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—Es inú til, John Clay —dijo Holmes en voz baja—.

No tiene
ninguna posibilidad.

La Liga de los Pelirrojos —Ya veo —respondió el otro con la mayor sangre fría—. Confío
en que mi colega esté a salvo, aunque se hayan quedado con parte
(Parte final) de su camisa.
—Hay tres hombres que lo esperan en la puerta —dijo Holmes.
Al principio fue apenas una débil chispa sobre el pavimento de — ¡Oh, vaya! Parece que pensó en todos los detalles. Tengo que
piedra. Luego se extendió hasta convertirse en una línea amarilla y felicitarlo.
entonces, sin previo aviso y sin ruidos, pareció abrirse una grieta y
—Y yo a usted —respondió Holmes—. Su idea de los pelirrojos
apareció una mano: una mano blanca, casi femenina, que tanteó
fue muy original y efectiva.
alrededor, en el centro de la pequeña zona iluminada. Durante cerca
de un minuto, tal vez más, la mano siguió sobresaliendo del suelo, —Volverá a ver a su colega muy pronto —dijo Jones—. Es má s
con sus dedos inquietos. Luego se retiró tan de repente como había rá pido que yo saltando en agujeros, eso es seguro. Sosténganlo
aparecido y todo volvió a quedar a oscuras, excepto por el débil mientras le pongo las esposas.
resplandor que señalaba una rendija entre las piedras.
—Le pido que no me toque con sus sucias manos —señ aló el
Sin embargo, la desaparición fue momentánea. Con un fuerte ruido, prisionero mientras las esposas se cerraban alrededor de sus
una de las grandes losas blancas giró sobre uno de sus lados y dejó muñ ecas—. Quizá ignore usted que por mis venas corre sangre de
un hueco cuadrado por el cual brilló la luz de un farol. Por el borde reyes. Tenga la amabilidad, de paso, de decir siempre “señ or” y
asomó un rostro avispado y aniñado y luego, con una mano en cada “por favor”, cuando me hable.
lado del boquete, fue impulsándose hacia arriba, primero hasta los
—De acuerdo —dijo Jones, mientras lo miraba a los ojos y soltaba
hombros y luego hasta la cintura, hasta que una rodilla quedó
una risita—. ¿Tendría el caballero la gentileza de subir por la
apoyada en el borde. Un instante después estaba de pie junto al
escalera, así podemos llamar a una carroza para que conduzca a su
agujero y ayudaba a subir a un compañero, menudo y ágil como él,
alteza a la comisaría?
con el rostro pálido y el pelo de color rojo intenso.
—Así está mejor —dijo John Clay con total serenidad; nos saludó
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a los tres con una inclinació n de cabeza y salió muy tranquilo,
—No hay moros en la costa —susurró —. ¿Tienes la palanca y los custodiado por el policía.
sacos? Pero… ¡rayos y truenos! ¡Salta, Archie! ¡Salta… y que me
—En verdad, señ or Holmes —dijo Merryweather mientras
atrapen solo a mí!
salíamos de la bó veda tras ellos—, no sé có mo podrá el banco
Sherlock Holmes se había abalanzado sobre el intruso y lo había agradecerle o recompensarlo. No cabe duda de que ha descubierto
agarrado por el cuello. El otro se hundió en el agujero y pude oír el y frustrado de la forma má s completa uno de los intentos de robo a
sonido de la tela rasgada cuando Jones lo intentaba tomar por la un banco má s audaces de los que tuve noticia.
camisa. La luz reflejó el brillo del cañ ó n de una pistola, pero la
—Yo tenía una o dos cuentas pendientes con el señ or John Clay —
fusta de Holmes golpeó la mano del hombre y la pistola cayó sobre
dijo Holmes—. Este asunto me ocasionó algunos pequeñ os gastos,
el suelo de piedra.
que espero que el banco me reembolse; pero aparte de eso, me ú nico que podía pensar era que estaba excavando un tú nel hacia
considero pagado de sobra con haber vivido una experiencia ú nica algú n otro edificio. Hasta ahí había llegado, cuando fuimos a visitar
en muchos aspectos, y con haber escuchado el notable relato de la el escenario de los hechos. Lo sorprendí al golpear el pavimento
Liga de los Pelirrojos. con mi bastó n: estaba comprobando si el só tano se extendía por
delante de la casa o por detrá s. No estaba por delante. Entonces
—Como ve, Watson —explicó Holmes temprano en la mañ ana,
llamé a la puerta y, tal como esperaba, abrió el empleado.
mientras tomá bamos un vaso de whisky con soda en la calle Baker Habíamos compartido algunas escaramuzas, pero nunca nos
—, era totalmente obvio, desde un principio, que el ú nico objetivo
habíamos visto frente a frente. Yo apenas le miré la cara: sus
posible de este tan fantasioso asunto del anuncio de la Liga y el rodillas era lo que deseaba ver. Usted mismo habrá notado lo
copiar a mano la enciclopedia tenía que ser sacarse de encima a
sucias, arrugadas y gastadas que estaban las rodillas de su
este no tan brillante prestamista durante ciertas horas cada día. pantaló n. Eso era prueba de todas aquellas horas de excavació n. Lo
Fue una curiosa forma de conseguirlo pero, la verdad, sería difícil
ú nico que faltaba averiguar era para qué cavaban. Al doblar la
pensar una mejor. Sin dudas, el método fue sugerido a la mente esquina y ver el edificio del City Bank pegado al fondo de la
ingeniosa de Clay por el color de pelo de su có mplice. Las cuatro
propiedad de nuestro amigo, sentí que había resuelto el problema.
libras a la semana eran un cebo que atraería al prestamista, ¿y qué Mientras usted volvía a su casa después del concierto, yo le hice
les importaba esa cantidad a ellos, que estaban por ganar miles?
una visita a Scotland Yard y otra a la gerencia del banco, con el
Ponen el anuncio; uno de los pillos alquila temporalmente la resultado que ya vio.
oficina, el otro pillo incita al prestamista a que se postule y juntos
se las arreglan para asegurar su ausencia cada mañ ana, durante — ¿Y có mo pudo prever que darían el golpe esta noche? —
toda la semana. Desde el momento en que escuché sobre aquel pregunté.
asistente que trabajaba por la mitad del sueldo, me resultó claro
—Bueno, que cerraran su oficina de la Liga era señ al de que ya no
que debía tener un motivo muy poderoso para asegurarse de tener
les preocupaba la presencia de Jabez Wilson; en otras palabras, de
ese empleo.
que ya habían completado su tú nel. Pero era esencial que lo
—Pero ¿có mo pudo adivinar cuá l era ese motivo? utilizaran lo má s pronto posible, antes de que lo descubrieran o de
que trasladaran el oro. El sá bado era el día má s adecuado para
—De haber habido mujeres en la casa, habría sospechado una ellos, pues eso les dejaría dos días para huir. Por todas estas
intriga má s vulgar. Esa opció n, sin embargo, estaba descartada. El
razones, esperaba que vinieran esta noche.
negocio del prestamista era modesto y no había en su casa nada
que pudiera justificar unos preparativos tan complicados y unos — ¡Lo razonó todo hermosamente! — exclamé con indisimulada
gastos como aquellos. Por lo tanto, tenía que tratarse de algo admiració n—. Una cadena tan larga y, sin embargo, cada eslabó n
afuera de la casa. ¿Qué podía ser? Pensé en la afició n del empleado se siente fuerte.
por la fotografía y en su manía de meterse en el só tano. ¡El só tano!
—Me salvó del aburrimiento —respondió , bostezando—. Pero
Allí estaba la punta del ovillo de esta enmarañ ada pista. Entonces
¡ay!... ya lo siento de nuevo abalanzarse sobre mí. Toda mi vida se
hice algunas averiguaciones acerca de este misterioso asistente y
consume en un constante esfuerzo por escapar de los lugares
descubrí que me estaba enfrentando con uno de los má s
comunes de la existencia. Estos pequeñ os problemas me ayudan a
calculadores y atrevidos criminales de Londres. É l estaba haciendo
lograrlo.
algo en el só tano… algo que le llevaría varias horas al día durante
meses, hasta poder terminarlo. Una vez má s: ¿qué podía ser? Lo
—Y es usted un benefactor de la humanidad —dije. Holmes se
encogió de hombros.
—Bueno, quizá , después de todo, lo que hago tenga alguna
utilidad —comentó —. Como Gustave Flaubert le escribió a George
Sand: L’homme c’est rien, l’oeuvre c’est tout.

Fin

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