escribir este artículo está-
b a m o s en vacaciones. Después d e abierta, no h e m o s
e s t a d o en disposición de hacerlo; sin e m b a r g o , por
lo que aquí decimos, pueden buscarse estas fechas.
A d v e r t i r e m o s que casi todo lo q u e referimos es
desconocido del público hasta ahora.

I . — H a c e cuarenta i cinco años, poco m a s o m e -


nos, circula en Chile la m o n e d a d e cobre, cambiada
ú l t i m a m e n t e por la de níquel, i es casi seguro que
ninguno de los q u e las usan saben a quien deben e s -
t e beneficio, i mucho menos los sacrificios de t o d o
jénero q u e costó al autor ú?dco d e este adelanto.
H a s t a esa época los valores que esa m o n e d a r e -
p r e s e n t a lo eran por pequeños pedazos d e plomo,
lata o suela, con el sello o n o m b r e d e los b o d e g o -
neros q u e la emitían, i que eran cambiados p o r ellos
— 266 —

m i s m o s con mucha frecuencia, sin amortizar la q u e


antes habian puesto en circulación.
E s t a s monedas, y a que es necesario darle este
n o m b r e , se llamaban señas o mitades i equivalían a
un centavo i medio de nuestra m o n e d a del dia: por
consiguiente, era menos divisible que ésta, pues 6 4 ,
que era la última subdivisión, componían un peso.
L a m o n e d a m a s pequeña de plata era el cuartillo
o cuarto de real, que equivalía a tres centavos de la
actual. El cuartillo era mui escaso i las mitades solo
eran recibidas por los mismos que las sellaban; d e
suerte que su circulación era mui limitada i a c a m p a -
da siempre del temor de un cambio de que usaban
los b o d e g o n e r o s a su antojo, i, como h e m o s dicho,
sin amortizar las anteriores, que en este caso q u e d a -
ban sin valor alguno.

II.—Estos i otros abusos que omitimos hacian mui


difíciles las transacciones al m e n u d e o , siendo, como
siempre, en estos casos, la víctima obligada la clase
pobre.
T o d o el mundo se quejaba de este desorden, p e r o
nadie indicaba el remedio. Pocos años antes la Mu-
nicipalidad de Santiago s e habia dirijido, no recor-
d a m o s bien si al Congreso o al Gobierno, con este
objeto; pero nada se consiguió. Camilo Henriquez i
don Manuel Salas escribieron también algo, en los
primeros años de la revolución, relativamente a la
m o n e d a de cobre, pero sin resultado práctico algu-
n o . El remedio vino por fin de d o n d e nadie lo e s -
peraba.

III.—Entre los años d e 20 a 24 llegó a Chile, d e


la República Arjentina, don Manuel Harbin, comer-
— 267 —

ciante español, que poco después dio punto a s a s


negocios por su mal éxito. Sin e m b a r g o , no aban-
donó este pais en que se habia arruinado. Concurría
diariamente al café d e Hévia, que por su situación,
d o n d e está ahora el palacio arzobispal, i otros moti-
vos, era entonces el mas concurrido.
Harbin era buscado por los concurrentes por su
jenio festivo i por su a m e n a i chistosa conversación.
E s t e café era el teatro de sus prédicas sobre mejo-
ras d e t o d a especie para Santiago; muchas d e las
que se han efectuado mas t a r d e eran indicadas cora
e m p e ñ o por él. E s la primera persona a q u i e n o i m o s
hablar de un túnel frente a la calle d e las A g u s t i n a s ,
que debia comunicar la calle de Bretón con la p a r t e
oriental del S a n t a Lucia, i, según sus cálculos i com-
binaciones, la obra costaría una cantidad relativa-
mente pequeña.
Pero nada llamaba tanto su atención i por nada
manifestaba m a s empeño que por pesuadir a sus
oyentes a poner un pronto remedio a la anarquía q u e
reinaba en la m o n e d a d e última clase.

I V . — D e s p u é s d e mas d e dos años de discusión i


d e haber reducido al silencio a sus contradictores, s e
convenció d e que nada conseguiría si no acudía a la.
prensa; pero, ¿cómo hacerlo? El no habia escrito j a -
m a s un artículo d e periódico. E n Santiago no habia
m a s ó r g a n o frecuente de publicidad que EL MERCU-
RIO DE VALPARAÍSO, que con gran trabajo facilitaba
sus columnas a escritores acreditados, i los q u e
esta circunstancia no tenían, a c o m p a ñ a b a n el valor
del escrito, mui subido entonces.
A esto se a g r e g a que ese único diario d e Chile t e -
nia mui reducida circulación; pues, fuera de los p o -
— 268 -

eos números que recibía el Gobierno p a r a repartirlos


en Santiago i las provincias entre sus e m p l e a d o s , no
contaba en la capital con m a s d e doce o quince s u s -
critores. D o s o tres asistentes obligados i asiduos al
mencionado café leian en alta voz, p a r a p o n e r al
corriente del contenido d e E L MERCURIO O d e algún
otro periódico eventual, a los aficionados... Año mas
o m e n o s , estamos a fines del tercer decenio d e e s t e
siglo. A l g u n o s años m a s t a r d e ( i después d e algu-
nos meses de fundado E L PROGRESO, primer diario
d e Santiago) le p r e g u n t á b a m o s al señor S a r m i e n t o ,
su fundador, cuántos suscritores tenia. C o n t e s t ó :
«Al principio tuvo como 200, pero después han dis-
minuido.»

V . — E n esos dias la conversación de Harbin se


hizo agresiva, sin perdonar ni a las personas que h a -
bitualmente lo rodeaban, que no se daban por notifi-
cadas, por su conocida buena intención i p o r q u e al
fin d e la perorata habia d e venir un chiste que pon-
dría a todo el m u n d o d e buen h u m o r .

V I . — P p c o después a p a r e c i ó en E L MERCURIO el
primer artículo sobre la urjencia d e sellar m o n e d a d e
cobre. E s t e artículo fué seguido a largos intervalos
d e otros. Fácilmente se calcula que la intermitencia
d e estos escritos no tenia otro motivo que los escasí-
simos recursos del que los escribía, que no era otro
que Harbin, a costa d e increíbles sacrificios.
N o r e c o r d a m o s si e n c o n t r ó contradictores en la
prensa; p e r o sí e s t a m o s ciertos d e que en el Gobierno
los tuvo tenaces i p o d e r o s o s . Se r e c o r d a b a lo suce-
dido algunos años antes en el Perú al emitir esa cla-
s e d e m o n e d a , sin fijarse en el g r a n desacierto que
— 269 —

en este caso se habia cometido, dando a la m o n e d a


d e cobre un valor e x c e s i v a m e n t e subido, i sin nin-
g u n a garantía segura por este exceso en caso d e
amortización. Harbin, sin e m b a r g o , no se desalenta-
b a i t e n t ó un recurso que c r e y ó decisivo: escribió uu
artículo a c o m p a ñ a d o de varios modelos, impresos en
el mismo diario, d e las distintas formas d e m o n e d a s
d e cobre usadas en otros paises, cuyos ejemplares le
fueron facilitados, según recordamos, por el señor
don P e d r o Lira.
E s t e artículo también era su último esfuerzo: para
pagarlo le fué necesario e m p e ñ a r su viejo reloj, que
lo a c o m p a ñ a b a d e s d e su j u v e n t u d i que no volvió a
recobrar...
Nos trae a la memoria este caso al célebre quími-
co que, a g o t a d o s sus últimos recursos en una opera-
ción decisiva, repetida muchas veces, haciendo su
última prueba i temeroso d e un mal éxito por falta
d e combustible, arrojó al fuego su catre d e madera;
con la diferencia d e que a éste, una vez acertado su
e s p e r i m e n t o , le aguardaban la gloria i la riqueza,
mientras que Harbin solo podia esperar, como suce-
dió, el olvido...
Poco después el Gobierno se decidió por fin a man-
dar sellar a E u r o p a una cantidad d e la mencionada
m o n e d a . Harbin habría d a d o como y a vivido el
t i e m p o que habia que aguardar. Por último, después
d e algunos meses, un dia se le vé entrar al café,
contra su costumbre, con paso apresurado i con un
p e q u e ñ o envoltorio que levantaba en alto sin pro-
nunciar m a s palabras que: / Ya llegó, ya llegó! tirán-
dolo sobre una mesa. T o d o s se apresuraron a d e s -
doblarlo. Su contenido se reducía a dos monedas d e
cobre; fué t o d o el premio d e s u s sacrificios, un cen-
— 270 —

tavo i un medio centavo, n o m b r e q u e se d i o a esa


m o n e d a , sin corresponderle, por su valor intrínseco.
N o s a b e m o s d e quién fué la culpa, pero al recibir-
se la primera r e m e s a se c a y ó en cuenta d e que el
valor d e la nueva m o n e d a era casi doble del nominal.
E s t a ocurrencia obligó al Gobierno a darle m a s valor;
d e suerte que un peso lo formaban, en lugar d e cien
m o n e d a s de las g r a n d e s , sesenta i cuatro, i el doble
d e las chicas.
Tenian que pasar m a s d e v e i n t e años p a r a q u e
p e n s á r a m o s en establecer el sistema decimal, r e c h a -
zado aun por la nación m a s rica i comercial del
m u n d o , la Inglaterra, i que, según la esperiencia, aun
no es c o m p r e n d i d o por la jeneralidad en ninguno d e
los pueblos en que se ha establecido d e s d e mui atrás.

V I L — E n una d e las obras d e P r o u d h o n h e m o s


leido que las dificultades que ofrece este sistema
nacen de que es contrario a la naturaleza, q u e no
ejecuta ninguna de sus operaciones por el o r d e n d e -
cimal. E s t a observación la a p o y a en numerosos
hechos que prueban lo que dice. A n t e s d e Proudhon,
Millin habia dicho: «El s i s t e m a decimal es d e tal
m o d o vicioso, que sus denominaciones a veces sig-
nifican lo contrario d e lo que e s p r e s a n , etc.»

V I I I . — N o sobrevivió mucho t i e m p o el señor H a r -


bin al costoso triunfo d e su idea, i no h e m o s olvida-
do que murió s u m a m e n t e p o b r e i sin haber merecido
su memoria ni un triste recuerdo d e la prensa. Con-
s e r v ó su carácter h a s t a sus últimos m o m e n t o s . Pocos
dias antes d e morir a t r a v e s a b a la Plaza d e A r m a s
la carreta en q u e llegaba del c a m p o , d o n d e , aunque
inútilmente, habia buscado la salad. A l ver q u e se
— 271 —

estaba colocando la fuente que ahora la adorna, hizo


p a r a r la carreta i, dirijiéndose al que o r d e n a b a el
trabajo, le hizo notar, con palabras burlescas, p e r o
cariñosas, el disparate que se cometia, sobre t o d o
p o r lo desproporcionado de la base, demasiado baja.
Tenia razón: esta falta se corrijió m a s t a r d e , como
t o d o s lo h e m o s visto.

I X . — L a carreta se dirijió en seguida... al h o s p i -


tal! d o n d e murió Harbin, sin que lo libraran d e e s t a
desgracia la regular fortuna que trajo a Chile ni su
honorable conducta.

Noticias menudas

I . — L a revolución del año 10 no introdujo por d e


pronto ningún cambio en nuestros hábitos i m o d o d e
vida. L o s títulos nobiliarios i sus signos esteriores
se conservaron intactos. T a n cierto es esto, que
cuando, después del triunfo d e Chacabuco, año d e
1817, volvieron los patriotas confinados en Juan
F e r n a n d e z , el dia en que avistaron a Valparaíso, cada
uno d e los titulados d e s e m p a q u e t ó su respectiva
placa o condecoración i con este adorno d e s e m b a r -
caron t o d o s en ese puerto, con gran asombro d e los
militares arjentinos que cubrían la guarnición, i p a r a
los cuales eran cosa nueva estos relumbrones, d e s -
conocidos en su p a í s .
N a d i e ignora que los escudos d e armas d e s a p a r e -
cieron, i no del t o d o , del frente d e las puertas d e
calle e a ese m i s m o año, por orden del director O ' H i -
ggins.
— 272 —

I I . — E n pos del ejército d e los A n d e s vino g r a n


n ú m e r o de arjentinos, sobre todo, comerciantes, q u e
introdujeron nuevas m o d a s en el vestido. A n t e s d e
esta época todo era español i nuestro modelo era
L i m a . Con la m o d a cambió el n o m b r e d é l o s objetos
del vestuario. El armador fué reemplazado por el
chaleco; el volante, por el frac; el citoyen, por el ca-
fóte o capoton, etc. Por los n o m b r e s casi franceses
que citamos se conoce el oríjen de esas m o d a s .
L o s arjentinos introdujeron t a m b i é n el uso d e un
a r e t e en la oreja izquierda: algunos usaban dos, uno
en cada oreja.
I I I . — D e l año 18 al 30 el traje d e verano, entre
los h o m b r e s de medianas facultades, era el siguiente:
S o m b r e r o de castor; chaqueta o levita (esta no era
común; se prefería el frac) d e seda, i calzón d e lo
m i s m o , a veces d e espumilla; zapato recortado d e
becerro i media de seda blanca o color carne. L o s
precios eran poco variables. Un par d e medias d e
vena, tres pesos, i veinte reales si eran lisas. El par
d e zapatos ingleses, mui en m o d a , tres pesos. El uso
d e las medias de seda era dispendioso, sobre todo
por una circunstancia.
El zapato d e becerro (no era conocido el charol, a
lo menos para el calzado) exijia el uso frecuente del
betún para lustrarlo. E s t e betún imprimia mui pronto
en la media una ancha lista negra en t o d a la orilla
del zapato, d e suerte que se hacia necesario cambiar
m e d i a s por lo m e n o s cada, dos dias. L a cosa era s e -
ria, i v a m o s a comprobarlo con un h e c h o .
I V . — E n una de las innumerables «Memorias» que
se publicaron después d e la caida d e Napoleón, h e -
m o s leido, h a c e muchos años, lo que sigue:
- 273 —

Lebrun, duque i gran chambelán del imperio, t e -


nia, en razón d e este último empleo, la obligación
d e asistir a la c o r t e diariamente, con escepcion d e
los dias feriados. En estas asistencias era d e rigor
p r e s e n t a r s e d e calzón corto i media de seda blanca.
El inconveniente del betún, de que hemos hablado,
obligaba a Lebrun a cambiar medias diariamente, la
cual contrariaba sus hábitos económicos.
U n dia llamó a su ayuda de cámara mas t e m p r a -
no que d e costumbre; ordenándole con urjencia hi-
ciera venir a su zapatero.
A p e n a s llegó éste, le dice Lebrun:
—Necesito tres pares de zapatos lo mas pronto.
El zapatero contestó:
— D e n t r o d e dos dias estarán aquí.
— P e r o antes, añadió el primero, oiga usted lo que
y o quiero: los tres pares de zapatos han de ser en
esta forma: un par, igual a los que usted m e hace
ahora; el otro, media pulgada mas embotinado; i el
tercero, el doble mas que este último.
E s t e espediente produjo los mas felices resultados:
el gran chambelán se ponia sus medias limpias el lu-
nes; el martes, mediante el segundo par de zapatos,
no aparecía la lista negra, ni el miércoles tampoco,
porque q u e d a b a oculta con lo mas embotinado del
tercer par d e zapatos. El jueves se ponia un segundo
par de medias limpias, que pasaba hasta el sábado
por la misma maniobra. D e esta suerte, el servicio
"que antes le costaba seis pares de medias semanales,
lo hizo en adelante con dos.
L o s que no éramos ricos, por no decirlos que é r a -
m o s pobres, hacíamos servir las medias dos o tres
dias mas, tirándolas para la punta del pié para ocul-
tar la maula.
iS
— 274 —

V . — P o r lo común el único cambio d e ropa al e n -


t r a r el invierno consistía en guardar la d e s e d a p a r a
reemplazarla con j é n e r o s de m a s abrigo. Con e s t a
escepcion, la jeneralidad usaba la misma r o p a e n
t o d a s las estaciones. A u n para las personas e n t r a d a s
en años la capa era poco común. El alto precio, por
otra p a r t e , d e una capa hacia poco común el uso. L a
capa color grana i blanca solo la usaban los nobles.
Para los nacidos en E s p a ñ a no habia dificultad, p o r q u e
en jeneral esta circunstancia era signo d e nobleza...
L a s personas a c o m o d a d a s iniciaban el v e r a n o el 2 9
d e Setiembre, dia d e San Miguel, con el estreno d e
capa de seda, asistiendo en ese dia a una función d e
toros que se daba frente a esa iglesia, situada en el
m i s m o sitio que ahora, i en el lugar d o n d e se cons-
t r u y e el T e m p l o de la Gratitud Nacional. El uso d e
la capa de seda habia concluido antes del año 10. L a
moda de los colores privilejiados desapareció en par-
t e a principios d e la revolución; pero en muchos ca-
sos esas capas se conservaron hasta mui t a r d e , como
recuerdos honrosos. El año 23 vimos teñir una, v a -
riando el color antiguo.

V I . — L a s m o d a s no cambiaban e n t o n c e s , ni cois
m u c h o , con la frecuencia que ahora. E n t r e esas mo-
das las habia mui incómodas: citaremos dos de
ellas.
L a primera fué la d e usar dos chalecos d e distinto
color, que si para el invierno podia ser conveniente,
p a r a el verano era insoportable. D e l chaleco de
abajo solo debia v e r s e la orilla de la p a r t e d e arriba.
E s t a m o d a no debió venir d e Buenos A i r e s , como
las otras, p o r q u e cuando en Chile estaba en toda
su fuerza, año 2 4 , nos p r e s e n t a m o s con ella e n ese
— 275 —

pueblo, en un billar mui concurrido, i del que tuvi-


mos que retirarnos mui pronto, por haber llamado
la atención de aquellos señores d e un m o d o poco
conveniente a nuestra persona. A l retirarnos, diri-
jimos a los burlones algunas palabras que nos p a -
recieron de gran efecto, i con las que conseguimos
h a c e r estallar una gran risotada unisona i estrepi-
tosa Nuestros chalecos eran rojo el d e abajo i
amarillo el de encima.
Pero nada mas terrible que las dos corbatas: la d e
abajo blmica, i negra la otra. D e la primera solo d e -
bia v e r s e la orilla superior, que servia de vivo. A esto
debe a g r e g a r s e que la corbata d e arriba contenia era
su interior una almohadilla de algodón que a u m e n -
taba el volumen, hasta el estremo d e hacer d e s a p a -
recer en muchos casos el cuello, i dificultando sus
movimientos. En verano estas corbatas eran un v e r -
dadero suplicio; pero era moda, i basta.
El g u a n t e era poco usado, sobre todo en verano,
en que invariablemente era d e seda. E n invierno se
usaba d e ante amarillo.

V I I . — T a m p o c o se temía al frió, que antes del año


20 no r e c o r d a m o s haber visto ninguna ventana ni
puerta interior con vidrio. R e s p e c t o a las v e n t a n a s
con vista a la calle, p o d e m o s asegurar que no habia
ninguna en Santiago que los tuviera.
Cuando las ventanas a la calle correspondían a
piezas d e habitación, una reja tupida d e alambre las
garantía d e la curiosidad d e los transeúntes. Aura
recordamos, año 1 8 , que una ventana d e la casa d e
los señores Figueroa, situada en la calle d e las Mon-
jitas, nos suministraba, sin la voluntad d e SE dueño,
pedazos d e a l a m b r e amarillo para hacer sortijas.
276 —

L a s puertas i ventanas, en lugar del vidrio ahora


en uso, tenían balaustres d e m a d e r a d e prolijo t r a -
bajo. E n la cuadra, que ahora se llama salón, circu-
laba el aire libremente; pues los bailes i reuniones se
hacían a v e n t a n a s i puertas abiertas, dejando t o d a
libertad a las tapadas p a r a ejercer la mas rigurosa
inspección i crítica, d e ordinario no mui caritativas.
A está cuadra no la cubría e n t e r a m e n t e la alfom-
bra: por lo común solo lo estaba la mitad; en lo d e -
m a s estaba descubierto el enladrillado. L a alfombra
se estendia sobre una tarima d e m a d e r a d e tres o
cuatro pulgadas d e altura. Allí se colocaban los
asientos d e preferencia, que no tenían espaldar ni
brazos, i se llamaban taburetes. E s t a s alfombras se
trabajaban casi en su totalidad en la Ligua.
E l e m p a p e l a d o , desconocido entonces, se reem-
plazaba con d a m a s c o de seda carmesí o a n t e a d o . E s -
ta tapicería era poco común por su alto precio.
E l material d e las murallas d e las casas, i aun d e
la m a y o r p a r t e d e las iglesias, era invariablemente
d e a d o b e , i la enmaderación d e canelo. E s t a m a d e r a ,
sin uso en el dia, es d e una increíble duración, a pesar
de su debilidad a p a r e n t e . L a capilla d e La Soledad,
situada a pocos metros al poniente d e San F r a n c i s -
co, i c o n t e m p o r á n e a d e su fundador Pedro Valdivia,
fué reconocida hace veinte a ñ o s ^ i su e n m a d e r a c i ó n ,
d e canelo, estaba intacta.
H a s t a hace menos de cuarenta años, solo recorda-
mos tres casas d e dos pisos i d e ladrillo i cal, que
aun se conservan: la del señor don Juan Alcalde,
calle d e la Merced, núm. 9 5 ; la que fué d e don Juan
Manuel Cruz, calle del E s t a d o , núm. 4 4 ; i la del
O b i s p o A l d u n a t e , en la Cañadilla, n ú m . 4 5 . D e
piedra, como h a s t a ahora, solo habia la que habita
— 277 —

el señor don Juan d e Dios Correa, que fué del Conde


T o r o , calle d e la Merced, núm. 8o.
No r e c o r d a m o s , hablamos del año 10 al 20, haber
visto en S a n t i a g o mas de treinta i tantas casas d e
dos pisos, de varios aspectos i dimensiones. L a m a -
yor p a r t e d e estas casas eran de balcones salientes,
d e madera, i pertenecían a épocas remotas. E n j e n e -
ral nadie habitaba el segundo piso. E n la época en
que esas casas se construyeron se necesitaba ser
noble para el uso d e balcón a la calle. Según nues-
tros recuerdos, la última edificada con este adorno,
que conocimos, fué la que en la calle d e Santo D o -
mingo lleva ahora el numera 4 9 , después de haber
variado tres o cuatro propietarios i de haber sufrido
dos transformaciones.
E n nuestra niñez oimos repetir que su primitivo
dueño, cuyo apellido, estinguido y a , recordamos,
p a g ó doscientos p e s o s de multa por faltarle el requi-
sito consabido.

V I I I . — A l leer lo anteriormente escrito, notamos


que hubiéramos podido dar m a y o r amplitud i m a s
conveniente continuación a estos datos; pero no
h e m o s podido resolvernos a e m p r e n d e r este trabajo,
por temor d e alargar este articulo m a s de lo c o n v e -
niente. Mas t a r d e , si el tiempo lo permite, agregare-
m o s lo que en éste falta sobre trajes del otro sexo,
carruajes, objetos alimenticios i modo de servirlos.
Concluiremos por ahora con pocas palabras sobre
el m a s caro i escaso de esos alimentos.
El p e s c a d o solo estaba al alcance de la jente aco-
m o d a d a . L o s dias de vijilia, i sobre todo los jueves,
se vendía en escasa cantidad en el mercado, pues no
era permitido venderlo en otra p a r t e , i mucho m é -
— 278 —

nos en las calles, d o n d e eran perseguidos sin p i e d a d


los revendedores.
E n t o n c e s habia una frase que e s p r e s a b a la v e n t a
d e este alimento.
D e s d e mui antiguo era costumbre, aun subsiste,
tocar los jueves en la t a r d e la g r a n c a m p a n a d e la
Catedral, a Escuela de Cristo; distribución que tiene
lugar en la noche de ese dia. A l oir esta c a m p a n a
s e decia: a pescado.
E s t a frase, i aun la c a m p a n a misma, quizá d e otra
forma, es d e la m a s r e m o t a a n t i g ü e d a d . V a m o s a
probarlo.
H e m o s leido en uno d e los antiguos historiadores
de Grecia, o d e un escritor que a ellos se refiere, lo
siguiente:
Un orador de esos tiempos a r e n g a b a al pueblo en
una plaza de A t e n a s . En medio d e su fogoso discur-
so notó que sus o y e n t e s , sin el m e n o r miramiento
al orador ni al interesante negocio de que les habla-
ba, abandonaron la plaza a toda prisa, q u e d a n d o d e
aquella gran multitud un solo individuo, que le escu-
chaba con gran atención.
Sorprendido i mortificado por este desaire, se di-
rijió a este único o y e n t e , colocado p r ó x i m o a la tri-
buna, diciéndole:
— T e doi las gracias, p o r q u e tú eres el único q u e
no has cometido la grosería d e retirarte como los
d e m á s , a p e n a s han oido tocar la c a m p a n a a pes-
cado.
El elojiado que, siendo s o r d o , no habia oído la
c a m p a n a , p r e g u n t ó al orador:
—¿Han tocado ya?
—Sí, por eso se han ido.
—¡Pues yo también me voil
Noticias locales de Santiago

Bajo este titulo vamos a reunir algunos datos


acerca d e las casas en que nacieron, vivieron o mu-
rieron m u c h a s d e las personas notables que han figu-
r a d o en Chile en los primeros cincuenta años de e s t e
siglo.
E s t e jénero d e noticias ha d e parecer frivolo e in-
significante a algunos de nuestros lectores; sin e m -
b a r g o , otros las apreciarán i recojerán como datos
curiosos con el mismo interés con que son recojidos
i consignados en libros serios i eruditos los que se
refieren a m u c h a s ciudades europeas i aun ameri-
canas.
A u n q u e h e m o s tenido e m p e ñ o en consignar aquí
el m a y o r número de noticias de esta clase, no nos
lisonjeamos con la idea de haber a g o t a d o este tema,
i solo creemos haber abierto el camino a las investi-
gaciones d e los futuros historiadores de nuestra ca-
pital.
Para hacer m a s fácil la consulta de estas noticias,
h e m o s a d o p t a d o el orden estrictamente alfabético
d e los apellidos de las personas de quienes se t r a t a .
Lo principal i mas difícil de este trabajo es la cer-
t i d u m b r e del número que tienen hoi las casas q u e
ocuparon las personas d e que se trata, sobre todo en
sus últimos años, i creemos que en este dato no hai
un solo error; sin e m b a r g o , si alguna persona lo des-
cubre, le suplicamos se sirva advertírnoslo del modo
que le sea m a s conveniente para rectificarlo.
N o s falta solo testificar nuestro agradecimiento a
dos apreciables caballeros, a quienes s u c e s i v a m e n t e
h e m o s consultado: el señor don Francisco d e P . F i -
— 280 —

gueroa, que nos suministró gran número d e d a t o s


interesantes, i el señor don Diego Barros A r a n a , que
llevó su amabilidad hasta escribir él mismo g r a n
p a r t e de este trabajo, a que hablamos p e n s a d o dar
una forma mui sucinta. D e b e m o s también algunas
indicaciones al señor don Francisco Prieto d e l R i o .

ALCALDE don Juan Agustín, Conde de Quinta A l e -


g r e , m i e m b r o de una junta de gobierno, senador i
consejero d e estado. Vivió la mayor parte d e su v i d a
en la casa número 95 de la calle de la Merced. E s t a
casa, que fué por muchos años una d e las m a s h e r -
m o s a s d e Santiago i que Conserva hasta hoi su as-
p e c t o monumental, fué construida a principios d e
este siglo, según los planos del célebre arquitecto
italiano Toesca, para don Francisco Ramírez, c a b a -
llero español que en el comercio hizo a fines del si-
glo pasado una d e las fortunas mas considerables del
pais. L a casa del señor Alcalde era, d e s d e 1820 h a s -
ta la m u e r t e de este caballero en 1 8 5 9 , uno d e los
centros de reunión de la aristocracia santiaguina.
E l señor Alcalde poseia en el Tajamar, un poco
al poniente del Seminario, una espaciosa quinta que
fué algunas veces lugar d e reunión de los patriotas
a n t e s d e la revolución d e 1 8 1 0 .
ALDUNATE don José Antonio Martínez de, fué R e c -
tor d e la Universidad de Chile en 1 7 6 4 , g o b e r n a d o r
del obispado de S a n t i a g o durante una ausencia del
obispo Aldai, obispo de G u a m a n g a en el Perú, d e s d e
1803, i por último obispo d e Santiago en 1 8 1 0 . E í
señor A l d u n a t e fué también m i e m b r o d e la primera
j u n t a d e gobierno instalada en Santiago el 18 d e S e -
281 —

t i e m b r e d e este último año; pero no llegó a esta


ciudad sino en Octubre de ese año; i a consecuencia
d e los achaques d e su avanzada edad, de 81 años, no
t o m ó p a r t e alguna en los negocios administrativos, i
murió el 8 d e Abril de 1 8 1 1 en la casa en que habia
vivido, que es una quinta situada en la Cañadilla,
de dos pisos i d e aspecto imponente, la cual se con-
serva en su mismo estado i lleva el número 4 5 .
ALDUNATE don José Santiago, jeneral d e brigada,
i n t e n d e n t e d e Chiloé, dos veces intendente de Val-
paraíso, ministro d é l a guerra i senador. Vivió en sus
últimos años i murió en la calle de las Delicias, nú-
mero 39.
ANUÍA DE IRARRÁZABAL don José Miguel, nació en
1800 i murió en 1848. F u é miembro de la conven-
ción d e 1823 i d e la de 1833. A los 36 años fué ele-
jido senador, cargo que d e s e m p e ñ ó sucesivamente
hasta su muerte.
E n 1841 fué nombrado Ministro del Interior i su
sueldo lo cedió al Instituto de Caridad Evanjélica.
F u é t a m b i é n miembro de la Facultad de L e y e s de la
Universidad.
Murió en la calle de los Huérfanos, número 4 7 .
ARGOMEDQ don José Gregorio, doctor de la Uni-
versidad d e San Felipe, procurador de ciudad en
1 8 1 0 i secretario de la primera junta de gobierno, i
mas t a r d e presidente d e la Corte Suprema de Justicia,
habia nacido en S a n F e r n a n d o el año de 1 7 6 7 , i
murió en S a n t i a g o el 5 d e O c t u b r e d e 1830 en la
casa número 75 d e la calle d e Santo Domingo, que
habitaba d e s d e años atrás.
ASTORGA don José Manuel, miembro de una junta
d e gobierno en 1 8 1 7 , empleado largos años en la adua-
na, mientras esta oficina estuvo establecida en S a n -
— 282 —

t i a g o . Vivió i murió en la calle de Agustinas, en una


casa que tenia cierto aspecto notable, i que ha sido
casi reedificada; lleva al presente el número 3. Mas
que por ios empleos que d e s e m p e ñ ó era famoso por
su saber en materia d e jenealojia de t o d a s las fami-
lias chilenas.

BALMÁCEDA don Francisco Ruiz d e Ovalle, presbí-


tero, nació en Santiago en 1 7 7 2 . En su juventud a d -
ministró él mismo su considerable patrimonio, r e p a r -
tiendo todo su producto entre los pobres: no pare-
ciéndoie esto suficiente, e n t r e g ó todos sus bienes ai
hospital d e San Borja, reservándose únicamente una
casita de pobrísimo aspecto i mil pesos anuales p a r a
sus gastos: de éstos ahorraba aun la m a y o r p a r t e
p a r a repartirla en limosnas.
El señor Balmaceda es mirado en Chile como el
tipo mas acabado de todas las virtudes cristianas,
sobresaliendo entre ellas su caridad sin límites. Vivió
i murió en la calle de las Monjas Rosas, número 5 - 2

BARROS don Diego A n t o n i o , senador, consejero


d e estado, comerciante acaudalado e influyente en
la política d e s d e 1 8 2 7 , c o m a n d a n t e del escuadrón
O r d e n , compuesto d e comerciantes. Vivió d e s d e
1 8 1 7 hasta su muerte, en la calle d e A h u m a d a , n ú -
m e r o 39. En esta casa vivió el jeneral arjentino Soler
en 1 8 1 7 . F u é d e unos españoles ricos apellidados
Barrena. E n ella se reunían con frecuencia los pelu-
cones, sobre t o d o en los años q u e trascurrieron
d e s d e 1828 hasta 1 8 4 1 .
BEAÜCHEF don Jorje, francés, oficial del ejército
del primer imperio, e m p l e a d o en el servicio d e Chile
— 283 —

d e s d e 1 8 1 7 , d o n d e alcanzó al grado de corone!, dis-


tinguiéndose siempre por su valor a toda prueba, su
espíritu organizador i la sinceridad i rectitud d e sus
principios liberales. Vivió en la calle d e las Monji-
tas, n ú m e r o 7 5 , donde murió en 1840.
BELLO don A n d r é s , oficial m a y o r del Ministerio
d e Relaciones Esteriores, senador, Rector d e la Uni-
versidad, etc. Recien llegado a Chile, en 1829, vivió
en ¡a calle d e Santo Domingo, número 30. Mas t a r d e
adquirió por compra la casa número 100 d e la calle
d e la Catedral, d o n d e pasó muchos años hasta su.
muerte, ocurrida en 1865.
BENAVENTE don Diego, antiguo j e í e del ejército,
diputado a m u c h o s congresos, consejero de estado,
s e n a d o r i contador mayor, fué dueño de la casa que
cierra por el poniente la Plaza de Bello, i allí vivió
muchos años hasta su muerte, ocurrida en 1867.
BLANCO don Manuel, nació en Buenos Aires en
1790. T e n i e n t e jeneral, último d e este grado, i vice-
almirante d e Chile.
Vivió en sus últimos años i murió en la calle d e
Agustinas, número 20, el 5 d e Setiembre d e 1 8 7 6 ,
d e 86 años d e e d a d .
BLANCO don Ventura, ministro d e estado en 1826
i 1 8 2 7 , secretario del Senado i decano d e la Facul-
tad d e Filosofía i H u m a n i d a d e s d e la Universidad
d e Chile.
Vivió en la calle de Agustinas, número 34, donde
falleció en 1856.
BORGOÑO don José Manuel, jeneral de brigada,
d i p u t a d o a m u c h o s congresos, ministro de la guerra,
i ministro plenipotenciario de Chile en España.
Vivió, después d e haber sido d a d o de baja en
1830, en una chacra al oriente de San Bernardo, d e s -
— 284

pues en la calle de los Huérfanos, n ú m e r o 1 1 , i por


último en la misma calle, número 64, d o n d e murió
en 1 8 4 8 , siendo ministro de la guerra por s e g u n d a
vez.
BRAYER don Miguel, francés, jeneral del primer
imperio, vino a Chile en 1817, fué jefe del e s t a d o
m a y o r de nuestro ejército, se desprestijió por el m a l
éxito del asalto de Talcahuano, pero q u e d ó h a s t a
después de C a n c h a - R a y a d a i se retiró poco antes
d e la batalla de Maipo. H a b i t ó en S a n t i a g o la casa
n ú m e r o 80 de la calle de la Merced, secuestrada en-
tonces por el Gobierno.
BÚLNES don Manuel, jeneral del ejército de Chile,
g r a n mariscal de A n c a c h s , Perú, Presidente de la
República de Chile, senador i consejero de e s t a d o .
Vivió muchos años i murió en la casa que él m i s -
m o edificó en la calle de la Compañía, número 126.
E s t a casa perteneció a la señora m a d r e del j e n e -
ral Búlnes, i la habitaba d e s d e años atrás, d e m a n e r a
qué cada vez que el jeneral venia a S a n t i a g o , se
h o s p e d a b a en ella, como sucedió después de la c a m -
p a ñ a de la restauración del Perú i de la guerra civil
que terminó en los campos de Loncomilla.
BUSTAMANTE don José Antonio, natural de San F e r -
n a n d o , principió su carrera d e s d e c a d e t e en 1 7 9 8 ,
siendo subteniente en 1 8 1 1 . T o m ó una p a r t e impor-
t a n t e en la revolución de Figueroa a causa de una
delicada contusión que se le e n c a r g ó , en la cual es-
puso su v i d á P H i z o la c a m p a ñ a de los años 13 i 1 4 ,
encontrándose en t o d a s las acciones de guerra hasta
el sitio de R a n c a g u a .
Volvió en la emigración con S a n Martin, encon-
t r á n d o s e en Chacabuco. A su llegada a S a n t i a g o s e
le encargó la formación del primer cuerpo cívico de
— 285 —

esta ciudad. E n la batalla de Maipo mandaba el b a -


tallón d e Infantes d e la Patria, i por un atrevido m o -
vimiento influyó p o d e r o s a m e n t e en la derrota del
ejército español. F u é condecorado varias veces i
llegó el año 1822 hasta el grado de jeneral, conferi-
do por el Director O'Higgins al darle el m a n d o d e
la provincia d e Coquimbo, después d e haber sido
vice-presidente d e la gran Convención el mismo año.
L o s achaques, consecuencias de sus heridas, le
obligaron a retirarse del servicio activo el año d e
1823.
Vivió en sus últimos años i murió en la calle d e
S a n A n t o n i o , número 8.

CAMPINO don Enrique, jeneral de brigada, militar


d e la i n d e p e n d e n c i a desde 1 8 1 0 , muerto en el año
corriente d e 1 8 7 4 .
Vivió largos años en la calle d e la Compañía, en
la casa que lleva el número 8 1 , d o n d e falleció.
CAMPINO don Joaquín, hermano m a y o r del a n t e -
rior, ministro de estado en 1825 i 1826, ministro
diplomático d e Chile en los E s t a d o s Unidos i mas
t a r d e e m p l e a d o de hacienda.
Vivió muchos años en los altos d e la casa número
173 d e la A l a m e d a d e las Delicias, donde sostenía
una tertulia mui concurrida por muchos caballeros
distinguidos d e la sociedad santiaguina.
E l señor Campino vivió mas t a r d e i murió en la
calle d e Lira, número 58.
CARRASCO don Francisco Antonio, brigadier d e
injenieros del ejército español, presidente interino
del reino d e Chile desde 1808 hasta 1 8 1 0 .
— 286 —

Vivió en el palacio viejo en la Plaza d e A r m a s o


d e la I n d e p e n d e n c i a mientras t u v o el m a n d o s u p e -
rior; pero después de su separación del gobierno s e
trasladó a la calle de la Recoleta i habitó la casa que
tiene el número 6g, d o n d e vivió hasta fines d e Abril
d e 1 8 1 1 , época en que salió d e Chile i p a s ó al Perú,
CARRERA don Ignacio de la, p a d r e d e la ilustre
familia de los Carreras, brigadier de milicias, m i e m -
bro del Cabildo de Santiago bajo el réjimen colonial
i de la primera junta de gobierno en 1 8 1 0 .
Nació en 1747 en la calle de las Monjitas, número
63, vivió largos años en la calle d e los Huérfanos,
n ú m e r o 29, i por último en la calle d e las A g u s t i n a s ,
número 46.
Habiió esta última casa d e s d e los primeros dias
d e la revolución, i alli fué d o n d e sus tres hijos p r e -
pararon la revolución del 4 de S e t i e m b r e d e 1 8 1 1 .
CARRERA doña Javiera, hija del anterior, patriota
célebre, nació en la casa d e sus p a d r e s , número 2 9
d e la calle de los Huérfanos, i vivió allí h a s t a la fa-
mosa emigración de 1 8 1 4 .
A su vuelta a Chile, en 1 8 2 3 , h a b i t ó la casa nú-
m e r o 4 7 de la calle de los Huérfanos; p a s ó largos
años en su hacienda de S a n Miguel, d e p a r t a m e n t o
d e Melipilla, i murió el 21 de A g o s t o de 1 8 6 2 e n la
A l a m e d a de las Delicias, n ú m e r o 9 6 .
CARRERA don Luis, h e r m a n o d e la anterior, nació
en 1 7 9 1 en la misma casa de la calle d e los Huérfa-
nos, número 2 9 .
Fué m a s t a r d e coronel c o m a n d a n t e de artillería
del ejército patriota; se ilustró en las primeras c a m -
pañas d e la independencia, i por último fué fusilado
en Mendoza en 1 8 1 8 .
CARRERA don José Miguel, famoso caudillo de
— 287 —

nuestra revolución, presidente d e dos juntas de g o -


bierno, jeneral del primer ejército de Chile, nació en
1785 en la casa número 2 9 de la calle de los H u é r -
fanos, habitó durante su grandeza i poderío en la
casa número 4 6 de la calle de las Agustinas, i m u -
rió fusilado en Mendoza el 4 de S e t i e m b r e d e 1 8 2 1 .
D o n José Miguel Carrera es el miembro m a s ilus-
t r e de esta célebre familia, i la historia de su vida
encierra por completo el primer período de la histo-
ria d e n u e s t r a revolución.
CARRERA don Juan José, h e r m a n o m a y o r del an-
terior, nacido en Santiago el 17 de Julio de 1782 e n
la casa de sus padres, calle de los Huérfanos, n ú m e -
ro 29.
F u é fusilado en Mendoza en Abril de 1 8 1 8 .
CERDA don José Nicolás, m a y o r a z g o acaudalado,
m i e m b r o del Cabildo de S a n t i a g o , vocal de una jun-
ta de gobierno en 1 8 1 2 i patriota mui considerado
por el prestijio de su fortuna i de su familia i por las
dotes de su carácter caballeroso.
Nació en Santiago, en la calle d e los Huérfanos.,
número 17, i murió en la calle de la Merced, n ú m e -
ro 7 1 , en una espaciosa casa que habia pertenecido
p o c o antes a don José Manuel L e c a r o s .
CIENFUEGOS don José Ignacio, eclesiástico notable
por su piedad, por su ilustración i por su ardoroso
patriotismo.
F u é miembro de una junta de gobierno en 1 8 1 3 ,
g o b e r n a d o r del obispado de Santiago d e s d e 1 8 1 7
hasta 1822, i senador durante este período.
Hizo dos viajes a R o m a como enviado del gobier-
no chileno cerca de la S a n t a S e d e , i fué mas t a r d e
obispo de ¡a Concepción, destino que renunció en
— 288 —

los últimos años d e su vida para dedicarse al cultivo


d e las virtudes privadas.
Nació en Santiago en 1 7 6 2 , i murió en Talca en
1845, legando sus bienes a los establecimientos d e
caridad i al liceo d e ese pueblo.
E n Santiago habitaba una quinta d e su p r o p i e d a d ,
en una casa que lleva el número 2 7 1 de la A l a m e d a
d e las Delicias.
CRUZ don Luis, jeneral del ejército de Chile, nació
en Concepción en 1 7 6 8 . D e s d e principios d e este
siglo d e s e m p e ñ ó , tanto en el pueblo de su nacimien-
to como en Santiago i fuera d e Chile, numerosas e
i m p o r t a n t e s comisiones.
F u é m i e m b r o d e la primera j u n t a revolucionaria
de Concepción, diputado a varios congresos i miem-
bro d e la junta d e gobierno que reemplazó al Direc-
tor S u p r e m o O ' H i g g i n s en 1 8 1 8 , durante su ausencia
en el sur. H a b i e n d o tenido lugar entonces el desca-
labro d e C a n c h a - R a y a d a , Cruz desplegó g r a n d e a c -
tividad i enerjía para m a n t e n e r el orden en la capital
e infundir aliento en los ánimos, s u m a m e n t e alarma-
dos a consecuencia de aquel lamentable suceso.
D o s años mas t a r d e a c o m p a ñ ó al jeneral San Mar-
tin al Perú con un cargo i m p o r t a n t e en el ejército
espedicionario.
D e una inflexible rijidez en el servicio, era, sin
e m b a r g o , a m a d o de todo el m u n d o por la finura d e
su trato i por sus m a n e r a s esquisitas, e x o r n a d a s por
una de las mas h e r m o s a s figuras de nuestro ejército.
Murió fuera d e S a n t i a g o en 1828, habiendo d e -
s e m p e ñ a d o como último cargo la comandancia d e
armas, i ocupando sus oficinas i habitación la casa
número 30 en la calle d e la Compañía.
— 289 —

DAUXION LABAYSSE don José Francisco, escritor


francés, d a d o a los estudios políticos i a la historia
natural.
D e s p u é s d e haber vivido algunos años en los E s -
t a d o s Unidos i d e haber visitado a Venezuela i las
Antillas, sobre cuyos países escribió un libro, que no
carece d e ínteres, desempeñó una comisión de Luis
X V I I cerca d e la República de Haití.
El mal éxito de esta misión i otros hechos que no
es del caso mencionar aquí, le obligaron a pasar a
ios E s t a d o s Unidos i después a la República Arjen-
tina.
Mal visto allí por sus compatriotas a consecuencia
d e las declaraciones que prestó en el proceso seguido
a dos oficiales franceses que habian venido con don
José Miguel Carrera, Dauxion L a b a y s s e pasó a Chile
i se ocupó aquí en la enseñanza.
E n 1823 el gobierno del jeneral Freiré le confió el
e n c a r g o d e recorrer el pais i de escribir un viaje o
descripción científica de él. Esta obra, superior sin
duda a las aptitudes de Dauxion L a b a y s s e , quedó en
p r o y e c t o , i solo después de la m u e r t e de éste, ocu-
rrida en 1829, el Gobierne confió este encargo a don
Claudio G a y .
D a u x i o n L a b a y s s e vivió mucho tiempo en la S e -
rena, en la casa del intendente de esa provincia, don
Francisco Antonio Pinto.
Cuando residía en Santiago vivía en la Maestran-
za, en el mismo local que ahora ocupa la Escuela
Militar.
DONOSO don Justo, padre recoleto-dominico, p a d r e
dominico en seguida, clérigo secular, rector del s e -
I
9
— 290 —

minario de Santiago, miembro de la Universidad de


Chile, obispo de Ancud i mas tarde de la Serena, i
por último ministro de justicia, habia nacido en S a n -
tiago en Julio de 1800, i falleció en la Serena en F e -
brero de 1 8 6 8 .
El señor Donoso fué un canonista de un saber só-
lido cuyas obras son consultadas en Chile i en toda
la América.
Vivió en Santiago, en la calle de la Recoleta, nú-
mero 28.

ECHEVERRÍA LARRAIN don Joaquín, ministro del


interior del Director O'Higgins, nació en la calle de
los Huérfanos, número 32 i murió en la calle de las
Delicias, número 9 6 .
EGAÑA don Juan, senador, autor de varias consti-
tuciones, escritor político i poeta, abogado célebre i
gran patriota.
Nació en Lima en 1 7 6 9 , i murió en Santiago en
1 8 3 6 en la casa número 1 3 , calle de Teatinos.
EGAÑA don Mariano, hijo del anterior, patriota
ilustre, ministro de Chile en Londres, senador, fiscal
d e la Corte Suprema, ministro de estado i autor de
la Constitución de 1 8 3 3 .
Vivió i murió en la casa número 13 de la calle de
Teatinos.
ELIZONDO don D i e g o Antonio, diputado al primer
congreso i obispo de la Concepción. Monjitas a é m e -
ro 7 6 .
ENCALADA don Martin, miembro de una junta de
Gobierno. Calle de las Agustinas, número 34.
ERRÁZUKIZ don Fernando, miembro de una jrata.
— 291 —

de gobierno i m a s t a r d e presidente de la República.


Calle d e las Monjitas, número 6o.
EYZAGUIRRE don Agustin, cabildante del año d e
1 8 1 0 , m i e m b r o d e una junta d e gobierno i v i c e - p r e -
sidente d e la República el año d e 1 8 2 6 . Huérfanos,
número 32.
EYZAGUIRRE don José Alejo, deán d e la Catedral
de S a n t i a g o i m a s t a r d e n o m b r a d o arzobispo.
Renunció a este cargo antes d e ser c o n s a g r a d o .
A sus altas virtudes reunia una humildad ejemplar,
que no era, sin e m b a r g o , un obstáculo p a r a que,
cuando era del caso, desplegara una santa e n e r j i a d e
que dio varias veces público testimonio.
Vivió m u c h o s años i murió en la calle d e las Mon-
jitas, número 57.

FONTECILLA don Francisco, intendente d e S a n t i a g o


en 1 8 1 8 . Monjitas, número 76.
FONTECILLA doña Micaela, e m i n e n t e patriota mui
perseguida por los realistas. Santo D o m i n g o , 4 4 .
FREIRÉ don R a m ó n , último capitán jeneral, S u -
p r e m o Director i m a s t a r d e Presidente d e la R e p ú -
blica, cuyo cargo renunció.
Nació en la calle de Santo D o m i n g o , número 36,
el año d e 1 7 8 7 .
Mas t a r d e vivió hasta su m u e r t e , en i 8 5 i , e n l a
calle d e la Merced, número 6 9 .
FIGUEROA don T o m a s , valieate militar, coronel
español que encabezó la contra revolución del i.° d e
Abril d e 181 í.
— 292 —

F u é fusilado en la cárcel de S a n t i a g o a las dos de


la m a ñ a n a del 2 del mismo m e s .
^ V i v i ó en la calle de las Monjitas, número 6 3 .

GANDARIIXAS don Manuel, patriota distinguido,


ministro del interior bajo el gobierno de Freiré i mas
t a r d e ministro de la S u p r e m a Corte, nacido en San-
tiago en 1 7 9 0 .
Vivió i murió en 1842 en la calle de las Claras,
número 2 3 .
GAY don Claudio, sabio francés, autor de la His-
toria física i política de Chile. E n la época en que
hacia sus estudios, d e s d e 1834 hasta 1 8 4 1 , tenia su
residencia, cuando venia a S a n t i a g o , en la calle de
Morando, número 4 4 .
GORBEA don A n d r é s , célebre m a t e m á t i c o español,
profesor en Chile d e s d e 1825 h a s t a 1 8 5 2 , en que
murió, decano d e la Facultad de Matemáticas i di-
rector del Museo Nacional, tan notable por su saber
como por la elevación de su carácter i la amenidad
d e su trato.
GRAJALES don Manuel, célebre médico español que
vino a Chile por primera vez por los años de 1805 o
1806 a p r o p a g a r la vacuna, i volvió poco m a s tarde
al Perú, de d o n d e el virrei A b a s c a l lo d e s p a c h ó de
nuevo a Chile como cirujano del ejército español.
A p r e s a d o en T a l c a h u a n o por los patriotas el buque
e n que venia, Grajales prestó sus servicios de ciru-
j a n o en el ejército patriota, i q u e d ó en Chile hasta
1826, adquiriendo en nuestro pais una alta reputa-
ción por su saber i por su carácter bondadoso i ca-
ritativo.
— 293 —

Vivió en la calle del Puente, número g, i después


en la d e la Bandera, número 3 1 , que era entonces la
casa del m a r q u e s don José Toribio Larrain.
GUZMAN don José Maria, miembro de una junta d e
gobierno e i n t e n d e n t e d e Santiago en el gobierno d e
O'Higgins.
Fué una d e las personas que mostró mas enerjía
contra aquel gobierno en el memorable 28 de^Enero
de 1 8 2 3 . Huérfanos, número 34.

HENRIQUEZ Camilo, p a d r e de la Buena Muerte, p u -


blicista célebre d e nuestra revolución i redactor de la
Aurora, nacido en Valdivia en 1 7 6 9 i muerto en
Santiago en 1 8 2 5 .
Vivió i murió en la calle de Teatinos, número 33.
En esta casa vivió m a s tarde el famoso actor A m -
brosio Morante.
HERMIDA don A n t o n i o , patriota entusiasta, en cu-
y a casa se reunían los revolucionarios del año d e
1810. Delicias, n ú m e r o 1 3 9 .
INFANTE don José Miguel, procurador de ciudad en
18 io, diputado varias veces, m i e m b r o de dos juntas
de gobierno, ministro de hacienda de O'Higgins i
juez d e la Corte d e Apelaciones de Santiago. Calle
del E s t a d o , n ú m e r o 33.
IRISARRI don A n t o n i o José, natural de Guatemala,
Supremo Director interino en 1 8 1 4 , ministro del in-
terior en el gobierno d e O'Higgins i escritor ardoro-
so en defensa d e la independencia. Monjitas, nú-
mero 70.
— 294 -

J A S A doña Pabla, m a t r o n a mui influyente antes i


después d e la revolución d e i 8 r o . Monjitas, nú-
mero 20.

LARRAIN don D i e g o , alférez real en 1 8 1 0 , rejidor


del cabildo i patriota entusiasta. Plaza d e la I n d e -
pendencia, portal Mac-Clure, número 36.
LARRAIN don Joaquín, fraile d e la Merced, i pro-
vincial d e la misma orden, secularizado m a s t a r d e ,
patriota exaltado que se distinguió d u r a n t e t o d a la
revolución, h a s t a la caída d e O ' H i g g i n s .
Vivia en la calle d e los Huérfanos, n ú m e r o 14,
d o n d e se reunían muchos patriotas como C. Henri-
quez, V e r a , Infante, etc., e t c .
LAS HERAS don Juan Gregorio d e , jeneral arjenti-
no, distinguido por su valor, por la entereza d e su
carácter i por su talento militar, que después d e ha-
berse ilustrado en la guerra d e la i n d e p e n d e n c i a de
Chile, d e s e m p e ñ ó en la República Arjentina el pues-
to d e p r e s i d e n t e d e aquel E s t a d o .
Vivió i murió en la calle N u e v a d e San P i e g o ,
número 36.
Contra lo que p u e d e creerse, el apellido d e este
ilustre jeneral era Gregorio d e L a s - H e r a s . Parece
q u e la p r i m e r a d e estas palabras fuese el n o m b r e de
bautismo.
LASTRA d o n Francisco, jeneral i S u p r e m o Director
en 1 8 1 4 . Monjitas, número 38.
— 295 —

' M

MARÍN don Gaspar, doctor i miembro d e la Su-


p r e m a Corte, nació en la S e r e n a en 1 7 7 2 , fué s e c r e -
tario d e la primera junta d e 1 8 1 0 , diputado a varios
congresos i m i e m b r o de una junta d e gobierno e n
los primeros años d e la revolución. E s padre d e la
señora doña Mercedes, e m i n e n t e matrona, poetisa i
literata, como asimismo del sabio don Ventura.
Vivió s i e m p r e en la calle de las Monjitas n ú m e r o
54, i murió en 1839 en una quinta, calle d e las Deli-
cias, n ú m e r o 6.
MARÍN don Ventura, hijo del anterior, nació en
S a n t i a g o en 1806 en la calle de las Monjitas, n ú m e -
ro 53.
F u é profundo filósofo, teólogo, jurisconsulto, pu-
blicista, literato, poeta, en una palabra, hombre en-
ciclopédico, habiendo dejado numerosos escritos que
lo acreditan.
F u é v e n e r a d o desde sus tiernos años por su cari-
dad sin límites i por su admirable santidad, que llevó
hasta el caso d e pasar los últimos años de su vida
en el convento d e la Recoleta franciscana, sujetán-
dose voluntariamente a todas las prácticas de la co-
munidad.
Cuatro dias antes de su muerte se hizo conducir a
casa de su h e r m a n o don Francisco, calle d e Santo
D o m i n g o , número 27, donde murió el 12 de Abril
d e 1 8 7 7 , d e edad de 7 1 años; haciéndose vestir, p a r a
lo que tenia licencia, el hábito de lego d e aquella
relijion, d e s p u é s d e haber profesado el dia anterior.
MASTAÍ-FEKRETTI PÍO I X , secretario del señor
Muzi en Chile, año d e 1824.
Vivió en la calle de la Bandera, número 17.
— 296 —

MAROTO don Rafael, coronel del batallón español


Talavera; después de la batalla de R a n c a g u a , b r i g a -
dier, en cuyo g r a d o m a n d ó el ejército español en
C h a c a b u c o . Huérfanos, número 18.
MÁRQUEZ DE LA PLATA don F e r n a n d o , español,
oidor de la Audiencia de L i m a , rejente de la A u -
diencia de Chile i vocal de la primera junta de g o -
bierno de 1 8 1 0 . A g u s t i n a s , número 56.
MENA don Pedro, presidente de la Sociedad d e
Agricultura, ministro de hacienda de Freiré i s e n a -
dor. Catedral, número 140.
MENDIBURU don A n t o n i o , coronel en la p r i m e r a
época. Plazuela de O'Higgins, en la casa que ocupa
el Banco Hipotecario.
MENESES don Juan Francisco, doctor en leyes, se-
cretario de Marcó, ministro jeneral en 1830 i p o s t e -
riormente deán de la Catedral de Santiago. R a m a -
das, número 2 9 .
MONASTERIO doña Á g u e d a , célebre por sus sacri-
ficios i sufrimientos por la causa de la independencia.
E s m a d r e del valiente coronel Latapiatt.
Vivió muchos años a inmediaciones del Mapocho;
pero m a s t a r d e o c u p ó hasta su m u e r t e la casa nú-
mero 40 de la calle de la Merced.
MONTT don Manuel, es el h o m b r e que ha recorrido
en Chile la escala mas estensa i variada como fun-
cionario público.
Principió su carrera de inspector del Instituto N a -
cional; en seguida, rector del mismo establecimiento;
ministro de justicia; ministro del interior; juez d e la
C o r t e S u p r e m a i presidente del mismo tribunal.
Presidente d e la República, enviado estraordina-
rio i ministro plenipotenciario al congreso americano,
— 297 —

reunido en L i m a , cuando la última guerra con E s p a -


ña, del que fué elejido presidente.
Murió d e presidente de la Corte S u p r e m a , en O c -
tubre d e 1880, en su casa, calle de la Merced, n ú m e -
ro 68.
MUÑOZ URZÚA don Manuel, m i e m b r o d e la última
junta d e gobierno en 1 8 1 4 , cuando tuvo lugar la b a -
talla d e R a n c a g u a .
Vivió en la calle de la Merced, número 6 9 . E n esta
misma casa habian vivido los dos Gamero, oficiales
d e esa época.

OVALLE don José T o m a s , m i e m b r o de una j u n t a


d e gobierno el año 1830 i presidente d e la R e p ú b l i -
ca en el mismo año.
Vivió en la calle de Santo D o m i n g o , en la casa
n ú m e r o 1 1 1 , pero murió fuera d e Santiago.
O'HIGGINS don Bernardo, nació en Chillan en 1 7 7 6 .
Director S u p r e m o , capitán jeneral del ejército d é
Chile i gran mariscal del Perú.
Vivió desde 1 8 1 7 en el palacio presidencial, Plaza
de A r m a s ; pero después de su abdicación, el 28 d e
E n e r o de 1 8 2 3 , se trasladó a la casa antes mencio-
n a d a d e don Antonio Mendiburu, hasta su salida p a r a
el Perú.
OSORIO don Mariano, coronel en R a n c a g u a i mae
t a r d e brigadier del ejército español.
Vivió la m a y o r p a r t e del tiempo que pasó en S a n -
t i a g o , en la calle d e Huérfanos, número 2 9 .
— 298 —

PÉREZ don Francisco, senador i miembro de una


j u n t a d e gobierno, Huérfanos, número 14.
PINTO don Francisco A n t o n i o , nació en S a n t i a g o
en 1785, jeneral de brigada, ministro del interior en
el gobierno d e Freiré i mas t a r d e presidente d e la
República.
A n t e s de d e s e m p e ñ a r este cargo vivió en la calle
de la Bandera, número 17, i en sus últimos años, h a s -
ta su muerte, en la calle de las Delicias, número 2 2 5 .
PORTALES don D i e g o , ministro del interior el a ñ o
1830 i ministro de la guerra en 1 8 3 5 . Nació en S a n -
tiago en 1 7 9 3 .
Vivió por los años 25 i 26 en la calle d e A h u m a -
da, número 22, i en sus últimos años, antes de salir
p a r a Quillota, d o n d e murió, en la calle de la C a t e -
dral, número 22.
PRADO JARAQUEMADA don Pedro, miembro d e u n a
junta de gobierno. Murió calle de la Compañía, nú-
mero 108.
PRIETO don Joaquín, nació en Concepción en
1 7 8 6 . Jeneral del ejército d e Chile, d i p u t a d o a v a -
rios congresos i presidente de la República.
D e s p u é s de los diez años de su m a n d o vivió, h a s -
ta su muerte, en 1 8 4 4 , en la calle de A g u s t i n a s , nú-
mero 27.
PUENTE don Francisco, español de gran saber a
quien muchos servicios debe la instrucción en Chile.
Nació en Burgos en 1 7 7 4 i entró d e relijioso fran-
ciscano, en cuyo carácter vino a Chile en 1 7 9 3 , s e -
cularizando después i siendo canónigo de nuestra
Catedral.
D e s p u é s de h a b e r lucido sus talentos en la e n s e -
— 299 —

ñanza en las aulas d e su convento, fué profesor d e


la A c a d e m i a d e San Luis, del Instituto Nacional a
su fundación i d e la A c a d e m i a Militar i de colejios
particulares. F u é m a s t a r d e Rector del Instituto i
m i e m b r o d é l a Universidad en dos facultades. Escri-
bió un curso completo de matemáticas, un Tratado
de gramática castellana, i se dice que dejó un curso
completo de teolojía.
E n 1 8 4 9 , y de 85 años, murió en la casa número
a

55 de la calle Nueva de San Diego, hoi reconstruida.

RECABARREN doña Luisa, eminente patriota, espo-


sa del doctor don G a s p a r Marin i m a d r e d e la s e ñ o -
ra doña Mercedes Marin d e Solar. Notable por su
ardoroso entusiasmo por la independencia i por la
tenacidad con que fué perseguida por los realistas.
Nació en la Serena, i al trasladarse a Santiago,
ocupó la casa número 54 en la calle de las Monjitas,
d o n d e murió.
RODRÍGUEZ ALDEA don José A n t o n i o , nació en
Chillan en 1 7 7 9 . Después de haber d e s e m p e ñ a d o
empleos de importancia en el ejército español, fué
ministro de hacienda del Director O ' H i g g i n s .
H a b i t ó muchos años i murió en su casa, calle de
S a n t o D o m i n g o , número 37.
RODRÍGUEZ BALLESTEROS don Juan, español, re-
j e n t e de la Audiencia en 1808.
Vivió en la calle de Santo D o m i n g o , número 36.
RODRÍGUEZ don Carlos, ministro del interior en
el gobierno del jeneral Pinto, i mas t a r d e m i e m b r o
de la S u p r e m a Corte.
— 300 —

Vivió i murió en la calle d e las A g u s t i n a s , n ú m e -


ro 44.
RODRÍGUEZ don Manuel, célebre revolucionario,
teniente coronel i auditor d e guerra en vísperas d e
la batalla de Maipo.
Vivió en la calle d e Agustinas, número 2 7 . Murió
asesinado en Tiltil.
RODRÍGUEZ ZORRILLA don Joaquín, doctor d e la
Universidad de San Felipe, miembro del Cabildo d e
1810, asesor de Osorio i m a s t a r d e ministro d e la
Corte S u p r e m a .
Murió en 1831 en su casa, calle d e la Compañía,
número 123.
RODRÍGUEZ ZORRILLA don José S a n t i a g o , obispo
d e Santiago, vivió en la Plaza d e A r m a s en el lugar
que ocupa el Pasaje Matte. Mas t a r d e s e t r a s l a d ó al
palacio episcopal, situado, como ahora, en la misma
plaza. Allí fué preso en 1825 i desterrado a E s p a ñ a ,
d o n d e murió.
ROJAS don José Antonio, iniciador d e la revolu-
ción del año 181 o.
Murió en 1 8 1 7 en su casa, en la calle d e San A n -
tonio, número 2 7 .
ROSALES don Juan Enrique, m i e m b r o d e la p r i m e -
ra junta d e gobierno i p a d r e d e la familia de ese
apellido, que hizo notable papel en la revolución d e
la independencia. Calle d e la Compañía, n ú m e r o 1 2 6 .
ROSAS don José María, pariente inmediato d e d o n
Juan Martínez de R o s a s . E n t r e varios cargos impor-
t a n t e s que d e s e m p e ñ ó , fué uno d e ellos el d e sena-
dor bajo el gobierno del S u p r e m o Director O ' H i -
ggins.
Vivió muchos años i murió en la calle d e la C a t e -
dral, número 109.
— 301 —

ROSAS don Juan Martínez de, nació en Mendoza el


año d e 1 7 5 9 ; fué miembro de la primera junta de
g o b i e r n o en 1 8 1 0 . Dos años después fué desterrado
a Mendoza, donde murió en 1 8 1 3 .
Vivió en casa del señor don Manuel Salas, en la
calle de San Antonio, número 10.

SALAS CORBALAN don Manuel, una de las personas


que m a s influyeron en la revolución del año 10.
V i v i ó s i e m p r e en su casa, calle de San Antonio,
n ú m e r o 10; pero en vísperas de su muerte fué lleva-
do a casa d e la señora doña Antonia, su hija, calle
del E s t a d o , número 56, i allí murió en 1 8 4 1 .
SAN BRUNO don Vicente, español, sarjento m a y o r
del batallón Talavera, i presidente del tribunal de
Vijilancia. E s t e tribunal funcionaba en las habitacio-
nes de San Bruno, en los altos del actual Palacio de
los Tribunales, en las salas en que ahora está esta-
blecida la oficina del Conservador número 22.
SANFUENTES don Salvador, literato i poeta, inten-
d e n t e de Valdivia, secretario jeneral de la Universi-
d a d i después decano de la Facultad de Humanida-
des, fué dos veces Ministro de Justicia, Culto e Ins-
trucción Pública. Liberal moderado i de bellísimo
carácter.
Vivió en sus últimos tiempos i murió en la calle
N u e v a de San Diego, número 1 8 .
SAN MARTIN don José de, jeneral de los ejércitos
arjentino, chileno i peruano. Su residencia en S a n -
tiago, después de Chacabuco, fué en la calle de la
— 302 —

Merced, número 76 i posteriormente en el palacio


arzobispal, a cuyo frente se leia:

Libertad e independencia,
De Chaca buco herencia.

SAZIE don Lorenzo, famoso médico cirujano fran-


cés, tan notable por su ciencia i su talento como por
su espíritu caritativo para con los pobres i su bondad
inalterable. Vino a Chile en 1 8 3 4 , en la época de la
fundación de nuestra escuela de Medicina, de que
fué uno de los mas ilustres profesores hasta el año
de 1 8 6 5 , en que murió.
El pueblo agradecido le levantó un monumento en
el cementerio jeneral de esta ciudad, i el gobierno
francés le envió la medalla de la Lejion de Honor.
El doctor Sazie fué ademas, i por muchos años, de-
cano de la Facultad de Medicina i Miembro de la
Municipalidad de Santiago. Una lei del Congreso le
concedió la ciudadanía chilena.
Vivió en los altos de la casa número 45 d é l a calle
de los Huérfanos, i mas tarde en la casa numero 7
de la calle de Santa Rosa.

TOCORNAL don Gabriel José, asesor del Cabildo


de 181 o i mas tarde rejente de la Corte de Apela-
ciones.
Vivió i murió en la calle de las Monjitas, núme-
10 6 3 .
TOCORNAL don Manuel Antonio, nació en 1 8 1 7 ,
¡fué varias veces diputado, ministro de justicia^ culto
e instrucción pública bajo el gobierno d e Búlnes, i
— 303 —

m a s t a r d e ministro del interior en el gobierno de P é -


rez. F u é uno de nuestros mas notables oradores i mui
r e s p e t a d o por la rectitud e integridad d e su conduc-
ta como h o m b r e público i privado. E n sus últimos
años habia llegado a la cumbre d e los honores, sien-
do a la vez presidente del Senado, consejero de es-
t a d o i R e c t o r de la Universidad.
Vivió algunos años en la calle d e las A g u s t i n a s ,
número 4 2 , i después, hasta su muerte, en una h e r -
mosa casa que edificó en la calle de la B a n d e r a , nú-
m e r o 32.
TOCORNAL don Joaquín, diputado varias veces,
Ministro de Hacienda i m a s tarde del Interior duran-
t e la presidencia de Prieto. E s p a d r e del anterior.
Vivió i murió en la A l a m e d a d e las Delicias, nú-
mero 72.
TORO don Mateo, Conde de la Conquista i primer
presidente d e la primera j u n t a de 1810.
Murió en 1 8 1 1 en su casa, calle de la Merced,
n ú m e r o 80.

VIAL DEL RIO don Juan de Dios, Ministro de E s t a -


do, senador i Presidente de la Corte S u p r e m a . Ban-
dera, n ú m e r o 17
VIAL SANTELICES don A g u s t í n , nació en C o n c e p -
ción en 1 7 7 8 ; fué a b o g a d o notable, diputado a varios
congresos i tres veces Ministro d e Hacienda.
Patriota a b n e g a d o i entusiasta, d e estenso saber,
de palabra fácil e instructiva i d e rara modestia: era
quizá el único q u e ignoraba el interés con que s e lie
ola. N o e n u m e r a r e m o s los numerosos empleos lucís-
— 304 —

tivo9 que se n e g ó a d e s e m p e ñ a r ni los que ejerció


g r a t u i t a m e n t e , sin ser rico.
Vivió hasta su muerte, en 1838, en su casa, calle
d e la Compañía, número 32.
VIAL SANTELICES don Juan de Dios, nació, como
su h e r m a n o don Agustín, en Concepción, quince o
veinte años antes.
A b r a z ó con entusiasmo, como toda su familia, la
causa de la revolución. Cuando el i.° de Abril d e
1 8 1 1 tuvo lugar el intento contrarevolucionario del
coronel Figueroa, Vial, como jefe superior de la
guarnición de Santiago, acudió a la Plaza de A r m a s
a sofocarlo con la parte de la t r o p a que le obedecía.
Por consiguiente, la primera voz de fuego que se
o y ó en Chile en defensa de la causa nacional, fué la
suya: por esto algunos historiadores, en su entusias-
mo, lo han llamado el primer patriota.
A l g u n o s dias después del triunfo de Chacabuco
se le e n c a r g ó la formación del primer batallón chile-
no, que se llamó número 1 de Chile.
A los pocos años, i habiendo prestado d e s d e su
juventud importantes servicios a su patria, murió en
la casa de su propiedad, calle d e los Huérfanos, que
ahora lleva el número 80
VICUÑA don Manuel, primer arzobispo de Santiago,
recordado con admiración por sus g r a n d e s virtudes.
A g u s t i n a s , número 100
VICUÑA don Francisco R a m ó n , diputado i senador
a varios congresos, i el año de 1 8 2 9 Presidente de
la República. C o m p a ñ í a , número 8 5 .
VICUÑA don Pedro Félix, hijo del anterior, nació
en Santiago en los primeros años de este siglo.
D e s d e mui j o v e n t o m ó una p a r t e activa en la p o -
— 305 —

litica, distinguiéndose por su acrisolada honradez i


acendrado patriotismo.
F u é escritor notable, v a r i a s veces diputado i por
último senador.
Murió en su casa, número 7 6 , calle d e S a n t o D o -
mingo, el año d e 1 8 7 4 .
V i D A U R R E don José A n t o n i o , coronel del batallón
número 6 i jefe de la revolución d e Quillota, en que
murió el ministro Portales. F u é fusilado en Valpa»
raiso. A n t e s de esto vivió en la calle d e T e a t i n o s f

número 4 5 .
VIEL don Benjamín, oficial del primer imperio; llegó
a Chile en 1 8 1 7 i se incorporó a nuestro ejército, d i s -
tinguiéndose en él por su gran valor, lo que le valió
para llegar hasta el grado d e jeneral d e brigada, a
que no habia llegado en Chile ningún europeo en la
guerra d e la independencia; el segundo fué R o n d i -
zzoni.
Vivió en sus últimos años en la calle d e las R a -
m a d a s , número 8.
.VILLEGAS don Hipólito, arjentino d e nacimiento,
Ministro de Hacienda en el gobierno de O ' H i g g i n s .
Fué uno de los tres ministros que firmaron en C o n -
cepción la declaración de la independencia en 18 >8.
A g u s t i n a s , número 60.

ZENTENO don José Ignacio, patriota tan ilustre por


su infatigable laboriosidad i por su talento claro como
por la rectitud i la entereza de su carácter, sobre
todo en el tiempo en que, Ministro de Guerra i Mari-
na bajo la administración del jeneral O'Higgins, fué
necesario crear ejército i escuadra para afianzar núes-
— 306 —

ira independencia i llevar la libertad al Perú, i todo


esto en medio d e las dificultades d e la política i n t e -
rior i d e la pobreza casi inconcebible ahora d e este
pais, que, como decían los españoles, era hasta 1 8 1 0 ,
el mas p o b r e i atrasado d e t o d o s los que estaban
sometidos a E s p a ñ a .
El jeneral Zenteno vivió por muchos años en la ca-
lle del Puente, número 3, frente a la Plaza d e A b a s t o s ;
p e r o habiendo c o m p r a d o a los p a d r e s franciscanos
un sitio en la A l a m e d a d e las Delicias, edificó una
m o d e s t a casa en que vivió i murió el año d e 1 8 4 7 .
E s t a casa tiene ahora el número 9 4 , p e r o h a sido
reedificada h a c e pocos años.
No t e r m i n a r e m o s estos a p u n t e s sin consignar el
sitio en que funcionó la primera p r e n s a que hubo en
Chile. L a i m p r e n t a d e La Aurora, que trajo d e E s -
t a d o s Unidos don Mateo A r n a l d o Hcevel en 1 8 1 2 , e s -
tuvo establecida en el edificio de la antigua U n i v e r -
sidad. S e s a b e que este local, en que también fun-
cionó la Cámara de D i p u t a d o s por largos años, i en
cuyo patio central se levantó un teatro provisorio en
1839, es el mismo en que ahora se ha construido el
suntuoso T e a t r o Municipal.
L a s casas que se encuentran en el mismo estado
que tenian a la m u e r t e de las personas antes m e n -
cionadas, o que han sido refaccionadas sin haber
perdido su forma primitiva, son las d e

Alcalde. Maroto.
A l d u n a t e don J. A . Mena.
A l d u n a t e don J. J. Meneses.
Bello. O ' H i g g i n s , palacio presi-
Beauchef. dencial.
Borgoño. Pinto.
— 307 —

Búlnes. Rodríguez Aldea.


Campino don É . Rodriguez B.
Campino don J. R o d r í g u e z Zorrilla don
Carrasco. Joaquín.
Carrera doña J. R o s a s don J. M.
Cienfuegos. Sazie.
Donoso. Salas.
Echeverría. San Bruno.
Elizondo. Toro.
Encalada. Tocornal don J.
Errázuriz. Tocornal don M. A .
Freiré. Vera.
Gandarillas. Vial.
Gorbea. Viel.
Guzman. Zenteno, calle del Puente,
Jara doña P . número 3 i Delicias, nú-
Las H e r a s . mero 94.

Las restantes h a n sido reedificadas.

RECTIFICACIÓN

A UN HECHO CONTENIDO EN EL LIBRO DEL SEÑOR


CANÓNIGO ALBANO

S o b r e el j e n e r a l O ' H i g g i n s

Uno d e nuestros historiadores, el señor prebenda-


do don Casimiro A l b a n o , hace, una observación
a propósito d e este acontecimiento. Por el número de
arjentinos que a su parecer tomó parte en él, esta
revolución fué arjentina.
— 308 —

Pues bien, nosotros, que la vimos mui d e cerca,


aseguramos que d e esta nacionalidad solo cuatro
personas tomaron p a r t e en ella; i algunas con poca de-
cisión.
El m a s notable por su entusiasmo fué el doctor
Martin Ojeda, que d e s d e ese dia fué bautizado por
el pueblo con el n o m b r e d e Tribuno, i el doctor
Bernardo Vera, que en voz baja pedia la ¡cesari?ia;
L o s otros dos fueron el coronel Pereira, jefe de la
Guardia de Honor, i el sarjento m a y o r i jefe de la
Escolta presidencial, don Mariano Merlo.
L a observación del señor A l b a n o habría sido m a s
exacta aplicada a la revolución del año 10. Ella tuvo
como promotores o activos cooperadores a los seño-
res siguientes, todos arjentinos:

Mazajuan Vicente.—Doc- Fretes Juan P a b l o . — C a -


tor d e la Universidad nónigo.
de Chile en 1 8 1 o. E n Tollo B a r t o l o m é . — I d .
1 8 3 9 miembro de la Al- Oro Justo.—Dominico i
ta C o r t e d e Justicia i m a s t a r d e obispo de
presidente d e la C á m a - Cuyo.
ra d e R e p r e s e n t a n t e s Videla L o r e n z o . — D r . do-
d e Buenos A i r e s . Ini- minico.
ciado en unarevolucion Bazaguzchascúa José Ma-
. contra R o s a s , é s t e lo r í a . — F r a n c i s c a n o ; mas
hizo asesinar una n o - t a r d e obispo in farti-
che en la secretaria de bus.
la Cámara. U n hijo su- Arana Felipe.—Fué pre-
y o , m e z c l a d o en el sidente d e la Corte de
complot, fué fusilado Justicia de Buenos A i -
el dia siguiente. res, d e la Sala de R e -
Martínez d e R o s a s Juan. presentantes i Ministro
—Dr. Vera i Pintado de Relaciones E s t e r i o -
— 309 —

Bernardo. res d e la confederación


Villegas Hipólito.—Mi- desde 1836 hasta 1 8 5 1 .
nistro de O'Higgins i Jil R a m ó n . — G r a n músi-
doctor. co i maestro d e canto.
T r o n c o s o Joaquín.—Pri- Al estallar la revolu-
mer alcalde de Santia- ción en Chile abandonó-
go. sus ocupaciones i a d -
D o r r e g o Manuei, que en mitió el empleo de ofi-
la revolución de Fi- cial d e nuestro ejérci-
gueroa, año u , tomó to, que con instancia
una p a r t e principal por se le ofreció. Murió en
la Junta. el sur, en los primeros
E c h a g ü e Gregorio. encuentros, el año 1 3 .
E c h a g ü e Francisco. Alvarez J o n t e José A n -
Velez N . tonio. — E s p a ñ o l en-
Bauza José A n t o n i o . — viado por la Junta cua-
Franciscano, después tro meses después. S e
canónigo. g r a d u ó d e doctor en
Alvarez I g n a c i o . — M e r - Chile, d o n d e se casó.
cedario. El año 25 vimos a sus
Godoy Santiago.—Padre descendientes en Bue-
del jenera! d e este nos Aires en escasa
nombre, i comandante fortuna.
del batallo Comercio. Zudañez J a i m e . — D r . ori-
G o d o y Jorje.—Hermano jinario d e Buenos A i -
del anterior i cabildan- res, llegó a Chile en
te. 1812.
Godoy Domingo.—Id. i Zudañez N.-—Id. id., i
capitán de milicias. h e r m a n o del anterior,
G ó m e z Gregorio. — E n - con quien llegó en la
viado secreto de la misma fecha,
Junta d e Buenos Aires
dos meses antes de la
revolución d e Chile.
SIO

El historiador B e n a v e n t e h a c e d e Jil g r a n d e s e n -
comios.
E s t e m i s m o , poco a m i g o d e ios arjentinos, i c o m o
testigo en esa c a m p a ñ a , refiere lo que sigue en la
tercera edición d e su libro:
«El siguiente rasgo d e valor personal no d e b e se-
pultarse en el olvido. Un cabo del cuerpo d e auxi-
liares d e Buenos Aires, Manuel A r a y a , viendo a un
oficial enemigo que, con ,suma intrepidez, a n i m a b a
su tropa, m a r c h a sobre él, mátalo i vuélvese m o n t a -
do en el caballo del enemigo a su formación.»
Í N D I C E

Pájs.
Advertencia , , 3
Introducción 7
E l Presidente Carrasco 19
L a P o l i c í a de A s e o i Salubridad 23
L a E s c u e l a Primaria 29
Cafées, Fondas i Chinganas 39
Música, Teatro i Baile 49
P o l i c í a de Seguridad i Garantías Individuales 97
Manuel Rubíes 138
Luis Ambrosio Morante 149
L a revolución de 1810 177
L o s dos sarjemos 179
D o n L u i s Carrera 183
D o n J o s é M i g u e l Carrera 186
E n t r e C h a c a b u c o i Maipo 189
Don Diego Portales 208
L o s chismes i la historia 229
Santiago, los TaUweras i San B r u n o . . 244
L a caida de O ' H i g g i n s 253
L a s últimas elecciones 258
Don Manuel Harbin 265
N o t i c i a s menudas 2
7 r

N o t i c i a s locales de S a n t i a g o . . . . 2
79
Rectificación a un hecho contenido en el libro del señor
c a n ó n i g o A l b a n o sobre el jeneral O ' H i g g i n s 307
Biblioteca de Autores Chilenos
G U I L L E R M O E. M I R A N D A , EDITOR
S a n t i a g o , A h u m a d a 51

I B. Vicuña M a c k e n n a — L o s Jirondi-
nos Chilenos... .• ,.... $ O 5
II B. Vicuña Mackenna. — El Jeneral
O'Brien..' .... o 5.
III B. Vicuña M a c k e n n a . — L a s calles
de Santiago.. , o $<
IV José. Zapiola.—La Sociedad de la
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V P. Ruiz A l d e a . — L o s A r a u c a n o s — ¡ o
VI B . Vicuña Mackenna. — E l Oríjen
d e los V i c u ñ a s . . o 3.
VII B. Vicuña M a c k e n n a . — V i d a del j e -
neral San Martin 2 o
VIII Domingo Santa M a r í a . - - V i d a de
don José M. Infante... 2 o;
IX M. L . A m u n á t e g u i . — E l Diario de
la Covadongá o 5.?
X B . Vicuña Mackenna. — V i d a del
jeneral don Juan M a c k e n n a . . . . . . . 2 or
XI José Z a p i o l a . — R e c u e r d o s d e T r e i n -
ta Años . 3 o--
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