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UNA CAMINATA EN SEPTIEMBRE

Era sábado de un septiembre no muy lejano, a las 3 de la tarde para ser exactos. Un
simple día soleado. Un día más donde volvía a caminar sola como de costumbre.
Tenía un sabor familiar en las esquinas de mi boca, de esas sensaciones palpables que
humedecen los labios y huelen a café con una pizca de amaranto. Camine, aunque no
sabía hacía donde, en busca de la necesidad desesperada de mi paladar con el aroma a
café impregnado.

Mire mis manos, estaban vacías. Casi parecía verles gritar por la necesidad de un abrigo
amigo para que no se sintieran tan frías, tan solas;a pesar de que eran mías. Y entonces
camine, en busca de su abrigo camine hacía direcciones inexploradas, casi inhóspitas.
Y de repente vi allá, a lo lejos, una pequeña librería que no prometía mucho pero como no
se divisaba nada más al fondo de la esquina, entré.
Miré en cada una de las pequeñas estanterías con sus libros llenos de versos y rimas, pero
ninguno les servía. Y entonces, lo ví. 5 palabras, 26 letras y una mujer desnuda en la
cubierta. Era ese el abrigo que buscaban mis manos hace ya un buen rato, y lo tomaron
como sí se hubiesen encontrado después de ya varios años.

El reencuentro fue en un café, con una taza apenas caliente y con poco sabor a amaranto.
Y entré caricia y caricia, entre sus letras y mis manos, recordaron su romance en otra vida.
Y yo leía cada uno de sus versos mientras mi corazón latía, mientras al mismo tiempo
encontraba mi nombre y su nombre en cada párrafo de las líneas.
Y ahí, justo en ese instante, me dí cuenta que encontré la carta de un amor pasado que él
había escrito para nuestro sublime encuentro.
Tres días más tarde lo conocí. Bueno, reconocí.

- Isabbela Villa Rendón.

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