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INTRODUCCIÓN
AL ESTUDIO DEL
CATECISMO DE LA
IGLESIA CATÓLICA
1. Cada vez más personas se interesan por adquirir una formación filoso-
fica y teológica seria y profunda que enriquezca la propia vida cristia-
na y ayude a vivir con coherencia la fe. Esta formación es la base para
desarrollar un apostolado intenso y una amplia labor de evangeliza-
ción en la cultura actual. Los intereses y motivaciones para estudiar la
doctrina cristiana son variados:
2. Existe una dem anda cada vez mayor de material escrito para el estudio
de disciplinas teológicas y filosóficas. En muchos casos la necesidad
procede de personas que no pueden acudir a clases presenciales, y bus-
can un método de aprendizaje autónomo, o con la guía de un profesor.
Estas personas requieren u n material valioso por su contenido doc-
trinal y que, al mismo tiempo, esté bien preparado desde el punto de
vista didáctico (en muchos casos para un estudio personal).
S U M A R IO
El CEC está destinado a dar fruto durante largo tiempo. De hecho, su «ante-
cesor» natural, el Catecismo Romano, fue publicado en el siglo XVI y ha sido
referencia para la educación católica casi hasta el final del siglo XX.
Ante todo, conviene advertir que ambos catecismos no lo son en el sentido
normal o usual de la palabra catecismo, es decir, según el diccionario del caste-
llano, como un «libro de instrucción elemental que contiene la doctrina cristia-
na, escrito con frecuencia en forma de preguntas y respuestas». Ciertamente,
el género catecismo se aplica a un libro de fe, un texto para la enseñanza de
la fe. A la vez, hay que tener en cuenta que los catecismos se han elaborado
pensando sobre todo en la enseñanza doctrinal de los niños.
En efecto, ni el Catecismo Romano ni el actual Catecismo de la Iglesia Católica
son, desde luego, libros destinados a la instrucción elemental de los niños. Y si
contienen preguntas y respuestas de vez en cuando, las ofrecen como síntesis
de largos y profundos desarrollos. La investigación histórica ha demostrado
(R Rodríguez) que a ambos se les puso el nombre de catecismo al final del pro-
ceso de elaboración, precisamente porque se quería u n texto autorizado para
explicar íntegram ente la doctrina católica con alcance universal.
En el caso del CEC, la revista «Time» calificó su publicación, poco antes de
producirse, como el acto más importante del Magisterio de la Iglesia Católica
después del Concilio Vaticano II.
Como veremos enseguida, el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica
-síntesis fiel de lo esencial del CEC que forma una sola unidad con este- se
publicó unos años después, en 2005.
Entonces cabe preguntarse: en cuanto a su género ¿qué son estos dos grandes
«catecismos»? Pues son exposiciones autorizadas del depósito de la fe en di-
mensión catequética o pedagógica. Es decir, contienen la «filosofía educativa»
de la Iglesia Católica.
Dicho de otro modo, contienen la doctrina cristiana expuesta en un orden de-
terminado y con unos argumentos apropiados para ser enseñada en nuestro
tiempo.
Aunque sus destinatarios no son los niños sino los educadores, cualquier per-
sona -incluso no cristiana- puede entenderlos, con tal que tenga un cierto
bagaje teológico y cultural.
Según la constitución apostólica Fidei depositum, por la que se promulga el Cate-
cismo de la Iglesia Católica (n. 4), sus destinatarios son, ante todo, los pastores y
fieles, en particular los más comprometidos con la catequesis; a continuación «to-
dos los creyentes», y por último el libro «es ofrecido a todo hombre que nos pida
razón de la esperanza que hay en nosotros» (cf. 1 P 3,15) y que quiera conocer lo
que cree la Iglesia católica.
La elaboración del CEC fue pedida por los Obispos a Juan Pablo II en 1985,
con motivo del XX aniversario del Concilio Vaticano Π.
Este «catecismo» -como lo calificó el santo papa polaco en 1986- fue una em-
presa de gran envergadura, que ocupó siete años a un equipo internacional
de autores, coordinados por el cardenal Joseph Ratzinger, luego papa Bene-
dicto XVI.
En su redacción intervinieron, aportando sugerencias, episcopados, teólogos
y otros autores de todo el mundo. Cabe detenerse en algunas apreciaciones
que hizo Benedicto XVI acerca de este Catecismo y de su papel en los tiempos
actuales del cristianismo.
El mismo papa Ratzinger sintetizó -en una publicación dirigida a los jóvenes-
las circunstancias que llevaron a la publicación de este «catecismo»: el contex-
to histórico y social en que fue redactado.
Reconoce que le asustó esta tarea, y confiesa que dudó de que pudiera lo-
grarse algo semejante. «¿Cómo era posible que autores dispersos por todo el
m undo pudieran realizar juntos un libro legible?».
«¿Cómo podían -era la cuestión- personas que viven en diferentes continentes,
no solo geográficos, sino también en el nivel intelectual y espiritual, realizar jun-
tas un texto que debía tener una unidad interna y ser comprensible también en
todos los continentes?». [Máxime teniendo en cuenta que los obispos debían es-
cribir en representación de toda la Iglesia]
Cuando el papa Benedicto escribía estas palabras, habían pasado ya casi vein-
te años de la publicación del CEC. Y seguía considerando su realización, como
desde el principio, como una especie de «milagro».
Valía la pena, porque la unidad de la fe debía compaginarse con la diversi-
dad en las expresiones de la fe (como también existen diversidades legítimas
en las formas de celebrar los sacramentos y en la vida cristiana).
De un modo gráfico, reconocía que, ya en el tiempo de la redacción del CEC,
«pudimos constatar que no solo son diferentes los continentes y las culturas de
sus pueblos, sino también que dentro de cada sociedad existen a su vez diferentes
"continentes": el trabajador piensa diferente al campesino, un físico diferente a
un filólogo; un empresario diferente a un periodista, una persona joven diferente
a una mayor».
«¡No lo toméis como pretexto para huir del rostro de Dios! ¡Vosotros mismos sois
el Cuerpo de Cristo, la Iglesia! Introducid el fuego nuevo y lleno de energía de
vuestro amor en la Iglesia, por más que algunas personas hayan desfigurado su
rostro. "En la actividad, no seáis negligentes; en el espíritu, manteneos fervoro-
sos, sirviendo constantemente al Señor" (Rm 12, 11)».
Volvamos años atrás, a la elaboración del CEC. Una vez concluida su redac-
ción, san Juan Pablo II lo hizo suyo en 1992, como Obispo de Roma y cabeza
del Colegio episcopal:
Ya siendo papa Francisco, en la encíclica Lumen fidei (2013) sobre la fe, escribe
que el Catecismo es «instrum ento fundam ental para aquel acto unitario con
el que la Iglesia comunica el contenido completo de la fe, "todo lo que ella
es, todo lo que cree"» (n. 46; cf. Dei Verbum, 8).
- Durante el Año de la fe, en la jornada mundial de los catequistas -a quienes lia-
mó despertadores de la memoria de Dios en el corazón de los cristianos-, Francisco
alude al CEC diciendo: «El mismo Catecismo, ¿qué es sino memoria de Dios,
memoria de su actuar en la historia, de su haberse hecho cercano a nosotros en
Cristo, presente en su Palabra, en los sacramentos, en su Iglesia, en su amor?»
(Homilía 29-IX-2013).
2. En la nueva evangelización
־ También en medio de los ídolos de hoy la vida cristiana es una luz y una
fuerza amorosa capaz de transform ar el ambiente, comenzando por la
vida de cada uno.
- Sin duda que para ello se requieren mediadores dispuestos a estudiar el
Catecismo y hacerlo «tema» de su oración. Así podrán vivirlo y explicarlo
a otros, de manera que pueda informar los comportamientos y las eos-
tumbres de las personas, contribuyendo desde dentro de ellas a liberar las
«semillas» de verdad, de belleza y de bien, latentes en las culturas. Media-
dores también para dialogar sobre la fe, con referencia a este Catecismo del
tercer milenio, por los nuevos cauces de transmisión de ideas y conocí-
mientos: blogs, webs, redes sociales.
Con estas palabras concluía Juan Pablo II la promulgación del CEC en 1992:
«Al terminar este documento que presenta el «Catecismo de la Iglesia Católica»
pido a la Santísima Virgen María, Madre del Verbo encarnado y Madre de la
Iglesia, que sostenga con su poderosa intercesión el trabajo catequético de la
Iglesia entera a todos los niveles, en este tiempo en que la Iglesia está ñamada
a un nuevo esfuerzo de evangelización. Que la luz de la verdadera fe libre a la
humanidad de la ignorancia y de la esclavitud del pecado para conducirla a la
única Hbertad digna de este nombre (cf. Jn 8,32): la de la vida en Jesucristo bajo la
guía del Espíritu Santo, aquí y en el Reino de los cielos, en la plenitud de la bien-
aventuranza de la visión de Dios cara a cara (cf. 1 Co 13,12; 2 Co 5,68( »)־Const.
ap. Fidei depositum, n. 5).
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Ejercicio 1. Vocabuiario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas
״C atecism o fó rm u la s d e fe
• in c u ltu ra c ió n g en e ra l o u niversal S ím b o lo s d e la fe
7) ¿Cuál es su p ap e l en el d iá lo g o in te rc u ltu ra l?
en las bases de la fe y q u e deriva de ella; ya no se habla en v irtu d d e una pote ncia (Voli-
m achí) que sobrepasa los poderes del in d iv id u o ; sino q u e u n o se sum erge, p o r el con-
trario, en aquella otra especie de fe q u e no es más q u e una o p in ió n , más o m enos fu n -
28 dada, acerca de lo desconocido. En tales condiciones, la catequesis se reduce a no ser
más q ue una teoría al lado de otras, un p o d e r (Kónnen) ju n to a otros; y ya no puede ser
aprehensión y recepción de la vida verdadera, es decir, de la vida eterna. No es, pues, de
extrañar que en la catequesis m oderna apenas si encuentra sitio la vida eterna, y que
la cuestión de la m u e rte solo sea tocada, la mayoría de las veces, a p ro p ó sito de qué se
(...) En la catequesis las fuentes históricas deben ser estudiadas en conexión con la
fu e n te en sentid o estricto, a saber, Dios que actúa en Cristo. Esta fu e n te no es accesible
de o tro m o d o que en el org an ism o vivie n te que ella ha creado y q u e ella m an tien e vivo.
la fe, no son te stim o n io s m ue rtos de a con tecim ie ntos pasados, sino elem entos por-
tadores de una vida co m u nita ria . Aquí, siem pre han estado en el presente y, a la vez,
abrie nd o las fronteras hacia el fu tu ro ; p uesto qu e nos co nducen hacia A quel q u e tie n e
el tie m p o en su m ano, hacen ta m b ié n perm eables las fronteras del tie m p o . Pasado y
fu tu ro se encuentran en el h o y de la fe.
Biblia al pie de la letra y creer lo que ella dice co m o realidad, co m o a co n tecim ie ntos de
el lugar herm e n é u tico c o n s titu id o p o r la Iglesia es el único que pue de hacer a firm a r los
escritos de la Biblia co m o Escritura Santa y que puede hacer a d m itir las propias decía-
raciones de la Iglesia co m o verdaderas y llenas de sentido. Habrá siem pre, sin em bargo,
una cierta tensió n e ntre los problem as nuevos de la historia y la c o n tin u id a d de la fe.
Pero, al m ism o tie m p o , nos queda en claro q u e la fe tra d icio n a l no es el enem igo, sino
más bien el garante de una fid e lid a d a la Biblia que esté co n fo rm e con los m éto do s de
la historia».
* * *
«El 25° aniversario de la C onstitución apostólica Fidei depositum, con la que san Juan
Pablo II p ro m ulgaba el Catecismo de la iglesia Católica, a los 30 años de la apertura del
C oncilio Ecum énico Vaticano ll ׳es una o p o rtu n id a d significativa para c o m p ro b a r el ca-
m in o realizado en este tie m p o . San Juan XXIII deseó y quiso el C oncilio no en prim era
instancia para co nd en ar los errores, sino sobre to d o para p e rm itir q u e la Iglesia llegase
fin a lm e n te a presentar con un lenguaje renovado la belleza de su fe en Jesucristo. "Es
necesario -a firm a b a el Papa en su Discurso de a p e rtu ra - que la Iglesia no se a parte del
sagrado p a trim o n io de las verdades recibidas p o r los padres; pero al m ism o tie m p o
debe m irar ta m b ié n al presente, a las nuevas cond icio ne s y fo rm a s de vida q ue han
a bie rto nuevas sendas al a po sto la d o ca tólico" (1 1-X-1962). "N uestro d e b e r -c o n tin u a -
ba el P o n tífice - no es solo p ro te g e r este tesoro precioso, co m o si nos preocupásem os
que nuestra edad exige, p ro sig u ie n d o así el cam ino que la Iglesia realiza desde hace
la verdad impresa en el anuncio del Evangelio p or p arte de Jesús pueda llegar con su
p le n itu d hasta el fin de los siglos. Es esta la gracia que se concedió al Pueblo de Dios,
pero es igualm ente una tarea y una misión de la que somos responsables, para anunciar
m isericordia( ״/¿)/¿.), nos acercamos p o r ta n to a los hom bres y m ujeres de nuestro tie m p o
Al presentar el Catecismo de la Iglesia Católica, san Juan Pablo II sostenía q ue "este debe
te n e r en cuenta las aclaraciones de la d o c trin a q u e en el curso de los tie m p o s el Es-
p íritu Santo ha sugerido a la Iglesia. Es necesario además que ayude a ¡lu m in ar con
surgido" (Const. ap. Fidei depositum, 3). Este Catecismo, p o r eso, co n stitu ye un instru -
m e n tó im p o rta n te no solo p orqu e presenta a los creyentes la enseñanza de siem pre
de m o d o que aum ente la co m p re nsió n de la fe, sino ta m b ié n y sobre to d o p orqu e pre-
te nd e acercar a nuestros contem poráneos, con sus nuevas y diversas problem áticas, a
El evangelista Juan ofrece una de las páginas más bellas de su Evangelio cuan do re-
coge la llam ada "oración sacerdotal" de Jesús. A ntes de a fro n ta r la pasión y la m uerte,
se d irig e al Padre m an ifesta nd o su obedien cia para c u m p lir la m isión q u e se le había
confiado. Sus palabras son un h im n o al a m o r y c o n tie n e n ta m b ié n la p e tic ió n q u e los
nuestro ca m ino (cfr. Encíclica Lumen fidei, 28). Jesús de Nazaret cam ina con nosotros
para in tro d u c irn o s con su palabra y sus signos en el m isterio p ro fu n d o del a m o r del
amados, y p o r eso m e tid o s en un plan lle n o d e sentido. Quien ama quiere co no cer más
a la persona amada para d e scu b rir la riqueza que esconde en sí y q u e cada día surge
com o una realidad siem pre nueva.
Por este m otivo , nuestro Catecismo se pon e a la luz del am o r co m o una experiencia de co-
al delinear los p un tos estructurales de la propia com posición, retom a un te x to del Cate-
cismo Romano; lo hace suyo, p ro p o n ié n d o lo co m o clave de lectura y de aplicación:"Toda
la finalidad de la d o ctrin a y de la enseñanza debe ser puesta en el am o r que no acaba.
Porque se puede m u y bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre
to d o debe resaltarse que el a m o r de Nuestro Señor siem pre prevalece, a fin de q u e cada
uno com prenda que to d o acto de v irtu d p erfectam ente cristiano no tie ne o tro origen
q ue el amor, ni o tro té rm in o que el a m o r" {Catecismo de la Iglesia Católica, n. 25)».
fc. S U M A R IO Λ
Al explicar el sentido del CEC, hemos evocado algunas de las preguntas que
llevaron directamente a su elaboración. A ellas se podrían añadir otras que
también se tuvieron en cuenta: ¿cómo transmitir la fe en un m undo globali-
zado? ¿Cómo fomentar la unidad de la fe en u n m undo diversificado cultu-
raímente? ¿Cómo integrar, en la formación de los cristianos, las nuevas pers-
pectivas teológicas y metodológicas de la catequesis, no siempre fácilmente
compatibles entre sí?
Pues bien, el CEC responde a esas preguntas ante todo con su m isma estruc-
tura, con su misma organización interna. Al estudiar esa estructura se des-
cubre la articulación orgánica de la vida cristiana y de la fe cristiana, y se
aprecia el modo en que el Catecismo se sitúa al servicio de su propio objetivo 35
y finalidad.
La estructura del CEC es tradicional en cuanto a que sus cuatro partes están
presentes, en diverso orden y proporciones, en la tradición catequética de la
Iglesia. De hecho, puede verse como u n reflejo de lo que vivían ya los prim e-
ros cristianos:
«Perseveraban asiduamente en la doctrina de los apóstoles [la fe] y en la comu-
nión [la vida cristiana, presidida por la fraternidad], en la fracción del pan [los
sacramentos] y en las oraciones» (Hch 2,42).
Sin embargo, la estructura del CEC no es muy «tradicional» en cuanto al orden
concreto de esas partes. De hecho, el orden que presenta se tomó en el Catecismo
de Trento y después muy pocos catecismos lo han mantenido (entre ellos dos del
siglo XVI: el de Dionisio de Sanctis y el de José de Acosta, en el III Concilio Li-
mense). ¿Por qué este orden es el que es? Este apartado responde a esa pregunta.
La articulación entre las cuatro partes del CEC, que sigue en su estructura al Cate-
cismo Romano, se puede resumir diciendo ante todo que la fe cristiana inclu-
ye los sacramentos («los sacramentos de la fe», cf. Compendio, n. 218). Solo
con esos dones de Dios, que nos dan una participación de la vida trinitaria a
través de la gracia, podemos «luego» vivir una vida coherente a nuestra co-
m unión con Dios. La vida cristiana, presidida por la caridad, es un fruto de
los sacramentos que se manifiesta también en el diálogo con Dios: la oración.
En ese «díptico» que es el CEC, su prim era parte presenta las obras de Dios
para nosotros (la fe y los sacramentos) y la segunda, nuestra respuesta a sus
dones (la vida cristiana y la oración). Con la terminología de Santo Tomás de
Aquino, se diría: la Iglesia es communio sanctorum, lo cual significa ante todo la
comunión de las «cosas santas» que Él nos da; y también significa la «comu-
nión de los santos», de aquellos que participan de las «cosas santas», aunque
todavía no plenamente, aquí en la tierra.
De esta manera, las cuatro partes del CEC, correspondientes a las cuatro «pie-
zas maestras» de la catequesis desde los primeros siglos, corresponden a las
dim ensiones de la existencia cristiana (que el Catecismo Romano considera
como «lugares teológicos» para la interpretación de la Sagrada Escritura).
«Es lo que afirma el Catecismo Romano al decir que allí se encuentra lo que el
cristiano debe creer (el símbolo), lo que debe esperar (el Padrenuestro), lo que
debe hacer (el decálogo como explicitación de los modos de amar), y se nos des-
cribe el espacio vital en que todo esto hunde sus raíces (sacramentos e Iglesia)»
0. Ratzinger, Transmisión de lafe y fuentes de lafe, texto ya citado de 1983, p. 24); cf.
Catecismo Romano, Prefacio, n. 12).
Más aún, el mismo CEC declara poseer una profunda autocomprensión de su es-
tructura, concebida como articulación de la exposición de la fe en «cuatro
pilares».
Esto se dice en primer lugar de m odo sencillo, aludiendo a las formas de 37
manifestarse la fe:
«El plan de este catecismo se inspira en la gran tradición de los catecismos los
cuales articulan la catequesis en torno a cuatro "pilares": la profesión de la fe bau-
tismal (el Símbolo), los Sacramentos de la fe, la vida de fe (los Mandamientos), la
oración del creyente (el Padre Nuestro)» (CEC 13).
Así, la primera parte del Catecismo (el Credo) culmina exponiendo que la mi-
sión de Cristo (Verbo encamado) y del Espíritu Santo (en Pentecostés) están al
servicio de la comunión de los cristianos con Dios Padre, que es la Iglesia. La
segunda parte muestra cómo por medio de los sacramentos, Cristo comunica
su Espíritu a los miembros de su Cuerpo místico. La tercera parte se ocupa del
fm to de los sacramentos, que es la vida nueva (parte moral). Finalmente, la
cuarta parte se centra en una consecuencia fundamental de esa vida nueva: el
diálogo con Dios en la oración (cf. CEC 737741)־.
Los principios que guiaron la redacción del CEC -y que se pueden entender
como parte importante de sus claves educativas- han sido explicados en di-
versas ocasiones por el cardenal Christoph Schónbom. Se trata de siete princi-
píos estrechamente conectados.
3.1. La unidad de ia fe
Ciertamente, las lenguas y las culturas son variadas, pero el mensaje cristiano
es uno, verídico y sólido. Así señala San Ireneo:
«"Esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin
cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un contenido de gran valor ence-
rrado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso mismo que la
contiene" Adversus haereses, 3,24,1)» (CEC 175).
A propósito del CEC, algunos dijeron que representaba una determinaba teo-
logia, la del cardenal Ratzinger, o incluso otros decían, la teología «romana»,
con la que quizá no estaban de acuerdo.
Ciertamente en la Iglesia son posibles diversas interpretaciones teológicas.
Pero no tienen por qué verse en oposición con la fe. La doctrina com ún sobre
la fe es el presupuesto de la reflexión teológica. Si no fuera así -cabe un plu-
ralismo teológico en principio compatible con una misma fe-, efectivamente
no habría sido posible este Catecismo.
Precisamente el CEC ha querido expresar el conjunto del depósito de la fe, es
decir, no solo aquellas verdades de fe que han sido «definidas» como tal por la
Iglesia, sino todo lo que se considera que forma parte de la conciencia de la fe
de la Iglesia. Por ese motivo, durante la redacción del Catecismo se rechazaron
interpretaciones teológicas que fueran más allá del plano fundamental de la
doctrina de la fe.
- Notemos que esta distinción entre teología (o «teologías») y doctrina de la
fe puede ponerse en relación con la más amplia distinción entre «depósito
de la fe» (sustancialmente invariable) y los diversos modos de expresarlo
(cf. san Juan ΧΧΠΙ, Alocución «Gaudet Mater Ecclesia» en la Apertura del
Concilio Vaticano II, ll-X-1962)
- Al mismo tiempo, cabe recordar que el «depósito de la fe» no se refiere
solamente a la doctrina, sino que afecta también a los aspectos sustanciales
del culto cristiano y de la oración, así como de la moral cristiana y de la
disciplina de la Iglesia.
De esta manera lo enseña el Concilio Vaticano II: «La Iglesia, en su doctrina,
en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo
lo que ella es, todo lo que cree» (DV 8). Y lo señala a su manera el Catecismo:
«El "depósito" (cf. 1 Tm, 6,20; 2 Tm, 1,1214 )־de la fe (depositum fidei), contenido
en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura fue confiado por los apóstoles
al conjunto de la Iglesia. "Fiel a dicho depósito, todo el pueblo santo, unido a sus
pastores, persevera constantemente en la doctrina de los Apóstoles y en la comu-
nión, en la fracción del pan y en las oradones, de modo que se cree una particular
concordia entre pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida"
(DV 10)» (CEC 84).
Se trata de respetar y mostrar la articulación orgánica que existe entre las ver-
dades de la fe. Valdría aquí la imagen de un gran árbol con muchas ramas, las
ramas tienen un origen más o menos cercano con lo más importante del árbol
que es el tronco.
Esta jerarquía de verdades -como también ha señalado el arzobispo de Vie-
n a- se ve ya en la estructura del Catecismo, decidida desde el principio del
proceso redaccional. El hecho de que comience con el Credo y siga por los sa-
cramentos, la moral y la oración puede verse como una expresión de la jerar-
quía de las verdades. Y esto en el sentido -que hemos explicado en el apartado
anterior- de ese «díptico» constituido por las cuatro partes del CEC: la fe pro-
fesada y celebrada, como base de la fe celebrada y manifestada en la oración.
El Catecismo afirma la existencia de esta jerarquía de verdades -concretamen-
te por lo que se refiere a los dogmas de la fe-, recogiendo las enseñanzas del
Concilio Vaticano II:
«Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el
conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo (cf. Concilio Vaticano I, Const.
dogm. Dei Filus c. 4 [«nexus mysteriorum»]; Lumen gentium, 25). "Conviene recor-
dar que existe un orden o jerarquía de las verdades de la doctrina católica, puesto
que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana" (UR11)» (CEC 90).
Como una de las conclusiones de este apartado podemos insistir en que para
conocer bien el CEC se requiere una adecuada formación bíblica y litúrgica.
- De la formación bíblica trataremos más adelante en el tema 5.
- Respecto a la formación bíblica podrían enumerarse algunos elementos fun-
damentales: cómo debe entenderse la Palabra de Dios; qué es la Historia de la
salvación y qué se entiende por Revelación; cuáles son las relaciones entre la
Sagrada Escritura y Tradición; Cristo como plenitud de a Revelación; en qué
consiste la historicidad de la Biblia y su veracidad; criterios de interpretación y
práctica de la lectura orante («lectio divina») de la Biblia; cómo debe entenderse
la inspiración de los autores sagrados (hagiógrafos); qué es el canon revelado;
cuales son los «sentidos» de la Sagrada Escritura y qué son los géneros litera-
ríos.
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas
le n g u a je d e la fe d e p ó s ito d e la fe
vida d e la fe je ra rq u ía d e las v e rd ad es
d iscíp u lo s m is io n e ro s fo rm a c ió n b íblica
te o lo g ía y d o c trin a d e la fe
h o m b re con Dios.
que d eterm ina el ser, el o b ra r y la d o c trin a de lo cristiano. Nos hallam os, pues, ante
algo paradójico. Toda esfera del ser c o n tie n e ciertas d e te rm ina cion es fundam entales,
que le fu n d a m e n ta n en su sing ula rida d y le diferencian del resto del ser. Siem pre que
la m ente trata de a preh en de r te ó rica m e n te una esfera sem ejante, independiza estas
ción sobre los o bjetos de esta esfera. Estas presuposiciones o categorías son necesaria-
m ente de índole general. En nuestro caso, em pero, la situación es otra. El lug ar q u e allí
ocupaba un co nce pto general, lo ocupa a quí una persona h is tó ric a ... Lo m ism o puede
decirse del co m p o rta m ie n to ético. Tam bién en este te rre n o hay norm as últim as con
fuerza o bliga toria, que d e te rm in a n el m ó d u lo del c o m p o rta m ie n to ju s to y m oral. Estas
pueden abarcar siem pre la situación dada y reciben aplicación concreta p o r la acción
hum ana. En el obrar cristiano, en cam bio, la persona histórica de Cristo ocupa el lug ar
de la norm a general.
(...) Aludirem os a la afirm ació n tra d icio n a l d e que el cristianism o es la re ligión del amor.
Ello es exacto, pero siem pre q u e el a m o r de q u e a quí se trata se e n tie n d a exactam ente:
d irig id o a Dios, así co m o a los otro s hom bres. De este a m o r se dice que significa para la
existencia cristiana no solo un acto d ete rm ina do , sino "el más g ra nd e y el p rim e r m an-
dam iento", y que de Él ״pen de n to d a la ley y los p rofetas"(M í., 2 2 ,3 8 4 0 )־. El a m o r a Cris-
to es, pues, la a c titu d que en a b so lu to presta se n tid o a cu a n to es. Toda vida tie n e que
ser de te rm ina da p o r él. ¿Qué significa, em pero, la realización, co m o a m o r a Cristo y a
través de Él, de to d o s los c o m e tid o s éticos q u e pue d e co n te n e r la existencia, con todas
sus situaciones, realidades y valores? ¿Cómo pueden descansar fo rm a l y m a te ria lm e n te
en el a m o r a Cristo to d a la m u ltip lic id a d de acciones que co nstitu yen el m undo? (...)»
***
«(En la catequesis de san Agustín) Los m irabiliora, estas obras em ine ntes de Dios que
hay que destacar, son los a contecim ientos-clave (...): la creación de Adán, la salvación
llevada a cabo p o r el d ilu vio , la alianza con Abrahán, la realeza y el sacerdocio davídi-
eos, la liberación del ca u tive rio de Babilonia. Nótese que la salida de Egipto no es m en-
cionada com o hecho-clave. Sin em bargo, Agustín en su relato le da una im p o rta n cia
tan grande c om o a los o tros hechos. Entre to d o s estos acon tecim ie ntos que ja lo n a n la
sólo les supera a todos, sino q u e es su razón de ser desde los com ienzos; es el cu m p lí-
critos son grandes acciones divinas, m irab ilia Dei, en m o d o q u e se suscite en el o yen te
esa "adm iración " que p ro du ce la fe. El gran p elig ro del catequista de la historia de la
histórico o exegético, q u e ocupa la m em oria, pero sin d e sp e rta r la fe. Por el contrario,
lo que A gustín p id e al catequista es q u e haga lle g ar al se ntid o p ro fu n d o del hecho, que
en fin de cuentas es siem pre la revelación del a m o r d e Dios. Puesto así en presencia de
Proponte, pues, este a m o r com o fin a l que has de enderezar tus palabras todas; y
cuanto relates, relátalo de ta l m odo que tu oyente crea escuchando, espere creyendo
fe. S U M A R IO Λ
En ese marco cabe destacar tres «novedades», respecto al modo en que otros
catecismos han tratado (de modo más escaso y genérico) sobre la Trinidad,
y que dependen del desarrollo teológico contemporáneo sobre este tema: en
primer lugar, el subrayado sobre el papel de Dios-Padre (lo que podríamos
llamar una patro-logía); en segundo lugar, la misión doble o conjunta del Hijo
de Dios y del Espíritu Santo; en tercer lugar, la riqueza de contenidos que el
CEC muestra sobre el Espíritu Santo (su «pneumatología»).
Que Dios es Padre es una afirmación que el Catecismo extrae sobre todo de la
Biblia: del Antiguo Testamento (Dios es Padre en razón de la creación, como
origen amoroso de todo lo que existe, y de la Alianza) y, con un sentido com-
pletamente nuevo, a partir de la Revelación completada por Cristo: Dios es
eternamente Padre en relación a su Hijo único, que es «consustancial» (com-
parte la misma naturaleza) con el Padre (cf. CEC, 238-242).
Durante el Año de la Fe reconocía Benedicto XVI que a veces hoy se nos hace dificil 53
imaginar a Dios como un padre, al carecer de modelos adecuados de referencia. Y
concretamente, para aquellos que han tenido la experiencia de un padre demasía-
do autoritario e inflexible, o indiferente y poco afectuoso, o, peor aún, ausente (cf.
Audiencia general, 3 0 2 0 1 3 ־1)־.
Precisamente en Cristo, que es también el rostro de Dios Padre, podemos ver las
características de un buen padre, del mejor de los padres, un padre que es todo
misericordia. Por otra parte, los padres cristianos han de ser para sus hijos iconos
vivos de Dios Padre (que tiene también entrañas de madre). Y todos podemos y
debemos mostrar con nuestra vida -especialmente a aquellos que no han podido
verlo en sus padres- que Dios es Padre.
Como en una segunda creación -u n a etapa más intensa y plena de ese mismo
am or-, Dios Padre revela su amor y lo entrega al m undo por medio del envío
o misión del Hijo y del Espíritu Santo.
- Desde el principio de los tiempos esa misión doble o conjunta del Hijo
y del Espíritu (su Palabra y su «aliento») está activa, aunque no se hace
visible hasta la encamación del Verbo. Cristo (transliteración del griego),
o Mesías (del hebreo) quiere decir «ungido» por el Padre con el Espíritu
Santo.
- Jesús (nombre que significa salvador) no solo prom ete el envío del Espí-
ritu Santo, sino que, ante todo, Jesús «posee» el Espíritu desde el primer
momento de su concepción en María. El Espíritu está siempre con Jesús: le
impulsa y le acompaña con su poder en la oración, en la predicación y en
los milagros, y también en la resurrección.
- Así dice el Compendio: «Toda la vida y la misión de Jesús se desarrollan
en una total comunión con el Espíritu Santo» (Compendio, 265). En Pente-
costés, señala también, «la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en
la misión de la Iglesia, enviada para anunciar y difundir el misterio de la
comunión trinitaria» (Ibid., 144)
- Esta presencia de Cristo y del Espíritu Santo es la explicación últim a de la
«eficacia» tanto de la evangelización como de la santidad y el apostolado
en la vida personal de cada cristiano; y explica asimismo la transformación
del m undo en la que colaboran los cristianos.
Por tanto, si el Espíritu Santo ha sido, en los últimos siglos para los occidenta-
les, «el Gran Desconocido», no lo es, desde luego para el CEC, que recoge la
inspiración y la fuerza vital de Oriente, junto con el «redescubrimiento» del
Espíritu Santo a partir del Concilio Vaticano II, particularmente desde los años
ochenta del último siglo.
La profunda unidad entre la misión del Hijo hecho carne y el Espíritu Santo
se manifiestan visiblemente en la historia a partir de Pentecostés, como vere-
mos en el siguiente apartado, al tratar de Pentecostés como consumación del
Misterio Pascual.
* * *
La Trinidad es, en suma, nuestro origen, nuestra vida y el fin y perfección del
plan divino que la tradición llama «economía»:
«El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la uni-
dad perfecta de la Bienaventurada Trinidad. Pero desde ahora somos llamados a
ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el Señor- guar-
dará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él"
(Jn 14,23)» (CEC 260).
En efecto, nótese bien que se habla del misterio de Cristo y no solo de la figura
de Jesús de Nazaret en su predicación, o de Cristo glorioso actualmente a la
derecha del Padre.
Así lo señalaba Benedicto XVI en la presentación del Compendio, aludiendo una
vez más a la estructura del Catecismo, esta vez en clave cristológica:
«Siguiendo la estructura del Catedsmo de la Iglesia católica, dividido en cuatro par-
tes, presenta a Cristo profesado como Hijo unigénito del Padre, como perfecto
Revelador de la verdad de Dios y como Salvador definitivo del mundo; a Cristo
celebrado en los sacramentos, como fuente y apoyo de la vida de la Iglesia; a
Cristo escuchado y seguido en obediencia a sus mandamientos, como manantial
de existencia nueva en la caridad y en la concordia; y a Cristo imitado en la ora-
ción, como modelo y maestro de nuestra actitud orante ante el Padre».
- Jesús aceptó librem ente esta m isión por amor al Padre y a los hombres que
el Padre quiere salvar. En la Última Cena anticipa esa ofrenda libre de su
vida instituyendo la Eucaristía. Con su sacrificio, único y definitivo, reem-
plaza la desobediencia del pecado por su obediencia.
Es en este sentido como deben entenderse las expresiones de la teología cristia-
na basadas en la Revelación, que subrayan la injusticia infligida en la realidad
de las cosas (la santidad de Dios y su amor por nosotros), a causa de nuestros
pecados: «muerte redentora» (hemos sido readquiridos por Cristo, liberados o
«rescatados» de la esclavitud del pecado) (cf. CEC 601); «Dios le hizo pecado por
nosotros» (2 Co 5,21); «Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entrego
por todos nosotros» (Rm 8,32), para nuestra «reconciliación» con Él (cf. CEC 602).
La «reparación» o expiación que Jesús realiza por nuestros pecados da como fruto
la «satisfacción» de esa injusticia a la realidad de las cosas (cf. Ibid., 615), la res-
tauración de un orden profundamente quebrantado. «La obra de justicia de uno
solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida» (Rm 5,18, cf.
CEC 618). Es también el sentido del valor de «desagravio» que tienen la Misa y
las oraciones de los santos unidas a Cristo.
Pero esto no debe entenderse como si los pecados cometidos por los hombres a
lo largo de los siglos acumularan una inmensa deuda ante Dios, y Dios solo se
sintiera satisfecho o aplacado mandando a su Hijo a la Cruz. Dios Padre participa
íntimamente en el sufrimiento de su Hijo. Y de su unión de amor y dolor, el Es-
58 píritu Santo -que procede eternamente del Padre y del Hijo- brota para nosotros
como un impulso nuevo desde la cruz (cf. Jn 19,30). Podría decirse que, Cristo es
el «sacramento» del dolor de Dios por su pasión infinita de amor por nosotros.
En suma: la misericordia de Dios es la única verdadera y última reacción eficaz
contra la potencia del mal y sus tremendos daños (violencia, mentira, odio, cruel-
dad y soberbia) para el hombre y el mundo (cf. Benedicto XVI, en «LOsservatore
Romano», 16-III-2016).
Así afirma la encíclica Spe salvi: «El hombre tiene un valor tan grande para Dios
que se hizo hombre para poder com-padecer Él mismo con el hombre, de modo
muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús.
Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer;
de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el consuelo del amor partid-
pado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza» (n. 39).
Durante el tiempo de su sepultura, Jesús abre las puertas del Cielo a los justos
jo e le habían precedido (cf. CEC 631-637 y Compendio 125). El misterio del
Sabadc Santo expresa su participación en el destino mortal del ser hum ano a
fe¡ ,roer ,tpe isa suprimido nuestra más extrema soledad.
2.3. La Resurrección, una explosión de luz y de amor 59
La venida del Espíritu Santo consuma el Misterio pascual (cf. CEC, 731732)־.
Gracias al Espíritu Santo que brota como fruto de la Cruz (cf. Jn 19,30-34), se
nos da el Espíritu mismo de Jesús. Y así el misterio de Jesús incluye nuestro
60 misterio, el misterio cristiano; es decir, nuestra vocación y misión de cristia-
nos, pues Él es la cepa de la viña total, la cabeza de nuestro Cuerpo (místico)
y el segundo Adán que renueva la humanidad.
־ Esto quiere decir que Jesús muere, resucita y asciende al cielo para co-
municamos el Espíritu Santo. Y esto es así porque el plan de Dios sobre
nosotros está compuesto de tres grandes movimientos correspondientes
a las obras de las Personas divinas: creación, redención y santificación: el
Padre crea (por amor), el Hijo es enviado para aportarnos la revelación y
la salvación. Y el Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo para inte-
riorizar en los hombres la revelación y la salvación (o la gracia).
De esta manera, mediante el envío del Espíritu se completa la obra de Cristo:
«Desde el principio hasta el fin -escribe sintetizando todo ello Yves Congar-, la
obra del Espíritu Santo consiste en efectuar, actualizar e interiorizar en nosotros,
a través del tiempo, lo que Cristo hizo e instituyó por nosotros una sola vez, en el
momento de su Encarnación» (Pentecostés, Barcelona 1966, p. 35).
• e co n o m ía d iv in a
2) ¿Qué q u ie re d e c ir q u e D io s es Padre y q u é c o n v ie n e te n e r h o y en c u e n ta en la
«El ín tim o vínculo entre las dos m isiones ya había sido subrayado a nivel m agisterial
p o r san Juan Pablo II, en D om inum etvivifícantem , n, 7, pero alcanza en el n. 690 del CEC
y pro pia clave d e lectura de la d o c trin a p n e u m a to ló g ic a ofre cida en este a rtic u lo del
el n. 743.
pone una cita de G regorio de Nisa p a rtic u la rm e n te eficaz (...) a p a rtir del sign ificad o
ta n to , ungirse (cf. G. de Nisa, Adversus macedonianos, 16). (...) Así el nexo e ntre el Hijo
presenta a p a rtir de la p le n itu d del Espíritu Santo y a su vez el Espíritu es fru to del com -
p lim ie n to del m isterio pascual, c u a n d o el H ijo com u nica su gloria, es decir, su Espíritu,
senta precisam ente a p a rtir de su id e n tid a d personal en relación al Hijo. Él, de hecho,
* * *
del Corazón de Jesús, relacionándola con la exégesis que los Padres habían d ad o de
Juan 7 ,37 -3 9 y Jn. 19,34. A m b os pasajes tratan del costado a b ie rto de Jesús, del agua
y la sangre q ue m anan de él. A m bos pasajes expresan el m isterio pascual: del Corazón
(...) En la encíclica [Haurietis aquas, 1956, sobre el c u lto al Sagrado Corazón de Jesús]
avanzar co nte m p lan do , sin tie n d o y e xp e rim en tan do . Todos nosotros som os Tomás, el
allí tocar, sentir, c o n te m p la r al Logos m ism o, y así, con los ojos y las m anos puestas en
(...) A quí som os invitado s expresam ente a p a rtic ip a r en una p iedad sensible q u e co-
de los sentidos, el lugar del e n cu e n tro y d e la in te rp e n e tra ció n de los sentidos y el espí-
del Cardenal N ew m an: Cor a d cor lo q u itu r (el corazón habla al corazón). Estas palabras
son, quizá, el resum en más herm oso de lo q u e es la piedad del corazón co m o piedad
nónica del tem a del Dios sufriente: Si escuchas h ablar de las pasiones de Dios, entonces
relaciónalo siem pre con el amor. Dios sufre, p o rq u e ama. La tem ática del Dios s u frie nte
sigue a la tem ática del Dios am ante y re m ite siem pre a ella El a u té n tico avance del
co nce pto de Dios cristiano respecto al a n tig u o radica en saber que Dios es amor. (...)
H. Gross [1916-2008] ha ind ica d o que en el A n tig u o Testam ento se habla veintiséis ve-
nueva. "Dios debería revocar la llam ada de Israel, entregarlos a sus enem igos, pero:
'M i corazón se vuelve contra mí, m i com pasión q ue m a ( ׳...)· El corazón traspasado del
crucificado es el c u m p lim ie n to literal de la profecía del corazón de Dios, q u e trastoca su
justicia p o r com pasión y, precisam ente de este m odo, perm anece justa.
(...) La escuela estoica ve en el corazón el sol del m icrocosm os, la fuerza vita l y la fuerza
de supervivencia del o rg an ism o h u m a n o y del h o m b re en general. El estoicism o d e fi-
El Corazón traspasado de Jesús ta m b ié n ha "revo lucio na do " o "tra sto cad o" esa defin í-
ción (cf. Oseas 11,8). Ese Corazón no es autoconservación, sino d on ación de sí. Él salva
del m isterio pascual. El corazón salva, sí, pero salva en cu an to se dona, se derrocha. Así
Ese corazón llama, habla a nuestro corazón. Nos invita a salir del in te n to vano de a u to -
conservación y a e n co n tra r la p le n itu d del a m o r en el am ar ju n to con Él, en el don ar-
nos a Él y con Él, pues ú nicam en te la p le n itu d del am o r es e ternid ad y conservación del
m undo».
«La Iglesia -escribe san Juan Pablo II- desea servir a este único fin: que
todo hombre pueda encontrar a Cristo, para que Cristo pueda recorrer
con cada uno el camino de la vida» (Ene. Redemptor hominis, η. 13).
S U M A R IO
Hay partes de nuestro cuerpo que son pesadas (como el hígado, los pulmones
o los riñones) pero no nos pesan, porque son parte de nosotros mismos: no las
sentimos como extrañas. También sucede con las personas de nuestra familia
o nuestros amigos más íntimos: son de casa.
En este sentido cabe preguntarse si el desafecto que se observa respecto de la
Iglesia no tendrá entre sus causas el hecho de no considerarla «cosa nuestra»,
o viceversa: no considerarnos nosotros como hijos suyos, parte suya entraña-
ble. En realidad -estamos considerando repetidam ente- la Iglesia es el «noso-
tros» de los cristianos, nuestro hogar y nuestra familia, nuestro cuerpo mismo,
el templo espiritual que estamos llamados a edificar durante la historia, lo que
permite hablar de una «misión cristiana» en la que participamos. Sobre estos
aspectos nos detenemos a continuación.
La Iglesia es familia, misterio de comunión con Dios y entre las personas, co-
m unidad en el sentido más profundo. En un segundo momento la Iglesia es
también institución, representada institucionalmente -valga la redundancia-
por la Jerarquía. Pero la Iglesia es institución no solo en el sentido de las insti-
tuciones humanas, que se organizan para fines temporales, con sus estatutos y
leyes. La Iglesia es una institución divina y además una institución de salva-
ción: existe porque Dios Padre la ha pensado desde toda la eternidad, Cristo
la ha fundado con su vida y su obra redentora, y el Espíritu Santo la inspira
e impulsa para que testimonie el amor de Dios. Su razón de ser es comunicar
-anunciar y entregar- el amor manifestado por Dios en Cristo; y lo hace, cier-
tamente a pesar de las flaquezas humanas.
- Pues bien, en los últimos siglos ha sido común subrayar el carácter institucio-
nal y humano de la Iglesia, dejando en la sombra su más profundo misterio.
Esto es causa importante de que la mayoría de las personas siga teniendo una
idea de la Iglesia espontánea y predominantemente institucionalista e incluso
clerical; idea que, sin ser falsa, es insuficiente, y, de no ser bien comprendida,
puede oscurecer la realidad.
- Una segunda causa, por la que esa mentalidad se mantiene y renueva desde 57
hace décadas, es la frecuente referencia de los medios de comunicación a la
Iglesia, en el contexto de las relaciones Iglesia-Estado (en la práctica, las reía-
ciones entre los Obispos y la autoridad política), que son solo un aspecto de la
misión de la Iglesia. Así se quedan al margen los «cristianos de a pie»: los fieles
laicos.
- En tercer lugar, están hoy las presiones del laicismo militante, que se posiciona
«frente a la Iglesia» (es decir, frente a los Obispos). Esa visión institucional se
tiñe de sombras de sospecha con encuestas que deducen la impopularidad de
la Iglesia, noticias sobre intrigas vaticanas, novelas pseudohistóricas o «super-
hallazgos» arqueológicos.
- A esos factores se podrían añadir otros: la «lógica» cristiana de la cruz (que
enaltece los valores espirituales y la caridad, la verdad y la libertad, preci-
sámente cuando no están de moda); el pacto con el bienestar, la falta de for-
mación, el miedo a comprometerse, el «pensamiento débil», los escándalos
producidos por los pecados de los cristianos e incluso algunos ministros sa-
grados, etc.
Más adelante este mismo documento explica que la fe viene a ser como
«ver con los ojos de Cristo» (una explicación que han dado con frecuen-
cía los místicos y otros autores espirituales). En esta línea, con palabras
de Guardini se puede decir que la Iglesia es «la portadora histórica de la
visión integral de Cristo sobre el mundo». Por eso la fe tiene una configu-
ración necesariamente eclesial. No es algo privado, una opinión subjetiva,
sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse
en anuncio:
«La fe se hace entonces operante en el cristiano a partir del don recibido, del
Amor que atrae hacia Cristo (cf. Ga 5 , 6 ), y le hace partícipe del camino de la Igle-
sia, peregrina en la historia hasta su cumplimiento. Quien ha sido transformado
de este modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus
ojos» (Lumen fidei, 2 2 ).
La visión propia de la fe es, por tanto, la que tiene el cristiano que mira
«desde» la Iglesia, y participa así de esa mirada, que corresponde al cuer-
po (místico) de Cristo. Con esa m irada el cristiano puede discernir en su
actuar. Un discernir y un actuar que son colaboración en el «hacerse» del
Misterio de la Iglesia en el mundo. Así lo dice el Catecismo de la Iglesia
Católica:
«Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf. Ef 1,22),
contribuyen, mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres, a la
edificación de la Iglesia. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad
de sus fieles (cf. LG 39), "hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la
madurez de la plenitud en Cristo" (E/4,13)» (CEC 2045).
«La misión -sostiene san Juan Pablo II- renueva la Iglesia, refuerza la fe y la
identidad cristiana, da nuevo entusiasmos y nuevas motivaciones. ¡La fe se
fortalece dándola!» (Ene. Redemptoris missio, n. 2).
En 2010 se cumplieron cien años del comienzo oficial por decirlo así, del M o-
vimiento ecuménico. Fue en Edimburgo donde se reunieron los delegados de
sociedades misioneras, anglicanas y protestantes. Quienes las integraban te- 73
rúan una indudable preocupación misionera y social, que se venía manifestan-
do desde el siglo anterior.
Pues bien, en aquella asamblea un delegado de las jóvenes iglesias (los recién
convertidos al cristianismo) del Extremo Oriente, se alzó para expresar una
súplica:
«Vosotros nos habéis mandado misioneros que nos han dado a conocer a Jesu-
cristo, por lo que os estamos agradecidos. Pero al mismo tiempo, nos habéis traí-
do vuestras distinciones y divisiones: unos nos predican el metodismo, otros el
luteranismo, otros el congregacionalismo o el episcopalismo. Nosotros os supli-
camos que nos prediquéis el Evangelio y dejéis a Jesucristo suscitar en el seno
de nuestros pueblos, por la acción del Espíritu Santo, la Iglesia» (Citado por R.
Rodríguez, Iglesia y eciimenismo, Madrid 1979, p. 35).
A partir de ahí se dio una fuerte toma de conciencia del dram a y escándalo de
la separación de los cristianos, precisamente en el ámbito de la misión y de la
evangelización: Cristo predicó el Evangelio y las Iglesias cristianas no debe-
rían predicar cada una «un» evangelio distinto ni fragmentario.
Hoy la gran Misión cristiana -todo cristiano es misionero, dice san Josema-
ría en Camino (cf. n. 848) aunque no se llame misionero, si no tiene ese en-
cargo oficial de la Iglesia-, como también el ecumenismo, se plantea en u n
marco m ulticultural e interreligioso. Este contexto proporciona motivos
de esperanza (más posibilidades de enriquecimiento y comunicación) y a
la vez de riesgos (peligros de relativismo y secularismo). Por eso, conviene
conocer y vivir bien la propia fe, y al mismo tiempo tener tm corazón gran-
de para comprender y vivir lo que significa la palabra Iwrmanos, aplicada
no solo a los cristianos sino también a los creyentes en Dios.
La unión hace la fuerza, según un dicho con frecuencia atribuido a Esopo. Aquí se
podría decir con más profundidad: la unión hace la Vida.
En su última audiencia general, Benedicto XVI quiso manifestar que sentía cómo
la Iglesia está viva porque Cristo está vivo. La Iglesia «no es una organización, una
asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comu-
nión de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos.
Experimentar la Iglesia de este modo, y poder casi llegar a tocar con la mano la
fuerza de su verdad y de su amor, es motivo de alegría, en un tiempo en que
tantos hablan de su declive. Pero vemos cómo la Iglesia hoy está viva» (Audiencia
general, 27-11-2013).
76 ..
6 יLa Iglesia y las religiones no cristianas
־ Solo hay u n único Salvador universal en sentido pleno y propio: Jesu-
cristo, así como u n único plan salvífico que pasa por la Iglesia.
Por tanto: «La misión universal de la Iglesia nace del mandato de Jesucristo y se
cumple en el curso de los siglos en la proclamación del misterio de Dios, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, y del misterio de la encarnación del Hijo, como evento de
salvación para toda la humanidad» (Congregación para la Doctrina de la Fe, De-
claración Dominus Iesus, 2000, η . 1).
2. La visión cristiana del hombre 77
2.1. Las nuevas secciones del CEC que subrayan la antropología cristiana
Distinta es la dignidad moral, que alguien puede perder, o en la que puede dis-
minuir, si hace algo indigno de una persona. En el plano de la dignidad funda-
mental, no hay personas indignas. En el plano moral, hay personas que se hacen
indignas al pisotear la dignidad de los demás. La dignidad moral crece cada vez
que una persona actúa bien: dando lo mejor de sí misma, amando, convirtiendo
su vida en un don para los demás.
- Al preguntarse cómo hablar de Dios (cf. nn. 39-43), se recuerda que podemos
hacerlo a partir de las perfecciones de sus criaturas, «por analogía» (cf. Sb 13,
5). Pues que Dios trasciende toda criatura, «es preciso purificar sin cesar nuestro
lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imáge-
nes, de imperfecto (...). Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá
del Misterio de Dios» (n. 42). Se trata de un principio fundamental tanto para
la teología como para la educación de la fe: debemos ser conscientes de la in-
adecuación de cualquier palabra humana (aunque podamos en cierta medida
«captar realmente a Dios mismo») para expresar las realidades de la fe; y esto
nos ayuda a ser prudentes en el uso del lenguaje, de las imágenes y de las
comparaciones que pueden ser más o menos útiles según las épocas y lugares.
- El CEC explica que hay tres caminos para conocer a Dios: el m undo, el
hombre y la fe.
El m undo, pues «a partir del movimiento y del devenir, de la contingen- 79
cía, del orden y de la belleza del m undo se puede conocer a Dios como
origen y fin del universo» (CEC n. 32).
«Interroga a la belleza de la tierra, del mar, del aire amplio y difuso. Interroga a la
belleza del cielo..., interroga todas estas realidades. Todos te responderán: ¡Mira-
nos: somos bellos! Su belleza es como un himno de alabanza. Estas criaturas tan
bellas, si bien son mutables, ¿quién la ha creado, sino la Belleza Inmutable?» (San
Agustín, Sermón 241,2: PL 38,1134).
«El mundo no es un magma informe, sino que cuanto más lo conocemos, más
descubrimos en él sus maravillosos mecanismos, más vemos un designio, vemos
que hay una inteligencia creadora. Albert Einstein dijo que en las leyes de la natu-
raleza "se revela una razón tan superior que toda la racionalidad del pensamiento
y de los ordenamientos humanos es, en comparación, un reflejo absolutamente
insignificante" (II Mondo come lo vedo io, Roma 2005)» (Benedicto XVI, Audiencia
general, 14-XI-2012).
La fe: «Para conocer a Dios con la sola luz de la razón, el hombre encuentra
muchas dificultades. Además, no puede entrar por sí mismo en la intimi־
dad del misterio divino. Por ello, Dios ha querido iluminarlo con su Reve-
lación, no solo acerca de las verdades que superan la comprensión humana,
sino también sobre verdades religiosas y morales, que, aun siendo de por
sí accesibles a la razón, de esta manera pueden ser conocidas por todos sin
dificultad, con firme certeza y sin mezcla de error» (Compendio, 4).
«Quien cree está unido a Dios, está abierto a su gracia, a la fuerza de la caridad.
Así, su existencia se convierte en testimonio no de sí mismo, sino del Resucitado,
y su fe no tiene temor de mostrarse en la vida cotidiana, está abierta al diálogo
que expresa profunda amistad para el camino de todo hombre, y sabe dar lugar a
luces de esperanza ante la necesidad de rescate, de felicidad, de futuro. (...). Esto,
sin embargo, pide a cada uno hacer cada vez más transparente el propio testimo-
nio de fe, purificando la propia vida para que sea conforme a Cristo» (Benedicto
XVI, ibid.).
80 (2 ) En segundo lugar, Dios viene al encuentro del hombre mediante la Reve-
lación -que se transmite mediante la Tradición -como acción y como conteni-
do- y la Sagrada Escritura, y con la ayuda del Magisterio de la Iglesia—, cuya
plenitud es Cristo.
- La Revelación se presenta en el CEC como una autocomunicación o autorre-
velación del designio amoroso de Dios, que se despliega con una «pedagogía
divina» (cf. DV 2). No solo «informa» al hombre de los planes salvíficos de
Dios, sino que se le entrega la capacidad de conocerle y amarle más allá de
las fuerzas humanas (cf. 1 Ts 2,13): nos introduce en su naturaleza divina, nos
envuelve en ella, nos diviniza. Por tanto, a la vez que se revela, Dios se da al
hombre «a través de una serie de etapas» hasta la plenitud de esa revelación
y donación que es la Persona de Jesucristo. En El el amor de Dios se ha hecho
visible con un rostro humano, ha querido hablarnos como amigos y hacemos
«hijos en su Hijo».
- Tiene especial interés para la enseñanza de la fe y la catequesis lo que se refiere
al sentido de la Escritura (cf. CEC 115 ss.), en el que se distingue: a) el sentido
literal (lo que está en las palabras, que puede saberse por las reglas generales de
interpretación de los textos, el contexto histórico y los géneros literarios; b) el
sentido espiritual (relacionado con la vida cristiana o vida en el Espíritu), que se
puede alcanzar cuando la Escritura se lee «en la Iglesia» (es decir, de acuerdo
con el mismo Espíritu Santo que la inspiró y en conformidad con el conjunto de
los libros bíblicos, la cohesión entre las verdades de la fe y la tradición viva de
la Iglesia). Dentro de este segundo sentido se distinguen: 1) el sentido alegórico
(significado en relación con Cristo); 2) el sentido moral (en relación con el obrar
justo) y 3) el sentido anagógico (en relación con la vida eterna y la escatología).
b) La «economía sacramental»
La segunda parte del Catecismo, en la sección titulada «la economía sacra-
mental» (nn. 1076-1209), descubre la riqueza que proviene del «movimiento
litúrgico» y de la formulación de la «sacramentalidad» de la Iglesia, realizada
por el Vaticano II y desarrollada por la teología que le sucede (ver la síntesis
del Compendio, nn. 218-249).
Con esta presentación, los sacramentos quedan situados en la perspectiva de
la historia de la salvación y en el contexto de la celebración litúrgica.
«Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia (...) por los
sacramentos; esto es lo que la Tradición común de Oriente y Occidente llama «la
Economía sacramental»; esta consiste en la comunicación (o «dispensación») de
los frutos del Misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia "sacra-
mental" de la Iglesia» (CEC 1076).
«La liturgia es la celebración del Misterio de Cristo y en particular de su Misterio
pascual. Mediante el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, se manifies-
ta y realiza en ella, a través de signos, la santificación de los hombres; y el Cuerpo
Místico de Cristo, esto es la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público que se
debe a Dios» (Compendio, 218).
Continuando con su catequesis sobre la fe, poco después Benedicto XVI pre-
sentaba la fe cristiana como confianza que libera y transforma.
a) Si ya en la vida corriente nos fiamos, por ejemplo, de nuestros cálculos o de
la ciencia, la fe se apoya en la confianza humana, más aún, en la confianza en
Dios Padre que no puede engañamos y que nos ha manifestado su amor sin
medida. En otras palabras, la fe supone la confianza hum ana y la dignifica y
engrandece, al apoyarla nada menos que en Dios:
«En muchos ámbitos de la vida confiamos en otras personas que conocen las
cosas mejor que nosotros. Tenemos confianza en el arquitecto que nos construye
la casa, en el farmacéutico que nos da la medicina para curarnos, en el abogado
que nos defiende en el tribunal. Tenemos necesidad también de alguien que sea
fiable y experto en las cosas de Dios. Jesús, su Hijo, se presenta como aquel que
nos explica a Dios (cf. Jn 1,18). La vida de Cristo -su modo de conocer al Padre,
de vivir totalmente en relación con él- abre un espacio nuevo a la experiencia
humana, en el que podemos entrar. (...) "Creemos en" Jesús cuando lo acogemos
personalmente en nuestra vida y nos confiamos a él, uniéndonos a él mediante
el amor y siguiéndolo a lo largo del camino (cf. Jn. 2,11; 6,47; 12,44)» (Ene. Lumen
fidei, n. 18).
Esto es lo que nos da la fe: «es un confiado entregarse a un "Tú" que es Dios,
quien me da una certeza distinta, pero no menos sólida que la que me llega del
cálculo exacto o de la ciencia» (Benedicto XVI, Audiencia general, 24-X-2012). Por
tanto, la fe implica la confianza: «La fe no es un simple asentimiento intelectual
del hombre a las verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que me confío
libremente a un Dios que es Padre y me ama; es adhesión a un "Tú" que me dona
esperanza y confianza» (Ibidem).
f) De ahí «la certeza liberadora y tranquilizadora de la fe», que nos lleva pri-
mero a vivirla, y, al mismo tiempo, a proclamarla y m ostrarla con nuestra
vida y nuestra palabra.
«Así pues la fe es un asentimiento con el que nuestra mente y nuestro corazón di-
cen su "sí" a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este "sí" transforma la vida,
abre el camino hacia una plenitud de significado, la hace nueva, rica de alegría y
de esperanza fiable» (Ibid.)..
En los párrafos anteriores hemos evocado la «Historia Interminable», de Mi-
chael Ende. «Momo» (1973) -novela del mismo autor que contiene una crítica al
consumismo y al materialismo- cuenta la historia de los ladrones de tiempo: los
"hombres grises", que promueven un «banco de tiempo», pero en realidad es un
tiempo no solo robado sino muerto.
Momo es una niña que devuelve el tiempo a los hombres, a base de escuchar: ella
inspira confianza y así contribuye a la verdadera libertad, a la verdadera vida que
tiene que ver con el amor. Aunque fuera solamente por eso, puede representar la
actitud de quien atiende a las necesidades de los demás.
86 Hoy necesitamos personas que sean capaces de constituir un «banco de tiem-
po» verdadero, de tiempo vivo, que es el tiempo que dedicamos a servir a los
otros. Entre ellos, por un motivo y con una ayuda muy especial (la misma vida de
Cristo), hemos de estar los cristianos. No, por tanto, como «personas grises» que
corren de un lado para otro buscando solamente lo que se toca, se compra y se
vende. Al contrario, y, como consecuencia de la fe, dedicando tiempo a las necesi-
dades de los demás, como reflejo de nuestra confianza en Dios y en cada uno de
ellos; dándoles, en ese tiempo, una parte de nosotros mismos.
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas
• Iglesia c o m o m a d re y h o g a r · e c u m e n is m o e s p iritu a l
• s e n tid o d e la m e d ia c ió n . e c o n o m ía s a cra m e n ta l
«La Iglesia es el sacram ento de Jesucristo. Esto quiere d e cir ta m b ié n , en o tro s térm inos,
q ue ella está con Él en una cierta relación de id e n tid a d m ística. E ncontram os a q u í las
m etáforas paulinas y las dem ás im ágenes de la Biblia, que la Tradición cristiana no ha
fo rm a n más que un solo cuerpo, un solo Cristo. El Esposo y la Esposa son una sola carne.
Cabeza de su Iglesia, Cristo no la gob ie rn a, sin em bargo, desde afuera: hay sum isión,
la D ivinidad. Es la Nave cuyo p ilo to es Él, es el m ástil central de esta Arca de a m plios
costados, que asegura la co m u nicació n con el cielo de to d o s los q u e ella cobija. Ella es
el Paraíso, no hay bebida ni alim en to. Si uno cree p o d e r pasar de la luz dada, se queda
Es posible ta m b ié n que seamos en ella, sin que sea culpa nuestra, p ro fu n d a m e n te in-
Jesucristo q u e en estas ocasiones q u e ella nos ofrece de ser co n fig urad os con su Pa-
algunos hom bres, sino de una situación que puede parecer m u y intrincada: p orqu e no
Estemos, sin em bargo, contentos, ante "el Padre qu e ve en lo escon dido " p o r p a rticip a r
Santo. Seamos felices, si com p ra m o s entonces al precio de la sangre del alm a esta ex-
a algún herm ano que bran ta do , d icié n d o le con San Juan Crisóstom o: "¡No te separes
Iglesia. Tu refu g io es la Iglesia. Ella es más alta q u e el cielo y más ancha q u e la tierra. No
* * *
«Am or redentor. (...) el cristiano - y solo é l- (...) sabe que lo te m p o ra l es una realidad
m ente el que Dios creara, el cristiano ama las p osibilidades reales de los seres y procura
suscitar, liberar y desarrollar los valores ocultos. Trabajo a d m ira ble de purifica ción y de
liberación, que es un aspecto del tra b a jo reden tor; pero, al m ism o tie m p o , tra b a jo d o-
el trabajo, el amor, la persona m is m a - debe ser purificado, y que puede hacerlo con
y o rien ta do sino a condición de ser redentor. No basta con am ar los seres tal co m o son,
sám ente porqu e el a m o r verdadero es redentor, el cristiano, sin ensueños ni tem or, con
una inm ensa esperanza, se acerca a sus herm anos culpables y desgraciados. Sabe que
él fu e co m o ellos y que Cristo le red im ió; que del ser más mísero y c o rro m p id o p ueden
suscitarse fuerzas nuevas y puras; sabe que la tarea es ardua y qu e su c u m p lim ie n to le
lacerará las manos, pero q u e es necesaria y deb e llevarse a cabo. Por eso se esfuerza
h u m ild e m e n te p o r am ar a sus herm anos ta l co m o son en realidad, para que, a través de
sus miserias y de sus penas, surja -c u a n d o Dios q u ie ra - la nueva criatura que aún no se
das las cosas han sido hechas p o r Él y para Él";"en Él to da s las cosas e ncuentran su sub-
en su tie m p o y con los recursos propios. No trabaja solo, sino en colaboración. O bede-
ce al im p ulso que brota en él de algo más p ro fu n d o q u e él m ism o, q ue actúa sobre el
c o n ju n to de los seres y sobre él m ism o; que hace a todas las cosas co n c u rrir y conspirar
a un m ism o fin. D ivinam en te llam ado y co nducido, trabaja p o r su cuenta con docilid ad ,
pues el im p ulso está dado; con energía, pues el esfuerzo es rudo; con fe, ya que la tarea
es m isteriosa y desproporcionada a las fuerzas hum anas; trabaja en la m ejora del uni-
no perecerá; realizada en Cristo, un día los cielos nuevos y la tierra nueva recogerán sus
SUMARIO
־ En la liturgia actúa Dios uno y trino. Todo es obra del amor del Padre, a
quien va siempre nuestra alabanza y acción de gracias, nuestro implorar
perdón y pedir por nuestras necesidades o las de otros. El Hijo, hecho car-
ne por nosotros, ofrece su vida por nosotros y nos llama a la vida con Él. El
Espíritu Santo actúa eficazmente para que todo ello sea posible.
En la liturgia participamos del culto que los santos que están en el Cielo
dan a Dios. Por eso, como gustan decir los cristianos orientales, la liturgia
es «como el cielo en la tierra». De hecho, la liturgia nos hace pregustar ya
el cielo: a esto se le llama la dimensión escatológica de la liturgia.
En ella toman parte, aunque no estén presentes ante nosotros, los cristianos de
todos los tiempos, los del Cielo y los del Purgatorio. No se trata de magia ni de
imaginación, sino de una realidad sacramental: la realidad de que formamos un
solo cuerpo con Cristo. San Pablo lo dice claramente: «Todos vosotros sois uno en
Cristo Jesús» (Ga 3,28): ¡es el misterio de la Iglesia!
La Iglesia por voz de su Magisterio señala, a partir del Concilio Vaticano II,
que la liturgia es fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia
(cf. SC, 10; exhort. ap. Sacramentum cañtatis, 2005). De ahí la importancia
de la formación litúrgica, cuyo centro es todo lo que tiene que ver con la
Eucaristía (centro a su vez de los sacramentos), es decir, con la Misa.
Entre los aspectos importantes de la formación litúrgica pueden señalarse: el sig-
niñeado de los ritos, palabras y gestos de la liturgia; el sentido del espacio litúr-
gico (y sus elementos: altar, ambón, sede, tabernáculo o sagrario, baptisterio, etc.)
y del tiempo litúrgico (el Domingo cristiano, el Año litúrgico con sus diversos
ciclos, el calendario y el santoral, la Liturgia de las horas); la riqueza espiritual
de las oraciones y los textos (misal, leccionarios, rituales, etc.); las celebraciones
en ciertas circunstancias (grupos pequeños o grandes, niños, enfermos, presos,
etc.); las posibilidades y límites de la inculturación de la liturgia; el papel central
de la oración litúrgica en relación con la oración y la afectividad de los cristianos;
la relación con la religiosidad popular; los sacramentales; y, siempre, la conexión
con la vida.
- Aunque las palabras humanas se quedan siempre cortas para hablar de Dios y
de sus obras, se puede decir que los sacramentos son «fuerzas que brotan» del
cuerpo de Cristo; «energías» que provienen de la persona de Cristo y su obra
redentora (especialmente del Misterio pascual); «huellas» de su paso por la
tierra, sobre las que podemos y debemos caminar para vivir «por Cristo, con Él
y en Él» (final de la plegaria eucarística).
d) Por ese motivo la vida cristiana, toda ella -y en ella todos los actos y
momentos de u n cristiano que vive en la unión con Dios- participa de esa
«sacramentalidad»: todos sus actos están llamados a ser salvadores y santi-
ficadores: son «signos» e instrumentos de la gracia que salva al hombre y al
m undo.
- Podría decirse que la sacramentalidad. de lo cristiano se relaciona con el lenguaje
de los símbolos y la actual cultura de la imagen. Esto se muestra con claridad
en el caso de los «siete sacramentos», con todo lo que afecta a la liturgia cris-
tiana y de alguna manera -como decimos- con todo lo que afecta a la vida y
misión de los cristianos. Y por eso tiene una gran actualidad.
- La liturgia cristiana es además de una actualización de la redención, una «es-
cuela» de oración y de vida cristiana, por medio de los gestos y símbolos li-
túrgicos, acordes al «lenguaje del cuerpo» y de la naturaleza creada, signos
de la Alianza con Dios sellada para siempre en Cristo (cf. Compendio, 237; cf. R
Guardini, Los signos sagrados, Barcelona 1957).
a) También las imágenes forman parte de la liturgia, como vivieron desde los
primeros siglos los cristianos. Algunos de ellos fueron mártires en los siglos
VII y VIII por defender el uso de las imágenes en el culto (los llamados «ico-
nos» en el sentido originario), cuya legitimidad quedó asentada en el Concilio
II de Nicea.
- El argumento fue que el Hijo de Dios, imagen perfecta del Padre, se había
hecho carne visible entre los hombres. Dios había dejado de ser invisible e
inaccesible como parecía en el Antiguo Testamento, donde estaba prohibí-
do representarle.
- Por eso el rostro de Cristo o de los santos se pueden representar para ayu-
dar a la fe y la devoción de los cristianos.
El Compendio del Catecismo sintetiza esta cuestión en dos puntos:
«Cristo asumió un verdadero cuerpo humano, mediante el cual Dios invisible
se hizo visible. Por esta razón, Cristo puede ser representado y venerado en las
sagradas imágenes» (Comp., 92).
«La imagen de Cristo es el icono litúrgico por excelencia. Las demás, que repre-
sentan a la Madre de Dios y a los santos, significan a Cristo, que en ellos es glo-
rificado. Las imágenes proclaman el mismo mensaje evangélico que la Sagrada
Escritura transmite mediante la palabra, y ayudan a despertar y alimentar la fe de
los creyentes» (Comp., 240; CEC 476-477,1159-1161,1192).
Lo que ahora nos interesa subrayar es que, sobre todo gracias a los sacramen-
tos, los cristianos podemos y debemos ser «catecismos vivos», «iconos vi-
vos», «mensajes vivos» en esta cultura de la imagen. San Juan Pablo II señaló
a María como «un catecismo viviente» (Catechesi tradendae, n. 73), gracias a su
perfecta recepción de la Palabra de Dios. Esto lo desarrollaremos más adelan-
te, en este mismo tema.
c) Todo ello tiene como trasfondo lo que podemos llamar la dimensión an-
tropológlca de los sacramentos (cf. J. Ratzinger, Obras completas, VII/1, Sobre
la enseñanza del Concilio Vaticano II, M adrid 2016, pp. 3 1 3 )־. Los sacramentos,
en efecto, comprendidos y vividos en el marco de las celebraciones litúrgicas
de la Iglesia son plenamente significativos para todos los hombres y todas las
culturas:
Sobre esta base, a la pregunta: ¿por qué y para qué ir a la iglesia, ir a la Misa del
domingo?, cabría responder: porque allí nos encontramos no solamente con
Dios en u n sentido genérico, sino concretamente con Jesús, nuestro salvador
y redentor, que nos une a los cristianos en su familia, para hacemos capaces
de ser mejores, de ser más felices y libres, de llevar la vida bella y verdadera a
nuestras familias, a nuestros amigos, al mundo: la vida que procede del Dios
uno y trino que en Cristo se nos da.
2. La moral, fundamentada
en la antropología cristiana
Respecto a la parte moral del CEC, decíamos (cf. tema anterior) que comienza
por una sección que completa la antropología cristiana. Esta parte general o
introductoria (La vocación del hombre: La vida en el Espíñtu, cf. CEC 1699-2051
y Compendio, 357433 )־está inspirada en la Constitución pastoral Gaudium et
spes, del Concilio Vaticano II.
Aquí se nota la especial influencia del personalismo, como corriente de pensa־
miento que ha contribuido a poner de manifiesto, por ejemplo, cómo la perso-
na se alcanza a sí misma en el otro (cf. GS 24).
En el CEC se expone la visión del hombre según la Revelación bíblica, donde
se encuentra la razón de ser de todo el obrar cristiano. La explicación de esta
visión cristiana del hombre se lleva a cabo en la perspectiva de los Padres de la
Iglesia, y concretamente en tomo a la categoría bíblica de la imagen de Dios. El
cristiano se define como un hijo de Dios en Cristo, creado a imagen y semejan-
za de Dios y santificado por el Espíritu Santo. Alguien cuya vida y conducta
moral se explica, por tanto, como una respuesta de amor al Amor de Dios que se
le ha manifestado en Cristo.
Tienen especial actualidad, por ocuparse de aspectos que con frecuencia resul-
tan oscurecidos en las explicaciones habituales, los apartados dedicados a las
pasiones, la formación de la conciencia y las virtudes.
b) La comunidad humana
El capítulo segundo de esta sección, dedicado a la comunidad humana, expone
la dimensión social de la persona y viceversa, la dimensión personal de la so-
ciedad; así como las consecuencias que de ello se derivan para la participación
en la vida social y la búsqueda de la justicia social.
Conviene notar que sin esto sería difícil comprender y transmitir en su integridad
el mensaje del Evangelio. Nuestro tiempo, tan dado al individualismo, necesita
esta llamada de atención precisamente cuando se trata de la educación moral de
los cristianos.
El último capítulo, al tratar sobre la nueva ley y la gracia, explica cómo por
el pecado se destruyó la imagen de Dios en el hombre, tanto en lo individual
como en lo comunitario. A través de la gracia y la justificación que trae consi-
go, Dios sale de nuevo al encuentro del hombre constituyéndolo hijo de Dios
en Cristo por la acción del Espíritu Santo.
En resumen, la vida moral del cristiano es la nueva vida de quien está unido
a Cristo por el Espíritu Santo, en el Cuerpo místico. Su dinámica es la de los
dones de Dios y el ser en Cristo. Y en este contexto es preciso entender lo que
significa la ley moral para el cristiano.
2.2. Los Mandam ientos y la vida cristiana, respuesta de am or 103
La segunda sección de la parte moral del Catecismo -y a tradicional- se dedica
por entero a los Mandamientos.
La introducción al Decálogo se cierra con esta pregunta: ¿Es posible cumplir el
Decálogo?, y la respuesta, plenamente acorde con la perspectiva del Catecismo,
es: «Sí, es posible cumplir el Decálogo, porque Cristo, sin el cual nada pode-
mos hacer, nos hace capaces de ello con el don del Espíritu Santo y de la gracia»
(Comp., 441). En efecto, y por ello la persona de Cristo, por obra del Espíritu
Santo, se constituye en norma viva e interior de nuestro obrar. La moral cristiana
encuentra aquí una expresión de sus fundamentos antropológico, cristológico,
eclesiológico y sacramental.
«Así descubrimos mejor qué significa que el Señor Jesús no vino a abolir la ley
sino a darle cumplimiento, a hacerla crecer, y mientras que la ley según la carne
era una serie de prescripciones y prohibiciones, según el Espíritu esa misma ley
se convierte en vida (cf. Jn 6,63; Ef 2,15), porque ya no es una norma sino la mis-
ma carne de Cristo, que nos ama, nos busca, nos perdona, nos consuela y en su
Cuerpo recompone la comunión con el Padre, perdida por la desobediencia del
pecado».
- Como también hemos apuntado, junto a los iconos o las imágenes, están
los «iconos vivos» que son los santos. No solo los santos que ya están en
el cielo, sino también los cristianos que procuran ser santos en la tierra.
Ellos son, en efecto, según San Pedro, «piedras vivas» del templo espiri-
tual que es la Iglesia (cf. 1 Pe, 2, 5). De ahí que todo cristiano es como un
«iconógrafo» (pintor o, como dice la palabra, escritor de iconos): está lia-
mado a hacer con las «palabras» de su propia vida una obra de arte, que
haga presente de modo vivo lo más bello (el amor de Dios a la humanidad)
y anime a difundirlo.
Contemplando a Cristo -decía Benedicto XVI en 2007 con términos de San Gre-
gorio de Nisa- cada uno se convierte en «el pintor de su propia vida», sin olvidar,
añade el Niseno, que Cristo está especialmente presente en los pobres, según sus
mismas palabras y voluntad.
Los santos de todos los tiempos han anhelado la contemplación del rostro de
Cristo. Al principio del tercer milenio escribía Juan Pablo II (Carta Nono millennio
ineunté) que, desde esa contemplación, los cristianos han de transformarse por
dentro y transformar la sociedad en la que viven, mediante el amor y la justicia.
c) La belleza en la sinfonía de la fe
Para resumir lo que hemos visto en los epígrafes anteriores de este apartado,
podemos hacerlo con este texto del cardenal Ratzinger, enviado para el en-
cuentro de Rimini-2002:
«Estoy convencido de que la verdadera apología de la fe cristiana, la demostra-
ción más convincente de su verdad contra cualquier negación, se encuentra, por
un lado, en sus santos y, por otro, en la belleza que la fe genera. Para que ac-
tualmente la fe pueda crecer, tanto nosotros como los hombres que encontramos,
debemos dirigimos hacia los santos y hacia lo Bello».
- «La verdad os hará libres» (Jn 8, 32), dice el Evangelio. Ahora bien, ¿qué
verdad es esa? No se trata de la verdad meramente lógica -m enos aún de
una verdad racionalista-, sino de la verdad que se enraíza, crece y se ma-
nifiesta en el amor a Dios y a los demás, tal como se vive en la unión con
Cristo. La libertad que procede de esa Verdad se identifica en la práctica
con el Amor. Por eso San Agustín pudo expresar: «ama y haz lo que quie-
ras». Como si dijera: si amas auténticamente, todo lo que hagas procederá
de ese amor y será obra del amor. Y no solo a nivel antropológico.
Con otras palabras, la libertad no es un absoluto, sino que depende de la verdad.
Pero no de la verdad entendida como una pura doctrina o sistema de ideas, sino
que la libertad se alcanza plenamente en el amor de una vida «vivida», en el caso
de un cristiano, con la autenticidad del Evangelio. Y también para un cristiano,
la libertad es un don de Dios, pero también es una tarea humana; más aún, una
conquista. Solo el que ama de verdad es libre.
La libertad depende del amor y se realiza en el amor: es una sinfonía, un con-
cierto de muchos instrumentos que se respetan y limitan mutuamente. Por eso,
observa el papa Ratzinger: «Solo aceptando también la aparente limitación que
supone para mi libertad respetar la libertad del otro, solo insertándome en la red
de dependencias que nos convierte, en definitiva, en una sola familia humana, es-
toy en camino hacia la liberación común» («Lectio divina» en el Pontificio seminario
romano mayor, 20-112009)־. En efecto, no hay concierto sin sujetarse amorosamente
a la partitura común.
«Ama y haz lo que quieras». Amar quiere decir aquí participar del amor de Dios,
por los sacramentos -sobre todo la Eucaristía-, la escucha de la Palabra de Dios,
el cumplimento de la voluntad divina. «Así -señalaba Benedicto XVI- realmente
somos libres, así en realidad podemos hacer lo que queremos, porque queremos
con Cristo, queremos en la verdad y con la verdad». Por el contrario, si no hay
esta comunión con Cristo y esta «obediencia de la fe», prevalece la polémica, «la
fe degenera en intelectualismo y la humildad se sustituye con la arrogancia de
creerse mejores que los demás» (Ibid.). Y eso destruye la Iglesia, que debería ser
una sola alma y un solo corazón.
6) ¿C óm o se p u e d e re la c io n a r la litu rg ia c o n la c u ltu ra d e la im a ge n?
«La M isión no hay q ue inventarla. Nos ha sido dada, debem os actuarla, celebrarla. Re-
to rn a n d o a su fuente, hem os descubierto, si es que era necesario, que la Liturgia no
hay que reinventarla; deb em os e n tra r en ella y dejarnos arrastrar de su c o rrie n te vita l
de vida. Nos enco ntram o s de fre n te a la m aravilla del M isterio d e Cristo: desde el in icio
Soplo hasta este c u m p lim ie n to : a quí está m i C uerpo entregado p o r vo so tro s... aquí
está m i Sangre derram ada p o r to d o s ... Jesús da su Espíritu. La pasión del Padre p o r los
de la salvación; además, en los ú ltim o s tie m p os, todas las olas de a m o r del Espíritu de
de los eventos salvíficos, m ed ia nte los profetas y los escritores sagrados; en la Liturgia,
bración y la vida son ya inseparables. Los canales de la Tradición divina son aquellos de
la "gracia m ú ltip le en sus efectos" (7 P 4,10 -1 1), pero el Agua viva es siem pre la del río
La Liturgia es el gran río d o n d e conflu yen todas las energías y las m anifestaciones del
M isterio, desde que el m ism o Cuerpo del Señor vivo ju n to al Padre no cesa de ser dona-
do a los hom bres en la Iglesia para darles la Vida. La Liturgia no es una realidad estática,
la palabra hum ana de Dios, escrita en la Biblia y cantada en la Iglesia, sin jam ás ago-
C onstruye la un id a d d e una m u ltitu d de Iglesias locales sin secar nunca su orig in a lid a d .
N utre a to d o s los hijos de Dios y en ellos no cesa de crecer. Si bien incesantem ente
sus dim ensiones, y to d o el cosmos y to d a la creación. Para ser arrastrados p o r este Río,
* * *
«El Catecismo no quiere presentar la única fo rm a posible de te olo gía m oral ni incluso
el á m b ito de una ética de las virtu d e s: es ética dialógica, p o rq u e la actuación m oral del
h o m b re se desarrolla a p a rtir del e n cu e n tro con Dios; p o r lo ta nto, nunca más será un
actuar ind ividual, a utá rq uico y a u tó n o m o , pura capacidad hum ana, sino respuesta al
el D ecálogo -ta l co m o es ju s to a p a rtir de la B ib lia - dia lóg ica m e nte, es decir, en el con-
te x to de la Alianza. Con Orígenes subraya que "la prim era palab ra de los m andam ientos
de Dios se refiere a la libertad; "Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de
la casa de servidum bre {Ex 2 0 ,2 ; D t 5 ,6 )" (CEC 2061). Así "la existencia m oral es respuesta
com o una preparación a la am istad con Dios y a la concordia con el p ró jim o (cf. CEC
sostenida p o r la razón, que Dios nos regala, m ientras q u e con su palabra nos recuerda
sistem áticas- ha p reparado estas decisiones. El p rin c ip io cristo ló g ico está presente ta n -
quiere precisam ente reavivar nuestra razón. La fu n c ió n o rigin aria del D ecálogo -re c o r־
sino solo conducida a su plena m adurez. Una ética que, escuchando la revelación, q u ie -
ra ser a uté n tica m e n te racional, responde precisam ente al e n cu e n tro con Cristo, q u e la
S U M A R IO
- Esto lo aprendemos y lo vivimos en unión con Cristo. Esta unión con Cris-
to, que comienza con el Bautismo y que es sobre todo fruto de la Euca-
ristía, es también la condición para que la vida cristiana sea la «palabra»
ofrecida en diálogo al mundo, la imagen viva de Cristo: que participe del
amor de Dios que se nos anuncia y comunica en Jesucristo, en su misma
vida.
- En efecto, los cristianos estamos en el m undo para que toda la hum ani-
dad pueda entrar en esta ofrenda de acción de gracias a Dios. Y para eso
cada uno ha de procurar hacer de su propia vida sea, encarnando la vida
de Cristo en lo ordinario de cada día, un culto espiritual: ofrenda y servicio.
Así participamos también de la misión de la Iglesia, que existe «para que
todo el género humano forme u n único Pueblo de Dios, se una en un único
Cuerpo de Cristo, se coedifique en u n único templo del Espíritu Santo»
(AG7).
- Esto es lo que los Padres de la Iglesia, tomando una expresión de san Pablo,
llamaban logiké latreía (cf. Rm 12,1), es decir, el culto conforme al Logos,
el culto que tiene lugar «por Cristo, con Él y en El»: por la obra del Verbo
encarnado, con Cristo-Cabeza y en el seno de su Cuerpo místico, tanto en
la tierra como en el cielo. Es el culto cristiano, que se realiza no solo en los
templos de piedra, sino también, como decían los Padres, «en el altar del
corazón». Es así como la Iglesia entera y cada uno de los cristianos en ella
ejercitan una función verdaderamente sacerdotal.
Un texto entre muchos:
«He aquí que nuestra vida se convierte en una continua celebración, animada
por la fe en la omnipresencia divina que nos rodea por todas partes. Alabamos
a Dios mientras aramos los campos; cantamos en su honor mientras navegamos
por el mar y en todas las acciones nos dejamos inspirar por la misma sabiduría»
(Clemente de Alejandría, Stromata VII, 7: PG 9,451).
- Esta ofrenda de la propia existencia puede realizarse tam bién a través del
carisma del celibato. Dice el Compendio:
«El Matrimonio no es una obligación para todos. En particular Dios llama a al-
gunos hombres y mujeres a seguir a Jesús por el camino de la virginidad o del
celibato por el Reino de los cielos; éstos renuncian al gran bien del Matrimonio 9 ךן
para ocuparse de las cosas del Señor tratando de agradarle, y se convierten en
signo de la primacía absoluta del amor de Cristo y de la ardiente esperanza de su
vuelta gloriosa» (Comp., n. 342).
En efecto, el celibato es un carisma que cabe recibir en las diversas vocaciones o
condiciones cristianas, como referencia a Cristo glorioso y a nuestra comunión
definitiva con Él. En relación con el sacerdocio ministerial, el celibato expresa
muy convenientemente la representación sacramental de Cristo-cabeza y facilita
la actuación en nombre de Cristo y de la Iglesia. En la vida religiosa, el celibato
recuerda a los que peregrinamos en la historia nuestra patria definitiva. Vivido en
la condición laical, el celibato remite a la unión íntima con Cristo para una mayor
dedicación de servicio y formación, con vistas a la ordenación de las realidades
temporales al Reino de Dios desde dentro de ellas mismas, con una intensa di-
mensión apostólica y de promoción humana.
- Es, por tanto, la Eucaristía, como centro de los sacramentos, la que trans-
forma toda nuestra vida en culto espiritual agradable a Dios.
«En la Eucaristía -afirma el Compendio-, el sacrificio de Cristo se hace también
sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su
sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo. En cuanto sacrificio,
la Eucaristía se ofrece también por todos los fieles, vivos y difuntos, en reparación
de los pecados de todos los hombres y para obtener de Dios beneficios espiritua-
les y temporales. También la Iglesia del cielo está unida a la ofrenda de Cristo»
(Comp, 281).
Precisamente en la explicación de la pintura de Joos Van Wassenhove (s. XVI), «Je-
sús da la comunión a los Apóstoles», reproducida entre la primera y la segunda
parte del Compendio, el texto evoca a los cuarenta y nueve mártires de Abitine
(África proconsular). Murieron por afirmar que «sin la Eucaristía, no podemos
vivir».
Se manifiestan así aspectos fundamentales de la fe, como son sus dimensiones his-
tórica y personal (contra una visión de la fe que fuera intelectualista o, por otra
parte, voluntarista o moralista), así como su dimensión eclesial (frente a una visión
individualista), pues «quien cree nunca está solo, porque la fe tiende a difundirse,
a compartir su alegría con otros» (Lumen fidei, n. 39).
- Esperamos que Dios colme nuestra felicidad, cosa que no podemos hacer
por nuestras meras fuerzas, aun contando con todos los medios humanos
y desarrollos del progreso:
124 «La esperanza es la virtud teologal por la que deseamos y esperamos de Dios la
vida eterna como nuestra felicidad, confiando en las promesas de Cristo, y apo-
yándonos en la ayuda de la gracia del Espíritu Santo para merecerla y perseverar
hasta el fin de nuestra vida terrena» (Comp., n. 387).
El CEC presenta la oración como diálogo personal con Dios. Luego, como lia-
mada, tradición y vida. Subraya que la oración no nos aparta de los demás en
un m undo extraño, sino al contrario: nos ayuda a preocuparnos de los demás
en la vida cotidiana. Para todo ello es modelo la oración de los santos.
Esta «tradición» (que significa ante todo «entrega» de algo a los que nos si-
guen) de la oración se realiza a partir de las fuentes de la Escritura, la liturgia,
las virtudes teologales y los acontecimientos de cada día; recorriendo tm «ca-
mino» que va hacia el Padre, por Jesús, en el Espíritu Santo, en comunión con
María y los santos, y en compañía con todos aquellos -la familia, los catequis-
tas, etc.- que nos enseñan a orar.
c) Es así como, en tercer lugar, la oración llega a ser vida de oración en los cris-
tianos: dedicando tiempos concretos cada día al «recogimiento del corazón»
y siguiendo el ritmo de la liturgia. Esa vida de oración tiene sus expresiones
(oración vocal, meditación, oración contemplativa). Y supone un «combate»
contra los obstáculos que se oponen a la oración, por medio de la humilde
vigilancia, la confianza filial y la perseverancia en el amor. La oración sacerdotal
de Jesús (Jn 17), al llegar la hora de su pasión, recapitula toda oración e inspira
las peticiones del Padrenuestro.
El santo -el que busca la santidad- ha de reflejar a Cristo. «Un santo no es al-
guien raro, lejano, que se vuelve insoportable por su vanidad, su negatividad y
sus resentimientos» (Gaudete et exsultate, 93). Al contrario, el santo procura vivir
según la humildad y la paz señaladas por las Bienaventuranzas, que reflejan pre-
cisamente el rostro de Cristo y, por eso, son, en cierto sentido, el corazón vivo de
la santidad.
Antes que nada, hay que dejar clara la prim acía de la gracia de Dios, pues
nosotros no podemos salvarnos por nosotros mismos.
Asentado esto, todos debemos esforzarnos en el seguim iento de Cristo, y por
tanto en el camino de las virtudes, de la vigilancia (discernimiento, examen
de conciencia) y el «combate espiritual»; sobre todo a través de la oración, la
penitencia y la «ascesis» (que el diccionario de la lengua española pone en
relación con la liberación del espíritu y el logro de la virtud), que incluye el
desprendimiento de los bienes.
La santidad necesita del trato personal con Cristo en la oración (cf. Gaudete et ex-
sultate, n. 151). El encuentro con Jesús en las Escrituras y en la oración se alimenta
especialmente de la comunión eucarística y necesita el sacramento de la Reconci-
liación (cf. Ibid., 157). Así vamos participando de la libertad de Cristo. Esto no nos
saca de la realidad, sino al contrario, nos pide continuamente el combate espiri-
tual y el discernimiento para actuar conforme a esa libertad (cf. Ibid., 168).
El discernimiento espiritual (o eclesial) se lleva a cabo mediante distintos pasos:
1) mirada a la realidad desde la fe; 2) valoración y juicio sobre la situación vol-
viendo siempre a la mirada de la fe; 3) decisión y actuación siempre de acuerdo
con la fe, con la vocación a la santidad y con la misión de cada uno en la Iglesia y
en el mundo. En la Gaudete et exsultate, Francisco subraya que el discernimiento
es una necesidad y un don, sobre la base de la sabiduría humana y de las sabias
normas de la Iglesia; requiere la disposición de escuchar a Dios, a los demás y a la
realidad, para superar posibles planteamientos parciales, cómodos o rígidos; pide
acoger la lógica de la cruz (cf. CEC 2015) y, por tanto, generosidad para no dejarse
anestesiar la conciencia y vencer el miedo.
Un momento personal del discernimiento es el examen de conciencia diario (bas-
tan unos pocos minutos), en diálogo sincero con el Señor, para reconocer los me-
dios concretos que Él nos proporciona en el camino hacia la santidad, y para no
quedarnos solo en «buenas intenciones».
134 3*3. Los obstáculos en el cam ino de la santidad
Hay tentaciones que Dios permite como pruebas para que maduremos interior-
mente, y así podamos alcanzar lo que san Pablo llama el hombre interior, es decir
el que se mueve por el espíritu y la fe, en contraposición con el hombre exterior, que
se deja llevar por lo visible y lo meramente material). Por eso dice el CEC:
«El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento
del hombre interior (cf Le 8,13-15; Hch 14,22; 2 Tm 3,12) en orden a una "virtud
probada" (Rm 5,3-5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf. St 1,
14-15). También debemos distinguir entre "ser tentado" y "consentir" en la tenta-
ción. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: apa-
rentemente su objeto es "bueno, seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras
que, en realidad, su fruto es la muerte» (CEC 2847).
logiké latreío v id a d e o ra c ió n
«En la época en que vivim os, fre n te a la llam ada «tercera aceleración» -q u e m ira sobre
ss.).
los Sacramentos, in s titu id o s p o r Cristo precisam ente para dar al h o m b re la vida nueva
* * *
La tradición de la oración
«(...) El Catecism o de la Iglesia Católica cita la bella frase de Santa Teresa de Lisieux,
según la cual la oración es «un im p ulso del corazón, una sencilla m irada lanzada hacia
el cielo, un g rito de re co n o cim ie n to y de a m o r ta n to desde d e n tro de la prueba com o
en la alegría» [cf. n. 558]. (...)
Si es verdad que la oración es "im p u lso del corazón", este im p u lso no es una em o ció n
espontánea, ligada a factores contin ge nte s, q u e ahora se encien de y de repente des-
pués se apaga; no es se n tim en talism o o búsqueda de experiencias esotéricas, sino fru
to de un acto de vo lu n ta d : "Para orar es necesario q ue re r o ra r" (CEC 2650). ¿Quererlo
deja espacio al Espíritu Santo, p on ié nd ose a la escucha de sus "gem idos inenarrables"
(cf. Rm 8). La oración se co n vie rte entonces en una exigencia del corazón, que desea
Entre los dos riesgos opuestos - e l del s e n tim e n ta lism o e m o tiv o y el de un ríg id o in te -
le ctu a lism o -, la auténtica o ración pasa a través del ca m ino del h u m ild e aprendizaje, un
O rando con la Iglesia "que reza y cree" to d o cristiano a pren de a su vez a rezar y a creer,
a p ro fun diza r el p ro p io co n o c im ie n to del Señor, a in te rp re ta r los a co n tecim ie ntos de su
Crecer hasta esta m adurez de la fe, hasta conve rtirse en un apoyo para otros, no es una
tarea reservada a pocos "especialistas de la ora ció n" sino un d e b e r de to d o s los cristia-
nos, porqu e coincide sencillam ente con la llam ada universal a la santidad».
h .
SUMARIO Λ
La razón últim a del apostolado cristiano es, por tanto, el amor de Dios,
que quiere que todos los hombres se salven por el «conocimiento de la
verdad»; es decir, que lleguen, ya durante su vida terrena, a la plenitud de
vida, de alegría y de libertad que solo se encuentra en unión con Cristo.
Obviamente el apostolado cristiano solo merece ese nombre cuando se realiza en
el mayor respeto a la libertad personal (Conf. Congregación para la Doctrina de la
Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la Evangelización 3-XII-2007).
El testim onio de la vida acompañado por la palabra es, por tanto, el pri-
mer «medio» de apostolado, el primer camino, la prim era forma de la
evangelización (cf. Evangelii nuntiandi, n. 21); porque la vida cristiana es
manifestación del amor de Dios y, efectivamente, «solo el amor es digno
de fe» (U. Von Balthasar). Es lo primero que entienden, «cada uno en su
propia lengua» (Hch 2,6), todas las gentes.
Aunque ya las hemos citado, vale la pena evocar de nuevo las palabras con las
que san Juan Pablo II culmina su presentación del Catecismo, pidiendo a la Vir-
gen que sostenga con su intercesión «el trabajo catequético de la Iglesia entera a
todos los niveles, en este tiempo en que la Iglesia está llamada a un nuevo esfuer-
zo de evangelización» (Fidei depositum, n. 5).
- Por tanto, hay que distinguir la pobreza como virtud (a conseguir) y la po-
breza como situación (a vencer). La virtud cristiana o evangélica de la po-
breza está constituida por una doble actitud que une ambos aspectos: la ac-
titud de amor (efectivo) hacia los pobres que procura en lo posible sacarles
de su pobreza, y la actitud interior de irse haciendo espiritualmente pobre.
«La pobreza "evangélica" implica siempre un gran amor a los más pobres de este
mundo» Es una virtud que, «además de aligerar la situación del pobre, se trans-
forma en camino espiritual»; por eso lleva a buscar voluntariamente una cierta
pobreza material, no como fin en sí mismo, sino como medio para seguir a Cristo
(cf. 2 Co 8,9) (cf. Juan Pablo II, Audiencia general, 27-X-1999).
La misión cristiana implica como actitud fundamental la preocupación por cons-
truir una sociedad más justa. Y por eso «los cristianos, juntamente con todos los
hombres de buena voluntad, deberán contribuir, mediante adecuados programas
económicos y políticos, a los cambios estructurales tan necesarios para que la
humanidad se libre de la plaga de la pobreza» (Ibid).
2. Cuidar la Creación
Así pues, el m undo y los seres humanos son regalo de Dios. Cuando esto se
pierde de vista se producen crisis mundiales que son crisis morales. En cam-
bio, la perspectiva cristiana favorece una ecología hum ana como garantía de
respeto al ambiente. Todo ello puede y debe traducirse en una espiritualidad
y una educación ecológica, que encuentra en la fe cristiana importantes raíces
y fundamentos vivos. Tal es el plan de este apartado.
2.1. El mundo y los seres humanos son regalo de Dios
Todo ello apunta a que, también en relación con la tierra, la «cuestión» de Dios
es decisiva.
- Según el Génesis, el m undo es u n regalo de Dios que quiere hacer partid-
pes de su ser, sabiduría y bondad a todas las criaturas. Y en la cima de ellas
ha situado al varón y a la mujer, como representantes suyos para el cuida-
do y la administración de la tierra. La tierra, es, así, u n regalo de Dios a la
fam ilia humana.
No es extraño, por eso, que solo desde una comprensión natural y cristiana de
la familia -como la que manifiestan de vez en cuando, también públicamente,
muchos miles de personas- la tierra pueda ser gestionada con «responsabilidad
común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las genera-
ciones futuras» (Benedicto XVI, Mensaje 1-12010־, n. 2).
- Ya lo dice el CEC al tratar de la fam iliaridad con Dios que existía al co-
mienzo del m undo en el paraíso, como ámbito para el trabajo humano
entendido como colaboración con la creación:
«Signo de la familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el jardín
(cf. Gn 2,8). Vive allí "para cultivar la tierra y guardarla" (Gn 2,15): el trabajo no
le es penoso (cf. Gn 3,17-19), sino que es la colaboración del hombre y de la mujer
con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible» (CEC 378).
La naturaleza no se estropea por sí misma, sino que somos nosotros los que
la estropeamos. «La degradación de la naturaleza está estrechamente relacio־
nada con la cultura que modela la convivencia humana» (Benedicto XVI). Por
tanto, «cuando se respeta la "ecología hum ana" en la sociedad, también la
ecología ambiental se beneficia» (ene. Cantas in veníate, n. 51).
Algunos principios concretos para una renovación cultural y pedagógica que
comporta una “ecología humana» son: el respeto de los jóvenes a sí mismos, la
inviolabilidad de la vida humana en todas sus fases y condiciones, la dignidad
de la persona y la insustituible misión de la familia; la denuncia del «biocentris-
mo» y el «ecocentrismo» (el situar la biología y la tierra por encima de la persona
humana). Este último planteamiento, particularmente, conduce a un naturalismo
neopagano y panteísta.
Cuando Dios se borra del horizonte, puede que solo se confíe en la naturaleza
misma para salvarnos. Pero, contradictoriamente, la adoración de la naturaleza
puede volverse en guerra contra nosotros. Ya Heráclito de Éfeso (ss. VI-V a.C.)
dijo que no podía ser la naturaleza un «montón de desechos esparcidos al azar».
Lo peor es que todo ello obligue al hombre a defenderse contra una naturaleza
que se ha vuelto hostil y amenaza con convertirse, ella misma, en un cementerio
de la humanidad.
• d in a m is m o tra n s fo rm a d o r de l m u n d o ״kénosis
• d ia ko n ío ״e c o lo g ía h u m a n a
• el n o m b re «cristian o» · e d u c a c ió n e c o ló g ic a
• o p c ió n o a m o r p re fe re n c ia l p o r los p o - יe c o lo g ía in te g ra l
k fes » c o n v e rs ió n e c o ló g ic a
• p ro m o c ió n h u m a n a
3) Explica el fu n d a m e n to te o ló g ic o y la im p o rta n c ia a c tu a l d e la o p c ió n (o el
a m o r) p re fe re n c ia l p o r los p o b re s
con Jesús. Q uienes se dejan salvar p o r Él son liberados del pecado, de la tristeza, del
vacío interior, del aislam iento. Con Jesucristo siem pre nace y renace la alegría. En esta
Exhortación q uiero d irig irm e a los fieles cristianos, para invita rlo s a una nueva etapa
156 evangelizadora marcada p o r esa alegría, e ind icar cam inos para la m archa de la Iglesia
El gran riesgo del m u n d o actual, con su m ú ltip le y a brum adora oferta de consum o,
es una tristeza in d ivid ua lista que brota del corazón có m o d o y avaro, de la búsqueda
cie rto y perm anente. M uchos caen en él y se co n vierte n en seres resentidos, quejosos,
sin vida. Ésa no es la o p ció n de una vida d ig na y plena, ése no es el deseo de Dios para
nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que b rota del corazón de Cristo resucitado.
In vito a cada cristiano, en cu alqu ier lugar y situación en que se encuentre, a renovar
de dejarse enco n tra r p o r Él, de in te n ta rlo cada día sin descanso. No hay razón para
que alguien piense q ue esta invita ción no es para él, p orqu e «nadie queda e xclu ido de
la alegría reporta da p or el Señor» (Pablo VI, e xho rt. ap Gaudete in D om ino, 22) Al que
arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuan do a lg uie n da un p e q u e ñ o paso hacia Jesús,
descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. (...) Nadie podrá q u i-
nos declarem os m uertos, pase lo q u e pase. !Que nada pueda más q u e su vida q u e nos
lanza hacia adelante! (...)
le p e rm itim o s a Dios que nos lleve más allá de nosotros m ism os para alcanzar nuestro
ser más verdadero. A llí está el m anantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien
* * *
{El amor, m áxim a expresión de la libertad)
157
«Quien ama descubre las necesidades del o tro y vive en una a c titu d in te rio r de servicio.
A lb e rto M agno a firm a:"Q u ie n ayuda a su p ró jim o en sus su frim ie n to s -sean espiritu a-
les o m ate ria les- m erece más alabanza q u e una persona qu e co nstruye una catedral en
cada h ito en el cam ino desde C olonia a Roma, para q u e se cante y rece en ellas hasta
el fin de los tiem pos. Porque el H ijo d e Dios afirm a: No he su frid o la m u e rte p o r una
catedral, ni p o r los cantos y rezos, sino q u e lo he su frid o p o r el hombre". C iertam ente, la
persona hum ana es el te m p lo q u e Dios prefiere, sin q u ita r p o r ello la necesidad de los
llam ados a am ar a Dios y a los dem ás h om bres con to d o el corazón. Así ejercem os pie -
f e .
SUMARIO Λ
Así se pueden detectar ciertas lagunas que pueda haber en algunos proyectos
educativos o programas de formación, comenzando por las clases de Religión,
pero sin limitarse a ellas. Los profesores de otras asignaturas se benefician del
conocimiento del CEC y de su buen uso como «filosofía» básica de la fe cris-
tiana que informa y vivifica todas las enseñanzas sobre el trasfondo de la an-
tropología cristiana. Lógicamente, esto interesa de modo especial en ciertas
materias y temas más urgentes, según el entorno sociocultural de cada colegio
y las circunstancias en que se encuentran las familias que le confían sus hijos.
Los «contenidos» de la fe que se m uestran en las cuatro partes del CEC pue-
den traducirse en el colegio en una serie de devociones y costumbres cristia-
ñas (la veneración de la Virgen María, la oración por los difuntos, la celebra-
ción de la N avidad y de la Semana Santa, la bendición de los alimentos, los
ejercicios espirituales, la ayuda a las misiones, etc.), repartidas a lo largo del
curso escolar y de las diversas etapas educativas (infantil, primaria, secunda-
ría, bachillerato).
De igual modo, el CEC puede inform ar los proyectos interdisciplinares con-
cretos que se lleven a cabo entre la asignatura de Religión y otras asignaturas
como la filosofía, la historia y la literatura, las artes y las ciencias.
La oferta de vida sacramental que se presenta en los colegios de estas carac-
terísticas, se puede apoyar en una auténtica catequesis mistagógica, es decir,
según hemos explicado en los capítulos precedentes, una catequesis guiada
sustancialmente por el CEC.
Asimismo, otros contenidos im portantes para desarrollar la vida cristiana,
como son las Bienaventuranzas o las Obras de Misericordia, la iniciación a la
vida de oración, la explicación y práctica de las virtudes y de algunas costum-
bres cristianas, pueden ocupar, desde el CEC, un lugar central en la educación
de la fe que se realiza en estos colegios.
El CEC ayuda a todas las personas que intervienen en la educación de la fe.
- A los profesores -y no solamente, como queda dicho, a los de Religión- para
reflexionar sobre los temas que imparten en sus asignaturas, especialmen-
te en aquellos aspectos que afectan o son afectados por la religión.
- A lasfamilias, el CEC les facilita, mediante las sugerencias de los profesores
o tutores del colegio, profundizar en la vida que es coherente con la fe.
164 ־ A los alumnos, les hace posible conocer y relacionar la fe con la vida, en el
marco de una educación hoy necesariamente multicultural e interdiscipli-
nar.
(Sobre todo ello, pueden verse las experiencias y propuestas recogidas en el
trabajo del Equipo-DIR Senara, Educar a la luz de la fe, Barcelona 2018).
Con las salvedades necesarias en cuanto a los métodos, el CEC puede ser de
gran ayuda en la enseñanza escolar de la Religión en los centros educativos
públicos, allí donde exista libertad para hacerlo.
2. El CEC y la catequesis
Juan Pablo Π , Const. apostólica «Fidei depositum» para la publicación del Catecismo de la
Iglesia Católica escrito en orden a la aplicación del Concilio Vaticano II, ll-X-1992.
- Presentación oficial y solemne del Catecismo de la Iglesia Católica, 7-ΧΠ-1992.
- Carta apostólica «Laetamur magnopere», por la que se aprueba la edición típica latina
del Catecismo de la Iglesia Católica, 15־V1n1997־.
- Carta al Cardenal Ratzinger, para la preparación de un Compendio del Catecismo de la
Iglesia Católica, 2-II-2003.
Benedicto XVI, Discurso de presentación del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica,
28-VI-2005.
- Prefacio al Subsidio del Catecismo de la Iglesia Católica («Youcat») para la Jomada Mun-
dial de la Juventud, M adrid 2011.
Müller, G. L., The Ecclesiálity ofthe Catechism (conferencia del entonces Cardenal.
United States Catholic Conference, La experiencia hispana en los Estados Unidos: reflexio-
nes pastorales con el Catecismo de la Iglesia Católica, Washington D. C., 1996
2. Estudios
Alejos Grau, C.-J, (ed.), Al servicio de la educación en la fe: el Compendio del Catecismo de
la Iglesia Católica, M adrid 2007.
Presentación ........................................................................................................... 8
2 ÉTICA
Sergio S ánch ez-M ig allon
3 M A R IO LO G ÍA
Juan Luis Bastero d e Eleizalde; José M a n u e l Fidalgo
5 ESCRITOS PAULINOS
Juan Luis C aballero García
7 A N TR O P O LO G ÍA TE O LÓ G IC A
Juan Luis Lorda; A lfre d o Álvarez Lacruz
9 M ISTERIO DE DIOS
M ig u e l Brugarolas Brufau; Lucas Francisco M a te o Seco
סו ECLESIOLOGÍA
Ramiro Pellitero Iglesias
ח TE O LO G ÍA DE LA CREACIÓN
José M a n u e l Fidalgo
17 T E O LO G ÍA DE LA M IS IÓ N
R am iro Pellitero Iglesias
18 C RISTOLO GÍA
M ig u e l Brugarolas Brufau; M a te o Seco Lucas Francisco
19 IN TR O D U C C IÓ N A LA FILO SO FÍA
Sergio S á n ch ez-M ig allón; Jaim e N u b io la A g u ila r
20 ESCRITOS JO Á N IC O S Y CARTAS C ATÓLICAS
Juan Chapa Prado; Pablo G onzález A lo n s o
22 EUCARISTÍA
Pablo Blanco S arto
23 M O R A L SO C IAL
R o d rig o M u ñoz, G re g o rio G u itiá n
24 PATROLOGÍA
Juan A n to n io Gil-Tamayo; José M a nuel F idalgo
25 IN TR O D U C C IÓ N A LA S AG R A D A ESCRITURA
V ice n te Balaguer
26 TEO R ÍA DEL C O N O C IM IE N T O
Juan Fe rna ndo Sellés; Francisco G allardo
27 LA IN IC IA C IÓ N C R ISTIAN A. B A U T IS M O Y C O N F IR M A C IÓ N
A lfo n so Berlanga